de cuentistas poetas y locos (de autores colectivos)

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«Autores Colectivos»

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De Cuentistas Poetas Y Locos

«Autores Colectivos»

Page 5: De Cuentistas Poetas y Locos (de Autores Colectivos)

Este libro es de difusión libre y gratuita en formato digital. En caso de impresión deberá ser

sin fines lucrativos, quedando claro que deberá respetarse la propiedad intelectual de cada

autor.

©2013 por Autores Colectivos Todos los derechos reservados. ©Segunda Edición Agosto de 2013. Imagen de portada: Juan Marzocca.

« Correcciones ortográficas, formato y edición a cargo de Autores Colectivos. Con los pertinentes

errores corregidos de la primera edición que no respetaba correspondientemente los derechos de

autoría de algunos Autores.».

Page 6: De Cuentistas Poetas y Locos (de Autores Colectivos)

Aquí no hay extraños, solamente amigos con quienes

aún no nos hemos encontrado…

(Autor desconocido)

Page 7: De Cuentistas Poetas y Locos (de Autores Colectivos)

Prólogo

«Autores Colectivos»

«Autores Colectivos» surgió como una Comunidad Virtual de aficionados a la escritura que se originó dentro de un grupo de amantes de la literatura y de la lectura recreativa y se desprendió para realizar un proyecto diferente.

La idea original que dio comienzo a la aventura era la de realizar un libro en formato digital para libre difusión que cuente con el aporte de escritores amateurs.

La propuesta se fue contagiando y expandiendo a lo largo y ancho del continente americano hasta llegar, incluso, al viejo continente. Tornándose así una tarea de compilación, edición y trabajo que requirió del aporte, la paciencia y la ayuda de todos los integrantes de la Comunidad.

Sobre las bases de los errores y la inagotable voluntad del grupo, nos encontramos frente a una segunda edición más acabada, pulida y prolija de este compilado especial de escritos que son para todos los integrantes motivo de honda alegría y orgullo.

Más allá de aquella primera propuesta gestora de «Autores Colectivos», que hoy cuenta con alrededor de setenta y cinco integrantes, cada uno ha hallado allí un rincón familiar para expresar sus ideas, sus pasiones y otras propuestas que se han podido llevar a cabo gracias al compañerismo que se enriquece de las relaciones y el aprendizaje constante que es siempre una relación de ida y vuelta entre quienes tenemos la alegría de conformar esta Comunidad, esta familia de desconocidos que han aprendido a sostenerse, acompañarse y apoyarse.

Sentados en las bases de que todos tenemos algo que dar y mucho por aprender, hemos crecido como grupo de trabajo, corrigiendo y consolidando nuestra pasión por esto que hacemos fuera de nuestras profesiones u oficios. Y aún más importante, hemos aprendido a convivir con el aporte y la crítica, lo cual nos ha enseñado a crecer en el arte fundamental de ser mejores personas.

Como resultado de este compromiso que nos convocó y la certeza de que tantos otros proyectos y amistad nos mantienen unidos, nos permitimos el placer de hacerles llegar esta colección de escritos, este popurrí de obras desde los más diversos puntos del mapa.

Ya nos hemos presentado. Esperamos ahora que disfruten de esto que nació de un grupo de Cuentistas, Poetas y Locos...

y poder ser para ustedes una compañía en un momento de ocio, compartiendo un café o tal vez una tarde de lluvia.

Magalí «Autores Colectivos»

Page 8: De Cuentistas Poetas y Locos (de Autores Colectivos)

«Autores Colectivos»

Felizzola Madariaga Stelo

Fabiola Tiznado Bejarano

Facundo Sutherland

Luz Montes

Isaac Barreiro Vilches

Daniela Ramírez Monsalve

Yarubi Marcano

Fabiola Hernández Küchle

Brenda Mónica Ulloa Padilla

Berenize Magdaleno Rosales

Raquel Urias Guerra

América Navarrete Pineda

Magalí Frutis

Roberto Galeana Brito

Tony Garal

Arturo Vázquez

Estefany Baena Gaviria

Mauricio René Ledesma Medina

David Emmanuel Martinez Ramirez

Mirta de Fuentes

Nathalia Gutiérrez

Gonzalo Ramiro Probst

Sandra Mónica Semeñenko

Olivia Ramírez Cortéz

Edgar Carpio (Paluca)

Rocio Yurena Aguilar Ortega

Johnny Acevedo

Adán Magaña

Laura Leticia Ulloa Padilla

María Campero

Page 9: De Cuentistas Poetas y Locos (de Autores Colectivos)

A la memoria de Juliao Felizzola Madariaga Stelo

En un doce de marzo, día sin olvidos, con grandiosos e inolvidables recuerdos llegaste a mí

con tu mirada de susto y temor, tan pequeño que no era difícil acariciarte, desbordabas en dulzura que en segundos me cautivaste.

En medio de voces y susurros te tomé, tu energía llegó a mí, sentí la fuerza viva que nos dan los árboles cuando los abrazamos, son seres con vida, irremplazables en su especie, tienen alma y espíritu tan enigmáticos, pero muchos de nuestros semejantes no lo entenderán jamás, no será para todos esta conexión.

A partir de tu llegada formamos un equipo de dos, quizá llegando a ser un solo elemento, compartiendo instantes de gloria, de vida que acompañábamos con juegos y graciosas pilatunas sorprendentes de tu parte, pero que llenaban mi alma con luces brillantes y transparentes haciendo cada momento inolvidable, llevándolos a un rincón de mi memoria, perdurando allí para siempre.

Con el pasar de los días te hiciste fuerte, grande, hermoso, tu cuerpo cubierto por un blanco precioso, como la nieve cuando está en su máximo esplendor, como una nube blanca que nos muestra su belleza de diferentes formas y maneras, haciendo sentir nuestra existencia, tu existes, yo existo y somos uno.

Fuiste un misterio fascinante, enigmático, compañero de este hogar, tus hermanos inundan el universo, con traslados hacia selvas que dejan sin visión a más de uno y que a la mayoría los rescatan, los cazan pero con maldad, acaban con vidas inocentes e inofensivas, es donde se demuestra la maldad y crueldad de un humano, tan canallas. ¿Quiénes son los animales?, los humanos o los seres de la selva.

Tu comportamiento tan humano, esa inteligencia plasmada en la historia, la cual encontramos en muchos libros, son tan sorprendentes que nos llevan a preguntarnos ¿quiénes somos los humanos?.

Tu poder es tan mágico que a muchos de tus semejantes los veneraron como dioses en el «Antiguo Egipto».

Cuenta la historia que a la entrada de cada casa colocaban una estatua con la imagen de un ser como tú, para que no entraran los malos espíritus. Tus cualidades eran tan evidentes y sorprendentes pareciéndote más a un humano que en sí a lo que fuiste.

A menudo la tristeza invadía todo mi ser, con tus escapadas nocturnas, amaneceres sin llegar a casa, muchas veces te buscaban por todo el barrio y no te encontraban, a las horas aparecías saludando tan eufórico como si nada, la alegría que trasmitías hacía desaparecer la preocupación existente producto de tus ausencias.

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Fuiste un ser tan especial que no te gustaban todas las personas, no te dejabas acariciar ni tocar, preferías esconderte, desaparecer y aparecer cuando te dabas cuenta que en casa sólo estaban los que te pertenecían.

Tu idioma parecía de humanos, insistías en hablar pero nunca lo lograste, aun así te entendía, construimos nuestro propio idioma y nos entendíamos, pasamos muchos ratos de charlas increíbles y nada para que nos entendieran sólo bastaba el entendernos los dos, siendo uno solo.

Fueron pasando los años y los lazos que nos unían cada vez eran más fuertes, yo también me ausentaba y tú llorabas, me extrañabas y yo a ti, porque donde yo estuviera te estaba pensando, a mis llegadas, lo primordial era buscarte, en nuestros encuentros ninguno tenía que ver con el siguiente, todos eran diferentes, especiales y grandiosos.

¡Cuánto te extraño!

Pero como se dice, como lo sabemos y sentimos, no todo es alegría, empezaron las tristezas, las desdichas y malos momentos de dolor, instante tras instante la incertidumbre sobre la vida y la muerte ¿Por qué quienes nos aman se van? ¿Por qué a quienes amamos se van?

La lógica y las respuestas las tenemos, pero a veces no las aceptamos, es una ley de la vida, llegan y se van, llegamos y nos vamos, pero pronto nos reuniremos, sí, allí estaremos, mientras tanto nuestros espíritus serán nuestra compañía.

Llegado el mes de mayo de 2012, una enfermedad se apoderó de todo tu ser, fueron muchos días y noches de dolor, llevadas constantes a la clínica, pero ninguna mejoría satisfactoria, todo tan lento y triste, de nada sirvió el dinero, muy verídico, la salud no la compra el dinero, cada vez más exámenes, radiografías, droga y seguías igual, hasta que en un día de junio un examen dictaminó que tenías leucemia felina y sin curación, trágica noticia, sentimientos y voces muertas, no existían palabras que se pudieran pronunciar, el dolor más intenso que el propio dolor, ¿A qué le temí y le temo?, al dolor del dolor, si, así es, llego el día, un 27 de junio, donde la eutanasia hizo presencia, se apodero de tu materia, te desaparecieron.

La tristeza apareció en mayor tamaño y cantidad, pero al mismo tiempo me quedó la satisfacción de que conté con los medios para atenderte en todo, buscando una curación, la cual nunca llegó, fue un imposible como muchos, te llevaron a otro lado, quizá mejor que este y desde allí me mirarás.

Tu recuerdo, tu espíritu, siempre unidos a mí, nunca morirán, aquí te siento, te veo y mucho más.

«A la memoria de mi compañero Juliao, el felino más enigmático, sorprendente y único que

me ha acompañado a cambio de nada. »

Page 11: De Cuentistas Poetas y Locos (de Autores Colectivos)

Aun duele Fabiola Tiznado Bejarano

Hoy escribo con mi alma en agonía, con mi alma vacía,

pues hace días te fuiste de mí y yo aún no dejo de sufrir, no entiendo y no quiero hacerlo pero me haces falta, sin tí mis días no son lo mismo, me faltan esas dulces melodías que endulzan mi oído… Dime por qué son así las cosas, tú eras de lo más importante en mi vida me dejas o más bien te dejamos morir. No comprendo por qué fue así y ahora yo qué debo hacer, si todo lo que yo tenía te lo di, me quedé sin nada, sólo con un álbum lleno de recuerdos pero de recuerdos no se vive… Me hiciste tan feliz mientras estuviste aquí, aún tengo la esperanza de recuperarte, de que esto simplemente sea un mal sueño del que pronto despertare y cuando así sea sé que tú estarás ahí para apreciarme tanto como yo te amé, te amo y te amaré a ti por siempre… Gracias por estos 4 años de los cuales me llevo la mejor experiencia de mi vida, aun no me siento satisfecha pues yo sé que tengo mucho más para dar… ¡Gracias por todo!

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Cielo del sur Facundo Sutherland

Mariano saltó desde la ventana de su habitación hasta la vacía calle de tierra con gran agilidad. Ese ímpetu que le daba fuerzas era la ansia que yace en todo ser de lograr la libertad. A sus 11 años, sentía que ese poblado donde se encontraba atrapado por fuerzas mayores era un límite para sus sueños. Eran las primeras décadas del siglo XX. Una nueva centuria llena de sucesos interesantes se empezaba a desarrollar. Noticias lejanas llegaban por la radio: aventureros, descubrimientos científicos, batallas, etc. Pero había algo que fascinaba más al joven: los aviones. Esos mágicos artefactos creados por el hombre que, desafiando la creación, remontaban vuelo por los aires, tocando ese territorio originalmente reservado a las aves.

Por esta razón había decido introducirse de polizón en una de las aeronaves que habían llegado al pueblo para inaugurar la línea de correo aéreo que iba a cubrir la ruta Buenos Aires-Río Gallegos. Este era un desafío para cualquier piloto, ya que el trayecto trataba de unir villorrios en el medio del desierto patagónico. El mayor peligro era el viento. Éstos podían hacer de la tarea de los aviadores una misión imposible. A esto se enfrentaban los pilotos de la «Aeroposta Argentina»

Mariano se había enterado que ese día, 12 de octubre de 1929, se daría inicio a las actividades de la Aeroposta con la presencia de los pilotos, el Gobernador y cronistas invitados especialmente. Luego de concluida la actividad, se reunirían todos para una cena en la casa de la Familia Paredes. El niño había esperado todo el día hasta la llegada de la noche para cumplir su plan. Este era su momento. Giro su cabeza para un lado y el otro. Respiró el aire nocturno y el frío invadió su cuerpo. Esperó unos minutos para aclimatarse al gélido ambiente otoñal y empezó a correr por las calles desoladas de ese lugar en el fin del mapa llamado Río Gallegos. 20 minutos más tarde se encontraba en las afueras del amplio galpón de chapa blanca que servía de base a la compañía aérea. Como suponía, no había ningún empleado vigilando. Empujó con todas sus fuerzas la pesada puerta corrediza hasta que logró de a poco hacer un espacio por el que podía entrar. Lo atravesó y se adentró en el galpón.

La distante luz de algún farol que algún empleado debió dejar olvidado le alcanzó a Mariano para ver la imponente máquina que se encontraba frente a él. Un Latécoère Laté 25. Mariano se quedó estupefacto. Estaba ante una aeronave real por primera vez. Era algo que sólo había hecho antes en ese indómito terreno de los sueños. De pronto irrumpió en el silencio una voz, que con un marcado acento dijo:

—Un estupendo aeroplano—. Lo sé porque yo soy el piloto. Ahora bien Monsieur, ¿podría explicarme que hace un niño paseando por un frío hangar a estas horas?

Mariano se dio vuelta. Ante él se presentaba la figura de un hombre joven, alto y de una mirada penetrante, acompañando de un tono de voz, señal de bondad y de gran corazón. Estaba vestido con un largo impermeable y llevaba una gorra de aviador. Ante esto, el chico sólo atinó a murmurar frases inteligibles.

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—No te asustes – le dijo el piloto—. Me presento: Comandante Antoine de Saint-Exúpery, director de la Aéropostale, piloto de correos y de guerra al servicio de la República Francesa.

El pequeño estaba estupefacto, no podía pronunciar palabras. El aviador continuó:

—No tengas miedo. Te vi desde la oscuridad y entendí lo que venías a hacer. De chico yo vivía cerca de un campo de aviación, en Saint-Maurice de Rémens. Me fascinaba ver a los avieteurs surcando el cielo. Tenía 12. Un día un piloto de nombre Vedrines me vio y me hizo subir con él a su aeroplano. Ahí decidí que tenía que ser piloto y volar por el mundo.

Mariano oyó con atención, luego acarició el fuselaje del avión. El metal en su mano le produjo escalofríos. Se dio vuelta hacia Antoine y le exclamó:

—¿Me podría llevar con usted?— ¡Le juró que no causaré problemas! ¡Quiero pasar mis días en el aire!

El francés esbozó una sonrisa. Se agachó para quedar a la misma altura que el niño, apoyo su mano sobre el hombro de éste, y, con una voz que denotaba una increíble calidez, le contestó:

—Me temó que no será posible mon ami. Ambos nos meteríamos en un gran lío. Deberás esperar y prepararte para cuando te llegue tu verdadero momento para abrir las alas y volar.

El pequeño bajó la cabeza. Saint-Exúpery se paró de vuelta y caminó unos pasos. Miró hacía esa gran luna que siempre era su acompañante en los largos vuelos nocturnos, en cualquier rincón del globo que se encontrase. Pensando en ésto, se dio vuelta y dijo:

—Pero eso no quiere decir que no puedas acompañarme en una corta excursión aérea por los campos estelares—. Pero antes debes decirme cómo te llamas.

Mientras sentía cómo la felicidad lo inundaba, el niño contestó con su nombre antes de largar una exclamación de alegría que resonó despertando a las ovejas que descansaban en los campos próximos.

Antoine ayudó al niño a subirse a la nave, para después preparar todo para el despegue. Ya sentado en la cabina pensó en su infancia: ese niño rubio de Rémens que andaba en bicicleta imaginando que surcaba los cielos con su avión.

Y la aeronave levantó vuelo. Con la compañía de Mariano, Antoine sintió por segunda vez en su vida esa sensación de libertad que se experimenta cuando alguien vuela por primera vez. Esa noche en los cielos de Río Gallegos, dos fueron los niños que atravesaron las nubes en busca de las estrellas.

Page 14: De Cuentistas Poetas y Locos (de Autores Colectivos)

Cruzando tu infinito Luz Montes

Me perdí en la noche de tus grandes ojos apagados,

jugaba tus juegos de infinita incoherencia mientras tú en tu universo mirabas a otro lado,

¿A dónde mirarías tan persistentemente? me preguntaba y seguía suspirando inocencia,

vivía para ti y para mí eso era suficiente.

Sabía que era veneno lo que caía de tus palabras, todo eran dulces mentiras que ambos bebíamos

hundidos en la fantasía de que un día serían ciertas y así como quien baila la historia vuelta poema,

envenenada mi consciencia, te entregué mis labios creyendo que así rompería todas tus cadenas.

Es verdad que siempre quise correr junto a ti, atravesar tus montañas de apariencia estable,

abrazarte bajo tu careta de personaje feliz y ser la persona con quien huyeras del ayer…

tu sonrisa reflejaba lo profundo de aquella cicatriz… te herías más y yo me hería contigo al grado de caer

volviéndonos el círculo vicioso de cada amanecer.

Cruzando tu infinito me convertí en ti, tenía tu mirada, sonrisa y tu forma de hacerme sufrir

y justo en el instante en que al fin lo comprendí tú solo susurraste “yo me voy de aquí”.

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El aprendiz de Faquir Isaac Barreiro Vilches

Sentía cómo la fría punta del primer clavo atravesaba mi carne y cómo chirriaban mis costillas

al roce del afilado acero, mientras la segunda, tercera, cuarta… y así hasta más de cien pude contar antes de perder el conocimiento, hacían su aparición en mi cuerpo.

Cuando desperté no tuve otra opción que retorcerme de dolor y cuanto más lo hacía, más profundo e intenso era éste. Quise gritar, pero la voz no salía de mi garganta. Pretendí impulsar mi espalda hacia arriba con mis brazos, pero comprobé que era inútil, que mi mente no mandaba los impulsos hacia mis extremidades superiores. Lo intenté una y otra vez con el mismo resultado hasta que cedieron mis fuerzas. Sentí cómo mis nervios eran cortados uno a uno, mi sangre corría descontroladamente por mis músculos, mis órganos cesaban sus funciones, quebraba mi columna vertebral y, al fin, mi corazón era atravesado en sus cuatro cavidades. Mientras, la primera luz del día penetraba en mis ojos.

Ya no admitía la menor duda: Sólo había logrado ser el aprendiz de faquir.

Tras un segundo de solaz, de una paz que nunca antes había sentido, descubrí con sorpresa que aún vivía y sin embargo, nada en mi interior desarrollaba su actividad. Sin saber cómo, pues no recuerdo haberlo hecho por mis propios medios, me hallaba en pie frente a la cama como desafiándola de nuevo, como desafiándome. Un escalofrío me recorrió de la cabeza a los pies al recordar el dolor que me había producido. Inmóvil, sin ni siquiera parpadear, me quedé mirándola una hora tras otra, sin articular palabra, en un silencio tal que ahogaba al propio silencio de la habitación, sin sentir nada, sólo mirándola. Entendí que aquella cama y yo éramos ya sólo uno, que era parte de mí como yo de ella, que no quería aquel dolor, pero que aquel dolor era lo único que me hacía sentir vivo, la única prueba de que aún seguía vivo.

Ya casi era de noche y la decisión estaba tomada. Un último rayo de luz atravesó el cristal de la ventana, una débil ráfaga de viento se coló por las rendijas de la puerta y una lágrima brotó desde mis ojos resbalando por mi sien y mi cráneo hasta mis clavos. Mi vida estaba ligada a la suya para siempre.

En silencio quedé esperando un milagro, que saliese de mí tal como había entrado, lentamente, premeditadamente. Me quedé inmóvil, a la deriva, al antojo de lo que ella decidiera.

Page 16: De Cuentistas Poetas y Locos (de Autores Colectivos)

El baúl de los sentimientos Daniela Ramírez Monsalve

/Siempre pierdo /

Mírame, escúchame, tal vez en algún lugar estoy

entre la efímera y real belleza de tu ser me perdí y vos haz de encontrarme.

Y si no me encuentras, en aquel rincón de nuestros versos

grítame a besos y allí estaré, porque soy una chica vil sutil y loca, enamorada, enamorada como vos.

Y somos mucho más que dos, somos fuego, aire y agua

vibrando en regocijos de placeres. Acaricio tu rostro, tú acaricias mi alma,

y allí estamos encontrándonos, simplemente.

El mundo grita, grita que te veo, y te veo como yo como yo ha de buscarte siempre, como siempre he de buscarte

pero me ando perdiendo.

Te amo, con claridad y sin arrepentimientos, porque te amo como no he podido amar a nadie, y jamás he de hacerlo, porque sos único, único entre mis arrebatos y silencios. Y te pienso yo te pienso, y te siento, tan cerca te siento,

pero siempre entre nocturnos encuentros, te busco y me acabo perdiendo.

/Multicolores Sueños/

Son mis sueños, y tus sueños

que se exaltan de pasión, que se encuentran se hacen viejos y se arrugan, con dolor.

Yo no quiero que estos sueños, se me pierdan

nunca más, yo no quiero que mi vida se la lleven

Sin hablar, sin hacer ningún intento, sin poderlo lograr.

Page 17: De Cuentistas Poetas y Locos (de Autores Colectivos)

Sueña, y siente, vibra y ama, y si lloras, llora ya. Pero sigue caminando, entre piedras haz de encontrar.

Montañas de esperanzas y pinceladas de amor.

Que tu alma se encienda cual inocente pasión No desistas ante un sueño, no te estanques, por favor.

Caminante haz tu camino, y si cedes piensa bien, que la luz de aquel enjaule pertenece a tu ser.

Córrele al tiempo, a tus miedos, y verás

que la vida se disfraza de un asesino voraz pero tú que sientes todo,

no te dejes devorar. Soñador, vive tu vida, ¡no te dejes atrapar!.

/Dejar de ser dos y ser uno/

¡Vaya! Me has encontrado, y yo a vos también

incoloros estamos, estamos locos, ahora tenemos que dejar de ser uno, para ser dos.

O viceversa, somos cientos de emociones encontradas.

El humeante y chispeante París, se nos une y las pintorescas calles, nos danzan, y hemos perdido, felices y tristes

hemos estado, pero tenemos que dejar de ser dos para ser uno solo.

Page 18: De Cuentistas Poetas y Locos (de Autores Colectivos)

El Espejo Yaruby Marcano

Todo siempre lo mismo. Todo siempre igual. No había motivos para detener mi andar, pero

ese día lo hice. Me detuve.

Los murmullos a mí alrededor se enmudecieron. Las presencias a mi lado desaparecieron. Sólo estaba yo en aquella oscuridad que me envolvió. Levanté la mirada. Al frente. A los lados. Atrás. Todo era de un color negro intenso. Volví la vista al frente al notar un reflejo. A medida que me acercaba una sombra tomaba forma. ¿Era un espejo?

Me posicioné frente a él sin que reflejara mi figura. Mis dedos rozaron el frío cristal. Al apoyar la palma por completo el reflejo de ella se presentó. Me aparté para poder observar la persona ante mí.

Un muñeco sin vida imitaba mis movimientos.

¿Era yo?

Mismo rostro, mismo cabello, mismos ojos.

No, eso no era yo.

Sus ojos no eran los míos. En sus ojos no había vida.

¡Tú no eres yo! —le grité al reflejo.

Una pequeña grieta se formó en el espejo.

Los ojos sin vida del muñeco brillaron. Una sutil lágrima se escapó de sus ojos.

En el espejo se reflejaron los rostros decepcionados de mis padres.

Volteé por instinto. Detrás de mí la oscuridad seguía. Regresé la mirada.

El muñeco que me reflejaba volvió a estar como en un principio. La pequeña grieta ya no se encontraba. Un dolor profundo se alojó en mi pecho. Yo no era eso. Yo no era un muñeco ¡No lo era!

Escuché el sonido de rupturas, pero no miré. El dolor no me lo permitía.

Las miradas decepcionadas de mis padres acudieron a mi mente.

El camino que la sociedad marcó.

Todo lo que esperaban de mí.

Eso no era yo. No lo era.

El engaño debía terminar.

Page 19: De Cuentistas Poetas y Locos (de Autores Colectivos)

Al encontrar de nuevo mi mirada con la del muñeco aprecié que sus ojos por vez primera mostraron mi ser. No importó que su imagen estuviera cubierta de rupturas que deformaban su forma. No importó que pequeños pedazos de cristal cayeran con lentitud.

No importó porque ese muñeco ahora era mi verdadero reflejo. Sus labios se curvaron en una ligera sonrisa.

El espejo se rompió.

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El último minuto de mi vida Fabiola Hernández Küchle

Dicen que cuando uno está muriendo, las imágenes de nuestra vida pasan frente a nosotros y

uno vive la vida otra vez, en un minuto.

Caminando sin zapatos de la cocina a la sala, siento la contrariedad de temperaturas en mi cuerpo. En la planta de los pies siento la madera fría por el viento que se cuela por debajo de la puerta, y la taza de café caliente haciéndome bailar las yemas de los dedos para no quemarme. Jalo la silla del escritorio, subo los pies a la ventana para calentarlos con el sol, bebo un sorbo de café que me quema la garganta. Volteo a ver el reloj- 11:52 de la mañana- tengo una hora para leer sin interrupciones.

Con las dos manos acerco a mi cara y abanico el libro para oler sus hojas, es algo que me enseñó cuando todavía estábamos juntos.

-“Cierra los ojos y absorbe el olor. ¿A qué te sabe?” me preguntaba,

-“A nostalgia” le contestaba siempre.

-“Existen otros sentimientos, amor”. No sé si es coma o punto entre sentimientos y amor. No sé si me llamaba amor o me decía que amor es otro sentimiento que también existe. Me encanta no saber eso y me duele no poder preguntárselo ya.

Este es su libro favorito, lo encontramos en una tienda de segunda, a las que me acompañaba sin mucho gusto. Recuerdo cómo brincaba de la emoción por haber encontrado su primera edición, pero más recuerdo cómo por las siguientes siete noches me leyó este libro con esa voz tibia, dulce y un poco rasposa pero llena de cadencia. Esa cadencia que me arrullaba en las noches, calmaba mis dudas de su amor y me acariciaba en la intimidad.

Desde entonces me gustó que me leyera en voz alta por las noches, acariciándome la espalda mientras yo recostaba mi cabeza en su estómago y escuchaba los latidos de su corazón al son de su voz. Ese corazón que salía en su mirada cuando me veía en las mañanas, cuando me abrazaba después de una ausencia y que me regaló desde la primera vez que nos vimos. Hace tanto tiempo desde ese día, pero todavía recuerdo cómo mis ojos no me obedecían a voltear a otro lado, y se quedaron contemplando los suyos, parecían estar magnetizados. Estábamos en una fiesta de amigos en común, la música continuó tocando, pero esos tres segundos no escuché, no olí, no comprendí nada, solo sentí un calor intenso en mi pecho, seguido de un escalofrío que no ha terminado de estremecerme aun. Fue como si el mundo se detuviera a nuestro alrededor y sólo existiéramos nosotros - ya se, un cliché- como sólo lo había visto en las películas esas de amores baratos. Nos bastaron esos tres segundos para decirnos todo y nos bastaron dos bebidas, seis canciones y un roce de manos para saber que este no era ningún amor barato.

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Yo obedecí con una simple lágrima cuando dulcemente me pidió –“Déjame cuidarte”.

Me enseñó a amar con entrega total, a no esconder mi llanto y a aceptar mis defectos. Aprendí a que no me importara el qué dirán y a bailar sin ton ni son. Aprendí a hundirme en sus brazos y a besarnos sin tocarnos. Todavía se me eriza la piel y se me hunde el corazón al recordar sus manos entrelazadas a las mías. Este corazón que me aprieta el pecho y no me deja respirar por su ausencia.

También dicen que el recordar es volver a vivir. No sé si estoy en el último minuto de mi vida, muriendo, o volviendo a vivir con sus recuerdos. Pero eso no importa, porque al fin y al cabo, para mi es lo mismo. 11:53.

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En su mirada Brenda Mónica Ulloa Padilla

Ella estaba parada en medio de la calle, como cada vez que salía de su casa para decidir hacia

dónde dirigir sus pasos. El pueblo en el que había nacido siempre le pareció un lugar que debía explorarse de cabo a rabo, descubrir sus encantos y sus secretos. Nada debía quedar sin explorar.

La curiosidad por conocer la había llevado a lugares insospechados y a crear fantasías en cada lugar que visitaba, así fuera sólo a la vuelta de la casa o enfrente, casi siempre era más lejos. Desde el lugar donde se encontraba parada, podía ver hacia el norte y hacia el sur de su pueblo, gracias a una calle larga y recta que no presentaba obstáculos para ver en ambos extremos iglesias que coronaban el pueblo y al centro, se podía ver otra gran iglesia.

Siempre era pensar un rato, de acuerdo a su estado de ánimo, la aventura a tomar. A veces era visitar las iglesias, otras veces los monumentos, parques, casas donde se preparaban distintos productos para comerciar en el mercado principal o casas abandonadas, éstas representaban una curiosidad mayor, alimentada por el deseo de encontrar tesoros perdidos u objetos antiguos, pero el temor de ser descubierta por alguien y el miedo por encontrar algún esqueleto o fantasma, hacían que esas visitas fueran rápidas y salía con lo único que podía traer consigo al atravesar una habitación tras otra: polvo y telarañas. Otras veces visitaba el panteón. Este último resultaba bastante atractivo tanto como misterioso, pues en él se encerraba el misterio de la vida. Solía visitar la mayoría de las tumbas y hacer cálculos de cuánto llevaban de fallecidas las personas que ahí yacían como también la edad en que murieron. Se quedaba largo rato sobre las tumbas imaginando el tipo de vida que pudieron llevar esas personas y le causaba mucha tristeza que algunos habían sido bebés o niños más pequeños que ella.

Acostumbrada a caminar largos trayectos, no era raro que en ello se le fueran las horas, a veces era descubierta por sus hermanos y prestos la llevaban a la presencia de su madre, pero a pesar de los castigos y advertencias, en la primera oportunidad, se echaba a andar de nuevo hacia la calle.

La fascinación que sentía por descubrir lugares era tal, que a veces se le podía ver dentro de una iglesia, contando las monedas y billetes puestos a los pies de algún santo milagroso, junto con las fotografías, trozos de cabello o reliquias de los suplicantes. Se quedaba largo rato mirando las fotografías y pensando en si las personas que ahí aparecían obtendrían el milagro solicitado. A veces se sentaba a mirar indefinidamente a la Virgen o al Cristo que había en el altar de la iglesia, en ocasiones le parecía que éstos adquirían vida propia y casi podía jurar que se movían, el temor y la angustia la invadían; temor, de que fuera castigada por algún pecado -aunque no supiera bien a bien qué era pecado- o angustia, por imaginar el padecimiento de ese Cristo con heridas o el sufrimiento de la virgen llorando, sólo se sobreponía por el deseo de que se le cumpliera un milagro a ella también.

No era difícil encontrarla en el quiosco, mirando bandas tocar o en el monumento de algún caudillo, imaginando mil batallas mientras simulaba empuñar alguna espada presta para atacar al

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enemigo. Otras veces fingía ser una estatua y así podía pasarse buena parte de la tarde, sin moverse siquiera, ver la reacción de extrañeza que producía a quienes la descubrían ahí, inmóvil con sus poses de lo más variadas y raras.

A veces su objetivo era ir mucho más lejos, subir una colina y ver desde ahí, la vastedad del valle y la laguna que estaban junto al pueblo o bajar y caminar hasta la laguna y tratar de mirar alguno que otro pez si es que tenía tal suerte de encontrarlos, pero terminaba por desistir por el lodo y basura que había a la orilla. También se aventuró a ir por calles o lugares con historia, llevada por la curiosidad de los mitos y leyendas que la gente acostumbraba a platicar; ya sea porque habían sido testigos de alguna aparición, o porque así se las habían contado a ellos sus ancestros. Se quedaba por largos ratos en la espera de encontrar algo que le indicara que por ahí había algo sobrenatural, sin éxito. Lo único que pudo ver fueron los remolinos de polvo que el viento provocaba y éstos, según los lugareños, eran provocados por el paso veloz del diablo sobre su caballo, pero por más que se esmerara por encontrarle forma, nunca logró verlo en medio de esos remolinos. Sólo podía imaginarlo, como también imaginaba a la muerte, con su largo azadón, en cambio, sí podía ver duendes, duendes que a lo lejos parecían pequeños niños vestidos de colores y gorritos extraños, que la llamaban para jugar y a ellos, sí los evitaba. No le inspiraban la más mínima confianza, pues temía que se la llevaran a mundos extraños y desconocidos y no regresar jamás. Aunque estos sólo habitaran en sus sueños.

Había ocasiones en que sólo le apetecía salir a jugar con alguna de sus amigas o quedarse en casa y mirar a su madre hacer el quehacer, bajo la mesa de la cocina, jugando con amigos imaginarios o dibujando, hasta que le venciera el sueño. Cuando había visitas trataba de pasar lo más desapercibida posible, se escondía tras las sillones de la sala, para escuchar conversaciones ajenas, si alguna era lo suficientemente interesante, poco a poco iba acercándose para escuchar mejor, hasta quedar sentada en las rodillas de su mamá o en el suelo frente a ella. Entre los que visitaban la casa, había una anciana que le causaba mucha curiosidad, ya que la anciana al hablar, se le podían ver los huecos que habían en su boca por la falta de dientes, la oía hablar y comer a la vez y se preguntaba si los dientes se le desaparecían por masticar tanto su comida. Las ganas de preguntar si se había tragado sus dientes, le causaba desasosiego, pero a final de cuentas terminaba por poner interés a lo que platicaba, que en su mayoría eran las leyendas que tanto había oído sobre el pueblo, leyendas que podía contar la anciana tantas veces como ella le pidiera que lo hiciera.

Los años fueron pasando, entre las aventuras, la escuela y los amigos reales o imaginarios que junto con ella, cambiaban.

A la edad de 11 años ingresó a la secundaria, En esta nueva etapa, surgieron nuevas experiencias, los amigos de la infancia, se dividieron para entrar a distintas escuelas. La nostalgia por los amigos que se dejaban atrás era tan compartida como la curiosidad de conocer a los nuevos en la escuela donde la habían inscrito.

Las escapadas de casa y las exploraciones se fueron espaciando. Cuando regresaba de la escuela solía dejar la mochila en la sala y salía a la puerta o balcón de la sala para ver pasar a la gente. Esto se fue haciendo casi rutina, hasta que un día al mirar a lo lejos, vio venir hacia su dirección a dos chicos, uno de ellos era su amiga de la infancia y el otro era totalmente desconocido para ella. Daba la

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impresión de que iban discutiendo más que hablando, la amiga de un extremo de la calle, y el chico, del otro lado de la calle, donde se encontraba la casa de ella. Sentía curiosidad por saber de qué iban hablando o discutiendo y esperó hasta que pudo verlos de cerca. A su amiga, la saludó y al chico... no. Llevaba una bolsa con orificios cubriéndole la cara y no podía reconocer de quién se trataba.

Al toparse ambos de frente, sus ojos se encontraron y no dejaron de mirarse, esa mirada detuvo el tiempo y todo perdió sentido, el ruido de la calle, el viento, los olores, los colores, todo se difuminó y sólo eran esos dos pares de ojos, mirándose mutuamente, sin decir nada. Ella podía sentir la correspondencia de esa mirada. Se sintió cautiva y sintió curiosidad por saber cómo era el rostro de ese chico que la miraba y, como si hubiera leído su pensamiento, él se quitó la bolsa y la siguió mirando mientras terminaba de pasar frente a ella. Se miraron todo el tiempo posible hasta que él ya se había alejado y debía doblar la esquina de la calle. El corazón le latía con fuerza y el rubor se había instalado en su rostro, aún no terminaba por asimilar lo que había experimentado y sólo atinó a entrar a la casa y cerrar la puerta tras de sí. Se quedó largo rato de espalda a la puerta, tratando de grabar la imagen de esos ojos, de ese chico, mientras su corazón volvía a serenarse y el rubor desaparecía de su cara.

Ella supo, a partir de ese momento, que ya nada iba a ser igual. Emociones nuevas, sentimientos nuevos, empezaban por aflorar en su ser. Una etapa se cerraba y otra, apenas comenzaba.

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Gracias Berenize Magdaleno Rosales

Gracias. . .

Porque al no estar conmigo me volví fuerte,

Tuve valor para enfrentar tu olvido

Y aprendí a valorar mi suerte.

Gracias. . .

Porque cuando el dolor tocó mi alma

Encontré a quien realmente me ama,

Quien estuvo conmigo aún en mis penas

Y me brindó amor a manos llenas.

Gracias. . .

Porque aunque no lo creas soy dichosa

El tiempo se empeñó en mandarme pruebas

Y he salido de ellas victoriosa.

Gracias. . .

Porque aunque tu ausencia he añorado

La vida me llenó de bendiciones

Y volví realidad mis ilusiones.

Gracias. . .

Porque he vivido cosas maravillosas,

El sufrimiento me hizo más humana

Y después de haber conocido las espinas

Pude aspirar el aroma de las rosas.

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Gracias. . .

Porque puedo ver la belleza del mundo,

Tomar mi timón, dirigir mi rumbo,

Tener el control de mi propio camino

Y forjar con cada paso mi destino.

Gracias. . .

Porque soy libre, el rencor no me ata;

Como tampoco me ata tu olvido,

Por eso te doy GRACIAS

Al no estar hoy conmigo.

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Igual que antes Raquel Urias Guerra

Me separé de ti porque ya no quería sentir esto, tiré a la basura tus regalos, intenté borrar de

mi memoria todos esos momentos que pasamos juntos, quise borrar todo lo que siento por ti.

Dijiste que no querías que nuestra amistad se perdiera, no quisiste intentarlo, que veías a nuestros amigos mal en sus relaciones que no querías que nos pasara eso a nosotros. Tal vez esto hubiese funcionado, pero en fin, no lo intentaste.

Ahora yo sola, sin amigos, intento borrarte de mí. Ya no busco que nos crucemos si salgo a la calle.

Ya no busco los pasatiempos que compartíamos en aquellos momentos, ya no busco tu amor.

Hoy después de unos meses, sin verte, hablarte, oírte, tocarte, camino por la calle, ya liberada de aquel amor que hace tiempo sentía por ti, levanto mi cabeza y… ¡Oh! rayos allá a lo lejos te veo, intento actuar normal, seco en mi pantalón el sudor que se empieza a formar en mis manos; me ves, caminas rápidamente hacia mí, el sonido de mis latidos se asemeja al batir de las alas de un colibrí, una gota de sudor amenaza con correr sobre mi frente, me saludas de beso en la mejilla, y todo aquello con lo que luche en los meses anteriores se desvanece.

Me doy cuenta de que sigo sintiendo lo mismo por ti…

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Karma América Navarrete Pineda

Ayer, en el metro, me encontré a un chico que estuvo enamorado de mi cuando éramos

niños. Yo no quise ser su novia porque él era un par de meses menor que yo y lo veía muy niño. Lo he visto de vez en cuando porque vive cerca, pero ayer, digamos que lo vi desde una

perspectiva distinta. Nos saludamos y conversamos el par de estaciones que coincidimos, nos despedimos y mientras esperaba a que se abrieran las puertas del vagón me di la vuelta y lo miré, él me vio a los ojos y los dos permanecimos en silencio por un instante, en sus ojos percibí el enamoramiento de aquel tierno niño que un día me ofreció su corazón. Las puertas se abrieron, le dije adiós y salí aprisa.

Todo el día este suceso permaneció en mi mente, ahora él ya no es un niño, sin embargo pude ver en su mirada ese cariño infantil que aún conserva hacia mí.

Me sigo sintiendo muy halagada por esto que pasó y no puedo evitar sonreír al recordarlo, pero tampoco puedo evitar pensar que tal vez lo lastimé en el pasado y que, a pesar de eso, él sigue sintiendo ese cariño después de casi veinte años. Tampoco puedo dejar de pensar que el karma me alcanzó y por eso me está yendo como en feria…

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La carta Magalí Frutis

Tenía sueño, eran casi las tres de la tarde y yo tenía realmente bastante sueño.

Caminaba despacio hacia la terminal, mi colectivo tenía horario a las cuatro y pensé en sentarme a esperar un rato en la plaza y leer ese libro que vengo postergando.

Comenzaba el otoño y el viejo sol que solía agobiar en el verano era una caricia esa tarde que si me dejaba llevar podría haber dormido una siesta.

En el silencio urbano escuchaba las aves y la brisa muy suave que se escurría entre las hojas de los árboles.

Era un momento de esos que uno siente que bien podrían congelarse para poder disfrutar más de ellos.

Divisé de lejos un banco color madera, bastante avejentado, bajo la sombra de un jacarandá y recordé a María Elena Walsh. Me senté con el pensamiento profundo de hacer el esfuerzo por no quedarme dormida. Tarareaba canciones en mi mente mientras miraba la luz del sol pasar entre las hojas.

Puse mi bolso en el suelo y lo abrí para buscar el libro que hacía dos semanas me había regalado mi madre y que no había podido ni siquiera oler aún.

Por debajo del banco asomaba un papel casi amarillento que tomé mientras con la vista buscaba algún cesto de basura en el que pudiera arrojarlo. Al tomarlo noto que era un sobre, sin remitente, sin destinatario, sin escritura alguna, pero que parecía contener algo dentro.

Lo sostuve en mis manos un breve momento mientras analizaba si debía abrirlo. No encontraba motivos que me lo impidieran ni justificativos que me lo permitieran, así que estaba frente a mi sólo interés de hacerlo, o no.

Nadie más estaba en la plaza, nadie a quien pudiera habérsele caído.

Entonces lo abrí, con cuidado, como si estuviera abriendo un archivo secreto de la Interpol.

Saqué la única hoja que contenía y que estaba escrita a máquina en una sola carilla.

No tenía fecha, a simple vista tampoco destinatario ni firma.

Entonces emprendí la lectura de aquella carta que decía, textualmente, así:

"Tengo el agrado de dirigirle estas líneas con la misión de cumplir un compromiso y de

revelarle un secreto que me fue confiado. Un secreto de esos que no llegan a la vida de nadie sin

atravesar una duda o certeza en su corazón."

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Me detuve sintiendo que estaba profanando algo, pero la propuesta del secreto me tentó y continué:

"Anónimamente alguien me lo ha ofrecido a cambio de este compromiso que, una vez

adquirido, ha de cumplirse sin emitir reclamo.

Es así como no he conocido yo a quien me ha dado por fortuna esto que sería cruel de mi

parte informarle lo que me ha generado sin quitarle a usted la posibilidad de vivenciarlo

espontáneamente y sin condiciones.

En consecuencia tampoco yo tendré el agrado de conocer su rostro tras leer esta carta."

Levanté la vista, ¿podría ser que alguien azarosamente esperara que yo la recogiera?, tal vez algún bromista, pero realmente no había alma alguna en esa plaza, ni un transeúnte, nada, ni un ciclista, ni un auto estacionado... nada, y continué:

"Esta confidencia entre quien pudo haber sido un amigo y yo, y que ahora compartiré con

usted, me obliga a ponerle en sobre aviso de que, una vez compartida, deberá usted adquirir el mismo

compromiso conmigo que yo he adquirido con quien me ha encomendado.

Ello refiere que usted deberá de manera anónima confiarle este mensaje a otras tres personas

desconocidas, sin que pudiera de ningún modo intercambiar palabra."

Poco me seducía aquello de adquirir compromisos anónimos, sin embargo sentía que había llegado hasta allí y que bien podría terminar la carta.

"Deberá hacerlo de manera escrita, y no podrá usted de ningún modo hacerlo público

comunicándolo a muchas personas a la vez. Dado que sólo es posible ser comprendido en lo secreto,

en la intimidad consigo mismo de quien ha tenido por suerte recibir el anónimo."

Esto terminaba por explicar aquella situación definitivamente extraña en la que yo me encontraba sola, con un sobre a mitad de la plaza.

"Dicho esto, y teniendo en claro que no habrá usted de saber con quién está asumiendo este

legado ni a quienes habrá de encomendarlo, procederé a decirlo con la mayor sencillez posible sin dejar

fuera ningún aspecto relevante:"

Y me detuve, no sé por qué, pero una especie de temor me invadió de repente, volví a levantar la vista, todo estaba tal y como al comienzo.

Compartía conmigo misma la ansiedad, la duda, el temor... y me puse de pie. Observé detenidamente cada rincón de la plaza, no sabía si buscaba a un bromista o a un terrorista, buscaba a alguien, a quien sea... pero nada, nada de nada...

No quise volver a abrir la carta, ¿Cuál era el secreto? ¿Quién habría librado al azar confiarlo de este modo?... ¿Y si el mensaje no era de mi agrado?,¿Si me enterara de algo con lo que no sería capaz de lidiar?...

Me senté allí, con el sobre cerrado en mis manos, con mi libro sin comenzar, con el bolso abierto, los árboles, la brisa y el sol.

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Junté mis cosas, también la carta, y continué mi camino hacia la terminal.

El colectivo no fue puntual, me subí y abrí mi libro, leí algunas páginas hasta quedarme dormida. Desperté con la sensación vacía de querer conocer el secreto, abrí la carta como quien junta coraje para meterse de repente en un cuarto oscuro y la leí. No supe si me había atravesado la duda o la certeza, pero ciertamente algo de eso era.

Saqué un cuadernillo que llevaba entre mis cosas, busqué hojas y la transcribí, tres veces, textualmente, con la letra más clara que pude. Las doblé y esperé llegar a mi destino.

No pude juzgarla, no pude. Ni pude negarme al compromiso adquirido implícitamente en el hecho de haberla leído. No pude decidir por otros. Llegué al horario de siempre a pesar de la demora inicial. Le pedí al chofer bajar una estación anterior a la del destino, no tenía muchas intensiones de hacerlo pero mi sonrisa de "por favor" pareciera haberle bastado.

Caminé algunas cuadras y compré los tres sobres en un negocio del camino, guardé las cartas, dejé una en una rama de árbol que se extendió a mi paso como destinada a sostener aquella nota, y lo hice sin que nadie me viera. Las otras dos quedaron una bajo una taza de café que vi al pasar olvidada sobre una mesa en el patio de un bar y la otra en el asiento del colectivo de vuelta al día siguiente.

Nunca más supe de ellas ni de quienes las pudieron o no haber leído, no sé qué pensaron ni qué sintieron. No sé si decidieron leerlas completas o volver a dejarlas allí para el olvido, no sé si continuaron el compromiso o las arrojaron en algún cesto. No lo sé ni habré de saberlo nunca.

Sé que algo adentro mío inevitablemente cambió, y no podría decir lo que me generó ciertamente sin condicionar a otros su experiencia... pero de algún modo algo que brilla de tensión adentro ya no es igual desde que alguien, no sé quién, ni muy bien por qué, me confesó:

"Está usted enteramente condenado por el destino a ser feliz. Séalo".

Y bien, yo no creo en las casualidades.

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La serpiente emplumada Roberto Galeana Brito

El Águila, orgullosa y plena, aterrizó para tomar un pequeño descanso antes de desollar por

completo a la serpiente. Contempló el paisaje, se limpió algunas plumas y se dispuso a encajar el zarpazo final de su afilado y duro pico.

—Espera, Águila, gran señor de los cielos mexicas, no me comas. Tu y yo hemos protagonizado grandes duelos en estas tierras, y en estas mismas habremos de hacer historia fuerte para basamentar una Nación.

— ¿Y por qué no habría de comerte? Tú sabes bien que el pez grande se come al chico y que el Águila se come a la serpiente o sucumbe ante su veneno.

—Sólo te pido una oportunidad. —Mira con tus poderosas alas tú eres infinitamente más veloz que yo. Déjame intentar llegar a la cima de ese monte, al que los hombres de estas tierras llaman Popocatepetl. Si lo hago antes que tú, entonces soy libre… y después quizá echemos alguna otra batalla —dijo— el rastrero animal.

El plumífero se quedó pensando y recordó la fábula de La Tortuga y el Conejo y aceptó el duelo, pero con la convicción de no confiarse y menos de dar un solo segundo de ventaja a su oponente «algo se habría de traer entre manos, o mejor dicho entre colmillos la venenosa».

Soltó a la serpiente arrojándola lejos para no ser mordida y con un par de fuertes aletazos emprendió el vuelo buscando el viento a favor. En unos cuantos minutos alcanzó las faldas del legendario «Cerro que Humea», divisó a su vera a la imponente mujer que dormía a su lado y emprendió el vuelo en picada sin perder más tiempo. Aterrizó, inspeccionó la zona y en el preciso momento en que iba a gritar su victoria, vio con gran asombro, salir a la serpiente desde el fondo de una pequeña oquedad que se encontraba al lado de una enorme roca volcánica.

— ¡Ah, al fin llegas, oh majestuosa Águila del mítico Aztlán. No te esperaba tan rápido!

—Pero, ¿cómo es esto posible? —dijo— la enorme ave. ¿Qué clase de trampa me has tendido?

—No hay tal engaño ave. —Quizá una pequeña omisión. Olvidé mencionar que soy una serpiente. Que mi oficio futuro será el de hacer algo que los hombres llamarán «política»…

—La lección es dura, pero verás, así siempre recordarás que en estas tierras, mucho más que en cualesquier otras se llega más rápido y más alto arrastrándose con trampas por los suelos, que volando con honestidad y sabiduría.

Escuchóse entonces un bárbaro trueno… de la boca del volcán Popocatepetl emergió una enorme fumarata que fue creciendo en forma de M pero el viento sopló, la desgarró y convirtió en

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una enorme serpiente que se fue desvaneciendo. Siguió el soplido quedando finalmente el humo convertido en un enorme signo de cierre de interrogación.

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La soberbia Tony Garal

La Soberbia es, tal vez, la mayor aberración del intelecto. Ciega totalmente los ojos de la

mente. Es la negación de la razón.

La Soberbia es astuta, ladina. Es fríamente calculadora. No le importan los medios, sino sus fines.

Es altamente camaleónica. Sabe adaptarse a la circunstancia que en un determinado momento le interesa.

Es difícil de descubrir por sus múltiples disfraces. Te puede equivocar, convencer fácilmente. Pero también tiene su talón de Aquiles. Que es cuando quiere asumir el papel del orgullo. Por otro lado, la soberbia, es la más alta expresión de la opresión. Es la esencia de la dictadura, del dominio algunas veces, e intento muchas más de un ser sobre otro o a tantos pueda.

No hay un solo dictador, un solo tirano que no haya sido soberbio.

Pero repito, que su fallo (el de la Soberbia), está cuando quiere asumir el papel del orgullo, es su fracaso, su forma inconsciente de darse a conocer para el ser inteligente.

El Orgullo, es su Antítesis, por eso la soberbia le odia, le teme, y procura usar el disfraz del falso orgullo, cuando se ve acorralada, y eso la pierde.

La soberbia es la negación de la razón, como ya dije. Intenta ver por dos ojos ciegos y distintos, aunque afines: el del egoísmo y el de la envidia...

Teme al orgullo porque, en su fuero interno, conoce que éste es el motor que, utilizando la energía de la razón, conduce hacia la realización del ego, base primordial de la «PERSONALIDAD», que, a su vez, es primer peldaño de la comprensión, siendo, ésta, la puerta que abre el camino hacia la «INTELIGENCIA REAL», o unión con «EL TODO UNIVERSAL»

Macro/Micro, Intro/externo. Donde nada se confunde porque todo está claro. Donde no existe lo impensable, porque todo es.

Donde, incluso, lo absurdo deja de ser incógnita y se convierte en luz.

Yo sé mucho de la soberbia. Lo sé porque también está en mí. Una demostración es cuando descubro su disfraz de falso orgullo al decir yo, que el hombre es un Dios en potencia. Pero, por encima de todo y afortunadamente, soy un hombre con orgullo real, que domina esa pequeña maldad de contenido de soberbia y da las gracias...pero, ¿A Quién? qué importa eso de momento. Ya alcanzaré esa meta.

Soy un hombre que está agradecido por «SABER PENSAR» y sobre todo poder expresar, escribir lo que piensa, sea bien o mal, en su corta edad de conocimiento.

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En fin, para terminar, debo decir que el hombre íntegro, sabe evitar la soberbia.

A mí, aun me queda por aprender...

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Light Arturo Vázquez

Once I saw thy face imprinted in the reflection of my longings.

Through my closed eyes I saw water and sand and the light reflected on them, and as warmth embraced my cold soul I felt the presence of the infinite.

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Los caminos de la vida Estefany Baena Gaviria

La niñez, donde no hay problemas, donde el amor es tan puro, donde no nos fijamos en un

físico, y todo lo que hacemos nos sale del corazón; es una época maravillosa pero, poco a poco acaba, o al menos nosotros le ponemos su fin.

Cada día los obstáculos van creciendo y nos volvemos más superficiales, menos capaces de ser realmente nosotros, queriendo seguir un prototipo en el que perdemos esa hermosa esencia. Me pregunto, ¿Una persona qué tanto puede extrañar su niñez?, ¿Qué tanto puede extrañar esa bonita etapa donde todo era verdad?

Ahora vienen a nuestra mente los juegos limpios, las peleas de amigos que no aguantaban un día enojados, y esos momentos en que no nos daba pena hacer algo sin importarnos la opinión de los demás, sintiéndonos libres con lo que hacíamos.

Disfrutábamos cada instante de nuestra vida, no nos invadían tantas preocupaciones, pero a medida que pasa el tiempo, pareciera que pasamos a otro mundo donde las guerras, discusiones, peleas, hurtos, mentiras, en fin, una vida desorganizada entre las personas parece incrementarse cada vez más… «Parece que esta vida no fuera de un yo, sino de un ellos», donde todo lo que hacemos es una aventura, todo son colores y sabores, la inocencia que se apodera de nosotros y que termina en la etapa de la adolescencia ese período en el cual somos vulnerables a cambios, no sólo en nuestros cuerpos sino también a nivel social y psicológico, donde la pubertad hace que dejemos esa ignorancia y seamos más precoces a la hora de actuar, donde vemos todo trágicamente y queremos conocer todo.

La moda es un lugar del que tenemos que hacer parte para poder sobrevivir, además con nuestros padres hay peleas continuas, son nuestros rivales por no entender lo que queremos hacer con nuestros amigos, y saben las consecuencias de todo lo que pensamos hacer pero no lo entendemos, porque todo lo que hacemos nos parece que está bien, sin saber las consecuencias de cada uno de nuestros actos, siempre deseamos compartir con nuestros “amigos” que muchas veces son personas momentáneas, pasando por todas esas emociones que poco a poco nos llevan a tomar decisiones que muchas veces no son las correctas, creyendo que ya se llega a la etapa de la adultez, pero ¿qué es la adultez?

La adultez, los problemas económicos más que todo parecen incrementarse cada vez más, pensamos en nosotros mismos como única prioridad, sin pensar en que debemos ayudar a los demás, pensamos en nuestro bienestar, en nuestra fortuna, en muchas cosas materiales. Sin reconocer que si en la vida no tenemos personas a nuestro alrededor, nuestra vida sería un tanto vacía, sin gracia, sin ánimos, sin luz… y poco a poco vamos pasando por esta etapa considerando siempre como prioridad un físico escultural, lleno de curvas, sin saber lo importante que es ser hermoso y admirado interiormente, por nuestros valores morales, por nuestra inteligencia, sabiduría, amor, respeto, fijándonos únicamente en lo exterior de las personas y cuando vamos llegando a una etapa más

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avanzada como la vejez, nos sentimos feos, despreciables, que ya nadie nos quiere y valora por estar en este momento de la vida, y sí llega la vejez donde la vida ya ha avanzado demasiado, ya hemos vivido miles de experiencias y cosas maravillosas, que han dejado marcado en cada uno de nosotros algo sobrenatural, algo que nos llena día a día y que hace que esta vida sea lo que es… Ahora se piensa en todos los momentos vividos, en todo lo que hemos compartido con nuestros seres queridos y demás personas, todo lo que aprendimos a lo largo de la vida, todos los obstáculos que hubieron, cada uno superado y valorado como debe ser, en estos momentos ya se aproxima la hora de partida, la hora de dejar esta vida y pasar a otro momento de la existencia, queriendo disfrutar de todo aquello que la vida pone a nuestro paso, a nuestro alrededor, valorando cada segundo, cada persona, recordando viejos tiempos y decir, ¡Cómo han cambiado las cosas!, tanto tiempo ha pasado, tantos pensamientos he tenido sobre el mundo y sus cosas adicionales.

En ese momento en que me siento viejo, me siento inútil a veces, siento que ya no estoy como quisiera estar, que la vida a veces se nos hace eterna, pero viéndola desde esta perspectiva, desde esta edad, veo que se fue en un abrir y cerrar de ojos, que se pasó la vida en un chasquido de dedos, ya tengo una familia, una trascendencia en esta sociedad, tengo un lugar en esta sociedad y en el universo entero, soy un ser más, que viene, vive, cae, levanta, aprende y finalmente espera su partida.

Estos son los grandes y tenues caminos de la vida, donde se viven miles de cosas que quedarán marcadas para siempre en nosotros y en los seres con quienes compartimos, seremos recordados con gran tristeza por la partida pero con entusiasmo a la vez de saber que somos admirados por muchas personas.

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Pensamientos de una tarde Mauricio René Ledesma Medina

Me encuentro sentado ante mi mesa de trabajo, tratando de plasmar mis primeras ideas para

el proyecto que ha iniciado hace unos cuantos días. La pantalla de la computadora está encendida, su luz y reflejo, no es precisamente lo mejor

para inspirarse. Fácilmente me distraigo, más aún cuando por la ventana comienzo a ver las hojas de los viejos

árboles mecerse al compás del viento, en el patio de la casa paterna, desde donde hoy intento escribir. Divago, busco un tema y no llega, había pensado escribir algo vivencial, pero aún no estoy

listo. Vuelvo la vista a la pantalla y esa hoja en blanco aparece retadora, a la vez que incitando a plasmar palabras sobre ella, seduciéndome a vulnerar su inmaculada blancura…

Mi vista se distrae con los objetos que se encuentran sobre la mesa de trabajo y allí está, un objeto maravilloso, que de inmediato capta mi atención por su brillante color amarillo que resalta sobre la oscura veta de la madera…un lápiz… lo tomo, comienzo a jugar con él, acerco el infaltable cuaderno de notas que se encuentra en la mesa de trabajo, afilo el lápiz y comienzo a trazar líneas sobre el mismo, paso a garabatos indescifrables, continúo con ideas sueltas, nada me convence.

Comienzo a pensar en todo lo que encierra un objeto tan sencillo y viene a mi mente una frase que escuche o leí alguna vez, no sé quién es su autor, pero en esencia refiere que no debemos permitir que al escribir una página en el libro de nuestra vida, sea otra mano la que sostenga el lápiz, cuanta verdad.

Me doy cuenta que además ese lápiz es un instrumento de un valor enorme, es muy probablemente el instrumento que una mano infantil empleará para expresar sus primeras ideas, su primeros esbozos de letras, sus primeros dibujos.

Será también el medio por el cual esa mano infantil, algunos años después, con temor responda aquel examen de cuya calificación depende alcanzar el éxito en la meta que como estudiante se ha trazado; al mismo tiempo que mediante ese objeto tan simple muy probablemente, exprese de manera tímida sus sentimientos a la dama que le roba sus sueños. Es un instrumento de poder, tan fuerte o más que la espada del guerrero, pues también de él se valdrá el estadista para redactar sus decretos.

Sigo jugando con mi lápiz, sorprendido de todo lo que puede contener en su interior y lo maravilloso que es también como un aliado de la libertad, pues mediante él mismo se han expresado las grandes mentes que han dedicado su existencia a la lucha libertaria y la igualdad entre los hombres.

También por medio de él se han expresado los grandes poetas y escritores que nos han regalado con infinitas historias que alegran nuestro diario vivir, que despiertan nuestra curiosidad y nuestra sed de conocimiento, lecturas que acompañan nuestros ratos a solas y que son nuestras fieles compañeras de cada noche.

En fin, sigo maniobrando con mi lápiz, las ideas no fluyen, la inspiración hoy se esconde, creo

que será mejor dejarlo para un mejor momento.

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Tan sólo logre rescatar lo siguiente de esta tarde: TRES MICROCUENTOS TIRADOS AL VIENTO…

I Hoy te vi, pensé que hace tiempo eras punto final en mi vida, no es así, tus ojos y tú boca

demostraron que tan sólo fue una pausa... II

Fue suficiente una mirada, No había necesidad de decir adiós,

Ni siquiera un “hasta luego”… La magia había terminado,

La monotonía, había triunfado… Eran tan sólo dos siluetas, que se alejaban, desdibujándose en aquel atardecer…

III Lo llamaron a la oficina del Director, con urgencia…

…como siempre. Pasó sin hacer antesala.

Y allí estaba, de espaldas a él. Una enigmática mujer,

sólo veía su largo cabello, más negro que una noche sin luna, pero eso le bastaba para imaginar su rostro,

Se acercó al escritorio, Y percibió el lento giro de un cuello, cual cisne, al mostrar su belleza.

En efecto, era un rostro hermosísimo, desde entonces la amó… Hoy separados en la distancia, esa imagen prevalece siempre con él, pues...

Fue algo más que un instante robado al tiempo… …(Este último es para M)

Afilo de nueva cuenta mi lápiz, guardo mi cuaderno y dejo al primero en su lugar, listo

para su uso; en su momento preciso será mi auxiliar para expresar mi sentir, y tomado por mi mano, me ayudará a comenzar a escribir una nueva hoja en el libro de mi vida…

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Otro amor de cartoon David Emmanuel Martinez Ramirez

Porque sin ti yo pierdo el equilibrio;

Como un saijayin sin cola,

como un pokemon sin pokebola;

es que yo soy adicto de tu boca...

Y me encantaría verte en botas,

y es que yo soy el mono y tú la exploradora...

Y es que tus labios me debilitan...

como a superman la criptonita.

Tú me incitas como a Robín la batichica,

y perdona si sientes que soy atrevido...

Pero me gustó verte en ese vestido.

Doy gracias a Dios de cómo nos conocimos...

Como Ash y Misty,

y tenemos diferencias...

Como Goku y Vegueta...

Y trato de decirte que te quiero con todo lo que soy...

Que tengo hadas... y poemas,

y escucho reggaeton....

Y soy honesto contigo....

A veces sueño contigo y a veces con dragon ball...

Me gusta la w....

Pero más me gustas tú...

Si tú fueras Milk.... yo sería Goku...

Y es que tengo una mente infantil...

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Y sueño con un amor de cartoon...

Y si soy honesto... parece repetido todo esto....

Pero si lo miras con atención te darás cuenta que lo que siento es cierto...

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Lucía Mirta de Fuentes

Lucía se hastió de la vida, del estudio, del trabajo, de los que todos esperaban de ella. Ansiaba

otra vida, se sentía diferente a todos los que la rodeaban.

Fue así que un día muy gris, tan gris como su sentir, tomó un ómnibus hacia ninguna parte, sólo llevó una maleta con el mínimo necesario, en la Terminal simplemente se bajó.

Era un pequeño pueblecito, en el medio de la nada, divisó un pequeño bar, entró, pidió un café, lo saboreó lentamente, toda su vida pasó por su mente en un solo instante, y simplemente se dijo: aquí repensaré mi vida, nueva vida, hoy comienza, todo ha quedado atrás.

Preguntó al cantinero si conocía algún lugar donde quedarse por unos días, el cantinero respondió: - Poseo una pequeña cabaña en medio del bosque, nunca la uso, pero puedo alquilarla.

Se pusieron de acuerdo en el precio, y Lucía preguntó - ¿Cómo llego hasta ella?

- Tendrá que ir caminando porque a esta hora , en el pueblo no encontrará a nadie que pueda llevarla.

- Pues entonces dígame cómo llegar, iré a pie, me hará bien caminar.

- Por ese camino encontrará un bosque, adéntrese en él y pronto la verá, no es demasiado lejos, pero el camino es bastante sinuoso.

Ya cansada llegó a una pequeña cabaña, oscura, dos ventanas, una puerta, cocinilla, baño y una cama.

Al llegar pensó: - Aquí descifraré mi mañana, mi futuro, sola con mis dudas y mis pensamientos.

Se hizo la noche, estaba muy estrellada, Lucía agotada se durmió profundamente.

En la madrugada la despertó un fuerte viento, las hojas de los árboles golpeaban furiosamente en la ventana, y luces cegadoras la envolvieron.

La puerta se abrió y un frío de muerte la despertó sobresaltada, con sus ojos entreabiertos vio una figura en la puerta, restregó sus ojos para distinguir mejor, allí estaba un viejo indio con su ropa hecha de cueros, su larguísimo cabello negro y sus ojos de lince oscuros y brillantes.

- ¿Esto es una pesadilla? se preguntó. El viejo indio sólo dijo- Acompáñame, verás lo que deseo mostrarte. El mundo es algo más que aquello que puedes ver con tus ojos, entrarás por la puerta del mundo a reinos sagrados.

Intrigada Lucía se dijo - ¿Por qué no? se vistió y a aquel viejo indio siguió. Cruzaron parte del bosque, llegaron a un pequeño valle, y fue allí donde el indio le dijo: - Mira, pero con tu corazón,

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valdrá la pena, ya lo verás, entrarás en mi mundo, el mundo que fue, el que no es el tuyo, pero por hoy lo será.

Una luz extraña la encandiló, nuevamente ese cegador resplandor, más cuando logró abrir sus ojos, vio lo que nunca imaginó.

Un grupo de indios de todas las edades, hablaban entre ellos en lengua ininteligible para ella, cerca corría un riachuelo, tiendas hechas con cueros, y al centro una gran fogata, alrededor de la cual todos los indios danzaban levantando sus brazos al cielo, mientras cantaban. Un indio muy anciano tenía un cristal de cuarzo en un cuenco de barro sobre la fogata, encendió un tabaco, un humo muy blanco comenzó a esparcirse sobre todos los allí presentes, éste abriría las puertas a los dioses y a los cielos para comunicar los secretos, deseos, anhelos de todos los que allí se encontraban.

Lucía sintió primero un gran vacío, luego llegó la purificación, una vez que todo lo malo fue echado fuera, todo se transformó dentro de ella, y allí se dio cuenta que era un lugar mágico. La Luna que todo lo iluminaba la hizo sentirse parte de ese mundo, en ese preciso momento se dio cuenta que estaba la fuente de su verdadero ser.

Fue entonces que el viejo indio le dijo: - Has entrado en nuestro ayer, lo cual a pocos les es permitido, aquí donde nuestros ancestros hasta nuestros ancianos de hoy transmiten nuestra historia de boca en boca hasta los niños que ves jugando allí.

Con nuestros cánticos damos gracias a nuestros dioses: el Sol, la Luna, las Estrellas, el bosque, la tierra, la lluvia, lo que vosotros llamáis: la Naturaleza.

Son todos los que nos proveyeron de todas nuestras necesidades: ropa, alimentos, tiendas donde descansar. Esos Dioses nos fueron quitados por los extranjeros, trajeron libros, cruces, y al ver que en ellos no creíamos, sin más ni más fuimos exterminados.

El río donde nos bañábamos, los niños jugaban, se lavaba la ropa, la maldita represa destruyó, los animales que nos servían de alimento, hoy están fuera de su hábitat natural, siendo exhibidos ante adultos y niños como trofeos, ya nada queda de aquello que fue.

- Ahora, únete al baile, baila bajo la Luna, con la tierra, el cielo y el fuego, aprende a ser tú. Vive tu vida, que no es tuya, es de todos, no menosprecies nada ni a nadie, y no permitas ser menospreciada, aprende a valorar el pasado, el presente, todo está entrelazado.

Enseña el valor de la tierra, de todos los seres vivos, del cielo, de la luna del sol, de la lluvia y de las tormentas, si así no lo haces tu mundo terminará como el nuestro terminó. Ese mundo corrupto que tenéis hoy, pronto acabará, demasiada codicia, demasiadas guerras, demasiada hambruna, demasiadas diferencias sociales y raciales.

Haz que la gente piense, cuenta lo que has visto, pero por sobre todo por el mañana, y este es mi regalo. Lucía entró en un letargo, luego en un sueño profundo, despertó en medio del bosque, junto a un fuego extinguido, en su mano apretaba algo tibio, muy tibio, al abrirla alli estaba, un pequeño trozo de cuarzo.

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Comenzó a correr, soltó su cabello, el viento golpeaba su cara, las hojas crujían bajo sus pies descalzos, mientras lo hacía pensaba en las enseñanzas aprendidas esa extraña noche.

- Soy una mujer nueva, se dijo, lucharé contra lo injusto, llevaré todo lo aprendido hoy, y el mundo será de todos y para todos, escribiré, gritaré que nuestro mundo de hoy debe cambiar, como yo he cambiado en esta noche. Lucía era otra, y ella lo sentía, cuando devolvió las llaves al cantinero, lo hizo con una amplia sonrisa, este la miró dos, tres veces, su cabello claro era ahora negro con fulgurante brillo y sus ojos claros, eran tan oscuros y profundos como pozo sin fondo. Lucía sabía que los cabellos y los ojos del viejo indio se iban con ella a cambiar el mundo, en su mano apretada llevaba el tibio regalo de un trozo de cuarzo, y una sonrisa clara y limpia se dibujó en su boca, se iba con el río, los árboles, la luna, niños jugando, mujeres lavando en el río, hombres, ancianos alrededor de un fuego que jamás se apagaría. Para mi hija Patricia, personita tan especial que su vida debe cambiar.

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Septiembre 19 de 2012 Nathalia Gutiérrez

No te conozco, porque me falta recorrer los canales de tus venas.

Aventurar por los campos magnéticos de tu mente y sus bailarinas las neuronas, No te conozco, pues no he saboreado el hierro de tus huesos ni el azúcar en tus papilas. Me hace falta caminar por las sedas de tu piel y los lunares que se dibujan como estrellas,

sobre los horizontes de sus células. Y qué decir del aroma, el aire y el oxígeno que deambulan por tus pulmones, de aquellos trazos de sangre en tu corazón, de los diminutos planetas escondidos en los hoyos de tus pupilas.

¡Por Dios que no te conozco!, soy ajena a lo que tus labios besan, a lo que tus palabras halagan, soy ausente de ti, de tu sabor.

No conozco los manuscritos en tus cabellos, ni el color que los tizna a vino negro. Nunca he recorrido los volcanes de tu calor, esa energía que propagas en tus brazos, pero

¡dime! qué podría desear más, que conocer las habitaciones de tu conciencia, las pinturas de tus recuerdos, aquellas destrezas de tus dedos, de tus pasos… las desconozco…

Y vaya que si es un infortunio, carecer de su conocimiento, pero has sido compasivo, al darme gotas de sonrisas, de algunas letras, de ciertas melodías.

Y puedo, expresar así, que te reconozco.

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Sueños de igualdad Gonzalo Ramiro Probst

¿Cuánto tiempo pasará para que me dejes cruzar el umbral? Deja de mirarme a los ojos y

déjame pasar por favor, quiero contarte lo cerca y lo lejos que me encuentro de vos, por favor no calles y no bajes la mirada, no sientas vergüenza de tus sentimientos y sobre todo de lo que yo cuente.

Déjame expresar todo lo que siento y dejaré que hables. Te digo hermano, que siento vergüenza del mundo, que la belleza se opaca y el sol pronto dejará de brillar, que la noche se parece al día y el día al cementerio de mi esquina, que mis ojos todos los días ven violencia, gente sin rumbo y sin ganas de vivir, que nos peleamos por un trozo de pan y que de vez en cuando algún niño se dedica a llorar con un arma entre sus manos.

A veces siento que nacemos con los días contados y los sueños ya soñados. Te digo hermano que a veces me encuentro soñando una ciudad devastada por alguna ocasión del mal, encuentro el techo de la depravación humana, humo por doquier, personajes del ambiente corriendo alrededor de cadáveres mutilados, encontrando por fin la felicidad del día, sacando su belleza sobre la faz de la tierra y su entorno. Personas ensangrentadas escapando de las garras de los perros hambrientos que corren desesperados en busca de su porción alimentaria, niños sin sus juguetes envueltos por un manto de sangre que fluye por las calles de mi ciudad. Sangre que cae en los alcantarillados y que abajo se revuelca la miseria de los desesperados carcomidos por el sueño de la igualdad.

Así me encuentro hermano, no llores, mírame a los ojos y di algo por favor, que tu silencio no me dé la razón.

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Te confieso amiga Sandra Mónica Semeñenko

Te confieso amiga, soy depresiva, por eso hay días en los que no me encuentras.

No me pidas que ponga ganas ¡pues no tengo fuerzas!

Me verás llorar seguido, no me preguntes porque.... sólo abrázame fuerte.

Habrás visto que no me gusta pelear ni estar en medio de alguna discusión, me hace mal la violencia.

Habrás visto que en las reuniones soy buena anfitriona, me río mucho y derrocho felicidad, pero a veces lo hago con mucho esfuerzo, pues mi corazón por dentro está llorando.

Tengo muchos miedos, a veces ataques de pánico, no te asustes, tómame la mano y espera que me tranquilice.

Te confieso que hay días en los cuales no quiero vivir, por favor no me digas que no me entiendes, ya que tengo todo para ser feliz, porque no tiene que ver con eso.

La depresión es una enfermedad silenciosa... tan difícil de explicar, pero tratare de hacerlo.

La depresión es sentir una tristeza infinita, es soledad, es insomnio, es miedo a vivir, es sentir un dolor constante en el pecho, es sentarse en el piso cual niño a llorar sin saber por qué.

Es tener valor para atravesar la puerta y salir al exterior.

Es caminar y ver los capullos en flor, es sentir el canto de los pájaros, es observar en los ojos de un niño el hambre, es sufrir por esa anciana que cruza la calle despacio en medio de un tráfico infernal, es sentirse perdida, es no comprender ni concebir la violencia, es sentirte culpable por como sos, es vivir el hoy y el temor al mañana....

Por eso amiga, hoy, no me pidas que ponga ganas.

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Te amo Olivia Ramírez Cortéz

Sólo fue un hola y un qué tal, por cortesía y por curiosidad, algo muy normal que sucede en

mis días cotidianos, como cualquier otro, con un sinfín de pendientes, un dolor de cabeza, incluso ese día hasta el dormir era agotador. Aquel momento en que te dejé entrar a mi mundo no tenía ni la más remota idea de lo que el tiempo tenía previsto para ambos, y aun no puedo definir de manera concreta “todo”, solo sé que es algo que está marcando mis metas… Aceptarte en mi vida fue un pequeño golpe de suerte que tuve, un maravilloso evento que sin saber estaba esperando.

Pronto sin saber ni planear nada, solo un ligero movimiento en lo habitual de nuestras vidas y lo que Dios considero un pequeño desajuste en el destino de ambos, creció así un sentimiento nuevo para mí, algo así como la luz en aumento que tiene una estrella mientras más obscuro se torna el cielo.

Unos meses después nació el “te quiero” algo que realmente se comenzó a sentir, no siendo estas palabras tan comunes en mi vocabulario, sin embargo contigo son letras tan ligeras que forman una expresión tan perfecta y sencilla para describir lo poco y mucho que viene a provocar tu presencia dentro de mí.

Después ya era necesario el “hola”, el “te quiero” y un “cuídate” sin hacer más extenso todo…

Porque despertaste en mí la necesidad de necesitar a alguien, y sin importar que no te tenga a diario físicamente haces que este sentimiento crezca minuto a minuto que transcurre de mi vida, porque ya estás dentro de mi vida, porque ya entraste en mi corazón, porque ya te siento recorrer mis venas, porque definitivamente eres necesario para seguir alimentando mis sueños, para seguir adelante.

En los momentos que olvido lo que anhelo de la vida y la gana de sacar una lágrima se apodera de mí, saber que existes y que estás en algún lugar, mantiene viva la sonrisa en mí, que me hace ser única, que me hace tener fe nuevamente; alcanzas demasiado con tan poco, incontable son mis logros con este sentimiento.

Que aparecieras de la nada en mi vida me hace creer en lo utópico de mi existencia y en lo correcto de mi fe, y la distancia que pudiese en muchas ocasiones estar entre ambos no llega a compararse con lo que siento, porque esto mucho más fuerte, demasiado grande para competir siquiera.

Hoy aseguro con firmeza sin detenerme en mi pasado y sin preocuparme por mi futuro, que todo lo que aquel día trajo consigo fueron cosas buenas y lo menos predecible pero lo más perfecto que le agradezco a Dios es la hermosa casualidad de que llegaras a mi vida. Sólo pido a Dios de la manera más humilde, que no del mismo modo que apareciste en mi vida te vayas, quiero que sigas siendo parte de mí y de mis sueños. Te amo, no hay más que decir.

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El gato sabio de San Pedro Pululapán Edgar Carpio (Paluca)

Caminaba sigilosamente por todas las regiones del pueblo de San Pedro Pululapán. Aquel

parecía ser su territorio, pero concentraba su presencia en los alrededores de «La Loma», «El Rodeo», y la zona céntrica del mismo pueblo. Era en la época de las caudalosas venas fluviales, donde las aguas se empozaban dando hogar a los pululos y los punches. Se le miraba en la rivera tomando agua, en las peñas paralelas a los ríos, y de vez en cuando en la elevación céntrica del pueblo donde se llevó a cabo la batalla de los hombres, en las famosas guerras centroamericanas. A estas instancias aquellas guerras hoy eran historias, pero el sentimiento hostil había quedado sembrado en la tierra que absorbió la sangre india y mestiza del conflicto. Nuestro amigo, era conocedor de la historia y de las leyendas del lugar. Venia de una estirpe, cuyo conocimiento era traspasado de generación en generación como un mandato ineludible para su trascendencia. Era por eso que los aborígenes del lugar, respetaban su presencia y nunca intentaron cazarlo, aunque otro sector de la población, y más que todos los mestizos temían de aquel agraciado felino, por sus aves de corral, por su ganado, o por los niños de casa.

Tlamatini, era el nombre de este gato montés y cuyo nombre significa sabio. Color amarillento y de mediana altura, era identificado y respetado por el final de su cola de color negro, que denotaba su origen ancestral. Por años lo vieron aparecer y cruzarse en los caminos de esta región jorobada y de vestimenta verde. La mayoría de veces pasaba desapercibido bajo la sombra de los arbustos, camuflado entre los pastos amarillentos de los meses de octubre, o simplemente en el agujero de su madriguera que se localizaba en una peña frente al camino principal del pueblo, que conducía a la iglesia que siempre estuvo pintada de blanco. A pesar de su intermitente presencia, nunca nadie lo vio atacando a nada o quejarse de perder sus animales por culpa del gato montés que rondaba el pueblo.

Las cosas cambiaron por culpa del resentimiento de la misma gente. Los conflictos que desangraron al pueblo trajeron en sus ecos el sentimiento negro de la venganza y de repente aparecieron algunos seres humanos muertos y que posteriormente eran desmembrados por los animales de la región, los cuales borraban toda evidencia de un crimen. La culpa apuntaba al gato montés del pueblo, y todos comenzaron a temer y a prepararse en contra de Tlamatini.

Un día, un joven con el nombre de Chon, se fue solitario por las veredas del pueblo en busca de leños y algunas frutas silvestres. Caminó por las orillas del rio sin darse cuenta que era vigilado y apuntado por un fusil heredado con el mismo odio de años anteriores. La mira del fusil apuntaba a uno que no había nacido en los conflictos, pero que llevaba sangre de uno que participó en el conflicto y era lo suficiente para calmar la ira de otras épocas. El atacante miró a su alrededor, cerciorándose que no hubieran testigos, y una vez se sintió seguro de ello, puso el ojo en la mirilla y su dedo índice había hecho aquel movimiento donde solamente se escuchó la explosión de éste y los ecos que rebotaron en las peñas. Aquel hombre no se dio cuenta que a sólo unos cuantos metros estaba Tlamatini, sigilosamente espiándolo. El hombre vio caer a su víctima y comenzó a alejarse del lugar, pero de repente escuchó un sonido indescifrable, el cual tenía también un origen indescifrable, y solamente

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escuchó el rugido del gato cuando ya no tenía tiempo para cargar de nuevo su fusil, el cual con el impacto de las garras del felino había salido por los aires, sin ver donde este caía, y en fracción de segundos sentía el aliento del felino soplando su sorprendido y pálido rostro. Cuando el hombre en su pensamiento se había encomendado y había encomendado a todos los suyos a su Dios, en una reacción espontánea que a la vez le dio un rostro beata, pensó que al abrir el gato su hocico éste terminaría con su vida, pero se había equivocado. Tlamatini, rugió y exclamó —Levántate— El hombre ahora se moría del miedo, pues nunca imaginó que el gato le hablaría y Tlamatini, con el conocimiento de sus años, intuía lo que el hombre pensaba, y le volvía a hablar.

— ¿Te sorprende que yo te hable, verdad?

— ¿Hasta cuándo los hombres escucharán a la naturaleza?

— Un siglo atrás, un pululo (bagre) le habló a Tetl, cincuenta años después, un tecolote le habló a María, y les llevó al manantial subterráneo del Platanal. ¡Hoy te sorprende que yo te hable!

— Levántate y crucemos el rio, y no intentes huir, porque una vez te alcance puede que te haga daño — dijo Tlamatini.

— ¿Y a dónde me llevarás?, ¿Me comerás?

—Nunca he comido humanos, he respetado tu entorno, que hasta las aves de tu corral no están en mi mira alimenticia.

— ¿Y a dónde me llevas?

— A un lugar más compasivo, a un lugar de perdón, a un lugar más humano. Sigue, camina por este sendero y atravesemos el rio lo más pronto posible.

El hombre se dio cuenta que el gato lo dirigía hacia donde Chon yacía tendido. Tenía una mancha de sangre en la espalda y su olor había atraído a otros depredadores del lugar, pero que Tlamatini espantó con su ronco rugido. Éste se acercó a Chon y cuidadosamente rompió la camisa con sus garras afiladas y divisó el brote de sangre y el agujero de la bala. Chon, ya debilitado creyó que aquella imagen del gato salvaje era producto de los delirios de su fiebre que comenzaba a hacerlo temblar. Tlamatini se dirigió al hombre nuevamente.

— Arrástralo hacia el rio. Debes limpiar su herida.

— Necesito ver bien el orificio de la bala para poderla extraer.

— ¿Y cómo la vas a extraer?

—No te preocupes por eso. Limpia la herida y yo haré lo demás.

El hombre extrañado hizo lo que el gato le pedía, y una vez limpia la herida, el gato insertó una de sus afiladas garras haciendo más grande el agujero de la bala, pero con la seguridad de substraer el metal del cuerpo de Chon. Una vez hecho esto, el mismo gato trajo algunas hojas silvestres y cubrió el agujero de la bala con estas. Pidió al hombre que volviera a arrastrar el cuerpo de Chon a una sombra, donde el gato se sentó frente al desvalido joven y a un lado de los ojos asombrados de

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aquel hombre que ahora temblaba del miedo. Tlamatini había olido el miedo del hombre y si dirigió compasivamente hacia él:

— ¿Por qué temes?. Si yo quisiera hacerte daño, ¿no crees que ya lo hubiera hecho?

— Entiendo, o al menos creo entender, que tu miedo no es hacia mí, es hacia ti mismo. Has comprendido lo que intentaste hacer, y hoy temes de ti mismo.

— El hombre es víctima de su propio odio —le dijo—.

— ¿Qué harás conmigo? ¿Me matarás?

— ¿Acaso tengo el rostro de un asesino? contestó el gato.

— ¡Usted mata para vivir! exclamó el hombre.

— El matar para vivir no me hace un criminal, la naturaleza me describe como un depredador. Me aleja de la definición de un criminal. Nosotros lo que matamos lo comemos, es parte de nuestra naturaleza. No matamos a un conejo por ser negro o blanco, o a las aves porque les gusta volar, o a los primates porque creen tener más consciencia que nosotros. Matamos porque es nuestro instinto trascender en esta vida, y somos parte esencial de un ecosistema balanceado.

— ¿Y cómo sabe todo eso?

— Como parte de la naturaleza, nosotros la escuchamos. Algo que el humano se niega a escuchar.

— ¿Y qué hará conmigo?

—Yo nada. Lo importante es lo que harás vos contigo mismo, con los demás, y con esta naturaleza que poco a poco la destruyen, al igual que entre los mismos humanos.

—Comienza perdiendo tu odio, al igual que hoy has perdido tu fusil. No lo busques jamás, porque un arma como esa, sólo fue diseñada para matar de una manera criminal y no con la convicción natural ancestral y respetada del depredador. Ama, respeta la tierra y a todo lo que vive en ella, pues esta te corresponderá más de lo que vos puedes imaginar. La tierra es bella, bella como una madre y es por eso que algunos han comenzado a llamarle «Madre Naturaleza». Ella como una madre nos enseña, y hay que aprender de ella. La tierra es un enorme libro. ¡El mejor libro! terminó diciendo.

Tlamatini, ahora parado en sus cuatro patas, rasguñó la tierra dejando la marca de sus garras sobre un suelo arenoso. Poco a poco se fue retirando, dejando a aquel hombre con el joven herido. Éste a duras penas logró llevar al muchacho al aposento sagrado de su humilde casa, donde convaleció con los suyos hasta felizmente recuperarse. El hombre viejo vino a crear una sincera y limpia amistad con Chon, al punto que ahora trabajaban la tierra juntos, y donde recordaban ambos la experiencia que los había unido.

Un día claro en el mes de junio mientras trabajaban limpiando su sembradío por la mañana, Chon con un poco de temor, entusiasta le señalaba al felino que parecía divisarlos desde la peña. Éste dejó a un lado la actividad y se dirigió al viejo diciendo.

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— ¡Mira, es el mismo gato que un día me atacó!

— ¡No! —le dijo el viejo y continuó hablando. —Su nombre es «Tlamatini» quiere decir Sabio y es el animal que te salvó del peor depredador de esta tierra terminó diciendo el viejo…

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Un día Rocío Yurena Aguilar Ortega

Valentina era una mujer cuya belleza, se encontraba en su interior, pues la vida la había

colmado de desgracias, llevaba desde los 6 años en una silla de ruedas, su voz era casi tan hermosa como su alma, pero como un pajarillo enjaulado, solo cantaba en la intimidad de su habitación.

Dakota era una joven hermosa por fuera, cuyos actos en la vida la hacían triste y oscura, pero su presencia te dejaba sin habla. Viajaba por el mundo con su grupo de rock, tenía cuatro componentes, dos guitarristas, ella misma y un baterista. Vendía su cuerpo como si no fuera suyo, a todos los hombres que la desearan, menos a Tomás, el baterista, su rechazo la desconcertaba.

Tomás era un joven tímido, rara vez hablaba, pero brillaba en el escenario, allí sonreía pero el resto del tiempo siempre parecía desgraciado. Un día cualquiera se presentó con su batería en la puerta del camerino de los jóvenes músicos, hizo una prueba y se los ganó. Aunque de eso hacía un año, se trataban como extraños.

Así el destino quiso que Dakota perdida en la ciudad pasara por la ventana de Valentina. Cuando esta cantaba, la observó como si fuera un gorrión, y por primera vez en la vida Dakota sintió compasión. Tocó su puerta y entró, sin ser invitada. Valentina no tuvo miedo. Hablaron largo y tendido. Al final Dakota convenció a Valentina para grabar la canción que estaba cantando, se la llevó a la banda y con un par de arreglos la hicieron suya. Valentina no se enfadó, le pareció un honor que alguien tan hermosa y fuerte quisiera usar su voz como propia, pues su voz estaría en otro cuerpo, uno que ella deseaba tener.

Pasaron los meses y la banda se hizo más famosa, todos aclamaban la voz de la hermosa cantante, y a Valentina no le importaba. Desde su jaula, era feliz, ayudaba a su madre en casa como podía, limpiando la cocina, el despacho de su padre, quien fue un antiguo cazador que murió en África devorado por un león.

Un día Tomás fue al piso de Dakota, con una decisión tomada. Cuando esta le abrió estaba empapada en lágrimas pero no le importó, la miró con frialdad y le dijo— Hasta ahora eras oscura por ti misma, pero con esto oscureces a otra persona y no me parece justo, me voy.

Un día Dakota recibió la noticia de que le quedaban unos años de vida, pues una vida de imprudencias, es una vida peligrosa. Dakota lloró desconsolada, deseando volver el tiempo atrás, cuando Tomás tocó a su puerta.

Un día en cualquier ciudad cayó una tormenta, ese día una pareja se besaba en medio de una carretera no transitada, como si todo el amor del mundo residiera en un momento que pudiera ser cazado y ellos tras un día de lucha lo hubiesen capturado y lo devorasen con lo que el amor devora a los hombres, con besos.

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Un día la madre de Valentina murió y cuando la trabajadora social la llevó a un lugar adaptado para ella, Valentina se rompió, su mundo cayó, casi tan rápidamente como caía la lluvia en el cristal de su nueva habitación.

Cuando Tomás salió del piso de Dakota, corrió tras él y le pregunto.

— ¿Por qué has estado con nosotros tanto tiempo?

—Por amor —dijo— él.

— ¿A quién amas? preguntó ella.

—A una mejor versión de ti misma que no conoces— respondió el.

—Lo siento —dijo ella.

—Yo también contesto él.

—Tú no sabes lo que es el arrepentimiento —dijo ella.

—Me arrepiento de no saber cómo amarte— respondió el.

—No sé cómo soy – interrumpió ella — Pero si me das una oportunidad lo descubriremos juntos.

—No puedo, me voy – le decía—.

— ¡Llévame contigo! – ella respondía—. Dónde sea, cuando sea, siempre que estés tú.

— ¿Por qué? —Preguntó él acercándosele.

— Por lo único que merece la pena vivir —dijo ella acariciando su rostro — Por amor.

En esa última palabra se besaron, sus lágrimas no se distinguían de la lluvia. Valentina también lloraba, esas vidas estaban unidas por un equilibrio místico. Cuando Dakota fuera feliz Valentina sería desdichada. El destino las había unido así desde el día de su nacimiento.

Valentina consiguió volver a su casa un par de años más tarde y vivió en soledad unos años más mientras Dakota recorría el mundo con Tomás, viviendo lo que le quedaba de vida con amor y respeto. Dakota olvidó a Valentina y a su voz, pero Valentina no olvidó a Dakota. Con ella murió su esperanza de compartir con el mundo una parte de sí misma, que no tenía, la belleza externa. Cuando Dakota volvió a la ciudad paso por casa de Valentina sin darse cuenta, y esta la vio y la llamo desde la ventana. Dakota la recordó y con una gran sonrisa, le correspondió. Entró en su casa, y de ella nunca salió. Pues valentina limpiaba el arma de su padre cuando esta se disparó. ¿Un accidente? Tal vez no.

Valentina no fue feliz nunca más, pero nunca se arrepintió. Tomás tuvo que cuidar solo a su hija a la que Dakota llamó. No supo de su existencia y Valentina un día murió, entonces la pequeña Dakota oscura se volvió.

«Todos nos rompemos, algunos nos arreglamos, ninguno muere entero pero todos vivimos destinados a las personas que conoceremos. Esta historia sólo es una metáfora del destino en el que creo, de las casualidades de las que vivo y de las palabras en las que me recreo».

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Un momento en la existencia Johnny Acevedo

El muchacho salía de otro rutinario día de trabajo, esta vez no iría a su casa

directamente, se dirigió al cementerio que quedaba cerca, en realidad, ya lo tenía planeado. Días atrás algo de tan particular lugar le llamaba la atención cada que pasaba cerca ¿Será la soledad, será el silencio que brinda este lugar quienes me llaman? se preguntaba. Él era de pocos amigos, retraído y solitario, andaba como inerte entre los quehaceres de la sociedad a la cual cada día le reclamaba un poco de calma, silencio y tranquilidad, pero que sólo encontraba en las noches de lluvia.

Entró y no tardó en quedarse envuelto en el ambiente del lugar, se reprochó no haber tomado antes la decisión y haberla aplazado por tantos días. Se sentía feliz, por fin sereno, por fin solo, sus únicos compañeros no podían pronunciar palabra que perturbara su tranquilidad, por un momento se sintió triunfador ante la escandalosa sociedad que rodeaba el lugar, pero qué le importaba a él el triunfo, estaba tranquilo.

Aún estaba absorto en sus pensamientos cuando un viento tan suave como nunca antes había sentido, lo rodeó y terminó en una voz no menos dulce y suave que el mismo viento.

—Hola— lo saludaba una joven detrás de él.

El muchacho volteó

—Hola— Contestó con timidez.

—¿Visitas algún ser querido? —preguntó curiosa la joven.

—No… no, sólo disfruto del lugar – el muchacho pensó que era inútil exponer sus razones.

—¿Te importaría si lo disfruto contigo? —dijo la joven sin cuestionar tan peculiar gusto.

Él no pudo decir que no, no por timidez, ni por agradarla, ya la vida le había enseñado a decir no muchas veces, pero aquella joven tenía un encanto del cual no pudo escapar, y la tranquilidad de la cual antes gozaba no pareció perturbarse con la presencia de la mujer, al contrario, le añadía una especie de placer que el muchacho no había experimentado.

—Yo sí estoy aquí por alguien especial – afirmó la joven –. Y así comenzó una conversación entre los dos en tan particular lugar, hasta que ella tuvo que partir sin antes prometer que se verían nuevamente al día siguiente y concordaron un horario.

Día tras día se encontraban, y el muchacho ansioso esperaba que el reloj, a veces indiferente, a veces generoso, marcara la hora del encuentro. El amor, a quien tantas veces se había mostrado reacio, por fin lo había capturado.

Ella llegaba siempre puntual, acompañada de ese suave viento que a él le parecía transportarlo al mismo cielo.

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Pasadas dos semanas del primer encuentro, el muchacho después de mucho rogar al minutero de su reloj que marcara la hora que necesitaba decidió invitar a aquella joven a un lugar diferente al cementerio. Se dirigía a su tan especial cita, pero esta vez, dos guardias no le permitieron entrar, la razón del impedimento fue lo que más lo sorprendió:

—Durante estos días – comenzó a hablar uno de los guardias con una voz tosca – nos han reportado que lo han visto paseando solo por los pasillos, al parecer, hablando con alguien. Esta actitud está inquietando a los demás visitantes.

El joven quedó paralizado por unos momentos, sumido en pensamientos, entonces recordó que nunca la había tocado, le encontró la explicación al por qué lo evadía cuando le preguntaba sobre su vida y el suave viento, de pronto tuvo su razón de ser. Él insistió en entrar prometiendo a los guardias portarse normal.

Ahí estaba ella, en su rostro no estaba la sonrisa que lo recibía, al contrario, estaba envuelto en una profunda tristeza, él se acercó y ella le hizo un gesto para que la siguiera, el suave viento era más constante. Recorrieron un pasillo del cementerio que el muchacho antes no había recorrido, y se detuvieron frente a una tumba, en ese momento no se necesitaron palabras, el joven no se sorprendió, la miró con una sonrisa, ella también sonrió y le extendió su mano, él la recibió y la tocó, tocó ese viento que había sentido la primera vez, ese viento que lo llevaba al mismo cielo, y le dio el único pero eterno beso que necesitaba su alma.

Los dos guardias, quienes lo seguían cautelosamente, fueron los únicos testigos que vieron desfallecer al muchacho, su cuerpo yacía sin vida sobre la tumba de una joven que nunca antes había conocido.

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Venimos de las estrellas Adán Magaña

Nosotros venimos de las estrellas,

de cientos de lunas y millares de soles.

Renaceremos en otras vidas,

con nuevos amores y nuevos dolores.

Somos moléculas del universo.

El A.D.N. de sus misterios,

formamos parte de un todo,

que casi siempre no comprendemos.

Nosotros venimos de las estrellas,

lo grita nuestra infinidad de Dioses,

el susurro del viento en su viaje.

Lo canta nuestra sangre al galope.

Somos hijos de emperadores y de faraones.

Descendemos de sus vidas,

de la grandeza de su opulencia.

Somos testigos de sus glorias y sus penas.

Nosotros somos ejemplo viviente de ellos,

de sus historias oscuras y bellas.

Nosotros somos la prueba

de que venimos de las estrellas...

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Asunción “Chon” Téllez Laura Leticia Ulloa Padilla

En lo más alto de la sierra de Guerrero, en una pequeña localidad hermosa y pintoresca -

como pintada en un lienzo- se cuenta una de las más increíbles y extraordinarias leyendas que, como todo pueblo, tiene. No existe hombre, mujer o niño que no narre el suceso, del que todos tienen memoria. Se hablaba de la existencia de un jinete con su caballo galopando entre las calles y el rechinar de las espuelas del jinete que no era otro más que el diablo, hacían presa del temor a sus moradores. Al escuchar tremendos chasquidos, las mujeres rezaban y pedían entre sus súplicas la protección de sus santos para que nunca fuera a caer la maldición en sus hogares.

Como todo poblado su manera de subsistir era de lo que producían en el campo, en donde casi todos participaban, hombres, madres e hijos, salvo algunos niños que podían ir a la pequeña escuela, a otros sin duda los padres les exigían trabajar, que para la poca educación que tenían, era más importante estar en los campos, ya que de ellos si obtendrían alimento y según algunos padres, en la escuela no había mucho que enseñar. Así que de los pocos que asistían, contentos comprobaban que aprender, era como viajar sin salir del pueblo. La rutina de aquella comunidad podía decirse era tranquila, sus moradores se conocían todos y convivían alegremente en sus fiestas y celebraciones comunes, a excepción claro, de lo que sucedía en las noches después de que se retiraban a descansar.

Todas la noches a las 12 en punto, se escuchaba al caballo veloz y su jinete, por supuesto a esa hora no había nadie en la calle, todas las personas del poblado dormían, en aquel entonces aún no había luz, de modo que se alumbraban con ocote, que eran pedazos de madera impregnadas de savia que sacaban de la corteza de árboles. El único que no temía, por tener tratos con el diablo, se llamaba Asunción "Chon" Téllez, quien se encargaba de hacer trabajos sucios y entregar almas a cambio de más años de vida, salud, dinero y poder. Los moradores ya sabían que Chón Téllez era quien podía trabajar para quien así lo quisiera, a cambio de dinero o de un trueque de animales o cosas. Las peticiones eran desde hablar con gente que ya no vivía en el pueblo, buscar personas desaparecidas, embrujar o condenar a alguien, no faltaban quienes quisieran saber de sus difuntos y la mejor manera era esa, la de pactar con él.

Los niños curiosos rondaban su casa, trataban de ver qué era lo que ahí tenía ese famoso hombre para hacer a su diestra y siniestra, sin aventurarse a más. Uno de ellos, un pequeño de 7 años, de nombre Isaac, quiso escudriñar lo que tanto asombro causaba, ya tenía calculado el tiempo de salida y de regreso de Chón Téllez, así que esperó a que el saliera y cuando por fin lo hizo, rezó para agarrar valor. Se percató de que nadie lo viera y se apresuró a entrar a la casa, no sin antes darse cuenta de que era muy fácil, pues la puerta a un leve empujón se abrió. Para Chon Téllez no hacía falta poner trancas, porque ¿quién se atrevería a entrar? No había nadie que quisiera aventurarse. Salvo el pequeño Isaac.

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El pequeño Isaac, ya una vez dentro de la casa, lo primero que vio fue una mesa roída por el tiempo y sobre esta, un libro gigante de aspecto terrorífico. Sin embargo, no dudó un instante y empezó a hojear una a una las páginas de aquel libro y conforme seguía hojeando, su temor fue creciendo pues en él se encontraban dibujados animales con diferentes aspectos, unos con una pata distinta a la otra, otros con caras que no correspondían a sus cuerpos y así, un sin fin de imágenes que le parecieron podían ser los distintos aspectos que el diablo tomaba. Sin sentir, cuando menos se imaginó, oyó la voz de Chon Téllez que se encontraba justo detrás de él. – ¿Qué es lo que crees que haces en mi casa? ¡No he invitado a nadie a venir aquí y mucho menos a un mocoso como tú! ¿No te das cuenta de que esto no es para ti? – ¡Señor, le ruego me disculpe! – dijo el pequeño Isaac –Tiene usted razón, no debí entrar a su casa, ¡no lo volveré a hacer! Perdóneme, y no le diga de esto a mis papás...! – Le suplicó.

El silencio reinó por unos instantes. Entonces, Chon Téllez le pidió al chiquillo que lo que había visto en la casa junto con el libro no se lo contara a nadie, a lo que el niño temeroso, asintió, pero aún y con todo el temor que sentía, el niño le pidió que le enseñara a leer, que él quería ser como él y curar a la gente. Y sin entender aún hasta ahora, a través de los años el por qué, Chon Tellez aceptó.

En una de esas tardes todos los pobladores sorprendidos miraron pasar a un hombre elegante que de la nada apareció, iba montado en su caballo preguntando a los que lo veían por Chon Téllez. En ese momento, como si lo llamara por arte de magia, hizo acto de presencia, el jinete le pidió que subiera a su caballo y en seguida el gritó – ¡No! No quiero ir con usted ¿Usted viene por mi verdad? A lo que el jinete le contestó: – ¡Tú tienes que venir! ¡Monta ya! – Y en un instante se vio sobre el caballo montado atrás del jinete quien se lo llevaba y con gritos de desesperación pidió ayuda.

– ¡Ayúdenme, el diablo me lleva! – Y Todos en el pueblo al ver que a lo lejos gritaba el angustiado hombre y que, junto con el elegante señor, se alejaban galopando entre los árboles, hacia lo más alto de las montañas, decidieron ir tras ellos, no sin antes prender sus ocotes para poder iluminar el camino ya que empezaba a oscurecer. Lo que los pobladores no entendían era ver cómo prácticamente volaban por lo más alto, como si el caballo apenas tocara el suelo. Chon Téllez trataba de detenerse y de aferrarse de las ramas de los pinos, jalaba y jalaba para zafarse sin éxito y al ver que no cedía el diablo, se acordó de las plegarias que su madre cuando era chico le había enseñado y empezó a rezar. Al oír esto el jinete, lo tiró de su caballo y este cayó entre los nopales que por ahí había.

Cuando llegaron los pobladores al lugar donde había caído Chon Téllez, vieron que gemía con mucha dificultad y dolor así que los hombres hicieron de las ramas una camilla para poder trasladar al pueblo, a su casa, el que en otros tiempos había sido el muy temido Chon Téllez. Les dio las gracias y dijo que mejor se dedicaría a hacer magia blanca, ya que el diablo había venido por él y que, por no cumplir con el alma que le había prometido pues se trataba de su compadre muy querido. Pidió perdón a todos los presentes. Debilitado y lastimado como estaba, no aguantó más y su mente se desconectó. Ya no era del todo lúcido con lo que decía, en las noches se escuchaban sus lamentos y así transcurrieron los meses hasta que un buen día salió a las calles ya curado de sus males.

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Se fue a la capital en busca de los hijos que no veía hace muchos años, a darles la sorpresa de su cambio. Transcurrido el tiempo, en una de las calles de la capital, se encontró a aquel chiquillo quisquilloso –¿Eres tú Chac? – Cuál va siendo el asombro de Isaac cuando vio a aquel señor que le había enseñado a leer, a quien también había dejado de temer, junto con todo lo que se rumoraba. –Sí señor, soy aquel chico que entró a su hogar. – Estoy muy agradecido por lo que hizo por mí. –Hoy soy un médico y con los mismos anhelos de antes; el de curar a la gente. Chon Téllez se puso muy contento y le recordó aquellos momentos que vivió de tanta angustia y que ahora sólo se dedicaba a hacer el bien.

Se despidieron esa tarde y no sin antes decir – ¡Gracias una vez más señor! Usted me enseñó mucho. Transcurridos los años se enteran en el pueblo de la muerte de Chon Téllez, que ha dejado un sin fin de leyendas y algunos moradores cuentan que siguen escuchando sus lamentos y el rechinar de las espuelas del jinete y de su gran caballo.

Esto ocurrió en el año de 1952 en la comunidad de La Escalera, Guerrero. Municipio de Eduardo Neri. Si visitas esta comunidad, no faltará quién recuerde o conozca ese suceso.

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Sin Más María Campero

Ella lo agarró de la mano y tiró, corrieron juntos hasta alejarse. Él se dejó guiar, sabía que

debían hablar pero no tenía idea de qué decir, sin embargo fue él el primero en hablar, dijo esas palabras que aunque no las sentía necesitaba gritárselas, decir que no quería, que no podía volver a soportar tocar su piel, pero sería mentirse una vez más, y sinceramente ya no quería hacerlo, no se lo merecían. Solo le dijo, despacio sobre el oído un — te quiero—, acompañado de un — ya no puedo mentirte, por más lejos que estemos voy a seguir pensando en tu forma de sonreír y en cómo tus ojos miran con deseo al cielo eterno o simplemente querré dejarme reposar en tu pecho, pero no puedo si no estamos juntos. Te necesito para seguir. Ella no sabía qué responder a tales palabras, esperaba otra cosa. Quería irse, quería huir, correr sin límites y sin tiempo.

Quería que le dijese que no la quería, que odiaba su forma de ser, su manera de hablar y hasta su forma de andar. Sin embargo respondió con un suspiro en su voz.

— ¿Qué somos?, ¿qué quieres ser? — contesto él, mirándola como si el mundo tuviera inicio y fin en sus ojos color miel.

—No me importa qué seamos, mientras algo sea — le dijo al oído.

Pero no todo es eterno y maravilloso, quizá nunca estuvieron destinados, quizá, sólo eran el uno para el otro mientras estaban separados.

Él terminó viajando nuevamente hacía otro rincón. Mientras que ella se quedó allí sin saber bien donde estaba parada, sabía que todavía lo quería, sin embargo no sabía el por qué, pero no lo necesitaba para seguir, eso no significó nada, era un simple vacío lo que tenía en su alma.

No era un hasta siempre, lo sabían. Quizás ya nunca se verían más allá de la promesa de volver a encontrarse. Aquella promesa que permaneciera en el aire.

Pasarían años antes de eso, de volver a verse, quien sabe cómo estarían, serian nuevas personas pasado el tiempo.

¿Él cambiaría? — se preguntó ella — ¿me recordará en todo su andar?.

Sin embargo, los dos sabían que sí, que estaba escrito que sus corazones latieran al compás desde ahí en más...

Desde esa primera vez en que ella lo vio con sus cabellos revueltos intentando tocar una canción con esa vieja guitarra, mientras que él sabía que por más lejos que estuvieran siempre recordaría cuando ella le cantó por primera vez. Esa vez que escribieron juntos, donde inconscientemente pusieron sus almas en papel, e indirectamente escribieron su historia de principio a fin.

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«Autores Colectivos»

/A la memoria de Juliao/

Felizzola Madariaga Stelo, nació y reside en Bogotá, Colombia.

/Aun Duele/

Fabiola Tiznado Bejarano, nació y vive en Mexicali, Baja California, México

/Cielo del sur/

Facundo Sutherland, nació y vive en Río Gallegos, Santa Cruz, Argentina.

/Cruzando tu infinito/

Luz Montes, nació y vive en México D.F.

/El aprendiz de faquir/

Isaac Barreiro Vilches, nació y vive en Sevilla, España.

/El baúl de los sentimientos/

Daniela Ramírez Monsalve, nació y vive en Bogotá, Colombia.

/El Espejo/

Yarubi Marcano, nació y vive en Caracas, Venezuela.

/El último minuto de mi vida/

Fabiola Hernandez Küchle, nació en Ciudad Juárez, Chihuahua, México. Reside en Nueva York, USA.

/En su mirada/

Brenda Mónica Ulloa Padilla, nació en Tixtla, Guerrero, México. Reside en Chilpancingo, Guerrero, México.

/Gracias/

Berenize Magdaleno Rosales, nació en México D.F. Reside en Iguala, Guerrero, México.

/Igual que antes/

Raquel Urias Guerra, nació en Ciudad Obregón, Sonora, México. Reside en Mexicali, Baja California, México.

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/Karma/

América Navarrete Pineda, nació y vive en México D.F.

/La Carta/

Magalí Frutis, nació y vive en Concordia, Entre Ríos, Argentina.

/La serpiente emplumada/

Roberto Galeana Brito, nació en Acapulco, Guerrero, México. Reside en Tuxtla, Gutiérrez, Chiapas, México.

/La Soberbia/

Tony Garal, nació y vive en Madrid, España.

/Ligth/

Arturo Vázquez, nació en Chilpancingo, Guerrero, México y vive en México D.F.

/Los Caminos de la vida/

Estefany Baena Gaviria, nació en Envigado, Antioquia, Colombia. Reside en Medellín, Antioquia, Colombia.

/Pensamientos de una tarde/

Mauricio René Ledesma Medina, nació y vive en Aguascalientes, México.

/Otro amor de cartoon/

David Emmanuel Martinez Ramirez, nació y vive en San Salvador, El Salvador.

/Lucía/

Mirta de Fuentes, nació y vive en Montevideo, Uruguay.

/Septiembre 19 de 2012/

Nathalia Gutiérrez, nació y vive en Posadas, Misiones, Argentina.

/Sueños de igualdad/

Gonzalo Ramiro Probst, nació y vive en Esperanza, Santa Fe, Argentina.

/Te confieso amiga/

Sandra Mónica Semeñenko, nació y vive en Buenos aires, Argentina.

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/Te Amo/

Olivia Ramírez Cortéz, nació y vive en San Andrés Teotilalpam, Oaxaca, México.

/El gato sabio de San Pedro Pululapán/

Edgar Carpio (Paluca), nació en San Pedro Perulapán, El Salvador. Reside en Snellville, Georgia, Estados Unidos.

/Un día/

Rocio Yurena Aguilar Ortega, nació y vive en Arrecife, isla de Lanzarote, Comunidad autónoma de Canarias, España.

/Un momento en la existencia/

Johnny Acevedo, nació y vive en Caldas, Antioquia, Colombia.

/Venimos de las estrellas/

Adán Magaña, nació en Galeana, Michoacán, México. Reside en Corcoran California. USA.

/Asunción Chon Téllez/

Laura Leticia Ulloa Padilla, nació y vive en Chilpancingo, Guerrero, México.

/Sin más/

María Campero, nació y vive en Córdoba, Argentina.

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