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DE CEPA CRIOLLA MARTINIANO LEGUIZAMÓN Ediciones elaleph.com

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Ediciones elaleph.com

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Editado porelaleph.com

2000 – Copyright www.elaleph.comTodos los Derechos Reservados

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AROBERTO J. PAYRÓFRATERNALMENTE

ADVERTENCIA

HA IMPRESO UNIDAD a las diversas páginasagrupadas en este libro, un sentimiento sincero yentusiasta que ojalá me sea disculpado en gracia delfervor que le da vida en mi ser.

Acertado o erróneo -no me incumbe apreciarlo-creo, sin embargo, que tiende a una noble y alta fi-nalidad al nutrirse en un firme amor hacia las cosasde la tierra materna, libre de prejuicios cavilosos porel entrevero cosmopolita de la hora presente.

Y si a pesar de las deficiencias de algunos tra-bajos que conservan el impulso del arranque oca-

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sional, me determino a sacarlos hoy a luz, no he deacogerme a la socorrida excusa de que su publica-ción me fue solicitada.

Si los recojo es por aquella conocida razón deque no existe escritor que estoicamente se condeneal eterno olvido; por el inefable encanto que esaspáginas nos renuevan con el recuerdo de las horasde afanosa labor en medio de los libros predilectosque nos sirvieron de guía; y, además, porque alen-tamos la modesta esperanza de que en el acopio deobservaciones en ellas acumuladas quizá encuentreel benévolo lector tal cual noticia aprovechable asemejanza de la pepita aurífera entre el montón delinútil cascajo...

En la averiguación de estas cuestiones conexascon la historia moral del gaucho -que es parte inte-grante de nuestra historia política porque en su horafue encarnación original de las fuerzas intrínsecasdel pueblo argentino, como dice don Vicente FidelLópez en sus admirables cuadros de La Revolución-existen temas de estudio útil para la reconstruccióndel medio ambiente y el perfil auténtico de los ru-dos protagonistas ya casi esfumados en la vaga le-yenda.

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No todo es áspero, instintivo y brutal en las pa-siones que agitaron el alma tempestuosa del hombreagreste; ni fue su tosco rancho aduar de barbariedonde vivió "la edad del cuero crudo", como se hadicho recientemente con ligereza -sin asomos deduda- y con un total desconocimiento de las tradi-ciones del país.

No lo pensaron así Sarmiento, López, JuanCarlos Gómez, Ricardo Gutiérrez, Pedro Goyena,Joaquín V. González o Paul Groussac al escudriñarcon amoroso interés los sentimientos y las costum-bres características de ese original tipo étnico, enpáginas rebosantes de sabor de nuestro suelo.

Guiado mi espíritu en esa orientación, con lasindelebles simpatías que avivan las memorias de lainfancia, en que me fue dado admirar de cerca alhombre en su selva, grano a grano he ido acumu-lando en la mayor parte de estos escritos un aportede notas e impresiones criollas que, al revisarlas hoy,no las creo desdeñables para el estudio de los oríge-nes nacionales.

Y espero que no se verá transparentada en lassiguientes páginas una apología tendenciosa delcriollismo, sino una contribución en la medida mo-desta de mis fuerzas al estudio de un tipo tan genui-

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namente nuestro -cuya desaparición no lamento-,pero que reclama con justicia un homenaje sincero yde consciente información de las letras argentinas.

Por lo demás, aunque esta obra se ocupa prefe-rentemente del gaucho, la palabra criolla que lo ro-tula comprende en su amplia acepción todo cuantoes propio del antiguo hombre de campo; quedan alos investigadores del pasado argentino, las, cos-tumbres y la vida del hombre urbano que ofrece alescritor y al artista en cada ciudad, en cada aldea ovillorrio lejano, su, antigua y peculiar característicahenchida de sabor y colorido local.

En los nidos de antaño no hay pájaros hogaño -dice un antiguo refrán para advertir que no se dejepasar la ocasión por la dificultad de hallarla después.En la vertiginosa transformación a que asistimostodo lo más característico de nuestro pasado se vaborrando bajo el aluvión extranjero, y esto pareceindicar la conveniencia de apresurarnos a salvar losrasgos originarios de esos, "nidos de antaño" . . .

Hace un cuarto de siglo que escribí las prece-dentes páginas. Al releerlas hoy nada tengo quemodificar, pues he sentido renacer, por el contrario,el primitivo fervor, pensando que su orientación escada vez más necesaria en la hora presente. Con ese

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fin he ampliado y agregado nuevas páginas para quecumplan su destino.

Buenos Aires, octubre 12 de 1932.

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HIDALGO

Entre nosotros, casi toda la lite-ratura destinada a vivir más allá deldía, está destinada a la poesía: en ellaestá nuestra historia, en ella nuestrascostumbres, en ella nuestras creen-cias, ideas y esperanzas. Lo demásque ha producido el genio america-no, ha pasado como el humo de loscombates que han constituidonuestra ocupación y aun nuestraexistencia. FLORENCIOVARELA, Comercio del Plata,Montevideo, 1846.

Los diálogos de Hidalgo y los desus imitadores, fueron el germen de

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esa peculiar poesía gauchesca que,libre luego de la intención del mo-mento, ha producido las obras másoriginales de la literatura sudameri-cana. MARCELINO MENÉNDEZY PELAYO, Antología de los poe-tas hispanoamericano, Madrid,1895, t. IV, página CXCVI.

I

LA TRÉMULA vislumbre del fogón debióalumbrar el modesto escenario, cuando la encinta-da vihuela del payador anónimo rimó las primeraspalpitaciones de la musa popular bajo la forma deun cielito patriótico, para enardecer la fibra nativacon el relato de las hazañas de nuestras armas en sulucha por la independencia.

La danza, la música y la palabra aunadas en lasreuniones populares, desde los tiempos más remo-tos tienen entre nosotros el nombre simpático de

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cielo, ha dicho don Juan María Gutiérrez al estudiarla literatura de Mayo1.

Como música o tonada -agrega- es sencillo, ar-monioso, lleno de candor y alegría juvenil; comodanza reúne a la gracia libre y airosa de los movi-mientos, el decoro y la urbanidad.

Este género de poesía tan argentino salió de suoscura esfera desde los primeros días de la revolu-ción. Raro es el acontecimiento de aquel períodoque no se halle consignado en un cielo, y existenalgunas de esas composiciones que son una ex-posición completa de las razones que tuvo el paíspara declararse independiente.

El cielo se identificó especialmente con la suertede nuestras armas, y en cada triunfo patrio se oye-ron sus populares armonías a la par de los himnos ylas odas de los grandes poetas. En aquellos días in-ciertos, bajo un cielo poblado de zozobras y bélicosrumores, la guerra imponía el acento marcial: armavirumque.

López, Luca, Rojas, fray Cayetano Rodríguez,habían señalado el rumbo épico; pero faltaba aún elpoeta que llevara hasta el alma tenebrosa y turbu- 1 "La literatura de Mayo”, en la Revista del Río de laPlata, t. 11, pág. 559

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lenta de las muchedumbres el nuevo verbo: faltabael poeta popular.

Bartolomé Hidalgo -un modesto oficial de bar-bería, según una difundida tradición, que había pro-ducido ya La marcha nacional oriental en el año1816; La libertad civil, pieza alegórica escrita elmismo año, y El triunfo, en celebración de las jor-nadas de Chacabuco y Maipú- surge al fin, y cam-biando la lira de cuerdas de bronce que le dieracierta notoriedad entre los escritores de la época,adopta la guitarra -el tiple, según sus propias pala-bras- para cantar a la patria bajo la forma del toscoromance popular, dando así nacimiento a un géneronuevo: la poesía gauchesca2.

2 Es curioso que sus compatriotas, como Arreguineen la Colección de poesías uruguayas y Raúl Monte-ro Bustamante en el Parnaso oriental, no sepan ni elaño y el lugar del nacimiento de este autor, pues elprimero sólo dice "que nació en el Departamentode Mercedes", y el segundo que "fue en el de Soria-no”... Tampoco lo menciona Francisco Bauzá a pe-sar del estudio que le consagra en sus Estudiosliterarios. Sin embargo, la prueba auténtica existía enel archivo de la curia de Montevideo en el libro Vde bautismos, al folio 206, y de la cual resulta que su

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Justificaba, pues, sin sospecharlo tal vez, elnombre con que le saludaban sus contemporáneos,como Esteban de Luca, puesto que poeta tambiénsignifica creador...

Finalizaba el año 1819. Ante las inquietudes quedebían conturbar el corazón de los patriotas con elanuncio del próximo arribo de una poderosa expe-dición española lista ya para zarpar de Cádiz con20.000 soldados aguerridos mandada por el generalO'Donnell, cuando de nuestros ejércitos casi noexistían sino restos dispersos y las montoneras en-soberbecidas hacían trotar sus briosos redomonesde pelea a las puertas de Buenos Aires, aparece deimproviso el rústico payador para proclamar viril-mente la libertad de su tierra con un Cielito que, enbreve, se tornó popular:

El que en la acción de MaipúSupo el cielito cantarAhora que viene la armadaEl tiple vuelve a tomar.

nacimiento tuvo lugar en aquella ciudad el día 24 deagosto de 1788. Manuscrito en nuestro archivo.

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El comienzo del refrán sugiere desde luego laidea de que Hidalgo había escrito otra composiciónanáloga el año anterior para celebrar la victoria deMaipú, y la cual desgraciadamente hasta el mo-mento parece perdida; pues, ni La lira Argentina,publicada en París en 1824 por don Ramón Díaz, niLa Epopeya Americana de aquel período, coordina-da por don Angel Justiniano Carranza, que quedósin terminar, ni el Cancionero Popular, reimpresodespués por el doctor Estanislao S. Zeballos, hacenmención de esta poesía3.

Sin embargo, su existencia está abonada pordon Antonio Zinny en la Efemeridografía argiro-metropolitana bajo el siguiente título: Cielito patrió-tico que compuso un gaucho para cantar la acciónde Maipú, Buenos Aires, Imp. de los Expósitos (sinfecha), 2 Págs. fol.

El dato lo confirma además don Juan MaríaGutiérrez, en el estudio sobre la literatura de Mayo

3 Conf. La Epopeya Americana, 18io-1825, coordi-nada y anotada por A. J. C., Buenos Aires,MDCCCXCV. Sólo se publicaron 320 páginas degran formato. Cancionero Popular, compilado yreimpreso por Estanislao S. Zeballos, Buenos Aires,1905.

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de que hicimos mención, citando esta estrofa delCielito de Maipú:

El cielo de las victorias, Vamos al cielo, paisa-nos, Porque cantando el cielito Somos más ameri-canos.

Nuestras prolijas investigaciones para encontrardicha pieza han resultado infructuosas. Tal es la ra-zón de haber adoptado por su orden cronológico, elCielito a la venida de la armada española en 1819,como la primer obra del autor en el nuevo géneropoético del cual es indiscutidamente su propagadory ha quedado maestro.

II

El rasgo soberano de este poeta de la tierra esun férvido amor a la patria que, a manera de estrellapolar, orienta el derrotero de su breve existencia y leda el indeleble perfil de cantor de las muchedum-bres campesinas.

La idea de la patria -confusa pero inextinguibleen esos espíritus tormentosos- es la pasión domina-dora y absorbente de todas las palpitaciones del al-ma gaucha, porque en ella se confunden losporfiados amores del natal terruño, del pago, el ran-

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cho y la prenda que ellos concretan con una solavoz en su rudo e intenso decir: ¡la querencia!

Pero dentro de ese concepto primitivo del sen-timiento de la nacionalidad, a poco que se ahondese descubre como en esos árboles centenarios denuestras selvas el fuerte y extendido raigambre quelos aferra al suelo nutricio. Y así se sentían orgullo-sos de ser argentinos, porque argentina era la tierradonde abrieron los ojos a la primera luz y en la cualirían a ser polvo sus despojos.

Hidalgo era de condición muy humilde -segúnsu propia confesión en un breve autógrafo familiarmencionado por Carranza4-. Y aunque oriundo deMontevideo, es bien posible que pasara los prime-ros años de su juventud vagabundeando por lasboscosas campiñas del litoral uruguayo de cuyo am-biente se saturó, como lo demuestra su profundoconocimiento de las ideas y sentimientos del hirsutoy bravío habitante de aquella región, en que palpita-

4 ANGEL JUSTINIANO CARRANZA, La resu-rrección de Hidalgo, en El Plata literario, BuenosAires, 1876. Este trabajo quedó trunco; pues sólo sepublica-ron tres breves artículos que nada adelantansobre la vida del biografiado.

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ban los rasgos étnicos del indómito charrúa y delempecinado matrero.

Y magüer su inspiración amoldándose al gustode la época, se enardezca para cantar El triunfo deSan Martín -tal vez sugestionado por la incitación deLuca que acababa de lanzar las estrofas del Cantolírico a la libertad de lima-, el modesto cantor vuelvea la forma que mejor se amoldaba con su manera desentir, al lenguaje colorido y sencillo de la rústicatrova que brota espontánea en torno de los fogonesbajo la serena vislumbre del constelado cielo.

El poeta gauchesco había nacido rompiendo pa-ra siempre las ligaduras de la forma ampulosa y diti-rámbica de las odas heroicas de los clásicosespañoles, y no para convertirse en el improvisadordicharachero que entretiene al auditorio con las aga-chadas pintorescas del decir gauchesco, sino paraser el cantor más representativo de su casta, encar-nando aquel empecinado espíritu de rebelión contrael extraño yugo iniciado por Ramírez y sus gauchosdel litoral entrerriano frente a los realistas de Elío,que culminó Güemes y sus admirables montonerosdespués en esa resistencia tenaz a los ejércitos espa-ñoles entre las abruptas serranías de Salta.

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Cada una de las rudas cuartetas del Cielito a lavenida de la armada es un reto valiente y mordazcontra el invasor y un vaticinio de lo que sería aque-lla guerra a muerte, con la soberbia exaltación delcoraje de las patrias caballerías que hace el poeta alrecordarles cómo se entraba a los combate golpeán-dose la boca para conquistar a sable, a bola y a lazola libertad de su tierra:

Cielito, digo que sí,Coraje y latón en mano,Y entreverarnos al gritoHasta sacarles el guano.

Ellos dirán: Viva el Rey,Nosotros: La Independencia;Quiénes son más... corajudosYa lo dirá la esperencia...

Era el preludio del cantor de las altiveces crio-llas, cuyo leitmotiv veremos reaparecer en todos suscantos sin amenguar la arrogante y eficaz vibración.Breve tiempo después manos incógnitas distribuíanen las calles de Buenos Aires una proclama-manifiesto de Fernando VII dirigida a los habitantes

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de ultramar, con la pretensión de que se le recono-ciera por medio de su enviado especial ante la Cortede Río de Janeiro, el conde de Casa-Flores.

La ocasión era propicia, y 'Un gaucho de laGuardia del Monte contesta al manifiesto zahirien-do al inepto monarca que ni había sabido conservarsu corona y que, a pesar de las derrotas infligidas asus orgullosos veteranos, todavía pretendía se lerindiera vasallaje.

Al recorrer hoy los irónicos conceptos de estenuevo Cielito, la fácil imaginación adivina el efectoque debían producir cuando se escuchaba su recita-do en la rueda de los fogones del campamento, enlas reuniones de las pulperías y en las animadas ter-tulias del café y los hogares de la ciudad, porque através de su brusca urdimbre se siente palpitar laprotesta inquebrantable como un juramento supre-mo de ser libres o morir, condensado en su estribi-llo imperfecto, pero, sin duda, de mayor eficaciapara la causa que muchas ampulosas proclamas delas gacetas oficiales:

Allá va cielo y más cielo,Libertad y muera el tirano;O reconocernos libres,

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O adiosito y sable en mano!

Otro Cielito del mismo año, en honor del ejér-cito libertador del Perú acentúa la nota patriótica.Hidalgo había encontrado su cuerda, la vibrante ybronca bordona de la guitarra nacional para tocar arebato por la libertad bajo la forma lírica rudimenta-ria de los antiguos romances, tan propicia al asuntoguerrero como a la endecha de amor.

Su intención de romper con los moldes ajenos yser enteramente personal está visible en las compo-siciones posteriores, por más que la métrica em-pleada sea la cláusula añeja del romancero español;pero es en el estilo donde debe buscarse su rasgopropio, en la manera de sentir y expresar el senti-miento y las aspiraciones colectivas de un grupoétnico, matizando su forma verbal con las pintores-cas y agudas hablas de las masas campesinas, algu-nas de vigor y gracia profunda, como lo hanreconocido cuantos han profundizado con amor lainvestigación de esta interesante cuestión del len-guaje gauchesco.

A la gracia andaluza del conquistador, estrepito-sa y burbujeante, se había aunado la malicia taimaday chúcara del indio aborigen para producir con su

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fusión ese tipo inconfundible de nuestro gaucho,cuya faceta espiritual es cabalmente su manera deexpresión tan característica.

Si bien se ha observado alguna vez -exagerandoun poco el concepto- que el lenguaje de Hidalgo noes nuevo ni original por derivar del antiguo romancecastellano; pero no puede negarse que el asunto re-gional ya le da una fisonomía distinta y que la adop-ción de modismos del país -en que el guaraní, elquichua y el araucano contribuyeron con granaporte de voces nuevas- ha concluido por marcardiferencias substanciales entre el lenguaje popularen la madre patria y el del criollo rioplatense.

Aun dentro de las fronteras de nuestro territoriopueden señalarse hoy diferencias esenciales de len-guaje, de costumbres y de creencias; así un paisanocorrentino ni piensa, ni siente, ni se expresa deidéntica manera que un hijo de la selva santiagueñao que un llanero o montañés de La Rioja. El hijo dela inmensa llanura pampeana abrasada por el sol, noes idéntico al que vio la luz de su horizonte limitadapor la maraña y las techumbres impenetrables de losmontes, ni al que nació en el valle estrecho circuidode cumbres, porque cada una de estas regiones im-prime en el alma del nativo su sello propio.

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Si ni el escenario, ni el ambiente, ni los perso-najes eran semejantes, como eran diametralmentediversas las tendencias del criollo y del peninsular,no podía, pues, ser idéntico su lenguaje.

Por el contrario, se hacía gala -para diferenciar-se- de no hablar como los godos, y es eso lo quehacía Hidalgo al adoptar la jerga campesina parainterpretar los ideales nuevos y bien definidos delsentimiento argentino.

Y es digno de notarse que este poeta que no na-ció gaucho, que vivió en Buenos Aires alternandocon hombres de letras como Esteban de Luca, queasistía a las memorables tertulias de una de las por-teñas más bellas y elegantes, Margarita Sánchez Ve-lazco, cuya rara habilidad para tocar la vihuelacelebró en una oda entusiasta que empezaba así:"¿Qué mano angelical en mis oídos - derrama gene-rosa su dulzura?"; mantuvo, sin embargo, inalterablesu amor a la nueva forma de la musa campesina5.

III

5 Publicada en el núm. 140 de El Censor del 23 demayo de 1818.

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Aparece en 1821 el célebre Diálogo patrióticoentre jacinto Chano y Ramón Contreras, que con-quistó pronto gran popularidad.

El tema es siempre la patria, cuyo porvenir in-cierto pone inquietudes y sombras de amargura enel espíritu del viejo Chano.

El recuerdo de las gloriosas hazañas y las espe-ranzas de mejores días ante los desgarramientos dela anarquía que fomentaba el centralismo absor-bente y miope de los hombres del directorio infa-tuados aún con los resabios coloniales; elmenosprecio injusto para los abnegados servidores,para el pobre soldado de primera fila en las jornadasmemorables; el despilfarro, el atraso y la desigualdadirritante con que suele aplicarse la ley según la con-dición social, forman la urdimbre donde tejió eseespontáneo e imperecedero diálogo.

Merece citarse, por lo ingeniosa y punzante, lamanera como explica las "dificultades en cuanto a laejecución" del traqueado principio de la igualdadante la ley. Y de ahí la popularidad de ese fragmen-to, que a menudo se trae a la memoria para aplicarloa un caso sub-judice, porque es siempre fresco eintenso como si lo animara un hálito de palpitanteactualidad:

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...Roba un gaucho unas espuelas,O quitó algún mancarrón,O del peso de unos mediosA algún paisano alivió:Lo prienden, me lo enchalecanY en cuanto se descuidóLe limpiaron la carachaY de malo y saltiador,Me lo tratan y á un presidioLo mandan con calzador:Aquí la ley cumplió, es cierto,Y de esto me alegro yo,Quien tal hizo que la pague.Vamos, pues, a un Señorón.Tiene una casualidad...Ya se vé... se remedió...Un descuido que á cualquieraLe sucede, sí señor.Al principio mucha bulla,Embargo, causa, prisión,Van y vienen, van y vienen,Secretos, almiración;¿Qué declara? -Que es mentira.Que él es un hombre de honor!

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¿Y la mosca?... No se sabe,El Estado la perdió,El preso sale a la calleY se acaba la junsión.¿Y a esto se llama igualdá?La perra que me parió...

Ha transcurrido un siglo desde que aparecieronestos versos y al leerlos hoy despiertan la duda de sino habrán sido escritos en la hora presente. Es quepocas veces la crítica intensa de un concepto jurídi-co en boca del vulgo, se ajustó más íntimamente auna verdad dolorosa. ¡Por eso la sonrisa rústica yamarga del viejo Chano seguirá resonando a travésde los tiempos y de los códigos como la protestareivindicatoria de una casta desheredada!

Y a pesar de su forma de sencillez casi primitiva-para amoldarse al modo verbal de los rudos prota-gonistas- un pensamiento noble y altruista embebela crítica social del Diálogo; la visión serena de lapatria redimida y próspera por la paz y la unión, sinfronteras banderizas para que no se escuchara másque una sola frase fraternal -hijos de esta tierra-exalta y enardece la inspiración del cantor, y de sussencillas trovas se esparce un ambiente sano de ver-

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dad tan genuinamente nuestro, que ha hecho de esacomposición un cuadro henchido de vida argentinacon más luz y colorido que muchas páginas históri-cas de prosa fatigosa y tropezona que pretendieronevocarla.

Tanto el Nuevo diálogo como el Cielito en ala-banza de la libertad de Lima y el Callao de 1821, noson más que variantes de las poesías ya citadas por-que la idea matriz es siempre idéntica: la aspiracióna la independencia. Y es digno de señalarse comouna de las facetas más simpáticas del amplio espíritude este autor que, a pesar de no ser nativo de lametrópoli porteña, donde vino a levantar su hogarcuando el localismo agitaba al libre viento de lascuchillas la bandera separatista con su formidablecaudillo Artigas, tuvo, sin embargo, la generosaquimera en aquellos tormentosos días de la anar-quía, de pensar en una sola patria, de cantar la unióny la grandeza futura de la "nueva y gloriosa nación".

Vino después el canto postrero para cerrar conhermoso broche de bronce el ciclo de su breve perofecunda existencia; el canto del cisne montaraz -elmás armonioso y duradero de sus cantos- antes dedesaparecer envuelto en los cendales de la leyenda

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gloriosa que tejió sobre su nombre la tradición na-cional.

IV

La Relación de las fiestas mayas celebradas enBuenos Aires el año 1822, es en efecto la últimaproducción de Hidalgo que conocemos y tal vez lamás celebrada. A partir de esta fecha el cantor crio-llo enmudece para perderse en la sombra de unmisterio impenetrable, legándonos ese romancedescriptivo henchido de espontaneidad y de presti-giosos aromas de la tierra materna.

Verdadera piedra sillar de un nuevo géneropoético, de cuyo gérmen han brotado las obras másoriginales de la literatura sudamericana -como hadicho el crítico Marcelino Menéndez y Pelayo alincorporarla en su antología de poetas hispanoame-ricanos-, jamás ha sido igualada por cuantos quisie-ron imitarla. Tal ocurre con el espiritual HilarioAscasubi que pretendió superarla cantando el mis-

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mo asunto, con idéntico estilo y hasta con el propionombre de los antiguos protagonistas6.

Rivera Indarte, Juan María Gutiérrez, ÁngelJustiniano Carranza, Ernesto Quesada y EstanislaoS. Zeballos -este último particularmente en su Can-cionero Popular- que investigaron con vivo anhelolos antecedentes de la personalidad de Hidalgo, casinada lograron esclarecer sobre su juventud y la vidaque llevó en Buenos Aires, ni la fecha cierta de sumuerte, ni el sitio donde fueron a reposar sus ceni-zas sin un nombre que las señale a la consideraciónde la posteridad.

Sólo sabemos que era oriundo de Montevideo,de modestísimo origen y que sirvió en los primerosejércitos patricios como' secretario del comandanteargentino Carranza en la expedición al litoral uru-guayo contra los portugueses en 1811, siendo decla-rado por el Triunvirato benemérito en gradoheroico junto con sus compañeros de campaña; que 6 Conf. PAULINO LUCERO, Relación de la fiestascívicas celebradas en el aniversario de la jura de laConstitución ,Oriental, en 1883. ANICETO ELGALLO, Recuerdos que de las gloriar patrias hicie-ron los gaucho Chano y Contreras en las trincheras

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en 1812 fue nombrado comisario de guerra; quepasó a Buenos Aires donde se casó con una porte-ña, entrando a servir a la tesorería de la Aduana en1814, y que alternaba las tareas de oficinista con losensayos poéticos, los cuales le conquistaron muchaestimación entre la gente de letras, muriendo jovenaún de una afección pulmonar, dejando su obratrunca y dispersa en publicaciones raras, aguardandola edición definitiva a que tiene tan legítimo derechoel progenitor de la poesía gauchesca en ambas már-genes del Plata.

En su época no se coleccionaron las poesías deHidalgo porque eran tan populares que todos lassabían de memoria, escribía hace medio siglo unescritor argentino, y añadía refiriéndose a las pro-ducciones poéticas del tiempo de Rivadavia: la lite-ratura popular tuvo su representante en Hidalgo,antiguo oficial barbero, que creó el género gauches-co; y que debe ser recordado con el más alto enco-

de Montevideo el as de Mayo de 1844, Imp. de PaulDupont, París, 1872.

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mio, como el pueblo recuerda sus versos llenos deverdad y de colorido7.

No obstante estas incitaciones, la obra completade tan meritísimo escritor permanece aún sin sercompilada en volumen*, y hasta no han faltadoquienes hayan pretendido despojarlo de la prioridadde su feliz iniciativa para atribuírsela al poeta men-docino Juan Gualberto Godoy, que escribió en1824 un mediocre diálogo semigauchesco bajo estetítulo: "Confesión histórica en diálogo que hace elQuijote de Cuyo, Francisco Corro, a un anciano quetenla ya noticiar de sur aventuras, rentados a la orilladel fuego la noche que corrió hasta el pajonal, loque escribió a un amigo".

No conocemos esta curiosa pieza cuyo incon-mensurable y risueño título no es seguramentepromesa de un sabroso fruto de pura cepa criolla.Por otra parte, ella no aparece incluida en la reciente 7 A. LAMARQUE, "La literatura argentina en laépoca de Rivadavia", en Rivadavia. Libro del primercentenario, Buenos Aires, 1882.* [La precedente noticia en la cual incitaba a recopi-lar su obra dispersa, la cumplí diez años después enla Revista de la Universidad de Buenos Aires, t.XXXV, bajo el título de "El primer poeta criollo delRío de la Plata. 1788-1822".]

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compilación de las poesías de Godoy, lo que desdeluego descarta tan nimia cuestión; además una solacomposición sin trascendencia, aun suponiéndolade fecha anterior al Cielito patriótico de Hidalgocuando se anunció la venida de la expedición espa-ñola en 1819, no podía formar escuela8.

Con igual fundamento podría atribuirse a frayCayetano Rodríguez la invención del nuevo géneropor haber publicado en 1812 un Cuento al casodescribiendo a un huaso tucumano, pero con el len-guaje literario corriente sin mezcla de modismos delhabla gauchesca, que es precisamente la característi-ca del celebrado autor de los Cielitos y Diálogos.

No es aventurado suponer también, que losCielitos contra los godos de Vigodet en 1813, el quefestejaba la rendición de Montevideo por Alvear en

8 JUAN GUALBERTO GODOY, Poesías, BuenosAires, 1889. En el prólogo se registra un ensayo delmalogrado Domingo F. Sarmiento (hijo) en el cualse dice que: Godoy fue el primero en emplear elmetro de los payadores teniendo presente la épocaen que apareció el Diálogo entre Chano y Contre-ras. De ahí la especie propagada por Zinny, en suEfemeridografia argiroparquiolia, Pág. 530, y repeti-da por R. Hernández en Pehuajó, Pág. 45, sin estu-diar la cuestión.

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1814, el Cielito oriental de 1816 en lenguaje mixtode castellano y portugués y el Cielito de la indepen-dencia, recopilados por Carranza como de autoranónimo en La Epopeya Americana, pertenecen aHidalgo. Los tres primeros por el asunto, pues nopuede ser su autor sino un patriota oriental, e Hi-dalgo lo fue sin vacilaciones en todos los instantessegún se infiere de sus composiciones en las que elsentimiento patriótico asoma, pasa y vuelve a reapa-recer como un ritornelo.

La Lira Argentina del año 1824 reproduce acontinuación en las páginas 98, 111 y 114 tres poe-sías sin nombre de autor: La libertad civil, la Marchanacional oriental y el Cielito oriental. Las dos prime-ras se sabe que pertenecen a Hidalgo, y en cuanto ala última podemos atribuirle la paternidad porque seconsignan en ella conceptos que encontramos des-pués en el Cielito a la venida de la armada en 1819.

Tal, por ejemplo, la pintura del soldado portu-gués con "bigoteras retorcidas", y la del español de"bigote retorcido", como si en ese rasgo hubieraquerido acentuar el aire fanfarrón y petulante de losenemigos...

Y no se trata de una mera coincidencia, porquees habitual en este escritor la repetición de la misma

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frase en diversas composiciones, como se nota enLa libertad civil y El triunfo9.

Fallando anticipadamente en esta cuestión deprobanzas sobre la prioridad, dijo el general Mitrecon su respetable autoridad en la materia, en unacarta al autor del Martín Fierro que se registra en elPrólogo de dicha obra: "Hidalgo será siempre suHomero, porque fue el primero".

Y ese juicio del erudito historiador argentino noresulta exagerado porque cuantos marcharon trassus huellas, Ascasubi especialmente y del Campoque señala una forma intermediaria por el asunto,han imitado al modelo inspirándose en su técnica,por más -que enriquecieran la pintura del ambientedescriptivo con las galas de nuevos temas y hastaahondando el perfil moral de los protagonistas -como ocurre con Hernández, tal vez quien menos leimitó-, pero sin que ninguno lograra imprimir formaoriginal al primitivo troquel que sirvió para dar cuñoimperecedero a las garbosas figuras del viejo Chanoy del payador Contreras.

9 Conf. La Lira Argentina, Págs. 98 y 204.

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V

Señalé ya la imitación un tanto servil de Ascasu-bi, que no necesitaba de semejantes recursos, por-que a través de su abundosa producción fluye elraudal de esa sabrosa trova gauchesca rebosante dela gracia retozona del retruécano agudo y del colori-do local de sus imágenes pintorescas.

En cuanto al autor del Fausto10 la influencia delprimitivo trovero tiene que ser naturalmente menosvisible por la absoluta disparidad de asuntos: el unohizo hablar al gaucho con las aspiraciones vehe-mentes del patriotismo; el otro empleó la jergacampesina para hacer reír con el relato espiritual deuna imaginaria interpretación del oscuro drama deGoethe, que el paisano Laguna oyó cantar una no-che en italiano en el teatro de Colón.

Sin embargo, en aquella deliciosa página des-criptiva -la más rutilante del capítulo III que se ins-tala para siempre en la memoria una vez leída- se veasomar la lejana reminiscencia del modelo.

10 ESTANISLAO DEL CAMPO, Fausto. Impre-siones del gaucho Anastasio el Pollo en la repre-sentación de esta ópera, Buenos Aires, 1866.

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-¿Sabe que es linda la mar? -La viera de maña-nita, Cuando agatas la puntita Del sol comienza aasomar.

Y bien: en la sabrosa y colorida Relación de lasfiestas mayas de Buenos Aires el año 1822, encon-tramos usada la mismísima imagen para describir elamanecer, si bien en forma más gráfica y genuina-mente gaucha, según su modo de ver y pintar lascosas de la naturaleza que rodea y satura aquellasalmas primitivas como una emanación misteriosadel medio ambiente. Dice así el payador Contreras:

Al dir el sol coloriando Y asomando la puntita...Hidalgo es siempre justo y verista en la pintura

local y sencillamente admirable en la verba de susrústicos protagonistas. El viejo patriota Chano y sucamarada el payador Contreras son fuertes creacio-nes que vivirán, porque llevan el soplo artístico de larealidad. Por eso se le escucha siempre con agradosin que el espíritu crítico más descontentadizo en-cuentre una rendija en su áspera coraza para hin-carle el diente.

Así haciendo hablar a "un paisano del Bragao" -vale decir de plena pampa- no hubiera empleado lapalabra "mar", que el gaucho no conoce ni figura ensu reducido léxico, ni podía emplearla por tanto pa-

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ra nombrar al Río de la Plata, designado desde lostiempos de la conquista con tal nombre; ni le haría a"un parejero overo rosco", porque la experienciacampera le enseñó que jamás existieron parejeros detal laya. Por el contrario, con su clásica propiedadde estilo, si de carreras se trata mencionará al "zainode Contreras que va a correr con el cebruno de Hi-lario”, ambos de pelaje oscuro -tapaos-, los únicosreconocidos en todo tiempo como animales de lige-reza y aguante.

Tal vez el detalle parezca nimio, pero no lo serápara quienes saben de cosas de campo, donde elcolor de los animales marca una condición peculiar.

Es la ley de la selva, como diría Rudyard Ki-pling, el admirable observador de las costumbres delhabitante de las tierras vírgenes.

Así el parejero "Záfiro" del paisano Laguna -porsu extraño nombre y por el color- es una nota falsa,pequeña sin duda, pero que quita colorido local a laperegrina creación de del Campo; como es tambiénfalso el "malacara-azulejo, el parejero ganador", enque presenta Magariños Cervantes en el cuadro dela yerra a su romántico gaucho Celiar11, imitando a 11 ALEJANDRO MAGARIÑOS CERVANTES,Celiar. Leyenda americana, París, 1852.

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Hidalgo que hace cabalgar a Chano en un “redo-món azulejo, arisco y espantador", como son ca-balmente los animales de esa clase, cuando desde lasislas del Tordillo se viene a la Guardia del Montepara sostener con su amigo Contreras esa jugosacharla del primer Diálogo patriótico.

Estos detalles menudos de la vida rural, queacusan falta de conocimiento del medio descripto,no se encuentran en los relatos de Ascasubi, queeligió para su Chano un "picazo volador", ni menosen Hernández, que hace vagar por las soledades te-merosas del desierto a su Martín Fierro en aquel"moro de número, sobresaliente el matucho!" quepintó diestramente en dos versos de trazo seguro yevocador12.

La impropiedad en la pintura de los tipos, esce-nas y usos regionales son lunares en toda obra deambiente local. En Hernández -es necesario reco-nocerlo como una de sus cualidades más excelentes-no se encuentran esas impropiedades; domina lamateria, se ha compenetrado con ella íntimamente,sin preocuparse sólo del idioma, que es lo accesorio,ha visto las cosas, las ha sentido y las ha expresado 12 JOSÉ HERNÁNDEZ, El gaucho Martín Fierro,Buenos Aires, 1872.

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como un paisano. Su obra es obra de verdad porqueha descendido con un sondazo genial hasta las másrecónditas intimidades del ser moral para contarnossus creencias y sufrimientos, en esa epopeya bárbaray punzante que tiene por protagonista al hombrerudo de los campos y por escenario el pajonal mis-terioso de la pampa, bajo la llamarada ardiente delsol o la trémula luz de los luceros.

Y es así también cómo a través de los tiempos yde la diversidad de temas, que la obra del maestro ydel discípulo ofrecen ese aire íntimo y familiar decosa nuestra con su prestigioso aroma de lo lejano,porque en ambos brilla la luz interior con que ilu-minaron el alma tormentosa del gaucho, para hacerbrotar como de las entrañas de un peñasco nativo elfresco manantial de una poesía virgen, de sabor ori-ginal y duradero.

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COSTUMBRES POPULARES

IORIGEN DE LA BOTA DE POTRO

COMENTÁBAMOS entre varios aficionados alcultivo de las tradiciones de nuestra tierra, la apari-ción de un libro con caracterizado sabor criollo y,como sucede a menudo, la conversación se hizo alpronto retrospectiva y evocadora de los hombres ycosas de antaño.

El tema principal, como podrá suponerse, era elgaucho, la prestigiosa figura que se va tras los pos-treros revuelos de su amplio poncho, dejando en elambiente aquel estrepitoso rumor de:

La brillante cabalgata

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Que hace sonar de luz llenas,Las espuelas nazarenasY las virolas de plata...

Primero fue el nombre con que se ha designadotan interesante tipo étnico, nombre que continúapreocupando aún a los aficionados a la etimología,no habiéndose acertado quizá con el origen de laarcaica palabra que lo engendrara. Tal vez la vozquichua huachu, huérfano, desamparado, sea la máscomprensiva y la que obtiene mayores sufragios,sobre otras sin duda antojadizas, como el chilenis-mo huaso, hombre de campo; el gatchu, compañeroen araucano; el chaouch, tropero en árabe; el guan-che, de las Islas Canarias, o el gauderio que fue elnombre con que los escritores españoles del sigloXVIII designaron al vagabundo nómade de loscampos del Río de la Plata, habiendo sido Azara elprimero que empleara la palabra gaucho como si-nónimo de gauderio13.

Pero a pesar de estos tanteos de filología sim-plemente conjetural, el nombre del gaucho continúa

13 FÉLIX DE AZARA, Historia del Paraguay y delRío de la Plata, t. I, Pág. 331, y Apuntamientos parala historia natural, t. II, pág. 207.

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interesándonos con esa curiosidad que despiertasiempre el misterio sin revelación.

Después del nombre del bizarro grupo históri-co, vino su indumentaria característica: el poncho, elchiripá, la vincha, el quillapí, el facón, las boleadorasy la bota de potro, voces casi todas de procedenciaindígena o adoptadas de la lengua de los pueblosvecinos, pero incorporadas de tal modo a nuestrovocabulario popular que han concluido por tomarcarta de ciudadanía para dar aire de familia y ahon-dar los rasgos del antiguo morador de nuestroscampos.

Tras la indumentaria siguieron las voces pro-verbiales, algunas de sabor tan sugerente que acusanal punto la perspicacia, nativa de ese ser rústico perointeligente; su espíritu supersticioso y la malicia re-tozona y chúcara en su expresión intensa que chis-pea en las negras pupilas y vaga siempre en loslabios del campesino, como una manifestación desu idiosincrasia mental, de las tendencias instintivasde su alma hidalga y varonil, henchida de luces ypenumbras.

Y fue cabalmente con motivo de esta locuciónproverbial - no es para todos la bota de potro- apli-cada por alguno a ciertos escritores que se imaginan

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hacer obra criolla con sólo imitar la jerga gauchesca,sin preocuparse de ponerle substancia adentro, quese planteó la siguiente cuestión que estas páginastienden a solucionar.

¿Es la bota de potro de origen rioplatense?Desde luego, es un hecho comprobado que el

cuero de las vacas y yeguarizos importados por losconquistadores, fue la materia prima empleada porlos pobladores del Río de la Plata en los usos másdiversos, desde la rústica tienda hasta esas múltiplesaplicaciones de la industria casera, que Sarmientodenominó la civilización del cuero; y fueron tam-bién las expediciones a los campos desiertos paracuerear el ganado cimarrón que había procreadolibremente, las que formaron los primeros núcleosde población a lo largo de los grandes ríos litorales.

De ahí nacieron dos voces nuevas en la literatu-ra colonial, ir de vaquería y changadores de ganadosque se refieren a la industria de la cuereada de lashaciendas cimarronas, a lazo y boleadoras en plenodesierto, donde aparece el gaucho intrépido comoactor en esa ruda brega con el bruto, el indio y lafiera que sirvió para templarle el alma y el músculo yle dio a la vez el carácter levantisco y la bravura te-meraria que le veremos desarrollar más tarde, en los

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romancescos entreveros de las guerras del tiempoviejo.

La vida a la intemperie en la pampa inconmen-surable o en las temerosas penumbras de los bos-ques ribereños, con todas las privaciones de la vidaerrante en la libre correría, sin poder proveerse mu-chas veces ni siquiera de los vicios -como llamabana la yerba mate, al tabaco y la caña- porque las esca-sas poblaciones quedaban lejos, los hizo ingeniarseentre otras prendas de la bota de potro para sustituiral calzado, y la cual bien pudo ser una imitación per-feccionada y hasta más elegante de la rústica uxutaintroducida por los quichuas en nuestras provinciasarribeñas.

En vez de la ojota de cuero de llama o guanacoque sólo defiende una parte del pie, privando de losmovimientos para estribar al jinete, no es aventura-do suponer que fabricara la bota de potro que cubreel pie y la pierna, dejándole una abertura en la puntaa fin de calzar el estribo.

Pero sea o no imitación, es lo cierto que fueronlos habitantes del campo -el gaucho o gauderio co-mo denominan Azara y Doblas a los vagabundosagrestes- quienes la emplearon sustituyendo así elcalzado de becerro español, que por su costo no

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podía estar al alcance de aquellos descamisados. Porlo demás, el ganado vacuno y caballar vagaba engrandes grupos por los campos desiertos y costababien poco trabajo el bolear un animal de cuerohermosamente pintado para fabricarse un par debotas muy cómodas y sobre todo muy baratas...

Y aquí cabe hacer notar que la bota de potro nofue en su orden de prioridad el primer calzado delgaucho rioplatense, sino la bota hecha con cuero devaca, por más que el nombre de la primera sea elque ha persistido a través de los tiempos.

Comprueba esta afirmación un acta del Cabildode Montevideo de agosto 25 de 1785, y en la cual elregidor don Josef Cardoso expresó: Que la largaexperiencia de los abusos que se cometen en lacampaña, conocida desde muchos años y que másdestruye los ganados, es el uso de la bota de ternerao vaca, únicamente con el fin de sacarle la piel nece-saria para las botas, pudiendo decirse que con talcostumbre se destruyen más de 6.000 cabezas deganado al año; por lo cual propuso la prohibición deesa clase de botas, sustituyéndolas por el uso de lade yegua, con lo cual se irán destruyendo las yegua-das alzadas que tanto perjudican a los estancieros.

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El Cabildo adoptó la sustitución propuesta porel regidor, y para cortar el abuso de raíz mandó eje-cutarla con imposición de severas penas, ordenandoque se recogieran incontinenti por las autoridadesde partido todas las botas de ternera y vaca, y que sequemaran públicamente en los extramuros deMontevideo14.

De aquel auto de fe nació la bota de potro en laBanda Oriental.

No he encontrado análoga disposición en lasactas del Cabildo de Buenos Aires, registrándoseúnicamente permisos para ir de vaquería con el finde hacer grasa y sebo y cuerear ganado cimarrón enlas tierras realengas. Pero no creo aventurado con-jeturar que entre nosotros debió ocurrir algo seme-jante, porque los usos y costumbres del gaucho enambas márgenes del Plata son idénticos y es unomismo el linaje que formó su tipo étnico, siendofrecuentes las inmigraciones de una a otra orillacuando los Prebostes de la Hermandad, vale decir lapolicía de aquellos tiempos, pretendía echarle la ga-rra para entregarlo al servicio del rey.

14 ISIDORO DE MARÍA, Revista del Archivo Ge-neral Administrativo, Montevideo, 1885, Lib. IV,pág. 398, y Montevideo antiguo, Lib. IV, pág. 25.

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El gaucho debió nacer, pues, desde que conpermiso o sin él empezaron las volteadas de hacien-da cimarrona, y debió ser entonces también que lanecesidad le obligó a fabricar un calzado para de-fenderse de los rigores del desierto.

Los escritores de la época no adelantan mayoresdatos sobre esta prenda tan característica de la in-dumentaria gauchesca. Solamente Azara en la His-toria del Paraguay y Río de la Plata, describiendo losusos de la gente de los campos, a que denominagauchos o gauderios, trae esta exacta pintura: "Lle-van también botas de medio pie -dice- sacadas deuna pieza de la piel de la pierna de potros o terne-ras, sirviéndoles la corva para talón"15.

Es sabido que Azara vino al país el año 1784 ypor tanto sus observaciones in situ son de las pos-trimerías del siglo, cuando ya el gaucho había surgi-do tal vez desde principios del mismo siglo, demanera que la referencia de este autor es sobre unaentidad social bien caracterizada en sus usos y cos-tumbres, que poco debían variar con el correr de lostiempos porque el apego a la tradición existió tanarraigado en su alma que siempre consideró desho-nor el no morir en su ley.

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El Lazarillo de ciegos caminantes publicado en1773 por Concolorcorvo, registra una animada y untanto fantástica pintura del vagabundo holgazán quevagaba por los pagos vecinos a Montevideo, al quellama gauderio, y si bien cita algunas prendas de suuso, como el poncho, el cuchillo y el lazo que dicellaman rosario -tal vez queriendo aludir a las bolea-doras que los criollos denominaban las Tres Marías-, no menciona, sin embargo, la bota de potro, comotampoco lo hace en la parte referente a los gaude-rios que encontró en la jurisdicción de Córdoba yTucumán, en su viaje hasta Lima16.

De esa omisión del interesante relato del escri-tor peruano no debe concluirse que tal vez no esta-ba en uso la bota en cuestión, porque otrosescritores que residieron largos años en nuestracampaña afirman, por el contrario, que su uso sehabía generalizado hasta entre los indios de la pam-pa.

En efecto, el padre misionero Tomás Falkner,en su Descripción de la Patagonia y de lar partes

15 FÉLIX DE AZARA, Ob. Cit., t. I, Pág. 307.16 CONCOLORCORVO, El lazarillo de ciego ca-minantes, en mi edición para la Junta de Historia yNumismática Americana, MCMVIII, caps. I y VIII.

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adyacentes de Sud-América, aparecida en 1774,consigna al final del capítulo V, ocupándose de lostehuelches, este dato comprobatorio: "Tanto loshombres como las mujeres usan una especie de bo-tas o medias hechas con los muslos de la piel deyegua y de potrillo: empiezan por quitar al cuero lagordura y las membranas interiores; una vez seco loablandan con grasa, lo hacen luego flexible retor-ciéndolo y se lo calzan sin darle forma ni costura"17.

Como se ve, el procedimiento tehuelche es elmismo empleado por nuestros paisanos para la fa-bricación. Y si el uso se había generalizado entre losindios, debieron ser los criollos cautivos -comocierto hijo del capitán Mansilla, de Buenos Aires,que residió seis años entre ellos, según refiere el P.Falkner -los que lo introdujeron en las costumbresdel indio.

Todas estas informaciones de procedencia in-sospechable comprueban, pues, acabadamente quela bota de potro fue una prenda original de la vesti-menta del gaucho rioplatense.

17 TOMÁS FALKNER, Descripción de la Patago-nia y de lar partes adyacentes de Sud América, pág.120.

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Con ella surge a la vida como entidad étnica deperfil inconfundible, allá en las soledades campes-tres de la época colonial; con ella lucha por la inde-pendencia del suelo nativo en los primerosmovimientos insurreccionales contra el yugo espa-ñol; con ella impera prepotente y soberbio en lamontonera de 1820, y bajo la tiranía de Rosas; conella vadea los más grandes ríos de la República paraderrocar al tirano y afirmar el imperio de la consti-tución federal; con ella se bate y muere altivo y he-roico en los esteros del Paraguay, y fiel al culto desu tradición, con ella se va, barrido por la ola cos-mopolita que está borrando los caracteres más ge-nuinos del pasado argentino.

IILA TABA

¿Es la taba un juego americano?Es bien posible que a muchos se les antoje

ociosa la interrogación, y contesten sin trepidar:"Pues, ¿quién lo duda?, si es más criolla que la ma-zamorra y el mate amargo esa diversión campera de

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tirar el hueso procurando echar suerte, para lo cualnadie aventaja a nuestros gauchos".

Yo también lo creía así hasta hace pocos días enque, suponiéndome versado en costumbres de latierra, se me hizo la consulta del caso, lo cual meobligó a rastrear el origen de esta diversión tan ca-racterística del paisano, para llegar al conocimientode lo que no sabía; y es que se trata de un juego im-portado por los conquistadores al Río de la Plata.

Desde luego, el vocablo taba no es guaraní, qui-chua o araucano, es decir, no pertenece a la lenguade las tres grandes tribus que más aporte de pala-bras incorporaron al castellano. Es, por el contrario,netamente castizo, con etimología arábica, pues tabaviene de kaba según Monlau, Roque Barcia y el dic-cionario de la Academia. En árabe, lab el kab es eljuego de la taba; de donde podría inferirse que talvez la costumbre fue importada por los moros a lapenínsula ibérica. Sin embargo, su origen es másremoto aún y proviene, sin duda, de la conquistaromana.

La taba, como es sabido, es un hueso que tienenciertos animales en el garrón, al que también se lla-ma astrágalo, y al cual los latinos denominaban talusestragalus. Según refiere Ovidio, llamábase talus a

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un dado para jugar hecho con un hueso del pie, y deahí las prohibiciones de la lex tallaria contra los quejugaban a los dados cuando el uso se generalizóhasta degenerar en vicio.

Ahora bien: ¿el talus romano era la taba? Segu-ramente, y a pesar de la creencia generalizada de queha sido en todo tiempo juego de gente vulgar, pue-de afirmarse lo contrario. Así se refiere que Sócra-tes, el célebre filósofo, se entretenía en jugar a lataba por las calles de Atenas. Y el poeta Lucianodice en Los Amores que tirando sobre una mesacuatro pequeñas tabas de gacela, de su disposiciónal caer dependía la buena o siniestra fortuna para elamor18. En las excavaciones de las tumbas greco-rromanas los arqueólogos han descubierto pequeñastabas de carnero y de cabra o imitaciones del mismohueso hechas en marfil, bronce, vidrio o ágata, loque comprueba que el utensilio perteneció a gentepudiente.

Como se ve, la afición a tentar fortuna con elconsabido huesito no es una invención de nuestroscriollos, no es fruto de la holgazanería gaucha, co-

18 OBRAS DE LUCIANO, versión española deBaraibar y Zumárraga, t. III, Los Amores, n° 16,pág. 57.

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mo se ha repetido tantas veces; sino herencia legadapor el conquistador y conservada por la tradiciónsecular y hasta perfeccionada como vamos a verlo, yeste dato me parece interesante para el estudio delas costumbres populares en el Río de la Plata.

Pero lo que es indudablemente más curioso aún,es que las mujeres de la antigüedad y hasta los niñoseran grandes aficionados a parar la taba. Se conoceun grupo antiguo en bronce llamado de los Astra-galizontes, que representa a dos hermosos niñosdesnudos jugando a la taba. . .

Entre las curiosidades del British Museum seconservan unas preciosas figurinas de terracota pro-cedentes de Tanagra, pequeñas de diez o doce cen-tímetros, pero de una perfección y delicadezaexquisita. Miguel Cané es quien nos ha contado eldescubrimiento con su prosa fácil y elegante: “Unasencogidas, otras en marcha, y aquellas jugando a lataba! Sí, encorvada una deliciosa estatueta sigue conavidez los giros del pequeño hueso, mientras supartner espera paciente el turno. Miramos con aten-ción y pudimos constatar que la taba había echado...lo contrario de suerte"19.

19 MIGUEL CANÉ, En viaje, pág. 63.

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El origen de este juego tan popular entre nues-tros campesinos tiene, pues, rancio y hasta nobleabolengo, y es de notar que los descubrimientosgrecorromanos, si bien prueban acabadamente suantigüedad, se refieren siempre a un hueso pequeñode carnero y de cabra o a su imitación en bronce,piedra o cristal, pero nunca se han encontrado, queyo sepa, tabas auténticas de vaca o de buey ni imita-ciones de éstas, que es cabalmente la única usadapor los criollos rioplatenses.

Y lo que se dice respecto de este juego entre losgriegos y romanos puede decirse también de Espa-ña. En efecto, el novísimo diccionario de la Acade-mia escribe para definirla: "Juego en que se tira alaire una taba de carnero, y se gana, si al caer, quedahacia arriba el lado llamado carne; se pierde si es elculo, y no hay juego si son la chuca o la taba".

De lo cual puede concluirse que el empleo de lataba de animales vacunos es una invención criollaque modificó con ven-taja el juego primitivo, pues,por su mayor peso, es más adecuada, y de ahí esaadmirable destreza que lograron algunos paisanospara clavar tiro a tiro el hueso, como se dice en lajerga popular.

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Y no solamente han perfeccionado el juego, si-no hasta inventado un expresivo vocablo para de-signarlo, concretando la forma verbal castiza a unasola voz: tabear.

Por de contado que la Real Academia, tan reaciaa estas voces nuevas que le llegan de Sud América,con olor a insurgentes -por más que las usen en laconversación algunos millones de habitantes-, no leha dado cabida aún en su discutido léxico oficialque sigue escribiendo con su forma arcaica: "jugar ala taba".

Así como en el lenguaje figurado y familiar sedice en castellano "tomar la taba.", -por empezar ahablar con prisa después que otro lo deja; mientrasaquí con el gracioso e intencionado decir campesi-no, para designar las charlas de mero pasatiemponuestros criollos dicen sencillamente y hasta me pa-rece que con más elegancia: tabear.

Y cuán grata suena al oído esa palabreja paratodos los que sabemos de cosas criollas y quién nolas sabe entre nosotros- puesto que evoca dulcesrecuerdos y reminiscencias de las horas ya idas parasiempre. ¿Cuál de los hijos de esta tierra no se en-corvó alguna vez poniendo el mayor empeño paraclavar el hueso sobre una cancha polvorienta?...

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Porque si bien esa diversión pasa por uno de lospocos entretenimientos del pobre paisano, en sushoras de tregua después de las rudas fatigas, es locierto que tuvo siempre muchos adictos en la clasepudiente y entre los encumbrados del poder. Cuentala tradición que Rosas y Quiroga fueron dos dies-tros apasionados y formidables que dejaron largafama. Y hasta se agrega que, en cierto momento degrave penuria para el tesoro de una provincia andi-na, hubo un ministro de Hacienda que extrajo de lasarcas fiscales los dos únicos cuatro bolivianos quequedaban y se fue a una pulpería donde el paisanajese desplumaba jugando a la taba. Su excelencia eraducho y en pocas horas logró acaparar una buenacantidad de onzas de oro para salvar las afliccionesdel erario...

El juego de la taba como diversión popular hapasado; ya no da la nota colorida y regocijada deaquellas estrepitosas reuniones del criollaje en laspulperías de antaño. Pronto serán objeto de curiosi-dad, a semejanza de cualquier cacharro indígena,esos blancos huesos gastados con el uso, que con-centraron en sus giros por el aire antes de caer alpiso de la cancha tantas miradas anhelantes.

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Guardo en mi colección de cosas criollas unavieja taba que tiene grabadas estas palabras que tra-ducen el fatalismo: "Esta loca no siente pena pornada" . . .

¡Ah! Y si esos viejos huesos hablaran como laroca de Loreley en la balada alemana, contarían a laposteridad las horas de alegría retozona con los de-cires intencionados, espirituales y bruscos del hom-bre de chiripá y la lacia melena, que jugaba y perdíaen aquellas contiendas toda su fortuna, con desgai-res caballerescos de un mosquetero o de un DonJuan.

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LA SELVA DE MONTIEL

I

NO SÉ SI EL PROPÓSITO que ha inspiradoel presente trabajo obedece al espíritu de curiosainvestigación preconizado por Saint-Beuve, al decir:-Cuando entro a un paraje célebre me place antetodo averiguar cuál es su historia-. O si sólo seráfruto de esa plácida manía que el erudito don JuanMaría Gutiérrez tan incisivamente caracterizó así: -A más del cigarro y del mate, hemos de tener otrosvicios, para completar el triángulo de nuestra perdi-ción; y ese tercer lado flaco, es la manía de embarrarpapel que nadie lee. . .

Salvando el talento y el buen gusto de ambosmaestros, espero que me será permitido poner bajo

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su égida mi caso que, en síntesis, es el siguiente: dedónde proviene el nombre Montiel de la gran selvaentrerriana.

Inoficioso me parece buscarle una filiación indí-gena entre las pocas palabras que se conocen de laslenguas habladas por las tribus minuanes y charrúasque habitaban la región de Entre Ríos en la épocade la conquista, ni en la misma lengua guaraní, por-que la voz es indubitablemente castellana. Y, sinembargo, ni el vocablo español monte, ni sus deri-vados montícola, montero, montuno, montaraz, niel histórico argentinismo montonero -ya incorpora-do al léxico por la Real Academia a pesar de su ori-gen insurgente- pueden darnos la clave para resolverel caso.

En efecto, Montiel es nombre propio de patro-no de fundo con antiquísimo abolengo, como pue-de verse en el capítulo II del Quijote, en que tratade la primera salida que del terruño hizo el héroemanchego en busca de aventuras: "Dejando lasociosas plumas, dice, subió sobre su famoso caballoRocinante, y comenzó a caminar por el antiguo yconocido campo de Montiel". Y añade la nota en laedición americana de Appleton: "Distrito de laMancha que comprende muchos pueblos. Su capital

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Montiel está sobre el río Jabalón, que va a morir alGuadiana. Allí sucedió la muerte del rey don Pedrode Castilla a manos de su hermano don Enrique, en1369”20. De lo cual deduzco esta premisa que con-viene fijar: que era costumbre entre los españoles eldesignar con el nombre del patrono, o dueño delfundo, a toda la tierra sobre la cual se extendía sudominio.

Ahora bien: ¿Cuándo aparece el nombre deMontiel en el territorio entrerriano? Según mis in-vestigaciones, en el año 1694, con motivo de unacesión de derechos al ganado vacuno cimarrón, he-cha por don Melchor Gómez Recio al P. Toledo,rector del colegio de los jesuitas de Corrientes, en laque, relacionando antecedentes, dice que su derechole fue reconocido en juicio contradictorio por ellugarteniente don Alonso Fernández Montiel21.

Y, pocos años después, en el informe del P. Po-licarpo Dufo al narrar la expedición que en 1715

20 El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha,Nueva York, t. II, Pág. 3.21 MANUEL R. TRELLES, Registro Estadístico deBuenos Aires, i86o, t_ II, Págs. 39, 55 y 66; yBENIGNO T. MARTÍNEZ, Archivo histórico deEntre Ríos, t. I, Pág. 54.

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trajeron los jesuitas de las Misiones para castigar alos indios infieles de Entre Ríos -partiendo del arro-yo Guabirabí Yuti, jurisdicción de la doctrina deNuestra Señora de los Reyes del Yapeyú-, se con-signa este dato sugerente: "De esta suerte llegamosal río Moqueretá (Mocoretá), donde hallamos a losvaqueros de la tropa del alcalde provincial de SantaFe, Antonio Marques Montiel"22.

Luego, en 1730, lo vemos aparecer nuevamenteen el cura fundador de la primera capilla de la Vir-gen del Rosario en la Bajada del Paraná, que lo fueel maestro don Francisco Arias de Montiel, según loconsigna el deán monseñor Juan José Álvarez, en sumonografía sobre la fundación de las iglesias delParaná23.He aquí, pues, dos apellidos de origen español que ami entender resuelven la cuestión. Si el nombre dela selva no es guaraní como lo son Uruguay, Guale-guay, Gualeguaychú, Mandisoby, Ayuy, Yuquery,Ibicuy, Yeruá, Chajary, Ñancay, Pospós, Guayquira-

22 MANUEL R. TRELLES, Revista del Archivo, t.II, pág. 245.23 JUAN JOSÉ ÁLVAREZ, Antecedentes históri-cos, 1887, Pág. 3; y BENIGNO T. MARTÍNEZ,Archivo histórico de Entre Ríos, pág. 113.

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ró, Mocoretá, etc., que designan ríos y parajes delterritorio, y cuya procedencia guaranítica es indubi-table a pesar de las adulteraciones que el tiempo y lacostumbre les han impreso, es preciso buscarlo en-tonces entre los nombres de los conquistadores deaquella región.

Y bien. Me inclino desde luego a creer que es elalcalde provincial de Santa Fe, don Antonio Mar-ques Montiel, quien ya en 1715 extendía sus vaque-rías por las soledades de la inmensa selva hasta el ríoMocoretá, es decir, al extremo frontero con el te-rritorio de Corrientes -animo domini- y, sin dudaalguna, con todas las prebendas de un poderososeñor alcalde de alta vara y espada y arcabuces parasustentar los fueros de su autoridad -el que ha deja-do impreso su apellido que la tradición ha perpe-tuado sobre la región que dominó exterminandopor el hierro y el fuego a los primitivos moradores.

Valga esta inducción -a falta de otra más autori-zada- que en 1896 enunciamos24 y que no creemosantojadiza, puesto que en tan corto espacio detiempo vemos aparecer el mismo apellido sobreaquel escenario selvático, usado por dos personali- 24 RECUERDOS DE LA TIERRA, 1896, índicealfabético, verb. Montiel, pág. 280.

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dades -un alcalde y un cura-, vale decir, por la espa-da y la cruz, esos dos símbolos de la conquista enAmérica.

La perpetuidad de los nombres de los primerosocupantes del suelo es un hecho abundantementecomprobado; y basta recorrer el mapa del territoriode esa provincia para seguir los pasos del conquis-tador y del misionero a lo largo de las corrientesrumorosas de sus ríos y arroyos, de sus montes ycuchillas, donde han quedado sus nombres evoca-dores, como si hubieran sido grabados con caracte-res indelebles para perpetuar el recuerdo de suscruentas hazañas.

Ahí están los nombres de Hernandarias, Carba-llo, Alarcón, Alcaraz, Sandoval, Almirón, Vergara,Monsalvo, Montoya, de fray Diego, fray Feliciano,San Alejo, San Cristóbal y el cerro de la Matanzaque señala una de las etapas más sangrientas de laextinción de dos pueblos indómitos: los charrúas yminuanes...

II

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Otro documento de la época de la conquistanos proporciona el dato decisivo para afirmar que elnombre de la selva proviene directamente del pa-trono o señor del feudo -cuyo origen señala el in-forme del P. Dufo, en ibis- y es la memoria elevadaal virrey Vértiz en 1782 por el comisionado donTomás de Rocamora, en la cual al hacer una prolijadescripción de las condiciones topográficas, pobla-ción, etc., dice lo siguiente: "...el terreno se dilatapor el norte con los cerrados Montes de Montiel,dirección de Corrientes, poco seguido en el día, pordesierto y expuesto"25.

Resulta, como se ve, que ya en 1782 se denomi-naban "Montes de Montiel”, los bosques intrinca-dos de la célebre selva que el visitador Rocamora,siempre minucioso y veraz en sus informaciones,califica de lugar peligroso, como lo era en verdad,porque sus dilatadas y misteriosas penumbras fue-ron el refugio de aquellos famosos "changadores deganados" que tanto trabajo dieron con sus audacescorrerías a las autoridades coloniales; o empleandoun pintoresco argentinismo, los gauchos matrerosen que había de encarnarse más tarde el espíritu 25 BENIGNO T. MARTÍNEZ, Apunte históricossobre la provincia de Entre Ríos, t. 1, pág. 161.

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empecinado y bravío de resistencia contra los inva-sores de su terruño, el día en que su caudillo Ramí-rez agitó al viento de las verdes cuchillas la banderade fajas blancas y azules, como un pedazo de cielo ysu rojo color de batalla26.

En el Atlas de la Confederación Argentina pu-blicado por el doctor Martín de Moussy, encontra-mos otro dato importante respecto del nombre quenos ocupa y el cual viene a comprobar la persisten-cia con que la tradición lo ha perpetuado sobre elsuelo de aquella región. Vese, en efecto, que el autordenomina "Vuelta de Montiel” a la desembocaduradel Paraná-Pavón frente a San Nicolás27.

Y este otro nombre indígena-español, ¿no re-cordará acaso al teniente alguacil mayor don JuanPavón, el inseparable compañero de aventuras deRuiz Galán, en 1539?28.

El dato consignado por de Moussy, sugiereademás la idea de que tal vez la primitiva posesiónde vaquerías del alcalde Marques Montiel se exten-

26 Montaraz, 1900, cap. IV y passim.27 MARTIN DE Moussy, Atlas, plancha VIII.28 MANUEL DOMÍNGUEZ, "El asalto del fuertede Corpus Cristi", en la Revista de Derecho, Histo-ria y Letras, t. 16, pág. 97.

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día desde la costa del Paraná-Pavón, siguiendo laparte alta y boscosa de la selva por ambas márgenesdel río Gualeguay hasta confinar en Corrientes conel Mocoretá, donde los soldados de la expedicióndel maestre de campo García de Piedrabuena en-contraron a los vaqueros de la tropa del alcaldesantafecino en 1715, como lo consigna el P. Dufo,cronista de la expedición jesuítica29.

Desde luego, tenemos dos puntos terminalesindicados por el mismo nombre: al sur la "Vuelta deMontiel”, al norte sobre las puntas del río Mocoretálos vaqueros de la tropa del alcalde Marques Mon-tiel, entre cuyos extremos se dilata la inmensa selvaque lleva cabalmente ese mismo nombre...

¿De qué otra persona podía provenir entonces?¿Existió acaso otro Montiel de más encumbradaposición que el alcalde provincial santafecino conjurisdicción territorial en esa época sobre toda laregión entrerriana? . . . No he podido encontrarlo,bastándose señalar un hecho bien conocido de losversados en crónicas coloniales; la ponderada jerar-quía encarnada en esos personajes que llevaban lavara de la justicia en nombre de la Sacra y Cesárea y

29 MANUEL R. TRELLES, lug. Cit.

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Católica Majestad, como rezaba el formulismo de laépoca.

El punto quedaría plenamente comprobadoexaminando el título de la merced de vaquerías so-bre ganado cimarrón que el rey debió acordar al al-calde de Santa Fe, y en cuyas reales provisionesexistirán los límites de la merced. No conozco dichodocumento, pero debe existir, porque habiéndosedeclarado bienes del Estado las haciendas salvajesque se habían multiplicado extraordinariamente enambas bandas del Río de la Plata, las autoridadesreales concedían permisos para ir de vaquería o seaa cuerear por negocio30, y tal vez han de encontrarsecopias de la merced en poder de alguno de sus des-cendientes que, por cierto, son bien numerosos co-mo en seguida se verá.

III

Recorriendo, en efecto, los anales de la con-quista, el apellido Montiel aparece con frecuencia apartir del año 1580, en que uno de los compañeros 30 MARIANO A. PELLIZA, El país de las pampas,Pág. 202.

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de Juan de Garay, Alonso Fernández Montiel, au-tentica la firma del bravo conquistador en el acto dediscernir el cargo de escribano de la ciudad de SantaFe, y toma después parte activa en el primer movi-miento insurreccional de los criollos por ejercer elgobierno de lo propio, el cual fue ahogado en san-gre31.

Y es, sin duda, de ese tronco vigoroso de la razaconquistadora de donde arranca el histórico apellidoque ha llegado hasta nuestros días exhibiendo vásta-gos tan prolíficos.

Así el Alonso Fernández Montiel, escribano deGaray, reaparece cinco años después, en 1585, enotro escribano don Juan Romano de Montiel, quesuscribe el acta de fundación de la villa de la Con-cepción del Bermejo, y figura entre varios capitanesen los bandos y revistas de armas de Santa Fe paracombatir a los indios en 1659, aunque mezclado yacon los Marques, Arias, Ortiz y Alzugaray; en 1725entre los fundadores del Rosario, y, en 1728, en los

31 RAMÓN J. LASSAGA, Tradiciones y recuerdoshistóricos, Pág. 135; EDUARDO MADERO, His-toria del puerto de Buenos Aires, t. I, Pág. 225, yMANUEL R. TRELLES, Revista patriótica del pa-sado argentino, t. III, Pág. 316

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expedicionarios al valle Calchaquí, vuelve a reapare-cer llevado por el sargento mayor don José MarquesMontiel, de la misma familia -dado el año y la pro-cedencia -que el alcalde don Antonio MarquesMontiel que ha dado su nombre a la selva entrerria-na32.

A partir de esta época es frecuente encontrarrepresentantes del apellido que se expande por todoel litoral argentino, se entronca a las familias del in-terior, salva los fronteras y llega hasta el Paraguay,para surgir allí con una aureola trágica de heroísmoy martirio.

En efecto, entre los conjurados de la revoluciónde 1821 contra el tirano Gaspar Francia, que fo-mentaba desde Corrientes el caudillo FranciscoRamírez, una vez terminada la guerra con Artigas,figuran varios oficiales Montiel que fueron fusiladoscon setenta y tantos compañeros después de serazotados por indios guaycurúes, en aquella mazmo-

32 MANUEL R. TRELLES, Revista de la Biblioteca,t. 11, Págs. 134 y 241; Revista del Archivo, t. 1, Pág.354; EUDORO Y GABRIEL CARRASCO, Analesde la ciudad del Rosario de Santa Fe, Págs. 51 a 59;y RAMÓN J. LASSAGA, ob. cit., cap. IX.

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rra que el bárbaro autócrata denominó, como unaironía: ¡Cámara de la brutal Verdad!...

Una de las primeras víctimas de esa matanza fueel capitán Montiel, que no habiendo sido herido demuerte en la primera descarga, se irguió altanero ygritando ¡viva la patria!, mandó como Murat que lehicieran la segunda33.

Como se ve, el apellido que aparece en Santa Fepor primera vez entre los compañeros de Juan deGaray, se había generalizado particularmente entrelos hombres de espada de aquella raza batalladora ytumultuaria.

En lo que se refiere a la provincia de Entre Rí-os, varias familias de antiguo lo llevan; el hecho seencuentra comprobado en las Cuentas del dineroinvertido por el general Urquiza durante las campa-ñas que realizó de 1842 a 1849, figurando en las lis-tas de revista muchos individuos de ese apellido34. 33 RENGGER Y LONGCHAMP, Ensayo históri-co, cap. IX y apéndice de LOIZAGA, Las víctimasdel tirano, Pág. 228; el doctor MANUELDOMINGUEZ, en su estudio crítico sobre LaAtlántida, confirma el hecho con nuevos datos.Asunción, 1901, Vol. 1, Pág. 24.34 Cuentas del dinero invertido, etc. Imp. del Uru-guay, 1850, Pág. 69 y passim.

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Finalmente en la batalla de Cepeda, en 1859, se-gún el parte del jefe de estado mayor general donBenjamín Virasoro, fue muerto durante la acciónuno de los edecanes del general Urquiza, el tenientecoronel don Juan P. Montiel.

IV

Se ve, pues, que en el transcurso de tres sigloslos representantes del apellido que motiva esta in-vestigación se habían generalizado profusamente,ofreciendo la particularidad de que, como en la re-mota fuente, los hombres más representativos quelo llevan pertenecen a la milicia de la espada o de lacruz.

Es posible que a más de uno se le antoje frívoloel asunto, pero me excusaré del pecado de haberloensayado repitiendo las palabras de un eminenteamericano que no lo hubiera desdeñado: don An-drés Bello, quien dice en sus Opúsculos literarios:"No es sólo útil la historia por las grandes y com-prensivas lecciones de sus resultados sintéticos; lasespecialidades, las épocas, los lugares, los individuos

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tienen atractivos peculiares y encierran tambiénprovechosas lecciones".

Por lo demás, pienso que una selva que tienepróximamente 25.000 km2, que ocupa la terceraparte del territorio de la provincia, que ha sido es-cenario de luchas y resistencias heroicas por eseamor acendrado del terruño, del que había de nacerla idea de la patria purificada con aquella pródigainmolación de héroes desconocidos, que hicierontriunfar el principio de la federación con el hierro desus pesadas lanzas, bien merecía una investigaciónsobre el origen de su nombre popular.

¿No se ha dado acaso en la manía de andar a ca-za de abolengos y títulos nobiliarios para halagarhueras vanidades criollas, a pesar de la abolición detítulos de nobleza decretada por la asamblea del añoXIII que ninguna ley ha derogado? . . .

Pues bien, espero que no se me juzgará de malamanera, si en vez de ponerme a rastrear problemáti-cas alcurnias con ese afán pueril del escudo heráldi-co, de la condecoración y del trozo de cinta, tan enboga en la hora presente, he ensayado esta modestí-sima contribución al estudio de nuestra geografíahistórica, procurando descubrir el abolengo de unpedazo de mi tierra natal.

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¿Tendría el alcalde provincial Antonio MarquesMontiel su escudo de armas registrado en el bla-són?. . . posiblemente, pues entre los Montiel que hemencionado hay dos que emplean la preposición deantecediendo el apellido, lo que denota posesión detítulo nobiliario -el escribano don Juan Romano deMontiel y el cura don Francisco Arias de Montiel-,siendo, por otra parte, un hecho averiguado que lamás alta nobleza de España figura entre los con-quistadores del Río de la Plata, como lo afirma ensus ramplonas rimas el arcediano Barco Centenera,en el canto IV de La Argentina:

...La gente que embarcó era extremadaDe gran valor, y suerte muy subida,Mayorazgos e hijos de SeñoresDe Santiago y San Juan comendadores.

Y si no lo tuviese, que no ha menester, puestoque tiene algo que vale muchísimo más, la ejecutoriadel apellido histórico grabada por la tradición secu-lar sobre un pergamino que ninguna polilla destrui-rá; en cambio, cualquier aficionado a disquisicionesheráldicas puede trazarlo, plantando un ñandubaysobre un campo de verdes trebolares, apoyada en su

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tronco nudoso la espada del conquistador y la lanzadel gaucho montonero, y al fondo el gran sol quetrasmonta la curva verdegueante de una cuchillapara fecundar con sus rayos los fértiles rastrojos . . .

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RAMIREZ Y MANSILLA

EN UNA DE ESAS fluentes y sabrosas "Pági-nas breves" con que desde las columnas de El Dia-rio suele expandirse a menudo el espíritueternamente in-quieto y vivaz del señor general Lu-cio V. Mansilla, acaba de formulárseme un cargoque, por venir de quien viene, me interesa levantar.

Después de haber borroneado tantas cuartillasocupándome de la obra ajena, me ha de ser permiti-do esta vez, por excepción, el que me ocupe de unaobra naturalmente muy querida: sub parvo sedmea...

Declaro desde luego que, al ensayar esta breveréplica, no me mueve un sentimiento de vanidadherida por disidencias de rumbos literarios, sino elculto por la verdad de un concepto gramatical e

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histórico al cual mi distinguido crítico ha calificadode "entuerto literario", proponiéndose enderezarlo,si bien con poca fortuna, según verá el benévololector.

El caso es el siguiente:Refiérese a una anécdota de Alma Nativa, en la

cual, para dar ambiente y tonalidad auténtica al epi-sodio, mencioné la actuación que en ella tuvo el pa-dre del señor general en estos términos: "A lamuerte del caudillo Francisco Ramírez -el supremoentrerriano del año XX- se apoderó violentamentede la situación uno de sus oficiales, el comandanteLucio Mansilla, jefe bravo, ilustrado y lleno de bríos,pero un tanto fanfarrón, que tenía además el peca-do de ser porteño, es decir, enemigo, según los sen-timientos localistas de aquella época de rudofederalismo. Su gobierno no podía, pues, ser popu-lar, como no lo fue. Algunos jefes se alzaron en ar-mas para derrocar al intruso; fueron delatados y laconspiración terminó ahogada en sangre con unespectáculo bárbaro: una horca levantada en mediode la plaza del Paraná, donde se colgó para escar-miento a uno de los cabecillas".

Si mi padre "era bravo, ilustrado y lleno debríos" --observa el general Mansilla- cómo podía ser

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"algo fanfarrón". Si esas tres cualidades tenía, cómopodía parecerse al tipo creado por Terencio en LosEunucos; porque fanfarrón, que es sinónimo depoltrón (Trasón, el soldado de Terencio), en nuestralengua y otras que también lo tienen, significa: elque se precia y hace alarde de lo que no es . . .

Por una razón bien sencilla; porque yo no heempleado ese vocablo con la acepción que él señala,puesto que dije: era bravo y lleno de bríos. No.Conscientemente usé la palabra con una acepcióncastiza, aludiendo a la arrogancia exagerada en elmodo de hablar y obrar, pues la voz fanfarrón, se-gún el diccionario enciclopédico hispanoamericanode literatura, ciencias y artes, viene del árabe "fanha-ra", ser arrogante, y de ahí las voces fanfarrear yfanfarronada que expresan acciones de arroganciaexagerada.

Y este defecto, tan difundido entre los militaresespañoles y por ende en los sudamericanos que re-cibieron por herencia esa característica señalada pornuestros historiadores como el culto exagerado delcoraje, nunca se tomó por término despreciativo alaplicarla con tal sentido a los militares argentinos.

Fanfarrones de esa laya fueron La Madrid, queentraba a los combates cantando vidalitas; Villegas,

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que se ponía su poncho blanco para que los indioslo reconocieran y se cortaba solo alancearlos; o Le-valle, que, al sorprender una noche la guarnición delpueblo de la Paz durante la guerra contra LópezJordán, mandaba tocar dianas para no pelear condormidos . . .

Feijóo, estudiando a Marco Antonio Mureto,dice que éste, en sus Notas cobre Catulo, notó enlos españoles el defecto de hablar hueco y fanfa-rrón. Y Quevedo también ya había escrito: la exalta-ción, la hinchazón, la arrogancia, la fanfarronería noson magisterio de Cristo...

Se infiere entonces que no pude decir que alar-deaba de un valor de que carecía, pues únicamentealudí a su arrogancia exagerada, a ese coraje criollodel cual dio buenas pruebas, como en 1845 en elcombate de la Vuelta de Obligado, cuando de piesobre el merlón de una batería dirigía la heroica de-fensa tomando mate, hasta ser derribado por ungolpe de metralla.

Pero el señor general, molestado, al parecer,pretende explicar la falta de popularidad del gober-nante con estas palabras de sentido anfibológico yfalsas en sus consecuencias, que obligan la rectifica-ción: "Si no fue popular, mucho debió contribuir a

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ello también el hecho de que la primera constituciónargentina que se dictó en esa tierra fue la que mipadre le dio a Entre Ríos".

Y bien, no; la causa fue otra y pertenece al do-minio de los hechos históricamente dilucidados.

Cuando en 1821 el caudillo Ramírez invadió aSanta Fe al frente de sus orgullosas caballerías paraexigir a su antiguo aliado Estanislao López y al go-bierno de Buenos Aires el cumplimiento del tratadodel Pilar, la escuadrilla entrerriana debía pasar conlas tropas de infantería y artillería a fin de tomar laplaza y apoderarse de los elementos bélicos que elcaudillo santafecino tenía acumulados en su ciudadfeudal.

El comandante Mansilla era segundo jefe de lastropas que atravesaron el Paraná, tomaron las bate-rías, pero no atacaron la plaza desguarnecida; y enseguida, obedeciendo a insinuaciones de éste, lastropas se reembarcaron y volvieron a Entre Ríosdejando así abandonado a su general que, aunquevencedor en un primer encuentro con la división delbravo La Madrid, veía frustrado su plan estratégico,pues tenía el gran río a su espalda y cerrándole elavance los ejércitos combinados de Santa Fe, Bue-nos Aires, Córdoba y Mendoza.

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Fue en aquella tremenda hora cuando el prepo-tente caudillo se irguió bravío sobre las barrancasdel Paraná, y señalando con un gesto heroico elabismo, dio a sus soldados la famosa voz de carga:"¡Muchachos, de aquí no hay retirada!", que consig-na Vicuña Mackenna en el Ostracismo de los Carre-ras, lanzándose contra el cerco de infantes y jinetesde La Madrid, que una vez más debía ceder el terre-no al impetuoso rival.

Pero aquel fugaz lampo de victoria conquistadopor la implacable lanza de doble media luna debíaser el último. Dos días después empezaron los de-sastres y la persecución a través de las pampas queseñaló un largo reguero de sangre durante cuarentay cuatro días, hasta que el arrogante dominador demuchedumbres -que podía decir como el Cid Cam-peador-

Por necesidad batallo;Y una vez puesto en la silla,Se va ensanchando CastillaDelante de mi caballo,

rinde el postrer aliento cual un paladín medieval endefensa de su dama gaucha...

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La muerte del caudillo, abandonado a su propiodestino después del retiro de la infantería y artilleríapor su subordinado Mansilla, en el momento másazaroso de la lucha, fue una consecuencia de eseacto que los hombres de la época calificaron de trai-ción combinada con Estanislao López para apode-rarse del gobierno de Entre Ríos. Así lo consignasin atenuantes el severo general Paz en sus Memo-rias, t. I, Pág. 387, y la Relación de los sucesos dearmar publicada en la Revista de Buenos Aires, t.VII, Pág. 75. El general Mitre también refiere el he-cho "del abandono del supremo entrerriano, colo-cado a la sazón entre dos ejércitos, cada uno de loscuales era más poderoso que el suyo". (Historia deBelgrano, t. III, Pág. 548).

Y el mismo Mansilla, pretendiendo vindicarsedel gran cargo, ha confesado en su Memoria pós-tuma, Pág. 35, que fue el autor de la retirada al Pa-raná con las mejores tropas de Ramírez,explicándola "por no querer desenvainar su espadacontra Buenos Aires" . . .

¿Por qué no se retiró él solo?... ¿Por qué invadióa Santa Fe, si sabía que aquél era el primer paso dela guerra contra la metrópoli?...

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He aquí explicado el secreto de esa falta de po-pularidad ante las gentes de una tierra que Ramírezdominaba desde diez años atrás; de la revolución del23 de septiembre que le dio el gobierno de la pro-vincia, empresa para cuyo logro fue ayudado efi-cazmente por los santafecinos de López y por lasfuerzas de Buenos Aires mandadas por el generalJosé Matías Zapiola, hecho que está confirmado porel mismo Mansilla en la comunicación del 4 de oc-tubre de 1821 al gobernador de Buenos Aires, gene-ral don Martín Rodríguez.

He aquí explicado el origen del levantamientoencabezado por los principales jefes de Ramírez:López Jordán, Anacleto Medina, Juan José Ovandoy el valeroso Lucas Piris, cuyo cadáver mandó col-gar en una horca en la plaza del Paraná para "es-carmiento de criminales invasores", el 19 de juniode 1822, y al cual alude mi episodio de Alma Nativa.

¿Invasores? ¿No defendían acaso el predominiode su terruño contra la invasión de tropas enemigasde Buenos Aires y Santa Fe para sostener a un in-truso?...

Sin embargo, Entre Ríos jamás se mostró in-grato a la memoria del gobernante que dictó su es-tatuto constitucional, aunque es sabido que Ramírez

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dictó antes su estatuto, con la colaboración de susministros Urquiza y Mansilla; así la recopilación deleyes, decretos y acuerdos oficiales se abre cabal-mente con los primeros actos de la dictadura militarencabezada por Mansilla, a quien se nombró gober-nador después confiriéndole el grado de coronel deinfantería, declarando que esa graduación era la másalta de la provincia; como le reconoció el reembolsodel dinero que, bajo el testimonio de su palabra,aseguró haber invertido en los trabajos de la reorga-nización institucional; como exoneró a su ministroAgrelo de la devolución de fondos públicos quecontra él se comprobó; como además de la medallabatida en su honor, se le acordó por sus serviciosuna suerte de estancia, hechos todos que se en-cuentran prolijamente documentados en el t. I de laRecopilación de leyes y decretos de la Provincia, y lo consignael historiógrafo Zinny en su Historia de los gobernadores, t.I, Pág. 450.

Finalmente, una de las estaciones del ferrocarrilde Entre Ríos, situada en las inmediaciones del pa-raje en que Artigas y Ramírez libraron uno de suslegendarios entreveros -Las Guachas- ostenta hoy elnombre del gobernador Mansilla. . .

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Estas explicaciones espero persuadirán a midistinguido crítico de que no existió propósito deni-grativo al emplear el vocablo de la referencia, y que,quand meme -usaré una de sus palabras favoritascon que se place en adulterar la lengua vernácula apesar de abogar por el más riguroso purismo-, pue-de contar con mi franca simpatía intelectual.

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EL GENERAL URQUIZA

LUGAR Y FECHA DE SU NACIMIENTO...

. . .Y la otra ciudad entre-rriana, la del Uruguay, se hallaconsagrada por el nacimientoy por las cenizas del héroecuyo recuerdo llena hoy el co-razón de todos los argentinos.J. V. GONZÁLEZ, Ideales yCaracteres, Pág. 187.

I

DESPUÉS DE LA reproducción facsimilar dela partida bautismal extraída de los libros parro-

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quiales de Concepción del Uruguay en 1821, quepublicamos en el Libro del centenario del generalUrquiza para rebatir la aseveración hecha por eldoctor Vicente Fidel López, en su Manual de laHistoria Argentina, de que aquél "era nacido enBuenos Aires y se hacía pasar por entrerriano",creíamos que la comprobación histórica sobre elpunto estaba agotada.

Debíamos suponerlo así, cuando el mismo es-critor refutado guardó silencio ante la prueba que leexhibíamos. Y si bien nos hizo saber -que iba a ob-jetar la probanza, el caso nunca se produjo; perohoy, después de muerto el ilustre historiador, susherederos acaban de reeditar en París el interesanteManual, en cuya lección LXIV puede verse ne va-rietur la singular afirmación que motivó mi crítica.

Además, dos hechos recientes han venido ademostrarme cuánto cuesta destruir un prejuicioarraigado en el vulgo...

En efecto, en un colegio de esta capital se dis-cutía hace poco sobre la participación del vencedorde Caseros en la organización nacional, cuando depronto salió a relucir la difundida conseja del origenporteño y la simulación de hacerse pasar por entre-rriano. Un alumno mencionó la reproducción foto-

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gráfica de la partida donde consta que nació y fuebautizado en la iglesia del Uruguay; a lo que un jo-ven profesor replicó entonces que no le constaba laautenticidad de tal documento y que existían prue-bas en favor de lo afirmado por el historiador Ló-pez.

Ante semejante dogmatismo, el discípulo novelno se atrevió a replicar, y una vez más el "magisterdixit" de los escolásticos quedó triunfante. Sin em-bargo, podía haberle observado que, de antiguo,todas las leyes otorgan fe plena a las atestaciones delos libros parroquiales, y que si un sacerdote -comoel venerable doctor don Juan José Castañer, en elcaso de la partida de Urquiza- certifica bajo su firmaque en los libros a su cargo se registra al folio tal elasiento original, nadie tiene derecho de poner enduda su autenticidad sin intentar probarlo.

Pudo igualmente haberle recordado que, muchoantes que el doctor López estampara su antojadizaaseveración, Martín de Moussy había escrito: "Elcapitán general don justo José de Urquiza era nativodel Uruguay, donde su padre, don José de Urquiza,español, casado con una dama de Buenos Aires,figura entre los principales propietarios de la pro-

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vincia en 1805, como comandante de todos los de-partamentos al Este del río Gualeguay"35.

Y pudo añadir aún que el erudito y verídicoZinny –según el propio calificativo del doctor Ló-pez- había publicado prolijos pormenores respectodel origen de la familia de Urquiza y el lugar de sunacimiento en el Uruguay, en la Historia de los go-bernadores, t. 1, Pág. 440; los que fueron corrobo-rados por Rivas en las Efemérides americanas yBenigno T. Martínez, uno de los escritores bien in-formados sobre los orígenes de esa provincia, ensus Anales de la provincia de Entre Ríos, y El In-vestigador, año 1, núm. 3.

Ante aquella falta de consideración hacia un do-cumento serio presentado por nosotros como unaporte de investigación histórica, me apresuré a pe-dir al joven profesor que tuviera la deferencia decomunicarme cuáles eran las pruebas con que podíaapoyar la aseveración del historiador López. Hubouna vaga promesa, no cumplida hasta el presente, ysospecho que jamás se cumplirá...

35 M. de Moussy, Description géographique et sta-tirtique de la Confédération Argentine, París, 1880,t. 111, pág. 119.

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El otro hecho me lo sugiere una efemérides pu-blicada en La Nación el día 118 de octubre, la cualdice textualmente: -1801- Nacimiento de Urquiza -En la Concepción del Uruguay (Provincia de EntreRíos), según la partida copiada más abajo, nace elgeneral don justo José de Urquiza, pues no faltaquien la haya impugnado con documentos oficialesy auténticos".

Como la partida transcripta es la publicada pormí en el Libro del centenario, y es, sin duda, un do-cumento insospechable; puesto que hasta está es-crita sobre el papel sellado del año 1821, ostentandoen su cabecera aquel curioso sello de la república deRamírez con una pluma de ñandú, tuve interés es-pecial en averiguar en qué consistían esos docu-mentos oficiales, con fuerza bastante paraimpugnarla.

Fue con ese motivo que oí mencionar el antece-dente dubitativo de que: Urquiza no debió nacer el18 de octubre sino el 9 de agosto, pues siendo Pre-sidente de la Confederación Argentina, alguna vezperdonó la vida a reos condenados a sufrir la últimapena en virtud de ser aquél el día de su santo.

Como se ve, ya la tan anunciada impugnacióndocumental ha descartado la conseja del lugar del

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nacimiento -que era el punto capital- para quedarconcretada a -la averiguación de cuál es la verdaderafecha del nacimiento.

Desde luego, conviene tener presente para me-todizar la controversia que día del santo y día delnatalicio son dos cosas muy distintas. Y, efectiva-mente, el general Urquiza -como ocurre a muchaspersonas- no llevaba el nombre del santo de su na-talicio, es decir, Lucas, que corresponde al 18 deoctubre, sino el de justo José, que corresponde al 9de agosto, día de San justo y Pastor, habiéndoseleagregado José, por ser éste el nombre de su padre.

Eran tradicionales en Entre Ríos las fiestas delsanto del general Urquiza, celebradas con granpompa en su residencia del palacio de San José el 9de agosto, siendo además feriado para las escuelaspúblicas y el colegio del Uruguay, habiéndose reali-zado en este último establecimiento en celebracióndel santo de su ilustre fundador, dos grandes certá-menes literarios el 9 de agosto de 1856 -1857, enque el gobierno nacional otorgó medallas de oro yplata como premio a los vencedores36.

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II

Vengamos ahora al documento oficial vaga-mente citado de memoria, porque no conozco nin-gún otro que tenga atingencia con el puntodebatido. Es un decreto de agosto Lo de 1854 fir-mado por el vicepresidente de la Confederación,doctor Salvador M. del Carril, y el ministro de Gue-rra, general don Rudesindo Alvarado, en el cual semanda sobreseer en la causa seguida por faltas gra-ves contra la disciplina militar al capitán don PedroEspíndola, invocándose en el primer considerandocomo motivo de la gracia: "que es hoy el feliz nata-licio del Excmo. señor Presidente de la Repúbli-ca"37.

Me parece que no ha menester gran perspicaciael lector para darse cuenta de los garrafales dislatescontenidos en ese decreto --obra de algún tinterilloministerial-, por el cual se hace nacer a Urquiza cin-cuenta y tres años después de haber venido al mun-do, y en un día que ni es siquiera el de suonomástico, pues lleva fecha del 10 de agosto... Notiene tampoco la firma del presidente Urquiza sino 36 Conf. Registro Nacional, núms. 3881 y 4275.37 Conf. Registro Nacional, núm. 3230

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la del vice del Carril, y como no emana del propiointeresado, carece en absoluto de importancia paracontradecir la única fecha cierta y auténtica, la con-signada en el asiento bautismal cuya fuerza probato-ria queda incólume a través de la maraña defantásticas consejas.

Y anticipándome a esclarecer otra duda que al-guna vez oí formular, de que quizá no existan loslibros parroquiales de donde se copió la partida delaño 1821, afirmo que existen en perfecto estado deconservación, y ofrezco aquí una nueva prueba a losincrédulos. Es la siguiente que conservamos ennuestro archivo:

Hay un sello de la provincia de Entre Ríos delaño 1901, valor de un peso, núm. 68346. -El infras-cripto cura y vicario de la Concepción del Uruguay,a solicitud del intendente municipal señor Wences-lao Gadea, certifica. Que en el libro 1 de bautismosdel año 1781 á 1803, al folio 331 se registra la parti-da del tenor siguiente: -El diez y ocho de Octubredel año mil ochocientos uno nació José Justo, hijolegítimo de don José de Urquiza, natural de la villade Castro Urdiales, en Asturias, y doña CándidaGarcía, natural de Buenos Aires; fue bautizado so-

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lemnemente con la imposición del óleo y crisma eldía veinte y uno del mismo mes y año por el padrejubilado Juan Claramonte; fue madrina por poder, ya nombre del doctor Pueyrredón, doña Matilde Mi-caela de Urquiza, de que doy fe. -José Basilio López.-Concuerda con el original á que me refiero de quedoy fe en esta ciudad del Uruguay, a los dos días delmes de Noviembre del año mil novecientos uno. -Angel Solessi, cura vicario38.

La precedente copia, además del sello de la pa-rroquia del Uruguay, está autenticada y rubricadapor el intendente municipal don Wenceslao Gadea yel secretario don Gregorio Izaurralde, en presenciade cuyos funcionarios fue extraída del libro parro-quial.

En el valioso archivo documental del historia-dor don Adolfo Saldías existe una carta fecha 25 denoviembre de 1861, subscripta por un eminenteciudadano, el doctor don José María Roxas y Pa-

38 La partida contiene un error geográfico al ubicarla villa de Castro Urdiales en la provincia de Astu-rias, en vez de Santander, puesto que Castro Urdia-les perteneció a Vizcaya hasta 1763 y desdeentonces a Santander.

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trón, cuya esposa doña Manuela Vivar era parientacercana del general Urquiza. En dicha carta se con-signan varios antecedentes ilustrativos, no sólo de lapartida de nacimiento, sino de lo dicho por Martínde Moussy y Zinny respecto del origen de la familiaUrquiza y su radicación en Entre Ríos.

Dice así:

D. José de Urquiza, el padre del general, era hijode una hermana de D. Mateo Ramón de Alzaga,quien tenía por el sobrino un gran cariño. El jovenUrquiza se casó sin consentimiento de su tío, conuna joven pobre del barrio del alto llamada Cándida.Fué tal lo que se irritó el orgullo de D. Mateo, quepuso en la calle á su sobrino. Urquiza, dotado de uncarácter fuerte, tomó á su pobre pero virtuosa mujery se fue á buscar fortuna al Entre Ríos, entoncescasi desierto. Allí con su trabajo y el de su esposa,fundó la familia de que es hijo el actual gobernadorde esa misma provincia, y el señor Urquiza mereceun alto elogio por haber hecho llevar con pompalos restos de su madre y puesto á su establecimientoSanta Cándida, título que conviene á las virtudes dela que le dio el ser.

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Tal es el origen del avecindamiento del animososantanderino don José de Urquiza -hijodalgo desangre notoria con casa y solar conocido, como diceel cronista de armas don Félix de Rújula en la eje-cutoria del escudo de la familia de Urquiza- en lascasi desiertas campiñas entrerrianas a fines del sigloXVIII39, en las que, rico ganadero ya, se le ve actuaral servicio del rey como comandante de los partidosal este del río Gualeguay hasta el mes de septiembrede 1810, en que hace renuncia del empleo por en-fermedad.

Su estancia estaba situada a tres leguas al nortede la villa del Uruguay, sobre la margen derecha delarroyo del Cordobés -que lleva hoy su nombre-, ainmediaciones del paso del camino a Colón, dondeaún se descubren los cimientos de piedra de unavasta población y corrales. Fue allí, según cuenta latradición provinciana, que el libertador de la tiraníay fundador de la unidad nacional abrió sus ojos a laprimera luz, siendo bautizado tres días después en la

39 Comprueba esta afirmación la circunstancia deque el nacimiento del primer hijo -Cipriano José-tuvo lugar en Gualeguaychú el 25 de septiembre de1789 y en cuya iglesia fue bautizado el día 30 delmismo mes y año. Manuscrito en mi archivo.

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próxima iglesia del Uruguay, como lo consigna supartida natal.

Traído muy niño a Buenos Aires para educarlo,ingresó al colegio de San Carlos en el que cursó lasasignaturas del programa de estudios. Vuelto a En-tre Ríos, su padre quiso dedicarlo al comercio yhasta se dice que le abrió una tienda, pero comoaquellas ocupaciones no se avenían con su tempe-ramento de luchador, abandonó en breve los nego-cios, entregándose al ejercicio de la procuración en1821 hasta que arrastrado por el turbión de la guerraencauzó al fin todas las energías de su espíritu en lacarrera de las armas, para destacarse rápidamentecon esos fascinantes prestigios de las gallardías delarrojo temerario, de la fortuna, de la gloria y de unavisión grande y serena de la patria redimida y orga-nizada.. .

El pueblo del Uruguay -la modesta villa colonialperdida allá entre las arboledas costeñas del arroyode la China-, que fue cuna de caudillos famosos,como Francisco Ramírez, y de generales como losdos López Jordán, Manuel Urdinarrain, ApolinarioAlmada y Miguel jerónimo Galarza, tiene, pues, in-discutible título para haber grabado en sus preclaros

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anales este nombre y esta fecha: Justo José de Ur-quiza - 18 de octubre de 1801.

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POR LOS COLORES DE LA BANDERA

ISOBRE LAS RUINAS...

LOS AMANTES de la producción artística nu-trida con savia de la tierra, de esa que busca inspira-ción en los asuntos genuinamente nuestros -criollospara decirlo de una vez- estamos de enhorabuena.

Con poco tiempo de diferencia, dos obras lite-rarias, de relieve descollante, acaban de surgir con-quistando el aplauso público, franco y entusiasta. Ycon este motivo la debatida cuestión del arte nacio-nal a base de asuntos y costumbres argentinas, traí-da de improviso al tapete de la discusión, haquedado planteada como un inquietante interroga-torio, para esos espíritus melindrosos que afanados

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por desvincular la producción naciente de lo quedenominan desdeñosamente el sedimento gauches-co, han fracasado en la estéril tentativa de crear tea-tro nacional, copiando asuntos y sentimientos depaíses exóticos que no se avienen ni con nuestromodo de ser, ni de sentir, ni con el ambiente origi-nal, ni con los usos y costumbres que aquí imperan,ni con los artistas encargados de interpretarlos.

Es el caso de repetir la sentencia de Zola: ¡laverdad está en marcha, y nada la detendrá! . . .

Constituye el primer acontecimiento, el triunfoindiscutido de Sobre lar ruinas... el hermoso dramade Roberto J. Payró que acaba de subir a la escena,después de una larga espera en las antesalas teatra-les, para triunfar al fin en toda la línea, como triun-fan siempre las fuertes creaciones imponiéndosepor la belleza de la verdad sugerente y avasalladorade que están impregnadas.

Sobre lar ruinas... es un rincón de la pampa,admirablemente transportado al teatro, con todo elaroma y el colorido, con todo el sentimiento melan-cólico y altivo del alma argentina de antaño, rebo-sante de verdad, de nobleza y de altos ideales. Es lalucha de las ideas inveteradas por la ignorancia y larutina, es el sedimento retrógrado de la tradición

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aferrada en el oscuro cerebro del pobre campesino -que desprecia el progreso porque viene de los grin-gos- contra la idea nueva de la civilización queavanza arrollando como una ola invasora a cuantose opone a su paso.

Don Pedro, un viejo estanciero enchapado a laantigua, encarna el espíritu terco y rutinario, contrael cual se estrellan las solicitaciones cariñosas de suhija Leonor y su sobrino Martín, dos de los suyosatados aún por la sangre al común linaje gaucho,pero que ya han evolucionado abriendo sus ojos a laluz del progreso. En vano le predican que hay quehacer desagües porque el nivel de las aguas ha cam-biado y que una inundación puede arrasarlo todo.Es inútil; el viejo no quiere salir de su condición, noquiere contramarcarse, ansía vivir y morir en su ley¡a lo que te criaste!

Con estas palabras sencillas y tan hermosamentereales que el espectador al oírlas, al ver el gesto dehuraño desdén con que se pronuncian, vuelve conel recuerdo los ojos al pasado creyendo estar frentea uno de esos rústicos hogares campestres de losque ya no quedaron ni los horcones, el autor sinteti-za con sobria y segura pincelada de maestro el almaimpermeable del viejo criollo:

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En este campito y en este rancho, que entoncesse consideraba una gran casa, nací yo. Aquí han na-cido Juan y Lionor. Aquí murió mi pobre mujer...Esta casa no se ha´etocar mientras Dios m'em-prieste la vida. Basta que no se caig'apedasos y no sehaga una tapera...: Aquí está toda la historia de unbuen paisano, y no quiero cosas que no me hablenal alma!...

La inundación llega, más formidable que nunca,arrastrando en su turbia correntada las haciendas, yel viejo, inquebrantable, sucumbe por ir a apuntalarlas paredes del rancho en que nació, fiel al culto desus amores, a esos cariños hondos que no sabenexpresar en su tosco lenguaje, pero que saben sentir,heroicos y altivos, hasta en los grandes infortunios.

Tras el cuadro rudo y desolante de la inunda-ción, que impregna el alma de inmensa tristeza, consu magnífica belleza dramática, surge como unadulce compensación, un idilio campero, la fusión dedos almas afines por el sentimiento -Leonor y Mar-tín- que se unen para alzar sobre las ruinas el nuevorancho, con costumbres antiguas, con corazonesgauchos, pero con ideas nuevas. Y tras esta apacible

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escena de tan tocante realismo que humedece in-voluntariamente las pupilas con porfiadas reminis-cencias del terruño, el telón desciende lentamenteentre irradiaciones de sol y de amor sobre las ruinas.. .

El asunto, como se ve, no tiene grandes compli-caciones; y, sin embargo, mantiene el interés en suscuatro actos, triunfando serenamente por el saborde las cosas nuestras, por su colorido regional, porla pintura' con colores duraderos de los caracteres ypor la luz de la verdad expresada sin ambages niprejuicios a que llega naturalmente el autor en posdel ideal concebido, dentro de un vigoroso y dra-mático argumento, ejecutado con arte admirable; elcual si no resulta en ciertos pasajes más verista, noes por culpa del escritor, sino de la deficiente deco-ración escénica que no lo revistió del ambienteapropiado, de todo el perfume del paisaje campesi-no, como ocurre en el espléndido cuadro del primeracto, que quedará como algo de lo más hermoso dela producción teatral argentina.

Yo de mí sé decir, que pocas veces he experi-mentado una evocación más sentida y deliciosa quehaya despertado en mi corazón las melancólicas

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añoranzas de un pasado que embellece la luz de losrecuerdos . . .

Payró ha señalado con esta obra de mérito in-discutible, el derrotero. Se puede hacer obra de artecon asuntos criollos; se puede poner en pugna elespíritu retardatario del gaucho con las ideas nuevasdel progreso, sin que del contraste surja ningúnsentimiento de amargo reproche por la ignoranciade que ellos no son culpables, ni ese desdén petu-lante de los que desdeñan al pobre paisano por loque es hoy, sin reparar en lo que fue ayer; sin res-petar la gloriosa tradición que encarnan sus sacrifi-cios; sin recordar que ellos ayudaron a forjar estapatria con el empuje de su brazo y con la pródigainmolación de su sangre generosa.

El autor lo dice con sincera verdad. Ni el hom-bre de ciencia, ni el trabajador estudioso, ni el hom-bre primitivo, vale más uno que otro. Cada cualdesempeña honradamente el papel que le ha tocado."La vida tiene crueldades, pero no la de que las rui-nas sean eternas, ni tampoco la de que todo lo viejodesaparezca arrastrado por el turbión como un gui-ñapo, sin merecer una mirada, ni una lágrima.. .”

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IIEL GAUCHO

Insensiblemente ha corrido la pluma, trotandocon la rienda suelta -como aconsejaba madame Stäelpara que la idea encuentre sola su paso y su camino-sin apercibirme de que al empezar prometí ocupar-me de otro acontecimiento literario que, si bien noha alcanzado la resonancia ni el éxito franco deldrama de Payró, es digno de señalarse por las cir-cunstancias en que se ha producido, y por tratarsede un legítimo triunfo de la causa criolla.

En la brillante fiesta de los juegos florales reali-zados por la asociación patriótica española en elteatro de la ópera, causó gratísima impresión elpremio discernido por la hermosa reinal del torneo -una morocha de ojos garzos, todo un prestigio denuestra tierra- a un joven hasta entonces desconoci-do que surgía desde la penumbra provinciana pararecibir ante aquel selecto concurso la simbólica con-sagración.

Horacio B. Oyhanarte, laureado con la medallade oro del gobierno de Chile por su canto El Gau-cho, es un adolescente, casi un niño. Nacido en lacampaña de Buenos Aires, ha entrevisto en las bri-

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llazones pampeanas la sombra melancólica delerrante jinete que se pierde entre las lejanías miste-riosas del crepúsculo con la guitarra a la espalda,según el bello símil de Obligado; ha recogido en eleco gimiente de los tristes la historia de sus grandesdolores y sacrificios, y ha venido con la encintadavihuela de los payadores a cantar en trovas fluentesy sentidas, ante los esplendores feéricos del másaristocrático teatro de Buenos Aires, la evocaciónprestigiosa del gaucho de antaño.

He aquí dos de las décimas más felices por laexactitud de la evocación histórica y el perfil moraldel paisano:

Yo fui la savia volcadaEn la guerra fratricida,La que corrió por la heridaDe la patria desangrada;Fui la primera avanzadaContra el despotismo extraño,He sido el primer peldañoDel progreso en el cimiento,El que no se dobló al vientoNi al peso del desengaño.

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Soy el que en noche sombríaCruza los campos cantandoCanciones que van dejandoNo sé qué melancolía;Soy el que lleva por guíaComo una estrella fulgente,La miradita sonrienteDe la criolla que le adora,Cuya luz es una auroraQue va estampada en mi frente...

No entra en mi propósito señalar los méritos deesta composición, ni sus lunares o deficiencias -quebien pudieran excusarse por la corta edad del autor-,ni discutir la escasa originalidad con que ha tratadoun tema traqueado, sin lograr imprimir a la airosafigura del legendario centauro, ese vigoroso y artís-tico relieve que surge de las décimas del Lázaro deGutiérrez, el Santos Vega de Obligado, el Rumbo yel Entenao de Regules, para no citar otros.

Sin embargo, estas salvedades no amenguan ellegítimo triunfo del simpático poeta que, así de gol-pe con merecida fama, se incorpora a la falange delos cultores del criollismo. Sea bienvenido.

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Oyhanarte será un dechado de talento si no sedeja marear por la aduladora e inconsciente vocin-glería; y, escuchándose a sí propio, siente las palpi-taciones del alma nacional y se pone a la tarea conamor de artista verdadero, para darnos la obra sen-tida y hermosa que hay derecho a exigir de su frescay lozana inteligencia.

Entretanto vaya el ardoroso saludo a la banderade mis amores, al verla avanzar ondulando victorio-sa hacia la cumbre excelsa; y en presencia de estostriunfos que confortan y arraigan el ideal, puedodecir, ni orgulloso ni modesto: ¡eres buena bandera!. . .

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FRAY MOCHO

LOS AMIGOS de Caras y Caretas me imponenla dolorosa tarea de dar la más triste de las despedi-das, la que enturbia de lágrimas las pupilas y ponesollozos en la palabra que tiembla al modularla, y noencuentra respuesta... Cumplo el piadoso deber conel alma destrozada por esta absurda ley de la vida,que nos arrebata de improviso momo si se gozaraen hacer la desgarradura muy honda- a los seres máscaros, cuando tras dura brega han pisado la meta delos vencedores y la mirada columbra despojadosrumbos.

¡Ah, qué cruel es el emboscado destino quetrunca así las esperanzas, las visiones del éxito cer-cano que ya auguraba el consenso popular, y la au-reola del renombre indiscutido, para venir a colgar

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funerarios cendales sobre tantas alegrías engañado-ras!. . .

José S. Álvarez -el Mocho- como le decíamosfamiliarmente todos los que le amábamos, abre-viando el seudónimo del festivo psicólogo popular,se lo debía todo a su propio esfuerzo. Había pelea-do bravamente la vida, había sufrido ocultando laslacerantes heridas con aquella risa juguetona quesólo la muerte pudo arrancar de sus labios, y habíavencido destacando su personalidad de escritor na-cional, con perfiles netos, inconfundibles. Solo, lu-chando para vivir y atesorando al mismo tiempo esaexperiencia que, como un misterioso sedimento,van dejando los años en los cerebros que piensan,desde aquel día ya lejano en que semejante al Po-quita cosa, de Daudet, abandonó la aldea natal enbusca de nuevos horizontes, y pisó las calles deBuenos Aires, pobre y desconocido, y donde llegó aser lo que era, a valer lo que valía: ¡cuántas amargu-ras, cuántas “perrerías", como solía repetir, no ha-bían hecho sangrar ese corazón abierto siempre alas más nobles expansiones, al culto inalterable delos afectos!

Y todo lo sufrió con una rara altivez, con esepudor viril de las almas bien templadas que jamás

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dejan escapar los murmullos dolorosos de las penashondas, respondiendo a los embates de la malasuerte con alguno de sus sabrosos cuentos criollosen que derrochaba la sal de su fina e intensa ironía.

Yo soy duro, Martín, como los ñandubayses denuestra tierra; ¡no me entra el hacha así no más! -medijo alguna vez en sus horas de tristeza fugaz. Y enseguida, borrada la nube que entenebreció por unmomento aquella frente amplia donde había tantotalento, le veía ponerse animoso a la tarea, y lascuartillas de letra menuda, casi sin enmendaturas,iban llenándose sin apuro ni desaliento hasta termi-nar el cuento, la tradición o el libro empezado.

Así nació ese sabroso Viaje al País de los Matre-ros, cuya génesis fue una inmensa pena, la heridaabierta por una negra ingratitud; y así brotaron enseguida los croquis coloridos del Mar Austral, conque respondió a los críticos que sólo habían encon-trado un escritor colorista en el primero, negándoleimaginación.

Pues bien, el viaje y las aventuras relatadas enMar Austral, son obra de pura imaginación, porqueel travieso autor nunca vio un lobero, ni esas roque-rías abruptas, ni sintió en el rostro las caricias de labrisa salobre de los mares australes que jamás visitó;

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pero el libro fue saludado por la crítica, que le con-cedió de buen grado lo que antes le negara, y hastasé de un viajero que daba fe en mi presencia de ha-berlo visto por aquellas soledades. . .

¡Cómo se reía socarronamente Fray Mocho detodas estas cosas que le daban tema para bordaralguno de esos admirables cuentos verbales en queera una especialidad!

Causeur de buena cepa, con un arsenal inacaba-ble de anecdótica criolla, sabía pintar con un rasgo,con una frase feliz, un carácter, una época, una ac-ción generosa o una ruindad; manteniendo suspen-so al auditorio de su palabra pintoresca, irisada dechispas de talento, de gracia fluente, expansiva, sa-turada de esa velada malicia retozona que le inunda-ba el pecho y hacía brillar sus ojos pardos ytraviesos que la muerte ha helado para siempre...

Y aquel ser que parecía tan feliz, tan alegre co-mo las burlonas calandrias del amado terruño al quevolvíamos siempre con el pensamiento en nuestrasanimadas charlas, sufría; había dolores físicos quelabraban su organismo enfermizo, que lo hacíanpalidecer de repente interrumpiendo el relato conun golpe de tos, pero en seguida renacía la alegríapara terminar la picante historia con una de esas

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intensas observaciones en que volcaba su ingenio amanos llenas.

Saturadas de ese espíritu observador y sagaz quesabía deslizar la aguda ironía poniendo su frase en lallaga, satirizando hueras vanidades y ridiculeces de latierra, aplastando alguna mentida reputación con unchiste que clavaba como una flecha en medio delblanco, está su obra dispersa en seis años de rudalabor en las páginas de Caras y Caretas, a la que ha-bía consagrado todas las energías de su inteligenciapoderosa, la sal de su ingenio peregrino que burbu-jeaba en los puntos de la pluma, hasta imponer larevista al público que la buscaba como una necesi-dad imprescindible, por más que el lenguaje em-pleado no satisficiera a ciertos paladares exquisitos,enfrascados de elegancia, que no veían la finísimaintención del escritor popular, pero que olvidadosdel estiramiento convencional, caían a la huella parasolazarse con los graciosos idiotismos del lenguajecallejero que Fray Mocho explotó con tanto éxitoen sus sabrosos cuadritos de costumbres bonaeren-ses.

Dentro de ese ambiente popular del conventilloy del suburbio, hay muchas observaciones de mor-diente psicología que saltan del estrecho marco en

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que él aparentemente las ubicó y se expanden engeneralización, que a todos nos alcanza... El día enque se reúnan en libro las más selectas páginas deltalentoso escritor, se admirará el inmenso caudal deingeniosa observación, el derroche de gracia inten-cionada y picaresca, que contienen esas notas decrítica social, en las pinturas admirables de sus bo-cetos llenos de viviente colorido.

¡Y todo esto ha muerto! Todo eso se ha ido sinexteriorizarse en la obra que todos presentíamos,cuando ya libre de afanes, con los caminos y los ho-rizontes abiertos, iba a entregarse a la tarea rebo-sante de esperanzas y ensueños; y he aquí que lamuerte nos lo arrebata apagando la vida de sus ojosrisueños, cegando la sana alegría que tenía en elfondo de su gran corazón.

Ha muerto y aún nos parece sentir su risa, aúnnos parece oír el timbre de su voz cariñosa, aún nosparece ver el brillo de su mirada picaresca, relampa-gueante de inteligencia, y apartamos la vista de lablanca cuartilla para mirarlo sentado en el sillón -que ocupó tantas veces... para reanudar las charlasde nuestros recuerdos, comenzadas allá en el auladel colegio del Uruguay y mantenidas con el afecto

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que no empañó una sola nube en treinta años deinalterable amistad.

Ha muerto, pero su recuerdo no morirá en loscorazones de los que le amaron y le admiraron, enlos que le llevamos con el alma angustiada hasta lamuda tumba y regresamos tristes y silenciosos paravolver a la vida de la gran ciudad que él tanto amó,cuyos tipos populares pintó en páginas coloridasque no morirán, con su lenguaje sabroso y pintores-co en que puso su sello de escritor costumbrista yoriginal.

Su huella literaria es breve, pero ha de ser impe-recedera. Fray Mocho tiene ya imitadores que pro-curan copiar sus diálogos jugosos y picantes, aunquela gran mayoría sólo logra enrevesar más la endia-blada y bizarra ortografía inventada por el traviesoautor, sin preocuparse de matizarlos con esa obser-vación intensa que es precisamente la característicadel festivo escritor. . .

Esos tipos callejeros del mayoral, el vigilante, laplanchadora, el carrero, el cuarteador, el compadri-to, el habitante suburbano y el viejo criollo que FrayMocho dibujó con tanto amor, quedarán como undocumento característico de una época, como esosgrabados a que los pintores y escritores del futuro

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recurrirán para saturarse en esa obra de verdad,buscando el perfil de los tipos que se pierden, elrasgo característico de las costumbres que se extin-guen o pervierten, pero que resucitarán en las pági-nas del escritor caído en plena juventud.

Sobre su ataúd, que cubrió de flores y de lágri-mas la amistad, puede repetirse el pensamiento deTaine hablando de Alfredo de Musset: "Ha sufrido,pero ha inventado; ha desfallecido, pero ha produ-cido...”

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ANTONIO DEL NIDO

BAJO LA DORADA luz de una apacible tardeleía ayer, con encanto siempre renovado, las páginasespirituales y alegres en que el poeta Henry Murgerrelata las múltiples peripecias de sus Escenas de lavida de bohemia. El admirable escritor que terminósu existencia como la adorable Mimí sobre el solita-rio lecho de un hospital, tenía embargado todo miser con esa dulce melancolía que pone lágrimas so-bre nuestras sonrisas, cuando la lectura fue inte-rrumpida por un mensaje que no contenía más queestas palabras: del Nido ha muerto.

Conocía la implacable sentencia a que estabacondenado, pero la fatal noticia llegada así de im-proviso me inundó de inmensa tristeza. Quería mu-cho a esa noble y levantada inteligencia, que acaba

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de entrar al reposo eterno en esta hermosa estaciónde las flores y de los cantos jubilosos de las aves queanuncian la cercana primavera; en este mes de lasvioletas y de las rosas que él tanto amó, y que conarte tan primoroso, con tan delicadas gradacionesde matices, sabía animar sobre el lienzo su diestropincel; por eso antes de dejarlo en el seno de la tie-rra materna quiero deshojar como una ofrenda grataa su memoria estas flores de mi cariño...

Era un artista. Uno de esos raros espíritus ar-mónicos y selectos en que palpitaban rasgos de lavieja hidalguía castellana -romántica y altiva-, queparece ennoblecer la deleznable arcilla humana paradestacarla sobre el común nivel. Almas extrañas queatraviesan las asperezas de la vida sin contaminarsey que se hunden en la muda sombra ensimismadasen su quimera, anhelantes y siempre incansables enla persecución de un ideal.

Así ha partido este artista arrebatado en horatemprana, sin haber exteriorizado cuanto valían to-dos los tesoros de belleza atesorada por una ricafantasía y que con él se van grabados en la retina desus grandes y soñadoras pupilas moriscas ya sinluz...

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Gustó las embriagadoras sensaciones del triunfosin que le envanecieran; se retempló al contrariocon el estímulo del aplauso que fue sólo acicate paradarle bríos, aspirando ir más allá, con la vista fija enlas cumbres excelsas del arte porque sabía que nohabía llegado. Sintió también alguna vez el aullidoáspero de aquella pantera con que el Dante simboli-zó la envidia, y no se arredró. Altivo y fuerte, guar-dó silencio y volvió a la tarea con nuevosentusiasmos. Equitativo, benevolente, hasta excesi-vo quizá para apreciar los méritos de la obra ajena,no oímos jamás brotar de sus labios un conceptohiriente ni aun tratándose de aquellos que acababande inferirle un agravio.

La herida quedaba oculta en el fondo del almasin que el dolor le hiciera perder su serena apacibili-dad. Fui [su] confidente en más de una ocasión ypuedo decir que el hombre valía tanto como el ar-tista. Por eso en torno de su tumba no han de reso-nar sino ecos entristecidos lamentando esta realmala ventura para nuestro arte naciente, en el cualdel Nido era algo más que una halagüeña promesa.

Español de origen, pero argentino por el cora-zón, por las ternuras del hogar aquí formado y porel amoroso afán con que estudiaba el ambiente del

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país que le inspiró algunas de sus obras más cele-bradas, como Una tapera, premiada con medalla deoro en la exposición artística de 1903, amaba losasuntos nacionales cuya belleza sentía, soñando po-der alguna vez -libre de los reatos de la enseñanza aque vivía consagrado- fijar en la tela algunas de lasobras que iban revelando ante sus ojos ávidos laspáginas de la historia nacional, y nuestras animadascharlas sobre las pintorescas escenas de la vida deantaño.

-La paleta vigorosa de la Valle está envuelta enfúnebres crespones; yace olvidada y cubierta de pol-vo como el arpa en la rima de Becquer. ¡No habráun artista de esta tierra que prosiga su hermosaobra! -me dijo alguna vez vibrante de ardoroso en-tusiasmo.

Noble anhelo que la muerte brutal viene a trun-car dejando inerte la diestra mano todavía maculadacon los colores de la última labor...

Y lo -que son las coincidencias con que el em-boscado destino combina sus lúgubres dramas. Dela Valle cayó fulminado en la sala de la academia debellas artes al pie de su Malón, como si en aquellapostrera mirada al cuadro famoso hubiera queridoseñalar a sus discípulos el derrotero. Así muere del

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Nido dando los últimos toques a una obra deacentuado colorido argentino.

Me detengo con melancólico placer en este cua-dro a cuyo génesis asistí. Leíamos una tarde la tradi-ción de la Lux mala de Rafael Obligado donde pintaaquellos lentos viajes de las antiguas carretas a tra-vés del desierto, con esta magnífica onomatopeyade sugerente colorido:

...Al tardo paso sujetas,De los bueyes, enfiladas,Salvan lomas y quebradas,Y en el trébol florecidoHaciendo áspero ruidoHunden sus ruedas pesadas.

Del Nido, distraído al parecer, trazaba un cro-quis en su cartera mientras yo leía las rotundas dé-cimas.

Pocos días después sobré un caballete del tallerse veía una gran tela casi terminada: era el grupo deLa tropa de carretas que, en la azulada niebla del solponiente, avanzaba hacia el vado de un cañadón,moteado con los verdosos manchones de las plantasacuáticas tan características de nuestras tierras bajas.

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El asunto no era el mismo cantado por el poeta,por más que de allí hubiera tomado la idea genera-triz; pero el artista había puesto su nota personal nosólo variando la disposición en la marcha de las ca-rretas, sino agregándole el retazo de bañado queestá pintado con una seguridad de tonos y una fres-cura de empaste admirable. La pampa adusta habíaperdido la monotonía de su inmensa planitud con laagregación del trozo de agua del bañado, y este solodetalle acusa su sentimiento artístico y su probidad.

De igual vigor de expresión es La majada, unbello paisaje pampeano con toda la suave melanco-lía de los crepúsculos. El asunto es sencillo, casirústico, pero sugerente. En la llanura que empieza aensombrecerse con la noche que baja, se destaca unpeoncito a caballo arreando una majada. Al fondoparpadea la llamarada del fogón de un rancho lejanosobre la pequeña mancha gris de las ovejas que ca-minan apretadas, llamando al cordero extraviado enel pajonal del desierto. Un sutil efluvio campestreparece flotar en torno de aquella mancha, que dejaen el espíritu de cuantos la contemplan esas tiernasañoranzas que, sin saber por qué, buscan el senderoescondido del corazón...

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Fueron estos sus últimos trabajos de ambientecriollo, con los cuales se diría que hubiera queridotestimoniar su cariño a la tierra que le cobijó y encuyo seno van a reposar sus despojos, al abrigo delos cariños conquistados por la nobleza de su inteli-gencia y las afecciones de un alma vibrante.

Fue Miguel Cané -ese otro espíritu luminosoque ayer no más caía fulminado por la muerte-quien descubrió hace quince años en Madrid, visi-tando el taller de Moreno Carbonero, a un jovenpintor que daba los últimos toques a una escena delas campiñas andaluzas, pintada en pleno aire, consus verdes alamedas bañadas del sol que reverbera-ba como ascua de oro sobre los rojos tejados de unaventa, a la orilla del camino polvoriendo bordeadode eréctiles pitas y de cardos en flor. Cané contem-pló con amor el cuadrito, y dirigiéndose al joven, ledijo con aquella su palabra insinuante y rica deacentos acariciadores:

-Se diría que éste es un retazo de mi tierra; hayaquí las claridades azuladas de su límpido cielo, vi-braciones del aire y del sol de la pampa; esos cardosy esas pitas me traen un hálito de las antiguas quin-tas porteñas. Si usted se fuera allá, haría camino

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porque sabe interpretar la naturaleza con amor ymucha verdad.

Aquellas palabras alentadoras despertaron en eljoven pintor el deseo de conocer nuestra tierra, ypoco tiempo después arribaba a Buenos Aires, po-bre y humilde como son casi siempre los artistas devaler, por más que no fuera un advenedizo.

Discípulo de Muñoz Degrain en la escuela debellas artes de Málaga, Antonio del Nido había he-cho sus cursos completos con Sainz, Pelayo, Gros yotros artistas que han destacado su personalidad enla madre patria. Recién egresado de las aulas, en laexposición de Madrid en 1884, obtenía un honrosopremio con su cuadro Una aventura del Quijote,que fue adquirido para el museo de Huelva, su ciu-dad natal.

Residiendo en La Plata desde el día de su arriboa estas playas, ha vivido luchando sin desmayar enun ambiente tan poco propicio para las especula-ciones artísticas. Su profusa labor no ha sido, sinembargo, estéril, y muchas de sus telas como el Rin-cón de Andalucía, Final de fiesta, La bendición delestandarte, Riberas del Río Santiago, La tropa decarretas y sus primorosos cuadros de flores y frutas,

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figuran con honor en las galerías de nuestros aficio-nados.

Sentía nuestra naturaleza, y tenía impregnada elalma de esa dulce melancolía de los crepúsculospampeanos; la luz que cabrillea en los juncales delbañado o que rueda como cendales fantásticos deplata con la brillazón por las lomas; las aguas quietasde las charcas; las figuras garbosas de los gauchos ylas alegrías de los bailes nacionales, no eran un se-creto para su diestro pincel.

De su manera de interpretar los asuntos criollosqueda Una tapera, un bello y sugerente cuadro ar-gentino saturado de esa suave tristeza que evocaante la mirada de los que sabemos sentir las cosasdel terruño, toda la tierna y conmovedora poesíaque parece flotar en torno de los toscos horconesque la maleza va cubriendo como un sudario dedensas sombras . . .

En mis correrías he visto muchas taperas enmedio de los campos abiertos, en las soledades delos montes, entre los pajonales de los bañados o alborde de los arroyos de mi país; y, al contemplaresta tela luminosa, he sentido despertar en la memo-ria las antiguas imágenes; como en presencia deotras tristes ruinas, sentí ante éstas la curiosidad de

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saber quiénes fueron sus habitantes y cuál fue elaletazo de infortunio que un día apagó la luz y laalegría bajo sus rústicas techumbres... ¡tapera, casaque fue, como dice su nombre guaraní!

Pero fue sobre todo maestro, y de su fecundaobra de educador artístico, de precursor, mejor di-cho en la ciudad platense, harán el elogio justicierotodos los discípulos que concurrieron a su taller; losque no permitirán -si es que la gratitud no es unapalabra vana- que en la tumba del artista inspiradocrezcan amargas yerbas de olvido...

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UN LIBRO DE CUENTOS

DEBE SER usted muy desocupado porque loveo escribiendo artículos literarios -me decía díaspasados un señor a quien mucho aprecio, mientrasechaba una mirada casi compasiva a la revista quehojeaba sin curiosidad y en la cual se había publica-do un artículo mío.

-Ni tanto, ni tan poco. Simple cuestión de saberdistribuir el tiempo, de hábito en la disciplina men-tal que permite descansar de una tarea acometiendootra distinta. Así como otros juegan al dominó o seentretienen con la lectura de la vida social de losdiarios. . .

La flecha había dado en el blanco. Hubo un li-gero encogimiento de hombros, una sonrisita iróni-ca asomó a sus labios y cerrando la revista empezó a

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referirme con menudos detalles un "caso nuevo -que lo tenía preocupadísimo" a fin de convencerme,sin duda, de que las tareas del cargo público le ab-sorbían todo su tiempo.

Y mientras hablaba esforzándose por dar a supalabra un acento de sinceridad, seguía observandoaquel caso psicológico en que veía reflejarse unamodalidad de nuestro ambiente de la cual podríainferirse: que la adquisición de un título profesionalel desempeño de un cargo público de cierta impor-tancia, trae aparejada para muchos una excesiva gra-vedad que les inhibe de ocuparse de cosas de arte,sobre todo de literatura...

Y el autor de la solapada crítica es, sin embargo,un hombre inteligente, de palabra vivaz y expresiva,versadísimo en los enredijos de la politiquería quepor pereza no ha hecho otra cosa -como dice Ra-mos Mejía en Los simuladores de talento- que se-guir la rutina honorable de su empleo, en unininterrumpido sonambulismo que lo sustrae a to-das las especulaciones del espíritu y de la voluntad.

Sin embargo, se puede ser abogado, médico, in-geniero, eximio funcionario y a la vez cultivar lasbellas letras. Una cosa no excluye la otra; por elcontrario, debieran aunarse realizándose así aquella

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utilidad preconizada en los manuales de literatura -que se aprende en el colegio para olvidarla despuésen la brega de la vida- sobre la conveniencia de nomenospreciar como cosa baladí el cultivo de la ex-presión del pensamiento, el cuidado del estilo, laselección del gusto que tanto sirve para opinar, paraconvencer, para imprimir interés a cuanto se dice oescribe, desde que la palabra es instrumento naturaly propio de la acción.

La teoría de que la pulidez del estilo sólo revelauna anemia mental, no suele ser en muchos casosmás que una careta falaz para hacer pasar comomoneda de buena ley o como rasgos de originalidad,los tropezones de una prosa amorfa y sin substanciamedular...

Bastaría para demostrarlo -circunscribiendo elcaso a lo nuestro- recordar aquellos maestros delbello estilo que, a pesar de ocuparse en asuntos pro-fesionales, cuidaron de animarlos con la palabralímpida y el giro de la frase artística convirtiendo enalegato magistral lo que en otros es sólo desmañadae inerte chapucería. Avellaneda, Juan Carlos Gó-mez, Del Valle, Lucio López y Miguel Cané sonejemplos elocuentes; y, especialmente el primero,que nunca pensó que la investidura presidencial le

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vedara ocuparse de asuntos literarios, desde el men-saje y el discurso oficial de corte académico hasta elvibrante parabién al Prometeo de Andrade, la justaliteraria sobre los méritos del poeta colombianoJorge Isaacs o el entusiasta proemio a las Primave-rales de Enrique Rivarola, donde saludaba a los es-critores de la nueva generación con este grito lírico:¡Paso a los poetas!

Encina, Gutiérrez, Wilde, Ramos Mejía, Inge-nieros, Sicardi y Podestá -profesionales de nota- nodesdeñaron tampoco el cultivo de la poesía o laobra puramente literaria, afanándose en pulir suprosa con pasión de orfebre para estampar en ellalos secretos de la originalidad y del sello personal.

Se argüirá tal vez que el caso no es idéntico. Nolo niego, puesto que sólo he presentado tales mo-delos para sustentar la tesis; y puedo agregar quealguno de ellos se sintió molestado con los alfilera-zos del mote despectivo para su profesión, según lageneralizada creencia, y hasta protestó de "no serliterato" en una página de fresca y bella factura queera la prueba plena del calificativo.

Es necesario tener entonces la sinceridad y elcoraje de defender nuestras aficiones contra la co-rriente hostil, y proclamar bien alto que, en el culti-

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vo de la literatura, no se pierde el tiempo porqueaun a través de la forma ligera suele vislumbrarse unpropósito útil y elevado, sobre todo en países comoel nuestro en la hora presente donde pareciera quesólo cifran su grandeza en las manifestaciones delprogreso material.

Estas reflexiones han venido espontáneamentea los puntos de la pluma y se han volcado sobre lablanca cuartilla, no como un alegato, sino más biencomo gentil homenaje al simpático escritor urugua-yo que acaba de presentar en un artístico volumende cerca de cuatrocientas páginas, un hermoso librode cuentos donde la policromía de los asuntos le hapermitido lucir las bizarrías de su estilo castizo, lím-pido y elegante, revelador del escritor de fibra. Merefiero a Gil, de Víctor Pérez Petit.

El pensamiento que ha seleccionado estos tra-bajos en un haz de bella factura, se explica con eljuicio de Taine en su Historia de la literatura inglesa:"Hay algo mejor que un hermoso cuento, y es unacolección de cuentos hermosos, sobre todo cuandoson de todos colores".

El libro del doctor Víctor Pérez Petit se ajusta aese modelo.

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Sus cuentos tienen variados matices, reflejan lasmodalidades de un temperamento inquieto, ávidode novedad y de idealidades extrañas. En el amenovagabundear por las praderas del arte ha formado sucanastilla de raras flores para ofrecerlas juntas, des-de aquellas rojas y carnudas flores cuyo acre perfu-me deleitaba al maestro de Medán, hasta las suaveslilas con que Catulle Mendés adorna las cabelleraspintadas de color oro de sus damas galantes; desdela mujer infeliz que habita el sórdido prostíbulohasta la que se embriaga con champagne en copasde bohemia.

Gil -que da nombre a la obra, que contieneademás otros cuentos bajo el subtítulo de "Acuare-las" y "Aguafuertes"- es una pequeña novela de ex-traordinario vigor y crudeza naturalista, donde seestudia un caso de degeneración psicofisiológicacon tal lujo de colorido y de detalles que deja en elespíritu del lector una sensación áspera de amarguray de miseria.

El protagonista Gil es un niño degenerado.Triste fruto nacido en el frío lecho de un hospital -de la conjunción de un asesino que muere fusilado yde una prostituta que sucumbe al darlo a luz-, sedesarrolla en un ambiente de corrupción y de aban-

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dono, saturado de crápula hasta la médula, paraterminar su vida lógicamente, cuando la herenciaatávica apaga el último rayo de luz en su cerebro dedegenerado, matando a la inocente esposa de suprotector y precipitando con la emoción brutal deaquella escena, la muerte fulminante del infeliz pa-ralítico que lo recogiera del fango para regenerarloSobre este fondo sombrío Pérez Petit ha pintado sucuento en páginas vibrantes de aguda y minuciosaobservación, alternadas con descripciones felices delmedio ambiente, llenas de bravos toques de escritorcorajudo que no se detiene en melindres de estilopara herir la atención del lector, sacudiéndolo conviolentas emociones y realizando en conjunto unaobra que no recomendamos a los timoratos y a lasseñoritas, pero rebosante de robusta vitalidad.

En "Acuarelas" y "Aguafuertes", que ocupan elresto del libro, la pluma del escritor de fibra cálida ybriosa, hecha para el rasgo recio y contundente,pierde mucho de su natural espontaneidad. Faltaambiente, sangre y color en las figuras de esas bellasmundanas que ciertos escritores parisienses pusie-ron en boga, y se nos antojan flores exóticas porquecarecen de la fuerza pasional, de aquel rostro pálido

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por el placer de la antigua ramera, que echaba demenos Gustavo Flaubert.

Francamente las Lulú, las Violetas, las Lisas yNinas nos dejan indiferentes con sus complicacio-nes de exquisitismo de similor, por más que el autorse esfuerce en inyectarles vida con todas las galas desu estilo rico y cambiante, que se aviene mejor parael cuadro de crudeza viril del naturalismo, y que sa-be ser hermoso hasta en los excesos de la realidadbrutal.

Sin trepidar preferimos al fecundo escritorcuando sigue las huellas de Maupassant o de BlascoIbáñez, tan humanos y reales siempre, y no cuandoimita la escuela perturbadora de Catulle Mendés ode Oscar Wilde. . .

Y para terminar esta breve nota que es sólo elacuse de recibo de un libro muy interesante, apunta-remos un reproche al talentoso autor. ¿Por qué noha hecho gustar a los lectores algunos otros paisajesde la vida campestre que siente y describe con tantoacierto, como lo prueba su vigoroso cuento "Paran-do rodeo"?

Quien así interpreta la agreste poesía de nues-tras campiñas, quien combinó las emocionantes es-cenas de aquel drama Cobarde, que aplaudimos en

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los pasados tiempos de las rudas escenas criollas,debió brindarnos otras páginas más con todo el per-fume y el sabor de las cosas nuestras.

¿Por qué no seguir el rumbo señalado por suscompatriotas Acevedo Díaz con Irmael y Viana conGaucha, en esa amorosa exhumación de los ásperospero sabrosos cuadros de costumbres del pasadorioplatense?...

Hay en Pérez Petit el rico temperamento de unescritor de raza; es dueño de una fantasía creadora ylleva en el alma la sacra llama para destacar su per-sonalidad. Puede ser, si lo quiere, uno de los prime-ros escritores de su tierra; y, cuando se poseen tanbrillantes dotes, cuando se tiene al alcance de la ma-no la cantera virgen que brinda sus tesoros al traba-jador animoso, para qué ir a espigar en el ajenopredio gastado por -el laboreo de siglos. Valdránsiempre más estos temas de la belleza nativa, dondeel escritor puede hacer su observación directa ysentida, que todas las idealidades y fantasías irrealesque presintió el espíritu-Inquieto en el vagabundajeintelectual, enamorándose cada noche de un nuevo,pero lejano resplandor...

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NEOLOGISMOS CRIOLLOS

ICHARAMUSCA

PARA EL LECTOR español, como para lospocos versados en neologismos criollos, me imagi-no que de entrada en estas minucias de lenguaje lesva a surgir la primera duda.

¿Charamuscas?... Palabreja insurgente, barba-rismo criollo, exclamará el primero con desdén; alos otros tal vez se les antoje una charada. Y si acu-den en busca de luz al diccionario de la Real Aca-demia -que, según su altiva divisa, limpia, fija y daesplendor- sospecho que los va a dejar tan a oscurascomo antes.

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Confitura en forma de tirabuzón hecha de azú-car ordinaria; voz mejicana -les enseñará el libro delos graves académicos de la calle de Valverde.

Pero que se interrogue a cualquier criollo viejo,y ya sentirán su ruidosa carcajada. -¡No, mi amigo;las ramitas y las hojas secas que sirven para prenderel fuego! -les responderá sin vacilar, dando así laacepción consagrada en estas tierras desde que exis-tieron gauchos que hicieron fuego para tomar matey churrasquear.

¿Por qué la ilustre Academia, que ha prohijadoel neologismo' mejicano -totalmente desconocidopara nosotros-, no habrá incorporado aún al léxicoun vocablo de uso tan generalizado en el Río de laPlata, Chile y Perú?

Y si bien es cierto que el diccionario castellanollama chamarasca a la leña menuda, briznas o ramassecas para quemar, ¿quién la ha oído pronunciar asíalguna vez entre nosotros?...

Acaso nuestro neologismo es más apropiado ylógico, desde que encarna la idea de chamuscar,quemar rápidamente, hacer llama, para que ardanlos tizones.

En el moderno diccionario enciclopédico deElías Zerolo y otros escritores españoles y america-

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nos, se encuentran definidas de la misma maneraque en el de la Real Academia, las voces charamuscay chamarasca; si bien agrega que esta última -proveniente del gallego chama, llama- fue en suforma primitiva charamasca, la que se conserva aúnen La Habana con una ligera variante de pronuncia-ción, pues se dice charamusca.

Y el filólogo costarricense Carlos Gagini hacenotar en su diccionario de aquel país, que la palabraen cuestión se formó tal vez del gallego charamusca.Si esta etimología fuera exacta -aunque no la trae eldiccionario castellano de la Academia-se explicaríael origen del vocablo.

Sin embargo, creo que es neologismo criollo yque proviene de esa inversión silábica -tan frecuenteen el lenguaje de los paisanos- que los gramáticosdenominan metátesis, y de la cual resultaría que laantigua forma castiza charamasca fue transformadaen charamusca en las hablas populares del Río de laPlata.

En el Vocabulario rioplatense de Daniel Grana-da no se incluye esta voz de uso tan generalizado ennuestras campiñas especialmente. Es, sin asomos deduda, un olvido, puesto que su compatriota CarlosMartínez Vigil en la monografía Sobre lenguaje la

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menciona en la página 34. Y otro escritor oriental,Benjamín Fernández y Medina, ha publicado unacolección de cuentos camperos bajo el título deCharamuscas.

Se trata, pues, de un neologismo que ha nacidopor el cambio de un vocablo y por la significaciónde otro de la lengua madre, al cual el uso general leha otorgado carta de ciudadanía en nuestro lenguajeal adoptarlo. Y es sabido que el uso es la regla sobe-rana del lenguaje:

Consuetudo loquendi in motu est

Y por una asociación de ideas, de las ramillas delas charamuscas que sirven para encender el fuego,venimos a otra palabra que tiene con aquélla un es-trecho parentesco, por decir así, en las costumbrespeculiares del antiguo morador de nuestros campos.Pero esto ya no reza con los chapetones en decirescamperos, sino con los que de criollizantes alardeanentre nosotros.

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IIRAMADA

Versando la cuestión sobre acepciones de vocesdel lenguaje americano, la autoridad de la Real Aca-demia no ha de servirnos para resolverla sino deuna manera subsidiaria.

Ella sigue encastillada en sus vetustas interpre-taciones, sorda a toda voz que venga de más allá delas fronteras peninsulares; mientras nosotros, desdeque nos independizamos -dando vida a este verboinsurgente, como dice con no poca gracia RicardoPalma- no nos cuidamos mucho en averiguar si tal ocual locución está en el diccionario, bastándonossaber que es de uso corriente y que responde a unanecesidad idiomática, para emplearla.

Lo demás ya vendrá, como vino lo otro, porquela costumbre es una formidable legisladora. Lo dijoPlatón: en materia de lenguaje, el pueblo es unmaestro excelentísimo.

Ahora bien, ¿cómo debe decirse, enramada oramada?

La Academia define la voz enramada, con tresacepciones: 1º El conjunto de ramas espesas entre-lazadas naturalmente; 2º El adorno formado por

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ramas de árboles con motivo de alguna fiesta; y 3ºEl cobertizo hecho de ramas de árboles para som-bra o abrigo.

En cuanto a la palabra ramada, el diccionario lada sencillamente como anticuada. ¿Por qué razón?...

Sin embargo, nosotros, y al decir nosotros aludoa la inmensa mayoría de los habitantes nativos decuatro repúblicas con grandes afinidades de origen yde lengua -la Argentina, el Uruguay, Chile y Perú-,no conocemos otra acepción de la voz enramadaque la primera dada por el diccionario, es decir, alconjunto de ramas silvestres entrelazadas con enre-daderas y que es obra de la naturaleza.

Pero a la construcción formada sobre cuatro omás horcones con un techo de ramas o chalas demaíz, a ese apéndice característico del rancho cam-pestre, tanto los hombres cultos como los incultos,le llamamos sencillamente ramada con una persis-tencia tal, que sería raro encontrar algún escritor devalía que no la haya empleado al ocuparse de loshabitantes de la campaña.

Desde los tiempos coloniales fue usada así porescritores españoles como Azara. En el Lazarillo deciegos caminantes del cuzqueño Concolorcorvo,impreso en 1773, encuentro esta sabrosa y típica

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pintura de los gauderios o gauchos de las selvas delTucumán: "Una o dos familias se acomodan enunos estrechos ranchos, que fabrican de la mañanaa la noche, y una corta ramada para defenderse delos rigores del sol".

Por vía de demostración citaré algunos escrito-res peruanos, chilenos o colombianos -antiguos ymodernos- que la usaron de igual manera, porque essabido que entre esos pueblos el castellano se haconservado con mayor pureza.

Como en la precedente cita de Concolorcorvo,el subrayado será puesto de intento por nosotrospara hacerla resaltar del texto.

Así Juan de Arona, en sus poesías populares delPerú, ha dicho en una cuarteta:

Y sin techo ni ramadaLo pases a la intemperie.

Zorobabel Rodríguez, en su diccionario de chi-lenismos, la escribe también de la misma manera.

Y el poeta colombiano Eduardo Talero, en unabellísima página descriptiva de un viaje por el ríoMagdalena, recientemente publicada, ha escrito losiguiente: "Ese sendero conducía a una abra del

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bosque virgen, en la que se elevaban unos chirimo-yos y guayabos copudos, protectores de un naranjal,que a su vez daba sombra a un largo rancho techa-do de palmera y a una ramada escueta donde estabael trapiche".

Una antigua tonada de las selvas santiagueñas,que debe tener anotada en su archivo folklórico elpoeta Ricardo Rojas en el índice de las melancólicasvidalitas de su tierra, dice:

Con guitarra y mate,VidalitayBajo la ramada,Son las santiagueñasVidalitayLas mejor amadas...

Y Aníbal Marc. Giménez, uno de los más vigo-rosos escritores de la nueva generación, que ha in-terpretado con tanta gallardía los asuntos de suterruño entrerriano, ha dicho en el sugeridor sonetoLa siesta:

En la ramada descansa, bien cuidado el parejero

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Que es el crédito del dueño y el orgullo del lu-gar.

He aquí otra prueba que entresacamos del cantoAl payador, del uruguayo Alcides De María:

Él es quien con sus cancionesHace al paisano gozar,El que consigue animarLa ramada y los fogones.

Podríamos fácilmente multiplicar las citas, por-que todos nuestros escritores costumbristas de bue-na cepa la emplearon así, hasta Leopoldo Lugonesen La guerra gaucha, que se precia de purista em-pleando el lenguaje castizo más culto y hasta el ar-caico, por más que se tratara de un asunto nacionalhasta la médula...

Como se ha visto, la palabra es castiza, recta-mente expresiva del objeto a que se aplica, útil porlo tanto y digna del rejuvenecimiento que ha expe-rimentado en los países sudamericanos de hablacastellana, aunque la ilustre Academia de la Lenguala haya confinado, sin dar razón alguna, al desván delas antiguallas.

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Y aquí se me ocurre una observación dirigida alos escritores uruguayos, que son precisamente losque más blasonan de independencia en materia delenguaje, explotando con gran éxito el rico venerode la tradición campesina y sus rudos y expresivosdecires nativos.

Pues bien; la gran mayoría de los cultores delgénero literario con sedimento criollo en la vecinaorilla -que los tiene muy brillantes- escribe enrama-da, y no solamente cuando es el autor quien habla,sino que la ponen en boca de los gauchos, y esto meparece falso y amanerado, por la sencilla razón deque el gaucho jamás usó de tales pulcritudes.

Dijo ramada porque la idea le venía directa-mente del conjunto de ramas con que había forma-do su rústico techo, pues hasta la palabra se aveníacon su rudeza selvática, y es sabido que en el paisa-no las ideas son simplistas y proceden casi siemprede la cosa u objeto que las motiva.

La primera vez que se me ocurrió esta observa-ción, fue durante la representación de uno de aque-llos bravos dramas criollos que pusieron en boga losPodestá. Una criollita vestida de zaraza y con la re-negrida trenza a la espalda, cantaba en la guitarrajunto al fogón una décima gaucha:

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Cuando bajo la enramadaE1 gaucho arregló su apero.

Para mi oído acostumbrado al lenguaje tosco delos tapes melenudos de Montiel, la palabra me hizomal efecto, me sonó de un modo extraño, comouna cuerda chillona que desafinaba en aquel cuadrode fresco colorido campestre. Averigué el nombredel autor y me dijeron que era uno de los jóvenesescritores uruguayos de buena cepa. La obra tenía,en efecto, más de un pincelazo evocador.

Después, leyendo novelas y versos a cada mo-mento, he tropezado con la misma palabra, lo queacusa, sin duda, falta de observación del medio am-biente y desluce más de una página hermosa. Talocurre con el fuerte Ismael de Eduardo AcevedoDíaz, donde a cada paso se encuentra impropia-mente escrita como en el siguiente párrafo que es-cojo al azar: "Fue en ese instante que, sin que nadiese apercibiera de su llegada, Ismael y Aldama echa-ron pie a tierra junto a la enramada; y mientras elprimero se recostaba en el palenque, taimado ysombrío, etc.".

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El asunto de esta vigorosa novela americana esnetamente criollo, porque narra la resistencia de lasmasas campesinas contra el invasor lusitano y sedesarrolla en medio de la agreste naturaleza urugua-ya. La pulcritud de esa palabra desentona, pues, enaquel ambiente montaraz.

Carlos Roxlo en sus Cantor de la Tierra, al des-cribir una fiesta campestre, donde las guitarras ras-guean aires de la comarca, mientras las chilladorasnazarenas repiquetean un zapateado persiguiendo alas garridas morochas de labios rojos, ha escrito es-tos musicales pareados que nos servirán de com-probación:

Bajo el rústico toldo de la enramadaQue con troncos monteses está formada.

Pase lo de los troncos por exigencias de la rima,ya que la ramada no se forma de troncos, sino deramas. Si el poeta hubiera usado la voz ramada, quees la palabra corriente, puesto que describía cosascampesinas, la pintura sería más natural y de másgenuino sabor local. No hubiera tenido además ne-cesidad de emplear sinalefa haciendo la contracción

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de dos sílabas para formar: laen... ramada, y hasta elverso ganaría en soltura y belleza.

Igual crítica cabe hacer al talentoso Javier deViana, el escritor uruguayo que con más brillo yverdad ha reflejado en las páginas brillantes deCampo, Gaucha y Gurí, las costumbres y el tipohirsuto del gaucho oriental. Viana, tan exacto y ve-rista siempre en la pintura de sus jugosos y a vecesbrutales cuadros, escribe sin embargo invariable-mente enramada refiriéndose al rústico cobertizodel hogar campestre; y la voz, así empleada, resultauna nota falsa, a mi entender, en el admirable con-junto de su obra literaria.

No emplean, pues, bien ese vocablo los que pa-ra usarlo van a hojear el diccionario español, en vezde escribirlo como lo pronunciamos doctos e in-doctos, que de esa manera rejuvenecemos una pala-bra castiza perfectamente lógica y expresiva, que laAcademia ha declarado arcaica sin ninguna razón.

Podrá ser anticuada en España, pero entre no-sotros jamás, porque tiene la sanción del uso con-suetudinario. Si no queremos sentar plaza deremilgados, escribámosla entonces tal como la pro-nunciaron aquellos en cuyos labios se moduló porprimera vez, de quienes la recogimos incorporán-

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dola al lenguaje llano y corriente, y la cual será nece-sario emplear, si es que pretendemos evocar converdad su perfil ya casi perdido.

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UN POETA BOHEMIO

RECORRÍA DÍAS PASADOS un diario sinmayor curiosidad, cuando al pronto mis ojos se de-tuvieron ante esta breve información transmitidapor el telégrafo con su lacónico frigidísimo: "Hamuerto en Mérida, Méjico, el joven escritor argenti-no Martín Goycoechea Menéndez".

El diario no agregaba ningún comentario sobreaquella muerte prematura. Quizá pasó desapercibidala noticia, o bien no le conocían en la redacción yno se tomaron la molestia de averiguar de quién setrataba.

Y, sin embargo, ¡qué vida más curiosa y acci-dentada la de ese bohemio peregrino, condenadoquién sabe por qué secreta fatalidad a cruzar melan-

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cólico la tierra tras la sombra de una dicha quiméri-ca que no debía alcanzar jamás!. . .

Nacido en Córdoba -en la tranquila ciudadmontañesa de las iglesias y los conventos vetustos-,un buen día, siendo aún casi un adolescente, empe-zó a hacer sonar su nombre como un ruidoso cas-cabel con los primeros escritos, donde aldecadentismo de la forma se mezclaban audacesideas libertarias, lo que le obligó a abandonar el na-tivo terruño para emprender su peregrinaje de eter-no forastero, en medio de las ciudades indiferentes,a que la muerte acaba de poner piadoso término.

Hoy en Buenos Aires de cronista ganándosepenosamente la vida; de marinero mañana en unbuque de la armada en viaje de turista hacia los ma-res australes; de vigilante rural otro día para nutrirsede sol y de pampa; de revolucionario uruguayo des-pués a fin de estudiar la guerra gaucha; de yerbateroen las selvas guaraníes en seguida, rastreando lashuellas del indio y del jesuita; enamorado más tardede la figura del autócrata Francia, cuya imagen que-ría evocar sobre el polvo -que holló su calcañar dedictador por cerca de treinta años, sin un estreme-cimiento misericordioso ni siquiera para su ancianopadre moribundo...

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Aquella extraordinaria y férrea energía del bár-baro que tentara el humorismo de la pluma del granCarlyle, debió seducir poderosamente la fantasía deGoycoechea a fin de burilarla en un soneto, su for-ma poética favorita. Ignoro si concluyó algún tra-bajo sobre el particular, pues a su regreso delParaguay sólo estuvo de paso en Buenos Aires ydesapareció nuevamente para cruzar con su sombraextraña de bohemio por el asfalto de los bulevaresde París, emprendiendo al día siguiente su vagabun-daje a través de los mares, hasta arribar a la tierraesplendorosa de recuerdos y de leyendas de aquelsoberbio príncipe Moctezuma, con que lo deslum-braron las rimas extrañas de Rubén Darío.

Tutecotzimi, Guaucmichin y las cobrizas muje-res toltecas; los bosques de esmeraldas, la montañaque guarda los ignorados tesoros, el indio cubiertode míticos tatuajes y los combates de los rudos fle-cheros, fueron tal vez el postrer ensueño del nóma-de soñador.

Y allí ha quedado inmóvil para siempre aquelpequeño cuerpo, inquieto y vagabundo, que parecíaeternamente empujado hacia un misterioso másallá...

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Especie de Childe Harold sin dinero, pero consu tedio fatal, con su maldición ambulatoria y suensueño insaciado, ¡cuántas penurias no habrá teni-do que soportar esa atormentada y errática vida querodó por tantos mares y tierras extrañas sin un solodía de reposo!

Le conocí en 1900 en aquella salita de conversa-ción de Caras y Caretas, que el espíritu burbujeantede Fray Mocho hacía tan amena con sus alegrescharlas. Goycoechea Menéndez acababa de llegardesterrado de Córdoba; era un tipo inconfundiblede escritor bohemio por las ideas y por la catadura.Hablaba poco, porque el director no le dejaba meterbaza. Pero cuando lograba tomar la palabra, lo hacíacon garbo, y sobre todo mentía, mentía gravemente,de una manera admirable. Como el famoso tarasco-nés de Daudet, contaba cosas asombrosas, narrabaaventuras extraordinarias de regiones que nuncaconociera, que muchas veces sólo había visto a tra-vés de un relato recién escuchado, y lo hacía, sinembargo, con tal colorido de verdad, que uno, alescucharlo, no podía menos de admirar aquel pro-digio de imaginación fantasista.

Y así se pasó la breve existencia, engañando oengañado, pero sin ser jamás gravoso, menospre-

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ciando el adverso destino con su desgaire de poeta,y mientras acariciaba la quimera interior, iba tejien-do sueños el eco de su palabra que tanto prometía yque bien poco cumplió.

Quedan, empero, algunos ecos de las melodíasque dejó al pasar, como hojas dispersas arrebatadaspor los vientos del camino, y bien valdría la pena deque alguna mano amiga las recogiera para perpetuaruna memoria que no puede sernos indiferente, por-que había en él un temperamento de artista rico deemoción, un alma vibrante de poeta que sentíanuestra naturaleza y hubiera dado, sin duda, lozanosfrutos consagrando a la obra artística más tiempo yreposo.

De aquella época en que yo le conocí y me inte-resé por su extraña existencia data la siguiente com-posición, su mejor obra posiblemente, porque hapintado con pincelada feliz y duradera a la bravagauchada batalladora.

Es toda una gallarda evocación de las caballeríasde la patria vieja, de aquellos montoneros hirsutosde Ramírez y de Güemes, que avanzan y se alejandejando en las arenas del sendero las huellas de losclinudos redomones. . . En catorce versos, admira-bles por la sonora armonía de sus cláusulas y el vi-

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goroso colorido local, está pintado un cuadro ge-nuinamente argentino.

Contribuyo por mi parte a la exhumación de laspoesías del pobre poeta con ese hermoso sonetoque basta para salvar su nombre del olvido. Heloaquí:

LA MONTONERA

Flamean en el viento las banderolasY se encrespan las crines y las melenas,Y aúnan al reflejo de las arenasSu brillo diamantino las tercerolas.

Los pañuelos anudan sus rojas golasA las bravas gargantas de insultos llenas,Y el prepotente puño muestra las venasDonde pinta la sangre violadas olas.

Se encabritan los potros en el sendero,Las virolas responden en el aperoA las dulces milongas de las cigarras,

Y en el hinchado lomo los mocetonesVan llevando la carga de sus canciones

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Pendientes de las cuerdas de las guitarras.

Poco tiempo después me tocó formar parte deljurado en un concurso de novelas y cuentos abiertopor la dirección de El País, en compañía de DavidPeña, Martín Coronado y Francisco Durá. Adjudi-cado el primer premio a la novela La rendición, deArturo Giménez Pastor -discutido entonces poralgún despechado y que llevada al teatro reciente-mente ha triunfado de nuevo, dándonos la razón-,entramos a premiar los cuentos, entre los cuales so-bresalía uno fechado en las Misiones; sencillo comouna égloga, con perfumes y melancolías selváticas.Se titulaba Guarany, y decía bien su asunto de saborañejo, con su título salvaje. Era la obra de un poeta.Abierto el sobre para descubrir al autor, resultó serde Martín Goycoechea Menéndez. Son las únicascomposiciones que le conozco, y pienso que ambasson dignas de la recolección.

Después no lo vi más; apenas si de tarde en tar-de en alguna charla de amigos alguien daba una vagareferencia venida de las regiones más distantes. Elbohemio seguía su eterno peregrinaje llevando a lagrupa la insaciable quimera.

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¿Tedio de la vida, misantropía, manía ambulato-ria o anhelo de ver más y siempre más?...

¡Quién lo sabe! ¿Y para qué lanzarse en averi-guaciones psicológicas sobre los misterios de esaalma buena, si ése era precisamente su rasgo carac-terístico? Hay que dejarlo como fue, con su leyendaaventurera de sombra fugaz, que cruzó por el mun-do sin hacer mucho ruido, y que se ha ido con suquimera en viaje a la isla del Ensueño, llevándose elarcano de una vida que nadie logró penetrar jamás .. .

Lo chistoso sería que esta muerte noticiada porel cable, nos resultara mañana uno de los tantosviajes imaginarios del fantasista Goycoechea, y queun buen día resucitara vagabundeando entre las rui-nas de California o comiendo mariscos allá, sobre laribera del mar donde la enamorada Rarahú de PierreLoti lloró a raudales su perdido amor.

La verdad es que el caso no deja de hacerme ca-vilar; y bien: si ocurriera, siempre tendría que agra-decerme él haberle dado tema para que nos hicierala patética descripción de sur funerales, los que se-guramente no tendrán de verdad más que este me-lancólico responso.

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EL CASAMIENTO DE LAUCHA

EL AUTOR Y EL LIBRO

SE HA OBSERVADO que, a semejanza del ce-rebro en el cuerpo humano, existe en toda sociedadun grupo selecto de intelectuales que marcha a lavanguardia en las especulaciones del espíritu parajuzgar, sentir y expresar las cosas bellas. Y quizá nosea ocioso hacerlo notar aquí, donde en medio delengrandecimiento material de que tanto nos enor-gullecemos, en esta época de áspera brega por ellucro, suelen ser necesarias esas voces que nos ha-blan de cosas bellas, de cosas pequeñas al parecer,de armonías que andan por ahí vagando en tornonuestro y los distraídos ojos no ven...

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Roberto J. Payró, el autor de la novela picarescade que pasamos a ocuparnos, pertenece a ese grupode nuestros escritores jóvenes, al grupo guión; sunombre figura -primus ínter pares- por el vigor, laprecisión y la naturalidad con que expresa su pen-samiento en un estilo castizo, armonioso, rico dematices, revelador del artífice de pluma privilegiada,del escritor de alma noble con ternuras de niño ybizarrías de varón templado por la adversidad, queva haciendo su jornada sin resistencias porque nosabe de envidias, ni se envanece con el aplauso, ni lobusca en su animosa altivez.

Triunfador de todas las formas, cada nueva obrasuya marca un éxito real. Desde las coloridas des-cripciones de viaje por las costas del mar austral, o através de las abruptas serranías calchaquíes, ras-treando las huellas del Falso Inca, hasta las escenasemocionantes de Sobre las ruinas -nuestro primerdrama nacional-, Payró es siempre el mismo, el ar-tista subyugador que, cual un mago pródigo de ta-lento y emoción, convierte en manantial de bellezacuanto toca.

La nueva producción de su talento creador, queparece no conocer la fatiga, encierra, a pesar del tí-tulo risueño y la modesta portada con que ha salido

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a luz, el curiosísimo drama de una vida; un estudiointenso de observación y análisis de alma encanalla-da, inconsciente, que cuenta sus bribonadas con elmayor desenfado, crudamente, sin atenuaciones niremordimientos, y que, con todo, resultan muy inte-resantes y henchidas de gracia por la entonaciónauténtica y el soplo de viviente realidad con que elautor, aun siendo impersonal, ha animado a los hu-mildes personajes.

Laucha -el protagonista- un provincianito anda-riego y haragán, después de haber ensayado los ofi-cios más diversos y fáciles –“siempre pobre,siempre rotoso, algunos días con hambre, todos losdías sin plata”- resuelve venir a tentar fortuna enBuenos Aires. Con lo escasamente necesario para elboleto y sin más equipaje que un grueso poncho delana de los tejidos a mano por las chinas catamar-queñas, toma el tren que lo deja olvidado en la esta-ción de Campana sin un cobre ya ni otra prendavendible que su lanudo puyo.

Comienza entonces el vagabundear sin rumbo através de las campiñas, hoy en una chacra, mañana,en alguna estancia, con más frecuencia en las pulpe-rías en busca de trabajo que no deslome, hasta que

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un pulpero le indica las huellas del camino a PagoChico.

Y allá se larga de puro gusto, impelido poraquella manía ambulatoria, siempre pretextandobuscar acomodo, pero sin muchas ganas de encon-trarlo, como si una maldición lo hubiera condenadoa rodar por la tierra en busca de la felicidad que talvez nunca encontrará...

La jardinera de un repartidor con quien intimaraprevio escanciamiento de algunas copas, lo deja enun paraje donde quizá encuentre algo en que pi-cholear: en la pulpería de La Polvareda.

Bástale una rápida mirada de sus ojos saltones,negros como cuentas de azabache -ojos vivarachosde laucha- para valuar las existencias del negocio ysobre todo a la propietaria, una gringa viuda, jovenaún y bastante buena moza. Necesitaba un depen-diente; y aunque el sueldo era exiguo, el andariegoda fondo en aquella playa hospitalaria. Maestro enartimañas, engatusa a la patrona con sus habilidadespara falsificar beberajes que el paladar poco exigentede los paisanos aceptara sin protestar, y como nohabía de pasarse la vida solita su alma, el casamientoviene, sin vuelta, porque, según decía la gringa: "Lacosa es que hay que casarse, si no ninte."

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Los preliminares del casamiento dan motivo aPayró para trazar las más regocijadas páginas. Elretrato de Papagna, un napolitano mugriento y ava-ro que fa l'América con las cosas de su ministeriosin ningún escrúpulo, hasta enseñar a los novios acasarse sin dejar rastros en el libro parroquial, conun simple papel suelto, para que si la mujer salebuena lo guarden y si no, con romperlo, matrimo-nio concluido, es toda una aguafuerte rebosante degracia, de colorido y de mordiente realidad.

Dueño del corazón de la candorosa gringa y enposesión de su fortunita, empezó la vida de despil-farro y jarana. Los improvisados amigos caían comomoscas a La Polvareda, y mientras doña Carolina sepasaba la vida entre las ollas y los quehaceres do-mésticos, su marido mataba el tiempo vaciando las,copas entre alegres jugarretas de truco y taba, ar-mando riñas de gallos y hasta bailongos en el patiode la pulpería.

Pero la taba se empeñaba en clavarse siemprecon el lado liso para arriba, con esa constancia em-palagosa de la mala suerte. Laucha tentó vencerla,compró un potrillo parejero y se hizo carrerista. Elpingo resultó de mi flor, estaba seguro de la revan-cha, lo tenía tapado, iba a ganar en fija al que enfre-

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nasen... Pero le hicieron trampa metiéndole piernaal llegar a la raya para que rodase su caballo, y elcomisario, que había jugado al otro, falló, natural-mente, declarando la carrera legal.

Salieron a relucir los facones, y gracias a la in-tervención de la pobre gringa que, hecha una loca,se precipitó entre los combatientes para arrancar elcuchillo del adversario, el maula Laucha no dejótrunco allí el picaresco romance de su vida.

Para olvidar penas, las jugarretas y beberajescomenzaron otra vez, y la platita del almacén, laplatita ahorrada sabe Dios a costa de cuántas mise-rias, el campito de doña Carolina, todo, todo se fuepoco a poco "como el agua de una tina sin arcos"...Llovieron las demandas, las ejecuciones por lascompras a crédito, vino la venta ineludible de lasraleadas existencias y estalló al fin la protesta dolo-rosa, enconada, de la infeliz espoliada por elbirbante. Entonces el recurso sugerido por el listoPapagna, aquel casamiento que no dejaba rastros enel libro parroquial, le sirve para sacarse el lazo; ymientras la enloquecida gringa echaba a correr haciael pueblo para cerciorarse si aquella infamia eracierta, el bellaco arrea con los últimos pesos olvida-dos en el cajón, rompe en pedazos el papel del cura

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y muy tranquilo, con la seguridad de que no lo van aperseguir, rumbea para otro lado. . .

Y rematando el pintoresco relato con una pin-celada magistral, que vale más que toda una largadisquisición psicológica sobre la absoluta carenciade moralidad del protagonista, porque él mismo seretrata en cuerpo y alma; cuando le preguntan si notiene noticias de su mujer, canallescamente, sin unremordimiento, sin una palabra para atenuar la in-creíble felonía, responde inconsciente, casi alegre:"Sí. Ayer supe que estaba perfectamente; de enfer-mera en el hospital del pago".

Este final revela todo un artista de gracia, de fi-nura y de fuerte mentalidad.

El asunto, como se ve, no podía ser de más rús-tica simplicidad; cabía el episodio* en las breves pá-ginas de un cuento humorístico.

Así ha debido entenderlo el autor que, a la ma-nera de Huysmanns, sobriamente, sacrificando lasgalas del rico estilo en la pintura de cuadros de am-biente a que el asunto tentaba, sin poner mucho desu parte para ahondar la observación que completa-ra el bosquejo de las figuras; ha preferido hacernosoír la narración de aquella aventura culminante de lavida del gran bribón por sus propios labios, con arte

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tan feliz que logró realizar esa difícil facilidad de sersencillamente natural, pocas veces lograda por losescritores.

Y ése es precisamente el mérito principal de estapequeña novela que se deja leer con intenso interés,con íntimo regocijo, hasta con simpatía, pues, envez de repulsión, pone una sonrisa en los labios dellector ante las peripecias canallescas que el diestroPayró ha sabido contar sin caer en los escollos de lavulgaridad, tan propicia por el mismo asunto, dán-donos al contrario una obra robusta de literaturanacional, porque a través de sus páginas palpita lavívida evocación de un retazo de nuestra pampa.

Los que todavía siguen creyendo que no sepueden crear obras originales de sabor y coloridoregional, porque ya el tema se agotó con los trabu-cazos y las agachadas moreirescas, encontrarán enEl casamiento de Laucha inesperadas sorpresas... Sepueden hacer, se hacen con éxito, como lo com-prueba este hermoso libro; la cuestión es tener ta-lento y un poco de fortuna para catear la pepita deoro en el légamo impuro.

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DE LOS ULTIMOS

TAL ES EL EXPRESIVO título de un nuevosoneto -de inconfundible cuño criollo- con que eljoven poeta Aníbal Marc. Giménez, rindiendo ho-menaje a la tierra de sus amores, evoca el perfil yacasi borrado de sus antiguos moradores.

Giménez es entrerriano, hijo de Gualeguaychú,la cuna de Olegario Andrade, Gervasio Méndez yFray Moho, y como ellos ha recibido al nacer elprecioso don de sentir y expresar la bellezas.

Con un espíritu libre de prejuicios y esa inde-pendencia de los fuertes, no imita servilmente nisigue los cánones de determinada escuela literaria.Es un escritor nativo cuya fuerza reside en la es-pontaneidad y en la naturalidad, y de ahí la graciasubyugadora de su hermoso verismo.

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Colorista abundoso, al abrir sus ojos a la luz deaquella tierra tan rica en pintorescos paisajes, debie-ron impresionársele en la retina los tipos y escenasde las costumbres campesinas que hoy engarza ensus versos con tan sugerente donaire. Así ha debidoproceder Salvador Rueda en los cuadros del Patioandaluz; así los hermanos Quintero al llevar al tea-tro con tan potente soplo de vida esas embelesado-ras y rientes escenas, con que tejieron la urdimbrede Las flores y El genio alegre.

Cuando hace varios años leí un delicioso sonetode Giménez, titulado "La siesta", y vi desfilar comoen la cinta de un cinematógrafo un animado retazode mis cuchillas entrerrianas, saludé con emociónagradecida al mágico evocador que con un, arte tansimple -con esa difícil facilidad que es tormento ycruz del escritor- fabricaba sus rimas americanasungidas de vida, de color, de dulcedumbre y de luz.

Después vinieron "El tango", "Corrida de sor-tija", "El gato", "Paisaje", "Amorosa", "Idilio cam-pero", "Gentileza", "La luz mala" y "Ruina" paraconfirmar el vaticinio: sólo un alma de poeta es ca-paz de ver y sentir así los asuntos familiares de latierra, para representarlos con su aire íntimo y susabor peculiar.

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He ahí por qué cada composición suya es uncuadrito feliz de relieve vigoroso, en que el am-biente comarcano, los tipos, la música, los pintores-cos decires de sus esquivos personajes se combinantan admirablemente que dejan en el lector la impre-sión saudadosa de una evocación.

No es fotógrafo, ni se limita a copiar el asuntoregional; lo siente con alma de artista, y al encar-narlo en su obra, lo presenta depurado por la luzinterior sin que pierda por eso el prístino matiz.

De su manera de tratar las escenas de la tierruca,el soneto que motiva estas observaciones es la me-jor comprobación. "Delos últimos" revela, al pron-to, la garra de un escritor diestro y la inspiraciónfácil y sugerente que sabe pintar las cosas ya idaspara siempre.

Para los que hemos visto más de una vez las fi-guras que este cantor costumbrista hace resurgircon firme rasgo, hay en esa breve y hermosa com-posición algo así como un aleteo de memorias leja-nas, aires de pampa y penumbras de monte;perfumes de trébol, sones de guitarra y cantos hen-chidos de pasión selvática flotando en torno de lasfiguras de los gauchos de antaño...

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Y quien sabe hacer eso en la forma métrica másdifícil, es un poeta. Juzgad si no es exacta mi afir-mación:

DE LOS ÚLTIMOS

Un mechón de pelo negro le oscurece más la frente,En su cuello recio ondea, con donaire, un volador,Y su blusa corta y suelta de lustrina relucienteDeja ver toda la plata del lujoso tirador.

Sus decires pintorescos entusiasman. Nadie sienteComo él, todas las bellezas de esta tierra que es suamor,Y las décimas que canta las perfuma suavementeCon las cálidas fragancias de los tréboles en flor.

Cuando ensilla un zaino oscuro, -cuyas arcas hansentidoEl crujir de los tableados voladones de un vestido,Y se ajusta a la cintura su floreado chiripá,

Vibra en todas las guitarras el estilo más campero,Y no hay rancho que no brinde la tibieza de su aleroA este resto de una raza generosa que se va.

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Mañana, cuando cualquier artista se propongarepresentar al antiguo gaucho, estamos seguros deque ha de encontrar en las composiciones poéticasde Giménez más de un tema interesante, y lo que esmás apreciable aún, el gesto auténtico, el matiz, elperfil y el dato inapreciable por su rara fidelidad.

Porque sobre todas sus cualidades de escritorprima un anhelo perenne por reflejar la verdad; susgauchos y chinas tienen la sangre brava y el airebrusco y huraño, no salen de su pluma embellecidosy acicalados con ese lamentable disfraz de los paisa-nos de pacotilla que cruzan arrastrando espuelas delatón en las mascaradas carnavalescas; sus figurashan sido talladas con talento en el áspero escenario,a la luz del sol, con todo el brío y la alegría sana delas almas primitivas.

Su abolengo mental proviene, sin duda, de losmaestros en el género -Hidalgo, Ascasubi, DelCampo y Hernández-, por más que haya adoptadola rima noble del soneto que ninguno de sus prede-cesores usaron, prefiriendo otros metros de formapopular; pero la emoción ante la naturaleza, el afánde verismo para fijar con relieve perdurable los ras-gos de nuestros campesinos, es ideal y bandera co-

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mún para todos ellos, y esa es precisamente la partemás meritoria de su obra, la digna de imitación yalabanza.

A medida que nos alejamos de los antiguos cua-dros de la vida libre de los campos, en que las cosasde ayer ya nos parecen lejanas -tan rápida ha sido latransformación- cobran mayor valor los trabajosliterarios, como el del autor que nos ocupa, porquese orientan en un propósito útil y placentero, con laevocación de los tiempos que pasaron.

Los cultores de las tradiciones criollas abundan;han invadido las revistas, el diario, el libro y el esce-nario del teatro. Pero, es doloroso reconocerlo y hayque tener el coraje de decirlo: ¡cuánta hojarasca inú-til y dañina para encontrar un solo grano de trigo!...

Por eso, cuando la suerte nos depara la fortunade descubrir al canoro boyero en medio de la alga-rabía de los gorriones advenedizos que han asaltadoel campo de las letras nacionales, sentimos la irre-sistible necesidad de señalarlo como un ejemplo alos que sin preparación ni sentimiento artísticopretenden hacer arte nacional manoseando la yaesquilmada figura del pobre gaucho...

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Giménez es un escritor genuino de la tierra.Tiene las galas y el prestigio que da el conocimientoprofundo del alma campesina; sabe ver y fijar comopocos con pincelada segura un rasgo del perfil hu-mano: un retazo del suelo natal.

Necesita, sin embargo, perfeccionar aún su téc-nica, que se resiente de frecuentes repeticiones delenguaje y del empleo de las mismas imágenes, loque quizá sólo acuse descuido, puesto que a menu-do su verso luce con la frescura y el donaire de unainspiración fuerte y original.

No debe olvidar el precepto clásico, ya que tieneun tesoro de emoción en el alma y está destinado adestacar su nombre. Hay que crear y estacionar elproducto, leer de nuevo, corregir y volver otra vez ala tarea con esa severa disciplina mental que haceintensa, pulcra y transparente la creación poética,hasta que el autor, sin envanecimiento ni falsa mo-destia, naturalmente, pueda decir: he aquí una obrade verdad.

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LAURACHA.

A SU AUTOR.

SOLICITA USTED amablemente mi francaopinión sobre su novela Lauracha40, y para compla-cerlo no incurriré en el difundido error de aplaudirsin mesura porque se trata de un libro nuestro, quealguna vez señaló Paul Groussac.

Procuraré, al contrario; ser muy franco, comousted lo desea, al expresarle mi pensamiento sinatenuaciones, aunque su temperamento de escritoranheloso de triunfos no es de los que se marean conel aplauso banal, carente de sinceridad, ni la altivez

40 OTTO MIGUEL CIONE, Lauracha. La vida enla estancia, Buenos Aires, 1906.

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de su inteligencia ha menester de muletas prestadaspara marchar.

He leído su libro de un tirón, con interés, y des-de luego aplaudo sin reservas mentales la tentativade hacer obra literaria con asuntos de ambiente ge-nuinamente nacional; porque es sentir arraigado enmi ser que ése es el rumbo hacia donde debemosdirigir la mirada si pretendemos crear obras origi-nales y duraderas.

Ya lo dijo el autorizado crítico español Menén-dez y Pelayo en su Antología de escritores hispano-americanos, al señalar como las obras más originalesde nuestra literatura las de la poesía gauchesca.

Yo voy más allá, porque creo que dentro de loshorizontes del territorio rioplatense -tan variados ensus características regionales- caben todas las mani-festaciones del arte.

Pero si bien la orientación es buena, la novelaresulta, a mi modo de ver, deficiente y desequilibra-da en ciertos pasajes por falta de conocimiento delmedio descripto y por el ligero estudio de los rústi-cos protagonistas, cuyas pasiones agita usted en elagreste escenario sin haberse compenetrado de lasintimidades del alma tenebrosa y compleja del gau-cho.

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Hay detalles en el libro que acusan un total des-conocimiento de los usos y costumbres camperas,que ha sido, sin embargo, su principal preocupa-ción, como lo indica el subtítulo -la vida en la estan-cia-, lo cual le obligaba a darnos cuadros sentidoscon todo el rudo y fuerte sabor de esas escenas delpasado.

Y para demostrarle el interés con que lo he leí-do, copio algunas de las anotaciones marginales quefui trazando con el espíritu de un criollo que se re-gocija ante estas descripciones que despiertan lasdulces añoranzas del pago lejano...

Así la atada de la yegua madrina con su cencerroentre los caballos que arrastran la pesada galera, porejemplo, y en la cual se me antoja que confunde elruido de los cascabeles de las colleras de las cabal-gaduras con el repiqueteo del cencerro de la madri-na. O la parada de rodeo "de la novillada pararecibir la señal que indica el paso de la adolescenciaa la edad viril".

Lo que se marca en tales casos no son novillos,sino terneros, y no de la manera con que la describehasta producirles "una llaga obscura, sanguinolen-ta". La sangre que se ve asomar en las faenas de lahierra es la de la señal de las orejas o de los terneros

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castrados que, cabalmente, desde aquel momento,pasan a ser novillos. Y no me arguya que el diccio-nario de la Academia denomina novillo al toro obuey nuevo y más particularmente al que no estásujeto a yugo, porque la acepción rioplatense de esevocablo significa, todo lo contrario de toro, y usteddescribe un cuadro de nuestras antiguas estancias.

Los baguales tampoco andan en "tropillas", sinoen las manadas de yeguas chúcaras; tropilla es ungrupo de caballos mansos que siguen a la yegua ma-drina que los aquerenció, según lo enseñan desdeantigua data los escritores coloniales como Azara,entre otros, que trae una exacta descripción sobre lamanera de arrocinar los caballos y entropillarlos.

La escena de la domada -tantas veces descriptapor nuestros escritores costumbristas- y en la cualha procurado dar su nota personal, contiene estedetalle falso: al jinete que acompaña al domador nose le denomina -ladero-, sino "apadrinador", porquecon los movimientos del caballo manso que monta,guía, apadrina, ayuda a educar al fogoso bruto. La-dero es el mancarrón que se ata del lado de fuera enlas varas del carro y de las yuntas de tiro en las gale-ras y que no monta ningún jinete. Ni en yegua ni en

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ladero jamás se vio a un criollo verdadero, dice unrefrán campesino de mi tierra.

En la pelea del velorio de un angelito, hay unavieja que invita "a rezar por el paisano que ha caídoen su ley". Y todo por un tajo que marcó con inde-leble barbijo el rostro de uno de los combatientes.No. Se ora por el ánima de los difuntos, por el queha "cáido en su láy", pero por una cuchillada más omenos profunda no se incomoda a los santos...

Pero estos menudos reparos que pasarán inad-vertidos para la gran mayoría de los lectores, puestoque sólo disuenan a los entendidos, no amenguan latonalidad del cuadro que en ciertos momentos esexacta y llena de vigor, sobre todo en la pintura delos panoramas campestres, como aquella del ama-necer y la del paisaje circundante de la estancia deMornins, una de las más hermosas páginas del libro.Hay allí todo un escritor abundoso y colorista.

Cuando su espíritu desvinculado de prejuiciosse entrega libremente a pintar o a describir la natu-raleza, logra sin esfuerzo el propósito y nos da lasensación artística de la realidad. El cuadro de lascarreras tiene gran vigor de expresión; y aquel otrodel toro solitario y enfermo, del toro "abichao" queva por los campos estremeciendo las soledades con

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los broncos bramidos de su cólera y su dolor, esrealmente muy hermoso.

¡Si así se mantuviera siempre! Si la descripciónserena y artística del paisaje comarcano con fresco-res y perfumes de nuestra naturaleza, que logró fijarel autor en más de un paisaje, no tuviera como re-verso las exuberancias de color en las figuras, algu-nas, sin embargo, admirablemente dibujadas contrazo viviente como aquella de doña Bárbara, la chi-na cínica de vientre prolífico que dice con tanto de-senfado que ya ha perdido la cuenta de sus maridosde ocasión . . .

Si el diálogo vivaz y picaresco que esmaltan re-truécanos ocurrentes, de genuino sabor criollo, nodescendiera con harta frecuencia como una obse-sión a la intención soez y descomedida, hasta cuan-do se trata de la hermosa y varonil Lauracha, lavalerosa patroncita que sabe voltear chimangos alvuelo con un tiro de revólver y que tiene ademáspara guardarle la espalda un hermano como aquellocazo de Alberto, que se impone abriéndose can-cha a golpes de rebenque.

No. El paisano es rudo y grosero en el decir, pe-ro es sensible a la belleza de la mujer que admira, yaunque encele sus instintos, no los expresará con la

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palabrota brutal que el autor ha extraído del bajofondo del suburbio, del léxico canallesco del com-padrito orillero, y es bueno dejar constancia de quegaucho y compadre son dos entidades étnicas muydiferentes.

Si un exagerado afán de crudo verismo noarrastrara a Carlos, el voluble seductor de Lauracha-especie de amazona selvática, locuela adorable,histérica y romántica que sueña con los palacios en-cantados de los remansos-, a la innecesaria confi-dencia para contar su aventura amorosapuntualizando hasta el nimio detalle.

Si todo eso que, evidentemente, está de más, lohubiera borrado de una plumada, señor Cione, lanovela ganaría en gracia y en interés, porque hay enusted cualidades sobresalientes de narrador, conaguzado sentido de observación para percibir ypintar las bellezas de la tierra, pero al cual las in-fluencias de una determinada escuela a que quisosubordinarlas le impidieron desarrollarlas libre-mente y lucir todas sus galas.

Sin rumbo de Cambacerés o Gaucha de Vianason dos novelas de crudo naturalismo; pero cuántabelleza fuerte y genuinamente americana brota desus admirables páginas, que no recomendaríamos a

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lectoras timoratas, pero que constituirán el encantode cuantos quieran sentir palpitaciones de la vidalibre de la pampa o de nuestros bosques.

Se me contestará quizá que existen tilingos co-mo el protagonista Carlos. No lo negaré, pero ha dereconocerse también que un Don Juan de esa layano era el hombre capaz de rendir un temperamentoavasallador como el de Lauracha, que juega con él ylo domina, como a los briosos caballos que monta,con sólo un oportuno tirón de riendas. Aquellaprimera cita en la reja de su ventana así lo demues-tra.

Dada la naturaleza indiscutiblemente superiorde Lauracha y sus deliquios románticos que piden alamor la esencia pura del amor; ante la cordura deesa heroína montaraz que discurre como una mujerformal con la dolorosa experiencia de sus cincohermanas casadas, con todo lo que ha visto en lasvulgares escenas de los libres amoríos de los ran-chos del pago; no se explica su repentina caída, sinresistencias, sin que nada la empujara a caer, a dejar-se tomar como una sabrosa fruta de los montes porel primer venido...

Esa extraña mujer, original y extraordinaria, quecon tanto cariño nos presenta usted, señor Cione,

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entre los arreboles de uno de esos admirables cre-púsculos del atardecer, rindiendo a sus pies al pre-suntuoso adorador con una sola mirada de reina, nodebía, no podía caer a semejanza de una campusacualquiera!

Es demasiado brusca la transición para que elbenévolo lector acepte semejante desenlace de aqueltierno y romántico idilio. O el autor ha exagerado laselección de la mujer espiritual, toda gracia y armo-nía, o ha recargado las sombras en el bosquejo de lahembra carnal; y del desequilibrio de dos estadospsicológicos tan diversos dentro del mismo ser, deese violento choque de colores antagónicos en lapintura de un solo personaje, ha resultado fatal-mente un tipo extraño e irreal, simple creación de lafantasía, por más que el autor enamorado de suquimera se afanara por inyectarle vida, sangre ardo-rosa, pasiones quemantes e insaciados anhelos debajo sensualismo...

Tal vez más de un lector encuentre excesiva estamanera de aquilatar los méritos de una obra literaria.No es así, sin embargo, porque entiendo que la ta-rea del crítico no consiste exclusivamente en adjudi-car premios o azotes al autor. Además, sonconocidas mis predilecciones por esta clase de pro-

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ducciones, y el señor Cione debió ser el primer con-vencido de que el asunto iba a interesarme al solici-tar que le expresara con absoluta franqueza miopinión sobre su novela.

He cumplido la tarea sintiendo no haber podidoser totalmente amable con un escritor que muchoestimo, pero creo que no se tildará de injusta y apa-sionada la crítica. Podrá ser errónea, pero no careceseguramente de serena sinceridad.

Cuando un escritor joven, que ha dado ya al li-bro y al teatro producciones de mérito, se nos pre-senta con una nueva obra, los que aplaudimos lasprimeras, los que como yo contribuyeron a su triun-fo -como ocurrió con su novela Maula, premiadapor un jurado del cual tuve el honor de formar par-te-, tenemos el derecho de exigirle que esa obra sea,si no mejor, por lo menos de mérito igual a las ante-riores.

El autor pertenece al grupo de los valerosos, delos que bregan por crear la obra regional de cuñoinconfundible. Tiene, sin duda, la forma colorida ybella, pero ha olvidado que sólo es perdurable laexpresión del sentimiento humano cuando entierrasus raíces en la verdad. En sus manos está el contri-buir eficazmente a la realización de tan loable idea, y

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no dudamos que lo conseguirá con el estudio repo-sado y la práctica de su arte, porque aduna al entu-siasmo ardoroso de la juventud los acicates de laemulación para triunfar.

La espontaneidad es atrayente, pero engañosacomo una sirena...

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TIERRA DE MATREROS

ME ARRELLANÉ en el rincón más solitariodel vagón, abrí el volumen que conservaba ese olorhúmedo y atrayente de los libros recién impresosdisponiéndome a saborearlo, cuando vino a ocuparun asiento frontero al mío uno de esos individuosde color indefinido, con ojos verdosos, pequeños yfríos que no cambian nunca de expresión como losojos de las víboras.

Le conocía apenas, pero sabía que gozaba defama abrumadora por la monotonía de sus charlasinsípidas; y si es cierto que cada hombre tiene la fi-sonomía interna reflejada en el rostro, mi vecinollevaba en el suyo un estigma realmente repulsivo.

-Mal augurio -exclamé en un soliloquio y po-niendo ceño adusto respondí secamente al saludo y

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proseguí la lectura con las páginas muy cerca de lacara para defenderme de sus miradas intranquiliza-doras.

El tren se puso en movimiento. Se oyó la cre-pitación de un fósforo al encenderse, luego una vozmelosa brindándome un cigarro:

-¿No fuma?-Gracias -y el silencio cortó el diálogo.Breves instantes después insinuaba de nuevo el

ataque con su vocecita atiplada que ya empezaba aserme odiosamente molesta.

-Muy interesante la lectura, ¿no?...-Sí, interesantísima.-Montepin o Richebourg -dijo arrastrando la

erre.-No. Fray Mocho, autor criollo de los de buena

cepa -respondí sin apartar la mirada del libro y con-tinué la lectura.

Habíamos atravesado el puente del Riachuelo yentramos a las tierras bajas del sucio caserío de lascurtidurías de Barracas. Mi vecino se revolvía in-quieto en su asiento, y al contemplar por la ventani-lla la extensa napa de campiña anegada no pudorefrenar por más tiempo su impaciencia locuaz, y se

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me vino a fondo con una parrafada que no logrócuajar porque la corté en el introito.

-Pero ha visto cuánta agua estancada; un canalde desagüe hace gran falta; esta agua es...

-Aquí hay mucha, muchísima más -repliqué vi-vamente. Y dispuesto ya a no dejarlo meter baza,añadí-: Vea usted qué paisajes tan hermosos los quedescribe este libro; qué cuadros más curiosos y ori-ginales de la vida de una población semisalvaje queanida como las fieras entre los inmensos pajonales ylas tupidas arboledas de los montes costeños de lasislas del Paraná; en ese país de los matreros, comodenomina el autor a los hirsutos moradores de esamisteriosa región, donde los viejos ceibos se coro-nan de flores sangrientas al borde de riachos tananchos como ríos, que culebrean entre marcos desarandises y juncales espesos arrastrando en su co-rriente los verdosos embalsados del camalotal.

Es la tierra de los matreros, de la gente maleantey sin ley en que no impera otra autoridad que lasustentada por la fuerza bruta, la destreza, la astucia,la garra pujante y la entraña bravía. Un país dondehubiera podido encontrar asuntos para sus admira-bles relatos de las selvas vírgenes el poeta RudyardKipling. . .

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Y sin darle tiempo para reponerse de la enco-miástica embestida, añadí: -Escuche que esto esnuestro, genuinamente nuestro y para usted, comopara cuantos lo lean, será; -sin duda, una verdaderarevelación. Son cuadritos copiados del natural en elpleno aire del paisaje selvático, con pinceladas rápi-das y seguras, rebosantes de colorido y espirituali-dad.

"Cinematógrafo criollo", lo ha titulado el autor,y es así en realidad. Los tipos exóticos por sus cos-tumbres y la indumentaria que gastan, las escenas deaquella vida libérrima, más curiosa aún, y los paisa-jes variados de las islas y riachos de la región vandesfilando ante la mirada del lector en graciosas yvívidas evocaciones, a tal punto que cuando a vueltade una página se esfuma la figura que titiló un ins-tante para ver aparecer otra más allá, queda grabadaen la memoria la imagen por mucho tiempo.

Aquellos son tipos campesinos, criollos auténti-cos por su vestimenta y modalidades propias; por sulenguaje tan rudo y extraño que parece dialectal; porel aire huraño y siempre alerta para el desconocidoque llega a su miserable ranchada y a quien se miracomo a un posible enemigo del que es necesarioprecaverse; por sus credulidades absurdas, sus tradi-

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ciones henchidas de superstición, su manera de viviren plena libertad, sus estrepitosas alegrías y sus su-frimientos silenciosos, porque o es de varón el que-jarse de la adversa suerte; por sus heroicidades y suscrímenes, sus pasiones violentas y sus instintos defiera, como que entre fieras viven y mueren en luchaabierta con el emboscado destino, todo eso y mu-cho más se va retratando en páginas sencillas y hastadesaliñadas por la premura con que fueron trazadas,pero de las que fluyen a cada instante hálitos de vidalibre y salvaje.

-Pero noto que usted me está hablando como siya hubiera leído la obra, como si ya conociera mu-cho de esas cosas. . .

-Así es, en efecto. El autor me pasó los origina-les antes de enviarlos a la imprenta. Además eseambiente comarcano, ese acre perfume de las yerbasy plantas acuáticas que crecen entre los carrizales delos bañados, al borde de los arroyos, en la ladera delos médanos o a la sombra de las isletas boscosas,son de mi tierra, tengo el alma saturada de ellos, airede aquellos campos parece que me resuella adentroy me dilata el pecho. Es una característica de loshijos de aquella región que nos exalta con sólo re-cordarla; como los rústicos provenzales que dieron

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vida a Mireya y Calendal, nosotros llevamos adheri-da a las fibras más íntimas esos porfiados y resis-tentes cariños de la tierruca.-Todavía no ha surgidoel Mistral que la cante, pero ya vendrá porque exis-ten allí temas líricos tan originales e interesantescomo los de su tierra solar del Crau y la Camarga.En breve el silbato de la locomotora turbará la apa-cibilidad de aquellas selvas que el hacha empieza adesmontar, y los vagones se llevarán a prisa las ri-quezas de la tierra; pero ya lo dijo un poeta: al solno lo transportan, ni transportan las estrellas...

Por eso puedo afirmarle que con todas sus im-perfecciones de estilo, estas descripciones dejan enel espíritu del lector una visión nítida y real. La ima-ginación y la fantasía no informan ni dan carácter alos episodios y escenas descriptos, con un afán tansincero de verdad que la pluma no ha hecho másque ir esbozando recuerdos e impresiones, en cro-quis ligeros, sin preocuparse mayormente del reto-que artístico que les hubiera impreso toda laoriginalidad de su belleza selvática...

Hay en este autor algo de la manera de tratar losasuntos regionales a lo Rueda y Pereda, con verismocrudo pero sin grosería. Se me antoja que los auto-res de La Reja y del Sabor de la Tierruca deben ser

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santos de la devoción de Fray Mocho. Tiene deellos la observación aguda para hacer resaltar la notapintoresca dentro del tosco escenario, y la graciavivaz para pintarla, pero carece aún de la técnica delarte que da vida perenne a las creaciones.

Mi hombre estaba vencido, y hasta me atreveríaa decir que empezaba a interesarle más la lecturaque mi fogosa charla. Sólo de tarde en tarde me in-terrumpía exclamando entusiasmado:

-¡Oh! ¡Pero si eso es muy lindo! Siga, siga usted.Así fuimos recorriendo los cuadritos sabrosos y

coloridos de "La carneada", "Macachines", "Pelu-deando", "Bajo el alero","Cortando campo", "Alcaer la tarde" y "La domada". Y las siluetas origina-les de Ño Cariaco, Juan Yacaré, El Aguará y LaChingola cruzaron garbosas y cerriles, con sus ex-trañas fisonomías de bestia montaraz, en aquel es-cenario majestuoso.

Luego aquellos rostros cobrizos de los viejos di-characheros que se esbozan a la mortecina luz delos candiles, con sus ojos astutos de ave de rapiñaatisbando por entre el matorral de las cejas enmara-ñadas; y las robustas chinas que encelan los corazo-nes de los galanes pendencieros; y el paisaje delmatorral ribereño, con los riachos que se entrecru-

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zan culebreando por las espesas maciegas dondelanza el caráhu su grito lamentoso; y los viejos cei-bos empurpurados de racimos de sangre junto a lasextrañas flores de pasión del mburucuyá; y los espi-nillos que se atavían con el amarillo y fragante tipoy,y los, embalsados del camalotal cubiertos de corolasmoradas que exhalan perfumes embriagadores; y elsol que cabrillea en el agua plateada de los remansoso sobre los blancos arenales; y la luz de la luna man-sa y quieta en la altura que parece polvorear blan-quecina vislumbre sobre el campo en reposo...

Los cuadros de las sierras altas, del campoabierto de las cuchillas tienen también su caracterís-tica peculiar en este libro.

La hidalguía campesina, la hospitalidad sencillade las pobres gentes con que agasajan al viajero quese detiene a la puerta de sus toscas viviendas; la no-bleza del gaucho para el que solicita su ayuda sinsaber quién es y por el solo sentimiento de confra-ternidad con el infortunio ajeno.

Impregnadas de ese noble y fuerte altruismoque como un legado tradicional todavía se conservaentre los últimos representantes de la estirpe gau-cha, están las páginas de "Macachines" y "Bajo el

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alero", para mí las notas más reales y sentidas dellibro.

En el primero se retrata con pinceladas maestrasla hidalguía del viejo criollo que da su mejor caballoy su cuchillo al fugitivo que llega una noche a surancho huyendo de la policía. El segundo presentaun cuadrito delicioso de un interior de hogar cam-pestre en un día de lluvia, lleno de observacionesencantadoras. Vuelta la última página aún se sienteel lento son del agua que chorrea afuera sobre lapajiza techumbre, mientras adentro se escucha elbordoneo de una guitarra que gime aires de la co-marca mezclándose al chirrido alegre de la sartén,donde la grasa para freír las tortas se derrite connotas de risa...

Un silbido estridente y el jadeo bronco de la lo-comotora que se detiene de pronto, como cansadade la loca carrera al penetrar a la estación, cortóbruscamente la charla. Mi compañero se levantó, ytendiéndome la mano me dijo:

-Hubiera deseado que nuestro ameno Viaje alpaís de los matreros durara más tiempo: me iba in-teresando de veras.

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-Ojalá se escribieran muchos libros como éste -le respondí- ¡Es tan rica nuestra tierra en asuntosartísticos! ¡Y pensar que desdeñamos los panoramasvírgenes para ir a copiar los extraños! . . .

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CHARLA LITERARIA

GENTILMENTE invitado a tomar la palabrapor la ilustrada redacción de este diario41, que másde una vez tuvo un aplauso generoso para las mo-destas producciones mías, no he podido menos deacceder a tan honroso pedido, lamentando que elesfuerzo de mi voluntad no alcanzara a saldar unadeuda dé gratitud; pero confío en que vuestra defe-rente benevolencia atenuará las deficiencias del de-sempeño.

Y ante todo debo deciros que ésta no es unaconferencia sobre literatura nacional, como ama-blemente se ha anunciado. No: será apenas unacharla íntima a propósito de cosas de nuestra tierra,que viene a haceros uno de sus hijos, que ama y

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cultiva las tradiciones del terruño, creyendo firme-mente que no hay en ello nada frívolo ni vulgar, si-no, por el contrario, una meritísima empresa, dignade ser tratada por más esclarecidos ingenios.

Hecha esta salvedad, procuraré expresar ahoralo que pienso de la producción literaria actual y cuáldebe ser verdadera orientación.

Y bien: mi entusiasmo por todo lo que es ge-nuinamente argentino no me arrastra hasta la obce-cación de proclamar que tenemos ya un caudalliterario tan netamente caracterizado que pueda re-flejar todas las modalidades de nuestra naturaleza.

Poseemos apenas ensayos más o menos felicesen que la originalidad, la fusión de las razas, el me-dio ambiente, el colorido, el paisaje y los rasgosenérgicos de un pueblo viril, palpitan y se conden-san en algunas páginas admirables que conviene se-ñalar a las nuevas generaciones como un ejemplo yun derrotero, en estas horas de momentánea desvia-ción del ideal artístico, en que, persiguiendo unexotismo irreflexivo o un decadentismo estéril, seestán malogrando tantas jóvenes inteligencias.

Será, pues, oportuno advertirles que, en vez decantar asuntos polares en florilegios extraños, ta- 41 El Día de La Plata.

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ñendo la mandolina o la flauta de cristal, escuchenlas palpitaciones del alma nacional y canten si quie-ren hacer obra fecunda y duradera a los héroes de laraza; que se inspiren en los temas vírgenes de nues-tra tierra.

Que miren a las alturas y pulsen el arpa, mudahoy, donde resonaron las armonías del cantor deAtlántida y del Nido de cóndores; que hagan vibraresa otra gran lira enlutada que gimió desoladas tris-tezas con Lázaro y la Fibra salvaje; y, si quierenacordes más sentidos y nuestros, que no desdeñenesa que suspira tristes y cielos con el tono auténticode la pasión nativa: "la guitarra melodiosa de loscantos argentinos".

Que en vez de extasiarse en la contemplación deauroras lileales, o de celajes descoloridos de abani-cos nipones, admiren el ascua rojiza que dora lacumbre de nuestras montañas y la faz, anchurosacomo el mar, de nuestras pampas y chacos. Que ésees el sol flamígero de las leyendas fabulosas del In-ca, y el sol de nuestra bandera que alumbró tantashoras de honor...

Que antes de ir a buscar inspiración en la deso-lada estepa rusa a través de los libros de Tolstoi ode Máximo Gorki, oigan esa gran voz que flota y

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solloza armonías desconocidas en los lentos crepús-culos pampeanos; esa voz que, desde los octosílabosde La cautiva hasta las toscas trovas del Martín Fie-rro, nos está relatando tan hondas y hermosas le-yendas de heroísmo y abnegaciones desconocidas.

Que demanden asuntos para la estrofa, el lien-zo, el bronce o la página musical, al Facundo, esegran cuadro rudo, vigoroso y potente, donde el des-borde magnífico y bravío de las cóleras y odios deSarmiento esculpió todo un sangriento período denuestra historia.

Que lean con amor a ese otro hijo de la regiónmontañosa que ha bajado a la llanura, trayéndonoscomo ofrenda de hermandad en el arte, tres obrasgenuinamente argentinas: La tradición nacional, Mismontañas y Cuentos.

Con placer me detengo a señalar esta produc-ción intelectual, porque creo que es González elprimer escritor que, sintiendo hondo y amando sinsonrojos el suelo natal, ha sabido encontrar inspira-ción para sus obras en las fuentes inexhaustas y vir-ginales de una tierra tan rica en asuntos artísticos.

Y es por eso que su amor al rinconcito andinoque sustentara su cuna, se expande por toda la obra,hasta fundirse en el más ferviente culto a la patria; y

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esta nota personal es quizá -aparte de sus relevantesdotes de estilista- el secreto del éxito alcanzado porsus producciones.

Sus cuentos, sus tradiciones, sus retratos, suspaisajes y descripciones regionales tienen el saboragreste y robusto del valle; palpita en ellos la savialozana de las cumbres; la musa lugareña los anima ycolora con su gracia ingenua.

Y luego, ¡qué dulce melancolía suavementenostálgica; qué sentimiento profundo de ternura ypiedad mana perennemente de esas páginas abun-dosas en notas y colores, como una floración deselva tropical! ¡Qué tristeza elegíaca, pero viril, flotaen torno de sus cuadros de la montaña, cuando na-rra las heroicidades y los sufrimientos de la razaprimitiva! ¡Qué descripciones tan animadas y colori-das esas que bosquejan las costumbres y las supers-ticiones del tosco campesino montañés cuyo tipo haburilado con relieve perdurable antes que la civiliza-ción termine de borrar sus perfiles!

Penetrado, como ninguno entre nosotros, de laimportancia histórica y sociológica que entraña elestudio de los usos, costumbres y creencias popula-res, ha abordado con éxito envidiable tan meritoriaempresa, y quedan ya, como jalones de la jornada,

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esas tres obras que tan alto puesto le señalan en laintelectualidad sudamericana.

Es que el asunto no es frívolo, como se ha di-cho, y no puede sernos indiferente. En la Américaespañola, algunos pueblos ya se han preocupadocon interés de estas cuestiones que se refieren a sufolklore; pero entre nosotros el terreno permanececasi inexplorado a pesar de su capital importancia,esperando a los investigadores estudiosos que sedecidan cuanto antes a abrir la picada en la selvavirgen.

Los trabajos de Joaquín V. González, RicardoRojas, Juan Ambrosetti y Adán Quiroga no han te-nido imitadores; y, sin embargo, ¡qué tesoro de poe-sía nacional se formará el día en que se dé cima aesa obra que nos falta!

¡Qué veneros de belleza ignorada están ocultospor esos montes y cuchillas, entre las derruidas ta-peras, a lo largo de los ríos y arroyos, bajo las paji-zas techumbres de los viejos ranchos, en las cuerdasde la guitarra que gimió los incomparables tristes delgaucho que se va! . . .

Búscanse colorido, tipos, escenas y paisajesnuevos; allí se les encontrará derramados hasta conderroche por la mano del Creador. Que la piqueta

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remueva los escombros, que se sople en la brasa noextinguida de los fogones campesinos, que se son-dee hondo el alma sencilla de esos hombres buenosy fuertes, antes que se pierda su silueta original; y laobra soñada que tanto anhelamos surgirá potentecon su sello típico y duradero.

Dentro del alma embrionaria de toscos marine-ros y de rudos montañeses ha sabido encontrarasuntos el talento de Pereda para crear a Sotileza yPeñas arriba, esas dos joyas admirables de la novelaespañola. Bret-Harte, con sus Bocetos californianos,Auerbach, con sus Narraciones de la Selva Negra,Tolstoi y Gorki, con sus cuentos de campesinos ovagabundos rusos, y Verga, con sus novelas rústicasde la Calabria, ¿en qué escenario fueron a buscarasuntos para sus obras, sino en la montaña, las lan-das, las selvas, la estepa y las charcas donde fer-menta la malaria? . . .

Es siempre el romance de las vidas humildes, laresignación, el sufrimiento, las penas y las alegríasdel habitante de los campos, con todo el dramasombrío de sus pasiones mal domeñadas, lo que elartista ha ido a sorprender en plena luz, al aireabierto de las praderas, los bosques o los picachosde la montaña.

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Es que no hay arte fuera de la naturaleza y de laverdad; toda la gracia, la imponderable belleza, ma-na de allí como de un raudal inextinguible. Y sinuestro país encierra dentro de sus dilatadas fronte-ras tan diversos matices y paisajes, con moradorespropios de cada región, sus modalidades caracterís-ticas y hasta con sus tradiciones, ¿por qué no hemosde aspirar entonces a crear una literatura que, empe-zando por ser regional, se fundirá al fin en una obragenuinamente nacional, cuando refleje la vida, elcolorido, la luz y los horizontes de la tierra argenti-na, a la manera de los pueblos cultos que consideranobras de tan positivo valer aquellas que se nutrencon el puro sentimiento de la evocación de las cosasy tiempos que pasaron?

En cuanto a mí, no sólo considero útil esta em-presa, sino hasta patriótica, y por eso he consagradoa ella tan ardorosas horas de labor, afanado por la-brar una humildísima piedra siquiera para el monu-mento que alguna vez constituirá el arte nacional.Será posiblemente mi tarea la del pobre indígenaque transportó el bloque anónimo que, unido a mu-chos miles de otros oscuros obreros, levantaron lafábrica, el palacio o el templo monumental.

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Y ojalá mudos de mis compatriotas, dándosecuenta exacta de la importan la que el asunto entra-ña, miraran con más interés estas cuestiones, que nopueden dejar indiferente a todo el que se sienta ar-gentino, y se pusieran con ardor a la tarea, antes quela rápida evolución de nuestro país concluyera deborrar las huellas originarias de tantas cosas de latierruca que deben sernos caras.

Tal es, en mi sentir, la primordial tarea delhombre de letras del presente, tarea modesta al pa-recer, pero de positivo mérito. Así lo han entendidootros países sudamericanos; el Brasil, por ejemplo,que tiene exponentes tan hermosos de esta literaturaregional nutrida con zumos de la tierra, como Ino-cencia de Taunay y El mulato de Azevedo.

¿No tenemos acaso temas igualmente hermososy vírgenes aún, al alcance de la mano, que estántentando al obrero animoso?

Tentanda vía...

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EL VIEJO CALISTO

I

NOS LLEGA de Montevideo una triste noticia.Ha muerto ayer en su ciudad natal, tras lenta y cruelenfermedad, un escritor modesto, pero de positivomérito. Don Alcides De María -el popular ViejoCalisto de los regocijados bordoneos de El Fogón,que tenían aromas y ambiente campestre- era indis-cutidamente el más antiguo y el más altivo mante-nedor de las tradiciones con puro sedimento criolloen ambas márgenes del Plata.

Y no fueron propósitos de mero entreteni-miento espiritual para halagar aficiones de un de-terminado grupo, ni menos el afán de medrar, losque guiaron la pluma de este escritor festivo, sino

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un arraigado convencimiento de que cultivandoaquellos ideales contribuía a la realización de unaobra interesante y útil para el futuro investigador delos orígenes nacionales.

Era un convencido de la utilidad de esa obra, ala cual consagró hasta los últimos alientos de su la-boriosa existencia; y estoy seguro de que la postrermirada de aquellos ojos grandes y mansos, al apa-garse, se detuvo quizá sobre la pequeña mesa detrabajo donde su pluma repentista y juguetona trazótantas cuartillas fluentes, de acentuado sabor cam-pesino...

Pertenecía a la estirpe intelectual de nuestrospoetas populares como del Campo y Hernández, ysi bien no deja como éstos una obra verdadera porla unidad del pensamiento y la acción, no es sin du-da por carencia de inspiración, sino más bien por lanaturaleza misma de su labor literaria. Aquellos hi-cieron el poema gauchesco; él hizo la primera y úni-ca revista criolla de Sud América.

Pero dicen bien de su fecunda labor los docevolúmenes de El Fogón, en donde los estudiososdel futuro encontrarán en sus nutridas páginas ver-daderos tesoros para revivir el tipo original, las ha-

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blas y el ambiente comarcano de los hogares cam-pestres.

Aparte del placentero regocijo con que se leenalgunas de esas páginas costumbristas saturadas delos sabores de antaño, hay en la obra realizada porDe María un interesante y curiosísimo aporte al fol-klore rioplatense, siendo ésta una cuestión que nopuede sernos indiferente cuando es objeto de espe-cial investigación en otros países de Europa y aunde América.

Como en todos los payadores, su inspiración erafácil y repentista, con ese dejo de malicia retozonaque se encuentra siempre en el fondo de la poesíapopular. Tenía el don de la improvisación, y si alautor del Martín Fierro le brotaban las coplas'' "co-mo agua de manantial", a él le brotaban las décimasespontáneas, sin esfuerzo alguno.

En nuestra larga correspondencia mantenidapor más de doce años se encuentran muchas prue-bas de aquella asombrosa facilidad. Recuerdo entreotras esta que constituye un verdadero caso de gra-cioso contrapunto. Una niña oriental que a sus en-cantos naturales reúne el atractivo de tocar laguitarra para cantar muy bonitos estilos, tuvo laocurrencia de tentarnos con su álbum. La ocasión

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era propicia y el poeta Elías Regules rompió el fue-go con un hermoso cuadrito campero que rematabala siguiente décima:

¡Qué hermosa! ¡Qué linda estáEsa trigueña cantoraCon su frescura de auroraY entonación de sabiá!Es flor de mburucuyáQue donde toca se aferra,clavel de la sierra,Es cuadro sobresalienteEsa morocha que sienteLas ositas de la tierra.

A mi vez escribí a continuación:

Yo la vi y entusiasmadoEscuché su voz sentida,Que a mi alma estremecidaTrajo un eco del pasado.Como en conjuro soñadoCreí sentir en derredor,Sobre los cardos en florQue cubren triste tapera,

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Una endecha lastimeraQue cuenta historias de amor. . .

De María glosó en seguida aquellos entusiasmoshaciendo broma de nuestra condición de casados -no por falta de intensidad en los cariños nativos quefueron siempre grandes, sino porque ésa era la ca-racterística de su espíritu travieso de viejo criollo:

Todo eso será verdad,Será el canto peregrino,Más por eso me imaginoQue habrá dicho la beldad:¡Cuán bella es la humanidadQue encierra entre sus islotes,Tantos viejos camalotesCon colores de violetas!¡Lástima que mis poetasMe hayan salido cascotes!

II

En uno de los últimos números de El Fogón,como si hubiera tenido el presentimiento de la eter-

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na partida, el viejo poeta, enfermo y dolorido, pu-blicaba uno de esos cantares sentidos y sencillos queparecen brotar del corazón del pueblo.

Eran estas cadencias la quejumbre rimada de unalma que sufría y cantaba mezclando a las lágrimaslas sonrisas para engañar sus dolores.

Guitarra que tantas vecesA mi voz acompañasteHaciendo más grato y tiernoEl eco de mis cantares.¿Por qué como en otro tiempoYa no vibra tu cordaje,Ni mis cantos acompañas,Ni suenas para alegrarme? Es que mi mano, crispadaPor el tiempo inexorable,Tiembla débil e inseguraCuando quiere acariciarte,Y ni se templan tus cuerdasNi armoniza tu lenguaje. Y sin embargo ¡es preciso,Guitarra que me acompañes,Como acompañas al ciegoA quien obliga a que cante

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Con irónica sonrisaLa suerte que lo combate! Suena, y no digas que lloroAl que tenga que escucharme...

*

Dicen que es gato escaldadoEl que huye del agua fría;Será del agua calienteQue es la que escalda, decíaUn paisano á su chirusa,Que sentada en la cocinaEl cimarrón le brindabaCuando la caldera hervíaComo pa pelar lechones,Calentando la bombilla;Y la chirusa sonriendoRetrucaba: -No se aflija,Que si se escalda los labiosSe los curo... con saliva.

*

En la cumbrera del rancho

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Anidan las golondrinas,Y los dueños del hogarBajo su techo se anidan.Y todos viven dichososEn la casita pajizaDonde entre cantos y floresAuras puras se respiran.¡Quién me diera con un ranchoVida campestre y tranquila!...

Y no se dirá que aquello es pura ficción, melan-colía convencional de poeta romántico para hacerseinteresante. No. Sus sufrimientos eran por desgraciareales, y maravilla en verdad cómo pudo conllevar-los, cómo su pluma logró lucir los intensos donairesde otros tiempos.

Es que ese anciano enfermo y dolorido desdehace largo tiempo, sintió reagravarse su pena con lapérdida de la dulce compañera que colmaba de cari-ños el hogar, y ha seguido encorvado sobre el yun-que cumpliendo su tarea con resignación, y apenassi alguna sombra de fugaz amargura -como en lamencionada composición- enturbió la serena yriente armonía de los versos con que retribuía laprotección de sus lectores . . .

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Y, sin embargo, era preciso que cantara, que hi-ciera vibrar el cordaje de la guitarra para acompañarlos cantos festivos de otros días, aquellos fáciles yregocijados bordoneos que tenían aromas y am-biente de nuestros campos, tan celebrados por loslectores de la revista, con que a costa de indeciblesfatigas el poeta enfermo ganó su pan cotidiano. Erapreciso que cantara sorbiéndose las lágrimas amar-gas, como aquel gaitero de Gijón en la tierra dolorade Campoamor.

Que cantara y riese ocultando la pena que le la-ceraba las entrañas, bajo la faz de una careta. ¡Tristecondición!

Así lo vimos allá en una casita de la calleVázquez, en Montevideo, sonriendo bondadoso ylleno de entusiasmos por la causa de nuestros co-munes amores, que iba traduciendo la palabra apa-gada por la fatiga de una cruel enfermedad, junto ala mesa de trabajo, donde la inspiración, que no leabandonó hasta el postrer instante, acababa de re-velarse en una décima festiva.

Pero la profesión de escritor de revistas, allícomo aquí, no produce -salvo contados casos- sinoescasos rendimientos, lo necesario apenas para vivircomo un condenado aferrado por la más absor-

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bente de las tareas; y cuando se piensa en las deplo-rables condiciones de salud con que tuvo que reali-zarla, la imagen del penoso suplicio se nos presentacon toda su punzante realidad . . .

Y así luchó mientras tuvo alientos, con raraenergía, aquel valeroso portaestandarte de las tradi-ciones criollas, y sólo abandonó el puesto de com-bate a uno de su sangre cuando sintió llegar lamuerte, con el presentimiento de que no han deborrarse las huellas de su labor literaria, ni brotaránflores de extraños climas sobre la tierra donde élabrió el surco para derramar las simientes nativas...

III

Sabía de cosas criollas. La vida de periodistaerrabundo que llevó durante la juventud, compo-niendo él mismo los artículos que trazaba su plumaágil e incansable -hoy en Mercedes del Estadooriental, mañana en Gualeguaychú, Gualeguay oVictoria en Entre Ríos- le pusieron en contacto conlos hombres y las costumbres de aquellos tiempos.Estudió así el medio ambiente y se saturó el espíritucon ese sedimento inapreciable de experiencia y de

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recuerdos imperecederos que daban a su palabrasencilla la respetable autoridad de un verdaderomaestro.

-Yo he conocido a los gauchos montieleros, alos famosos lanceros de Ramírez y de Urquiza. ¡Quéhombres incomparables! Rudos pero nobles y lealesa carta cabal. En las cuchillas entrerrianas aprendí aser jinete y a querer a los paisanos -me decía en unade sus cartas.

De ahí su inalterado cariño hacia los viejostiempos y su admiración patriótica por los altivoscaudillos que pugnaron al frente de las bravas caba-llerías para conquistar la libertad del suelo natal, quele inspiraron algunas estrofas rotundas como lasconsagradas a Artigas, a Lavalleja y al desembarcode Los Treinta y Tres sobre el arenal de la Agracia-da, reveladoras de un poeta de fibra y de vuelo líri-co.

Sin embargo, prefería la forma modesta delcantar popular, el apólogo sencillo y risueño parahacer comprensible su moralidad a las masas. Perodonde lució las más originales vibraciones de suinspiración, con acentuado amor por la tierruca, esen la trova campesina que le dio gran popularidad.El día que se haga una edición seleccionada de los

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cantares de De María, la literatura regional exhibiráun valioso exponente de los pintorescos y jugosossentires del alma gaucha. Bien merece ese póstumohomenaje el viejo cantor que había recogido en lascuerdas de su guitarra los tristes errantes del paya-dor Santos Vega, las coloridas y rientes descripcio-nes de Ascasubi y del Campo, y esa dolorosa y rudaepopeya de la pampa que palpita en los rústicos pe-ro inmortales versos del Martín Fierro.

Los amantes de las producciones nutridas conzumos del terruño, deben rendir esa merecida con-sagración póstuma al meritorio escritor que en todomomento fue celoso y entusiasta vocero de la lite-ratura criolla. Quedan en las páginas de El Fogónlas agudas críticas con que fustigó a más de un es-critor advenedizo que pretendía sentar plaza decriollizante, sin apercibirse de que no basta adulterarel idioma para escribir con médula criolla...

Y es por eso que su desaparición será doble-mente dolorosa a todos los que bregamos por con-servar el aroma añejo de esos antaños queridos,porque contados serán los escritores que puedanhablar con su profundo conocimiento de los hom-bres y cosas ya idos para no volver.

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Tal era el noble y esforzado luchador que hacaído sirviendo a la causa criolla en ésta y en la otraorilla del Plata. La flecha se va, pero el arco queda,dice un refrán antiguo. Que otros recojan la plumadel buen camarada para seguir luchando en la re-vista que perpetuará su simpático nombre, a lasombra de la vieja bandera...

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CUADROS DE ANTAÑO

LA CARRERA

I

BAJO EL TÍTULO de La Carrera llega a mismanos una poesía con acusado ambiente nuestro dela cual es autor el estimable escritor uruguayo donPedro Erasmo Callorda.

La he leído con mucho agrado reconstruyendocon la imaginación viejos cuadros de un pasado aque siempre vuelve placentero mi pensamiento. ¡Elamor a la querencia!, diría un criollo, y es la verdad.Todas estas producciones que tienen el prestigiosoaroma de las evocaciones lejanas -por más vago quesea su perfume y a pesar de los naturales defectos

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cuando no se trata de una obra de impresión direc-ta-, despiertan de improviso mi espíritu para llevarloallá, lejos, al rinconcito de mi tierra donde cantan lasnostalgias de la juventud y de la selva nativa...

Pero así como es grande e inalterada la pasión,es también celosa y exigente para no permitir que seadultere o pervierta la añejez de las tradiciones. Si esque merecen conservarse deben serlo íntegramente,de otro modo más valdría dejarlas reposar en el ol-vido. Así entendemos el apego misoneísta, que notiene nada de retardatario en su mística reverenciahacia los queridos antañares, y no porque los su-pongamos mejores a otros cuadros y escenas de lahora presente, sino por ser genuinamente nuestros,porque tienen la substancia medular exenta de lasimpurezas de toda extraña mezcla, y por eso lassentimos adheridas tan tenazmente a las fibras mássecretas.

Tal es el criterio con que juzgamos siempre todaobra de asunto nacional -acertado o erróneo, perosincero-, porque alentamos la creencia de que sóloasí, paso a paso, iremos trazando los lineamientosde la literatura del país, con asuntos y sentimientosque reflejen las características genuinas de cada re-gión, sinceramente, con todas las brusquedades y

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asperezas de los rústicos protagonistas, pero pinta-dos con escrupulosa verdad. Lo demás es extraviarél criterio del lector dejándole una impresión de ar-te, que podrá resultar muy hermosa, pero que llevaen la entraña, como una herida oculta, la sentenciafatal que la condena a no sobrevivir. . .

Es lo que ha ocurrido ya con los escritores de laépoca romántica que pintaron al gaucho rioplatensecon luz artificial, sin observarlo en el pleno aire delescenario en que desarrolló sus instintos, y cuyasdescripciones leemos hoy sin admiración ni entu-siasmo porque no surge de esas páginas olvidadasningún soplo de vida ni despiertan una sola emo-ción interna.

Entre el viejo Chano y el payador Contreras, deHidalgo -que vivirán eternamente-, y el Celiar ama-nerado y romántico de Magariños Cervantes, porejemplo, media un abismo.

¿Era sólo defecto de la escuela literaria? No. Esla falta de compenetración con el alma colectiva,con los sentires y la mentalidad de la época y con laacción que proyecta la obra a través de los tiempos.

Cabalmente el Celiar contiene una pálida des-cripción de una carrera a campo abierto, que más deuna vez hemos oído citar con admiración. Pues

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bien, compárense los versos de ese flojo romancede corte y acento marcadamente español del autorde Palmar y Ombúes, con las cuartetas fáciles ypintorescas del escritor Callorda y se percibirá sindificultad la diferencia.

La descripción del primero podría aplicarse auna puja de corredores chilenos o mejicanos, conigual propiedad; mientras que la del segundo, consus imperfecciones de detalle, resultará siempre unsabroso cuadrito de la tierra.

Nótese la diferencia. Dice Magariños en sumejor pasaje:

En medio del ruido,Los potros ardientesCon paso atrevido,Ya van obedientesTrotando a compás:Así se acrecientaSu ardor encubierto,Y rápido aumentaUna vez despiertoAl volver atrás.. . . . . . . . . . . . . . . . .Su aérea, carrera

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La vista no alcanza,Pues vence ligeraLa lumbre que lanzaEl rayo al pasar;Pero con no humanaRapidez gigante,La meta cercanaPrimero triunfantePisó Celiar!

Véase en cambio la pintura que el joven poetanos ofrece del mismo asunto, y que transcribimosíntegra a fin de señalar los reparos marginales quefuimos anotando mientras saboreamos esta hermo-sa composición de típico sabor americano.

LA CARRERA

Va a empezar la carrera. Todo el gauchajeEn torno de las "sendas" se agolpa y mira,El sol quiebra sus lampos en el "herraje”Y un bochorno de fraguas la turba aspira.

De la brida florean los "parejeros"Al ritmo perezoso de un paso lento,

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Por el ambiente cruzan los teruteros,Y en los secos bajíos dormita el viento.El gramillal rezonga como cigarraBajo el enorme peso de la pisada,Los sones quejumbrosos de una guitarraVibran bajo la copa de una "enramada".

"Cara vuelta", los fletes encabritados,Hacen latir con fuerza los corazonesDe los gauchos que en fila, amontonadosEsperan la salida de los bridones.

Las "apuestas" se cruzan cual tiroteos,Las "pullas" como insultos hirientes vibran,Los corredores bailan en escarseos,Y una fuerte "partida' valientes libran.

Los "redomones" tascan sonoros frenos,Las golillas al viento brincan altivas,Palidecen los rostros de angustias llenosY en las gargantas duermen ansias nativas.

La bandera está echada. Los corredoresSe acomodan las "vinchas" y se convidan,Hacen trotar sus "fletes”; -y entre clamores

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Con un "Vamos á un Vamos" su celo envidan.

"¡Se vinieron!" Un grito sólo se escucha;Repiquetean los cascos y el rebenqueo,Mientras dura el tiraje, dura la lucha,Y las filas se mueven en culebreo.

"¡El malacara!", gritan entusiasmados;Que ha sido el que primero punteó en la "en-

trada",Estira cual bordona sus desgonzadosRemos que repercuten en la hondonada.

La "meta" la pasaron, y el voceríoSe escucha de los gauchos alborozados,Al triunfador lo escolta todo un gentíoQue le arroja vocablos almibarados.. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .Después se oyen rasgueos en la "enramada”Una virgen del "pago", de tez morena,Al vencedor ofrenda con voz arpada:¡Todo lo negro y dulce de su mirada!¡Todo el amor gigante que la enajena!

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II

En los Cantos de lea Tierra de Carlos Roxlo,existe también una hermosa poesía titulada "La Ca-rrera", pintada á la luz de la tarde estival en unacampestre pulpería, donde el gauchaje se agita bu-llanguero, mientras rueda la taba y circula el mate ygime una guitarra con arpegios de sabiá, y en la queuna morocha encantadora tiene su mirada de pasiónpara el rústico cantor, que resulta el vencedor en lacarrera.

Sin embargo, a pesar de esta semejanza deasunto y de ambiente; a pesar de la soberana armo-nía de las artísticas décimas de Roxlo que cantan aloído sus cláusulas sonoras, preferimos con todassus deficiencias la primera composición porque nosda una emoción más real.

Los versos de Roxlo podrían ser suscriptos porNúñez de Arce, porque tienen su mismo acento ymucho sabor de la tierra española. En cambio lascuartetas de Callorda no pueden escribirse sino conla impresión directa y sentida del paisaje y delasunto regional...

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Merece, pues, simpática acogida la tendencia enque este autor orienta su espíritu al demandar inspi-ración a los asuntos de la tierra, tan pintorescos yfrescos siempre por su colorido original. Así enten-demos que debe ser la poesía nacional; así se realizacon brillo y donaire, como lo demuestra esta com-posición poética que tiene en sus estrofas sencillas ysugerentes el sabor y el aire de los paisajes comarca-nos.

Quien haya visto alguna vez correr una carreraen nuestros campos, exclamará de seguro al leer elsabroso cuadrito campestre: ¡Qué natural y verdade-ra es toda esa pintura!

Es así, en efecto, y en ello consiste su principalmérito. El lector siente, ve animarse la escena y pa-sar por el amplio retazo de pampa, un grupo bullan-guero de gauchos con sus ariscos redomones quetascan el sonoro freno, tras los parejeros que van acorrer la carrera, bajo la llamarada del sol que quie-bra sus luces en la plata labrada de los lujosos he-rrajes.

El cuadro resulta completo, sin que falte un solodetalle. El poeta ha tenido su hora feliz, pues la es-quiva musa lugareña -la morocha del pago, la denegras trenzas y dulce mirada-, ha puesto en sus

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manos la encintada guitarra del payador para cantarun asunto nuestro, criollo hasta la médula, y elcantor salió airoso de la prueba...

Sin embargo, así como es sincero y espontáneoel aplauso para señalar las bellezas que esmaltan lacomposición, he de anotar con igual sinceridad al-gunos lunares que, en mi sentir, amenguan el con-junto de la obra. Esa es la tarea de la crítica cuandose inspira en un propósito elevado. Ya lo dijo elautorizado La Harpe: "La crítica tiene la doble mi-sión de juzgar con imparcialidad, y de arrancar fru-tos provechosos a los escritores.”

Ensayaremos brevemente -ya que nos falta eltiempo- después de indicar las indiscutibles bellezas,señalando de paso ciertos defectos a manera de"frutos provechosos" para el autor y para los escri-tores, que sin mayor preparación o estudio delasunto acometen la descripción de los usos y cos-tumbres de los antiguos cuadros de la vida campesi-na. Me refiero especialmente al uso de ciertosvocablos del lenguaje campesino que el autor escri-be entre comillas para destacarlos y con el propósi-to, sin duda, de dar mayor parecido y autenticidad ala escena.

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Para cuantos sabemos de cosas criollas, les ha-brán resultado falsas las siguientes voces que el se-ñor Callorda da como gauchescas, porque enrealidad no lo son.

Así la palabra enramada -voz castiza y poéticaque el gaucho no empleó jamás-, puesto que siem-pre llamó ramada al complemento de su rancho,formado, como es sabido, con horcones y ramas.De ahí la voz ramada, igualmente castiza, que seencuentra usada por los escritores de la época colo-nial - Azara entre otros- y por los poetas gauchescosque podemos llamar clásicos en el género, comoAscasubi y Hernández.

Tampoco las carreras se corren en sendas, sinoen la cancha del andarivel, o en el camino, o a cam-po abierto si se quiere. La palabra senda trae la ideade algo tortuoso y estrecho, lugar inapropiado porlo tanto para desarrollar el juego libre de una carre-ra. Al término del tiro o distancia que se corre no sele denomina meta -palabreja desconocida en el decircampero-, se le dice la raya, y de ahí rayero o juez deraya, como se llama al encargado de decidir quién haganado la carrera en los casos dudosos. Hacerle de-cir meta a un gaucho en vez de raya, es tan impro-pio como poner en su boca la palabra estadio por la

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cancha que le sirve para varear su parejero. Y, sinembargo, ambas voces son castizas, pero absoluta-mente extrañas al lenguaje de nuestros paisanos;constituyendo por tanto su empleo una nota falsaque desentona por su clásica pulcritud, y quita saborregional al asunto descripto.

Así el criollo Regules -que siente como pocos ysabe pintar esas cosas de la tierruca-, al mencionar ladestreza de dos corredores, no incurrirá en el errorde emplear el vocablo meta, sino dirá con gracia yverdad, en una imagen imitativa del movimiento:

A la raya se han venidoHaciendo temblar el freno.

Sustitúyase la voz raya por meta y el verso habráperdido todo el colorido y la gracia del lenguajecampero. Habrá ganado en propiedad académica,pero no será expresión fiel de un decir criollo, queera cabalmente lo que el poeta quería expresar.

Como se ve, estos breves reparos no hacendesmerecer mayormente el conjunto de la composi-ción que, repito, nos resulta muy hermosa comopintura del ambiente nativo. Pero sinceramentepienso que, cuando un joven escritor revela tan feli-

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ces aptitudes, en vez de marearlo con el incienso dela lisonja banal, deben señalársele con franqueza losdefectos de su técnica, a fin de que, con mayor es-tudio y dominio de los asuntos que trata, puedaofrecernos obras de verdad, obras genuinamentenuestras con todas esas prestigiosas simpatías queeternamente brindará -a cuantos escudriñen conamor- la evocación de los buenos tiempos viejos.

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CLARINADAS

Se engañan los que van abuscar inspiración en climas leja-nos, los que persiguen lo bellorevolviendo afanosamente librospolvorosos; como la felicidad, lapoesía está a menudo a nuestrapuerta; brilla en todas partes, paraquien tiene ojos y corazón depoeta... FÉLIX F.CASEMAYOR.

LA FÓRMULA intensa y exacta del maestroinolvidable, viene a mi memoria al terminar la lectu-ra del pequeño volumen de versos, Clarinada, deLeandro Arrarte Victoria, que despertó en mi espí-

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ritu esa grata sensación que, por lo general, no nosdan la mayoría de las obras escritas con la preten-sión de hacer literatura nacional.

Titúlase Clarinadas este libro sencillo, modestoe ingenuo como obra de escritor novel que no co-noce aún todos los secretos del métier.

Así lo revela su portada de deficiente dibujo quepoco dice del material poético que encubre. Pero encambio es rico de emoción y de nobles ideales; unsimpático temperamento de artista se transparenta através de sus rimas henchidas de suave ternura,cuando nos cuenta las escenas de la vida militar desu país. Algo de la manera de Béranger, tiene elanheloso afán con que el joven escritor esboza lasrudas figuras del soldado en forma popular parahacerlas duraderas. Es ésta una cualidad de su estiloy constituye a la vez el rasgo acentuado de su origi-nalidad.

El género de la poesía militar popular no ha si-do cultivado en el Río de la Plata -si se exceptúa Elcigarro, de Florencio Balcarce, El inválido, del gene-ral Mitre, y El tambor de San Martín, de VictorianoMontes, inspiradas en episodios de la guerra de laindependencia-; puede decirse que la cantera está

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virgen aún brindando el ubérrimo filón a los artistasque quieran explotarla.

Es lo que ha hecho Arrarte Victoria al ir a bus-car inspiración en la vida del soldado actual paracantar sus glorias, sus sufrimientos y las altivecescerriles. Sus predecesores cantaron la epopeya pres-tigiosa de los libertadores. A él le bastan asuntosmás modestos para realizar obra de verdad, honda-mente sentida.

Por eso despiertan simpatía sus versos fáciles ymusicales que son a veces pintura exacta de anima-dos cuadros, vibraciones de patriotismo, gemidos dedolor indignado o exaltación de la bravura legenda-ria de aquel gaucho que:

Regó con sangre su tierraA los toques del clarín.

Se advierte leyéndole que hay un alma de solda-do palpitando dentro del autor; que es un enamora-do del estandarte con colores de cielo quien haescrito estrofas marciales como ésta de la "Diana",que graba ante las pupilas del lector la imagen tanfelizmente objetivada:

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Sacuden los aires soberbias melenas,Doquier la mirada sorprende un león,Y al paso que ruedan las notas serenas,Palpita la tropa como un corazón.

Eso es todo un cuadrito, un sugestivo cuadritode los romancescos tiempos de la patria vieja; de lostiempos de Artigas, de Rivera y de Lavalleja. Lachuza de tacuara, la vincha, el redomón clinudo, lasférreas nazarenas y el corvo sable brillando al sol dela loma, los, presiente la fácil imaginación en aquellamasa de broncíneos centauros que escucha atenta ladiana, enardecida de bélicos recuerdos, fundida enun solo latido, palpitando como un solo corazón.

Quien canta así, quien sabe sentir y expresar lascosas de la tierra tan hermosamente, es un poetaque cumple su misión haciendo obra fecunda, por-que enseña a amarlas.

Y no es solamente la exaltación patriótica la quemueve su inspiración con el acicate de las gloriaspasadas; hay también el clamor por el dolor pre-sente, el dolor que le arranca viriles imprecacionesante la excesiva crueldad de la ley militar, ciega ybárbara, que condena a morir al desertor sin piedad,suprimiendo un hombre útil a la sociedad, un brazo

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a la patria para las nobles lides del trabajo, un pechode bravo quizá para coronar trincheras en la hora dela prueba...

Así las valientes estrofas del "Juan Soldado" sonsímbolo de martirio y evangelio de redención parael proletariado militar. Y tras esa nota del dolor queasoma, se aleja y vuelve a pasar como un ritorneloquejumbroso en más de una de las décimas, vibraun anhelo grande de culto sereno por la patria en-grandecida y próspera con los frutos de la paz. Unanhelo -¿que borrará algún día las viejas ojerizas, lasambiciones tradicionales de los partidos?- ha de-puesto en el libro una expresiva condenación de lasgolillas execrables.

Ojalá su voz no sea un clamor que se pierda enlos vientos.

Hace tantos años que aquel gran espíritu deJuan Carlos Gómez dejó caer de sus labios severos,como una sentencia bíblica, estas palabras: "Lasbanderas de los partidos son el sudario con que seamortaja a la patria... ", y, sin embargo, ¡todavía noestá oreada la sangre vertida a raudales en las cerri-lladas de Tupambaé!. . .

No es éste un juicio del libro, es apenas una im-presión y un franco aplauso para el artista que tiene

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en su lira -sería tal vez más propio decir en su guita-rra campera- la bordona vibradora para cantar glo-rias y exaltar entusiasmos patrióticos; para reflejarlas alegrías, los dolores, los anhelos y ensueños deun ser humilde, pero bien digno de todas nuestrassimpatías: el soldado.

Ha dado el autor una nota original y feliz, únicame parece en ambas márgenes del Plata, al tomarcomo asunto de inspiración el alma del soldado; yno dudo, como lo augura el prologuista, que más deuna de sus composiciones llegará a ser popular enlas veladas del campamento. Y qué mayor galardónque verse revivir así, en medio de ese ambientehombruno, estremeciendo corazones toscos y virilescon las melodías de sus estrofas.

Cuántos autores de primorosos e historiadosvolúmenes de versos hueros, con todas sus ridículaspretensiones de originalidad atormentadora de larima y del recto decir, cuántas de esas anémicas flo-res de ingenio muertas al nacer, no envidiarán lafortuna de algunas de las vibrantes y sentidas clari-nadas, como las que inspiraron "El Cuartel", paramí el más bello y animado de sus pequeños poemas.

El triunfo de lo vulgar, exclamará quizá más deun desdeñado del éxito, alguno de esos exóticos

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rimadores de empalagosas exquisiteces, sin aperci-birse que, cabalmente, uno de los fines principales yel triunfo de la poesía es desentrañar lo bello de losasuntos sencillos y vulgares.

Tal fue el secreto del éxito de Campoamor, deTrueba y de Vicente Medina, el cantor de las almashumildes y lugareñas, que vivirá vida duradera enlos rústicos y sentimentales versos de sus Airesmurcianos. No tema, pues, el autor a semejantesdesdenes; y, mientras siguen ellos cincelando susestatuas en deleznable hielo a la luz de extraños ho-rizontes, continúe el animoso cantor modelandocon el sedimento nativo las figuras de esos bravoschinos curtidos de sol y pampero, que saben sergrandes "cuando el lamento de la patria suena".

Son de nuestra raza, y por lo mismo que sonoscuros y humildes necesitan quien comprenda ysienta sus penas, quien enseñe a quererlos narrandolos episodios de esas rudas vidas, con las imágenesfamiliares de la tierra natal.

Esa es su cuerda, no la abandone ya que tuvo elnoble pensamiento de nutrir su estro en una fuentevirgen, encontrando el acento y el ritmo adecuadopara interpretar el heroísmo, los sufrimientos y lasbruscas ternuras del humilde soldado.

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Tal hizo Hidalgo -su legendario compatriota-allá en los albores del pasado siglo cantando porboca de Chano los recuerdos de la patria vieja. Ycual si aquel piadoso sentimiento se hubiera trans-mitido como un legado a los de su estirpe, RicardoGutiérrez esculpió en el Libro de los Cantor esteadmirable medallón del alma del soldado:

Yo soy la carne de cañón que alfombrasangrienta y palpitante,rota y hecha girones,el camino triunfante

que conduce á la gloria sus legiones.

Yo soy la abnegación desconociday la pena ignorada.

Soy la sangre vertidacon todo el sacrificio de la vida,y sin otra ambición en su carrera

que un girón de banderaque sepulte mis miembros en la nada!...

Leandro Arrarte Victoria es un poeta joven ymodesto que acaba de hacerse conocer con el pe-queño volumen de Clarinadas, y ésta es la razón, sin

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duda, por la cual su nombre no figura en el índicedel Parnaso Oriental compilado por Raúl MonteroBustamante, para el editor Maucci, el año 1905.

Pero tiene condiciones y excelencias espiritualespara brillar en aquella tierra tan fecunda en escrito-res de valía. Hay en él un rasgo categórico que des-taca su perfil: es el cantor del humilde soldado, ensus rimas palpita el corazón de los bravos, sin pa-trioterías altisonantes, con una dulce ternura por elcontrario que las humaniza y ennoblece, despertan-do secreta simpatía hacia esas almas rudas que sue-ñan y sufren en silencio con las soberbias altivecesnativas.

Es sabido -dice José Nogales juzgando la obrapoética de Salvador Rueda- que unos espejuelosincrustados en un torno giratorio atraen a las curio-sas y admiradas alondras; mas no hay compenetra-ción y el estímulo es pasajero; para atraerlas decorazón y de voluntad son mejores el trigo rubio, elprado verdegueante, el regato de frescas aguas enque se miran y desdoblan los olmos apacibles.

Para ser poeta verdadero de su tierra, necesitadescender aún hasta las recónditas palpitaciones del

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alma popular, y poner en' sus versos muchos zumosde nuestra naturaleza.

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LOS CRIOLLOS DE ANTES

A EDUARDO TALERO

EMPIEZO a escribirle paladeando las sabrosasy frescas páginas de su relato Los criollos de antes,henchidas de memorias de antaño y de color local.La figura del sargento Flores se destaca del cuadrocon relieve admirable de fuerza y de verdad; diríaseesculpida en bronce resonante, en el æreperenniusque aún aguardan esos humildes y abnegados servi-dores de la causa de la libertad del suelo americano.

Este aún adquiere amarguras de reproche,cuando se piensa que van ocupando su sitio en lascalles, los parques y jardines, los nombres y las es-tatuas de extranjeros o de mediocres personalidades.Quedan sólo las páginas del libro -no muy abun-

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dantes por desgracia- porque también ya no vasiendo de buen tono el ocuparse de los hombres ycosas del terruño viejo. . .

Ya puede imaginar mi franco regocijo cuando aldespertar tropecé con su amorosa evocación quetiene soplos de vida honda del suelo en que brotó.La he leído paladeando, y antes que otras exigenciaspremiosas hayan borrado las imágenes que su plumahizo desfilar ante mis ojos ávidos siempre de emo-ciones americanas, quiero expresarle todo el placermental que le debo.

¡Eran así en verdad los criollos de antes!. . . Ymás de uno de nuestros viejos militares, al evocarlos recuerdos de su vida de campamento, podrá de-cir de algún asistente, las sencillas palabras con queresume usted la sublime abnegación del viejo vete-rano:

Aquel viejo evocaba en su memoria todo unmundo de recuerdos. Los de la niñez: cuando en lacorraleja de la estancia le enseñó a torear terneros yle ensilló el primer petizo. Los de joven: cuando enlas noches obscuras galopaba cargado de guitarras,guiando a la comitiva estudiantil hacia la vecina casade campo donde se habría de dar la serenata. Los de

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alférez: cuando en el bautizo de fuego apareció co-mo por encanto entre la humareda del combate,porfiando por cubrir con su estatura de titán la deli-cada de tu amito. Todos, de ahí en adelante, todoslos recuerdos de la vida militar: muchos, innumera-bles lances de heroísmo: aquella vez que lo levantóherido y desmayado y galopando a toda rienda, lollevó en brazos desde la línea de fuego hasta el hos-pital de sangre, donde le vendó la herida con su pa-ñuelo colorado, y le frotó las sienes con el últimotrago de aguardiente que su cantimplora atesoraba;esa otra tarde del entrevero a lanza, en que le quitóde encima el caballo recién muerto, para ofrecerleuno aperadito y todavía encabritado por la caída desu jinete, desmontado al efecto por uno de sus lan-zazos fulminantes; aquellos arrestos correspon-dientes a otras tantas reverendas borracheras conque siempre celebró cada triunfo y cada ascenso desu amito...

He conocido algunos criollos de esa laya, bron-ceados por el sol y el pampero, sin otras insigniasque las anchas cicatrices conquistadas en aquellosbárbaros entreveros a sable y a lanza en los tiemposde Ramírez, Facundo, Urquiza o La Madrid.

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Por eso saludé con cariñosa simpatía la estampade su soberbio viejo, que despertó de golpe en mimemoria recuerdos e imágenes de la época heroica.

Sólo en un detalle disentimos -en el suicidio conque usted remata su cuento- porque no encaja den-tro del tipo del soldado de pura cepa criolla de estastierras, donde jamás se conoció la muerte voluntariaen un individuo de su clase. El año pasado dilucidéprolijamente esta cuestión en un trabajo sobre Elsuicidio entre los gauchos42.

Pero el dato que aporta es interesante, sin duda,para el estudio folklórico, puesto que ofrece unacaracterística diferencial de sentimientos y creenciaspopulares entre dos pueblos, donde la fusión de lasangre del conquistador español con la del indioaborigen ha producido ese bizarro e inconfundibletipo del criollo.

Igualmente feliz me resulta el vigoroso bocetode las robustas muchachas -aquellas célebres Juanasde los ejércitos colombianos: "esas sencillas labrie-gas que así dan el labio al beso fecundante del gañánapasionado, como adelantan las curvas de los senosal mordisco de la metralla, esas que bajo el granizarde las balas llevan a su hombre el jarro de aguar-

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diente con pólvora, pa criar coraje. .." Esas quepinta usted en marcha detrás de sus amantes res-pectivos, con sobrias y vivaces pinceladas:

"Con las enaguas bien arremangadas y las pode-rosas pantorrillas libres para arrostrar los fangalesdel camino, con el ala de su sombrerito de paja caí-da sobre los ojos para sombrear las lágrimas, y en-corvadas bajo la maleta de ropa y de cacharros,esperaban con mohín hombruno el momento departida y recibían de las que quedaban en el pueblolos ataditos de tabaco, los frascos de mistela, losúltimos escapularios y los últimos mensajes para losreclutas viajeros".

Es toda una evocación de poeta. Sus varonilescolombianas tienen para mí la misma belleza agrestey la entraña corajuda de las antiguas mujeres denuestros campamentos, pintadas con fuerte colori-do por Acevedo Díaz en Grito de Gloria, irguién-dose bravías junto a la luz del fogón con los ojossombríos, el rostro moreno luciente, los labios car-nosos encendidos por la pasión y las pesadas tren-zas caídas sobre la espalda, con olores a flor dealhucema y a miel de camoatí. . .

42 Conf. El suicidio entre los gauchos, Pág. 199.

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Tal vez en sus correrías por los valles del Neu-quen tropezó usted con alguna de esas valerosascompañeras de glorias y penurias de los soldadosque conquistaron la pampa, y para quienes pareceescrito el admirable verso de Ricardo Gutiérrez:

Yo soy la abnegación desconocida.

Perdidos en medio de la broza de los partes ofi-ciales de algunas acciones de aquel largo guerrearcon los salvajes del desierto, y en tal cual relato deepisodios militares, suelen encontrarse datos bri-llantes sobre la actuación de esas menospreciadasheroínas de los viejos fortines, donde se jugaba lavida a cada instante y sobre cuyos terrones que hadispersado el arado brotan hoy las mieses de lascolonias o se alzan villas opulentas.

También los tiene muy hermosos la guerra delParaguay, como aquel de una pobre china -Rosa laTigra- que en medio del horrendo estrago del de-sastre de Curupaity va a salvar los despojos de suamante para darles piadosa sepultura.

No fue más grande la acción de Editha -la delcuello de cisne- yendo a buscar al campo de batallaen Hasting's, el cadáver del rey Haroldo, que el de

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esa infeliz criolla argentina cuya belleza tal vez sóloconsistía en su heroico corazón, y sin embargo, en-contró un poeta que la cantara. . .

¡Ah! las sumisas, las abnegadas mujeres delcampamento están reclamando un canto a nuestrospoetas, o una piedra siquiera en el zócalo del mo-numento que algún día ha de alzarse a los soldadosque sucumbieron entre las huestes de los libertado-res y organizadores de la nación.

Y si remontamos la corriente de los años yendoa rastrear los pasos del conquistador entre las selvashostiles, en aquellas caravanas de guerreros ham-brientos de oro más que de gloria; en las primeraspoblaciones que desaparecían al día siguiente arra-sadas por el fuego de las hordas enemigas, se en-contrará siempre una valerosa mujer compartiendola miserable vida del guerrero.

El arcediano Barco Centenera ha contado enramplonas octavas las penurias inauditas de los fun-dadores de Buenos Aires, el hambre rabiosa queenloquece a viejos y mozos y a las madres, comoaquella desventurada que para dar de comer a loshijos entrega su cuerpo al marinero que pasa ofre-ciendo un trozo de pescado. . .

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Bajo las arboledas costeñas del Paraná Guazúvagan las leyendas del martirio de Lucía Miranda yel de Ana Valverde que muere con don Juan de Ga-ray en una emboscada de los indios en la ribera delrío grande como el mar. Más allá, en medio de losbreñales que tiñó la sangre del fiero calchaquí, losancianos enseñan aún al viajero el barranco abruptodesde donde se arrojó al abismo la pálida mestizaque acompañó al falso Inca.

Y en la guerra de la independencia desde la in-molación de Policarpa Salavarrieta, la heroica bo-gotana que inmortalizó el anagrama popular: Yacepor salvar la Patria, hasta las que se despojaban desus joyas para comprar balas y fusiles a los soldadosde San Martín; o aquella doña Gregoria Pérez, de mitierra, que puso a disposición de Belgrano, cuandola expedición al Paraguay, sus haciendas, casas ycriados; y aquella parda que en la sublevación delCallao, después del sacrificio de Falucho, salvó labandera de los Andes, cuántas, cuántas hermosaspalpitaciones del alma heroica de nuestras mujeresno están tentando la pluma del poeta para hacer unlibro de arte, alivianado de menudos datos, un cantoa la manera de D'Esparbés con la vibración intensay sonora del soberbio asunto!

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He ahí un bello tema para un artista que quierapintar sobre esa tela inmensa un cuadro de verdade-ra literatura americana. Tiene usted la fantasía paraconcebirlo y es dueño de un estilo pródigo de mati-ces para ejecutarlo. Todo eso se va. Ese manantialde poesía se borra y se pervierte cada día enturbiadopor el aluvión del cosmopolitismo invasor... Es unarraigado sentir de mi espíritu y lo es también delsuyo que estampó valientemente en el prólogo de suVoz del desierto estas palabras que nuestros jóvenesescritores debieran meditar:

"Y pues que todos los pueblos de la tierra por-fían hoy por acentuar su literatura original, urge alamericano hacer lo propio, máxime cuando en elextranjero no necesitan colaboración, ni está bien elpintar aquí cielos extraños, mientras están inéditosestos que cubren el continente dulce en que naci-mos".

La inusitada extensión de esta carta que va bro-tando apresurada como agua fugitiva del raudalinextinto de mis cariños natales, le dirá a usted todoel placer que le debo por la lectura de su hermosocuento. Escríbanos, pues, otras páginas como ésapara deleite de los que todavía nos solazamos conestos perfumes añejos de la tierra materna, mos-

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trando a los desdeñosos que reniegan de la casta,que existe en esos asuntos material excelente parahacer obra de arte capaz de salvar las fronteras delpaís. . .

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DOS LIBROS COLONIALES

CONCOLORCORVO Y ARAUJO

IEL LAZARILLO DE CIEGOS

CAMINANTES

INCORPORA a su biblioteca con el presentevolumen, la junta de Historia y Numismática Ame-ricana, dos de las obras más raras y curiosas de laliteratura colonial; dos libros de sabor y color trasa-ñejo, de esos que constituyen el encanto de los ver-daderos bibliófilos.

El Lazarillo de ciegos caminantes, del cuzqueñoBustamante, alias Concolorcorvo, y la Guía de fo-rasteros del virreinato de Buenos Aires, del porteño

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Araujo, son, en efecto, libros rarísimos desapareci-dos hace ya muchos años del comercio en las libre-rías de viejo -conociéndose apenas en la actualidaduno que otro ejemplar trunco o deteriorado por lapolilla- y en los que, al interés sustancial de su con-tenido se aúna el atractivo peculiar de ser productosde nuestras primitivas imprentas -por lo menos elsegundo, que lleva el cuño de la Real Imprenta delos Niños Expósitos, fundada por el virrey Vértiz-pues, en cuanto al Lazarillo, si bien aparece impresoen Gijón, es opinión corriente entre los americanis-tas como Mitre, René-Moreno, Brunet y Ballivian yRoxas, que sin duda se trata de una estampa clan-destina hecha en Lima.

Autoriza tal suposición la pobreza de su factura,el tipo empleado y la forma de paginación sin nú-meros, así como la falta de un índice y, finalmente,ese pie de imprenta "La Rovada” que parece estardenunciando la incontenida travesura del socarrónautor, al pretender hacer pasar por liebre auténticade Asturias su modesto ckoy limeño...

Este espíritu chancero del cholo burlón, queempieza por mofarse de la autenticidad de su ori-gen, de su raza, de su familia; -¡oh, aquellas pobresprimitas collas vírgenes de un convento del Cuzco!-

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hasta de su propia madre, ha irritado la crítica de suspaisanos, como le ocurrió al general Mendiburu enel Diccionario histórico-biográfico y a Ricardo Pal-ma en las Tradiciones peruanas, por más que espigano pocos datos curiosos en los ricos trojes del "des-vergonzado librejo"; y de ahí que no se hayan aper-cibido del positivo interés informativo condensadoen forma de copiosas noticias, dichos y anécdotaspicantes, pinturas y descripciones de tipos y cos-tumbres características que matizan el largo y a lasveces aburridor itinerario, comenzado en Montevi-deo para ir a rematar en Lima, a través de tan varia-das regiones de las cuales va anotando al pasar laspeculiaridades más pintorescas, con el ánimo des-preocupado y el gracejo zumbón que mueve supluma bajo el lema latino que le sirve de guía: canen-do et ludendo refero vera...

Genio difuso se llama alguna vez al autor, alu-diendo tal vez ala escueta materia informativa, ob-jeto capital del libro, y a su mediana habilidad deescritor; sin embargo, a pesar de no ser más que lacrónica del viaje realizado a paso de mula, en com-pañía del visitador Lavandera, para el estableci-miento de correos, postas y estafetas, el libro noresulta seco, desabrido e indigesto, ni se cae de las

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manos; por el contrario, no carece de imaginaciónni vivacidad en la descripción de ciudades ni en lanarración de las peripecias del itinerario por laspampas desiertas, los bosques densos del Tucumáno los senderos abruptos de la montaña alto-peruana;el estilo machacante y con cierta redundancia prolijade detalles, se aliviana al pronto y cobra vivo donai-re dándole ocasión para fijar en forma instructiva yamena cuadros de costumbres y perfiles de tipos delas diversas regiones recorridas, que sólo en estaobra pueden encontrarse.

Así, la descripción de los lentos viajes en las ca-rretas tucumanas, las penosas travesías por el de-sierto, la doma y el comercio de mulas y el laboreode las minas en Potosí; así, la pintura de la vida sen-cilla y apacible de las aldeas como Buenos Aires,Córdoba, Salta y Tucumán, que vegetaban en lamonótona vida de la colonia, resultan realmente demucho interés para quien investigue con amor esosviejos cuadros de nuestro pasado y los compare conlos progresos del presente.

Tal ocurre pensar comparando el desarrolloprodigioso de la opulenta metrópoli del Buenos Ai-res actual, con aquel humilde rancherío de 400 casasde un solo piso, construidas en barro y techadas con

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cañas y paja que encontró a fines de 1657 Ascaratedu Biscay43, y la villa de 22.000 habitantes que unsiglo después nos pinta el Lazarillo con tan vivaz eingenuo colorido.

Las irreverencias de lenguaje que matizan elPrólogo -quizá pretendiendo imitar el estilo agudí-simo y mordaz del gran Quevedo, a quien cita algu-na vez- se tornan, pues, en pecados veniales ante elvalimiento de sus curiosísimas informaciones sobrecosas y lugares de la época colonial, las cuales a me-dida que transcurren los años aquilatan su positivovaler.

Y si de las villas embrionarias pasamos a loscampos, encuéntrase en este autor la más antigua yexacta pintura de un interesante tipo étnico, originalde las campiñas rioplatenses: el gauderio o changa-dor de ganados que dio nacimiento a nuestro in-comparable e inconfundible gaucho.

La sabrosa y colorida descripción de los gaude-rios holgazanes, que Concolorcorvo nos presenta decuerpo entero, vagabundeando en los campos de las

43 A relation of Mons. ASCARATE DU BISCAY'S,voyage up the River de la Plata, and from thence byland to Perú, and hit observations in it, Londres,1698.

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cercanías de Montevideo, que repite y ahonda connuevos detalles, pintándolos en sus ranchos y rama-das entre los bosques del Tucumán, ha quedadofijada con relieve imperecedero en las páginas delLazarillo, para pasar más tarde a las del Viajero uni-versal, del presbítero don Pedro Estala -sin mencio-narse por cierto al primitivo observador- siendofinalmente aceptada sin beneficio de inventario poruno de los escritores contemporáneos que con ma-yor extensión se han ocupado del lenguaje y cos-tumbres del primitivo morador de nuestroscampos44.

A todos los que se interesan por curiosear losorígenes de esa garbosa figura ya ida para no volver,les será agradable verla surgir de las páginas de estelibro con su aire huraño y el decir pintoresco, vis-tiendo las prendas de su indumentaria original y consus hábitos más característicos, en medio del esce-nario agreste que fue teatro de sus libres correrías yde sus instintos primitivos por la libertad de su país.

Y no se dirá que mi franco cariño por las cosasdel terruño acrecienta el valor de esta obra; puedo

44 DANIEL GRANADA, Vocabulario rioplatensesazonado, pág. 225. Conf. P. GROUSSAC, Analesde la Biblioteca, t. I, Pág. 406.

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ofrecer en apoyo de lo que anteriormente afirmo untestimonio respetable. En el ejemplar del lazarillo dela biblioteca del general Mitre existe una nota depuño y letra del eminente americanista en la cualsintetiza su juicio de la manera siguiente:

Aunque este curioso y rarísimo libro se dice im-preso en Gijón con licencia, ésta no aparece en él, yse cree generalmente que lo fue en Lima, dondeevidentemente se escribió por persona erudita y co-nocedora de las costumbres de la América española.Del título de Inca que se da el autor y que algunoshan tomado a lo serio, se burla él mismo en el Pró-logo diciendo: "Los cholos respetamos a los espa-ñoles como a hijos del Sol, y así no tengo valor(aunque descendiente de sangre Real por línea tanrecta como la del Arco Iris) a tratar a mis lectorescon la llaneza que acostumbran los más desprecia-bles escribientes.

Esto mismo hace dudar si es realmente un indiocomo cree Brunet45 el que escribe, pues dice másadelante: "Yo soy indio neto, salvo las trampas de 45 JACQUES CHARLES BRUNET, Manuel dulibraire et de I'amateur des livret, t. 1, Pág. 1426.

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mi madre, de que no salgo por fiador". Y respectodel nombre que se da, dice: "Los moros tienen colorceniciento y Vdes. (los indios) de ala de cuervo. Poreso mismo me puse el nombre de Concolorcorvo."En seguida se burla amargamente de sus pretendi-dos antepasados.

Cualquiera que sea su autor, el viaje es real ycontiene datos y noticias preciosas que sólo en estaobra pueden encontrarse.

El viajero estuvo en Montevideo y en BuenosAires en 174946, de cuyo estado, costumbres y ha-bitantes da muchos pormenores. La obra está salpi-cada de críticas y anécdotas chistosas, y al llegar alCuzco intercala cuatro disertaciones en forma dediscursos dialogados entre el autor y el visitador,sobre la condición de los indios, de cuyo carácter sehace una tristísima pintura, otra prueba más de queno pertenecía a su raza.

46 Consta en el capítulo II que el autor estuvo enBuenos Aires dos veces, en 1749 y 1770, por el es-tado de población de la ciudad que intercala en laobra

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Coincide en un todo con este autorizado juicioel erudito René-Moreno en sus Notar históricas ybibliográficas sobre Bolivia y el Perú, para quien ellibro "es una paleta riquísima de colores y maticesque servirán para iluminar la historia", y en cuantoal despejado autor lo cree de origen mestizo o cho-lo, como se dice en la lengua familiar del Perú, sinagregar una palabra más respecto del lugar y año delnacimiento, que permanecen aún en el misterio,pues sólo sabemos lo que él mismo nos cuenta envarios pasajes: que es indio natural del Cuzco...

Y tal vez sea mejor así, porque todo eso au-menta el incentivo del precioso libro, que desde hoyentra de nuevo a la circulación intelectual vestidocon elegante ropaje, pero conservando íntegro suarcaico sabor, porque la reimpresión se ha verifica-do cuidadosamente, sin quitar ni añadir una solapalabra, salvo las exigencias de la moderna ortogra-fía, que no lo diferencia mayormente del estilo ori-ginal con que apareció en 1773, como puede versecotejando la reproducción facsimilar de la portada yprimera página del texto. Igual cosa puede decirsede la división en capítulos y los breves sumarios quelos preceden, así como del índice de materias, que

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reputamos absolutamente necesarios para facilitar allector la busca de sus interesantes informaciones.

Con idéntico propósito intercalamos variasilustraciones escogidas en las mejores fuentes, a finde completar con demostraciones gráficas, más omenos de la época, los asuntos que el autor descri-bió en páginas hasta hoy casi desconocidas para lageneralidad.

A manera de nota final presentamos la descrip-ción del raro libro que nos sirvió para esta reimpre-sión. Lo forma un pequeño volumen en 89 de 128por 76 milímetros, con 4096 páginas, más un estadode la población de Buenos Aires. El ejemplar, im-preso en papel de hilo, tiene los márgenes muy re-cortados, como el del Museo Mitre y el queperteneció a la biblioteca de don Andrés Lamas.Consta de 248 hojas, impresas por ambos lados, sincontar la portada, pero incluidas las 14 primeras delPrólogo y dedicatoria. A1 pie de la hoja 248 se en-cuentra la palabra "Fin". No contiene índice, lo quetambién se observa en los ejemplares de Mitre yLamas y en el descripto por René-Moreno en sucatálogo bibliográfico del Perú y Bolivia, lo cualdemuestra que nunca se imprimió.

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IILA GULA DE FORASTEROS

No menos rara y curiosa que el Lazarillo -a pe-sar de ser más moderna su impresión y de haberseeditado en esta ciudad-; pero con igual importanciahistórica y bibliográfica, por las numerosas noticiasy datos que brinda al investigador de los orígenesnacionales, es la Guía de forasteros del Virreinatode Buenos Aires, publicada el año 1803 en la realimprenta de los Niños Expósitos.

Y si bien es cierto que en la portada se dice quefue dispuesta con permiso del superior gobiernopor el señor visitador general de la real haciendadon Diego de la Vega, consta en el texto que es sucompositor el oficial de contaduría don José Joa-quín de Araujo, uno de los escritores criollos de lacolonia más versados en la historia del país, según locomprueban sus colaboraciones en el TelégrafoMercantil, de Cabello, y un erudito examen críticosobre la primera fundación de Buenos Aires, queestá reproducido en el tomo único de la Bibliotecade la Revista de Buenos Aires, y el cual cita con en-comio Domínguez en su Historia Argentina.

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En los tomos IV y XXIII de la revista mencio-nada se registran también varios trabajos del distin-guido escritor investigando el origen de algunospueblos de su provincia natal y de las ciudades deSantiago del Estero, Tucumán y San Juan, así comouna serie muy interesante de apuntamientos de lajurisdicción de los curatos en la metrópoli, los cua-les destinaba para una segunda edición de su Guíacuando le sorprendió la muerte, a los 73 años, enesta ciudad, el día 10 de mayo de 1835.

Respecto de la fecha precisa del deceso, hay al-guna divergencia entre los que se han ocupado deAraujo. Así don Juan María Gutiérrez dice que fa-lleció en Buenos Aires el 10 de mayo de 1834 (Re-vista de Buenos Aires, IX, Pág. 472) y don VicenteQ. Quesada da el 1o de mayo de 1835 (Revista cit.,iv, Pág. 531). El Diccionario bibliográfico argentino,de Molina Arrotea, García y Casabal, indica el i 8 demayo de 1834; las Efemérides Americanas, de Ri-vas, dan también esta última fecha. En cambio donAngel Justiniano Carranza -a quien perteneció elmagnífico ejemplar de que nos servimos para estareimpresión- ha consignado en una nota: "El com-positor de esta Guía falleció en Buenos Aires el 9 demayo de 1835." Hemos adoptado la fecha indicada

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por Quesada, por ser la verdadera, según constan-cias del expediente testamentario de Araujo, quepuede verse en el legajo 124 del índice general delArchivo de los Tribunales.

Penetrados de la importancia de esta obra, quelos amantes de la historia patria consultarán siemprecon sumo interés, por los datos y noticias en ellacontenidos -y de la cual existen contados ejempla-res- los señores Félix F. Outes y Luis María Torresemprendieron hace algunos años su reimpresión enla revista Historia, pero desgraciadamente la publi-cación no pasó de la página 47.

Se satisface entonces una aspiración de largotiempo sentida al exhumar hoy un libro de formamodesta -como su autor que lo publicó sin dar sunombre- pero rico en informaciones históricas, ydel cual ha hecho don Juan María Gutiérrez el hon-roso elogio a que es forzoso referirse, no sólo por laindiscutida autoridad de su palabra en estas mate-rias, sino también porque muy poco nuevo podríaagregarse a la breve biografía de un escritor cuyamodestia le hizo publicar todos sus trabajos bajo elanónimo, habiéndose extraviado además la colec-ción de papeles sobre las invasiones inglesas y otrosacontecimientos importantes del país que, en su afi-

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ción por los estudios históricos, había ido atesoran-do Araujo con esa meritísima labor benedictina delos papelistas de antaño, que a manera de inextin-guible lámpara ha de guiarnos en las investigacionesde la oculta verdad.

Las primeras guías del virreinato -dice Gutié-rrez- aparecieron en los años 1792 y 1793, estando ásu cabeza el teniente general don Nicolás Arredon-do47. Pero estas guías, aunque contienen algunos

47 Investigaciones posteriores demuestran que laafirmación del distinguido escritor no es exacta.Once años antes apareció la Guía de forasteros paraeste Virreinato, por la imprenta de los Niños Expó-sitos -Año 1871- de la cual sólo hemos visto la ca-rátula, dice Zinny (Bibliografía histórica del Río dela Plata, n° V, Pág. 7); y José Toribio Medina, refi-riéndose a ella, añade: "Consta que la tirada fuecuando menos de 36o ejemplares" (Historia de laimprenta en Buenos Aires, n° 9, Pág. 8). El mismoautor menciona otra Guía de forasteros para la ciu-dad y Virreinato del año 1782 (Ob. cit., núm. 29,Pág. 2r).

¿Sería Araujo el autor de estas Guías?... Desdeluego el título idéntico, la forma y su muerte a los73 años en 1835, autorizan tal suposición. Habiendonacido a principios de 1762, y siendo empleado de

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datos históricos y estadísticos de mucho interés, nomanifiestan en general otro propósito que el de dara conocer los nombres y los títulos del personaladministrativo. La de Araujo abraza un plan másvasto, presentando en cuadros reducidos, peroexactos y bien hechos, la historia general del país, labiografía de sus gobernantes en lo político y ecle-siástico, y los orígenes de las instituciones, estable-cimientos públicos, etc., creados y existentes entoda la extensión del virreinato.

La breve noticia de la fundación del gobiernodel Río de la Plata, con que se encabeza este libro yen la cual se resumieron por primera vez los hechosgloriosos de la ciudad reedificada por Garay, pro-dujo gran sensación y con-tribuyó eficazmente, se-gún el testimonio de Nuñez, en las Noticiashistóricas (página 39) á exaltar el pundonor de loshijos del país cuando se vieron en el caso de defen-derse contra las invasiones británicas.

la administración desde 1779 -según afirma Quesa-da (Revista de Buenos Aires, t. IV, Pág. 528)- bienpudo escribir a los diecinueve años las sencillasGuías de 178r-82, que amplió considerablementedespués en la de 1803.

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Esta guía se divide naturalmente en tres grandessecciones, a saber: estado político, estado eclesiásti-co, estado militar; y en cada una de ellas se encuen-tran noticias curiosas acerca de la historia de lasciudades, pueblos, establecimientos públicos y esta-dísticas en general. Es el cuadro más completo,aunque sucinto, que puede consultarse para formaridea de la extensión, población, sistema administra-tivo y comercio del virreinato del Río de la Plata enel último período de su existencia.

Don José Joaquín de Araujo, hijo de Buenos Ai-res, frecuentó los Estudios públicos hasta concluirel curso de filosofía bajo la dirección del maestrodon V. Juanzaraz. Un acto de injusticia (según élmismo lo refiere al deán Funes en carta inédita de26 de junio de 1802 que tenemos a la vista) cometi-da por el cancelario Maciel, lo indujo a abandonarlas escuelas y a entregarse a los placeres de la socie-dad-cambio de vida que pagó con los dolores deuna penosa enfermedad de cinco años. Durante ella"abrió los ojos a la luz de la razón y conoció susdesvaríos y recordó que Plinio había dicho que elestudio era la mejor diversión, el consuelo más efi-caz y la ocupación que hacía llevaderos los males dela existencia con menos amargura".

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En mérito de estas reflexiones volvió a renaceren el señor Araujo su antigua aplicación á las letras,á las cuales consagró en el resto de la vida los cortosratos que sus tareas de oficina le dejaban desocupa-do. Su carrera fue la de los empleos. El 1793 le en-contramos de escribiente de la Tesorería y de oficialde la misma en 1803. En la época de la reforma de-sempeñaba el empleo de Ministro Tesorero, con elsueldo de tres mil pesos anuales.

Araujo era uno de los hombres de su tiempoque más conocían la historia del país, como lomuestran la Guía de 1803, y varios escritos que dioa luz en el Telégrafo y en hojas sueltas, bajo la firmade Un Patriota, unas veces, y otras de Un Patricio.El deán Funes, en la página VII del prólogo de suEnsayo, dando gracias al señor Araujo por los servi-cios que le había prestado en la redacción de su tra-bajo histórico, confirma lo que acabamos de decircon las siguientes expresiones: "Debo también nopequeños servicios a don José Joaquín de Araujo,ministro general de las cajas de Buenos Aires, cuyogusto por las antigüedades de estas provincias y susnoticias históricas, no es desconocido entre noso-tros después que le debemos la Guía de forasteros

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correspondiente al año 1803, y algunas otras pro-ducciones suyas.

El señor Araujo falleció en Buenos Aires el 10de mayo de 183448, año en que debía aparecer unanueva Guía de forasteros de la provincia de BuenosAires, que tenía preparada con mucho esmero y cu-yo programa de materias se publicó en los periódi-cos del año 1833. Este hombre laborioso dejó unacopiosa librería, una colección notable de objetos dehistoria natural, un monetario abundante en meda-llas y piezas raras, especialmente americanas, y pre-ciosos manuscritos, originales y de su pluma unos, yotros copias de documentos históricos hasta enton-ces no publicados por la prensa49.

48 El 10 de mayo de 1834 es la fecha exacta que dala partida de defunción anotada en el libro 3° dedefunciones de personas blancas al folio 210 vueltade la parroquia de San Ignacio, suscrita por el pres-bítero don Felipe Elortondo y Palacio. En la iglesiade la Merced al folio-81 del libro 12 de bautismos,consta que nació el 7 de enero de 1762, siendo bau-tizado el 16 del mismo mes y año por el Dr. D. Mi-guel de Leyva.49 JUAN MARÍA GUTIÉRREZ, Bibliografía de laprimera imprenta de Buenos Aires, Buenos Aires,1866, n° 116, Pág. 150.

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La misma índole de la obra, en que la brevedadsumaria de la información obligaba al escritor a serconciso, vedándole entrar en mayores digresiones,hace que sus noticias sean por lo general sucintas,pero siempre interesantes y curiosas, notándose queAraujo las tomó de las mejores fuentes con escru-pulosa prolijidad, guiado por ese espíritu paciente ysagaz que es el rasgo característico de su personali-dad literaria.

Al revisar hoy esas viejas páginas que la injuriade los años ha hecho palidecer, se admira toda lasuma de labor realizada para juntar y ordenar contan encomiable diligencia el material disperso, iné-dito o escondido entre la balumba de los polvo-rientos mamotretos coloniales... Tal es paranosotros el principal mérito de esta obra de ordena-ción histórica y cronológica, que ha quedado comola producción única en su género de la época delvirreinato.

Por eso creímos oportuno reunir en un apéndi-ce de la nueva edición de la Guía los fragmentos delos trabajos históricos del señor Araujo, sobre lafundación de esta ciudad y de algunos pueblos ycuratos de Buenos Aires y de otras provincias, pues,

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aunque inconexos, incompletos y hasta erróneos enalgunos pasajes, a la luz de la copiosa documenta-ción moderna, no carecen de interés y sirven paracompletar la bibliografía del autor. Estos materialesdebían formar parte de la Guía anunciada para 1834-que la muerte le impidió dar a luz- y aunque ya fue-ron publicados en la Revista de Buenos Aires -ahoratreinta años-se trata igualmente de una obra queempieza a ser escasa y no está por tanto al alcancede los estudiosos de las nuevas generaciones, aquienes ha de ser grato, sin duda, encontrarlos aquíreunidos en este volumen, evocador de los orígenesdel pasado argentino.

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I

EL ESCUDO DE ENTRE RIOS

BERNARDO L. PEYRET -distinguido norma-lista del Paraná- ha concebido la buena idea de pro-curar el restablecimiento del verdadero escudoentrerriano, que, a semejanza de nuestro símbolonacional, viene siendo adulterado por la fantasía o laignorancia de los artífices que lo interpretaron ennumerosas obras oficiales. Con tal propósito soli-citó mi opinión; y estimando el asunto de no escasointerés para la investigación de nuestros orígenesconstitucionales, he procurado en la medida mo-desta de mis fuerzas aportar algunos antecedentes asu esclarecimiento.

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El punto no ofrece felizmente mayor dificultad,porque está en pleno vigor la sanción del congresoentrerriano fecha marzo 12 de 1822, creando labandera y el sello o escudo provinciales. Esa resolu-ción figura como apéndice del estatuto constitucio-nal -la segunda constitución de la provincia, que fuejurada en junio 16 de 1822- y puede verse en la Re-copilación de leyes, decretos y acuerdos de EntreRíos, tomo 1, Pág. 170.

Conviene conocer los términos literales de di-cha sanción, porque a su alrededor girará la argu-mentación de nuestras conclusiones. Dice así:

El sello de la provincia será en adelante un es-cudo ovalado, y formado con un cordón por elcanto, y dos ramas de laurel por dentro. El óvalo sedividirá horizontalmente en dos cuarteles irregula-res. La división la harán dos manos entrelazadas. Enel superior, de menor extensión, habrá una medallade plata en campo grana, con esta inscripción, dis-tribuida, proporcionalmente, por la parte de arriba:"Provincia de Entre Ríos". En el inferior, de mayorextensión, habrá un sol de oro en campo verde. Porencima de él se verá esta inscripción, distribuida delmismo modo: "Unión, Libertad y Fuerza".

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Dispone también esa resolución "que se bajen,borren y destruyan todos los demás sellos, signos einscripciones que se habían introducido y multipli-cado".

La alusión es directa contra la bandera y los dossellos creados por el general Francisco Ramírez paraaquella fugaz república entrerriana de 1820, queterminó con la muerte del arrogante caudillo: el dela balanza de la justicia que inclina uno de los plati-llos apoyándose en el asta de una lanza clavada en elsuelo por la recia moharra, y el que no tiene másemblema que una solitaria pluma de ñandú, quesimboliza la libertad según los heraldistas.

En cuanto a la adopción del pabellón nacionalpara borrar de sus fajas azules y blanca la diagonalroja de los caudillos federales del litoral creado porArtigas, la declaración del congreso es explícita ensus términos, al decir que debe ser en la mismaforma que está sancionada por la asamblea generaldel año 18I3.

Los propósitos eran indudablemente patrióticosy levantados al auspiciar el ideal de la unidad de to-dos los estados a: la sombra de una sola bandera.Pero el sentimiento y el vínculo de la nacionalidad

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embrionaria no se fundiría con simples declaracio-nes, y fue menester regar el suelo argentino conmucha sangre y muchas lágrimas para consolidarlo.

La bandera de la republiqueta de Ramírezmuerto en un entrevero romancesco por los solda-dos de su antiguo aliado el caudillo santafecino Es-tanislao López- cayó arrollada por la resolución delcongreso de 1822, pero volvió a surgir en breve enla nueva insignia provincial. Así aparece pintada enla banda que cruza el pecho del general Urquiza enel cuadro de Penutti de 1851, y yo recuerdo haberlavisto durante mi niñez al lado de la nacional en lasfiestas cívicas de mi pueblo natal.

Pero volvamos al escudo. Por su forma y em-blemas característicos es evidente que la creación seinspiró en el modelo del sello de la asamblea cons-tituyente del año 1813, aunque no sean iguales, co-mo era natural. La forma ovalada de amboscorresponde al tipo conocido en heráldica por denobleza italiana. En el nacional, los dos cuartelesque lo dividen horizontalmente son de color plata elinferior y azul el superior; en el entrerriano son decolor grana o gules, y verde o sinople; en el primerodos brazos desnudos levantan una pica coronada

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con el gorro frigio simbólico de la libertad, y en elsegundo sólo existen don manos entrelazadas.

Hay, pues, un símbolo común en esas dos ma-nos entrelazadas fraternalmente, representativas dela unión, la alianza y la fidelidad, de los pactos entrelas provincias, según el ideal de los constituyentesde 1813, a que se adhirió el congreso entrerrianodespués de las sangrientas convulsiones que agita-ron a la provincia para apoderarse del gobierno va-cante por la muerte de Ramírez, y en que elgobernador Lucio Mansilla y su ministro el doctorPedro José Agrelo, que era a la vez diputado y se-cretario, aparecen inspirando las resoluciones deaquella memorable convención.

A fin de orientar la investigación, conviene re-cordar igualmente que según las estrictas reglas delarte heráldico, los colores o esmaltes del blasón pararepresentar los elementos de la naturaleza son: azur,el aire; sinople o verde, el agua; gules o rojo, el fue-go, y sable o negro, la tierra. Y los dos metales, platay oro, que representan al blanco y amarillo. Por ex-cepción se admite también el color púrpura para losescudos.

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II

Veamos ahora las diferencias. Éstas consisten,principalmente, en la sustitución del color de loscuarteles, en la supresión de la pica y el gorro frigio,y en la posición del sol; y no obedecieron, sin duda,a otro objeto que al de diferenciarlos introduciendoen el segundo algo nuevo, característico y local. Ladiferencia sustancial está en el cambio del azur, re-presentativo del aire o del cielo, en el del año 1813,reemplazado por sinople, que significa el agua. En-tre Ríos puede ostentarlo en su blasón, para simbo-lizar las grandes corrientes que circundan su suelo ylo fecundan con esa red intrincada de ríos y arroyosque un poeta llamó los caminos de Dios.

En la pureza estricta del arte del blasón, el verdeo sinople significa siempre el agua, por más que enla heráldica francesa para timbrar los escudos de lanobleza se haya hecho extensivo su primitivo em-blema, al amor, la juventud, la belleza y la libertad;siendo la esmeralda entre las piedras preciosas, y ellaurel y la siempreviva entre las plantas y flores, lasque lo representan simbólicamente.

No es aventurado imaginar que los congresalesde 1822 sólo tuvieron en vista la interpretación in-

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memorial de las fórmulas heráldicas para blasonar elescudo con una expresiva representación local, elagua. De los nuevos emblemas, únicamente podríapensarse en la libertad, y ésta ya tenía representa-ción en el campo de grana o gules, vale decir, en laterminología simbolista del blasón, el fuego, el amorardoroso por la libertad del país.

Además de este trueque del azur por verde,existe otra variante en la posición del sol. En el na-cional el sol flamígero emerge detrás de la corona delaureles, símbolo de las victorias de la nueva naciónque nacía a semejanza de la imagen del himno: conla sien coronada de laureles.

En el de Entre Ríos el sol de oro esplende enmedio del verde campo del cuartel inferior. Pero essiempre el mismo sol, el astro soberano -quizá el solincásico como pensaban el general Mitre y Pelliza,creyendo que, dadas las ideas dominantes en la épo-ca, el símbolo debía ser genuinamente americano- osólo la clásica figura simbólica de la antigüedad eu-ropea, que se representa por un círculo perfecto conojos, nariz y boca y rodeado de dieciséis rayos, mi-tad derechos, mitad ondeados, puestos alternativa-mente y de color oro.

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Cuestión es ésta que divide probanzas en lasinterpretaciones históricas, bastando a mi propósitoseñalar que la idea simbolizada por el emblema delsol, es en ambos escudos el nacimiento de la nacióno de la provincia.

Pero hay en el de Entre Ríos un detalle que másde una vez me hizo cavilar. Me refiero a la "medallade plata en campo grana" que debe colocarse en elcuartel superior, según los términos de la ley de sucreación, y que no encaja entre los emblemas deco-rativos del arte heráldico, tan expresivo y sintéticoen sus representaciones.

Tenía de antiguo la sospecha de que esa palabra"medalla" era un error de copia o de imprenta en eldocumento publicado en la Recopilación citada delaño 1875. Y revisando ahora antecedentes ilustrati-vos, la encuentro corroborada por dos expertos in-vestigadores del pasado argentino: Antonio Zinny yMariano A. Pelliza.

El primero escribe "estrella" en lugar de meda-lla, comentando la sanción del congreso del año1822 en su Historia de los gobernadores, tomo I,página 447; el segundo hace lo propio en su mono-grafía La bandera y el escudo nacional, página33Una estrella fue en todo tiempo el signo que guió

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el rumbo de los conductores de pueblos, e iluminósus destinos. Aquella blanca estrella rielando dia-mantina luz sobre un campo de grana, pudo serentonces el símbolo propicio que guiaría los desti-nos de la provincia recién incorporada al coro desus otras hermanas bajo los auspicios del lema fra-ternal grabado en el imperecedero troquel de 1813:"En unión y libertad".

Si se examina el documento original que debeexistir en los legajos del archivo provincial, ha deencontrarse escrita así. De otra manera sería unadorno exótico e inexpresivo, y es sabido que al bla-sonar un escudo se observan siempre cuidadosa-mente las reglas de pureza estricta consagradas porel arte heráldico.

Tengo a la vista la plancha del blasón que trae elNouveau Larourse, y entre las piezas- honorables ylas figuras principales que decoran los escudos apa-rece la estrella de cinco puntas, pero no figura nin-guna medalla. Tampoco la trae Costa y Turell en sutratado de la Ciencia del Blasón, y, sin embargo,

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incluye la estrella de cinco puntas o rayos en las fi-guras naturales50.

Una estrella es el símbolo que timbra la medallay le da carácter, como ocurre a menudo en las con-decoraciones de honor; pero una medalla sin ningúnatributo es únicamente un disco de metal. Tal debeser entonces esa figura decorativa, con arreglo a laterminología de la interpretación heráldica, a la leyde su creación y a la idea política perseguida por elcongreso entrerriano al crear su escudo.

Y así como no existe para la nación otro escudoque el decretado por la soberana asamblea del año1813 -a pesar de las bizarras variantes introducidaspor la fantasía o la ignorancia de los intérpretes po-co escrupulosos-, no debe existir tampoco otro em-blema para la provincia que el creado por sucongreso constituyente de 1822.

III

50 Conf. MODESTO COSTA YTURELL, Tratadocompleto de la Ciencia del Blasón, Barcelona, 1858,Pág. 102.

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En una monografía sobre el escudo y los colo-res de la bandera, publicada por Estanislao S. Zeba-llos en la Revista de derecho, historia y letras, delaño 1900, se reproducen en facsímil las más pinto-rescas de esas arbitrarias variantes, impresas enobras de origen oficial, con vituperable menospre-cio por los expresivos y hermosos símbolos denuestro escudo.

Qué extraño, pues, que haya ocurrido cosa se-mejante con el escudo provincial de Entre Ríos.Conservo en mi colección varias piezas antiguas deaquella provincia, donde pueden notarse esas adul-teraciones. Tal, por ejemplo, su papel sellado paralos años 1840-1852, en que la palabra "Unión" dellema del cuartel inferior se substituye por "Federa-ción". En un sello de plata del Tribunal de Medicinade 1848, que se ajusta con admirable propiedad alpatrón histórico, se ha suprimido, sin embargo, todala leyenda: "Unión, Libertad y Fuerza", para reem-plazarla con el nombre de aquel tribunal.

Otro ejemplar no menos interesante lo consti-tuye la medalla acuñada en Inglaterra el año 1851,conmemorando el pronunciamiento del general Ur-quiza contra Rosas, y en cuyo troquel se acuñaronesos botones que nuestros numismáticos denomi-

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nan "Botón de Caseros", por haber sido usados enel tirador por los soldados de las caballerías en elejército libertador. En esta rara pieza el escudo estámodificado con la agregación de cuatro banderas, ladistribución de las inscripciones dentro y fuera delcampo del blasón cuyos colores se han representadopor líneas horizontales y verticales -que significanazur y gules- en vez de gules y sinople.

Finalmente, en dos premios escolares corres-pondientes al año 1867, de dibujo muy correcto enla interpretación simbólica, pero en los cuales faltanla corona de ramas de laurel y la representación grá-fica por líneas de los colores del escudo, la cual de-bió hacerse con líneas verticales el cuartel superior,y diagonales de izquierda a derecha el inferior.

Este error en la representación gráfica de loscolores se observa ne varietur en todas las medallasy emblemas oficiales grabados con fecha posteriorhasta el presente, mezclando el azul y blanco delescudo nacional, que no figuran en el entrerriano,con un descuido lamentable.

Pero tanto en estas últimas modelaciones, comoen el sellado antiguo, las medallas de Caseros y elsello del Tribunal de Medicina, es siempre una es-trella la que luce en el campo de grana del blasón,

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confirmando así con esa interpretación consuetudi-naria, que fue estrella y no medalla el atributo seña-lado por los constituyentes de 1822.

De acuerdo entonces con estos antecedenteshistóricos y las reglas técnicas representativas de loscolores en el arte heráldico, el escudo debe blaso-narse de la manera siguiente:

En forma oval con un cordón por el canto ydos ramas de laurel adentro en sinople; el cuartelsuperior, de menor extensión, en campo de grana ogules con una estrella de plata de cinco picos y lainscripción: 'Provincia de Entre Ríos" distribuida enla parte de arriba; en el cuartel inferior, de mayorextensión, un sol de oro flamígero en campo verdeo sinople con el lema:

"Unión, Libertad y Fuerza", distribuido de igualmanera que el anterior; la división de los cuarteles laharán dos manos entrelazadas fraternalmente consu carnación natural.

La representación gráfica de los colores noofrece dificultad porque el escudo se ajusta a lasreglas del arte heráldico, salvo el detalle de la pala-bra grana que está empleada como sinónimo de rojoo gules y cuya interpretación se encuentra explicadaen los tratados uniformemente: para el gules, líneas

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verticales; para el sinople, diagonales de izquierda aderecha.

Pienso que esta sencilla interpretación no reno-vará aquella discusión tan interesante que aún divideen dos campos a sus mantenedores sobre el azul oceleste del símbolo argentino, por-que los coloresdesignados para el entrerriano son de los llamadosesmaltes matrices en el arte del blasón.

Me felicito de veras por la patriótica iniciativade restaurar a su forma auténtica el escudo adulte-rado, que espero no dejará indiferentes a los pode-res públicos de la provincia. Entretanto, contribuyogustoso a tan loable propósito con esta noticia, quees ofrenda de respeto y amor a la tierra de mi cuna.

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EL SUICIDIO ENTRE LOS GAUCHOS

MÁS DE UNA VEZ, presenciando la repre-sentación de ciertas obras del teatro nacional, o le-yendo esas narraciones con urdimbre criolla en lascuales para desatar el conflicto pasional, el autorecha mano del suicidio como suprema solución, hasurgido de pronto en mi espíritu idéntica duda.¿Existió el suicidio en la vida real del gaucho argen-tino?

Tal me ocurrió al ver representar el amargo ysombrío Barranca abajo de Florencio Sánchez -queoprime el corazón como una garra- cuando la ad-versidad implacable en su constancia va dejando alviejo paisano sin fortuna, sin hogar, sin un afecto,con el corazón sangrando odios y amarguras hastadesvincularlo de todas esas íntimas ligaduras que

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atan a la existencia, empujándolo fatalmente hastaprecipitar la caída final, colgándose en la cumbreradel rancho ajeno, donde vencido e inútil ya no serámás que un estorbo.

Pues bien, a través de la brusca e intensa emo-ción producida por aquel desenlace tan natural ylógico al parecer, he sentido acudir a la memoria,involuntariamente, como una protesta, la intencio-nada concesión del soneto famoso de Argensolasobre el blanco y carmín de doña Elvira. Aquello es,sin duda, un feliz y artístico broche que cierra el ar-gumento con gran efecto dramático. Pero lástimagrande que no sea verdad...

¿Por qué? Sencillamente porque en la simplísi-ma psicología del alma gaucha -ajena a las compli-caciones del determinismo fatalista-, en los máshondos conflictos pasionales que azotaron la vidadel vagabundo agreste de los campos del Río de laPlata, jamás se combinó como desenlace de unadesventura el atentado contra la propia existencia. Yno es por ese simple apego a la vida del instinto deconservación natural en todos los seres orgánicossuperiores, porque es conocido el bizarro menos-precio con que la jugaba en cualquier contienda y

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que expresaba con uno de sus más intensos decires:"De todos modos, yo no nací pa semilla...”

El fenómeno es interesante en verdad y dignode la investigación psicológica a que incitan estasalmas hurañas y montaraces, henchidas de misterioy de sombra.

A manera de tanteo ensayaré explicar la causadeterminativa que les vedó caer en las cobardíasaberrantes del suicidio, y laque, a mi modo de ver,debe buscarse principalmente en ese exageradoculto del coraje que imprimió rasgos tan caracterís-ticos a la estirpe campesina.

El gaucho se lanzará desesperado a buscar lamuerte tranquilamente, sin fluctuar con arranquesdignos de una canción de gesta; pero por más negroy adverso que sea su destino no se desgarra las en-trañas con su propio puñal, ni menos utilizará ellazo que le sirvió para lucir su destreza en las faenascamperas anudándoselo al cuello y ahorcándosecomo se ahorca a un perro apestado.

Lo primero sería una flaqueza indigna del nom-bre de varón que lleva con el orgullo bravío que leha enseñado a no retroceder ante ningún peligro;rechaza lo segundo un sentimiento inconcreto, perolatente en su ser hasta en la hora postrera y que po-

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dría traducirse por una aspiración de caer con unbello gesto, con el gesto hombruno de su casta,pintado admirables mente por Antonino Lambertien su canto a Montaraz, cuando dice:

¡Cuanto más ancha es la heridaMás altivo queda el muerto!...

Por otra parte, su espíritu supersticioso y cre-yente no le permitirá caer en tal descarrío moral.Cree en la supervivencia del alma y conserva entrevagas reminiscencias de la religión de sus mayores,una que ha dado forma a una nueva superstición dela "luz mala" y por la cual el alma de los suicidas,para quienes están cerradas las puertas del cemente-rio y prohibidas las oraciones del sacerdote, estácondenada a vagar como una sombra doliente en lasoledad nocturna de los campos. No se condenaráentonces voluntariamente a ser una sombra aterra-dora y maldita, él que tuvo siempre en su rudo labiouna hermosa palabra de piedad ante todas las crucesabandonadas de los caminos, esa plegaria sencilla yfervorosa que resume sus embrionarias creencias ysus temores sobre los misterios del más allá: "Dioste perdone, hermano".

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Y era de ver la curvatura dolorida y compasivade aquellas cabezas altaneras, frente a los brazosextendidos del madero sin nombre que pide rezos alcaminante.

Sabe, además, -que si sucumbe desafiando elpeligro -cara a cara a la muerte-, su nombre serátema propicio a los relatos del fogón, y que en larueda de la pulpería del pago algún payador tejeráquizá con su hazaña los toscos versos de una déci-ma, mientras el más anciano de los circunstanteshará este elogio breve y justiciero a manera de su-prema consagración: "¡Murió en su lay!”

Existe, pues, en el fondo de la determinaciónque lo impulsa a morir, un secreto anhelo de sobre-vivir en la memoria popular por algún hecho dignode inspirar la musa lugareña, que es concentraciónde creencias y sentires del alma colectiva, anheloque el suicidio anularía totalmente, puesto que estascaídas sólo inspiran sentimientos de piadoso per-dón.

Y no es ésta una argumentación que no puedacomprobarse. La apoya, al contrario, un prolijo es-tudio de tradiciones, relatos y cuentos campesinosrecogidos in situ, y las referencias de militares y dehombres de larga actuación entre el gauchaje sin

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mixtura -cuando en nuestra tierra había gauchos- yde los cuales resulta que nadie menciona un solocaso de suicidio.

Las producciones poéticas que reflejaron las in-timidades del alma gaucha, como las de Hidalgo,Ascasubi, del Campo y Hernández, no cantan epi-sodios de suicidas, y cabalmente es digno de notarque su principal mérito estriba en la observacióndirecta y veraz que ahonda con rasgos nítidos elperfil moral del paisano.

Sarmiento, que esculpió en los indelebles meda-llones del Facundo los caracteres de "La pulpería","El rastreador", "El baquiano", "El gaucho malo" y"El cantor", no menciona el suicidio entre los há-bitos del morador de la campaña. Tampoco lo men-cionan Acevedo Díaz, Viana, Regules y De María,que en la tierra uruguaya mantienen con gallardía latradición de la gauchada batalladora.

No. Aquel de la lacia melena de azabache y elrostro moruno, que avanzaba sereno hacia el peligropara desafiar la muerte, braveando con el tintineode las férreas nazarenas, puesto en el ineludibletrance sabía morir, y como el matrero del MartínFierro, al sentirse rodeado por el piquete de policia-nos en medio de las sombras nocturnas, se enco-

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mendará a los santos, y echando mano al facón,atropellará al grupo, previniéndoles con un grito devarón que si a matar vienen: "No se han de morirde antojo...”

Ni aun los escritores de la época romántica,idealizadores del agreste vagabundo, han incurridoen el error de falsear su ser moral atribuyéndole esaslacerías de la amargura, de la desesperanza y de laimitación morbosa que, en determinados instantes,precipita al hombre de la ciudad en las oscuras si-mas del suicidio.

Así muere Celiar, aquel fantástico centauro deMagariños Cervantes, sintiendo que la vida se le vacon la sangre de la herida abierta en su pecho por elplomo enemigo. Mientras Lázaro el payador, que es"arrastrado a la muerte por su propia tempestad",cuando el último de sus compañeros cae vencido,una fuerza extraña todavía lo impulsa a vivir contodas las sombras del hastío y de la angustia en elcorazón y se le ve saltar, como dice el poeta:

Sobre un potro salvajeQue se perdió, bramando, en el desierto.

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Aquel ser escarnecido, sin amor, sin esperanza,sin guarida en la tierra para el implacable dolor quele lacera, no se mata como los héroes del pesimismoromántico en boga en la época. Lo salva, por elcontrario, de la tentación de la caída, la profundaobservación psicológica del autor revelada en lossutiles matices con que esmalta el perfil del prota-gonista, y en la ternura desolada de la trova famosaen que el alma de Ricardo Gutiérrez parece gemirtodas sus congojas; y así el payador sin ventura, envez de doblegarse a la ciega estrella de su destino,como un héroe de Musset, se hunde en las soleda-des de la pampa para vivir esa vida perenne de laleyenda popular. . .

Otra producción que goza de popularidad por elsentimiento y el vigor con que está trabado el argu-mento -La piedra de escándalo de Martín Corona-do- corrobora la tesis que sustentamos.

El autor es un romántico impenitente; un discí-pulo fervoroso de la escuela efectista del potentecreador de Mar sin orillar y En el reno de la muerte.Todas las obras de este escritor argentino -aunquede argumento nacional- tienen ese brío soberbio y lapomposa sonoridad de las cláusulas rimadas delviejo drama español. Sus rústicos chacareros -

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italianos y mestizos-, sus criollos y sus mujerescampesinas, dicen en la escena los parlamentos enversos musicales y rutilantes.

Y, sin embargo, cuando Manuel, el gauchohuérfano, confiesa su secreta pasión a Rosa, la mu-jer perdida, y ésta lo rechaza noblemente porquesabe que no puede salvar los dinteles del hogar hon-rado con la frente erguida; en el propio instante enque el audaz seductor viene a buscar de nuevo a suvíctima tentándola a huir, cuando el hermano indig-nado por tanta osadía va a castigarlo, el gaucho sinventura, con el corazón henchido de tinieblas, sin-tiendo toda la inutilidad de su vida por las ansias deaquel amor que nunca alcanzará, salta por la ventanaen medio del grupo de asaltantes para morir matan-do como mueren los hombres de su casta.

Este bello y varonil impulso de un ser ator-mentado por el infortunio inexorable, que no fla-quea, imprime sello de verdad a la obra y haceolvidar el convencionalismo de las escenas, dejandoen el espíritu del espectador esa sensación áspera yvibrante de las producciones nutridas con puraesencia criolla. Todo el éxito del drama se condensaen ese final rudo y sin frases, de intensidad soberbia.

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Y así como es admirable por su crudo y pun-zante realismo la escena del suicidio en Sin rumbode Cambacérés, cuando el hombre refinado por to-das las culturas de la educación y la fortuna pone final hastío de su inútil existencia, abriéndose el vientreen cruz y rompiéndose las tripas de un tirón, comoquien rompe una piola, allá en la lejana soledad deuna estancia; nos resulta falso el desenlace del Pri-mitivo de Reyles o del Barranca abajo de Sánchez,aunque se trate de uno de esos trágicos dramas quecolman el corazón de odios y amarguras, por -queen ambas obras, de alto mérito artístico, su finalidades idéntica: la muerte espontánea del protagonistagaucho. No. Porque las bravas virilidades del almagaucha, templada contra todos los reveses de la ad-versidad, le vedan buscar la salvación por el caminode la muerte voluntaria.

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ELÍAS REGULES

I

ES, SIN DUDA, una de las figuras literariasmás atrayentes y curiosas entre los actuales escrito-res uruguayos, la del doctor Elías Regules: médicodistinguido, profesor en la Facultad de Medicina ypresidente ad vitam de "La Criolla", de Montevideo,una sociedad de jóvenes consagrada a perpetuar lastradiciones nativas, que ha levantado su edificio so-bre la cumbre de una cuchilla en los alrededores deaquella ciudad, para celebrar fiestas y veladas litera-rias con la nota pintoresca de los bailes y cantaresde antaño y los aperos y trajes de usanza campera.

Naturalmente no han faltado opositores, y enmás de una ocasión se lanzaron desde las columnas

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de la prensa los dardos de agudas críticas contraaquel resurgimiento del espíritu viejo. Regules bajóentonces a la arena para responder al ataque conversos vibrantes de entusiasmo y sinceridad, quedefinieron netamente los ideales de su bando. Me-recen recordarse por su valentía algunas de aquellasintencionadas décimas con que contestó a sus críti-cos en forma tan resuelta y valiente:

Poco importa el voceríoDe cavilosos censores;Yo desdeño sus temoresY sus dardos desafío!Por ser hermoso y ser míoEsto, con fe me arrebata;Y sólo mente insensataPodrá encontrarle mancilla,Porque valgo con golillaLo que valgo con corbata.

Yo elogio la ilustraciónY a sus ventajas me amparo,Como lo prueban bien claroMi vida y mi profesión.Pero la alta perfección

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Que en la cultura se encierra,No ha sido grito de guerraPara matar en mi pecho,El gusto franco y derechoPor las cosas de mi tierra.

Y la sociedad siguió su rumbo haciendo ondearal airé libre desde la verde cuchilla donde tiene suasiento, la bandera de colores de cielo atravesada alsesgo con la diagonal roja de los blandengues deArtigas...

Hoy ya no se la discute, porque la cultura de susmanifestaciones colectivas -que en verdad nada tie-nen de regresivo en su culto amoroso por los pasa-dos tiempos- le ha conquistado el derecho de serrespetada, a la manera con que se respeta en Europaesa raigambre de las añejas tradiciones popularesque será siempre fresco e inexhausto manantial deremembranzas e inspiraciones para el arte.

"La Criolla" vive vida próspera y ella se debe aRegules, que sabe despojarse donosamente de todoslos reatos del prejuicio social para ir, de cuando encuando, a revivir por algunas horas esas dulces evo-caciones de la tierruca. Es el caudillo, el alma y elmúsculo que mueve aquella sociedad: su musa está

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en todos los momentos alerta para cantar el roman-ce de las luchas, las penas, las alegrías y las rudasternuras del antiguo morador de las campiñas uru-guayas.

Fruto de esos cariños hondos es el tomito deVersos Criollos, que sus amigos y admiradores aca-ban de editar colocando en- la portada el retrato delautor precedido de este hermoso dístico, que semejauna de aquellas altaneras divisas que grababan ensus espadas los antiguos caballeros:

Siempre se encuentran en primaveraLos viejos cardos de mi tapera.

El poeta de la tierra está retratado en cuerpo yalma, con sus inextirpables amores natales, en esasincera profesión de fe que perfila con acentuadorasgo su personalidad literaria.

El sentimiento de la naturaleza y la inspiraciónjuguetona y maliciosa de Ascasubi y del Campo,mezclados a la honda observación del genial Her-nández sobre el alma gaucha, forman la íntima ur-dimbre de la poesía de Regules, que tiene, sinembargo, su acento personalísimo, como se nota en"Rumbo" y en "Mi tapera", dos de sus composicio-

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nes más celebradas donde luce las galas de su verbafresca y original y su feliz potencia de colorista.

Más correcto que los autores de Santos Vega yMartín Fierro, con cierto parecido al creador deFausto por la gracia y la viveza descriptiva, se dife-rencia de sus predecesores en la técnica, puesto queaquellos emplearon en sus composiciones la jergagauchesca para dar mayor autenticidad al relato;mientras él sólo usa el lenguaje castellano, matizadode tal o cual modismo criollo, sin que por ello pier-da nada de substancial el tema que desarrolla gene-ralmente en décimas, ajustándose así a la formafavorita del trovador campestre.

Sobrio en la descripción, de trazo firme y exac-to, sabe objetivar las imágenes encerrando en el es-trecho marco de diez octasílabos un paisaje o unaescena familiar de ambiente comarcano, con tal felizacierto, que el lector va siguiendo a través de la ar-monía del verso el nítido dibujo hasta completar laevocación. ,Regules es un evocador. En sus versospalpita el alma del terruño y vocea la melodía lejana,ya casi perdida de los tiempos idos para no volver.A través de sus cadencias parecen cobrar vida, er-guirse y pasar las sombras errantes del tipo étnicoque fue un día altivo señor del monte y la llanura.

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Sus paisajes nos dan la emoción prestigiosa de larealidad. Sus gauchos y sus morochas, las alegrías delos bailes nacionales, las plantas, los animales, losarroyos, las aves, el color del cielo tachonado detrémulos luceros, o bañado en la blanca luz delamanecer, han brotado de su pluma con la visiónsentida del "lindo suelo oriental".

Ama las "cositas de su tierra" con sincera pa-sión, las siente, las acaricia y las canta con tan fervo-roso anhelo que las hace querer hasta de losindiferentes. Tiene ese arte magnético que estableceuna corriente de emociones entre el que escribe y elque lee, haciéndole ver lo que no ha visto. Su obrano es extensa, y, sin embargo, ha conquistado ya laindiscutida fama de poeta nacional. A cualquieraque se habla de este cantor de las taperas y las mar-garitas silvestres, recordará de pronto con chispazoespontáneo, una estrofa, o un verso, comprobandoasí que su obra ha entrado en la médula popular.

Los puristas tildarán quizá como impropio elempleo de ciertos vocablos o la audacia de algunossímiles; pero en eso reside principalmente su origi-nalidad y la energía pintoresca de su manera de de-cir que, a menudo, tiene hallazgos felices para

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darnos el acento auténtico y los sabores de la tierranativa.

II

Para que no se piense que por afinidad de idea-les exageramos el mérito de esta obra, digna en rea-lidad de alabanza, he aquí algunas muestras de lamanera como siente e interpreta los asuntos cam-pestres.

Pinta en "Rumbo" -con que se abre el volumen-una de las características del gaucho rioplatense quesabe orientarse para seguir su camino en medio delas tinieblas nocturnas, sin más guía que los golpesde su aguda mirada:

Pisa lomas, cruza el llano,Pasa el arroyo y la sierra,Como arreglando la tierraCon la palma de la mano.Y es tan seguro baqueanoAquel resuelto jineteQue, cual si fuera un juguete,Abras, sendas y picadas

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Parecen que están atadasAl cabresto de su flete.

En esa décima admirable está resumida toda lahistoria extraordinaria de "El Baquiano" que contóSarmiento en las páginas inmortales de Facundo.

Ved ahora estos dos paisajes pintados con almade artista en pleno aire campesino, henchidos devida y de sentimiento, con aromas y jugos de la tie-rra que nutre la inspiración del cantor.

Rozando el pecho en la arenaSobre un bajo dilatado,Corre un arroyo asustadoComo huyendo de una pena.Una silvestre azucenaSonriendo en el borde está,Canta en el monte un sabiáY los seibos al dar floresBañan sus lindos coloresEn perfumes de arazá.

Cantando el propio asunto Antonino Lamberti -que sabe interpretar admirablemente nuestra natu-raleza- había escrito ya esta primorosa acuarela:

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Límpido río azul que va serenoA perderse en los mares del olvido,Llevando en los cristales de su senoLa imagen de la playa en que ha corrido. .

.

Hay, sin duda, más finura y delicadeza artísticaen la última estrofa; pero el sentimiento de la natu-raleza y el ambiente de la tierra es más real y da re-lieve a la décima del primero hasta imprimirle eseaire íntimo de cosa nuestra.

A la misma composición titulada "Por ella",pertenece el medallón del gaucho que abandona elrancho, hijos y mujer para ir a pelear por la libertadde su país, sin pensar en el desamparo en que losdeja, ni en la muerte que tal vez le aguarda en elpróximo entrevero.

Se aproxima la partidaY el tigre de la llanuraSabe rodear de ternuraSu varonil despedida.Monta con el alma herida,Sigue su rumbo derecho,

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Y en el bajo y el repecho,Cuando su cara levanta,Muestra un nudo en la gargantaY una esperanza en el pecho.

Escuchad ahora la evocación de la vuelta del es-colar a la estancia paterna, tan sencilla y tan tierna,que la he leído muchas veces con las pupilas nubla-das por dulces lágrimas, porque me trae esas memo-rias siempre despiertas en mi corazón de la viejaheredad de mis padres, perdida allá entre las soleda-des boscosas de Montiel.

¡Cuántos como yo no leerán estremecidos porlos recuerdos de la niñez, la sugerente estrofa deeste poeta que sabe objetivar sin quejumbres, enforma tan sentida y artística, las imágenes familiaresde los hogares de antaño!

El final sobre todo es de una naturalidad real-mente deliciosa:

Pisa de nuevo el terrenoDonde sano y vivarachoCorrió descalzo el muchachoCon natural desenfreno.Respira en el pago ameno

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Dentro del rancho pajizo,Palpa el delicado hechizoDe azotar con el rebenqueLos palos de aquel palenqueDonde ensilló su petizo.

Ese inalterado amor por el hogar donde pasólos días rientes de la infancia, allá junto a las arbole-das costeñas del río Malbajar, ha inspirado "Mi ta-pera" -que disputa a "Rumbo" la popularidad- yen lacual a pesar de cantar un asunto ya -tratado porpoetas americanos de valía, como Gregorio Gutié-rrez González y Rafael Obligado, ha logrado im-primirle el sello de su originalidad.

El soplo de tristeza profunda que flota en tornode "Aures" del poeta colombiano o el "Hogar va-cío" de Obligado, no vibra en las décimas de "Mitapera"... El poeta la recuerda con ternura recon-centrada, en presencia de los tristes terrones que elcardo y la flechilla van cubriendo como un mantode olvido; siente despertar las emociones de sus ho-ras inocentes, y al alejarse deja condensadas sus lá-grimas interiores en "un suspiro para que no estétan sola" . . .

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En "Oro viejo" traza con su acostumbradamaestría el perfil de uno de esos desdeñados criollosque se van extinguiendo en los silencios de la sole-dad campestre:

Aquel cuerpo modeladoPor inmejorable artista,Fue aquilón en la conquistaDe su derecho vejado.Con el brazo arremangadoSintió el clarín de ordenanzaY sin rencor ni venganza,Sobre resbaloso lomo,Contestó a la voz del plomoCon los botes de su lanza.

Nacido para señorDe la selva que domina,Ha sembrado la colinaDe hidalguía y de valor.Hombre de alma superiorSupo ser noble y austero;Su palabra fue de acero,No precisó documentosY cumplió sus juramentos

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Como el mejor caballero.

No es posible encerrar en tan pocas palabrasuna pintura más exacta de la vida del gaucho. Tie-nen esas dos estrofas más psicología que muchaspáginas escritas con la pretensión de pintarlo en suescenario bravío.

He aquí otra delicada miniatura copiada de lavida real, rebosante de ese sabor regional que nosbrindan las producciones arrancadas con talento a lainmensidad verde de nuestros campos. Y quien esohace es un poeta y un artista. Los que saben de co-sas criollas -y quién no las sabe entre nosotros- hande sentirse tocados en sus fibras más íntimas por elsingular encanto de esta rutilante evocación.

Oídlo:

Un rancho solo, un horneroQue canta encima de un nido,Un espinillo floridoBesado por el pampero;Un rumor bajo el alero,Con leyendas de la sierra,Una golilla que encierraToda la fibra de un bando,

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Y una bordona cimbrandoSobre el amor de la tierra...

III

He vuelto a recorrer con deleite mental las di-versas composiciones agrupadas en este pequeñovolumen, para borrar la ingrata impresión dejada enmi espíritu por la reciente lectura de un libro argen-tino, en que se abomina de todas estas cosas queconstituyen la fusión étnica del criollo con los orí-genes nacionales, llegando hasta afirmarse que esegrosero período de la vida nacional no vale la penaser recordado.

Y sin hacer gala de estrechos localismos, consincera y firme convicción confesamos que la brus-ca arremetida no ha entibiado el fervor de nuestrassimpatías hacia las producciones que entierran suhonda raigambre en las tradiciones nativas y queconstituirán, a pesar de las inmotivadas depreciacio-nes, el basamento de la poesía del Plata.

Regules -momo nuestro Obligado que acaba demerecer también los honores de la diatriba de unode estos rabiosos iconoclastas- pertenece a la estirpe

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de los peregrinos artistas que saben darnos la im-presión de lo que han visto y sentido en toda surealidad.

Su obra queda de pie, noble y altiva -con las al-tiveces de la raza que canta-, sin temor al prejuicioni al desdén de cuantos hacen gala de proclamar sudesvinculación con los tiempos pasados, sordos a lavoz de la sangre y de la historia que les enseña que,sin Güemes y sus gauchos serranos, no se hubierasalvado la causa de la independencia; que sin Urqui-za y sus rudos lanceros no hubieran resonado lasclarinadas de Caseros, ni tendríamos las bases de laorganización y la unidad nacional.

Son, sin duda, muy dueños de alimentar talessentimientos; y, con igual derecho, nos ha de serpermitido manifestar nuestro franco cariño por lasproducciones de esencia genuinamente criolla, co-mo la que motiva estas reflexiones, cuya lectura hahecho reverberar como una brillazón de la pampatoda la luz, y los verdores del pago lejano.

Encuéntranse, en efecto, esparcidas con derro-che en las breves páginas de este libro de versossencillos y sentidos, una serie de notas e impresio-nes rebosantes de vida, con el sabor y la dulcedum-bre de las cosas nuestras, amorosamente cinceladas

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en estrofas que no serán, sin duda, del agrado decríticos como Valbuena, pero que pueden citarsepara modelo a los que todavía piensan que no pue-de hacerse obra de arte con el sedimento de lascostumbres populares.

Y mañana, cuando se publique una antologíabien seleccionada de escritores uruguayos -a la ma-nera de Menéndez y Pelayo, que en su antologíahispanoamericana no olvidó incluir los versos gau-chescos de Hidalgo, Ascasubi, del Campo y Her-nández, como las producciones más originales de lamusa sudamericana-, la obra de Regules figurarácon mejores títulos que más de uno de los que hoyocupan lugar preferente, algunos sin un rasgo deoriginalidad, ya que es en vano pedirles una solavibración de esa poesía espontánea donde palpitanlas nostalgias del alma de los terruños...

Hacía falta, en verdad, una nueva edición de losversos de este autor; sé de algunos que los buscaroninútilmente en nuestras librerías, y ,de mi ejemplarpuedo contar que ha pasado por muchas manosesparciendo el aroma silvestre que emana de esasdécimas, que no hubiera desdeñado Núñez de Arcey que para mí tienen el aire familiar y el acento au-

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téntico de verdad del "Santos Vega" de Obligado odel rotundo "Montaraz" de Lamberti.

Pero estimo que por su mérito reclamaban unaedición más cuidada y artística, aun dentro del mar-co sencillo que deliberadamente se les quiso dar afin de que conservaran todo el sabor y el perfumede la savia nutricia. La modestia del autor -que nodesconoce la altivez- no lo ha querido quizá; sinembargo, pienso que, en esta brega del criollismo enla cual es valiente caudillo, hay que pulir y presentarlas obras con cinceladuras de orfebre, a fin de que elpúblico lector las reciba sin melindrosos desdenes yaquilate con placer su real valor. Los libros no de-ben ser bellos únicamente por la médula, sino por laestampa.

Son ideas éstas arraigadas en mi espíritu; soylector empedernido y corajudo, pero declaro conentera sinceridad -que prefiero los volúmenes her-mosos y sobre todo cuando el contenido es tan be-llo como el continente. Tal hizo Ascasubi editandolujosamente en París sus obras gauchescas, mientrasel Martín Fierro de Hernández y el Fausto de delCampo andan por ahí arrinconadas en las libreríasde viejo en copias de pésimo gusto, plagadas deerrores y adulteraciones.

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¿No existirá un editor animoso que saque dellimbo en que vegetan esas peregrinas produccionesde la musa nativa, para rendirles el merecido home-naje? Se imprimen hoy tantos primorosos volúme-nes de versos hueros destinados a vivir como lasrosas en la imagen de Malherbe: el espacio de unamañana. . .

Mientras llega la hora cercana, como lo espero,de saludar una nueva y artística edición ilustrada deestos versos con saudades y aromas del pago, vayaentretanto mi entusiasta parabién al inspirado can-tor de las tristes taperas y las margaritas silvestres.

Estos versos son una consagración e imponenun deber que cumplir, desde que el autor ha rotovalientemente con el exotismo literario para nutrirsu inspiración en las cosas nuestras y pintarlas contanta luz y verdad.

IV

Hace un cuarto de siglo que escribí la prece-dente semblanza de Elías Regules, el buen camaradaen nuestras campañas por el mantenimiento de los

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cariños terrígenos, o mejor dicho mi aparcero, co-mo a él le gustaba nombrarme.

Acabo de leerla de nuevo con íntima melancolíaal recibir inesperadamente la fatal noticia de su fa-llecimiento, allá en el rincón campero de La Marga-rita, donde la muerte le ha derrumbado de repentedejándolo -“entre los pastos tirado”-, con su postre-ra mirada fija en aquellas cosas y recuerdos que avi-vaban sus inextirpables cariños.

No podía morir en otro sitio el poeta que habíaconsagrado al culto de la tradición criolla tan vivosanhelos. Tal vez repitió sintiéndose morir el postreranhelo: "entre los pastos tirado - como una prendaperdida.. .”

He vuelto a leer sus Versos Criollos en la sépti-ma edición del año 1922, donde fue agregando al-gunas composiciones que escribió después, como"Sangre y Tierra" y "Mi ofrenda", que fue su testa-mento literario y es digno, sin duda, de divulgarse,porque define con rasgos indelebles al custodio alti-vo y fiel de la estirpe gaucha, que cantó en décimasinolvidables con las impresiones de aquella tierra delos rojos ceibos y el canto melodioso de las calan-drias.

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Está dedicada a la Sociedad Criolla -que fue suobra- en el 35° aniversario de la fundación, y la cualno le ha rendido aún el homenaje merecido.

MI OFRENDA

Vuelvo a mi pago, donde están guardadaslas horas dulces de un lejano ayer,horas que cruzan tibias y rosadascon el arrobo de mi amanecer.

En ellas viven montes y cuchillas,zorzales salpicando el pajonal,cañadas, toros bravos y tropillascon sus cencerros de hablador metal.

Pintando el pasto margaritas rojas,sangre de guapos muerta en el vergel,concierto de rodajas y coscojasque anuncian el pasaje de un corcel.

Calandrias y espinillos decorandola tierra donde crece el macachín;potros libres y altivos disparando,con balanceos de su hirsuta crin.

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Nidos de horneros coronando alturas,Ceibales exhibiendo su rubor,naturaleza llena de espesurascon vida exuberante de vigor.

En ella evidenciando sano pechose alzaba firme con marcado rolel jinete templado en su derecho,de piel teñida por la luz del sol.

De poncho suelto, chiripá bordado,golilla floja, fuerte tiradory un corazón viril, afortunadoen bondad, en franqueza y en honor.

De allá vine. Las flores de la estanciacada vez las contemplo y quiero más,cariños perdurables de la infanciaque no se secan ni se van jamás.

Soy hijo de la selva. Miro ufanaslas prendas que mi rancho me mostró,y llevo entre la escarcha de mis canasel soplo que el pampero me dejó.

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Traje mi aurora hasta el ambiente urbanoy la cultura me enseñó a pensar,que es el suelo laurel del ciudadanoque debe bendecir y cultivar.

Aquí, bajo este cielo, se venerade las joyas nativas el caudal,devoción que es un himno a la banderatejida con la savia regional.

Y hoy, en momentos de sentido halagopara esta varonil institución,yo le traigo la ofrenda de mi pagocon todos los recuerdos en montón.

En las proximidades del arroyo Malbajar nacie-ron sus primeras impresiones dejándole indeleblehuella, como lo revela "Mi ofrenda".

Trasladado a Montevideo para cursar estudiosuniversitarios, al llegar las vacaciones volvía al parajede su cuna, siempre presente en sus recuerdos deinfancia.

Pasaron los años. Médico y catedrático quiso vi-sitar el sitio donde estuvo su rancho y sólo encontró

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cardos . . . Entonces escribió "Mi tapera", derra-mando en sus estrofas toda la ternura de las dulcesmemorias con que tejió la más celebrada de suspoesías.

"Este aroma del recuerdo va adquiriendo tona-lidades tristes", me escribía enviándome "Mi Pago",y agregaba con aquella su letra limpia y cuidada:"Ahí va ese ramito de flores viejas. No tengo mejo-res".

Con los férvidos amores que le imprimieron se-llo inconfundible y su manera de decir, grabó sudivisa al pie de su estampa de jinete criollo:

Siempre se encuentran en primaveraLos viejos cardos de mi tapera.

Y con esa bandera, con la albura de sus cabellosnevados que; no le envejecían, como los viejos cau-dillos gauchos de su tierra, se fue inesperadamentepara no volver.

Buenos Aires, 6 de noviembre de 1929.