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C ATECISMO DE LA I GLESIA C ATÓLICA 1. Al servicio de la catequesis y de la transmisión de la fe El término catecismo proviene del latín eclesiástico catechismus, emparentado con el verbo latino catechizare catequizar que, a su vez, tiene sus raíces etimológicas en el verbo griego Katejeo. Los catecismos son compendios sucintos y claros de la doctrina cristiana, sancionados, de una manera u otra, por la autoridad eclesiástica, y destinados bien a los niños o gente sencilla, bien a los propios catequistas y sacerdotes para proporcionar los elementos fundamentales de la fe. Deben recoger de modo sistemático y orgánico la Verdad revelada, como la vive y expresa la Iglesia en los distintos lenguajes litúrgico y oracional, testimonial, comunitario y magisterial. Cada lenguaje es limitado y uno solo no puede introducir, con toda la riqueza de la tradición eclesial, en la sustancia viva de la fe y la vida de la Iglesia. 2. Del Símbolo de los Apóstoles a los catecismos doctrinales La Iglesia, desde el tiempo de los Apóstoles, no ha dejado de dar a conocer todo lo que enseñó y mandó el Señor Jesús, para que los hombres creyendo en Él y bautizándose alcanzaran la vida eterna. Y, para transmitir fielmente lo que Jesús enseñó y lo que predicaron los apóstoles, resumió lo fundamental de la fe en fórmulas fáciles y breves. Esas fórmulas muy pronto se revelaron como instrumentos catequéticos utilísimos para los evangelizadores y los catequistas. El Símbolo de la fe, o Credo, por una parte, resume los momentos esenciales de la historia de la salvación desde la creación hasta la venida del Espíritu Santo y la constitución de la Iglesia; y, por otra, nos ayuda a recordar sintéticamente lo que Dios ha querido revelarnos de sí mismo y de su voluntad para con nosotros. Gracias al Símbolo, es posible iniciar a los catecúmenos en la fe de una manera orgánica y sistemática. Al tiempo que van conociendo los elementos y contenidos básicos y fundamentales de la fe cristiana, y se les ayuda a comprender su significado y el alcance que tienen para la vida de cada día. Por eso se considera el Símbolo de los Apóstoles como el primer catecismo al servicio de la catequesis. 1

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C A T E C I S M O D E L A I G L E S I A C A T Ó L I C A

1. Al servicio de la catequesis y de la transmisión de la fe

El término catecismo proviene del latín eclesiástico catechismus, emparentado con el verbo latino catechizare catequizar que, a su vez, tiene sus raíces etimológicas en el verbo griego Katejeo. Los catecismos son compendios sucintos y claros de la doctrina cristiana, sancionados, de una manera u otra, por la autoridad eclesiástica, y destinados bien a los niños o gente sencilla, bien a los propios catequistas y sacerdotes para proporcionar los elementos fundamentales de la fe.

Deben recoger de modo sistemático y orgánico la Verdad revelada, como la vive y expresa la Iglesia en los distintos lenguajes litúrgico y oracional, testimonial, comunitario y magisterial. Cada lenguaje es limitado y uno solo no puede introducir, con toda la riqueza de la tradición eclesial, en la sustancia viva de la fe y la vida de la Iglesia.

2. Del Símbolo de los Apóstoles a los catecismos doctrinales

La Iglesia, desde el tiempo de los Apóstoles, no ha dejado de dar a conocer todo lo que enseñó y mandó el Señor Jesús, para que los hombres creyendo en Él y bautizándose alcanzaran la vida eterna. Y, para transmitir fielmente lo que Jesús enseñó y lo que predicaron los apóstoles, resumió lo fundamental de la fe en fórmulas fáciles y breves. Esas fórmulas muy pronto se revelaron como instrumentos catequéticos utilísimos para los evangelizadores y los catequistas.

El Símbolo de la fe, o Credo, por una parte, resume los momentos esenciales de la historia de la salvación desde la creación hasta la venida del Espíritu Santo y la constitución de la Iglesia; y, por otra, nos ayuda a recordar sintéticamente lo que Dios ha querido revelarnos de sí mismo y de su voluntad para con nosotros.

Gracias al Símbolo, es posible iniciar a los catecúmenos en la fe de una manera orgánica y sistemática. Al tiempo que van conociendo los elementos y contenidos básicos y fundamentales de la fe cristiana, y se les ayuda a comprender su significado y el alcance que tienen para la vida de cada día. Por eso se considera el Símbolo de los Apóstoles como el primer catecismo al servicio de la catequesis.

Los siglos VII al IX: desapareció el catecumenado prebautismal de adultos y con él desapareció también esa forma original de educar la fe llamada catequesis. Apareció, en cambio, un nuevo modo de Iniciación Cristiana mucho más informal. El peso recaía ahora en la familia y en los sacerdotes. Las predicaciones dominicales y los días de fiesta de precepto donde se enseña el padrenuestro, el símbolo, las virtudes y vicios más frecuentes, la doctrina de los sacramentos y, en particular, el modo de confesar los pecados y otras fórmulas doctrinales.

En el siglo XII aparecieron manuales de vida cristiana sobre los deberes de los cristianos seglares y la preparación a los sacramentos, pero que, a su vez, contenían una exposición sumaria de la doctrina cristiana. Su finalidad principal era preparar a los fieles para su confesión anual.

En los siglos XIII al XV nacieron los manuales de predicación. El más clásico y difundido en la Europa occidental de cultura latina fue el Manipulus curatorum, compuesto hacia 1330. Dividido en cuatro partes: Quid credendam (credo), quid petendam (padrenuestro), quid faciendam (mandamientos) y quid sperandam (gloria del paraíso y postrimerías del hombre).

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En los siglos XIV y XV la predicación y la enseñanza tuvieron un fuerte acento moralizador ante la decadencia general de las costumbres cristianas.

En el siglo XVI se multiplicaron las escuelas de la doctrina cristiana. El concilio de Trento prescribió el catecismo dominical y festivo para niños y jóvenes. La instrucción dominical girará cada vez más en torno al catecismo libro-doctrinal.

Durante los siglos XVII al XX los catecismos se escribieron con un tono apologético y un lenguaje alejado de las fuentes de la Sagrada Escritura y de la liturgia. Estaban llenos de términos abstractos, pues fueron pensados más para la instrucción magistral que para suscitar el acto personal de fe. Por esto mismo los catecismos y la catequesis meramente instructiva se percibieron como insuficientes ya desde los albores del siglo XX. Las preguntas escolares de los catecismos ya no respondían a las nuevas inquietudes y a los nuevos problemas que el hombre debía afrontar, ni en la cultura, ni en la sociedad, ni en la familia, ni en el trabajo, etc.

3. El catecismo-libro doctrinal

En 1357 apareció el primer catecismo inglés, del cardenal Thoresby. Se trataba de la refundición de una obra medieval titulada De informatione simplicium (hacia 1281).

En 1478, el cardenal Pedro González de Mendoza, confesor de la reina Isabel la católica, escribió un Catechismus pro iudeorum conversione, bilingüe, publicado en Sevilla.

En 1528, A. Althamer editó en Nuremberg un Katechismus in Frag und Antwort, catecismo de preguntas y respuestas.

Por necesidades pastorales se publicaron dos modalidades de catecismos: unos extensos, destinados a párrocos, sacerdotes y personas cultas; otros concisos, casi esquemáticos, adecuados al pueblo llano y particularmente a los niños, a modo de cartilla para su memorización. En ambas versiones dominaba el talante práctico.

3.1. El catecismo de Lutero

Lutero, inspirándose probablemente en la obrita de A. Althamer, publicó su célebre Katechismus en dos ediciones o modalidades (1529).

Se había dado con un instrumento educativo eficaz de largo alcance para el crecimiento en la fe del pueblo cristiano. Por eso Lutero es considerado como el padre de los catecismos modernos y el iniciador de la enseñanza religiosa popular. Contribuyó a su éxito la gran calidad de lenguaje alemán y el progreso de la difusión escrita por medio de la imprenta.

3.2. Los catecismos católicos de los siglos XVI y XVII

En pleno concilio de Trento (1545-1563) y para contrarrestar el éxito de los catecismos de Lutero, el jesuita Pedro Canisio, entre 1555 y 1559, publicó en Alemania sus tres catecismos: mayor, mediano y menor.

Catecismo Romano: En 1566, tres años después de clausurado Trento, se publicó el catecismo pedido por el Concilio y llamado Catecismo romano o de san Pío V o Catechismus ad parrochos. En su momento fue una obra maestra por su contenido y por su didáctica, por haber seleccionado como otros lo habían hecho y por haber ordenado sabiamente como nadie las había ordenado las fórmulas o estructuras catequísticas más importantes: el símbolo, los sacramentos, los mandamientos y la oración dominical.

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En la época postridentina los teólogos y pastores católicos daban por supuesta la fe (fundamento y raíz para la justificación) en los fieles, por eso dejaron de insistir en la educación de esa virtud y pusieron, en cambio, el acento en transmitir las verdades de la fe íntegramente profesadas. Todo ello fue debido a la reacción contra la Reforma. El mensaje de la fe prevaleció, entonces, sobre la opinión personal de fe, apoyada en la ayuda gratuita de Dios. Así, la doctrina cristiana se presentaba al creyente bajo el aspecto de deber, mientras que la iniciativa divina quedaba bastante desvirtuada por un peligroso antropocentrismo. El portavoz más notable de esta teología y de la catequesis controversista fue nada menos que el cardenal san Roberto Belarmino. Publicó sus catecismos en 1597 y 1598. Estos catecismos, tras la recomendación de los papas, fueron acogidos como oficiales en toda Italia y en no pocos países, hasta la publicación del Catecismo de san Pío X, en 1905.

Gaspar Astete y Jerónimo de Ripalda: Escribieron sus respectivos catecismos el 1576 y 1586 respectivamente. Ambos se adelantaron a san Roberto Belarmino en la objetivación de la fe sobre la valoración del acto de fe, y en la estructura antropocéntrica. Menos polemista el catecismo de Astete y más antiprotestante el de Ripalda, ninguno de los dos se inspira en el Catecismo romano, ni en lo que respecta a la ordenación doctrinal ni tampoco en su impregnación bíblica. Ambos han sido los más utilizados en las diócesis de España y en las de origen hispánico hasta la década de 1960.

4. Necesidad de un nuevo catecismo universal

Tantos catecismos breves y tan diferentes métodos de transmitir lo esencial de la fe, hizo nacer el deseo de un catecismo único para toda la Iglesia.

La idea se propuso en el concilio Vaticano I (1869). Los padres conciliares querían una norma común para la enseñanza inicial de la fe. El catecismo quedó redactado y aprobado. Tras incorporar varias enmiendas, se leyó en el aula conciliar, pero no fue votado de manera definitiva por el aplazamiento indefinido del Concilio.

La cuestión volvió a surgir en el Vaticano II, pero, ante las condiciones tan diferentes de cada país, se adoptó la idea de elaborar un Directorio catequético para orientar la confección de los catecismos locales, bajo la autoridad de las conferencias episcopales. Esta recomendación quedó incorporada en el decreto sobre los obispos Christus Dominus (n 44).

Antes de publicarse el Directorio general de pastoral catequética (Directorium catechisticum generale [1971]), reverdeció el tema del catecismo universal en la sesión del sínodo de obispos de 1967. Los obispos pidieron que apareciera algún documento magisterial o regla de fe con las verdades fundamentales, frente a los errores u opiniones peligrosas, o una versión actualizada del catecismo de Trento o, mejor, un catecismo del Vaticano II. Pero el sínodo (1967) no dejó constancia de esta cuestión.

Entre los años 1965 y 1992, sólo en Europa, aparecieron diferentes catecismos oficiales tan renovadores como variados:

El catecismo holandés: Nuevo catecismo de adultos, con el suplemento de Roma (1966).

El del episcopado alemán: Nuevo catecismo católico: Creer-Vivir-Obrar (10-14 años, 1971); y el Catecismo católico para adultos. La fe de la Iglesia (1988).

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El del episcopado español: Con vosotros está (12-15 años, 1976); Ésta es nuestra fe. Ésta es la fe de la Iglesia (adultos relacionados con niños de 9-11 años, 1986).

El del episcopado italiano: No sólo de pan (Jóvenes, 1979).

El del episcopado francés: Piedras vivas (9-11 años, 1980); y el Catecismo para adultos (1993).

El de la conferencia episcopal belga: Libro de la fe (1987).

Estos catecismos oficiales respondían a la finalidad de proporcionar un aprendizaje práctico de los documentos de la revelación y de la tradición cristiana y los principales elementos que debían servir para la actividad catequística, para la educación personal de la fe. Ponían al alcance de la mano las principales fuentes de fe en relación con la edad determinada, a la que se dirigen.

Fue el sínodo episcopal extraordinario de 1985, convocado para evaluar los veinte años del posconcilio, el que, en su Relación final, recuperó el tema del catecismo universal.

¿Qué había sucedido en este lapso de tiempo? ¿Por qué pidió el Sínodo lo que el Concilio había obviado?

En la época del Concilio no se sentía la necesidad de un instrumento como un catecismo universal. Es más, no se veía siquiera conveniente, pues de lo que se trataba no era tanto de definir y consolidar la fe cuanto de buscar fórmulas nuevas para su proposición al mundo, en diálogo abierto con la cultura contemporánea.

En la época posconciliar, sin embargo, se fue viendo la necesidad de hacer una síntesis que pusiera al alcance de diversos círculos de personas una comprensión de conjunto de la fe cristiana en el contexto de la cultura actual. Había llegado el tiempo de la sedimentación y de la recolección de todo lo sembrado y puesto en movimiento desde la celebración del concilio Vaticano II.

El sínodo extraordinario de 1985 hizo, además, balance de los veinte años transcurridos desde la clausura del Concilio. La relación final hablaba, entre otras cosas, de los frutos muy grandes y también de los defectos y dificultades. El más importante de los señalados fue la desafección a la Iglesia.

La causa fundamental de esta situación, localizable en el interior de la Iglesia (además del secularismo, procedente más bien del exterior) la vio el Sínodo en la lectura parcial y selectiva del Concilio y en la interpretación superficial de su doctrina en uno u otro sentido. Especialmente se destacaba la deficiente recepción de la constitución Dei Verbum que condujo a una interpretación de la Sagrada Escritura «separada de la tradición viva de la Iglesia» y de «la interpretación auténtica del Magisterio» (II, B, 1).

Se hizo también el siguiente diagnóstico sobre la evangelización y la catequesis: «Por todas partes en el mundo, la transmisión de la fe y de los valores morales que proceden del evangelio a la generación próxima (a los jóvenes) está hoy en peligro. El conocimiento de la fe y el reconocimiento del orden moral se reducen frecuentemente a un mínimo. Se requiere, por tanto, un nuevo esfuerzo en la evangelización y en la catequesis integral y sistemática» (II, B, 2).

Con el fin de salir al paso de esta situación, el Sínodo hizo en este mismo epígrafe la famosa sugerencia que iba a acabar siendo llevada a la práctica siete años después con el Catecismo: «De modo muy común se desea que se escriba un catecismo o compendio de toda la doctrina católica, tanto sobre la fe como sobre la moral, que sea como el punto de referencia para los catecismos y compendios que se redacten en las diversas regiones. La presentación de la doctrina debe ser tal que sea bíblica y litúrgica, que ofrezca la doctrina sana y sea, a la vez, acomodada a la vida actual de los cristianos» (II, B, 4).

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5. Historia de la redacción

Al terminar el sínodo extraordinario de 1985 Juan Pablo II nombraba una comisión pontificia encargada de presidir la elaboración de dicho libro. Los miembros de la comisión eran doce: cinco cardenales de la curia romana y seis arzobispos y un obispo de todas las partes del mundo. Al cardenal J. Ratzinger, prefecto de la Congregación para la doctrina de la fe, el Papa le encargó la presidencia de la comisión.

El 15 de noviembre de 1986 comenzaron los trabajos. Se creó un secretariado, un comité de redacción y un colegio de consultores.

Fase inicial (de enero de 1987 a noviembre de 1989). Se consigue un texto que parece suficientemente maduro como para ser sometido a consulta de todos los obispos del mundo, el llamado Proyecto revisado. El texto fue presentado tres veces a la comisión pontificia (mayo de 1987; mayo 1988 y febrero de 1989). A los cuarenta teólogos consultores se les envió después de la revisión de mayo de 1988. En este tiempo se tomaron dos decisiones importantes: la división cuatripartita del conjunto: credo, sacramentos, preceptos y, además, un epílogo sobre el padrenuestro, no previsto en las líneas básicas dadas en noviembre de 1986 por la comisión pontificia, y la opción por el credo de los apóstoles como base de la primera parte.

Fase central (de noviembre de 1989 a noviembre de 1990): se consultó al episcopado mundial y, sobre la base de las observaciones recibidas, la comisión dio las últimas orientaciones para el trabajo. Del Proyecto revisado se imprimieron unos cinco mil ejemplares, en francés, inglés, español y alemán y se enviaron, a primeros de diciembre de 1989, a todos los obispos. Las respuestas recibidas fueron elaboradas por el secretariado y estudiadas luego por el comité de redacción en la reunión celebrada en Frascati del 1 al 14 de julio de 1990.

En el sínodo de los obispos de octubre de 1990, el cardenal Ratzinger dio cuenta de los resultados de la consulta: desde el punto de vista cuantitativo, el conjunto de las respuestas (obispos particulares, 798; grupos, 25=1092 obispos; Conferencias episcopales, 28) representaba alrededor de un tercio del episcopado y globalmente las grandes áreas geográficas. Cualitativamente el juicio global expresado en esas respuestas se distribuyó como sigue: el 18,2% estimaban el Proyecto revisado como «muy bueno»; el 54,7% lo consideraban «bueno»; el 18,2% lo veían «satisfactorio con reservas»; el 5,8% lo juzgaba de manera «algo negativa» y el 2,7% lo descartaba como «inaceptable».

Los juicios negativos no llegaban, en su conjunto, al 10%. Se podía considerar, por tanto, que el episcopado confirmaba la idea lanzada por el sínodo de 1985 y que, además, aceptaba el texto que se le había presentado; al menos como base para seguir trabajando sobre él hacia la consecución de un texto definitivo.

Las cuestiones más recurrentes que se catalogaron fueron las siguientes:

1) La finalidad misma del libro y su título;2) La articulación del texto de acuerdo con la jerarquía de verdades;3) El uso de la Sagrada Escritura;4) Las referencias al Vaticano II;5) Sobre las formulaciones «en breve»;

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6) Sobre las religiones no cristianas;7) La exposición de la moral cristiana;8) Sobre el epílogo acerca del padrenuestro;9) Diversas lagunas concretas que rellenar.

Según el Informe de Ratzinger, la comisión pontificia, en su reunión de septiembre de 1990, a la vista de las cuestiones planteadas por el episcopado, se pronunció del modo siguiente:

1) En favor del título «Catecismo», entendido analógicamente;

2) Se explicaría en el Prefacio del Catecismo que la jerarquía de verdades era entendida como sinfonía de la doctrina articulada en la estructura cuatripartita;

3) La Dei Verbum inspiraría el uso de la Sagrada Escritura, que sería examinado por un grupo mixto de teólogos y exegetas;

4) Se daría más relevancia a algunos documentos del concilio, como Ad gentes, Apostolicam actuositatem, Gaudium et spes y Sacrosanctum concilium;

5) Se mantendrían los «en breve» para recodar la necesidad de elementos de memorización en los catecismos;

6) Se modificaría la presentación de las religiones no cristianas;

7) Se haría una revisión general de la parte dedicada a la moral;

8) El Epílogo se transformaría en una cuarta parte sobre la oración cristiana.

Fase final (de noviembre de 1990 a febrero de 1992): sobre la base de las anteriores indicaciones de la comisión, se fue perfilando el texto en cuatro borradores sucesivos a lo largo del año de 1991: marzo, mayo, agosto y diciembre. La comisión lo evaluó en octubre de 1991 y, por fin, el 14 de febrero de 1992, aprobó por unanimidad el Proyecto definitivo, que fue sometido al juicio del Papa. Juan Pablo II hizo algunas observaciones, incorporadas en la décima redacción del Catecismo, que fue puesto de nuevo en manos del Santo Padre el 30 de abril de 1992, fiesta de san Pío V, el papa del Catecismo romano. El 25 de junio de 1992 tuvo lugar la aprobación oficial pontificia del Catecismo.

6. Autor y autoridad del Catecismo de la Iglesia Católica

El Catecismo de la Iglesia Católica no es más que un catecismo…

— Cada punto de la doctrina que propone, no tiene otra autoridad sino la que ya posee.

— El Catecismo no es una especie de nuevo superdogma.

— Es un libro que tiene sus fuentes: la Sagrada Escritura, el magisterio de la Iglesia, la liturgia, los santos. De estas fuentes dimana el diverso grado de autoridad doctrinal de cada una de las proposiciones del Catecismo, que doctrinalmente no añade nada a dicha autoridad originaria.

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pero el Catecismo de la Iglesia Católica no es un catecismo más.

— No es el catecismo de un determinado autor privado, ni siquiera el de un autor o autores que hubieran obtenido un especial refrendo de alguna autoridad eclesiástica, como un obispo, o un sínodo diocesano, etc.

— Es un catecismo de autoridad casi única, sólo comparable a la del Catecismo romano, porque ha sido publicado en virtud de la autoridad apostólica del mismo Papa, quien lo reconoce y presenta a toda la Iglesia como «un instrumento válido y autorizado al servicio de la comunión eclesial» y como «texto de referencia seguro y auténtico para la enseñanza de la doctrina católica».

— A diferencia del otro catecismo publicado por un papa, el Catecismo romano, el Catecismo de la Iglesia Católica, por razón de su autor, no es romano; su autor es el episcopado mundial, en varios sentidos:

1) porque la idea de su publicación partió del sínodo extraordinario de los obispos de 1985;

2) porque la responsabilidad de su elaboración fue llevada por una comisión de doce prelados de todo el mundo;

3) porque la materialidad de su redacción estuvo a cargo de los siete obispos miembros del comité de redacción, que la llevaron a cabo en sus respectivas sedes residenciales;

4) porque cada uno de los obispos del orbe fue consultado y la voz de una tercera parte de ellos se dejó oír.

Jurídicamente el Catecismo de la Iglesia Católica es una obra pontificia; materialmente es una obra del colegio de los obispos con su cabeza.

7. Los destinatarios

Está destinado a los responsables de la tarea catequética.

Los obispos. Este instrumento tiene para ellos la finalidad de ayudarles, en general, a «reforzar los vínculos de unidad en la misma fe» en su servicio a la Palabra «y muy particularmente para la composición de los catecismos locales».

Presbíteros, catequistas, familias y teólogos.

Cuantos no creen pueden en centrar en el Catecismo una valiosa ilustración de lo que la Iglesia católica cree y procura vivir.

8. Objetivos del catecismo

8.1. Ofrecer a todos una síntesis armónica de la fe católica en su conjunto.

En este sentido su utilidad es amplísima: desde instrumento para la formación permanente de sacerdotes, catequistas, etc., hasta libro de consulta esporádica para la familia o el interesado por las cuestiones de la Iglesia, sin excluir su utilización para la oración personal o para la predicación.

Es un libro profundamente religioso y mistagógico: está orientado a introducción en el misterio de Dios y de la vida humana en su profundidad divina.

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Ha de ser visto y utilizado en el marco de la economía divina de la salvación, porque es un instrumento que, por la iniciativa y con el refrendo de la autoridad apostólica, la Iglesia se ha dado hoy a sí misma para llevar adelante su misión.

8.2. Promocionar el género catecismo.

Dentro de la misión de enseñar, los obispos han de prestar una especial atención a la catequesis.

A cada obispo diocesano le corresponde dictar normas sobre la catequesis y procurar que se disponga de instrumentos adecuados para la misma, incluso elaborando un catecismo, si les parece oportuno; así como fomentar y coordinar las iniciativas catequéticas.

Pues, bien, el Catecismo de la Iglesia Católica debe ser acogido como punto de referencia obligado para los catecismos locales y para los demás materiales didácticos al servicio de la transmisión de la fe, que en las diferentes regiones del mundo se puedan elaborar.

8.3. Servir de instrumento auténtico de la comunión en la diversidad.

El Catecismo de la Iglesia Católica (CCE) surgió de la necesidad sentida por muchos obispos de:

— Hacer una síntesis que pusiera al alcance de diversos círculos de personas una comprensión completa del conjunto de la fe cristiana en el contexto de la cultura actual.

— Poder expresar la maravillosa sinfonía de la fe católica, sus fundamentos y su universalidad en un cierto lenguaje común, de modo que cualquier persona pueda tener fácilmente al alcance de la mano la fe y la moral que nos identifica a los que creemos en Cristo y formamos parte de su Iglesia.

Por todo ello, a la hora de elaborar este Catecismo se ha puesto el acento especialmente en la exposición doctrinal, aunque se han tenido también muy en cuenta otros lenguajes propios de la transmisión de la fe: el lenguaje bíblico, los textos de los santos padres, las fuentes litúrgicas, lo más granado y universal de la tradición espiritual de la Iglesia, tanto de Oriente como de Occidente.

— De cualquier modo hay que advertir que el Catecismo no es un tratado teológico, ni tampoco una especie de Suma, como lo fue, por ejemplo, la de santo Tomás de Aquino.

— Su interés es más básico. Pretende ser una ayuda que permita a los miembros del pueblo de Dios profundizar en el conocimiento de la fe. Está más orientado a hacer madurar la fe y a enraizar la fe en la vida, que a ser un manual al uso de cualquiera de los tratados, o de alguno de los tratados teológicos más importantes. «Si la fe no se concreta en obras, permanece muerta [cfr, Sant 2,14-26]» (Fidei depositum, 3).

Por último, con el Catecismo en la mano, el sucesor de Pedro puede:

— prestar mejor su servicio a favor de la comunión en la Iglesia católica

— contribuir más eficazmente al sostenimiento y la confirmación en la fe de todos aquellos que el Señor le encomendó a su cuidado pastoral.

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8.4. Asegurar la necesaria inculturación de la fe.

Con este instrumento se pretende asegurar que la necesaria inculturación de la fe, no se haga en detrimento de la fidelidad al dato revelado y al conjunto de las verdades que constituyen y forman parte del depósito de la Tradición.

La buena utilización del Catecismo garantizará la necesaria unidad en lo fundamental de la fe de la Iglesia, al tiempo que permitirá que el evangelizador se adapte a las peculiares condiciones de los destinatarios: edad, cultura, formación, capacidades, etc.

9. El Catecismo debe ser entendido en su totalidad

9.1. Del texto:

No resultará buena una lectura del Catecismo de la Iglesia Católica, ni una catequesis hecha con su ayuda, si la atención se centra unilateralmente en un capítulo o una parte del mismo. Se trata, como hemos puesto de relieve, de un libro que presenta la doctrina cristiana como un organismo vivo. La organicidad del texto catequético es —nos atrevemos a decir— su valor fundamental. Cuando es troceado, es despojado de su valor más original.

El Catecismo no es un prontuario de soluciones a problemas morales. Si fuera leído como tal, separando su parte tercera de las demás, no podría ser bien entendido el conjunto de la vida cristiana y se correría el riesgo de caer en un moralismo de uno u otro signo.

Una concentración excesiva en la primera parte, por el contrario, conduciría a un doctrinarismo contrario al espíritu cristiano y al del Catecismo de la Iglesia Católica. El propio Catecismo remite continuamente al todo, al conjunto, no sólo por medio de las referencias marginales sino desde su mismo contenido y redacción.

9.2. Del contexto:

Un momento de especial dificultad para la transmisión de la fe a las generaciones nuevas que reclama de los responsables de la catequesis no sólo una metodología pedagógica adecuada, sino, ante todo, la familiaridad viva con el contenido de la fe. El Catecismo es un gran instrumento para conseguir esa familiaridad, esa es su razón de ser.

En el contexto de la vida de la Iglesia, que es el lugar propio de la catequesis. Es evidente que el testimonio oral de la fe, su celebración litúrgica y su alimentación sacramental, la vida en Cristo de la comunidad y, en especial, de los catequistas, todo ello constituye el ámbito vivo de la catequesis en el que el libro tiene su lugar propio.

10. Características y líneas de fondo más destacadas

10.1. La impostación del Catecismo es fundamentalmente trinitaria.

Se parte de que el misterio de Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, es la fuente de todos los demás misterios de la fe y, además, es la luz que los ilumina.

La creación, el hombre, la Iglesia, la liturgia y la vida espiritual de los creyentes se entienden desde la luz que proyecta el misterio del ser de Dios: Padre, Hijo y Espíritu, la comunión entre las personas divinas y lo que cada una de ellas realiza de forma propia.

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10.2. La articulación es, además de trinitaria, eminentemente cristocéntrica.

Cristo es quien nos revela el misterio de Dios.

Cristo es quien da sentido y sustenta la creación entera, lo visible y lo invisible.

Cristo es la revelación plena del hombre y de su destino.

Cristo, y el misterio pascual, es el centro de la liturgia de la Iglesia. La unión con Cristo es lo que da sentido a la vida espiritual del cristiano.

10.3. También la dimensión pneumatológica atraviesa de parte a parte el Catecismo.

Porque no se puede decir «creo» si no es bajo la acción del Espíritu Santo.

Porque es el Espíritu quien hace eficaces cada una de las acciones sacramentales de la Iglesia.

Porque no hay vida cristiana si no está animada por el Espíritu Santo.

Porque la oración y el progreso en la vida espiritual sólo son posibles si hay docilidad al Espíritu Santo.

10.4. Nunca se pierde de vista tampoco la perspectiva eclesiológica.

Es la Iglesia la que cree en primera persona, la depositaria del conjunto de la revelación y la que expone autorizadamente cuanto es necesario para la salvación de los hombres.

Los sacramentos son asimismo acciones de la Iglesia, que unida indisolublemente a su esposo, Jesucristo, da gloria a Dios y obtiene para los hombres los frutos de la salvación.

La oración y la vida espiritual se alimentan también de la comunión de los hijos de Dios, pues la santidad de cada uno beneficia a todos los demás miembros del Cuerpo, que es la Iglesia.

11. La economía salvífica, hilo conductor del Catecismo

Aunque no se pueda decir que haya un hilo conductor que recorra todo el CCE, pues no se buscó de manera explícita a la hora de redactarlo.

Sin embargo, sí es evidente que la cuestión de la economía divina atraviesa las cuatro partes del Catecismo como una especie de estribillo que se repite con cierta frecuencia.

A) LA EXPOSICIÓN DE LA ECONOMÍA DE LA REVELACIÓN

La primera parte es una exposición de la economía de la Revelación

Arranca desde el momento mismo de la creación, cuando Dios empezó a dar testimonio de sí mismo en sus obras, y llega hasta Cristo, Palabra hecha carne y plenitud de la revelación del Padre.

No cabe esperar ya otra revelación de parte de Dios, pues al enviar a su Hijo ya nos lo ha dicho todo.

El hombre, creado por Dios y destinado a la comunión con Él, está capacitado para acoger naturalmente la revelación y también para responder a ella, ayudado siempre por el auxilio de la gracia, del Espíritu Santo, que no le ha de faltar.

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El Catecismo expone la fe de la Iglesia para que ésta pueda ser conocida, pero, sobre todo:

1. Para que pueda ser profesada en la celebración de los sacramentos.

2. Para que se convierta en luz de la vida y criterio que ayude a caminar día a día.

3. Para favorecer la unión con Dios, por medio de Cristo, gracias al Espíritu Santo, que es el camino de la santidad y de la verdadera espiritualidad cristiana.

Tiene dos secciones:

A.1. CREO-CREEMOS:

Capítulo 1: El hombre es capaz de Dios.

— El deseo de Dios.

— Las vías de acceso al conocimiento de Dios.

— El conocimiento de Dios según la Iglesia.

— ¿Cómo hablar de Dios?

Capítulo 2: Dios al encuentro del hombre.

— Artículo 1: La Revelación de Dios.

— Artículo 2: La transmisión de la Revelación divina.

— Artículo 3: La Sagrada Escritura

Capítulo 3: La respuesta del hombre a Dios.

— Artículo 1: Creo.

— Artículo 2: Creemos.

A. 2. LA PROFESIÓN DE LA FE CRISTIANA:

Capítulo 1: Creo en Dios Padre

— Artículo 1: «Creo en Dios, Padre Todopoderoso, creador del cielo y de la tierra».

Capítulo 2: Creo en Jesucristo, Hijo único de Dios.

— Artículo 2: «Y en Jesucristo, su único Hijo, Nuestro Señor».

— Artículo 3: «Jesucristo fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo y nació de santa María Virgen».

— Artículo 4: «Jesucristo padeció bajo el poder de Poncio Pilato, fue crucificado, muerto y sepultado»

— Artículo 5: «Jesucristo descendió a los infiernos, al tercer día resucitó de entre los muertos».

— Artículo 6: «Jesucristo subió a los cielos, y está sentado a la derecha de Dios, Padre Todopoderoso».

— Artículo 7: «Desde allí ha de venir a Juzgar a vivos y muertos».

Capítulo 3: Creo en el Espíritu Santo

— Artículo 8: «Creo en el Espíritu Santo».

— Artículo 9: «Creo en la Santa Iglesia Católica».

— Artículo 10: «Creo en el perdón de los pecados».

— Artículo 11: «Creo en la resurrección de la carne».

— Artículo 12: «Creo en la vida eterna».

B) LA ECONOMÍA SACRAMENTAL

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En la segunda parte el eje vertebrador es la economía sacramental

Aquí lo importante es descubrir cómo Dios sigue actuando ahora, en el tiempo de la Iglesia, para comunicar al hombre su propia vida divina.

El tiempo y el espacio siguen siendo los ámbitos en los que Dios se encuentra con el hombre, y el hombre con Dios.

Los ritos, los signos, las plegarias sirven para que Dios y el hombre (el hombre y Dios) se encuentren aquí y ahora de forma real, aunque misteriosa.

Las acciones sacramentales, en tanto que acciones de Cristo y de su Iglesia, nos incorporan al Cuerpo Místico de Cristo, haciéndonos miembros de su pueblo, gracias al cual empezamos a gustar ya aquí en la tierra los dones que nos están reservados en el cielo.

Tiene dos secciones:

B.1. LA ECONOMÍA SACRAMENTAL:

Capítulo 1: El misterio pascual en el tiempo de la Iglesia.

— Artículo 1: La liturgia, obra de la Santísima Trinidad.

— Artículo 2: El misterio pascual en los sacramentos de la Iglesia.

Capítulo 2: La celebración sacramental del misterio pascual.

— Artículo 1: Celebrar la Liturgia de la Iglesia.

— Artículo 2: Diversidad litúrgica y unidad de misterio.

B.2. LOS SIETE SACRAMENTOS DE LA IGLESIA:

Capítulo 1: Los sacramentos de la Iniciación Cristiana.

— Artículo 1: El sacramento del Bautismo.

— Artículo 2: El sacramento de la Confirmación.

— Artículo 3: El sacramento de la Eucaristía.

Capítulo 2: Los sacramentos de curación.

— Artículo 4: El sacramento de la Penitencia y la Reconciliación.

— Artículo 5: La Unción de enfermos.

Capítulo 3: Los sacramentos al servicio de la comunidad.

— Artículo 6: El sacramento del Orden.

— Artículo 7: El sacramento del matrimonio.

Capítulo 4: Otras celebraciones litúrgicas.

— Artículo 1: Los sacramentales.

— Artículo 2: Las exequias cristianas.

C) LA ECONOMÍA SALVÍFICA

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En la tercera parte la economía salvífica muestra sus efectos en el hombre redimido

Por el bautismo, al quedar injertados en Cristo:

— quedamos destinados a la eterna bienaventuranza,

— recibimos, además, la fuerza del Espíritu Santo que nos consagra como templos vivos de Dios y nos sella para salvación definitiva.

Mientras tanto, alentados por esta Esperanza cierta y segura, siguiendo las huellas de Cristo y guiados por el Espíritu Santo, los bautizados dan muerte al hombre viejo con todas sus concupiscencias y se habitúan a vivir como hombres celestiales en medio de este mundo.

Un mundo en el que poco a poco la semilla del evangelio y la levadura de la salvación va dando paso a que surja y se manifieste el Reino de Dios.

Tiene dos secciones:

C.1. LA VOCACIÓN DEL HOMBRE: LA VIDA EN EL ESPÍRITU

Esta primera sección está construida en la perspectiva del actuar del hombre y del actuar de Dios.

Se parte de la vocación del hombre a la felicidad (o bienaventuranza). Después se explica el mecanismo del actuar libre del hombre. Sin libertad no habría responsabilidad y, por tanto, ni actos buenos ni actos malos.

A continuación se habla de la conciencia moral, o sea, de la capacidad de hacer juicios sobre nuestros propios actos.

El siguiente punto que se aborda es el de las virtudes humanas generadas por actos buenos repetidos. Acto seguido viene lo referente a las virtudes teologales: fe, esperanza y caridad. Para cerrar hablando de los pecados.

En el capítulo segundo se afronta la cuestión del actuar humano en la perspectiva de la moral social y comunitaria. Partiendo de lo que dice la Gaudium et spes, se ha sintetizado lo fundamental de los documentos pontificios más sobresalientes sobre la cuestión social y política.

En el tercer capítulo se tratan otras cuestiones propias de la moral fundamental: el tema de la ley divina y el de la gracia. Ambas son necesarias, pues por la primera Dios instruye a los hombres en el camino que realmente conduce a la vida, y, por la segunda, Dios viene en socorro y ayuda de los hombres para que éstos puedan secundar y seguir la voluntad de Dios, cooperando activamente con ella.

Capítulo 1: La dignidad de la persona humana

— Artículo 1: El hombre, imagen de Dios.

— Artículo 2: Nuestra vocación a la bienaventuranza.

— Artículo 3: La libertad del hombre.

— Artículo 4: La moralidad de los actos humanos.

— Artículo 5: La moralidad de las pasiones.

— Artículo 6: La conciencia moral.

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— Artículo 7: Las virtudes.

— Artículo 8: El pecado.

Capítulo 2: La comunidad humana.

— Artículo 1: La persona y la sociedad.

— Artículo 2: La participación en la vida social.

— Artículo 3: La justicia social.

Capítulo 3: La salvación de Dios: La Ley y la Gracia.

— Artículo 1: La ley moral.

— Artículo 2: Gracia y justificación.

— Artículo 3: La Iglesia, madre y educadora.

C.2. LOS DIEZ MANDAMIENTOS

La segunda sección no se limita a exponer las prohibiciones que conlleva cada uno de los mandamientos, sino que arranca hablando de las virtudes correspondientes para vivir lo que el mandato pide.

El primero: con las virtudes teologales y la virtud de la religión.

El cuarto: con la piedad filial.

El sexto: con la castidad.

El séptimo: con la justicia.

El octavo: con la veracidad.

El Decálogo desemboca en las bienaventuranzas.

Capítulo 1: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón.

— Artículo 1: Amarás a Dios sobre todas las cosas.

— Artículo 2: No tomarás el nombre de Dios en vano.

— Artículo 3: Santificarás las fiestas.

Capítulo 2: Amarás a tu prójimo como a ti mismo.

— Artículo 4: Honrarás a tu padre y a tu madre.

— Artículo 5: No matarás.

— Artículo 6: No cometerás actos impuros.

— Artículo 7: No robarás.

— Artículo 8: No dirás falso testimonio ni mentirás.

— Artículo 9: No consentirás pensamientos ni deseos impuros.

— Artículo 10: No codiciarás los bienes ajenos.

D) LA ECONOMÍA ESPIRITUAL

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En la cuarta parte se nos muestra cómo la gracia de la salvación se manifiesta y se hace presente en la oración y en la vida espiritual de los cristianos

Tiene dos secciones

En la primera sección se parte de la exposición del deseo innato a la comunión con Dios y al encuentro con Él, que se da en todas las religiones, y que se traduce en distintas formas de orar y de dirigirse a Dios.

Luego, poco a poco, se va exponiendo cómo han ido evolucionando esas formas de oración a lo largo de la historia de la salvación, hasta llegar a la plenitud que nos ha sido revelada en Cristo, camino que nos conduce al Padre y manifestación visible del Dios invisible.

Además de exponer los principios básicos de la oración cristiana, el Catecismo ha querido hablar sobre las principales dificultades que el cristiano debe afrontar en su vida de oración, y también de los medios más habituales, tal y como enseña la tradición, para poder superarlas.

D.1. LA ORACIÓN EN LA VIDA CRISTIANA

Capítulo 1: La revelación de la oración. La llamada universal a la oración.

— Artículo 1: En el Antiguo Testamento.

— Artículo 2: En la plenitud de los tiempos.

— Artículo 3: En el tiempo de la Iglesia.

Capítulo 2: La tradición de la oración.

— Artículo 1: Las fuentes de la oración.

— Artículo 2: El camino de la oración.

— Artículo 3: Maestros y lugares de oración.

Capítulo 3: La vida de oración.

— Artículo 1: Las expresiones de la oración.

— Artículo 2: El combate de la oración.

— Artículo 3: La oración de la hora de Jesús.

La segunda sección es una exposición básica de las peticiones contenidas en el Padre nuestro.

D.2. LA ORACIÓN DEL SEÑOR: «PADRE NUESTRO»

— Artículo 1: «Resumen de todo el Evangelio».

— Artículo 2: «Padre nuestro que estás en el cielo».

— Artículo 3: Las siete peticiones.

— La doxología final.

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