culto a la muerte en nueva españa

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76 Culto a la muerte en Nueva España Mariana Reyes Bello Somos una herencia de tradiciones; estamos condicionados por ello y sin embargo, por nues- tra propia asimilación de la realidad, tanto histó- rica como presente. ¿En qué medida sobreviven en nuestra memoria colectiva los usos y cos- tumbres de la cultura propia a nuestra sociedad? Haciendo una pausa en este tema, nos daremos cuenta de que la persistencia de la memoria está en gran medida atada a una voluntad conciente, es decir, a nuestra conciencia histórica. Pues bien, adentrémonos al tema que nos in- cumbe esta ocasión: la muerte y el día de muer- tos en México durante el periodo colonial. Por ser una tradición típica de nuestra nación, es preciso identificarla y conocerla, no como una celebración anual propia de algunas regiones sino como una construcción histórico-social que aun existiendo dentro de la diversidad de rituales en el territorio mexicano, dota de una personali- dad e identidad únicas a nuestro país. Asimismo, posee un significado que sólo remontándonos a sus orígenes podríamos entender y sobre todo, aprehender. En ese sentido, el presente trabajo versará, desde una perspectiva histórica, sobre el ritual funerario que alrededor de la idea de la muerte existió en la Nueva España, y de la misma forma, sobre la importancia que tuvo esta usanza en la identidad de la sociedad novohispana. En primer lugar, se abordará la noción de muerte y las prácticas que alrededor de ésta realizaban los indígenas en su convivencia cotidiana. Por otro lado, se mencionarán las concepciones y cos- tumbres que los precursores de la conquista tra- jeron consigo como parte de su bagaje ideológi- co-cultural acerca de la muerte. Finalmente, a la conjunción de ambas creencias y mentalidades obedecería el surgimiento de una tradición que hasta nuestros días se conserva y se festeja con delicado esmero y devoción, mismo que tam- bién se incluirá en el desarrollo de este escrito. Debido a la extensión para este trabajo, no será posible abordar todos los temas a detalle, sin

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Culto a la muerte en Nueva EspañaMariana Reyes Bello

Somos una herencia de tradiciones; estamos condicionados por ello y sin embargo, por nues-tra propia asimilación de la realidad, tanto histó-rica como presente. ¿En qué medida sobreviven en nuestra memoria colectiva los usos y cos-tumbres de la cultura propia a nuestra sociedad? Haciendo una pausa en este tema, nos daremos cuenta de que la persistencia de la memoria está en gran medida atada a una voluntad conciente, es decir, a nuestra conciencia histórica.

Pues bien, adentrémonos al tema que nos in-cumbe esta ocasión: la muerte y el día de muer-tos en México durante el periodo colonial.

Por ser una tradición típica de nuestra nación, es preciso identificarla y conocerla, no como una celebración anual propia de algunas regiones sino como una construcción histórico-social que aun existiendo dentro de la diversidad de rituales en el territorio mexicano, dota de una personali-dad e identidad únicas a nuestro país. Asimismo, posee un significado que sólo remontándonos a

sus orígenes podríamos entender y sobre todo, aprehender.

En ese sentido, el presente trabajo versará, desde una perspectiva histórica, sobre el ritual funerario que alrededor de la idea de la muerte existió en la Nueva España, y de la misma forma, sobre la importancia que tuvo esta usanza en la identidad de la sociedad novohispana. En primer lugar, se abordará la noción de muerte y las prácticas que alrededor de ésta realizaban los indígenas en su convivencia cotidiana. Por otro lado, se mencionarán las concepciones y cos-tumbres que los precursores de la conquista tra-jeron consigo como parte de su bagaje ideológi-co-cultural acerca de la muerte. Finalmente, a la conjunción de ambas creencias y mentalidades obedecería el surgimiento de una tradición que hasta nuestros días se conserva y se festeja con delicado esmero y devoción, mismo que tam-bién se incluirá en el desarrollo de este escrito. Debido a la extensión para este trabajo, no será posible abordar todos los temas a detalle, sin

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embargo, se presentan puntos principales sobre los cuales se pueden suscitar discusiones pos-teriores y de la misma forma, un desarrollo más detallado al respecto.

La muerte en la mentalidad prehispánicaEl mundo prehispánico se inserta en un sistema complejo de creencias e ideología, donde la vida y la muerte se asociaban en una relación de con-tinuidad, es decir, se sucedían de manera indiso-luble y perenne y no daban lugar a la existencia de rupturas. La muerte representaba la continuidad de la vida y la finalidad última de esta concepción era el mantenimiento del orden cósmico vital. Éste, como tantos otros mitos de diversos tiem-pos y grupos sociales, buscaba explicar las razo-nes de la existencia del pueblo mexica y no se puede entender sin la existencia de dioses, que en este caso corresponden a Mictlantecuhtli (Dios de la muerte) y a Tezcatlipoca (Dios de la vida).

Para la consecución de estos fines, es impor-tante atender las siguientes bases que dieron carácter, personalidad y espíritu singulares al mundo indígena.

SacrificioDentro de la convivencia y dualidad vida-muerte, sobrevivió entre los mexicas y las diferentes cul-turas prehispánicas, la práctica del sacrificio para ofrendar agradecimiento a los dioses crea-dores y sustentadores del ciclo vital y del orden cósmico. El mejor medio para obtener víctimas era la guerra, aunque por otro lado, existía toda una escuela político-religiosa que educaba a los mancebos en el valor y el honor emanados del acto de sacrificio.

“Para asegurar la supervivencia y continuidad de la vida, los hombres tienen que ofrendar a los dioses lo más sagrado que tienen, su propia vida”.1

Uno de los sustentos ideológicos que expli-caban al sacrificio es que por medio de éste, se liberaba la energía vital de los muertos y a su

1 Ma. de los Ángeles Rodríguez Álvarez. Usos y costumbres funerarios en la Nueva España. Zamora, Mich. : El Coelgio de Michoacán: El Colegio Mexiquense, 2001, p.25.

vez, dicha energía se convertía en germen para la vida. Referencias de esta concepción las en-contramos en la existencia de lugares destina-dos al “altar de los cráneos” o Tzompantli, don-de iban a parar los huesos (cráneos) de los sa-crificados en su afán por conservar una justifica-ción de la muerte y dejar asentado en la con-ciencia de los indígenas, la necesidad de los sacrificios por medio de la guerra, como se mencionó anteriormente.

ResurreciónOtra idea fundamental es la de resurrección, ya que gracias a ésta se le daba continuidad al or-den cósmico. Los tipos de resurrección depen-dían del tipo de muerte, y los cargos y atribucio-nes que se tenían en vida se transmigraban a la siguiente fase. Un ejemplo hermoso al respecto, lo encontramos en las siguientes líneas:

“En el mundo náhuatl se traslucen algunas actitudes que suponen la creencia en estos as-pectos, como son las de los guerreros difuntos que iban al Tonatiuh Ilhuícac o paraíso solar, y a los cuatro años se convertían en diversos géne-ros de aves de pluma rica, y color y cuidaban chupando todas las flores, así en el cielo como en este mundo, como los monzones o los coli-bríes lo hacen”.2

De esa manera, cabe diferenciar que en la sociedad prehispánica los individuos transmi-graban según su posición social dentro de los estamentos establecidos.

Ritos fúnebres, ofrendas y fiestaHemos llegado al momento central del culto in-dígena a la muerte. En este punto, se destaca-rán algunas manifestaciones de gran importan-cia como son los ritos fúnebres, las ofrendas y las fiestas.

Una de las expresiones más significativas en la historia de la humanidad es la existencia de ritos. Puesto que ellos son el medio de transmisión de conocimiento, de técnicas y de permanencia de costumbres y prácticas en las sociedades, éstos 2 Idem, p.24.

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participan en la construcción de una memoria co-lectiva y en ese sentido, de una historia común a los integrantes de un grupo determinado. Al paso del tiempo se va reforzando lo heredado y por lo tanto, se va haciendo de mayor complejidad. Para el presente que nos ocupa en este texto, “el ritual no tiene más que un solo destinatario, el hombre vivo, individuo o comunidad; su función elemental es curar y prevenir, función que toma mil caras desculpabilizar, reconfortar, revitalizar […] El ritual de la muerte, en definitiva, es un ritual de la vida”.3

En el caso de los indígenas, los rituales más documentados pertenecen a los del Tlatoani o rey o señor principal. Éstos eran amortajados de manera muy especial de acuerdo con su jerarquía y al tipo de muerte que habían tenido; se les co-locaba una piedra en la boca que según el caso, era de jade u obsidiana, y hacía las veces del co-razón difunto; finalmente, era llevado a la sala principal de un palacio y se encontraba acompa-ñado del homenaje de sus vasallos, el cual dura-ba varios días; posteriormente, era quemado por obra de los señores viejos y al consumirse su cuerpo, sus cenizas eran esparcidas entre los sa-cerdotes, los nobles, entre las mujeres del muerto y el público en general. Asimismo, se inmolaban al término de ese ritual y como parte de él, el cuerpo de veinte esclavos y veinte esclavas para acompañar y auxiliar el cuerpo del difunto.

La fase siguiente corresponde al tipo de fies-tas con que se recordaba a los muertos y a las características de éstas. Encontraremos ele-mentos únicos y exclusivos de esta cultura que desembocan su explicación en el sistema de creencias mítico-religiosas presentes en la men-talidad de los indígenas.

En las fiestas se recordaba tanto a los muer-tos como a los antepasados deificados. La ofrenda es una parte imprescindible de este cul-to y se realizaba bajo la siguiente cronología, se-gún Fray Bernardino de Sahagún:4

3 Ma. de los Ángeles Rodríguez Álvarez, cita a Louis Vincent Thomas en Usos y costumbres… op. Cit. .p. 73.4 Ma. de los Ángeles Rodríguez Álvarez cita a Fray Bernardino de Sahagún en Usos y costumbres… op. Cit. pp 33-34.

La primera fiesta se realizaba entre el 23 de •abril y 12 de mayo, es decir, el quinto mes del calendario mexica y estaba dedicada a Tezcatlipoca.La segunda efectuada en el noveno mes, •se realizaba en honor a Huitzilopochtli; comprendía del 12 al 31 de julio y era la fiesta pequeña de los muertos.En tercer lugar tenemos la fiesta dedicada •al Dios del fuego y se celebraba entre el 1º. y el 20 de agosto. Era la fiesta grande para los muertos.La cuarta fiesta dedicada a los montes, se •llevaba a cabo desde el 30 de septiembre hasta el 19 de octubre.A continuación, la fiesta más representati-•va y significativa de este periodo, que coin-cide con la celebración actual de los muer-tos, estaba dedicada al Dios de la Guerra o Mixcóatl y se conmemoraba del 20 de oc-tubre al 8 de noviembre.La última fiesta dedicada al Dios del fuego •o Xiuhtecutli, se realizaba del 8 al 27 de enero; en ella se ofrendaban tamales sobre las sepulturas de los muertos.

Respecto a la ofrenda, ésta se efectuaba de la siguiente forma, de acuerdo con la descripción de Motolinía:

Demás de éstos tenían otros días de sus difuntos, de llanto que por ellos hacían, en los cuales días después de comer llama-ban a el demonio, y estos días eran de esta manera; que enterraban y lloraban al difun-to, y después a los 20 días tornaban a llo-rar a el difunto y a ofrecer por él comida encima de su sepultura; y cuando se cum-plían ochenta días, lo mismo; y acabado el año, hasta el cuarto y desde allí cesaban totalmente para nunca más se acordar del muerto. Por vías de hacer sufragio a todos sus difuntos nombraban fulano, que quiere decir, fulano dios, o fulano santo.5

La ofrenda era el vínculo entre los vivos y los muertos y la comida de las mismas, sus flores, el

5 Fray Toribio de Benavente Motolinía. Historia de los indios de la nueva España. México: Porrúa, 1979, p. 25. (Sepan Cuántos 129).

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incienso y las oraciones, eran utilizados por los indígenas para atraer la energía positiva de las almas de los muertos.

Así, todos estos elementos se configuraron como una forma del saber mítico-religioso que estructuraba y fundamentaba a un régimen polí-tico militar bajo el cual vivían y convivían las mentalidades de los indígenas. Estas prácticas son un referente de identidad y unificación que distinguió a la sociedad prehispánica en su pe-culiar festejo a la muerte. Como veremos a con-tinuación, varias de sus costumbres fueron tras-tocadas a raíz de la importación del modelo eu-ropeo-cristiano con la llegada de los españoles.

Concepción cristiana de la muerte en los españolesEsta concepción hispana, a diferencia del signi-ficado colectivo y del ritual con que festejaban y asimilaban los indígenas a la muerte, se aprecia-rá como un lento proceso de individualización de la misma, el cual llegará a México a través de lo que conocemos como la Conquista.

La noción cristiana sobre este tema se cons-tituyó a sí misma como una visión que contem-plaba rasgos heredados de diversas culturas. Tenemos por ejemplo, el antecedente universal de la ofrenda como elemento propiciatorio para alimentar y evitar que los difuntos causaran al-gún mal; practicado y compartido por varias cul-turas, entre ellas la alemana o italiana en el siglo XVI. Otro caso es el dato de mayor antigüedad que se conoce hasta ahora, corresponde a la cultura greco-latina, donde en homenaje a la muerte, se realizaban convites de caridad entre los primeros cristianos en el contexto previo a la aceptación oficial del cristianismo, en el año de 313 dC. Es por esta razón que la ofrenda se considera como una práctica pagana y su prohi-bición exista en algunas regiones. Sin embargo, cientos de años después y una vez proclamado el cristianismo como religión oficial por Constan-tino I, Philippe Aries6 nos recuerda que el 2 de noviembre remonta sus orígenes al año de 1048,

6 Estudioso francés, quien junto con Michel Vovelle y Louis Vincent Thomas, han publicado obras importantes sobre la muerte.

fecha en la que Odillon de Cluny “escogió este día, después de celebrar a los que gozan en el cielo, es decir, después del día de Todos los Santos que se celebra el día uno de noviembre”,7 que como sabemos es el día de muertos que festejamos actualmente en nuestra nación.

Por otro lado, establecido el carácter religio-so español, cuyas peculiaridades dentro del contexto europeo se encarnaron y distinguieron por ser uno de los países con más profundo sentido religioso, veremos cómo a partir de la conquista se desprende una fuerte expresión de misticismo hispano. Dado que el rito se convirtió para ellos en su razón y justificación social, la bandera que enarbolaron durante la expedición e intervención en territorio mexicano se concen-tró en la evangelización de las colonias conquis-tadas, y simultáneamente, sirvió como medio de control, dominación y poderío sobre los indíge-nas. Asimismo, la Iglesia se dio a la promoción del purgatorio como una de las estrategias de evangelización, a medida que el estado colonial se consolidaba.

Los católicos del siglo XVI creían en la in-mortalidad del alma y en que el cuerpo te-nía el alma prestada. A su muerte, sus al-mas saldrían volando de sus cuerpos para ser juzgadas. Si morían fuera de la fe, si ignoraban los límites de la devoción, sus almas serían condenadas por toda la eter-nidad; no obstante, si reconocían a Dios en su vida, pero, por debilidad, dejaban deudas sin saldar, tendrían que pagarlas en el purgatorio, de manera que, una vez purificada el alma, liberada de todo peca-do por el fuego del purgatorio, pudiese en-trar triunfalmente al cielo.8

Por lo que del choque de las culturas, y es-pecíficamente en lo relacionado con la muerte, una gran ruptura se percibe cuando dejará de ser importante la forma de morir y en su lugar, regirá la forma de vivir.

7 Ma. de los Ángeles Rodríguez Álvarez cita a Philippe Aries en Usos y costumbres… op. Cit. .p. 42.8 Claudio Lomnitz. Idea de la muerte en México. México: Fondo de Cultura Económica, 2006, p. 96.

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Así, de los elementos que resultaron del sin-cretismo cultural, va a emanar con su forma pro-pia una de las costumbres más representativas del mestizaje mexicano: el día de muertos.

Varias características son las que se mantie-nen de esa fusión hasta nuestros días, comen-zando por las ofrendas, el pan de muertos y el uso de la calavera. De la primera de ellas (la pre-hispánica), se sustrajo los colores, la alegría, las flores del Sol que guían a los muertos en su retor-no a la mesa ofrendada, las máscaras, la cosmo-visión de la vida como tránsito hacia un nuevo estadío donde el hombre accede al proceso crea-dor, alimentando la vida cósmica y social. La muerte no es el fin natural de la vida, sino fase de un ciclo infinito. Vida, muerte y resurrección como parte de un proceso cósmico que se repite incan-sable e insaciablemente. La creación del universo depende del hombre, de su energía vital, su sacri-ficio en vida y su continuación en la muerte.

De la segunda (la española), se establece la fe-cha del calendario católico, la tradición del ban-quete, la petición de la limosna para las ánimas, los rezos, la cosmovisión de que los muertos se-gún su proceder en vida, estarán al lado de Dios o en las llamas del fuego eterno; los lugares santos, la iglesia como lugar de congregación de los vivos para pedir por el buen destino de los muertos.

La práctica de esta tradición se marginó a las zonas rurales en tiempos de la Colonia ante la prohibición e insistencia por erradicar usos y costumbres “idolátricos” y frente a la importan-cia que cobraron celebraciones como la de Cor-pus Christi el día 30 de junio; no obstante lo an-terior, hubo muchos elementos indígenas que se conservaron y que se integraron al los rituales cristianos, ejemplo de ello es la diferencia que guardaban las ofrendas del día primero y dos de noviembre. Básicamente, la ofrenda del segun-do día la realizaban los preshispánicos para disi-mular su mal y su reticencia frente a esta cere-monia; de la misma forma, estaba permitido se-gún sus viejas costumbres, las grandes borra-cheras que únicamente les eran concedidas en grandes fiestas y que en el periodo colonial, era

mal vistas. Más tarde, “hacia el tercio final del siglo XIX, particularmente después del triunfo de los liberales, las celebraciones de Corpus Christi,se habían limitado por lo general a una ceremonia en la iglesia o en el atrio, mientras que en los días de muertos, los mercados, las celebraciones públicas y las festividades ocupa-ban la plaza central de la cuidad de México du-rante al menos dos semanas cada año”.9

A manera de conclusión, dada la significación de la muerte que ha venido construyéndose y transformándose desde tiempos ancestrales en nuestro país, cabe aclarar que mientras la socie-dad actual parece “jugar y divertirse” con la muer-te o de estar más inmersa en esta tradición, ello parece corresponder a una importante presencia de esta idea en el discurso político mexicano, toda vez que participó en la formación de Estado mo-derno desde su influencia en el ámbito cultural.10 Sin embargo, durante el periodo novohispano, se aprecia que la muerte fue algo temido y respetado sobre todo por la manipulación y el sentido de obediencia y sometimiento que los indios debían expresar en las celebraciones de “día de muertos” y las representaciones que en torno a la muerte, llevaban a cabo los jerarcas eclesiásticos. Es por ello que este momento de la colonia merece un estudio atento de sus costumbres y usos cotidia-nos, entre otras cosas, porque ante la mezcla de prácticas y creencias, quedaron definidas o inde-finidas y en proceso de formación, las caracterís-ticas que a la fecha, identifican al mexicano.

9 Idem, p. 107.10 Para mayor detalle de esta interesante tesis, revisar la obra de Claudio Lomnitz, op.cit, p 525.