de la pintada

9
DE LA PINTADA PROMISCUIDAD “El artista no tiene moral, pero sí tiene una moralidad (...) el artista compone lo que su propia cultura alega (o rechaza) y lo que desde su propio cuerpo insiste: lo evitado, lo evocado, 1o repetido, o mejor dicho: prohibido, deseado: éste es el paradigma que, como si fueran dos piernas, hacen andar al artista, en la medida que produce.” R. Barthes Por el ojo del rabillo Primariamente mirón y siempre en vísperas de retomar, de ser retornado a esa condición, el sujeto encuentra en la oferta pornográfica la respuesta a ésa su demanda secreta -el intersticio, la cerradura, que lo abre subrepticiamente al abismo en el cual el ojo tiende a precipitarse dando rienda suelta a su natural indiscreción. La cultura es, en este sentido, y quizá en primer lugar, mandato de discreción, cultivo del tacto en el ver y en el decir, adiestramiento estético que pone coto al deseo del ojo de mirar a discreción y sin miramientos –indiscriminadamente. Porque, claro, en tanto mandamiento, ley, ordenación, la cultura discrimina, se erige como tal, justo en esa operación de marcaje que acota y separa las zonas de lo permitido y lo prohibido, de lo pertinente y lo impertinente. Tal operación discriminadora actúa, ante todo, sobre los cuerpos -soporte único, por lo demás, de toda acción-, produciendo su territorialización, urbanizando, diríamos, sus zonas de tráfico y de intercambio; significando lo alto y lo bajo de su topología con arreglo a la línea ecuatorial de la cintura. La separación entre lo público y lo privado es, en efecto, estructuralmente concomitante a la distinción que separa las actividades de la cintura para arriba, como las de la boca y la mirada (el Norte industrioso del cuerpo), de las

Upload: nicolas-canales

Post on 30-Sep-2015

5 views

Category:

Documents


1 download

DESCRIPTION

De La Pintada De La Pintada De La Pintada

TRANSCRIPT

DE LA PINTADA PROMISCUIDAD

DE LA PINTADA PROMISCUIDAD

El artista no tiene moral, pero s tiene una moralidad (...) el artista compone lo que su propia cultura alega (o rechaza) y lo que desde su propio cuerpo insiste: lo evitado, lo evocado, 1o repetido, o mejor dicho: prohibido, deseado: ste es el paradigma que, como si fueran dos piernas, hacen andar al artista, en la medida que produce. R. Barthes

Por el ojo del rabillo

Primariamente mirn y siempre en vsperas de retomar, de ser retornado a esa condicin, el sujeto encuentra en la oferta pornogrfica la respuesta a sa su demanda secreta el intersticio, la cerradura, que lo abre subrepticiamente al abismo en el cual el ojo tiende a precipitarse dando rienda suelta a su natural indiscrecin. La cultura es, en este sentido, y quiz en primer lugar, mandato de discrecin, cultivo del tacto en el ver y en el decir, adiestramiento esttico que pone coto al deseo del ojo de mirar a discrecin y sin miramientos indiscriminadamente. Porque, claro, en tanto mandamiento, ley, ordenacin, la cultura discrimina, se erige como tal, justo en esa operacin de marcaje que acota y separa las zonas de lo permitido y lo prohibido, de lo pertinente y lo impertinente. Tal operacin discriminadora acta, ante todo, sobre los cuerpos soporte nico, por lo dems, de toda accin, produciendo su territorializacin, urbanizando, diramos, sus zonas de trfico y de intercambio; significando lo alto y lo bajo de su topologa con arreglo a la lnea ecuatorial de la cintura. La separacin entre lo pblico y lo privado es, en efecto, estructuralmente concomitante a la distincin que separa las actividades de la cintura para arriba, como las de la boca y la mirada (el Norte industrioso del cuerpo), de las de abajo, como las del ano y los genitales (el Sur srdido y venido a menos). El pudor, el asco, la vergenza, son fruto del archivo, del aprendizaje cruento la letra, y el Padre, con sangre entran de esta gramtica distributiva que reglamenta la geografa pblica y privada del cuerpo y su economa.

Sin embargo, sabemos, la instauracin de la ley, a la vez que crea un espacio de interdiccin la ereccin del muro abre su intra y su extramuros, crea tambin el deseo, el deseo de transgredir la prohibicin. De ah que la mirada, en contra de toda discrecin y justamente incitada por sta, en secreto est seducida por la fascinacin de su propio rabillo siempre dispuesta a echar una ojeada all donde una ventana indiscreta o un resquicio, franca o disimuladamente tolerado en el espacio social, le muestran, del cuerpo, sus vergenzas. De ah que lo pblico erija sus prestigios sobre una bien construida ceremonia social, cuyo cdigo protocolar y su polica tienen por funcin impedir que lo privado se cuele de debajo de la mesa, se suba en ella y deje su mancha impertinente en el blanco mantel. Slo el cuerpo controlado, siempre listo para la foto, tiene lugar en la escena del intercambio pblico. El idiota debe permanecer oculto ante las vis(i)tas, en el dormitorio, en el cuarto de bao, ojal bajo llave. Empero, las vis(i)tas no pueden evitar el deseo culpable de observar al idiota de la familia, Y deslizarse a la primera oportunidad por los pasillos de la casa ajena y verlo, ya no entonces bien peinado y fingido bajo los afeites que lo hacen tolerable, sino que observarlo, de reojo claro, y no ms de lo que dura un vistazo, despojado de su investidura y entregado, en la soledad sin centro de su recinto de reclusin, a la desgracia.

A la desgracia, decimos, puesto que zanjada la divisin entre lo pblico y lo privado, la separacin entre el arriba y el abajo de la cintura y constituido as el espacio cultural el cuerpo, si privado de su ropaje de gestos que le dan carta de ciudadana en ese territorio discreto, est condenado a la anomala, restado en sus mrgenes. Desgraciado es todo cuerpo en tanto expuesto para siempre a quedar fuera de control: por el accidente, por la enfermedad, por el deseo ilimitado y las necesidades de su bajo vientre. Se puede decir que lo obsceno es eso: la exhibicin del cuerpo afsico, reducido a un grado cero de cultura. Prostituido, si le creemos al lenguaje. Esto es: "expuesto pblicamente a todo gnero de torpeza y sensualidad". Lo pornogrfico (la palabra lo ensea) no es otra cosa que el carcter obsceno, prostibular, de una escritura, icnica o verbal: la deliberada y pblica exhibicin de aquello que, segn la administracin discreta del cuerpo, debe permanecer privado, falto de comentario, apartado de la vista, cubierto. Con su oferta, decamos al comenzar, lo pornogrfico responde al deseo deseo culpable, ciertamente, ya que internalizada la ley que lo prohibe del sujeto primariamente mirn, y hace sistema con l: ... promiscuidad total de la mirada con lo que se ve escribe Baudrillard en el texto citado. Prostitucin" Complicidad, pues, entre el ojo inculto, indiscreto y eso que, segn el pautado territorio cultural, debe permanecer invisible pblicamente: el cuerpo expuesto en su pura superficie carnal, entregado a su gasto y desgaste indiscriminado ms all o ms ac de toda economa, social y esttica.

Se podra decir que la pornografa es descendiente directa de los graffiti obscenos, en los que el privado cuerpo contamina con su . inscripcin las paredes del bao pblico, transformando a stas en peculiar soporte de exposicin del primitivo deseo, pblicamente reprimido. Lugar privilegiado ste, el del retrete, puesto que en l el sujeto ingresa

unicamente cuando sus ganas de liberarse orgni . camente son incontenibles. Zona, pues, de desahogo en la cual el

cuerpo segrega, con tanto ms placer cuanto ms largamente reprimidos, sus deshechos secretos. Sensu stricto, el retrete o excusado es la secretaria del cuerpo: lugar de sus despachos. En l, el cuerpo secreta impunemente, sin castigo, no slo sus lquidos y materias, si . no que tambin las grafas y los signos irregulares que dan testimonio de su deseo clandestinizado. En tanto parntesis de los recorridos regulares, reglados, del cuerpo y espacio de impunidad que lo excusa de sus despachos secretos, el excusado pblico est llamado a convertirse en lugar de conductas y trficos irregulares. Sus muros son enrarecidos, as, por una escritura en La que se sobreponen, yuxtaponindose o mezclndose, sin orden, unas con otras, las marcas en las que el cuerpo ha dejado sus recados, en busca de annima correspondencia. Correspondencia del ojo al menos, el cual, excusado, es retornado a su primaria condicin de mirn y puede entregarse, Sin culpa a la lectura franca y distrada de esas seales. Tal escritura prostibular, en tanto no se organiza desde ningn centro, impide la visin global el golpe de vistaabsoluto y omnisapiente y exi . ge, ms bien, una mirada que la recorra, desde cualquier punto, desordenadamente. ' La mirada encuentra, pues, en estas superficies tolerantes, que aceptan tal

escritura proxeneta exenta de centro, su zona franca. En este sentido, el espacio del museo y la galera, en tanto espacio de exhibicin de cuerpos sustitutivos en el cual el sujeto pasea la mirada sin urgencia y vigilancia en busca de diseminada complacencia, puede recordar, de algn modo, el susodicho espacio w del bao pblico. Esta analoga lejana se torna verosmil sobre todo cuando lo puesto en exhibicin en la galera es justo el cuerpo discreto de La pintura al servicio de a pintura indiscreta del cuerpo. Es el caso, notoriamente, de la obra de Juan Dvila.Dvila irrita la tela, la enferma, revocando esto es:dejando sin efecto el blanco revoque profilctico de su superficie. Quizs siel modelo el "espritu ", diramos mejor . or que conduce su prctica es sa que deja su huella, annima i, balbuciente, en los margenes de la superficie urbanizada de la ciudad y cuya versi . n ms concentrada se encuentra en los muros del bao pblico. Las telas de Dvila, no permiten ver a travs pese al poder referencial de sus imgenes sino que, ante todo, quieren ser, como las paredes del retrete pblico, superficies a llenar con el testimonio descentrado de un cuerpo diferido y clandestin izado. A su modo, Dvila nos . instala en la galera como frente al muro del bao pblico y, as, nos retorna a nuestra primaria condicin de mirones. El espacio de La pintura a 1 evi . ene espacio prostibulario esto es: espacio de exposicin y de intercambio de cuerpos que comercian su desnudez, su carne a la vista, sa su obscena mercadera. Es ms: la prctica de Dvila, en tanto consiste en la deliberada y explcita apropiacin del cuerpo de la pintura moderna, por medio de la cita hbrida de sus recortes, pone al descubierto la naturaleza prostibular que, de hecho, aunque disimuladamente, posee la .institucin del arte y su espacio mercantilizado. Pintura mestiza la de Dvila, Como por lo dems lo es toda pintura. Slo que en Dvila no es, como regularmente ocurre, disimulada la impureza, borrado se su carcter bastardo. Todo lo contrar io: el qu de la pintura de Dvila no es otra cosa que el deseo de explicitar el sistema de relaciones que en ella anudan, no es otra cosa que el deseo de pintar el marco mismo de su accin de pintar. Ventriloqua pictrica, entonces, la de Dvila: su lenguaje, hecho de prstamos y usurpaciones, produce una visualidad ventral, una visualidad que expone sin disimulo, sin secreto esto es: Pornogrficamente, los bajos de una carnalidad invertida y expuesta sin remedio al descampado de su propia disolucin: la inercia mortal que la constituye. La operacin fundamental de Dvila consiste en, promiscuando el cuerpo de la pintura con la pintura del cuerpo, exhibir la pintada promiscuidad. Dicha operacin hace desaparecer la frontera que separa y mantiene incomunicadas las zonas altas y bajas del cuerpo; diramos: desata el cinto que cie, desde la cintura, las (in)vestiduras del urbanizado cuerpo cultural. Dvila revoca, decamos, el revoque del so orte pictrico. Podemos entender. revoca ' lve a llamar, hace retornar lo que ha quedado oculto bajo ese recubrimiento, ese estuco cosmtico: el cuerpo desechado de la cultura y excluido a los mrgenes de la ciudad.

La catstrofe

En tanto espacio discreto que da lugar a lo que tiene lugar (lo pertinente) y excluye, aparta, lo otro (10 impertinente), la cultura es indiscernible del discrimen, que significa: riesgo, peligro inmediato. La inercia r anica y pulsional de la carne, sometida bajo man ato de discrecin y recluida en la zona ciega y fantasmtica del cuerpo social, amenaza siempre con retomar, desde esa reserva amnsica en que se la puso entre parntesis, perturbando con su desborde la precaria estabilidad del orden famihar, poblndolo de fantasmas inquietantes. La cultura y el cuerpo social viven balo esa irreductible amenaza y no hacen otra cosa que ponerse a resguardo de ella, desu expectativa aterradora, reforzando los mecanismos de control que neutralicen, todo lo posible, la presin del siempre inminente desborde de eso que, del cuerpo, ha sido apartado como lo otro y nombrado segn la lgica anuladora del prefijo negativo el signo de la represin, segn dice Freud. El primero y el ltimo de estos mecanismos de preservacin, de autoconservacin, es la pena de extraamiento que difiere y enajena las intrinsecas tendencias del cuerpo a una exterioridad, lejos, lo ms lejos que se pueda, del centro pretendidamente idntico a s mismo e inmune a toda contaminacin. De ah el horror a la mezcla y el desprecio a lo mestizo. De ah la prohibicin que recae sobre toda accin que desconozca la frontera entre cuerpos heterogneos, tornando indistintas cosas que deban permanecer distinguibles y opuestas; enturbiando, pues, lo que deba quedar impoluto y transparente. Es as que, ms tarde o ms temprano, la hibris del hombre ese arrebato desmesurado que, haciendo tabla rasa de la relacin del ms y el menos que acota e universo de las relaciones, deja fuera de s y pone al descubierto la naturaleza disimuladora del cuerpo cultural deber pagar el deLto de haber transgredido los lmites filados por la justicia del Padre eterno, siempre punitivo.

Sin embargo, hay conjuro y pauta all donde impera el miedo ante la amenaza de un peligro imposible de reducir: miedo a que la realidad no sea ella misma, de que lo uno sea otro, se altere, no conserve su centro Y su identidad esencial de que lo que es no se deje juzgar ya segun criterio de verdad. Mas, sabemos, el miedo, es la manifestacn oblicua de un deseo censurado. Entonces, al propio tiempo que miedo, deseo, secreto deseo de que lo Otro irrumpa, altere con su violencia desordenadora el cuerpo reglamentado de la cultura. Expectativa aterradora, pero tambin promesa, promesa de novedad que compromete al mundo en trminos de fisura, crisis, destruccin. Deseo culpable de la mano que quiere violentar la letra aprendida, infringiendo con su trazo el rgimen opresivo de los renglones de una agnica e irredimible metafsica de la belleza y de la pureza. Deseo culpable de la mirada que quiere violar la regla de la discrecin y mirar, s, mirar lo intolerable: el bulto del sexo, la pose infame, el cuerpo fuera de control por el accidente.

imposible de reducir: miedo a que la realidad no sea ella misma, de que lo uno sea otro, se altere, no conserve su centro y su identidad esencial de que lo que es no se deje juzgar va segn criterio de verdad. Mas, sabemos, el miedo, es la manifestacin oblicua de un deseo censurado. Entonces, al propio tiempo que miedo, deseo, secreto deseo de que lo Otro irrumpa, altere con su violencia desordenadora el cuerpo reglamentado de la cultura. Expectativa aterradora, pero tambin promesa, promesa de novedad que compromete al mundo en trminos de fisura, crisis, destruccin'. Deseo culpable de la mano que quiere violentar la letra aprendida, infringiendo con su trazo el rgimen opresivo de los renglones de una agnica e irredimible metafsica de la belleza Y de la pureza. Deseo culpable de la mirada que quiere violar la regla de la discrecin y mirar, s, mirar lo intolerable: el bulto del sexo, la pose infame, el cuerpo fuera de control por el accidente. Deseo, en fin, de ceder, el cuerpo puerco, a sa su innata tendencia a la disolucin y entregarse a la inercia mortal que lo recorre de cabo a rabo. Digamos: lo que se quera apartar regresa. En verdad no ha dejado nunca el lugar que ocupaba: la pulsin de vida es inseparable de la pulsin de muerte.

Los bajos incultos del cuerpo, convertidos por la accin discriminadora en fantasma, trastornan con su realidad intrnsecamente retornante fanrasma es lo que siempre retorna, el cuerpo ordenado, territorializado, de la cultura y lo amenazan con la catstrofe. El griego, Katastrophe, nombra la torsin, el cambio de orientacin de arriba a aba)o, Y, en sentdo fgurado, puede significar el morir. Viene de Katastrepho: retornar. Retorno entonces de aquello que enturbia con su manifestacin purulenta el blanco mantel de la cultura y que toma a ste en sudario, santo sudario del cuerpo sacrificado.Re;uelta entonces de los asilados chivos expiatorios de la cultura, que terminan inevitablemente por rebelarse a su destino de humillacin. Retorno, generante de angustia, pero tambin de fascinacin;Revenimiento, en fin, de las paredes de la ciudad que escupen su humedad y ceden a la presin de lo postergado en sus mrgenes, de lo recluido en el intervalo lacunar de sus parntesis.

Dvila enferma a lapintura, decamos, irrita la tela, la contamina con algo que viene de otro lugar, de all ab . . de los bajos del cuerpo; que es exte laismo en tanto nor y extranjero (como Dvi m" 3emigrante y meteco) al espacio iluminado y asptico de la galera. Mediante el cuerpo cultural de la pintura sometido a la discraca pictrica de DviU,se exhibe lo Otro, lo salvaje, expresado aqu 1 en un cuerpo inculto que pone en crisis la frgil condicin heterosexualy cuya identidad (ambivalente y difusa) consiste precisamente en su propi . a negac7 . n, ensu i . nversi . n, en su alteridad. Este pintado cuerpo desgraciado, pinrado en su falta esto es: en su carencia y en su delito, en su desearse orro que s mismo, enturbia todas las ci . tas, las mezcla, acta por contag . o. El efec~o de obscenidad de la pintura de Dvila emana de la accin exhibitma que pone de manifiesto aquello que deba permanecer en el punto ci . ego de rabillo de la mirada y cu ' yo desborde expone a sta a la angustia. "Elfulgo, de la obscenidad, como el del crimen escribe Baraille es lgubre". Se dice que es lgubre la manifestacin visible de la muerte (por ejemplo, los signos exteriores del duelo), como tambin el sentimiento que provoca su fnebre acontecimiento. Lgubre, esto es: siniestro, ominoso. Para dilucidar la experiencia que estas palabras nombran Freud remite a la conversin en angustia de todo impulso emocional sometido a represin y concluye que la susodicha experiencia sera una forma de angustia producida por el retorno del contenido reprimido. ...lo siniestro _escri . be, una vez descritos los nombres HeimUch / Unhezmlich y su enigmtica homologa semntica no sena realmente nada nuevo, sino ms bien algo que siempre fue familiar a. la vida psquica y que slo se torn extrao mediante el proceso de su represin. Y este vnculo con La represin nos ilumina ahora la definicin le Schelling, segn la cual lo siniestro sera algo que, debiendo haber quedado oculto, se ha manifestado "~ Es as que lo Otronosera realmente nada nuevo", sino elprpio deseo, elprimirivo deseo, que fue abandonado bajo amenaza de muerte a los mrgenes de una exterioridad maldita Y as convertido en fantasma. Es el corte, la castraO'n, la ce(n)sura puni . ti . va lo que instaura Puel, el orden interior de lo Mismo, abriendo, pso.fac,o, la exterioridad de su ms all, eloscuropramo que de extramuros hace sentir su presin obtusa y salvaJe. Y esa exterioridad, entonces, no es sino el conUro que debe alejar todo aquello que amenaza Contami nar la pretendida pureza delpautado paraso social. Pues bien, la exhibicin obscena del cuerpo despierta con su fulgorfascinante el intolerable sentirniento de angustia, porque hace retornar todo aquello cuya manifestacin amenaza con el castigo y la destruccin con la muerte. Esto es lo retornado compulsivamente por las imgenes de Dvila: el retorno mismo la catstrofe, si escuchamos este nombre en su voz original. En medio del espacio profilctico de la cultura, La obra de Dvila, decimos pues, hace irrumpir la catstrofe: el cuerpo sometido a su disolucin, su trastorno, su desvo, su accidente radical. Infectando el aqu mismo del i . nterior de la galera con representaciones que vienen de allende, de extramuros, Dvila encuentra en el signficante S.I.D.A. la versin ejemplar de su operacin. S. I.D.A. es hoy el signo de la catstrofe: el retorno trastornante de aquello que anida como su revs, en el centro mismo del cuerpo, en esa oscura region, u topos, sin lugar, en la que aparecen los lmites de la cultura y en la cual sta misma debe i . r a buscar su verdad. SIDA, es pintado por Dvila segn el modelo iconogrfico del amor (LOVE), producido por R. Indiana, en 1960. As representado, resulta ser la otra cara, la invertida, la de 1988, de la utopa del amor: la representacin del amor z . nvertido; literalmente: del amor hasta la muerte, de la muerte por aMor . Y puesto quede amor se trata, diremos que por amor se pi . nra. A un cuerpo: el cuerpo de la pintura. Ya no, claro, en el caso de Dvila, al cuerpo glorioso de la pintura, aparentemente i . ncontaminado, sino al cuerpo prostibulario, violado por el deseo de muerte: el exhibido deseo que consti . tuye su modernidad. Dvila violentamente invade ~como ya lo hace, por lo dems, buena parte de la pintura moderna la territorialdad del arte, desvelando, arrancando el velo al profeta mentiroso y dejando al descubierto su lepra pienso en un relato de Borges incluido en su Histona universal de la infami. La pintura de Juan Dvila es el desgarro salvaje de ese velo del tintorero leproso y su ciega decapitacin. En Las lgrimas de Eros, libro en el que la obra de Juan Dvila esta presente en ausencia, Bataille escribe: "Lo prohibido da a la accin prohibida un sentido del que antes careca. Lo prohibido incita a la transgresin, sin la cual la accin carecera de su atraccin seductora.... Lo que seduce es la transgresin de lo prohibido Tusquets, Barcelona. 1981, p.80

Todo lo que se impone por su presencia objetiva es decir abyecta todo lo que ya no posee el secreto ni la ligereza de la ausencia. todo lo que, como el cuerpo en putrefaccin, est entregado a la nica operacin material de su descomposicin, todo lo que, sir ilusin posible, est entregado a la nica operacin de lo real, todo lo q ue sin mscara, sin maquillaje y sin rostro, est enregado a la operacin pura del sexo o de la muerte, todo esto puede se denominado obsceno y pornogrfico. J. Baudrillard Las estrategias Anagrama, Barcelona, 1984. p. 59.

3en la obra del artista, es su cuerpo lo que se compra un bio en el que se reconoce con facilidad el contrato de la prostitucin R. Barthes, Lo obvio y lo obtuso. Imgenes, gestos, voces. E.Barcelona, 1986, p. 174. .:Teno de donde procede nuestro

(Proxeneta de la pintura, te llam la Nelly, y yo digo que s, que claro, que cm podra ser tu nombre). Ver: Nelly Richard, LA cita amorosa De los textos sobre la pintura de J. Dvila, el ms notable, sin duda

sSabido es que el arte moderno puede ser definido por esta vocacin subversiva que vive de la fascinacin por todo aquello sobre cuya borradura se erige el cuerpo de la cultura. El precio de esa pasin por lo Otro, por la conquista de un territorio desconocido y, oial, innombrable, por el desgarro de velos y la violacin, es la amenaza de muerte, la querida autodestruccin. "El arte a algo que debe destrturW11 es, declara Barthes, unaproposicin que es comun a muchas ~encias de la Modernidad". Segn escribe Habermas, en U Mo"uW> on pm)&cto incompleto "la conciencia esttica represexita continuamente un drama dialctico entre el secreto y el escndalo pbl.ico, le fascina el horror que acompafta al acto de profanar y no obstante, siempre huye de los resultados triviales de la profanacin.I. 'Sabido es que el arte moderno puede ser definido por esta vocacin subversiva que vive de la fascinacin por todo aquello sobre cuya borradura se erige el cuerpo de la cultura. El precio de esa pasin por lo Otro, por la conquista de un territorio desconocido y, ojal, innombrable, por el desgwTo de velos y la violacin, es la amenaza de rnuerte, la querida autodestruccin. "El arte es algo que debe destruirse" es, declara Barthes, unaproposicin que es comn a muchas erperiencias de la Modernidad. Segn escribe Habermas, en Ld Modernidad, un proyeczo incompletolaconciencia estrca reprw=ta continuamente un drama dialectico rnwc el secreto y el escndalo pblico, le fascina el liorror que acompaa al acto de Profanar y no obstante, siempre huye de los resultados tr~alw de la Profariacin

'S. Freud, Lo Sinwsrro, Obra Completas. T. III, Biblioteca Nueva ~d, 1973, p. 2498. Haber sido reenviado a este c=o, lo debo a la .. cc>n(di)er=cia en forma de sonata" Unhcvnlicbkezz elecuzada por justo MeLado, a propsito de Banco / Marco de prueba5 de G. Daz, en el Instituto cHenofrancs de CuIrura.

... separar la exaltacin de la vida y el miedo a la muerte es banal; la utopa, cuyo lenguaje puede ser el arte, pero a la que se resiste toda neurosis humana, es producir un solo efecto: Ni Eros, ni llanatos, sino la VidaMuerte, en un solo pensamiento. un solo gesto" R. Barthes, Op. cit., p. 169.