cucú

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Cucú No hacia más que mirar el reloj, quería ver ese cucú, sus ojos no se apartaban de la pequeña puertecita. -¿No crees que ya es suficiente? No seas tan caprichoso. - Deberían dejar de prestarle atención a esas estupideces – respondió. Faltaban aun unos diez minutos para el medio día, llevaba así desde la mañana, pasando las hojas de un libro que no leía y pidiendo que le sirvieran mas tazas de un café que no tomaba; pero es que uno nunca entiende la terquedad de los mayores, siempre hay esa agrietada comunicación y ese lenguaje anticuado, las mañas y esos curiosos fanatismos por ideas ya rebatidas. - Tráeme otra taza de café, éste ya está frio. Ahí va de nuevo, no me mira, no señala, no hace gestos, nada… sigue mirando ese jodido reloj, no le veo la gracia; madera deteriorada, esos pequeños adornos de lilas polvorientas y diminutas ventanas prefabricadas puestas sin mucho esfuerzo, unos punteros negros y delgados, los típicos parches que deja la pintura al caer y una que otra trompeta de plástico, todas sin mucho color y eminentemente deterioradas. Hay que ver cuan seniles se ponen a estas edades. Hay sol, uno intenso, que llega justamente a él y a su molesta mecedora, de esas que rechinan cuando te mueves; cosa poca común por estos días en la ciudad, usualmente está terriblemente nublado y tienes que aguantarte los tediosos días de trabajo y las imprudentes lluvias. Hoy es distinto, pero él sigue igual, sin importarle cuan soleado esté, cuan ruidoso o cuan apacible esté, no importa, lo único que atrae su atención es el cucú, ese pajarito mecánico que con alaridos nos avisa algo obvio. Siempre pensé que si uno miraba el mamarracho ese, es porque

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Cuento originial

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Page 1: Cucú

Cucú

No hacia más que mirar el reloj, quería ver ese cucú, sus ojos no se apartaban de la pequeña puertecita.

-¿No crees que ya es suficiente? No seas tan caprichoso.

- Deberían dejar de prestarle atención a esas estupideces – respondió.

Faltaban aun unos diez minutos para el medio día, llevaba así desde la mañana, pasando las hojas de un libro que no leía y pidiendo que le sirvieran mas tazas de un café que no tomaba; pero es que uno nunca entiende la terquedad de los mayores, siempre hay esa agrietada comunicación y ese lenguaje anticuado, las mañas y esos curiosos fanatismos por ideas ya rebatidas.

- Tráeme otra taza de café, éste ya está frio.

Ahí va de nuevo, no me mira, no señala, no hace gestos, nada… sigue mirando ese jodido reloj, no le veo la gracia; madera deteriorada, esos pequeños adornos de lilas polvorientas y diminutas ventanas prefabricadas puestas sin mucho esfuerzo, unos punteros negros y delgados, los típicos parches que deja la pintura al caer y una que otra trompeta de plástico, todas sin mucho color y eminentemente deterioradas. Hay que ver cuan seniles se ponen a estas edades.

Hay sol, uno intenso, que llega justamente a él y a su molesta mecedora, de esas que rechinan cuando te mueves; cosa poca común por estos días en la ciudad, usualmente está terriblemente nublado y tienes que aguantarte los tediosos días de trabajo y las imprudentes lluvias. Hoy es distinto, pero él sigue igual, sin importarle cuan soleado esté, cuan ruidoso o cuan apacible esté, no importa, lo único que atrae su atención es el cucú, ese pajarito mecánico que con alaridos nos avisa algo obvio. Siempre pensé que si uno miraba el mamarracho ese, es porque también se estaba mirando el reloj en si, es decir, también se podía ver sus manecillas ¿Cuál es el objetivo de poner eso en un reloj? ¿Estética? Pues que absurdo, solo es un gasto más por algo irrelevante, y la experiencia de éste señor debería decirle lo mismo, mas sin embargo, no lo hace, sigue mirando fijamente el endemoniado aparato.

- Te he dicho que me traigas un café, no que te quedes como un petardo de pie mirándome.

¿Cómo hace para verme aun cuando está tan concentrado en esa cosa? No me importa su café, ni su reloj, ni sus sucios libros, solo quería felicitarlo por esas fechas ridículas del cumpleaños, pero a pesar del traje y de la torta, lo único que le importa a este señor es un reloj anticuado y sin sentido, además de una repulsiva redundancia temporal.

Page 2: Cucú

- No te lo traeré, además de ridículo, creo que con esa baratija te basta.

La puertecita se abrió y una reinita cabecidorada en madera se asomo, estaba perfectamente conservada, bien pulida y adornada con plumas de un amarillo pastel, aleteó un poco sus alas, abrió su pico y a pesar de la expectativa ningún sonido escapo, se paralizó y después de un minuto de estar observándola me di cuenta de que se había averiado, que no se movería mas, que ese reloj cucú nunca emitiría otro canto.

- Uno no envejece por que sí, uno no admite los achaques de la edad por terquedad, no se llega a anciano con ingenuidad, ya seriamos comida de las calamidades. Más no hay que despreciar el hecho de que todos fuimos unos empedernidos para llegar aquí, viendo tantas sonrisas, dolores, vidas, muertes y demás creaciones de la ridícula dialéctica que maneja esta realidad, vimos como cada fragmento de aquello que se constituyó con nosotros fue desprendiéndose, fue agrietándose y decayendo, como el tiempo arrastraba todas estas trascendencias e impulsaba nuevas. No había que mirar mas allá, no había que arrastrar el pasado, tampoco había que atesorar el presente, todo acaba, todo es devorado por el tiempo, por la continuidad, por lo divino de la eternidad que se prolonga; la creación, la constitución, el desarrollo, la decadencia y finalmente la consumación de una existencia sin un aparente sentido… pero es que no debe tenerlo, no hay necesidad de construirlo, solo hay que continuar, sin rumbo, como espectadores de la gran obra del tiempo; lo efímero, lo débil. Para mí siempre ha existido una poética en las decisiones del tiempo, en la valoración de lo intrascendente, un pajarito, un pedazo de madera, un cumpleaños no placentero ¿Por qué lo aprecio? ¿Por qué continúo deteriorándome? Me deterioro porque me he enamorado del tiempo y de su macabra obra que nos acaricia con las pinceladas de un arte extravagante y sublime, el declive.

Me sorprendió ver como al decir esto, sus ojos se fijaron firmemente en mí, como había dejado de mecerse y de pensar en su café para hablarme. Se recostó en su silla y un aura paternal recubrió su imagen, su rostro se relajó y las comisuras de su boca dibujaron la silueta de una sonrisa, sus débiles manos soltaron el polvoriento libro que al caer al suelo, desprendió una nube de suciedad. Curiosamente, la calidez del cuadro no cambiaba, tal vez fuera el sol, o lo que había dicho, incluso el reloj averiado, pero su apacible rostro reconfortaba toda la escena; no había final más bello, un olor intenso a café, un par de libros en el suelo y un anciano recostado. El cucú no tenia ojos, posiblemente el pintor no los había dibujado, pero yo sabía que no los necesitaba, solo necesitaba ésta terquedad inconmensurable.