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Día 1.

EL CUARTO VOTO EN LA ESCUELA DE SAN JUAN EUDES

EL CUARTO VOTO CONSIDERADO EN SÍ MISMO

En la Constitución XIV de las “Reglas y Constituciones” de nuestra Señora de la Caridad, íntegra de la mano de San Juan Eudes, se puede leer esto: “Además de los tres votos de castidad, pobreza y obediencia, ellas (las religiosas) harán un cuarto, que es ocuparse y servir, tanto como la obediencia las empleare en ello, en la conversión e instrucción de las jóvenes y mujeres penitentes que se colocaren voluntariamente bajo su conducción…” (OC X, 99 – 100) y en los “deseo particulares” colocados en los encabezamientos en las constituciones, San Juan Eudes invita a sus hijas a “contentar y regocijar el Corazón de la Madre de Jesús, cumpliendo fielmente a Dios vuestros votos, sobre todo el cuarto que habéis hecho de emplearos en la conversión e instrucción de las almas extraviadas”. (OC x, p. 76). Actualmente, las Religiosas de Nuestra Señora de la Caridad han permanecido fieles a este Cuarto Voto, aunque empleen para hacerlo, expresiones menos realistas que aquellas de san Juan Eudes. Allí donde éste hablaba de “la instrucción de mujeres y jóvenes penitentes que, después de haber vivido licenciosamente, se someterán etc., las religiosas del Refugio dicen: “Voto de emplearme en la salvación de las almas de las personas que serán recibidas en este monasterio” (Constituciones, revisadas en 1939, p, 43); y las religiosas del Buen Pastor decimos: “Hago voto igualmente de trabajar en la salvación de las almas en la Obra del Instituto”. (Constituciones revisadas en 1955, p.45). LOS VOTOS ESPECIALES EN LA IGLESIA

Nos podemos preguntar de cuando data, en la Iglesia esta convicción de que la esencia de la vida religiosa consiste en los tres votos de pobreza, castidad y obediencia. Se puede afirmar – parece - , que la disciplina de la Iglesia en esta materia se fijó hacia los comienzos de la Edad Media. Santa María Eufrasia nota con razón en su Conferencias 53: “El voto de obediencia encierra todos los otros votos de religión. En las primeras órdenes religiosas no se hacían otros…”. Y, en efecto, San Benito (Año 480) ha dado a sus monjas sólo el voto de obediencia e incluso, de obediencia en el mismo medio, “in monasterio”, (en el monasterio). Esta obediencia era, pues, acompañada de una promesa de estabilidad. Por eso que cuando se trata de la profesión benedictina, se habla indiferentemente de voto de obediencia o voto de estabilidad. Al contrario, “en el monaquismo oriental, la continencia perpetua es el elemento que aparece más en la observancia, el único que sea objeto de un voto. En cuanto a la pobreza, aunque su principio haya sido reconocido siempre como eminentemente conveniente para los “perfectos”, su realización ha sido de las más diversas en el curso de los siglos, en los institutos religiosos, y las actuales disposiciones canónicas han sido solamente fijadas a partir del siglo XIII. En todo caso, los primeros textos disciplinarios oficiales de la Iglesia, haciendo alusión a los tres votos sustanciales de religión de una manera clara, no son anteriores al Concilio de Trento.

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Desde el punto de vista teológico, la sistematización de la enseñanza relativa al estado religioso, enseñanza convertida en tradicional ahora, ha sido hecha por Santo Tomás de Aquino en la Suma Teológica. Se puede en efecto, dice el doctor angélico, considerar la vida religiosa, sea como aspiración directa a la caridad, sea como situación al abrigo de las situaciones exteriores, sea, en fin, como donación a DIOS de toda la persona y de sus bienes, en espíritu de religión. Ahora bien, los tres votos clásicos necesarios, así, son plenamente suficientes para realizar estos objetivos. Pues, concluye él, el estado religioso está constituido esencialmente por estos tres votos. Y es bien con los ojos fijos en esta doctrina que los Padres del Concilio de Trento recomiendan: “Todos los religiosos, de uno y otro sexo, determinarán y organizarán su vida siguiendo las prescripciones de la regla que han hecho el voto de seguir. Ellos se mostrarán particularmente fieles en observar las virtudes que conciernen a la perfección de su estado: Obediencia, pobreza y castidad y también los votos y preceptos especiales que admitiría la regla de ciertas órdenes, y que tienen como objetivo mantener la fisonomía propia del Instituto.” Este texto muestra bien que, en la práctica de la Iglesia, puede encontrarse en ciertas órdenes otros votos, votos especiales, que tienen como fin, entre otros, mantener la identidad del Instituto.

EL CUARTO VOTO EN NUESTRA SEÑORA DE LA CARIDAD.

Su historia Ella se confunde con los orígenes de Nuestra Señora de la Caridad. Se sabe que la idea de consagrar religiosas auténticas al apostolado muy especial de la rehabilitación moral de las jóvenes y mujeres, estaba ciertamente determinada en el espíritu del Padre Eudes, al finalizar 1642, ya que las cartas patentes concedidas en esta época por el rey Luis XIII para la casa de Nuestra Señora del Refugio, consideran la profesión religiosa bajo la regla de San Agustín, para las “jóvenes honestas o mujeres libres que, interesadas por el deseo de servir a Dios y ayudar a la salvación de almas extraviadas, se encierran voluntariamente en la dicha casa”. Pero se estaba todavía lejos de la realización de esta idea. Ella se hace efectiva solamente nueve años más tarde, con las cartas de institución dadas por Monseñor Molé, obispo de Bayeux, el 8 de Febrero de 1651. En el intervalo, hubo lo que hoy llamaríamos, un ensayo de sociedad de vida común dirigida por Marguerite Morin, y que terminó en Abril de 1644, con la partida de ésta. Hubo también, el 16 de Agosto de 1644, la venida de las Visitandinas, luego su partida, al finalizar 1649, y su regreso en 1651. En todo caso, parece que es al finalizar el año 1644 cuando el Padre Eudes tuvo la idea del Cuarto Voto. El fracaso de la primera fundación lo había hecho reflexionar. Por una parte, él había comprendido la necesidad de dar a sus religiosas una seria formación, y para esto, había obtenido el concurso de las Visitandinas; pero, por otra parte, había comprendido que la obra de la conversión de penitentes, obra erizada de dificultades, exigía una perseverancia poco común. Para ligar indefectiblemente a sus hijas a esta obra, pensó imponerles el cuarto voto. En efecto, en el documento de Enero de 1645 es donde aparece por vez primera, la mención del cuarto voto. Se trata de una súplica de Monseñor d’Angennes, obispo de Bayeux, al Papa Inocencio X, para pedirle la confirmación de la casa del Refugio. El mismo padre Eudes había esbozado las grandes líneas de ella. El cuarto voto está señalado allí en una forma casi actual. Monseñor d’Angennes lo llama: “un cuarto voto de caridad y de instrucción, para las dichas personas del sexo que buscan retirarse del vicio”: “el voto de caridad” es ya casi, como se dice hoy,

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“el voto de celo”. Y a partir de ese momento se encuentra siempre en los numerosos documentos redactados para obtener la aprobación del Instituto – y en la misma bula de aprobación - la mención de ese cuarto voto. He aquí algunos ejemplos de ello: “cuarto voto solemne de emplearse toda su vida en la conversión y la instrucción de las dichas jóvenes y mujeres penitentes…”, dice la carta del rey Luis XIV a su primo el Cardenal d’ Este, de fecha 9 de Noviembre de 1647, carta llevada a Roma por el P. Mannoury en su segundo viaje (Boulay, II, ·364); “…un cuarto voto que es ocuparse y servir, con la gracia de Dios, en la conversión, instrucción, recepción y dirección de las jóvenes y mujeres que, habiendo caído en el pecado, entraren en el dicho monasterio para cambiar su mala vida en una mejor, y hacer penitencia”, así se expresan las cartas de institución de Monseñor Molé, del 8 de febrero de 1651 (Boulay II, apéndice, nota XXX); “… Cuarto Voto de ocuparse en la conversión, recepción e instrucción de mujeres penitentes”, dice, en fin la Bula de Alejandro VII, (Boulay, III, 482 – 485). Surge la pregunta: ¿Por qué el Santo Fundador ha impuesto a sus hijas el cuarto voto? San Juan Eudes tenía la conciencia muy clara de hacer, con Nuestra Señora de la Caridad, una fundación verdaderamente nueva. Había en la Iglesia órdenes de enseñanza para formar las inteligencias y los corazones, órdenes hospitalarias, para cuidar los cuerpos, pero no había “religiosas cuyos monasterios sean hospitales para recibir almas enfermas” (texto de la primera Constitución, OC. X, 80). Es ante todo, para salvaguardar esta especificidad única en su fundación, que el santo decidió el cuarto voto. El sabía también que esta tarea apostólica cerca de las penitentes era muy difícil. En la famosa carta de 1656 a las hermanas de Caen, sobre las fiestas de la Asunción, escribía a sus hijas: “El demonio no faltará en tentar sobre vuestra vocación. El os representará las dificultades que hay que sufrir en ello”. (OC X 512) Y él no ignoraba que la naturaleza sigue siempre la línea del menor esfuerzo; M. Boniface entraba perfectamente en esos criterios, cuando hacía observar, en 1661. a un sabio canonista romano, Monseñor Fagnani: “…que si monseñor Molé había aprobado el cuarto voto era únicamente para estabilizar a las hijas de Nuestra Señora de la Caridad en su vocación, ya que se habían constatado varios ejemplos lamentables de inconstancia entre las Hospitalarias: Habiéndose hecho ricas algunas de estas religiosas habían llegado, bajo pretexto de llevar una vida más retirada, a descargarse de su voto de servir a los pobres” ( Boulay, III, p. 408, Según Costil, Anales, I, 419). En el mismo sentido, la Bula de Alejandro VII dirá: “Para impedir a las religiosas (de Nuestra Señora de la Caridad) abandonar este piadoso designio (recibir e instruir a las jóvenes penitente), el dicho Obispo (M. Molé) les había ordenado prudentemente agregar a los tres votos ordinarios un cuarto, de recibir e instruir las arriba mencionadas penitentes”. (Boulay, III, 482). El Santo fundador sabía también las objeciones que se le hacían, tanto en Francia como en Roma, sobre los peligros del contacto entre religiosas y jóvenes extraviadas. Él se expresaba sobre ello a la Madre Patín a comienzos de 1662: “Se ve que es un instituto y una comunidad compuesta por jóvenes y mujeres honestas que deben dedicarse a la dirección y conducción de las jóvenes y mujeres de mala vida; lo que constituye una dificultad que nadie ha podido superar hasta el presente, en Roma, porque todavía se cree que estas jóvenes honestas solo pueden vivir con las otras, con un peligro evidente de perderse ellas mismas”. (OC X, 549). Esta dificultad adquiere un relieve particular si se coloca en la mentalidad ligeramente farisaica de la alta sociedad del siglo XVIII, que profesaba una profunda aversión hacia las mujeres culpables; ocuparse de ello era el heroísmo. Que se piense en las dificultades de San Vicente de Paúl para obtener de sus hijas que quieran ocuparse de los niños “encontrados”, “hijos del pecado”. Pero es

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evidente que aquí se trata de una objeción impresionante en sí misma, sobre todo para aquel que considera la vida religiosa como una situación al abrigo de los cuidados exteriores”. (S.T.2ª.2ae 186,7, supra, p.70) Todas estas objeciones San Juan Eudes las había resuelto desde el primer día. Continuemos la lectura de la carta a las hermanas de Caen, para la Asunción de 1656: “No sabéis, mis queridas hermanas, que el gran camino para ir al cielo, es el camino de la cruz, y que no hay otro que éste…Queréis un evangelio nuevo para vosotras, o deseáis que Dios os envíe otro Mesías, un Mesías de azúcar y de rosas?¿ Queréis ir al paraíso por otro camino que aquel por el cual la Madre de Dios y todos los Santos han pasado para ir allí, o bien, queréis ir allí solas y dejar a vuestras pobres hermanas en el camino del infierno, porque sois tan delicadas y porque teméis el esfuerzo que hay en tender vuestra mano para retirarlas de él? Diréis quizás que ellas van por otro camino lleno de barro, y que teméis ensuciaros retirándolas de él: el diablo es bastante astuto para poneros esta tentación, tanto más peligrosa, cuanto que ella tiene hermosa apariencia. Pero os digo, mis queridas hijas, que es imposible que Nuestro Señor deje caer a aquellos que, por amor a Él, ayudan a otros a levantarse. La pureza no puede mancharse jamás, cuando está marcada por la verdadera caridad, como tampoco los rayos del sol pueden ensuciarse en el barro. Arrojad de mí, pues, estos vanos temores, y tened confianza en aquel que os ha llamado a este divino empleo”. (OC. X, 514). Notemos en fin, que una de las razones del cuarto voto, bien parece haber sido también santificar por la virtud de religión todas las acciones delicadas (y peligrosas, incluso) de su hijas, en el cumplimiento de su ministerio cerca de las penitentes. En resumen, creo poder responder así a la pregunta formulada: san Juan Eudes ha dado a sus hijas su cuarto voto: para que permanezcan fieles al fin especial de su instituto. Ahora, ¿qué pensar de este cuarto voto desde el punto de vista canónico y desde el punto de vista moral? Para responder a esta cuestión, tratemos de ver en qué medida el responde a las normas actuales de la Sagrada Congregación para los Institutos de Vida Consagrada. Hay tres normas, hemos dicho, citando al sabio tratado de derecho de los religiosos, de los Padres Claretianos:

a) Este voto debe ser bien delimitado en cuanto a su objeto; b) Debe agregar algo nuevo a los otros tres votos, o al menos, subrayar un punto particular

de uno de entre ellos; c) Debe, en fin, concernir al fin específico del instituto.

El cuarto voto: a) Es bien delimitado en cuanto a su objeto. Sin duda, sobre todo si, al lado de la formula que

le da san Juan Eudes en la Constitución XIV, se quiere considerar también lo que está dicho, en la primera Constitución, sobre el fin del instituto. Se trata pues, del voto “de ocuparse de servir, tanto como la obediencia lo destinare, en la conversión e instrucción de las mujeres y jóvenes penitentes, que etc.”. (OC X, 99 – 100). “Ocuparse en”, actualmente se traduce como, “emplearse en”. En lugar de “conversión e instrucción”, se dice ahora: “salvación de las almas”, es menos preciso, como también más general, pero se comprende perfectamente. En fin, se ha excluido la palabra “penitentes” que, evidentemente, hoy suena bastante mal. De toda forma, esto es bastante vago todavía. Pero he aquí que todo se precisa por la fórmula de

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san Juan Eudes en la primera constitución, que la salvación de las almas de la obra se realiza, “por el ejemplo de una santa vida, por el fervor de sus oraciones, y por la eficacia de sus instrucciones” (OC X, 80) Las religiosas saben, pues, claramente que, por este voto, están obligadas, por grandes que sean sus dificultades o su repugnancia personal, a ocuparse, con toda su alma en el apostolado de sanación, rehabilitación que la obediencia les confía . Ellas saben también que, aún sí, no están directamente empleadas en esta tarea, el ejemplo de su santa vida, sus oraciones y sus sacrificios deben tener como permanente intención la conversión de las personas. Es más toda obra buena, todo acto de generosidad, toda esa monotonía del deber cotidiano realizado de corazón, todo esto se encuentra transformado en acto de ofrecimiento y consagración por el cuarto voto.

b) El cuarto voto debe agregar algo a los otros o, al menos, debe subrayar un aspecto de la profesión ordinaria de los tres votos. De hecho, se puede decir que al cuarto voto de Nuestra Señora de la Caridad se agrega una intención apostólica particular a los tres votos, y más especialmente al de obediencia en todo lo que puede ser mandado en vista del trabajo – directa o indirectamente, en relación con la rehabilitación de las personas. El artículo “Para vivir mejor nuestro cuarto voto de celo” citado más arriba, muestra bien que cada uno de los votos ordinarios recibe del cuarto voto una orientación particular, y también que al contrario, la práctica generosa de los tres votos pone en condición de cumplir mejor el cuarto voto, considerado entonces, como la coronación de la profesión religiosa. (IOC. Cit. Pp. 34 – 38).

c) Pero sobre todo, el cuarto voto de Nuestra Señora de la Caridad liga indefectiblemente a

las hermanas al fin específico del Instituto. Esta era la preocupación primera del Padre Eudes. Es por eso el objetivo más evidente, también el más eficaz, del cuarto voto. El recuerda sin cesar a cada una de la hermanas y al Instituto entero, la urgente necesidad de la fidelidad de todas a la vocación especial de Nuestra Señora de la Caridad. Esta fidelidad es para las hermanas la piedra de toque de la santidad religiosa. San Juan Eudes, el “santo severo”, se expresa con una franqueza total en sus “Deseos particulares”, al comienzo de las reglas y constituciones:

“Sabed, mis queridas hijas, que, mientras permaneceréis en este santo empleo (La conversión de almas extraviadas)… seréis las verdaderas Hijas del Santísimo Corazón de la Madre de Dios, ella os mirará y amará con calidad de tales y os colmará con toda suerte de favores y bendiciones. Pero si por cualquier pretexto que pueda ser, os alejáis de esta función, perderéis al instante esta bella cualidad, no tendréis mas el nombre de Hijas del Santísimo Corazón de María, Madre de Jesús, sino el de las hijas de Belial; la bendición del cielo se retirará de vosotras, y la maldición se acercará las hermanas al fin específico de su instituto”. (OC. X, 76). Y Santa María Eufrasia comprendió perfectamente el pensamiento del fundador sobre este punto. Después de haber citado el pasaje de arriba, agregaba en su conferencia hablando sobre el Buen Pastor (Conf. 6)

“Estas palabras dan miedo, y sin embargo, ellas se encuentran escritas con todas las letras, ellas están impresas y vosotras las leéis antes de las primeras página de nuestras Santas Constituciones. Como, pues ¿No sería posible que hubiese un camino medio? ¿O hijas de María, o hijas de Belial? No, en verdad; un camino medio no es posible, lo mismo que, para tenernos en pie, no podemos posar un pie en la tierra y tener el otro en el aire, sin caer.

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Es necesario mantenernos en nuestra vocación, en los votos que hemos hecho, de otra manera, estaríamos perdidas. Tengamos siempre el mismo objetivo, no nos alejaremos del fin de nuestro Instituto, y entonces poblaremos el paraíso de almas, y nos lo aseguraremos a nosotras mismas”.

Guía de reflexión del primer día.

1. Destaca subrayando aquello que es novedad para ti. ¿Qué reflexiones te sugiere? 2. Desde tu experiencia, ¿cómo puedes definir lo que el voto de celo ha sido significado en tu

vida de hermana del Buen Pastor?

CEBP Provincia Bolivia/Chile

Noviembre de 2010

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Día 2

EL ESPÍRITU DEL CUARTO VOTO

EL CELO POR LA SALVACIÓN DE LAS ALMAS

Lo hemos notado ya, el cuarto voto de Nuestra Señora de la Caridad es llamado corrientemente hoy, “Voto de Celo”. La fórmula completa sería, por otra parte: el voto de: “celo por la salvación de las almas”. Monseñor d’Angennes en 1645, lo llamaba el voto de “Caridad y de instrucción”. San Juan Eudes no emplea esta expresión. Cuando determina el cuarto voto, él indica siempre la acción precisa que constituye su objeto: “Conversión e instrucción de las jóvenes penitentes”. Sin embargo, hablando de una manera más general de la vocación de sus hijas, escribe, en los Deseos, que ellas han sido “elegidas por Dios para trabajar en la salvación de las almas perdidas”. Les muestra largamente, en la primera constitución la excelencia de este empleo. En fin, y sobre todo, queriendo darles la razón última de su vocación, el santo indica: “La ardentísima Caridad hacia las almas…el amor de las almas” y especialmente, de las almas pecadoras, del cual las hermanas deben estar abrasadas a imitación de Cristo y de su Madre, para poder ser “coadjutoras y cooperadoras” de la redención”. (OC. X, 71, 80,82). En fin, en los consejos para la admisión de los sujetos en nuestra Señora de la Caridad, escribe: “No hay que recibir jamás ninguna joven a la santa profesión, que no tenga un gran celo por la salvación de las almas”. (OC. XI, 193). EL CELO POR LA SALVACIÓN DE LAS ALMAS ES EL ESPIRITU DEL CUARTO VOTO

El celo por la salvación de las almas, en efecto, puede ser considerado como el fundamento, la razón última, el motor del cuarto voto; el celo es el espíritu del Cuarto voto. Es bien por eso que se llama a este voto, un voto de celo, aunque propiamente hablando, el celo no constituye en sí la materia de este voto. Como San Juan Eudes, Santa María Eufrasia no emplea la expresión “voto de Celo” sin embargo, como él, ella reconoce que el celo es el espíritu del Cuarto voto: ver, entre muchos otros, este pasaje de sus conferencias: “…Os hablamos siempre de nuestro Cuarto voto ¿Pero, podemos hablaros demasiado de él, podemos hablar demasiado de la salvación de las almas, ya que es eso nuestra vocación, nuestro único fin? Tratad de cumplir en toda su perfección vuestro cuarto voto. Este voto se resume en dos palabras: Caridad y Celo. Os invito a reflexionar sobre ello, etc.” Es, pues del celo por la salvación de las almas del cual yo quisiera hablarles ahora, trataremos de precisar su naturaleza, sus fundamentos, sus motivos, sus medíos de acción, así como las obligaciones que comporta para nosotras. Los principales pasajes donde San Juan Eudes recomienda a sus hijas el celo por la salvación de las almas son:

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1. Las constituciones: (OC X, p. 71) La salvación de las almas es lo que María ama por sobre

todo; - p. 76: seréis las Hijas del Corazón de María si permanecéis en este empleo, sino las hijas de Belial; - pp.81 – 82: excelencia del celo por la salvación de las almas (Nº 1 al 7); en Nuestra Señora de la Caridad, es el fin del Instituto (Nº 8 al 10).

2. La carta para la fiesta de la Asunción 1656 al refugio de Caen: (OC. X, 511 – 515) el precio de las almas; el amor de las almas, es la vocación de la Madre de Dios; p. 512: pero es difícil, las tentaciones del demonio; reconfortarse con el ejemplo de Cristo, de María, p.513, de Santa Catalina de Siena, de las misioneras canadienses, de Marie de Vallés. Frente eso, nosotras somos muy pequeñas – Necesidad de la cruz, p. 511, la enseñanza del evangelio. Nada que temer del contagio del pecado, p. 515, sed fieles a vuestra vocación.

3. La carta a las damas de la Misericordia de Rouen, 19 Julio 1612. (OC. XI 35 – 40). Estas damas pensaban fundar un refugio, San Juan Eudes las alienta a ello, desarrollando los mismos temas expuestos arriba.

4. Consejos para la admisión de los sujetos: necesidad absoluta que la candidata tenga un gran celo por la salvación de las almas: carta a Mme. De Camilly, 23 Marzo 1644 (OC XI, 48); manuscrito de Caen, (OC XII, 193 – 194; escrito depuse de 1670). Estos pasajes deben ser considerados paralelamente con los consejos dados por el Santo a los Sacerdotes, en el memorial, OC. III, 15 – 17, y a los confesores, OC Iv 151 – 203.

NATURALEZA DEL CELO POR LA SALVACION DE LAS ALMAS

En primer lugar ¿Qué es el Celo por la salvación de las almas? La palabra “Celo” no es simpática. Hoy se la emplea, en la conversación corriente, solo en un sentido peyorativo, para significar un ardor hipócrita o imprudente en el cumplimiento de una tarea: “hacer con celo”, “exceso de celo”, etc. En las obras de espiritualidad, en lugar de “celo por la salvación de las almas”, - en el lenguaje eclesiástico, o el de la acción apostólica, se emplea con agrado una expresión más moderna (que dice, por otra parte, la misma cosa): “Espíritu misionero”. Como arriba dijimos “celo” viene de una raíz griega que quiere decir: “hervir”. La palabra “zelos” quiere decir: ardor, emulación, celos. Los celos son en efecto, la tentación permanente del amor ardiente, pero egoísta, sobre todo. El celoso quiere para él todo el amor de la persona amada. El celo por la salvación de las almas, es, él también, una amor ardiente por el Señor, pero de ninguna manera un amor egoísta. Al contrario, la persona llena de celo quisiera hacer participar a todo el mundo de su amor a Dios y extender al número más grande posible de personas, el beneficio del amor del Señor. Ella ha tenido la revelación de este amor de Dios; ha comprendido que Dios es el soberano bien, el único digno de ser amado sin medida, y que quiere hacer participar a todos y a todas de su experiencia, su alegría, su amor. Es un fenómeno normal, la sana reacción de un corazón generoso. Es natural querer hacer participar a otros de su propia felicidad. Para manifestar un acontecimiento feliz, en la vida de una nación, se ordenan regocijos populares. Cuando Juan y Andrés hubieron encontrado a Jesús, Andrés dijo a Pedro: “Hemos encontrado al Mesías”, y los llevó a Jesús. (Jn.1, 39vs).He aquí el primer ejemplo de celo apostólico.

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El celo es pues, una cierta dimensión universal del amor que se tiene a Dios. Es una disposición interior que empuja a la persona que ama a Dios, a hacerlo amar por todos. Ella desea que el mundo, toda persona conozca y se inunde del amor de Dios. Ella desea que los pecadores se conviertan, y que los justos amen más todavía. Por otro lado, el celo por la salvación de las almas es la expresión del auténtico amor por el prójimo sacado de su fuente que es Dios. Amando a Dios, la persona llena de celo, ama a aquellos que Dios ama y como Dios los ama. En ella nace el deseo de hacer triunfar la voluntad divina de salvación universal, tan a menudo expresada en la Santa Escritura: “¿Tendré yo, pues, placer, con la muerte del pecador – Oráculo del Señor - y no más bien con verlo convertirse de su conducta y vivir?”. (Ez.18, 23) “Habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se arrepienta que por noventa y nueve justos que no tienen necesidad de arrepentirse”. (Lc 15,7) “Nuestro Salvador quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad”. (1 Tim. “2, 4), etc. CUATRO FUNDAMENTOS O FUENTES DEL CELO POR LA SALVACIÓN DE LAS ALMAS

Precisamente, estas consideraciones nos conducen a formularnos enseguida la cuestión de los fundamentos, de las fuentes del celo por la salvación de las almas. Podemos resumir el rico y profundo pensamiento de San Juan Eudes a este respecto diciendo que, para él, la fuente del Celo es Dios mismo: Dios considerado en su natural bondad comunicativa; Dios considerado en las tres personas divinas colaborando al nacimiento entero y temporal del Verbo; Dios rescatándonos por Cristo; Dios, en fin, revelándonos su amor en los Corazones de Jesús y María. Dios es bueno, y El comunica su bondad a toda creatura, pero su solicitud se extiende de una manera particular a la persona humana. Todo su plan está ordenado a procurar su felicidad, su salvación. Ofrecernos, colaborar con este plan de infinita bondad de Dios y favorecerlo con todo nuestro poder, he acá la primera fuente, el primer fundamento del celo. Citemos dos pasajes donde San Juan Eudes desarrolla esta idea. He aquí en primer lugar cómo describe él a la divina bondad en “El Corazón Admirable”. “La bondad de Dios es una inclinación infinita que El tiene de comunicarse. Ya que, como un vaso que está lleno de licor precioso, lo comunica con efusión. Dios, siendo un océano inmenso colmado de una infinidad de bienes, tiene una propensión indecible a prodigarlos con una liberalidad digna de su magnificencia… El se comunica con todo lo que está comprendido en el orden de la naturaleza, por la creación, la conservación, el gobierno y la conducción de todo el ser natural. En el orden de la gracia, Él se comunica a las creaturas con razón, por el misterio de la Encarnación, por todos los otros misterios de su Hijo, nuestro redentor, por los sacramentos… y varios otros medios por los cuales Él prodiga sus gracias en nuestras almas. En el orden de la gloria, Él se comunica perfectísimamente a todos los bienaventurados, revistiéndolos de su gloria… haciendo gozar de todos los bienes que Él posee. Como el sol, dice San Dionisio, ilumina a todo lo que pueda participar de su luz… así la divina esencia despliega sus bondad a todas las cosas” (OC VI, 425 – 427). En su libro “El buen confesor”, el santo muestra con vehemencia que la gran preocupación, la obsesión de Dios, en su voluntad concerniente a la humanidad es procurar su felicidad, su salvación:

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“Si El crea un mundo, es para poblarlos de hombres que allí se hagan dignos de ver un día el rostro de Dios. Si Él crea la tierra, es con el fin de que ella sea el teatro de los combates de sus hijos contra los enemigos de sus almas, y para que se dispongan, por el ejercicio de las virtudes, a poseer unas coronas eternas. Si Él hace un cielo es para sentar allí, con Él en su trono, a los que habrán vencido a los enemigos de su salvación. Si Él establece una Iglesia en la tierra, es con el fin de dar a todos los hombres medios fáciles y eficaces para salvarse….Si Él hace un infierno, es para obligar a los que se conducen más bien por el temor que por el amor, a obrar su salvación con temor y temblor, y para castigar a los que se pierden, y, mucho más, a los que contribuyen a la perdición de los otros”. (OC. IV, 186). Participar de esta voluntad divina de difusión de bien y de felicidad, he aquí, el primer fundamento del celo. En el sentido de la apóstrofe, citada más arriba, del Santo fundador a sus hijas: “Queréis ir solas al paraíso y dejar a vuestras hermanas en el camino del infierno, porque sois tan delicadas que teméis el esfuerzo que hay en tender vuestra mano para retirarlas de Él?” (OC. X, 511). Es en este espíritu, igualmente, que la primera Constitución recuerda: “El más perfecto ejercicio de la caridad consiste en retirar las almas de la perdición, para conducirlas a la salvación eterna”. (OC. X, 83). El segundo fundamento del celo por la salvación de las almas, es la paternidad divina. El Padre eterno forma su Hijo, y quiere asociarnos a todos y todas a esta “formación de Jesús”. Dios Padre no tiene otra preocupación que su Hijo. Su “más grande acción”, su “más alta operación”, es de engendrar a su Hijo en sí mismo; su paternidad, es “su más alta perfección”, “su más excelente cualidad”. Por la Encarnación, el Padre engendra a su Hijo por segunda vez en el tiempo; pero, para eso, El asocia a su Paternidad a las otras Personas Divinas, luego a María misma. La vida cristiana, a su vez, no es otra cosa que la formación de Jesús en nosotros. Entonces, todos los que ayudan a una persona a vivir cristianamente, reciben participación en la paternidad de Dios. San Juan Eudes vuelve continuamente sobre esta consideración, para mostrar la grandeza y la importancia del trabajo apostólico, asociado a la paternidad divina. En este trabajo colaboran no solamente las personas divinas, si no también María, los santos, los ángeles, y esto debería ser el trabajo continuo de los sacerdotes, de los confesores, de las religiosas de Nuestra Señora de la Caridad y de todos los cristianos. Formar a Jesús, “es el misterio de los misterios, la obra de las obras”. Sin duda, el santo desarrolla este punto de vista, sobre todo cuando se dirige a los sacerdotes, pero hay un pasaje en este sentido, que se dirige a las religiosas de Nuestra Señora de la Caridad, en la carta al refugio de Caen para la Asunción de 1656, y que merece ser citado: “Sí mis queridas hijas, vosotras tenéis solamente, en alguna manera, una misma vocación con la Madre de Dios. Pues, como Dios la ha elegido para formar a su Hijo en ella, y por ella, en el corazón de los fieles: también, Él os ha llamado a la santa comunidad donde estáis, para hacer vivir a su Hijo en vosotras, y para resucitarlo, por medio de vosotras, en las almas pecadoras, en las cuales Él está muerto…….Oh! mis queridísimas hermanas, qué santa es vuestra vocación…Oh! Qué prodigiosa es la bondad de Dios respecto a vosotras, de haberos llamado a un instituto verdaderamente apostólico!” (OC. X, 511 – 512) El tercer fundamento del celo por la salvación de las almas, es la redención a concluir. Dios ha empleado en esta obra a su Hijo, el Espíritu Santo, María, los ángeles, pero Él tiene todavía

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necesidad de nosotras para llevar a término la obra de la salvación que ha comenzado. Es un gran honor que Él hace de asociarnos en este designio de salvación, que es, como lo muestra largamente el “Buen Confesor”, “La gran obra de Dios, la gran obra de la Iglesia, de los ángeles, de los Apóstoles, y de todos los Santos del cielo”. En efecto prosigue él: “…El Hijo de Dios ha venido a la tierra para operar allí la salvación del mundo. Ha permanecido en ella treinta y tres años, durante los cuales ha empleado todos sus pensamientos, todas sus palabras, todas sus acciones, todos sus sufrimientos, toda su sangre, su vida y su muerte para la salvación de los hombres. Después de esto, Él volvió a su Padre; pero ha querido dejar personas en su obra para continuar y para terminar su obra. ¿Quiénes son esas personas? Son los sacerdotes…” (OC. IV, 165 – 166). Esto es verdad también para las religiosas de Nuestra Señora de la Caridad, y es exactamente lo que el santo fundador les dice: “¡Qué felicidad para vosotras ser elegidas por Dios para estar asociadas con Él en la más grande de sus obras que es la obra de la Redención de las almas!. Librar a un hombre que está cautivo, según el cuerpo, de las manos de los bárbaros, es cosa grande; pero liberar a un hombre de la servidumbre de Satanás es más que si se librara a todos los que está esclavos corporalmente”. (OC. XI, 37) Y, por otra parte: “…Ellas deben emplear su espíritu y su corazón, su cuidado y su industria para hacerse dignas coadjutoras y cooperadoras de JESUCRISTO en la obra de la Salvación de las almas que Él ha rescatado al precio de su sangre, y abrasar con afecto todas las penas y dificultades que se encuentran en esta vocación, por amor a aquel que ha sufrido tantos ultrajes con este objeto”. (OC. X, 82 – 83).

El cuarto fundamento del celo por la salvación de las almas, es el amor del Sagrado Corazón de Jesús y María por cada persona. El Corazón del Salvador, en efecto, “está abrasado de un amor incomprensible por las almas y de un celo ardentísimo por su salvación”. (OC. IV; 166). Y es lo mismo en el Corazón de María. El santo gusta citar una frase de las revelaciones de Santa Brígida para mostrar la perfecta armonía de los dos corazones, sobre este punto de vista. Según la santa, Cristo y su Madre han salvado al mundo quasi uno Corde (como un mismo corazón). ¿Qué quiere decir esto? “…es decir que, así como el Corazón de Jesús está todo abrasado de amor por las almas, el Corazón de María está todo inflamado de caridad por ellas; que, como el Hijo de María se despojó de todo, hizo y sufrió todo para salvar las almas, la Madre de Jesús se privó también de todo, hizo y sufrió todo para cooperar a su salvación; que como el Salvador se inmoló en la cruz con suplicios inenarrables, para la redención de los hombres, su dignísima Madre lo ha ofrecido también en sacrificio, para el mismo fin, con dolores inconcebibles…”. Si, pues, se ama verdaderamente al Corazón de Jesús y María, se deberá entrar en su sentimiento más intimo, y es especialmente a causa de esta armonía, que el fundador supone entre el Corazón de Jesús y el de María, que él las llama: “Hijas del Corazón de María”. Nosotras ya sabemos, mientras que ellas se consagraren con fidelidad a la salvación de las almas penitentes, serán Hijas

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del Corazón de María; si ellas son infieles a este empleo, se convierten en hijas de Belial”. (OC. X, 76). Ellas deben saber que: “el fin particular de su Instituto es imitar la ardentísima caridad por el cual el amabilísimo Corazón de Jesús, Hijo de María, y de María, Madre de Jesús, está abrasado de amor hacia las almas”. (OC X, 80). En fin más claramente todavía, en los DESEOS:… “la vocación de las personas elegidas por la divina majestad para trabajar en la salvación de las almas perdidas, encuentra “su origen” de una manera particular, en el Corazón de Jesús, todo abrasado de amor a esas mismas almas, quien es un solo Corazón con el de su Santísima Madre” (OC. X, 71)

GUÍA DE REFLEXIÓN DEL SEGUNDO DÍA.

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Día 3 CUATRO MOTIVOS DEL CELO POR LA SALVACIÓN DE LAS ALMAS

Hemos reflexionado sobre el fundamento, o mejor, la fuente de celo por la salvación de las almas, es decir, esa poderosa corriente de bondad, de paternidad, de redención y de amor hacia la humanidad, incluso y sobre todo los pecadores, las pecadoras; corriente que parte del Corazón del Padre, pasa por el de Jesús y María, y quiere, en el pasaje, arrastrar igualmente la adhesión ardiente y eficaz de nuestro corazón. Queda ahora reflexionar sobre algunos de los motivos que según San Juan Eudes, deben determinarnos a dar y a renovar sin cesar, nuestra adhesión a esta obra de salvación. Señalará cuatro de estos motivos:

1. El valor de la persona 2. La compasión (piedad) para con los pecadores, 3. La sublimidad de las tareas de apostolado, 4. El amor de predilección del Señor y de su Madre por quienes los ayudan a salvar las

almas.

El valor de la persona. Bien conocemos la célebre frase: “Un alma vale más que un mundo”. La idea es de san Agustín, comentando a San Juan, en el texto de la Vulgata: “Lo que mi Padre me ha dado (a saber, mis ovejas) es más grande que todo”. El santo doctor escribe: “Que un impío sea justificado, es mucho más, diría yo, que el cielo, la tierra y todo lo que se piensa en el cielo sobre la tierra”. En efecto, una persona ha costado el precio de los sufrimientos y de la sangre de Jesús. Y estos sufrimientos, el Padre Eudes, cediendo a su inclinación por las enumeraciones, los detalla con realismo en todos los pasajes donde Él habla de la salvación de las almas. Este precio lleva, por otra parte, dos consecuencias; en primer lugar, debemos tener una gran estima por la persona que ha costado tan caro a nuestro Señor, y amarla con un amor que imite el suyo. Pero, aún más, no hay que asombrarse si se encuentra el sufrimiento en el servicio de las almas. El santo fundador lo hace notar, a menudo, a sus Hijas: “Dirigid vuestros ojos a un crucifijo, y veréis lo que Jesús ha sufrido por salvar las almas. Es razonable que estéis asociadas con Él… para salvar los pecadores… lo que tanto le ha costado, y que seáis dispensadas por nada?....Toda vuestra vocación que no conduce a llevar su cruz y seguir a Jesús en el camino por el cual Él ha marcado, buscando las almas perdidas, es solo pura ilusión y engaño”. (OC: X; 512).

La (compasión) piedad por los pecadores

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¡Un sentimiento más que invade el Corazón misericordioso del Señor! Hemos citado ya el texto donde el Santo invita a sus Hijas a tender la mano para no dejar a sus “pobres hermanas en el camino del infierno”. Y dirigiéndose a los confesores, el santo no deja de excitar su compasión por las almas que, sin su celo, están condenadas a la pena del infierno” infinitamente más espantoso que todos los suplicios de la tierra”. Y él termina diciendo: “Tendremos nosotros menos amor por las almas de nuestros hermanos que los que este furioso (el demonio) tiene de odio contra ellas? ¿Mostraremos nosotros menos fervor por su salvación, que lo que el ejercita de furor por su perdición?” (OC. IV, 197 – 198)

La sublimidad del trabajo apostólico Es “la obra de las obras, la más divina de las cosas divinas”…Trabajar en la salvación de las almas lo apasiona sobre todas las obras naturales y sobrenaturales. Si se trata de obras naturales, esto se comprende para quien tiene la fe; pero esto se comprende todavía mejor cuando se ha leído sobre este tema algunos pasajes de san Juan Eudes que sabe – en ocasión - ser sarcástico. He aquí algunos ejemplos: “Se mira la toma de una ciudad como una acción brillante y de valentía para el comandante de la armada. Pero ¿Qué es esto? Cabezas destrozadas, sangre derramada, murallas caídas. Pero expulsar el pecado, que es el enemigo de Dios, de un alma para restablecerla en su posesión y bajo la obediencia de su verdadero rey, es ganar una victoria mucho más completa y el máximo de la gloria de un soldado cristiano”. (OC. XI, 206). “Construir palacios y museos, hacer armadas y marchar a su cabeza, dar batallas, ganar victorias, sitiar ciudades, tomarlas, saquearlas, conquistar provincias y reinos, he acá las grandes acciones de este mundo. Pero, ¿Qué es todo eso? Eso es solo…, viento, humo y vanidad… y muy a menudo efectos del orgullo y la ambición…. Pero enseñar a un niño a hacer bien la señal de la cruz, dar al último de todos los hombres la más pequeña instrucción para su salvación, es cosa más grande delante de Dios que todas las cosas dichas”. (OC. IV, 189 – 190) Aún si se trata de obras sobrenaturales, sea las obras de misericordia que tienden a aliviar más el cuerpo que el alma; o las obras milagrosas cuyo efecto es modificar el curso de los acontecimientos naturales: o las austeridades, la contemplación y el martirio, he aquí, parece, acciones, el martirio sobre todo, que bien muestran un valor incomparable. Y. . ., sin embargo San Juan Eudes, haciendo un llamado a la autoridad de la Santa Escritura de los Padres, sobre todo San Juan Crisóstomo y de los Santos, sobre todo Santa Teresa de Ávila y Catalina de Siena, muestra bien que convertir a un pecador es más grande a los ojos de Dios que todas esas acciones heroicas. En fin, ultimo motivo que debe inflamarnos a trabajar en la salvación de las almas, es la predilección especial por la cual son objeto, por parte de Jesús y María, los y las que se emplean generosamente en ello. Dios las y los ama. Dios las y los colma de gracias en este mundo, y “¿Cuales son las coronas que Él les prepara en el cielo?”.(OC. IV, 195). El Santo desarrolla a menudo estos temas que son clásicos. Pero lo hace con un matiz de profetismo cuando se dirige a sus hijas de Nuestra Señora de la Caridad: “Sabed mis muy queridas hermanas que, mientras vosotras permanezcáis en este santo empleo que os asocia de una forma maravillosa con el Salvador y su preciosísima Madre, ella os colmará con toda suerte de favores y de bendiciones. Yo suplico a la Madre de Misericordia,… que seáis

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encontradas a la hora de la muerte según el corazón de Dios, que depositéis vuestra alma en el seno y el corazón de vuestra buenísima Madre, y que reposéis eternamente con ella y con su hijo…”

(Deseos, OC. X, 76 – 77)

“…Mientras que ellas se aplicaran a los ejercicios de un tan gran Instituto, Dios las bendecirá con sus grandes bendiciones espirituales y temporales, no habiendo personas en el mundo que Él ame más que aquellas que cooperan con Él en la salvación de las almas. (Primera Constitución). OC. X, 82. “Lo que habéis empleado para complacer a Satanás es perdido, pero lo que daréis para Jesucristo os será devuelto al céntuplo, desde este mundo, y os obtendrá la vida eterna, en el otro, según la promesa infalible del hijo de Dios”. (A las damas de la misericordia de Rouen, OC. XI, 38)

DE NUESTRO CUARTO VOTO BROTA NECESARIAMENTE UNA ESPIRITUALIDAD. El Padre Eudes propone la espiritualidad del cuarto voto basada en la imitación del amor ardiente de los Corazones de Jesús y María. Había intuido la devoción al Corazón de María al mismo tiempo que fundaba “Nuestra Señora de la Caridad del Refugio” (1641) La devoción al Corazón de Jesús lo conmovió profundamente mientras escribía las constituciones definitivas de la Orden de Nuestra Señora de la Caridad. Santa María Eufrasia, por inspiración del Espíritu Santo y en fidelidad a las necesidades de la época, aporta dos dimensiones nuevas al Carisma del Padre Eudes: 1. Dio al Cuarto Voto una orientación evangélica, la de Jesús Buen Pastor. Intuyó la naturaleza de

su carisma mientras contemplaba las Escrituras y nos ofrece la imagen de Jesús que se llama a sí mismo “el Buen Pastor” (Cf. Jn. 10,11) como modelo de nuestro “ser” y de nuestro “hacer”. En el Antiguo Testamento se encontró con un Dios Pastor…”He visto sus sufrimientos, vendré a salvarlos, porque mi compasión se mueve hacia ustedes. Yo mismo seré su Pastor…”. En el Nuevo Testamento meditaba en Jesús Buen Pastor con un corazón humano, el cual, del seno del Padre nos representa su amor tierno y misericordioso. “Yo soy el Buen Pastor. El Buen Pastor da la vida por sus ovejas” (Jn. 10,11). “Mi Padre no quiere que ninguno de estos pequeños perezca” (Mt. 18, 6-10) Santa María Eufrasia tuvo la inspiración de vivir y dar vida a un modo de apostolado inspirado e impulsado por el espíritu de misericordia, entendida como caridad, amor que alcanza al otro, a la otra, quienquiera que sea en su propio drama. La misericordia como el mayor amor: el amor que perdona “hasta setenta veces siete”; el amor que cura: “Tus pecados te son perdonados. Toma tu camilla y anda”(Mt. 9, 1-7). Como también dio una espiritualidad para sus hermanas, que consiste en “hacer nuestros los pensamientos, el corazón, la actitud de Jesús Buen Pastor”, porque en realidad a través del Cuarto Voto, somos llamadas a “vivir en unión con Jesús Buen Pastor y a continuar su misión redentora en la Iglesia” (Const. integrada 2)

2. La segunda contribución específica de Santa María Eufrasia al carisma de San Juan Eudes, fue

dar una dimensión mundial al celo, lo que realizó mediante la inspiración y realización del Generalato. El gobierno centralizado de la Congregación está al servicio del carisma, es decir,

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del celo universal y de la misericordia de Jesús Buen Pastor. El Generalato realiza la unidad y la autenticidad de la vocación del Buen Pastor, unidad en la caridad a través de una comunidad mundial. A ello se refería cuando nuestra fundadora decía: “Nuestro celo debe abrasar el mundo, debe inflamar todo el mundo para Dios”

Conclusión La fórmula de nuestro Cuarto Voto ha sufrido modificaciones a través de los tiempos. Nuestro carisma es dinámico y a través de los años la formula se ha ido adaptando a los cambios y realidades.

La fisonomía particular de las hermanas del Buen Pastor se encuentra en la imagen de Jesús Buen Pastor. Esta fisonomía ha tomado forma y vida en la persona de nuestra fundadora, Santa María Eufrasia, por impulso del Espíritu Santo. La primacía del amor es evidente en toda la vida y en toda la acción apostólica de nuestra fundadora. Basta recordar que nuestra Congregación nació de su amor inmenso: “Soy de todos los países donde hay almas que salvar”(Conf. 6)

Guía de reflexión

1. ¿Qué ideas te impactan en el texto Nº 40 del Leccionario Propio de la Congregación de Jesús y María, París, 1977, pp. 113-115?

2. Busca frases o acciones sobre el celo en el texto de Juan Eudes del 3 de junio de 1667, en la fiesta de la Ascensión, con motivo de la primera profesión solemne en Caen.

3. Reflexionar y compartir el celo de nuestras hermanas

Recordar en grupo ejemplos que nos han impactado de nuestras Hermanas con las que hemos convivido.

BIBLIOGRAFIA

� Santa Ma. Eufrasia Pelletier Instrucciones y Conferencias; Ed. 1991, Bogotá � José María Ory (cj) Los Orígenes de Ntra. Señora de la Caridad � Celam Aparecid Documento Conclusivo; Ed. Salesianos 2007, Stgo. � Clar Plan Global 2006-2009 � Clément Guillon (cjm) En todo la voluntad de Dios; Centro Carismático Minuto de Dios, Bogotá � Hna. Rosa Virginia Warning (rbp) Hago también el voto de celo � Jacques Arragains (cjm) La vida religiosa en la Escuela de san Juan Eudes-

Voto de celo. � Hna.Ma. Eufrasia Degris (rbp) Desde nuestra santa Madre hasta nosotros lo

esencial no cambia; Angers 1972 � Congregación Buen Pastor Constituciones y Estatutos 1985, 2009

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� Escrito sobre el Celo Hna. María Leticia Cortés. CEBP 2010 Chile