cuento don amargo y sus grosellas
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UNIVERSIDAD TECNICA DE MACHALA
NOMBRE: CARLOS EDUARDO YEPEZ ROMERO.
CURSO: V02
PROFESORA: BERTHA MAZON
TEMA:
DON AMARGO Y SUS GROSELLAS
Don Chucho tenía un campo grande
donde había plantado un montón de
árboles, la mayoría de ellos, frutales. Eran
árboles hermosos, grandes y llenos de las
frutas más ricas.
En este campo había grosellas, arboles
de naranjas, limones, árboles de
mandarinas, de higos y hasta nogales que
son los árboles que nos dan las nueces.
Todos los arbolitos frutales eran amigos
entre sí, y se entretenían en largas
charlas. Cada uno sabía para qué había
sido plantado y que, con la fruta que nacía de ellos, mucha gente se
alimentaba y sólo eso les bastaba para vivir felices.
Es cierto que cuando venía Don Chucho a sacar la fruta, los jalaba un
poquito y eso les dolí a la mayoría pero después de todo no les importaba.
Es más, muchos esperaban el momento en que don Chucho cosechaba
parad e esta manera poder sentir las vueltas que don Chucho les daba les
hacía y reírse un poco.
Sin embargo no todos los árboles eran iguales. Había un árbol de Grosellas
al que todos llamaban Don Amargo y pero no era por que las grosellas que
producía sabían amargas, sino porque él era diferente del resto.
El grosello era realmente hermoso y sus grandes y jugosas ciruelas
llamaban la atención de todo el pueblo.
A Don amargo le molestaba mucho que le sacaran sus frutos; Decía que
no era justo, que las grosellas le pertenecían solo a el y que no tenían por
qué sacarle nada.
Nosotros estamos para degustar a los ciudadanos con nuestros frutos. Le
decía el árbol de mandarinas, sino ¿para qué servimos?
Servimos para hacer el campo más hermoso, para que nos miren, para
que aprovechen nuestra sombra, pero eso no significa que nos tengan que
sacar lo que es nuestro.
Hay qué comentario tan ácido y eso que no es un árbol de cítricos. Dijo
Culito, que no era un frutal, sino un pajarito que se la pasaba
sobrevolando los árboles, alimentándose de sus frutas y sobre todo
metiéndose en las conversaciones ajenas.
Ud. habla así porque también se aprovecha de nosotros pajarraco!,
contestó Don Amargo, más amargo que nunca. Yo! antes que comer una
grosella suya, me meto dentro de un hueco, mire lo que le digo. A ver si
me contagio su amargura abrase visto…
Nadie podía hacerle entender al grosello que lo bueno de tener algo, es
que se comparta con los demás, que de nada vale tener lo que sea si lo
guardamos sólo para nosotros.
Culito se había propuesto convencer a Don Amargo. Tarea nada fácil.
Ninguno de los otros frutales lo había logrado.
Le habló tanto que lo durmió. Como vio que este método no funcionaba,
probó otros.
Ay qué me muero Dijo un día. No he probado bocado hace semanas, estoy
deshidratado, necesito comer aunque sea una grosella o me moriré de
hambre.
Nada conmovió a Don Amargo. Quien ninguna grosella ofreció al pajarito
que supuestamente moría de hambre.
Me muero, me muero, adiós mundo cruel! ¡Necesito una grosella ya!!
- Pues trágate! otra fruta que será lo mismo. Dijo Don Amargo, yo no
comparto mis frutos con nadie.
La cosa era realmente complicada, no había manera de hacerle entender
a Don Amargo que su egoísmo y su mal genio no era nada bueno.
Resignado a que su actuación de pájaro a punto de morir de hambre, no
había hecho cambiar de opinión al grosello, Culito se puso a pensar qué
otra cosa podía hacer.
Quería hablar con Don Chucho, pero obviamente como era un pajaro, no
podía hablar con las personas, pero sí con otro pájaro. Fue allí cuando
pensó en Juanito, el loro parlanchín que tenía Don Agustin.
Voló hasta la casa, y le contó todo al loro quien se preocupó mucho por la
actitud del grosello.
- Yo decía que ese árbol no era de fiar, con razón no me gustan las
grosellas, ni si quiera en mermelada, murmuró Juanito. Pero ¿qué puedo
hacer yo que no salgo de esta casa? Yo sí que estoy, lo que se dice “entre
cuatro paredes” y “mandarina”.
- Repetir todo lo que te conté a Don Chucho, que mucho no te va a costar,
dicho sea de paso. A este grosello hay que hacerlo entrar en razón.
Y así fue que Juanito le contó todo a su dueño, quien tomó una decisión:
darle al grosello un poco de su propia medicina.
Fue a la plantación con su gran canasta bajo el brazo y empezó a arrancar
las frutas de los arboles. Mientras hacía esto y muy a propósito decía:
- He decidido no cosechar más grosella, a partir de ahora no arrancaré ni
una. En el pueblo me han dicho que es la mermelada que menos se vende,
así que no gastaré más energías en arrancarlas.
Culito no entendía demasiado bien lo que Don Chucho quería hacer.
- Al final le está dando el gusto a este árbol agrandado. Pensó el pájaro. Iré
a hablar con el loro, a ver si le dijo gato por liebre.
Una vez que se aseguró que éste había repetido perfectamente sus
palabras, se quedó más tranquilo y decidió esperar.
Cada día Don Chucho se acercaba a la plantación con la canasta y repetía
que ninguna grosella arrancaría del árbol.
Don Amargo estaba feliz, ya no debía compartir lo suyo con nadie, pero lo
que parecía un sueño hecho realidad, pronto se convirtió en una pesadilla.
Pasó el tiempo y Don Amargo empezó a cargarse de grosellas que al no
ser sacadas, se pudrieron y olían muy feo
Los otros frutales trataban de no estirar mucho sus ramas para no
contagiarse con el olor que salía de Don Amargo. Los pájaros ya no se
acercaban tampoco.
Las grosellas caían al piso y ensuciaban las raíces de Don Amargo. Todo
en él empezó a oler feo y sus raíces empezaron a pudrirse también.
¿Y Don Amargo cómo anda todo? Lo veo lleno de grosellas, lástima que
están todas podridas. ¿No quiere un perfumito? Esta que apesta!!
Dijo Culito que seguía de cerca todo.
Don Amargo, molesto ya por la cantidad de ciruelas acumuladas en sus
raíces, el olor que salía y la soledad que sentía, le dijo a Culito que podía
comer cuántas quisiera.
¡Ni loco Don Amargo! Si no las pude comer antes, menos ahora que están
podridas. Además no se olvide, son suyas y sólo suyas. Dejé no más, deje.
Yo me arreglo con una mandarinita que picoteo por allí y que además
tienen más vitamina C.
Los días pasaban y el grosello estaba cada vez más solo, más sucio y
empezaba a pudrirse por completo.
Don Chucho seguía con su plan, todos los días iba a la plantación y pasaba
de largo frente al árbol de grosellas.
Cuando este árbol de grosellas termine de pudrirse, ya no plantaré otro.
No vale la pena. Dijo irónicamente Don Chucho.
Culito, que siempre andaba merodeando por ahí, no perdía la
oportunidad de meterse donde no lo llamaban.
Vio Don Amargo, ahora tiene toda la fruta para Ud. solito y ¿de qué le ha
servido amigo? ¡Pensar que sus grosellas eran una pinturita mire vea! ¿Y
ahora? ¿Quién quisiera comer una de ellas? Nadie, sin ofender digo…
Don Amargo de verdad entendió que si la fruta no se comparte se pudre,
que el verdadero valor de lo que se tiene, sea lo que sea, está en
compartirlo con el prójimo. No quería seguir viviendo de esa manera,
quería cambiar y ser como todos los otros arboles del campo que sin
ponerse molestos ofrecían sus frutos a quien los quisiera.
Tan mal y arrepentido por su actitud egoísta se sentía Don Amargo que
no sólo pidió perdón a sus amigos los frutales, sino que quiso hablar con
Culito, a quien no hizo falta explicarle nada porque por supuesto ya había
escuchado todo.
¿Qué puedo hacer ahora? Decía Don Amargo ¿Cómo le pido a Don
Chucho que coja todas mis grosellas, que no me deje morir!!!
Ru tranquilo deja que yo haga algo por ti amigo, yo tengo mis informantes.
Contestó Culito ya algo agrandado y con cara de sicario.
Una vez más habló con Juanito y le conto que arrepentido estaba el
pobre grosello y le dijo que le pidiera a Don Chucho que lo siguiera
cuidando como hasta ahora.
El loro contó todo a su dueño, quien realmente se puso muy feliz. Limpió
las raíces de Don Amargo, le puso fertilizante y lo regó un poquito más
que al resto.
Pronto fue el tiempo de la cosecha nuevamente, todos los los arboles
estaban esperando ver cómo reaccionaba Don Amargo cuando le
arrancaran la primera grosella.
Demás está decir que Culito estaba allí, presenciando toda la escena.
Cuando Don Chucho se acercó y arranco la primera grosella, se escuchó
algo que sólo los arboles y los pájaros pudieron oír.
Alto Dijo Don Amargo
Fracasamos… pensó Culito, se arrepintió este árbol .
Pero para sorpresa de todos, Don Amargo agregó
Que la primera grosella sea para mi amigo Culito, quien me enseñó el
valor de compartir.
Y como si Don Chucho hubiese podido escuchar esa conversación,
arranco la primera grosella y lejos de ponerla en la canasta se la acercó al
pico de Culito, quien la agarró feliz y fue a compartirla con su amigo el
Loro ((Juanito)) que había ayudado mucho. Culito sabía que compartiendo
la grosella con un amigo, su gusto, sin duda sería mucho más rico.