curso de liturgia ii - tema xii

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Celebrando la Vida Curso de Liturgia - II Parte - 2015 On Line 137 VI. La Cuaresma. Cuaresma viene del latín «cuadragesima dies», el día cuadragésimo antes de la Pascua. Es el tiempo de preparación «por el que se asciende al monte santo de la Pascua», como lo describe el Ceremonial de Obispos (CE 249). Empieza el miércoles de ceniza y concluye el Jueves Santo por la tarde, antes de la Misa Vespertina de la Cena del Señor, con la que se inaugura el Triduo Pascual. «Puesto que el tiempo cuaresmal prepara a los fieles, entregados más intensamente a oír la palabra de Dios y a la oración, para que celebran el misterio pascual, sobre todo mediante el recuerdo o la preparación del bautismo y mediante la penitencia, dése particular relieve en la Liturgia y en la catequesis litúrgica al doble carácter de dicho tiempo. Por consiguiente: a) Usense con mayor abundancia los elementos bautismales propios de la Liturgia cuaresmal y, según las circunstancias, restáurense ciertos elementos de la tradición anterior. b) Dígase lo mismo de los elementos penitenciales. Y en cuanto a la catequesis, incúlquese a los fieles, junto con las consecuencias sociales del pecado, la naturaleza propia de la penitencia, que lo detesta en cuanto es ofensa de Dios; no se olvide tampoco la participación de la Iglesia en la acción penitencial y encarézcase la oración por los pecadores.» (Constitución Sacrosanctum Concilium, N. 109) «El tiempo de Cuaresma está ordenado a la preparación de la celebración de la Pascua: la liturgia cuaresmal prepara para la celebración del misterio pascual tanto a los catecúmenos, haciéndolos pasar por los diversos grados de la iniciación cristiana, como a los fieles que recuerdan el bautismo y hacen penitencia.» (Normas Universales para el Año Litúrgico, N.27) «Por eso la Iglesia, especialmente durante los tiempos de Adviento, Cuaresma y sobre todo en la noche de Pascua, relee y revive todos estos acontecimientos de la historia de la salvación en el "hoy" de su Liturgia. Pero esto exige también que la catequesis ayude a los fieles a abrirse a esta inteligencia "espiritual" de la Economía de la salvación, tal como la Liturgia de la Iglesia la manifiesta y nos la hace vivir.» (Catecismo de la Iglesia Católica, N.1095) Si la Pascua lo es todo, es normal que no hayamos hablado de la Cuaresma, hasta que no conozcamos su término. Se adivina, por tanto, que la razón de ser de la Cuaresma es la de encaminarnos hacia la Pascua. Bajo este aspecto se encuentra sólidamente constituida como tiempo litúrgico en todas las liturgias. La Cuaresma está totalmente vinculada con la Pascua y es por ello que siempre hay que estudiarla en relación con ella. La Iglesia ha recibido la misión

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Celebrando la Vida Curso de Liturgia - II Parte - 2015 On Line

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VI. La Cuaresma. Cuaresma viene del latín «cuadragesima

dies», el día cuadragésimo antes de la Pascua. Es el tiempo de preparación «por el que se asciende al monte santo de la Pascua», como lo describe el Ceremonial de Obispos (CE 249).

Empieza el miércoles de ceniza y concluye el Jueves Santo por la

tarde, antes de la Misa Vespertina de la Cena del Señor, con la que se inaugura el Triduo Pascual.

«Puesto que el tiempo cuaresmal prepara a los fieles, entregados más

intensamente a oír la palabra de Dios y a la oración, para que celebran el misterio pascual, sobre todo mediante el recuerdo o la preparación del bautismo y mediante la penitencia, dése particular relieve en la Liturgia y en la catequesis litúrgica al doble carácter de dicho tiempo. Por consiguiente:

a) Usense con mayor abundancia los elementos bautismales propios de la Liturgia cuaresmal y, según las circunstancias, restáurense ciertos elementos de la tradición anterior.

b) Dígase lo mismo de los elementos penitenciales. Y en cuanto a la catequesis, incúlquese a los fieles, junto con las consecuencias sociales del pecado, la naturaleza propia de la penitencia, que lo detesta en cuanto es ofensa de Dios; no se olvide tampoco la participación de la Iglesia en la acción penitencial y encarézcase la oración por los pecadores.» (Constitución Sacrosanctum Concilium, N. 109)

«El tiempo de Cuaresma está ordenado a la

preparación de la celebración de la Pascua: la liturgia cuaresmal prepara para la celebración del misterio pascual tanto a los catecúmenos, haciéndolos pasar por los diversos grados de la iniciación cristiana, como a los fieles que recuerdan el bautismo y hacen penitencia.» (Normas Universales para el Año Litúrgico, N.27)

«Por eso la Iglesia, especialmente durante los tiempos de Adviento, Cuaresma y sobre todo en la noche de Pascua, relee y revive todos estos acontecimientos de la historia de la salvación en el "hoy" de su Liturgia. Pero esto exige también que la catequesis ayude a los fieles a abrirse a esta inteligencia "espiritual" de la Economía de la salvación, tal como la Liturgia de la Iglesia la manifiesta y nos la hace vivir.» (Catecismo de la Iglesia Católica, N.1095)

Si la Pascua lo es todo, es normal que no hayamos hablado de la Cuaresma,

hasta que no conozcamos su término. Se adivina, por tanto, que la razón de ser de la Cuaresma es la de encaminarnos hacia la Pascua. Bajo este aspecto se encuentra sólidamente constituida como tiempo litúrgico en todas las liturgias.

La Cuaresma está totalmente vinculada con la Pascua y es por ello que

siempre hay que estudiarla en relación con ella. La Iglesia ha recibido la misión

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de ir celebrando la Pascua del Señor hasta que ésta alcance su plenitud por obra de Aquel que es la primicia en la hora de su advenimiento. La Cuaresma es ya el comienzo de la Pascua. Su misión es la de una preparación que anticipe y saboree progresivamente los bienes pascuales. La Cuaresma ayuda a entrar plenamente en la fiesta, pero es ésta la que tiene la primicia. Así queda explicado por qué es la Pascua la que tiene prioridad también de origen, un tiempo de duración más largo y definido y unos límites menos fluctuantes.

Introducción histórica Si todas las liturgias tienen este tiempo de preparación para la Pascua, no

en todas tiene la misma importancia ni la misma duración. También la época de su aparición histórica es más reciente que la cincuentena. En general, habría que decir que el origen de la Cuaresma no es anterior al siglo IV, y en la mayoría de las liturgias es posterior.

La celebración de la Pascua contó siempre con una cierta preparación,

consistente en un ayuno de dos o tres días de duración. En la antigüedad solamente se celebraba la eucaristía los domingos, pero se ayunaba todos los miércoles y viernes del año, excepto durante todo el tiempo pascual. Por eso muy pronto, el ayuno que precedía a la solemnidad de la Pascua, iniciado en realidad el miércoles precedente, terminó por abarcar la semana entera.

En cuanto a la Cuaresma romana, parece seguro que en

su origen remoto consistía en la práctica de ayunos diarios, exceptuando sábados y domingos, durante las tres semanas anteriores a la Pascua. La práctica actual de los cuarenta días que, retrocediendo, va desde el jueves santo hasta el primer domingo de Cuaresma, fue adoptada por Roma entre los años 354 y 384.

Desde el principio, la Cuaresma está marcada por una fuerte coloración

bautismal. Ya en la primitiva de tres semanas, los respectivos domingos tenían ese tono. Durante los siglos VI y VII, en la Cuaresma de seis semanas, los días de preparación bautismal pasan a ser seis. Estos, de todas maneras, han perdido parte de su gran vigor primitivo, dado que se celebraban en días no dominicales y ya ha entrado como práctica general el bautismo de niños.

A partir de este tiempo, en la práctica de la Cuaresma se da la tendencia a

constituirla en tiempo de penitencia y de renovación para toda la Iglesia, con la práctica del ayuno y de la abstinencia. Conservada con bastante vigor, al menos en un principio, en las iglesias de oriente, la práctica penitencial de la Cuaresma ha sido cada vez más aligerada en occidente, pero debe observarse un espíritu penitencial y de conversión

Origen de la costumbre Ya desde el siglo V algunos Padres apoyaban la tesis de que este ayuno de

cuarenta días era una institución apostólica. Por ejemplo, San León (+ 461) exhorta a sus oyentes a abstenerse para que «puedan cumplir con su ayuno la

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institución apostólica de los cuarenta días» - ut apostolica institutio quadraginta dierum jejuniis impleatur (P.L., LIV, 633)- ,y el historiador Sócrates (+ 433) y San Jerónimo (+ 420) utilizan un lenguaje parecido. (P.G., LXVII, 633; P.L., XXII, 475).

Mas los mejores eruditos modernos rechazan casi

unánimemente esta posición. En los documentos existentes de los primeros tres siglos encontramos una diversidad de prácticas en lo tocante al ayuno anterior a la Pascua, e incluso una gradual evolución de su período de duración. El pasaje más importante es uno citado por Eusebio de Cesárea de una carta de San Ireneo al Papa Víctor con relación a la Controversia de Pascua.

En él, Ireneo dice que no sólo existe una controversia acerca de la fecha de observancia de la Pascua, sino también acerca del ayuno preliminar. «Pues- continúa- algunos piensan que hay que ayunar durante un día, otros que durante dos, y otros que durante varios, e incluso otros aceptan que afirman que deben hacerlo durante cuarenta horas continuas, de día y de noche». Él mismo afirma que esta variedad de formas tiene un origen muy antiguo, lo que significa que no hay tradición apostólica sobre ese asunto. Rufino, que tradujo a Eusebio al latín a fines del siglo IV, parece haber interpolado signos de puntuación en ese pasaje para hacer decir a Ireneo que algunas personas ayunaban cuarenta días. Originalmente la lectura apropiada del texto fue tema de debate, pero la crítica actual se pronuncia fuertemente a favor del texto cuya traducción fue presentada más arriba. Podemos, así, concluir que en el año 190 Ireneo no sabía de ningún ayuno pascual de cuarenta días.

Existen datos que sugieren que la Iglesia de la Era Apostólica celebraba la

Resurrección de Cristo no con una festividad anual, sino semanal. De aceptarse esos datos, la liturgia dominical constituía el recuerdo semanal de la Resurrección, y el ayuno del viernes, el de su Pasión. Esa teoría ofrece una explicación natural a la amplia divergencia que hallamos en la mitad final del siglo II en lo tocante al tiempo adecuado para observar la Pascua y a la manera del ayuno pascual. Había consenso total en cuanto a la observancia semanal del domingo y del viernes, por ser algo primitivo, pero la fiesta anual de la Pascua constituía algo impuesto por el proceso natural de desarrollo, influenciado en gran parte por las condiciones de cada iglesia, tanto en Occidente como en Oriente. No sólo eso, sino que a una con la fiesta de la Pascua parece haberse introducido un ayuno preparatorio, para conmemorar la Pasión o, dicho de otro modo: "los días en los que les sería arrebatado el novio". Ese ayuno de modo alguno se prolongaba más de una semana, aunque sí era muy estricto.

Qué es la Cuaresma

«La celebración anual de la cuaresma es un tiempo favorable, durante el cual se asciende a la santa montaña de la Pascua".

«El tiempo de cuaresma, con su doble carácter, prepara tanto a los catecúmenos como a los fieles en orden a la celebración del misterio pascual. Los catecúmenos se encaminan hacia los sacramentos de la iniciación cristiana, tanto por la "elección" y los "escrutinios", como por la catequesis; los fieles, por su parte, dedicándose con más asiduidad a escuchar la Palabra de Dios y a la

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oración, y mediante la penitencia, se preparan a renovar sus promesas bautismales.» (Carta circular de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos – 16 de enero de 1988, N. 6) La Cuaresma ha sido, es y será un tiempo favorable para convertirnos y

volver a Dios Padre lleno de misericordia. Es el tiempo litúrgico de conversión, que marca la Iglesia para prepararnos a la gran fiesta de la Pascua. Es tiempo para arrepentirnos de nuestros pecados y de cambiar algo de nosotros para ser mejores y poder vivir más cerca de Cristo.

El tiempo de la Cuaresma rememora

los cuarenta años que el pueblo de Israel pasó en el desierto mientras se encaminaba hacia la tierra prometida, con todo lo que implicó de fatiga, lucha, hambre, sed y cansancio...pero al fin el pueblo elegido gozó de esa tierra maravillosa, que destilaba miel y frutos suculentos (Éxodo 16 y siguientes).

La duración de la Cuaresma está basada en el símbolo del número cuarenta en la Biblia. En ésta, se habla de los cuarenta días del diluvio, de los cuarenta años de la marcha del pueblo judío por el desierto, de los cuarenta días de Moisés y de Elías en la montaña, de los cuarenta días que pasó Jesús en el desierto antes de comenzar su vida pública, de los 400 años que duró la estancia de los judíos en Egipto.

En la Biblia, el número cuatro simboliza el universo material, seguido de

ceros significa el tiempo de nuestra vida en la tierra, seguido de pruebas y dificultades.

También para nosotros, como fue para los israelitas aquella travesía por el

desierto, la Cuaresma es el tiempo fuerte del año que nos prepara para la Pascua o Domingo de Resurrección del Señor, cima del año litúrgico, donde celebramos la victoria de Cristo sobre el pecado, la muerte y el mal, y por lo mismo, la Pascua es la fiesta de alegría porque Dios nos hizo pasar de las tinieblas a la luz, del ayuno a la comida, de la tristeza al gozo profundo, de la muerte a la vida.

La Cuaresma dura 40 días; comienza el

Miércoles de Ceniza y termina antes de la Misa de la Cena del Señor del Jueves Santo. A lo largo de este tiempo, sobre todo en la liturgia del domingo, hacemos un esfuerzo por recuperar el ritmo y estilo de verdaderos creyentes que debemos vivir como hijos de Dios.

En la Cuaresma, Cristo nos invita a cambiar de vida. La Iglesia nos invita a vivir la Cuaresma como un camino hacia Jesucristo, escuchando la Palabra de Dios, orando, compartiendo con el prójimo y haciendo obras buenas. Nos invita

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a vivir una serie de actitudes cristianas que nos ayudan a parecernos más a Jesucristo, ya que por acción de nuestro pecado, nos alejamos más de Dios.

Por ello, la Cuaresma es el tiempo del perdón y de la reconciliación fraterna.

Cada día, durante toda la vida, hemos de arrojar de nuestros corazones el odio, el rencor, la envidia, los celos que se oponen a nuestro amor a Dios y a los hermanos. En Cuaresma, aprendemos a conocer y apreciar la Cruz de Jesús. Con esto aprendemos también a tomar nuestra cruz con alegría para alcanzar la gloria de la resurrección.

Estructura actual de la Cuaresma El tiempo de Cuaresma dura desde el Miércoles de Ceniza

hasta las primeras horas de la tarde del Jueves Santo. La Misa de la Cena del Señor pertenece ya al Triduo Pascual. Ahora bien, como el Miércoles de Ceniza es un día laboral, para la mayoría de los cristianos la Cuaresma comienza con su Domingo I.

«Los domingos de Cuaresma tienen precedencia sobre

todas las fiestas del Señor y sobre todas las solemnidades. Las solemnidades que coincidan en estos domingos han de

anticiparse al sábado. Las ferias de Cuaresma tienen preferencia sobre las memorias obligatorias.» (Carta circular de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos – 16 de enero de 1988, N. 11)

«Las memorias obligatorias que caigan en los días de Cuaresma pueden ser

celebradas solamente como memorias libres.» (Normas Universales para el Año Litúrgico, N.14) Se puede decir de una manera general, que el nuevo ordenamiento litúrgico

de la Cuaresma es muy acertado y es en las lecturas sobre todo donde habría que descubrir su sentido. Son el fruto de un trabajo laborioso de la reforma.

«El tiempo de Cuaresma conserva su carácter penitencial. Incúlquese a los

fieles por medio de la catequesis la naturaleza propia de la penitencia, que junto con las consecuencias sociales del pecado, detesta el mismo pecado en cuanto es ofensa a Dios.

La virtud de la penitencia y su práctica son siempre elementos necesarios de la preparación pascual: la práctica externa de la penitencia, tanto de los individuos como de toda la comunidad ha de ser el resultado de la conversión del corazón. Esta práctica, si bien debe acomodarse a las circunstancias y exigencias de nuestro tiempo, sin embargo no puede prescindir del espíritu de la penitencia evangélica, y ha de orientarse también al bien de los hermanos.

No se olvide tampoco de la participación de la Iglesia en la acción penitencial, e insístase en la oración por los pecadores, introduciéndola frecuentemente en la oración universal.» (Carta circular de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos – 16 de enero de 1988, N. 14) La Cuaresma descansa sobre los domingos denominados I, II, III, IV y V y

Domingo de Ramos en la Pasión del Señor, el último. Las ferias avanzan independientemente de los domingos, aunque en su temática litúrgica guardan

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una cierta relación con ellos. La importancia de estas ferias es grande, pues ya el mismo Vaticano II (cf. SC 35, 4) y ahora el nuevo Código de Derecho Canónico recomiendan convocar al pueblo y tener una breve homilía (can. 767, 3).

«En tiempo de Cuaresma queda prohibido adornar con flores el altar, y se

permiten los instrumentos musicales sólo para sostener el canto, como corresponde al carácter penitencial de este tiempo.» (Carta circular de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos – 16 de enero de 1988, N. 17)

«Asimismo desde el comienzo de la Cuaresma hasta la Vigilia pascual no se

dice Aleluya en ninguna celebración, incluidas las solemnidades y las fiestas.» (Carta circular de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, N. 18)

«En el IV domingo de Cuaresma

(Laetare), así como en las solemnidades y fiestas, se permiten los instrumentos musicales y adornar el altar con flores. En el mencionado domingo se pueden usar ornamentos de color rosado.» (Carta circular de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, N. 25)

«Los cantos de las celebraciones, y especialmente de la Misa, así como los

de los ejercicios piadosos, han de ser conformes al espíritu de este tiempo y corresponder lo más posible a los textos litúrgicos.

Foméntense los ejercicios piadosos que responden mejor al carácter del tiempo de Cuaresma, como es el "Vía Crucis", y sean imbuidos del espíritu de la liturgia, de suerte que conduzcan a los fieles a la celebración del misterio pascual de Cristo.» (Carta circular de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, N. 19) Para dar cumplimiento a la disposición conciliar, que insistía en la

acentuación de los elementos bautismales de la Cuaresma, además de los propios de la penitencia y dado que el Leccionario dominical comprende tres ciclos de lecturas, se ha querido que el ciclo «A» sea como el prototipo de lo que debe ser este tiempo litúrgico.

«El miércoles que precede al primer

domingo de Cuaresma, los fieles cristianos inician con la imposición de la ceniza el tiempo establecido para la purificación del espíritu. Con este signo penitencial, que viene de la tradición bíblica y se ha mantenido hasta hoy en la costumbre de la Iglesia, se quiere significar la condición del hombre pecador, que confiesa externamente su culpa ante el Señor y expresa su voluntad interior de conversión, confiando en que el Señor se muestre compasivo para con él. Con este mismo signo comienza el camino de su conversión que culminará con la celebración del sacramento de la Penitencia, en los días que preceden a la Pascua.

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La bendición e imposición de la ceniza se puede hacer o durante la Misa o fuera de la misma. En este caso se inicia con la liturgia de la Palabra y se concluye en la oración de los fieles.» (Carta circular de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, N. 21)

«El miércoles de ceniza es un día penitencial obligatorio para toda la Iglesia y

que comporta la abstinencia y el ayuno.» (Carta circular de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, N. 22) En el domingo I se ha mantenido el tema tradicional de las tentaciones del

Señor, y en el domingo II el de la transfiguración, que son comunes en los tres ciclos.

Para los domingos III, IV y V se han recuperado los evangelios clásicos de la

Cuaresma catecumenal: la samaritana, el ciego de nacimiento y la resurrección de Lázaro. Estos domingos en los ciclos «B» y «C» se ocupan de aspectos del misterio pascual y de la llamada a la conversión.

Domingo I: Cristo tentado por el Diablo

Ciclo A Ciclo B Ciclo C 1ª Lectura

Génesis 2, 7-9; 3, 1-7 Génesis 9, 8-15 Deuteronomio 26, 1-2. 4-10

Salmo Sal 50, 3-6a. 12-14. 17

Sal 24, 4-5b. 6. 7b-9

Sal 90, 1-2. 10-15

2ª Lectura

Romanos 5, 12-19 1 Pedro 3, 18-22 Romanos 10, 5-13

Evangelio Mateo 4, 1-11 Marcos 1, 12-15 Lucas 4, 1-13

Domingo II: Cristo es transfigurado

Ciclo A Ciclo B Ciclo C 1ª Lectura Génesis 12, 1-4a Génesis 22, 1-2.

9-13. 15-18 Génesis 15, 5-12. 17-18

Salmo Sal 32, 4-5. 18-20. 22 Sal 115, 10. 15-19 Sal 26, 1. 7-9. 13-14 2ª Lectura 2 Timoteo 1, 8b-10 Romanos 8, 31b-

34 Filipenses 3, 17—4, 1

Evangelio Mateo 17, 1-9 Marcos 9, 2-10 Lucas 9, 28b-36

Domingo III

Ciclo A la Samaritana

Ciclo B comparaciones del

Templo

Ciclo C la higuera sin frutos

1ª Lectura Éxodo 17, 1-7 Éxodo 20, 1-17 Éxodo 3, 1-8a. 10. 13-15

Salmo Sal 94, 1-2. 6-9 Sal 18, 8-11 Sal 102, 1-4. 6-8.11 2ª Lectura Romanos 5, 1-2.

5-8 1 Corintios 1, 22-25 1 Corintios 10, 1-6. 10-

12 Evangelio Juan 4, 5-42 Juan 2, 13-25 Éxodo 3, 1-8a. 10. 13-

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Domingo IV

Ciclo A el ciego de nacimiento

Ciclo B la serpiente de bronce

Ciclo C el hijo pródigo

1ª Lectura 1 Samuel 16, 1b. 5b-7. 10-13a

2 Crónicas 36, 14-16. 19-23

Josué 4, 19; 5, 10-12

Salmo Sal 22, 1-6 Sal 136, 1-6 Sal 33, 2-7

2ª Lectura Efesios 5, 8-14 Efesios 2, 4-10 2 Corintios 5, 17-21

Evangelio Juan 9, 1-41 Juan 3, 14-21 Lucas 15, 1-3. 11-32

Domingo V

Ciclo A

la resurrección de Lázaro

Ciclo B el grano de trigo

Ciclo C la mujer adúltera

1ª Lectura Ezequiel 37, 12-14 Jeremías 31, 31-34 Isaías 43, 16-21 Salmo Sal 129, 1-5. 6c-8 Sal 50, 3-4. 12-15 Sal 125, 1-6 2ª Lectura Romanos 8, 8-11 Hebreos 5, 7-9 Filipenses 3, 8-14 Evangelio Juan 11, 1-45 Juan 12, 20-33 Juan 8, 1-11

El Domingo de Ramos en la Pasión del Señor Es el último domingo de la Cuaresma, a

pesar de que da paso ya a la Semana Santa. De nuevo la liturgia y la piedad popular se unen en la síntesis de este día, verdadera celebración dominical de la pasión y, a la vez, conmemoración de la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén.

Por eso, el título del domingo ha querido unir ambos aspectos, por lo demás perfectamente coherentes, pues la entrada del Señor en la Ciudad Santa, que va a ser escenario de los hechos culminantes de su vida, significa la definitiva visita de Dios a su pueblo.

El Domingo de Ramos se centra en la proclamación de la Pasión del Señor,

leída cada año según un evangelista sinóptico: Mateo para el ciclo «A», Marcos para el «B» y Lucas para el «C».

La procesión de los ramos, rito de entrada de la misa, se empezó a celebrar

en Jerusalén; de forma que la peregrina Egeria la describe en su Diario de viaje, escrito hacia el año 380. Después se extiende a todo el Oriente, a España y finalmente en el siglo XI o XII a Roma.

La procesión está precedida de la Bendición de los Ramos y de la

proclamación del Evangelio de la entrada de Jesús en Jerusalén; detalle importantísimo, porque revela cómo la liturgia no se limita a recordar hechos pasados, sino que actualiza y revive lo que recuerda, de forma que los fieles realmente reciben y aclaman a Cristo, representado en el obispo o en el

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sacerdote que preside su comunidad. Por eso la rúbrica dispone que marche a la cabeza de su pueblo, detrás de la cruz, en la procesión.

«La Semana Santa comienza con el Domingo de Ramos en la Pasión del

Señor, que comprende a la vez el presagio del triunfo real de Cristo y el anuncio de la Pasión. La relación entre los dos aspectos del misterio pascual se ha de evidenciar en la celebración en la catequesis del día.» (Carta circular de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, N. 28)

«La entrada del Señor en Jerusalén, ya

desde antiguo, se conmemora con una procesión, en la cual los cristianos celebran el acontecimiento, imitando las aclamaciones y gestos, que hicieron los niños hebreos cuando salieron al encuentro del Señor, cantando el fervoroso «Hossana».

La procesión sea única y tenga lugar antes de la Misa en la que haya más

presencia de fieles; puede hacerse también en las horas de la tarde, ya sea del sábado ya del domingo. Para ello hágase, en lo posible, la reunión de la asamblea en otra iglesia menor, o en un lugar apto fuera de la iglesia hacia la cual se dirigirá la procesión.

Los fieles participan que esta procesión llevando en las manos ramos de palma o de otros árboles. Los sacerdotes y los ministros, llevando también ramos, preceden al pueblo.

La bendición de ramos o palmas tiene lugar en orden a la procesión que seguirá. Los ramos conservados en casa recuerdan a los fieles la victoria de Cristo, que se ha celebrado con la procesión.

Los pastores hagan todo lo posible para que la preparación y la celebración de esta procesión en honor de Cristo Rey, pueda tener un fructuoso influjo espiritual en la vida de los fieles.» (Carta circular de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, N. 29)

«Para la conmemoración de la entrada del Señor en Jerusalén, además de la

procesión solemne, que se acaba de describir, el Misal ofrece otras dos posibilidades, no para fomentar la comodidad y la facilidad, sino en previsión de la dificultades que puedan impedir la organización de una procesión.

La segunda forma de la conmemoración es una entrada solemne, que tiene lugar cuando no puede hacerse la procesión fuera de la iglesia. La tercera forma es la entrada sencilla, que ha de hacerse en todas las Misas de este domingo en las que no ha tenido lugar la entrada solemne.» (Carta circular de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, N. 30)

«Donde no se puede celebrar la Misa es conveniente que se haga una

celebración de la Palabra de Dios sobre la entrada mesiánica y la Pasión del Señor, ya sea el sábado por la tarde, ya el domingo a la hora más oportuna.» (Carta circular de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, N. 31)

«Durante la procesión los cantores y el pueblo cantan los cantos indicados en

el Misal Romano como son el salmo 23 el salmo 46, y otros cantos apropiados en honor de Cristo Rey.» (Carta circular de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, N. 32)

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Sin embargo, el centro de la celebración lo va a ocupar la Pasión del Señor, que es el gran tema que la Iglesia medita a lo largo de todo el domingo.

Por supuesto, la Iglesia no olvida que la Pasión desemboca en la Resurrección, ni, menos aún, que la Eucaristía «actualiza el único sacrificio de Cristo». Esta síntesis entre pasión y glorificación, de la que es un anticipo la entrada triunfal de la misa –la procesión–, aparece continuamente en el Oficio divino.

«La historia de la Pasión goza de una especial solemnidad. Es aconsejable que se mantenga la tradición en el modo de cantarla o leerla, es decir, que sean tres personas que hagan las veces de Cristo, del narrador y del pueblo. La Pasión ha de ser proclamada ya por diáconos o presbíteros, ya, en su defecto, por lectores, en cuyo caso, la parte correspondiente a Cristo se reserva al sacerdote.

Para la proclamación de la Pasión no se llevan ni luces ni incienso, ni se hace al principio el saludo al pueblo como de ordinario para el Evangelio, ni se signa el libro. Tan solo los diáconos piden la bendición al sacerdote.

Para el bien espiritual de los fieles conviene que se lea por entero la narración de la Pasión, y que no se omitan las lecturas que la preceden.» (Carta circular de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, N. 33)

«Terminada la lectura de la Pasión no se omita la homilía.» (Carta circular de

la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, N. 34) El Lunes, Martes y Miércoles Santo prolongan este ambiente prepascual del

Domingo de Ramos. La Misa Crismal La palabra «crisma» es griega y denomina un ungüento aromático, mezcla

de aceite y bálsamo oloroso, con el que se unge o se da masaje. Viene del verbo «chrío», ungir, que ha dado origen al término «Christós», el Ungido, equivalente a «Mesías» en hebreo («Dios le ungió con el Espíritu Santo y con poder»: Hch 10,38), y por derivación al de «cristianos», ungidos, pertenecientes al Ungido.

De las varias unciones sacramentales de nuestra liturgia, algunas se hacen precisamente con crisma.

Todas estas crismaciones tienen su punto de referencia en la Misa Crismal

del Jueves Santo por la mañana, u otro día más oportuno inmediatamente antes del Triduo Pascual. En esta misa el obispo, rodeado de su presbiterio y de su pueblo, consagra el santo crisma y bendice los demás óleos, que luego serán para toda la diócesis materia de los varios sacramentos. En las oraciones de la Misa Crismal es donde mejor se describe la intención sacramental del crisma. El obispo pide a Dios que lo bendiga y lo consagre y así «infundas en él la fuerza del Espíritu Santo con la que ungiste a sacerdotes, reyes, profetas y mártires»: la fuerza y la vida del Espíritu Santo, que penetra en el cristiano con la misma suavidad y efectos benéficos con que lo hace el ungüento del crisma.

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La Misa Crismal, en la cual el Obispo que concelebra con su presbiterio, consagra el santo Crisma y bendice los demás óleos, es una manifestación de la comunión existente entre el obispo y sus presbíteros en el único y mismo sacerdocio y ministerio de Cristo. Para esta Misa ha de convocarse a los presbíteros de las diversas partes de la diócesis para concelebrar con el obispo; y ser testigos y cooperadores en la consagración del Crisma, del mismo modo que en el ministerio cotidiano son sus colaboradores y consejeros.

Conviene que se invite encarecidamente también a los fieles a participar en

esta Misa, y que en ella reciban el sacramento de la eucaristía. La Misa crismal se celebra, conforme a la tradición, el jueves de la Semana

Santa. Sin embargo, si es difícil para el clero y el pueblo reunirse aquel día con el Obispo, esta celebración puede anticiparse a otro día, pero siempre cercano a la Pascua. El nuevo Crisma y el nuevo óleo de los catecúmenos se han de utilizar en la celebración de los sacramentos de la iniciación en la noche pascual.

La celebración de la Misa Crismal sea única a causa de su significación en la

vida de la diócesis, y celébrese en la iglesia catedral o, por razones pastorales, en otra iglesia especialmente si es más insigne

La recepción de los óleos sagrados en las distintas parroquias puede

hacerse o antes de la celebración de la Misa vespertina "en la Cena del Señor", o en otro momento más oportuno. Esto puede ayudar a la formación de los fieles sobre el uso y efecto de los óleos y del Crisma en la vida cristiana.

VII. El triduo pascual La segunda parte de la Semana Santa está constituida por el Triduo

Pascual, que conmemora, paso a paso, los últimos acontecimientos de la vida de Jesús, desarrollados en tres días. El triduo surge como celebración de la fiesta grande de la Pascua, a partir de su vigilia, e incluye la totalidad del misterio pascual. Recordemos que la celebración anual de la Pascua es del siglo II.

«Ya que Jesucristo ha cumplido la obra de la redención de los hombres y de

la glorificación perfecta de Dios principalmente por su misterio pascual, por el cual muriendo destruyó nuestra muerte y resucitando restauró la vida, el Triduo santo pascual de la Pasión y Resurrección del Señor es el punto culminante de todo el año litúrgico.» (Normas Universales para el Año Litúrgico, N.18) El triduo estaba formado originariamente por el Viernes y el Sábado santos

como días de ayuno, lectura de la pasión y vigilia, junto al Domingo de Resurrección. Posteriormente, entre los siglos III y VIII se añadió el Jueves, que en realidad era el último día de cuaresma y tiempo para preparar el triduo.

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La palabra triduo en la práctica devocional católica sugiere la idea de preparación. A veces nos preparamos para la fiesta de un santo con tres días de oración en su honor, o bien pedimos una gracia especial mediante un triduo de plegarias de intercesión.

El triduo pascual se consideraba como tres días de preparación a la fiesta de

Pascua; comprendía el jueves, el viernes y el sábado de la semana santa. Era un triduo de la pasión.

En el nuevo calendario y en las normas litúrgicas para la semana santa, el

enfoque es diferente. El triduo se presenta no como un tiempo de preparación, sino como una sola cosa con la pascua. Es un triduo de la pasión y resurrección, que abarca la totalidad del misterio pascual. Así se expresa en el calendario:

El calendario luego establece la duración exacta del triduo.

«El Triduo pascual de la Pasión y de la Resurrección del Señor comienza con la Misa vespertina de la Cena del Señor, tiene su centro en la Vigilia pascual y acaba con las Vísperas del domingo de Resurrección.» (Normas Universales para el Año Litúrgico, N.19) Por consiguiente, la Pascua cristiana consiste esencialmente en una

celebración de tres días, que comprende las partes sombrías y las facetas brillantes del misterio salvífico de Cristo. Las diferentes fases del misterio pascual se extienden a lo largo de los tres días como en un tríptico: cada uno de los tres cuadros ilustra una parte de la escena; juntos forman un todo. Cada cuadro es en sí completo, pero debe ser visto en relación con los otros dos.

Esta unificación de la celebración pascual es más acorde con el espíritu del

Nuevo Testamento y con la tradición cristiana primitiva. El mismo Cristo, cuando aludía a su pasión y muerte, nunca las disociaba de su resurrección. En el evangelio del miércoles de la segunda semana de cuaresma (Mt 20,17-28) habla de ellas en conjunto: «Lo condenarán a muerte y lo entregarán a los gentiles para que se burlen de él, lo azoten y lo crucifiquen, y al tercer día resucitará».

Y esta unidad del misterio pascual tiene algo importante que enseñarnos.

Nos dice que el dolor no solamente es seguido por el gozo, sino que ya lo contiene en sí. Jesús expresó esto de diferentes maneras. Por ejemplo, en la última cena dijo a sus apóstoles: «Vosotros os entristeceréis, pero vuestra tristeza se cambiará en alegría» (Jn 16,20). Parece como si el dolor fuese uno de los ingredientes imprescindibles para forjar la alegría. La metáfora de la mujer con dolores de parto lo expresa maravillosamente. Su dolor, efectivamente, engendra alegría, la alegría "de que al mundo le ha nacido un hombre".

Otras imágenes acuden a la memoria. Todo el ciclo de la naturaleza habla

de vida que sale de la muerte: «Si el grano de trigo, que cae en la tierra, no muere, queda solo; pero si muere, produce mucho fruto» (Jn 12,24).

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La resurrección es nuestra pascua; es un paso de la muerte a la vida, de la oscuridad a la luz, del ayuno a la fiesta. El Señor dijo: «Tú, en cambio, cuando ayunes, úngete la cabeza y lávate la cara» (Mt 6,17). El ayuno es el comienzo de la fiesta.

El sufrimiento no es bueno en sí mismo; por tanto, no debemos buscarlo

como tal. La postura cristiana referente a él es positiva y realista. En la vida de Cristo, y sobre todo en su cruz, vemos su valor redentor. El crucifijo no debe reducirse a un doloroso recuerdo de lo mucho que Jesús sufrió por nosotros. Es un objeto en el que podemos gloriarnos porque está transfigurado por la gloria de la resurrección.

Nuestras vidas están entretejidas de gozo y de dolor. Huir del dolor y las

penas a toda costa y buscar gozo y placer por sí mismos son actitudes equivocadas. El camino cristiano es el camino iluminado por las enseñanzas y ejemplos de Jesús. Es el camino de la cruz, que es también el de la resurrección; es olvido de sí, es perderse por Cristo, es vida que brota de la muerte. El misterio pascual que celebramos en los días del sagrado triduo es la pauta y el programa que debemos seguir en nuestras vidas.

Interesa saber que tanto el viernes como el sábado santo, oficialmente, no

forman parte de la cuaresma. Según el nuevo calendario, la cuaresma comienza el miércoles de ceniza y concluye el jueves santo, excluyendo la misa de la cena del Señor. El viernes y el sábado de la semana santa no son los últimos dos días de cuaresma, sino los primeros dos días del «sagrado triduo».

El Jueves Santo de la Cena del Señor Como hemos visto, la misa vespertina de la Cena del Señor tiene el carácter

de introducción en el Triduo pascual, de entrada en la conmemoración anual de la Pascua. La rúbrica del Misal destaca la importancia de esta celebración eucarística y pascual, recordando que están prohibidas todas las misas sin pueblo, para que toda la comunidad local con sus sacerdotes y ministros participen en la eucaristía vespertina. En caso de verdadera necesidad, el ordinario del lugar puede permitir la celebración de otra misa para los fieles que de ningún modo puedan tomar parte en la principal. La Liturgia de las Horas suprime las Vísperas de este día para los que asisten a la misa de la Cena del Señor.

Hasta el siglo VII, el Jueves Santo fue día de reconciliación de pecadores

públicos, sin vestigios de eucaristía vespertina. A partir del siglo VII se introducen en este día dos eucaristías: la matutina, para consagrar los óleos –necesarios en la vigilia–, y la vespertina, conmemoración de la cena del Señor. En la eucaristía del Jueves Santo, la Iglesia revive la última cena de despedida de Jesús y celebra la caridad fraterna por medio de dos gestos: uno, testimonial –el lavatorio–; el otro, sacramental –la eucaristía–. Con la misa vespertina del jueves comienza actualmente el triduo. Por eso se afirma que el Jueves Santo es «conmemoración de la cena del Señor».

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Las lecturas evocan el gesto fundamental de Jesús, que, al instituir la eucaristía, se entregaba a la muerte por la salvación de los hombres. Con esta entrega, el Señor ha cumplido el ritual de la vieja Pascua judía, instituida por Moisés (Ex 12, 1-8. 11-14a d - 1ª lectura), ofreciendo su cuerpo en lugar del cordero, y su sangre para sellar la nueva y definitiva Alianza (1 Co 11, 23-26 – 2ª lectura).

Pero el gesto de Jesús encierra, además, la prueba del infinito amor del que da la vida por los demás: «los amó hasta el fin» (Jn 13, 1-15) antes de narrar la gran lección de humildad y servicio que Jesús quiso unir a su memorial: el lavatorio de los pies a los discípulos.

La celebración vespertina exige una preparación

de la capilla o iglesia. Conviene dar un realce especial a la mesa, que, a ser posible, debería ser grande y estar bellamente adornada. El monumento puede hacerse en una mesa sencilla, con vajilla adecuada, de tipo rústico.

La celebración vespertina exige una preparación de la capilla o iglesia.

Conviene dar un realce especial a la mesa, que, a ser posible, debería ser grande y estar bellamente adornada. El monumento puede hacerse en una mesa sencilla, con vajilla adecuada, de tipo rústico. Se sitúan en el centro del presbiterio los utensilios necesarios para el lavatorio: jarra con agua, jofaina y toalla. Cabe empezar esta celebración fuera, en un patio –si es posible–, con una preparación especial para disponernos a comenzar. Entramos cantando. Transcurre la celebración según el ritual oficial. Después de la primera lectura (Ex 12) se prepara con cierta solemnidad la mesa. Un símbolo importante del Jueves Santo es el lavatorio de los pies, en el que sería bueno que participara el mayor número posible de fieles, y que se hiciera en silencio. Un canto de caridad puede preceder o seguir a este gesto. Ciertamente, el lavatorio de los pies es un gesto extraño a nuestra cultura, pero ha sido transmitido por los oficios de este día y significa un servicio que exige y requiere humildad. El «monumento» podría situarse en un sitio apropiado del templo, donde se celebrará la «hora santa» Termina el jueves con una oración prolongada personal en silencio.

El Viernes Santo La liturgia de este día es austera y sobria, no exenta de majestad. La

celebración del primer día del Triduo pascual se centra en la inmolación del Cordero que quita el pecado y en señal de su muerte gloriosa: la cruz. Los fieles que recorran este Triduo santo, después del preludio festivo de la tarde anterior, tienen ocasión de pasar con Cristo, a través del misterio de la pasión, muerte y sepultura, a la luz de la resurrección.

El centro de la liturgia del día lo ocupa la celebración de la pasión. La acción

debe comenzar después del mediodía, hacia la tres de la tarde, a no ser que

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por razones pastorales se prefiera una hora más tardía. Los ornamentos sagrados que se usan son de color rojo, el color propio de los mártires en señal de victoria. Por eso el Viernes Santo no es un día de luto, sino de amorosa contemplación de la muerte del Señor, fuente de nuestra salvación.

La estructura de la celebración es muy

simple y muy expresiva: la liturgia de la Palabra, la adoración de la Cruz y la comunión. No hay más rito inicial que la postración, rostro a tierra, del sacerdote y los ministros y una oración que pide al Señor que se acuerde de su misericordia.

La liturgia de la Palabra se abre con el cuarto canto del Siervo de Yahveh (52, 13-53, 12), lectura profética aplicada Señor. El salmo (Sal 30) tiene como respuesta las palabras de Cristo en la cruz: «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu», que proceden del mismo Salmo. En la segunda lectura, el Siervo aparece como el Sumo Sacerdote que, ofreciéndose a sí mismo como víctima (Hb 4, 14-16; 5, 7-9). Finalmente, el Evangelio es el relato tradicional de la pasión según San Juan. La liturgia ha reservado este pasaje conociendo la intencionalidad y el punto de visto del cuarto Evangelio. Para Juan, la cruz es la suprema revelación del amor de Dios y de la completa libertad de Jesús (Jn 18, 1–19,42).

Después de las lecturas y de la homilía, la liturgia de la Palabra se cierra con

la solemne oración universal de los fieles; bellísimo formulario que nos llega, con algunos retoques modernos, desde la liturgia romana del siglo V. La jerarquía y universalidad de las intenciones resulta sumamente aleccionadora.

A continuación tendría que venir el rito de la

comunión, pero la acción litúrgica del Viernes Santo quiere concentrar la atención de los fieles, no en el sacramento memorial de la pasión del Señor, sino en la señal de la cruz. La adoración de la cruz por todo el pueblo va precedida de la ostensión a toda la asamblea: «Este es el árbol de la Cruz, donde estuvo clavada la salvación del mundo».

La participación eucarística con las especies consagradas la tarde anterior completa la celebración. Esta termina con la oración sobre el pueblo, invocando la bendición divina sobre él.

El Viernes Santo es día de ayuno; pero de un ayuno no penitencial, como el

de la Cuaresma, sino pascual, porque nos hace vivir el tránsito de la pasión a la resurrección. Este ayuno no es un elemento secundario del Triduo pascual. Por eso, la Iglesia recomienda que se guarde también durante todo el Sábado Santo.

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«…téngase como sagrado el ayuno pascual; ha de celebrarse en todas partes el Viernes de la Pasión y Muerte del Señor y aun extenderse, según las circunstancias, al Sábado Santo, para que de este modo se llegue al gozo del Domingo de Resurrección con ánimo elevado y entusiasta». (SC, 110)

«El Viernes Santo de la Pasión del Señor y, según la oportunidad, también el

Sábado Santo hasta la Vigilia pascual, en todas partes se celebra el sagrado ayuno de la Pascua.» (Normas Universales para el Año Litúrgico, N.20) El Sábado Santo Es el segundo día del Triduo pascual. La rúbrica del Misal explica su

significado:

«Durante el Sábado Santo, la Iglesia permanece junto al sepulcro del Señor, meditando su pasión y muerte, y se abstiene del sacrificio de la misa, quedando por ello desnudo el altar hasta que, después de la solemne vigilia o expectación nocturna de la resurrección, se inauguren los gozos de la Pascua, cuya exuberancia inundará los cincuenta días pascuales. En este día no se puede distribuir la sagrada comunión, a no ser en caso de viático».

Será, pues, de la Liturgia de las Horas propia de este día y de la activa preparación de la Vigilia de donde tenemos que extraer el sentido litúrgico y el comportamiento propio para este santo sábado.

Y la Iglesia, junto al altar desnudo, celebra el Oficio de lectura; un oficio

impregnado totalmente de reposo y de contemplación. Los salmos del Oficio de Lectura hablan del «sueño en paz» (Sal 4) y de la «carne que descansa serena» (Sal 15), mientras las lecturas, bíblica y patrística evocan el descenso de Cristo al abismo para dar el reposo definitivo a los patriarcas del Antiguo Testamento. Pero hay un salmo, el salmo 23, que pide ya que se «alcen las compuertas» para que entre el Rey de la gloria, alusión implícita de la resurrección. Las Laudes se mantienen entre la espera de la resurrección y la meditación del valor redentor de la muerte de Jesús. La hora intermedia tiene un tono esperanzado con el recuerdo de la luz que brilla después de las tinieblas. Las Vísperas repiten los salmos de la misma hora del Viernes Santo, pero con antífonas que recuerdan las palabras de Jesús alusivas al signo de Jonás y a la destrucción del templo de su cuerpo. El resto de los textos recuerdan el misterio de nuestra identificación, por medio del bautismo, con Cristo muerto y sepultado.