de brujas y hechiceras a curanderas y santiguadoras
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De brujas y hechiceras a curanderas y santiguadoras: el poder coartado de las mujeres canarias
Navegando por la red he descubierto que un reportaje mío
que escribí hace más de 15 años, en mi época de “intrépida
periodista”, ha sido plagiado y andan algunos tíos por ahí
arrogándose el derecho de su autoría con toda la
desfachatez y poca vergüenza del mundo. Sólo una web,
el Portal Afrikanista, ha tenido el detalle de respetar mi
nombre. Publico de nuevo ese artículo en mi blog, no sólo
para dejar bien claro quién fue su autora, o sea, yo, sino
porque a raíz de un intercambio de mensajes en Facebook,
decido recuperar a mis queridas “brujas” de antaño. Así
pues, aquí va (literal, tal y como se publicó entonces, sin
modificaciones que hoy, sin duda, haría, pero he decidido
respetar el original):
La construcción androcéntrica de la Historia por parte del
sistema patriarcal en el que vivimos ha supuesto un sesgo
fundamental en la visión que se ha transmitido de las
mujeres a lo largo del tiempo. Las gestas y hazañas que han
ido construyendo el devenir de los pueblos han sido
transmitidas por hombres que han realzado las virtudes de
sus coetáneos olvidando a la otra mitad de la humanidad.
La presencia de la mujer en la Historia se vio limitada hasta
hace bien poco a hechos tan reprobables como el que
relatamos aquí. Ahora que está tan en boga el resurgir de lo
femenino, nos adentramos en la historia de las brujas y
hechiceras canarias, para descubrir otra visión,
sorprendente, que difiere en grado sumo a la contada por
los estudiosos de la época.
“El escribano de la causa observó que tenía en la espalda
una señal de bruja, a lo que ordenó el gobernador: pues que
es bruxa, denle tormento, pues tiene señal de bruxa. Se
negó, muy valientemente, a declarar. Pero, sometida a un
brutal tormento – el potro, la toca y la polea, con pesos
colgando de sus pies-, acabó confesando los hechos propios
de la acusación que se le hacía: pacto con el demonio, que
se le aparecía en forma de camello garañón y al que besaba
el pie; volar por los aires, echando alhorra sobre los
campos; chupar niños, abriéndole el demonio las puertas;
untarse con un ungüento blanco que hacían con tútano de
perro y sebo y tútano de camella y cabra, y con otro verde
que el diablo les daba.” Lucía de Cabrera (Lanzarote, 1577),
autora de la confesión que cita Francisco Fajardo Spínola,
estudioso del tema, se retractó de la declaración que
obtuvieron los inquisidores a través del tormento alegando
que lo dijo con miedo y fruto de la tortura. Murió poco
después como resultado de ésta.
La caza de brujas en Canarias no fue tan masiva como en la
vieja Europa, pero sí digna de estudio por las variantes que
introduce. El caso de esta mujer es paradigmático; recoge
en la confesión la mayor parte de las atrocidades de las que
se acusaba a las brujas, pero aderezadas con elementos
culturales propios: el diablo convertido en camello, por
ejemplo o el tuétano y sebo de camella y cabra, animales
propios de la isla.
Las noticias sobre la brujería y hechicería en las Islas
Afortunadas fueron analizadas por muchos estudiosos
partiendo de sus propias creencias y prejuicios. Pese a que
el Archivo Histórico Nacional y el Archivo del Museo Canario
recogen numerosos procesos contra mujeres acusadas de
superstición (amplio epígrafe donde tenían cabida la
brujería y la hechicería), la interpretación dada al fenómeno
lo aleja en ocasiones de la raíz canaria para situar todas las
culpas en las moriscas, esclavas africanas, berberiscas y/o
peninsulares que poblaron las islas después de la conquista.
“(…) fueron estos moriscos de Berbería los que infestaron,
moral y espiritualmente, los hogares de cristianos viejos,
verdaderos adalides de la fe católica. (…) Las moriscas
fueron las que más relajaron y envenenaron el ambiente
social y religioso con sus prácticas, conjuros, ligamentos,
maneras de vivir, etc.” (Sebastián Jiménez Sánchez, 1955).
Y si bien es cierto que la influencia de estos colectivos fue
notable, no podemos olvidar la historia y la tradición mágica
que tenía lugar en Canarias antes de la llegada de los
conquistadores con su cruz y su espada.
Las crónicas de los historiadores nos han transmitido una
visión de las mujeres aborígenes bastante peculiar. Desde
los oráculos de Tamonante y Tibiabín en Fuerteventura
hasta la combatividad de las mujeres palmeras, nos
encontramos con una gran variedad de relatos que ponen
de manifiesto el significativo papel que desempeñaron las
mujeres en la conquista. La presencia de éstas en los ritos
mágico-religiosos también es destacable, y así nos
encontramos en Gran Canaria con la existencia de las
“maguadas” o “harimaguadas”, lo que nos habla de una
tradición en la que el culto a la fertilidad y los ritos de
purificación están presentes en la vida cotidiana.
En definitiva, en Canarias nos encontramos ante un caso, no
de matriarcado, pues no existía esa desigualdad entre
hombres y mujeres propia de la cultura patriarcal, sino de
matrilineazgo y matrifocalidad. La herencia se transmite de
la madre a los hijos, el derecho de propiedad es de
titularidad femenina, se adora la diosa madre de la
fecundidad y de la tierra (ejemplos arqueológicos como el
ídolo de Tara así parecen confirmarlo), se exalta la
maternidad y la mujer goza de las máximas libertades en el
terreno sexual. Nada obliga a la mujer a guardar fidelidad
conyugal ni existen los mismos conceptos de virginidad,
castidad, repudio y legitimidad de los hijos que podían tener
los conquistadores.
Después de la conquista y tras el exterminio de gran parte
de la población aborigen, la mezcla de razas fue evidente,
pero aún así pervivieron muchas costumbres y tradiciones,
por las cuales fueron satanizadas muchas mujeres y
acusadas de brujas. Tengamos en cuenta que la conquista
de Canarias finalizó en los inicios de la caza de brujas en
Europa. Y aquí no nos íbamos a quedar atrás.
La misoginia Europea
La ola de terror misógino que asoló fundamentalmente
Europa, aunque también afectó a América (recuérdese si no
a las “brujas de Salem”), durante los siglos XVI, XVII y XVIII
no tiene una fácil explicación, pero demuestra hasta qué
punto los hombres ejercían el poder sobre las mujeres, qué
grado de sadismo sexual y violencia llegaron a emplear en
sus torturas y hasta qué punto el miedo y el odio se
convirtió en el principal acicate de la mayor matanza de
mujeres de la historia, por una causa diferente a la guerra.
Si a eso le añadimos los cambios económicos, políticos y
religiosos (la Reforma y la Contrarreforma) que sufría
Europa ya tenemos preparado el contexto.
Los aquelarres, los pactos con el diablo, los niños a los que
les chupaban la sangre, las cópulas con el demonio,…
fueron la excusa perfecta para el ensañamiento de los
jueces, inquisidores, torturadores, carceleros,… sobre
mujeres “viejas, pobres, analfabetas, viudas y curanderas”.
Ese quizás fue el mayor delito, ser mujer con esas
características. Se calcula que cien mil mujeres pudieron
haber sido ejecutadas, y si bien entre un 10% y un 20%,
según las poblaciones, de acusados fueron varones, más del
80% fueron de sexo femenino. Pero al margen de las
ejecuciones nos quedan otros cientos de miles de mujeres
(se calcula que más del doble de las ejecutadas)
desterradas, multadas, humilladas y estigmatizadas con el
sambenito de bruja.
El control sobre sus cuerpos, especialmente sobre la
sexualidad, la marginación del mundo productivo y la
desvalorización de sus conocimientos médicos fueron
estrategias empleadas para sumir a las mujeres en la más
absoluta indefensión y soledad frente a terribles
acusaciones. Sin embargo, hoy hemos de agradecer a
aquellas mujeres los conocimientos que nos legaron y la
simiente que sembraron en otras mujeres en la búsqueda
de nuestro poder: el uso de plantas como la belladona, el
cornezuelo, la dedalera,… con fines terapéuticos, la
capacidad de curar y curarnos a nosotras mismas, la
posibilidad de elegir nuestras vivencias sexuales, la libertad
de asociarnos y la posibilidad de acceder al mundo laboral.
El ansia de libertad e independencia hace tres siglos lo
pagaron muy caro…
Hechicería y brujería: el exterminio del poder
femenino.-
Judíos, portugueses, moriscos, esclavos africanos,
castellanos, andaluces,… toda una mezcla de gentes y
costumbres fue a poblar las islas una vez finalizada la
conquista. Si a eso le añadimos la posterior influencia de
países de América como Venezuela, Cuba o Brasil, fruto de
la emigración de canarios allá nos encontramos con una
tradición curanderil sincrética en la que perviven elementos
aborígenes (quizá los más escasos) con elementos europeos
(cristianos), africanos y latinos. Todo un cocktel explosivo
para unas islas mágicas y estratégicas.
Entre 1499 y 1714 fueron denunciadas por hechicería 1.136
mujeres frente a 109 hombres. El término bruja no aparece
hasta 1529, y aunque no parece establecerse una
delimitación clara entre las brujas y las hechiceras, parece
que hay rasgos de las brujas (volar, chupar las sangre de los
recién nacidos,…) que las hechiceras no los practican.
Aunque ambas prácticas son consideradas maléficas, por
los inquisidores, la hechicería puede tener un carácter
benéfico y curativo, aunque lo más normal es que se utilice
para atraer o conservar el amor de una persona, para
adivinaciones o curaciones. La brujería, quizás derivado de
la histeria colectiva y misógina que recorría Europa, se la
consideraba instrumento del demonio. Satanás campaba a
sus anchas por la Tierra y las brujas eran sus servidoras.
Claro que, nada más lejos de la realidad.
La mayor parte de las mujeres procesadas por hechicería o
brujería fueron de baja condición social, de mediana edad y
de grupos étnicos marginados, siendo arrancadas muchas
de sus confesiones a través del tormento, con lo cual se
puede afirmar que son los jueces inquisidores los creadores
de la confesión. Si bien se llegó a generar un miedo
colectivo ante las presuntas brujas o hechiceras no se
produjeron explosiones de histeria ni persecuciones
masivas como en la vieja Europa, aunque la Inquisición jugó
un importante papel moderador en este sentido.
En general, tras el delito de superstición se escondían
aquellas prácticas relacionadas con la magia amatoria, la
adivinación o la sanación, aunque en el siglo XVIII la
hechicería se torna más siniestra y se la relaciona con toda
suerte de maleficios. Los supuestos pactos con el diablo
empiezan a proliferar, aunque también podemos encontrar
referencias interesantes desde el siglo XVI. En la visita que
realizamos al Museo Canario en Las Palmas de Gran
Canaria, tuvimos la oportunidad de tener en nuestras
manos cientos de legajos sobre procesos inquisitoriales y
cuál no sería nuestra sorpresa al comprobar la existencia de
un patrón prefijado en las acusaciones. Si comparamos
procesos distintos vemos que se repiten las mismas:
“menosprecio del sacramento del bautismo, pacto con el
demonio en forma de camello o cabrón negro, chupar la
sangre a bebés, mujer pertinaz que creía en los engaños del
demonio, estropear las cosechas”. Estas acusaciones,
hechas al mismo tiempo contra Lucía de Herrera y Lucía de
Cabrera (dos mujeres diferentes pese a la coincidencia en el
nombre) motivaron la muerte de la segunda víctima de la
tortura, el uno de enero de 1578, siendo enterrada por
mandato del Inquisidor en el hospital donde falleció. Lo
curioso de ambos casos es que en la acusación de chupar la
sangre a un bebé no citan ningún dato de identificación del
bebé ni de su madre, simplemente hablan de “una mujer
parida de 6 días”. “A la hora de media noche poco más o
menos estando las puertas de dicha casa cerradas, una
hacienda en el campo, la dicha Lucía de Cabrera juntándose
con el demonio se fue para la casa (ilegible) el dicho
demonio abrió las puertas del aposento donde la dicha
mujer parida estaba (ilegible) y viendo ocularmente la dicha
mujer que la dicha Lucía le chupara su criatura no pudiendo
menearse a quitársela, le dijo muchas veces con ruegos que
no le chupara su criatura y (ilegible) hasta tanto que
(ilegible) dejósela ya chupado la dicha Lucía de Cabrera”. El
patrón prefijado de acusaciones motivó que muchas de las
confesiones se ajustaran al mismo. Las mujeres presionadas
por la tortura, el escándalo, el aislamiento social, la falta de
apoyo de su entorno,…declaraban lo que el juez quería
escuchar.
Un elemento importante en la cultura canaria son los bailes
de brujas. Todavía perviven en nuestra geografía lugares
con nombres alusivos a esos supuestos encuentros de
mujeres que danzaban y cantaban por nuestros montes (El
Bailadero en Tenerife, El Llano de las Brujas en La Palma,
…). Las palmadas y las patadas en el suelo formaban parte
de algunos rituales de magia amatoria y de conjuro de
males:
“Con dos de veo
y con cinco de encanto,
la sangre te bebo,
el corazón te parto,
que hagas lo que te mando,
como mando la suela
de mi zapato”
(Y se dan tres patadas en el suelo)
Las oraciones, producto del sincretismo religioso, son
sumamente utilizadas también para conjurar maleficios,
males de ojo, y también, cómo no, para amarres de parejas.
Las más comunes son a Santa Marta, a San Silvestre o a las
ánimas del purgatorio.
“Marta, Marta, la que los vientos levanta
la que los Diablos encanta
la que guiso los vinos a los finados, la que quitó los dientes
a los ahorcados
La que desenterró los guessos a los enterrados
La que con Doña María de Padilla trato y conversso
La que los nueve hijos pario y todos nueve se le
desminuyeron…
Asi como esto es verdad, me bayas al coraçon de Bartolomé
Guerra y me le quites tres gotas de sangre donde quiera
que estuviere melo traygas presto corriendo volando donde
yo Margarita estoy assi me lo amarres y amanses y me le
pongas el amor en su coraçon, paraque me quiera, y en su
memoria me tenga que no me pueda olvidar de noche ni de
dia donde quiera que estuviere, para que ninguna mujer
donde quiera que estuviere no tenga sosiega ni pueda
comer ni dormir sino fuere conmigo ni pueda tener otra
mujer”
(Extraído literalmente de la Colección Bute, “The inquisition
in The Canary Islands”, del proceso a Catalina del Castillo,
hechicera de La Gomera).
Y finalmente, las hierbas, plantas, minerales,… cualquier
elemento que tuviese poder de sanación era utilizado por
las supuestas brujas con fines terapéuticos. Quizás ha sido
este conocimiento el que más ha pervivido en Canarias
hasta la actualidad y el que se ha transmitido de generación
en generación y ha sido aprovechado por nuestras
modernas sanadoras, curanderas y santiguadoras.
La pervivencia de la tradición: curanderas y
santiguadoras.-
Afortunadamente, las islas Canarias aún conservan vivas
algunas tradiciones entre las que destaca la del
curanderismo. En todas nuestras islas nos encontramos con
mujeres con conocimientos en medicina popular, “yerberas”
sabias que identifican las mejores plantas medicinales para
ser aplicadas en las más diversas dolencias. La aplicación
de hierbas y los rezados o santiguados son las técnicas más
empleadas por las “brujitas” modernas, aunque la mayoría
de estas mujeres desechan el término bruja porque lo
consideran peyorativo. Ese es otro de los triunfos del
sistema patriarcal: el dotar de significado negativo un
término que encierra la sabiduría medicinal de las mujeres.
Dicen que la esencia más pura va en tarro pequeño y
parece ser que en algunas personas también se cumple esa
máxima. Carmencita es una mujer menuda y alegre que
destila bondad por todos sus poros, y una de las mejores
santiguadoras que perviven en la isla de La Palma. Con casi
sesenta años, lleva 17 atendiendo sin apenas descanso, de
la mañana a la noche, a los cientos de pacientes que pasan
por su casa. Hombres, mujeres, niños, niñas, jóvenes o
viejos, del lugar y de fuera, se acercan hasta las puertas
siempre abiertas de esta mujer para ser tratados de
diferentes dolencias. Fundamentalmente, problemas de
estómago, “nervios, stress, hoy en día la gente vive muy
rápido, no se conforma con lo que tiene, hay mucha
ambición, por eso enferman muchos”. Aquí en Canarias, eso
se conoce como las madres descompuestas (para las
mujeres) o el pomo virado (para los hombres). “Yo en
realidad lo más que hago es dar masajitos en la barriga,
aunque también curo erisipela, herpes o culebra,… hay
muchos médicos que me mandan gente”. Como vemos, la
tradición popular convive con la medicina tradicional.
Cuando le preguntamos a Carmencita si no había
encontronazos entre ambas prácticas comenta que “la
mayoría de medicinas se obtienen de plantas, además a
veces es mucho mejor una buena tacita de ruda que una
pastilla”. Pero también, ella deposita gran parte de la
responsabilidad del cambio y la mejoría en el paciente,
especialmente en los casos de nervios; “un psicólogo o un
psiquiatra te pueden ayudar, pero como no te ayudes tú no
hay mucho que hacer, la mejor ayuda es una misma”.
Aunque Carmencita piensa que esa facultad de sanar nace
con la persona, lo cierto es que ella aprendió de su tía
Juanita, ya fallecida, gran parte de sus conocimientos, “yo
me crié viendo lo que hacía mi tía y ahora yo hago lo mismo
que ella”. Juanita fue otra de las grandes curanderas o
sanadoras de la isla. Hemos podido recoger numerosos
testimonios al respecto, incluyendo el de quien esto escribe,
que pasó por sus manos a la edad de dos añitos para ser
curada de “susto”, un mal muy común al parecer entre la
población infantil canaria. Los síntomas se traducen en
inapetencia, vómitos, mareos, temblores y tristeza.
Volviendo a Carmencita, una de sus peculiaridades es que
no cobra a sus pacientes, ella opina que “si puedes hacer el
bien no hagas el mal, si haces el bien te encuentras más
satisfecha tú, yo me encuentro muy bien cuando doy a los
demás, cuando procuro la sonrisa de un niño o de un
enfermo, para mí ese el mejor regalo”.
Carmencita es un perfecto ejemplo de las ya escasas
curanderas tradicionales. Las mayores nos han ido dejando,
pero algunas jóvenes intentan retomar esa sabiduría
ancestral. En La Palma también tuvimos la oportunidad de
entrevistar a una de esas mujeres jóvenes que a sus 33
años también practica viejos santiguados:
Para quitar el sol, es decir, la enfermedad debida a la
exposición prolongada a los rayos solares, se pone un paño
doblado sobre la cabeza del paciente y encima una vaso
con agua mientras se hacen cruces en ella y se reza:
“Sol, sol, vete al sol,
deja a (nombre del paciente) su resplandor.
Hombre santo nómine,
quita el sol y aire si hay.
Así como el mar no está si agua,
ni el monte sin leña,
ni el cielo sin ti,
rosa de Cristo,
coge tus rayos
y vete de aquí”
(Se tiene que rezar un Credo al terminar y repetir durante 3
días).
Para quitar el mal de aire, nuestra joven sanadora se sienta
delante de la persona afectada y con una escoba haciendo
la señal de la cruz, va barriendo hacia fuera y rezando:
“Aire yo te barro de las carnes de esta criatura (nombrar las
partes malas) y de todo el cuerpo que tiene esta criatura,
con la escoba que barro la basura, en el nombre del Padre,
del Hijo y del Espíritu Santo. Amén. Salga el mal y entre el
bien”.
(Se tiene que rezar un Padrenuestro 3 veces durante 3
días).
La medicina oficial canaria aún sigue preguntándose cómo
funcionan los santiguados, pero lo cierto es que funcionan.
¿Sugestión? ¿Magia? Lo que sí da resultado y es mucho más
sano en ocasiones que la farmacopea alopática son las
“yerbitas”, es decir, la medicina popular basada en el uso
de hierbas. Y mientras sigan perviviendo en nuestras islas
esas entrañables mujeres seguirán recomendándonos una
tacita de salvia para el mal de aire, unas rodajas de papas
en las sienes para el dolor de cabeza, una infusión de ruda
para el empacho, unas hierbas aromáticas (pazote, hierba
buena y naranjo) para el susto,… eso sí, con pequeños
trucos añadidos que no vamos a desvelar para que el
misterio y la magia de las sanadoras siga perviviendo en el
tiempo.