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N°3, 2003
LOS CANGALLEROS DE CHAÑARCILLO. EL ROBO DURANTE EL CICLO DE LA PLATA EN ATACAMA,
1830-1870
Peones mineros, Álbum de Claudio Gay
Daniel Palma Alvarado
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PENSAMIENTO CRITICO N°3, 2003
LOS CANGALLEROS DE CHAÑARCILLO. EL ROBO DURANTE EL CICLO DE LA PLATA EN ATACAMA, 1830-1870
Daniel Palma Alvarado 2
________________________________________________________________________
Abstract
This research focuses on the mining world which initiated the silver cycle in Atacama, Chile during the nineteenth century. It studies the 'cangallero', the legendary metal thief, his motives for stealing, the type of people involved and the sanctions involved. The referred to themes allows one to understand the daily life in the mines of Chañarcillo and, as well, unveil the little known connections of the underworld of the thieves with socially high positioned people of that time.
1.- Introducción
Pocas veces en la historia de una región se presenta el caso de hallarse riquezas que parecen
inconmensurables. Especialmente cuando se trata de una pequeña villa, aislada, quitada de bulla,
lejos de los centros de poder, y que no ejerce un mayor atractivo para quienes andan en busca de
negocios y trabajo. Pero quiso el destino que Copiapó, una ‘ciudad’ de menos de 2.000 habitantes,
viviera una inédita fiebre minera durante las primeras décadas de nuestra vida independiente.
Fiebre minera que durante unos cuarenta años proporcionó cuantiosos ingresos públicos y
privados e indujo fuertes cambios en la sociedad chilena.
En el mineral de Chañarcillo, desde 1832, la plata fue la apetecida presa de empresarios
nacionales y extranjeros, pero también la de antiguos y nuevos peones mineros 3 . La posibili
hacer fortuna atrajo a miles de personas a las soledades del desierto, cuyas vetas de plata
actuaron como un verdadero imán. Atacama se transformó desde entonces en un auténtico
laboratorio de los cambios sociales, donde un peonaje itinerante y desarraigado -en plena
descampesinización, según Gabriel Salazar-, se vio enfrentado a una tortuosa, aunque incompleta,
proletarización 4 . Paralelamente, asistimos al ascenso de empresarios mineros y habilitadores con
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1 Este trabajo corresponde a la segunda parte de un artículo en torno al mineral de Chañarcillo que será publicado en Editorial LOM. 2 Magister en Historia, Universidad de Santiago de Chile. 3 Sobre la trayectoria histórica del peonaje en general y del peonaje minero en particular, es imprescindible el libro de Gabriel SALAZAR, Labradores, peones y proletarios, Ed.LOM, Santiago, 2000 (primera edición de 1985), capítulo II. También es importante el trabajo de Julio PINTO, Verónica VALDIVIA y Hernán VENEGAS, Peones chilenos en las tierras del salitre, 1850-1879: historia de una emigración temprana, Revista Contribuciones, N°109, Universidad de Santiago de Chile, Santiago, 1995. 4 Véase Hernán VENEGAS, De peón a proletario. La minería de la plata y el primer ensayo de proletarización. Atacama a mediados del siglo XIX, en Julio Pinto (ed.), Episodios de historia minera, Ediciones Universidad de Santiago, Santiago,
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una mentalidad burguesa y capitalista en ciernes, que perseguían el lucro por medio de una
explotación más intensa de la fuerza de trabajo 5 .
Chañarcillo, entre las décadas de 1830 y 1870, ofrece el cuadro completo de estos procesos.
Sin embargo, en Atacama también se desarrollaron otros fenómenos que atraviesan la historia
económica y social de estos años, como la violencia y la transgresión a las leyes expresada en la
corrupción y el robo. Al apreciar los testimonios se observa cómo peones y patrones se debatieron
en un permanente tira y afloja en defensa de sus intereses, luchando cada cual por apropiarse de
lo mejor que ofrecían las minas. En este cuadro, la ‘cangalla’, o sea, el robo de las piedras de plata
más valiosas, se constituyó en un ingrediente fundamental. El robo generó un flujo de metal que
conducía a redes informales e ilegales, donde intervinieron prácticamente todos los trabajadores
de los minerales o ‘cangalleros peonales’, que de esa forma resistieron el disciplinamiento y la
proletarización. El botín pasaba luego a manos de otra figura, el ‘cangallero criminal’, que poseía
los contactos necesarios para descargarse y burlar la casi inexistente vigilancia de las autoridades.
Evadiendo impuestos y procedimientos establecidos, la cangalla terminaba en poder de un grupo
de hábiles personajes: los cangalleros que denominaré ‘capitalistas, que, a la postre, fueron los
grandes beneficiarios del ciclo de la plata de Atacama.
2.- Los cangalleros de Chañarcillo
La fiebre de la plata se mantenía firme en 1841. Era una noche de verano, día domingo,
cuando la mayoría de la población de Chañarcillo se aprestaba a descansar, mientras grupos de
peones trasladaban la juerga desde la Placilla hacia los ranchos, quebradas y aguadas vecinas. No
obstante, en una galería del Reventón Colorado se escuchaban ruidos, como martillazos
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El barretero Eusebio Cubillo, soltero de 26 años y natural de Coquimbo, y el apir Pedro Rodríguez, 25 años, soltero y oriundo del valle de Elqui, extraían piedras desde un filón. Las
bocaminas se cerraban con candado durante la noche, pero el mayordomo de víveres, Juan
Flores, 26 años y procedente de Santiago, había abierto la puerta para que Cubillo y Rodríguez
pudieran ingresar. Para distraer y “embromar” al mayordomo principal, Alejandro Pringueles, los
confabulados habían preparado un “ponchecito”. Sigilosamente se habían introducido al interior de
1997 y María Angélica ILLANES, Azote, salario y ley. Disciplinamiento de la mano de obra en la minería de Atacama (1817-1850), en Revista Proposiciones, N°19, Ed.Sur, Santiago, 1989. 5 Para el tema de la mentalidad del burgués capitalista son recomendables los estudios de Werner SOMBART, El burgués, Introducción a la historia espiritual del hombre de negocios, Ed.Alianza, Madrid, 1972, de José Luis ROMERO, Estudio de la mentalidad burguesa, Ed.Alianza, Madrid, 1987, de Maximiliano SALINAS, El reino de la decencia. El cuerpo intocable del orden burgués y católico de 1833, Santiago, 2001 y el artículo de Ricardo NAZER, La fortuna de Agustín Edwards Ossandón (1815-1878), Revista Historia, N°33, P.Universidad Católica de Chile, Santiago, 2000. 6 Todas las citas siguientes provienen de la Causa criminal de los peones del Reventón Colorado Eusebio Cubillo, Pedro Rodríguez y Juan Flores, 1841, AN, Judicial Copiapó, Leg.23, Pieza 23.
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la mina, con la misión de llenar dos sacos de cangalla. El robo les había sido encomendado por el
comerciante de Copiapó Juan Alcaya, quien uno a uno los fue involucrando en este delito. Los
detalles se fraguaron en la Placilla, que no sólo hacía de centro de diversiones sino también
permitía que se reuniera el peonaje para planificar este tipo de transgresiones a las normativas
vigentes.
Las cosas marchaban bien hasta que los ruidos alertaron al mayordomo de una faena
adyacente. Informado Pringueles, se dirigió rápidamente a pedir ayuda al juez y sus soldados, que
acudieron de inmediato. Alarmados por las correrías, los dos mineros intentaron ocultarse, pero ya
era demasiado tarde. Fueron atrapados con un magro botín (apenas una piedra de baja ley) y
conducidos al cuartel del juez, junto a su cómplice Juan Flores. Al día siguiente comenzaron los
interrogatorios.
Cubillo declaró que se había mezclado en el robo a instancias de Juan Alcaya, quien “le hizo
varias ofertas y que no había ningún riesgo”. Confesó haber “entrado en tal horroroso crimen como
por un efecto de atolondramiento” y agregó que era primera vez que intentaba robar. Rodríguez
también dijo haber sido seducido por Alcaya, y aceptó en vista de la gratitud que guardaba al
anterior por unos remedios que le había suministrado para sanar de una enfermedad. Sólo
deseaba devolverle el favor. Flores, en tanto, reconoció tener una deuda de 32 pesos con el mismo
Alcaya, por una ropa que había comprado tiempo atrás, y que ante la insistencia de su acreedor
consintió en abrir la puerta de la bocamina. Por supuesto, el imputado Alcaya había desaparecido
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del mapa el mismo día en que sus cómplices fueron arrestados. Transcurrió un mes, durante el cual los acusados fueron llevados a la cárcel de Copiapó, por
la poca seguridad que ofrecía el cuartel de Chañarcillo. El propio juez se quejaba de que “aún
cuando se les ponga grillos, no hay más de dos pares, y siempre estoy expuesto [a] que se fuguen
por no tener ni puertas la cárcel, y estar custodiados por soldados cívicos que muy poco se les da
de quedarse dormidos”. A diferencia de lo que usualmente se estilaba en el mineral -juicios
verbales y sanciones inmediatas a los autores de este tipo de delitos-, en esta ocasión se abrió un
sumario. Con la causa en manos de la justicia ordinaria, las cosas se agravaron para los mineros.
El 11 de febrero de 1841 el agente fiscal pidió la pena de muerte (!!) para los tres, argumentando el
hecho de haberlos sorprendido in fraganti, el abuso de confianza y la premeditación. Fue un
verdadero balde de agua fría para los arrepentidos reos.
Entró a lidiar el abogado defensor Justo de la Rivera. Intentando hacer honor a su nombre,
argumentó: “Notorio es señor, que por desgracia esta clase de delitos es demasiado común entre
los peones mineros; y notorio es también que en la época que mis clientes fueron arrastrados a
cometerlo, el desorden del mineral había llegado a su mayor altura. (...) Semejante desorden tenía
al mineral plagado de incitadores al robo de metales, dotados de bastante capacidad para alucinar,
seducir y compulsar a los trabajadores a robar, ya sebándolos con el interés, o ya
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comprometiéndolos por medio de la amistad”. Luego deslindó toda la responsabilidad en Alcaya y
solicitó que las penas debían ser proporcionales a los delitos, pidiendo que no se aplicara la pena
de muerte.
En noviembre del mismo año, es decir, tras diez meses de prisión y apelaciones que incluso
llevaron el caso a la Corte Suprema de Santiago, Cubillo, Rodríguez y Flores recibieron su
sentencia definitiva. El mayordomo fue condenado a tres años de presidio y los dos obreros a un
año; todo por haber extraído una piedra desde el Reventón Colorado. Sin lugar a dudas, se trató
de un castigo ejemplarizador, considerando la frecuencia de esta clase de delito y la impunidad
que solía prevalecer en la mayoría de los casos, como se verá más adelante. Alcaya fue
sentenciado en rebeldía a pasar cinco años en los carros ambulantes ideados por Diego Portales
El juicio presentado nos da cuenta de una serie de prácticas relacionadas con el ciclo de la
cangalla en el mineral de Chañarcillo. Se aprecian el modus operandi y las motivaciones para
robar, el “desorden” y la precariedad reinantes, el proceder de la justicia y el papel olvidado de los
abogados defensores. Pero tan solo se trata de una pincelada de lo que fue este fenómeno en
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realidad.
Todos, pero absolutamente todos los testimonios de época, concuerdan en la abundancia y
extensión del robo de metales. En un periódico bautizado como El Minero, se escribió a dos años
del hallazgo de Juan Godoy:
“Luego que se propagó la noticia de sus descubrimientos, sus sierras se poblaron de
hombres de todos los países y condiciones, y como no habían tenido tiempo las
autoridades de aquel entonces para organizar allí una policía encargada de velar
sobre la seguridad de las propiedades recién adquiridas, se hizo un tráfico
escandaloso de minerales robados por las peonadas corrompidas por los
cangalleros, y estos minerales beneficiados en los buitrones y vendido su producto
en su mercado, improvisaron una circulación de dinero que hizo subir los precios de
los efectos a más del 100 por 100 de su valor corriente en otros puntos”8.
Ocurría esto a pesar de un reglamento expedido por el gobernador Mandiola en diciembre de
1833, donde se estipulaba que “todo individuo que fuese hallado robador de piedras metálicas de
plata” y también “los compradores de tales piedras”, serían castigados con cincuenta azotes
Pero ni los castigos físicos ni los reglamentos pudieron detener a los cangalleros de
Chañarcillo entre las décadas de 1830 y 1870. “El tráfico de la cangalla, o sea de las piedras más
valiosas, se practicaba públicamente en La Placilla, o en más de un Banco del mineral, que
7 Al respecto véase Marco LÉON, Entre el espectáculo y el escarmiento. El presidio ambulante en Chile (1836-1847), Revista Historia, N°31, UC, Santiago, 1998. 8 En Roberto HERNÁNDEZ C., Juan Godoy o el descubrimiento de Chañarcillo, Imprenta Victoria, Valparaíso, 1932, p.72. 9 Reglamento del 11 de diciembre de 1833, incluido en AN, Judicial Copiapó, Leg.20, Pieza 35 (1837).
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especulaban con esta compra” 10 . Lo más común era que los peones hurtaran algunas piedras ricas
y las guardaran entre sus ropas de trabajo, para luego sacarlas del mineral en unos envoltorios de
cuero que escondían en las partes más íntimas de su cuerpo. Sintomático al respecto resulta el
hecho que a la salida de la bocamina, los peones debían dar un salto gritando ¡Viva Chile!,
abriendo piernas y brazos, para después ser minuciosamente registrados por los mayordomos que
buscaban cangalla entre sus vestiduras 11 . Otras veces, como en el juicio antes expuesto, acudían
a las minas a deshora para extraer cangalla o recoger lo que habían escondido durante el día.
Igualmente hubo numerosos asaltos a mano armada que afectaron a minas y arrieros que
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trasladaban la plata a los buitrones y máquinas de amalgamación. En la noche del 5 de febrero de
1848, tocó el turno a la mina San Alejandro, donde irrumpieron “varios hombres armados de
puñales, los que después de haber amarrado a los mayordomos que cuidaban de ella, herido
levemente con cuchillo en la frente a uno de estos... robaron seis sacos de metal con siete arrobas
cada uno”. Las declaraciones de los afectados mayordomos indicaron que eran como siete u ocho
los ladrones, y que llevaban las caras cubiertas. La banda era dirigida por Pascual Quintero
violencia parece haber obrado en más de una ocasión. Plantea Segall que “en el Far West de los
días de la quimera del oro, se usó el revólver. En Francia, la navaja. Aquí, el corvo y el «choco».
Son los años agresivos de la mocedad del capitalismo industrial minero. En la naturaleza inhóspita
del cerro y del desierto no es fácil conservar las reglas de la moral convencional y de la buena
conducta” 13 . En efecto, el porte de armas blancas y, ocasionalmente, de pistolas por parte de los
peones aparece en forma regular en la documentación de la época.
En 1841, el Intendente de la provincia, Juan Melgarejo, expuso a su superior “que las piedras
robadas llegaron a ser en Chañarcillo una moneda corriente” y que en los centros de
esparcimiento, como las chinganas y pulperías de la Placilla, “había una persona para calcular su
importancia en el mercado público” 14 . En 1843, Agustín Edwards y otros empresarios, aseguraron
que “la mitad de las riquezas que produce el cerro es robada y extraviada”, y que “los que habitan
la placilla son cangalleros disfrazados de vivanderos” 15 . Ya conformado el poblado de Juan Godoy,
Vicente Pérez Rosales observó en su estilo que “Copiapó sólo tenía en común con Chile la
Constitución Política, que no siempre se observaba, y las leyes, que no pocas veces se
quebrantaban” agregando que “el cangallero tiene su trono en Chañarcillo y en cuanto mineral
exhibe plata en mano” 16 . El geólogo francés Amado Pissis visitó la sierra en 1857 y comentó
10 Roberto HERNÁNDEZ C., Juan Godoy o el descubrimiento de Chañarcillo, pp.91-92. 11 Ídem, p.201. 12 AN, Judicial Copiapó, Leg.56, pieza 11 (1848). 13 Marcelo SEGALL, Las luchas de clases en las primeras décadas de la República, 1810-1846, Anales de la Universidad de Chile, N°125, Santiago, 1962, p.190. 14 Citado en Roberto HERNÁNDEZ C., Juan Godoy o el descubrimiento de Chañarcillo, p.104. 15 Citado en Gabriel SALAZAR, Labradores, peones y proletarios, p.214. 16 Vicente PÉREZ ROSALES, Recuerdos del pasado, 2 tomos, Ed.Andrés Bello, Santiago, 1983, t.1, pp.172 y 183.
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respecto a los hurtos de metal, que era una “plaga que devora las empresas de minería”
julio de 1856 y octubre de 1858, el mayor porcentaje de los detenidos en la cárcel de Chañarcillo
eran ladrones de metales. En julio de 1856, por ejemplo, de los 35 presos, diez lo estaban por el
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robo de piedras de plata 18 .
Hasta Jotabeche, quien alguna vez reivindicó a los peones mineros chilenos, se dejó llevar por
los estereotipos que recayeron en ellos debido al tráfico de cangalla. En una crónica de los años 50
defendió la contratación de barreteros ingleses por parte de Codecido y Compañía, aduciendo que
“vieron que era imposible, absolutamente imposible, trabajar la Descubridora de San Antonio con
peones como los nuestros, sin ir al partir con ellos de las utilidades, cuando no se las robasen
todas. ...sabían ellos que los peones robaban porque de suyo son ladrones y porque mientras sean
peones han de robar aunque arda Troya” 19 .
Para inicios de la década siguiente se habla de un recrudecimiento de la cangalla. En marzo
de 1860, un periódico informó de un atraco perpetrado por “como veinte salteadores” en la mina
San Rafael, que concluyó en una escaramuza con los administradores que lograron evitar el robo.
“La mina San Rafael está cerca del pueblo de Juan Godoy, y ni por eso se halla a salvo de los tiros
de los malvados que pululan en el referido mineral”, termina el reporte 20 . En fin, podríamos mostrar
bastante más pruebas para ilustrar la masividad y frecuencia del cangalleo, pero creo que el lector
ya se habrá formado una impresión acerca de la importancia de este fenómeno.
Según Hernández, “el cangallero fue un tipo de pura y legítima cepa atacameña, y en especial
de Chañarcillo”. Evoca luego un dicho que rezaba: “cangalleros habrá en todas las minas, pero
nunca como en Chañarcillo” 21 . En cuanto a su aspecto, “gastan el uniforme de cotón largo, ceñidor
y calzoncillos anchos y un culero de parecidas dimensiones a los faldones de nuestros actuales
fraques. Antes llevaban bonete de media luna, moño largo y ojotas; pero estas piezas, siendo
inútiles para el oficio, han caído en desuso: las otras siguen vistiéndolas porque son sus
indispensables instrumentos” 22 .
Jotabeche dividió a los cangalleros en tres castas: los “rateros”, los “marchantes” y los
“patrones o habilitadores” 23 . Los primeros eran los más numerosos y eran quienes operaban en
sus lugares de trabajo, cogiendo las piedras más valiosas al menor descuido del mayordomo. Los
“marchantes” se desplazaban desde el mineral a los trapiches, sacando la plata ocultos entre las
sombras para beneficiarla y venderla en las ciudades y pueblos. Del tercer tipo no entregó más
antecedentes, pero hablaremos más adelante de aquel. Estos mismos personajes fueron
17 En Roberto HERNÁNDEZ C., Juan Godoy o el descubrimiento de Chañarcillo, p.252. 18 Véase: Informes mensuales sobre el estado del mineral de Chañarcillo, AN, Intendencia de Atacama, vol.28. 19 En Roberto HERNÁNDEZ C., Juan Godoy o el descubrimiento de Chañarcillo, pp.199-200. 20 Citado en ídem, p.306. 21 Ídem, pp.91-92. 22 El Copiapino, 7 de junio de 1845, en José Joaquín VALLEJO, Obras de José Joaquín Vallejo, Biblioteca de Escritores de Chile, Imprenta Barcelona, Santiago, 1911, pp.263-265.
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observados por Pérez Rosales en los años 40, cuando mencionó al cangallero habilitador
ambulante, “que trabaja por cuenta ajena con provecho propio”, del cangallero chinganero, “que
torna al anisado en pura plata al dulce son del arpa y la guitarra”, y del cangallero de menor
cuantía, “que es el más numeroso y el que alimenta sin saberlo a todos los demás” 24 .
Los cangalleros “rateros” o “de menor cuantía” eran en su mayoría barreteros y apires,
aunque no faltaban los mayordomos involucrados en este delito. Se trataba, por lo tanto, de gente
que trabajaba para subsistir y que por esta vía se proporcionaba un ingreso extraordinario. Era
muy común que los trabajadores cayeran en la tentación, como se desprende de las palabras del
barretero Manuel Villalón, quien afirmó que “todos los peones de la faena [de Juan José
Echeverría] han robado y vendido metales de ella” 25 . Por cierto, esta clase de robos eran pan de
cada día en Chañarcillo. Manuel González, un minero de la Valenciana que actuaba coludido con
su mayordomo, admitió que “diariamente sacaban unas veces una colpa, otras dos o más, y así no
tenían cantidad determinada, sino la que la ocasión les proporcionaba” 26 .
Los juicios revisados permiten apreciar algunas de las motivaciones que estos mineros
esgrimieron para involucrarse en los robos. Recuérdese a Pedro Rodríguez, que estaba pagando
un favor y a Juan Flores, que mantenía una deuda. El barretero José Arancibia, en cambio, vendía
cangalla “para juntar unos reales y retirarse para La Ligua donde es casado” 27 . Pedro Cantos, un
mayordomo de labores procesado en 1848, afirmó “que solo su desgracia pudo haberlo hecho
ceder en aquel día a la tentación de robar aquellas piedras” 28 . El apir José Vallejos fue más allá en
sus explicaciones, “dando por disculpa que nunca creyó que el haber tomado aquel metal fuese un
crimen como ahora se le hacía ver” 29 . No está demás decir que la totalidad de los acusados en
calidad de cangalleros declaró en los interrogatorios que nunca antes había robado nada.
Queda la impresión de que las piedras robadas no permitieron cambiar sustancialmente la
condición de quienes formaban parte de este primer eslabón en la larga cadena del tráfico de
cangalla. Los mayordomos y peones mineros que hacían de “rateros” a lo más pudieron cancelar
deudas contraídas en el juego, que era el pasatiempo preferido en un medio tan agreste para la
vida humana. Un incentivo adicional para el obrero era la posibilidad de contar con dinero para
divertirse a sus anchas en la Placilla o en las chinganas, beber y enamorar. Es lo que detectó Gillis
en 1851, al decir que “los compradores de cangalla, varios de los cuales sería fácil nombrar, se
enriquecen rápidamente; en tanto que el barretero y el apir se contentan con tener para divertirse,
23 Ídem. 24 Vicente PÉREZ ROSALES, Recuerdos del pasado, t.1, p.185. 25 AN, Judicial Copiapó, Leg.20, Pieza 50 (1835). 26 AN, Judicial Copiapó, Leg.162, Pieza 2 (1849). 27 AN, Judicial Copiapó, Leg.20, Pieza 35 (1834). 28 AN, Judicial Copiapó, Leg.54, Pieza 14 (1848). 29 “Proceso verbal contra José Vallejo a consecuencia de un robo que hizo en la mina Descubridora”, 11 de junio de 1839, AN, Intendencia de Atacama, vol.5.
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(farrear), por unas cuantas horas” 30 . El consumo de alcohol y el juego eran costumbres tan
arraigadas que, siguiendo a Jotabeche, “antes renunciarían a la cangalla que a la práctica de estos
vicios”. Añadió que en Chañarcillo tres eran las máximas diversiones: “Primer gusto,
emborracharse; segundo gusto, infringir una ordenanza necia; y tercer gusto, reírse del juez tan
bobo como la ordenanza” 31 .
De acuerdo con Vicuña Mackenna, “Chañarcillo fue, pues la cuna del juego en Chile; llegaron
allí los grandes maestros de Chorrillos (el Monte Carlo peruano) y se estableció un garito en la
boca-mina de cada labor en alcance” 32 . En 1836 el propio juez del mineral se vio envuelto en las
redes de los tahúres. Los reiterados reclamos del Gremio de Minería empujaron al entonces
gobernador Melgarejo a destituir a José Santos Mardones, acusado de ser un jugador vicioso. El
juez había contraído muchas deudas, por lo cual había dejado de ser una persona de fiar. Al
informarle su destitución, Melgarejo le escribió: “...este juego desgraciadamente se ha hecho en
Usted un vicio inveterado que acarrea frecuentemente en la sociedad resultados funestos”. El
gobernador lamentaba tener que tomar esa resolución, pero debía nombrar a una persona de
plena confianza del Gremio Minero, considerando que los propietarios de minas ponían el dinero
para pagarle 33 .
Los esfuerzos por suprimir o, al menos, controlar el juego fueron tan estériles como los
emprendidos contra los cangalleros. El 22 de enero de 1847 se promulgó un decreto que
sancionaba el juego y permitía al juez perseguir y aprehender a los jugadores. Un lúcido
observador extranjero expresó al respecto en 1851: “Mientras el rico de la ciudad gana o pierde al
juego su plata ($85.000.00, en un caso conocido), en una sola sesión, la autoridad no hace caso,
pero el barretero y el apir son llevados inmediatamente a la Policía por infringir las leyes”. Luego
manifestó que el subdelegado de Chañarcillo le había informado que en un mes se había arrestado
a más de cien jugadores 34 . La cárcel de Chañarcillo cobijó a 217 tahúres entre 1850 y 1853, siendo
esta la falta por la que más detenidos hubo en el lapso referido 35 . Con todo, las cosas no variaron y
al poco tiempo el celo de las funcionarios se había relajado. Un nuevo decreto de 1858 indicaba
que “en las poblaciones minerales de Juan Godoy, Bulnes [placilla de Tres Puntas] y Chañarcillo,
el vicio del juego se hace cada día más general y más pernicioso a la moralidad como perjudicial al
trabajo de las minas, y que su creciente propagación se verifica mediante la tolerancia de aquellas
autoridades...” 36 .
30 Citado en Roberto HERNÁNDEZ C., Juan Godoy o el descubrimiento de Chañarcillo, p.168-169. 31 El Copiapino, 7 de junio de 1845, en José Joaquín VALLEJO, Obras de José Joaquín Vallejo, pp.263-265.. 32 Citado en Roberto HERNÁNDEZ C., Juan Godoy o el descubrimiento de Chañarcillo, p.253.
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33 Carta de Juan Melgarejo al ex-juez de Chañarcillo, 4 de abril de 1836, AN, Intendencia de Coquimbo, vol.98, f.118. 34 Expedición de J.M. Gillis, 1851, citado en Roberto HERNÁNDEZ C., Juan Godoy o el descubrimiento de Chañarcillo, pp.168-69. 35 Memoria que el Intendente de la provincia de Atacama presenta al señor Ministro de Estado en el Departamento del Interior, año 1853, Imprenta del Copiapino, Copiapó, 1854, pp.39-41. 36 En Roberto HERNÁNDEZ C., Juan Godoy o el descubrimiento de Chañarcillo, p.254.
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Pero volvamos a los cangalleros. El ‘oficio’, en especial el de “ratero”, requería de cierto
aprendizaje antes de poder ser ejercido en Chañarcillo. Había que ser rápido y ágil, saber disimular
bien las piedras robadas y sus escondrijos, estar registrado en alguna faena y mantener los
contactos apropiados para vender el botín. Entre ellos reinaba un estricto código ético. Poseían su
propia jerga y una serie de señales para alertarse sobre los peligros. Si alguno era atrapado,
prefería dejarse golpear antes que delatar a sus cómplices, pues la traición conllevaba la infamia y
hasta la muerte. En caso de ser aprehendido in fraganti, “entonces se avergüenza y se aflige hasta
dar lástima; pero no sufre así por haber sido pillado en un hurto, sino porque su poca destreza le
hará merecer las zumbas de toda la orden. Si a consecuencia de su chambonada es apaleado por
el mayordomo, todos los cofrades aplauden la zurra diciendo, bien hecho por torpe, como otros
dirían bien hecho por ladrón o por pícaro” 37 .
La situación de los “marchantes” o “chinganeros” era diferente. Por lo común se camuflaban
como comerciantes, huerteros, aguadores o troperos, lo que les permitía ocultar los metales
robados entre las mulas o en los mismos baúles de agua 38 . La mayoría de los “marchantes” no
residía en el mineral, al que únicamente concurrían para recibir las piedras de los “rateros”. A
menudo fueron ellos quienes incitaron a los trabajadores al robo, como sucedió en el caso relatado
con Juan Alcaya. Sus idas y venidas abarcaban prácticamente toda la región minera y solían
rematar en Huasco, Vallenar, Freirina o Copiapó, donde entraban en juego los cangalleros
“habilitadores”. El riesgo que corrían era bastante alto, pues las leyes obligaban a todos los
portadores de plata a llevar una guía, firmada por el juez, donde se estipulara el origen, cantidad y
destino de la carga. Para las autoridades todo el metal que no iba acompañado de la
correspondiente guía era considerado cangalla.
12/03/12 Daniel Palma Alvarado
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Guía de tránsito de 1858, Archivo Judicial Copiapó, Leg.1139, Pieza 4
37 El Copiapino, 7 de junio de 1845, en José Joaquín VALLEJO, Obras de José Joaquín Vallejo, pp.263-265.. 38 Ver por ejemplo, AN, Judicial Copiapó, Leg.21, Pieza 1 (1837).
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