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El caracol y el rosalHaba una vez... Una amplia llanura donde pastaban las ovejas y las vacas. Y del otro lado de la extensa pradera, se hallaba el hermoso jardn rodeado de avellanos.

El centro del jardn era dominado por un rosal totalmente cubierto de flores durante todo el ao. Y all, en ese aromtico mundo de color, viva un caracol, con todo lo que representaba su mundo, a cuestas, pues sobre sus espaldas llevaba su casa y sus pertenencias.

Y se hablaba a s mismo sobre su momento de ser til en la vida: Paciencia! deca el caracol. Ya llegar mi hora. Har mucho ms que dar rosas o avellanas, muchsimo ms que dar leche como las vacas y las ovejas. Esperamos mucho de ti dijo el rosal. Podra saberse cundo me ensears lo que eres capaz de hacer? Necesito tiempo para pensar dijo el caracol; ustedes siempre estn de prisa. No, as no se preparan las sorpresas.

Un ao ms tarde el caracol se hallaba tomando el sol casi en el mismo sitio que antes, mientras el rosal se afanaba en echar capullos y mantener la lozana de sus rosas, siempre frescas, siempre nuevas. El caracol sac medio cuerpo afuera, estir sus cuernecillos y los encogi de nuevo. Nada ha cambiado dijo. No se advierte el ms insignificante progreso. El rosal sigue con sus rosas, y eso es todo lo que hace. Pas el verano y vino el otoo, y el rosal continu dando capullos y rosas hasta que lleg la nieve. El tiempo se hizo hmedo y hosco. El rosal se inclin hacia la tierra; el caracol se escondi bajo el suelo. Luego comenz una nueva estacin, y las rosas salieron al aire y el caracol hizo lo mismo. Ahora ya eres un rosal viejo dijo el caracol. Pronto tendrs que ir pensando en morirte. Ya has dado al mundo cuanto tenas dentro de ti. Si era o no de mucho valor, es cosa que no he tenido tiempo de pensar con calma. Pero est claro que no has hecho nada por tu desarrollo interno, pues en ese caso tendras frutos muy distintos que ofrecernos. Qu dices a esto? Pronto no sers ms que un palo seco... Te das cuenta de lo que quiero decirte? Me asustas dijo el rosal. Nunca he pensado en ello. Claro, nunca te has molestado en pensar en nada. Te preguntaste alguna vez por qu florecas y cmo florecas, por qu lo hacas de esa manera y de no de otra? No contest el caracol. Floreca de puro contento, porque no poda evitarlo. El sol era tan clido, el aire tan refrescante!... Me beba el lmpido roco y la lluvia generosa; respiraba, estaba vivo. De la tierra, all abajo, me suba la fuerza, que descenda tambin sobre m desde lo alto. Senta una felicidad que era siempre nueva, profunda siempre, y as tena que florecer sin remedio. Esa era mi vida; no poda hacer otra cosa. Tu vida fue demasiado fcil dijo el caracol (Sin detenerse a observarse a s mismo). Cierto dijo el rosal. Me lo daban todo. Pero t tuviste ms suerte an. T eres una de esas criaturas que piensan mucho, uno de esos seres de gran inteligencia que se proponen asombrar al mundo algn da... algn da.... Pero, ... de qu te sirve el pasar los aos pensando sin hacer nada til por el mundo? No, no, de ningn modo dijo el caracol. El mundo no existe para m. Qu tengo yo que ver con el mundo? Bastante es que me ocupe de m mismo y en m mismo. Pero no deberamos todos dar a los dems lo mejor de nosotros, no deberamos ofrecerles cuanto pudiramos? Es cierto que no te he dado sino rosas; pero t, en cambio, que posees tantos dones, qu has dado t al mundo? Qu puedes darle? Darle? Darle yo al mundo? Yo lo escupo. Para qu sirve el mundo? No significa nada para m. Anda, sigue cultivando tus rosas; es para lo nico que sirves. Deja que los avellanos produzcan sus frutos, deja que las vacas y las ovejas den su leche; cada uno tiene su pblico, y yo tambin tengo el mo dentro de m mismo. Me recojo en mi interior, y en l voy a quedarme! El mundo no me interesa.

Y con estas palabras, el caracol se meti dentro de su casa y la sell.

Qu pena! dijo el rosal. Yo no tengo modo de esconderme, por mucho que lo intente. Siempre he de volver otra vez, siempre he de mostrarme otra vez en mis rosas. Sus ptalos caen y los arrastra el viento, aunque cierta vez vi cmo una madre guardaba una de mis flores en su libro de oraciones, y cmo una bonita muchacha se prenda otra al pecho, y cmo un nio besaba otra en la primera alegra de su vida. Aquello me hizo bien, fue una verdadera bendicin. Tales son mis recuerdos, mi vida. Y el rosal continu floreciendo en toda su inocencia, mientras el caracol dorma all dentro de su casa. Elmundo nada significaba para l. Y pasaron los aos.

El caracol se haba vuelto tierra en la tierra, y el rosal tierra en la tierra, y la memorable rosa del libro de oraciones haba desaparecido... Pero en el jardn brotaban los rosales nuevos, y los nuevos caracoles seguan con la misma filosofa que aqul, se arrastraban dentro de sus casas y escupan al mundo, que no significaba nada para ellos.

Y a travs del tiempo, la misma historia se continu repitiendo...

Abdula y el genioAll donde las arenas doradas del desierto lindan con el profundo mar azul viva una vez un pobre pescador llamado Abdula. Pasaba horas y horas en la playa echando su red al agua.La mayor parte de los das tena suerte y pescaba algo. Pero un da la suerte le volvi la espalda. La primera vez que lanz su red recogi un paquete de algas verdes y viscosas. La segunda, un montn de fuentes y platos rotos. Y la tercera, una masa de pegajoso limo negro.

"Un momento", pens mientras miraba el fango que chorreaba de la red. "Tambin hay una vieja botella. Me pregunto qu contendr."Abdula intent sacar el tapn. Al fin, despus de tirar de l durante un rato, lo consigui y una bocanada de polvo se escap de la botella. El polvo se convirti pronto en humo y tom diversas coloraciones que empezaron a dibujar una forma: primero una cara, despus un cuerpo... La figura creci y creci. En pocos segundos un enorme genio se elev por encima del aterrado pescador. Al fin libre! -rugi una voz ms potente que el trueno-. Libre despus de tantos aos! Ahora voy a devorarte!Abdula apret la cabeza entre sus manos y grit:-Por qu? Por qu? Qu os he hecho?-Te cortar en pedacitos! -exclam el genio, al tiempo que mataba una bandada de pjaros que pasaba volando por encima de su hombro.-No lo hagis, Seor Genio -suplic Abdula. cayendo de rodillas- No quera molestaros. Por favor, no me matis!-Te har trocitos y te arrojar a los peces! -vocifer el genio, que desenfund una enorme espada curvada con la que roz la nariz del pescador.-Tened piedad! -llor Abdula-Qu dao os he hecho yo?-Silencio! -tron el genio. Grit tan fuerte que el eco de su voz hizo entrar en erupcin un volcn cercano-. Cllate y te dir por qu voy a matarte!Y sin retirar su espada del rostro de Abdula, el genio comenz su historia...-El Gran Sultn Soleimn me encerr en esa botella para castigarme por los maleficios que realizaba en su reino. Me comprimi en esa horrible carcel de vidrio como una ballena prensada en un huevo. Luego la arroj al mar. He permanecido durante siglos en el oscuro fango. Lo nico que oa era mi propia respiracin. Lo nico que senta eran los latidos de mi corazn. Mi nica esperanza era ser pescado y liberado por un pescador.Durante los primeros mil aos grit: Sultenme! Sultenme! A quien me haga salir le otorgar la realizacin de tres deseos. Pero nadie me oy y nadie me liber.Durante los mil aos siguientes grit: Sultenme! Sultenme! Quien me haga salir recibir Arabia entera como recompensa. Pero nadie me oy y nadie me liber.Durante los mil aos siguientes qued quieto y pens para mis adentros: Si logro salir alguna vez de esta horrible botella, matar al primer hombre a quien vea. Y despus de l a todos los que me encuentre!-Pero el Sultn Soleimn muri hace casi tres mil aos! -grit Abdula.-Exacto! -replic con brusquedad el genio-. Te sorprende que est de tan psimo humor?Profiri un gran grito y el agua se puso a hervir en torno a sus tobillos. Levant su gigantesca espada, que centelle al sol, y cort una nube en tiras encima de su cabeza. Luego mir hacia abajo para disfrutar por ltima vez del espectculo del rostro aterrado del pescador.Pero Abdula no slo no estaba asustado sino que permaneca de pie, con los brazos en jarras, la cabeza ladeada y la cara iluminada por una sonrisa.-Vamos, vamos, genio -dijo tranquilamente- Deja de tomarme el pelo y dime, de verdad, de dnde has salido.El suelo tembl cuando el genio inspir profundamente.-Qu? T, gusano! T, inmundo bicharraco! Preprate a morir!-Oh, vamos! T bromeas. Menudo cuento. Dime la verdad. Yo estaba distrado vaciando esa vieja botella y no te he visto acercarte.-Qu? T, hormiga! T, tijereta! Yo he salido de esa botella! Y voy a matar a todo el mundo!-Pero amigo mo, amigo mo -suspir Abdula- Tu madre nunca te ense a decir mentiras, sobre todo gordas. Basta ver el tamao de esa botella y las dimensiones de tu cuerpo: t has salido de esa botella tanto como yo.Entonces, Abdula, con grandes aspavientos, hizo como que intentaba meter el pie por el estrecho cuello de la botella.-T, cucaracha! T... t...El labio inferior del genio empez a temblar.-Te digo que he salido de esa botella!-Puafl -se burl Abdula- Entonces demustramelo.Los pelos del pecho sucio del genio empezaron a erizarse y levant el puo hacia el cielo con rabia. Luego, tras quedarse unos instantes pensativo, se fundi como un pedazo de mantequilla, en todos los colores del arco iris. Despus los colores se diluyeron y un chaparrn de humo y ceniza se desplom sobre la botellita y se qued encerrado dentro.-Lo ves? -dijo una extraa voz cavernosa desde el interior-No te lo haba dicho?Rpido como un relmpago, Abdula sac el tapn de su bolsillo y lo introdujo en el cuello de la botella. Lo enrosc y lo apret hasta que qued bien ajustado.-Eh! T, gusano, djame salir! Djame salir inmediatamente!

-Oh, no!- dijo Abdula con una sonrisa- Ah te puedes quedar otros mil aos si vas a ser tan desagradable.-No! Por favor, no! Te prometo realizar tres de tus deseos si me dejas salir otra vez. Abre esta botella ahora mismo, hormiga!Abdula tom impulso y con todas sus fuerzas arroj la botella al mar tan lejos como pudo.

-Te regalar Arabia entera! -chill el genio mientras la botella volaba por los aires.Hizo "plop" al caer al agua. No se oy nada ms, salvo el ruido de las olas que llegaban suavemente a la orilla.Ms tarde, aquel mismo da, Abdula regres a la playa y coloc un letrero que deca: "Cuidado con el genio de la botella. No pescar." Y se fue con su red bajo el brazo a instalarse en otro lugar de la playa.

Alibaba y los 40 ladronesAl Bab era un pobre leador que viva con su esposa en un pequeo pueblecito dentro de las montaas, all trabajaba muy duro cortando gigantescos rboles para vender la lea en el mercado del pueblo.Un da que Al Bab se dispona a adentrarse en el bosque escuch a lo lejos el relinchar de unos caballos, y temiendo que fueran leadores de otro poblado que se introducan en el bosque para cortar la lea, cruz la arboleda hasta llegar a la parte ms alta de la colina.Una vez all Al Bab dej de escuchar a los caballos y cuando vio como el sol se estaba ocultando ya bajo las montaas, se acord de que tena que cortar suficientes rboles para llevarlos al centro del poblado. As que afil su enorme hacha y se dispuso a cortar el rbol ms grande que haba, cuando este empez a tambalearse por el viento, el leador se apart para que no le cayera encima, descuidando que estaba al borde de un precipicio dio un traspis y resbal ochenta metros colina abajo hasta que fue a golpearse con unas rocas y perdi el conocimiento.Cuando se despert estaba amaneciendo, Al Bab estaba tan mareado que no saba ni donde estaba, se levant como pudo y vio el enorme tronco del rbol hecho pedazos entre unas rocas, justo donde terminaba el sendero que atravesaba toda la colina, as que busc su cesto y se fue a recoger los trozos de lea.

Cuando tena el fardo casi lleno, escuch como una multitud de caballos galopaban justo hacia donde l se encontraba Los leadores! - pens y se escondi entre las rocas.Al cabo de unos minutos, cuarenta hombres a caballo pasaron a galope frente a Al Bab, pero no le vieron, pues este se haba asegurado de esconderse muy bien, para poder observarlos. Oculto entre las piedras y los restos del tronco del rbol, pudo ver como a unos solos pies de distancia, uno de los hombres se bajaba del caballo y gritaba: brete, Ssamo!- acto seguido, la colina empezaba a temblar y entre los grandes bloques de piedra que se encontraban bordeando el acantilado, uno de ellos era absorbido por la colina, dejando un hueco oscuro y de grandes dimensiones por el que se introducan los dems hombres, con el primero a la cabeza.Al cabo de un rato, Al Bab se acerc al hueco en la montaa pero cuando se dispona a entrar escuch voces en el interior y tuvo que esconderse de nuevo entre las ramas de unos arbustos. Los cuarenta hombres salieron del interior de la colina y empezaron a descargar los sacos que llevaban a los lomos de sus caballos, uno a uno fueron entrando de nuevo en la colina, mientras Al Bab observaba extraado.El hombre que entraba el ltimo, era el ms alto de todos y llevaba un saco gigante atado con cuerdas a los hombros, al pasar junto a las piedras que se encontraban en la entrada, una de ellas hizo tropezar al misterioso hombre que resbal y su fardo se abri en el suelo, pudiendo Al Bab descubrir su contenido: Miles de monedas de oro que relucan como estrellas, joyas de todos los colores, estatuas de plata y algn que otro collar... Era un botn de ladrn! Ni ms ni menos que Cuarenta ladrones!.El hombre recogi todo lo que se haba desperdigado por el suelo y entr apresurado a la cueva, pasado el tiempo, todos haban salido, y uno de ellos dijo Cirrate Ssamo!Al Bab no lo pens dos veces, an se respiraba el polvo que haban levantado los caballos de los ladrones al galopar cuando este se encontraba frente a la entrada oculta de la guarida de los ladrones. brete Ssamo! Dijo impaciente, una y otra vez hasta que la grieta se vio ante los ojos del leador, que tena el cesto de la lea en la mano y se imaginaba ya tocando el oro del interior con sus manosUna vez dentro, Al Bab tante como pudo el interior de la cueva, pues a medida que se adentraba en el orificio, la luz del exterior disminua y avanzar supona un gran esfuerzo.Tras un buen rato caminando a oscuras, con mucha calma pues al andar sus piernas se enterraban hasta las rodillas entre la grava del suelo, de pronto Al Bab lleg al final de la cueva, tocando las paredes, se dio cuenta que haba perdido la orientacin y no saba escapar de all.Se sent en una de las piedras decidido a esperar a los ladrones, para poder conocer el camino de regreso, decepcionado porque no haba encontrado nada de oro, se acomod tras las rocas y se qued adormilado.Mientras tanto, uno de los ladrones entraba a la cueva refunfuando y malhumorado, pues cuando haba partido a robar un nuevo botn se dio cuenta de que haba olvidando su saco y tuvo que galopar de vuelta para recuperarlo, en poco tiempo se encontr al final de la sala, pues adems de conocer al dedillo el terreno, el ladn llevaba una antorcha que iluminaba toda la cueva.Cuando lleg al lugar en el que Al Bab dorma, el ladrn se puso a rebuscar entre las montaas de oro algn saco para llevarse, y con el ruido Al Bab se despert.Tuvo que restregarse varias veces los ojos ya que no caba en el asombro al ver las grandes montaas de oro que all se encontraban, no era gravilla lo que haba estado pisando sino piezas de oro, rubes, diamantes y otros tipos de piedras de gran valor. Se mantuvo escondido un rato mientras el ladrn rebuscaba su saco y cuando lo encontr, con mucho cuidado de no hacer ruido se peg a este para salir detrs de l sin que se enterase, dejando una buena distancia para que no fuera descubierto, pudiendo as aprovechar la luz de la antorcha del bandido.Cuando se aproximaban a la salida, el ladrn se detuvo, escuch nervioso el jaleo que vena de la parte exterior de la cueva y apag la antorcha. Entonces Al Bab se qued inmvil sin saber qu hacer, quera ir a su casa a por cestos para llenarlos de oro antes de que los ladrones volvieran, pero no se atreva a salir de la cueva ya que fuera se escuchaba una enorme discusin, as que se escondi y esper a que se hiciera de noche. No haban pasado ni unas horas cuando escuch unas voces que venan desde fuera "Aqu la guardia!" - Era la guardia del reino! Estaban fuera arrestando a los ladrones, y al parecer lo haban conseguido, porque se escucharon los galopes de los caballos que se alejaban en direccin a la ciudad.Pero Albab se preguntaba si el ladrn que estaba con l haba sido tambin arrestado ya que aunque la entrada de la cueva haba permanecido cerrada, no haba escuchado moverse al bandido en ningn momento. Con mucha calma, fue caminando hacia la salida y susurr brete Ssamo! Y escap de all.Cuando se encontr en su casa, su mujer estaba muy preocupada, Al Bab llevaba dos das sin aparecer por casa y en todo el poblado corra el rumor de una banda de ladrones muy peligrosos que asaltaban los pueblos de la zona, temiendo por Al Bab, su mujer haba ido a buscar al hermano de Al Bab, un hombre poderoso, muy rico y malvado que viva en las afueras del poblado en una granja que ocupaba el doble que el poblado de Al Bab. El hermano, que se llamaba Semes, estaba enamorado de la mujer de Al Bab y haba visto la oportunidad de llevarla a su granja ya que este aunque rico, era muy antiptico y no haba encontrado en el reino mujer que le quisiera.Cuando Al Bab apareci, el hermano, viendo en peligro su oportunidad de casarse con la mujer de este, agarr a su hermano del chaleco y lo encerr en el almacn que tenan en la entrada de la vivienda, donde guardaban la lea. All Al Bab le cont lo que haba sucedido, y el hermano, aunque ya era rico, no poda perder la oportunidad de aumentar su fortuna, as que parti en su calesa a la montaa que Al Bab le haba indicado, sin saber, que la guardia real estaba al acecho en esa colina, pues les faltaba un ladrn an por arrestar y esperaban que saliese de la cueva para capturarlo.Sin detenerse un instante, Semes se coloc frente a la cueva y dijo las palabras que Al Bab le haba contado, al instante, mientras la puerta se abra, la guardia se abalanz sobre Semes gritando "Al ladrn!" y lo captur sin contemplaciones, aunque Semes intent explicarles porque estaba all, estos no le creyeron porque estaban convencidos de que el ltimo ladrn sabiendo que sus compaeros estaban presos, inventara cualquier cosa para poder disfrutar l solo del botn, as que se lo llevaron al reino para meterle en la celda con el resto de ladrones.Al da siguiente Al Bab consigui salir de su encierro, y fue en busca de su mujer, le cont toda la historia y esta entusiasmada por el oro pero a la vez asustada acompa a Al Bab a la cueva, cogieron un buen puado de oro, con el que compraron un centenar de caballos, y los llevaron a la casa de su hermano, all durante varios das se dedicaron a trasladar el oro de la cueva al interior de la casa, y una vez haban vaciado casi por completo el contenido de la cueva, teniendo en cuenta que su hermano estaba preso y que uno de los ladrones estaba an libre se pusieron a buscarlo. Tardaron varios das en dar con l, ya que se haba escondido en el bosque para que no le encontraran los guardias, pero Al Bab conoca muy bien el bosque, y le tendi una trampa para cogerle. As que lo at al caballo y lo llevo al reino, donde lo entreg a cambio de que soltaran a su hermano, este, enfadado con Al Bab por haberle vencido cogi un caballo y se march del reino.Al Bab ahora estaba en una casa con cien caballos, que le servirn para vivir felizmente con su mujer, y decidi asegurarse de que los ladrones jams intentasen robarle su tesoro, as que reparti su fortuna en muchos sacos pequeos y le dio un saquito a cada uno de los habitantes del pueblo, que se lo agradecieron enormemente porque as iban a poder mejorar sus casas, comprar animales y comer en abundancia.As fue como Al Bab le rob el oro a un grupo de ladrones que atemorizaban su poblado, reparti sus riquezas con el resto de habitantes y ech a su malvado hermano del pueblo, pudiendo dedicarse por entero a sus caballos y no teniendo que trabajar ms vendiendo lea.Se dice hoy que cuando Al Bab sac todo el oro de la cueva, esta se cerr y no se pudo volver a abrir.

Bambirase una vez un bosque donde vivan muchos animales y donde todos eran muy amiguitos. Una maana un pequeo conejo llamado Tambor fue a despertar al bho para ir a ver un pequeo cervatillo que acababa de nacer. Se reunieron todos los animalitos del bosque y fueron a conocer a Bambi, que as se llamaba el nuevo cervatillo. Todos se hicieron muy amigos de l y le fueron enseando todo lo que haba en el bosque: las flores, los ros y los nombres de los distintos animales, pues para Bambi todo era desconocido.Todos los das se juntaban en un claro del bosque para jugar. Una maana, la mam de Bambi lo llev a ver a su padre que era el jefe de la manada de todos los ciervos y el encargado de vigilar y de cuidar de ellos. Cuando estaban los dos dando un paseo, oyeron ladridos de un perro. Corre, corre Bambi! -dijo el padre- ponte a salvo. Por qu, papi?, pregunt Bambi. Son los hombres y cada vez que vienen al bosque intentan cazarnos, cortan rboles, por eso cuando los oigas debes de huir y buscar refugio.Pasaron los das y su padre le fue enseando todo lo que deba de saber pues el da que l fuera muy mayor, Bambi sera el encargado de cuidar a la manada. Ms tarde, Bambi conoci a una pequea cervatilla que era muy muy guapa llamada Farina y de la que se enamor enseguida. Un da que estaban jugando las dos oyeron los ladridos de un perro y Bambi pens: Son los hombres!, e intent huir, pero cuando se dio cuenta el perro estaba tan cerca que no le qued ms remedio que enfrentarse a l para defender a Farina. Cuando sta estuvo a salvo, trat de correr pero se encontr con un precipicio que tuvo que saltar, y al saltar, los cazadores le dispararon y Bambi qued herido.Pronto acudi su pap y todos sus amigos y le ayudaron a pasar el ro, pues slo una vez que lo cruzaran estaran a salvo de los hombres, cuando lo lograron le curaron las heridas y se puso bien muy pronto.Pasado el tiempo, nuestro protagonista haba crecido mucho. Ya era un adulto. Fue a ver a sus amigos y les cost trabajo reconocerlo pues haba cambiado bastante y tena unos cuernos preciosos. El bho ya estaba viejecito y Tambor se haba casado con una conejita y tenan tres conejitos. Bambi se cas con Farina y tuvieron un pequeo cervatillo al que fueron a conocer todos los animalitos del bosque, igual que pas cuando l naci. Vivieron todos muy felices y Bambi era ahora el encargado de cuidar de todos ellos, igual que antes lo hizo su pap, que ya era muy mayor para hacerlo

Barba azulrase una vez un hombre que tena hermosas casas en la ciudad y en el campo, vajilla de oro y plata, muebles tapizados de brocado y carrozas completamente doradas; pero, por desgracia, aquel hombre tena la barba azul: aquello le haca tan feo y tan terrible, que no haba mujer ni joven que no huyera de l. Una distinguida dama, vecina suya, tena dos hijas sumamente hermosas. l le pidi una en matrimonio, y dej a su eleccin que le diera la que quisiera. Ninguna de las dos quera y se lo pasaban la una a la otra, pues no se sentan capaces de tomar por esposo a un hombre que tuviera la barba azul. Lo que tampoco les gustaba era que se haba casado ya con varias mujeres y no se saba qu haba sido de ellas. Barba Azul, para irse conociendo, las llev con su madre, con tres o cuatro de sus mejores amigas y con algunos jvenes de la localidad a una de sus casas de campo, donde se quedaron ocho das enteros. Todo fueron paseos, partidas de caza y de pesca, bailes y festines, meriendas: nadie dorma, y se pasaban toda la noche gastndose bromas unos a otros. En fin, todo result tan bien, que a la menor de las hermanas empez a parecerle que el dueo de la casa ya no tena la barba tan azul y que era un hombre muy honesto. En cuanto regresaron a la ciudad se consum el matrimonio. Al cabo de un mes Barba Azul dijo a su mujer que tena que hacer un viaje a provincias, por lo menos de seis semanas, por un asunto importante; que le rogaba que se divirtiera mucho durante su ausencia, que invitara a sus amigas, que las llevara al campo si quera y que no dejase de comer bien. -stas son -le dijo- las llaves de los dos grandes guardamuebles; stas, las de la vajilla de oro y plata que no se saca a diario; stas, las de mis cajas fuertes, donde estn el oro y la plata; sta, la de los estuches donde estn las pedreras, y sta, la llave maestra de todos las habitaciones de la casa. En cuanto a esta llavecita, es la del gabinete del fondo de la gran galera del piso de abajo: abrid todo, andad por donde queris, pero os prohibo entrar en ese pequeo gabinete, y os lo prohibo de tal suerte que, si llegis a abrirlo, no habr nada que no podis esperar de mi clera. Ella prometi observar estrictamente cuanto se le acababa de ordenar, y l, despus de besarla, sube a su carroza y sale de viaje. Las vecinas y las amigas no esperaron que fuesen a buscarlas para ir a casa de la recin casada, de lo impacientes que estaban por ver todas las riquezas de su casa, pues no se haban atrevido a ir cuando estaba el marido, porque su barba azul les daba miedo. Y ah las tenemos recorriendo en seguida las habitaciones, los gabinetes, los guardarropas, todos a cual ms bellos y ricos. Despus subieron a los guardamuebles, donde no dejaban de admirar la cantidad y la belleza de las tapiceras, de las camas, de los sofs, de los bargueos, de los veladores, de las mesas y de los espejos, donde se vea uno de cuerpo entero, y cuyos marcos, unos de cristal, otros de plata y otros de plata recamada en oro, eran los ms hermosos y magnficos que se pudo ver jams. No paraban de exagerar y envidiar la suerte de su amiga, que sin embargo no se diverta a la vista de todas aquellas riquezas, debido a la impaciencia que senta por ir a abrir el gabinete del piso de abajo. Se vio tan dominada por la curiosidad, que, sin considerar que era una descortesa dejarlas solas, baj por una pequea escalera secreta, y con tal precipitacin, que crey romperse la cabeza dos o tres veces. Al llegar a la puerta del gabinete, se detuvo un rato, pensando en la prohibicin que su marido le haba hecho, y considerando que podra sucederle alguna desgracia por ser desobediente; pero la tentacin era tan fuerte, que no pudo resistirla: cogi la llavecita y, temblando, abri la puerta del gabinete. Al principio no vio nada, porque las ventanas estaban cerradas; despus de algunos momentos empez a ver que el suelo estaba completamente cubierto de sangre coagulada, y que en la sangre se reflejaban los cuerpos de varias mujeres muertas que estaban atadas a las paredes (eran todas las mujeres con las que Barba Azul se haba casado y que haba degollado una tras otra). Crey que se mora de miedo, y la llave del gabinete, que acababa de sacar de la cerradura, se le cay de las manos. Despus de haberse recobrado un poco, recogi la llave, volvi a cerrar la puerta y subi a su habitacin para reponerse un poco; pero no lo consegua, de lo angustiada que estaba. Habiendo notado que la llave estaba manchada de sangre, la limpi dos o tres veces, pero la sangre no se iba; por ms que la lavaba e incluso la frotaba con arena y estropajo, siempre quedaba sangre, pues la llave estaba encantada y no haba manera de limpiarla del todo: cuando se quitaba la sangre de un sitio, apareca en otro. Barba Azul volvi aquella misma noche de su viaje y dijo que haba recibido cartas en el camino que le anunciaban que el asunto por el cual se haba ido acababa de soluconarse a su favor. Su mujer hizo todo lo que pudo por demostrarle que estaba encantada de su pronto regreso. Al da siguiente, l le pidi las llaves, y ella se las dio, pero con una mano tan temblorosa, que l adivin sin esfuerzo lo que haba pasado. -Cmo es que -le dijo- la llave del gabinete no est con las dems? -Se me habr quedado arriba en la mesa -contest. -No dejis de drmela en seguida -dijo Barba Azul. Despus de aplazarlo varias veces, no tuvo ms remedio que traer la llave. Barba Azul, habindola mirado, dijo a su mujer: -Por qu tiene sangre esta llave? -No lo s -respondi la pobre mujer, ms plida que la muerte. -No lo sabis -prosigui Barba Azul-; pues yo s lo s: habis querido entrar en el gabinete. Pues bien, seora, entraris en l e iris a ocupar vuestro sitio al lado de las damas que habis visto. Ella se arroj a los pies de su marido, llorando y pidindole perdn con todas las muestras de un verdadero arrepentimiento por no haber sido obediente. Hermosa y afligida como estaba, hubiera enternecido a una roca; pero Barba Azul tena el corazn ms duro que una roca. -Seora, debis de morir -le dijo-, y ahora mismo. -Ya que he de morir -le respondi, mirndole con los ojos baados en lgrimas-, dadme un poco de tiempo para encomendarme a Dios. -Os doy medio cuarto de hora -prosigui Barba Azul-, pero ni un momento ms. Cuando se qued sola, llam a su hermana y le dijo: -Ana, hermana ma (pues as se llamaba), por favor, sube a lo ms alto de la torre para ver si vienen mis hermanos; me prometieron que vendran a verme hoy, y, si los ves, hazles seas para que se den prisa. u hermana Ana subi a lo alto de la torre y la pobre aflgida le gritaba de cuando en cuando: -Ana, hermana Ana, no ves venir a nadie? Y su hermana Ana le responda: -No veo ms que el sol que polvorea y la hierba que verdea. Entre tanto Barba Azul, que llevaba un gran cuchillo en la mano, gritaba con todas sus fuerzas a su mujer: -Baja en seguida o subir yo a por ti! -Un momento, por favor -le responda su mujer; y en seguida gritaba bajito: -Ana, hermana Ana, no ves venir a nadie? Y su hermana Ana responda: -No veo ms que el sol que polvorea y la hierba que verdea. -Vamos, baja en seguida -gritaba Barba Azul- o subo yo a por ti! -Ya voy -responda su mujer, y luego preguntaba a su hermana: -Ana, hermana Ana, no ves venir a nadie? -Veo -respondi su hermana- una gran polvareda que viene de aquel lado. -Son mis hermanos? -Ay, no, hermana! Es un rebao de ovejas. -Quieres bajar de una vez? -gritaba Barba Azul. -Un momento -responda su mujer; y luego volva a preguntar: -Ana, hermana Ana, no ves venir a nadie? -Veo -respondi- dos caballeros que se dirigen hacia aqu, pero todava estn muy lejos. -Alabado sea Dios! -exclam un momento despus-. Son mis hermanos; estoy hacndoles todas las seas que puedo para que se den prisa. Barba Azul se puso a gritar tan fuerte, que toda la casa tembl. La pobre mujer baj y fue a arrojarse a sus pies, toda llorosa y desmelenada. -Es intil -dijo Barba Azul-, tienes que morir. Luego, cogindola con una mano por los cabellos y levantando el gran cuchillo con la otra, se dispuso a cortarle la cabeza. La pobre mujer, volvindose hacia l y mirndolo con ojos desfallecientes, le rog que le concediera un minuto para recogerse. - No, no -dijo-, encomindate a Dios. Y, levantando el brazo... En aquel momento llamaron tan fuerte a la puerta, que Barba Azul se detuvo bruscamente; tan pronto como la puerta se abri vieron entrar a dos caballeros que, espada en mano, se lanzaron directos hacia Barba Azul. l reconoci a los hermanos de su mujer, el uno dragn y el otro mosquetero, as que huy en seguida para salvarse; pero los dos hermanos lo persiguieron tan de cerca, que lo atraparon antes de que pudiera alcanzar la salida. Le atravesaron el cuerpo con su espada y lo dejaron muerto. La pobre mujer estaba casi tan muerta como su marido y no tena fuerzas para levantarse y abrazar a sus hermanos. Sucedi que Barba Azul no tena herederos, y as su mujer se convirti en la duea de todos sus bienes. Emple una parte en casar a su hermana Ana con un joven gentilhombre que la amaba desde haca mucho tiempo; emple la otra parte en comprar cargos de capitn para sus dos hermanos; y el resto en casarse ella tambin con un hombre muy honesto, que le hizo olvidar los malos ratos que haba pasado con Barba Azul.

BlancanievesHaba una vez, en pleno invierno, una reina que se dedicaba a la costura sentada cerca de una venta-na con marco de bano negro. Los copos de nieve caan del cielo como plumones. Mirando nevar se pinch un dedo con su aguja y tres gotas de sangre cayeron en la nieve. Como el efecto que haca el rojo sobre la blanca nieve era tan bello, la reina se dijo.-Ojal tuviera una nia tan blanca como la nie-ve, tan roja como la sangre y tan negra como la madera de bano!Poco despus tuvo una niita que era tan blanca como la nieve, tan encarnada como la sangre y cuyos cabellos eran tan negros como el bano.Por todo eso fue llamada Blancanieves. Y al na-cer la nia, la reina muri.Un ao ms tarde el rey tom otra esposa. Era una mujer bella pero orgullosa y arrogante, y no po-da soportar que nadie la superara en belleza. Tena un espejo maravilloso y cuando se pona frente a l, mirndose le preguntaba:Espejito, espejito de mi habitacin! Quin es la ms hermosa de esta regin?Entonces el espejo responda:La Reina es la ms hermosa de esta regin.Ella quedaba satisfecha pues saba que su espejo siempre deca la verdad.Pero Blancanieves creca y embelleca cada vez ms; cuando alcanz los siete aos era tan bella co-mo la clara luz del da y an ms linda que la reina.Ocurri que un da cuando le pregunt al espejo:Espejito, espejito de mi habitacin! Quin es la ms hermosa de esta regin?el espejo respondi:La Reina es la hermosa de este lugar,pero la linda Blancanieves lo es mucho ms.Entonces la reina tuvo miedo y se puso amarilla y verde de envidia. A partir de ese momento, cuando vea a Blancanieves el corazn le daba un vuelco en el pecho, tal era el odio que senta por la nia. Y su envidia y su orgullo crecan cada da ms, como una mala hierba, de tal modo que no encontraba reposo, ni de da ni de noche.Entonces hizo llamar a un cazador y le dijo:-Lleva esa nia al bosque; no quiero que aparez-ca ms ante mis ojos. La matars y me traers sus pulmones y su hgado como prueba.El cazador obedeci y se la llev, pero cuando quiso atravesar el corazn de Blancanieves, la nia se puso a llorar y exclam:-Mi buen cazador, no me mates!; correr hacia el bosque espeso y no volver nunca ms.Como era tan linda el cazador tuvo piedad y di-jo:-Corre, pues, mi pobre nia!Pensaba, sin embargo, que las fieras pronto la devoraran. No obstante, no tener que matarla fue para l como si le quitaran un peso del corazn. Un cerdito vena saltando; el cazador lo mat, extrajo sus pulmones y su hgado y los llev a la reina como prueba de que haba cumplido su misin. El cocine-ro los cocin con sal y la mala mujer los comi cre-yendo comer los pulmones y el hgado de Blancanieves.Por su parte, la pobre nia se encontraba en medio de los grandes bosques, abandonada por todos y con tal miedo que todas las hojas de los rbo-les la asustaban. No tena idea de cmo arreglrselas y entonces corri y corri sobre guijarros filosos y a travs de las zarzas. Los animales salvajes se cruza-ban con ella pero no le hacan ningn dao. Corri hasta la cada de la tarde; entonces vio una casita a la que entr para descansar. En la cabaita todo era pequeo, pero tan lindo y limpio como se pueda imaginar. Haba una mesita pequea con un mantel blanco y sobre l siete platitos, cada uno con su pe-quea cuchara, ms siete cuchillos, siete tenedores y siete vasos, todos pequeos. A lo largo de la pared estaban dispuestas, una junto a la otra, siete camitas cubiertas con sbanas blancas como la nieve. Como tena mucha hambre y mucha sed, Blancanievesco-mi trozos de legumbres y de pan de cada platito y bebi una gota de vino de cada vasito. Luego se sin-ti muy cansada y se quiso acostar en una de las ca-mas. Pero ninguna era de su medida; una era demasiado larga, otra un poco corta, hasta que fi-nalmente la sptima le vino bien. Se acost, se en-comend a Dios y se durmi.Cuando cay la noche volvieron los dueos de casa; eran siete enanos que excavaban y extraan metal en las montaas. Encendieron sus siete faro-litos y vieron que alguien haba venido, pues las co-sas no estaban en el orden en que las haban dejado. El primero dijo:-Quin se sent en mi sillita?El segundo:-Quin comi en mi platito?El tercero:-Quin comi de mi pan?El cuarto:-Quin comi de mis legumbres?El quinto.-Quin pinch con mi tenedor?El sexto:-Quin cort con mi cuchillo?El sptimo:-Quin bebi en mi vaso?Luego el primero pas su vista alrededor y vio una pequea arruga en su cama y dijo:-Quin anduvo en mi lecho?Los otros acudieron y exclamaron:-Alguien se ha acostado en el mo tambin! Mi-rando en el suyo, el sptimo descubri a Blancanie-ves, acostada y dormida. Llam a los otros, que se precipitaron con exclamaciones de asombro. Enton-ces fueron a buscar sus siete farolitos para alumbrar a Blancanieves.-Oh, mi Dios -exclamaron- qu bella es esta ni-a!Y sintieron una alegra tan grande que no la des-pertaron y la dejaron proseguir su sueo. El sptimo enano se acost una hora con cada uno de sus com-paeros y as pas la noche.Al amanecer, Blancanieves despert y viendo a los siete enanos tuvo miedo. Pero ellos se mostraron amables y le preguntaron.-Cmo te llamas?-Me llamo Blancanieves -respondi ella.-Como llegaste hasta nuestra casa?Entonces ella les cont que su madrastra haba querido matarla pero el cazador haba tenido piedad de ella permitindole correr durante todo el da hasta encontrar la casita.Los enanos le dijeron:-Si quieres hacer la tarea de la casa, cocinar, ha-cer las camas, lavar, coser y tejer y si tienes todo en orden y bien limpio puedes quedarte con nosotros; no te faltar nada.-S -respondi Blancanieves- acepto de todo co-razn. Y se qued con ellos.Blancanieves tuvo la casa en orden. Por las ma-anas los enanos partan hacia las montaas, donde buscaban los minerales y el oro, y regresaban por la noche. Para ese entonces la comida estaba lista.Durante todo el da la nia permaneca sola; los buenos enanos la previnieron:-Cudate de tu madrastra; pronto sabr que ests aqu! No dejes entrar a nadie!La reina, una vez que comi los que crea que eran los pulmones y el hgado de Blancanieves, se crey de nuevo la principal y la ms bella de todas las mujeres. Se puso ante el espejo y dijo:Espejito, espejito de mi habitacin! Quin es la ms hermosa de esta regin?Entonces el espejo respondi.Pero, pasando los bosques,en la casa de los enanos,la linda Blancanieves lo es mucho ms.La Reina es la ms hermosa de este lugarLa reina qued aterrorizada pues saba que el es-pejo no menta nunca. Se dio cuenta de que el caza-dor la haba engaado y de que Blancanieves viva. Reflexion y busc un nuevo modo de deshacerse de ella pues hasta que no fuera la ms bella de la re-gin la envidia no le dara tregua ni reposo. Cuando finalmente urdi un plan se pint la cara, se visti como una vieja buhonera y qued totalmente irre-conocible.As disfrazada atraves las siete montaas y lleg a la casa de los siete enanos, golpe a la puerta y grit:-Vendo buena mercadera! Vendo! Vendo!Blancanieves mir por la ventana y dijo:-Buen da, buena mujer. Qu vende usted?-Una excelente mercadera -respondi-; cintas de todos colores.La vieja sac una trenzada en seda multicolor, y Blancanieves pens:-Bien puedo dejar entrar a esta buena mujer.Corri el cerrojo para permitirle el paso y poder comprar esa linda cinta.-Nia -dijo la vieja- qu mal te has puesto esa cinta! Acrcate que te la arreglo como se debe.Blancanieves, que no desconfiaba, se coloc delante de ella para que le arreglara el lazo. Pero rpi-damente la vieja lo oprimi tan fuerte que Blancanieves perdi el aliento y cay como muerta.-Y bien -dijo la vieja-, dejaste de ser la ms bella. Y se fue.Poco despus, a la noche, los siete enanos regre-saron a la casa y se asustaron mucho al ver a Blanca-nieves en el suelo, inmvil. La levantaron y descubrieron el lazo que la oprima. Lo cortaron y Blancanieves comenz a respirar y a reanimarse po-co a poco.Cuando los enanos supieron lo que haba pasado dijeron:-La vieja vendedora no era otra que la malvada reina. Ten mucho cuidado y no dejes entrar a nadie cuando no estamos cerca!Cuando la reina volvi a su casa se puso frente al espejo y pregunt:Espejito, espejito, de mi habitacin! Quin es la ms hermosa de esta regin?Entonces, como la vez anterior, respondi:La Reina es la ms hermosa de este lugar,Pero pasando los bosques,en la casa de los enanos,la linda Blancanieves lo es mucho ms.Cuando oy estas palabras toda la sangre le aflu-y al corazn. El terror la invadi, pues era claro que Blancanieves haba recobrado la vida.-Pero ahora -dijo ella- voy a inventar algo que te har perecer.Y con la ayuda de sortilegios, en los que era ex-perta, fabric un peine envenenado. Luego se disfra-z tomando el aspecto de otra vieja. As vestida atraves las siete montaas y lleg a la casa de los siete enanos. Golpe a la puerta y grit:-Vendo buena mercadera! Vendo! Vendo!Blancanieves mir desde adentro y dijo:-Sigue tu camino; no puedo dejar entrar a nadie.-Al menos podrs mirar -dijo la vieja, sacando el peine envenenado y levantndolo en el aire.Tanto le gust a la nia que se dej seducir y abri la puerta. Cuando se pusieron de acuerdo so-bre la compra la vieja le dilo:-Ahora te voy a peinar como corresponde.La pobre Blancanieves, que nunca pensaba mal, dej hacer a la vieja pero apenas sta le haba puesto el peine en los cabellos el veneno hizo su efecto y la pequea cay sin conocimiento.-Oh, prodigio de belleza -dijo la mala mujer-ahora s que acab contigo!Por suerte la noche lleg pronto trayendo a los enanos con ella. Cuando vieron a Blancanieves en el suelo, como muerta, sospecharon enseguida de la madrastra. Examinaron a la nia y encontraron el peine envenenado. Apenas lo retiraron, Blancanieves volvi en s y les cont lo que haba sucedido. En-tonces le advirtieron una vez ms que debera cui-darse y no abrir la puerta a nadie.En cuanto lleg a su casa la reina se coloc frente al espejo y dijo:Espejito, espejito de mi habitacin! Quin es la ms hermosa de esta regin?Y el espejito, respondi nuevamente:La Reina es la ms hermosa de este lugar.Pero pasando los bosques,en la casa de los enanos,la linda Blancanieves lo es mucho ms.La reina al or hablar al espejo de ese modo, se estremeci y tembl de clera.-Es necesario que Blancanieves muera -exclam-aunque me cueste la vida a m misma.Se dirigi entonces a una habitacin escondida y solitaria a la que nadie poda entrar y fabric una manzana envenenada. Exteriormente pareca buena, blanca y roja y tan bien hecha que tentaba a quien la vea; pero apenas se coma un trocito sobrevena la muerte. Cuando la manzana estuvo pronta, se pint la cara, se disfraz de campesina y atraves las siete montaas hasta llegar a la casa de los siete enanos.Golpe. Blancanieves sac la cabeza por la ven-tana y dijo:-No puedo dejar entrar a nadie; los enanos me lo han prohibido.-No es nada -dijo la campesina- me voy a librar de mis manzanas. Toma, te voy a dar una.-No-dijo Blancanieves -tampoco debo aceptar nada.-Ternes que est envenenada? -dijo la vieja-; mi-ra, corto la manzana en dos partes; t comers la parte roja y yo la blanca.La manzana estaba tan ingeniosamente hecha que solamente la parte roja contena veneno. La be-lla manzana tentaba a Blancanieves y cuando vio a la campesina comer no pudo resistir ms, estir la ma-no y tom la mitad envenenada. Apenas tuvo un trozo en la boca, cay muerta.Entonces la vieja la examin con mirada horri-ble, ri muy fuerte y dijo.-Blanca como la nieve, roja como la sangre, ne-gra como el bano. Esta vez los enanos no podrn reanimarte!Vuelta a su casa interrog al espejo:Espejito, espejito de mi habitacin!Quin es la ms hermosa de esta regin? Y el espejo finalmente respondi. La Reina es la ms hermosa de esta regin.Entonces su corazn envidioso encontr repo-so, si es que los corazones envidiosos pueden en-contrar alguna vez reposo.A la noche, al volver a la casa, los enanitos en-contraron a Blancanieves tendida en el suelo sin que un solo aliento escapara de su boca: estaba muerta. La levantaron, buscaron alguna cosa envenenada, aflojaron sus lazos, le peinaron los cabellos, la lava-ron con agua y con vino pelo todo esto no sirvi de nada: la querida nia estaba muerta y sigui estn-dolo.La pusieron en una parihuela. se sentaron junto a ella y durante tres das lloraron. Luego quisieron enterrarla pero ella estaba tan fresca como una per-sona viva y mantena an sus mejillas sonrosadas.Los enanos se dijeron:-No podemos ponerla bajo la negra tierra. E hi-cieron un atad de vidrio para que se la pudiera ver desde todos los ngulos, la pusieron adentro e inscribieron su nombre en letras de oro proclamando que era hija de un rey. Luego expusieron el atad en la montaa. Uno de ellos permanecera siempre a su lado para cuidarla. Los animales tambin vinieron a llorarla: primero un mochuelo, luego un cuervo y ms tarde una palomita.Blancanieves permaneci mucho tiempo en el atad sin descomponerse; al contrario, pareca dor-mir, ya que siempre estaba blanca como la nieve, roja como la sangre y sus cabellos eran negros como el bano.Ocurri una vez que el hijo de un rey lleg, por azar, al bosque y fue a casa de los enanos a pasar la noche. En la montaa vio el atad con la hermosa Blancanieves en su interior y ley lo que estaba es-crito en letras de oro.Entonces dijo a los enanos:-Dnme ese atad; les dar lo que quieran a cambio.-No lo daramos por todo el oro del mundo -respondieron los enanos.-En ese caso -replic el prncipe- reglenmelo pues no puedo vivir sin ver a Blancanieves. La hon-rar, la estimar como a lo que ms quiero en el mundo.Al orlo hablar de este modo los enanos tuvieron piedad de l y le dieron el atad. El prncipe lo hizo llevar sobre las espaldas de sus servidores, pero su-cedi que stos tropezaron contra un arbusto y co-mo consecuencia del sacudn el trozo de manzana envenenada que Blancanieves an conservaba en su garganta fue despedido hacia afuera. Poco despus abri los ojos, levant la tapa del atad y se irgui, resucitada.-Oh, Dios!, dnde estoy? -exclam.-Ests a mi lado -le dijo el prncipe lleno de ale-gra.Le cont lo que haba pasado y le dijo:-Te amo como a nadie en el mundo; ven conmi-go al castillo de mi padre; sers mi mujer.Entonces Blancanieves comenz a sentir cario por l y se prepar la boda con gran pompa y mag-nificencia.Tambin fue invitada a la fiesta la madrastra criminal de Blancanieves. Despus de vestirse con sus hermosos trajes fue ante el espejo y pregunt:Espejito, espejito de mi habitacin! Quin es la ms hermosa de esta regin?El espejo respondi:La Reina es la ms hermosa de este lugar. Pero la joven Reina lo es mucho ms.Entonces la mala mujer lanz un juramento y tuvo tanto, tanto miedo, que no supo qu hacer. Al principio no quera ir de ningn modo a la boda. Pero no encontr reposo hasta no ver a la joven reina.Al entrar reconoci a Blancanieves y la angustia y el espanto que le produjo el descubrimiento la de-jaron clavada al piso sin poder moverse.Pero ya haban puesto zapatos de hierro sobre carbones encendidos y luego los colocaron delante de ella con tenazas. Se oblig a la bruja a entrar en esos zapatos incandescentes y a bailar hasta que le llegara la muerte.

Buen humorMi padre me dej en herencia el mejor bien que se pueda imaginar: el buen humor. Y, quin era mi padre? Claro que nada tiene esto que ver con el humor. Era vivaracho y corpulento, gordo y rechoncho, y tanto su exterior como su interior estaban en total contradiccin con su oficio. Y, cul era su oficio, su posicin en la sociedad? Si esto tuviera que escribirse e imprimirse al principio de un libro, es probable que muchos lectores lo dejaran de lado, diciendo: Todo esto parece muy penoso; son temas de los que prefiero no or hablar. Y, sin embargo, mi padre no fue verdugo ni ejecutor de la justicia, antes al contrario, su profesin lo situ a la cabeza de los personajes ms conspicuos de la ciudad, y all estaba en su pleno derecho, pues aqul era su verdadero puesto. Tena que ir siempre delante: del obispo, de los prncipes de la sangre...; s, seor, iba siempre delante, pues era cochero de las pompas fnebres. Bueno, pues ya lo saben. Y una cosa puedo decir en toda verdad: cuando vean a mi padre sentado all arriba en el carruaje de la muerte, envuelto en su larga capa blanquinegra, cubierta la cabeza con el tricornio ribeteado de negro, por debajo del cual asomaba su cara rolliza, redonda y sonriente como aquella con la que representan al sol, no haba manera de pensar en el luto ni en la tumba. Aquella cara deca: No se preocupen. A lo mejor no es tan malo como lo pintan. Pues bien, de l he heredado mi buen humor y la costumbre de visitar con frecuencia el cementerio. Esto resulta muy agradable, con tal de ir all con un espritu alegre, y otra cosa, todava: me llevo siempre el peridico, como l haca tambin. Ya no soy tan joven como antes, no tengo mujer ni hijos, ni tampoco biblioteca, pero, como ya he dicho, compro el peridico, y con l me basta; es el mejor de los peridicos, el que lea tambin mi padre. Resulta muy til para muchas cosas, y adems trae todo lo que hay que saber: quin predica en las iglesias, y quin lo hace en los libros nuevos; dnde se encuentran casas, criados, ropas y alimentos; quin efecta liquidaciones, y quin se marcha. Y luego, uno se entera de tantos actos caritativos y de tantos versos ingenuos que no hacen dao a nadie, anuncios matrimoniales, citas que uno acepta o no, y todo de manera tan sencilla y natural. Se puede vivir muy bien y muy felizmente, y dejar que lo entierren a uno, cuando se tiene el Noticiero; al llegar al final de la vida se tiene tantsimo papel, que uno puede tenderse encima si no le parece apropiado descansar sobre virutas y aserrn. El Noticiero y el cementerio son y han sido siempre las formas de ejercicio que ms han hablado a mi espritu, mis balnearios preferidos para conservar el buen humor. Ahora bien, por el peridico puede pasear cualquiera; pero vengan conmigo al cementerio. Vamos all cuando el sol brilla y los rboles estn verdes; pasemonos entonces por entre las tumbas, Cada una de ellas es como un libro cerrado con el lomo hacia arriba; puede leerse el ttulo, que dice lo que la obra contiene, y, sin embargo, nada dice; pero yo conozco el intrngulis, lo s por mi padre y por m mismo. Lo tengo en mi libro funerario, un libro que me he compuesto yo mismo para mi servicio y gusto. En l estn todos juntos y an algunos ms. Ya estamos en el cementerio. Detrs de una reja pintada de blanco, donde antao creca un rosal -hoy no est, pero unos tallos de siempreviva de la sepultura contigua han extendido hasta aqu sus dedos, y ms vale esto que nada-, reposa un hombre muy desgraciado, y, no obstante, en vida tuvo un buen pasar, como suele decirse, o sea, que no le faltaba su buena rentecita y an algo ms, pero se tomaba el mundo, en todo caso, el Arte, demasiado a pecho. Si una noche iba al teatro dispuesto a disfrutar con toda su alma, se pona frentico slo porque el tramoyista iluminaba demasiado la cara de la luna, o porque las bambalinas colgaban delante de los bastidores en vez de hacerlo por detrs, o porque sala una palmera en un paisaje de Dinamarca, un cacto en el Tirol o hayas en el norte de Noruega. Acaso tiene eso la menor importancia? Quin repara en estas cosas? Es la comedia lo que debe causaros placer. Tan pronto el pblico aplauda demasiado, como no aplauda bastante. -Esta lea est hmeda -deca-, no quemar esta noche. Y luego se volva a ver qu gente haba, y notaba que se rean a deshora, en ocasiones en que la risa no vena a cuento, y el hombre se encolerizaba y sufra. No poda soportarlo, y era un desgraciado. Y helo aqu: hoy reposa en su tumba. Aqu yace un hombre feliz, o sea, un hombre muy distinguido, de alta cuna; y sta fue su dicha, ya que, por lo dems, nunca habra sido nadie; pero en la Naturaleza est todo tan bien dispuesto y ordenado, que da gusto pensar en ello. Iba siempre con bordados por delante y por detrs, y ocupaba su sitio en los salones, como se coloca un costoso cordn de campanilla bordado en perlas, que tiene siempre detrs otro cordn bueno y recio que hace el servicio. Tambin l llevaba detrs un buen cordn, un hombre de paja encargado de efectuar el servicio. Todo est tan bien dispuesto, que a uno no pueden por menos que alegrrsele las pajarillas. Descansa aqu -esto s que es triste!-, descansa aqu un hombre que se pas sesenta y siete aos reflexionando sobre la manera de tener una buena ocurrencia. Vivi slo para esto, y al cabo le vino la idea, verdaderamente buena a su juicio, y le dio una alegra tal, que se muri de ella, con lo que nadie pudo aprovecharse, pues a nadie la comunic. Y mucho me temo que por causa de aquella buena idea no encuentre reposo en la tumba; pues suponiendo que no se trate de una ocurrencia de esas que slo pueden decirse a la hora del desayuno - pues de otro modo no producen efecto -, y de que l, como buen difunto, y segn es general creencia, slo puede aparecerse a medianoche, resulta que no siendo la ocurrencia adecuada para dicha hora, nadie se re, y el hombre tiene que volverse a la sepultura con su buena idea. Es una tumba realmente triste. Aqu reposa una mujer codiciosa. En vida se levantaba por la noche a maullar para hacer creer a los vecinos que tena gatos; hasta tanto llegaba su avaricia! Aqu yace una seorita de buena familia; se mora por lucir la voz en las veladas de sociedad, y entonces cantaba una cancin italiana que deca: Mi manca la voce! (Me falta la voz!). Es la nica verdad que dijo en su vida. Yace aqu una doncella de otro cuo. Cuando el canario del corazn empieza a cantar, la razn se tapa los odos con los dedos. La hermosa doncella entr en la gloria del matrimonio... Es sta una historia de todos los das, y muy bien contada adems. Dejemos en paz a los muertos! Aqu reposa una viuda, que tena miel en los labios y bilis en el corazn. Visitaba las familias a la caza de los defectos del prjimo, de igual manera que en das pretritos el amigo polica iba de un lado a otro en busca de una placa de cloaca que no estaba en su sitio. Tenemos aqu un panten de familia. Todos los miembros de ella estaban tan concordes en sus opiniones, que aun cuando el mundo entero y el peridico dijesen: Es as, si el benjamn de la casa deca, al llegar de la escuela: Pues yo lo he odo de otro modo, su afirmacin era la nica fidedigna, pues el chico era miembro de la familia. Y no haba duda: si el gallo del corral acertaba a cantar a media noche, era seal de que rompa el alba, por ms que el vigilante y todos los relojes de la ciudad se empeasen en decir que era medianoche. El gran Goethe cierra su Fausto con estas palabras: Puede continuarse, Lo mismo podramos decir de nuestro paseo por el cementerio. Yo voy all con frecuencia; cuando alguno de mis amigos, o de mis no amigos se pasa de la raya conmigo, me voy all, busco un buen trozo de csped y se lo consagro, a l o a ella, a quien sea que quiero enterrar, y lo entierro enseguida; y all se estn muertitos e impotentes hasta que resucitan, nuevitos y mejores. Su vida y sus acciones, miradas desde mi atalaya, las escribo en mi libro funerario. Y as debieran proceder todas las personas; no tendran que encolerizarse cuando alguien les juega una mala pasada, sino enterrarlo enseguida, conservar el buen humor y el Noticiero, este peridico escrito por el pueblo mismo, aunque a veces inspirado por otros. Cuando suene la hora de encuadernarme con la historia de mi vida y depositarme en la tumba, poned esta inscripcin: Un hombre de buen humor.

Caperucita rojaHaba una vez una adorable nia que era querida por todo aqul que la conociera, pero sobre todo por su abuelita, y no quedaba nada que no le hubiera dado a la nia. Una vez le regal una pequea caperuza o gorrito de un color rojo, que le quedaba tan bien que ella nunca quera usar otra cosa, as que la empezaron a llamar Caperucita Roja. Un da su madre le dijo: Ven, Caperucita Roja, aqu tengo un pastel y una botella de vino, llvaselas en esta canasta a tu abuelita que esta enfermita y dbil y esto le ayudar. Vete ahora temprano, antes de que caliente el da, y en el camino, camina tranquila y con cuidado, no te apartes de la ruta, no vayas a caerte y se quiebre la botella y no quede nada para tu abuelita. Y cuando entres a su dormitorio no olvides decirle, Buenos das, ah, y no andes curioseando por todo el aposento.

No te preocupes, har bien todo, dijo Caperucita Roja, y tom las cosas y se despidi cariosamente. La abuelita viva en el bosque, como a un kilmetro de su casa. Y no ms haba entrado Caperucita Roja en el bosque, siempre dentro del sendero, cuando se encontr con un lobo. Caperucita Roja no saba que esa criatura pudiera hacer algn dao, y no tuvo ningn temor hacia l. Buenos das, Caperucita Roja, dijo el lobo. Buenos das, amable lobo. - Adonde vas tan temprano, Caperucita Roja? - A casa de mi abuelita. - Y qu llevas en esa canasta? - Pastel y vino. Ayer fue da de hornear, as que mi pobre abuelita enferma va a tener algo bueno para fortalecerse. - Y adonde vive tu abuelita, Caperucita Roja? - Como a medio kilmetro ms adentro en el bosque. Su casa est bajo tres grandes robles, al lado de unos avellanos. Seguramente ya los habrs visto, contest inocentemente Caperucita Roja. El lobo se dijo en silencio a s mismo: Qu criatura tan tierna! qu buen bocadito - y ser ms sabroso que esa viejita. As que debo actuar con delicadeza para obtener a ambas fcilmente. Entonces acompa a Caperucita Roja un pequeo tramo del camino y luego le dijo: Mira Caperucita Roja, que lindas flores se ven por all, por qu no vas y recoges algunas? Y yo creo tambin que no te has dado cuenta de lo dulce que cantan los pajaritos. Es que vas tan apurada en el camino como si fueras para la escuela, mientras que todo el bosque est lleno de maravillas.

Caperucita Roja levant sus ojos, y cuando vio los rayos del sol danzando aqu y all entre los rboles, y vio las bellas flores y el canto de los pjaros, pens: Supongo que podra llevarle unas de estas flores frescas a mi abuelita y que le encantarn. Adems, an es muy temprano y no habr problema si me atraso un poquito, siempre llegar a buena hora. Y as, ella se sali del camino y se fue a cortar flores. Y cuando cortaba una, vea otra ms bonita, y otra y otra, y sin darse cuenta se fue adentrando en el bosque. Mientras tanto el lobo aprovech el tiempo y corri directo a la casa de la abuelita y toc a la puerta. Quin es? pregunt la abuelita. Caperucita Roja, contest el lobo. Traigo pastel y vino. breme, por favor. - Mueve la cerradura y abre t, grit la abuelita, estoy muy dbil y no me puedo levantar. El lobo movi la cerradura, abri la puerta, y sin decir una palabra ms, se fue directo a la cama de la abuelita y de un bocado se la trag. Y enseguida se puso ropa de ella, se coloc un gorro, se meti en la cama y cerr las cortinas.

Mientras tanto, Caperucita Roja se haba quedado colectando flores, y cuando vio que tena tantas que ya no poda llevar ms, se acord de su abuelita y se puso en camino hacia ella. Cuando lleg, se sorprendi al encontrar la puerta abierta, y al entrar a la casa, sinti tan extrao presentimiento que se dijo para s misma: Oh Dios! que incmoda me siento hoy, y otras veces que me ha gustado tanto estar con abuelita. Entonces grit: Buenos das!, pero no hubo respuesta, as que fue al dormitorio y abri las cortinas. All pareca estar la abuelita con su gorro cubrindole toda la cara, y con una apariencia muy extraa. !Oh, abuelita! dijo, qu orejas tan grandes que tienes. - Es para orte mejor, mi nia, fue la respuesta. Pero abuelita, qu ojos tan grandes que tienes. - Son para verte mejor, querida. - Pero abuelita, qu brazos tan grandes que tienes. - Para abrazarte mejor. - Y qu boca tan grande que tienes. - Para comerte mejor. Y no haba terminado de decir lo anterior, cuando de un salto sali de la cama y se trag tambin a Caperucita Roja.

Entonces el lobo decidi hacer una siesta y se volvi a tirar en la cama, y una vez dormido empez a roncar fuertemente. Un cazador que por casualidad pasaba en ese momento por all, escuch los fuertes ronquidos y pens, Cmo ronca esa viejita! Voy a ver si necesita alguna ayuda. Entonces ingres al dormitorio, y cuando se acerc a la cama vio al lobo tirado all. As que te encuentro aqu, viejo pecador! dijo l.Haca tiempo que te buscaba! Y ya se dispona a disparar su arma contra l, cuando pens que el lobo podra haber devorado a la viejita y que an podra ser salvada, por lo que decidi no disparar. En su lugar tom unas tijeras y empez a cortar el vientre del lobo durmiente. En cuanto haba hecho dos cortes, vio brillar una gorrita roja, entonces hizo dos cortes ms y la pequea Caperucita Roja sali rapidsimo, gritando: Qu asustada que estuve, qu oscuro que est ah dentro del lobo!, y enseguida sali tambin la abuelita, vivita, pero que casi no poda respirar. Rpidamente, Caperucita Roja trajo muchas piedras con las que llenaron el vientre del lobo. Y cuando el lobo despert, quizo correr e irse lejos, pero las piedras estaban tan pesadas que no soport el esfuerzo y cay muerto.

Las tres personas se sintieron felices. El cazador le quit la piel al lobo y se la llev a su casa. La abuelita comi el pastel y bebi el vino que le trajo Caperucita Roja y se reanim. Pero Caperucita Roja solamente pens: Mientras viva, nunca me retirar del sendero para internarme en el bosque, cosa que mi madre me haba ya prohibido hacer.

Cuento de navidadEl hermano Longinos de Santa Mara era la perla del convento. Perla es decir poco, para el caso; era un estuche, una riqueza, un algo incomparable e inencontrable: lo mismo ayudaba al docto fray Benito en sus copias, distinguindose en ornar de maysculas los manuscritos, como en la cocina haca exhalar suaves olores a la fritanga permitida despus del tiempo de ayuno; as serva de sacristn, como cultivaba las legumbres del huerto; y en maitines o vsperas, su hermosa voz de sochantre resonaba armoniosamente bajo la techumbre de la capilla. Mas su mayor mrito consista en su maravilloso don musical; en sus manos, en sus ilustres manos de organista. Ninguno entre toda la comunidad conoca como l aquel sonoro instrumento del cual haca brotar las notas como bandadas de aves melodiosas; ninguno como l acompaaba, como posedo por un celestial espritu, las prosas y los himnos, y las voces sagradas del canto llano. Su eminencia el cardenal que haba visitado el convento en un da inolvidable haba bendecido al hermano, primero, abrazdole enseguida, y por ltimo dchole una elogiosa frase latina, despus de orle tocar. Todo lo que en el hermano Longinos resaltaba, estaba iluminado por la ms amable sencillez y por la ms inocente alegra. Cuando estaba en alguna labor, tena siempre un himno en los labios, como sus hermanos los pjaritos de Dios. Y cuando volva, con su alforja llena de limosnas, taloneando a la borrica, sudoroso bajo el sol, en su cara se vea un tan dulce resplandor de jovialidad, que los campesinos salan a las puertas de sus casas, saludndole, llamndole hacia ellos: "Eh!, venid ac, hermano Longinos, y tomaris un buen vaso..." Su cara la podis ver en una tabla que se conserva en la abada; bajo una frente noble dos ojos humildes y oscuros, la nariz un tantico levantada, en una ingenua expresin de picarda infantil, y en la boca entreabierta, la ms bondadosa de las sonrisas.Avino, pues, que un da de navidad, Longinos fuese a la prxima aldea...; pero no os he dicho nada del convento? El cual estaba situado cerca de una aldea de labradores, no muy distante de una vasta floresta, en donde, antes de la fundacin del monasterio, haba cenculos de hechiceros, reuniones de hadas, y de silfos, y otras tantas cosas que favorece el poder del Bajsimo, de quien Dios nos guarde. Los vientos del cielo llevaban desde el santo edificio monacal, en la quietud de las noches o en los serenos crepsculos, ecos misteriosos, grandes temblores sonoros..., era el rgano de Longinos que acompaando la voz de sus hermanos en Cristo, lanzaba sus clamores benditos. Fue, pues, en un da de navidad, y en la aldea, cuando el buen hermano se dio una palmada en la frente y exclam, lleno de susto, impulsando a su caballera paciente y filosfica:Desgraciado de m! Si merecer triplicar los cilicios y ponerme por toda la viada a pan y agua! Cmo estarn aguardndome en el monasterio!Era ya entrada la noche, y el religioso, despus de santiguarse, se encamin por la va de su convento. Las sombras invadieron la Tierra. No se vea ya el villorrio; y la montaa, negra en medio de la noche, se vea semejante a una titnica fortaleza en que habitasen gigantes y demonios.Y fue el caso que Longinos, anda que te anda, pater y ave tras pater y ave, advirti con sorpresa que la senda que segua la pollina, no era la misma de siempre. Con lgrimas en los ojos alz stos al cielo, pidindole misericordia al Todopoderoso, cuando percibi en la oscuridad del firmamento una hermosa estrella, una hermosa estrella de color de oro, que caminaba junto con l, enviando a la tierra un delicado chorro de luz que serva de gua y de antorcha. Diole gracias al Seor por aquella maravilla, y a poco trecho, como en otro tiempo la del profeta Balaam, su cabalgadura se resisti a seguir adelante, y le dijo con clara voz de hombre mortal: 'Considrate feliz, hermano Longinos, pues por tus virtudes has sido sealado para un premio portentoso.' No bien haba acabado de or esto, cuando sinti un ruido, y una oleada de exquisitos aromas. Y vio venir por el mismo camino que l segua, y guiados por la estrella que l acababa de admirar, a tres seores esplndidamente ataviados. Todos tres tenan porte e insignias reales. El delantero era rubio como el ngel Azrael; su cabellera larga se esparca sobre sus hombros, bajo una mitra de oro constelada de piedras preciosas; su barba entretejida con perlas e hilos de oro resplandeca sobre su pecho; iba cubierto con un manto en donde estaban bordados, de riqusima manera, aves peregrinas y signos del zodiaco. Era el rey Gaspar, caballero en un bello caballo blanco. El otro, de cabellera negra, ojos tambin negros y profundamente brillantes, rostro semejante a los que se ven en los bajos relieves asirios, cea su frente con una magnfica diadema, vesta vestidos de incalculable precio, era un tanto viejo, y hubirase dicho de l, con slo mirarle, ser el monarca de un pas misterioso y opulento, del centro de la tierra de Asia. Era el rey Baltasar y llevaba un collar de gemas cabalstico que terminaba en un sol de fuegos de diamantes. Iba sobre un camello caparazonado y adornado al modo de Oriente. El tercero era de rostro negro y miraba con singular aire de majestad; formbanle un resplandor los rubes y esmeraldas de su turbante. Como el ms soberbio prncipe de un cuento, iba en una labrada silla de marfil y oro sobre un elefante. Era el rey Melchor. Pasaron sus majestades y tras el elefante del rey Melchor, con un no usado trotecito, la borrica del hermano Longinos, quien, lleno de mstica complacencia, desgranaba las cuentas de su largo rosario.Y sucedi que tal como en los das del cruel Herodes los tres coronados magos, guiados por la estrella divina, llegaron a un pesebre, en donde, como lo pintan los pintores, estaba la reina Mara, el santo seor Jos y el Dios recin nacido. Y cerca, la mula y el buey, que entibian con el calor sano de su aliento el aire fro de la noche. Baltasar, postrado, descorri junto al nio un saco de perlas y de piedras preciosas y de polvo de oro; Gaspar en jarras doradas ofreci los ms raros ungentos; Melchor hizo su ofrenda de incienso, de marfiles y de diamantes...Entonces, desde el fondo de su corazn, Longinos, el buen hermano Longinos, dijo al nio que sonrea:Seor, yo soy un pobre siervo tuyo que en su covento te sirve como puede. Qu te voy a ofrecer yo, triste de m? Qu riquezas tengo, qu perfumes, qu perlas y qu diamantes? Toma, seor, mis lgrimas y mis oraciones, que es todo lo que puedo ofrendarte.Y he aqu que los reyes de Oriente vieron brotar de los labios de Longinos las rosas de sus oraciones, cuyo olor superaba a todos los ungentos y resinas; y caer de sus ojos copiossimas lgrimas que se convertan en los ms radiosos diamantes por obra de la superior magia del amor y de la fe; todo esto en tanto que se oa el eco de un coro de pastores en la tierra y la meloda de un coro de ngeles sobre el techo del pesebre.Entre tanto, en el convento haba la mayor desolacin. Era llegada la hora del oficio. La nave de la capilla estaba iluminada por las llamas de los cirios. El abad estaba en su sitial, afligido, con su capa de ceremonia. Los frailes, la comunidad entera, se miraban con sorprendida tristeza. Qu desgracia habr acontecido al buen hermano?Por qu no ha vuelto de la aldea? Y es ya la hora del oficio, y todos estn en su puesto, menos quien es gloria de su monasterio, el sencillo y sublime organista... Quin se atreve a ocupar su lugar? Nadie. Ninguno sabe los secretos del teclado, ninguno tiene el don armonioso de Longinos. Y como ordena el prior que se proceda a la ceremonia, sin msica, todos empiezan el canto dirigindose a Dios llenos de una vaga tristeza... De repente, en los momentos del himno, en que el rgano deba resonar... reson, reson como nunca; sus bajos eran sagrados truenos; sus trompetas, excelsas voces; sus tubos todos estaban como animados por una vida incomprensible y celestial. Los monjes cantaron, cantaron, llenos del fuego del milagro; y aquella Noche Buena, los campesinos oyeron que el viento llevaba desconocidas armonas del rgano conventual, de aquel rgano que pareca tocado por manos anglicas como las delicadas y puras de la gloriosa Cecilia...El hermano Longinos de Santa Mara entreg su alma a Dios poco tiempo despus; muri en olor de santidad. Su cuerpo se conserva an incorrupto, enterrado bajo el coro de la capilla, en una tumba especial, labrada en mrmol

Debajo un botnDebajo un botn, ton, ton, del seor Martn, tin, tin, haba un ratn, ton, ton, iay! qu chiquitn, tin, tin.Ay! qu chiquitn, tin, tin, era aquel ratn, ton, ton, que encontr Martn, tin. tin, debajo un botn, ton, ton.Es tan juguetn, ton, ton, el seor Martn, tin, tin, que meti al ratn, ton, ton, en un calcetn, tin, tin.En un calcetn, tin, tin, vive aquel ratn, ton, ton, lo meti Martn, tin, tin, porque es juguetn, ton, ton.Debajo un botn, ton, ton, del seor Martn, tin, tin, haba un ratn, ton, ton, iay! qu chiquitn, tin, tin.Ay! qu chiquitn, tin, tin, era aquel ratn, ton, ton, que encontr Martn, tin, tin, debajo un botn, ton, ton...

El acertijorase una vez el hijo de un rey, a quien entraron deseos de correr mundo, y se parti sin ms compaa que la de un fiel criado. Lleg un da a un extenso bosque, y al anochecer, no encontrando ningn albergue, no saba dnde pasar la noche. Vio entonces a una muchacha que se diriga a una casita, y, al acercarse, se dio cuenta de que era joven y hermosa. Dirigise a ella y le dijo:- Mi buena nia, no nos acogeras por una noche en la casita, a m y al criado?- De buen grado lo hara -respondi la muchacha con voz triste-; pero no os lo aconsejo. Mejor es que os busquis otro alojamiento.- Por qu? -pregunt el prncipe.- Mi madrastra tiene malas tretas y odia a los forasteros contest la nia suspirando.

Bien se dio cuenta el prncipe de que aquella era la casa de una bruja; pero como no era posible seguir andando en la noche cerrada, y, por otra parte, no era miedoso, entr. La vieja, que estaba sentada en un silln junto al fuego, mir a los viajeros con sus ojos rojizos:- Buenas noches! -dijo con voz gangosa, que quera ser amable-. Sentaos a descansar-. Y sopl los carbones, en los que se coca algo en un puchero.La hija advirti a los dos hombres que no comiesen ni bebiesen nada, pues la vieja estaba confeccionando brebajes nocivos. Ellos durmieron apaciblemente hasta la madrugada, y cuando se dispusieron a reemprender la ruta, estando ya el prncipe montado en su caballo, dijo la vieja:- Aguarda un momento, que tomars un trago, como despedida.

Mientras entraba a buscar la bebida, el prncipe se alej a toda prisa, y cuando volvi a salir la bruja con la bebida, slo hall al criado, que se haba entretenido arreglando la silla.- Lleva esto a tu seor! -le dijo. Pero en el mismo momento se rompi la vasija, y el veneno salpic al caballo; tan virulento era, que el animal se desplom muerto, como herido por un rayo. El criado ech a correr para dar cuenta a su amo de lo sucedido, pero, no queriendo perder la silla, volvi a buscarla. Al llegar junto al cadver del caballo, encontr que un cuervo lo estaba devorando.Quin sabe si cazar hoy algo mejor?, se dijo el criado; mat, pues, el cuervo y se lo meti en el zurrn.Durante toda la jornada estuvieron errando por el bosque, sin encontrar la salida. Al anochecer dieron con una hospedera y entraron en ella. El criado dio el cuervo al posadero, a fin de que se lo guisara para cenar. Pero result que haba ido a parar a una guarida de ladrones, y ya entrada la noche presentronse doce bandidos, que concibieron el propsito de asesinar y robar a los forasteros. Sin embargo, antes de llevarlo a la prctica se sentaron a la mesa, junto con el posadero y la bruja, y se comieron una sopa hecha con la carne del cuervo. Pero apenas hubieron tomado un par de cucharadas, cayeron todos muertos, pues el cuervo estaba contaminado con el veneno del caballo.

Ya no qued en la casa sino la hija del posadero, que era una buena muchacha, inocente por completo de los crmenes de aquellos hombres. Abri a los forasteros todas las puertas y les mostr los tesoros acumulados. Pero el prncipe le dijo que poda quedarse con todo, pues l nada quera de aquello, y sigui su camino con su criado.Despus de vagar mucho tiempo sin rumbo fijo, llegaron a una ciudad donde resida una orgullosa princesa, hija del Rey, que haba mandado pregonar su decisin de casarse con el hombre que fuera capaz de plantearle un acertijo que ella no supiera descifrar, con la condicin de que, si lo adivinaba, el pretendiente sera decapitado. Tena tres das de tiempo para resolverlo; pero eran tan inteligente, que siempre lo haba resuelto antes de aquel plazo. Eran ya nueve los pretendientes que haban sucumbido de aquel modo, cuando lleg el prncipe y, deslumbrado por su belleza, quiso poner en juego su vida. Se present a la doncella y le plante su enigma: - Qu es -le dijo- una cosa que no mat a ninguno y, sin embargo, mat a doce?

En vano la princesa daba mil y mil vueltas a la cabeza, no acertaba a resolver el acertijo. Consult su libro de enigmas, pero no encontr nada; haba terminado sus recursos. No sabiendo ya qu hacer, mand a su doncella que se introdujese de escondidas en el dormitorio del prncipe y se pusiera al acecho, pensando que tal vez hablara en sueos y revelara la respuesta del enigma. Pero el criado, que era muy listo, se meti en la cama en vez de su seor, y cuando se acerc la doncella, arrebatndole de un tirn el manto en que vena envuelta, la ech del aposento a palos. A la segunda noche, la princesa envi a su camarera a ver si tena mejor suerte. Pero el criado le quit tambin el manto y la ech a palos.

Crey entonces el prncipe que la tercera noche estara seguro, y se acost en el lecho. Pero fue la propia princesa la que acudi, envuelta en una capa de color gris, y se sent a su lado. Cuando crey que dorma y soaba, psose a hablarle en voz queda, con la esperanza de que respondera en sueos, como muchos hacen. Pero l estaba despierto y lo oa todo perfectamente.

Pregunt ella:- Uno mat a ninguno, qu es esto?Respondi l:- Un cuervo que comi de un caballo envenenado y muri a su vez.Sigui ella preguntando:- Y mat, sin embargo, a doce, qu es esto?- Son doce bandidos, que se comieron el cuervo y murieron envenenados.

Sabiendo ya lo que quera, la princesa trat de escabullirse, pero el prncipe la sujet por la capa, que ella hubo de abandonar. A la maana, la hija del Rey anunci que haba descifrado el enigma y, mandando venir a los doce jueces, dio la solucin ante ellos. Pero el joven solicit ser escuchado y dijo:- Durante la noche, la princesa se desliz hasta mi lecho y me lo pregunt; sin esto, nunca habra acertado. Dijeron los jueces: - Danos una prueba.Entonces el criado entr con los tres mantos, y cuando los jueces vieron el gris que sola llevar la princesa, fallaron la sentencia siguiente:- Que este manto se borde en oro y plata; ser el de vuestra boda.

El ngelCada vez que muere un nio bueno, baja del cielo un ngel de Dios Nuestro Seor, toma en brazos el cuerpecito muerto y, extendiendo sus grandes alas blancas, emprende el vuelo por encima de todos los lugares que el pequeuelo am, recogiendo a la vez un ramo de flores para ofrecerlas a Dios, con objeto de que luzcan all arriba ms hermosas an que en el suelo. Nuestro Seor se aprieta contra el corazn todas aquellas flores, pero a la que ms le gusta le da un beso, con lo cual ella adquiere voz y puede ya cantar en el coro de los bienaventurados. He aqu lo que contaba un ngel de Dios Nuestro Seor mientras se llevaba al cielo a un nio muerto; y el nio lo escuchaba como en sueos. Volaron por encima de los diferentes lugares donde el pequeo haba jugado, y pasaron por jardines de flores esplndidas. -Cul nos llevaremos para plantarla en el cielo? -pregunt el ngel. Creca all un magnfico y esbelto rosal, pero una mano perversa haba tronchado el tronco, por lo que todas las ramas, cuajadas de grandes capullos semiabiertos, colgaban secas en todas direcciones. -Pobre rosal! -exclam el nio-. Llvatelo; junto a Dios florecer. Y el ngel lo cogi, dando un beso al nio por sus palabras; y el pequeuelo entreabri los ojos. Recogieron luego muchas flores magnficas, pero tambin humildes rannculos y violetas silvestres. -Ya tenemos un buen ramillete -dijo el nio; y el ngel asinti con la cabeza, pero no emprendi enseguida el vuelo hacia Dios. Era de noche, y reinaba un silencio absoluto; ambos se quedaron en la gran ciudad, flotando en el aire por uno de sus angostos callejones, donde yacan montones de paja y cenizas; haba habido mudanza: se vean cascos de loza, pedazos de yeso, trapos y viejos sombreros, todo ello de aspecto muy poco atractivo. Entre todos aquellos desperdicios, el ngel seal los trozos de un tiesto roto; de ste se haba desprendido un terrn, con las races, de una gran flor silvestre ya seca, que por eso alguien haba arrojado a la calleja. -Vamos a llevrnosla -dijo el ngel-. Mientras volamos te contar por qu. Remontaron el vuelo, y el ngel dio principio a su relato: -En aquel angosto callejn, en una baja bodega, viva un pobre nio enfermo. Desde el da de su nacimiento estuvo en la mayor miseria; todo lo que pudo hacer en su vida fue cruzar su diminuto cuartucho sostenido en dos muletas; su felicidad no pas de aqu. Algunos das de verano, unos rayos de sol entraban hasta la bodega, nada ms que media horita, y entonces el pequeo se calentaba al sol y miraba cmo se transparentaba la sangre en sus flacos dedos, que mantena levantados delante el rostro, diciendo: S, hoy he podido salir. Saba del bosque y de sus bellsimos verdores primaverales, slo porque el hijo del vecino le traa la primera rama de haya. Se la pona sobre la cabeza y soaba que se encontraba debajo del rbol, en cuya copa brillaba el sol y cantaban los pjaros. Un da de primavera, su vecinito le trajo tambin flores del campo, y, entre ellas vena casualmente una con la raz; por eso la plantaron en una maceta, que colocaron junto a la cama, al lado de la ventana. Haba plantado aquella flor una mano afortunada, pues, creci, sac nuevas ramas y floreci cada ao; para el muchacho enfermo fue el jardn ms esplndido, su pequeo tesoro aqu en la Tierra. La regaba y cuidaba, preocupndose de que recibiese hasta el ltimo de los rayos de sol que penetraban por la ventanuca; la propia flor formaba parte de sus sueos, pues para l floreca, para l esparca su aroma y alegraba la vista; a ella se volvi en el momento de la muerte, cuando el Seor lo llam a su seno. Lleva ya un ao junto a Dios, y durante todo el ao la plantita ha seguido en la ventana, olvidada y seca; por eso, cuando la mudanza, la arrojaron a la basura de la calle. Y sta es la flor, la pobre florecilla marchita que hemos puesto en nuestro ramillete, pues ha proporcionado ms alegra que la ms bella del jardn de una reina. -Pero, cmo sabes todo esto? -pregunt el nio que el ngel llevaba al cielo. -Lo s -respondi el ngel-, porque yo fui aquel pobre nio enfermo que se sostena sobre muletas. Y bien conozco mi flor! El pequeo abri de par en par los ojos y clav la mirada en el rostro esplendoroso del ngel; y en el mismo momento se encontraron en el Cielo de Nuestro Seor, donde reina la alegra y la bienaventuranza. Dios apret al nio muerto contra su corazn, y al instante le salieron a ste alas como a los dems ngeles, y con ellos se ech a volar, cogido de las manos. Nuestro Seor apret tambin contra su pecho todas las flores, pero a la marchita silvestre la bes, infundindole voz, y ella rompi a cantar con el coro de angelitos que rodean al Altsimo, algunos muy de cerca otros formando crculos en torno a los primeros, crculos que se extienden hasta el infinito, pero todos rebosantes de felicidad. Y todos cantaban, grandes y chicos, junto con el buen chiquillo bienaventurado y la pobre flor silvestre que haba estado abandonada, entre la basura de la calleja estrecha y oscura, el da de la mudanza.

El arbol de los zapatosJuan y Mara miraban a su padre que cavaba en el jardn. Era un trabajo muy pesado. Despus de una gran palada, se incorpor, enjugndose la frente.-Mira, pap ha encontrado una bota vieja -dijo Mara.-Qu vas a hacer con ella? -quiso saber Juan.-Se podra enterrar aqu mismo -sugiri el seor Martn-, Dicen que si se pone un zapato viejo debajo de un cerezo crece mucho mejor.Mara se ri.-Qu es lo que crecer? La bota?-Bueno, si crece, tendremos bota asada para comer.Y la enterr. Ya entrada la primavera, un viento fuerte derrib el cerezo y el seor Martn fue a recoger las ramas cadas. Vio que haba una planta nueva en aquel lugar. Sin embargo, no la arranc, porque quera ver qu era. Consult todos sus libros de jardinera, pero no encontr nada que se le pareciera.-Jams vi una planta como sta -les dijo a Juan y a Mara.

Era una planta bastante interesante, as que la dejaron crecer, a pesar de que acab por ahogar los retoos del cerezo cado. Creca muy bien; a la primavera siguiente, era casi un arbolito. En otoo, aparecieron unos frutos grisceos. Eran muy raros: estaban llenos de bultos y tenan una forma muy curiosa.-Ese fruto me recuerda algo -dijo la seora Martn. Entonces se dio cuenta de lo que era-. Parecen botas! S, son como unos pares de botas colgadas de los talones!-Es verdad! Parecen botas -dijo Juan asombrado, tocando el fruto.-Habis dicho botas? -pregunt la seora Gmez, asomndose.-S, crecen botas!-Pedrito ya es grande y necesitar botas -dijo la seora Gmez-, Puedo acercarme a mirarlas?-Claro que s. Pase y valas con sus propios ojos.La seora Gmez se acerc, con el beb en brazos. Lo puso junto al rbol, cabeza abajo. Juan y Mara acercaron un par de frutos a sus pies.-An no estn maduras -dijo Juan-Vuelva maana para ver si han crecido un poco ms.La seora Gmez volvi al da siguiente, con su beb, pero la fruta era an demasiado pequea. Al final de la semana, sin embargo, comenz a madurar, tomando un brillante color marrn.Un da descubrieron un par que pareca justo el nmero de Pedrito. Mara las baj y la seora Gmez se las puso a su hijo. Le quedaban muy bien y Pedrito comenz a caminar por el jardn.Juan y Mara se lo contaron a sus padres, y el seor Martn decidi que todos los que necesitaran botas para sus hijos podan venir a recogerlas del rbol.Pronto todo el pueblo se enter del asombroso rbol de los zapatos y muchas mujeres vinieron al jardn, con sus nios pequeos. Algunas alzaban a los bebs para poder calzarles los zapatos y ver si les iban bien. Otras los levantaban cabeza abajo para medir la fruta con sus pies. Juan y Mara recogieron las que sobraban y las colocaron sobre el csped, ordenndolas por pares. Las madres que haban llegado tarde se sentaron con sus nios. Juan y Mara iban de aqu para all, probando las botas, hasta que todos los nios tuvieron las suyas. Al final del da, el rbol estaba pelado.Una de las madres, la seora Blanco, llev a sus trillizos y consigui zapatos para los tres. AI llegar a casa, se los mostr a su marido y le dijo:-Los traje gratis, del rbol del seor Martn. Mira, la cscara es dura como el cuero, pero por dentro son muy suaves. No es estupendo?El seor Blanco contempl detenidamente los pies de sus hijos.-Qutales los zapatos -dijo, al fin-. Tengo una idea y la pondr en prctica en cuanto pueda.Al ao siguiente, el rbol produjo frutos ms grandes; pero como a los nios tambin les haban crecido los pies, todos encontraron zapatos de su nmero.As, ao tras ao, la fruta en forma de zapato creca lo mismo que los pies de los nios.Un buen da apareci un gran cartel en casa del seor Blanco, que pona, con grandes letras marrones: CALZADOS BLANCO, S.A.-Andaba el seor Blanco con mucho misterio plantando cosas en su huerto -dijo el seor Martn a su familia-. Por fin loentiendo. Plant todos los zapatos que les dimos a sus hijos durante estos aos y ahora tiene muchos rboles, el muy zorro.-Dicen que se har rico con ellos -exclam la seora Martn con amargura.En verdad, parecia que el seor Blanco se iba a hacer muy rico. Ese otoo contrat a tres mujeres para que le recolectaran los zapatos de los rboles y los clasificaran por nmeros. Luego envolvan los zapatos en papel de seda y los guardaban en cajas para enviarlos a la ciudad, donde los venderan a buen precio.Al mirar por la.ventana, el seor Martn vio al seor Blanco que pasaba en un coche elegantsimo.-Nunca pens en ganar dinero con mi rbol -le coment a su mujer.-No sirves para los negocios, querido -dijo la seora Martn, cariosamente- De todos modos, me alegro de que todos los nios del pueblo puedan tener zapatos gratis.Un da, Juan y Mara paseaban por el campo, junto al huerto del seor Blanco. Este haba construido un muro muy alto para que no entrara la gente. Sin embargo, de pronto asom por encima del muro la cabeza de un nio. Era Pepe, un amigo de Juan y Mara. Con gran esfuerzo haba escalado el muro.-Hola, Pepe -dijo Juan-, Qu hacas en el jardn del seor Blanco?El nio, que salt ante ellos, sonri.-Ya veris... -dijo, recogiendo frutos de zapato hasta que tuvo los brazos llenos- Son del huerto. Los arroj por encima del muro. Se los llevar a mi abuelita, que me va a hacer otro pastel de zapato.-Un pastel?-pregunt Mara- No se me haba ocurrido. Y est bueno?-Vers..., la cscara es un poco dura. Pero si cocinas lo de dentro, con mucho azcar, est muy rico. Mi abuelita hace unos pasteles estupendos con los zapatos. Ven a probarlos, si quieres.Juan y Mara ayudaron a Pepe a llevar los frutos a su abuela, y todos comieron un trozo de pastel. Era dulce y muy rico, tena un sabor ms fuerte que las manzanas y muy raro. A Juan y a Mara les gust muchsimo. Al llegar a casa, recogieron algunas frutas que quedaban en el rbol de los zapatos.-Las pondremos en el horno -dijo Mara-E1 ao pasado aprend a hacer manzanas asadas.Mara y Juan asaron los zapatos, rellenndolos con pasas de uva. Cuando sus padres volvieron de trabajar, se los sirvieron, con nata. Al seor y a la seora Martn les gustaron tanto como a los nios. Al terminar, el seor Martn dijo riendo:-Vaya! Tengo una idea magnfica y la pondr en prctica.Al da siguiente, fue al pueblo en su viejo coche, con el maletero lleno de cajas de frutos de zapato. Se detuvo en la feria y habl con un vendedor. Entonces comenz a descargar el coche. El vendedor escribi algo en un gran cartel y lo colg en su puesto.Pronto se junt una muchedumbre.-Mirad!-Frutos de zapato a 5 monedas el kilo.-Yo pagu 500 monedas por un par para mi hijo -dijo una mujer. Alz a su nio y les ense las frutas que llevaba puestas-. Mirad, por stas pagu 500 monedas en la zapatera. Y aqu las venden a 5!-Slo cinco monedas! -gritaba el vendedor-. Hay que pelarlos y comer la pulpa, que es deliciosa. Son muy buenos para hacer pasteles!-Nunca ms volver a comprarlos en la zapatera -dijo otra mujer.Al final del da, el vendedor se senta muy contento. El seor Martin le haba regalado los frutos y ahora tena la cartera llena de dinero.A la maana siguiente, el seor Martn volvi al pueblo y ley en los carteles de las zapateras: "Zapatos Naturales Blanco - crecen como sus nios". Y debajo haban puesto unos carteles nuevos que decan: '7Grandes rebajas! 5 monedas el par!"Despus de esto, todo el mundo se puso contento: los nios del pueblo seguanconsiguiendo zapatos gratis del rbol de la familia Martn, y a la gente de la ciudad no les importaba pagar 5 monedas por un par en la zapatera. Y todos los que queran podan comer la fruta. El nico que no estaba contento era el seor Blanco; an venda algunos zapatos, pero ganaba menos dinero que antes.El seor Martn le pregunt a su mujer:-Crees que estuve mal con el seor Blanco?-Me parece que no. Despus de todo, la fruta es para comerla verdad?-Y adems -aadi Mara- no fue lo que dijiste al enterrar aquella bota vieja? Te acuerdas? Nos prometiste que cenaramos botas asadas.

El avaroHaba una vez en una tierra muy lejana, un granjero que era muy avaro. Un da decidi vender todas las cosechas y productos de la granja para comprar un gran tesoro de oro, aunque su familia le rog que no lo hiciera, que no podran sobrevivir durante el invierno sin las cosechas, la carne y leche que habian producido los animales, pero sin hacerles caso, lo vendi todo y las monedas que le dieron las enterr en un gran cofre al lado de una vieja pared, e iba a verlo a diario. Uno de sus vecinos observ extraado sus frecuentes visitas al lugar y decidi observar sus movimientos para intentar descubrir por qu haca eso .

Pronto descubri el secreto del tesoro escondido del avaro, y aprovechando que se fue a descansar se puso a cavar con mucha fuerza hacia abajo, hasta que lleg al tesoro, que grande, este oro tiene que ser para mi y se lo rob.El avaro, en su siguiente visita, se encontr el hueco vaco y comenz a gritar, patalear, tirarse del pelo y decir todos los insultos que le venan y la cabeza, para al final ponerse a llorar desconsoladamente. Un vecino, al verlo se acerc para intentar ayudar a superar su dolor y le dijo: No llore usted por la prdida de ese oro que slo c