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Page 1: De La Naturaleza Inorganica Al Hombre - A. M. Korshunov

A. M. Korshunov

CONOCIMIENTO Y ACCIÓN

Ediciones Pueblos unidos Montevideo Año 1972

Capitulo 1 parte 2 Páginas 33 a 54

2. DE LA NATURALEZA INORGANICA AL HOMBRE La conciencia, por sorprendentes que sean los rasgos que posee, no es un don sobrenatural, sino una propiedad natural del desarrollo del mundo de la materia. Ya en el fundamento de esta última, en la naturaleza inorgánica, como indicó Lenin, existe una propiedad afín a la conciencia, la propiedad del reflejo. Muchas de las dificultades que existían para comprender la psique arrancaban de la dificultad de explicar cómo de la materia insensible surge la materia sensible. Con tales dificultades han especulado reiteradamente los idealistas, quienes afirmaban que no siendo posible comprender cómo surge la conciencia por el desarrollo de la naturaleza, ha de considerarse que no es una propiedad de esta última. Como es lógico, los materialistas desde hace mucho tiempo han intentado comprender el nexo de la conciencia con la materia inanimada. Y a menudo caían en otra posición extrema declarando que toda la materia, no sólo la viva, sino también la que carece de vida, es animada. Diderot, por ejemplo, consideraba que "de la molécula al hombre se extiende una cadena de seres que pasan del estado de aletargamiento vivo al estado del máximo florecimiento de la razón". En el diálogo Conversación entre D' Alembert y Diderot, a la pregunta: "Si la sensibilidad que usted atribuye a la materia es una propiedad general y esencial de la misma, ¿hay que suponer que también la piedra siente?", Diderot responde: “¿Por qué no?”. Este punto de vista se ha denominado hilozoísmo. Aunque el hilozoísmo señala acertadamente el nexo de la conciencia, de las sensaciones, con la materia, el atribuir esa propiedad a toda la naturaleza, incluida la inorgánica, no está justificado. La sensibilidad, las sensaciones y la conciencia resultaron posibles en un estadio de desarrollo más elevado que el de la naturaleza inorgánica. Prehistoria de la conciencia Si con un cuerpo de gran consistencia actuamos sobre otro, por ejemplo con una llave sobre cera, en la superficie de esta última se produce una huella que recuerda la forma del objeto incidente. Eso es una manifestación del reflejo. El reflejo existe dondequiera que nos encontremos con huellas. En la naturaleza inanimada es el resultado de la interacción de objetos. Huellas de objetos pueden encontrarse en la superficie del suelo, en las capas geológicas de la tierra, etc. El reflejo es la formación de una huella que surge por interacción de cuerpos y fenómenos, y que constituye una reproducción de ciertas particularidades de los cuerpos actuantes. El reflejo es una propiedad universal de la materia. Todos los fenómenos están vinculados entre sí por nexos causales, ningún

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cambio se produce por sí mismo. Por esta razón los cambios corresponderán siempre a las propiedades de los objetos que los engendren, que los originen. Esto significa que en los cambios, por regla general, se reproducen las particularidades de los objetos que actúan. Sin embargo, el reflejo en la materia inanimada no es más que una premisa de la aparición de la conciencia. Para comprender el nexo real de la conciencia con el mundo exterior es necesario investigar el desarrollo de la propiedad del reflejo. Constituye una forma elemental del reflejo biológico la excitabilidad. La excitabilidad se da ya en las plantas es lo que hace posible su actividad. Recordemos las manifestaciones de actividad bajo el aspecto de movimientos en las plantas. El movimiento del girasol, que se va volviendo hacia donde el sol camina, y los movimientos del atrapamoscas, que aprisionan a los insectos que se ponen en la flor. Ni el procedimiento de actividad vital ni el reflejo se distinguen aquí por ser de gran complejidad. La planta reacciona activamente tan sólo respecto a los factores del medio que tienen un significado biológico directo (tales propiedades han recibido la denominación de bióticas}, Por otra parte, no busca a estos factores si no actúan éstos sobre el organismo y permanece totalmente indiferente, neutral, respecto a las propiedades del medio que no tienen un significado biológico directo (factores abióticos. Por primitiva que sea, la actividad de las plantas resulta suficiente para ellas. Las plantas existen en un medio que, por regla general, contiene todo lo necesario para su vida. Con la aparición de los animales se presenta la actividad de comportamiento en el transcurso de la cual el ser vivo se procura lo que necesita para vivir. El cambio que con ello se produce en el reflejo puede verse por el ejemplo que a continuación exponemos: En un tubo de agua se colocan organismos animales unicelulares de los más simples. Un extremo del tubo se calienta y el otro se deja frío. Los organismos unicelulares, que se comportan positivamente respecto al calor, se concentran rápidamente en la parte caliente del tubo. Ahora combinaremos el calentamiento de uno de los extremos del tubo con su iluminación. Antes la luz era neutral para los organismos, no provocaba en ellos reacción alguna. Ahora bien, si iluminamos varias veces seguidas la parte caliente del tubo la luz adquiere para los organismos unicelulares un significado positivo. Después de este experimento, basta iluminar un extremo del tubo, uniformemente calentado, para que los organismos se reúnan en el extremo iluminado. Un estímulo en un principio indiferente se convierte en señal que aporta información sobre un factor, bióticamente importante, del medio. El valor de la señalización en el enlace del organismo con el mundo exterior es extraordinario. Y eso es lo que constituye la actividad de búsqueda y orientación en respuesta a los estímulos señalizadores. La forma descrita de conducta, aunque diferencia de las plantas al animal más simple, todavía es primitiva. Consiste en aproximarse a unos estímulos y apartarse de otros. En un nivel más elevado del desarrollo, la conducta se complica. El animal, al percibir una señal relativamente simple, lleva a cabo una serie de actos complejos y diferenciados que recuerdan a los adecuados a un fin. Esto es la conducta instintiva. Al observarla, resulta difícil librarse de la impresión de que todas las acciones del animal son conscientes. El instinto es una conducta hereditaria compleja, igual en todos los representantes de la especie dada. Los ejemplos de instintos son en extremo diversos. Así el mosquito, a su hora, pone los huevos en la superficie del agua y no en un lugar seco, lo que conduciría a su pérdida. Algunas avispas, al depositar los huevos en el

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cuerpo de una oruga, realizan actos no menos sorprendentes. Para que el cuerpo de la oruga se conserve largo tiempo y para que las larvas, al salir del cascarón, tengan disponible alimento preparado, la avispa pica a la oruga en los ganglios motores con lo que le priva de la facultad de desplazarse. Esta forma hereditaria de conducta de los animales ya se halla vinculada a la aparición de una psique simplísima, de unas sensaciones elementales gracias a las que el animal puede percibir algunas propiedades de los objetos. Para el mosquito constituye una señal el brillo del agua. La rana reacciona ante el movimiento de un insecto. Pero sería un error inferir la conclusión de que los insectos poseen conciencia. El instinto es adecuado entre límites sumamente estrechos. Al cambiar las condiciones, la actividad del animal pierde el carácter adecuado. El mosquito depositará los huevos si se sustituye la superficie del agua por un espejo. Las abejas preparan hábilmente celdillas perfectas por su forma y por su solidez. Pero si cortamos el fondo de la celdilla la abeja no prestará a ello ninguna atención y seguirá vertiendo en la celdilla miel. Constituye una especie nueva y más elevada la conducta individualmente-cambiable que permite adaptarse a las condiciones cambiantes. Esta conducta tiene su asiento en la experiencia adquirida por los animales. La diferencia entre la conducta individualmente-cambiable y la innata, instintiva, puede ilustrarse como sigue: Si colocamos un trozo de carne en la boca de un perro, el animal empezará a segregar saliva en abundancia. Esta es una reacción innata, incondicionalmente-refleja Sin embargo, también puede provocar la segregación de saliva la acción de un estímulo en forma de señal que no tenga por sí mismo características alimenticias, por ejemplo un sonido, el fulgor de una lámpara, etc., si la acción de esos estímulos precede permanentemente al acto de dar la comida al animal. Al captar el nexo reiterado entre el estímulo neutral y la comida, el animal elabora una nueva forma de actividad que se lleva a cabo sobre la base de la experiencia adquirida. Esta es la conducta condicionalmente refleja o individualmente-cambiable que se elabora en el proceso de la vida individual. El cambio del tipo de conducta conduce al desarrollo de formas más elevadas de reflejo. Aparecen en los animales percepciones mediante las cuales no se reflejan propiedades aisladas sino su conjunto, la integridad de los objetos -su forma, su magnitud. Muchos son los hechos que indican la directa relación de dependencia en que se halla el desarrollo del reflejo respecto al tipo de conducta. Una abeja, por ejemplo, diferencia mejor las formas semejantes a una flor que refleja figuras geométricas abstractas. Se comprende que sea así, las formas de la flor son estímulos de señalización que sirven a la abeja para orientarse. El mono percibe de manera más adecuada los colores brillantes y las formas redondas. Y ello también está condicionado por el hecho de que en las condiciones naturales dichas propiedades son inherentes a los frutos que los monos se procuran. La forma superior del reflejo al nivel animar es la percepción de relaciones relativamente complejas entre los objetos del mundo exterior, la cual significa que aparece en los animales la forma más simple del pensamiento. Ese tipo de reflejo va ligado a un ulterior desarrollo de la conducta de los animales. El carácter intelectual del reflejo aparece en la actividad de los monos antropoideos. Ante un mono encerrado en una jaula se pone un cebo que el animal no puede alcanzar con la mano. Al principio el mono procura alcanzarlo con la mano, pero como no lo logra se detiene. Se inicia la siguiente etapa. El mono pone la mirada en un palo que se encuentra en la jaula, lo toma

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y con él se aproxima el cebo. En otras series de experimentos la conducta del mono todavía era más compleja. Para alcanzar una fruta tenía que empalmar entre sí distintos palos. En este caso las acciones complejas se orientan directamente al reflejo de una situación compleja. El mono no habría podido ejecutar todos los actos con el palo si sólo hubiera captado propiedades o incluso objetos aislados, necesitaba fijar las relaciones de las cosas, hallar la conexión entre su conducta, los palos y la fruta que servía de cebo situada fuera de la jaula. El intelecto de los animales altamente organizados es un antecesor directo del pensamiento humano, pero ello no excluye que entre uno y otro existan diferencias radicales El hombre y el mono Vamos a describir un experimento realizado con monos. Se colocaba ante los monos una hilera de tarritos. En uno de ellos se ponía el cebo. El animal veía que el cebo se introducía en el primer tarrito y se dirigía hacia él. Pero en el experimento el cebo se colocaba cada vez, imperceptiblemente, en el siguiente tarrito. Para hallar el cebo, el mono tenía que dirigirse no al tarrito en que a su vista se había colocado el cebo, sino al siguiente. Cada vez, después de aproximarse al primero y no descubrir en él el cebo, el mono se dirigía al siguiente, donde encontraba una naranja o una banana. Cuando, la vez siguiente, el cebo se ponía en el tercer tarrito, el mono volvía a dirigirse al precedente. A pesar de haber repetido numerosas veces el experimento no se logró obtener del animal una reacción inmediata al siguiente tarrito, aún no experimentado. La conducta se orientaba cada vez por el estímulo anteriormente reforzado. Este experimento es una prueba evidente de que en los animales falta una forma de actividad intelectual tan compleja como es la previsión, facultad importantísima del hombre, de su conciencia. Sólo puede comprenderse cómo se ha formado la previsión si se tienen en cuenta las particularidades de la actividad práctica del hombre, de su trabajo. A diferencia de los animales que encuentran preparado todo cuanto necesitan para su vida, el hombre produce. En el proceso del trabajo, el hombre influye sobre la sustancia de la naturaleza para darle el aspecto y la forma que permitan utilizar los objetos con el fin de satisfacer sus necesidades. Esto significa que la conducta del hombre va necesariamente precedida del establecimiento de un determinado fin, de una tarea, gracias a lo cual se hace adecuada. Ahora bien, ¿qué significa establecer un fin? Significa, evidentemente, señalar la imagen de la cosa que se ha de crear, del producto, y también un plan de acción. El hombre no sólo ha de conocer lo que le es dado directamente en la percepción sensorial, sino que además ha de prever el cambio del fenómeno o de la propia actividad en el curso de la producción, de la caza, etc. Marx escribió: “Una araña ejecuta operaciones que se asemejan a las manipulaciones del tejedor, y la construcción de los panales de las abejas podría avergonzar, por su perfección, a más de un maestro de obras. Pero, hay algo en que el peor maestro de obras aventaja, desde luego, a la mejor abeja, y es el hecho de que, antes de ejecutar la construcción, la proyecta en su cerebro. Al final del proceso de trabajo, brota un resultado que antes de comenzar el proceso existía ya en la mente del obrero; es decir, un resultado que tenía ya existencia ideal”. El trabajo y la previsión implican otro rasgo importante de la conciencia humana: conocer las leyes de las cosas y de los fenómenos. El mono también capta las relaciones

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de las cosas -de los palos, de la fruta, de la jaula, etc.-, pero sólo puede percibir la conexión externa de los fenómenos. La costumbre y el instinto se encuentran en la base de que el animal pueda en cierta medida enlazar los acontecimientos. La previsión, en cambio, requiere forzosamente el conocimiento de las causas. Cierto es que el hombre, al observar la sucesiva alternancia del día y de la noche, basándose en una experiencia superficial cada vez puede esperar la llegada del primero o de la segunda. Mas sin conocer las leyes del movimiento de los planetas es imposible prever un eclipse solar. Para semejante previsión, la mera costumbre resulta insuficiente. En el transcurso del quehacer práctico, el hombre no sólo adquiere conciencia del mundo exterior, sino, además, de sí mismo. En el proceso del trabajo se halla vinculado a otras personas por miles de hilos invisibles. Ni siquiera Robinson, que naufragó y arribó a una isla deshabitada, constituye una excepción. Pudo vivir y producir algo sólo porque poseía una experiencia y conocimientos adquiridos antes en la sociedad. El sujeto, inserto en la colectividad, adquiere conciencia de sí mismo y de su lugar en ella. Comprende cuáles son sus necesidades; cuál es su relación con las otras personas. La conciencia del hombre no es tan sólo un conocimiento del mundo exterior, sino, además, una comprensión del mundo interior del propio sujeto. La conciencia es conciencia de sí mismo. Fijémonos aún en otra diferencia importantísima de la conciencia del hombre respecto a la psique de los animales: en los motivos, en los estímulos de la conducta. Actúan como estímulos de la conducta de los animales las necesidades biológicas: alimenticias, sexuales y de defensa. Toda la conducta del animal tiene sentido en la medida en que de uno u otro modo tiende a satisfacer tales necesidades. Cierto, en algunos animales, sobre todo en los monos, puede observarse una desarrollada actividad de orientación e investigación. Si un mono no tiene nada que hacer empieza a palpar los objetos que le rodean. Diríase que se trata de un fenómeno no motivado por una necesidad biológica. Mas no es así: en las condiciones naturales tales actos facilitan el descubrimiento de rasgos biológicamente importantes para el organismo, tiene, por consiguiente, carácter de adaptación. Es evidente que también el hombre tiene necesidades biológicas. Para vivir ha de comer, beber, mantener la continuidad del género, etc. Pero en él las necesidades biológicas han perdido el carácter puramente animal. Así la comida que el hombre consume no sólo ha de poseer las calorías necesarias, sino que, además, ha de estar preparada y presentada de manera especial. Hay que hallarse demasiado hambriento para comer carne cruda. En la sociedad surgen también necesidades específicamente sociales que los animales no tienen y que para el hombre son de valor primordial. Señalando una de las particularidades de la motivación de la conducta en el hombre, Marx dijo que el animal "produce sólo bajo la presión de la necesidad física inmediata, mientras que el hombre produce incluso si se halla libre de la necesidad física y, en el verdadero sentido de la palabra, sólo produce cuando está libre de dicha necesidad ... " Por ejemplo, si el hombre estudia no lo hace bajo el influjo de un reflejo alimenticio, sino porque, con ello, le es posible adquirir conocimientos, dar satisfacción a su sed de saber, ocupar una determinada posición en la sociedad, etc. El goce estético surge en el hombre con independencia de consideraciones utilitarias acerca del objeto que lo

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produce. No es casual, por tanto, que el hombre cree cosas según las leyes objetivas de la belleza. El hombre refleja los objetos y fenómenos en relación con sus necesidades humanas, aplicándoles medidas humanas, apreciando los fenómenos que conoce desde el punto de vista del papel que éstos desempeñan en una u otra actividad. El físico, por ejemplo, al estudiar los procesos intraatómicos, procura descubrir las propiedades específicas de las partículas elementales, comprender su transformación recíproca. Al mismo tiempo busca la posibilidad de utilizar en la práctica las leyes por él descubiertas, los tipos de energía. El hombre entra en conocimiento de los objetos y fenómenos de la naturaleza teniendo necesariamente en cuenta el valor de los mismos para la sociedad humana. En unos casos pone de relieve, principalmente, el valor práctico y utilitario de los objetos y fenómenos; en otros, la estimación puede hallarse libre de consideraciones utilitarias puede ser moral o estética. La conciencia y el inconsciente La esfera de la conciencia no agota el contenido de toda la vida psíquica, junto a lo consciente ocupa un sensible lugar en las personas lo inconsciente. El hombre que empieza a andar después de una enfermedad larga y penosa controlará con mucha atención cada uno de sus movimientos. De este modo, teniendo conciencia de ellos, podrá aprender a caminar. Mas he aquí que el hábito está ya elaborado y los movimientos adquieren un carácter automático. El enfermo, ya restablecido, no piensa en cómo mover las piernas. Todo se ejecuta como por sí mismo, sin participación de la conciencia. El control de los movimientos corre a cargo de actos psíquicos inconscientes. Pero venden los ojos a ese hombre, tápenle los oídos y verán que en lugar de acciones seguras y precisas reaparecen los movimientos inciertos. El hombre ahora se mueve con cuidado, adelantando las manos, temeroso de chocar con los objetos. Todo ello es resultado de haber desconectado del control de la conducta procesos psíquicos inconscientes, en este caso percepciones. Se comprende que el inconsciente desempeña una importantísima función en la vida del hombre. Sin su papel regulador, nos veríamos limitados en nuestra práctica. Sólo tenemos conciencia de algunas acciones, las más complejas y esenciales, en cambio, el control de todas las demás operaciones auxiliares, transcurre inconscientemente. El inconsciente, regulando la conducta del hombre, le deja libre para que resuelva tareas de creación. Tampoco puede subestimarse el papel del inconsciente en el conocimiento de la realidad. A lo largo de su vida, el hombre recibe del mundo exterior una cantidad enorme de información, que conserva en la memoria. Muchos psicólogos contemporáneos consideran que el hombre no olvida nada de lo que ha entrado a formar parte de su memoria. Y si a veces no podemos reproducir en nuestra conciencia acontecimientos anteriormente vividos, se explica ello porque la nueva información "se superpone" a la vieja, la cubre. Ésta puede aparecer inesperadamente, con independencia de la voluntad del hombre. Se conoce por ejemplo el caso de una joven afectada de fiebre, que al delirar pronunciaba palabras desconocidas de sus allegados. Más tarde se aclaró que se trataba de frases latinas y del antiguo hebreo que se le habían grabado en la memoria cuando había trabajado de camarera en casa de un pastor.

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Muchas de las cosas sucedidas en la primera infancia y al parecer olvidadas por el hombre, afloran en la memoria en el estado hipnótico. Todo esto nos dice que el hecho de conservar en la memoria la información constituye un proceso inconsciente y a menudo no menos inconscientemente se extrae esa información de la memoria. Durante una conversación, el hombre busca libremente las palabras que necesita sin que por ello tenga conciencia del proceso selectivo. Habla con rapidez y sin dificultad. Y sólo en algunos casos la evocación se hace conscientemente, sobre todo cuando en el discurso se utiliza una palabra poco conocida, en este caso el hombre a menudo ha de darse cuenta del acto de hablar, ha de recordar conscientemente la palabra que necesita. Sin embargo, por grande que sea el significado del inconsciente, en la psique la función primordial corresponde a la conciencia. Los actos psíquicos puramente inconscientes no son en extremo numerosos en el hombre. Pertenecen a ellos, por ejemplo, algunos estados psíquicos que surgen como resultado de la actividad de los órganos internos de los sentidos. A menudo se manifiestan como emociones indescifradas que crean un fondo peculiar del estado de ánimo del hombre. En cambio el hombre tiene conciencia de la mayor parte de los fenómenos psíquicos. Los actos psíquicos que en un momento dado escapan a nuestra conciencia pueden aparecer en otro momento. Por ejemplo bajo el efecto de una fuerte emoción, el hombre puede obrar sin darse cuenta de lo que hace. Más, ya sosegado, podrá enjuiciar toda su anterior línea de conducta. El mismo tránsito de la información no consciente a la consciente se da en la memoria. Al recordar su pasado, las personas adquieren conciencia de viejos sentimientos y pensamientos. Es más: muchos actos psíquicos inconscientes pueden tener este carácter únicamente porque son producto de la conciencia. Si unos hábitos se vuelven automáticos es, precisamente, porque en un principio se han asimilado de manera consciente. En el inconsciente está como "superada"1 la propia conciencia. No todos los científicos comparten la idea de que el papel principal corresponde a la conciencia. Algunos estiman que la base de la psique es el inconsciente. Tal es, en particular, la opinión del conocido psiquiatra austríaco S. Freud, quien hizo mucho en el análisis del inconsciente, si bien sobre estimó el significado del mismo, lo que le condujo a conclusiones filosóficas equivocadas. Freud supuso que la psique del hombre se compone de tres partes: 1) la consciente, 2) la subconsciente o preconsciente, y 3) la inconsciente. Asignaba a esta última la función principal y consideraba que la conciencia desempeña un papel secundario, es "un juguete de lo ilógico, de lo inconsciente". Según Freud, los motivos capitales de la actividad del hombre son las necesidades sexuales, las inclinaciones de la libido. Está bien claro que las ideas de Freud son erróneas, no pueden explicar la conducta del hombre sano. El acto heroico del hombre que sacrifica su vida para salvar a otros, el amor a la tierra, el patriotismo y muchas otras cualidades de la persona humana no pueden hallarse de ningún modo condicionados por tendencias sexuales inconscientes; se hallan determinados, ante todo, por la conciencia, por el sentimiento del deber, por el amor a la patria, etc. En los últimos años varios científicos no soviéticos han intentado presentar nuevas demostraciones en pro del freudismo. Han utilizado para ello varios descubrimientos

1 "Superada" en el sentido hegeliano de "abolida y conservada" (N. del T)

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hechos en fisiología de la actividad nerviosa superior, en particular el haber establecido el significado colosal del filamento reticular. Se sabía ya que las emociones biológicas, por ejemplo las inclinaciones sexuales, surgen como resultado de la actividad de las secciones inferiores del cerebro humano, de su subcorteza, mientras que la corteza es la responsable de la formación de la conciencia. Sin embargo no había hechos que hablaran en favor del papel decisivo de la subcorteza en la regulación de la conducta. El descubrimiento del sistema reticular permitía, al parecer, inferir la conclusión de la primacía de la subcorteza y, con ello, del papel decisivo del inconsciente, de lo psíquico. A esta conclusión llegó un grupo de fisiólogos y psicólogos. Para confirmarla se remitían a varios hechos. La destrucción de sectores subcorticales del cerebro provocaba alteraciones de la psique más importantes que la alteración de las funciones de varios sectores de la corteza cerebral. Si se extirpaban sectores aislados de la corteza, las conexiones reflejo-condicionadas que ahí se producían no desaparecían: en estos casos, la formación de las conexiones se producía por vías subcorticales. Quisiérase o no, la tesis que afirmaba el papel decisivo de la subcorteza llevaba de hecho a separar la conciencia de la actividad del cerebro, pues se hace caso omiso del papel de la corteza cerebral en la realización de las funciones psíquicas. Precisamente va vinculado al desarrollo de esta capa el cambio fundamental del cerebro ocurrido en el transcurso de la evolución y de las ulteriores transformaciones bajo el influjo de causas sociales El descubrimiento de la formación reticular no socava en lo más mínimo la tesis de que en la formación de la psique el factor decisivo pertenece a la corteza. Las perturbaciones de la conciencia por alteración de las funciones de la subcorteza se explican sencillamente. Las secciones subcorticales del cerebro representan etapas intermedias que enlazan la corteza con el mundo exterior. Es natural, por tanto, que si se trastorna la actividad de dichos sectores subcorticales surjan serias perturbaciones en la conciencia, pues se encuentra desconectada la misma corteza cerebral. Los datos concernientes a las funciones de la subcorteza en esencia confirman el papel decisivo de las partes superiores del cerebro en la formación de la conciencia. Esta conclusión se ha visto confirmada por las investigaciones de muchos científicos no soviéticos y en particular de los fisiólogos soviéticos. La conciencia y el lenguaje La conciencia, facultad del hombre para reflejar y conocer el mundo circundante, sólo es posible gracias a su conexión con el lenguaje. El lenguaje es tan antiguo como la conciencia. Primero el trabajo, como indica Engels, y luego junto con él el lenguaje articulado constituyeron los dos estímulos fundamentales bajo cuyo influjo el cerebro del mono se transformó gradualmente en cerebro humano. Los animales se intercambian señales. El chimpancé puede pronunciar unos 32 sonidos. Conocido es el complejísimo sistema de señalización de los delfines. Sin embargo, el intercambio de señales en los animales no es idéntico al lenguaje humano. Para comprender la diferencia entre el habla humana y la señalización de los animales, aclararemos qué es el lenguaje. La particularidad del lenguaje consiste en servir, ante todo, para designar los objetos, con lo que constituye un medio importantísimo de comunicación. Los sonidos de las señales que emiten los animales no son palabras porque no designan objetos, cosas. Expresan sus emociones internas, sus estados, que surgen en determinada situaciones.

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El proceso de trabajo es posible gracias a que las señales que circulan entre los hombres empiezan a actuar no simplemente como expresión de emociones internas, sino como signos de cosas. Con la particularidad de que el hombre inicialmente designaba los fenómenos mediante sonidos y después empezó a recurrir a representaciones gráficas. Como vemos, la palabra pudo convertirse en medio de las relaciones humanas tan sólo en la medida en que estuvo relacionada de un modo u otro con el mundo exterior. Ahora bien, este nexo posee un carácter especial: el lenguaje no sólo denota objetos, sino que además expresa pensamientos. En el famoso libro de J. Swift Los viajes de Gulliver se ridiculiza a los doctos varones que creían que las palabras sólo sustituyen a los objetos sin expresar pensamientos. Los partidarios de estas concepciones decidieron prescindir de las palabras sustituyéndolas por objetos. Con este fin cada uno de ellos llevaba un saco; sacando y mostrando los objetos, esos sabihondos intentaban en vano explicarse. En realidad las palabras no sólo cumplen la función de sustituir a los objetos, sino, además, la de expresar determinados pensamientos. Refiriéndose a este aspecto del lenguaje, a su unidad con el pensamiento, Marx lo llamó realidad inmediata del pensar. Así como no hay lenguaje sin pensamiento, tampoco hay pensamiento sin lenguaje. Por supuesto, para pensar no es obligatorio hablar en voz alta; en este caso, la actividad lingüística transcurre interiormente, "para uno mismo". Así lo han confirmado los experimentos. En el proceso del pensar "para sí mismo", el aparato articulatorio funciona. A menudo uno tiene la ilusión de que la formación del pensamiento "para sí" precede a su formulación verbal. Al hombre puede parecerle que teniendo un pensamiento, sólo le resulta difícil expresarlo por medio de palabras. Mas el pensamiento no existe antes de adquirir forma verbal. No en vano se dice que la falta de claridad en las expresiones es una prueba de falta de claridad en el pensamiento, de confusión. Hay personas, por ejemplo los sordomudos, que no dominan el lenguaje fónico. Esto no significa, sin embargo, que carezcan de lenguaje. El lenguaje de los sordomudos es mímico. Conviene indicar que en todas las personas los gestos cumplen, en mayor o menor medida, una función de lenguaje. Los gestos son sobre todo importantes para expresar sentimientos, para precisar el sentido de las palabras. También representan un medio importantísimo para fijar y transmitir los pensamientos y las imágenes artísticas. El lenguaje constituye la magna adquisición de la humanidad. Sin su ayuda el hombre no habría podido hacerse hombre. Al lenguaje se deben las conquistas de la civilización. Con el lenguaje los hombres se comunican. El lenguaje es un poderoso medio de conocimiento. El lenguaje es la materia del pensamiento.