cuentos de otros mundos

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Cuentos de otros mundos Eduardo Abel Gimenez

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Eduardo Abel Giménez. Colección Ala delta Serie Azul.

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Page 1: Cuentos de otros mundos

En este libro hay mucha información importante por si viajás a otros mundos o al futuro. Por ejemplo: -cómo es un día de clases cuando la maestra es un holograma,-cómo es un viaje de descanso a través del Vacacionatrón,-cómo disfrazarte de frofiflaflo si sos un agente secreto en el planeta Grul. Y también hay mucho, mucho humor.

Eduardo Abel Gimenez escribe relatos de ciencia ficción, humor y poesía, y a veces todo al mismo tiempo. Publicó varias obras y ganó premios, entre ellos una mención en el Premio Nacional de Literatura Infantil por La Ciudad de las Nubes (Alandar n.o15). Dice que nunca viajó a otros mundos, pero su mascota tiene tentáculos, tres ojos y una antena. ¿De dónde habrá salido?

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Cuentos de otros mundos

Eduardo Abel Gimenez

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FICHA PARA BIBLIOTECAS

Gimenez, Eduardo Abel Cuentos de otros mundos / Eduardo Abel Gimenez; ilustrado por Daniel Gerardo Baró. - 1ª ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Edelvives, 2015. 80 p.: il.; 20 x 13 cm. - (Ala Delta. Azul; 30)

ISBN 978-987-642-384-7

1. Cuentos. I. Baró, Daniel Gerardo, ilus. II. Título.CDD A863.9282

Responsable editorial Literatura Infantil y Juvenil:Natalia Méndez

Dirección de arte: Natalia Fernández

Diseño de la colección: Manuel Estrada

Corrección:Carolina Calabrese

1ª edición, noviembre 2015

© Del texto: Eduardo Abel Gimenez, 2015© De la ilustración: Gerardo Baró, 2015© De esta edición: Edelvives, 2015Av. Callao 224 2º piso (C1022AAP)Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina

ISBN: 978-987-642-384-7

Queda hecho el depósito que dispone la Ley 11.723

Este libro se terminó de imprimir en noviembre de 2015,

en Borsellino Impresos S.R.L., Rosario, Santa Fe, Argentina.

Reservados todos los derechos. Queda prohibida, sin la autorización escrita de los titulares del copyright, la reproducción total o parcial, o distribución de esta obra, por cualquier medio o procedimiento, comprendidos el tratamiento informático y la reprografía.

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Eduardo Abel GimenezIlustracionesGerardo Baró

Cuentos de otros mundos

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¡QUÉ COMIENZO!

Este año, el comienzo de las clases

viene accidentado.

Para empezar, lo de la máquina del

tiempo. Resulta que volviendo de las

vacaciones encontramos el camino

muy congestionado. No tomamos en

cuenta que Marte está en su punto más

próximo a la Tierra, y todo el mun-

do aprovecha para volver el mismo

día que nosotros. Parece mentira que

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unos pocos millones de kilómetros te

lleven horas y horas, pero así es.

La cuestión es que vamos a llegar

mañana, y papá tendrá que pagarme

un día de máquina del tiempo para

que pueda venir hoy a la escuela. En

otras palabras: ahora estoy acá, con

mis compañeros, mientras a la vez

nos arrastramos desde Marte en un

viaje lentísimo. Mejor no me pidas los

detalles.

A las ocho de la mañana aparezco

con guardapolvo y mochila en la puer-

ta de la escuela. Pero la escuela todavía

no está puesta. Claro, como el espacio

escasea en la ciudad, durante el vera-

no desarman las escuelas, las guardan

en algún depósito en órbita y usan el

lugar para otra cosa. Pero nadie se da

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cuenta de que armar una escuela es

algo complicado, y nunca terminan a

tiempo de armarlas otra vez. Tenemos

que preguntar, mis compañeros y yo,

por dónde andan los pedazos.

Nuestra aula está en un camión

enorme, de los que se usan para trans-

portar aulas. El robot conductor nos

mira con mala cara, tal vez porque

es la única que tiene y no la puede

cambiar. Subimos, y una vez adentro

empezamos a saludarnos a los gritos

como corresponde.

A la maestra le lleva un rato calmar-

nos. Cuando piensa que podemos

oírla empieza a decirnos algo sobre

bienvenidas, etapas de la vida, el año

que se inicia y todo eso. Se la ve un

poco distraída, como si no pudiera

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enfocarnos bien con la mirada. Y de

pronto, en mitad de una frase, titila.

Titila, sí, como una estrella en medio

de la noche o la pantalla de la compu-

tadora cuando fallan las conexiones

—¡Es un holograma! —grita alguien.

—Sí, chicos —confiesa la maes-

tra mientras se golpea una oreja para

arreglar el mecanismo—. Es que estoy

en la ruta de Marte y el tránsito anda

muy lento. Pero no se preocupen, lle-

go en persona dentro de un ratito.

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Mejor que papá ni se entere de esto.

Los hologramas son mucho más ba-

ratos que la máquina del tiempo.

Claro, está prohibido que los chicos

los usemos para venir a la escuela, y

medio que lo entiendo. Pero las maes-

tras, cuando no tienen otro remedio,

pueden. Eso sí, ahora sabemos que la

maestra no nos ve realmente,

que está delan-

te de una simu-

lación de aula,

una especie de

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dibujo tridimensional donde cada

uno de nosotros aparece representa-

do por un muñeco virtual. Así que no

tenemos que portarnos tan bien como

de costumbre.

Bueno, mejor me salteo un rato de

lo que pasa. Hay cosas que es prefe-

rible no contar en detalle. Entonces,

voy directamente al momento en que

el holograma de la maestra se desva-

nece en el aire y en su lugar apare-

ce una nube de chispitas que, poco a

poco, toma forma de persona y al final

acaba por convertirse en la maestra de

verdad. La maestra de carne y hueso,

que acaba de usar un verdadero tele-

transportador para venir a darnos cla-

se. ¡Y eso es todavía más caro que la

máquina del tiempo!

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Volvemos a nuestros lugares.

—Bueno, chicos —dice la maes-

tra—. Por fin podemos empezar en

serio. Quiero decirles que…

Pero no consigue decirnos nada,

porque justo ahora el aula se sacude

de tal forma que tenemos que agarrar-

nos a los pupitres para no caernos. Y

como los pupitres no están agarrados

a nada nos caemos igual.

Una grúa acaba de levantar el aula

del camión y la está trasladando a su

lugar en la escuela. Nos amontonamos

todos en la ventana para mirar, mien-

tras la maestra termina de asegurarse

de que no se lastimó nadie. Es mara-

villoso: vemos la escuela desde arriba,

casi terminada. Saludamos a la gente

que pasa. Saltamos de contentos hasta

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que la grúa deposita el aula en su sitio

entre otras dos aulas. Ahora que todo

es como debe (la escuela está puesta,

la maestra llegó en persona), varios de

nosotros levantamos la mano, mien-

tras decimos al mismo tiempo:

—¿Puedo ir al baño?

Pero resulta que no todo es como

debe, todavía. Cuando llega la hora

de lectura la maestra descubre que

los cascos de leer no funcionan. Le

manda un mensaje a la directora para

preguntarle, y la directora contesta

que en algún mal movimiento la grúa

aplastó un cable. Los cascos de leer

van a seguir así toda la semana.

No nos queda otro remedio que ir a

la vieja sala de lectura. La de los libros

en papel.

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La vieja sala de lectura está en un

sótano. Es la única parte de la escue-

la que queda en su lugar durante el

verano, tapada por un metro de tierra

fresca y una buena capa de pasto. Un

robot cavador termina de sacar la cu-

bierta, y lo que vemos parece la en-

trada de una vieja cripta. Escalones de

piedra rotos por el tiempo. Lombrices.

Olor a podrido. (Todos sabemos cómo

son las viejas criptas por los juegos de

computadora. Están llenos de viejas

criptas).

A la maestra le tiembla un poco la

voz cuando nos dice que ella bajará

antes para prender la luz y comprobar

que todo está bien. Y allá va, escalón

por escalón, despacito, hasta perderse

de vista. Se nota que ella no juega a

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los mismos juegos que nosotros. Nos

quedamos todos callados, mirando

el pozo oscuro. Nos imaginamos las

toneladas de papel antiguo que es-

peran allá abajo, los metros y metros

de libros apretujados en los estantes,

a punto de aprisionarla. Finalmente

se distingue un brillo apagado, ama-

rillento, que también tiene algo de

antiguo.

—¡Bajen, chicos! —oímos, apenas,

que grita la maestra. La voz le suena

ronca. O tal vez sea el aire espeso, el

moho, el polvo de los siglos.

Y bajamos, a los saltos y a los gritos,

felices. Si el primer día es un anuncio

de lo que vendrá, los meses de cla-

ses van a ser incluso mejores que las

vacaciones.