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DE CÓMO EMPEZÓ A REINAR EN CASTILLA FERNANDO III EL SANTO EN 1217 Y DE OTRAS COSAS QUE SE SUCEDIERON ENTONCES FRANCISCO SUÁREZ SALGUERO

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DE CÓMO EMPEZÓ A REINAR

EN CASTILLA FERNANDO III

EL SANTO EN 1217

Y DE OTRAS COSAS QUE SE

SUCEDIERON ENTONCES

FRANCISCO SUÁREZ SALGUERO

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Francisco Suárez Salguero ha compuesto estos escritos esmerándose en ofrecer

la crónica cronológica que el lector podrá aprovechar y disfrutar. Lo ha hecho

valiéndose de cuantas fuentes que ha tenido a mano o por medio de la red in-

formática. Agradece las aportaciones a cuantas personas le documentaron a tra-

vés de cualquier medio, teniendo en cuenta que actúa como editor en el caso de

algún texto conseguido por las vías mencionadas. Y para no causar ningún per-

juicio, ni propio ni ajeno, queda prohibida la reproducción total o parcial de este

libro, así como su tratamiento o transmisión informática, no debiendo utilizarse

ni manipularse su contenido por ningún registro o medio que no sea legal, ni se

reproduzcan indebidamente dichos contenidos, ni por fotografía ni por fotocopia,

etc.

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A MODO DE PRÓLOGO

CUANDO SE IBA ABOCANDO A LA QUINTA CRUZADA

La siguiente aportación proviene (con elaboración propia y libre por mi parte) de

Carlos Ivorra, profesor de la Universidad de Valencia (su página personal ofrecida en

Internet).1

La querella que el rey Juan I de Inglaterra, apodado Sin Tierra, había tenido con el

Papa Inocencio III sobre la investidura o nombramiento de Stephen Langton como ar-

zobispo de Canterbury no sólo le había enemistado con el clero inglés, sino también con

buena parte de la población. Si se había mantenido en el poder, había sido en gran parte

gracias al apoyo de la nobleza, pero su reciente derrota frente al rey Felipe II de Francia

(batalla de Bouvines, en 1215) había minado considerablemente dicho apoyo. En aquel

mismo año, un grupo de nobles y eclesiásticos, entre los que destacaba Stephen Lang-

ton, pusieron por escrito una serie de exigencias a las que el rey debía someterse, e ins-

taron a Juan a que firmara el documento. El rey se resistió, pero el conde de Pembroke,

Guillermo el Mariscal, le instó a firmar bajo amenaza de una guerra civil. Hubo algunos

movimientos y preparativos de guerra, pero al fin, el 15 de junio, Juan Sin Tierra,

reunido con los barones en Runnymede, a orillas del Támesis, firmó la llamada Carta

Magna, la misma que ha sido considerada como el primer precedente de la monarquía

parlamentaria inglesa, si bien esto es ciertamente exagerado. La mayor parte de la Carta

Magna no hace sino consagrar los privilegios de la nobleza y de la Iglesia. La presión de

la burguesía permitió incluir alguna cláusula de aires progresistas, como: “Ningún she-

riff [...] tomará como transporte los caballos o carros de ningún hombre libre, como no

sea por la buena voluntad de dicho hombre libre”. Pero hay que tener presente

que “hombre libre” hacía referencia entonces a una clase muy reducida de gentes aco-

modadas o bastante pudientes.

Poco después, Juan se arrepintió de haber firmado aquello y en esto obtuvo el apoyo

del Papa Inocencio III, que se mostró escandalizado de que alguien que no fuera él se

hubiera atrevido a decirle a un rey lo que tenía que hacer. El Papa eximió a Juan de to-

dos sus juramentos y cesó en sus funciones como arzobispo a Stephen Langton, por su

participación en los hechos. Como consecuencia, en Inglaterra estalló una guerra civil.

1 Señalando lo siguiente (a fecha 4 de agosto de 2016): Esta sección (en construcción, proponiéndose un

listado de temas) contiene un esbozo de la historia de la humanidad. No pretendo –dice el autor– analizar

ni explicar los hechos, sino tan sólo narrarlos con el detalle suficiente para dar una visión de conjunto de

cómo ha evolucionado la cultura humana. Cuando los historiadores discrepan sobre cronologías, nombres

o sucesos, no he procurado mostrar todas las posibilidades, sino que he optado arbitrariamente por una de

ellas. La idea no es establecer cómo fueron las cosas, sino, al menos, cómo pudieron ser de acuerdo con la

información disponible. Sin duda habrá muchas imprecisiones e inexactitudes. Agradeceré toda correc-

ción que se me haga llegar.

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El 11 de noviembre de ese año 1215 abría el Papa Inocencio III el IV Concilio de

Letrán, en el cual se tomaron, entre otras, las siguientes resoluciones:

Se condenaron con reiteración las doctrinas de los cátaros, así como la conside-

rada rareza mística trinitaria de Gioachino de Fiore, muerto desde hacía más de

una década, en 1202. De este místico no se sabe mucho, pero sí que su doctrina

consistía esencialmente en que el mundo, tras haber estado primero bajo el so-

berano reinado del Padre y luego del Hijo, estaba entrando en el reinado del Es-

píritu Santo, un reinado en el que los clérigos debían ser sustituidos por los mon-

jes, hombres espirituales, libres de preocupaciones mundanas, incluidas las doc-

trinales o morales.

Se confirmó la destitución del conde Raimundo VI de Tolosa (Toulouse) y sus

territorios le fueron encomendados a Simón IV de Montfort (como vasallo del

rey francés, Felipe II Augusto).

Se ratificó la Regla de Francisco de Asís (que fue uno de los participantes en el

Concilio).

Se aprobó la predicación de una quinta cruzada, ya que la cuarta se había des-

virtuado y Jerusalén seguía en manos musulmanas.

Se decretó u obligó que todo católico tenía que confesar y comulgar al menos

una vez al año, a título no sólo pascual sino como mandamiento de la Santa

Madre Iglesia, con lo cual se favorecía también el poder detectar y combatir las

herejías.

En relación al augusto sacramento de la Eucaristía, se precisó la expresión tran-

substanciación.

Domingo de Guzmán presentó la solicitud de que la fundación que había organizado

en Toulouse recibiera el reconocimiento y aprobación como orden religiosa, pero el

Concilio no tomó ninguna decisión al respecto.

Mientras tanto, algunos señores ingleses acordaron una alianza con Felipe II de Fran-

cia y le ofrecieron la corona de Inglaterra a su hijo Luis el León, que ciertamente se ani-

mó a invadir Inglaterra, como podemos recordar. Pero habiendo muerto el rey Juan (oc-

tubre de 1216), el conde de Pembroke, Guillermo el Mariscal, defendió los derechos de

su legítimo primogénito Enrique, siendo coronado como Enrique III de Inglaterra (y du-

que de Aquitania y conde de Poitiers). Tenía entonces 13 años de edad y el Mariscal le

hizo ratificar la Carta Magna, resultando de ello que no le faltaran algunos significativos

partidarios apoyándole.

Uno de los apoyos importantes fue el del Papa Inocencio III, que aprobó la sucesión al

trono inglés de Enrique III y se opuso al intento de Luis el León pretendiendo apode-

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rarse del reino de Inglaterra. Pero Inocencio III –un Papa irrepetible– murió pronto,

siendo sucedido por Honorio III (cardenal Cencio Savelli), ocurriendo todo esto en Pe-

rugia y resultando la elección pontificia al modo de cónclave. El nuevo Papa aprobó la

Orden de Predicadores, los dominicos de Santo Domingo de Guzmán. Fueron 16 los

primeros dominicos, y no tardaron en ser enviados a predicar estableciéndose en sus pri-

meros conventos.

Pasó también que el germano Otón IV –el otro perdedor de Bouvines en 1215– no

pudo impedir que Federico II, rey de Sicilia, fuera proclamado rey de Romanos, de mo-

do que, para conseguir el título de emperador, siendo depuesto Otón, sólo faltaba que el

Papa lo coronara. A su vez, Federico II traspasó el título de duque de Suabia a su hijo, el

rey Enrique II de Sicilia, que tenía entonces 5 años de edad.

En ese año (1216) había muerto Enrique de Flandes, el emperador latino de Constanti-

nopla. Entonces los barones latinos necesitaban a alguien bien capacitado al frente del

Imperio Latino y eligieron a Pedro II de Courtenay, el marido de Yolanda de Flandes,

hermana de Enrique. Se encontraba en Francia y llegó a Oriente ya en 1217; acabó he-

cho prisionero por el déspota Teodoro de Epiro (1215-1230) y muerto en cautiverio,

probablemente asesinado, en 1219, quedando la viuda Yolanda como emperatriz latina.

Por su parte, el delfín francés Luis el León, sufrió una seria derrota en Inglaterra, tan

seria que, seguida de las amenazas del Papa Honorio III y con un cuantioso pago que le

hizo Guillermo el Mariscal para que se marchara, le llevó desistir de todo, retirándose y

renunciando a la corona inglesa.

La predicación de la quinta cruzada, acordada y decidida en Letrán, para iniciarse en

1218, no tuvo mucho éxito en Europa. Federico II había dicho que participaría desde el

primer momento, pero entre unas cosas y otras, imponiéndose en una y otra excusa,

acabó desentendiéndose y no yendo. Veremos, pues, que el participante de mayor rango

en la quinta cruzada será, reticente, el rey Andrés II de Hungría; hará su desembarco en

San Juan de Acre y tratará, sin éxito, de conquistar el monte Tabor, quedando frustrada

la reconquista cristiana de Jerusalén para los cruzados.

En cuanto a España, tras el frustrado intento de unir a Enrique I de Castilla con la

familia real portuguesa, casándolo con la infanta Mafalda,2 el conde regente Álvaro Nú-

ñez de Lara trató de concertar un nuevo matrimonio real, esta vez con Sancha, hija del

rey Alfonso IX de León. El acuerdo disponía que Enrique I se convirtiera también en

rey de León a la muerte de Alfonso IX, pero todo se vino abajo cuando Enrique murió,

como podemos recordar, inesperada y accidentalmente antes de que la boda se hubiera

celebrado. Entonces, Berenguela de Castilla, la hermana mayor de Enrique I, que había

sido desplazada de la regencia y de todo influjo por Álvaro Núñez de Lara, logró ser

aclamada reina de Castilla, si bien abdicando de inmediato en Fernando III (el Santo),

siendo éste de 16 años de edad, hijo suyo y de su exmarido Alfonso IX de León, ha-

2 Matrimonio no consumado y anulado sin mucha tardanza, como podemos recordar.

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biendo nacido Fernando con toda legitimidad antes de que el matrimonio de sus padres

hubiera sido obligado a disolverse por parte del Papa Inocencio III.

Fernando III se había educado más que nada en León, en la corte de su padre, pero se

trasladó en este año 1217 a Castilla, ocupándose de este reino muy junto a su madre

Berenguela. Alfonso IX de León trató de aprovechar la situación para tomar el control

de la política castellana, pero no lo hizo con el debido tacto y sólo consiguió desenca-

denar una guerra –otra más– entre ambos reinos, aunque no se llegó a más graves con-

secuencias, porque Fernando III –santo y pacífico– no lo propició sino que lo evitó,

reinando padre e hijo, cada uno en su reino, amistosamente.

Pasaba también que los reyes Alfonso IX de León y su hijo Fernando III de Castilla

caían en la cuenta de que estaban perdiendo el tiempo y actuando tontamente luchando

entre ellos cuando los almohades habían quedado completamente desestabilizados tras

la batalla de Las Navas de Tolosa, por lo cual –pensándolo bien como lo pensaron–

vieron que nunca lo habían tenido tan fácil o tan a propósito para conquistar Al-Án-

dalus. Así pues, hicieron las paces y sus ejércitos se volvieron hacia el sur, a recon-

quistar, compitiendo con los portugueses.

Ya iremos viendo el desarrollo de la quinta cruzada, entre los años 1217/1218-1222.

Juan de Brienne (regente de Jerusalén a favor de su pequeña Yolanda entre los años

1210-1225), desde San Juan de Acre declaró la guerra a Safadino3 y asedió el puerto

de Damieta, en Egipto, donde se le unió buena parte de los contingentes de la quinta

cruzada. El sultán dejó a su hijo Al-Kamil (o Al-Kámil) en El Cairo y marchó a Siria

para dirigir la lucha contra los cruzados que habían quedado en Palestina, pero murió

3 Al-Adil I, sultán ayubí de Egipto entre los años 1198-1218, llamado al completo Al-Malik al-Adil Sayf

al-Din Abu-Bakr ibn Ayyub, fue conocido por su título honorífico de Sayf al-Din (que significa Espada

de la Fe) y llamado a veces por los cruzados francos como Safadino. Fue hijo de Naim al-Din Ayyub y el

hermano más pequeño del famoso Saladino, vencedor en la batalla de los Cuernos de Hattin (4 de julio de

1187) y luego conquistador de Jerusalén. Nació en junio de 1145, posiblemente en Damasco. Primero se

distinguió como oficial en el ejército de Nur al-Din Zengi durante la tercera y última campaña de su tío

Shirkuh en Egipto (1168-1169); después de la muerte de Nur al-Din en 1174, Al-Adil, piadoso y devoto

musulmán, gobernó Egipto en nombre de su hermano Saladino y movilizó los ingentes recursos del país

en apoyo de las campañas de su hermano en Siria y en su guerra contra los cruzados durante los años

1175-1183.

Fue gobernador de Alepo (1183-1186), pero volvió a administrar Egipto durante la tercera cruzada

(1186-1192). Como gobernador de las provincias septentrionales de Saladino (1192-1193), suprimió la

revuelta de Izz al-Din de Mosul después de la muerte de Saladino (marzo de 1193), y desempeñó el papel

de hacedor de reyes durante la disputa por la sucesión entre los hijos de Saladino Al-Aziz Uthman (1193-

1198) y Al-Afdal. Fue nombrado gobernador de Damasco y utilizó esta base para expandir su poder, y

defendió la facción que se oponía al inepto gobierno de Al-Afdal después de la muerte de Al-Aziz en

1198. A pesar de que fue sitiado cerca de Damasco (año 1199), derrotó a Al-Afdal en la batalla de Bilbeis

(enero de 1200). Después de su victoria, fue proclamado sultán y gobernó con sabiduría sobre Egipto y

Siria y durante casi dos décadas fomentó el comercio y las buenas relaciones con los estados cruza-

dos (1200-1217). Tomó Ahlat (al este de Turquía) en 1207. De nuevo echó mano a las armas en cuanto

supo de la preparada quinta cruzada, a pesar de su avanzada edad (tenía 72 años en 1217), organizando la

defensa de Egipto y Palestina. Enfermó y falleció mientras estaba en campaña (agosto de 1218) y fue

sucedido por su hijo Malik al-Kamil.

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poco después. Fue sucedido por Al-Kamil, quien perdió Damieta en 1219. Ya lo iremos

viendo. San Francisco de Asís se unió a los cruzados y trató de convertir a Al-Kamil.

El sultán Al-Kamil ofrecerá a los cruzados todas las posesiones musulmanas que fue-

ran cristianas en Tierra Santa, si abandonaban Egipto; pero los cruzados cristianos no le

harán caso, decidiendo primero conquistar Egipto y después negociar. Un ejército par-

tirá de Damieta hacia El Cairo, pero una crecida del Nilo lo aislará de Damieta, lo que

permitirá a Al-Kamil atacar con ventaja. Los cruzados serán derrotados, teniendo que

pedir una tregua y abandonar Damieta. Tanto esfuerzo será para nada, resultando todo

inútil. La quinta cruzada acabará en rotundo fracaso. El rey Andrés II de Hungría (el

Hierosolimitano) se volverá a sus tierras, todo apesadumbrado, encontrándose con que

los señores feudales habían ido acaparando gran poder. En 1222, el rey de Hungría ten-

drá que acatar y firmar la conocida como Bula de Oro, un documento similar al de la

Carta Magna de los ingleses, exonerando de impuestos a la pequeña nobleza y admi-

tiendo restricción y reducción de privilegios en la monarquía, en el soberano.

Al hilo de la muerte en este año de caudillos como Kaupo de Turaida (Letonia) o el

estonio Lembitu, podríamos considerar también otras cruzadas, como las nórdicas o

bálticas, pero prescindimos de ello, porque no son asuntos relevantes a nuestros más

cercanos contextos.4

4 Las cruzadas bálticas fueron las emprendidas durante la Edad Media por iniciativa de las monarquías

católicas fundamentalmente de Suecia y Dinamarca, además de por las órdenes militares teutónica y

livonia contra los pueblos paganos de la Europa nororiental y zonas adyacentes al mar Báltico.

El punto de partida oficial de las cruzadas bálticas fue la llamada que hizo al respecto el Papa Celestino

III en 1193, pero los reinos ya cristianos de Alemania y Escandinavia habían comenzado a subyugar

anteriormente a sus diversos vecinos paganos.

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También murió en este año 1217, probablemente, María Comnena, que fue reina de

Jerusalén, esposa del rey Amalarico I, rey de Jerusalén, como podemos recordar, entre

los años 1162-1174.5

5 María Comnena, o Comneno, había nacido en 1154, hija de Juan Ducas Comneno, dux bizantino de

Chipre, y de María Taronitissa, una descendiente de antiguos reyes armenios. Su hermana Teodora fue la

esposa de Bohemundo III de Antioquía el Tartamudo (muerto en 1201).

Podemos recordar de Amalarico I de Jerusalén que, después de la anulación de su primer matrimonio

con Inés de Courtenay (muerta hacia 1184), deseaba forjar una alianza con el Imperio Bizantino, por lo

que solicitó una novia de sangre imperial a Manuel I Comneno (muerto en 1180). María era sobrina-nieta

del emperador y aportó una rica dote, celebrándose la boda el 29 de agosto de 1167.

María dio a luz a una niña en 1172 (Isabel de Jerusalén, muerta en 1205) y a un niño que nació muerto

en 1173. Un año después murió el rey Amalarico, convirtiéndose así María en reina viuda, pero se casó

otra vez.

En 1177 se casó María con Balián de Ibelín, aquel noble y caballero que comandaba la defensa de Jeru-

salén cuando se apoderó de la ciudad el sultán Saladino en 1187. María le dio al menos cuatro hijos a Ba-

lián de Ibelín: Helvisa, Juan, Margarita y Felipe.

Como podemos recordar, María y Balián apoyaron a Conrado de Montferrato (muerto en 1192) en su

lucha por la corona de Jerusalén contra Guy de Lusignan (muerto en 1194). Entre Balián de Ibelín y

María arreglaron la boda de Isabel (hija de María con su anterior marido) con Conrado. Este apoyo les

valió la enemistad del rey de Inglaterra Ricardo I Corazón de León y de sus cronistas, que apoyaban al

otro candidato. Pero nos ahorramos de contar ahora estas historias.

Como abuela de Alicia de Champaña (hija de Isabel de Jerusalén y de Enrique V de Champaña), María

llevó a cabo negociaciones matrimoniales en Chipre, para concertar el matrimonio de su nieta con Hugo I

de Chipre, cuya muerte será en 1218. No se supo más de María Comnena, suponiéndose su muerte, como

queda dicho, en este año 1217.

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AÑO 1217

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ALCÁNTARA (REINO DE LEÓN)

LA VILLA DE ALCÁNTARA DONADA A LA ORDEN DE CALATRAVA

El rey Alfonso IX de León, en fecha 28 de marzo de este año 1217, donó Alcántara6 y

su fortaleza a la Orden de Calatrava comprendiendo la donación todo el término y sus

aldeas, incluyendo Galisteo.7 El rey leonés desea y propone la construcción de un con-

vento calatravo en Alcántara para seguir combatiendo a los almohades de manera or-

ganizada.8

6 Provincia de Cáceres.

7 Es la primera vez que esta localidad extremeña, de la provincia de Cáceres, aparece en un documento

histórico: Sitcut villa ipsa dividit cum Portugal, cum Cauria, cum Galisteo, cum Alconetar et cum Sarra-

cenis.

La importancia de la fortificada Galisteo en este período es clave, ya que en el contexto de guerra entre

los reinos de León y Castilla se convierte en el último bastión del reino de León haciendo frente a la

también fortificada ciudad de Plasencia, perteneciente al reino de Castilla.

De la pertenencia al reino de León de Galisteo queda como legado la pertenencia de la localidad a la

diócesis de Coria (actualmente Coria-Cáceres), siendo la diócesis de Plasencia la que agrupó localidades

del reino de Castilla, aun siendo de la provincia de Cáceres.

8 Como podemos recordar, la villa de Alcántara fue reconquistada a los musulmanes por el rey Alfonso

IX en 1213. El monarca cedió la defensa del lugar y confió sus proyectos de reconquista a la Orden de

Calatrava, pero pasará que la distancia respecto a los dominios calatravos hará que se traspasen estos

territorios a la Orden de San Julián del Pereiro, que trocará su nombre por el de Orden de Calatrava, en

1218, cuando se trasladen allí estos caballeros y luego será Orden de Alcántara. La villa de Alcántara

incrementará su importancia y además se verá envuelta en peligros y conflictos. Lo iremos viendo.

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PALENCIA – VALLADOLID –… (REINO DE CASTILLA)

DE CÓMO MURIÓ ACCIDENTALMENTE EL REY ENRIQUE I DE

CASTILLA Y TODO ACONTECIÓ PARA REINAR EN CASTILLA

FERNANDO III ABDICANDO EN ÉL SU MADRE BERENGUELA

En Palencia, el 18 de mayo, García González, maestre de la Orden de Santiago9 y los

caballeros del convento de Uclés,10

casa principal santiaguista, dieron en patrimonio

vitalicio al conde Álvaro Núñez de Lara, procurador y regente del rey Enrique I de

Castilla, y a su mujer Urraca Díaz de Haro, el castillo y villa de Paracuellos del Ja-

rama.11

Y el conde Álvaro Núñez de Lara, en la misma fecha, donó a la Orden de

Santiago su villa de Castroverde.12

Pasaba eso mientras partidarios de Berenguela de Castilla y la misma Berenguela, her-

mana del rey Enrique I de Castilla, fue a refugiarse al castillo de Monzón de Campos,

resguardándose de los castellanos puestos del lado del joven rey, tutelado por Álvaro

Núñez de Lara, con sus partidarios y él mismo en contra de Berenguela.

Y mientras esto pasaba resulta que, a 6 de junio, ocurrió fatídicamente la muerte del

rey Enrique I de Castilla. Estaba jugando el rey con otros niños en el patio del palacio

episcopal de Palencia.13

El rey fue accidentalmente golpeado en la cabeza por una teja

desprendida del tejado que se le cayó encima, fue lo que se dijo en un principio, pero

parece ser que, aunque accidentalmente, no fue así. Murió teniendo 13 años de edad

más un mes y veintitrés días. El rey don Enric trevellaba con sus mozos e firiolo un mo-

9 Sucesor de Pedro Arias, que combatió y murió en la batalla de Las Navas de Tolosa en 1212.

10

Provincia de Cuenca.

11

Provincia de Madrid.

12

Castroverde de Cerrato (Valladolid).

13

Entonces era obispo de Palencia Tello Téllez de Meneses (1208-1246).

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~ 12 ~

zo con una piedra en la cabeza no por su grado e murió ende VI días de junio en día de

martes era MCCLV.14

El regente quiso ocultar la muerte del joven monarca, o al menos que no llegara rápida

la noticia a Berenguela. Álvaro se apresuró también, mediante el envío de unos nobles,

a llevar rápidamente (y veladamente) la noticia al rey Alfonso IX de León, que se ha-

llaba en Toro.15

Allí se hallaba también, Fernando, hijo del rey leonés y de Berenguela

de Castilla, a quien ahora los castellanos querían llevar a Castilla, de manera desaper-

cibida, sin que se enterase su padre Alfonso. Lo lograron. Engañaron al rey Alfonso ha-

ciéndole creer que Enrique estaba aún con vida. Pues resulta que Alfonso IX ya daba

por hecho que Fernando sea su heredero.16

El caso fue que Berenguela y Fernando vi-

nieron a ser proclamados reyes de Castilla, más privadamente el 14 de junio en Autillo

de Campos17

y luego en la plaza mayor de Valladolid el 1 de julio. El 31 de agosto,

renunciando Berenguela al trono de Castilla a favor de Fernando, fue éste coronado. Y

enseguida se celebraron Cortes en Valladolid.

Pero pasó luego que Alfonso IX de León, invocando el Tratado de Sahagún, invadió

el reino castellano y vino a proclamarse rey de Castilla, apoyando al regente Álvaro

Núñez de Lara, que le había incitado a tal cosa. El asunto se desenvolvió de tal manera

que el 20 de septiembre Alfonso Téllez de Meneses cogió preso a Álvaro Núñez de La-

ra, siendo obligado a entregar algunas fortalezas de sus tenencias. Habiendo sido libe-

rado el 11 de noviembre, tras la firma de una generosa tregua, fue a refugiarse al reino

de León, entrando allí en la Orden de Santiago.18

También fue liberado el conde Fer-

nando Núñez de Lara, hermano de Álvaro, el cual se marchó a Marruecos y allí se puso

al servicio del califa almohade (Abu Yaqub II al-Mustansir).

Repasemos o recabemos ahora resumidamente los hechos ateniéndonos a los persona-

jes o protagonistas de los mismos: Berenguela de Castilla, Enrique I de Castilla, Fer-

nando III de Castilla…

14

Así lo cuentan los Anales Toledanos Primeros, que son una serie de tres cronologías escritas por varios

autores anónimos en castellano antiguo que abarcan la historia del reino de Toledo desde el nacimiento de

Jesucristo hasta 1303. Los Anales Toledanos Primeros, que cubren hasta 1219, están basados en los Ana-

les Castellanos Segundos, con los que presentan muchas anotaciones comunes; los Segundos, que llegan

hasta 1250, parecen por su redacción haber sido escritos por un mudéjar. Los Anales Toledanos I y II fue-

ron publicados por primera vez por Francisco de Berganza en Antigüedades de España (año 1721); en

1767, Enrique Flórez reunió los tres Anales en el tomo XXIII de la España Sagrada.

15

Provincia de Zamora.

16

Se trata del que será Fernando III el Santo, pero que por entonces era apodado el Bizco. Y Alfonso IX,

como lo llamaron los moros, el Baboso.

17

Provincia de Valladolid.

18

Permaneciendo en ella hasta su muerte, en 1218.

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~ 13 ~

Durante los primeros años de su vida, Berenguela19

fue la heredera nominal al trono

castellano, pues los infantes nacidos posteriormente no habían sobrevivido; se convirtió

así en un deseado partido por todas las cortes europeas.

El primer compromiso matrimonial de Berenguela se acordó en 1187 con el duque

Conrado de Rothenburg, el quinto de los hijos del emperador germano Federico I Bar-

barroja. Al año siguiente, en Seeligenstadt, se firmó el contrato matrimonial, incluyen-

do una dote de 42.000 maravedíes áureos, tras lo cual Conrado marchó a Castilla, donde

celebraron los esponsales, en Carrión20

(junio de 1188).

El 29 de noviembre de 1189 nació el infante Fernando (muerto en 1211), que fue de-

signado heredero al trono, por lo que el emperador Federico, viendo frustradas sus aspi-

raciones en Castilla perdió todo interés en mantener el compromiso de su hijo, de modo

que los esponsales de Carrión fueron cancelados, a pesar de la dote de 42,000 áureos de

la infanta. Conrado y Berenguela jamás volverían a verse. Berenguela solicitó al Papa la

anulación del compromiso, seguramente influida por agentes externos, como su abuela

Leonor de Aquitania, a quien no interesaba tener a un Hohenstaufen como vecino de sus

feudos franceses (además, Conrado no era un Hohenstaufen cualquiera, sino bastante in-

deseable, como podemos recordar). El duque Conrado acabó asesinado en 1196.

En 1197, se casó Berenguela en Valladolid con el rey Alfonso IX de León, pariente

suyo en tercer grado. De este matrimonio, como sabemos, nacieron cinco hijos, siendo

Fernando uno de ellos. Pero en 1204, el Papa Inocencio III anuló el matrimonio ale-

gando el parentesco de los cónyuges, a pesar de que el Papa anterior, Celestino III, lo

había permitido. Ésta era, como podemos recordar, la segunda anulación matrimonial

para Alfonso IX, pasando que ambos, Alfonso y Berenguela, solicitaron vehemente-

mente una dispensa para permanecer juntos. Pero Inocencio III, severo en cuestiones

canónicas matrimoniales, no estuvo por aquella concesión, si bien consiguieron que su

descendencia fuese considerada legítima. Disuelto el vínculo matrimonial, Berenguela

regresó a Castilla y al lado de sus padres, dedicándose mucho al cuidado de sus hijos.

Al morir Alfonso VIII en 1214, heredó la corona de Castilla el joven infante Enri-

que, hermano de Berenguela, que tan sólo contaba entonces con 10 años de edad,

abriéndose, por tanto, un período de regencia en el reino, primero bajo la madre del rey,

Leonor, que duró exactamente 24 días, cumplidos cuando murió Leonor; y luego siguió

la regencia de Berenguela, hermana del rey sucesor. Comenzaron entonces disturbios

internos ocasionados por la nobleza, principalmente por la Casa de Lara, obligando todo

aquello a Berenguela a ceder la tutoría del rey y la regencia del reino al conde Álvaro

Núñez de Lara, para evitar conflictos civiles en el reino.

En febrero de 1216, se celebró en Valladolid una curia extraordinaria a la que asis-

tieron magnates castellanos como Lope Díaz de Haro, Gonzalo Rodríguez Girón, Ál-

varo Díaz de Cameros, Alfonso Téllez de Meneses y otros, que acordaron, con el apoyo

de Berenguela, hacer frente común ante Álvaro Núñez de Lara. A finales de mayo de

este mismo año, la situación se tornó peligrosa en Castilla para Berenguela que decidió

19

Nacida en 1179 ó 1180.

20

Carrión de los Condes (Palencia).

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~ 14 ~

refugiarse en el castillo de Autillo de Campos, del que es tenente el noble Gonzalo Ro-

dríguez Girón –uno de los que hemos mencionado como fieles a la regente Beren-

guela–, a la vez que se enviaba a su hijo Fernando (el Bizco) a la corte de León, junto a

su padre Alfonso IX. El 15 de agosto de 1216 se reunieron todos los magnates del reino

de Castilla para intentar llegar a un acuerdo que evitase la guerra civil, pero las desave-

nencias llevaron a los Girón, los Téllez de Meneses y los Haro a alejarse definitiva-

mente del Lara.

Cuando murió el rey Enrique I, el 6 de junio de este año 1217, el conde Álvaro Núñez

de Lara se llevó el cadáver al castillo de Tariego21

con intención de ocultar su muerte,

aunque la noticia llegó a Berenguela. Esto hizo que el trono de Castilla pasara a Beren-

guela, que a primeros de julio abdicó cediéndole el trono a su hijo Fernando, rey Fer-

nando III de Castilla a partir de entonces.

Pese a que no quiere ser reina, Berenguela pretende estar al lado de su hijo y servirle

de apoyo, de manera discreta y eficaz, deseando intervenir en la política del reino, aun-

que de forma indirecta, sabia y prudentemente, reinando sin reinar, por así decir. Ya ha-

brá que ir viendo.

De la genealogía del difunto Enrique I dícese lo que ya sabemos: que era hijo (el

menor) del rey Alfonso VIII de Castilla y fue su madre la esposa del rey, la reina Leo-

nor Plantagenet. Sus abuelos paternos fueron los reyes Sancho III de Castilla (muerto en

1158) y su esposa Blanca Garcés de Pamplona (muerta en 1156); y sus abuelos mater-

nos fueron los reyes Enrique II de Inglaterra (muerto en 1189) y Leonor de Aquitania

(muerta en 1204).

La forzada y enrarecida tutela que sobre el rey ejerció el conde Álvaro Núñez de Lara

desajustó la política de la nobleza castellana, convirtiendo la normalidad en desavenen-

cia y complicaciones. Quien más quien menos temía el poder que con aquella tutela y

regencia del Lara venían a obtener los miembros de esta Casa. Se vio desde un primer

momento que, a fin de consolidarse en sus posiciones y ambiciones, concertaron en

1215, como podemos recordar, el matrimonio del ahora difunto Enrique I de Castilla

con la infanta Mafalda de Portugal, hija del rey Sancho I de Portugal. La boda se cele-

bró en Burgos, a mediados de agosto de ese año 1215. Entre otras cosas por no consu-

21

Tariego de Cerrato (Palencia), una villa castellana sobre la ladera de un cerro que se yergue junto a la

margen izquierda del río Pisuerga, dominando un vado natural que permitía el paso del río en época de

estiaje.

Se repobló este lugar tras la reconquista de estas tierras a finales del siglo IX. En el año 917 ya aparece

mencionado su castillo, que servía de apoyo a la cercana fortaleza de Dueñas para controlar el paso por el

valle del Pisuerga. En 1127, figura como señor de Tariego el conde Pedro González de Lara. Más tarde,

es uno de los varios castillos entregados en arras por Alfonso VIII a Doña Leonor.

En el castillo de Tariego, como estamos contando, fue ocultado el cuerpo difunto del joven rey Enrique

I. Pasó luego que resultó proclamado y coronado rey de Castilla Fernando III, al que se negó a reconocer

Álvaro Núñez de Lara. El conde realizó varias correrías hasta que fue capturado, preso y obligado a en-

tregar a la Corona de Castilla varias fortalezas de las que se había apoderado o que tenía en tenencias,

entre ellas la de Tariego.

El cuerpo difunto del rey Enrique I de Castilla, acompañado por su hermana Berenguela y el corres-

pondiente séquito, fue llevado finalmente a su sepultura en el Real Monasterio de San María de Las

Huelgas en Burgos.

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marse el matrimonio y sobre todo por el parentesco entre los cónyuges, ese matrimonio

quedó anulado al año siguiente, en 1216, por el Papa Inocencio III, antes de la muerte

del pontífice.

La anulación del matrimonio del rey impulsó a Álvaro Núñez de Lara a concertar un

nuevo matrimonio, esta vez con Sancha, hija del rey Alfonso IX de León, pretendiendo

con ello unir así los reinos de Castilla y León, apartando de la línea sucesoria de ambos

reinos al infante Fernando, hijo de Alfonso IX de León y de la ahora (discretamente)

reina Berenguela de Castilla, siendo realmente el actual rey de Castilla ahora ese infante

Fernando, que reina como Fernando III de Castilla, con 16 años de edad.22

El proyecta-

do o planeado matrimonio de Enrique I y Sancha no pudo celebrarse, por defunción de

Enrique.

Iremos viendo el desenvolverse del reinado de Fernando III, hijo de Berenguela de

Castilla y de Alfonso IX de León.23

Fueron sus abuelos paternos Fernando II de León

22

Si nació, como se supone, en 1201, en Peleas de Arriba (Zamora), concretamente en el monasterio cis-

terciense de Valparaíso, muy importante en aquellos tiempos, sin que actualmente apenas queden restos

(las bodegas). En el lugar donde estuvo el monasterio existe un sencillo monumento recordatorio, una pe-

queña capilla construida por el Arma de Ingenieros del Ejército Español. En dicho lugar se dice que nació

el rey Fernando III el Santo, rey que favoreció siempre a este monasterio en el que nació; gracias al mo-

narca pudo este monasterio ampliar su poder y sus tierras.

23

Rey de Castilla entre los años 1217-1252 y también de León entre los años 1230-1252. Así pues, con

Fernando III el Santo se unificarán de nuevo los reinos de Castilla y León, como lo estuvieron en tiempos

de Alfonso VII el Emperador (1126-1157).

El de Fernando III será un reinado de auge y avance en la Reconquista. Asistiremos a la reconquista de

los reinos de Jaén, Córdoba y Sevilla, con toda Extremadura, retrocediendo irremediablemente los mu-

sulmanes. Al finalizar el reinado de Fernando III, únicamente poseían ya los musulmanes en la actual

Andalucía el reino de Niebla (Huelva), Tejada y el reino de Granada, este último como feudo castellano.

El infante Alfonso, futuro rey Alfonso X el Sabio, sería enviado por Fernando III el Santo, su padre, a la

conquista del reino de Murcia, capitulando allí los moros, dejando la región como un señorío castellano,

tras lo cual Alfonso conquistó las plazas de Mula y Cartagena.

La mencionada Tejada era una antigua ciudad o vieja localidad que estaba en el lugar actualmente co-

nocido como Aldea de Tejada o Tejada la Nueva, entre los términos municipales de Escacena del Campo

y Paterna del Campo (Huelva). Tejada desapareció como ciudad en el siglo XVI, pero había sido cabe-

cera, más que comarcal, de un verdadero reino de taifa. En el pasado jugó un papel relevante a nivel re-

gional, constituyendo el centro político y de influencia socioeconómica de un extenso territorio con lí-

mites cambiantes a lo largo de la historia, comprendiendo fundamentalmente la comarca que hoy se co-

noce como Campo de Tejada, una comarca histórica situada entre Sevilla y Huelva, a la que pertenecen

de manera indiscutida los pueblos que llevan dicha pertenencia en su propio nombre: Castilleja del Cam-

po (Sevilla), Escacena del Campo (Huelva), Paterna del Campo (Huelva), Manzanilla (Huelva), Chucena

(Huelva), Carrión de los Céspedes (Sevilla).

Tras la División Provincial de 1833, este territorio quedó desarticulado y dividido entre dos provincias,

lo que ha llevado a adscribir los pueblos que la componían a las vecinas comarcas del Condado de Huelva

y del Aljarafe. En muchos documentos de la Edad Moderna el Campo de Tejada se consideraba una parte

o extensión del Aljarafe.

Cuando Fernando III accedió al trono, en el año 1217 del que ofrecemos nuestros relatos, su reino no

rebasaba apenas 150.000 kilómetros cuadrados; en 1230, al heredar León, añade otros 100.000 kilómetros

cuadrados, y a base de conquistas ininterrumpidas logrará hacerse con 120.000 kilómetros cuadrados más.

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(muerto en 1188) y Urraca de Portugal (muerta en 1211) y los maternos Alfonso VIII de

Castilla y Leonor Plantagenet (ambos muertos en 1214).

Nació Fernando III en Peleas de Arriba, en un albergue que fundó allí un monje lla-

mado Martín Cid. Da acogida este lugar a transeúntes y peregrinos que recorren la cal-

zada de Guinea.24

El ahora rey Fernando nació allí porque fue donde su madre se puso

de parto, mientras ella con su esposo acampaban cerca yendo de Salamanca a Zamora.25

Como sabemos, el Papa Inocencio III, por razones de parentesco, declaró nulo el ma-

trimonio de Alfonso IX de León y Berenguela de Castilla, pues realmente ella era so-

brina carnal de él. Agotados todos los intentos y recursos dispensadores, a Berenguela

no le quedó más remedio que volverse a Castilla junto a sus padres. Ella se llevó consi-

go a su prole, menos Fernando, que permaneció en León, junto a su padre.

Y ya hemos contado todo lo referente al reinado del jovencísimo Enrique I de Castilla

y cómo vino todo a resultar en el reinado ahora de Fernando III, sobrino del difunto En-

rique.

Tras la muerte inesperada y repentina de Enrique, los derechos a la corona castellana

pasaron a Berenguela, la cual, temiendo posibles pretensiones de su ex marido el rey

leonés, oculta el fallecimiento de Enrique y pide que se le traiga a Fernando mientras se

protege de Álvaro Núñez de Lara y para lograr bien dicha protección. El rey leonés,

persuadido por sus hijas mayores doña Dulce y doña Sancha, no quiso en un principio

dejarle marchar. Sin embargo, Fernando logró escabullirse y escapar llegando a reunirse

con su madre. Ella, mediante un acto solemne, lo proclamó rey de Castilla, como antes

contábamos, en Autillo de Campos, teniendo lugar luego la coronación más oficial-

mente solemne a primeros de julio de este 1217 en Valladolid.

Álvaro Núñez de Lara, a la sazón alférez mayor de Castilla, cercó Valladolid, con-

tando con el beneplácito de Alfonso IX de León. Entonces, logrando escapar, se mar-

charon a Burgos Fernando y Berenguela. Se sucedieron por parte de Alfonso IX y de los

Lara saqueos ciertamente provocadores por zonas próximas a Valladolid. Pero Fernando

no combatió contra su padre. Le mandó un mensaje: que bajo su reinado, Castilla sería

un reino amigo. Al principio no le sentó bien aquello a Alfonso IX, ni hizo mucho caso,

pero acabó cediendo a la paz y retirándose a León.26

24

La Vía de la Plata.

25

Posteriormente fundaría allí Fernando III el monasterio cisterciense de Santa María de Valparaíso, pe-

ro el Cronicón Cerratense le dio a Fernando III el nombre de Rex Fernandus Montesinus.

El Cronicón Cerratense se debe al dominico Rodrigo de Cerrato (segunda mitad del siglo XIII, rei-

nando Alfonso X el Sabio).

26

En 1218, el 26 de agosto, se firmará entre Castilla y León el Pacto de Toro (Zamora), poniéndose fin a

la situación tensa o de guerra, mientras a Alfonso IX de León se le pagaron 10.000 maravedíes que le

debía Castilla, del tiempo en que reinó Enrique I, por ciertos asuntos referentes a unos castillos.

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Ayuntamiento de León. Retrato imaginario del rey Enrique I de Castilla,

pintado por José María Rodríguez de Losada (1826-1896).

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ALBURQUERQUE

UN SEÑORÍO LAICO EN PODER DE UN CASTELLANO

Alfonso Téllez de Meneses27

se había casado con Elvira Rodríguez, hija del muy des-

tacado y pudiente magnate castellano Rodrigo Gutiérrez Girón. La novia llevó en dote

Montealegre de Campos, Tiedra y San Román de Hornija.28

Del mencionado y mante-

nido matrimonio nacieron (todos con apellidos Téllez de Meneses) dos hijos y dos hijas:

Tello, Alfonso, Mayor y Teresa.

Alfonso Téllez de Meneses enviudó en 1211 y en este mismo año volvió a casarse, en

segundas nupcias, con Teresa Sánchez, de quien ya tiene también hijos. Contamos ahora

cómo el castellano Alfonso Téllez de Meneses,29

segundo señor de Meneses, casado en

estos momentos con Teresa Sánchez, hija natural del rey Sancho I de Portugal (muerto

en 1211),30

reconquistó para el reino de Castilla la localidad conocida como Alburquer-

que y su denominado castillo de Luna.31

Todo se lo dona a Alfonso Téllez de Meneses

el rey Fernando III como señorío a partir de ahora,32

incrementando sus muchas tenen-

cias.33

¿Cómo fue eso de reconquistar Alburquerque? El rey Sancho I de Portugal había do-

nado la villa de Alburquerque, sin que estuviera aún reconquistada o arrebatada a los

moros, a su hija Teresa Sánchez como parte de su dote para que se casara con Alfonso

27

Señorío de Meneses de Campos (Palencia), lindando con la provincia de Valladolid.

28

Tres localidades de la provincia de Valladolid.

29

Su muerte será en 1230.

30

E hija de María Pérez de Ribeira, “la Ribeiriña”.

31

En la actual provincia de Badajoz, en la sierra de San Pedro, dominando la comarca de los Baldíos. El

de Luna, en realidad reconstruido o casi del todo levantado por Alfonso Téllez de Meneses, es uno de los

castillos que muestra un mejor grado de conservación de cuantos podamos conocer. En el interior de la

fortaleza, en la falda del castillo, se encuentra una de las iglesias más antiguas de Extremadura, la iglesia

de Santa María del Mercado. Este monumento religioso data del último cuarto del siglo XIII, siendo una

muestra excelente del estilo de transición entre el románico tardío y el gótico. En los alrededores de

Alburquerque se pueden visitar innumerables lugares de gran belleza natural.

32

Será el único señorío laico creado en las tierras de la actual Extremadura.

33

En la amplia comarca de la Tierra de Campos. Compartió la de Carrión de los Condes (Palencia) con

Gonzalo Rodríguez Girón, y también gobernó Madrid. Tuvo propiedades, heredadas o gracias y mercedes

reales en La Puebla de Montalbán (Toledo), Tudela de Duero (Valladolid), Villalba de los Alcores (Va-

lladolid).

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Téllez de Meneses, el cual se obligó a la reconquista y a la repoblación de la villa y

cuanto terreno de influencia portuguesa pudiera. Así fue la cosa y por los referidos mo-

tivos.34

En tiempos anteriores, había pasado que el rey Fernando II de León (1157-1188) ya

había conquistado Alburquerque y su zona en 1166, donando aquel lugar y territorio a la

Orden de Santiago. Muy pocos años después, en 1184, las tropas almohades de Al-Án-

dalus retomaron la zona.35

Alfonso Téllez, con 57 años de edad, además de lograr su reconquista de Alburquer-

que, fue adentrándose también por amplias comarcas y por variados territorios del valle

o cuenca del Guadiana.36

Ya iremos contando más acerca de Alfonso Téllez de Mene-

ses.

Fotos de Alburquerque

34

Posteriormente, sobre el año 1218, construirá Alfonso Téllez de Meneses, el castillo, llamado de Luna,

y en 1225, el Papa Honorio III emitirá una bula pontificia dirigida a la Orden de Santiago pidiéndole a la

misma que los caballeros santiaguistas se comprometieran a defender Alburquerque si los moros la ata-

caran o sitiaran. El castillo se llama de Luna porque uno de sus principales constructores, en el siglo XV,

vino a ser don Álvaro de Luna, maestre de la Orden de Santiago y condestable de Castilla.

35

Y ahora, en 1217, es definitiva la reconquista cristiana por parte de Alfonso Téllez de Meneses.

36

Por la comarca extremeña denominada de La Siberia (al nordeste de la provincia de Badajoz), inclu-

yendo Herrera del Duque, además de algunos castillos, como el de Cañamero (Cáceres). Repobló bastante

por tierras de la cuenca del Guadiana y probablemente tuvo muy buenas relaciones con la Orden de Cala-

trava. De hecho tuvo sus mesnadas a su cargo, un ejército compuesto por bastantes mercenarios. Había

participado valerosamente en la batalla de Las Navas de Tolosa, con sus muy directos familiares y ami-

gos, todos muy cercanos y leales al rey Alfonso VIII de Castilla.

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PALENCIA (REINO DE CASTILLA)

LA ORDEN DE PREDICADORES FUNDA UN CONVENTO

El padre fray Domingo de Guzmán, reconocido fundador de la Orden de Predicadores,

tras haber realizados dos viajes a Roma motivados por asuntos relacionados con dicha

Orden, retornó a Francia (Toulouse), desde donde envió a cuatro de sus frailes al reino

de Castilla, los mismos que fundaron un convento en Palencia dedicándolo a la advoca-

ción del Apóstol San Pablo.37

Podemos recordar la juventud palentina y los estudios que realizó Domingo de Guz-

mán en Palencia. Mientras estudiaba allí, pasándose hambruna generalizada en Castilla,

sobre todo cuando transcurría el año 1191, fue cuando Domingo vendió sus libros de

buen pergamino para poder socorrer a los más necesitados, pues él –se decía a sí mis-

mo– “no podía estudiar en pieles muertas, mientras sus hermanos se morían de ham-

bre”.

Los frailes de la Orden de Predicadores ejercen una labor muy llamativa en estos

tiempos según avanza el siglo XIII, porque por primera vez son ya habitualmente auto-

rizados los sacerdotes o presbíteros a ejercer como predicadores itinerantes, algo que

hasta el momento estaba sobre todo reservado a los obispos.38

37

Así lo atestigua la tradición recogida por antiguos o contemporáneos historiadores. Fue fundado para la

tarea propia de la Orden: alabar, bendecir, predicar. El convento se puso en marcha y se fue organizando

partiendo de la iglesita donada a tal fin por el obispo de Palencia don Tello Téllez de Meneses. Se fue edi-

ficando en el transcurrir de los siglos el hermoso edificio que actualmente puede contemplarse, que fue

consagrado en 1534. Desde el siglo XVI hasta la exclaustración del XIX, este convento fue casa de estu-

dios de filosofía y teología. Los edificios conventuales ya habían sido destruidos pocos años antes de la

referida exclaustración, que ocurrió el 17 de noviembre de 1835. La comunidad de frailes fue restaurada

en 1884 y elevada a priorato en 1887. El convento actual era el antiguo noviciado-estudiantado. Después

fue cárcel y Palacio de Justicia (Juzgados). Una parte de la antigua huerta se recuperó por cesión muni-

cipal a la ciudad de Palencia y de 1950 a 1966, en el pabellón antiguo de la comunidad de frailes, hubo

noviciado dominico.

38

Los dominicos fundaron también por entonces en Segovia y en Santiago de Compostela, siendo el de

Palencia el que de aquellos tiempos sigue aún activo.

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ASÍS – FLORENCIA – ROMA

PRIMER CAPÍTULO GENERAL FRANCISCANO EN LA PORCIÚNCULA

Los franciscanos se institucionalizan cada vez más. Itinerantes y misioneros por Italia

y por el extranjero, siendo cada vez más numerosos y variados, tienen su casa madre o

su hogar de referencia en la iglesia de la Porciúncula dedicada a Santa María de los Án-

geles en Asís. Establecen aquí los frailes sus reuniones anuales denominadas capítulos

generales, coincidiendo en que la mejor fecha es Pentecostés, entre los meses de mayo-

junio.

Pentecostés fue en este año 1217 el 14 de mayo, el día en que se celebró el primer ca-

pítulo general propiamente dicho de la Orden de Frailes Menores,39

teniendo como

asuntos centrales o más llamativos a tratar los de organizarse en Doce Provincias, nom-

brándose a un Provincial por cada una de ellas, siendo dicho provincial un ministro, que

significa un servidor, encargado de distribuir debidamente a los frailes en el territorio de

su jurisdicción, para visitarlos y también para corregirlos, todo ello fraternalmente. Esto

hacía necesarios ciertos retoques en la primitiva Regla.

Acudieron a este capítulo general franciscano del 14 de mayo de 121740

en Santa

María de la Porciúncula unos seiscientos frailes de toda Italia. Francisco comprendió

que era necesario compartir muchas cosas, organizarse en las responsabilidades y tareas

de misión. Se tomó la resolución de dividir la Orden en Provincias, las cuales no vienen

a ser pequeñas sino de mucha extensión regional y nacional, comprendiendo amplios

países. El capítulo decidió enviar frailes a los reinos de España, Francia, Alemania,

Hungría41

y Ultramar (Malta, Chipre y Reino de Jerusalén en Tierra Santa), además de,

por supuesto, a Italia: Lombardía, las Marcas, Toscana, Tierra de Labor, Calabria y

Puglia.

Tras la celebración del capítulo se formalizó un primer envío solemne, canónico, insti-

tucional… de frailes a toda la cristiandad. Queriendo dirigirse Francisco a Francia, atraí-

do por la proverbial devoción eucarística de los franceses, al estar en Florencia lo detu-

vo consigo el cardenal Hugolino, ofreciéndose en su ayuda y como especial protector de

la Orden.42

Antes de esto, en Arezzo, pidió a fray Silvestre que exorcizara a los demo-

nios que tenían a la ciudad toscana enfrentada en sangrientas luchas civiles.

39

La Orden Franciscana.

40

Primer capítulo general en la historia de la orden franciscana.

41

Considerando también los países balcánicos.

42

Hacía ya dos años de la muerte del anterior protector de la Orden Franciscana, el cardenal Juan de San

Pablo. Por eso el cardenal Hugolino, de los Condes de Segni, legado Pontificio en las regiones de Tos-

cana y Lombardía, se ofreció a ayudarle como protector de la Orden, sin permitir que Francisco se tras-

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ladara a Francia. El Santo aprovechó aquel contacto y visita para invitar a Hugolino a asistir al próximo

capítulo general (como así fue). Hugolino será el futuro Papa Gregorio IX (1227-1241).

Ya entre enero y febrero de 1218, el Papa Honorio III nombró oficialmente al cardenal Hugolino como

protector de la Orden Franciscana.

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Fue muy necesaria y providencial la protección del cardenal Hugolino, porque ni

Francisco ni sus frailes llevaban jamás documentos que los acreditasen como predica-

dores, de modo que en muchos lugares los asaltó la gente y, tomándolos por herejes y

zarrapastrosos, los maltrataron, no pocas veces por malos entendidos al no saber idio-

mas.43

Ciertamente se hizo necesaria la protección de alguien como Hugolino, porque la

Orden de los Menores, sorprendentemente, se hacía muy numerosa, entrañando peligros

también internos, sobre todo por una admisión indiscriminada de los candidatos alle-

gados, enviados por el mundo sin la necesaria formación ni la debida maduración voca-

cional.44

De otra parte, el parentesco o parecido entre las aspiraciones de los movi-

mientos heréticos de la época y la forma de vida de los hermanos menores hacían que

éstos fueran recibidos con recelo por los obispos cuando llegaban por primera vez a una

región.

Entre los desacuerdos existentes entre Hugolino y Francisco, con ser ambos muy acor-

des y entrañables entre sí, se muestra el relacionado a los hermanos doctos que van in-

gresando en la Orden. Hugolino, al contrario que Francisco, viene a querer que el gran

número de hombres cultos que entran en la fraternidad (y ya en cantidad) pudieran ha- 43

La noticia de cómo iban por ahí los franciscanos, de tal guisa o sin papeles, fue llegando a los oídos de

ciertos cardenales que simpatizaban poco o nada con Francisco y los suyos, predicadores mal vestidos,

pobretones, mendicantes, predicadores en lengua vulgar, evangelizadores incluso de los animales…

Aquellos cardenales, chivatos y quejumbrosos, pusieron el asunto en conocimiento del Papa Honorio III.

Entonces el cardenal Hugolino, al saber eso, mandó llamar a Francisco en secreto para que se presentase

en Roma, y temiéndose que allí fuera a hacer el ridículo le preparó un buen discurso en latín para que lo

pronunciara ante el Papa y la Curia Laterana. Pero Francisco, llegado el momento de pronunciar aquello,

dijo que lo había olvidado todo e improvisó otro discurso, a su manera, sobre el buen ejemplo que los pre-

lados deben dar en la Iglesia, dejando a todos admirados y a muchos cardenales con lágrimas en los ojos.

Veremos a un San Francisco consciente de los problemas de su Orden, viéndose cada vez más incapaz o

impotente en guiarla. Un día soñó con una gallina negra y con plumón en las patas, que no lograba

proteger a todos sus polluelos bajo las alas, y enseguida entendió que era él mismo. Por eso aprovechó

para rogar al Papa Honorio III que le nombrara al cardenal Hugolino como protector…

Se dice del cardenal Hugolino que, incluso cuando fue el Papa Gregorio IX, parecía un fraile entre los

frailes, que amaba la sencillez y la pobreza, que tenía un corazón piadoso y caritativo, que fue un hombre

conciliador, que combatió con valor y decisión el error y las herejías. Sus relaciones con San Francisco,

cuya presencia le transmitía siempre paz, fueron sumamente afectuosas. Lo reverenciaba como a un após-

tol, se inclinaba ante él y le besaba las manos. El Santo le correspondía con un afecto profundo, lo salu-

daba con originales bendiciones y, previendo su futuro (antes de ser Papa), a veces lo llamaba “obispo del

mundo entero”. Este cardenal, apenas recibió el encargo del Papa Honorio, lo primero que hizo fue enviar

cartas a los obispos que ponían dificultades a los Frailes Menores en sus diócesis, y animó a otros car-

denales a hacer lo mismo.

44

En los comienzos de la Orden, la presencia del fundador, con su fuerte ascendiente personal, mantenía

la tensión espiritual y la fidelidad a un programa de vida trazado para héroes y deseosos de santidad; pero

cuando aumentó el número de frailes al extenderse la Orden por lugares lejanos y dispersos, la acción

directora y modeladora se debilitaba necesariamente. La espontaneidad y frescura de los inicios dege-

neraba fácilmente en descontrol e indisciplina, o en singularidades deformantes, teniendo en cuenta que el

individuo no estaba protegido por el ritmo regular de una comunidad conventual. No eran pocos los que

“andaban vagando fuera de la obediencia” (1R 5, 16), o se entregaban a la ociosidad, poniendo en pe-

ligro el buen nombre de la Orden, desprestigiándola. Dentro de la Orden, como iremos viendo, se fue

sintiendo la necesidad de una acertada y bien encauzada institucionalización.

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~ 29 ~

llar modo de aprovechar y de hacer valer sus talentos; por esto alienta Hugolino, en

contra de Francisco, a los que desean organizar casas de estudio.45

45

A su tiempo veremos la actitud de San Francisco sobre este particular, actitud que no será otra que la

de un gran sentido de la realidad, de la historia, de la conveniente adaptación sin rebajamiento vocacional

o de ideales, todo ello como lo demostró en el capítulo general de este año 1217 y en la aceptación de sus

resoluciones, aceptando finalmente que él no podía alejarse fácilmente de Asís, pues ahí era necesaria una

Casa General. Se entendieron finalmente Francisco y Hugolino.

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SANTANDER (REINO DE CASTILLA)

CONSTRUCCIÓN DE IGLESIA

Se está construyendo a buen ritmo, en estilo de transición del románico al gótico, la

que se prevé como iglesia principal de Santander.46

46

La que actualmente, siendo de mucho interés, se conoce como iglesia Baja, o del Cristo o Cripta, que

constituye la parte inferior o profunda de la catedral de Santander. Ir a Epílogo I.

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TOLEDO (REINO DE CASTILLA)

CIUDAD DE PAZ Y CULTURA

Formando parte de la Escuela de Traductores de Toledo, el erudito y traductor Miguel

Escoto, escocés,47

tradujo al latín en esa ciudad regada por el Tajo el libro De Sphaera o

Kitab al-hai‟a, una crítica a Ptolomeo que escribió el cosmólogo andalusí Abu Ishaq

Nur al-Din al-Bitruyi, llamado en latín Alpetragio (muerto en 1204),48

discípulo de Ibn

Tufayl (muerto en 1185).49

Al arzobispo de Toledo Rodrigo Jiménez de Rada, el 9 de febrero, le envió el Papa

Honorio III una bula concediéndole casas, viñas, molinos, hornos, sernas, etc., en la zo-

na de Alarcos50

extendiéndose hasta las Cuevas del Guadiana.51

47

De este Magister o de su vida no se sabe mucho, pero sí que hasta el año 1220 estuvo en Toledo, rea-

lizando muy interesantes traducciones de obras al latín, por ejemplo las aristotélicas Historia anima-

lium, De partibus animalium y De generatione animalium.

Hacia 1220 abandona Toledo y, entre los años 1224-1227, está en Roma al servicio de los Papas Hono-

rio III y Gregorio IX. El 31 de mayo de 1224 es nombrado arzobispo de Cashel, en Irlanda.

En algún momento posterior a 1227 aparece como cortesano del emperador Federico II (1220-1250), a

su servicio como astrólogo y traductor. La segunda versión del Liber Abaci, el famoso libro de Fibonacci

(1170-1250), fue dedicado a Miguel Escoto en 1227. Puede que exista mucha interrelación entre Miguel

Escoto y Fibonacci en muchos aspectos.

Miguel Escoto muere allá por el año 1232, muy probablemente estando aún al servicio del emperador.

48

Consistiendo su modelo celeste en un conjunto de esferas homocéntricas; el “primer motor” les trans-

mitía movimiento a las inferiores de manera proporcional a su distancia. Es destacable de sus ideas el es-

tablecimiento de una causalidad física a los movimientos de los cuerpos celestes.

49

Ir a Epílogo II.

50

Zona arqueológica famosa en la actual provincia de Ciudad Real, como bien sabemos.

51

Localidad conocida actualmente como Puebla de Don Rodrigo, en la provincia de Ciudad Real, al sur

de los montes de Toledo.

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TIERRAS DE CALATRAVA (REINO DE CASTILLA)

TRASLADO POBLACIONAL

Lo insano del lugar donde se halla Calatrava,52

entre lagunas, y la pérdida de su posi-

ción estratégica (controlaba el paso del Guadiana en zona fronteriza) hicieron reconsi-

derar despoblarla. El rey Fernando III y Martín Fernández de Quintana (octavo maestre

de la Orden de Calatrava) optaron por buscar un lugar más fácilmente defensivo y ver-

daderamente estratégico para la Orden, siendo encontrado este lugar a una cierta dis-

tancia hacia el sur, en el cerro del Alacranejo y frente al recordado castillo de Salva-

tierra (recordado de antes de la batalla de Las Navas de Tolosa, entre los años 1211 y

1212). A este lugar mandó el maestre calatravo llevar en procesión la imagen de la

Virgen de los Mártires, que se custodiaba y tenía su culto en Calatrava, originándose así

la que se prevé como gran alcazaba de Calatrava la Nueva.53

52

En Carrión de Calatrava (Ciudad Real), comarca del Campo de Calatrava, derivando Calatrava del ára-

be Qal’at-Rabat y siendo luego incuestionable su pertenencia a la Orden de Calatrava que fundara San

Raimundo de Fitero (que se conmemora el 15 de marzo), tras la conquista cristiana de estos lugares por

Alfonso VII en 1147. Según cuentan las crónicas, San Raimundo de Fitero repobló por aquí cuanto pudo

(probablemente algunos repobladores vinieran del valle del río Carrión, de Palencia). Así se iría consti-

tuyendo Carrión de Calatrava como aldea o lugar independiente de la ciudad de Calatrava, pero siempre

dependiente de la Orden de Calatrava, aunque no sujeta a ninguna encomienda. Como ahora contamos, el

traslado del convento y cabecera de la Orden de Calatrava a Calatrava la Nueva en este año 1217 influyó

en el crecimiento de Carrión de Calatrava, porque Calatrava la Vieja se fue despoblando paulatinamente y

sus habitantes engrosarían la población de los lugares próximos.

53

En Aldea del Rey (Ciudad Real). Aunque esta localidad está históricamente ligada a la Orden de Cala-

trava, y concretamente al momento en que ésta decide el traslado de su sede del castillo de Calatrava La

Vieja, situado en Carrión de Calatrava, al Castillo de Calatrava La Nueva, situado en término de Aldea

del Rey, su poblamiento urbano se remonta a tiempos muy antiguos, como lo demuestran algunos de los

yacimientos encontrados en su término y próximos al río Jabalón (afluente del Guadiana).

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NORTE DE ÁFRICA

LOS MERINÍES O BENIMERINES SE IMPONEN A LOS ALMOHADES

Los meriníes o benimerines se prodigaron durante este año 1217 derrotando a los al-

mohades y se apoderaron de la ciudad de Melilla, convertida en lugar próspero de co-

mercio con muchos lugares del Mediterráneo. En un combate victorioso para los meri-

níes murió, mortalmente herido, el emir o jeque meriní Abd al-Haqq I.54

Le sucede su

hijo primogénito Uthman I ibn Abd al-Haqq.55

Aunque los almohades reaccionan con-

traatacando, no logran imponerse a los meriníes.

54

Abd al-Haqq ibn Mihyu ibn Abu Bakr ibn Hamama fue el primer jeque meriní, de los Banu Marin,

encabezando como epónimo a la dinastía que se impone en África a los almohades.

Como podemos recordar de hace un par de años (1215), el almohade Abu Yaqub II al-Munstansir era

un joven inexperto, hijo del derrotado califa Muhammad al-Nasir (Miramamolín), derrotado por los

cristianos en Las Navas de Tolosa, en julio de 1212, y muerto en 1213. La coyuntura de debilidad por

parte de los almohades la aprovecharon los meriníes o benimerines. Éstos atacaron a los almohades y, con

10.000 hombres luchando, les arrebataron los dominios costeros del Rif.

Pasó ahora, en 1217, que se enfrentaron con los almohades a los meriníes nómadas bereberes y ciertas

tribus norteafricanas. Se combatió duro en los alrededores de Fez, imponiéndose de nuevo los meriníes y

siendo derrotados los almohades.

55

Como veremos, habrá de prolongarse su gobierno hasta 1240, cuando muera asesinado por uno de sus

esclavos cristianos.

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~ 34 ~

NIDAROS (REINO DE NORUEGA)

MUERE EL REY INGE II Y LE SUCEDE HAAKON IV

El 23 de abril de este año 1217 murió en Nidaros56

el rey Inge II de Noruega, de

facción birkebeiner, a la edad de 32 años, habiendo reinado desde 1204, durante 13

años. Fue hijo único de Bård Guttormsson y de su esposa Cecilia Sigurdsdatter.57

El padre de Inge, Bård Guttormsson, era un poderoso noble (lendmann) de la región

noruega de Trøndelag. Había sido uno de los seguidores del rey Sverre I (1184-1202),

quien llevó a los birkebeiner al poder a finales del siglo XII. La madre de Inge, Cecilia,

era hija del rey Sigurd II y media hermana de Sverre.

Sabemos de las más que prolongadas guerras civiles noruegas, muy largo período de

pugnas constantes entre facciones opuestas desde el año 1130, siendo resumidamente

dichas facciones la de los birkebeiner y la de los bagler. En 1208 se pacificó Noruega en

gran parte, haciendo Inge II concesiones territoriales a sus rivales.

El rey Sverre I murió en 1202, su hijo Haakon III en 1204, y su nieto Guttorm ese

mismo año. Los birkebeiner se quedaron sin un sucesor de Sverre para elegirlo como su

nuevo rey. Aprovechando la situación de la sucesión, los bagler, los enemigos de los

birkebeiner, se levantaron nuevamente en armas desde la primera mitad de 1204, bajo la

dirección de Erling Steinvegg (muerto en marzo de 1206).58

Para enfrentar al enemigo, se hizo necesaria la elección de un nuevo rey capaz de

encauzar con autoridad la situación. Los jefes de los birkebeiner, como podemos re-

cordar, propusieron a Haakon el Loco (muerto en 1214), un medio hermano de Inge,

hijo también de Cecilia, pero el arzobispo Erik de Nidaros y el campesinado de Trøn-

delag apoyaron a Inge, quien ya había gobernado en Trøndelag en el corto reinado de

Guttorm I, en 1204. Finalmente, se llegó a un acuerdo: mientras Inge sería el nuevo rey,

como Inge II, Haakon el Loco sería el jefe del ejército.

Los primeros cuatro años del reinado de Ingre II fueron de intensa actividad bélica.

Erling Steinvegg murió en 1206, pero los bagler continuaron luchando bajo las órdenes

de un nuevo rey, Felipe Simonsson, muerto en abril de este año 1217. Los bagler con-

56

Actual Trondheim.

57

Las fuentes principales sobre Inge II son las Sagas de los Bagler que fueron redactadas durante su

reinado y un poco después. También es mencionado de manera más breve al inicio de la Saga de Haakon

Håkonsson, su sucesor como Haakon IV.

58

Supuestamente era un hijo ilegítimo del rey Magnus V (1161-1184).

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~ 35 ~

trolaban principalmente la zona de Viken,59

con las ciudades de Tønsberg y Oslo; Inge y

los birkebeiner tenían bajo su control la región de Trøndelag, con Nidaros como su prin-

cipal bastión, mientras que Bergen y la zona occidental de Noruega cambiaba de pose-

sión constantemente. El 22 de abril de 1206 los bagler atacaron Nidaros, durante las bo-

das de Sigrid, la hermana de Inge; éste apenas pudo escapar con vida nadando a través

del río Nidelven, bajo temperaturas más que frías congelantes. Al año siguiente, los bir-

kebeiner lanzaron un exitoso ataque sobre la ciudad de Tønsberg, pero la guerra cayó en

una fase de estancamiento, sin victorias decisivas de uno u otro lado.

En 1207, el arzobispo Tore de Nidaros y el obispo Nicolás de Oslo –prominente

miembro de los bagler este último– pactaron para llegar a un acuerdo de paz entre los

dos bandos o partidos. En otoño de 1208 se logró realizar una reunión entre Inge II,

Haakon el Loco y Felipe Simonsson en Kvitsøy (Rogaland). En esa reunión, Felipe

decidió renunciar a su título de rey, aunque seguiría gobernando eficientemente Viken

con el (nobiliario) título de jarl. Haakon el Loco recibió el gobierno de la Noruega Oc-

cidental, con la ciudad de Bergen. Inge II sería desde entonces el único rey, con el go-

bierno efectivo de Trøndelag, y tanto Felipe como Haakon, ganando en tierras y do-

minios, serían sus vasallos. Para sellar el tratado, Felipe se casó con Cristina, hija de

Sverre I y prima de Inge II.

El tratado de paz se mantendría durante el resto del reinado de Inge. Sin embargo,

Felipe rompió su promesa, continuó presentándose como rey y mantuvo su sello real.

Haakon intentó seguir ese ejemplo y nombrarse también rey, pero Inge se lo impidió.

Para poner fin a las tensas relaciones entre ambos hermanos, se acordó que aquél que

viviera más tiempo tomaría las posesiones del otro y el título de rey. En 1214, Inge re-

primió una rebelión de campesinos en Trøndelag, presumiblemente encendida por

Haakon. Sin embargo, nunca estalló un conflicto abierto entre los dos hermanos, y Haa-

kon murió en Bergen en 1214. Inge pudo entonces incorporar la parte de su hermano a

sus territorios.

Y en este año 1217 cayó bastante enfermo el rey Inge II de Noruega, en Nidaros. Du-

rante su enfermedad, designó a su medio hermano menor, Skule Bårdsson, como jarl y

jefe del ejército. Como ya dijimos, Inge murió el 23 de abril de este año 1217. Recibió

cristiana sepultura en la catedral de Nidaros. Fue sucedido por Haakon Hákonsson como

Haakon IV de Noruega, el cual es a la sazón un niño de 13 años de edad, hijo ilegítimo

del rey Haakon III (muerto el 1 de enero de 1204). Haakon Hákonsson ha sido criado y

educado en la corte de Inge II desde que se supo de su existencia en 1206.

59

Nombre del que derivan los vikingos, siendo la región el Fiordo de Oslo, un profundo entrante marino,

de unos 150 kilómetros, que se encuentra localizado en el costa sureste de Noruega, en aguas del Skage-

rrak (un amplio estrecho marino que supone la conexión entre el mar del Norte y el mar Báltico).

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GOTHA Y REINHARDSBRUNN EN TURINGIA (ALEMANIA)

NECROLÓGICA DEL LANDGRAVE HERMANN I DE TURINGIA

El 25 de abril de este año 1217 murió en la ciudad alemana de Gotha el landgrave60

Hermann I de Turingia, a sus 65 años de edad, habiendo sido el segundo hijo del land-

grave Luis II de Turingia, apodado el Duro, y de Judith de Hohenstaufen, hermana del

emperador Federico I Barbarroja (muerto en 1190).61

Se le recordarán por siempre sus

composiciones de himnos,62

habiendo sido un buen benefactor de los hombres de le-

tras, de poetas y de músicos.63

Recibió cristiana sepultura en la abadía benedictina de

Reinhardsbrunn.64

A la muerte de Luis II de Turingia en 1190, el emperador Enrique VI trató de tomar

Turingia como feudo vacante del Sacro Imperio Romano Germánico, pero Hermann le

frustró sus planes y se estableció así mismo como landgrave. Habiendo reunido una liga

60

Landgrave fue un título nobiliario usado normalmente en el Sacro Imperio Romano Germánico y des-

pués en los territorios derivados de éste, comparable al de príncipe soberano, aunque etimológicamente

significa conde de un país, teniendo un deber feudal directamente con el emperador.

61

Realmente, poco se sabe de los primeros años o juventud de Hermann, pero sí que en 1180 estuvo

unido en una coalición contra Enrique el León, duque de Sajonia, muerto en 1195, como podemos re-

cordar, y su hermano, el landgrave Luis III de Turingia sufrió un breve encarcelamiento después de su

derrota en la Weissensee de Austria por Enrique el León. Por esta época recibió el condado palatino de

Sajonia de parte de su hermano Luis. Reforzó su autoridad sobre el condado palatino casándose con Sofía

de Sommerschenburg, hija de Lutgarda de Stade y Federico II de Sommerschnburg, un ex conde palatino.

62

Le son atribuidos los himnos latinos Veni Sancte Spiritus (célebre secuencia de Pentecostés) y Salve

palatino de Sajonia.

63

Walther von der Vogelweide, como otros minnesänger (poetas trovadores germanos) fueron siempre

bienvenidos y bien tratados en la castillo de Wartburg, residencia principal de los landgraves de Turingia.

Por sus acciones, Richard Wagner saca a relucir todo ello en su ópera Tannhäuser, estrenada en 1845.

64

En Friedrichroda. El monasterio gozó de protección pontificia desde 1093 (el Papa era entonces Urba-

no II). Su importancia se debía también a ser el monasterio familiar de los condes (landgraviato) de Tu-

ringia.

Durante la guerra de los campesinos alemanes (una revuelta popular conocida también como revolución

del hombre común, en 1524 y 1525), el monasterio fue saqueado. Los monjes se refugiaron en Gotha,

vendiéndose el lugar a los Electores de Sajonia, los cuales no cuidaron el lugar quedando luego poco a

poco en total ruina. Actualmente está todo, muy remodelado y, habiendo pasado por muchas vicisitudes

históricas, en manos privadas.

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contra el emperador, fue acusado, probablemente en forma errónea, de intentar asesinar-

lo. Enrique VI no sólo fue exitoso en liberar a Hermann de la conspiración, sino que lo-

gró su apoyo para la anexión de Sicilia al Imperio.

En 1197 se enroló Hermann en la cuarta cruzada. Cuando Enrique VI murió, en ese

año, el hermano del difunto emperador, Felipe de Suabia (muerto en 1208), también

compró su apoyo, pero tan pronto como la causa de Felipe comenzó a debilitarse,

transfirió su alianza a Otto de Brunswick (luego el emperador Otón IV), Felipe entonces

invadió Turingia en 1204 y obligó a Hermann a devolver las tierras que había obtenido

en 1198, dentro de los términos de su rendición. Después de la muerte de Felipe de Sua-

bia y el reconocimiento de Otón como emperador, Hermann estuvo entre los príncipes

que invitaron a Federico de Hohenstaufen,65

a acudir a Alemania y asumir la corona. En

consecuencia por esa acción, los sajones atacaron Turingia, pero el landgrave se salvó

por la llegada de Federico a Alemania en 1212.

Al morir su primera esposa,66

en 1195, Hermann se casó con Sofía Wittelsbach de Ba-

viera, hija de Otón I de Wittelsbach, el Pelirrojo (muerto en 1183). Con ella tuvo cuatro

hijos varones.67

65

Más tarde emperador del Sacro Imperio Romano Germánico como Federico II (1220-1250).

66

Sofía de Sommerschenburg.

67

Dos de los cuales, Luis IV de Turingia y Enrique Raspe, sucedieron a su padre a su turno como land-

graves de Turingia.

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ALEJANDRÍA

APORTACIONES DE IBN YUBAIR, VIAJERO Y PEREGRINO

Con ocasión de haber muerto en Alejandría68

el viajero y escritor valenciano Ibn

Yubair (también Jubayr o Yabar), contamos ahora su vida, su trayectoria vital o bio-

gráfica. Tenía 72 años de edad. Pasará a la historia como destacado geógrafo, escritor y

poeta.69

Fue hijo de un funcionario público de Játiva, donde fue educado y realizó sus pri-

meros estudios, hasta que se trasladó a Granada, donde estudió a fondo el Corán, en el

estilo que suelen hacer los musulmanes en estos tiempos, a la vez que estudiaba los

hadices, derecho y literatura.

En Granada fue secretario de cancillería de Abu Said Uthman ibn Abd al-Mumin, go-

bernador almohade de la ciudad e hijo del califa almohade Abd al-Mumin (muerto en

1163). En esos tiempos y circunstancias compuso muchos poemas y en 1182 tomó la

decisión de peregrinar a La Meca, deber de todo buen musulmán que se lo pueda per-

mitir y con el fin de expiar un pecado.70

Ibn Yubair salió de Granada y, cruzando el estrecho de Gibraltar, se dirigió a la mu-

sulmana Ceuta. Abordó en Ceuta un barco genovés, el 24 de febrero de 1183, y zarpó

hacia Alejandría. Su viaje por mar lo llevó más allá de las islas Baleares y, a continua-

ción, a través de la costa occidental de Cerdeña.

Entre Cerdeña y Sicilia el buque se encontró con una fuerte tormenta, sobre la que

tanto los italianos como los musulmanes a bordo que tenían experiencia de la mar dije-

ron “estar de acuerdo en que nunca en sus vidas habían visto tal tempestad”. Después

de la tormenta el buque pasó por Sicilia y Creta, virando luego hacia el sur; cruzó a lo

largo de la costa del norte de África y llegó a Alejandría, el 26 de marzo de aquel año

1183.

Todas las descripciones de los lugares que visitó en Egipto están llenas de elogios pa-

ra el nuevo gobernante sunita, Saladino (1174-1193). Por ejemplo, dice de él que “no

hay congregación ordinaria o mezquita, ni mausoleo construido sobre una tumba, ni

hospital, ni universidad teológica donde la abundancia del sultán no se extienda a to-

dos los que buscan vivienda o viven en ellos”. Señala asimismo que cuando las inunda-

ciones del Nilo no son suficientemente abastecedoras, Saladino reduce el impuesto so-

bre la tierra de los agricultores, o que “tanta es la justicia y seguridad que ha traído a

68

Probablemente.

69

Destacado en la cultura hispanoárabe medieval. Játiva era entonces capital de una taifa andalusí.

70

Tal vez fuera obligado por algo político o por otra causa, por algo interior o personal, etc.

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sus rutas que los hombres en sus tierras pueden dedicarse a sus asuntos por la noche y

no temer a la oscuridad”. Ibn Yubair, por otro lado, no menciona a los cristianos cop-

tos, aun siendo la gran mayoría de la población egipcia, y denigra frecuentemente de los

fatimíes, la anterior dinastía chiíta.

A su llegada a Alejandría se enojó Ibn Yubair con los funcionarios de aduanas que

insistían en la recaudación del zakat o azaque71

de de los peregrinos, independiente-

mente de si estaban obligados a pagar o no. En la ciudad visitó el famoso Faro de Ale-

jandría,72

sorprendiéndose de su tamaño y esplendor. También le impresionó la libertad

de los colegios, los albergues para estudiantes extranjeros, los baños y los hospitales de

la ciudad, pagados por las fundaciones religiosas y con los impuestos cobrados a los

dimmíes judíos y cristianos de la ciudad. Ibn Yubair fue mencionando que encontró

entre 8.000 y 12.000 mezquitas en Alejandría.

Luego de estar ocho días en Alejandría partió de allí Ibn Yubair para dirigirse a El

Cairo, tardando tres días en llegar. Allí en El Cairo visitó Ibn Yubair el cementerio de

Al-Qarafah, donde se custodian las tumbas de muchos personajes históricos e importan-

tes del Islam, como Husein, mártir chiíta,73

y señaló que los esclavos cristianos extran-

jeros estaban ampliando los muros de la ciudadela con el objeto de rodear toda la ciu-

dad. Otra de las obras en construcción que vio fue un puente sobre el Nilo, que sería lo

suficientemente elevado como para no ser sumergido por la inundación anual del río.

Describió asimismo un espacioso hospital gratuito que se dividía en tres secciones: para

hombres, mujeres y enfermos mentales. Vio las famosas pirámides, sin explicarse para

qué se habían construido,74

así como la Esfinge, a la que los locales llaman “Padre de

71

El azaque o zakat, transcrito generalmente como zakaat o zakah, con significado de “aquello que puri-

fica”, es el tercero de los cinco pilares del Islam –según la concepción suní– y uno de los tres principios

secundarios o aspectos prácticos de la religión –según la concepción chií–. Consiste en una proporción

fija de la riqueza personal que debe tributarse para ayudar a los pobres y necesitados, para remunerar a los

recaudadores de este tributo, manumitir esclavos y diversos destinos benéficos. Su significado literal es

“crecer en bondad”, “incrementarse en generosidad”, “purificarse”, “hacer lo puro”. Está prescrito en

el Corán. En ocasiones, dado que el arabismo “azaque” no es muy conocido, en castellano se llama al

azaque simplemente “limosna”, aun cuando el concepto no es exactamente el mismo. No obstante, con el

tiempo fue perdiendo el zakat algo de su significado original, de tal manera que los tributos recibidos por

la población musulmana como limosnas a los pobres se comenzaron a usar en los períodos de carestía

para pagar una serie de pensiones a las élites árabes más poderosas. Pertenecer a la nobleza arábiga

suponía tener toda clase de privilegios y el cobro de una pensión en las épocas donde las conquistas ha-

bían cesado y las ganancias escaseaban. Es ejemplo de las ventajas que aporta el pertenecer a las primeras

familias árabes que apoyaron la causa del profeta. Son varias las interpretaciones sobre los objetivos del

azaque.

72

Todavía se mantenía en pie. Como sabemos, el Faro de Alejandría era una gran torre (115 ó 150 me-

tros de alta) que se había construido en el siglo III a. de C. para que sirviera de punto de referencia

portuaria, teniendo en su cima una hoguera nocturna. Su arquitecto fue Sóstrato de Cnido. El Faro de

Alejandría se vino abajo a causa de un terremoto acaecido a principios del siglo XIV.

73

Nieto del profeta Mahoma, muerto como mártir en la batalla de Kerbala (año 680), donde se produjo el

cisma islámico entre sunís y chiís.

74

En la Edad Media no existían los egiptólogos.

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los terrores”. Escribió que “las antiguas pirámides, construcciones maravillosas, es-

pectáculo extraordinario, son de forma cuadrada, como si fuesen varias tiendas plan-

tadas, alzándose en el aire del cielo y llenan en altura el espacio aéreo. La anchura de

una de ellas, desde una de sus esquinas a la otra, es de 366 pasos. Han sido levantadas

con enormes piedras talladas, ensambladas de forma impresionante en insólita co-

hesión […]. Si las gentes de la tierra deseasen demoler su construcción les sería im-

posible […], nadie sabe lo que son, salvo Dios, poderoso y grande”.

Ibn Yubair ascendió después por el Nilo hasta Asuán y cruzó el mar Rojo hacia Yeda

(Arabia), pasando de allí a La Meca, donde permaneció durante ocho meses. Más tarde

se dirigió desde allí al norte, rumbo a Jerusalén, Damasco, Mosul, Bagdad y Acre, re-

gresando en 1185 a su punto de partida, a través de Sicilia, a bordo de un barco geno-

vés.

Su travesía no estuvo falta de peripecias, incluido un naufragio, y Yubair legó una de-

tallada y muy gráfica descripción de los lugares que visitó durante sus viajes en su libro

Los viajes (Rihla).75

A diferencia de sus contemporáneos, Yubair no escribe simple-

mente una mera recopilación de topónimos y descripciones de monumentos, sino que

muestra un análisis en profundidad por medio de la observación de detalles geográficos,

así como culturales, religiosos y políticos. Especialmente interesantes son sus notas

acerca de la disminución de la fe de sus compañeros o correligionarios musulmanes en

Palermo, tras la aún reciente conquista normanda de la Isla de Sicilia, percibiendo tam-

bién influencias musulmanas e incidiendo en las costumbres del rey siciliano Guiller-

mo II (1166-1189).

Podemos resumir diciendo que Ibn Yubair, además del mencionado viaje brevemente

descrito, realizó un segundo recorrido hacia el levante mediterráneo, muriendo en Ale-

jandría, como antes señalábamos, dedicado a la docencia, sin dejarnos nada más escrito.

75

La relevancia de Ibn Yubair como viajero se debe principalmente a que su libro Viajes (o Los viajes)

es una de las fuentes más importantes con que se cuenta para saber cómo se encontraba entonces el

mundo mediterráneo en general, los países bajo dominio islámico, la Sicilia normanda, la navegación de

aquellos tiempos, las relaciones entre musulmanes y cristianos en el siglo XII, etc. Además, Ibn Yubair es

el creador de todo un género en la literatura árabe: la rihla o relación de viaje, un género que luego se

continúa y reproduce sistemáticamente. Entre sus imitadores destaca el famoso viajero de Tánger Ibn

Batuta (1304-1377), que se inspira e incluso reproduce párrafos exactos del relato del viajero valenciano.

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Viajes de Ibn Yubair

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CANAL DE LA MANCHA Y PASO DE CALAIS

EUSTAQUIO EL MONJE: AVENTURAS DE UN PIRATA

Eustaquio el Monje ha sido un corsario o pirata francés, nacido en noble familia (de

Boulogne-sur-Mer),76

que entró en la vida monástica pero no perseveró en la misma.

Prefirió buscar aventuras y dedicarse a ellas. El haberlo hecho le costó la vida, teniendo

47 años de edad.

Primero fue senescal del conde de Boulogne y luego se puso al servicio del rey Juan I

de Inglaterra, acabando malamente con los dos, altercado va y altercado viene. En 1213

se pasó al servicio del rey Felipe II Augusto de Francia y durante la expedición del rey

francés a Inglaterra le fue encargada la dirección de los corsarios y de las operaciones

marítimas. Cuando llevaba refuerzos de Francia a Inglaterra fue atacado y derrotado.

Hecho prisionero fue, según parece, decapitado por los seguidores de Enrique III de

Inglaterra, el día 24 de agosto de este año 1217.

76

En el norte de Francia (Canal de la Mancha y Paso de Calais).

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CONVENTO TRINITARIO DE CERFROID (FRANCIA)

MUERE EL MINISTRO GENERAL TRINITARIO JUAN ANGLICUS

Murió en este año 1217, en el convento trinitario de Cerfroid (Francia), Juan Anglicus

(Juan el Inglés), el segundo Ministro General de la Orden de la Santísima Trinidad para

la redención de los cautivos, habiendo sido el sucesor de Juan de Mata (muerto en

1213),77

fundador y primer Ministro General (Redentor General) de la Orden.78

Juan Anglicus había sido uno de los jóvenes alumnos de Juan de Mata en las escuelas

de la catedral parisina cuando ambos anduvieron por allí, compartiendo más tarde el

proyecto fundacional trinitario en Cerfroid, para dedicarse a la liberación de los cautivos

retenidos por los moros a causa de la fe o para comerciar con ellos.

Podemos recordar, después de la muerte de Juan de Mata, que en el Capítulo General

celebrado en Cerfroid en 1214, Juan Anglicus resultó elegido como Ministro General de

la Orden para suceder al fundador.

Podemos decir que ha sido de buen proceder su gobierno, animoso y acertado, pro-

pagándose el carisma trinitario y redentor de cautivos por Francia y España, con buenas

perspectivas de seguir extendiéndose por muchos más lugares necesitados de esta mi-

sión.

Como Ministro General, Juan Anglicus recibió más de una decena de bulas pontifi-

cias, destacando entre ellas la nombrada como Operante divine dispotionis del Papa Ho-

norio III, llevando esta bula la fecha del 9 de febrero de este año 1217. Por esta bula

confirma el Papa la Regla de la Orden Trinitaria (que ya aprobara Inocencio III), reci-

biendo algunos retoques o pequeñas modificaciones.79

Queda pendiente la elección del trinitario sucesor de Juan Anglicus como Ministro

General, cuando se celebre el correspondiente Capítulo General.80

77

Como San Juan de Mata se conmemora el 17 de diciembre.

78

Bien poco se sabe de los orígenes de Juan Anglicus, el Inglés, salvo que procede de Inglaterra. Los res-

tos del difunto Juan Anglicus reposaron en la iglesia romana del convento de Santo Tomás in Formis. Ac-

tualmente descansan en el coro de la Casa Trinitaria de San Carlo alle Quattro Fontane en Roma. Fue

venerado como Santo por los trinitarios antes de los decretos del Papa Urbano VIII (1623-1644) sobre los

procesos de canonización, pero su culto ad inmemoriabili no ha sido confirmado.

79

La original, de San Juan de Mata, se conserva en los Archivos Vaticanos. Las demás versiones, y la ac-

tual, pueden verse propiamente, de ser necesario, en las Casas de la Orden Trinitaria.

80

En 1218, resultando elegido Guillermo Escoto (Escoto quiere decir Escocés). Ya lo iremos viendo,

contando y considerando (probablemente), pero podemos adelantar que Guillermo formó parte del grupo

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de estudiantes universitarios de París que conocieron a San Juan de Mata y decidieron seguir sus pasos en

el nuevo Instituto por él fundado y pronto conocido como Orden de la Santísima Trinidad para la reden-

ción de los cautivos. Es posible que junto a San Juan de Mata y a Juan Anglicus realizara Guillermo Es-

coto alguna de las primeras redenciones de cautivos.

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EPÍLOGO I

LA CATEDRAL DE SANTANDER

La catedral de Santander, del título o dedicación de Nuestra Señora de la Asunción,

aparenta una cosa y es otra, engaña al visitante por su austero aspecto exterior, pero se

trata de una muy interesante catedral medieval, aunque su imagen externa difiera de la

vistosa majestad que ostentan las fachadas de otras catedrales. Lejos de dejarnos enga-

ñar, consideremos que la catedral de Santander nos resulta sorprendente.

El principal motivo de esta apariencia tan poco atractiva desde fuera se debe al con-

junto de reformas habidas en este sacro edificio en el transcurso de los siglos desde su

construcción en la Edad Media, y se debe mucho especialmente a la restauración que

hubo de hacerse tras el llamativo y grave incendio que se sufrió en 1941, llevándose a

cabo en la década de los ochenta del siglo XX una muy compleja reconstrucción.

Asomémonos a la historia y a las fases de construcción de la catedral de Santander.

Algunas excavaciones arqueológicas realizadas no mucho tiempo atrás confirmaron una

larga secuencia de construcciones en el solar de la catedral desde la Antigüedad hasta la

actualidad. Se sabe, por ejemplo, que en el lugar ocupado ahora por la catedral de San-

tander hubo en tiempos romanos unas instalaciones termales correspondientes al lugar

denominado entonces Portus Victoriae Iolubrigensium.

En el siglo VIII, con motivo del repliegue cristiano tras la entrada de los musulmanes

en la Península Ibérica (año 711), las cabezas de los mártires Emeterio y Celedonio, sol-

dados romanos martirizados en el año 299 en Calahorra, fueron trasladadas hasta este

lugar y enterrados en lo que fuera un horno de las mencionadas termas. Y es probable

que ya a finales de ese siglo VIII el lugar de enterramiento de estas reliquias se convir-

tiera en santuario y luego en monasterio, del que se conocen noticias del año 1099,

cuando el rey leonés y castellano Alfonso VI el Bravo le otorga al lugar diversos privi-

legios.81

Unas décadas más tarde, durante el reinado de Alfonso VII, en el siglo XII, la abadía

fue convertida en colegiata. Durante estos siglos medievales la iglesia fue de realengo o

patronato real, como atestiguan los numerosos escudos reales distribuidos en sus puer-

tas, por lo que las obras constructivas pudieron ser muy ambiciosas, como muestra lo

conservado en la actualidad.

Consideremos en primer lugar la conocida como Iglesia Baja, del Cristo o Cripta, que

es una de las partes más interesantes del complejo catedralicio santanderino. Se constru-

yó esta parte entre las últimas décadas del siglo XII y las primeras del siglo XIII.

Su estilo es de transición del románico al gótico y presume de un espacio de medidas

considerables: 31 metros de largo y 18 de ancho, organizado en tres naves de cuatro tra-

81

Los Santos Emeterio y Celedonio, mártires en el año 298, en tiempos del emperador Diocleciano, se

conmemoran el 30 de agosto. Eran hermanos militares en las legiones romanas, oriundos de Calahorra

(La Rioja).

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mos, finalizadas por cabecera de triple ábside poligonal, de factura algo posterior. No se

habilitó ningún transepto, por lo que su planta en netamente basilical.

La separación de las naves se hace mediante robustos pilares cruciformes con dos co-

lumnas en cada frente y una en cada codillo. Las dobles columnas sujetan los arcos per-

piaños y formeros, mientas que las columnas acodilladas hacen lo propio con los ner-

vios de las bóvedas de crucería.

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Las esculturas de los capiteles y las claves de las naves son vegetales, no así las de las

columnas, ménsulas y claves de las bóvedas de la cabecera, que muestran temas his-

toriados: cabezas humanas, animales y personajes bíblicos como San Pedro portando

una enorme llave.

En la nave del Evangelio, el suelo está acristalado para poder observar los restos de

las instalaciones termales romanas sobre las que se asienta el edificio.

En la iglesia baja se encuentran los restos de los Santos Mártires (San Emeterio y San

Celedonio). Se accede a esta iglesia baja por dos puertas tardorrománicas interesantes,

cobijadas por un atrio en el costado norte. La principal tiene arquivoltas apuntadas con

finos boceles y escocias. Los soportes son tres parejas de columnas y las jambas inte-

riores encapiteladas con crochets.

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Santos Mártires Emeterio y Celedonio

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La Puerta del Perdón se encuentra a pocos metros de la principal. Fue descubierta no

hace muchos años y presume de unas hechuras aún más próximas a lo románico, con ar-

quivoltas casi de medio punto sobre parejas de columnas. Los capiteles son mayoritaria-

mente vegetales, pero hay uno de relieve zoomorfo.

Entre ambas puertas hay un ventanal tardorrománico que iluminaba las reliquias de

los mártires.

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Como conclusión, digamos que la iglesia baja de la catedral de Santander resulta un

espacio muy amplio pero de escasa altura e iluminación pues el abovedamiento, al ser

diseñada para tener otra iglesia encima, se construyó necesariamente con pocos metros

de alzado. En todo caso es un lugar sugerente que transmite cierta emoción y misterio.

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Consideremos ahora la iglesia alta, la que propiamente puede decirse que constituye la

actual catedral santanderina, una iglesia levantada entre finales del siglo XIII y durante

el XIV, sobre la finalizada iglesia baja cuando se dio por concluida.

La iglesia alta o catedral propiamente dicha se presenta como construcción del tipo

basilical, con tres naves de distinta altura separadas por pilares fasciculados y arcos

apuntados. Las bóvedas son de crucería.

Carece de triforio, por lo que su alzado es sencillo, de sólo dos niveles. El primero de

estos niveles es el de los arcos formeros que separan las naves y el segundo es el cla-

ristorio con vanos apuntados sencillos que fueron adulterados en la restauración tras el

incendio, incorporando capiteles que no tuvo.

Las restauraciones modernas, tras el incendio de 1941, sustituyeron la cabecera origi-

nal por nueva construcción con girola más un cimborrio.

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Al finalizar la iglesia alta de esta catedral se construyó el bonito claustro gótico, cuyas

pandas se abren al exterior mediante arcos apuntados que apoyan sobre columnas de

fuste de sección octogonal. Cada grupo de cuatro arcos es envuelto externamente por un

gran arco escarzano. Entre estos grupos de arcos y columnas aparecen rítmicamente dis-

puestos grandes contrafuertes exteriores que se encargan de soportar los grandes nervios

cruceros de las bóvedas de las galerías que son de crucería.

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EPÍLOGO II

LA CIENCIA HISPANOÁRABE

Sobre la ciencia hispanoárabe, tomamos en buena parte (o nos inspiramos en) la si-

guiente aportación de Margarita Bernis.82

Los “árabes” invadieron la Península Ibérica en el siglo VIII, se establecieron en ella

y disputaron sus tierras a los cristianos durante ocho siglos. Al estudiar este largo perío-

do de tiempo, es fácil tropezar con bastante maraña y confusión. Ni siquiera el más em-

pollón de clase ha sido capaz de ordenar en su cabeza, ni en sus cuadros, cuidadosa-

mente divididos en reinos, batallas y fechas, todo el barullo de reyes y personajes que se

suceden a lo largo de la Reconquista: los Alfonsos, Sanchos y Bermudos se repiten en

todos los reinos cristianos, y de un V de Aragón pasamos a un II de Navarra, para vol-

ver tal vez a un IV de Castilla; los reinos musulmanes se multiplican, y mientras tanto

moros y cristianos corren de acá para allá por el mapa de la Península. Al final nos ima-

ginábamos un tropel de turbantes y chilabas saliendo de España tras el infortunado

Boabdil (nazarí granadino) y dejando el campo limpio de extraños a los caballeros de

los Reyes Católicos. Todo eso considerando al visigodo don Rodrigo, al califa Abde-

rramán III, al Cid Campeador, a los reyes Alfonso VIII, Fernando III el Santo, etc., en

un batiburrillo o mare magnum de mil demonios, entre moros y cristianos.

¿Quiénes eran estas gentes, esos árabes que convivieron o tuvieron sus tensiones con

los cristianos? ¿Qué trajeron y qué nos dejaron? Se han multiplicado los estudios sobre

los pueblos árabes, y más particularmente sobre su civilización, que incluye no sólo la

de los árabes de Arabia, sino la de todos los pueblos denominados con este nombre, es

decir, gentes que hablaban el árabe y que formaron parte del Islam en la Edad Media.

Según investigaciones relativamente recientes, los árabes de la Península Ibérica te-

nían poquísima sangre árabe y sólo algunas gotas más de sangre bereber; pocos fueron

los invasores, pocos los que se marcharon e incluso podíamos decir que “estaban aquí

ya”; la dominación árabe en la Península se resume en la incorporación al Islam de un

pueblo con más de 90 por 100 de sangre latina que adopta su religión (aunque muchos

cristianos y bastantes judíos conviven con los musulmanes) y que aprende y modifica su

civilización.

Consideremos que aun sabiendo (al menos algo de) Historia, podemos constatar, sin

embargo, que tal vez sepamos poco de Historia de la Cultura, de nuestra Cultura. En el

fárrago de los acontecimientos de la Reconquista recordamos que hubo una batalla de

Las Navas de Tolosa, que Almanzor asoló los reinos cristianos, que el rey San Fernando

conquistó Sevilla… Pero muchos de los que tienen dedicación a las Matemáticas o a la

Astronomía, a la Medicina o la Ciencias Naturales, ¿recuerdan nombres como Azarquiel

o Maslama, de Madrid? ¿Qué sabemos de la labor de los traductores de Toledo o de

82

Sacado (julio de 2016) de Temas españoles, http://www.filosofia.org/mon/tem/es0235.htm

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médicos como Avenzoar o Abulcasis? ¿Tenemos idea de las aportaciones a la Botánica

de los naturalistas hispanoárabes?

Refiriéndonos particularmente a la ciencia española, es precisamente en tiempos y

años de la Reconquista, o conviviendo moros y cristianos, cuando esta ciencia propia-

mente española alcanzó la supremacía sobre la del resto del mundo civilizado, cuando

España fue llamada “la antorcha de Europa”. En el siglo X la brillante y muy luminosa

Córdoba de los Omeyas era sin duda alguna “la perla del mundo”, según la frase o

expresión de la sabia monja Hroswitha de Gandersheim (935-1002), del imperio germa-

no de Otón II y de Otón III. En los siglos XI y XII las escuelas de los reinos de Taifas

sobrepasan en filosofía, ciencia y madurez de pensamiento incluso a las de la corte

califal de Bagdad. En el siglo XII Toledo es, bajo el reinado de Alfonso VIII, el centro

cultural más importante de Occidente y a su Escuela de Traductores acuden sabios de

toda Europa para aprender “artes arabum”. Y en la época del gran arabista Alfonso X

el Sabio (siglo XIII) los españoles fueron los maestros de Occidente a través de una

corte de astrónomos, alquimistas y matemáticos, entre los que se incluía el mismo rey.

Consideremos la ciencia árabe de la ciencia española. Consideremos que en la Histo-

ria de la Ciencia los hispanomusulmanes se incluyen en la ciencia árabe, que es patri-

monio del mundo islámico durante varios siglos de la Edad Media. Los árabes del siglo

VII son discípulos directos de los griegos y alejandrinos a través de las escuelas sirias, y

en el siglo XIII son los maestros de los escolásticos de la Europa occidental a través de

los hispanomusulmanes. Los centros más importantes de esta cultura son, primero, Bag-

dad y, más tarde, Córdoba y los reinos de Taifas, además de algunas cortes del norte de

África.

Consideremos los primeros tiempos o los más remotos respecto a nosotros. Hacia el

siglo VI empezó a alcanzar cierta importancia una Escuela Siria de Medicina, una es-

cuela de la ciudad babilónica de Yundi Sapur, en la que los descendientes de unos fi-

lósofos emigrados o expulsados de Asia Menor y Grecia guardaban en moldes la ador-

mecida ciencia griega y cultivaban la Medicina con bastante acierto.

Por aquellos mismos años, las vecinas tribus nómadas árabes guerreaban entre sí, cul-

tivaban la poesía y ejercían la hospitalidad. Entre ellos nació Mahoma y predicó la fe

del Islam; después de la muerte del profeta, la nueva fe dio empuje al espíritu guerrero

de los nómadas árabes, empeñándolos en la yihad o guerra de Dios, que había de llevar-

los a los confines del Mediterráneo y a lejanos países de Asia. Mientras tanto, en sus

concursos y certámenes de poesía se forjaba un idioma rico y flexible y su espíritu ge-

neroso y hospitalario había de ser un factor importante en la convivencia con los pue-

blos sometidos.

La escuela de Yundi Sapur cayó pronto bajo el dominio de los descendientes del pro-

feta. Almansur, uno de los califas árabes, necesitó un médico y mandó llamar al cris-

tiano que a la sazón dirigía la ya famosa escuela; el éxito del médico conquistó el favor

del soberano, no sólo para sí mismo, sino para los que con él se dedicaban al estudio de

la medicina y la filosofía; el prestigio y la veneración de los letrados crecieron rápida-

mente en la corte de los califas y la protección a la escuela continuó en los descen-

dientes de Almansur hasta el extremo de atraer a los estudiosos a la misma corte, con lo

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cual Bagdad se trasformó en poco tiempo en un centro de escuelas filosóficas y ciento-

ficas de especialidades muy diversas.

Pasemos ahora a la consideración del esplendor de Bagdad, evoquemos aquellos

tiempos. Harún al-Rashid, el califa de las mil y una noches (entre los siglos VIII-IX), y

su hijo Al-Mamún (813-833), Rey Sabio, contemporáneo de Carlomagno, son, ambos,

protectores de sabios y fundadores de escuelas, y bajo sus reinados las Ciencias y la Fi-

losofía recibieron su muy máximo impulso.

En el siglo IX Bagdad es una ciudad rica y próspera; en ella admiraba el extranjero no

sólo sus palacios y jardines, sino también sus numerosas bibliotecas, los hospitales y ba-

ños, el observatorio, las obras de irrigación y técnicas. Las academias reúnen astróno-

mos, matemáticos, médicos, alquimistas. En la época de Almansur son famosos el sirio

Hunain, médico y traductor cristiano; el Joarizmí, algebrista persa, y años más tarde, Al-

Batenio, el astrónomo, y Al-Razes, el médico alquimista. Durante todo el siglo IX Bag-

dad es el centro de la sabiduría del mundo civilizado; en los hospitales, modelo de orga-

nización, practican y aprenden los médicos, y los maestros enseñan Filosofía y Ciencias

en las mezquitas y bibliotecas.

Los pueblos incorporados al Islam imitarán a Bagdad, y en el siglo X la supremacía

civilizadora pasará a Córdoba. Bagdad perderá su poder político, pero todavía en los si-

glos X y XI sus escuelas son famosas y han de dar algunas de las figuras orientales más

notables: entre ellas Alhazen, creador de la óptica; Albiruni, el agudo astrónomo que

admite la validez de cualquiera de las hipótesis antiguas sobre el sistema planetario, y

los alquimistas misteriosos de la secta de los Hermanos de la Pureza; entre los siglos X

y XI vive Avicena, el médico filósofo que introduce, con Averroes, la filosofía de Aris-

tóteles en la Europa de los escolásticos, y Algazel, en cuyas matemáticas balbucea el

cálculo infinitesimal. Con todos ellos rivalizan los sabios del califato de Córdoba y los

primeros reinos de Taifas, a los que nos referiremos.

¿Por qué ciencia árabe? Las escuelas y cortes musulmanas estaban formadas por gen-

tes de diversas razas, nacionalidades y religiones. Entre los más doctos de estas escuelas

encontramos árabes, sirios, judíos, iraníes, indios y latinos; aunque predominaba la reli-

gión musulmana, en las cortes de Bagdad y Córdoba abundaban también los cristianos

(mozárabes) y los judíos; y en el Oriente conviven, además, con hindúes y zoroástricos.

¿Cuál es, pues, el elemento que amalgama toda esta cultura? Muchos sabios fueron bi-

lingües y trilingües entre sus excelentes traductores; algunas obras, sobre todo en los

primeros tiempos, se escribieron en sirio; pero el idioma en que se escriben la inmensa

mayoría de las obras fundamentales es el árabe. Tanto los letrados de Bagdad como las

clases cultas de Al-Ándalus, El Cairo o Fez prefieren esta lengua.

Los hijos del desierto había creado un rico idioma “cantando las vértebras del ca-

mello, los matojos de las dunas, las sangrientas lides, los festines bárbaros o la libertad

cristalina e infinita de la miseria y el hambre”; y en su poesía, que se ha llamado ar-

chivo de los árabes, “constaban las viejas riñas, las genealogías y hasta la geografía y

las rutas de arena”.

Al decir de los arabistas, esta lengua es más concisa y flexible para la ciencia que el

latín, idioma por aquel entonces de la Europa occidental y, tanto como el griego, lengua

oficial del Imperio Bizantino.

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El contacto entre los pueblos musulmanes se mantiene vivo e intenso en estos siglos,

no sólo por el idioma y la religión, sino también gracias a sus andantes mercaderes: los

camellos cruzan continuamente los desiertos, cargados de ricas mercancías, y los barcos

atraviesan los mares desde Al-Ándalus a las costas de Siria y desde el Éufrates a los le-

janos mares de la China.

También viajan los peregrinos: todo buen musulmán visita La Meca alguna vez en su

vida y vuelve a su tierra no sólo aureolado de mérito religioso, sino cargado de noticias

y habladurías de las tierras lejanas. En muchas épocas son los mismos sabios los que

viajan en busca de un original precioso, o los emisarios de tal o cual califa (¡Alá esté

satisfecho de él!) quienes marchan a las cortes más prósperas para adquirir obras

maestras destinadas a enriquecer las bibliotecas cortesanas.

El idioma árabe es el recipiente de toda esta cultura que nace en Bagdad y que via-

jeros y peregrinos divulgan por los pueblos del Islam; a lo largo del Mediterráneo, otras

ciudades imitan a la capital del califato, y van apareciendo bibliotecas, academias, ba-

ños, hospitales; las ciudades se embellecen, las cortes se pueblan de letreros y médicos;

apoyados en las columnas de las escuelas, los maestros explican y discuten con los dis-

cípulos agrupados a sus pies, analizando y ordenando viejas y nuevas teorías.

Veamos desde nuestros tiempos la ciencia árabe y nuestra ciencia. ¿Cuáles fueron

realmente las ciencias de los pueblos árabes? ¿Qué añadieron estos pueblos a las Mate-

máticas, la Astronomía, la Medicina, las Ciencias Naturales?

Aunque los letrados del Islam eran, en general, más o menos enciclopédicos (la espe-

cialización es una hierba muy moderna), estudiaban la Filosofía dividida en otras disci-

plinas, con arreglo a las enseñanzas de los primeros especialistas científicos: con arreglo

a los alejandrinos, maestros preferidos de los pueblos árabes; éstos habían ampliado la

antigua división griega de la Filosofía (metafísica y ciencia positiva) en otra más com-

pleja; probablemente esta separación ayudó a Aristarco de Samos (310-230 a. de C.) a

ver el sistema planetario desde el Sol en la posición del puro astrónomo.

Los árabes, aunque no tan científicos ni tan especialistas como los alejandrinos, apren-

dieron de ellos a dividir la Filosofía en distintas disciplinas o artes; hasta el siglo XVII

las ciencias se han acomodado más o menos a esta división, siempre bajo el patrocinio

de la madre Filosofía y hablando todas un lenguaje común, entremezclando sus concep-

tos: los médicos árabes más célebres fueron también sus más famosos filósofos. La As-

trología se relacionaba directamente con los humores, en tanto que “alma” y “espíritu”

eran conceptos que entraban en la Alquimia en compañía del ácido sulfúrico, los meta-

les, la piedra filosofal y el elixir de la vida.

Hoy cada ciencia se encasilla en su campo y maneja conceptos y lenguaje propios,

inaccesibles muchas veces a los científicos de otras ramas: las hormonas son patrimonio

del médico (o de algunos médicos), el átomo es un concepto físico y la biología dicta las

leyes de la herencia. Para un filósofo de los pueblos árabes hubiera sido incomprensible

un especialista del siglo XX muy versado en la construcción de puentes y ajeno a la me-

cánica ondulatoria o las filosofías existencialistas.

Los árabes estudiaban las ciencias divididas en disciplinas o artes. Encontramos una

de estas clasificaciones en un relato de Disciplina clericalis de Pedro Alfonso, traductor

y maestro de la ciencia árabe en la España del siglo XII. “Las artes liberales son –dice

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el maestro, contestando al discípulo–: Dialéctica, Aritmética, Geometría, Música, Físi-

ca, Astronomía, y en lo que se refiere a la séptima, hay muchas opiniones, porque los

que no siguen las profecías dicen que la Nigromancia es la séptima (Pedro Alfonso no

creía en la Nigromancia). Algunos... quieren que sea la Filosofía la ciencia que estudia

las cosas naturales o elementos del mundo, y, finalmente, algunos que no prestan aten-

ción a la Filosofía afirman que es la Gramática”.

El concepto de Física y, en general, el de cada una de estas ciencias no responde al

que tenemos hoy día. Para darnos una idea de los campos de cada ciencia damos la cla-

sificación de Avicena, que copiamos de uno de los documentados libros de José Au-

gusto Sánchez Pérez (1882-1958). En esta clasificación las Matemáticas incluyen Arit-

mética, Geometría, Astronomía y Música, disciplinas del Quadrivium y todas ellas se

estudian con la Física dentro de la Filosofía:

Superior (teológica)

Filosofía

especulativa

Media

(Matemáticas)

Puras

Aritmética

Geometría

Astronomía

Música

Aplicadas

Cálculo indio, sexagesimal y Álgebra

Medida de superficies, Mecánica, Construccio-

nes de instrumentos e Hidráulica

Formación de tablas astronómicas y geográfi-

cas

Fabricación de instrumentos musicales, órga-

nos, etc.

Ínfima (Físicas)

Puras

Física

Química

Historia natural

Astronomía física

Geografía, etc.

Aplicadas

Medicina

Astrología

Mecánica

Fisiognomía

Interpretación de sueños

Talismanes

Encantos

Alquimia

La ciencia llamada Física incluía, pues, la Medicina, la Interpretación de los sueños, la

Alquimia, etc. La fabricación de instrumentos musicales era una rama de las Matemá-

ticas y matemáticos eran los constructores de obras técnicas, y los calculistas, que ha-

cían las particiones de herencias.83

Como han observado modernos historiadores de la ciencia, los árabes no son grandes

genios de la generalización ni de la síntesis como los griegos, pero sí excelentes ordena-

dores y lógicos; a estas cualidades añaden un carácter positivo y un agudo espíritu crí-

tico, característica esta última acentuada en los hispanoárabes.

Son los árabes principalmente los grandes recopiladores de las ciencias antiguas; no

sólo continúan la ciencia alejandrina sino que también recogen las Matemáticas y la As-

83

Ir a Epílogo III.

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tronomía de la Edad de Oro india; añaden la Aritmética egipcia, los conocimientos de

los médicos persas e iranianos o iraníes, y de los chinos aprenden a fabricar el papel,

que había de ser un factor importante en la difusión de su cultura. De los alejandrinos

heredan la importancia que dan a la experimentación que realizan y ordenan con exce-

lente método.

Adentrémonos ahora en la consideración del álgebra y la trigonometría, tan caracte-

rísticas de las ciencias y matemáticas árabes. Además de cultivar y pulir un idioma para

la Filosofía y la Ciencia, crearon y perfeccionaron un lenguaje matemático que permitió

el desarrollo del Álgebra y la Trigonometría; “enseñaron el empleo de las cifras, aun-

que no las inventaron; fueron los fundadores de la aritmética de la vida cotidiana: hi-

cieron del Álgebra una ciencia exacta e iniciaron los fundamentos de la Geometría

analítica. Son los creadores indiscutibles de la Trigonometría plana y esférica, que no

existía entre los griegos y cuyos primeros indicios se encuentran en la ciencia india”.

La palabra “álgebra” es de origen árabe y se deriva de al géber o el chéber (transpo-

sición de términos); el chéber y el mocábala (reducción de términos semejantes) son los

métodos empleados por los árabes para hallar el valor de una cantidad desconocida

o raíz.

Los árabes eran fundamentalmente geómetras y no concebían el Álgebra separada de

la Geometría. He aquí un curioso problema de El Joarizmí, uno de los más grandes al-

gebristas del Islam: “Un cuadrado y diez raíces son iguales a 39 direms”. Sea A B C D

este cuadrado, cuyo lado (raíz) desconocemos: supongamos construidos sobre los lados

de este cuadrado cuatro paralelogramos iguales, cuyos lados son la raíz l y 10/4 = 2,5.

En la figura vemos que los cuatro paralelogramos y el cuadrado forman una cruz cuya

superficie valdrá cuatro veces 10/4 x l más el cuadrado, o sea diez veces l más el cua-

drado (diez raíces más el cuadrado), es decir, 39 direms de acuerdo con el enunciado.

Los cuadraditos formados sobre los brazos de la cruz, cuyo lado es, evidentemente, 2,5,

valdrán 6,25 direms cada uno y la suma de los cuatro será, pues, 25 direms. El cuadrado

grande formado por la cruz y los cuatro cuadraditos vale 39 + 25 = 64, y el lado de este

cuadrado será 8. Sobre la figura se comprueba que, restando de 8 el doble de 2,5 obte-

nemos 3, que es el lado del cuadrado A B C D, o sea la raíz que buscamos.

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La Trigonometría plana y esférica nació entre los árabes al servicio de la Astronomía;

estos pueblos positivos hacían, a menudo, de sus ciencias humildes instrumentos de

otras disciplinas. De los indios aprendieron las fórmulas del seno y el seno verso, prime-

ras relaciones entre ángulos y segmentos aplicadas al cálculo de las observaciones as-

tronómicas. De estas relaciones derivaron los teoremas y fórmulas que constituyen el

armonioso edificio de la Trigonometría.

Consideremos el conjunto de Astrónomos, tablas, astrolabios, astrólogos. La labor de

los árabes en Astronomía es enorme en lo que se refiere a la acumulación y ordenación

de observaciones y a la invención de aparatos para medir los cielos y seguir los movi-

mientos de los astros. ¿Quién no ha oído hablar de astrolabios y azafeas? En el Museo

Arqueológico de Madrid se puede admirar uno de estos instrumentos, que eran, al mis-

mo tiempo, aparatos de observación y máquinas calculadoras; sobre ellos dibujaban be-

llos jeroglíficos y graciosas figuras, y sin necesidad de hacer cálculos determinaban so-

bre el aparato posiciones, épocas, horas, después de realizada la observación.

Añadieron dos coordenadas para determinar la posición de los astros; perfeccionaron

las fórmulas astronómicas, y tanto sus tablas como sus observaciones fueron las más

completas y precisas, hasta que Kepler y los astrónomos del Renacimiento confeccio-

naron las suyas.

En las teorías sobre la organización del universo siguieron las de Ptolomeo; pero sus

grandes astrónomos no las aceptaron como dogma científico, sino por dictado del sentí-

do común, más propio de pueblos prácticos y positivos que de mentes puramente cien-

tíficas. Y también, en virtud del papel que encomendaban a la Astronomía; como cien-

cia aplicada, esta disciplina tenía un papel primordial al servicio de los camelleros del

desierto, los mercaderes del Mediterráneo y los fieles de países lejanos que deseaban

conocer la orientación de la Meca. Además, en aquellos tiempos no se conocía el teles-

copio, y todos los astros, excepto el Sol y la Luna, eran simples puntitos brillantes, que

se diferenciaban unos de otros únicamente en sus movimientos, ¿qué morada de genios

o ifrits no hubieran imaginado los cuentistas árabes allá donde la fantasía del siglo XIX

imaginó los canales de Marte?

Adoptaron, pues, las doctrinas de Ptolomeo, más fáciles de manejar desde el punto de

vista que las de Aristarco de Samos (al que también estudiaron), y dejaron al Sol de

comparsa en su mundo de mercaderes, abogados y poetas. Sabemos que Ptolomeo

explicaba el movimiento de los astros alrededor de la Tierra, situándolos en esferas o

cielos; en el sistema ptolomaico cada esfera gira en movimientos más o menos compli-

cados, que se explican con ayuda de “excéntricas” y “epiciclos” análogos a las diferen-

tes ruedecitas de un mismo reloj. Los astrónomos de Al-Ándalus discutieron y modifi-

caron las teorías del alejandrino, pero, al igual que éste, no se sintieron inclinados a des-

pojar a la madre Tierra de su papel de centro del universo. Sólo Azarquiel, el gran astró-

nomo toledano, coronó al astro rey haciéndole centro de un par de órbitas.

Hasta hace pocos siglos todos los pueblos cultivaron la Astrología y Nigromancia; los

astros no sólo se mueven en el cielo, decían los astrólogos, sino que sus movimientos y

posiciones determinan ciertas influencias en nuestro planeta y, en particular, en la salud

y el destino de los hombres. Los árabes cultivaron y estudiaron la Astrología en sus es-

cuelas, aunque muchos de sus astrónomos no tenían fe en tal ciencia.

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En general, la Astrología tuvo siempre sus partidarios y detractores, pero era, proba-

blemente, una ciencia apasionante. Sírvanos de ejemplo un cuento de la Edad Media de

origen oriental en el que se refiere cómo un rey languidecía y se angustiaba porque su

astrólogo, después de consultar el astrolabio, le había pronosticado una muerte pronta.

Un soldado del rey, temiendo que su señor, “por excesiva tristeza, pudiese caer enfer-

mo y morir”, llamó al astrólogo a la presencia del rey para preguntarle si, del mismo

modo que predecía el destino de los otros, podía averiguar el suyo propio. El astrólogo

respondió que había consultado los astros sobre el caso, y agregó: “Estoy cierto de que

en menos de veinte años no he de morir”. “Tus astros se equivocan –replicó el sol-

dado–, pues vas a morir ahora mismo”. Y atravesó al astrólogo con su espada, librando

al rey con tan contundente hecho de la creencia en los augurios celestes, “pues no hay

que hacer caso –dice el autor del cuento– de aquellos que dicen que las luminarias del

cielo son las que señalan la vida de los hombres”. Muchos reyes tenían sus astrólogos

como el del cuento; tal era el crédito de la Astrología, pero un simple hecho podía echar

abajo la ciencia de los nigromantes.

Veamos acerca de la experimentación como colaboradora de las ciencias. Entre los

pueblos y culturas árabes, culmina dicha experimentación en la Alquimia, ciencia ba-

sada en teorías desechadas hace mucho tiempo, pero preciosa en sus resultados prácti-

cos.

Las sustancias, los cuerpos, se transforman unos en otros, como indica la experiencia.

Unos cuerpos son más valiosos o más codiciados que otros, y entre ellos el oro ha sido

siempre uno de los más preciados y deseados por los hombres. “¿No será posible –pen-

saban y se preguntaban los alquimistas– obtenerlo de otros cuerpos?”. El alquimista

cree en la transmutación de los metales (hoy también lo creemos, pero de otra manera),

y el fin práctico más importante de su ciencia era buscar la piedra filosofal, la fórmula

maravillosa que permitiera transformar otros metales en oro. Entre los cuentos del in-

fante don Juan Manuel (1282-1348), ¿quién no conoce el del charlatán que engañó a un

rey haciéndole creer que sabía “facer alquimia”?

Hasta el siglo XVII, época en que Boyle (1627-1691) estableció la definición química

de elemento, hubo alquimistas entre los hombres de ciencia, pero desde entonces no hay

más que químicos. Muchos de los científicos de los pueblos árabes tenían poca o nin-

guna fe en la piedra filosofal, entre ellos Al-Razes, el más famoso de los alquimistas

orientales. Tampoco creían en ella Avicena ni Alfonso X el Sabio que cultivaron y

desarrollaron los métodos de experimentación de la Alquimia.

La importancia de esta olvidada ciencia radica en que es el origen del laboratorio mo-

derno, de sus procedimientos, sus retortas, alambiques y múltiples aparatos y de muchos

de sus innumerables productos: los alquimistas árabes descubrieron los ácidos sulfúrico

y nítrico, el agua regia, el amoníaco, alumbres, vitriolos y otras muchas sustancias, y

desarrollaron métodos de experimentación, tales como la sublimación, destilación, fu-

sión, filtración, etc.

Los alquimistas solían ser muy aficionados a teorizar y rodear sus experiencias de

complicadas filosofías; a veces sus teorías eran secretos de sectas, tales como la orien-

tal, del siglo IX, en Bagdad, de los Hermanos de la Pureza, que dieron un gran impulso

a la experimentación; sus obras, abundantes en confusionismos filosóficos, asustaron a

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los píos musulmanes, que las declararon herejes en Oriente. Los hispanoárabes, más

abiertos a la crítica y la discusión, las estudiaron y divulgaron en Al-Ándalus años más

tarde, y fueron ellos los que introdujeron en la Europa del siglo XIII los métodos

experimentales y las complejas teorías de aquellos Hermanos de la Pureza.

La ciencia que hoy llamamos Física, fundada en bellos principios matemáticos, no

nace como tal en su sentido moderno hasta el siglo XVII. La que los pueblos árabes

llamaban Física responde al concepto aristotélico e incluye las disciplinas antes citadas

según la clasificación de Avicena.

Algunas de las ramas de nuestra Física se estudiaron en la ciencia árabe casi exclusi-

vamente como ciencias aplicadas. Sólo la Óptica alcanzó un desarrollo excepcional co-

mo ciencia y señala un gran adelanto sobre la antigua óptica de Euclides (325-365 a. de

C.). El más grande de los físicos orientales, Alhazén (965-1040), estableció teoremas

sobre espejos y lentes tal como hoy los conocemos, expuso teorías sobre la luz y dese-

chó la curiosa creencia griega sobre la visión según la cual los rayos procedentes del ojo

humano hacen visibles los objetos al chocar con ellos.

Aprendieron la hidráulica y la mecánica de los alejandrinos y perfeccionaron sus co-

nocimientos técnicos; los árabes eran no sólo excelentes ingenieros, sino artistas excep-

cionales en la construcción de jardines, obras de irrigación, relojes de agua, etc. Sus

obras técnicas daban a las bellas ciudades musulmanas un carácter que no tenían nin-

guna de las ciudades europeas de las mismas épocas.

Determinaron con bastante precisión numerosos pesos específicos, estudiaron las le-

yes de la balanza y tenían extensos conocimientos prácticos en calor, acústica, magne-

tismo y, en general, en las ramas aplicadas de la Física.

Veamos ahora acerca de la Medicina. Es ésta tal vez una de las ciencias más cultiva-

das entre los pueblos árabes; médicos fueron sus sabios más distinguidos, que gozaban

de un gran prestigio e influencia en las cortes musulmanas.

Sus maestros fueron también los griegos y alejandrinos (Hipócrates, Dioscórides, Ga-

leno), a cuya medicina incorporaron los conocimientos de los curanderos persas e ira-

nianos, enriqueciendo ciencia y práctica con abundante y bien ordenada experiencia.

Los hospitales árabes eran modélicos en la organización y responsabilidad ante el en-

fermo. Dejaron escritos voluminosos tratados de Medicina divididos en distintas ramas

(Patología, Anatomía, Higiene, etc.), agregando a la ciencia antigua su experiencia per-

sonal y sensatas observaciones sobre médicos y enfermedades. Al-Razes (865-925), el

más famoso de los médicos orientales, advierte al profano sobre la importancia de un

médico con conocimientos profundos en tratados como los que hablan de “por qué las

gentes prefieren charlatanes y curanderos a médicos entendidos; por qué los médicos

ignorantes, los aficionados y las mujeres tienen más éxito que los médicos doctos”.

Otro médico oriental aconseja al médico con agudo sentido de la psicología humana:

“Consuela al paciente con la promesa de la curación, aunque tú mismo no confíes en

ella, porque de este modo puedes ayudar a sus potencias naturales”. “No descuides la

visita del pobre, porque no hay trabajo más noble que éste”; y añade un acertado con-

sejo práctico: “Pide tu recompensa cuando la enfermedad esté en el período agudo,

porque, una vez curado, el paciente olvidará lo que hiciste por él”.

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De todas las ramas de la Medicina, la que menos adelantó fue la Anatomía, porque la

religión islámica no permitía la disección de cadáveres; aceptaron los conocimientos

anatómicos de Galeno con todos sus errores, aunque aprendieron algunas cosas sobre

los músculos de los vivos y los huesos de tal o cual esqueleto abandonado en un campo

o un camino.

En cambio, la Patología y la Terapéutica, y, sobre todo, la Cirugía y la Higiene, se

enriquecieron en experiencias y observaciones bien sistematizadas, aunque embarulla-

das a veces por un exceso de afición a teorizar. Operaban cataratas, hemorroides y otras

afecciones; describieron por primera vez numerosas enfermedades, tales como la viruela

y el sarampión, y establecieron normas para el diagnóstico basándose, como Galeno, en

el pulso y la orina. Conocieron el contagio antes que otros pueblos que estudiaron desde

un punto de vista racional.

Tanto en Cirugía como en Patología, la rama que más avanzó entre los pueblos árabes

fue la Oftalmología, y sus tratados sobre esta ciencia son los mejores hasta la aparición

de los médicos franceses en el Renacimiento; el ciego y el enfermo de ojos eran fre-

cuentes en el norte de África.

A pesar de su desarrollo, la Cirugía se consideraba como arte menor, y los médicos no

se rebajaban a ejercer un oficio que solía estar en manos de barberos. Los barberos eran

también los que se encargaban de los baños públicos, verdaderos institutos de belleza e

higiene, que tenían como clientes a reyes y magnates. En los cuentos orientales los ve-

mos citados a menudo y es frecuente que el barbero alcance el favor del rey después de

recibirlo en su baño y darle masaje, bañarlo y perfumarlo, dejando su cuerpo joven y

ágil como el de un niño.

Sobresalieron las enciclopedias farmacológicas, los jardines botánicos y el avance

agrícola. El naturalista árabe es un incansable colector de especies; los más grandes bo-

tánicos de estos pueblos viajaron, recorriendo el Mediterráneo y los pueblos de Asia, y

cultivaron en bellos jardines botánicos plantas de las tierras más diversas. Los reyes y

magnates solían costear el sostenimiento de estos jardines y huertos, siendo famosos en

la Península Ibérica los de Toledo y Cádiz, entre otros.

De estas actividades nos dejaron escritos voluminosos tratados descriptivos de plantas

y animales. En las más interesantes enciclopedias botánicas no sólo se describen, cuida-

dosamente la morfología, cultivo y particularidades de la especie, sino que se ordenan y

clasifican; en la ordenación suelen seguir a sus maestros griegos y alejandrinos, y en los

tratados de los hispanoárabes más originales apunta una clasificación que los aproxima

a la ciencia moderna. Los botánicos suelen señalar con especial cuidado las propiedades

medicinales o nocivas de las plantas, de modo que estos tratados tienen un carácter mar-

cadamente farmacológico.

También escribieron grandes tratados de agricultura y ganadería, en las que superaban

a sus contemporáneos; en la Península Ibérica en particular, la Agricultura estaba mu-

cho más adelantada en los reinos musulmanes que en los atrasados reinos cristianos y

constituía uno de los factores más importantes en las diferencias de bienestar económi-

co; en estos últimos reinos eran, a menudo, las gentes desplazadas del sur las encargadas

del cultivo de los campos.

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Aún queda mucho que investigar sobre la ciencia árabe y, en particular, sobre la his-

panoárabe, a pesar de la abundancia y diversidad de los descubrimientos realizados por

los modernos arabistas.

Dada la importancia de la ciencia hispanomusulmana y la gran cantidad de material

que sobre los árabes hay en España, es de esperar que surja ese investigador tan poco

frecuente en nuestro país que es el historiador científico y, adentrándose en el desarrollo

de esta ciencia, nos explique sus figuras y sus escuelas, dándoles vida, profundizando en

la evolución de su pensamiento y haciendo destacar sus características y sus valores.

Los hispanoárabes tuvieron tanto amor a España que pudieron decir, como Ibn Hazm

(siglo XI):

Lejos de mí, ¡oh perla de China!,

me basta con el rubí de España.

La rápida invasión islámica se extendió desde Arabia hasta regiones o países tan ale-

jados como la India (por Oriente) y la Península Ibérica (por Occidente). Los ejércitos

del Islam pasaron el estrecho de Gibraltar en el año 711, cuando ya llevaban cien años

empeñados en las guerras de Alá; pero aún llegaron con empuje suficiente para avanzar

hasta los Pirineos no siendo muchos hombres, dominando pronto casi por completo una

Hispania o España que era entonces un país bastante desorganizado y con síntomas de

agotado.

En España resultó tan fácil y rápida la islamización como la conquista de los árabes.

El Islam admite al nuevo prosélito con sólo pronunciar el “no hay más que un Dios y

Mahoma es su profeta”, y una vez entrado en la religión, le exige unas prácticas harto

sencillas. Los esclavos se liberaban por la sola profesión de la fe islámica; los musul-

manes estaban exentos de los impuestos que los sometidos de otras religiones tenían que

pagar y los hijos de musulmanes estaban obligados a conservar la religión so pena de la

vida, bajo pena de muerte. Además, el precepto del Corán que aconseja el respeto a los

vencidos, unido al carácter generoso de estos pueblos, facilitaba la convivencia y buena

armonía en los sometidos. Los cristianos (mozárabes) conservaban sus obispos; los ju-

díos, sus rabinos; y en nuestra Península unos y otros tenían incluso su propia legisla-

ción permitida.

Realmente fueron pocos los invasores árabes que pasaron el estrecho de Gibraltar. De

los 7.000 de la primera invasión, el grueso de ellos eran bereberes, y sólo unos 300

árabes, coptos y sirios. Después de conquistar la Península buscaron mujeres o esclavas

de aquí. Las blancas y sonrosadas cristianas, y en particular las de Galicia, se acomoda-

ban mejor a su ideal de belleza que las africanas. Sabemos que el hijo de un caudillo

musulmán se casó con una doncella de la familia de Witiza. Todos los musulmanes de

la segunda generación eran, pues, hijos de españolas, y muchos de ellos, hispanos de

pura cepa. De este modo, Al-Ándalus, latino en más del 90 %, se incorpora a la ya rica

variedad de pueblos del Islam, del que recogerá la civilización, comunicándole sus pro-

pias características. Resultaron así los hispanoárabes. Los que se mantuvieron cristianos

(entre musulmanes) fueron llamados mozárabes y siguieron organizados eclesialmente.

Y también permanecían en la Península Ibérica bastantes judíos.

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Igual que andaban como mezcladas o adyacentes las religiones, así pasaba con los

idiomas y lenguajes, se mezclaban y se compartían. La mayoría de los hispanomusul-

manes eran bilingües y muchos cristianos adoptaron nombres árabes, anteponiendo

el Ben o Ibn (hijo de) a su nombre familiar. A lo largo de la dominación musulmana

estuvo el idioma más determinado por la cultura que por la religión, de modo que los

mozárabes cultos hablaban el árabe, en tanto que muchos musulmanes de las clases ba-

jas se entendían en aljamía (originario romance castellano), y los de estas clases que ha-

blaban el árabe utilizaban una jerga llena de giros castellanos que se hacía incomprensi-

ble para los musulmanes procedentes de los pueblos de Oriente. Además del castellano

o el árabe, los cristianos utilizaban el latín en sus cultos.

Hasta mediados del siglo VIII, Al-Ándalus fue un emirato dependiente de Bagdad, por

lo que estaba en contacto con sus soberanos, los brillantes califas orientales. En la Pe-

nínsula, el poder político de los emires se fue consolidando frente al de los reinos cris-

tianos, peor organizados, económicamente más debilitados y sin más vitalidad que el

naciente espíritu hispánico que, aunque no muy estrechamente ni de manera muy fuerte,

los unía a unos con otros. Esta supremacía del Sur frente al Norte estaba ya latente en la

Península antes de la invasión.

¿Cuándo llegó a España el eco de la floreciente civilización oriental? Es de suponer

que los peregrinos que visitaban La Meca y los mercaderes que traficaban con los pro-

ductos de la rica Al-Ándalus habían de contar las maravillas de las prósperas ciudades

árabes.

En realidad, los primeros emires no echaban de menos las Ciencias ni la Filosofía.

Cuando empezaron a llegar los primeros ecos, los faquíes, cuya ascendencia sobre mag-

nates y pueblo era grande como representantes del Islam, solían oponer la Religión a la

Filosofía, incluso prohibiendo de ésta su estudio.

Como podemos recordar, en el siglo VIII, los califas Omeyas de Bagdad fueron des-

tronados y perseguidos a muerte por los Abasíes, nuevos califas o nueva dinastía al

estilo de los déspotas del antiguo Oriente. Un príncipe Omeya consigue escapar de la

matanza y viene a refugiarse a Al-Ándalus, estando entonces las cosas por aquí bastante

revueltas y tensas entre unos y otros. El inteligente forastero se adueñó de la situación y

fue proclamado emir independiente, en el año 755, con el nombre de Abderramán I; se

hizo señor y dueño de una nueva corte en la que se mezclaron con los andalusíes algu-

nos forasteros procedentes de la lejana Arabia.

Los refinamientos de los árabes introducidos en la corte de Córdoba fueron semillas

exóticas en las tierras de Al-Ándalus. Uno de los acompañantes del emir forastero alude

al soberano en el canto a una palmera plantada por el mismo Abderramán:

Oh, palma, tú eres como yo,

extranjera en Occidente,

alejada de tu patria.

Bajo el nuevo emir se restablece el orden en Al-Ándalus, y en los años siguientes se

embellecen y progresan prósperas las ciudades. El brillo de Bagdad empieza a reflejarse

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mejor en la corte de Córdoba, que se eleva espléndida sobre el resto de las ciudades pe-

ninsulares.

Pero las gentes de Al-Ándalus, como señala el arabista Miguel Asín Palacios (1871-

1944), no tenían aún la debida madurez para la Ciencia ni para la Filosofía, “flor de-

licada de la civilización que no les era necesaria para la vida y les estorbaba para la

conquista”.

Su cultura se limita a estudios jurídicos y filológicos. Los matemáticos no tienen más

conocimientos que los necesarios para la partición de herencias, y los astrónomos se li-

mitan a determinar, con ayuda de los astros, la orientación de La Meca para que los ar-

quitectos construyan sus mezquitas y los fieles dirijan sus oraciones hacia el lugar sa-

grado.

Mientras tanto, madura más en Oriente la sabiduría. A principios del siglo IX la labor

de traducción y recopilación está ya muy adelantada. Las obras de griegos y alejandri-

nos, enriquecidas con la ciencia india, circulan entre los letrados de Bagdad. Los mate-

máticos cuentan en el nuevo algoritmo decimal, los hospitales prosperan, y bajo el rei-

nado del califa Almamún (813-833), jardines, obras técnicas y bibliotecas adornan la

ciudad.

Las nuevas de tantas maravillas llegan a Córdoba, donde empiezan a germinar las se-

millas de la civilización oriental bajo el emirato de Abderramán II (821-852), que sube

al trono en los años en que Almamún, el Rey Sabio, reina en Bagdad. Al-Ándalus vive

entonces una época de paz y prosperidad.

En Al-Ándalus, el primer emisario de la Ciencia y la Filosofía árabes vino a ser el

músico Ziryab, que había sido expulsado de la corte de Harún al-Rashid por envidia de

su maestro. Abderramán II le recibe y acoge en Córdoba con todos los honores y los

cortesanos se sienten atraídos por aquel fino musulmán, procedente de la ciudad de la

Sabiduría y de la Ciencia. El arabista Emilio García Gómez (1905-1995) nos cuenta

cómo de él aprenden los cordobeses a peinarse con flequillo, comer espárragos y usar

mantelerías de cuero y vajilla de cristal. Ziryab trae también otras novedades. En su

equipaje llegan las grandes obras maestras de los letrados de Bagdad, que se incorporan

a la biblioteca de palacio. El emir, imbuido de un nuevo espíritu, concede permiso a los

filósofos para enseñar sus teorías.

Después de la muerte de Abderramán II, vuelve Al-Ándalus a conocer épocas de in-

quietud y desorden, pero el emirato conserva la supremacía en la Península. La semilla

de la civilización oriental continúa echando raíces y pronto ha de empezar a dar frutos.

Córdoba imita a Bagdad, pero sus costumbres son más suaves, más europeas que las del

Oriente. El color del luto, que en Oriente es negro, es blanco entre los musulmanes an-

dalusíes. Las mujeres son más libres y están más consideradas entre los Omeyas cordo-

beses que entre los Abasíes de Bagdad.

Córdoba era la perla de Occidente. Los viajeros que regresaban de La Meca traían li-

bros y comunicaban enseñanzas que se divulgaban por todo Al-Ándalus; y ya a princi-

pios del siglo X van apareciendo algunas interesantes escuelas.

Un musulmán cultivado e inteligente trae de Bagdad las doctrinas de una famosa es-

cuela filosófica, y su hijo, el filósofo Abenmasarra (883-931), recoge del innovador

aporte una sabiduría extensa y madura. Abenmasarra, que ha sido estudiado por el ya

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citado Miguel Asín Palacios, es una de las figuras más interesantes de la naciente cul-

tura de Al-Ándalus y uno de los filósofos que más influencia ejerció en los doctos de las

épocas posteriores; es el fundador de una importante escuela donde se aprendían, prin-

cipalmente, las doctrinas o teorías de Empédocles (495-430 a. de C.) sobre el origen del

universo y sus elementos.

Todas estas ideas no eran aún fruto digerible por el vulgo ni para la generalidad; se

enseñaban en privado parar no exponerlas al celo religioso de los faquíes. A pesar de

todo, Abenmasarra llegó a hacerse sospechoso de herejía y tomó la prudente decisión de

partir en peregrinación a La Meca para ahuyentar sospechas y, al mismo tiempo, ale-

jarse de posibles amenazas.

Cuando el tolerante y letrado Abderramán III subió al trono, Abenmasarra volvió a

Córdoba, donde continuó enseñando sus teorías filosóficas sólo a ciertas minorías, pero

ya dentro de un ambiente nuevo, en el que los estudiosos contaban con la abierta pro-

tección del califa.

Al-Ándalus alcanzó ya un esplendor inusitado bajo Abderramán III (912-961). Cór-

doba se embellece, aumentan sus bibliotecas y la vida política y económica de la Pe-

nínsula se desarrolla en torno a la capital de Al-Ándalus; los reyes de Aragón y de

Castilla y los condes gallegos y catalanes acuden a la corte de los califas a resolver sus

rencillas y sus problemas políticos. Cuando un rey cristiano necesita un arquitecto, un

médico, un sastre, envía a buscarlo a la corte musulmana; se cuenta que la reina Tota (o

Toda) de Navarra llamó a un médico de Córdoba para curar de la obesidad a su nieto

Sancho I de León el Gordo (956-966) de la obesidad, y que el médico, una vez adelga-

zado Sancho, sirvió de intermediario en un tratado entre la reina y el califa.

Tanto los forasteros de los vecinos reinos cristianos como las gentes de los países del

otro lado de los Pirineos sienten cierto respetuoso asombro ante la Córdoba del siglo X,

la ciudad de las setenta bibliotecas y los novecientos baños públicos. “Era la misma

Bagdad de Las mil y una noches –nos dice Emilio García Gómez–; pero desprovista de

todo lo oscuramente monstruoso que para nosotros tiene siempre el Oriente, occidenta-

lizada por el aire sutil y campero de Sierra Morena”. “A la sombra de espadas inven-

cibles garrapatean los escribas, disertan los maestros apoyados en las columnas de la

Aljama, los ricos pujan en las subastas de códices, versifican los poetas y los eruditos

ordenan las primeras antologías”.

Alhakén II (961-976), aunque no tan afortunado como su padre como gobernante,

continúa su obra civilizadora y funda la Academia de Córdoba. La biblioteca de palacio

llega a tener 400.000 volúmenes y el lujo de la instalación se describe en los relatos de

la época: la adornan “ricos almohadones y alfombras, todos en verde color, símbolo de

la nobleza; en ella trabajan todo el día numerosos copistas, que no cobran a destajo,

sino un salario fijo para que la prisa no ocasione incorrecciones en la escritura”. Entre

los escribientes de palacio se cuentan Lubna y Fátima, secretarias del califa, muy versa-

das en gramática y poética.

Musulmanes, cristianos y judíos colaboran en las obras de traducción y recopilación.

El médico judío Hasday Ben Saprut, primer ministro de Abderramán III y protector de

letrados, traduce, en colaboración con el monje Nicolás, un códice de Dioscórides, rico

presente que el emperador de Bizancio envió al califa de Córdoba.

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Por aquellos tiempos (previos al año 1000) visita España, y tal vez Córdoba, un inte-

resante personaje de la Edad Media: el monje Gerberto de Aurillac, que luego había de

ser Papa con el nombre de Silvestre II. En los años que pasó en la Península tuvo oca-

sión de aprender la ciencia árabe; durante su ministerio pontificio en la Santa Sede ro-

mana protegió las Ciencias y fue uno de los primeros magnates europeos de la Edad

Media que se rodeó de una corte de letrados; Silvestre II es el primero que emplea en la

Europa cristiana el algoritmo decimal, que aprenden los hispanoárabes y probablemente

de ellos recoge también el pensamiento griego, haciéndolo revivir en Europa por pri-

mera vez desde los tiempos en que se separaron el mundo latino y el bizantino.

Volviendo a nuestra Península, encontramos, bajo el reinado de Alhakén II, la primera

hornada de grandes médicos, matemáticos y astrónomos de Al-Ándalus. Los más desta-

cados son Abulcasis, uno de los médicos del califa, y Maslama al-Qurtubí, de Madrid,

destacado astrónomo y matemático, fundador de una famosa escuela, que también es-

cribió de Medicina.

Abulcasis (936-1013), cuyo nombre completo es Abu-l-Quasim ibn Abbas al-Zahara-

wi, está considerado como el más importante cirujano de la medicina árabe. Ya hemos

dicho que los médicos árabes solían despreciar la Cirugía, porque la consideraban oficio

de barberos; pero Abulcasis sí la practica y estudia, siguiendo en sus métodos al bizan-

tino Pablo de Egina (625-690). Entre las aportaciones del cirujano andalusí a la Medi-

cina tiene especial importancia un tratado sobre el empleo del cauterio, y su obra más

divulgada es un monumental Tratado de Medicina en treinta libros, el Tasrif, que fue

obra de consulta del famoso cirujano del siglo XIV Guy de Chauliac. Abulcasis descu-

brió, además, el parásito de la filaria y fue el primero que operó la litotomía en la mujer.

Habiendo muerto en 1013, Abulcasis tuvo tiempo de conocer la manifiesta enemistad

y oposición de Almanzor hacia los filósofos, las quemas de libros y bibliotecas orde-

nadas por el feroz ministro-caudillo musulmán y, tras la muerte del mismo, la caída del

califato de Córdoba y la triste destrucción que allí perpetraron los bereberes.

Contemporáneo de Abulcasis fue el médico Al-Qurtubí, autor de un interesante trata-

do sobre ginecología e higiene infantil, en el que recoge los conocimientos de Hipó-

crates, Galeno y Dioscórides y añade observaciones personales muy curiosas. En este

libro el médico y el discípulo comentan ante el enfermo y exponen la pintoresca cre-

encia, extendida entre los árabes, de que la gestación podía durar cuatro años.

El más importante de los científicos de la época es, quizá el ya mencionado, Maslama,

de Madrid, fundador de una escuela de Astronomía y Matemáticas en Córdoba, en la

que se confeccionaron las primeras tablas astronómicas de la Península.

Maslama, cuyo nombre completo es Abu-l-Quasim Maslama ibn Ahmad al-Faradi al-

Hasib al-Qurtubí al-Mairití, nació en Madrid y fue llamado por algunos “el príncipe de

los matemáticos andaluces”. Esta calificación, aunque no es injusta, no se puede tomar

como índice de su sabiduría, pues en aquella época fueron muy numerosos los que reci-

bieron tales apodos de sus amigos y admiradores; contemporáneos de Maslama son, por

ejemplo, el excelente geómetra Ismail ibn Badr,“el Euclides andalusí”, y otro que

destacó como “príncipe de los príncipes” en la Matemática.

Maslama corrigió las tablas de Al-Joarizmí y Albatenio, los dos astrónomos más cé-

lebres del Oriente islámico, perfeccionando el mapa del cielo y reduciendo muchas ob-

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servaciones al meridiano de Córdoba; con Maslama podemos decir que las observacio-

nes astronómicas se empiezan a trasladar de Bagdad a Al-Ándalus; más tarde, el meri-

diano de Toledo será el Greenwich del mundo civilizado y al que han de referir el mapa

celeste los astrónomos europeos de la Edad Media.

En sus observaciones astronómicas introdujo Maslama métodos originales y completó

las fórmulas matemáticas del geómetra oriental Thabit ibn Qurra (826-901). Comentó y

tradujo a Ptolomeo, incorporándolo a la astronomía hispanomusulmana con sus esferas

excéntricas y epiciclos, armonizando los movimientos de los astros alrededor de la Tie-

rra.

Maslama escribió, además de sus obras de Astronomía, libros sobre Medicina, Cien-

cias Naturales y Alquimia. Entonces ya se conocían en Al-Ándalus las obras de Al-

quimia y Astrología de los Hermanos de la Pureza; un médico zaragozano, contem-

poráneo de Abenmasarra, las había traído de Oriente al regresar de un viaje, estable-

ciéndose en Zaragoza. Maslama contribuyó a la difusión de estas obras y fue uno de los

maestros de la Alquimia en Al-Ándalus.

Entre sus discípulos más notables está Abu-l-Quasim Asbag, autor de unas famosas

tablas y cuyos escritos sobre el astrolabio fueron incorporados por Alfonso X el Sabio

al Libro del saber astronómico; y también es discípulo del astrónomo Ibn Hazm, el in-

quieto filósofo y poeta cordobés de quien después volveremos a hablar, pues conside-

ramos ahora al caudillo valido Almanzor, enemigo de filósofos, asistiendo a la evocada

desmembración del califato de Córdoba, adviniendo después los reinos de taifas.

Maslama murió en el año 1004, o tal vez en 1007; conoció, por tanto, los agitados

años del reinado débil del califa Hixem II y su valido Almanzor. Este caudillo musul-

mán, hombre de grandes energías, reavivó la yihad o “guerra santa” contra los cristia-

nos y dio un giro nuevo a la política y al ambiente de Al-Ándalus.

Para mantenerse en la supremacía del poder, Almanzor anuló la influencia de la culta

aristocracia de Al-Ándalus y disolvió la milicia nacional. A fin de llevar a cabo sus

campañas, hizo venir del norte de África un ejército de guerreros bereberes que empleó

en las batallas contra los cristianos; durante 25 años los reinos del norte de la Península

sufrieron el empuje de Almanzor, el cual, derrotándolos una y otra vez, llegó a anularlos

totalmente, destruyéndolos en muchos lugares, saqueándolos, esclavizándolos y some-

tiéndolos a las mayores humillaciones.

En la España musulmana se declaró Almanzor enemigo de los filósofos, haciéndolos

víctimas de su ambición y de su celo islámico. Innumerables obras maestras desapare-

cieron de las bibliotecas bajo el enérgico príncipe, siendo destruida mucha cultura.

Fueron 25 años, un cuarto de siglo, de política rígida, intransigente y belicosa.

En el año 1002 murió el temible musulmán para respiro y alivio de los asolados reinos

cristianos, que aprovecharon la coyuntura para unirse animados por un vigoroso espíritu

hispánico y dispuestos a iniciar la contraofensiva, la Reconquista.

Después de la muerte de Almanzor, ¿qué sucede en Al-Ándalus? ¿Qué queda de sus

triunfos guerreros y de su gloria política? Como nos dice Menéndez Pidal (de un modo

un tanto farragoso), tanta gloria era inconsistente: “Almanzor... fue uno de tantos hom-

bres geniales en el triunfo propio; atento sólo a asegurar su poder, incapaz de concebir

una alta política previsora y [siendo el suyo] un gobierno dominado por el celo y el

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recelo de la usurpación personal, aunque sea implantado por un hombre que tenga muy

poco de la enorme energía de Almanzor, es absorbente, extirpador de colectividades y

de individuos valiosos, y al desaparecer deja tras si la nada, una sima de ineducación e

indiferencia pública”.

Después de su muerte se entabló una lucha entre dos bandos: uno, el de las tropas

berberiscas traídas de África, y otro, el de los “eslavos” o gentes de origen europeo;

ambos habían sido acarreados o creados por Almanzor. El débil califa de Córdoba no

tenía ni voz ni voto en las luchas políticas de esos años y su autoridad apenas traspasaba

las paredes de su palacio.

El partido andalusí, hispano o español, que incluye toda la nobleza musulmana, con-

serva aún su prestigio en las ciudades más importantes de la Península: Sevilla, Cór-

doba, Zaragoza y las ciudades levantinas; los eslavos y muladíes se unen al partido an-

dalusí por un sentimiento común de repugnancia natural hacia los intrusos bereberes y

logran imponerse en las ciudades del norte y del levante de Al-Ándalus, en tanto que los

africanos se adueñan de la parte sur; el califato se fragmenta, nacen los denominados

reinos de taifas; el poder político se disgrega y desaparece como tal. Los cristianos

aprovechan el río revuelto, rehacen sus destruidos reinos y se unen en la lucha contra los

musulmanes; en el corto plazo de unos años se vuelven las tornas en la Península y los

reinos moros se convierten en vasallos o tributarios de los cristianos; desde ahora serán

los del norte los que dictaminen el porvenir político de los del sur.

Es la época del Cid Campeador, que dará nuevo impulso a la Reconquista, pero no

con la furia o el espíritu destructivo de Almanzor, sino con la prudencia y buen sentido

característicos del héroe.

Adentrémonos en los aspectos (sobre todo científico-culturales) que nos ofrecen la de-

cadencia califal y el esplendor de las cortes o reinos de taifas, hasta que vengan a su fin

o acabamiento. La Ciencia y la Filosofía habían adquirido tal pujanza en Al-Ándalus

que ni los 25 años de política intransigente de Almanzor ni los años de desmembración

y desórdenes políticos que siguen a su muerte logran debilitar sus escuelas; aún han de

sobrevivir a las invasiones de los almorávides y almohades y dar las figuras más sa-

lientes y las mentes más maduras de la cultura hispanoárabe.

En esos tiempos posteriores a Almanzor ya no será Córdoba sola el centro de la Fi-

losofía y de la Ciencia, pues surgirán también los centros de Sevilla, Toledo, Zaragoza y

más tarde también habrá en otras ciudades de Al-Ándalus escuelas y centros de estudio

que rivalizarán con los de la antigua capital del califato.

Pero las nuevas cortes son débiles, viciosas, frívolas y como superficialmente folcló-

ricas. Al-Ándalus se altera en medio de rivalidades harto frecuentes y no pocas luchas

políticas, perdiéndose en un muy disminuido sentido comunitario o de colectividad. Al-

Ándalus peligra en su individualismo o parcelación como cortijera. El Islam padecía

entonces mucha desunión. En la Península Ibérica muchos musulmanes aceptan con

más facilidad la convivencia con los cristianos, gentes de la misma cepa, que con los

bárbaros africanos llamados por Almanzor. Ibn Said (1029-1070), cadí de Toledo,84

84

Fue científico, historiador de la ciencia y de la filosofía y jurista hispano-musulmán.

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cuenta cómo los sabios se refugiaban “en aquellos turbulentos días” en los reinos cris-

tianos, y cuando los almorávides invaden la Península, las taifas musulmanas de Va-

lencia y Zaragoza buscarán en el Cid protección contra los africanos.

La decadencia política contrasta con el adelanto material y el refinamiento de las ciu-

dades andaluzas. Con Zaragoza, Toledo y Sevilla rivalizan Valencia, Murcia, Granada;

los reyes de taifas se rodean de letrados y sus bibliotecas cuentan cientos de miles de

volúmenes de las obras más famosas. Los reyes Al-Muqtadir de Zaragoza y Al-Mu-

tamín de Toledo, que hospedaron al Cid durante su destierro, se distinguieron como fi-

lósofos y matemáticos. Las hospederías, baños, etc., se multiplican, el comercio con el

Mediterráneo se mantiene en plena actividad y la artesanía alcanza un gran esplendor.

Toledo es uno de los más prósperos reinos de taifas durante el reinado de Al-Mamún,

que fue amigo y protector de Alfonso VI cuando éste estuvo necesitado de acogida. No

era raro entonces que los caballeros, magnates o príncipes cristianos se refugiaran en las

cortes musulmanas cuando eran desterrados o mal visto o perseguidos por sus reyes o

por señores. Este contacto de Alfonso VI con los toledanos fue muy beneficioso y enri-

quecedor en años posteriores para la penetración en Castilla de la cultura árabe; el leo-

nés, que marchó de Toledo prendado de la ciudad y de sus bellezas, había tenido oca-

sión de vivir entre los letrados de las escuelas toledanas, apreciar su jardín botánico y

sus bibliotecas, y cuando años más tarde conquistó Toledo, procuró incorporarla a Cas-

tilla con todo su carácter andalusí.

Durante el reinado de Al-Mamún hay en Toledo una notable escuela de astrónomos y

matemáticos; el director de esta escuela era el ya citado cadí Ibn Said (1029-1070),

protector del gran astrónomo Azarquiel (1029-1087) y colaborador de éste en la con-

fección de las famosas tablas toledanas. Ibn Said era un docto y enciclopédico musul-

mán discípulo de un amigo del Cid. Es el primer historiador de la Ciencia en Europa y

escribe la Historia con la viveza e interés característicos de los historiadores hispano-

árabes: en uno de sus libros hace el estudio de las “siete naciones primitivas”, compa-

rando con agudo espíritu crítico las costumbres y culturas de los pueblos. Clasifica entre

las gentes cultas a los hindúes, iranianos, caldeos, griegos, egipcios, árabes e israelitas,

y entre los bárbaros incluye a los chinos y las hordas turcas, cuyos ejércitos comen-

zaban por entonces a imponerse sobre los débiles califas orientales. Las gentes de la

Europa occidental tienen poco sitio en esta historia de Ibn Said; tanto el cadí de Toledo

como su contemporáneo Ibn Hazm, el historiador, califican a los eslavos (europeos) de

gentes más reacias a la cultura que un sudanés y con menos letras que un berberisco.

Junto a la Historia de los pueblos de Ibn Said destacan otras dos obras típicas de los

hispanoárabes de esta época, en las que el espíritu crítico y analista alcanza, al decir de

historiadores eminentes, una madurez que no tiene Europa hasta el siglo XVIII. Una de

ellas es el Diccionario de ideas, en siete tomos, de Ibn Sida (1007-1066), el murciano,

ilustrado con citas de autores clásicos. La otra obra es una completa y penetrante Histo-

ria de las religiones escrita por Ibn Hazm (994-1064), cordobés de la elegante sociedad

Omeya y discípulo de Maslama, de Madrid. Ibn Hazm conoció los revueltos días de la

desmembración del califato, y se lamentaba de la rota unidad de los gobernantes musul-

manes y de la pérdida del espíritu andalusí, criticando duramente a los reyezuelos de su

época. Agitada y compleja fue entre dichos reyes la vida de Ibn Hazm, el cual nos es

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descrito por el arabista Emilio García Gómez como “poeta, político, desterrado, cons-

pirador” y, finalmente, como un intelectual “agrio y discutidor que discurre sobre pro-

blemas políticos y sociales”.

Consideremos ahora a los botánicos andalusíes, teniendo en cuenta que en Al-Ándalus

se había iniciado una pujanza al respecto en la época de Maslama, de Madrid, conti-

nuando por el siglo XI. Bajo la protección del rey Al-Mamún de Toledo, Ibn Wafid

(1008-1074), uno de los más célebres naturalistas árabes, plantó un jardín botánico en

las riberas del Tajo, y en ese jardín realizaba sus observaciones y experimentos. Ibn

Wafid dejó escrito uno de los más famosos tratados de plantas y medicamentos típicos

de la ciencia recopiladora y experimental de los pueblos árabes. En este tratado describe

gran número de especies, explicando su morfología, caracteres especiales y propiedades

medicinales, además de su procedencia, cultivo, etc.

Los hispanoárabes de esta época introducen en estas enciclopedias una ordenación de

las plantas, modificando, a su manera, las clasificaciones de Dioscórides y Galeno. El

arabista Asín Palacio ha estudiado a otro de los botánicos de esta época: Al-Gasani, a

quien atribuye, en el siglo XI, una clasificación taxonómica en géneros, especies y va-

riedades, adelantada en cuatro siglos a los demás botánicos europeos.

Pasamos a la consideración del célebre astrónomo Azarquiel (1029-1087), el sabio

más destacado de la escuela de Toledo de Ibn Said y uno de los más importantes de la

ciencia hispano-árabe. Su nombre completo es Abu Ishac Ibraim Ibn Yahya al-Naqqash

al-Zarkali. Era llamado Azarquiel por el intenso color azul de sus ojos (zarcos).

Azarquiel había nacido en Córdoba y desde joven se estableció en Toledo trabajando

como cincelador de metales y forjador de hierros, debiéndose a su habilidad que los as-

trónomos de la escuela toledana le encomendaran la fabricación y montaje de instru-

mentos diversos. El cadí Ibn Said, percatándose de las excepcionales dotes del joven, le

facilitó las obras científicas más importantes de su tiempo. Azarquiel las estudió con

tanto provecho que acabó siendo maestro de los mismos que le enseñaron.

El talento de Azarquiel se manifestó en todas las ramas de la Astronomía y las Mate-

máticas: fue un ingenioso inventor y constructor de aparatos; y sobre su construcción y

manejo dejó escritos varios tratados. Casi todos ellos fueron traducidos al castellano o al

latín en la corte de Alfonso X el Sabio: el tratado sobre la safea o azafea, tipo de as-

trolabio inventado por Azarquiel; el de la lámina universal, que trata “de las diversas

maneras de allanar la esfera”, y otros libros de Astronomía y Matemáticas, fueron

libros de consulta en la Europa occidental en los siglos posteriores.

Bajo la dirección de Azarquiel, los astrónomos toledanos realizaron numerosas obser-

vaciones, cuya precisión ha asombrado a los astrónomos de todos los tiempos, y este

sabio las ordenó en unas excelentes tablas, completando las más importantes de sus an-

tecesores (el Joarizmí, Tabit ibn Qurra y Maslama de Madrid). Estas Tablas Toleda-

nas, modificadas por los colaboradores de Alfonso X el Sabio, fueron las más emplea-

das en Europa hasta la aparición de las de Kepler.

Azarquiel tiene especial importancia porque tuvo una visión más audaz del sistema

planetario que sus antecesores y fue el primero que hizo mover a los planetas menores

alrededor del Sol; estudió la órbita elíptica de Mercurio, novedad extraordinaria en

aquella época, y dio una teoría original sobre las estrellas fijas, que recogió Averroes en

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sus Comentarios a Aristóteles. Regiomontano (1436-1476) aprovechó los conocimien-

tos de Azarquiel en el siglo XV y Copérnico (1473-1543) lo estudió en el siglo XVI, al

mismo tiempo que a Albatenio (probablemente de entre los años 858-929).

Uno de los inventos de Azarquiel que más asombraba a las gentes que visitaban Tole-

do era el de dos clepsidras (relojes de agua) construidas por él a orillas del Tajo; dichas

clepsidras eran dos estanques que se llenaban coincidiendo con el plenilunio y se va-

ciaban con la luna nueva, de modo que los musulmanes de Toledo conocían por ellas el

día del mes (guiándose los musulmanes por meses lunares) y la hora. Los poetas can-

taron a las clepsidras toledanas y algún ilustre visitante las calificó de “lo más maravi-

lloso y sorprendente que hay en Toledo y que no tiene igual en el mundo habitado”. En

el año 1133, quiso conocer los secretos del artificio Alfonso VII el Emperador (1126-

1157) y un astrónomo judío se ofreció a desmontar una de las clepsidras y a mejorarla,

pero fracasó en su intento y la clepsidra no volvió a funcionar. La otra desapareció más

tarde, y de ella no queda rastro, como no ha quedado de otros muchos artificios cons-

truidos por los ingeniosos sabios árabes.

Después de la muerte de Al-Mamún de Toledo, en 1075, su débil sucesor Al-Qádir se

enredó en una política vacilante, acosado por luchas entre partidos rivales, y Toledo

conoció días revueltos y desgraciados. Azarquiel marchó a Sevilla, donde continuó sus

observaciones y sus estudios bajo la protección del rey Al-Mutamid. Aún tuvo tiempo,

antes de morir, en 1087, de ir viendo la caída de este desgraciado rey poeta (en 1090) y

el avecinarse de la invasión de los bárbaros y fanáticos guerreros almorávides.

La débil situación de los reyes de taifas no era entonces nada envidiable, pues no les

iba nada bien, habiendo sido un duro golpe el apoderarse de Toledo el rey Alfonso VI

en 1085. Se veían los taifas situados entre dos fuegos: de un lado la creciente pujanza de

los reinos cristianos y, del otro, la proximidad de los almorávides africanos, cuyos ejér-

citos victoriosos se acercaban, entre reticentes y desafiantes pero decididos al estrecho

de Gibraltar impulsados por la fe y la ambición.

En semejante dilema se acentuaba aún más la desunión en la sociedad musulmana: los

faquies (sabios juristas musulmanes) reclaman la presencia de los nuevos reformadores

en las cortes taifas, viciosas o corruptas, un tanto frívolas y hasta depravadas, pero los

andalusíes sienten una repugnancia natural hacia los africanos y muchos de ellos pre-

fieren pactar o seguir negociando con los reinos cristianos del norte antes que reclamar

semejante ayuda norteafricana.

Al-Mutamid de Sevilla, el rey de vida novelesca y descabellada del momento, se de-

bate entre las exigencias de Alfonso VI y la presión de ciertos sectores musulmanes que

reclaman la ayuda de los almorávides. El Cid auxilió alguna vez a Al-Mutamid contra

sus enemigos bereberes. Pero finalmente, el rey sevillano, desoyendo los prudentes con-

sejos de su hijo (Al-Rashid), alega que, en el trance de escoger o en el peor de los casos,

será “menos duro pastorear los camellos de los almorávides que no guardar puercos

entre los cristianos”, y manda llamar a los ejércitos almorávides de Yusuf. El caudillo

africano, tras hacerse de rogar durante unos años ante el rey sevillano, acude al llama-

miento, poniéndose al mando de bárbaros guerreros; y las tropas de Alfonso VI su-

frieron una gran derrota en la batalla de Sagrajas (año 1086). Pero la alianza de Al-Mu-

tamid con Yusuf se resquebrajó luego casi de inmediato. Resultó que el almorávide ya

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no se quería ir. Prendado por la belleza de las ciudades de Al-Ándalus, sintió la seduc-

ción y la ambición de dominarlas. No tardó en encontrar pretextos para destronar al

sevillano y enviarlo, con toda su corte, a vivir “entre los camellos de África”, donde el

desgraciado Al-Mutamid acabó sus días, cautivo entre cadenas.

Los africanos guerrearon con éxito hasta que el valeroso Rodrigo Díaz de Vivar, el

Cid Campeador, los contuvo; pero después de la muerte de Rodrigo, los almorávides se

rehacen y logran restablecer y fortalecer sus fronteras con los reinos cristianos; con

todo, a pesar del triunfo de los invasores, Al-Ándalus no volverá a recuperar su perdida

supremacía política de tiempos anteriores.

La invasión señala en los reinos de Taifas un nuevo período de cambios y luchas; al

fin el orden se restablece y la vieja civilización de las refinadas ciudades andaluzas se

impone, cautivando a los bárbaros invasores; los nuevos gobernantes imitan a los des-

tronados reyes, gozan de los adelantos materiales que aquéllos les dejaran, se rodean de

médicos, astrónomos y matemáticos, protegen a los letrados y conservan sus bibliote-

cas. El comercio se mantiene activo con los lejanos países orientales y de Bagdad llegan

las obras de Avicena, Al-Biruni, Algazel (Al-Ghazali) y otros sabios de la antigua ca-

pital del califato.

Todo confluyó en la necesidad de un incentivado intercambio científico y cultural,

conllevando el auge de los maestros eruditos y traductores en los reinos cristianos, muy

destacadamente en Toledo.

En Oriente, los ejércitos turcos (selyúcidas) anulan a los débiles califas de Bagdad; y

en Occidente, los reinos musulmanes pierden poder y algunas de sus más prósperas

ciudades pasan a manos de los cristianos, pero en tanto que se presiente la destrucción

de la civilización oriental, los caballeros y vasallos de los reyes cristianos acogen a los

letrados de Al-Ándalus y se disponen al aprendizaje de una nueva cultura que hace

tiempo vienen admirando.

Al mismo tiempo se despierta en Europa una nueva inquietud filosófica y alborea un

clima propicio al cultivo de las Ciencias y la Filosofía. El monje Gerberto de Aurillac

(Papa Silvestre II), de quien antes hemos mencionado ser visitante de la Península

Ibérica cuando reinaba en el califato de Córdoba Alhakén II, había sido uno de los ini-

ciadores de este nuevo giro del pensamiento europeo.

No tan despreciativo por las letras europeas como Ibn Hazm o Ibn Said, y estimulados

por las facilidades que encuentran entre los conquistadores cristianos, algunos sabios

mozárabes y judíos se esfuerzan en transmitir la ciencia de Al-Ándalus a nuevos dis-

cípulos del norte peninsular.

En las ciudades próximas a los reinos de taifas se inician la traducción y el apren-

dizaje; y a la vez que se da la transmisión de la ciencia árabe en toda España, se desa-

rrolla una labor de traducción en Sicilia, labor que años más tarde se intensificará bajo

la protección de Federico II, rey de Sicilia y emperador del Sacro Imperio Romano

Germánico (siglo XIII). Traductores y letrados viajan entre ambos países. Del siglo XII

y XIII fueron muy destacados el judío aragonés Pedro Alfonso y el también judío de

origen catalán Savasorda.

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Pedro Alfonso, literato, médico y astrónomo, nació en Huesca, en el año 1086 y se lla-

mó, primero, Mosén Sefardí; era judío de origen y en 1106 se convirtió al cristianismo,

tomando su segundo nombre de su padrino, el rey Alfonso I el Batallador de Aragón.

Fue un inquieto viajero y recorrió algunos países europeos; hacia el año 1110 fue mé-

dico del rey Enrique I de Inglaterra (1100-1136), y más tarde regresó a España, en una

época en que las traducciones estaban en pleno auge, gracias a la protección del arzo-

bispo Raimundo de Toledo (1126-1152). Se dice que colaboró con Adelardo de Bath

(1080-1150) en algunas de las traducciones que el inglés dirigió en la ciudad castellana.

Pedro Alfonso es uno de los primeros que escribe en latín la ciencia árabe; sus es-

critos, entre los que se cuentan los famosos cuentos de origen oriental Doctrina Clerica-

lis, son marcadamente didácticos, y en ellos se esfuerza en abrir los ojos de los europeos

a la vieja ciencia árabe. Aludiendo a los pobres libros latinos de Astronomía que se es-

tudiaban en aquella época, recomienda a los deseosos de aprender no hagan como la

cabra que entra en la viña para hartarse de pámpanos despreciando los sazonados frutos.

Estos sazonados frutos son los que Pedro Alfonso vierte al latín recogidos de “las cien-

cias de árabes, persas, egipcios y griegos”, según propia afirmación.

Traduce no sólo el idioma árabe, sino el espíritu de sus letrados cuando anima a los

aficionados a la Astronomía, “que no es una ciencia tan difícil como algunos creen”,

diciendo que no contradice a la religión, como otros piensan; cuando explica las cien-

cias del cielo en forma matemática y se declara a favor de la ciencia experimental, in-

sistiendo en la importancia de confirmar los nuevos conocimientos con las propias ob-

servaciones, él mismo realizó muchas y muy acertadas en Astronomía. Dejó discípulos

aprovechados en los países que visitó, entre ellos el astrónomo Walcher, que introdujo

en Europa el astrolabio.

Savasorda (1070-1136) era un astrónomo judío, residente o natural de Barcelona, cu-

yo verdadero nombre es Abraham ibn Hiyya (Savasorda es una modificación del título

Sahib-al Surta o jefe de la guardia, cargo muy honorífico que ejerció en una corte mu-

sulmana, tal vez en Zaragoza, antes de vivir entre los cristianos). Según J. M. Millás

(1897-1970), que estudió a Savasorda, éste debió de quedarse a vivir en tierras cristia-

nas, en vista del mal cariz que presentaba el horizonte político de los reinos musulma-

nes, tal vez fijando su residencia en Barcelona.

Su prestigio le valió probablemente una buena posición entre los nuevos dominadores

cristianos. La mayoría de sus escritos están dirigidos a los nuevos discípulos; muchos de

ellos son traducciones al hebreo, dedicadas a los judíos de Aragón, Cataluña y sur de

Francia, donde, al decir de Savasorda, “no están instruidos en la medición de las tie-

rras, ni son expertos en el modo de su partición”, conocimientos que eran, por decirlo

así, el abc de los matemáticos musulmanes. Savasorda emprendió con celo y sabiduría

su obra de despertar inteligencias entre los nuevos afanosos de saber, y dejó escritas y

traducidas numerosas obras de Astronomía, Matemáticas, Música, Filosofía y Religión.

La emigración hacia los reinos cristianos se acentúa en los años siguientes a la muerte

de Savasorda. Los reinos de Al-Ándalus conocen una nueva invasión de fanáticos hijos

del desierto, los almohades, que inician su dominación con un período de persecución

religiosa. Los mozárabes son expulsados de Al-Ándalus en el año 1143; algunos emi-

gran al norte de África, pero la mayoría se refugian en los reinos cristianos, llevando

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consigo un rico cargamento de ciencia y filosofía. La obra de traducción del árabe al

latín se intensifica y culmina en la Escuela de Traductores de Toledo, pero antes de

tratar de esta escuela volvamos a los reinos musulmanes.

Nos fijamos en los mencionados reinos musulmanes refiriéndonos a Avenzoar y

Avempace, médicos de los almohades.

En Al-Ándalus no lograron los desórdenes políticos eliminar o destruir el vigoroso

ambiente científico y filosófico sino que este ambiente se afirma en su madurez. Los

almohades sucumben también al encanto de las ciudades andaluzas y se dejan cautivar

por su civilización. Entre las figuras más destacadas de estos tiempos sobresalen los

médicos Avenzoar y Avempace, y el astrónomo Abentofail.

Avenzoar (Ibn Zuhr) pertenecía a una aristocrática familia de médicos sevillanos, al-

gunos de los cuales habían sido famosos entre los musulmanes. Nació en Sevilla hacia

el año 1090; conoció la invasión de los almohades, la expulsión de los mozárabes y fue

médico de cámara y visir de uno de los reyes invasores; como otros muchos letrados

andaluces, vivió en agitados ambientes políticos.

Avenzoar está considerado como uno de los médicos más eminentes del Islam; de

acuerdo con el sentir de los médicos musulmanes, despreciaba la Cirugía, oficio de bar-

beros. Fue un médico original, que acumuló en sus escritos una gran cantidad de expe-

riencias personales: en ellos se revela una gran independencia de pensamiento. Su obra

principal es un voluminoso tratado de Medicina general, el Teisir, que incluye libros de

Terapéutica, Patología e Higiene, con la descripción de numerosas enfermedades y afec-

ciones. Avenzoar fue no sólo uno de los médicos más estudiados en la Europa medieval,

incluso uno de los maestros de los médicos del Renacimiento, y el Teisir se editó múlti-

ples veces en latín en siglos posteriores. Entre otras enfermedades, describe la sarna, cu-

yo parásito descubrió; también realizó estudios anatómicos sobre huesos, corrigiendo a

sus antecesores.

Contemporáneo de Avenzoar, y más joven que él, es el zaragozano Avempace (Abu

Bakr Muhammad ibn Yahya ibn al-Saig, el hijo del orfebre), nacido en 1106 y muerto

en 1138. Avempace no llegó a conocer la invasión almohade, pero sí el ambiente de

conflicto entre la religión islámica y la Filosofía que él mismo padeció; perseguido por

sus ideas, huyó a Fez, donde se dice que murió envenenado, cuando aún estaba en plena

juventud. Era, además de médico, muy entendido en Matemáticas y Astronomía, y el

arabista Asín nos cuenta de él una curiosa leyenda:

Se cuenta que se le murió a Avempace un amigo a quien entrañablemente amaba, y

quiso pasar la noche velando su sepulcro en compañía de otros amigos suyos. Como

era muy versado en la ciencia astronómica, sabía con exactitud la hora precisa en que

había de ocurrir aquella misma noche un eclipse de luna. Se puso, pues, en silencio a

componer dos estrofas dirigidas a la Luna y en recuerdo de su amigo, empleando todo

el tiempo que faltaba en pulirlas y ponerlas en música. Así que calculó que faltaba poco

para el eclipse, rompió Avempace el silencio de la noche con aquella su voz conmove-

dora, entonando los siguientes versos con una música apasionada y triste:

Tu hermano gemelo

descansa en la tumba

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¿Y te atreves estando ya muerto

a salir luminosa y brillante

por los cielos azules, ¡oh luna!?

¿Por qué no te eclipsas? ¿Por qué no te ocultas,

y tu eclipse será como el luto

que diga a las gentes

el dolor que su muerte te causa,

tu tristeza, tu pena profunda?

Y en aquel mismo instante se eclipsó el astro de la noche”.

Avempace, poeta y astrónomo, músico, médico y filósofo, un fino andalusí. En Medi-

cina sigue al oriental Al-Razes; y, a su vez, influyó en Averroes y Alpetragio, discípulos

de su discípulo Abentofail. Sus libros fueron obras de consultas de San Alberto Magno.

Los astrónomos hispanoárabes de estos tiempos –como los que “hacen vacilar la doc-

trina de los cielos”– no siguen incondicionalmente a Ptolomeo, como sus antecesores;

encuentran defectuosas las teorías del alejandrino y buscan explicaciones “más natura-

les” sobre la organización del universo.

Uno de estos astrónomos es el discípulo de Avempace, Abentofail, a quien Averroes y

Alpetragio veneraron como maestro y amigo. Abentufail o Abentofail (Ibn Tufail) es,

como todos ellos, un sabio enciclopédico, filósofo, astrónomo y médico. Nació en Gua-

dix (Granada) entre los años 1100 y 1110, vivió en Córdoba y Sevilla, centros intelec-

tuales de la época, y fue cadí con los almohades, que le colmaron de honores; pero

Abentofail siguió el ejemplo de otros muchos en aquellos días de emigración y marchó

al norte de África, donde fue médico del rey de Fez hasta 1185, año de su muerte y fe-

cha en que fue sustituido en el cargo por su amigo Averroes.

De sus actividades como filósofo, matemático y médico han quedado muy pocas

obras y, desgraciadamente, ninguna como astrónomo; sólo sabemos por sus discípulos

que tenía teorías originales sobre el movimiento de los astros: “Has de saber, dice Alpe-

tragio, que el ilustre cadí Abentofail nos dice que ha encontrado un sistema astronó-

mico y unos principios científicos para demostrar los movimientos de los astros distin-

tos de los principios propuestos por Ptolomeo, sin admitir excéntricas ni epiciclos; con

este sistema todo se ve confirmado y nada resulta falso”.

No sabemos cuáles son estas ideas originales de Abentofail que admira Alpetragio,

pero conocemos las de sus discípulos, que tal vez se relacionen empleando principios

análogos.

Alpetragio, o Abu Ishac al-Bitruyí o el Petruchí, nació en Córdoba y se educó en Sevi-

lla, donde tuvo ocasión de conocer a Abentofail y recoger sus enseñanzas. Trató de co-

rregir la discordancia entre las hipótesis de Ptolomeo y la teoría del movimiento de

Aristóteles, explicando los movimientos siderales a partir de un movimiento en espiral

alrededor de la Tierra; sus teorías le valieron el apelativo de “ha maris” (“el que hace

vacilar” la doctrina de los cielos); desde el punto de vista de la ciencia de hoy no tienen

interés tales teorías; los astrónomos se trasladaron hace mucho tiempo al Sol para expli-

car los movimientos de los planetas y se alejaron mucho más todavía distribuyendo es-

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trellas y nebulosas, sin respetar la Física de Aristóteles. Pero tanto Alpetragio como

Abentofail y algunos de sus contemporáneos contribuyeron a derrocar las teorías de

Ptolomeo y se colocaron en una acertada posición crítica de investigadores no doctri-

narios; este espíritu crítico y analista no se desarrolla en Europa hasta varios siglos más

tarde, aunque otros árabes y algunos sabios escolásticos, como Santo Tomás de Aquino,

se limitaron a admitir las teorías de Ptolomeo como hipótesis y no como doctrinales.

Adentrémonos ya en nuestras consideraciones acerca de Averroes (1126-1198). Fue

también discípulo de Abentofail, médico y filósofo, personaje de la máxima importancia

en el pensamiento árabe occidental. Es conocido por su influencia en los escolásticos y

filósofos de épocas posteriores, entre los que fue discutido, estudiado y, muchas veces,

falseado.

Averroes era de Al-Ándalus, nacido en tiempos de controversias dogmáticas y filosó-

ficas, en una familia de abogados cordobeses. Tanto él como su padre y abuelo fueron

cadíes de Córdoba.

Sustituyó a Alpetragio en la corte marroquí del sultán almohade, el cual le distinguió

mucho, pero aunque era un musulmán de fe ardiente, sus ideas sobre la filosofía y la re-

ligión dieron pie a que sus enemigos le enemistaran con el sultán, acabando desterrado

de la corte. Durante unos años Averroes vivió en Lucena (Córdoba), pero finalmente re-

cobró el favor del soberano y volvió a Marruecos.

Como filósofo constituye un eslabón fundamental entre la filosofía griega y la Esco-

lástica; recogió las teorías de Avicena, Abenmasarra y Avicebrón de Málaga, y ha pa-

sado a la historia como el introductor de Aristóteles en la Europa del siglo XIII. No

vamos a hablar aquí de su filosofía, de sus discusiones sobre el libre albedrío y la pre-

destinación, sus ideas sobre la conciliación de la razón con la fe, ni a citar las opiniones

filosóficas que erróneamente se le atribuyeron.

Como médico, fue discípulo de Avenzoar y Abentofail, y dejó escritas unas dieciséis

obras de Medicina, que constituyen un compendio muy completo de los conocimientos

árabes en Anatomía, Fisiología, Patología, Diagnosis y Materia médica. La más famosa

de todas es el Colliget, compendio de medicina general, que en los siglos posteriores fue

traducida y publicada numerosas veces con el Teisir, de Avenzoar. Averroes estudia a

menudo las opiniones de este último y las del médico oriental Al-Razes, comparándolas

con las de Galeno e Hipócrates, y se extiende en largas digresiones filosóficas.

En Astronomía es también uno de los que discuten las doctrinas de Ptolomeo, seña-

lando los errores del astrónomo alejandrino, y estudia las teorías del toledano Azarquiel.

Otro astrónomo de esta escuela, y uno de los matemáticos más famosos hispanoára-

bes, es el sevillano Chéber o Jabir ibn Aflah (1100-1150). En la Edad Media se le con-

fundió a veces con el legendario alquimista árabe del siglo VIII Geber el Sufí, que al-

canzó una fama extraordinaria y se le creyó autor no sólo de sus obras, sino de las de

Chéber y las del médico alquimista Al-Razes.

Poco se sabe de la vida de Chéber (en español o castellano) o Geber (en latín), pero se

cree, como queda dicho, que nació en Sevilla a mediados del siglo XII. Fue matemático

y astrónomo, y también discutió, como sus compañeros, las teorías de Ptolomeo; según

Chéber, las “esferas” de Venus y Mercurio son más próximas a la Tierra que la del Sol.

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Hizo importantes medidas astronómicas, y se cree que inventó un nuevo aparato de

observación y medición: el torquetum.

El interés de Chéber está en su labor como matemático y muy particularmente en sus

aportaciones a la Trigonometría esférica; analizó la obra de los matemáticos anteriores,

que conocía a fondo; demostró varias fórmulas de manera original, e introdujo nuevos

teoremas, uno de los cuales se conoce todavía con el nombre de teorema de Chéber.

Dejó escritas interesantes obras sobre triángulos esféricos, alguna de las cuales se con-

serva en la Biblioteca Nacional de París.

En cuanto a los traductores de Toledo podemos decir en primer lugar que, en el mun-

do cristiano, se discuten nuevas filosofías y revive el interés por el pensamiento griego;

aparecen las primeras universidades o studium en París, Montpellier, etc., pero la mayo-

ría de los primeros estudios científicos se basan en pobres traducciones latinas de la

ciencia griega, y en cierta tradición astronómica y matemática a la que alude Pedro

Alfonso cuando nos habla de la ignorante cabra que se contenta con los pámpanos de la

viña.

Sólo en la Península Ibérica y en Sicilia se aprende una ciencia más madura y adelan-

tada, la rica ciencia de los pueblos islámicos o Artes Arabum, que incluye las excelentes

traducciones árabes de la ciencia griega y alejandrina.

En los reinos cristianos de España y Sicilia grupos de letrados se entregan a una activa

labor de traducción, para dar a conocer en latín las Ciencias y la Filosofía recopiladas en

las obras de los pueblos árabes. El centro científico más importante de Europa en el si-

glo XII es Toledo, donde el arzobispo Raimundo funda o promueve una famosa escuela

de traductores, que atrae a España a las figuras más salientes de la Europa Occidental.

La ciudad de Toledo, que Alfonso VI conquistara en el año 1085, conserva aún su

jardín botánico, sus bibliotecas y la Casa de la Sabiduría, fundada en los años del rey

Al-Mamún; el mismo Alfonso VI había vivido en la ciudad durante su destierro y con-

servaba el recuerdo de sus bellezas; cuando conquistó la ciudad acogió con benevolen-

cia a los nuevos súbditos musulmanes (él mismo se complacía en llamarse “emperador

de las dos religiones”) y ya durante su reinado se realizaron algunas traducciones al la-

tín de las obras árabes.

En el año 1130, cuando Avenzoar, Avempace y Abentofail eran los sabios más famo-

sos de Córdoba, y cuando Averroes era todavía un niño, el arzobispo Raimundo de

Toledo fundó la Escuela de Traductores, encomendando su dirección al archidiácono o

arcediano Domingo Gundisalvo (1115-1190), filósofo mozárabe sevillano, y a Juan de

Sevilla (de por entonces también, pero con imprecisión), matemático y traductor de los

más fecundos de esta época. Otros traductores laboriosos y célebres fueron Marcos,

canónigo de Toledo; Adelardo de Bath, el astrónomo inglés; Gerardo de Cremona y

otros muchos españoles y extranjeros que acudieron a Toledo en aquellos años y tra-

dujeron una enorme cantidad de obras de Aritmética, Medicina, Astronomía, Astrología

y Filosofía.

Entre los forasteros que traducen en esta Escuela, uno de los más importantes es Ade-

lardo de Bath, que había adquirido sus primeros conocimientos en ciencia árabe en un

viaje a Palestina, acompañando a los caballeros cruzados; allí pudo comprobar la supe-

rioridad de la ciencia musulmana sobre la de los médicos normandos que acompañaban

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a los caballeros. Se cuenta que, por esta época (hacia 1140), un califa árabe recibió un

escandalizado informe de su médico, en el que comunicaba la muerte de dos heridos a

consecuencia de la bárbara intervención de un médico franco.

Adelardo de Bath vino a España en busca de obras de Matemáticas y Astronomía, y,

quizá en colaboración con Pedro Alfonso, tradujo las obras del Joarizmí y Maslama (de

Madrid); su evolución hacia el pensamiento científico árabe se manifiesta en el cambio

del sistema abacista de numeración que entonces se usaba en Europa por el elegante al-

goritmo árabe, que es hoy nuestro sistema decimal. Adelardo de Bath estuvo también en

Sicilia, donde recibió la protección de Federico II, rey a la sazón de una ya tradicional

corte de traductores y letrados, geógrafos, astrónomos, etc.

De Inglaterra vienen también a la Escuela de Toledo Roberto el Inglés, que traduce el

álgebra del Joarizmí, y los traductores Daniel Morley y Miguel Escoto, al que Dante

llama “el alquimista brujo que sabe del juego de los mágicos engaños”; este último tra-

duce a Aristóteles, Averroes, Alpetragio y recibe también más tarde la protección de

Federico II de Sicilia.

La Escuela de Toledo es, principalmente, centro de Matemáticas y Astronomía; Ade-

lardo de Bath y el matemático Juan de Sevilla emplean y divulgan el algoritmo en Eu-

ropa, en contra de los científicos más reacios, que continúan apegados al viejo sistema

de contar por ábacos; ambos traductores sobresalen como matemáticos en la Europa del

XIII. También es algoritmista el más famoso de los matemáticos de la época: Leonardo

de Pisa (Fibonacci), que aprendió el álgebra en las obras de los grandes maestros árabes;

este matemático fue uno de los protegidos de Federico II de Sicilia, de quien se cuenta

que gustaba de discutir con Leonardo y se entretenía proponiendo problemas a los físi-

cos y matemáticos italianos y españoles.

Quizá el más fecundo de los traductores extranjeros de la Escuela de Toledo es Ge-

rardo de Cremona, el italiano que acudió a la ciudad en el año 1135, cuando apenas te-

nía 20 años de edad, en busca del Almagesto de Ptolomeo. En los años que permaneció

en la Escuela de Traductores tradujo, en colaboración con Juan de Sevilla y Marcos el

canónigo, más de ochenta obras de Astronomía, Matemática, Medicina y otras ciencias.

La Escuela de Toledo se beneficia de la expulsión de los mozárabes, decretada por los

almohades en 1143; en aquellos años los cristianos y judíos de Al-Ándalus buscan re-

fugio en los reinos cristianos, y muchos de ellos colaboran en la obra de traducción y

divulgación de la ciencia árabe.

Y llegamos a los últimos sabios de los reinos musulmanes, considerando que parte de

los emigrados se refugian en las cortes del norte de África, principalmente en El Cairo,

donde el gran sultán Saladino se rodea de médicos y filósofos, mientras pudo, de modo

semejante a como lo hicieron el arzobispo Raimundo en Toledo y Federico II en Si-

cilia, en Palermo.

Maimónides (1135-1204), uno de los más famosos médicos, es uno de los que se aco-

gen a la mencionada protección. Maimónides nació en Córdoba y se educó en las es-

cuelas de Al-Ándalus en años de la invasión almohade. En el período de emigración que

siguió a la persecución de cristianos y judíos, Maimónides marchó a la corte de Sala-

dino y alcanzó la protección del sultán, que le distinguió mucho; allí enseñó Medicina,

Teología y Filosofía. Cuando el sultán enfermó de melancolía, Maimónides le recetó oír

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música y beber vino, prácticas ambas prohibidas –sobre todo la del vino– en la religión

musulmana (y que los árabes españoles practicaron con bastante despreocupación); este

hecho demuestra hasta qué punto llegaba la influencia y el prestigio de Maimónides.

En Filosofía y Medicina, siguió a Averroes y dejó escritos tratados sobre higiene, as-

ma, hemorroides, venenos y antídotos, y un compendio de Medicina, Aforismos, que fue

muy divulgado en Europa en épocas posteriores.

Maimónides marca, con Avenzoar y Alpetragio, el apogeo de la medicina hispanoá-

rabe; esta ciencia se cultivará todavía, con acierto, en el último rincón musulmán de la

Península: el reino de Granada.

La Agricultura y la Botánica continúan prosperando en Al-Ándalus; contemporáneo

de Maimónides es Ibn al-Baitar, de Málaga, naturalista viajero y formidable coleccio-

nista, que recorrió todas las costas del Mediterráneo entre Siria y España y recogió

multitud de plantas. Murió en Damasco en 1248. Escribió una de las enciclopedias más

completas de farmacopeas y botánica árabes, en la que describe y ordena más de 1.400

plantas y da a conocer más de 200 especies nuevas; esta obra se hizo muy famosa y se

publicó multitud de veces.

Otro botánico enciclopedista es Abu-l-Jayr al-Isbilí (el Sevillano), contemporáneo de

Alfonso X el Sabio, que compendió en una extensa obra de Agricultura todos los cono-

cimientos árabes, gentes muy adelantadas en el cuidado de campos y ganados.

Entre los matemáticos de esta época sobresalen Ibn Al-Banna y Al-Kasadi; el primero

armonizó el cálculo de ábacos con el decimal y dio normas para la extracción de la raíz

cuadrada, que coinciden con las actuales. Al-Kasadi dejó escrita una magnífica obra de

Aritmética y Álgebra, en la que emplea cálculos aproximados para hallar raíces.

Alfonso X el Sabio (1252-1284) representa el momento culminante de la occidentali-

zación de la ciencia árabe.

El reino de Castilla incluía desde las conquistas de Fernando III el Santo las bellas

ciudades de Córdoba y Sevilla, que guardaban la solera de la culta Andalucía, y con la

ayuda de Jaime I el Conquistador incorpora a Castilla otra de las más brillantes ciuda-

des de las taifas: Murcia.

Alfonso X el Sabio es el máximo apóstol o promotor de la ciencia árabe en Europa,

resultando ser España durante su reinado, el centro científico más importante de Europa.

Bajo la protección del rey se escriben y traducen libros sobre todas las varias ramas de

la Ciencia; las traducciones del árabe al latín realizadas durante su reinado se han cali-

ficado como las más fieles y perfectas de aquellos siglos. Y no sólo se escribe en latín,

sino también en lengua castellana; por primera vez una lengua romance se expresa en

términos científicos.

Las Tablas Alfonsíes, confeccionadas por los astrónomos del rey, recopilan y amplían

las de Azarquiel y son las más utilizadas en Europa hasta que Kepler hace las suyas. El

astrónomo toledano recibe justa preferencia y el maestro Fernando de Toledo se encarga

de traducir al castellano las obras de Azarquiel, entre ellas La manera de componer e fa-

cer la asafea, los libros del “orizón universal” y de la “lámina universal”, referentes a

aparatos construidos o inventados por Azarquiel.

Toda la ciencia de Alfonso X el Sabio está libre de los sofismas y confusionismos fi-

losóficos que invaden otros sectores europeos en aquella época. En el Libro del saber

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astronómico, escrito bajo la dirección del rey, se recopila toda la astronomía árabe; el

mismo soberano escribió o dirigió muchas obras fundamentales, distinguiéndose como

astrónomo, poeta e historiador; protegió la Alquimia y escribió sobre esta ciencia, aun-

que estimaba que su propósito era inasequible; otra de sus obras es un Lapidario, donde

se compendian todos los conocimientos sobre piedras preciosas. A la Grande e General

Estoria incorpora la obra del cordobés Ibn Hayyan, contemporáneo de Ibn Hazm, tra-

tando de repetir el vivo estilo de los historiadores hispanoárabes. Desde que Ibn Hazm e

Ibn Sahib, los cultos y maduros musulmanes, despreciaron las letras de los europeos, los

tiempos han cambiado considerablemente.

Todo este renacimiento coincide con el floreciente despertar de la escolástica en Eu-

ropa. Las ciencias del Islam tienen discípulos aprovechados en Roger Bacon (1214-

1292), el propulsor de la ciencia experimental, San Alberto Magno (1193-1280), uno de

los naturalistas y alquimistas más célebres de Occidente, y los nuevos astrónomos eu-

ropeos.

Uno de los arabistas más importantes de la época es Raimundo Lulio (1235-1315);

nació en Palma de Mallorca y predicó la fe cristiana en tierra musulmana, donde apren-

dió el árabe, idioma en que escribió algunas de sus obras.

Raimundo Lulio, que admiraba la civilización árabe, representa un nuevo punto de

vista en el contacto del cristianismo con los pueblos del Islam; el ideal de las cruzadas,

la guerra contra los infieles, se sustituye en Raimundo Lulio por el deseo de ponerse en

contacto con ellos en la predicación y la aproximación espiritual, por el deseo, como

dice un historiador inglés, de comunicar la fe en el terreno intelectual de la razón.

Escribió una enorme cantidad de obras de Filosofía, Física, Matemáticas, Astronomía,

Alquimia y Medicina que le valieron un prestigio extraordinario y un gran número de

seguidores; todas aquellas ciencias las recogió de fuentes árabes y probablemente esti-

mularon sus deseos de incorporar a aquellas doctas gentes a la religión de Cristo. Bajo

la protección de Jaime I el Conquistador (1213-1276) y el lisboeta conocido como

Pedro Hispano, que habría de ser Papa Juan XXI (1276-1277), fundó un colegio de es-

tudios árabes en Montpellier (Francia), destinado principalmente a preparar misioneros

para cristianizar los pueblos islámicos; el mismo Raimundo murió en el empeño, pre-

dicando a los infieles en el norte de África.

Contemporáneo de Raimundo Lulio y de Alfonso X el Sabio fue el catalán Arnau de

Vilanova (1234-1311),85

primer médico importante de los reinos cristianos y uno de los

traductores e introductores de la medicina árabe en Europa; traduce a Abulcasis, el ci-

rujano cordobés (936-1013), a Ibn Zuhr o Avenzoar, el médico sevillano,86

y al oriental

Al-Kindi,87

y es una de las figuras principales de los primeros tiempos de la conocida

85

O Arnau de Vilanova, nacido en Villanueva de Jiloca (Zaragoza), que entonces se llamaba Villanueva

de San Martín.

86

De Peñaflor (siglo XI).

87

De Kufa, en Irak actual, siglo IX.

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Escuela Francocatalana de Medicina, sita en Montpellier, que fue adquiriendo gran im-

portancia en el siglo XIV.

Arnau de Vilanova ataca el abuso de la filosofía y la confusión sofística que invaden

las ciencias de la época; pero al mismo tiempo se deja influir por la superstición carac-

terística de los médicos de su tiempo.

Entre tanto, en el último rincón o reducto de la medicina árabe, en el reducido reino

nazarí de Granada, los musulmanes, españoles conservan aún cierta supremacía en Me-

dicina y Ciencias Naturales.

En el siglo XIV, la ciudad de Almería fue asolada por una terrible plaga epidémica

(anticipándose la famosa peste negra, de ese siglo, que asoló toda Europa y empezó a

extenderse por el Mediterráneo, siendo los años más duros los de 1346-1361); por en-

tonces seguía suponiéndose que la peste era un castigo divino, no sólo entre los pueblos

musulmanes, sino en toda Europa, y esta creencia duró hasta bien entrado el Renaci-

miento. Los médicos de Granada observaron y estudiaron la propagación de esta terrible

enfermedad, y oponiéndose a la extendida creencia descubrieron y analizaron el conta-

gio, casi totalmente desconocido entre los griegos, y lo explicaron sabiamente en sus

tratados de Medicina, adelantándose a los médicos europeos del siglo XVI.

Ibn al-Jatib de Granada (1313-1374),88

en un escrito sobre la plaga, dice que “la expe-

riencia nace de los sentidos y del estudio”, medios que emplea para deducir que la en-

fermedad se propaga de unas personas a otras por el contacto de vestidos, vasijas, etc., y

que entra en las ciudades por los barcos que llegan a los puertos procedentes de lugares

infectados. Enunciando por primera vez de modo científico la noción de contagio, reco-

mendó aislar a los enfermos y destruir sus sábanas. Describió a la perfección el modo de

propagarse de una epidemia. El almeriense Ahmad ibn Jatima, médico de esta misma

época, de entre los años 1324-1369, escribió un tratado sobre el contagio, explicando

cómo el contacto continuo de una persona sana con un enfermo puede ocasionar en

aquélla una enfermedad con idénticos síntomas a la del último.

Estos médicos eran expertos operadores de cataratas y otras afecciones, fabricaban ga-

fas, manejaban el cauterio y la anestesia. Su ciencia es el último brillante destello de la

civilización del Islam hispanoárabe.

En el siglo XIV entra la ciencia árabe en franca decadencia por todas partes. Los ca-

lifas de Bagdad desaparecieron, absorbidos por los turcos y aniquilados por los temibles

guerreros de Gengis Kan; los mamelucos fueron anulando las civilizadas y aún refina-

das cortes africanas; pero los reyes de Granada, refugiados en los altos valles de la cor-

dillera Penibética, fueron los únicos musulmanes que aún conservaban vestigios de un

pasado esplendor; y con la expulsión de Boabdil, los musulmanes pierden el último nú-

cleo de su brillante civilización.

Los europeos del siglo XIII recogen la herencia del Islam a través de España y Sicilia,

y la Astronomía, la Física, la Alquimia adelantan aún algunos pasos siguiendo la línea

marcada por los árabes; pero en el siglo XIV, al mismo tiempo que desaparece la cien-

88

Entendido también como poeta, destacando que algunos de sus poemas decoran las paredes de la Al-

hambra en Granada.

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cia en los últimos pueblos del Islam, decae en Europa, sofocada por confusionismos fi-

losóficos y discusiones complicadas y superficiales.

La Alquimia y la Medicina degeneran en un exceso de sistematización; Paracelso

(1493-1541) reformará ambas en el Renacimiento; pero no habrá nueva ciencia hasta la

época de Lavoisier (1743-1794), “padre de la química”, que se beneficiará del labora-

torio creado por los alquimistas árabes. La Física y la Astronomía se fueron estacio-

nando hasta los años de Copérnico (1473-1543), Kepler (1571-1630) y Galileo (1564-

1642).

La cirugía y la medicina de las escuelas francesas de Montpellier y el norte de Italia

recogerán la medicina de los médicos musulmanes; Guy de Chauliac (1298-1368), el fa-

moso cirujano francés, consultará las obras de Avicena, Abulcasis (el cirujano cordo-

bés) y Averroes.

Después del impulso que reciben las ciencias naturales en Alberto Magno y Bacon,

degeneran también en los siglos posteriores, y la sistematización naturalista que apunta

en los tratados hispanoárabes no se desarrolla en Europa hasta los siglos XVII y XVIII,

épocas brillantes de los nuevos sistemas científicos de Linneo y Buffon.

En España, como en toda Europa occidental, la Ciencia se estaciona y decae después

del espléndido apogeo despuntado en el siglo XIII, época en la que España fue maestra

de Europa a través de sus escuelas de Astronomía, Matemáticas, Medicina y Botánica.

Las más brillantes escuelas y los mejores científicos de los siglos X al XIII fueron en su

gran mayoría hispanoárabes, y aún esperan el soplo del historiador de la Ciencia que los

haga revivir en algo más que relaciones de nombres, fechas y títulos, profundizando en

las características de sus doctrinas científicas y rodeándolos del espíritu y el ambiente

de las épocas en que vivieron y de los logros que consiguieron.

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EPÍLOGO III

EL CALCULISTA

Enséñanos a calcular nuestros años,

para que adquiramos un corazón sensato.

Salmo 89

Leemos lo siguiente en el Evangelio según San Lucas (12, 13-21): uno de la gente le

dijo a Jesús: “Maestro, di a mi hermano que reparta la herencia conmigo”. Él le res-

pondió: “¡Hombre!, ¿quién me ha constituido juez o repartidor entre vosotros?”. Y les

dijo: “Mirad y guardaos de toda codicia, porque, aun en la abundancia, la vida de uno

no está asegurada por sus bienes”.

Les dijo una parábola: “Los campos de cierto hombre rico dieron mucho fruto; y pen-

saba entre sí, diciendo: „¿Qué haré, pues no tengo donde reunir mi cosecha?‟. Y dijo:

„Voy a hacer esto: Voy a demoler mis graneros, edificaré otros más grandes y reuniré

allí todo mi trigo y mis bienes, y diré a mi alma: Alma, tienes muchos bienes en reserva

para muchos años. Descansa, come, bebe, banquetea‟. Pero Dios le dijo: „¡Necio! Esta

misma noche te reclamarán el alma; las cosas que preparaste, ¿para quién serán?‟. Así

es el que atesora riquezas para sí, y no se enriquece en orden a Dios”.

Y nos paramos ahora a considerar que ser calculista es, sobre todo en tiempos pasa-

dos, una cierta profesión. He aquí el relato de una singular aventura, acerca de 35

camellos que debían ser repartidos entre tres árabes. Beremís Samir efectúa una división

que parecía imposible, conformando plenamente a los tres querellantes, siendo la que

sigue la ganancia inesperada que se obtuvo en la transacción.

Hacía pocas horas que viajábamos sin interrupción, cuando nos ocurrió una aventura

digna de ser referida, en la cual mi compañero Beremís puso en práctica, con gran ta-

lento, sus habilidades de eximio algebrista.

Encontramos, cerca de una antigua posada medio abandonada, tres hombres que dis-

cutían acaloradamente al lado de un lote de camellos. Furiosos se gritaban improperios

y se deseaban plagas:

–¡No puede ser!

–¡Esto es un robo!

–¡No acepto!

El inteligente Beremís trató de informarse de qué se trataba.

–Somos hermanos –dijo el más viejo– y recibimos, como herencia, esos 35 camellos.

Según la expresa voluntad de nuestro padre, debo yo recibir la mitad, mi hermano Ha-

med Namir una tercera parte, y Harim, el más joven, una novena parte. No sabemos, sin

embargo, dividir de esa manera 35 camellos, y a cada división que uno propone pro-

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testan los otros dos, pues la mitad de 35 es 17 y medio. ¿Cómo hallar la tercera parte y

la novena parte de 35, si tampoco son exactas las divisiones?

–Es muy simple –respondió el “hombre que calculaba”–. Me encargaré de hacer con

justicia esa división, si me permitís que junte a los 35 camellos de la herencia este her-

moso animal que hasta aquí nos trajo en buena hora.

Traté en ese momento de intervenir en la conversación:

–¡No puedo consentir semejante locura! ¿Cómo podríamos dar término a nuestro viaje

si nos quedamos sin nuestro camello?

–No te preocupes del resultado “bagdalí” –replicó en voz baja Beremís–. Sé muy

bien lo que estoy haciendo. Dame tu camello y verás, al fin, a qué conclusión quiero lle-

gar.

Fue tal la fe y la seguridad con que me habló, que no dudé más y le entregué mi her-

moso “jamal”,89

que inmediatamente juntó él con los 35 camellos que allí estaban para

ser repartidos entre los tres herederos.

–Voy, amigos míos –dijo dirigiéndose a los tres hermanos– a hacer una división

exacta de los camellos, que ahora son 36.

Y volviéndose al más viejo de los hermanos, así le habló:

–Debías recibir, amigo mío, la mitad de 35, o sea 17 y medio. Recibirás en cambio la

mitad de 36, o sea, 18. Nada tienes que reclamar, pues es bien claro que sales ganando

con esta división.

Dirigiéndose al segundo heredero continuó:

–Tú, Hamed Namir, debías recibir un tercio de 35, o sea, 11 camellos y pico. Vas a

recibir un tercio de 36, o sea, 12. No podrás protestar, porque también es evidente que

ganas en el cambio.

Y dijo, por fin, al más joven:

–A ti, joven Harim Namir, que según voluntad de tu padre debías recibir una novena

parte de 35, o sea, tres camellos y parte de otro, te daré una tercera parte de 36, es decir,

4, y tu ganancia será también evidente, por lo cual sólo te resta agradecerme el resulta-

do.

Luego continuó diciendo:

–Por esta ventajosa división que ha favorecido a todos vosotros, tocarán 18 camellos

al primero, 12 al segundo y 4 al tercero, lo que da un resultado (18 + 12 + 4) de 34 ca-

mellos. De los 36 camellos sobran, por lo tanto, dos. Uno pertenece, como saben, a mi

amigo “bagdalí” y el otro me toca a mí, por derecho, y por haber resuelto a satisfacción

de todos el difícil problema de la herencia.90

89

Jamal es una de las muchas denominaciones que los árabes dan a los camellos.

90

Este curioso resultado proviene de ser la suma

1/2 + 1/3 + 1/9 = 17/18

menor que la unidad. De modo que el reparto de los 35 camellos entre los tres herederos no se habría

hecho por completo; hubiera sobrado 1/18 de 35 camellos. Habiendo aumentado el dividendo a 36, el

sobrante resultó entonces 1/18 de 36, o sea los dos camellos referidos en el reparto hecho por el “Hombre

que calculaba”.

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–¡Sois inteligente, extranjero! –exclamó el más viejo de los tres hermanos–. Acepta-

mos vuestro reparto en la seguridad de que fue hecho con justicia y equidad.

El astuto Beremís –el “Hombre que calculaba”– tomó luego posesión de uno de los

más hermosos “jamales” del grupo y me dijo, entregándome por la rienda el animal que

me pertenecía:

–Podrás ahora, amigo, continuar tu viaje en tu manso y seguro camello. Tengo ahora

yo uno solamente para mí.

Y continuamos nuestra jornada hacia Bagdad.

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ÍNDICE

A modo de prólogo

Cuando se iba abocando a la quinta cruzada …………………………….. pág. 3

Alcántara (reino de León)

La villa de Alcántara donada a la Orden de Calatrava ………………….. pág. 10

Palencia – Valladolid –… (reino de Castilla)

De cómo murió accidentalmente el rey Enrique I de Castilla y todo acon-

teció para reinar en Castilla Fernando III abdicando en él su madre Beren-

guela ……………………………………………………………………. pág. 11

Alburquerque

Un señorío laico en poder de un castellano ……………………………. pág. 19

Palencia (reino de Castilla)

La Orden de Predicadores funda un convento ………………………… pág. 25

Asís – Florencia – Roma

Primer Capítulo General Franciscano en la Porciúncula ……………… pág. 26

Santander (reino de Castilla)

Construcción de iglesia ………………………………………………… pág. 30

Toledo (reino de Castilla)

Ciudad de paz y cultura ………………………………………………… pág. 31

Tierras de Calatrava (reino de Castilla)

Traslado poblacional …………………………………………………… pág. 32

Norte de África

Los meriníes o benimerines se imponen a los almohades ……………… pág. 33

Nidaros (reino de Noruega)

Muere el rey Inge II y le sucede Haakon IV …………………………… pág. 34

Gotha y Reinhardsbrunn en Turingia (Alemania)

Necrológica del Landgrave Hermann I de Turingia …………………… pág. 36

Alejandría

Aportaciones de Ibn Yubair, viajero y peregrino ……………………… pág. 38

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Canal de la Mancha y Paso de Calais

Eustaquio el Monje: aventuras de un pirata …………………………… pág. 42

Convento Trinitario de Cerfroid (Francia)

Muere el Ministro General Trinitario Juan Anglicus …………………. pág. 43

Epílogo I

La catedral de Santander ………………………………………………. pág. 45

Epílogo II

La ciencia hispanoárabe ……………………………………………….. pág. 53

Epílogo III

El calculista ……………………………………………………………. pág. 84

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