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Es propiedad. Queda hecho el depdsito CIPB marea la ley. Serán furtivos los ejempla- res aue no lleven el sello del autor. B. PEREZ GALDOS EPISODIOS NACIONALES CUARTA SERIE -- O'DONNELL 2.000 MADRID OBRAS DE PÉREZ GALD6S 1352. Hortalesa 1804

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Page 1: CUARTA SERIE -- O'DONNELLclio.rediris.es/pdf/galdos.pdfEl pillo del Calzo nos dijo: Atrás, populacho; y no había acabado de decirlo, cuando Perico el lañador le echó mano al pescuezo,

Es propiedad. Queda hechoel depdsito CIPB marea la ley.Serán furtivos los ejempla-res aue no lleven el sello delautor.

B. PEREZ GALDOS

EPISODIOS NACIONALES

CUARTA SERIE- -

O'DONNELL2.000

M A D R I D

OBRAS DE PÉREZ GALD6S

1352. Hortalesa

1804

Page 2: CUARTA SERIE -- O'DONNELLclio.rediris.es/pdf/galdos.pdfEl pillo del Calzo nos dijo: Atrás, populacho; y no había acabado de decirlo, cuando Perico el lañador le echó mano al pescuezo,

EST. TlP. DE LA VIUDA E HIJOS DE TELLO

luPnl3SOn D E ChARA DE S. Iy.

C. de San Francisco, 4.

O'DONNELL

1

El nombre de O’Donnell al frente de estelibro significa el coto de tiempo que corres-ponde á los hechos y personas aquí repre-sentados. Solemos designar las cosas histó-ricas, 6 con el mote de su propia síntesispsicológica, ó con la divisa de su abolengo,esto es, el nombre de quien trajo el estadosocial y político que á tales personas y co-sas dió fisonomía y color. Fu6 O’Donnelluna época, como lo fueron antes y despuésEspartero y Prim, y como éstos, sus ideascrearon diversos hechos públicos, y sus ac-tos engendraron infinidad de manifes tacio-nes particulares, que amasadas y conglome-radas adquieren en la sucesión de los díascarácter de unidad histórica. O’Donnell esuno de éstos que acotan muchedumbres,poniendo su marca de hierro á grandes ma-nadas de hombres.. . y no entendáis por estolas masas populares, que rebaños hay degente de levita, con fabuloso número de ca-bezas, obedientes al rabadán que los condu-

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6 B. PltREZ GALD&

ce á los prados de abundante hierba. O’Don-nell es el rótulo de uno de los libros másextensos en que escribió sus apuntes delpasado siglo la esclarecida jamona doña Clíode Apolo, señora de circunstancias que sepasa la vida escudriñando las ajenas, parasacar de entre el montón de verdades queno pueden decirse, las poquitas que resis-ten el aire libre, y con ellas conjeturas ra-zonables y mentiras de adobado rostro. LlevaClío consigo, en un gran puchero, el colore-te de la verosimilitud, y con pincel ó brochava dando sus toques allí donde son necesa-rios.

Pues cuenta esta buena señora que el día23’ de Julio de aquel año (aún estamos enel 54) salía de la cerería de Paredes, callede Toledo, el enfático patricio don MarianoCenturión ostentando con ufanía el som-brero de copa que estrenaba: era una pren-da reluciente, de las dimensiones más atre-vidas en altura y extensión de alas que lamoda permitía, y en el pensamiento delbuen señor tomaba su persona, con tan airo-so chapitel, una dignidad extraordinaria yuna representación pública que atraía lasmiradas y el respeto de las gentes. A dos pa-sos de la cerería se tropezaron y reconocie-ron Centurión y un ciudadano importante,Telesforo del Portillo, que también estrena-ba sombrero, si bien aquel cilindro no eratan augusto como el otro, sino artículo deocasión adquirido en el Rastro y sometido áun planchado enérgico. Se saludaron,. y

O'DONNELL 7

Centurión entabló un vivo diálogo con suamigo conocido entre el vulgo por el apodode ,Se&. No ha transmitido la Historia lostérminos precisos de la conversación, limi-tándose á consignar que ambos patriciosse habían encontrado en lastimosa divergen-cia en aquellas revuelt,as, por figurar donMariano en la Junta de sulz.mción, arnm-menta y defensa que funcionó en la casa delseñor Sevillano, y Sebo, en la que se deno-min Junta del cucrrtel del Sur. La pnme-ra se componía de hombres templados y depeso; en la segunda entraron los jóvenes le-vantiscos y la turbamulta demagógica.

Según dijeron los dos respetables ciuda-danos, las trapisondas entre ambas asam-bleas dilataron más de lo preciso las anhe-ladas paces entre pueblo y tropa, y dierontiempo á que asomara su hocico espeluz-nante el monstru,o de Za anarqzt~a. Pero alfin la salud pziblicn se impuso, y las Jun-tad llegaron á una positiva concordla, gra-cias alpatriotismo del Trono, que se inclinódel lado de la Libertad llamando á Espar-tero. Sostuvo Centurión que ya teníamosGobierno liberal en principio, y que eracuestión de días el determinar qué hombreshabían de formarlo. Sebo los designó sinrecelo de equivocarse, nombrando las figu-ras más culminantes del eìemenio progre-sida. Espartero y O’Donnell entrarían en elnuevo Gobierno, y los hombres civlles se-rían los que más sufrieron en los once años,y probaron su entereza política con largos

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8 B . PfiREZ QALD6S

ayunos. Aseguró don Mariano que su colo-cación en Estado dependía de que ocupaseaquella poltrona el sefior-Luján, y que si ledaban á escoger, tomaría la plaza de jefe enla Sección de Obra piu de Jerusalén, que yadisfrutó por pocos días en otra época. Sebo sedaba por empleado en Penales, si ponían enGobernación á don hianolo Becerra ó á don -Angel de los Ríos. Esto era dudoso, segúnCenturión, porquesi bien ambosjóvenes des-collaban por sus talentos y acendrado pa-triotismo, no tenían el peso y madurez con-venientes para gobernar.

Sobre si eran aptos ó no los tales, discu-tían Portillo y don Mariano, cuando atrajosu atención un gran tumulto y escandalosoruido de gente que por la calle abajo venía.Ya estaba próxima la delantera de la que pa-recía procesión, y el centro de ella, algo quedescollaba sobre la multitud como figurasdel Santo Entierro conducidas en hombros,desembocaba por el arco de la Plaza Mayor.Antes de que los dos patricios se dierancuenta de lo que aquello era, rodearon á Se-bo unas hembras (no sé si tres ó cuatro) contoda la traza de mozas del partido, desga-rradotas, peinadas con extremado artificio,alguna de ellas reluciente de pintura en elmarchite rostro. “Véanle, .véanle-dijeron.-Desde la Plazuela de los Mostenses lotrain . . . El Chico es el que viene en andas,y el Cano á pie...den garrote.. ,

Que los afusilen, que lesque paguen las que han he-

cho.,, Y Centurión, con grave acento, arri- -

O’DONNELL 9mándase á la pared por no ser visto de lacanalla delantera, pronunció estas sesudaspalabras: “iJusticia del pueblo, mala jus-ticiar. . . . iY don Evaristo no se ha enteradode esta barbaridad?... Decid, grandes púas,jvosotras habéis venido con esta procesióninfernal? JPasásteis por Gobernación? ~NOestaba allí don Evaristo? iCómo hab6is re-

I

corrido medio Madrid, ó Madrid entero, sinque algunos patriotas honrados os cortaranel paso, ralea vil?

-Cállese la boca, don Marianote-dijo lamás bonita de ellas, la menos ajada,-quepueden oirle, y corre peligro de que le cha-fen el baúl nuevo.

-Rafaela Hermosilla -replicó Centuriónalardeando de en tereza,-un patrio ta honrado, un hombre de principios, no teme lascoces de la plebe indocta.. . Pero arrimdmo-nos á esta puerta para no dar lugar á cues-tiones, 6 metámonos en la cerería de Pare-des, que será lo más seguro.. . Sebo... idóndese ha ido Sebo?,,

Llamado por su amigo, se retiró tambiénal arrimo de las casas el ex-policía, seguidode otra de las pájaras. Lívido y tembloroso,no podía disimular el terror que la plebeyajusticia le causaba, y era en verdad espec-táculo que el más animoso no podía presen-ciar sin miedo v compasión grandes. Detrásde la caterva qÜe rompía m&cha gritando,iban dos hombres montados en jamelgos:vestían blusa de dril y cubrían su cabezacon chambergo ladeado sobre una oreja, es-

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10 B. PltRE!4 GALDÓS

grimiendo sendos chafarotes ó sables. Se=guíales un bigardón con un palo, del quependía un retrato al óleo, sin marco, acri-billado ya de los golpes que por el camino,en las paradas de la procesión, le daban consus sables los dos jinetes, en demostraciónde justicia popular. Al portador del retra-to seguía otro gandul con trazas de matari-fe, en mangas de camisa, ésta manchada desangre, llevando una pértiga de la cual pen-día muerto y sin plumas un gallo colga-do por el pescuezo. Tras éste iba un hombreá pie, empujado más que conducido por ungrupo de bárbaros, también con aspecto dematachines. Seguían las angarillas carga-das por cuatro, de lo más soez entre tan soezpatulea; las angarillas sosteníanun colchón,en el cual iba el infeliz Chico sentado, demedio cuerpo abajo cubierto con las propiassábanas de su cama, de medio cuerpo arri-ba con un camisón blanco, en la cabeza ungorro colorado puntiagudo, que le daba as-pecto de figura burlesca. Con un abanicose daba aire, pasándolo á menudo de unamano á otra, y miraba con rostro serenoá la multitud que le escarnecía, al gentíoque en balcones y puertas se asomaba curio-so y espantado. Arrimándose á las angari-llas todo lo que podía, iba la mujer deChico con una taza en la mano, revolviendocon un palo el contenido de ella, que segúndecían era chocolate. Parecía loca: su rostroechaba fuego; su cabeza recién peinada ycon alta peineta, conservaba la disposición

O’DONNELL l l

de’las matas de pelo armadas artísticamen-te. Digo que parecía loca, porque el me-near el palo dentro de la taza vacía eracomo un movimiento instintivo, incons-ciente, efecto de la máquina muscular dis-parada y sin gobierno. Enrojeciendo más ácada grito, decía: “ iNacionales, no le ma-téis! iNo le mateis, nacionales!,,

Pasó todo este bestial aparato de vengan-za y muerte, que observaron desde la cere-ría don Mariano y Telesforo, las dos mucha-chas de mal vivir y don Gabino Paredes consu hijo Ezequiel. Rafaela Hermosilla, quehabía visto el asalto de la casa de Chico, locontó de esta manera: “Lleguemos; íbamoscan idea de arrastrarle, que es la muerteque merece.. . El pillo del Calzo nos dijo:Atrás, populacho; y no había acabado dedecirlo, cuando Perico el lañador le echómano al pescuezo, y yo y .otras le arañamostoda la cara. Daba risa.. . Después le ama-rraron bien amarradico con cordeles queprestó un mozo de cuerda... y entremos; su-bimos dando patadas y gritos, y nos des-parramemos por las salas llenas de mueblesy cuadros. . . “A quemarlo todo.,, Esta fuéla voz. iQué risa! Pero Alonso Pintado soltócuatro tacos, gritando: Pena de muerte allndrón.. . Salió esa gran tarasca llorando,’acabadita de peinar, iqué risa! . . . iY cómochillaba la muy escandalosa! Que su maridoestaba enfermo en cama con la podagra, yque le había pedido el chocolate.. . “Señorasy caballeros-nos dijo Alonso Pintado su-

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12 B. PJhltZ clALDó0bido en una silla,-venimos á hacer justi-cia, no á faltar á nnide. Al ladrón busque-mos, no á las riquezas que robó.. . No toquéisá estos faralanes ~co~m~cop~o~~. . . Por el ti-rano de los pobres venimos. Justicia en élseñoras y caballeros; pero sin al boro tarque no digan. : . ,, para

Yo, me lo pueden cr’eer.. .no alboroté, nr cogí nada de lo que hay enaquellas cámaras tan lujosas, donde el ga-chó va metiendo lo que rapiña.. . Pues Alon-so Pintado, Matacandiles, Pucheta la Rosay la Pelos, don Jeremías, Chanfins ‘Meneosla Basbiana y otras y otros de que no rnéacuerdo, empujaron puertas, rompieron fe-chaduras y se colaron hasta la alcoba endonde estaba acostado el Chico Xole valióá su mujer decir que estaba irniosibilitadoy que le iba á llevar el chocolate. iQué riisa!... 6‘ Esperense; no le maten... me ha pedi-do el chocolate... está en ayunas.. . se mue-re... se morirá solo.. .cía la

Matarle no.,, Esto de-tía Panderetona, que no es mujer de

él por la Iglesia, sino arrimada como unapongo el caso, iqué risa!... Tital: que envrlo fe levantaron, con colchón y todo y deuna escalera hicieron las angarillas.. .‘PepeMwws trajo un gallo, le retorció el pescue-zo, y desplumándolo delante del Chico leechaba las plumas, diciéndole, dice: “Lo queC;;f;a;;n este gallo haremos contigo so la=

. ,, i Qué risa! Luego salió la procesiónque habéis visto. . . Pues venía con machismoorden, como se dice. . . Pucheta mandabaque es hombre que sabe del orden y tal., .:

O’DONK!3LL 13

Oyendo estas referencias, Centurión teníaun nudo en su garganta, y no acertaba nlá protestar contra el salvajismo del pueblo.U i Ignominia, barbarie! - exclamaba dandopalmadas en el mostrador.-La Libertad noes eso, cojondrios, no es eso.,, Y Sebo, queen su consternación se había calado el som-brero nuevo hasta las orejas, habló así: “Di-me Rafa, Liba Pucheta en el entierro? Por-que yo no he podido distinguir caras, delgran susto y sobrecogimiento que me entróal ver lo que v1.’ Al tiempo que se me afloja-ba el vientre, se me nublaba la vista.

--Pues sí que iba-dijo Centurron.7Eljinete de la derecha, el que vimos por 1.aparte de acá, era Pucheta, con blusa de drily un plumacho en el sombrero. .iEn quémanos está la Libertad, cojondnos! Y. allado de Pucheta, á la parte de adentro, ibala Generosa Hermosilla, hermana de estabuena pieza.. .

- M i hermana- dijo Rafa-no se separade Pz.&eta: es la que le mete en la cabezael orden... íQ u6 risa con ella! A todas horasle canta la lección: “Pucheta, orden.. . An-date con orden, hijo.,, Mi hermana iba a! la-do de el terciado el manto, muy bien pema-dita con un pompón en la peineta...

<Tu hermana y tú-afirmó Centuriónfurioso,- sois unas solemnes cas tañas pllon-gas que despu& de llevar á los hombres alvicio les predicáis el orden. iVaya uo es-carn:ol Orden vosotras, que nunca.suplste!scon q& se come eso. iQu6 pnnclplos ten6ls

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14 B. PIhEZ GAILdS

ni qué dogmas profesáis para saber lo quees el orden? iIdos al infierno con cien mil pa-res de cojondrios! Tu hermana Jenara y tú,Rafa maldita, habéis escandalizado en todoMadrid, después de escandalizar en las ca-lles del Humilladero, Irlandeses y Medio-día Grande.. . A vuestro honrado padre, elbueno de Hermosilla, le pusísteis á puntode morir de vergüenza... No os quitareisnunca de encima el apodo de Zas Zorreras,que os aplicaron por ser hijas de un fabri-cante de zorros, que también hace plume-ros... Vete, vete; sigue los pasos de tu her-mana, al lado de Pucheta, de Uejleos, 6 deotro de esos matarifes que deshonran la Li-bertad.. . No te entretengas aquí, entre gen-tes honradas y hombres de principios.. . Co-rre, y verás cómo ahorcan ó fusilan ó despa-churran al desgraciado Chico. n

II

Echóse á reir la moza. con el airado dis-curso de Centurión, y Ilegándose al dueñode la cerería, don Gabino Paredes, que arro-bado la contemplaba, los codos en el mos-trador, el rostro en las palmas de las manosle dijo: “iverdad, Gabinico, que tti no miechas de tu casa?,, Y el cerero, revolviendoalgo en su boca, comple tamente desden t.adale contestó: “Ni yo ni el amigo Centurión te __

O'DONNELL 15arrojamos de esta humilde tienda. Ha sidoun decir, rica: no te enfades... Y para queveas que me acuerdo de tí, toma este cara-melito.. . ,, Cuando los sacaba del hondo bol-sillo de su chaqueta, alargó Centurión lamano diciendo: “Deme otro á mí, don Ga-bino, que del berrinche que he cogido conesta tragedia, se me ha secado la boca. ,, Hizoel cerero ronda de caramelos, dando la ma-yor parte á Rafa y á su compañera, que conSebo platicaba, y chuparon todos, refrescan-do sus secos paladares. La segunda pájara,de apodo Jzcmos, mujerona en el ocaso de lajuventud, con restos manidos de un gallardotipo de mqjeza, tomó la palabra en contradel señor de Centurión, desarrollando susargumentos con razones no mal concertadas:“Pues si el pueblo no hace la justiciada enese capataz de los guindillas, iqui6n la ha-rá?... icontra con Dios! dE1 Gobierno nuevoque venga le había de castigar? Y vostedeslos patriotas nuevos, equé serían más quelameplatos del Chico? Hala con él, y revi&-tenle para que no haga más maldades... EIcomía con el Gobierno, comía con el ladro-nicio... AQué robaban á rostedes el reloj? Puespara recobrarlo, no tenían más que abocarsecon don Francisco, que devolvía la prendapor un tanto más cuanto, según el por quéde la persona.. . Alhajas muchas pasaron desus dueños á los ladrones, y de los ladronesá sus dueños, lodo con su porsupuesto, me-nos cuando las alhajas le gustaban á Chico,qtie tan fresco se quedaba con ellas. De sus

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16 B. PldZ C+ÁLD&

ganancias prestaba dinero, á seis reales porduro al mes, mediando el portero Mendas yuno de la calle de la Palma, con trazas declkigo, que le llaman don Galo, y tambiénel Chato dePinto, por ser de Pinto misma-mente.. .

-Invenciones de la plebe-dijo Centu-rión menos fiero que antes;-maiquerenciade los que Chico perseguía por revoltosos.

-Algo habrá de eso-observó en tonos detemplanza el gran Sebo,-sin que deje deser verdad lo que cuenta esta Jumos. Testi-gos hay de que el pobre don Francisco nojugaba con limpieza.

-Jugaba con cartas señaladas - afirmóla mujerona,-y era el primer puerco delmundo. El Gobierno le pagaba para defen-der á cada hijo de vecino, y él iqué hacía?cobrar el barato al vecino y al Gobierno y alSulsucorda. A todos engañaba, y no era fielmás que con la Cristina y su marido, el deTarancón, porque Bstos, cuando los Ministrosestaban hartos de Chico y querían darle lapuntera, sacaban la cara por él.. . Como queChico era el hombre de confianza de los Mu-ñoces, y el que estaba al quite por si veníancornadas.. . que el pueblo hacía por ellos,jvaya!- Exageraciones, mujer - dijo Centu-

rión,-y desvaríos de la pasión popular...Algún día se hará la lui, y la Historia pon-dra= la verdad en su punto.

-Historias ya tenemos-prosiguió la Ju-w$os:-pídaselas á don José de Zaragoza y á

O’bOwELtr 1’1don Melchor Ordóñez, que por saber bien dehistoria han querido limpiarle el comederoa don Francisco Chico. Pero no podían, quela Cristina le echaba un capote, y Chicotan fresco, se reía, se reía, con aquella carade sayón... Pues el muy marrajo, para dargusto al Gobierno, se cebaba en los quecaían en su mano, por mor del conspirar yde la política. El que era masón y andabaen algún enredo para echar proclamas 6 es-cribir contra la Reina, ya podía encomen-darse á Dios. A nadie metía en la cárcel sindarle antes un pie de paliza para hacerleconfesar la verdad, ó mentiras á gusto de 61,con las que se abría camino para prender áotros, y abarrotar la cárcel... A un primomío, Simón Angosto, zapatero en un portalde la calle de la Lechuga, que los lunes so-lía ponerse á medios pelos y cantaba coplasen la calle, con música del ixno de Espar-tero y letra que él sacaba de su cabeza, lecogió una noche saliendo de la casa de Tepa,y tal le pusieron el cuerpo de cardenales,que gonzitó el alma á los dos días.

-No fu6 así, Pepa Jumos, no fu6 así-dijo Sebo gravemente, poniendo en su acen-to todo el respeto á la verdad histórica.-ASimón Angosto se le hicieron los cardena-les y se le aplicó de firme el vergajo, porqueanduvo en aquellas trapisondas... bien meacuerdo.. .le

cuando mataron á Fulgosio.. . Seencontró una carta con garabatos masóni-

cos y razones en cifra que parecían.. . así co-mo un conato de atentado contra Narváez., ,

2.

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18 B. PiRE ûALD68--Para conatos tú, reladronazo- replicó la

mala mujer, roja de ira.-iQu6 es conato?-Es intento de delito, delito frustrado...-Me fustro yo en tí, y en el conato d e

tu madre. Sales á la defensa de Chico, por-que tú eras de los del vergajo, que desloma-ban al infeliz que cogían. Tal eres tú comoel otro, que ahora paga sus conatas y fus-tratas.. . y con él te debíamos llevar.

-Yo no estoy con 61, ni estuve-dijo Te-lesforo palideciendo. -Pepa Jumos, mira loque hablas: ten en cuenta que yo, si cum-plí mi deber en la Segundad, luego me du5asco de aquel oficio, y me pase al partido delos señores generales de Vicálvaro, que noshan traído la Libertad, verbigracia, la Jus-ticia.

-Justicia contra tí, arrastra; -dijo Ra-faela Hermosilla, terciando en la conversa-ción .-Andate con tiento, Sebito, y no pin-tes el diablo en la pared, que como te huelael pueblo, hará contigo un conato.

-El amigo Telesforo-indicó Centuriónextendiendo una mano protectora sobre elrenegado de la Policía,-es hombre de prin-cipios, que jamás atropelló al pueblo sobe-rano. Si alguna vez impuso castigos, fuémirando por el Ornato Público, que llama.mos tambi6n Policía Urbana. ,,

Saltó al oir esto la Jumos con briosa pro-testa, diciendo: “iBuenas orhatas públicasnos dé Dios! Lo que hacía este tuno era bai-larle el agua á don Francisco Chico, y an-dar siempre agarrado á los faldones de su

O'DONNt8LL 19leuosa... Y esto no me lo ha contado nadie,sino que lo han visto estos ojos, porque yo,aunque no soy vieja, ni lo quiera Dios, hevisto mucho mundo, y pillería mucha; tanto,que de ver canalladas sin fin, cada lunes ycada martes, paréceme que soy vieja, lo cualque no lo soy, sino que lo viejo es el mun-do y las malas partidas que se ven en él.. .Pues el día aqu61, ya van para seis años, enque el pobre zapatero de la calle de Toledole tiró un ladrillo á don Francisco Chico,desde el primer piso bajando del cielo, yo es-taba en la acera de enfrente hablando conmi comadre lavenancia, que tenía cacharre-ría donde hoy están los talabarteros... Puescomo allí estaba una servidora, todo lo ví,y nadie me lo cuenta... Y digo que el la-drillo no fu6 ladrillo, sino un pedazo decascote, y que no le cay6 á don Francisco enla canoa, como dijeron y mintieron, sino quese espoívord en el aire, y ~610 unas motasfueron á dar en el hombro del Chico, y otrassalpicaron al que le acompañaba, que era elsefior de Sebo, aquí presente. Atrt?vase á de-cirme que esto no es verdad... Se calla yrezonga, como los perros.. . Un perro fueentonces. iQuién subió como un cohete ála casa de donde tiraron las mundicias?iQui6n bajó en seguida trayendo al zapate-rín cogido por el pescuezo? ¿QuiBn...?

-Cierto que fuí yo... no puedo negarlo-dijo Sebo con tr6mula voz.-Pero como hadeclarado el señor Centurión, lo hice porOrnato Público, 6 por PoZicga y Buen Go=

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20 8. P!&&Z UAL?.&

bierno, que era el Ramo en que yo serviaentonces. Y dice el bando de 1839, en suart. 5.‘: “Los que arrojen á la calle basu-ras, cascos de loza 6 ceniza de braseros, pa-garán cuarenta reales de multa, sin perjuimcio de las penas en que incurran en el ca-so de causar daño á los transeuntes.. . ,,

-iY por que bando fusilásteis al zapate-rito. ..?

-Eso no es cuenta mía, ni tuve nada quev er. AQue el hombre fuera masón, y guarda-ra papeles que le comprometian, y una es-tampa indecente de Fernando VII con orejasde burro.. . es acaso culpa mía?

-iY de que por eso le fusilaran-agregóCenturión, - es culpa de nadie... mas quedel sicario de Narváez?

-Sobre pintarle al Rey orejas que no eranzdzYas -dijo Sebo defendiendose con ti-

-el susodicho dibujó un letrero sa-liendo) de la boca de Narixotas, que á la le-tra decía: “Marchemos, y yo el primero, porla senda borrical de la reacción.,,

El cerero don Gabino Paredes cortó consu desentonada voz la disputa histórica,sosteniendo que ninguno de los señores pre-sentes tenía culpa de las barbaridades del48. Todo ello se hizo para guarecernos delas revoluciones y tempestades que veníande la Francia, de la Italia y de la Hungría,y cerrarle la puerta al maldito Socialismo.No se entendían bien las graves razones delbuen Paredes, porque, deshabitada absolu-tamente de huesos su boca, el aire conduc-

t

i

O’DONNELL 21tor de la voz hacía dentro de aquella ca-verna extraños pitidos, gorjeos y cambios detono, que quitaban á las palabras su ver-dadero sentido, ó las dejaban escapar con sil-bos desapacibles. Más claramente habló Cen-turión, despachando á las dos pajarracascon estas desahogadas expresiones: “Seguidvuestro camino, tú, Zorrera, y tú, Jzbmos,y no alternéis con hombres de principios,que os compadecen, pero no os escuchan.Id á ver cómo mata el pueblo á esos desgra-ciados, y si llegáis á tiempo, sed piadosas,ya que no podéis ser honradas, y decid alpueblo que no envilezca su patriotismo conel asesinato. Influye tú, Rafa, con tu herma-na la otra Zorrera, para que á su vez inter-ceda con ese Pucheta condenado, á ver si elhombre se ablanda, y evita ese crimen deleso Pueblo.. . Vosotras, zorreras, á quienesdebo llamar, para daros más categoría, plu-meros, que algo más vale el plumero que elzorro, y si lo dudáis preguntádselo á vues- Btro padre; vosotras, digo, y tu, Jumos, idhacia abajo en seguimiento de la chusma, yhaced una buena obra. Sois lo que sois; perono malas de mal corazón.. . creo que me en-tendéis... El diablo que llevais dentro vuél-vase compasivo, ó escóndase para que unángel se meta en vosotras por un ratito nomás. Salvad á esos infelices, y después se-guid escandalizando por el mundo; practi-cad la liviandad pública, hasta que os lle-gue la hora del arrepentimiento... Idos, de-jadnos en paz.,,

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Risas desvergonzadas provocó en ambascortesanas del pueblo el agrio sermoncillode Centurión, endulzado por cariños del ce-rero, que rasgando toda su boca hasta lasorejas, y ahuecándola y haciendo buches conlas palabras, decía: “Zorrerita, no te ven-das tan cara. Ven mañana y te daré almen-dras de Alcalá.,, Presente estaba EzequielParedes, arrimado á su padre, y el pobrechico miraba con encandilados ojos á lasdos culebronas, sin expresar horror del in-famante oficio de las tales. “Zequilete-dijola Pepa Jumos acariciando con sus dedosensortijados la barbilla del mancebo,-iquécallado estás!. . . Ven con nosotras, cara ecielo. ,, De estas confianzas protestó don Ga-bino cogiendo al chico por un brazo: “No,no; dejadle que es todavía una criatura. Noos entiende.. .

-Sois libros que el pobrecito no sabeleer- dijo Gen turión.

v - Deletrea-indicó Sebo jovial;-pero másvale que no pase del a b c. En fin, idos almatadero y no volváis por aquí.

-Lo que sentimos-declaró la Jumos-es no llevarte por delante, para que los fusi-les hagan boca con tu cabeza pindonguera.,,Y la otra: “Con Dios, abuelo y Zequieí...Don Mariano, conservarse.. . Sebo, no andehoy por esta calle, no sea que lo derritan.,,

Diciendo esto Za Zorrera, se oyeron t,iroslejanos. Don Gabifio se santiguó; Centuriónsbltó un terno; se echaron á la calle despavo-ridas las del partido, ansiosas de alcanzar

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.

algo de la función, y Sebo humilló su ca-beza y encogió su cuerpo como si quisiesemeterse debajo del mostrador. En esto pa-saba por la calle tropel de gente con aspectomedroso. Salió Ezequiel, á la puerta, y oy6decir: “En la Fuentecilla les han despacha-do. ,, Oyéndolo, redobló Centurión sus após-trofes declamatorios, y proclamó la supre-macía de los principios sobre las pasiones.Sebo callaba, y como su amigo le propusieraemprender la retirada hacia los barrios del

centro, se fué derecho á la trastienda mur-murando con ahilada voz: “También VOprincipios.. .de bien...

hombre de principios.. . hombreiPero cómo salgo á la calle?. . . i Me

ven,. se fijan en mí. ..! Amigo Paredes, es-cóndame en su casa hasta la noche.. .,, Est,odijo acariciando el sombrero, que en la ma-no llevaba, é internándose por el pasillo.Tras él, Centurión trataba de aliviarle elmiedo: “No hay cuidado, Telesforo.. . Yendoconmigo, podrá usted salir.. . Mi persona esla mejor fianza.. .

-iFíese usted de fianzas!. . . AFianzas con-tra el pueblo? iNi de la Virgen!.. . Aquí mequedo. ,, .Retiróse don Mariano, dejándole ai cuida-

do de Ezequiel y de Tomás, el èncargado dela cerkía, pues don Gabino, completamentechocho ya del agobio de sus años, no hacíamás que acopiar caramelos para obsequiode toda mujer que entraba en la tienda porcirios, agraciándola con su sonrisa lela, sindistinguir señoras de sirvientas, ni honra-

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das de públicas, que para él todo sér confaldas, salvo los curas, era lo mismo. Cuan-do á don Mariano en la puerta despedía, vie-ron pasar al General San Miguel, con su sé-quito de militares y patriotas, á trote largocalle abajo. “A buenas horas, mangas ver-des,,, dijo Centurión; y don Gabino dabatoda la cuerda de sonrisa á su boca sin dien-tes, persignándose como cuando habían oídolos tiros. Entraron luego dos señoras, hija ymadre, ambas muy guapas, á comprar ceri-llos y mariposas, y como venían asustadasdel tumulto de la calle, no se detuvieronmás que el tiempo preciso para su negocio,y tomar los caramelos con que las obsequióbaboso y risueño el bueno de don Gabino.Este las despidió enjuagándose la boca conpalabras que ellas no entendieron, hacien-do la señal de la cruz y besándose los dedos.“Angelote-dijo á Ezequiel apenas se que-daron solos,- jcuando aprenderás á no serhuraño con las señoras? A tu edad yo no lasdejaba salir de la tienda sin decirles algunapalabra fina y con aquél. . . Eres un ganso, yen cuanto ves á una mujer, se te alarga elhocico, te pones colorado y no sabes decirmás que mzc, mzL, como un buey que no hasalido de la dehesa... iY que no son pocolindas la madre y la hija! . . . No sabría unocon cuál quedarse si le dieran una de lasdos... La madre es hija de un seilor de Pezque tuvo la contrata de conducción de cau-dales. Cas6 con el coronel Villaescusa, queahora irá para General., , Conozco bien á et+

.

O’DONNELL 25ta familia.. . El coronel y su hermana Mer-cedes, casada con Leovigildo Rodríguez, son

‘primos carnales de nuestro amigo Centu-rión, que acaba de salir de aquí... Pues laniña es una flor.. . dno te parece que es unaflor?... Se llama Teresita. Ya viste con queojos tan tiernos me miraba, y que cuchufle-tas tan graciosas me decía, ji, ji, ji... Y tú,grandísimo pavo, te quedaste lelo’como unposte, cuando la madre te pasó los dedos porla cara y te dijo: “Zeqlciel, qué guapín eres. ,,

III

No vuelve á mentar Clío á nuestro buenCenturión hasta la página en que nos cuen-ta la entrada de Espartero en Madrid, por laPuerta de Alcalá, entre un gentío loco deentusiasmo, que le bendecía, le aclamaba yle llevaba medio en vilo con coche y todo.A pie iba Centurión junto á la rueda trase.ra, puesta la mano en la plegada capota,dando al viento, con toda la violencia de suvoz estentórea, los gloriosos nombres de Lu-chana, Peñacerrada y Guardamino, empren-diendola luego con la Libertad, la Soberaníadel Pueblo y otras invocaciones infaliblespara enardecer á las mu1 titudes. El caudillode los patriotas, cuando los vaivenes deloceano de personas detenían el coche enque navegaba, se ponía en pie, sacaba 9 es-

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grimía la espada vencedora, y soltando aque.lla voz tonante, sugestiva, de brutal elo-cuencia, con que tantas veces arrastró sol-dados y plebe, lanzaba conceptos de unaoquedad retumbante, como los ecos del true-no, con los cuales á la turbamulta enloque-cía y la llevaba hasta el delirio... Reapareceluego Centurión cuando Espartero y O’Don-nell se dieron el c6lebre abrazo en el balcónde la casa donde fué á vivir el primero, pla-zuela del Conde de Miranda. Detrás de losdos Generales invictos se veía, entre otrospaniaguados, la imagen escueta de Centu-rión, derramando de sus ojos !a ternura, desus labios una alegría filial, dando á enten-der que allí estaba él para defender á su ído-lo de cualquier asechanza. Cuenta la Musaque el buen señor se constituyó en mosca dedon Baldomero, acosándole sin piedad á to-das horas, hasta que su pegajosa insistencialogró del caudillo el anhelado nombramiento en la Obra Pía de Jerusalén.

Daba gusto ver la Gaceta de aquellos días,como risueña matrona, alta de pechos, exu-berante de sangre y de leche, repartiendomercedes, destinos, recompensas, que eranel pan, la honra y la \alegría para todos losespañoles, 6 para una parte de tan gran fa-milia. Capitanes generales, dos; Tenientesgenerales, siete, y por este estilo avances decarrera en todas las jerarquías militares, sinexceptuar á los soldados rasos, aliviados dedos años de servicio; iPues en lo civil no di-gamos! La Gaceta, con ser tan frescachona

O’DONNELL 27y de libras, no podía con el gran cuerno deAmaltea que llevaba en sus hombros, delcual iba sacando credenciales y arrojándolassobre innumerables pretendientes, que se al-zaban sobre las puntas de los pies y alarga-ban los brazos para alcanzar más pronto lafelicidad. La Gaceta reía, reía siempre, y átodos consolaba, orgullosa de su papel deProvidencia en aquella venturosa ocasión.Y no era menor su gozo cuando prometíabienaventuranzas sin fin para el país en ge-neral, anunciando proyectos, y enseñandolas longanizas con que debían ser atados losperros en los años futuros. La Gaceta teníarasgos de locura en su semblante ilumina-do por un gozo parecido á la embriaguez.Diríase que había bebido más de la cuentaen los festines revolucionarios, 6 que pade-cía el delirio de grandezas, dolencia muy ex-tendida en los pueblos dados al ensueño, yque fácilmente se transmite de las almas álas letras de molde.

Era de ver en aquella temporadita el sú-bito nacimiento de innumerables personas ála vida elegante 6 del bien vestir. Se diceque nacían, porque al mudar de la noche á .la mañana sus levitas astrosas y sus anti-cuados pantalones por prendas nuevecitas,creyérase que salían de la nada. La ropacambiaba los seres, y resultaba que erantan nuevos como las vestiduras los hombresvestidos. El cesante soltaba sus andrajos, ymientras hacían negocio los sastres y som-brereros, acopiaban los mercaderes del Ras-

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tro género viejo en mediano uso. Y á su vez,pasaban otros de empleados á cesantes porley de turno revolucionario, que no pacífico.Alguna vez había de tocar el ayuno á losorgullosos moderados, aunque fuera menes-ter arrancarles de las mesas con cuchillo,como á las lapas de la roca.

El observador indiferente á estas mudan-.zas entreteníase viendo pasar regocijadosseres desde la región obscura á la luminosa,entonando canciones anacreóntikas ó epita-lámicas, y sombras que iban silenciosasdesde la claridad á las tinieblas. Al granSebo le veíamos salir de su casa despues decomer, bien apañadito de ropa, llevandoentre dos dedos de la mano derecha un puroescogido de cuatro cuartos, que fumaba des-pacio, procurando que no se le cayera la ce-niza, y á su oficina de Gobernación se enca-minaba, saludando con benévola gravedadá los amigos que le salían al paso. Poco trechorecorría Centurión desde su casa de la callede los Autores hasta Palacio, bajando por laAlmudena y atravesando el arco de la Ar-mería, sin encontrar amigos 6 comilitonesque en tan desamparado lugar le saliesenal encuentro para pedirle noticias de la co-sa pública. Mejor era así, pues se había im-puesto absoluta discreción,.. Atento á la.dignidad más que á vanas pompas, limitóse,en la cuestión indumentaria, á lo preciso yestrictamente decoroso, y pensó en mejorarde vivienda, cambiando el mísero cuarto deIw Cava de San Miguel por una holgada ha-

OkMMEL,h 29bitacidn en la calle de los Autores, casa vie-ja, pero de anchura y espacio alegre, convista espléndida al Campo del Moro. Allí seinstaló por gusto suyo y principalmente porel de su mujer, que como andaluza hipabapor las casas grandes bañadas de aire y luz.El primer cuidado de la mudanza fue laconducción de tiestos. Los dos balcones de laCava de San hIigue1 remedaban los pensilesde Babilonia; diversidad de plantas en ma-cetas, cajones y pucheros, entretenían á do-ña Celia, que tal era el nombre de la seño-ra, ocupándole horas de la mañana y de latarde en diversas faenas de jardinería y hor-ticultura. Los cuatro balcones de la calle delos Autores, abiertos al Oeste, dieron ampli-tud y mayor campo á su dulce manía, y lan-zándose á la arboricultura, con el primer di-nero que le dió Centurión para estos espar-cimientos compró una higuera, un aromo yun manzano, que con la arbustería forma-ban, á las horas de calor, una deliciosa es-pesura de regalada sombra.

En su nueva casa, visitado de pocos ybuenos amigos, veía Centurión pasar la His-toria, no sin tropiezos y vaivenes en sumarcha, á veces precipitada, á veces lenta;vió la salida de la Reina Cristina, de tapu-jo, pues los demagogos querían, si no ma-tarla, darle una pita horrorosa, homenaje ásu impopularidad; vió cómo se establecíala Milicia Nacional, de lo que sacaron fabu-losas ganancias los fabricantes y almacenis-tas de paños por la enorme confección de

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uniformes; vió y ley6 el Manifiesto que hubode largar Cristina desde Portugal, queján-dose de que la Nación la había tratado comoá una mala suegra, y augurando calamida-des sin fin; vió entrar en España huésped

‘- tan molesto como el cólera morbo; asistió ála apertura de las nuevas Cortes, que eran,para no perder la costumbre, Constituyentesy todo; vi6 á Pacheco salir del Ministerio deEstado, sustituy6ndole don Claudio Antónde Luzuriaga, lo que no le supo mal, por seréste un buen amigo que le estimaba de ve-ras; y lamentó, en fin, los motines con queel loco año 54 se despedía, desórdenes pro-vocados en unos pueblos por la inquieta Mi-licia, en otros por ella reprimidos.

A medida que prosperaban los árbolesen los balcones de doña Celia, Centurión seiba sintiendo más inclinado al orden, y másdeseoso de la estabilidad política, tomandoen esto ejemplo del reino vegetal y de la Ma-dre Naturaleza, que con lenta obra arraigalas plantas, protege la savia y asegura floresy frutos. La moderación se posesionaba desu alma, y garantida por el empleo la vidafísica, se sentía lleno de la dulce y fákil pa-ciencia, que es la virtud de los hartos. Que-ría que todos los españoles fuesen lo mismo,y renegaba de los motines, no viendo enellos más que una insana comezón, conatosde nacional suicidio. iCuánto mejor y máspráctico que estuvikamos tranquilos los es-pañoles, disfrutando de las libertades con-quistadas, y esperando en calma la Consti-

O’DONNELL 31tuci6n nueva que iban á darnos los conspi-cuos!... Pensando en esto todo el día, por lasnoches solía tener el hombre pesadillas an-gustiosas; soñaba que Espartero y O’Don-nell se tiraban al fin los trastos á la cabeza,como decían los profetas callejeros, y veníael temido rompimiento. Con imaginario pesosobre el buche y tóra.x, don Mariano no podíarespirar. Era una barra de plomo, y la ba-rra de plomo era la espada de Lucena, ven-cedora de la de Luchana. 0’ Donnell triun-fante reía como un diablo de los infiernosirlandeses, con glacial cinismo, entreteni&-dose en limpiar los comederos de todos losesparteristas habidos y por haber. Desperta-ba el hombre sobresaltado, clamando: “iAy,que me ahogo! . . . iQuítate.. . O’Donnell!. . . ,,-- - .Y aun despierto persistía la sensación dehorrible pesadumbre sobre el pecho. A los

_ gritos del buen señor se despabilaba dofía ICelia, y sacudiendo á su esposo por el brazode Bste que tenía más próximo, le decía:

“Mariano, iqu6 es eso?. . . ¿El dolor en el va-tío.. . la opresión en el pecho?

--Sí, mujer... es este O’Donnell... Y-iQue O’Donnell?-La opresión, hija. La llamo así porque.. .

ya te lo expliquk la otra noche.. . Dame frie-gas.. . aquí.. . la opresión se me va pasando,pero el miedo no.. . Veo la gran calamidaddel Reino, el rifirrafe entre estos dos caba-lleros. El uno tira ara la Libertad, el otropara el Orden.. . A1i6s, revolución bendita;adiós, principios; adiós, España. . . Y todo

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92 ti. elhm cumbapara que vuelva el perro moderantismo.. . elatizador de estas discordias... por la cuentaque le tiene.. . Vaya, no friegues más. Duér-mete, pobrecilla.

-Cuando me despertaron tus ayes -dijodoña Celia requiriendo el rebozo, -soñabayo que uno de mis jacintos echaba un tallomuy largo, muy largo.. .-i hluy largo! -murmuró don Mariano

cerrando los ojos y arrugando su faz.-Eselargo es O’Donnell.

-iSueñas otra vez?-No sueño.. . pienso.-No pienses... Oye, Mariano: treinta y

dos capullos tiene mi rosal pitiminí... y yahan echado la primera flor los ranúnculosde Irlanda.

-i Irlanda.. . O’Donnell!-¿Qué tiene que ver?... Duerme.. . yo

también... Me levantar6 temprano para lim-piar los rosales, sembrar más extrañas, yrecortar el garzoto blanco.

-Blanco es O’Donnell... el hombre blan-co y frío... Duerme, Celia. Yo no puedodormir... Pronto amanece. Oigo cantar ga-110s.. . su grito dice: “iO’Donnell! ,,. . .

IV

Modesto y sencillo en sus costumbres,Centurión recibía en su casa, las más de lasnoches, á familias amigas, unidas algunas

O'DONNELL 83con lazos de parentesco á doña Celia 6 á donMariano. Eran personas de trato corriente,de posición holgada y obscura dentro de los ’escalafones burocráticos. Con gen te de .al toviso se trataban poco, no siendo en visitasde etiqueta, y aunque sus relaciones ha-bían llegado á ser extensas en el curso del;54 al 53, no cultivaban más que las de Cor.dial intimidad ó las de parentesco. Asiduoseran el comandante Nicasio Pulpis y su _mujer Rosita Palomo, sobrina de doña Ce-lia; Leovigildo Rodríguez, con su esposaMercedes, hermana del Coronel Villaescusa,primo de Centurión, y María Luisa Milagrode Cavallieri, hermana de la Marquesa deVillares. de Tajo (Eufrasia). También fre-cuentaban la tertulia el comandante donBaldomero Galán y su señora doña SaloméUlibarri (Saloma Za Nauawa); Paco Brin-gas, compañero de Centurión en la oficinade Obra Pía; don Segundo Cuadrado y donAniceto Navascués, empleados en Hacien-da. De personas con título, no iba más quela Marquesa de San Blas, camarista jubila-da, y de personas pudientes, las culminan-tes en aquella modesta sociedad eran donGregorio Fajardo y su esposa SegismundaRodríguez,.que del 48 al 54 habían engrosa-do fabulosamente su fortuna. La CoronelaVillaescusa y su linda hija Teresa, teníanrachas de puntualidad 6 abstención en latertulia. Durante un mes iban todas lasnoches, y luego estaban seis ó siete semanassin aportar por allí. Razón le sobraba á dolía

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Celia, que calificó de alocadas ó locas de re-mate á la madre y la hija.

Redichas y despabiladas eran María Luisadel Milagro, Rosita Palomo y la vetusta ymal retocada Marquesa de San Blas; esplen-dida y maciza hermosura bien conservadaen sus cuarenta años, tarda en el hablar ymuy limitada en sus ideas, era Salome Irli-barri de Galán; despuntaba Segismundapor su tiesura y por el tono que se daba, noperdiendo ocasión de aludir incidental y discretamente á sus improvisadas riquezas.Más de una noche, cuando traía la actuali-dad asunto político, digno de ser tratado portodos los españoles que entendían de estascosas, los caballeros, dejando á las señorasque á sus anchas picotearan sobre modas 6sobre lo caro que estaba todo en la plaza,se agrupaban en un rincón de la sala. Era6ste como abreviatura del Congreso, dondetodo problema se ventilaba, entendiendo porventilación que saliesen al aire opiniones po-co diversas en el fondo, y que aleteando es-tuviesen entre bocas y oídos, volviendo a!fin cada opinión á su palomar. Tratóse al11por todo lo alto y todo lo bajo el gravlsnnoasunto de la Desamortización Civil y Ecle-siástica, votada por las Cortes en Abril.iPor qué se obstinaba la Reina en no dar susanción á esta ley? Desdichado papel hacíanO’Donnell y Espartero cabalgando un día yotro en el tren de Aranjuez, con la Ley enla cartera, y volviéndose á htadrid cacarean-do y sin firma. Leovigildo Rodríguez y Ani-

O'DONNl8LL 35teto Navascués no se mordían la lengua pa-ra sacar á la vergüenza pública, con sátiracruel, las cosas de Palacio. A la colada sa-lieron el Nuncio, Sor Patrocinio, y clérigospalaciegos ó gentiles hombres aclerigados.

Por aquellos días, empeñado el Gobiernoen que bu I\lajestad sancionara la ley, y obs-tinada Isabel en negar su firma, vieron losespañoles una prodigiosa intervención delcielo en nuestra política. Fué que un vene-rado Cristo que recibía culto en una de lasmás importantes iglesias del Reino, se afli-gió grandemente de que los pícaros gober-nantes quisieran vender los bienes de ManoMuerta. Del gran sofoco y amargura que áNuestro Señor causaban aquellas impieda-des, rompió su divino cuerpo en sudor co-pioso de sangre. Aquí del asombro y pánicode toda la beatería de ambos sexos, que vi6en el milagro sudorífico una tremenda con-minación. ilucidos estaban Espartero yO’Donnell y los que á entrambos ayudaron!,Vaya, que traernos una Revolución, y pro-meter con ella mayor cultura, libertadesbienestar y progresos, para salir luego conque sudaban los Cristos! La vergüenza síque debió encender los rostros de O’Donnelly Espartero, hasta brotar la sangre por losporos. Por débiles y majagranzas que fuesennuestros caudillos políticos, incapaces deponer á un mismo kmple la voluntad y lasideas, la ignominia era en aquel caso tangrande, que hubieron de acordarse de sucondición de hombres y de la confianza que

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había puesto en ellos un país tratado casisiempre como manada de. carneros. El deLuchana y el de Lucena se apretaron un pocolos pantalones. Y la ReinaJirmó, y Sor Pa-trocinio y unos cuantos capellanes y pala-ciegos salieron desterrados, con viento fres-co; al buen Cristo se le curaron, por manode santo, la fuerte calentura y angustiosossudores que sufría, y no volvió-á padecertan molesto achaque.

Siempre que de éste y otros asuntos se-mejantes se trataba en la tertulia de Centu-rión, decía ésle que el mayor flaco de nues-tros caudillos era que no se atacaban bienlos pantalones, y solían andar por el Go-bierno y por las salas palatinas sin la nece-saria tirantez del cinturón que ciñe aquellaprenda de vestir. Hombres que en los cam-pos de batalla se cinchaban hasta reventar,y arrostraban impávidos los mayores peli-gros con los calzones bien puestos, en cuan-to se ponían á gobernar, atlojábanse de cm-tura y desmayaban de riñones sólo con veralguna compungida faz de persona religio-sa, llamárase Nuncio ó simple monjita se-ráfica. La vista de un cirio les turbaba, ycualquier exorcismo de varón ultramonta-no les hacía temblar. Pero en fin, aquellavez se habían portado bien y merecían ala-banzas de todo buen español. ConserváralesDios en tan buen temple de voluntad y conlos pantalones bien sujetos.

Cuando desmayaban los temas políticosde actualidad, pasaban el rato los amigos de

O'DONNELL 37‘Centurión entreteniditos con 10s burocráti-.cos temas: se trabajaba de firme en tal ofi-cina; el jefe de la otra era un vago que per-mitía hacer á cada cual 10 que le viniera engana. En Rentas Estancadas les había toca-do un Director que era una fiera; la Caja de

Depósilos disfruta cinco días de estero y des-estero, y el Director obsequiaba con dulcesá los empleados el día del santo de la seño-ra y de las niñas. . Luego invertían largotiempo en designar sueldos efectivos ó suel-dos probables, y la conversación era un te-jido de frases como estas: “El trabajo queme ha costado llegar á doce mil, sólo Dios 10sabe :. . ,, “Heme aquí estancado en los cator-ce mil, y ya tenemos á Mínguez, con susmanos lavadas, digo, sucias, encaramado enveinte mil.... ‘6 Vean ustedes á Pepito Iznar-di, con el cascarón pegado todavía en se-mejante parte, disfrutando ya sus diez mil,que yo no pude obtener hasta pasados lostreinta años. . . ,, “hiadoz me ha dado pala-bra solemne de que tendré pronto diez y ochomil...,, “Pues yo, si entra en Hacienda, comoparece, mi amigo don Juan Bruil, los vein-te mil no hay quien me los quite.,,

El ser empleado, aun con sueldos tanpara poco, creaba posición: los favorecidospor aquel Comunismo en forma burocrática,especie de imitación de la Providencia, eran,en su mayoría, personas bien educadas que,por espíritu de clase y por tradicional cos-tumbre, vestían bien, gozaban de generalestimación, y al terrdan con los ricos por su

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casa. Fácilmente podían procurarse una 6más novias los chicos que lograban pescarcredencial de ocho mil en sus floridos años,y se consideraba buen partido casar á la hiaja predilecta con un mozo de catorce mil,que gastaba guantes, y cubría su cabeza,bien peinada, con enorme canoa de fieltro.Llegaba á una ciudad de corto vecindarioun caballerete con destino de ocho mil enAdministración Subalterna, y sólo con pre-sentarse, volvía locas á todas las señoritasde la población. En tropel se asomaban álasventanas para verle pasar, y fácilmente in-troducido en las mejores casas, tomaba elpapel de Zio!~a irresistible, á poco desenfadoy cháchara que gastase. Vestía bien, usabaguantes, y un sombrero de copa que eclip-saba con su brillo á todos los del pueblo. Enéste, que era de los de pesca, se daba un tonoinaudito: de Madrid contaba maravillas yrarezas que embobaban á sus oyentes; en laCorte tenía innumerables relaciones; cono-cía marqnesas, camaristas, actores celebres,caballerizos y gen tiles hombres de Palacio...Era sobrino de un tío que cobraba cuarentamil. Todo esto y su agradable figurilla bas-taban para que se le estimase, y para que sualianza con cualquier familia de la localidadse considerara como una bendición.

Tales desproporciones entre la pobreza yel falso brillo de una posición burocrática,componían el tejido fundamental de aquellasociedad. ,J óvenes exis Lían que cautivabancon su fIno trato y el relumbrón de una su-

O'DONNELL 39perficfal cultura, y, no obstante, ganabanmenos dinero que un limpia-botas de la ca- .lle de Sevilla. Pelagatos mil existían? bienapañados de ropa y modales, que se allmen-taban tan mal como los aguadores; pero notenían ahorrillos que llevar á su tierra. Ver-dad que también había gran desproporciónentre la prestancia social de muchos y suvaler intelectual. Licenciados en Derecho,con ocho ó diez mil reales, que entendíanalgo de literatura corriente, y poseían la fá-cil ciencia política que está en boca de todoel mundo, ignoraban la situación del istmode Suez, y por qué caminos van las aguasdel Manzanares á Lisboa.. . De lo que sí es-taban bien enterados todos los españoles delevita, y muchos de chaqueta, era de la gue-rra de Oriente, ó de Sebastopol, como or-dinariamente se la nombraba. Los caballe-ros ilustrados, las señoras y señoritas, has-ta las chiquillas, hablaban de la torre deMalakoff con familiar llaneza. El Malakoffy los offes, los owskys y los zoitches de lasterminaciones rusas servían para dar ma-yor picante á los conceptos y giros burles-cos. Ejemplo: “iQué pasa, amigo Centu-rionozusk~, para que este usted tan triste?$e confirman los temores de que Leopoldo-witch le juegue la mala par tida al gran Ba&domeroff?,,

En el círculo de señoras, soba dar dona Ce.lia conferencias sobre el cultivo de plantasde balcón, en que era consumada profesora;y cuando no había en la tertulia solteras

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inocentes, ó que lo parecían, las casadasmachuchas y las viudas curtidas tiraban detijeras, y cortaban y rajaban de lo lindo enlas reputaciones de damas de alta clase,pasando revista á los líos y trapicheos quehabían venido á corromper la sociedad. lBo-nita moral teníamos, y cómo andaban la fa-milia y la religión! La sal de estos paliquesera el designar por sus nombres á tantas pe.cadoras aristocráticas, y hacer de sus debi-lidades una cruel estadística. Véase la mues-tra: “La Villaverdeja está con Pepe Arma-da; la Sonseca con el chico mayor de Grave-lina; á pares, 6 por docenas, tiene sus líos lade Campofresco; la Cardeña habla con Ma-nolo Montiel, y con Jacinto Pulgar la deTordesillas.. . ,, Poniendo su vasta erudiciónen esta crónica del escándalo la veteranaMarquesa de San Blas, el seco rostro se leiluminaba debajo de la pintura que lo cu-bría. Ella sabía más que sus oyentes; cono-cía todo el personal, y no había liviandad nicapricho que se le escapase... Muchas le re-velaban sus secretos, y los de otras, ella losdescubría con sólo husmear el ambiente.Oiganla: “Ya riñó la Navalcarazo con Jacin-to Uclés; ahora está con Pepe Armada: selo quitó á la Villaverdeja, que se ha venga-do contando las historias de la Navalcarazoy enseñando cartas de ella que se procuróno sabemos cómo. La Belvis de la Jara, quepresumía de virtud, anda en enredos con elmás joven de los coroneles, Mariano Casta-ñar, y la Monteorgaz se consuela de la muer-

O’DONNELL 41te del chico de Yebenes, entendiéndose conGuillermo Aransis. La aristocracia de nue-vo cuño no quiere quedarse atrás en estejuego, y ahí tienen ustedes á la Villares deTajo aproximándose á ese andaluz pompo-so, Alvarez Guisando.. .,, Y por aquí seguía.Las honradas señoras pobres, 6 poco menosque se cebaban con voraces picos en esta colmidilla, no maldecían la inmoralidad sinponer en su reprobación algo de indulgen-cia, atribuyendo al buen vivir tales desva-ríos. En la estrechez de su criterio, creíanque la mayor desgracia de las altas pecado-ras era el ser ricas. Doña Celia resumía di-ciendo: “Véase lo que trae tener tanto barroá mano, y criarse en la abundancia, madrede la ociosidad y abuela de los vicios

Por la mente de Centurión pasaban sinalterar la normalidad de su existencial lossucesos que habían de ser históricos. Casien los días en que el Cristo sudaba, murióen Trieste don Carlos María Isidro; mas conla muerte del santón del carlismo, no muriósu causa: en Cataluña y el Maestrazgo apa-recieron las tan acreditadas partidas, y casitanto como de rusos y turcos, se habló deTristany, Boquica y Comas... Sin que nin-gún Cristo sudara, se retiró el Nuncio, y lasrelaciones con el Vaticano quedaron rotas.El verano arrojó sus ardores sobre la políti-ca. IJna calurosa mañana de Julio, hallán-dose doña Celia en la dulce faena de regarsus tiestos y limpiar las plantas, entró donSegundo Cuadrado con la noticia de que ha-

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bían estallado escandalosos motines en Ca-taluña y Valladolid, y de que O’Donnell, alsaberlo, se tiró de los pelos y maldijo á laMilicia Nacional como raíz y fundamento dela brutal anarquía. Don hlariano, que enmangas de camisa se paseaba por la habita-ción, dijo pestes del irlandbs, y le acusó deestar confabulado con los eternos enemigosde la Libertad, para producir alborotos y des-acreditar la Revolución. “Maqu,iaveZismo,puro Maquiavelismo, querido Cuadrado.Ese hombre frío nos perderá. Acuérdese us-ted de lo que anuncio.. . ,, Se puso á temblar,y daba diente con diente, como si le atacarapulmonía fulminante. Trájole su mujer unchaquetón, que él endilgó presuroso, dicien-do: “En medio de un ambiente abrasador,yo tirito... iOh frío inmenso! Es O’Donnellque pasa. ,,

V

Linda era como un ángel Teresita Villa-escusa, como un ángel á quien Dios permi-tiese abandonar la solemne -seriedad delCielo, adoptando el reir humano. Porque,según los doctores en belleza, la de TeresitaVillaescusa no habría sido tan completa sinaquel soberano don de sonrisa y risa que leiluminaba el rostro y le descubría, el alma.A todos encantaba su gracia ingenua, y laamistad y el amor se le rendían. La tez de

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0’ DOmELL 43un blanco alabastrino, el cabello castafio,lOs ojos negros: iverdad que no pudo idearcombinación más bonita el Supremo Autorde toda hermosura? PUeS esperense un poco,y verán qu6 obra maestra. Hizo el cuerpo deproporciones discretas, ni largo ni corto; eltalle esbelto, los andares graciosos, el pecholozano. Y decían admiradores de Teresa quese había esmerado en la dentadura, hac%n-dola tan bella y nítida como la de los ánge-les, que ni ríen ni comen.‘La inocente niña,que en sociedad era el hechizo de. cuantos latrataban, en la intimidad doméstica se en-cerraba, según decía su riladre Manolita Pez,en una gravedad taciturna, con tendenciasá la melancolía. Educada en completa liber-tad de lecturas, Teresa devoraba cuantos li-bros caían en sus manos, novelas sentimen-tales ó de enredo, obras picarescas, y hastatratados ascéticos y místicos. A los diez yocho años gustaba menos del teatro que dela iglesia, y se dejaba llevar de sus tías, lasseñoras de Pez, á novenas y triduos. Dabacuenta de los ritos y solemnidades eclesiás-ticas á que asistía, bien compuesta y acica-lada con sencilla elegancia, pues el gusto dearreglarse bien era otro de los dones con quequiso agraciarla el Soberano Fabricante detoda belleza. Su apacible dulzura y su que-rencia de lo espiritual, 7 aun su pulcritudmodesta, daban motivo a que la madre di-jese: “Esta hija mía acabará por ser monja.,,Confirmábala en tal creencia el tesón conque Teresita, después de sonreir y reir con

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cuantos muchachos se le acercaban, no en-traba con ninguno. Admitía bromas galan-tes; pero en cuanto le hablaban de relacio-nes y de noviazgo, se metía en la concha desu seriedad, y desaparecían de la vista desus admiradores los maravillosos dientes.

El coronel don Andrés de Villaescusa, ex-celente militar, era hombre poco doméstico.Pesábale el techo de su casa; ardía el suelobajo sus pies: las altas horas de la noche leencontraban en tertulias de cafés ó casinos.Liberal en política, lo era más aún con sumujer, á quien dejaba en la plenitud de losderechos, sin ningún rigor en los deberes.Las pasiones que al coronel dominaban eranlos caballos, el juego y el continuo disputaren casinos, cafés y tertulias de hombres,llevando siempre la contraria, embistiendocon impetuosa dialéctica los problemas másdifíciles. Menos sus obligaciones militares,todo lo de.jaba por hablar, y discutir, y de-fender las opiniones más apartadas del sen-tir general: era la eterna oposición. En estosplaceres de la charla maniática, contrariá-bale un crónico padecimiento del estómago,que de tiempo en tiempo con violencia leacometía, haciéndole atrabiliario y por de-mas impertinente. Se dejaba cuidar por suesposa en la crudeza de los accesos; perocuando éstos pasaban, volvía estúpidamen-te al vivir desordenado,,toda la noche en fe-briles disputas, comiendo mal y á deshora,renegando del Verbo. De su matrimonio conManolita, Pez no tuvo mas sucesión que Te=

O’DO~~REL~I 45resa. De niña la mimaba. Viéndola mujerno pensó más que en librarse del cuidad;que exige la doncellez, casando pronto á lachica, que para eso nacen las hembras. “Noandemos con remilgos-decía.-Es locuraesperar á que le salgan marqueses, banque-ros 6 accionistas de minas. El primer te-niente que pase, 6 el primer oficinista condiez mil, se la lleva, y á vivir.,, A risa to-maba lo del monjío, y pensaba que las tris-tezas de su hija en casa no eran más queganas de novio, y cavilación en las dificul-tades para encontrarle bueno.

A fines del UU, en la tertulia de Centu-rión, le salió á Teresa un novio, que parecíadel agrado de ella. Era un teniente muysimpático, de la familia de Ruiz Ochoa. Perolos sangrientos desórdenes de Valladolid in-terrumpieron el tanteo de amor, porque eljoven oficial salió de la Corte con las tropasdestinadas á contener aquel movimiento.Teresa, con fría inconstancia, aceptó los ob-sequios de otro, Hafaelito Bueno de Guz-mán, de familia bien acomodada; pero á lostres meses de telégrafos en el balcón y dewtitas, fué despedido el jovenzuelo, y su-plantado por un estudiante de Caminos quesabía sin fin de matemáticas y hablaba elfrancés con perfección. Al matemático su-cedió un poeta; al poeta, un chico del comer-cio alto, ‘f’rujillo y Arnáiz; á éste, un médi-co novel, y un pintor, y un hijo del Marquésde Tellería,la Plaza de ir

un sobrino del contratista deoros, con poca bambolla y mu=

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chos cuartos, y un joven filósofo medio ce-gato, y otro, y otro, en cáfila interminableperegrinación de criaturas hacia el Limbo:

Rodaba el Tiempo, rodaba la Historia, sinque Teresita encontrase novio de que ahor-carse. Quería, sin duda, que el árbol fuesemuy alto, ó no había tejido aún cuerda bas-tante sólida para el caso. Radiante de belle-za, y dislocando á cuantos la veían y másaún á los que la trataban, entro la señori taen los veinte años. La Historia, en aquellosdías fecundos, traía hoy una novedad, ma-ñana otra, menudencias del vivir públicoque anunciaban sucesos grandes. Ausenteel coronel Villaescusa, que operaba en An-dalucía contra milicianos desmandados, ycontra otros que se apodaban Republicanos6 Socialistas; desentendida Mercedes de suhermano, Centurión y doña Celia eran losencargados de recordar á la niña la obliga-ción de decidirse pronto. Ya se iba haciendocélebre por la descarada seducción con queal paso de los novios los enganchaba, asícomo por la fría displicencia con que los des-pedía. Esta conducta de Teresa, que se in-terpretaba de muy distintos modos, era cau-sa de que se retrajeran muchos candidatosque venían con el mejor de los fines, y deque otros, desairados á las primeras de cam-bio, hablaran pestes de ella y de su madre yde toda la familia.

Manolita Pez, la verdad sea dicha no secuidaba de dar á su hija ejemplo de skiedadni de constancia, y en su frívola cabeza no

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dejaban las ligerezas propias espacio parafos sanos pensamientos que debra consagrara la guía y dirección de la desconcertada jo-ven. Doña Celia prestaba más atención ásus tiestos que al cultivo de su parentela,y don Xariano, sobresaltado noche y día porel mal sesgo que iba tomando la cosa públi-ca, no tenía tranquilidad. para poner manoen aquel negocio de famrha. “Déjalas, Celia-decía,-- que harto tengo yo que pensar enlas cosas del procomún, y en las desdichasque vienen sobre esta pobre patria nuestra.Si la madre es loca y la hl,Ja necia, y ningu-na de las dos sabe hacerse cargo de las rea-lidades de la vida, iqué adelantaremos conmeternos á consejeros y redentores? Arré-glense como quieran, y que se las lleven losdemonios. ,,

Tomaba las cosas el buen señor muy ápechos y era su impresionabilidad demasia-do viva. Lo que debía disgustarle, le causa-ba hondísima pena; lo que para otro seríamolestia ó desagrado, para él era una des-gracia, y su ánimo turbado convertía lasondulaciones del terreno en montes infran-queables. Detestaba el papel satírico llama-do EL Pudre Cobos, considerándolo como lamás fea manifestación de la desvergüenzapública. Se había impuesto la obligación deno leerlo nunca, y fielmente la cumplía.Pero no faltaba un amigo indiscreto y ma-leante que en la oficina 6 en el café le reci-tase alguna cruel indirectn del maligno frai-le, ó graciosas coplas y chistes sangrientos,

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todo ello sin otro fin que denigrar al venceador de Luchana y pisotear su figura presti-giosa. Ponía sus gritos en el cielo don Na-riano, y tomaba entre ojos para siempre alamigo que tales bromas se permitía. No erabuen español quien se recreaba con el ve-neno de aquel semanario y con la suciedadasquerosa de sus burlas. Leer públicamen-te El Padre CODOS era hacer chico alarde demoderantismo; llevarlo en el bolsillo, deocultis, para leerlo á solas, era hipocresía ytraición cobarde, indigfza de los hombres delProgreso.

Los desmanes de la plebe en ciudades deCastilla, sacaban á don Mariano de quicio.En todo ello veía la oculta mauo de la reac-ción moviendo los titeres demagógicos y co-munis tas. ¿Qué se quería ? Pues sencilla-mente desacreditar el régimen liberal, ypresentarnos á Espartero como incapaz degobernar pacíficamente á la Nación. Los re-trógrados de todos los matices, y los faccio-sos y clérigos, andaban en este fregado, ypara engañar al pueblo y arrastrarlo á losmotines, alzaban n2aqtkiaz.élicanlelate la ban-dera de La carestia del pan,.. iFarsantes,politicastros de tahona, y entendimientossin levadura! iQué tendrá que ver la hogazacon los principios!. . . “Pero, Señor-decía,-si tenemos Cortes legalmente convocadas,que sin levantar mano se ocupan en darnosuna Constitución nueva, pues las viejas yano sirven, ipor que no esperamos á que esanueva Constitución se remate, se sancione

O’DONNELL 49

y promulgue, para ver cuán lindamente nosasegura, Li cln~qo pasado, los principios deLibertad, resolviendo para siempre la cues-tión del pan y del queso, y de los garbanzosde Dios?,,

En el café de Platerías se reunían á me-dia tarde, después de la oficina, media do-cena de progresistones chapados y clave-teados, como las históricas arcas que en lospueblos guardan las viejas ejecutorias y losdesusados trajes. Alzaba el gallo en la re-unión el buen don Mariano, como el oradormas autorizado y sesudo. Había que oirle:“Hasta los ciegos ven ya las intenciones deO’Donnell. Con sus intrigas, ese irlandesmaldito nos pone al borde del abismo.. . ~Quécreerán que ha inventado el tío para dar altraste con el progreso? Pues esa gaita deljusto medio, y de que se vaya formando unnuevo partido con gente de la Libertad ygente de la Reacción.. . ó lo que es lo mis-mo, que seamos progresistas retrógrados, ódespóticos avanzados... iVaya un pisto, se-ñores! ,$3aben ustedes de algún cangrejoque ande hacia adelante, ó de lebreles quecorran hacia atrás.. .? LQuieren decirme quésignifica el habernos metido en el Ministe-rio á ese jovencito burgalés? El tal es unmodelo vivo de lo que: según O’Donnell,han de ser los hombres futuros: hombrescon un pie en el Retroceso y otro en el Ade-lanto. No le niego yo el talento á ese Alon-sito Martínez, ó Manolito Alonso, que á es-tas horas no sé bien su nombre.. . pero lo

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que digo: dtan escaso anda el Partido dehombres graves y experimentados, que seapreciso echar mano de criaturas recién sa-lidas de\ la Universidad para que nos go-biernen? ,,

Y otra tarde: “ iCómo se va realizandotodo lo que dije! Ya ven ustedes: el Olóza-ga nos va saliendo grilla, y aunque pareceque tira contra O’Donnell, tira contra. elDuque. Uno y otro estorban á su amblclonsin límites.. . ¿Y qué me dicen del Ríos Ro-sas, ese á quien ha dejado tan mal sabor deboca el deslucido papel que hizo en el Mi-rtisterio metrnlln? Cuidado que el hombretiene bilis y malas pulgas. Dicen que esmoral; pero yo sostengo que Moralidad yReacción rabian de verse *juntos. Ya sabe-mos cómo estos señores del escrúpulo aca-ban tragándose medio País. Kíos Rosas tirtacontra Espartero y la Libertad desde el cam-po cungrejil, y desde el campo del demo-cratismo tira Estanislao Figueras.. . otro quetal.. . Figueras, Fernando Garrido y Oren-se quieren llevarnos á la anarquía, con esamaldita república que no admite Trono...iComo si pudiera existir la Libertad sin Tro-no!... En fin, que al Duque le tienen abu-rrido. El no dice nada; pero bien se le co-noce que está más que harto de este paisana-je, y que el mejor día se nos atufa, lo echatodo á rodar, y adiós Libertad, adiós Trono,adiós Milicia. Despidámonos de los buenosprincipios, y de la Moralidad...,,

Y otras tardes, allá por Enero del 56 y

O'DONNELL 51meses sucesivos: “El nuevo Ministerio nome disgusta, porque sale de Fomento el jo-ven burga.lés, y entra en Gobernación Esco-sura. Observen ustedes que con Escosura,Santa Cruz y Luján tenemos tres progre-sistas en el Gabinete; pero no son de lospu-ros, pues estos se quedan, por lo visto, paravestir milicianos, digo, imágenes. Ya no esun secreto para nadie que el irlandés se en-tiende con Palacio para barrernos. En Pala-cio le dan la escoba.. . ACon que tenemos deCapitán General al generaí bonito? ?Y esemodo de señalar qué significa? Bobaliconesdel Progreso, jno habéis reparado que. todoslos mandos militares están en manos de ami-guitos y compinches de O’Donnell? Ros deOlano, Director de Artillería; Hoyos, de In-fan tería.. . iQué tal, Escosura? AQué dices?El Duque, como personificación de la leal t,ady de la consecuencia, desprecia las persona-lidades y se atiene á los principios.. . Espar-tero es Cristo; O’Donnell, Iscariote.. . ¿Y Pa-lacio?. . . Palacio es la Sinagoga.,,

Concuerdan todos los historiadores enque fué un día de Febrero del 56 cuandoTeresita Villaescusa despidió á su vigésimo-sexto novio, Alejandrito Sánchez Botín, jo-ven elegante, con buen empleo en Gracia y

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Justicia, y además medianamente rico porsu casa. Tan, bellas cnalidades no impidie-ron que Teresa le diese el canuto con la Iór-mula más despectiva. “Alejandrito, su figu-ra de usted me empalaga, y su elegancia seme sienta en la boca del estómago. Va us-ted por la calle mirándose en los vidrios delos escaparates para ver cómo le cae la ro-pa... y cuando no hace esto, hace otra cosapeor, que es mirarse los pies chiquitos quele ha dado Dios, y las botitas bien ajusta-das. Ea, ni pintado quiero ver á un hombreque gasta pies más chicos que los míos...AQue tiene usted una tía Marquesa, yen laHabana un tío que apalea las onzas?. . . Bue-no: pues deles usted memorias.. . y que es-criban.. . AQue su papá le ha prometido com-prarle un caballo, y que cuando lo tenga mepaseará la calle, y hará delante de este bal-cón piruetas muy bonitas? Andese con cui-dado, no se le espante el animal y se apeeusted por las orejas, como aquel otro queconmigo hablaba.. . No le valió ser de Caba-llería... Créame: no le conviene andar enesos trotes. Usted á pat,ita, pisando hormi-gas con ese calzado tan mono, ó en el cochede su tía la señá Marquesa.. . Y otra cosa,Alejandrito: ¿de donde ha sacado usted quees elegan te dejarse crecer una uña como esaqueusted lleva, larga de una pulgada, y em-plear en cuidarla y limpiarla tanto tiempoy tanta paciencia3 iBonito papel hace un ca-ballero mirándose en la uñacomo si fuera unespejo, y acompasando los movimientos de

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O’DONNELL 53kd;;;o para que no, se 1! rompa esa precio-

. . . .la limpie

esa porquena, digo yo, por más quecon potasa y la tenga como el mar-

fil.. . Por todas estas cosas, me es usted an-tipático, y si admití sus relaciones fue por-que mamá se empeñó en ello, y no me de-jaba vivir... Alejandrito por arriba, Alejan-drito por abajo, como si fuera Alejandrito laflor de la canela... En fin, diviertass, y cui-de bien la uña, que esas cosas tan miradas,y en las que se ponen los cinco sentidos, serompen cuando menos se piensa... Agur.. .y no se acuerde más de mí.. .,,

No constan las protestas que debió de ha-cer el galán de la uña despedido con modostan expeditos y desusados. Ello es que tomola puerta, y que Manolita Pez se li6 con suhija en furioso altercado por aquella brutalruptura, que en un instante destruía los ri-sueños cálculos económicos de la egoístamamá. Entró poco después de la disputaCenturión: iba no más que á preguntar porsu primo Villaescusa, que aquellos días ha-bía tenido un fuerte y alarmante acceso desu mal en provincia lejana. Manuela le tran-quilizó, mostrándole una carta de Andrésde.fecha reciente.. . Hablaron un poco de po-btica, que era el hablar más común en aquelrevuelto año, y Teresa, con jovial malicia,se entretuvo en mortificar á su tío con. lasbromas que más en lo vivo le lastimaban..Cogió de la mesa un número de El Padre Co:bos, como si cogiera unas disciplinas, y sinhacer caso del gesto horripilante de Centu.

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rión y de la airada voz que decia: “ jno quie-ro, no quiero saber!,,, leyó esta cruel sá-tira: “Se conoce á la hforalidad progresis-ta por el ruido de los cencerros... tapados.,,- iDéjame en paz, chiquilla!. . . Lee para

tí esas infamias.,,Se tapaba los oídos, retirábase al otro ex-

tremo de la sala; pero tras él iba Teresa conel papel enarbolado, y risueña, sin piedad,soltaba esta cuchufleta: “Adoquín y camue-so... son la sal y pimienta del Progreso. ,,

-Te digo que calles, ó me voy de tu ca-sa.. . Una señorita bien educada y de princi-pios no debe repetir tales indecencias. Ma-nuela, llama al orden á esta niña loca.,,

Pero la señora de Villaescusa encontrába-se aquel día en una situación de sobresaltoy ansiedad que la incapacitaba para el co-nocimiento de los hechos comunes que á sualrededor ocurrían. Distraída y con el pen-samiento lejos de su casa, no decía más que:“Niña, niña, juicio. ,, Pero Teresi ta no hacíacaso de su madre, y acosó á Centurión, quehuyendo de ella y del maldito fraile pro-caz, se había refugiado en el gabinete pró-ximo. La diabólica mozuela repetía, ponién-dole música, un dicharacho del periódico:‘*Muchacho, iqué gritan?-iViva la liber-tad! -Pues atranca la puerta. ,, Poco valíantales chistes, que como todos los del famosopapel, con menos sal que malicia, eran des-ahogo de sectarios, dispuestos á cometer endoble escala los pecados políticos que cen-suraban. Pero en los oídos de don Mariano

O’DONNELL 56sonaban á de profundiS, y anteS murieraque encontrar gracioso 10 que en su criterioinflexible era depravado y canallesco. Elhombre bufaba, y le faltó poco para ponersus dedos como garras en el blanco pescue- *za de la casquivana señorita. Esta volvió ála sala riendo á todo trapo. Su madre, súbi-tamente asaltada de una idea y propósitoque podían ser solución venturosa de la cri-sis que agobiaba su ánimo, cogió á Teresitapor un brazo, y adelgazando la voz todo loposible, le dijo: “Bribona, me estás poniendoá Mariano-en la peor disposición.. . Yo le ne-cesito cordero, y con tus tonterías está elhombre como los toros huídos.. . i A buenaparte voy!. . . En vez de preparármele y cua-drármele bien, 6 de entontecerle con finu-ras y zalamerías, me le has puesto furio-so. . . En fin, quita de aquí ese maldito pape-lucho; lárgate á tu cuarto, ó al comedor, yd6jame sola con tu tío. . . con la fiera... Nosé cómo embestirle.. . no sé cómo atacarle.. .

iInfeliz don Mariano! Aquel día se tuvopor el más. infortunado de los mortales, de-jado de la mano de Dios y maldito de loshombres, porque la nida, azotándole y escar-neciéndole con El Padre Cobos, y la lagar-tona de la madre levantando sobre su cabe-za el corvo sable de cortante filo, le corrom-pieron los humores y le ennegrecieron elalma. iVaya un día que entre las dos le da-ban! En vez de entrar en aquella casa demaldición, ipor que, Señor, por qué no sees-condió cien estados bajo tierra? No se cuen-

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tan, por ser ya cosa sabida, los circunlo-quios, epifonemas, quiebros de frase, remil-gos, pucheros y palmaditas con que Manue-la Pez formuló y adornó la penosísima pe-tición de dinero para urgentes, inaplazablesatenciones de la familia.. . A Centurión se leiba un color, y otro se le venía. Suspiraba 6daba resoplidos echando de su pecho unafragorosa tempestad.. . Sintiendo su cráneopartido en dos por el tajante filo, no sabíaqué determinar. Acceder era grave caso,porque tres meses antes le saqueó Manolitasin devolverle lo prestado. Negarse en re,dondo no le pareció bien, porque Andrés, alpartir, le había dicho: “Querido Mariano: teruego que, si fuese menester, atiendas, etcé-tera.. . que á mi regreso yo. . . etcétera . ..., Entan horrible trance, pensó que amarrado alpilar donde le azotaban, no padeció másnuestro Señor Jesucristo... Por fin, cayó elhombre con mortal espasmo en el consen-timiento, bañado el rostro en sudor frío deangustia.. . No era bastante firme de carác-ter para la negativa, ni bastante hipócritapara disimular su dolor inmenso ante lacatástrofe. Al retirarse diciendo con lúgubrevoz volveré co?& el dinero, parecía un ajus-ticiado á quien el verdugo manda por el ins-trumento de suplicio.. .

Hallábase doña Celia en el gratísimo pa-satiempo de arreglar sus verjeles, cuandovi6 entrar al buen don Mariano con cara deamargura y consternación. “¿Qué tienes,hijo? iOcurre alguna novedad?,, le dijo des-

O'DONNELL . 57tacándose del umbrío follaje para llegarse á61 y ponerle sus manos en los hombros. Por

. no afligir á su bendita esposa, Centurióncultivaba el disimulo y se tragaba sus pe-nas, 6 las convertía en contrariedades leves.Dejándose caer en el sofiî, y componiendo el

* rostro, tranquilizó á la señora con estas apa-cibles razones: “Nada, mujer: no me ocurrenada de particular.. . No es más sino que.. .ese maldito Padre Cobos.. . Un amigo de és-tos que no tienen sentido común, ni delica-deza, ni caballerosidad.. . me enseñó el últi-mo número. De nada me valió protestar.. .Yo bufaba, y 61 me leía un parrafillo as.queroso donde dicen que los del Progresosomos inmorales, que los del Progreso de-fraudamos y hacemos chanchullos.. . Yaves... iY esto se escribe, esto se propagapor los que . . .! XIe callo, sí, me callo; noquiero incomodarme. Es tontería quemesul-fure; tienes razón... Punto en boca; peroantes d6jame que repita lo que cien veces di-je: de estas burdas infamias tiene la culpaO’Donnell.. . El, él es el causante... Bajocuerda, nuestro maldito irlandk azuza, pe.Bizca el rabo á estos sinvergüenzas, todosellos moderados y realistas, para que hablenmal de nosotros y pongan al Duque en eldisparadero... Es mi tema. ¿Que nos insul-tan? La lengua de O’Donnell. iQue estallanmotines? La mano de O’Donnell. iQue nospiden dinero y tenemos que darlo? El sablede O’Donnell. ,,

En los días siguien tes, cuando arreciaban,

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según Centurión, los manejos del de Luce-na para deshacerse de Espartero, y cuandoEscosura lucía su galana elocuencia en lasCortes, la Coronela Villaescusa y su hijasubieron un grado en el escalafón social,concurriendo á las reuniones íntimas queValeria Socobio daba los lunes en su lindacasa, calle de las Torres. Halláronse Ma-nolita y Teresita en un ambiente de elegan-cia muy superior al de la humilde tertuliade Centurión; y si por virtud de lallaneza denuestras costumbres, algunas figuras concu-rrentes á la morada de la calle de los Autoresse dejaban ver en la de Valeria, como la Mar-quesa de San Blas, Gregorio Fajardo y sumujer Segismunda, también iban allí perso-nas de pelaje muy fino, como Guillermo deAransis, y otros que irán saliendo. Es lobueno que tenía y tiene nuestra sociedad:en ella las clases se dislocan, se compene-tran, y van prestándose unas a otras suselementos, y haciendo correr la savia socialpor las ramas de diferentes árboles que, in-b;;t~$os entre sí, llegan á constituir un ár-

Guapkimas eran Manuela y Teresita, ca-da una según su tipo y edad; la madre, unVerano espléndido derivando hacia los tonosnaranjados de Otoño; la hija, plena Prima-vera rosada y-luminosa. A la vera ‘de am-bas iban á buscar sombra y. frescura losamadores finos, ó los timadores y petardistasde amor. Coqueteaba la mamá con arte ex-quisito, colocándose al fin en un reducto de

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honradez hipócrita que no engañaba á todos,y Teresilla jugaba al noviazgo con risueña&seUvoltUKi, pasando los galanes de la ma-no de admitir á la mano de rechazar, comoen el juego de Sopla, que V~UO te 10 doy.

COn franca simpatía se unieron Valeria yTeresita. Comunes eran los secretos de unay otra, todavía de poca importancia y gra-vedad. Juntas paseaban los más de los días,y juntas iban al mayor recreo de Valeria,que era el recorrido de tiendas, comprando,revolviendo, examinando el género nuevoacabadito de sacar de las cajas llegadas deParís. El furor de novedades había produci-do dos efectos dis tintos: embellecer la casade Valeria hasta convertirla en un lindísi-mo muestrario de muebles y cortinas, yesquilmar el bolsillo de don Serafín delSocobio, hasta que el buen señor y doña En-carnación pronunciaron el terrible non pos-szmus. De aquí resultó que Valeria, porgradación ascendente de su fiebre suntua-ria, que atajar quería sin voluntad firme pa-ra ello, se fué llenando de deudas, cortas alprincipio, engrosadas luego, hasta que, cre-ciendo y multiplicándose, la tenían en cons-tante inquietud. Para colmo de desdicha,Rogelio Navascués, en vez de llevar dineroá casa, se gastaba en el Casino toda su paga,y era. además insaciable sanguijuela quedesangraba horriblemente el bolsillo .de laesposa, nutrido por la pensión que daban áBsta sus padres. Tales razones y el absolutoenfriamiento del amor que tuvo á su marido,

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labraron en el ánimo de Valeria la idea y elpropósito de desembarazarse de tan gran ca-lamidad. No había más que un medio: man-darle á Filipinas, con lo cual ella se veíalibre de el, y él cortaba por lo sano la insosetenible situación á que le habían llevado susestúpidos vicios.

Iniciado el proyecto por la esposa, el ma-rido lo encontró de perlas. Quería pasarsepor agua, y salir á un mundo nuevo dondeno le conocieran. Manos á la obra. Valeriatrabajó el asunto con febril actividad enFebrero y Marzo, tecleando las amistadesy relaciones de su familia con personajesdel Progreso. Moncasi, Sorní, Montesinos,Allende Salazar ofrecían; mas todo quedabaen agua de cerrajas. Dirigióse luego á losamigos de O’Donnell, áVega Armijo, Ulloa,Garbera, y ello fue mano de santo. No ha-bía, no, hombre como O’Donnell: su som-bra era benéfica, y en ella encontraban supaz las familias. A principios de Abrilrecibió Navascues el pase á Filipinas, conascenso, y no esperó muchos días para po-nerse en marcha, porque Valeria, modelode esposas precavidas, le tenía ya dispuestatoda la ropa que había de llevar: las camisasligeras como tela de araña, los chalecos depiqué, levitines de crudillo... .Todo lo ad-quirió la dama en las mejo es tiendas, y delgenero superior, por aque lo de al enemigofque huye, puente de plata. iQué descansadase quedó la pobre! No podía con su alma dela fatiga y ajetreo de .arreglarle en tan PO=

O'DONNELL 61cos días el copioso surtido de ropapara pui-ses tropicnìes.

Horas después de aquella en que la di-ligencia de Andalucía se llevó á Rogelio,Valeria dijo á SU cordial amiga Teresita:“iAy, qué descanso! . . . Si en España tuvie-ramos Divorcio, no necesitaríamos tener Fi-lipirias. ,,

Y la otra: “iFilipinas! Alargar la cadenamiles de leguasperla?,,

, ino es lo mismo que rom-.

.VIII

Consecuentes en su fraternal amistad,Valeria y Teresita pasaban juntas días en-teros, muy á gusto de ambas, y á gusto tam-bien de Manolita Pez, que podía campar sinninguna traba, y espaciar sus antojos porel libre golfo de la vida matritense, ponien-do á su niña bajo la custodia de una señoracasada de buena conducta, que era lo preve-nido por los cánones sociales. Cumplía Ma-nolita con la moral por lo tocante á su hija,y aliviada quedaba con esto su concienciapara poder cargar con los pecadillos propios.Muchos días almorzaba y comía Teresa consu amiga, y algunas noches también allídormía, por la inocente causa de volver muytarde del teatro, y no tener persona mayory de respeto que tan á deshora la llevase ácasa de su madre. Al poco tiempo de esta

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intimidad, observó la niña de Villaescu-sa que las atenciones con que Guillermo deAransis á la señora de Navascués distin-guía, iban perdiendo su colorido platónico.Era Teresita una de estas vírgenes que, porasistir demasiado cerca al batallar de las pa-siones, están privadas de toda inocencia: nobien ocurridos los hechos, los comprendía yapreciaba en toda su realgravedad, sin asus-tarse de cosa alguna, Viendo las visitas deGuillermo á horas desusadas, y las salidasextemporáneas de la dama, se hizo dueña dela verdad. Su confianza con Valeria la llevóá una sinceridad ingenua de enfant terrible,y como quien no hace nada, sin asomos deseveridad ni dejo malicioso, interrogó á suamiga sobre tan escabrosos particulares.En su acento vibraba un candor que ensu alma no existía. Respondióle Valeria concierto embarazo, empezando diferentes fra-ses que quedaron sin terminar, y concluyóasí: ‘6.&Para que quieres tú más explicacio-nes?... Estas cosas no las entienden las sol-teras.. . ,,

Saliendo aquel mismo día las amigas aljaleo de tiendas, vió Teresita con asombroque Valeria pagaba cuentas atrasadas, lan-zándose á nuevas compras de telas y fara-laes de vestir. Generosa y amable, la damaobsequió á su amiga con un corte de vestidopara verano, elegantísimo, de extremadanovedad y con el más puro sello parisiense,regalándole de añadidura, un canesú y unmiriñaque de pita de hilo, última novedad.

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Con sincera gratitud acogió Teresa estosobsequios, y los estimó máS porque su ma-dre Ia tenía bastante desairadita de ropa,con sólo dos trajes nuevos, y uno del añomil, transformado ya tres veces.

No estaba descontenta Teresa en aquellosdías, que ya eran de franco Verano, y el co-nocimiento del enredo de Valeria con Aran-sis despertaba en ella tanto interes comouna novela de las mejores que entonces seescribían. Novela era, viva, de estas que en-tretienen y no asustan. Personaje de novelale pareció Aransis, guapo, joven, condicio-nes precisas para la figuración poética, lacual era más grande y sutil por sus mane-ras exquisitas, y el derroche de dinero quesuponían sus trajee, coches y todo el trende su dorada existencia. Y no fue Guillermoel único personaje novelesco que por enton-ces mantenía el espíritu de Teresa en con-tinua soñación. Desde los comienzos de

,‘: Mayo se personaba en los Lzmes de Vale-ria un joven muy guapo, de belleza distin-ta de la de Aransis, pero no menos atrac-tiva. Era rubio, de azules y dulces ojos,con una barba ideal, de corte y finura se-mejantes á la de Nuestro Señor Jesucristo,tal como le representan Correggio y Van-Dyck. Dominaba en sus pensamientos lamelancolía, como en su voz los tonos apa-cibles. Era extremeño; se llamaba Sixto Cá-

mara. A Teresa cautivó desde el primerdía por su conversación fina, por el atrevi-

EL miento de sus ideas, y la noble lealtad quepL

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su trato, como toda su persona, revelaba.Gozosa le veía llegar á la reunión, y conmayor gozo veia la preferencia que por ellamostró desde la primera noche, entrando alpoco tiempo por la senda florida del galan-teo. Creyó Valeria que en aquel noviazgosería Teresa mas perseverante que en losanteriores, y de ello se alegraba: ManuelaPez, en cambio, no parecía gustosa de quesu hija se insinuase con el galán de la bar-ba bonita, y así se lo manifestó con razonesde peso, la noche de un lunes, al volver ácasa rendidas de tanto charlar y de un po-quito de bailoteo.

“hfira, Teresa-le dijo: -te he reñido portu ligereza en admitir y despachar novios,y ahora, que te veo más sentadita, tambiénte riño, porque das en ser consecuente conuno que no te conviene poco ni mucho. Yadebes decidirte, fijándote en aquellos quepuedan sacarte de pobre, y reservando tusdespachaderas para los barbilindos que notraen nada de substancia. Los tiempos estánmalos, vendrán otros peores, y como no tecases con un rico, no sé qué va á ser de ti.Despreciaste al que yo te propuse, Alejan-drito Sánchez Botín, y ahora te veo enton-tecida y acaramelada con el don Sixto,del cual me han dicho que con todo su sa-ber, y su hablar modoso, y su vestir ele-gante, y su barbita, no es más que un tris.te pelagatos, con lo comido por lo servido,y los pocos reales que saca de algún pe-riódico. ¿Te parece á ti que es buen porve-

O'DONNELL 65nir un papel publico y las rentas que puedadar?. . , Y hay otra cosa: del don Sixto mehan dicho que es demagOg0. $Sabes lo que esesto? Pues tener ideas disolventes, quererderribar el Trono, y puede que también elAltar, y traernos un Gobierno de anarquía,que es, como quien dice, la gentuza. No,hija mía: apártate de esto, y no te me hagasdemagoga, la peor cosa que se puede ser.Fig”_rate el porvenir de un hombre quejamas desempeñará un destino del Gobier-no, porque estos no se dan á tales tipos.. .No des á demagogos, y si me apuras, ni áprogresistas, el SI que te piden, pues ha-rías trato con el hambre y la desnudez.Ten juicio y.fíjate en alguno que sea resuel-tamente del partido de O’Donnell, el hom-bre que muy pronto ha de coger la sartenpor el mango... Con que, fuera el don Sixto,6 entretenle hasta que venga el bueno.. .que vendrá, yo te aseguro que vendrá.,

Oyó estas razones y sabios consejos Tere-sita, fingiendo admitirlos como palabra di-vina; mas en su interior se propuso hacerSU gusto, que en esto iba á parar siemprecon maestra de tan poca autoridad como SUmadre. Al día siguiente la llamó Valeria;fué, charlaron.. . Tratábase de organizar unatemporadita en la Granja, donde se diverti-rían mucho, si la Coronela daba permiso aTeresa para ir con su amiga. Examinaban lasdificultades que para esto podían surgir, yla resistencia que había de oponer hlanuelasi no la invitaban tambien á ser de la parti-

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’ da, cuando entró Aransis inquieto, y contóque en el Consejo con Su Majestad, aquellamañana, O’Donnell y Escosura habían rifadode una manera solemne y ruidosa. La Reinase decidía por O’Donnell, y Espartero, desai-rado en la persona del Min$tro que represen-taba su política, había dicho: vn’monos. Elvúmonos, 6 el yo tami%% me uoy del Duquede la Victoria, era una proclama revolucio-naria. Si Espartero, apoyado en las Cortesy al frente de la Milicia Nacional, daba 5don Leopoldo la batalla, ardería Madrid. Ha-bía que desistir del viaje á la Granja mien-tras no se aclarase el horizonte. No se asus-taron la sefiora y señorita tanto como Gui-llermo esperaba; antes bien, dijeron que lesgustaban las trifulcas, y que si había de ve-nir revolución gorda, viniera de una vezpara ver si se quedaban con España los Na-cionales, 6 se quedaba O’Donnell, con SLI

personal de caballeros elegantes, limpios yvestidos á la última moda. Esto era lo másprobable y lo más revolucionario, pues laramplonería y ordinariez debían ser deste-rradas para siempre de este hidalgo suelo.

Observó Teresa que Aransis no estabacontento, y que las anunciadas revueltas lecontrariaban. Sintiendo acaso preferenciaspor éstas 6 las otras ideas políticas, itemíaverlas derrotadas en la próxima lucha? Estono podía ser, pues harto sabían Valeria yTeresita que el ocioso galán, aunque in-clinado en su espíritu á las tendencias libe-rales, era en la práctica un gran escéptico,

ö7y no se dignaba empadronar su nombre ilus-tre en el censo progresista ni en el mode-rado. Las gloriosas espadas no le llevabantras sí, y con igual indiferencia veía los res-plandores de la de Luchana, de la de Lu-cena 6 de Torrejón. Sin duda, el endiabladohumor de Aransis provenía de algún con.tratiempo relacl.onado con la política por ex-traños, engranajes, pero que no era la polí-tica nnsma. ASI lo pensabaValeria; así tam.tambi6n Teresa, que aunque más talentu-da que su amiga, érale inferior en el cono-cimiento del mundo. Ninguna de las dospenetró el arcano. La Historia lo sabe, yfo revelará, pues no sería Historia si no fue.se indiscreta.

Guillermo de Aransis, Marqués de Loa-rre por sucesión directa, Conde de Sáma-nes y de Perpellá por su parte en la heren-cia de San Salomó, era un joven de exce-lentes prendas, corazón bueno, inteligenciaviva; prendas iay! que se hallaban en elahogadas 6 por lo menos comprimidas deba-jo del avasallador prurito de elegancia. Hes.plandor de la belleza es la elegancia, y comotal, no puede negársele la casta divina; pe-ro cuando al puro fin de elegancia se su_bordina toda la existencia, alma, cuerpovoluntad, pensamientos, sobreviene una delformación del sér, horrible y lastimosaaunque, en apariencia, no caiga dentro deiespacio de la fealdad. Dotado de atractivoshermosa figura, palabra fácil y seductora’no vivía más que para agregar á su personá

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todos los ornamentos y toda la exterioridaque había de darle brillo y supremací;evidentes entre los individuos de su claseExaltado su amor propio, no reparaba elmedios para obtener tal supremacía y hacer.la indiscutible; sus trajes habían de ser lo+más notorios por el sello de la personalidad.siguiendo la moda con el precepto sutil d,acatarla sin parecerse á los que ciegamentsla seguían. Había de ser lo suyo distinto dalo general, sin disonancia, ó con sólo un:disonancia que, por muy discreta, llevab:%en sí la deseada y siempre perseguida SII.perioridad. Se preciaba, ó de inventar algl?en el arte de vestir, ó de ser el primero queimportase de los talleres parisienses las for-mas nuevas, cuidando de presentarlas mo-dificadas por su gusto propio antes que eluso de los demás las generalizara. En todoesto, para que resultase verdadera elegancia, la naturalidad sin estudio alejaba todasombra de afectación.

A estos primores del vestir seguían los delandar en coche. Muy santo y muy bueno,legít.imo á todas luces, es que no salgan ápie los ricos, y que gasten coche para su co-modidad, decoro y recreo; pero que se pa-sen el día ostentando formas y estilos cm-vos de carruajes, guiándolos con más trabajo de cocheros que descanso de sefiores, PSun extremo de’vanidad rayano en la tonte-ría. El elegante toma con esto un caráctrlprofesional; siente sobre sí la mirada crí tic<:r.y exigente del público; ha de divertir antes

.

O’DONNELL 69q&e divertirse; los bonitos caballos de tiro yde silla pregonan su riqueza y buen gusto, yal fin se estima y alaba más la gallardía desus bestias que la suya propia.

Naturalmente, las vanidades del ordensuntuario iban á resumirse y coronarse enlavanidad amorosa. Aransis lleg6 á creer queuno de los principales fines de la Humani-dad era que se prendasen de él todas lasmujeres hermosas que en Madrid había. Loconsideraba en ellas como una obligación, yen si como un cumplimiento de las leyes desu destino. Con todas entraba, alcurniadasy plebeyas, más afortunado tal vez en laszonas altas que en las medias de la sokie-dad, por venir esta corrupción de arriba paraabajo, cosa en verdad que no es nueva en laHistoria de los pueblos. Imposible referir to-das las proezas de amor con que ilustró sujuventud el Marqués de Loarre, y sobre di-fícil, la estadística sería poco interesante, porcarecer estas aventuras, en el prosáico sigloxrs, de la poesía erótica y caballeresca queen edades de más duras costumbres tuvie-ron. La tolerancia de hecho encubierta conla gazmoñeríà pública, la flexibilidad moraly el culto frío y de pura fórmula que la vir-tud recibía, quitaban toda intensidad dra-mática á las transgresiones de la ley. Saliande los palacios estas historias, sin que al pa-sar de la realidad á las lenguas, movieranruidosamente la opinión, ni escandalizaranen grado más alto que el común de los su-cesos privados y públicos. Como los pronun.

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ciamientos y motines, como las revolucio-nes á tiros ó á discursos por ganar el po-der, estas inmoralidades del mundo heráldi-co iban tomando carácter crónico que apenas turbaba la paz de las conciencias amo-dorradas.

Si en los amoríos de garbosa vanidad, y enotros de pasional demencia, se iba .dejandoAransis vellones de su fortuna, el vellónmás grande lo perdió con la Marquesa deMonteorgaz, dama en extremo dispendiosa,con menguada riqueza por su casa. Era unzarzal con tantas púas, que el Marqués deLoarre perdió en él toda su lana. Los esta-dos de Sámanes y Perpellá quedaron comosi dijeramos desnudos, en fuerza de hipote’cas. No era en total la fortuna de Guillermode las más altas de la grandeza: podía conella vivir holgada y noblemente, sujetándo-se á un orden estrecho de administración.Pero con la vida que llevaba quedaría todoel caudal liquidado en media docena de anos.Tarde vió el Zion el abismo en que había decaer; pero ann podía salvar una parte delhaber patrimonial si se plantaba en firme yponía un freno á sus desórdenes. Sobre estole habló con cariñosa severidad un día suamigo Beramendi: tan instructivo fue elsermón, exegesis de aquella sociedad y deotras más próximas á la nuestra, que la His-toria se dignó traerlo acá y hacerlo suyo.

VIII

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“Estás arruinado, Guillermo, y ~610 tra-zando una raya muy gorda en tu vida conpropósito de cambiar ésta radicalmente, po-drás salvar lo preciso para vivir con decen-cia, sin locuras. Dices que aún cuentas conla herencia de tu tío el Marqués de Benava-rre, y con ese monte de la sierra de Guara,que denunciado ya como terreno carbonife-ro, puede ser para tí un monte de oro. Note fíes, Guillermo: tu tío puede cambiar depropósito, si llega á enterarse de los humosque gastas, y en el monte no pongas tus es-peranzas: una vez entre mil dejan de salirfallidas las ilusiones de los mineros. Déjate,pues, de montes de oro y de tíos de plata, yhazte cargo de la realidad, y oye bien lo quevoy á decirte, que es duro, muy duro, perosaludable. Por algo soy el amigo que más tequiere.

La vida que vienes haciendo del 50 acáes enteramente estúpida; tu conducta es lade un idiota. Imbecilidad pura es tu vida, yasí la llamo pensando que todavía no la ca-lifico tan severamente como merece. Y voymás allá, Guillermo: sostengo que no hayderecho á vivir así. Se dice que cada cualhace de su dinero, de su tiempo y de su sa-lud lo que quiere; y yo afirmo que eso no

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puede ser. En el dinero, en el tiempo y enla salud de cada persona hay una parte quepertenece al conjunto, y al conjunto no po-demos escatimarla... Una parte de nosotrosno es nuestra, es de la totalidad, y á la totali-dad hay que darla. iQué? tte asombras? ~NOen tiendes lo que digo? Pues lo repito, y aña-do que están por hacer las leyes que deter-minen esa parte de nosotros mismos perte-neciente al acervo común, y que ordenenla forma y manera de que los demás, todos,le quiten á cada cual esa partija que indebi.damente retiene. Las leyes que faltan se ha-rán: ni tú ni yo lo veremos; pero cree quese harán.. . Y mientras las leyes vienen, de-bemos anticipar su cumplimiento con algoque se parezca á la ley nonnata. Tú, Gui-llermo, eres idiota y criminal, porque gastastodo tu dinero, todo tu tiempo y toda tu sa-lud en no hacer nada que conduzca al biengeneral. El que no hace nada, absolutamentenada, debe desaparecer, 6 merece que le ta-sen los bienes que derrocha sin ventaja suyani de los demás. Me dirás que yo soy lo mis-mo que tú, que vivo en grande sin trabajarni producir cosa alguna. Estás equivocado:yo hago algo, no todo lo que debo; pero conun poquito de acción útil cumplo la ley, yno soy como tú, materia inerte en la Huma-nidad. Yo gasto parte de las rentas de mimujer en vivir bien y decorosamente, sinescarnecer con un lujo desfachatado á estafamilia española compuesta de pobres en sugran mayoría. Yo no cultivo mis tierras, no

O’DONNELL 73ejerzo ninguna profesión ni oficio; pero nopuede decirse de mí que nada produzco. Yohe producido un hijo, y en criarle y educar-le para que sea ilustrado, saludable y hom-bre de bien, pongo todo mi espíritu y em-pleo casi todas las horas del día. iQué.. . teríes? LTe parece poco?

No me interrumpas... déjame seguir. Voy ácontar por los dedos.. . por los dedos no, puesson pocos para tan larga cuenta.. . Voy á re-cordarte los crímenes de imbecilidad que hascometido, para que te horrorices: Cubrir depiedras preciosas el seno hiperbólico de laNavalcarazo, que te lo agradeció diciendo,al mes de romper contigo, que eras un niñode In Doctrha Cristiana. Para pagarle áSamper toda aquella quincalla fina, tuvisteque hipotecar dos dehesas.. . á dehesa porpecho. Sigo: no fué menor imbecilidad re-galarle á Pepa la Sevillana una casa de trespisos en la calle de Belen. Habrías cumpli-do con una casa de muñecas. . . para jugarti los compromisitos.. . Imbecilidad de mar._.ca mayor, los convites de doscientas per-sonas que dabas en tu finca de Aranjuez,con tren especial,, comilonas servidas porLhardy, y champaña de la señora Viuda deClicquot á todo pasto... En tus chapuzonescon la de Cardeña no pudiste deslumbrará ésta con alardes de lujo insensato, porqueella es más rica que tú, como diez veces másrica. Pero de aquella fecha data tu furor decoches y caballos,_que luego llevaste al deli-rio en tiempo de la Villaverdeja, grande

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apasionada de las cosas hípicas y cocheri-les. El colmo del idiotismo veo en tu afánde pasear por Madrid trenes lujosos, y lamisma Villaverdeja 6 la Belvis de la Jara,no estoy bien seguro, te hizo justicia po-niéndote el apodo del Faetonto... Te han he-cho un daño inmenso tus viajes anuales áParís, y el flujo de imitar las opulencias quehas visto en aquellacapital. Bien podías ha-berte lucido discretamente en es te coronadovillorrio, sin importar las grandezas que allíson proporcionadas y aquí desmedidas. Aña.diendo á estas locuras el boato de tu casatus almuerzos y cenas, tu protección á inlnumerables vagos que, adulándote, te tras-tornan, y con.astutas socaliñas te saquean,tenemos, mi querido Guillermo, que el Bobode Coria es un sabio comparado contigo.

Pero el punto en donde llegas á la su-prema imbecilidad y al idiotismo más per-fecto, lo vemos en tu enredo con la Mon-teorgaz. Si en otros amoríos te arruinabasneciamente, al menos veías satisfecha tuvanidad. Los brillantes de la Navalcarazola casita de Pepa la Sevillana, los cochesde la Belvis de la Jara, y tus faetones, tuscaballos normandos 6 cordobeses ó del De-monio, te daban fama de esplendidez y eldiploma de hombre de buen gusto. LPeroque ibas ganando con la Monteorgaz, másgraciosa que bonita y más elegante que jo-ven, que tiene detrás de sí un familión fa-mélico, capaz de tragarse el dinero de mediaEspaña y de digerirlo sin que se le resienta

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el estómago? Carolina te hacía pagar suscuentas rezagadas de diez años, y las del;\farqu&, que debía sumas fabulosas á Utri-lla y á los dependientes del Casino. Seguíanlos hermanos de ella, los hermanos de él,todos unos perdidos, con hambre atrasada dedinero y de protección... Caían sobre tí co-mo nube de langosta, y tú, que no sabes ne-gar nada y eres un fenómeno morboso de ge-nerosidad; tú, Guillermo, que si hubieras si-do mujer, habrías entregado tu honor al pri-mer pedigüeño que se te pusiera delante;tu, Guillermo, á todos consolabas, creyendorodearte de agradecidos, y lo que hacías eraenseñar la ingratitud á los viciosos.. .

Sigo, y aguanta el nub_I?$. . . Dime, granmajadero: dqué satisfaceion del amor propiosentías viéndote de número veintitantos enel índice amoroso de Carolina Monteorgaz?&ué ilusión te fascinó, qué desvarío te dis-culpa? Si no puedes vivir sin hacer perpe-tuamente el don Juan; si tu fatuidad necesi-ta el rendimiento de mújeres, búscalas enes-fera más humilde: dedícate á las costureras,que las hay muy lindas, más hermosas quelas de arriba, y algunas más ilustradas, conmejor ortografía que la Belvis de la Jara, queescribe i~ con h (yo lo he visto); cultiva lasviudas de empleados ó viudas de cualquiera,en clase modesta; y entre éstas, tu persona-lidad de lien fashionable alcanzaría triun-fos facilísimos y de reducido coste. Imita alnoble Marqués de la Sagra, hermano de laVillaverdeja, que con mundana filosofía se

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ha dedicado á las cigarreras (entre las cua-les las hay muy monas), y gracias á lo eco-nomlco de sus vicios, ha podido fomentarsus propiedades de Griñón, Alameda y Vi-llamiel. . . Ahí tienes un modelo de próceresque sabe divertirse mirando por la prospe-ridad del país... Aprende, abre los ojos...

No tomes esto á broma; no arwmentesno te defiendas, que defensa no tiebne tu esto:lidez, y escucha un poco más. He señaladoel mal, mostrándolo en toda su magnitudfea para que te cause espanto, y ahora voyá proponerte, si no el remedio, que es difí-cil y ya vendría tarde, al menos el alivioOyeme, Guillermo: si yo te propusiera quecambiaras de improviso tu modo de vivirsujetándote al ñiodesto pasar de un emplea:do de catorce 6 de veinticuatro mil se-ría tan necio como tú. Nunca serías lapazde tanta abnegación, ni está tu alma tem-plada para sacrificios grandés del amor pro-pio:.. Lo que has de hacer, ante todo es ba-lance general de tu hacienda, y saberlo quedebes, las obligaciones hipotecarias que hascontraído, lo que aún posees libre etcétera.en fin, que pongas an te tus ojos la realidadescueta, descartando todo lo ilusorio. Paraesto necesitas valor, necesitas disciplinaNo perdones ningún dato verdad, no te engalBes á tí mismo... Luego que sepas lo quehas perdido y lo que te resta, trata de impe-dir que ese resto se te escurra también paralo cual has de hacer propósito firme deponer punto final en tus aventuras don-

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ju,aTlescas con señoras de copete.. . Inmedia-tamente de esto, antes hoy que mañana, pen-sarás en buscar novia con buen fin; una he.redera rica, riquísima. El santo matrimonio,de que tú has sido burlador, es lo únicoque puede salvarte. . . Por la cara que po-nes comprendo que esta idea no te parecemai. Como que no hay para tí otra salidadel atolladero en que estás.

Te veo meditabundo. Piensas, como yoque una heredera rica millonaria y de claseigual á la tuya, no es tan fácil de encontraren los tiempos que corren.. . Casi todas lasque había se han ido colocando. Las de ban-queros y capitalistas, que. fácilmente ad-quieren hoy título nobiliario, también, es-casean. Algunas conozcoque te convendnan;pero aún son muy niñas; tendrías que es;perar, y esperar es envejecer.. . A ver quete parece esta otra idea que ahora se me ocu-

Pon aténción, y no te enfades si parapT”;n;ear esta idea, precisado me veo á propo-nerte algo que seguramente no será de tugusto, algo que hiere tu dignidad.. . Lo di-go, aunque al oirme des un brinco en la SI-lla... Ya sabes que en España tenemos unmedio seguro de aliviar la desgracia de losque por su mala cabeza, por sus vicios ó porotra causa, pierden su hacienda. Se les man-da á la Isla de Cuba con un buen destino,y allá se arreglan para recobrar lo que aquíse les fu6 entre los dedos. España goza deesta ventaja sobre los demás países: poseeun heróico bálsamo ultramarino para los ma-

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les de la patria europea.. . No te sulfures tencalma, y óyeme hasta el fin .Ya sé que cksi-derarás denigrante el tomar un empleo enCuba; ya sé que tú, si lo tomaras no iríasallá con el fin bajo de ensuciarte 1;s manosen la Aduana, ó de especular con los desem-barcos fraudulentos de carne negra.. . Noya sé que no harás esto, y que si vas pobre’volverás puro con los ahorros de tu sueldo:y nada más.

Si te propongo este arbitrio.. . pasado poragua, es porque calculo que el casamiento re-dentor que aquí no encontraríamos fácilmen-te, allí te saìd&~ en cuanto llegaras, por lavirtud sola de tu esplendorosa persona portu elegancia y nobleza, y la fama que h& dellevar por delante. El género de ricas here-deras abunda en aquella venturosa Islacréelo; no tendrás más trabajo que Z’enzbarwas du choix. Véate yo, Guillermo, lleoaraquí corregido de tus ligerezas’y aumengdocon una guajirita muy mona, de hablar len-to, dengoso, que recrea y enamora. Será bo-nita, tierna, leal, amante, y con más inocen-cia y rectitud de principios que el género deacá, un tantico dañado por influjo del am-biente y de la proyección de las clases altassobre las medias. Pues en el aquél de la ins-trucción femenina, no se si te diga que irásganando. Allá se van éstas con aquellas ennociones científicas y de vario saber; pero síte aseguro, refiriéndome al arte inicial ósea la escritura, que las cubanitas gasianuna letra inglesa limpia y gallarda, y una

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ortografía que ya la quisieran nuestras ele-gantes para los días de fiesta. En fin, hijo,que no te me subas á la parra de la dlgnl-dad por esto de la cubamta. Mlra las cosaspor el lado práctico, que suele ser el lado

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más bonito; no desprecies los ingenios, lospotreros y cafetales que para tí rese;;a~ol~;-gen América; piensa en el genloconsidera los cientos de miles de cajas deazúcar que podrás verter en el Océano de tusamarguras para endulzarlo.. .

IX

Veo que si te subes á la parra de la dig-nidad-ProsiguioBeramendi, -no trepas tanalto como yo creía... Calma, y ojo á los he-chos reales. Ponte en el exacto punto de mi-ra, y aléjate del sentimentalismo, que te al-teraría’ las líneas y color de los objetos...Ahora, dando por hecho que trazas en tuexistencia la línea gorda de que antes te ha-ble, establezcamos el sano regimen económi-co en que de hoy en adelante has de vivir.Para librarte de la usura que en poco tiempote dejaría sin camisa, es forzoso que levantesun empréstito, en grande, no para salir deldía y del mes, sino para salvar definitiva-mente los restos de tu patrimonio. Entre túy yo tenemos que buscar un capitalista óbanquero que recoja todo el papel emltldo

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por tí en condiciones usurarias, y ademáste cancele en tiempo oportuno la escriturade retro que en mal hora hiciste L mi her-

’mano Gregorio. Deéste no esperes piedad niblanduras, pues aunque él quisiera ser finoy blando, por lo que queda de nativa indul-genciasen su corazón, Segismunda no se lopermttlría. Esta es implacable, feroz en susprocedimientos adquisitivos, como 10 es ensu ambwk. Si encontramos el capitalistaque quiera salvarte, pactarás con 61 lo si-gulente: tú le entregas todas las fincas delos estados de Loarre y San Salomó con fa-cultad de vender las que se determinen yde administrar las restantes. El, al otorgar-se la escritura, cancelará las cargas hipote-carias y los créditos pendientes. Tu propie-dad inmueble queda en poder suyo hasta laamortización de tu deuda, y en ese tiemporecibirás de él trimestralmente la cantidadque se estipule para que puedas vivir condecoro y modestia, ajustando estrictamentetus necesidades á esa rigurosa medida

Y ahora digo yo: ,@ que capi talis ta debemosacudir? Piensa tú, recorre tus conocimien-tos; yo pasare revista en los míos. iQue teparece don José Manuel Collado? De Rodrí-guez y Salcedo, ique me dices? ~NO eres túamigo del Duque de Sevillano? Yo lo soy dedon Antonio Guillermo Moreno.. . Cerrajeríay Pérez Hernández, me consta*que han he-cho negocios de esta índole... ¿Quieres queml suegro y. . yo hablemos á don Antoniollvaree y á don Antonio Gaviria, 6 crees

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t& qde p&ás entenderte fácilmente con Ca-sariego? AHas pensado en Udaeta, en SorianoPelayo? tf’odríamos contar con Zafra Bayov Compañía, si hablkamos á nuestro amlgoAdolfo Bayo?

Debo advertirte, para que no te adormez-cas en una confianza optimista, que nues -iros hombres de dinero no se aventuran enningún negocio que no vean claro y segurodesde el momento en que se les plantea. Porrutina y por comodidad, van tras las ganan-cias fáciles, con poco riesgo y sin quebrade-ros de cabeza. Han tomado el gusto á lasgangas que nos ha traído la transformaciónsocial; se han acostumbrado á comprar bie-nes nacionales por cuatro cuartos, encon-trándose en poco tiempo poseedores de cam- .

pos extensos, feraces, y no se avienen.! em-plear el dinero en operaclones aleatorws debeneficio lento y obscuro. No les censure-mos por esto: es condición humana.

Que nuestros ricos están á las maduras yno á las agrias, lo ves palpablemente en quepudieron agruparse y acometer con dineroespañol empresa tan nacional y út’il como elferrocarril de Madrid á Irún, y se han echa-do atrás, dejando esta especulación en ma-nos de extranjeros. No sienten estos serioresel negocio con espíritu amplio y visiún delporvenir: ven sólo lo inmediato, y se asus-tan de la menor sombra. Carecen de la vir-tud propiamente española, la paciencia. Ver-dad que esta virtud no la tenemos más queparael sufrimiento.. . 0 tra cosa. Es fácil que

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un solo capitalista no se atreva solo con tangrande operación, y que se reúnan dos ó tresen reata para tirar de tí, pobre carro atasca-

do en los peores baches de la existencia Enfin, sea lo que fuere, tú por tus relacionesyo por las mías, buscaremos un Creso en tr&los pocos Cresos españoles que tengan elsentido de la reconstrucción, en vez del sen-tido de la destrucción. Porque no lo dudes:un principio negativo les ha hecho ricosGrandes casas son, levantadas con materiaide ruínas. . . Han contratado el derribo de laEspaña vieja. ¿La nueva quién la cons-truir&?,,

Sensible al grande afecto que el sermónrevelaba, Guillermo manifestó su conformi-dad con los claros razonamientos de su ami-go! y !anzándose con ardor á las primerasinicratlvas, pasó revista fugaz á los próceresdel dinero. *‘iTe parece que desde luego ha-ble yo con Cerrajería?... Y entre tanto tútanteas á Collado, á Sevillano... Este ‘meparece el más capaz de comprender la opera-ción y sus ventajas. Sólo una vez he habladocon el. iSabes dónde? En el baile que di6 laNontijo para celebrar los días de su hijaPaca, á fines de Enero. Pues Miguel de losSan tos me presentó á Sevillano, que estuvoconmigo amabilísimo... Tengo idea de queme dijo algo del arrendamiento delos pastosde mis dehesas de Perpellá.. . Si no me equi-voco, sus ganados trashuman de la provin-cia de Guadalajara a la de Huesca. Luego lehe vista dos 6 tres veces en la calle; nos he-

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nlos saludado.. . Créelo: me resulta respeta-ble este hombre, que de la paja ha extraídoel oro. ,,

Quedaron, en fin, los dos amigos en tra-bajar el asunto cada uno por SU lado, y asíse hizo, siendo más activo Berame,ndi queel propio interesado, cuyo espíritu facllmen-te se escapaba de las cosas graves para vo-lar hacia las frívolas. La primera noticia deque su amigo gestionaba, la tuvo Aransisuna noche en la casa del Duque de Rwas, adonde concurría con preferencia por gustode la distinción, buen tono y amenidad queallí reinaban. Eran las salas del Duque te-rreno en que lo mejorcito delas Letras y laflor y nata de la Aristocracia se juntaban,sin que ninguna de las dos Majestades sesintiera humillada ante la otra. Arte y No-bleza hacían allí mejores migas que en nin-guna parte, bajo los auspicios del que eraGrande de la Poesía y Grande de España,dos grandezas que no suelen andar en unsolo cuerpo. La noche de referencia, Gui-llermo Aransis encontró á Martínez de laRosa charlando con Romea, y á Escosura conXocedal, el agua y el fuego. Aquél era, sinduda, el reino de la transacción y de la to-lerancia, porque la de Madrigal y la de Xon-velle, damas respetabilísimas, celebradaspor sus virtudes, alternaban con la Naval-carazo y la Villaverdeja, reputaciones de ca-lidad muy distinta. Molíns, Bretón de losHerreros, Alcalá Galiano y Federico Ma-drazo, llevaban la representación de las Le-

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tras y de la Pintura. Con otros próceresarruinados como él, 6 en camino de serloel de Loarre representaba la Grandeza holga:zana, distraída y sin ningún ideal serio dela vida, preparándose á un buen morir 6á un morir deshonroso... Le Han16 la Na-valcarazo, para decirle secreteando: “Gui-llermo, ya se que estás en powparlers conlos capitalistas para el arreglo de tu casaRIe lo ha dicho Collado... Yo ando detrás deFelipe (este Felipe era el Marqués de Na-valcarazo) para que haga una cosa semejan-te; pero nada consigo. Felipe es un hombreimposible.. . el eterno sonámbulo que dor-mido tira el dinero, y no despierta sinocuando se le acaba y viene á pedírmelo á

’findete con esos señores ‘Me ha dicho Co.

Aún estás á tiempo Guillermo En-

llado que har4 el negocio á medias conUdaeta...,, Así dijo la dama frescachona, ycuando salían, cogiéndole el brazo, añadióesto: “Vas por /buen camino, Guillermo.Luego buscas una heredera rica, aunque seadel ramo de Ultramarinos, y ya eres hom-bre salvado. ,,

Claramente vi6 Aransis que Beramenditrabajaba por 61. Fu6 á verle al siguientedía, y juntos visitaron á Collado, quien lesdijo que tenía el negocio en estudio y quepronto daría con tes lación. Pero la respues tase hizo esperar. Hablaron á Bayo y á Casa-riego, que de plano rechazaron la proposi-ción, y una noche, ya bien entrada la pri-mavera, hallándose Aransis en casa de

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Osma, tuvo inesperada noticia de su asuntopor otra dama de histona, muy corrida, yde extraordinario y sutil ingenio. Era laCampofresco, á quien la Marquesa de Tur-got,, Embajadora de Francra, llamaba &la-dame Diogène, expresando así muy bien elgracioso cinismo de aquella señora que, sintonel ni linterna, creaba con sus célebresdichos la filosofía mundana más adaptable ála sociedad de aquel tiempo. “Guillermito--le dijo, sentada junto á él á la mesa,-yole tenía á usted por un loquinario, y ahoraresulta que es uno de nuestros primeros ra-zonables. Bien, hijo, bien: así me gustan ámí los hombres. Lo he sabido por Sevillano,que es mi banquero, y hoy estuvo en casa yme preguntó si me parecía bien el negocio.Yo le contesté que sí.. . Dígame: iqutén leaconsej6 su salvación? De fijo no ha sldo laSavalcarazo, ni la Monteorgaz.. . Apuesto áque ha sido Pepa Ea Sevillana, que éstas decartilia son las que tienen más talento.. . ,,Reían.. . Madama Diógenes habló de otrascosas.

En efecto: Sevillano estudiaba el asunto,ven tales estudios pasó tiempo. largo, congrande impaciencia y desazón del Marquésde Loarre, que cada día se iba hundiendomás, y que, incapaz de parar en firme losestímulos de su vanidad donjuanesca, bus-có en Valeria Socobio un enredillo modesto,creyendo, sin duda, que pudría sostener suimperio sobre la mujer en condiciones pocodispendiosas. Cansado de esperar el fin de

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los prolijos cálculos que hacían los aristócra-tas del dinero, se lanzó á proponer su asuntoá otras casas. Habló con Weissweiller yBaüer, los cuales, por conducto del simpá-tico y bondadoso don Ignacio, le dijeron quela cantidad del empréstito no les asustaba;pero que en España no hacían ninguna ope-ración sobre foncière. Tratárase de fondomobiliario, y llegarían á entenderse. Yadesesperaba el aburrido galán de encontrarsu remedio, cuando Collado y Carriquiriunidos formularon unas bases que, si alte-raban algo el primitivo proyecto y fijabancondiciones un tan tico onerosas, resolvíanla cuestión con más ó menos ventajas y elcaballero no podía menos de conformarSe conellas. Eran su única esperanza, su salvn-ción infalible, si aseguraba los efectos de lamedicina con una perfecta higiene. Empe-zaron los preparativos, esamen de escritu.ras y ejecutorias, contratos, hipotecas, Pr&-tamos, y en ello estaban cuando sobrevinola ruptura entre Espartero y O’Donnell y elderrumbanlien to de la situación política. Enpuerta una nueva revolución, la Milicia Na-cional en armas, Bnlclomeroff rabioso Leo-poldowitch apoyado por Palacio, Palacio de-cidido á la resistencia, se obscurecían loshorizontes, y sobre la sociedad sobre elTrono mismo y su compañero el Altar ve-nían tempestades cuyo fragor en lontakan-za se percibía. Tal fué el motivo del repen-tino y doloroso desengaño de Aransis, cuan-do ya creía tener en la mano su regeneración,

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Collado, á quien vió aquel día en el Congre-so re dijo en tono plácido, que á GuillermoleSon á Dies ira: “Amigo mío, no podemoshacer nada por ahora. iQuién sabe lo que vaá venir aquí!. . . AEstallará el volcán?... Yome temo que estalle. . . Esperemos.,,

Ved aquí por qut! se presentó aquel díael Marqués de Loarre con tan mohíno ros-tro y decaimiento del ánimo en casa de Va-leria, y por qué relató los graves sucesospolíticos con acento de pesimismo fúnebre.Como se ha dicho, Valeria no penetraba lacausa de la sombría tristeza de su amigo;Teresita, menos conocedora del mundo queValeria, pero dotada de mayor perspicacia,no sabía, pero sospechaba; no veía el fondodel abismo, pero algo vislumbraba asomán-dose á los bordes.. . No era aquel día el máspropio para entretenerse en vanas pláticascon dos mujeres, que no daban pie con bolaen nada referente á la cosa pública: desfilóel galán volviéndose al Congreso; de allípasó á casa de Vega Armijo, ávido de noti-cias. Por desgracia, éstas eran malas, y entodas las bocas aparejadas iban con negrospresagios. Comió en casa de Beramendi, yfueron luego juntos al Prínci e, á ver ElTejado de JJidrio, linda come 1ia de Ayala.En el teatro no se hablaba más que de polí-tica, de esa política febril y ansiosa, naturalcomidilla de las gentes en los días que pre-ceden á las grandes agitaciones; fu6 despu&al Casino, hervidero de disputas, de informesfalsos y verdaderos, de ardientes comenta-

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rios, y al retirarse á su casa de la calle delTurco, cuando apuntaba la rosada claridadde la aurora, sintió el hombre lo que nuncahabía sentido: desden de sí propio y de supatria. Su pesimismo se concretaba en estafrase que dijo y repitió mil veces, hasta quesus ideas fueron anegadas por el sueño: “Niella ni yo tenemos compostura.,,

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Sorpresa y disgusto causó al Marqués deLoarre la primera noticia que al despertarel día 14, le llev6 á la cama su criado conel Extraordinarz’o de In Gaceta. Ley6 la lis-ta de los Ministros del flamante Gabinete deO’Donnell, y al ver Collado, fiomento conla dirección de Ultramar, la impresión fuépor demás penosa. Ya no debía contar conel millonario, que chapuzándose en la polí-tica y en los afanes de dos importantes ra-mos de Administración, pondría un parén-tesis en los negocios. No habría más remedioque proseguir arando la tierra en busca delescondrdo capital, que para la compostura desu hacienda necesitaba. Dinero había de so-bra; mas no quería venir á la reparación delas casas históricas, ocupado sin duda endemoler las que aún no se habían caído. Alsalir en busca de su amigo Beramendi parapedirle sosten moral y consejos, atormenta-

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do iba por esta endiablada conjetura: “i Aver si ahora se le ocurre á Pepe Fajardoaprovechar la entrada de Collado en la Di-rección de Ultramar para mandarme á Cu-ba!... i Qné humillación!. . . Mucho puedePepe Fajardo sobre mí; pero no hará de GUI-llermo de Aransis un vista de Aduanas...,,

Reunkkonse los dos amigos. Loarre pro-puso prescindir de Collado, y continuar lasdiligencias del empréstito en otras casas; lamisma idea expresó Beramendi, y nada dijodel extremo recurso de Ultramar. Al Con-greso fueron los dos, creyendo encontrarallí grande animación, concurrencia extra-ordinaria de diputados y charladores de po-lítica; mas no vieron sino contadas perso-nas, y en ellas, como en todo el ambiente dela casa, desaliento y tristeza, con olor á mie.do... Así lo dijo Fajardo, aproximándose ádos amigos suyos que platicaban con ciertomisterio arrimados á la pared del pasillo deentrada. “$e puede saber qué pasa 6 quépasará hoy?,, Los dos señores, desconocidospara Guillermo, respondieron á Fajardo quenada positivo sabían, y que lo mismo podíavenir en la tarde y noche próximas una des-comunal batalla entre el Progreso y la Reac-ción, que una ignominiosa tranquilidad,Todo dependía de que el Duque se pusieralas botas, obediente á las instancias de supartido y al estímulo de las ideas que repre-sentaba. Uno de los señores que Guillermodesconocía era de edad avanzada, largo deestatura y un si es no es agobiado de espal-

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das, de rostro áspero y displicente, la mira-da como de hombre á quien abruman lascontrariedades, sin hallar en su ánimo fuer-zas para resolverlas ó sortearlas. Soven erael otro, de mediana talla, con barba negra ycorta, la boca extremada en dimensiones ycomo hecha para rasgarse con tin uamen teen un sonreir franco tirando diabólico, elmirar vivo y ardiente, el pelo bien com-puesto, con raya lateral, y un mechón arre.molinado sobre la frente formando cresta degallo.

“iQuiénes son esos? -pregun tó Aransis ásu amigo, apartándose de aquel grupo parapegarse á otro.

-El alto y viejo es un fanático progresis-ta-replicó Fajardo , -de ios de acuñaciónantigua, y que ya van siendo raros, comolas monedas de veintiuno y cuartillo. Sellama Centurión, y no tiene más dios ni másprofeta que San Espartero. El otro es Sagas-!a, jno le conoces?; diputado creo que porLamora, hombre listo y simpático, que pe-rorando ahí dentro es la pura pólvora, y en-tre amigos una malva.,

Apenas llegaban los dos marqueses al pri-mer grupo que veían, e,ntrando en el Salónde Conferencias, llegó Escosura, que al pun-to fué asaltado de curiosos. Parecía enfermo;venía de mal temple. Aransis le oyó decir:“Se lo he pedido casi de rodillas, y nada. Noquiere ponerse al frente de la Revoluci6nEsto es entregar el País y la Libertad’áO’Donnell y á los del Contuóernio.,, Centu-

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rí6n di6 sobre esto, á Beramendi y á su ami-go, más claras explicaciones. El Duque, ven-cido por O’Donnell en la guerra de Intrigas,y desairado por la Reina, desmentía su fo-gosidad y bravura, encerrándose en unquietismo incomprensible. iQu6 significabaesta conducta? iPor qué procedía en formatan contraria á su historia el hombre quepersonificaba la Libertad, precisamente enla ocasión en que tenía más medios de de-fenderla? “AQué dirán, Señor, qué dirán losdiez y ocho mil milicianos que están armaal brazo, esperando oir la voz que ha de con-ducirles al barrido y escarmiento de toda es’ta pillería del justo medio?. . . Fíjese, Mar-qués, idiez y ocho mil hombres! decididos ámorir por la Libertad... Y el Duque, nues-tro Duque, se cruza de brazos, ve impasibleque la Revolución es pisoteada, que el nue-vo Código Político se queda en el claustromaterno, y noso_tros, los buenos, desampara-dos y á merced de O’Donnell, que no piensamás que en traernos ese ganado hambriento,ese pisto, Seiíor, de moderados y apóstatas,cuyo ideal no es más que comer, comer,comer...,

Escosura dijo á Sagasta: “Vayan usted yCalvo Asensio á ver si le convencen... yonada he podido. ,, Ya en este punto y hora,que era la de las tres, iban llegando más di-putados, y los divanes del Salón de Confe-rencias, que desde la inauguración del edifi-cio eran cómodo asiento de gobernadores ce-santes, de pretendientes crónicos 6 charlado-

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92 B. P&tFZ QALD60res por afición y costumbre, se poblaban devagos. Creyerase que los tales habían na-cido allí, ó que no tenían más oficio niotros fines de vida que petrificarse sobreaquellos blandos terciopelos. Cuando el nú-mero de diputados en la casa pasó de seisdocenas, dispuso abrir la sesión el Vicepre--sidente don Pascual Madoz. Desairada, ti-rando á ridícula, resultaba la reunión de losrepresentantes del Pueblo, y fúnebres losdiscursillos que allí se pronunciaron. LasCortes Constituyentes agonizaban. O”Don-nell ni aun quería hacerles el honor de di-solverlas manu militari. Se votó una propo-sición, en la que unos ochenta caballerosdeclaraban que el Gobierno de don Leopoldono les hacía maldita gracia, y los que fueronen comisión á Palacio para llevar el papeli-to volvieron con las orejas gachas, diciendoque O’Donnell, Ríos Rosas y los demás Mi-nistros nuevos les habían despedido con uncortés puntapié... Las Cortes se acababanmorían sin lucha y sin gloria, abandonada;del caudillo que tenía el deber de defender-las, y lloraban su desdichada suerte frenteá diez y ocho mil hijos ingratos, que no sa-bían disparar un tiro en defensa de su madre.

Los votantes de la proposición de censuraiban desfilando hacia la calle, con la idea deque más seguros estarían en su casa queallí, por si á O’Donnell le daba la ventolerade meter tropas en el estntdecimiento conobjeto de asegurar al moribundo. Unos trein-ta 6 cuarenta quedaban, firmes en los esca-

ObONNEtJ¿ ssfios, arrogantes ante su menguado numero,y votaron una proposición que en puridaddecía: “Hallándose amenazada la inmunidadde las Cortes. . . confiamos á don BaldomeroEspartero el mando de las fuerzas necesariasá su defensa, á cuyo fin se comunicará estedecreto á todos los Cuerpos del Ejército yMilicia Nacional, cceterccyue gentium.. . ,, Y álos pocos instantes de que fuera votado esteacuerdo, á estilo de Convención, se oy cla-ramente en todo el edificio ruido lejano detiros, con lo que algunos se alegraron vien-do justificada la actitud de los firmantes dela proposición, y celebraban la lucha, prólogoquizás de un airoso morir, mientras otros,revistiéndose de prudencia, se escabullíanhacia las puertas de Floridablanca y el Flo-rín, para ir á buscar el seguro de sus casas.

Entró Centurión en eL pasillo largo gri-tando: “Ya se armó. La Milicia se bate, se--ñores. . . iEn la Plaza de Santo Domingo, unfuego horroroso!. . . La Libertad puede morir;pero no deshonrarse en este trance supremo,metiéndose debajo de las camas.

--iEstá el Duque al frente de los milicia-nos? - le preguntó Eugenio García Ruiz,que era el más caliente de los diputados fie-les á la Representación Nacional; y Centu-rión dijo: “No lo sé; no puedo afirmarlo...lo presumo, sin más dato que el coraje conque han roto el fuego.. . Tenemos Duque. Siaún dudara, la bravura de nuestro puebloarmado le decidiría.,, A este optimismocasi pueril opuso Sagasta una de sus m&s

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94 s. PlwZ GfiLbbB

delicadas sonrisas, y rascándose la barba,dijo á García Ruiz: “No nos hagamos ilusio-nes; el Duque no se mueve más que para

irse á Logroño. Hemos estado á verle CalvoAsensio y yo, y nos ha dicho...

-iQue os ha dicho?... iE ctimplase desiempre? Es burlarse de nosotros; es arrojarla Libertad, atada de pies y manos, á lospies de los caballos de O’Donnell y Serrano.iC&mplase!... iY á cuándo espera?

-No se,-murmuró Sagasta acariciándo-se de nuevo la barba, cuyas hebras sonabanlevemente al rasgueo de sus uñas.

-iQué razón hay para esa calma increí-ble, para ese abandono de los principios?. . .iEl... Espartero! -preguntaba García Ruizlleno de confusiones. Y el gran Centurión,no tan confuso como indignado, reforzó lapregunta en la for;ma más colérica: “iQuérazón hay, cojondrios?

-Alguna razón hay-dijo Calvo Asen-sío ceñudo, frío.-No puede ponerse el Du-que en esa actitud sin alguna razón.. .zón de peso, Eugenio... Ya te la diré.,

y ra-

Aransis y Beramendi, oyendo el fragorlejano de tiros á cada instante más intenso,salieron á la puerta de Floridablanca y allídeliberaron qué camino tomarían para la re-tirada. Proponía Guillermo que fueran á sucasa, calle del Turco, de la cual muy pocodistaban. Pero como insistiera Fajardo en irá la suya, por no estar ausente de su fami-lia en días de trifulca, allá corrieron los dos,tomando la vuelta que creían menos peli-

O’DOrtti Etii 95grosa. En el Congreso quedó Centurión,que si no era diputado lo parecía, por el ar-diente celo que mostraba, mirando la digni-dad de la Representación Nacional,como lasuya propia, y desviviéndose porque fuesede todos honrada y enaltecida. En la mismaidea y tensión estaba García Ruiz, castella-no viejo con toda la seca testarudez de laraza, hombre de voluntad más que de fanta-sia, calificado entonces entre los sectariosfuribundos, y que no lo era realmente, puesen 61 lucía la claridad del buen sentido, yhabría dado cuerpo á las ideas dentro de losmoldes de la realidad, si se le presentaraocasión de hacerlo. Nicolás Rivero, otro delos.que allí permanecían, trataba de infun-dir con su presencia un aliento más de vidaá las Cortes moribundas. Poca fe tenía yaen que la Institución saliera bien de aquelsoponcio, y como á difunta la miraba. “Ze-ñores - decía, - iqué hacemos aquí? Velarel cadáver.,, Y Madoz, vehemente y prác-tico, como mestizo de catalán y aragonés,respondía: “Pues velaremos por si le da lagana de resucitar, y estaremos al cuidadode que no lo profanen.,, Fernando Garrido,revolucionario ardiente, partidario de los re-medios heróicos, salía y entraba con Centu-rión, trayendo noticias consoladoras: “Lacosa va de veras. Hemos visto á Manolo Be-cerra y á Sixto Cámara que van á ponerseal frente del 5.” de Ligeros... En la Plaza

‘de Santo Domingo se está levantando unabarricada formidable, que ha de dar algún.

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disgusto á los de Palacio., . Cuentan que ênPalacio el pánico es horroroso... Hay tropaen Chamberí, tropa detrás del Retiro; peromuy des@en tada.. .alentada...,,

nos dicen que muy des-El General Infante, Presiden-

te, ponía-en duda lo del desaliento, y cuan-do llegó la noche dormitaba en un sillón desu despacho. Seoane y Montemar volvieroná la persecución de Espartero, que abando-nando su casa se había trasladado á la deGurrea; y Sagasta y Calvo Asensio se mos-traban tristes y resignados, como hombresque, viendo con claridad las causas, espera-ban en calma los tristes efectos.

Así pasó la mayor parte de la noche,en expectación melancólica y amodorrante,pues no se oían tiros próximos ni lejanos, nillegaban al Congreso indicios de haberse tra-bado una formal batalla entre nacionales ytropa. Los diputados fieles, apegados porrespeto y amor á la casa paterna, con los afi-cionados políticos que les acompañaban enel duelo, velaban dispersos aquí y allí, engrupos que se juntaron locuaces y se dis-gregaban soñolientos. Las voces se extin-guían; el salón de Sesiones y el de Confe-rencias, alumbrados como para grandes es-cenas parlamentarias, ostentaban su esplén-dida soledad de capilla ardiente... Por fin,á las últimas horas de la noche, que en aque-lla estación era muy corta, empezó á mani-festarse en los grupos alguna animación,por aires que entraban de la calle, y perso-nas que acudían al recinto mortuorio... De

O’DONNELL 971 cuatro á cinco, el bullicio y animaci6n cre--. cieron hasta el punto de que pudo decir hla-

doz: “ i,Resucitaremos? iVaya que si resuci-táramos! . , . ,, A las seis, un intenso ruido,como el de las olas del mar, indicó que gran-des masas de gente ocupaban las calles pr6-ximas. Oyéronse los mugidos de vivas ymueras, que son la espuma que salta en elhinchado tumulto de las muchedumbres.Por las puertas de Floridablanca y del Flo-rín entraron hombres uniformados, con ar-mas, y otros que las llevaban sobre la ropaordinaria de paisano, como los cazadores quevan al monte. Eran milkianos y guerrille-ros de campo y calle, que venían á ofrecer-se á la Representación Nacional para su cus-todia y defensa. Se dijo que las tropas man-dadas por Serrano ocupaban Recoletos: se-puramente ocuparían el Prado. Venían -ádisolver, empresa sencillísima dos horas an-tes, pues las Cortes no tenían á su lado másque á los maceros; pero no muy fácil ya, contan ta gente decidida en su recinto, y algunamás que vendría pronto y tomaría posicio-nes. El interk del suceso histkico pasó delinterior á las inmediaciones del Congreso.Los milicianos, obedientes á jefes con uni-forme 6 sin 61, se dirigían en secciones á lascasas de Vistahermosa y Medinaceli, queocuparon, situándose en los aposentos deplanta baja y desvanes.. . Tomó el mando deellos el menos militar de los hombres, el demás pacífica y bonachona estampa: don Pas-cual Madoz.

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Ya el rubicundo Febo esparcía sus rayosportodo Madrid, cuando entre las multitu-des que invadían y cercaban el Palacio delas Cortes, apareció Espartero, no á caballo,con arreos y jactancia de caudillo que con-duce á sus prosélitos al combate, sino pe-destremente, en traje civil. Dentro y fuerade las Cortes echó breves peroratas conmenor ahuecación de voz que la comun-mente usada por él frente al pueblo, y ter-minaba con vivas á laLibertad y á la Inde-pendencia nacional. Todo era una vana fór-mula, dedada de miel para entretener el an.sia popular, 6 escape instintivo de los cari-ños de su alma, que no podía contener. . . Asus exclamaciones respondió la patrio teríacon otras, y luego dio media vuelta para to-mar la calle de Floridablanca, en compa-ñía de Montemar, Gurrea y Seoane. Iría talvez á ponerse las botas, á montar á caballo,á sacar de la funda la espada gloriosa,panacea infalible contra las enfermedades dela España Libre... Esto creyeron algunos.Los desconsolados ojos de los milicianos levieron partir, y él desde lejos espaciaba so-bre la multitud una mirada triste. Se des-pedía para Logroño.

A Centurión faltábale poco para llorar;García Ruiz maldecía su suerte. Calvo Asen-sio y Sagasta, melancólicos, arrojaban estasgotas de agua fría sobre el ardiente afán desus amigos: “No puede, no puede.. . Ya com-prendeis que valor no le falta.

-Y con ponerse á la cabeza. de la brava

O'DONNELL 99Milicia, y soltar cuatro tacos, lcojondrios!arrollaría fácilmente á nuestros enemigos, álos eternos enemigos de la Libertad.

--Sí, los arrollaría.. . Caerían hechos pol-vo; pero con ellos vendría también al sue-lo, rompiéndose en mil pedazos, el Trono,señores.. .

-iY que?...-iOh!... es pronto... es grave. . . Esparte-

ro no quiere tal responsabilidad.-i Desgraciado país!. . . ,,Diciendo esto el que lo dijo, los cañones

que Serrano había puesto en el Tívoli em-pezaron á vomitar metralla contra Medina-celi, y granadas contra las Cortes.

XI

Tenía Serrano, Capitán General de Ma-drid, lo que en Andalucía llaman ángel. Másque á su guapeza, por la que obtuvo de Realboca el apodo de General bonito, debía loséxitos á su afabilidad, ciertamente com-patible, en el caso suyo, con el valor mili-tar temerario, en ocasiones heróico. Fas-ciaaba á las tropas con alocuciones retum-bantes, como las de Espartero, y las llevabatras sí con el ejemplo de su propia bravura,dando el pecho al peligro. Era, pues, un-valiente, no inferior á ninguno de los de-más caudillos de nuestras luchas civiles,

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perfecto guerrillero más que general, y consu valor, su buena estampa, y la suerte, quesuele acompañar á .los atrevidos en épo-cas de revueltas y en países cuya legislacióny costumbres no están fundamentadas sobresólidas instituciones, llegó muy joven á lacumbre de la jerarquía militar.. . Entiénda-se que el valor de Serrano era exclusiva-mente del orden guerrero, pues fuera de losdominios de Marte, su voluntad desmayaba,haciéndose materia blanducha, fácilmenteadaptable á las formas sobre que caía. En élse marcaban con gran relieve los caracteresde la generación política y militar á que letocó pertenecer. Todos en aquella especie ófamilia zoológica eran lo mismo: los milita-res muy valientes, los paisanos muy retóri-cos; aquellos echando el corazón por delanteen los casos de guerra, éstos eqjaretandodiscursos con perífrasis galanas ó bravatas

ampulosas, y cuando era llegada la ocasiónde hacer algo de provecho, todos resultabanfallidos, y procedían como mujeres más ómenos p6blicas.

Ko había lucido hasta entonces en Serra-.no ninguna cualidad de hombre político.En este punto, nada tenía que envidiar áNarváez, que fuera de algunos rasgos deenergía, brotes repentinos de su tempera-mento, nada estable había producido; ni áEspartero, que inició alguna suerte lucida,puso en ella la mano, mas no supo 6 no pudorematarla; ni á O’Donnell. que hasta enton-ces no era más que un enigma. Quizás se

O'DONNELL 101.;

aproximaba el día en que la esfinge de Vi -1 1 1 1.cãlvaro hablase, y ae sus palabras saliesealgo práctico que nos trajera permanentesbeneficios. Serrano debió creerlo así; fiabaen la eficacia de lo que llamaban Unz& Li-beral, la concentración de los hombres máslistos y presentables de los dos bandos his-tóricos, y ofrecía su concurso á esta obra fe-cunda. l3n su mano había puesto O’Donnelllas tropas que debían aniquilar á los diez yocho mil milicianos mal contados. jSantia-go y á elloO! Serrano, ayudado por Dulce,hombre de coraje también, no dudaba de lapronta dispersión de la chusma uniformada.Y al entrar en los jardines del Tívoli, pen-sando en la seguridad de su triunfo, el sim-pático General fue asaltado de escrúpulos ytemores que no carecían de lógico funda-mento. “iEstaría bueno - se decía--que des-pués de dar nosotros la cara para echar alDuque y de cargar con la impopularidad deldesarme del Pueblo, nos salga Palacio conalguna mala partida, y nos mande á paseo,y llame al chino Narwíez, para que nosponga á todos el h-i!,,

Conocía muy bien el salado General laveleidosa condición de la Reina, sus sar-casmos y disimulos, heredados de Fernan-do VII, y sus preferencias por la políticamoderada; conocía también, y mejor quenadie, la flaqueza del corazón de Isabel antelas taimadas sugestiones de una beata em-baucadora; sabía que fácilmente se ganabala Real voluntad, no siendo en aquel nebu-

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loso terreno. Isabel podía desechar el temordel Infierno por sus personales culpas; perono por el pecado de consentir que su pueblocayese en los abismos del descreimiento y lacorrupción masónica. En esto tan sólo eraconsistente su voluntad; en lo demás se des-menuzaba, reduciéndose á migajas que elviento esparcía. Constábale asimismo á Se -rrano que Isabel II, en sus juicios aguda ycruel, mordaz en sus calificativos se habíadejado decir que unos cuantos mh~echoresy rufianes jugaron á cara ó crux la dinas-ita en el Campo de Guardias.. . Y el Generaldiscurrió así: « Yo no estuve en el Campode Guardias; pero de fijo me comprende enel número de los rufianes que jugaron. . . Enfin, ya sabremos en que parará esto. i AyO’Donnell de mi alma! Si hemos de hace;algo de provecho, es menester que al soltarlas espadas tomemos cada cual un cirio. . .-‘I’ransacción es esto, que no fanatismo... 0transigir. 6.. . . .

Quedú’en eiaire el pensamiento del Ca-pitan General de Madrid. La realidad quetraía entre manos absorbió por completo suatención. Pensando juiciosamente que lamejor táctica era infundir terror, así en losnacionales, como en los diputados que aúnsostenían en el Congreso una farsa de re-presentación, mandó situar en puntos con-venientes la artillería que acababa de llegardel vecino parque, y dió órdenes de fuego.Apenas iniciados los terribles zambombazos

contra el Congreso y la Milicia, se retiró al

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fondo del jardín. En hora tan temprana,pues aún no eran las ocho, el calor sofocaba.Ilabían dispuesto los ayudantes, sobre unamesa de despintado pino, agua, refrescos y .awardiente de Chinchón. Los oficiales quecitaban en pie desde antes de media noche,acudían allí á tomar la mañana y á calmarsu sed. Otros, en pie junto á los árboles, se ’desayunaban con fiambres que sacaban depapeles grasientos.

Dió Serrano concluyentes órdenes á va-rios Jefes de Cuerpo, que partieron al pun-to. Uno de ellos, el Coronel Villaescusa,acompañado de un Teniente Coronel de suregimiento, pasó al patio grande del BuenRetiro, donde los dos habían dejado sus ca-ballos: montaron; picaron espuelas hacia lacalle de Alcalá, atravesando por las arbole-das del Retiro. Iba el buen Coronel, no di-gamos de mal talante, porque esto no ex-presará su rabiosa desazón, sino dado á losdemonios, que en su cuerpo furiosamentese habían metido. Atacado el infeliz señorde su mal crónico del estómago, sentía queen esta víscera tenía su instalación todo elinfierno, por el tormento que le daban dolo-res agudísimos y el fuego que en sus entra-ñas ardía. Necesitaba de una entereza, másque heróica, sobrehumana, para sostenerseen el caballo y dar cumplimiento á las 6r-denes del General. Estas fueron así: “Con elbatallón que tiene usted en el Ministerio dela Guerra, cuidará de mantener libre la callede Alcalá. Dos piezas de artillería que he

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mandado situar entre el Palacio de Alcañi-ces y la Inspección de Milicias, cañonearáná los milicianos que enredan por la calle deAlcalá, y hacen fuego desde los tejados dealgunas casas. Cierre usted las entradas delBarquillo, de las Torres y Peligros; ocupe elCaballero de Gracia si no le hostilizan mu-cho desde los balcones; ocupe también laPlaza de Bi1 bao.. . Los efectos de la artilleríanos lo darán todo hecho. A los milicianosque se retiren hacia los barrids del Norte, seles desarma tranquilamente. Creo que nohan de oponer resistencia. Si se resistieran,usted saoe lo que tiene que hacer. Si en lasVallecas ó en Calatravas sacaran algún ca-ñoncillo, de esos que les sirven de juguete,quitarselo, cueste lo que cueste, que muchono costará.. . ti1 segundo batallón, que sigaen Santa Bárbara, Fábrica de Tapmes y laRonda, no permitiendo que salgan milicia-nos armados, ni que entren víveres de nin-guna clase.. .será nada. ,,

Xdlós, y aliviarse, que eso no

No digamos que trinaba el Coronel, sinoque del alma le salían rayos y truenos, yque furioso los masticaba, tragándoselosaespués envueltos en horrible amargura.Era un hombre de buena presencia, de fazmorena y curtida, que con la terrible enfer-medad había tomado color terroso; los ojosnegros, el pelo y bigote con canas prematu-ras. En el Minrsterio de la Guerra dió susórdenes con la mayor concisión posible,apretando los dientes, como si cortando las

O’DONNELb 105frases pudiese partir en dos el dolor que leatenazaba. Salió á recorrer las posiciones deCaballero de Gracia y Plaza de Bilbao, mos-trando á sus subordinados un rostro de se-veridad aterradora, y una tiesura embalsa-mada, como la del cadáver del Cid cuandolo montaron en la silla para aque á los morosdispersara, remedando en la muerte el mie-do que vivo infundía su presencia. Dabacumplimiento exacto á las disposiciones delGeneral, reservándose la facultad de alterar-las con libre iniciativa, si las circunstanciasasí lo reclamaban; exigía la observancia fiel,con maldiciones secas; la crudeza militarponía en su boca rayos del cielo y resplan-dores de los abismos... Viendo á sus tropastirotearse, en la parte baja de la calle de SanMiguel, con los milicianos que ocupabanuna casa en el Caballero de Gracia, infiriógroseras ofensas á Dios, á la Virgen y á ve-nerables Santos.. . Pasó tiempo.. . Al saberque los suyos habían dejado pasar un cañon-tillo de mala muerte, en la calle de Peligros,pronunció frases altamente ofensivas para laSantísima Trinidad, para el Copón y las On-ce mil vírgenes. De estas sacrílegas excla-maciones no era responsable el pobre DonAndres, pues las pronunciaba como una má-quina, en las horribles embestidas del demo-nio que dentro de sí llevaba.

Despejada de enemigos la calle de Alcalá,la recorrió Villaescusa desde el Depósito Hi-drográfico hasta donde estaban los cañones,mudos ya. Allí supo la eficacia de la metra-

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lla y bombas disparadas contra los milicia-nos de Vistahermosa y Medinnceli, y contrael Congreso. cna granada, penetrando porla claraboya del Salón de Sesiones, pidió lapalabra con horrendo estallido en medio delhemiciclo, diciendo á los buenos señores allípresentes que se fueran á sus casas y no semetieran en más dibujos parlamentarios.

“NO dijo eso, no dijo eso,-clamó rabiosoel Coronel, arrojando toda clase de inmun.das materias sobre el Verbo Divino, sobre elArca de Noé, y también sobre las Once milvírgenes, por quienes, en sus furibundos des-ahogos, tenía una predilección especial.

---iPues qu6 dijo, mi Coronel?-Lo contrario, enteramente lo contrario

-replicó, cual si en aquel doloroso estado notuviera más consuelo que la contradicción.. .-iPero se acaba esto? ,@staremos aquí has-ta mafiana, por estos títeres de la Milicia?,,

Oyendo decir luego que el Presidente delas Cortes, General Infante, había pedidoparlamento á Serrano, Villaescusa no di6crédito á la noticia, y como le aseguraranpor testimonio de visu que en aquel momen-to trataban Serrano y Dulce, con Infante ylos Jefes de la Milicia, de la suspensión dehostilidades, el Coronel trincó los dientes,se alzó un poco sobre los estribos, y con vo-ces iracundas, entre las cuales no faltabanfeas alusiones á San Pedro, á San Basilio yá otros personajes de la Corte celestial, dijoy repitió: “No puede ser; sostengo. que nopuede ser., . Esto no acabará más que matan-

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do al perro, para que se acabe la rabia. Des-poblar el mundo, digo yo, y así no habrátontos....

Los sufrimientos del obre señor, quetoda la mañana habían siåo intolerables, se

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aplacaron un poco despuk de mediodía.Corto era el alivio; pero aun así lo acogió elpobre enfermo con regocijo y gratitud, nodejando por eso de apostrofar suciamente átodas las potencias del cielo y de los abis-mos... Tronaba también contra el Gobierno,inculpándole por la prisa con que le trajoá Madrid, y le metió en fuego sin darle niaun horas de descanso. Tanta fatiga y aje-treo provocaron el ataque, de una violenciasuperior á cuantos había sufrido. Al llegará Legan& en la noche del 15, se iniciaronlos dolores, y pasó una cruel noche, creyen-do que se moría y deseando la muerte, úni-co remedio, á su parecer, de tan inveteradoy perverso mal. Aliviado á la mañana si-guiente, fu6 á Madrid con objeto de ver á sufamilia y aun de abrazarla, que en su decai-miento le halagaba la idea de los abrazos;por el camino acarició el propósito de pre-sentarse á O’Donnell, exponerle el mal quele atormentaba, y pedirle que le relevasede las obligaciones militares por unos días,los necesarios para reponerse. Llegó á sucasa serían las diez, y cuando á la puertallamaba con la ilusión de encontrar allí con-suelo y alegría, fu6 sorprendido por este ji-carazo con que le recibió la criada: “La seño.ra y la señorita no están., *

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Entro, dió varias vueltas por el recibi-miento y sala, diciendo: “,Y á dónde se hanido esas.. .?,, Terminó con grosería cruel, á laque siguieron los acostumbrados anatemascontra las cosas divinas.

XII

“Han ido de campo con la señorita Vale-ria, y no volverán hasta mañana por la no-che,-dijo la muchacha, acostumbrada ya,por su largo servicio, al bárbaro. estilo delseñor en sus ratos de ira. Preguntóle des-pués si quería acostarse, si almorzar quería,y añadió que si le molestaba el dolor de es-tómago, le haría una taza de la hierba queel señor quisiera. A todo contestó con for-midable negativa, y con mandar á la mozaque se fuera corriendo á semejante parte.. .Salió el Coronel de estampía, y de la fuerzadel coraje sobre los nervios y de éstos sobreotras partes del organismo, se le calm’ó eldolor. Bajando la escalera, rabioso, y alivia-do hasta sentirse bien, pensó que no debíapedir descanso al Ministro de la Guerra. Erapoco airoso y de mal gusto estar enfermo endía de combate. Cumpliría los deberes queel honor le imponía, y confiaba en la remi-sión del ataque por lo de similià simiiibus, 6sea por la virtud de un enérgico berrinche.

Dos horas después entraba en Madrid y se

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acuartelaba en San Francisco el Regimientomandado por Villaescusa. Este se puso alfrente. Algunas horas de descanso en elcuarto de banderas le aseguraron, al parecer,el alivio. Pero á las doce de la noche, al mon-tar á caballo para situarse, según ordensuperior, en elMinisterio de la Guerra, seviónuevamente acometido con mayor violen-cia y sufrimientos más agudos. Hizo de tripascorazón, y del riguroso deber fortaleza, en lacual se encastillaba, tratando de engañar eldolor físico con la satisfacción de concien-cia. Así estuvo todo el día, firme en supuesto, atormentado, mas no vencido, porlas mordeduras del monstruo que llevabaen sus entrañas. Al caer de la tarde, cuan-do ya la insurrección, 6 lo que fuese, pa-recía dominada, los sufrimientos de Vi-llaescusa eran tales, que apenas podía yacontra ellos la entereza militar. Difícilmen-te se sostenía en el caballo, y las tremendasimprecaciones, las injurias á lo divino y lohumano, que ayudaban á robustecer la vo-luntad, perdían ya su eficacia. Con sobrehu-mano esfuerzo recorrió la extensa‘línea queel primer batallón ocupaba, Plaza de Bilbao,Red de San Luis, Jacometrezo, Postigo deSan Martín, hasta la Plazuela de las Des-calzas, y viendo que todo iba bien y quelos milicianos entregaban aquí y allí susarmas con menguada resistencia en algu-nos puntos, mansamente en otros, todo lomiraba como si fuera mal, y á los que de-bía elogiar los reñía, y su cara parecía el

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símbolo de la suprema severidad y de lafiereza.

En la Red de San Luis conferenció Villa-escusa con el Coronel Mageniz... Minutosdespu6s de la conferencia no recordaba loque hablaron; persistía en la mente de donAndr6s la idea de que las Cortes se habían

. suspendido con la fórmula de se avisará cidomiciìio.. . y recordando esto, decía: “Nopuede ser... yo lo pongo en duda, yo lo nie-go..., Bajó hacia la Cibeles, casi sin darsecuenta de la dirección que á su caballo se-ñalaba con las riendas. Allí se encontró alCoronel Berruezo, de Artillería, el cual, co-nociendo en el rostro de su amigo los sufri-mientos que le abrumaban, le recomendó elsosiego. Bien podía resignar el mando en elTeniente Coronel Zayas, y retirarse á su ca-sa. “IX mi casa, sí!,, balbució Villaescusaque en el paroxismo de sus dolores, sentíaganas de llorar como un niño.. . Berruezoañadió que á enfermos y sanos convenía to-mar algo de alimento, pues no hay cosa peorque entregar nuestro cuerpo al desgaste or-gánico sin:reparar de algún modo las pér-didas, y terminó con este récipe substan-cioso: “Hemos preparado ahí, en la salabaja de la Inspección, un tente en pie, co-mida pobre, de plaza sitiada... poca cosa.Amigo Villaescusa, contamos con ustedPues nada 6 muy poco tenemos que hacerya, apéese usted, que yo haré lo mismo.Las nuevas órdenes de Serrano las recibi-remos aquí, y puede que venga él mismo

O’DONNELL 111

a dárnoslas, comiendo con nosotros. Conque...

-Comer, comer . . -murmuró Villaescusarabiando.-LY sé yo acaso cómo se come, coneste infierno que llevo-aquí, en el buche, yestos rayos que me suben al pecho, y esteacíbar en la boca?,, El dolor lacerante delestómago era tan pronto mordedura de dien-tes agudísimos, como chisporroteo de las en-trañas taladradas por un hierro candente.Trincando las encías con fuerza, apretandolas piernas contra la silla, y conteniendo larespiración, el paciente lograba por un ins-tante adormecer al monstruo. Este recobra.ba su imperio, mordiendo y quemando por elesófago arriba, ó bajándose hasta desgarrarcon sus afiladas uñas la vejiga. El corazónaterrado negábase á funcionar; temblaba to-da la máquina; recibía el cerebro olas de san-gre fugitiva, y anegado se quedaba sin pen-samiento y sin memoria. Duraba segundosno más el efecto congestivo, y luego veníanotros penosos efectos. El dolor, el monstruollamaba á sí toda la sangre.. . hormigueabanlas manos; la lengua se pegaba al paladar,seca y estropajosa.. . Al delirio llegaba elaborrecimiento del paciente á la Divinidad,así cristiana como gentil, y el desprecio detodo el Género Humano era en él un amar-go sentimiento que por su intensidad en pla-cer casi se convertía. A su hija y á su mu-jer no las exceptuaba Villaescusa de este me-nosprecio y desestimación. Las veía comodos pobres pulgas que andaban brincando de

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cuerpo en cuerpo, en busca de un poco desangre con que nutrirse.

Se apelt el Coronel, asistido deun ordenan-za de la Inspección, el cual le ech mano alcuerpo para que no se desplomase antes deponer el pie en el suelo. No agradeció al pa-recer el pobre Villaescusa este cuidado, por-que en breves y cortados términos, confun-didos con el nombre de Dios en mala guisa,reprendió al subalterno por haberle casi co-gido en brazos... iLe había lastimado unmuslo, le había hundido una costilla, dos.. .mala peste con las Once mil vírgenes!. . . En-tró tambaleándose.. . A fuerza de metodizarsus pasos, guardaba un imperfecto equili-brio, atento á las paredes para ampararse deellas con una 6 con otra mano, en caso de ne-cesidad. Traspasó al fin el portal; entró lue-go en una estancia, á mano derecha, dondevi6 claridad de bujías (ya era casi de noche),una mesa puesta con más botellas que pla-tos y adorno de flores mustias, y algunosofici’ales que hablaban agrupados en un rin-c6n. Saludó Villaescusa agarrándose á laprimera silla que encontró á mano, para di-simular el peligro en que estaba de caer alsuelo. . . Una vez salvado de aquel riesgo,

pensó si se sen taría ó no. Decidióse por loprimero, y al desplomarse sobre el asiento,los dolores horrorosamente se avivaron.. .Apretó los dientes; fingió cansancio, calor;se limpió el sudor del rostro.. . Un Oficial seIe acercó. Debía de ser un amigo; pero tal es-taba Villaescusa, que á nadie quería cono-

O’DO-ti \ 113cer ya. Como ruido de moscardón son6 ensus oídos la voz del Oficial, refiriéndole el finde la página hist6rica de aquel día. La Mi-licia estaba ya sin armas, salvo algunos ele-mentos levantiscos, los eternos enemigos dela tranquilidad pública. que sostendrían du-rante la noche una lucha estéril en los ba-rrios del Sur... O’Donnell era ya el amo dela Situación. Serrano, el saladísimo GeneralSerrano, y el bizarro Dulce, con las fwxzasdel Ejército á sus órdenes, acababan de pres-tar un gran servicio á la Libertad y al Tro-no.. . Habría forzosamente recompensas.. .Terminada felizmente la Revolución de esteaño, podríamos decir: “Seiiores, hasta el añoque viene. ,,

daDe este vano sermón histórico poco 6 na.entendió el mártir. Miró al Oficial que-

riendo decir algo, pero sin poder articularsílaba.. . Las palabras, temerosas de ser pro-nunciadas con torpeza, se quedaban de la-bios para adentro. Sorprendióse el Oficial dever que en los ojos del Coronel brillaban lá-grimas, y que hinchadas éstas, y no cabiendoen los pãrpados, rodaban por las rugosasmejillas de color de tierra.. . Villaescusa nodecía nada. Daba rienda suelta á susganasde llorar, como un niño afligido y mudo. ElOficial, inclinándose sobre él, le dijo: “MiCoronel.. . idolor de muelas?,, Respondió elmártir con un movimiento de cabeza. ElOficial le ofreció vino, aguardiente, agua.Cualquiera de estas cosas que bebiese, pen-sb don Andrés que se convertirían en fuego

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al pasar por su boca: lo sabía por dolorosaexperiencia. Pero tuvo el antojo de tomaragua con vino: con signos lo manifestó alque tan galanamente le servía. Bebió grancantidad de vino aguado, y al dejar el vasoen la mesa con golpe furibundo, una viví-sima flexión del monstruo que llevaba den-tro le hizo ponerse en pie. Algo que estabadoblado en las entrañas se desdobló, conjuego de muelles que horrorosamente do-lían.. . Viendole tan demudado y con ciertodesvarío en los ojos, que ya se habían seca-do de lágrimas, el Oficial le indicó que po-día descansar en un sillón de cuero coloca-do á la otra parte de la mesa. Villaescusa,andando con paso lento y bien marcado ha-cia la puerta próxima, entrada de un largopasillo, dijo con no poca dificultad: “Sí...Vuelvo.,,

Internóse el mártir por el pasillo, tocan-do la pared mas próxima con una de susmanos, y encentro á un ordenanza que alpaso le saludó; luego á un Oficial... despuesa un perrito que le cedió el paso. Sentía uncalor tan sofocante en todo su cuerpo, comosi llamas corrieran por sus venas. La fiebreintensa le dificultaba la respiración, le tur-baba el entendimiento, quería también im-posibilitarle el paso; peru el, con extremadaerewión de la voluntad, se sostuvo. Ya nosólo era mártir, sino héroe. En su turbaciónmental, no pensaba más que esto: “Todomenos werme.. . caer nunca . ..., tincontróseen una estancia sombría y anchurosa, en la

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cual no vi6 más que libros, rimeros de tomosverdes, todos iguales, como colección deGacetas ó cosa tal, y en la pared retratosviejos de generales con peto rojo cruzadode bandas, el rostro afeitado, la cabezacana. No había luz de lámparas ni de bujías,ni otra claridad que la del moribundo rayocrepuscular que por dos grandes balconespenetraba. Hacia uno de ellos se encami-n6 el Coronel, que ya veía los objetos des-figurados por su trastornada mente, y sólopensaba que sus acerbos dolores se adhe-rían ‘más á él con feroces dientes para de-vorarle y consumirle. Vi6 al través de loscristales árboles raquíticos; no vió que, alpie de ellos, unos cuantos caballos de jefesy oficiales generales comían tranquilamen-te su pienso, colgado el saco de sus pro-pias cabezas. Entre ellos andaban ordenan-zas y carreteros, que reían y parloteabanfrívolamente. Caballos y hombres tomaroná los ojos del desdichado enfermo figura yvoz distintas de las reales. Sus extraviadossentidos hiciéronle ver á su esposa y á suhija, que de un bosquete salían, más querisueñas, riendo á carcajadas,. y hacia élse encaminaban con paso que parecía dedanza más que andar decoroso de personasformales. Lo que las quimkicas imágenesde las dos hembras le dijeron ó quisieron de-cirle, no lo oyó don Andres... lo adivinabaquizás por el mover de labios y el gesto ex-presivo. Ello es que-arrimó su rostro á loscristales, desgranando sobre ellos sílabas

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balbucientes que, interpretadas por dere-cho, podrían decir: iMujeres de Madrid!aquí estoy. Vosotras reís.. . yo tambidn,porque me voy, y os dejo el dolor, mi dolor.. .Aquí os lo dejo.. . Venid por él.. . Ya veisque yo tambi6n me río. . . iQué gusto qui-tarme este perro.. . dejároslo!. . . Pobrecitas,reid, reid., No podía matar á su enemigo,el terrible monstruo que le devoraba; perosí desprenderse de 61, obligándole á queabriera la feroz boca y soltara su presa. Elinstrumento de abrir bocas de monstruosera la pistola que el Coronel llevaba al cin-to, y que cogió con mano firme. Aplicado elcañón á la sien, salió el tiro, y el martirdejó de serlo.

XIII

En gran desolación y necesidad quedaronManolita y Teresa con la trágica muerte delCoronel. Por muchos días, su casa fue unjubileo de visitas; las personas doloridas óque fingíanel dolor desfilaban vestidas denegro, dejando en los oídos de la huérfanay la viuda suspiradas frasecillas, con ru-mor semejante al del vuelo de las moscas.La situación económica de la familia erapoco halagüeña, porque la viudedad de laCoronela, unos quinientos reales al mes, noresolvía ni el problema primario de alimen-tarse y vestirse las dos mujeres, ni menos

O’DO?W!ZL 117los secundarios problemas que á casa traíala viuda con sus trapicheos, y los despilfa-rros consiguientes. En vida de don Andresya eran grandes los atrasos, y Xanolita em-pleaba todo su arte y astucia para ocultar-los á su marido. Después de la desgracia,la gravedad de la si tuación se centuplicaba,por las derivaciones de la desgracia mismaen el orden social. La desamparada familiano tenía más remedio que vestirse de cerra-do y decoroso luto. El papel en que escri-bían alguna carta había de tener orla ne-gra, y negras habían de ser asimismo lascartulinas que para visitas y otras munda-nas etiquetas eran necesarias. iQu6 diría lasociedad si no veía en derredor de la familiatodo aquel aparato de negrura y tristeza!La huérfana y la viuda, que apenas teníanpara comer, y obligadas vivían á una repre-sen tación pública incompat’ible con su men-guado haber, eran en realidad más infelicesy más pobres que las últimas vendedoras dehortalizas en medio de la calle.

Gran desdicha fu6 que Teresa no se hu-biera casado antes del desastre, y casarladespués, ya tan baqueteada y manoseada denovios, había de ser obra de romanos. Porde pronto, hija y madre tenían que vestir ycalzarse como Dios mandaba, pues no eracosa de andar por la calle mal trajeadas ycon los zapatos rotos. Manolita, pasándosede previsora, no bien cobró la primera pagade viudedad quiso proveerse para los mesesfuturos, y solicitó de Gregorio Fajardo que

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le hiciera un empréstito, reteniendo su pen-sión. No quiso meterse en ello Gregorio (quesi estos negocios feos habían sido la base desu engrandecimiento, ya picaba más alto),y endosó el asunto á un machacante de es-tas cosas, el cual fu6 á ver á Manolita, ytrató con ella en condiciones tan duras, quela desconsolada señora no quiso aceptarlas.A Centurión no recurría ya, porque agota-das estaban la paciencia y el bolso del primode Villaescusa, que sobre tantas socaliñasanteriores á la muerte de Andrés, había te-nido que atender, haciendo de tripas cora-zón, á las más urgentes necesidades en losdías de la tragedia. Y la razón que dabapara llamarse Andana era de las que no te-nían replica. “Ya ves, hija-le decía: -estoycomo el alma de Garibay, entre el ser y elno ser, esperando á cada instante la cesan-tía, pues sé que O’Donnell me tiene una ti-rria espantosa. Y aunque mi jefe, el señorPastor Díaz, parece que algo estima mis ser-vicios en la Obra Pía, no me llega la cami-sa al cuerpo. La cesantía, nueva espada deDamocles, pende sobre mi pobre cabeza.. .Ahorros no hay. ACómo quieres que te soco-rra, si el mejor día no tendré para dar á mipobre Celia una triste taza de caldo? Ten pa.ciencia, hija, y arréglate como puedas.,,

Así lo hizo Manolita, que aun sin conse-jos tan sabios, buscaba su arreglo como ydonde podía, gracias á su diligencia, y á lobien que brujuleaba fuera de casa en obs-curas campañas tras el dinero, teniendo que

O'DONNELL 119pignorar su agradable persona con la mavorventaja posible, según las condiciones delmercado. Mala época era el estío para cier-tos arreglos, porque casi todos los ricos esta-ban en baños, 6 recluidos con sus honestasfamilias en alguna casa de campo. Pero aunluchando con los rigores de la estación, laviuda supo allegar para vestirse bien y ves-tir á su hija, y comer ambas con menos mi-seria de la que su-triste soledad les imponia.

Muy solita estuvo Teresa todo el verano,*v acometida de tristezas lúgubres, porqueValeria, su íntima amiga, se fué á la Gran-ja. Los novios con buen fin que en aquellasosa temporada le propuso su madre, erantodos de mal pelaje, esmirriados y pobres. . .Pensaba en aquel don Sixto, el de la bonitabarba rubia; pero no extrañaba su dewpari-ción. porque ya sabía que anduvo en las ca-lles batiéndose como un tigre contra las tro-pas del Gobierno. Probablemente, 6 le ha-bían llevado á un presidio, 6 andaba ocultoentre polvo ;p telarañas. Pero á ninguno desus conocimrentns echaba tan de menos Te-resita como á Guillermo de Aransis, quetambi6n se había largado á tomar el frescoá San Ildefonso. iVaya un verde que se es-taban dando Valeria y él! iQué paseítos porlos pinares; qué subiditas á los montes, ena-mor y compaña, sin testigos, y crué ba.jadi-tas á los profundos, solitarios barrancos!Agua se le hacía la boca pensando en esto,z no dejaba de considerar que no era la se-nora de Navascuk mujer de merito propor-

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cionado á tanta dicha... Soñando, más quepensando, decía Teresa: “APor qué no ten-dré yo tambien un marido en Filipinas, yaque aquí está visto que no puedo tenerlo?,,

El regreso de Valeria y del Marqués deLoarre puso fin á estas nostalgias. Volvieronlas dos amigas á su cariñosa intimidad, yen ella vivieron algunos días hasta que lle-gó uno desgraciado en que aquella venturo-sa concordia tuvo su término. Sucedió queValeria, ordinariamente muy habladora ycon bastante desahogo para tratar todos losasuntos, di6 una mañana en hablar de mo-ral privada y pública, de sobremesa del al-muerzo, y allí sacó unas teorías y unos es-crúpulos que á Teresa le parecieron el colmode la sutileza. Todo á las casadas se podíaperdonar; nada á las solteras.. . Protestó Te-resita, dándose por aludida y exigiendo á suamiga que declarase si la tenía por solteraescandalosa. Contestó Valeria que no; peroque no bastaba ser buena; había que pa-recerlo, y acabó por decir: “Eres honesta;pero tu madre arroja sobre tí una sombramala, que te hace pasar por lo que no eres,y con esa sombra no podrás encontrar mari-do que no sea un perdulario sin vergüenza. ,,Palideció Teresa; luego se puso muy colora-da, y acabó por echarse á llorar. Quiso laotra enmendar su impertinencia con expre-siones agridulces; pero ya era tarde. Teresa,que tenía su alma en su almario, y no semordía la lengua, tronó contra Valeria enesta destemplada forma; “Mi madre es una

O’DOm 121pobre viuda sin recursos... Ya sé que no esbuena... Por desgracia mía, conozco todoslos malos pasos de mi madre. Ella, de algúntiempo acá, no se cuida mucho de ocultar-los... La pobre no tiene valor, no tiene vir-tud para resignarse á la miseria... Yo nopuedo acusarla: soy su hija.. . Pero sí puedodecir que peor que ella eres tú.. . Mi padre,atormentado de un cáncer, se mató.. . Si hu-biera vivido, ni á mi madre ni á mí se noshabría ocurrido mandarle á Filipinas, paraquedarnos libres.. .- Mira lo que dices,- clamó Valeria des-

compuesta, cogiendo un plato y amenazan-do con él la cabeza de la que momentos an-tes era su amiga.,,

Animosa y crec%ndose al castigo, Teresacogió la cafetera y el azucarero, una cosa encada mano, y con flemático valor apuntó ála dueña de la casa, diciendo: “Mira lo quehaces, Valeria. Deja ese plato, 6 no quedaráen la mesa un solo chirimbolo que no vayacontra tu cabeza. Me has ofendido y tengoque ofenderte.. . Pues digo que eres peor quemi madre, porque eres rica, y no tienes queluchar con la miseria. En la miseria quisie-ra yo ver lo que tú hacías.. . Mi madre en-viudó por una desgracia, y tú te has enviu-dado á tí misma embarcando á tu maridopara el psis de las monas.

-Eso no es cuenta tuya-dijo Valeria,batiendose en retirada, haciendo pucheros . .--Y por lo otro, Teresa; por lo que dije dela moral y de la sombra de tu madre, haz

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cuenta que yo no creía nada malo de tí...No fué eso lo que dije.- Podías haber añadido que más que la

sombra de mi madre me ha dañado la tuya,Valeria: te lo digo sin resquemor . . . Ya se meestá pasando el berrinche.. .

-Siento que mi sombra haya sido malapara tí-dijo Valeria en pie, atufándose otravez, pero sin agarrar plato ni taza.-Biente he querido, Teresa; bien de sacrificios hesabido hacer por tí...

-Y yo te lo agradezco -respondió Tere-sa, que ya no pensaba más que en coger sumantilla para salir de la casa.-Pero antesque me recuerdes tus favores, tus regalitos,quiero retirarme.. . Yo soy pobre y no he po-dido corresponderte; pero tanto como pobresoy orgullosa y no me gusta que me hurni-llen.

-Haces bien... busca mejor sombra quela mía... No dudo que la encontrarás.

- i Vaya si la encontraré!. . Yo te juro queno he de tardar mucho... Entre los favoresque te debo, los más de agradecer son tuslecciones.. . las lecciones que me has dadopara buscar sombras. ,,

Frente á frente las dos, separadas por lamesa, que un campo de Agramante parecía,con el azucarero volcado, las cucharillasdispersas, las tazas ennegrecidas interior-mente por el POSO del caf6. el mantel arru-gado, s”e disparaban su irá con flechazo ir6 -nico, imitando á las mujeres de rompe yrasga que se injurian graciosas antes de ve.

. Cj'DONNBLL( 123nir á las manos. Valeria mandó á su criadaque trajese la mantilla de la sefiorita Tere.sa, y á ésta dijo con retintín: “Vete, vete,sí; no se te escape la sombra que buscas.. .

-No se escapa. Lo que temo es que seayo más torpe como discípula que tú comomaestra., . No tengo costumbre.. .

-La niña inocente no sabe nada... iSiserá torpe!. . . iCon toda la Universidad encasa...!

-Puede que est6 allí la Universidad; pe-ro me falta el libro de texto.. .

-El tuyo, los tuyos, Teresa, en la callelos encontrarás.

-0 no.. . Cállate, Valeria, si quieres queyo me calle. He sido tu amiga; ya no lo soy.

-Volverás cuando me necesites.-No digo que no. Puede que vuelva y no

te encuentre. iQui6n sabe á dónde irás, tú áparar!....

Decía esto la de Villaescusa nerviosa vtrémula, de la ira y confusión que removíantoda su alma. No acertaba á ponerse la man-tilla. Creyérase que sus manos no encontra-ban la cabeza en el sitio de costumbre: labuscaban más arriba.. . Por fin, puesta comoDios quiso la mantilla, y pronunciando unadiós seco, tomó la puerta del comedor yluego la de la escalera, no sin tropezar conalgún mueble en su carrera desmandada. Asaltos bajó la escalera y se puso en la calle,con paso de fugitiva ó de esclava que rompesus cadenas. Sorprendidos los porteros deverla partir con andares y viveza tan con-

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trarias al encogimiento señoritil, salieroná la puerta para ver qué direcci6n tomaba.Fué hacia la calle de Alcalá, camino de sucasa sin duda, pues vivía en la calle de lasHuertas. Era la primera vez que salía sola,contraviniendo la española costumbre queprohibe á las solteras dejarse ver en públicosin compañía de alguno de la familia, ó deservidores de confianza. Siempre que iba de

1 la casa de Valeria á la suya, llevaba unacriada vieja 6 moza, que cualquier edad ser-vía para esta función. Pero ya, por decretodel Destino, se había roto la rancia costum-bre, motivada del poco miramiento que ennuestra raza suelen guardar al sexo débillos individuos del que llamamos fuerte.

Atravesada la calle de Alcalá para embo-. car á la del Turco, respiró fuerte Teresita:

era la sensación de libertad, que entrabacon ímpetu en su alma. 1Y qu6 agrado lecausaba el discurrir sola de calle en calle,sin la enojosa guardia de una fregona ce-rril que comunmente desempeñaba su pa-pel con sequedad policiaca! . . . En la calledel Turco se detuvo ante la casa de Guiller-mo de Aransis; miró al portal, decorado conleones, y luego á las ventanas, poniendo uninterés particular en pasarles revista, y endistinguir las que tenían cerradas las per.sianas de las que mostraban el cristal bienlimpio, vestido por dentro con elegantes vi.sillos. “Ya se ha levantado- decía.-An -dará por ahí, conversando con los amigosque ha, convidado á almorzar, ó leyendo los

íi'i50dNWAt iZBperiódicos, á ver qué mentiras traen.,, Co-nocía las costumbres del ocioso caballeropor lo que á menudo le oía contar en casade Valeria. Siguió después de esta observa-ción su camino, y al atravesar la Plazuelade las Cortes para entrar en la calle delPrado, vi6 venir el coche de Arar-mis, bajan.do la Carrera de San Jerónimo. De lejos leconoció por el cochero; de cerca por la ele-gancia y pulcritud del vehículo, por los bla-sones, por algo que no era común á todoslos coches. Aguardó el paso, poniéndose ca-si en medio del arroyo. En el carruaje ibaGuillermo con el Marqués de Beramendi.Ambos la vieron: Guillermo, con viva curio-sidad y sorpresa, sacó la cabeza por la or-tezuela para mirarla bien, como si du%arade lo que veía.

Pasó el coche, y Teresa siguió, ya sin pa-rar hasta su vivienda, ni apartar la vista delas piedras y baldosas. Tuvo la suerte de noencontrar á su madre, con lo que se libró delas necesarias explicaciones del trueno gor-do con Valeria. Con la criada Felisa, en quienponía toda su confianza, se entendió paraocultar á Manuela el inaudito caso de habervenido sola, y acto continuo se encerró ensu cuarto y se puso á escribir. Tan metidaen sí misma estaba, que no par6 mientes enque escribía conservando puesta y liada ensu cabeza la mantilla. No se la quitó hastaque una fuerte sensación de calor, tan mo-lesta como su torpeza para expresar con lapluma lo que sentía, atrajo su atención ha.

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cia aquel estorbo. iQué tonta, Señor: quésimple! Sin duda no acertaba en lafiel repro-ducción de sus ideas en el papel, por causadel sofoco de la mantilla. Hesultó luegoque ni aun despejada su cabeza, y con la ca-beza su magín, de la espesa nube negra,lograba dar á los conceptos la debida clari-dad. Seis cartas escribió, y todas fueron ro-tas para empezar de nuevo. Pero agotadacon la ultima su paciencia, se declaró in-capaz de aquel empeño.. . No conten ta conromper ;las cartas, llev6 los pedacitos á lacocina para quemarlos en el fogón, cuidan-do de que ni el fragmento más menudo sele escapase en aquel auto.

Nada digno de ser contado ocurrió en latarde de aquel día ni en la mañana del si-guiente, como n6 sea que Teresa apuró to-dos los disimulos para que su madre igno-rase el ya irreparable rompimiento con la deNavascu6s. Temía los enfadosos interroga-torios de Manolita, las disposiciones que to-maría para privarla de libertad, ó imponerlenueva esclavitud contraria á los gustos de laesclava. Aprovechando una de las salidasde su madre, que solían ser de larga dura-ción, tomó al fin Teresita la calle y fué conlibertad á su objeto, el cual no era otro queacechar el paso de Aransis para tener con élunas palabritas. Al dedillo conocía los há-bitos del caballero, los cuales obedecían áun cierto método dentro del desorden. Sa-bía que muchas tardes, sobre las seis, á piesalía de la casa de Valeria, y por las calles de

O'DONNELL 127Alcalá y Cedaceros se iba á la querencia delCasino; sabía que pasaba algunos ratos enla sala de armas de la calle de la Greda, ti-rando al florete; y con estos datos y su pa-ciencia, dió con él una tarde, no consta si laprimera ó la segunda de su tenaz espionajecallejero. Tuvo la suerte de cogerle solo, sinla compañía de amigos impertinentes, al sa-lir de la lección de esgrima. Pero se turbótanto al verle, y tal miedo le entró de aquelpaso, viendo su ridiculez 6 inconvenienciaen la realidad, que se habría echado á corrersi el caballero no mostrase mayor deseo queella de las cuatro palabritas, avanzando ásu encuentro con rostro alegre. Teresa nosabía por dónde empezar; lo que pensó paraexordio se le había escapado de la memoria.Rompió el galán el silencio y cortó la corte-dad diciendo: “Ya sé, ya sé...,, Y ella se tur-b6 más. Sus primeras palabras, entregandoal caballero sus dos manos, fueron de arre-pentimiento, de vergüenza: “DBjeme, Gui-llermo.. . No he debido venir á buscar á us-ted.. . Se me ocurrió es te desatino, por no sa -ber á quién volverme... Aunque tengo ma-dre, estoy sola en el mundo...,

Medias palabras de una y de otro, expre-siones vagas, de esas que nada dicen y lodicen todo, siguieron á las primeras mani-festaciones incoherentes y turbadas de la se-ñorita de Villaescusa. Aransis le dijo: “Enla calle no podemos hablar con libertad. Nise oye lo que se dice ni se dice todo lo quese siente... ¿Vámonos á mi casal,

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Teresa dudó . . . parecía que dudaba; perose dejóllevar. iEra tan cerca!... Cuatro pa-sos no más.

XIV

Debe decirse, para mejor conocimiento delproceder y fines de Teresita, que esta, en losúltimos días de su intimidad con Valeria,se había hecho cargo con sutil adivinaciónde que el Marqués de Loarre declinaba rá-pidamente hacia el cansancio en sus rela-ciones con la hija de Socobio. No lo advertíala dama; su amiga sí, por virtud de unaciencia no aprendida, á la que dabán vivezasu admiración del caballero y su ardienteanhelo de serle grata. Y algo más sabía Te-resa, que en aquel aprendizaje sacaba, comoquien dice, los pies de las alforjas, proban-do y ejerciendo su nativa aptitud para lasartes de amor. Sabía que su persona pe-netraba en los gustos del Marques: se lorevelaron ciertos medios de experimenta-ción existentes en el alma de toda mujer, yprincipalmente en la suya, que era de lasmás afinadas y conspicuas para estas cosas.Por encima de todas las hipocresías y de lasconveniencias que ambos guardaban en lacasa de Valeria, Teresa sabía que agradabaal BIarquPs, y que éste se lo habría manifes-tado si no se lo vedara su exquisita delica-doza. ~Qué invisible enlace psicológico, qu6

O’DONNEI& 129magnetismo pudo establecer entre ellos estepreliminar estado de amistad que tuvo re-pentino acuerdo en medio de una calle? Nifrase furtiva ni mirada indiscreta pudierondelatar la volubilidad del amante 6 la trai-ción de la amiga. Miradas y frases hubo degran sutileza, sólo de los criminales com-prendidas por clave misteriosa, y con talesantecedentes no más, se lanzó Teresa á labusca y captura del Marqu6s de Loarre.Acometió la señorita con fe ciega y ardoresta persecución cinegética, y el Éxito fu6tan rápido como decisivo.

A los diez días 6 poco más de estos suce-sos, que maldito lo que tienen de históricos,habitaba Teresa un pisito muy mono,.callede Lope de Vega, amueblado con elegantesencillez. Mañana y tarde invadía la casauna caterva de tapiceros, modistas y prende-ras, que iban á completar el decorado, á to-mar medidas á la señora para diferentes ves-tidos, 6 á ofrecerle objetos diversos, gangas yproporciones con que especula el corretajeá domicilio. Gozosa estaba Teresa, la verdadsea dicha, por verse libre, 6 en esclavitudque no lo parecía, y con ancho camino pordelante para correr tras de la risueña Fortu-na que desde rosados horizontes le decía:“Ven; aquí estoy.,, Rota la cadena que lasujetaba al desabrido estado señoritil, ya po-día campar á sus anchas, y dar el debidovalor á su belleza y á las demás prendas queposeer creía: inteligencia, bondad de cora-zón, finura social. Bastante tiempo había

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perdido en la tienta de novios sin encontrarninguno que le sirviera: el que no era ton-to, era malo; el listo pecaba de pobreton, ysi algún feo resultaba despejadito, los gua-pos se caían de bobos. Bien los había exami-nado ella en el veloz desfile; breve y superaficial trato le bastaba para catarlos y calar-los. Si no10 encontró en las condiciones ne-cesarias para fundar un sólido edificio matri-monial con la honradez y ventura consi-guientes, no era culpa suya. Su destino lemarcaba los caminos irregulares, y por ellosse lanzaba, afirmada su conciencia en lapersuasión de que no podría andar por otros.Cada ambición tiene su espacio propio paravolar. Que el de la suya era de los más ex-tensos, se lo probaba la grandeza y poder desus alas.

Del Marqués de Loarre debe decirse_ queen aquellanueva caída de su voluntad in-válida, tuvo más parte la pasión que la va-nidad. Infundíale Teresa un amor travie-so, juvenil, de continua ilusión, que cons-tantemente se renovaba empalmando lo másespiritual con lo que al parecer no lo es.Ninguna mujer, como aquélla, le había lle-vado al uro extasis contemplativo de lahumana gelleza, y á la poesía del amor, queinspira elevados pensamientos y gallardasacciones. Preciosa era Teresita antes de me-terse en aquel enredo; metida en él; y ha-biendo soltado ya la compostura y encogl-miento de señorita del pan pringado, comolas culebras sueltan su piel gastada quedán-

O’DONNELL 131dose con la nueva reluciente, su personaresplandecía en todos los grados y maticesde la belleza, desde los más delicados á losmás incitantes. Era un libro de poesía in-comparable, tan superior en los pasajes deabsoluta, seriedad, como en los amenos ygraciosos.. . libro satánico, encuadernado enpiel de serafines.

Sabía muchas cosas de la vida y de la so-ciedad la despabilada Teresa, añadiendo losdescubrimientos que hacía su natural pene-tración á lo que la experiencia le enseñabaPero sabiendo tanto, no se había dado claracuenta de su situación ante el mundo, y so-bre este particular tan interesante la ilustróGuillermo con discretas explicaciones: “Tulibertad está limitada al interior de tu casa-fuera de ella has de andar con mucha cauteltela y disimulo para que de la libertad note resulte el escándalo. De poco te valdrátener trajes lindos y variados, los sombre-ros más elegantes, y los pren.didos y adornosmás á la última, porque no podrás lucirlosen ninguna parte donde haya lo que llamanbuena sociedad, y la otra sociedad, la de lasque viven como tú, es muy reducida y no semuestra en público con alardes de riqueza.Coches no debo ponerte, y bien sabe Diosque lo siento, porque no está bien visto quelas mujeres de vida irregular gasten otraclase de vehículos que los simones. Al tea-tro puedes ir, y como no has de ir sola, tienesque acompañarte de otras tales, y esto llamala atención. Has de, presentarte muy modes-

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tamente en todo sitio público, dándote tusmañas para que nadie te conozca. Esto esdifícil: tu belleza te delata, y la sencillez, lapobreza misma en el vestir no te disfraza-rían. Para que pudieras ir libremente a to-das partes y echar facha con brajes boni-tos y carruajes de lujo, necesitarlas ser casa-da.. . i ya ves qué grande anomalía! Si hubie-ras entrado en esta vida con marido, 6 lo ad-quirieras después casándote con cualquiercaizonazos, que te diera nombre y pabellónya podrías hacer tu contrabando librementey hasta te tratarían muchas señoras que ho;Y

primero se cortan la cabeza que saludarte am

Ya ves chiquilla, que diferencias tan absurdas en’el proceder del mundo con las que n0

se ajustan ála moralidad. Eres soltera: vnderetro. Que tuvieras un maridillo, paFara:yos de las burlas y de las iras de la opmion,y ya sería otra cosa. Xo gozarías la conside-ración de persona de ley; pero serías tolera-da, y tu presencia en los teatros y paseos,desafiando con tu lujo, á nadie chocarla...Con que ya sabes, Teresa: dentro de tu casaeres reina; fuera, esclava, sobre qulen_tlenepuesto el pie la opinión y no te deja respirar. ,,

Asimilándose al punto estas ideas, Tere-sa contesto que se conformaba con andarsiempre de trapillo fuera de casa,. pues sipara engalanarse hacía falta marido, masparecido á un trasto portátil que á un hom-bre, se quedaba muy á gusto en su solteríamal mirada. Como estaban en la luna demiel, ó poco menos, siempre que hablaban

O’DONNELL_ _ 133del porvenir daban por punto indiscutibleque no habían de separarse nunca, y que se-nan los eternos amantes, eternamente em-bobados el uno con el otro. Lo malo fué queá poco de instalarse Guillermo y Teresa enaquel rincón de los dominios de Afroditaenteróse de ello Beramendi, y si se dice que:al saberlo cogió el cielo con las manos nose expresa bien toda su pena y cólera. Y’ra-zón tenía el enojo del caballero y fiel ami-go. Sépase que á fines de Agosto revolvió áRoma con Santiago para conseguir la reali-zación del tantas veces aplazado empréstitode Loarre y San Salomó. Gracias á su per-severancia y actividad, apencó al fln con elnegocio el señor Sevillano, sin participaciónde otro alguno. Se firmó la escritura el 10de Septiembre. Aransis quedó libre de lapesadumbre y esclavitud de onerosas deu-das, y recibía el primer plazo de la rentaque se le señalaba para vivir en decorosamedianía. ~NO era un dolor que casi en losmismos días de esta felicísima solución quedebía ser fundamento de nueva vida y brin-cipio de enmienda, recayese Guillermo en lasmismas culpas, en los mismos desórdenesque habían motivado su ruína?

A la dura filípica de Beramendi contes-t6 con estos artificiosos argumento& “Tie-nes razón, Pepe: yo reconozco que no me-rezco tu amistad.. . Quiero conservarla, y lafatalidad no me deja. Un poder superior mearrastra: contra el nada puedo. Cada unolleva en sí desde el nacer el germen de la

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131 B . PhREZ QAt.Dh

enfermedad de que ha de morir... Me heconvencido de una cosa: la medicina que in-tenta curar es tos males, que son la vida mis-ma, es peor y más dolorosa que la enferme-dad. Déjame vivir con mi muerte, Pepe.. . Tedigo también que este delirio de ahora no esvanidad, sino pasión; la única de mi vidaquizás..’ Ver pasar esta pasipn, ver pasarestos rábanos y no comprarlos, ya compren-des que no puede ser.. . Tener el ideal cogi-do en la mano y dejarlo escapar, es locuratan grande, que no la tendrías igual suman-do las locuras de todos los locos que estánen Leganés... Y aunque me injuries, Pepe;aunque me mates, te diré que me apesta elorden acompasado; que odio la administra-ción, y que ese desideratunz de la vida prác-tica, al modo ingles, al modo extranjero, como decís, se me sienta en la boca del estó-mago... Morir, Pepe, morir en. la cruz de...ic6mo llamaré á esta cruz?. . . en la cruz delideal único, del que sólo nos visita unav e z . . . ,

Esto, y algo más en el propio sentido sinsentido, dijo el de Loarre, provocando al deBeramendi á burlonas risas. Despidiéronse,asegurando Fajardo que era para no verseni hablarse más. “Eres hombre perdido-ledijo,-y cansado de luchar inútilmente portí te abandono. Cuando te halles en las ul-timas, cuando vayas á un hospital, 6 cuan-do mal trajeado y con las botas rotas te pa-sees en la acera del Casino, pidiendo un na-poleón á cualquier transeunte desdichado,

O’DONNELL 136volver& á verme; antes no, Guillermo. Que-date con Dios.,,

baA pesar del severo propósito, como le ama-tan de veras, pasados algunos días volvió

Beramendi á la carga con arsenal nuevo derazones y un plan que creía de grande efica-cia. En su casa, recien salido del lecho, oyóAransis con..calma el nuevo rapapolvo desu amigo: “Ya sé que has agotado en tressemanas ó poco más el primer trimestre de tupensión, y que has tenido que acudir otravez á los usureros para el sostén de la Vi-llaescusa.. . Olvido lo que te dije aquella tar-de en el Casino, y vuelvo á tí considerándo-te como un niño enfermo. No tendría yo per-dón de Dios si te abandonara. Te salvaréaunque para ello tenga que sacarte de Maldrid entre guardias civiles, y encerrarte lue-go en un castillo, en una torre ó casa decampo, como se encierra á los locos furiososque se golpean á sí mismos y muerden á susenfermeros. Prepárate, chico. Ahora veráscómo las gasto. Pedí á Pastor Díaz un puestodiplomático para tí, con el inttres que pue-des suponer. Atenas, Bruselas, Turín lomismo da. Me con testó que hay vacante, peroque nada puede hacer sin una indicación deO’Donnell. Fuí á ver al General, que comosabes, es mi amigo. En la Granja he ‘tenidoocasión de tratarle con frecuencia. Vinyalsy Vega Armijo tienen gran empeño en lle-varme á la Unión Liberal. Don Leopoldo pa-rece estimarme más de lo que yo merezcoPues como te digo, fuí á verle y le solte’á

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136 B . PIhEZ QALD6S

boca de jarro mi pretensión. iSabes lo queme contestó? “Siendo cosa de usted, Bera-mendi, es cosa mía, y, por tanto, cosa hecha.Parece que una plenipotencia quedará va-cante pronto. Se hará una combinación...,,Quedé en volver á Buenavista dentro de po-cos días, y allá me voy mañana, pero no solo:irás conmigo, y darás las graclas al Generalpor el honor que te hace.,,

El de Loarre nada dijo: creyérase que le-vantar repentinamente el vuelo hacia un paíslejano, con airosa investidura diplomática,no le parecía mal. Antes que formulara una

, objeción tímida, más sugerida tal vez deldisimulo que del convencimiento, Beramen-di se precipitó á completar su plan: “Faltala segunda parte. Verás: mañana mismo es.cribes una carta á esa linda serpiente que teha trastornado el seso. Ya comprenderas loque tienes que decirle... Que no puedes se-guir, que dé por terminado este chapuzón,pues á tí te saco yo á flote, y ella que bus-que otro imbécil con quien ahogarse... A lacarta acompañarás una cantidad pruden-cial, que determinaremos, y si no la tienes,que no la tendrás, no has de pedirla á losusureros: yo te la doy... Con que ya ves quete estimo de veras. Te participo, queridoGuillermo, que por si cerdeas tú, 6 se saletu sílfide con algún ardid para retenerte, yatengo preparado un lindísimo artificio judi-cial para meterla en la Galera, 6 mandarladesterrada lejos, muy lejos... Nada, nada.Hoy me he levantado con la idea y propósito

O’DONNELL 137de convertirme en sátrapa. No queda otro re-medio. Contra la tontería y la inmoralidadreunidas; contra un loco y una perdula-ria, ambos sin conciencia, sin idea del ho-nor, sin ninguna rectitud, no hay más queel palo absolutista.,... Aquí me tienes dis-puesto á hollar todas las libertades, y á con-vertir en pajaritas las hojas del libro de laConstitución. Declaro que desde este mo-mento has perdido todos los derechos delciudadano, y eres mi vasallo, mi siervo.Aquí vengo á tu conquista y captura. Vís-tete, arréglate, y te llevo conmigo á mi casa,de donde no saldrás hasta que demos tu yyo cumplimiento á todo mi programa.,,

Oy6 es tas conmina,ciones Guillermo entreatontado y risueño, como si á veces las to-mase á broma, á veces con harta seriedad yrecelo. El tono brioso de Fajardo le persua-di6 al fin de que se las había con una volun-tad en&gica, y sinti miedo. La suya, flojay pasiva, no sabía mantenerse en pie contrala razón erguida y brutal de su amigo. . . Másque nada temía la convivencia con su tira-no. Siempre al lado suyo, acabaría por obe-decerle, por ser un niño.. . Como pidiera másexplicaciones de aquel cautiverio que le es-peraba, Beramendi le dijo:

“Desde hoy vivirás en mi casa. Que no tesuelto, que no te escapas. Verás con misojos, andarás con mis piernas y respiraráscon mis pulmones. Pensaba yo que fuéra-mos hoy á ver al Presidente del Consejo, pa-ra que quedases cogido y amarrado en el

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138 B . PltREZ QALIdS

compromiso de tu nombramiento de Minis-tro de España en una corte extranjera. Peroahora caigo en que estamos á 10 de Octubre,cumpleaños de la Reina. Gran gala, besama-nos; por la noche baile en Palacio. No hayque pensar hoy en visitar á gente política ymilitar. Para no perder el día, después dealmorzar redactarás en mi despacho la cartaexplosiva que has de mandarle á tu coima.. .explosiva digo, á ver si revienta cuando lalea.. . Verdad que irá acampanada de los ma-ravedises, y el topetazo será con algodones.. .Cree, Guillermo, en la virtud de los marave.dises, que vienen á ser colchón blando parala caida de las que se derrumban de deses-peración.. . Ea, vístete y vámonos... iSilen-

’ cio! no se permiten observaciones. No hayderecho á protestar; no, y no. Sólo concedoun derecho, el del pataleo.. . Arréglate, digo,y en casa patalearás á tu gusto.,, .

XV

Esto pasaba en la mañana del 10 de Oc-tubre. En la madrugada del II ocurríanotras cosas igualmente insignificantes enapariencia, pero que aquí se refieren porquesu simplicidad se nos presenta enlazada, ho-ras después, con hechos de evidente com-plicación y gravedad. Empezaban á salir losinvitados á la fiesta de Palacio; arrimaban

O’DONNELli 139los coches á la colosal puerta, por la Plaza dela Armería; entraban en ellos, chafándoseen las portezuelas, los hinchados miriña-ques, dentro de los cuales iban señoras; en-traban plumas, joyas, encajes, bonitas 6 ve-tustas caras compuestas, y apenas un co-che partía, otro cargaba.. . De los primeros,más que de los últimos, fu6 un carruajesin blasones, de un tipo medio entre loselegantes y los de oficio, alquilados por año,y en él entró doblándose un largo cuerpo,un dilatado capote que por arriba rematabaen tricornio con plumas, por abajo en bo-tas de charol con espuelas. Tras el sujetolarguirucho no entró en el Coche señora,sino dos militares, que por la traza distingui-da y cargazón de cordones debían de ser ayu-dantes. . . El coche partió, y ninguno de lostres señores en él embutidos pronunció pa-labra en todo el trayeclo desde Palacio al Mi-nisterio de la Guerra. El Presidente del Con-sejo, General O’Donnell, el más largo de lostres en estatura y en todo, que nunca ejer-ció la comunicatividad baldía, fue en aque-lla ocasión arca cerrada. Llegaron á Buena-vista; subieron en callada procesión, algoparecida á la del cura y acólitos que llevanel Viático, y en las habitaciones del Gene-ral, rompió éste el silencio ante su dignaesposa, que jamás se acostaba cuando el ibade fiesta palatina, las únicas que le hacíantrasnochar, y aquella noche le esperó comode costumbre, para informarse de si volvíacontento y en buena salud, con algo más

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_l. _ _.-_-..----- . . _

140 B. PltREZ GALDÓS

que nunca omite en estos casos la curiosi-dad femenina.

Contestando á doña Xlanuela, luego quese acomodó en un sillón y estiró las piernas,el gran O’Donnell dijo: “¿El baile? Precioso.Allí teníamos todo el lujo y toda la elegan-cia que hay en Madrid.. . No hay más. $eño-ras? No faltaba ninguna: allí estaban las dela sangre y las del dinero... iCalor? Bastan-te, y poco espacio, por el volumen exagera-do de los miriñaquesbradora.. .

. iLa Reina? Deslum-amable con todos.. . Traje riquísi-

mo de gasa.. .letas...

el adorno, guirnaldas de vio-elegantísimo. . .

brillan tes.. .Soberbio alfiler de

Bailó conmigo el primer rigo-dón; luego...,,

Volviéndose á los ayudantes, como parapedirles testimonio de un recuerdo, dijo quela novedad del baile habia sido la presenta-ción en Palacio de la Condesa de Reus...“iverdad que es muy mona la mujer dePrim? Morenita y simpática.. . En fin, bue-nas noches.,, Ansiaba el descanso, la sole-dad. Algo de íntimo inter6s tenía que refe-rir á su esposa; pero por lo avanzado de lahora, determinó dejarlo para el día siguien-te. Poco después de esto se hallaba don Leo.poldo en manos de su ayuda de cámara, quedesenfundó su cuerpo del uniforme, susdesmedidas piernas, de las botas sin fin...Algunos minutos más, y ya le teníamos ten-dido y estirado en su cumplido lecho, en pos-tura supina, más dispuesto á la meditaciónque al sueño, porque del baile había traído

O’DONNELL 141un resquemor, que hasta el amanecer habíade ser cavilación fatigante. Aunque eraO’Donnell hombre más reflexivo que apasio-nado, que sabía mirar con calma los gravesacontecimientos y las contrariedades de lavida 6 de la política, la misma pujanza yfrialdad de su razón apartaban su mente deldescanso para aplicarla al examen de los he-chos, y cuando éstos despertaban su enojo,no dejaba de correr por los nervios del gran-de hombre el hormigueo que determina elinsomnio. De la devanadera que en aquellamadrugada giró dentro del cerebro del héroede Lucena, se han podido extraer con no po-co trabajo estos fraccionados pensamientos:

“Es por la Desamortización, por la pícaraDesamortización.. . Ya lo veía yo venir.. .Pero no creí, no, que tan pronto... Ni penséque me pusiera en la calle por tal motivo...Narváez llegó hace tres días; fu6 á Palacioy dijo: “Señora, sepa Vuestra Majestad queyo no desamortizo. Mi política es tener con-tentos á los curas y al Papa ,, Así le dijo, ylas consecuencias bien claras las he vistoesta noche.. . Ha sido una impertinencia, unrasgo de mala educación. . . No jugar, Seño-ra, no jugar con los hombres ni con los par-tidos.. . Con estos juegos y estas humoradas,las coronas se caen de las cabezas.. . y me-nos mal que estamos en España, un país deborregos; que hay países donde por estasbromitas caen las cabezas de los hombros...Cuidado, ieh?. . . n

Di6 una vuelta, cargando sobre el lado iza

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142 B. PÉREZ CtALD’h

quierdo su formidable osamenta. La devana-dera echaba esto de sí: “NO hay manera decrear un país á la moderna sobre este ce-menterio de la Quijotería y de la Inquisi-ción. España dice: “ Dejadme como soy, co-mo vengo siendo: quiero ser bárbara, quieroser pobre; me gusta la ignorancia, me delei-tan la tiña y los piojos. ..n Y yo digo: Modode arreglar á esta nación: saco del partidoModerado y del Progresista los hombres queen ellos hay inteligentes, limpios, bien edu-cados; los cojo, con ellos me arreglo, dejan-do á los fanáticos y á los tontos, que paranada sirven.. . Con esta flor de los partidosamaso mi pan nuevo.. . Unión Liberal.. .Reunimos. y organizamos lo útil, lo mejor,lo más inteligente; y lo demás, que se des-componga y vuelva al montón.. . iCuántasveces, Reina mía, he tratado de meterte enla cabeza esta idea?... Trabajo perdido. Lacomprendes.. . jcomo que no tienes un pelode tonta! pero entra por un oído y sale porotro.. . Sale porque hay dentro de tu cerebroideas viejas, heredadas, petrificadas.. . iYesas ideas qu6 sonP Reinar fácilmente y sinninguna inquietud sobre un pueblo, mitaddesnudo, mitad vestido de paño pardo . . Es-to no puede ser.. . Y tú, Reina, iqu6 pien-sas trayendo á Narváez con la Constitucióndel 45, neta, y el palo por única ley, y eltente tieso por única política? Tú, Reinamira lo que haces. Tú, Reina, no olvide;que para mantenerse en esas alturas, hayque tener educación política, educación so-

O’DONNELL 143cial, principios, formas... tú me entien-des; tú...,,

El hablar de tti á Su Majestad era señalde que se dormía. Por un momento, la ondadel sueño estuvo á punto de anegarle... Deimproviso volvió sobre sí: despabilándose yvolteando su corpachón hacia el lado dere-cho, dió nuevo impulso á la devanadera, quedecía: “Desamortizemos.. . País nuevo.. . Sa-laverría, que sabe sacar estas cuentas mejorque nadie, ha calculado la Mano hluerta ensiete mil millones. Yo digo que debe de sermás... iSiete mil millones! Ellc es nada: ca-minos carreteros, ferrocarriles, puertos, fa-ros, canales de riego y de navegación.. . Y va.le más que todo el gran aumento de la pro-piedad rústica. . . Serán propietarios de tierramuchos que hoy no lo son, ni pueden serlo.. .aumentará fabulosamente el número de fa-milias acomodadas; los que hoy tienen bas-tante, tendrán más; los dueños de algo, loserán de mucho, y los poseedores de la nada,poseerán algo.. . iQué es es ta España más queun hospicio suelto? Esas nubes de abogadi-llos que viven de la nómina, las clases buro-cráticas y aun las militares, ¿qué son másque turbas de hospicianos? El Estado, iquées más que un inmenso asilo? Dice Salaman-ca que en toda España hay dos docenas demillonarios, unos quinientos ricos, unos dosmil pudientes ó personas medianamente aco-modadas y ocho millones de pelagatos de to-das las clases sociales, que ejercen la mendi-cidad en diferentes formas. En esta cuenta

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144 B . PIhEZ OALD6S

no entran las mujeres... Pues bien, digoyo: Amigo Salaverría... vendamos la ManoMuerta, hagamos miles de hacendados nue-vos, facilitemos el pago de las fincas que sevayan desprendiendo de esa masa territorialmuerta.. . A los pocos años, tendremos agri-cultura, tendremos industria, y la mitadpor lo menos de los hospicianos que formanla Nación, dejarán de serlo... Digan lo quequieran, el español sabe trabajar. No le fal-tan antitudes. sino suelo, herramientas, es-tímuio y mercado que les compre lo ‘quenroducen.. . iSiete mil millones. aue hovexisten en el ‘fondo de un arcón cerr>do conllaves que la Iglesia tiene en su mano, y noquiere soltar ni á tiros!. . . A tiros sí que lassoltaría.. . Pero, señora Reina, ;hemos de ar-mar otra guerra civil por esas dichosas lla-ves? ~NO derramamos bastante sangre en laprimera, para defender tus derechos y ase-gurarte en el Tron6?... iY los vencidos enaquella lucha, Reina mía, son ahora los quedetrás de una cortina te aconsejany te diri-gen!.. . iY no pudiendo dar el poder á los ven-cidos de aquella guerra, lo das á Narváez,que entra en Palacio diciendo: “yo no desa-mortizo ,, . . .! Cuidado, Reina: no se juega conla vida de un pueblo... de una Nación viril,por más que sea la gran Casa de Caridad.El hospiciano sigue diciendo: “ quiero serbárbaro, quiero ser pobre;,, pero lo dice porrutina.. . Detrás de ese estribillo, suena unquerer oculto, suenan otras voces que ape-nas se entienden.. . Tú no sabes oir estas vo-

ObmNELL 145ces: yo las oigo.. . las ofmos muchos.. . A Pa-lacio no llegan sino cuando nosotros te lasdecimos y tú no las escuchas... Abre losoídos, Reina; abre los ojos, para que oigas yveas.. . Estás á tiempo aún.. . Algún día di -rás: iqué ruido es ese?... Pues ese ruido,iquP: ha de ser más que...?,,

Otra vez la trataba de tzi, otra vez se dor-mía.. . Por fin cogió el sueño, y la devanade-ra cedió lentamente en su veloz volteo hastaquedar inmóvil.. . De día no funcionaba ladevanadera, y los pensamientos del Generalse producían con ponderación y sensatez, enperfecta consonancia con el pensar comúny el ambiente intelectual de su tiempo. Semantenía en el justo medio, y no se aparta-ba un ápice de la realidad. El libre y atre-vido pensamiento quedábase para los ins-tantes que preceden al sueño, 4 para los queinmediatamente le siguen, cuando aún noha entrado la plena luz en la alcoba, ni seha oído más acento que el de los gallos quecantan en la vecindad.

Levantóse el General temprano, como decostumbre: despachada su correspondenciacon el Secretario particular, vistióse para irá Palacio.’ A punto de las doce, hora de lasvisitas de confianza, recibió la de dos caba-lleros, el MarquBs de Beramendi y el deLoarre. Al salón pasaron, y ofrecían sus res-petos á doña Manuela, que charlaba con suamiga la Duquesa de Gamonal, cuando en-tró O’Donnell con uno de sus ayudantes, dis-puesto ya para ir a Palacio. Salud6 & los

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146 B . PltREZ QALD6S

dos aristócratas; después cogid de un brazoá Beramendi, y llevándole aparte, le dijo ri-sueño:

-caídos!“Nada puedo hacer ya... iEstamos

-iCaídos? General!.. . iPor qu6?. ,. iDe ve-ras hay crisis?

-La plantearemos de hoy á mañana...Caídos.. . Nos echan.. .

-iPero esa señora está desatinada, ó...?-De lo prometido no hay nada, Marqués.

En testamento,-no podemos proveer vacan-tes del personal diplomático... Pero ahoratendrá usted en el poder á su amigo Narváez,que le dará eso y cuanto usted le pida.. .

-iNarváez.. .‘?-Ea, que no puedo entretenerme. Dis=

pénseme. Voy á la Casa grande.,,Mien tras duró es te apar te, Loarre y la Ga-

monal hablaron de la inauguración del tea-tro de la Zarzuela, erigido en la calle de Jo-vellanos, hermoso coliseo que resultaba co-mo el hermano menor del teatro Real. In-

8uieto y caviloso Beramendi por lo que eleneral acababa de decirle, trató de llevar

la conversación al terreno político para es-clarecimiento de sus dudas, y á la menorindicación que sobre crisis hizo á doña Ma-nuela, esta señora, á quien sin duda se leatragantaha la noticia, se precipitó á echarlafuera en esta forma: “Pues sí., . lo digo, por-que hoy ha de saberlo todo Madrid. La Rei-na estuvo en el baile de anoche muy incon-veniente. Bailó el primer rigodón con O’Don-nell: la etiqueta manda que Su Majestad

O’DONNELL 147rompa el baile con el Presidente del Conse-jo. Terminado el primer rigodón, la Reinale dijo á mi marido: “iTe parece que baileel segundo con Narváez?,, Mi marido, quees la pura corrección, le respondió: “Seño-ra, Vuestra hlajes tad me dispense; pero laetiqueta y las conveniencias más elementa-les mandan que ahora baile Vuestra Majes-tad con un individuo caracterizado del Cuer-po diplomático. ..., APues qué creerán ustedes

‘que hizo la Reina? Sonreir, alzar los hombros,y sacar á bailar á Narváez.. . Esto es un des-precio para mi marido... es decirle, no conla boca, sino con los pies: “O’Donnell, tú.. . ,,En fin, que tenemos crisis.,,

Condenaron enérgicamente los dos próce-res la forma anticonstitucional y pedestre decambiar de Gobierno, no sin que Beramendihiciera gala de su erudición encareciendo laseriedad y rectitud de la Corona de Inglate-rra en los procederes constitucionales. LaGamonal, dama que había sido de la Reina, yDuquesa de las de nueva emisión, oía estascosas de alta política como si fueran cuentostraídos de la China. “Pues yo no sé, no SB...-di,jo abanicándose con mayor viveza deritmo-iEstaría bueno que la Reina, con serReina, no pudiera bailar con quien le dierala gana! _

-Hija, no puede ser...-observó DoñaManuela sin cambiar de ritmo en el abani-

%ueo.-Las Reinas, por serlo, están obliga-as á mirar bien lo que hacen, lo que dicen

y lo que bailan...,,

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148 8. Pl!REZ &4tD6$

iY vuelve por otra!... Era doña Manuelamás lista y aguda de lo que parecfa. Sufigura insignificante, sus vulgares facciones

. . afeadas por una expresión desabrida, y la

ltez de un moreno harto subido, no predispo-nían comunmente en su favor. La cualidad

/ suya dominante, que era el amor intenso ásu esposo, no tenía carácter social v de exten-so relieve. Para ella no había mis Dios nimás Rey que O’Donnell, ni tampoco mejory más venerado profeta. O’Donnell, hombrede una dulzura grande y de sencillez patriar-cal en sus afectos, la amaba tiernamente yla ponía en las niñas de sus ojos azules. De-cían gentes maliciosas que.la temía. Temíatodo lo que pudiera desagradarla, que es eltemor de los enamorados.

Volvió de Palacio don Leopoldo tranqui-lo, impenetrable. Ya los Marqueses se ha-bían ido, y ~610 permanecía en el salón deBuenavis ta la Duquesa de Gamonal. La pre-sencia de esta señora, de cuño tan reciente,que aún no se había enfriado el troquel queestampara su título, contuvo al General den-tro de la mayor reserva: lo que á ella le di-jese se haría tan público como si saliera enlos periódicos. Entró luego más gente: dosamigos del General, don Santiago Negrete yel Gobernador de Madrid, Alonso Martínez,almorzaron con él. Por lo que hablaron depolítica, la crisis ,era inevitable: ya se habíacitado á los ministros á Consejo, del cual se-gurament,e saldría la dimisión total. iQu6había dicho Isabel II á su primer Ministro

O'DONNELJI 149en la en tcevis ta de aquella mañana? Algo re-ferente á la Ley de Desamortización. Sólola Condesa de Lucena conocía el texto exac-to de las palabras de Su Majestad: “Mira,O’Donnell: te dije que no megustaba la Des-amortización, y ahora digo y repito que enconciencia no puedo admitirla; que no laquiero, vamos, que no puede ser . ...,

XVI

Paulo minorq canamus, y de otra crisishablemos, menos resonante que aquélla,porque á menor número de personas afecta-ba, pero no de inferior inter6s psicológico.Teresa Villaescusa, sin darse cuenta del va-lor y significado de las palabras, querzá des.amortización. Si alguna vez oy hablar delaLey á su tío don Mariano, en la memoriano le quedó rastro del nombre ni de lasideas que expresaba. Tenía, sí, un senti-miento vago de la detestable petrificaciónde la riqueza en manos inmóviles, y una vi-sión confusa del remedio de esta cosa mala,el cual no era otro que coger todo aquelcaudal, fraccionarlo, repartirlo en mil ymil manos que supieran hacerlo fecundo.No sería propio decir que Teresa pensaba enesto, sino que por su pensamiento á ratospasaban como sombras de estas ideas, enabstracción completa, sin que con ellas pa-

.

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í50 B . PIhEZ GALD6S

saran los términos usuales con que los en-tendidos y los ignorantes las designaban enaquel tiempo. Menos abstracto era en el al-ma de Teresita el aborrecimiento de la po-breza. Por las escaseces que había sufrido,6 por ingénito gusto de las comodidades yde los goces, la miseria le causaba horror.Egoísta y al propio tiempo magnánima, noquería ser pobre ni que lo fueran los demás:su anhelo era que hubiese muchos ricosmas ricos de los que había, y mayor núimero de millonarios.. . pensando, natural-mente, que de todo es te bienestar algo le ha -bía de tocar á ella.

Y sepase ahora que resuelto el buen Fa-jardo á sacar á Guillermo del nuevo panta-no en que había caído, no perdonó mediopara este meritorio fin. El destierro del pró-digo, disimulado por una posición diplomá-tica, si no se conseguía por O’Donnell, caídoya, se conseguiría seguramente por Nar-’váez. Pero esto no bastaba, y era forzosoimpedir á todo trance que Teresa y Aransisvolvieran á unirse. Re teniendo á éste cautivoen la casa de Emparán, obligóle á escribirla carta notificando á su amada el definitivorompimiento. Mas no seguro de los efectos dela epístola, ni confiado en la resignación dela cortesana, determin6 abordar ante éstadescaradamente, el delicado asunto. No 18conocía; deseaba explorarla y sondear suvoluntad. Bien podía suceder que fuese bas-tante discreta y razonable para prestar suauxilio al salvamento del caballero, Casos

O’DONNELL 151

de abnegación semejante había en el mun- I<do. Dejado, pues, á su amigo en casa, unamañana, bien custodiado por María Ignaciay D. Feliciarío, se fu6 derecho al bulto, seencaminó á la gruta de la fascinadora nin-fa, solicitó verla, accedió la ninfa sin recelo, *y poco tardaron en encontrarse sentados vis‘n uis en la elegante salita.

Sorprendido quedó Beramendi de la tran-quilidad con que la hermosa mujer oyó laexposición preliminar, hecha con habilidadpasmosa de explorador. Procurando no cau-sar á su interlocutora la menor ofensa, latrataba como amigo. Guillermo y él eran, *más que amigos, hermanos. Teresa se hacíacargo de todo; mostrábase atenta, mirandoel caso como medianamente grave en el as-pecto moral, gravísimo en el económico. Ensus réplicas, mostraba dignidad, aplomo yun interés casi fraternal por Guillermo deAransis. Cuando Beramendi, alentado porel buen giro que á su parecer tomaba elasunto, hizo á Teresa referencia clara de lasituación de su amigo, de sus locuras dis-pendiosas, de la pérdida de su caudal, delembrollo de sus intereses; cuando le contóque él (el propio Beramendi) había revuel-to el mundo por salvar una parte al menosdel patrimonio de Loarre y San Salomó;cuando le expuso el contrato con Sevillanoy el estado presente de Aransis, que era elde un caballero cautivo de su administra-dor, y sujeto á una pensión, suficiente paravivir con modestia, certísima para el vivir

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grande, con trenes de lujo y la diversión decaballos y mujeres; cuando, por fin le hizover que si Guillermo seguía embar&do conella, su naufragio era seguro, y no habría depasar mucho tiempo sin que se viese mise.rable, degradado, sin dinero y sin dignidadTeresa palideció, y con arranque di6 es&briosa respues ta:

“NO siga usted, Marqués... No necesitosaber más. Mucho quiero á Guillermo.. . ypor quererle tanto me aterra la idea de quesea pobre. Aunque me esté mal el decirlola pobreza me da horror. No la quiero paraél ni para mí. Usted me ha convencido deque le favorezco separándome de 61. Bienestá que vaya de Embajador 6 cosa así; bienestá que no me vea más. Soy la primeraen reconocer que no debemos seguir... queél debe irse por un lado, yo por otro.. . Yala carta suya, que recibí anoche acompaña-da de una cantidad muy lucida, me dió que

pensar. He dormido mal pensando que Gui-llermo me dejaba por no poder sostenerme.. .Marqués, no se asombre usted; no se enfa-de conmigo, no vea en mí una mujer malasi le digo que me repugna el contigo pan ycebolla. Esto es pura imbecilidad y cosasridículas que han inventado los poetas paraengañar el hambre... No, no: yo quiero áGuillermo, le querré siempre... pero quepor mí no se degrade ni se arruíne. . . Quedausted complacido, hlarqués. Su amigo y yohemos roto para siempre... Cuídese ustedde que ao venga á buscarme! y yo cuidar6

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de que no me encuentre si acaso viniera. . ,,Dijo esto último con empañada voz y el

consiguiente tributo de ternura y @rimas.Eran sinceras, pues si su aborrecinuento dela pobreza podía considerarse como primermóvil de tal resolución, detrás 6 debajo deeste sentimiento había también cariño, gra- ’titud y una dulce adhesión al hombre, al ca-ballero. . . A él debía su libertad, la inicia-ción en alegrías y goces que le fueron desco=nacidos; debíale las primicias del bienestarhumano, hasta entonces no disfrutado porella. Por Guillermo se le abrían horizontestras de los cuales creía vislumbrar espaciosde felicidad. Había sido su revelador y elprimero que dió realidad á su grande am-bici&. . . Bien le quería, sí. Bien merecíael homenaje de sus bígrimas... Dejándolascorrer, dijo á Beramendi: “No hay que ha-blar más, hfarques. En seguidita me mar-cho, me escondo. . . No, no voy á casa de mimadre, donde Guillermo daría conmigo seen ello se empeñara. Es testarudo; me quie-

Puede usted estar tranquilo. Yo le ase-&ro que me esconderé bien, y que no vol-veré á esta casa hasta saber que Guillermo seha ido á esa Embajada de extravajjis... Lee-r6 algún periódico para enterarme. Adiós,adiós.. . iPobre Guillermo! Pobre, no; no lequiero pobre.. . que sea feliz, que sea caba-llero noble, que conserve la dignidad; y us-ted, tan buen amigo suyo, consuélele.. . ha-ga porque me olvide. Yo no le olvido, no.Crea usted que Guillermo se pondra muy

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triste.. . iY qué bueno sería que al volver dela Embajada se encontrara su capital sacadode todos esos embrollos, limpio y... En fin,adiós.. . Dígale usted~que me he muerto; no,que me han robado... robado mi persona,que.. . dígale usted lo que quiera, y ya sabeque tiene en mí una servidora. Adiós,adiós... . ,,

. Sal16 Beramendi encantado de la sinceri-dad de Teresa, y de la honradez relativa conque proclamaba su afición á las riquezas ysu culto del bienestar. Tenía el mérito dedecir lo que otros hacen diciendo lo contra-rio, con hinchadas protestas de falsa delica-deza. Pensó el caballero que su amigo esta-ba salvado, no contribuyendo poco á tan li-sonjero fin el buen sentido de la coima, cua-lidad rara en esta clase de mujeres. Ya no *

- había más que esperar el cambio de Gobier-no para caer sobre Narváez y no dejarle vi-vir hasta que diera los pasaportes al Mar-qués de Loarre para una Corte extranjera,cuanto más distante mejor. Y el cambio deGobierno fué un hecho al siguiente día, taly como Don Leopoldo el Largo lo había pre- .visto. Doña Isabel, imitando á su señor pa-dre, dispuso que las cosas volvieran al esta-do que tenían antes de lo de Vicálvaro de-clarando nulo todo lo ocurrido en los’ dosllamados años de dominación progresista.Resultaba que las lamentables equivocacio-nes de Su Majestad volvían á cometerse, 6á constituir la efectiva normalidad política.Los hechos decían que el Gobierno de libe-

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rales y progresistas era el verdadero equivo-carse lamentablemente, según el Real crite-rio, y que Isabel II hablaba con su puebloen lenguaje socarrón, abusando de la contra-gramática y del maleante aforismo chispe-ro: al revés te lo digo, para que lo entiendas.

Fué la subida de Narváez como un trá-gala de toda la gente arrimada á la cola, quese preciaba de ser la dueña de nuestros des-tinos. 1No era mal puntapi el que la Espa-na vieja, momificada en SUS rutinas absolu-tistas 6 inquisitoriales, daba en semejanteparte á la España nueva, tan emperejiladay compuesta entonces con su Justo medio,su Unión de hombres listos y pulcros, ysu poquito de Desamortización, para mejo-rar siquiera el rancho que veníamos repar-tiendo en el hospicio suelto! Y Narváez en-traba como en su casa, tosiendo fuerte y tra-yéndose cogiditos de la mano, como mues-tra de liberalismo, á Nocedal, á Pida1 y áotros e,ju.sdem flirfuris. lQu6 país tan dicho-so! iQuién duda que hemos nacido de pielos españoles? Apenas enfermamos del den-gue revolucionario, sale una Providenciabenignísima que Dios destina paternalmen-te á nuestro remedio, y en dos palotadascorta el mal, y por lo sano, dejándonos comonuevos, en el pleno goce de nuestra barba-rie... Y apenas entraron los $wouidenciaZesal mangoneo político y administrativo, em-pezó el desmoche oficinesco, y la matanzade empleados de la situación caída, para re-sucitar á los de la imperante, que venían

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156muertos desde el 54. Todo el elemento pro-gresista, que arrimado estuvo á los pesebresdesde aquella fecha de las lamentables equi-vocaciones, fu6 arrojado á la calle con me-nosprecio, y entraron á comer los pobrecitosque no lo habían catado en todo el bienio.Los unionistas amarrados al presupuesto porO’Donnell, tambi6n cayeron con los ilotasdel Progreso, y á llenar el inmenso huecoentró la caterva moderada, con alegre alari-do de triunfo, como si ejerciera un derec,hosagrado. Eran los pobres á quienes se habíahecho creer que la bazofia nacional les per-tenecía, y que no debía comer de ella nin-guna otra casta de hospicianos.

Otra vez el alza y baja de ropa; otra vez _el vertiginoso triqzsithn de las tijeras delos sastres; otra vez La Gaceta cantandolos nuevos nombramientos con grito seme-jante al de las mujeres que pregonaban losnúmeros de la Lotería; otra vez la proce-sión triunfal de los que subían por las em-polvadas escaleras de los Ministerios, y ellúgubre desfile silencioso de los que baja-ban. En el coro lastimero y fúnebre de loscesan tes, descollaba una voz campanudaque dijo: “lCojondrios, ya está aquí la muer-te!,, Era Centurión recibiendo el oficio en

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que, con formas de sarcástica urbanidadse le decía que cesaba.. . Y el cesar en susfunciones de la Obra Pía, era como suspen-der las funciones orgánicas de asimilacióny nutrición.. . iComer, comer! De eso se tra-taba, y toda nuestra política no era más que

0’1DomLL 157‘La conjugación de ese substancial verbo. Elnacional Hospicio no podía mantener á tangrande número de asilados, sino por tan-das. . . Veíase el buen hombre condenado áuna nueva etapa de miseria. ¿Por qué, Se-ñor? Porque á nuestra Soberana se le habíametido en la cabeza que no debía desamor-tizar, y el espadón de Loja recogió al vuelola idea, y con la idea las riendas y el látigo,subi6ndose de un brinco al pescante del des-vencijado carricoche del Gobierno.

Pues siguiendo paso á paso la Historiaintegral, dígase ahora que al tiempo queIsabel de Borbón decía con desgarrada vozde maja: yo no desamortizo, la otra maja,Teresa Villaescusa, gritaba: “juro por lasTres Gracias que á mí nadie me gana en eldesamortizar.,, No usaba esta palabra, nidaba concreta forma á sus atrevidos pensa-mientos; pero en la rigurosa interpretaciónde la idea no fallaba la despejada hembra.Aún persistía en su corazón el duelo deAransis, cuando puso fundamento al nuevotrato de amor con que debía sustituir al tra-to roto. Base de su criterio en estos gravesasuntos era el principio de que la peor cosadel mundo es la pobreza; de que el vivir noes más que una lucha sistemática contra elhambre, la desnudez, la suciedad y las mo-lestias, y partiendo de esto, eligió entrelos tres 6 cuatro individuos que la solicita-ron aquél que ofrecía más templadas armaspara luchar contra el mal humano. Ya enlos últimos días del breve reinado de Aran-

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sis, llegó una emisaria con varias proposi-ciones que no quiso aceptar. Teresa eraleal: no cometería una traición por nada deestemundo. Pero sacada, como si dijéramos,á concurso por la abdicación de Guillermo,no quiso precipitarse, sino antes bien hacerel debido examen y selección de candidatos.No tenía prisa; el dinerillo del testamentode Guillermo le permitía tomarse todo eltiempo que fuera menester para elegir concalma. Cuidó en aquel tiempo de dar ma-yor realce á su belleza, cada día más intere-sante; coqueteaba graciosamente con los re-milgos mejor copiados del modelo de la hon-radez; acentuaba su gracia, su donosura,hacia la gran señora; se daba un tono feno-menal... La resolución ó sentencia vino porfin informada en esta idea: los grandes far-dos de riqueza deben ser manoseados JJ sa-cudidos con alguna violencia, para que deellos se desprenda el exceso, que es cargaperniciosa; y si no se dejan sacudir, debequitárseles lo más que se pueda para reme-dio de los que van-sin ninguna carga porestos mundos de Dios. Aligerar á los dema-siado ricos es obra meritora... et mtera. . .no lo decía así; pero lo hacía.

159

XVII

Eligió con exquisita cautela y previsiónTeresilla la persona que mas le conveníapara sus fines estratkgicos, consistentes enlevantar formidables baluartes contra la po-breza, y para llegar á la final decisión em-pleó diversas artes, sometiendo al preferidoá pruebas de lealtad, de sinceridad, de es-plendidez y de otras virtudes que la pícaramujer es timaba condiciones sine @busnon. Era el nuevo contratista de amor unfrancés de mediana edad, ni joven ni viejo,más gordo que flaco, alto, rubio, sonrosado,de correctísima educación y finos modales,que había venido á Madrid al establecimien-to del Crédito Franco-Español, núcleo decapitalistas extranjeros que debía emprenderen España negocios colosales, como Los Ca-rninos de Hierro del Norte, el monopolio delGas de las principales poblaciones, la explo-tación de Riotinto... Dándose mucho tono,reservándose, como quien aspira por suspropios méritos á una elevada cotización, ce-lebró Teresa más de una conferencia conIsaac Brizard, y mientras exploraba el terre-no, su perspicacia descubrió que el tal traíadinero fresco y abundante, ,harto más luci-do que las escatimadas riquezas territoria-les de nuestros nobles, los cuales viven co-

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munmente empeñados, y son esclavos de stlsadministradores, ó del precio que en cadaaño alcanzan la cebada y el trigo. La impor-t,ación de capitales extranjeros limpios depolvo y paja estimábala Teresa como una delas mayores ventajas para la Nación. Queaquí se quedara, derramado en cualquierforma, todo el dinero que viene para nego-cios, era una bendición de Dios.

Cuando Teresa se hallaba en los días deresistencia, de coquetería, de pruebas, re-doblaba Isaac sus galanteos, que á menudollevaban s6quito de regalitos costosos y delmejor gusto. Como dijera un día la moza quesu niñez había sido muy desolada y triste,que jamás tuvo una muñeca bonit.a, el fran-ces le mandó por la noche dos elegantísi-mas, de la tienda de Scropp, una y otra ves-tidas con tanto primor como cualquier se-ñorita de la más alta nobleza. La una decíapapá y mamá; la otra movía los ojitos, yambas tenían articulaciones, con las que seles daban graciosas pos turas. Agradeció Te-resa este obsequio como el más delicado quepodía ofrec&sele, y todo el santo día se lopasó jugando con sus nuevas amiguitas ydiciéndoles mil ternuras á estilo maternal,entre caricias y besos. Deseaba Isaac obse-quiar á Teresita con un espl6ndido y deli-cado banquete, sin más compañía que la deuno ó dos buenos amigos, de lo más selectode la sociedad. Dos comederos elegantes ha-bía entonces en Madrid: Farruggia y Lhar-dy . Pero en ninguno de los dos veía Brizard

O’DONNELL 161

31a disposición de aposentos que la reservaexige. Gabinetes con efectiva independenciano había en ninguna de las dos casas. Como.no era cosa de llevar á la sin par Teresa alColmado de Rueda, en la calle de Sevilla,6 á la Il’ienda de loa Piijaros, discurrió elbueno de Isaac un arbitrio que resolvía dosproblemas: el del convite y el de la instala-ción de Teresa, con cuyo rendimiento con- .taba ya como hecho indudable. Con tantobarro á mano, fácil le fu6 al extranjero al-quilar un bonito piso en casa nueva, callede Santa Catalina, y amueblarlo, si no total-mente, en la ,parte de sala y comedor. Lodemás de la casa se completaría pronto: yaestaba todo encargado á Prévost, el mue-blista más caro y elegante de aquellos tiem-pos. Dispuestas así las cosas, Isaac encargóá Farruggia la comida para cuatro perso-nas. Había, pues, dos invitados.

Si los periódicos pudieran dar cuenta deestas cosas, habrían dicho, en Octubre deaquel año (no consta el día): U Verificóse elanunciado banquete... tal y tal. :.,, Pero lo*que no dice el periódico lo dice el libro. Bellasobre toda ponderación, y elegante como laspropias hadas, si éstas se ajustaran á la mo-da, estaba Teresa, que con seguro instintosabía combinar en su atavío el lu’o y la mo-tdestia, y con infalible puntería d!aba siem-pre en el blanco de agradar á los hombresde gusto. Admirable era su tez, de blancu-ra un tanto marfilesca, sin ningún afeiteeli polvos, ni nada más que lo que al pincel

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de Naturaleza debía; hechicera su beca fres-ea, estuche de los mejores dientes del mun-do; arrebatadores sus ojos negros, con unjuego de miradas que recorrían todos los re-gistros, desde el más burlesco al más enso-ñador; deliciosas las dos matas de pelo cas-taño que se partían sobre la frente, exten-diéndose en bandas, no con tiesura pegajo--sa, sino con cierta ondulación suave, un tré-molo del cabello que iba á parar tras de laoreja, bordeándola graciosamente. El cue-llo era un presentimiento de la garganta yseno, que no se dejaban ver, pues la pícaratuvo la sutil marrullería de no presentarse.escotada. La tela vaporosa contaba en len-guaje estatuario todo lo que dentro había..El traje, de color malva claro, apenas lucíasus cambiantes entre una niebla de finos en-cajes; la cintura delgadísima enlazaba elabultado pecho con la ampulosa magnifi-cencia del bulto inferior, todo hinchazón de,telas alambradas. En la. jaula del miriña-que desaparecían de la vista las caderas ytoda la demás escultura infracorpórea de lamujer. La moda exhibía la mitad de unaseñora colocada sobre la mitad de un globo.

Presentados por Isaac los dos amigos, Te-.resita les acogió con graciosa sonrisa; ocu-pó su sitio, diciendo á los tres que se sen taran, que no anduvieran con ceremonia, que.hablasen con libertad, pues tanto le gustabaá ella la libertad como le cargaban los cum-plidos, y los criados de Farruggia, limpios yestirados, empezaron á servir. El más joven

I

O’DONNELL . 163de los convidados, Ernestito de Remen tería,esposo de Virginia Socobio, poco había cam-biado en figura y acento desde la Bpoca desu matrimonio, como no fuera que eran algomás orondos sus mofletes, y más chillona ydelgada su voz. Desde la desaparición de sumujer, que se escapo con un pintor de puer-tas, llevaba Ernestito una vida serena ca-chazuda y metódica, distribuyendo su tiem-po entre los trabajos de La Previsión, juntoal papá, el honesto recreo de regir un coche-tillo en la Castellana, y la monomanía decoleccionar objetos diversos, que un día fue.ron bastones, luego petacas y fosforeras, ypor último, se había dado á las celebridadeseuropeas en fotografía y grabado. Conserva-ba el joven Anncnrsis el tipo de sacerdotefrancés con melenita, la escasez de pelo debarba, la finura empalagosa de su trato, y laabsoluta insubstancialidad de cuanto decía.El otro convidado era en realidad un grandehombre, figura de primera magnitud en lahistoria social del siglo XIX, y tan notable porsu facha, que era la de un perfecto aristiicra-ta, como por su trato, el más afable y seduc-tor que imaginarse puede. ViBndole unavez, iquién olvidaba la corpulenta y gallar-da estatura de aquel señor, su cuerpo biendistribuído de carnes y más grueso que flaco,su faz risueña que declaraba el contento y se-renidad de una vida consagrada á los goces,sin ningún afán ni amargura? Don José dt!la Riva y Guisando era un hombre que pa-recía simbolizar la posesión de cuantos bie-

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164 B. PIhEZ GALDÓB

nes existen en la tierra, y el convencimientode que nos ha tocado, para pacer en 61 y re-crearnos, el mejor de los mundos posibles.

Hay tanto que decir de Riva Guisando(para los íntimos Pepe Guisando), que noconviene decirlo todo de una vez, sino soltarel personaje en esta historia, para que 61

.mismo hablando se manifieste, y sea fielpintor de su persona y el intérprete más au-torizado de sus ideas... Cuatro palabras aho-ra para describir el físico y algo del sér mo-ral de Isaac Brizard: Casi tan alto como RivaGuisando, no podía comparársele por la no-. bleza y arrogancia de la figura. Podía Gui-sando servir de modelo á todos los duques yaun á los más estirados príncipes de Euro-pa. Isaac, igualando á su amigo en la inta-chable limpieza, no podía ser modelo de

róceres, sino de apreciables sujetos, hijos. åe negociantes y educados en los mejores

colegios de Francia. Guisando fu6 un ele-gante genial, que todo lo había aprendidoen sí mismo, y nació con la presciencia decuantas ideas y formas constituyen elegan-cia en el mundo. Brizard era un productode la educación, un hombre distinguido ypulquérrimo, de un excelente fondo moral,con tendencias al vivir cómodo y sin bam-bolla, ni envidioso ni envidiado.. . Y porfin, para que se vea todo en su propio colory sentido, el tipo de Isaac Brizard revelabala hibridación franco-germánica ó franco-flamenca, un admirable tipo engendradopor trabajadores, sano, leal, ordenado hasta

O'DONNELL 165en los desórdenes á que le empujaba su ri-queza, de ojos azules que delataban al hom-bre confiado y bondadoso, la boca risueña,sobre ella un bigote menudo, del más finooro de Arabia. Hablaba un español inco-rrecto, mal aprendido en la conversación ysin principios, con modulaciones guturalesque le resultaban más feas por su afán decorregirlas 6 disimularlas. Al reproduciraquí su lenguaje, se tiene con este simpáti-co extranjero la caridad de enmendarle lasdesafinaciones del acento.

.

“Eh, señores, dcómo se llama esta sopa?-dijo Teresa riendo con deliciosa sinceri-dad.-Ya irán ustedes notando que soy muybruta... Me parece que me pondría más enridfculo dándomelas de fina, y queriendoocultar mi ignorancia... Pues esta sopa, yono sé lo que es ni la he comido en mi vida.Casi nada SB de comidas francesas; no en-tiendo’los motes raros que ponen á cada pla-to... iVerdad que soy muy bruta?

-Usted es hechicera, y esta sopa es, 6quiere ser, potage á la Montesquieu-dijoGuisando, erudito y galante.-Cualquierotro nombre le cuadraría mejor.,,

Acordándose de su colección de celebri-dades, Ernesto quiso amenizar la reunióncon este comentario: “iMontesquieu...? Ten-go dos retratos del gran francés: uno deellos en talla dulce, de la época...

-Está buena la sopa-observó Teresa.-*Pero á qu6 sabe? Lde qué legumbres está&echa?,,

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La opinión de Isaac no pudo ser más sen-sata: “En culinaria, el cocinero debe sabermucho, y el que come ignorarlo todo. Asícome uno más tranquilo.

-Perdóneme, mi querido Hrizard- dijoRiva Guisando,- que no le acompañe enesos distingos. Saboreamos mejor los pro-ductos de la culinaria, cuando sabemos áqu6 saben, y con qu6 ingredientes han sidocompuestos.. .

--Apero es esto un pnre de pepinos, depatatas, ó qué demonios es?- pregunt6 Te-resa, sin que las dudas mermaran su ape-tito.

-No es más que una mixtificación, á laque ponen el primer nombre que se les ocu-rre- afirmó Guisando.-Cuando Isaac mehizo el honor de invitarme á esta comida,que, entre paréntesis, sería deliciosa aun-que la prepararan los cocineros más malosdel mundo, volví á mi cantinela de siemprecon el amigo Farruggia: “Las sopas caldu-das y crasas pasaron á la historia... Ya queusted se propone enseñar á los españoles ácomer, trate de propagar, de popularizar loseonsommés finos, tan substanciosos comotransparentes... Le propuse para esta intere-san te comida el Consonzmé ci la creme de fai-sún, que es delicioso, verdaderamente deli-cioso, Teresa.. . F sencillísimo.. . verá usted.- i Ay, enseneme!. . . Me gusta cocinar

algo... Poco sé... Quisiera poseer el secretode algún platito delicado.,.

-Sencillísimo, como digo. Todo el arte

O’DDNNELL 167

esth en preparar los huevos, que se sirvenaparte... Se cuecen huevos bien frescos, depolla precisamente, de gallina joven.. .

-iAy!... ilástima no tener gallinero encasa! Adelante.

-Luego se les vacía.... se saca la yemapor medio de un tnbito.. .

-Tanto instrumento ya es por demás,-Con las yemas y el picadillo de pechu-

gas de faisán, se hace la farce d la creme.--.Y esa farsa, qué es?- ‘1 relleno. . .B Se rellenan los huevos._..

se ponen al baño María.. .- i María Santísima!-En vez de faisán, puede usarse perdiz,

bien fresca . . .-Yo sí que .estaría fresca si me metiera

en esos trajines tan enredosos.-Amiga mía, no necesita usted cocinar.

Bien se ve que lo haría con mucha gracia siá ello se pusiera.. . Ya tendrá usted un buenjefe que la libre de esos quebraderos de ca-beza, y del deterioro de sus manos lindísi-,mas . ,,

Viendo que le servían Jerez después dela sopa, protestó. Teresa con sincero desen-fado: “iEh, caballeros! que el Jerez se mesube al quinto piso.. . Repito que soy muybruta.. . no tengo costumbre de beber tanto,ni de variar de bebidas.. . LQuieren vermepeneque?,, Aseguró Isaac que todo era cues-tión de costumbre, y que debía poco á pocoeducarse en el comer fuerte, acompañado debebida confortante.

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168 B . PIhEZ GALD6B

“ iAy, ay! eso no va conmigo...-dijo Te-resa, probando el Jerez.-Porque ustedes nome crean demasiado palurda, bebo un po-quito; pero no se asombren si me ven per-dida de la cabeza, y diciendo algún dispa-rate.,

Ernestito, dando ejemplo de buen tono,equivalente á la poca sobriedad, se atizó doscopas, comentkndolas en esta forma: “Lasopa y el Jerez no tienen en las comidasotro objeto que preparar el estómago, darlef o r t a l e z a . . .

- * P a r a q u é ?-hara comer, para seguir comiendo.._

Ahora empezamos, señora mía. Yo, ya loira usted notando, como bien. Desde que en-tré en el Colegio Flaminio, en Saint-Denis,aprendí á comer bien, dando al cuerpo todolo que pedía. Es un gran sistema para tenersiempre la cabeza.. .

-&6mo?-Despejada... y las ideas claritas. Es lo

que yo recomiendo principalmente á todos.mis amigos: que coman fuerte...

-Y con la recomendación les mandaráusted la comida, porque si no.. .

-Eso es cuenta de ellos, y de que quie--ran tener salud 6 no tenerla. Repare usted,Teresita, que todos los grandes hombres hansido de buen diente. Federico el Grande, de.cuyos retratos poseo la colección más luci-da que hay en España, profesaba la doctrina.de Rabelais: cinco comidas y tres siestas..Talleyrand consagraba toda su atención á

O’DONNELL 169la buena mesa. Mi padre, que es hombremuy entendido en todos los adelantos ex-tranjeros, no cesa de predicar á los españo-les que se den buena vida, la mejor vidaposible, y sostiene que uno de los mayoresatrasos de este país consiste en que aquf nosaben comer.- Es verdad-dijo Guisando:-reconoz-

camos una de las deficiencias que nos ponená la cola de las demás naciones. Los espa-ñoles no saben comer. ,,

XVIII

Sirvieron pastelitos de foie-gras. . . despuésun plato de pescado que Guisando tradujo alfranc6s: Turbot bouilli, garni, sauce Colbert,y entre tanto, los cuatro comensales apura-ron el tema de si saben 6 no comer los espa-ñoles. Ingenioso y ameno, Riva Guisando sedespachó á su gusto en esta forma: “No po-demos dudar que, de algunos años acá, nues-tro país viene entrando en la civilización, yasimilándose todos los adelantos. Eso lo ve-mos en diferentes órdenes. Nuestras casasadquieren el confort de las casas extranjerras. Verdad que falta el agua, pero ya ven-drá; la tenemos en camino. Nuestros teatrosno desmerecen de los de otros países; y enópera creo yo que estamos á la altura de lascapitales más aristocráticas. Nuestras muje-

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lío B. dXEZ QAI.K&3res, bien á la vista está, visten con tanto gus-to y elegancia como las parisienses, y nues-tros hombres no tienen nada que envidiar álos caballeros ingleses mejor vestidos.. . S610en el comer estamos atrasados... Fuera deunas pocas casas, hasta las familias más ri-cas no saben salir del cocido indigesto, y delos estofados, pepitorias y fritangas... Y enla manera de comer guardan la tradición: seatracan y no comen realmente; no saben loque es la variedad, la composición artística,de las viandas para producir sabóres espe-ciales y excitantes; no han llegado ápenetrarla filosofía del condimento, que es una filo-sofía como otra cualquiera.. . En el beber, ,tragan líquidos, sin apreciar el rico bouquetde cada uno, sin distinguir los innumera-bles acentos que forman el lenguaje de losvinos. Cada uno- dice algo distinto de. lo quedicen los demás.. .- iAlto ahí! -exclamó Teresa cortándole

el discurso con delicioso tonillo y ademán deburlas; - perdone usted, señor Guisandoque le interrumpa. Si los vinos son cada un;una palabra, un acento, y todos juntos co-mo lenguajes; si los de España hablan es-pañol, franc6s los de Francia, y así los de-más, ustedes quieren introducirme á mí enel cuerpo la torre de Babel... Vamos, que ápoco más, salgo Hablando todos los idiomas.

-No, no, Teresa-dijo prontamente Bri-zard;=no se bebe para embriagarse, ni seembriagan los que saben beber... La bebi-da fina y variada es un signo de civiliza-

._- ._-. --- .__-..__.._ --L

IO’DGIMIPLL 171

ción. En eso estoy con el amigo Rementeríay con Guisando... iOh! en Guisando hay quereconocer un gran civilizador.

-Civilizador usted-replicó el elegantecaballero,-que nos trae la más grande for-ma del Progreso, los ferrocarriles.

-Es verdad; de eso trato, y mi mayorgloria será vestir á España de país civilixa-do... Usted y yo civilizamos; pero permíta-,me que marque entre los dos una diferen-,cia.. . una diferencia en que yo salgo favorecido. Usted empieza la campaña civiliza-dora por el fin, mi querido Guisando, por-que quiere enseñar á los españoles cómo secome; yo la empiezo por el principio, ense-ñándoles á buscar lo que han de comer.

-iEso... eeeeso! -gritó Teresa risueña,con desbordada alegría, las mejillas echan-do fuego, el gesto más expresivo y acentua-do de lo que pedía la compostura. - El señorGuisando se trae aquí la filosofía de la bue-na mesa, y quiere enseñársela á un puebloque no tiene sobre qué caerse muerto. iCómoquiere usted que sepa comer el que no come?Y esas salsas Colbert, esas besamelas, esasfarsas ó rellenos, esos rosbifes, y chatobria-nes, y gigotes, y esas trufas y esos jugos, idedónde han de salir? GReparte usted diaria-mente un par de monedas de cinco duros porbarba á todos los españoles?. . . i Ay, ay! Yoles suplico, señores míos, que me den licen-cia para callarme.. . Siento que el disparatese me viene á la boca, y á poco que me des.cuide, oyen us tedes una barbaridad. Es mu-

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cho comer éste, es mucho beber, para queuna tenga la cabeza despejada. Perdónen-me; estoy un poquito á medios pelos... Mecallo...el pico.,

Ustedes me agradecerán que cierre

Dejó el tenedor, y requiriendo el abanicoempezó á darse aire con viveza. Los caballe:ros le reían la gracia; celebraban que setrastornase un poquitín, y asegurando queel encendido color y el chispeante mirar laembellecían extraordinariamente, incitá-banla á beber del rico Borgoña que á la sa-zón servían. Pero ella no hacía caso, y jovialagitaba el abanico con verdadero frenesídiciendo: “Yo, punto en boca: no vayamoká salir con alguna patochada. Me conozcoHablen ustedes y yo escupo, digo, yo calloy otorgo.. . ,,

Tan modesto como ingenioso, Guisando semostró conforme con las ideas de Isaac re-conociendo en el magisterio civilizado; deBste más sentido práctico que en el suyo.“Es cierto, Brizard: usted trae á España losprimeros elementos del bienestar. Por ahí seprincipia. Yo empiezo por el fin, porque nosé otra cosa. Cada uno comienza sus leccio-nes por aquello que más sabe... En la men-te del discípulo siempre queda algo de laenseñanza que se le da, por más que Bsta seaprematura. Yo digo á los españoles: “no sa-béis comer;,, usted les dice: “trabajad y co-meréis. ,, Claro es que usted está en lo firmeYo, si bien se mira, soy un profesor extra:vagante que coge á los chicos cerriles que

O’DMNR LL 173no saben leer ni escribir, y se pone á expli-carles las asignaturas del doctorado.. . Perotodo es enseñanza, amigo. Algo quedará.. . ,,

Sirvieron el plato de legumbres, que Gui-sando y Ernesto celebraron mucho, defi-ni6ndolo así: concombres- farcis ic la demi-glace. Pidió Isaac su opinion á Teresa, lacual se dejó decir: “Señores míos, la turcaque estoy cogiendo, no por mi gusto, sinopor el empeño de ustedes en que yo empinemás de lo regular, no me deja ser hipócrita.Quiero mentir con finura y no puedo.. .Esos concombros me parecen una porquería.Si mi cocinera me presentara este comistra-je, yo le tiraría la fuente á la cabeza.,, Servi.do el asado, Teresa se resistió á comer más.Obstinóse Guisando en servirle una biencortada lonjita del Chapon k la finar&re;regate6 Teresa; cedió al fin con salados re-milgos .

Debe decirse que la hermosa mujer, cuyainiciación en la vida grande aquí se descri.be, exageraba su torpeza ó su ignorancia delos refinamientos sociales. No los desconocíaen absoluto; pero dotada de grande agude-za, calculó, antes de personarse en el ban-quete, que la afectación de finura podría lle-varla, sin que de ello se diera cuenta, á unasituación algo ridícula. Mejor y más airoso,era la contraria forma de afectación, hacer-se la palurda, la novata, todo ello desple-gando su natural donosura. Y el resultadode esta táctica fu6 tal como ella lo pensó,admirable y decisivo. Isaac parecía extasia-

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do; celebraba con entusiasmo Ias donosassali’das y sinceridades de la que pronto ha-bía de ser suya, y gozaba con la idea de edu -caria y darle un curso de todas las leyes ytoques del buen gusto. Bien comprendía lamuy ladina que á los extranjeros agrada loque Ilaman carcicter, color Eocal, y que seenamoran de lo que menos se parece á lo desu tierra.. . Isaac, prendado locamente de laespañola, en ella simbolizaba la conquistade esta tierra, mirándola con amor y sem-brando en ella ideas fecundas y fecundoscapitales.

Una de las condiciones propuestas por Te-resa en el trato de amor con Brizard, era queéste había de llevarla á París y tenerla allíuna temporadita, aprovechando el primerviaje que tuviera que hacer á la capital ve-cina. Con alegría di6 Isaac su aprobacióná esta cláusula. De ello y de los encantosde París en el segundo Imperio hablaron lostres caballeros en la comida, dando pie áTeresa para que se despachara á su gusto ycon desenvoltura en este tema: “Mucho megustará París. Tantas maravillas he oídocontar, que ya me parece que las he visto.. _De seguro me divertiré y aprender& perotodas las cosas buenas de París no me qui-tarán el ser española neta.. . Española voy, ymás española vuelvo. . . @ue aprenda yofrancés? 1 mposible, Ernestlto.. . Tarde pia -che. Cuatro palabras aprendí en mi colegio,y con esas cuatro palabras y otras cuatríbque allá me enseñen, me arreglare. . . Dicen

P - _

O’D >NmLL 1 7 5que la Emperatriz Eugenia, con ser nr,damenos que Emperatriz, no ha querido afrancesarse.. . Y yo pregunto: ipor qué usará Na-poleón esos bigotes engomados tan largos ytan tiesos?. . . No me hagan caso; estoy perdi-da dela cabeza.. . París, con todos sus monumentos, no vale lo que Madrid, que tiene lasgrandes plazas.. . Puerta Cerrada, la Red deSan Luis, y como bul&a,res, tdónde me de-jan ustedes el Postigo de San Martín v 7%Costanilla de los Angeles?. . . París e’s bo&to,alegre, y con cuatro magníficas fachadas alMediodía, como quien dice, al Amor.. . todaslas fachadas dan al Amor. . . En París haymucho dinero, es la ciudad del dinero.. . y porser aqul pueblo tan rico, hay allí más hon-radez que en los pueblos pobres... En lospueblos tronados viven todoslos vicios.. . Nome hagan caso . . . i Verdad que estov dicien dosin fin de disparates? No sé lo que higo.. . Mehan hecho ustedes beber más de lo que bebeuna señora fina... No tengo costumbre. .Soy lugareña y tonta.. . Las tontas se em bo-rrachan an tes que las lis tas.. . y á las honradas se les va la cabeza más pronto ,que á lasdisolutas.. . Yo me callo...zada. n

Estoy avergon-

Protestaron los caballeros ,de está falsavergüenza, y Guisando le dijo: “Está ustedadorable, y el mareito se le quitará be-biendo esta copa. de Champagne.. .,, Isaacle rogó ueaccedió. gi

bebiese, y ella sin melindrese gustaba el Cilampagne: si pu-

diera, no bebería en las comidas mks que

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Champagne... La variedad de vinos le re-pugnaba: uno solo y superior. Guisando ce-lebró esta opinibn de Teresa, la más con-forme con el gusto de él y de toda personaverdaderamente refinada. “Bebo-dijo Te-

\ resa tomando la copa larga, por cuya bocaestrecha se escapaba la espuma,-bebo á lasalud de mis buenos amigos; bebo á su fe-licidad, y á.. . á que tengan lo que desean. . .Usted, Isaac, que le salga bien el negocioque ahora le trae tan preocupado.. . ya meentiende... Usted, GUisando, que sea prontoGrande de España, por título... que ya loes grandísimo por su magnificencia.. . y us-led, Ernesto, que haga muchas conquistas,pues ya sabemos que es usted muy enamo-rado. . .

-iOh, no, no! -dijo el plácido Anacar-sis, presuroso en desmentir una suposición#que, á su parecer, le desconceptuaba.-¿Ena-morado yo? No es cierto, Teresa... Bien seve que se le ha ido el santo al cielo.. . Ex-ceptuando lo presente, tengo del bello sexola peor idea...

-Pues perdóneme usted, Ernestito: no‘he dicho nada. Somos muy malas... Ustedpuede decirlo... y probarlo... Es usted unángel... por eso tiene esos colores tan boni-tos y esa frescura en el rostro.. . Señores, elGhampagne me ha matado. LHe dicho mu-chas gansadas?

-No, no, no...-Ya no puedo más.. . Se me cierran los

ajos.. . El comedor da vueltas.. . la mesa bai-

0’DOXWX.i 1i7

Ba. . . Guisando tiene dos caras: con las dosme mira y se ríe. Ernestito se pone sobre lacabeza el ramo del cent.ro de la mesa,. . . Meduermo, me., . eclipso; me envuelve la no-che. Isaac, por favor, deme usted la mano;ayúdeme á levantarme, y á llegar al sillón.. ..al sillón que allí veo... Ssí, así. . . ya es-toy á mi gusto,.. Aquí me desmayo... aquíme desvanezco. . . Por Dios, Isaac., mi buenIsaac, abaníquenle usted, deme aire; perofuerte.. . Ya no veo más cara que la de us-ted, Isaac. . . El aire que usted me da me con-suela, me anima...go, tan fresco... tan

/Qué aire tan bonito, di-. . .! No sé: es un aire ex-

tranjero...más aire.. .

aire rico, muy rico.. . Isaac, deme

- Café bien fuerte,-dijo Guisando pro-poniendo el mejor específico contra las bo.wacheras de señora de buen tono.,,

Con la ventilación enérgica qu? le admi-,nistró Isaac, y el café y la dulce wnversa-ción, sin ruido, se fu6 despabilando Teresa.y venciendo la somnolencia. Terminó la co-mida sin ningún incidente digno de figuraren la Historia integral ni en la fragmenta-ria, pues el hecho de arreglarse y cerrar tra-to aquella misma noche Teresita y Brizardes de esos que, por descontados y claramen-te previstos, no piden más que una men-ción... menos aún, una raya de cualquiercolor trazada en la página sin letras de esahistoria que llamamos Chismografia.

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la

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XIX

Y esa historia sin letras dice que Teres&ta se instaló en la misma casa del ya refe-rido banquete, días después de la partidade Aransis para la gloriosa y tioruscante.Atenas, como Encargado de Negocios de laiCatólica Majestad de Isabel II en aquel Rei-no. Obra fué del buen amigo Beramendieste destierro, ayudado por Narváez, quientomó el asunto como propio y lo resolvicon diligencia. Llamado á París Isaac Bri-zard por el reclamo de sus negocios, deter-minó partir en Noviembre, llevándose BTeresa, conforme á lo convenido. Ni á esta,causaba temor el viaje en pleno invierno, niquería separarse de Isaac, que era para ellael mejor de los hombres, extremado en labondad y en la largueza, prodigando sin ta-sa su dinero como su cariño. Sobre el puntointeresante del estipendio de amor, Teresi-ta veía colmadas sus ambiciones. El gozo dever satisfechos todos sus gustos se completa-ba con la dicha de tener sobrantes y de aten-der con ellos á necesidades ajenas, empe-zando por su madre, que era una boca nofacil de tapar. Pero en aquella venturosaetapa para todo había.

Con sus íntimas amigas tuvo ManolitaPez algunas confianzas que merecen ser

O'DONNELL 179consignadas en estos papeles: “A Teresa laha venido Dios á ver con ese francés tanfrescachón y tan caballero. Ya quisieran losnobles de aquí parecersele en la lozanía delrostro, que es lo mismo que una rosa, y enla mano siempre abierta para complacer ásu adorada. Yo le he dicho á Teresa que noaparte sus ojos del porvenir... Ademas deltanto fijo que Musizi Brizard le señale parala vida corriente, debe mi hija poner todosu talento en sacarle wa millón.. . iQu6 esun millón para una mujer de tanto mérito?Y con es te capitalito ya puede la niña echar-se á dormir. . . El día de mañana, si ese se-ñor pasa á mejor vida, lo que no quieraDios, 6 si por envidia le arman algún enre-do para que rompa con mi hija, ésta podrábandearse sola, sin tener que aguantar laspejigueras de un vejete baboso, de un puer:co, de un tío cargante; y aun podría encon-trar proporción de matrimonio. Con el mi-lloncito todo se olvidaría, ivaya!. . . iY que ’tendría mi Teresa mal gancho para pescarmarido; y este no habíade ser un cualquie-ra, sino persona de algún viso, y quizás conel

eecho cargado de cruces y bandas!,,on Centurión no se trataba Teresa di-

rectamente, y bien lo sentía, que para ellano habría mejor gusto que poder acudir alremedio de las escaseces que á don Marianole trajo su cesantía. Sabía de él y de donaCelia por su tía Mercedes, la mujer de Leo-vigildo Rodríguez, con quien reanudó eltrato despu& de una temporadita de moños.

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También Leovigildo estaba cesante, situa-ción lastimosa en aquel honrado matrimo-nio, cargado de familia. La pobre Mercedes,*al poco tiempo de desembarazarse de unacría, ya se mostraba con los evidentes anun-cios de otra. Y creyérase que en los períodosde cesantía procreaban más los desgraciadoscónyuges. La sociedad quería matarlos dehambre, y ellos aumentando sin cesar elnúmero de bocas. No faltaban, afortunada-men te, personas caritativas que se condolie-sen de su desamparo y fecundidad, entreellas Teresa, que les enviaba surtido de za-patos para toda la cáfila de criaturas, 6 re-puesto de arroz y garbanzos para muchassemanas. Don 1Iariano que había tomadoentre ojos á los Villaescusas de una y otrarama, no quería tratarse &on la esposa deLeovigildo; pero doña Celia, más benigna,la visitaba algunas tardes á hurtadillas desu marido. La señora de Centurión y Mano-lita Pez se encontraban algún día en unterreno neutral, la casa de Nicasio Pulpis,esposo de Rosita Palomo, y allí, rompiendodoña Celia la consigna que su marido lediera de no tener trato con la Coronela nieon su depravada hija, hablaban de sus res-pectivas desazones. La curiosidad más queel afecto, movía comunmente á doña CeliaPalomo á preguntar por Teresa; respondíaManuela, tratando de dorar la deshonra desu hija con hábiles artificios de palabra.

Con la de Navascues no había vuelto átener Teresita ningrín trato. Traidora y des-

O’D3NXELL . 181leal llamaba Valeria á la que fue su amiga,y no le perdonaba el solapado ardid que em--ple6 para sustraerle el libro de texto. Malapartida como aquella no se había visto nun-ca. Dos ó tres vetes se cruzaron las dos hem-bras en la calle, y se dispararon miradasrencorosas. No desconocía Valeria que paraella había sido un bien la retirada de Aran-sis, que arruinado ya, no era partido de con-veniencia para ninguna mujer. Pero esta-consideración no le quitaba el reconcomiocontra Teresa, en quien, por otra parte, re-conocía un magistral talento para conducir-se en sus empresas de amor, y ,prueba deello era la reciente pesca del opulento fran-ces Isaac Brizard. Sin duda por llevar tanbuena parte en los favores de la suerte, Te-resa no se cuidaba de aborrecer á su vícti-ma. Mis bien le tenía lástima, sabedora deque la pobrecilla andaba mal de intereses_Por las prenderas que comhn trajes de lujoen buen uso, supo que Valeria lanzaba al .mercado de ocasión, malbaratándolas, algn-nas piezas de valor, abrigos, cachemiras,mantón de la China. Supo también que á lafamosa corredora Paca la Bizca debía unpico de consideración por dos sortijas y unalfiler que adquirió antes del destierro deNavascués. De esto tomó pie Teresa paralanzar contra Valeria una bomba en bu quehabía de todo, burla y compasión. Era latravesura de la enemiga vencedora, quesintiendose fuerte, quería mortificar á surival en una forma que le expresara su lás-,

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tima desdeñosa, su generosidad, quizás eldeseo de hacer las paces. El día antes de su

, partida para Francia, Teresa ‘escribió estacarta: “Estimada maestra y amiga: Un paja-rito me trajo el cuento de que la respetablecorredora Puca Za Bizca te hizo dos mil ytantas visitas para que le pagaras dos mily tantos reales de aquel alfiler y sortijasde marras.. . SB que cuantas veces fu6 lacorredora á tu casa con este objeto, salió conlas manos vacías.. . Pues bien; para queveas si te estimo, Valeria, hoy he dado áPepa los dos mil y pico, encargándole queno vuelva á molestarte por esa bicoca. Acep-ta este favor de la que fu6 tu amiga, y no teatufes ni salgas ahora con pujos de una dig-nidad que habría de ser fingida... No tienesque devolverme esos cuartos, que ahora lostengo de sobra, gracias á Dios.. . Abur, bobi-ta. Mañana salgo para París, donde me tie-nes á tu disposición para todo lo que gustesmandarme. -Tu fiel compañera, YhereseBrizard. ,,

Mostró Teresa esta carta al bueno de Isaac,para que despu6s de leerla le dijese cómohabía de poner su nombre en francés. Hallá-base presente Riva Guisando, y ambos ami-gos celebraron el rasgo generoso y la graciazumbona, que de todo había. Partieron losamantes á París al día siguiente; despidió-les Guisando al arrancar la silla de postas,de la’-propiedad de Brizard, y por la tarde sefu6 á visitar á su amiga la Marquesa de Vi-llares de Tajo (Eufrasia), á quien contó lo

O’DONNELL 183 ’de la carta de Valeria, repitiéndola casi tex-tualmente. Bien conocía la dama los enre-dos de la sobrina de su esposo, y la deprava-‘ción que se iba marcando en ella. Despu&,de comentar y reir el caso de la carta, Zamoruna rompió en este bien entonado epi-fonema: “i A qué extremo llegan ya, Diosmío, los desvaríos de esta sociedad! . . . GA#dónde vamos á parar por tal camino? Men-tira parece que esas dos chiquillas, tan mo-nas, tan inocentes cuando vine yo de Romacasada con Saturno, se hayan perdido escan-dalosamente, cada cual á su modo. Virgi -nia, con las antorchas de Himeneo aún en-cendidas, se escapa con un chico menestral,y anda por esos pueblos hecha una salvaje,y esta Valeria corre á la perdición amparadadel formulismo matrimonial, con lo que mesesul ta más perversa que su hermana. ,,

Dijo á esto Guisando que Valeria claudi.taba por espíritu de imitación, sin arte niriqueza para cohonestar sus incorrecciones.Dos cosas redimían del pecado, según la filo-sofía guisandil: el buen gusto y la opulen-cia. Las maldades parecían peores cuandoeran feas.. . y pobres. Todo era relativo en elmundo, hasta los vicios. De estas opinionescasuísticas no participaba Eufrasia, que enaquel punto de su existemcia (los treinta ycinco años) se dedieaba con ahinco á señalará la juventud los caminos derechos, únicosque conducen B la virtud y á la paz del al-ma. Era, en aquel período histórico, la con-ducta de la Villares de Tajo mejor y más

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limpia que su fama. El mundo, que en laplenitud de tantos escándalos exageraba losdesvaríos de la sociedad matritense, la supo-nía en amores con Riva Guisando. iFalsa ycalumniosa especie! #as quién destruye unerrado juicio en tiempos en que el aire vicia-do divulga, no sólo la corrupción, sino las.vibraciones de ella manifestadas en el len-guaje? Entre la moruna y el esplendido ca-ballero y gowwzet Riva Guisando, no había.más que una sincera y noble amistad fun-dada en la armonía de pareceres sobre algu-nas materias sociales, y por parte de él, lige-ro matiz de adoración platónica, que teníasu origen en la gratitud, como á su tiempose demostrará. Preguntado el caballero porla distribución de sus comidas, dijo: “Estanoche como en casa de Navalcarazo; maña-na en la Lega.ción de los Estados Unidos.

-Aunque tenga usted-le dijo Eufrasia,.-que renegar una vez más de la cocina es-pañola, el viernes comerá usted con nos-otros. . . Ya le pondremos algo de su gusto:las famosas chuletitas de cordero à Za Be-chamel, y la tan ponderada Snlade celeri etbetterave.

- Con esos ojcs que ahora me miran-re-plicó el gourmet,-tengo bastante.. . Ya sabeusted que los ojos á la española son mi de-licia... Quedamos en que el viernes...

-Apúntelo usted para que no se Ie. ol-vide. ,,

Era Riva Guisando, como se ha dicho,un artista genial del buen porte, de la bue-

07DONSELL 183

na vida: del buen comer... Y esto debe re-petirse al consignar que su abolengo no fu6tan humilde como la gente decía; ni vendiópescado su madre, como propalaron los quequerían denigrar su arrogante- perwnn. Na-ció en una capital andaluza, de familia decente, privada de bienes de fortuna, y desdesu más tierna infancia se distinguió el mu-chacho por la compostura y aseo de su per-sona, por lo afinado de sus gustos y su fácilasimilación de todo lo que constituye la per-sonalidad externa, y los medios del bien pa-recer. Vino á Madrid muy joven en buscade fortuna, y á poco de llegar, su exquisitaeducación y su prestancia no aprendida leproporcionaron relaciones excelentes. Al-ternó con la juventud elegante; sabía ganaramigos, porque á todos encantaba con sutrato, y á ninguno con destempladas jac-tancias ofendía. Era tan modesto en su al-ma como fastuoso en su cuerpo; su orgu-llo no pasaba de la ropa para dentro. Elprimero en el vestir, no anhelaba confundirá los demás por ot,ra clase de superioridad,y poseía el supremo arte de no lastimar ánadie, de contentar á todos, conservandosu dignidad. No creo que haya existido enMadrid más consumado maestro de las bue-nas formas: por esta cualidad Madrid le de-be gratitud. De todo hemos tenido modelosadmirables. ilástima grande que con mode-los perfectísimos de cada una de las partes,no hayamos tenido nunca el modelo sintéti-co? integral!

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Para vivir con tanto boato, introducido enla sociedad de los ricos, Guisando no dispo-nía de más caudal que su sueldo en Hacien-da; y por los años á que este relato se refie-re, no cobraba el hombre arriba de diez yseis mil reales. De su honradez daban tesii-monio algunos hechos que como irrefutableverdad histórica deben consignarse aquí.iQué era el buen Guisando más que un mi-lagro, el milagro español, ese producto de lailógica y del disparate que ~610 en esta ma-ravillosa tierra puede existir y ha existidosiempre? Ya se irá viendo esto, y por aho-ra, 16anse aquí los motivos de la gratitud deGuisando á la Marquesa de Villares. Desdeque ésta le conoció en casa de los Condes deYébenes, y pudo enterarse de la formidabledisonancia entre el Corno vobis de aquelsujeto y sus menguados medios de subsis-tencia, le miró con interés y curiosidad.Aficionada Zn moruna á las generalizacio-nes, y ducha en buscar la entrana de las co-‘sas, vi6 en él como una imagen sintética dela sociedad de aquel tiempo. No podía imagi-narse nada más español que Guisando, deba-jo de sus apariencias europeas. Tratándoledespués con cierta asiduidad, tuvo ocasiónEufrasia de apreciar en él cualidades que alpronto le parecieron inverosímiles, pero queal fin, por especiales circunstancias, pudocomprobar plenamente. Ascendió Riva Gui-sando á Jefe de Negociado en la Dirección deRentas. Un amigo de los Socobios, don Cris-tóbal Campoy, ex-diputado, tenía en aquella

2 ,

-c

O’DHNPLL 157oficina un embrollado expediente, de esosque se atascan en los baches de la adminis-tración, y no hay cristiano que los mue-va. Se recomendó el asunto á Guisando:éste lo saco del qont6n, lo estudió y resol-vi6, como se pedía, en menos de una semana.Maravillado y agradecido el señor Campoy,crey que procedía recompensar la diligen-cia del funcionario con un discreto obsequioen metálico, y sin detenerse entre la idea yel hecho, dejó algunos billetes del Bancometidos en una carta, sobre la mesa del arro-gante andaluz, quien no tuvo sosiego hastaremitirlos con atenta epístola á las manosdel propio donante. AEra esto moralidad in-trínseca, ‘6 un bello gesto de elegancia, unrasgo más de gran artista social? De todo

c había. Honradez y arte perfeccionaban la

/

figura del caballero.Al saber esto Eufrasia, se decía: “iPero

cómo vive un hombre que ~610 en plancha-- .

_ido de camisas ha de gastarse todo su sueldo,y aun puede que no le baste?,, Hablando deesto con algún amigo muy conocedor delmundo, oyó Za moruna explicaciones acep-tables de aquel milagroso vivir: “Se pasa lamadrugada en el Casino, y hace sus visitasá las mesas del 30 y 40. Hay muchos que deeste modo se ayudan.. . van viviendo. ,, 0 troscasos, semejantes al de Campoy, que llega-ron á conocimiento de la Villares de Tajo,

.Ipersuadieron á Bsta de la rectitud y caballe-rosidad del atildado señor. Además, el tra-

/ ko frecuente le reveló en él otra cualidad, ra-

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rísima en la esfera social de aquel tiempo,Poseía el secreto de la conversación amenasin hablar mal de nadie. A todo el mundoencantaba, sin emplear la ironía maliciosa_Defendía gallardamente á los que en su pre-sencia recibían daño de las malas lenguas,y cuando la defensa era imposible, callaba...Pues estas excelentes cualidades del sujetoagradaron á la dama y la movieron á prote-gerle. Cesante en el bienio, repuesto el ~cìpor influjo de Ros de Olano, le puso en peli-gro un malhadado arreglo del personal deHacienda; pero Eufrasia acudió á Cantero, yno fué menester más para sostenerle. A lacaída de O’Donnell y elevación de Narváez,temió el gourmet que le perjudicara el habersido recomendado por un general de laUnión; pero la Marquesa habló expresiva-mente á Barzanallana, ponderándole la ca-pacidad y el celo del empleado andaluz, yesto bastó para que quedara bien seguro enla nueva situación. El vulgo avieso y malpensado vi6 en esta protección lo que no ha-bía, pues si la moruna endulzaba entoncessu existencia con algún pasatiempo amoro-so, iba su capricho por 6rbita muy distintade la de Riva Guisando, y si en pasos deamor andaba &ste, por querencia deeintere-sada ó por estímulos de su ambición, no pi-saba los caminos de Eufrasia, su incompa-rable amiga y protectora. La lógica de talprotección era que la moruna admiraba alcaballero del milagro espafiol, el único mi-lagro que admitían tiempos tan irreligiosos

i,

O'DONNELL 189y corruptos, la suprema maravilla de sergrato á todos ejerciendo la elegancia comovirtud, y la virtud como arte. Era D. Jos6de la Riva algo nuevo y grande en nuestrasociedad: la esperanza del reino del bienes-tar y de la alegría, destronando á la miseriatris te.

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iNo había caído mala nube sobre nuestrapjbre España! Los moderados, con el brazoférreo de Narváez y la despejada cabeza deNocedal, estaban otra vez en campaña, co-miéndose los niños crudos, y los buenos 1platos guisados del presupuesto. Todo paraellos era poco: ni una plaza dejaron para losinfelices del Progreso y la Unión. A los es-pañoles que no eran borregos del odioso mo-derantismo, les miraban como clase infwior,esclava y embrutecida. $3ra esto gobernarun país? iEra esto más que una feroz polí-tica de venganza? A la Ley de Desamortiza-ción dieron carpetazo, y en cambio sacabannueva Ley de Imprenta, que no era más queun régimen de mordaza, de Inquisición con-tra la grande herejía de la verdad. Tembla-ban los ciudadanos que en su vida teníanalgún an teceden te liberal; otros defendíansus personas y haciendas con el ardid de laadulación. El alma de España cubríase delas nieblas del miedo y en sí misma se reco-

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gía, como los inocentes acusados y persegui-dos que al fin llegan a creerse criminales.

Ya no se atrevía el iracundo Centurión ásoltar en público sus honrados anatemas.Temeroso de que sobre él ó sobre sus bue-nos amigos recayese algún duro castigo, li-cenció la tertulia del café de Platerías. Losleales que le escuchaban como á un oráculohubieron de congregarse en la propia casa 6templo de don Mariano, que al quedar ce-’sante, tuvo que cambiar la dispendiosa vi-vienda en la calle de los Autores por otramás reducida y barata en la de San Carlosesquina á Ministriles. Lo más doloroso dila mudanza fu6 el transporte de jardineshalconeros, y la precisión de deshacerse decorpulentos árboles y enredaderas vistosasque no tenían espacio en la nueva casa. So-brellevó con cristiana paciencia doña Celiaeste desmoche de su riqueza forestal, y donMariano, en un arranque de amargo pesi-mismo, entristeció más el alma de su espo-sa con estos lúgubres conceptos: “Abando-na, Celia, todas tus plantas aromáticas yfloridas , y trae á tus balcones un cipr6s yun llorón, únicos árboles que ahora nos cua-dran. Cadáveres ó poco menos somos, ynuestra casa cementerio . ,,

A darle conversación iban algunas tardesel bajo Cavallieri, que se defendía mísera-mente cantando en las misas solemnes y enlos funerales de primera; don Segundo Cua-drado, que con tétrico humorismo tratabade regocijar los abatidos ánimos; Nicasio

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O’DONNEL& 191

Pulpis, que iba pocas veces, casi de tapadi- ’110, con el solo fin de hablar pestes del Go-bierno y desahogarse, pues ya los militaresni en los rincones más obscuros de los caféspodían aventurar una palabra de política-Iba muy de tarde en tarde Baldomero Galán,.y no parecían ya por allí ni la Marquesa deSan Blas, ni Aniceto Navascués, ni PacoBringas, estos dos últimos vendidos al Go-bierno y adulones de Nocedal.

Si en política no transigía Centurión pornada de este mundo con sus enemigos, enotros órdenes de la vida era menos inflexi-ble, y daba paz á su fiereza. Amansado porla desgracia, volvió á tratarse con la Corone-la, viuda de Villaescusa, y recibía de ella al-guno que otro obsequio. Por Manolita sabialas buenas andanzas de Teresa en París, lo.alegre que estaba y el mucho dinero de quedisponía. La madre y la hija se escribían ámenudo, y en ninguna de sus cartas dejabaManolita de recordar á Teresa el cuidado deallegar el consabido millón, que le asegura-ra la existencia por el resto de sus días. Pa-ra hablar de esto, tenía la Coronela que em-plear una clave, escondiendo la idea del mi-llón debajo de la figura y nombre de unsanto muy venerado. “No se aparte de tu .mente-leía Teresa,-ni de día ni de nochela devoción que debes á nuestro santo tute-lar el bendito San Millán. .Que ese gloriososanto guíe tus pasos, que sea contigo siem-•pre, y que te acampane cuando vuelvas allado de tu madre. ,,

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Refería Manolita cuantas impresiones lecomunicaba Teresa, los monumentos que.veía, las preciosidades sin número que Isaacle wmpraba, y cuando se le iba concluyendola realidad, metíase á inventar nuevos pro-digios. Una tarde, no teniendo cosa positi-va que contar, relató un sueño que tuvola noche antes, el cual, si fuese verdad, ha-bía de traer grand& Irastorno al mundo.Desgraciadamente no era más que sueño, sibien de los más lógicos y verosímiles. PuesSeñor, Manolita había soñado que su hijallamaba la alención en París... Iba por lacalle, y todos se paraban para mirarla. Ali-llonarios franceses y príncipes rusos le en-viaban ramos de flores y cartitas pidiéndolerelaciones. Tanto de ella se hablaba, queNapoleón quiso verla. De la ocasión y lugaren que la vió, nada decía la señora: estepunto interesante quedaba envuelto en lasneblinas del sueño... Total: que al Empe-Tador le entró la niña por el ojo derecho.Locamente enamorado, iba de un lado paraotro en las Tullerías clamando por Teresa,y pidiendo que se la llevaran... Aquí termi.naba el sueño, y era lástima. iSabe Dios lacola que traería el capricho imperial, y lascomplicaciones europeas que podían sobr+venir si . ..! En fin, no hay que reirse de :assueños, que á lo mejor resultan profecías ,íbarruntos vagos de la realidad.

Para Centurión, que no tenía derechospasivos, era la realidad bien triste, sin cl-lela embelleciera ningún ensueño. La si:.;;;\-

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O'DONNELL 193ción reaccionaria, reforzada por el innega-ble talento de Nocedal, llevaba trazas de per-petuarse. Había moderados para un rato.Y aun cuando la Reina, con otra repentinaveleidad, les pusiese en la calle, sería paratraernos á O’Donnell, con su caterva de se-ñoretes tan bien apañados de ropa como des-nudos del cacumen. No había, pues, espe-ranzas de colocación, los escasos ahorros seirían agotando, y la miseria que ya ronda-ba, vendría con adusto rostro á preparar-les una muerte tristísima. Como si las pro-pias desgracias no fueran bastantes, las aje-nas llamaban á la puerta de don Mariano condesgarrador acento. Leovigildo Rodríguez,que en la desesperación de sú miseria solíarecurrir á las casas de juego, arriesgandoun par de pesetas para sacar un par de na.poleones, tuvo un percance en cierto garitode la Plaza Mayor, junto á la Escalerilla.Por un tuyo y mío surgió pendencia soez, yarrastrado á ella Leovigildo por su genioarrebatado, recibió un navajazo en el costa-do derecho, que á poco más le deja en el si-tio. La herida era grave, pero no mortal.Lleváronle á una botica próxima; de allí, ásu casa; Mercedes se desmayó, y los chicosentonaron un coro angélico que partía loscorazones. Acudió Centurión al clamor dela vecindad, pues Leovigildo vivía en la ca-lle ,de Lavapiés muy cerca de la de San Car-los, y viendo que en la casa se carecía detodo, y no había medios de hacer frente á lagran calamidad que se entraba por las puer-

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Las, acudió á Segismunda, hermana del he-rido. EMA fatua sefiora se limitó al ofrcci-miento de sufragar los gastos de médico ybotica. KO podía más, según dijo, y hartaestaba ya de socorrer á su hermano, que consu mala cabeza y peor conducta llamabasobre sí todos los infortunios. Tan bárbarodespego puso al buen dlm Mariano en elcompromiso de atender á la manutenciónde toda la chiquillería y de la madre, mien-tras el herido se restableciese, que ellosería muy largo. ~.QuP había de hacer elhombre?

Y menos nml si !as calamidades vinieransolas; que solas iay! no venían, sino traba-das entre sí con enredo de culebras que re-ruercen la cola de una en la cabeza de otra.A la entrada de primavera tuvo doña Ce-lia un ataque de reúma que empezó conagudos dolores en la cintura, acabando enuna completa invalidez y postración de am-bas piernas. Crey Centurión que el cielo sele desplomaba encima. Habría tomado parasí la enfermedad de su esposa, si estos cam-bios pudieran efectuarse. Se avecinabandías horrorosos, requerimiento de médicos,ue uno y dos no habían de bastar, dispen-

Fí ios de botica, y, sobre todo, el dolor de versn tan gran sufrimiento á la bonísima Celia.iY este traspaso, estas angustias, venían entiempo de maldición, que maldición es lacesantía y azote de pueblos!. . . Antes cas-tigaba Dios á la Humanidad con el Diluvio;& Sodoma y Gomorra con el fuego: ahora,

O*DJXXELL ,195descargando sobre los países corruptos unanube de moderarlos, en vez de castigar á losmalos les da de comer, y á los buenos losmata de hambre. “LQui6n entiende esto, Se-ñor; qué cojondrios de justicia es la quemandiln los cielos sobre la tierra?,,

Ya sabía Dios lo que hacía. Proponiéndo-se tal vez dar á la Humanidad otro Job quefuera lección y ejemplo de paciencia ante larigurosa adversidad, dispuso que cayeranIsobre el poco sufrido don Mariano nuevas ymás atroces desventuras, que se referirán.á su debido tiempo. Sépase ahora que lasde masías del Gslbierno Narváez-Nocedal te.nían constantemente al infeliz cesan te enun grado de exaltación que le amargaba laexistencia. Cuando se hicieron públicos losgraves suces6s del Arahal, una revoluciónmás agraria qne política, no bien conocidani estudiada en aquel tiempo, no podía elbuen hombre contener su ira, y en medio dela calle con descompuestos gritos expresabasu protesta contra la bárbara represión de,aquel movimiento. Cuadrado, que con él v+nía calle abajo por la de Lavapiés, le rece-mendó que adelgazara la voz y reprimierasu jus:a cólera, pues no estaban los tiempospara vociferar en público sobre tan delicadasmaterias.Pero 61 no hacía caso: á borbotonesle salían los apóstrofes, y la justicia y laverdad que proclamaba no se avenían á qne-darse de labios adentro. En la puerta de latienda de un sillero, conocido en todo el b I-arrio por sus fogosas ideas, puso cátedra Cen-

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turión, y .ante el auditorio que pronto se leform6, el sillero y su mujer, el zapatero deun portal próximo, dos transeuntes que seagregaron y cuatro chiquillos de la calle,rompió con estas furibundas declamaciones:-

“AQué pedían los valientes revoluciona-rios del Arahal? APedían Libertad? No. ¿Pe-dían la Constitución del 12 ó del 3i?No. %Pe-dían acaso la Desamortización? No. Pedíanpan.. . pan.. . quizás en forma y condimentode gazpacho.. . Y este pan lo pedían llaman-do al pan Democracia, y á su hambre Reac-ción . . . quiere decirse que para matar el ham-bre, ó sea. la Reacción, necesitaban Demo-cracia, ó llámese pan para mayor claridad.. __No creáis que aquella revolución era políti-ca, ni que reclamaba un cambio de Gobier-no... era el movimiento y la voz de la pri-mera necesidad humana, el comer. Bueno:ipues qué hace el Gobierno con estos pobreshambrientos? @andarles algunos carros-cargados de hogazas? No. i,Mandarles harinapara que amasen el pan? No. iMandarles.cuartos para que compren harina9 No. Lesmanda dos batallones con las cartucheras,bien surtidas de pólvora y balas. La tropa,bien comida, pone cerco al pueblo, embiste,penetra en las calles y acosa con tiros á lamultitud revolucionaria para que se entre-gue. APor ventura los soldados apuntan á la.cabeza? No. L Apuntan al corazón? No. Apun-*tan á los estómagos, que son las entrañasculpables. El corazón y el cerebro no sonculpables.. . So van los tiros á matar las

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O'DONNELL 197

ideas, que no existen; no van á matarlos sen-.timientos, que tampoco existen: van á matarel hambre.. . Dominada la insurrección y co-,gidos prisioneros sin fin, el jefe de la fuerza.escoge para escarmiento los que han sidomas levantiscos.. . En las caras se les cono-ce su perversidad: fíjanse en los más páli-*dos, en los más demacrados. Aquéllos, aque.110s son los que gritaron Democracia, quefu6 un disimulo del grito de Pan.. . Pues es-Gogidos cien democráticos, 6 dígase cien es-tómagos vacíos, los llevaron contra unastapias que hay á la salida del pueblo, y allíles sirvieron la comida, quiero decir, quelos fusilaron... Y ya se les cerró el apetito,que abierto tenían de par en par. No haycosa que más pronto quite la ganaSde comerque cuatro tiros con buena puntería... Esoscien hambrientos pronto quedaron hartos.. .Ya lo veis, señores: cien hombres fusiladospor el delito de no haber almorzado, ni co-mido, ni cenado en muchos días. J A estollaman Narváez y Nocedal gobernar á Espa-ña! España pide sopas: itiros! España pide-Justicia: i tiros! Yo pre

Bunto: itiene hambre

Narváez? No tiene ham re, sino sed de san--gre española. Pues démosle nuestra sangre;que acabe de una vez con todos los buenos li-berales. iPreferís vivir sin comer á morir deun tiro? No.. . iDe qué os duele el estómago,de empacho de Libertad, ó de vacío de ali-mentos? De vacío de alimentos. iCreéis quecon ese horrible vacío se puede vivir? ‘No.Sues pedid al Gobierno que os mate, que

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bien sabe hacerlo.. . Y para ab;-eviar, digoyo: jno sería más sencillo que al decretar lascesantías en un cambio de Gobierno nos reu-nieran en un patio 6 en la Plaza de Toros á.todos los cesantes con sus familias res ect,i-vas, y poniéndonos en fila delante e unapelotón de soldados, nos vendaran los ojos ynos mandaran rezar el Credo....? El jefe de la.fuerza daría las voces de ordenanza: “;Pre-paren!...plum.. .

[apunten!... jcesen!..., y pata-cesábamos.. .

baban de una vez...Todas las penas se aca-Con Dios, señores, y á:

casa, que huele á pólvora.. . y sopla un airetempestuoso cargado de Nocedales.. . ConDios. ,,

Aunque debía su puesto á los hcnlbres deJuZio, el gran Sebo era una escepcitn ven-turosa en nuestra política, y no estaba ce-sante bajo la dominación moderada. Decía,de él Centurión que era una de esas lapas.que no se deeprendén de la roca sino hechaspedacitos. El caso fue que en la crisis deOctubre del 56, la subida de Narváez hirili

& Telesforo en lo más sensible de su digni-dad. iCon qué cara continuaría en su em-pleo, él, que bien podía contarse, y á mu-cha honra, entre los hcmbres de .Vicálvaro?ipresentaría la dimisión antes que un igno-minioso puntapié le lanzara á 1; calle? EI;

tales dudas estaba, cuando su protector, 6:Marqués de Beramendi, confortó su turba&espíritu con estas razones: “Usted no dimi-te, ni le dimiten, porque es un funcionarioirreemplazable en el organismo de la Ad-minis tración . Y para que el amigo Nocedalasí lo comprenda, y detenga la mano aleveque á estas horas emborrona las cesantías,voy á prevenirle al instante, diciendolequién es Sebo y lo que significa. y vale. ,, Asílo hizo Fajardo, y no fué preciso más paraque las narices de perro pachótz se salvarandeldesmoche, y ejercieran su olfato en servi-cio del nuev.o Ministro.

Un año después de esto, -en Octubre dei57, tuvo que ver Beramendi á Nocedal para.un asúnto que vivamente le interesaba; masantes de ir á Gobernación, habló con Teles-foro, habilísimo en descubrir hechos ignora-dos y en encontrar la relación de ellos conotros conocidos. De él saco Beramendi cuan-tos datos podían servirle, y se fue derecho áNocedal, cogiéndole en su despacho ã la ho-ra en que le creyó menos agobiado de visi-tantes políticos y de pretendientes .jaqueco.sos.

Apreciaba realmente Fajardo al Ministrude la Gobernación, aunque las ideas de unoy otro rabiaban de verse juntas; le tenía engran estima por su talento, por su cult’uray amenidad, v hasta por el gallardo cinismocon que había pasado de la exaltación pro-gresista á los furores ultramontanos. X0veía en esto defeccion ni apostasía, cregendc

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200 B. Pl%LEZ oAcn6eque ningtin hombre esta obligado en edadmadura á respetar su propia juventud. Lajuventud es aprendizaje, ensayo de_ mediosde vida, tanteo y calicata de terrenos. Cadacual sabe á dónde va, y por dónde ,va masseguro, según sus aspiraciones y fines. Elpensar, al vivir debe subordinarse. Nocedalcomprendió que por el Progresismo, terrenoá media formación y surcado de zanjas peli-grosas, no se iba á ninguna parte. Los ca-minos de la reacción podían llevarle más

fronto á resolver los capitales problemas dea existencia. La Libertad era, en verdad,

cosa esplendida y sugestiva; pero aventu-rarse por sus senderos tortuosos y de extre-mada longitud, era locura no teniendo dos-cientos 6 trescientos años por delante. Lavida es corta. iA qu6 malograrla en lo inse-guro, en lo discutido, en lo variable? ~NO esmás práctico apoyarla en lo indiscutible yeterno, en la base sólida de las cosas dogmá-ticas? Beramendi se ponía en su caso, y ha-llaba muy natural que hubiese tomado pos-tura política al arrimo de la Iglesia. Eraun gran talento que gustaba de comodines.Fácil es la política en que todo se arreglaechando á Dios por delante: no es precisoargumentar mucho para esto, porque en el

- ultramontanismo todo está pensado ya. 1Quécómodo es tener la fuerza lógica hecha y aco-

’ piada para cuantos problemas de gobiernopuedan ocurrir!

Entró Beramendi en el despacho del Mi-nistro; éste se fu6 á su encuentro con rostro

O’DVXNELL 201calegre, y al estrecharle ambas manos tiróde 61 para llevarle junto á un balcón dondepodían hablar con más reserva. Contra laspresunciones de Fajardo, había gente, aun-

I ue no mucha ni la más enfadosa del gana-1o político. “Ya s6 á qué viene usted-dijo4 Ministro.-Y usted sabe tambi6n que es-te cura, Cándido Nocedal, ha hecho en el-asunto cuanto humanamente podía.. . .

-No, amigo, no: usted puede y debe ha-cer mucho más. D6jeme recordarle el casoy agregar algunos antecedentes que ustedpignora.

-Me parece que no ignoro nada. La hijade Socobio y su amante vinieron á Madrid.el mes pasado.. . creo que de un pueblo pró-ximo á Villalba. Traían un niño enfermo,el unico hijo que han tenido, creo yo.

-El único. El niño tenía poco más de.dos años. Por quien le ha visto SB que erauna criatura ideal. . . Enfermó en el pueblo,y no sabiendo sus padres. cómo curarle, letrajeron á Madrid. Se alojaron en la calle dela Ventosa, miserablemente; buscaron médi-co... Ni el médico pudo hacer nada, ni Diosquiso salvar al niño. Imagínese usted, miquerido Nocedal, la tribulación de aquellosinfelices, privados de todo recurso... Y en.esWsituación, la infame policía les rondaba.

-Y qu6 quiere usted, amigo mío. La po-licía tiene que cumplir con su deber. No de-ja de ser lo que es porque los criminales seencuentren en una situación pat&ica, dignade piedad, de misericordia.. .

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-Déjkne seguir. Muerto el pequeñín rhabía. que enterrarle. Leoncio se procuró unataúd blanco. Entre los dos amortajaron alpobre angel. . Sé t,odo esto por quien lo vi6.. .le vistieron con sus trapitos remendados,.le pusieron flores y ramitos de, albahaca.. . .Leoncio cogió la wja para llevarla al cemen-terio . . . salió, tomó su camino por el PaseoImperial. Figúrese usted si iría desolado el

ho%e-r . . . desoladísimo, y la situación algonovelesca.. . Ya sé lo que usted me va á de-cir ahora.. . Que los policías escogieron aquelmomento de emoción tan grande y bella pa-ra echar el guante á Leoncio.. . Sí, sí: es tre-mendo; pero qué quiere-usted, la ley tis laley. Observe, querido Pepe, que los policías.no fueron insensibles á la tribulación de unpadre que va camino del cementerio con suhijo debajo del brazo: respetaron aquel dolorinmenso.. .

-Pero le seguían.. . Esperaban á que elniño quedara en la tierra, para caer sobre,el padre...

-Y eso prueba que no son los agentes de,seguridad tan inhumanos como se cree..Luego que TAeoncio cumplió sus últimos de-beres de padre, salió del cementerio...

-Y no había dado veinte pasos cuando,se abalanzaron á él como perros de presa.. .

-Cumplían las ordenes que se les dieronEl ot,ro sacó una pistola de esas que llamangiratorias, y empezó á tiros con los agentes::A uno le metió una bala en la clavícula; al

-

‘r

O’DONNELL 2UY

otra le habría dejado en el sitio si con tiempono se hubiera puesto en salvo. . . .El mismoha referido que corría más que el viento.- ;Lástimá que Leoncio no hubiera mata- ’

do á esos canallas! En fin, el valiente chico_escapcí de milagro.. .dillas buscándole.

Locos andan los guin-

- Y le encontrarán, crdalo usted.~-~ Antes de que le, encuentren, querido

Nocedal, yo vengo á pedirle á usted que dé6rdenes á don Jo.4 de Zaragoza 6 al inspec-t~,r Briones, para que dejen en paz á esehombre infeliz... Leoncio no es más crimi-nal que usted ni que yo, ni que otros mil,burladores de matrimonios y de toda ley re-ligiosa y social.

Por Dios, mi querido Beramendi, nos-otros seremos eso y algo más... alk ustedcon la responsabilidad de lo que dice; peroni á usted ni á mí, gracias á Dios, se nos haformado causa por adulterio y rapto, conagravante de abuso de confianza.. . ~Quéquiere usted que haga yo, yo, que habré sidoel pecado, paso por ello, pero que ahora soy!a lev?... Es uno pecado y es uno ley cuan-do menos lo piensa. Yo haría fácilmente, eneste caso. lo que el amigo me pide: coger laìey y meterla donde nadie la viese... iPerotio sabe el amigo que tengo sobre mí la mos-ca de don Serafín del Socobio, que no medeja vivir, que viene á mí con sus preten-siclnes, asistido del Arzobispo, del Nuncio,del Presidente del Consejo, de la Reina y delVerbo Divino, para que yo coja y encierre y

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.haga picadillo al lobo que se llevó la ovejadel Joven Anacarsis? $3 el juez me pideque le busque y le capture y le traiga atadocodo con codo, qu6 he de hacer yo?

-Pues nada: mandar á paseo al juez, yá don Serafín, y á todas las personas altasque apoyan esa barbarie... Yo pregunto:ALeoncio Ansúrez se llevó á Virginia con-tra la voluntad de ésta?... APor ventura em-ple6 engaño para llevársela, ó recursos demagnetismo, 6 algún brebaje maléfico?. . .-Cree usted que en la situación presente detirginia y Leoncio, es legal y moral sepa-rarles? Ya sabe usted, Nocedal amigo, queentre sacristanes, la efigie milagrosa pierdemucho de su veneración. La moral labradatoscamente y vestida de colorines, ante lacual el vulgo se arrodilla y reza, á nosotrospoco 6 nada nos dice. Quitémonos la másca-ra, Nocedal, y hablemos claro. Ponga ustedla mano sobre su conciencia, y dígame sicree que ese hombre, el hombre .del niñomuerto y de la pistola giratoria, debe serperseguido como un criminal.

-iQuién lo duda, Marqués? i A dóndeíriamos á parar si aplicaramos al pueblo lamoral que usted llama de los sacristanes!,,

doDijo esto con su habitual gracejo, miran-al amigo y turbándole un tanto con la

fina sonrisa que solía poner en su rostro vol-teriano. Muy serio contestó Beramendi:“‘Iríamos á parar á donde estamos: á la re-lajación de toda ley, al libre ambiente deuna sociedad en la cual todos somos unos

O'DONNELL 206

grandes bribones que nos pasamos la vida

1erdonándonos nuestras picardías y barra-asadas. Si no tuviera esta sociedad el per-

d6n y la indulgencia, no tendría ningunavirtud. Toda la moral que viene de arriba, .en cuanto toca al suelo queda reducida á yun Prontuario de reglas prácticas para usode las personas pudientes.. . Elevémonos unpoco sobre estos absurdos; levantemos nues-tros corazones, que usted puede hacerlo co-mo nadie: su gran talento le’ayudará. Trasde usted voy yo, y con usted subo... Seamosun poquito indulgentes con ese humilde la-drón de mujer casada, ya que con ladronesmejor vestidos hemos derrochado tanta in-dulgencia.. . ~NO lo cree usted así?

-iYo qué he de creer?-replicó Nocedalechándolo todo á risa.-Ingenioso es lo queusted me dice, y yo le oigo con muchogusto.. .

-Pero oyéndome con mucho gusto, encuanto yo vuelva la espalda tomará usted-sus medidas para cometer la gran iniqui-dad. No me mire con esos ojos, que no SB sison asombrados 6 burlones... La intencióndel Ministro bien comprendida esta.. . Hanhecho ustedes una Ley de vagos...

--Sí, señor. Ley de higiene social, de po-licía política.. .

-Está bién. Esa Ley, que ya es inicuapor facilitar la persecución y destierro de lagente política de oposición, lo es mucho mas

88or ue con ella se desembarazan los amigosel obierno de toda persona que les estor-

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YOr, B. PÉREZ GALTVk

bx. oque don Fulano’6 don Mengano, prrj-t-naje ó fantasmón influyente; que la Z,utani-ta, ó la Perenzejita, damas, ó menos que dk-mas, querindangas tal vez de cualquier c:, -cicón, tienen algun enemigo á quien deseanapabullar con razón ó sin ella? Pues’aquIestá la Ley de vagos para soc,orrer á los hier_ -aventurados que tienen hambre y seíi; devenganza.

-iEh... poco á poco, Marqués! -dijo donCandido con gravedad sincera. -Eso podrir_hacerlo otros... no lo sé. Lo que aseguro esque yo no lo hago.

-Pero como en el caso de Leoncio _&nsri-rez hay causa criminal pendiente, el señi::Xinistro lo hará, y se quedará tan fr?scoy ni aun se lavará las manos con qw hdado el golpe. iQué manera tan sencilla 1facil de dar satisfacción á esos malditos 6-i:.cabios! Coge la policía al desdic,hado _4nsii.rez, y por el doble delito de robará 1’irgir.i‘y del desacato reciente á la autoridad, me lemandan á Legan& atado codo con codo. lX>allí, sin dejarle respirar, sin que nadie seentere, ni puedan socorrerle los que le ama?,‘saldrá para Filipinas ó para Fernan?‘i, G í,‘, ., - ‘.la primera cuerda.. . iQu6 bonita, qu” T ipid.,sentencia! IY la pobre mujer, clu+: I .v f:!: :;por nefas tiene puesto en él todo su cariI,{..esperándole hoy, esperándole mafiana. es1 le-rándole quizás toda la vida!

-Es triste.. . sí . . Ya ven que FI >..-;IJ’ li-bre tiene sus quiebras...

-Et amor atado las tiene mayores. Y

.

O'DOh~ELL 207.-ya que hemos nombrado á Virginia, sabr5listed que la he recogido, la he puesto enlugar seguro.. . no me pregunte usted dón-.d:... y me la llevare á mi casa, donde Igna-cia y yo la tendremos y miraremos comohermana, si nuestro buen amigo persiste enaplicar á Leoncio la Ley de vagos.

-Verdaderamente -dijo el Ministro fingiéndose sorprendido para disimular su in.clinación á la benevolencia,-no sé, no en-tiendo, mi querido Marqués, los móviles deese interés de usted por un quídam, por unzascandil.. .

-Los móviles de Ester grande interes -replicó Beramendi con acento grave, -noson otros que un ardiente amor á la justicia.T,n justicia esencial me mueve.. . Y esto quedigo, bien lo comprende usted. En el fon-do de su espíritu, usted piensa y siente co-mo yo.. . Pero desde el fondo del espíritude Nocedal á la esterioridad del hombre pu-blico, del ultramontano por conveniencia,del Ministro de la Gobernación, hay distan-cia tan grande, que los sentimientos no tie -nen tiemno de llegar á los ojos, á los le-bios... AQué? -

<

-No he dicho nada. Siga usted.~. -Sólo me queda por decir que si el ami-

. go no me hace caso, si no satisface esteanhelo mío de justicia, perderemos las amis-tades.

-iAsí como suena?. . . LPerder las ami? -tades?. . . Y amistades que no son políticas,sino de puro afecto y simpatía.

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205 3. ?hREZ @ALDOS

-Afecto y simpatía se desvanecerán .Además de eso, yo perder6 una ilusión: elconvencimiento de que Nocedal no es taufiero como le .pintan . ,,I Tanto y con tanto ardor insistió Fajardoen su pretensión humanitaria, que el otro,.si no se di6 á partido resueltamente, bienclaro mostraba en su rostro la flexibilidadinherente á todo político español ; blandu-ra de voluntad que si en el común delos ca-sos que afectan al interés público es defectogrande, en algún particular caso, como elque ahora se cuenta, era hermosa virtud:Un poco más de matraca del bravo Bera-mendi, y ya podría Leoncio reirse de latrampa que le tenían armada... No era, enefecto, el Ministro de la Gobernación tanfiero como se le pintaba. Su destempladoultramontanismo: manifiesto en la vague-dad de los principios y en la retumbancia.de los discursos, apenas tenía eficaz acciónen la vida práctica, y si en la general esfe-ra política funcionaba con estridente ruidoel potro de tormento, en la esfera privaday en los casos particulares, todos los gar-fios y ruedas de la tal máquina se volvíancompletamente inofensivos. Era Nocedal unhombre culto, de trato amenísimo, que ha-bía tomado la postura ultramontana porquecon ella descollaba más fácilmente entre suscontemporáneos. Si los caracteres son pro-ducto y resultancia de elementos éticos que,difusos y sin conformidad entre sí, se ra-mifican en el fondo social, el complejo s&

O'DONNELL 204

de don Cándido-había tomado su fundamea-tal savia de yacimientos morales muy des-perdigados y diferentes. Sensible como po-COS aI amor, la ternura de su corazón ante eIsexo débil le inspiraba la piedad en la vidapolítica. Por eso, si no presenta su conduc-ta privada el modelo perfecto del hombre,tampoco hay en su gestión pública actos decrueldad; si por la doctrina ultra-reacciona-ria que profesó fu6 odioso á muchos que.no leconocían, su trato encantador y afabilísimole hizo simpático á cuantos le trataban. Juz-gándole por el aspecto declamatorio y vanoque lleva en sí todo papel político, aparececomo un discípulo de Torquemada, 6 comoGregorio J’II redivivo; pero si le hacemosbajar á las llanezas de la Administración,vemos en 61 un excelente gobernante, quesupo llevar el orden, la actividad y la recti-tud al departamento que regía.

Seguro ya de haber conquistado el cora-zón del hlinistro, despidióse Beramendi conextremos de afecto y gratitud.. . Algún re-celo le asaltó al partir; ya próximo á lapuerta, retrocedió, diciendo á su amigo:“No me voy tranquilo, Nocedal... y es que.. .me temo que usted, con toda su buena vo-luntad, no pueda ocuparse de este asunto..por falta de tiempo. . . Déjeme que le expli-que. . . La gran tensión de espíritu que hepuesto en salvar $ Leoncio, me quitó de lamemoria.. . algo que quería decir á usted._Es una noticia de sensación. Allá va: es -tan us tedes caídos. ,,

II-

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210 B . PbEZ UALD6S

Riendo, contestó Nocedal algo que expre-saba dubitación no exenta de intranqui-lidad .

“Lo sé por el conducto .más auténtico. LaRegia prerrogativa, que hemos convenido encomparar á una veleta, ha dado una vueltaen redondo.

-Cuentos, amigo, chismajos de la Puertadel Sol. Su Majes&d esta en-meses mayoresy no se ocupa de política.

-Su Majestad está fuera de cuenta, y hadecidido que la noticia de su alumbramien-to no la dé al país el Ministerio Narváez-No-cedal. Veo que usted no lo cree.. . tal vez loduda. Pues in dubiis libertas. La libertadde ese Leoncio me arreglará usted sin tar-danza. Hoy, mismo, por lo que pueda tro-nar...

-Arreglado quedará hoy.-Hágalo usted por mí, por la Justicia...

&por el feliz alumbramiento de doña Isa-1 II.,,

XX11

En la Puerta del Sol se encontraron Be-ramendi y el Joven hacamis, loh fatali-dad cómica de los encuentros personales enel laberinto de las poblaciones!, y después delos saludos, cambiáronse las preguntas queinfaliblemente se hacían siempre que la ca-sualidad les juntaba. Ernesto preguntó por

O’DDNNELL 211_iransis, y Beramendi por Teresa Villaescu-

_ sa..Ved aquí las respuestas: continuaba enAtenas el Marqués de Loarre; pero fatigado

ya de la vida helenica y algo resentida susalud, había pedido licencia para venir áMadrid y gestionar su traslado á Bruselas6 Stockolmo. Teresa volvía de París, des-pu& de ausencia larga y de no pocas peri-pecias, según le habían contado á Ernestitosus amigos del CrBdito Franco-Español. Yano lzablabn con Brizard; los motivos del aca-bamien to de relaciones, Anacarsis los igno-raba. Sólo sabía que la hermosa .mujer ha-bía cogido en sus redes á un Marqués ó Con-,de andaluz, tan cargado de años como dedinero, según decían, y no libre de los acha-ques que anublan el ocaso de una vida decontinuos goces... De algo más habló Ernes-to; pero en la memoria de Beramendi noquedó rastro de ello, y con indiferencia levi6 partir y desvanecerse en aquella muche-dumbre de la Puerta del Sol, compuesta dedesocupados expectantes -y de transeuntessin prisa.

El mismo día en que Isabel II dió á luzzcon toda felicidad un Príncipe que había dellamarse Alfonso, llegó á Madrid Teresa Vi-llaescusa. Recibíala su patria con tumultode alegría y esperanzas, y con preparativo delestejos: hasta en esto había de tener Teresabuena sombra. En su paso desde la fronte-ra á Madrid, las impresiones que recibió .Tueron asimismo muy gratas, seglín contómeses adelante á sus amigos de esta Corte.

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212 B . YIhtEZ @ALL&

Ello fu6 que, viniendo de un país tan be-llo como Francia y de ciudad tan opulent;:,y fastuosa como París, al embocar á Espr8ñ;:por Behovia no sintió la tristeza que deprime.el ánimo de la mayoría de los viajeros cuan-do pasan de la civilizaci6H á la incultura! J--del vivir amplio á la estrechez mísera; sin-ti6 más bien alborozo y verdadero amor dr,familia. Airaveeando en la diligencia las es-tepas de Castilla, no se cansaba Teresa decontemplar las tierras pardas, sin vegeta-ción, á trechos labradas para la pr6ximasiembra; entreteníase mil ando y distin-guiendo los tonos diferentes de aquella tie-rra esquilmada, madre generosa que vienedando de comer á la rbza desde los tiemposmás ren otos, sin que un efiwz cultivo re-constituya su savia ó su sangre. Miraba lospueblos pard(scc,rr,o el suelo, las mezquinas.casas fo] mando corrillo f n torno á un petu.lante campanario.. Ki amenidad, ni freEcur;r,ni risueños prados veía, y no obstante, todole interesaba por ser suyo, y en todo poníasu cariño, wmo si hubiera nacido en aque-llas casuchas trirtcs 9 jugado de niña en 1~ s.egidos polvoroecs. Las mujeres vestidas-con justillo, y con verdes ó regrc s refajos,atraían su atenciin. Sentía piedad de verlasdesmedradas, consumidas prematuramenkpor las inclemencias de la naturaleza en sue-lo tan duro y trabajoso. Las que aún eranjól enes tenían rugcsa la piel. Bajo las hue-cas sayas asomaban negras piernas enfla.quecidas. 1,~ hombres, avellar:.dos, zancu

o’D3)N JELL 213dos, c3n su s3rieda.i d: hid,zlgos venidos ámenos, parecían llorar grandezas perdidas.‘Todo lo vió y admiró Teresa, ardiendo enpiedad de aquella desdichada gente que tanmal vivía, esclava del terruño, y juguete

,de la desdeñosa autoridad de los podero-sos de las ciudades. Por todo el camino, alkrav6s de las llanadas melancólicas, de las,sierra< calvas, de los montes graníticos, ibaempapando su mente en esta compasión dela España pobre, á solas, muy á solas, puesIa persona que la acompañaba esparcía suspensamientos por otras esferas.

En Madrid permaneció Teresa algunosdías en completa obscuridad. Advirtieron40s amigos y parientes de la familia que laCoronela no echaba las campanas á vuelo.,por la llegada de su hija, sin duda porque&ta no había rezado bastante al benditoSan Millán para que le concediera el millón,*objeto de las ansias maternales. Según in-odicaciones de Manolita, el rompimiento conBrizard no había sido por culpa de Teresa,wyo comportamiento con el caballero fran-cés fué siempre correctísimo. Los padres deIsaac le prepararon matrimonio con unaopulenta señorita alsaciana, que debía deser hebrea por el sonsonete del nombre, algoasí como Raquel 6 Rebeca... Lo que le supopeor á &Ianolita fué que Brizard, al despe-dirse de Teresa, no le dió más que la porque-ría de diez mil francos. iQuién lo había decreer de un hombre tan rico, tan rico, que:s610 en un punto que llaman Mulhonse te-

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214 B. PdX-iEZ GALD6S

nía tres fábricas de hilados, y en otro puntoque llaman Charleroi, allá por los PaísesBajos, poseía minas de carbón muy grandes,.muy ricas! En fin, no había más remedioque tener paciencia. Daba á entender asi-mismo la Coronela que no era muy de sudevoción aquel embalsamado con quien Te-resa volvía de París, un señor flaco, atilda-do y mortecino, que parecía un Cristo reti-rado de los altares. Limpio era y de mane-ras finísimas el Marqués de Itálica, que asfle llamaban; pero algo tacaño, y además hu-r6n: venía con el propósito de llevarse‘& Te-resa á un pueblo de Sevilla donde tenía grancasa y hacienda mucha. iVaya que meter &la niña en un villorrio y esconderla comocosa mala!. . . Nada pudo contra esto Mano-lita, y vi6 pasar á su hija por Madrid como,una sombra triste, después de socorrer aCenturión con algún dinero y á doña Celiacon cuatro hermosas macetas de flores.

Hallábase Beramendi en aquellos díasmuy debilitado de memoria y con los áni-mos caídos. Pasaban hechos y personas pordelante de su vista sin dejar imagen niapenas recuerdo, y la vida externa le inte-resaba poco, como no fuera en la esfera fa-miliar y de las íntimas afecciones. Una vezque aseguró la libertad y sosiego de ,%Zita yLey, y les vió partir para el pueblo dondetenían su habitual residencia y modo de vi-vir, quedó tranquilo y no se ocupó más quede sus propios asuntos. Paseando solo unamañana por la calle de Alcalá, vi6 a Eufra-

O'DONNELL 215sia que salía de San José con Valeria. Am-bas venían de trapillo eclesiástico, vestidi.tas modestamente, y con rosario y libro.Ya sabía Beramendi que la moruna andabaen la meritoria empresa de corregir á la

’ ’ Navascm% de sus locos devaneos, aplicán-dole la medicina infalible: frecuentar losactos religiosos. Consigo á diferentes igle-sias la llevaba, eligiendo aquellas formasdel culto que más pudieran cautivar por susolemnidad á la descarriada joven. Y no es-taba Eufrasia descontenta. Valeria, mujerde indecisa y floja personalidad, se dejabamodelar fácilmente por toda mano que lacogía. Salud6 á las dos damas el buen Fa-jardo, que después del cambio de cortesa-nías, oyó de labios de la Marquesa estaspalabras afectuosas: &’ i Ay Pepe, qué caro sevende usted! . . . iNos tras? Ya lo ve.. . veni-mos de la iglesia, venimos de comulgar...Aprenda usted, hereje, mal cristiano.. .Adiós, adiós, y vaya usted alguna vez porcasa, que allí no nos comemos la gente.,

Siguió cada cual su camino. Beramendilas vió pasar como sombras, y no pensómás en ellas. Así había visto pasar y caer elMinisterio Narváez Nocedal, cuya políticaarbitraria y dura lleg6 á inspirar miedo enPalacio, y así vió venir el Gabinete Armero-Mon-Bermúdez de Castro, que no era másque una cataplasma simple aplicada al tu-mor nacional; vió después desvanecerse ymorir con su último día el año 57, y apare-cer con risueño semblante el 58; y vi6 cómo

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216 B . P É R E Z f3ALD68

kajo también este aiío nuevo su correspon-Biente Ministerio anodino, que se llamóIstúriz-Sánchez Ocaña, y tan ~610 se hizomemorable porque dentro de él unos tira-ba-n á liberales templados, otros al absolu:tis mo rabioso.. . En la mente de Fajardo seRjó la idea de que el alma de la Nimión, co-mo la de él, sufría un acceso de pesada som-nolencia. Todo dormía en la sociedad y enla política; todo era gris, desvaído; todo in-sonoro y quieto como la superficie de lasaguas es tancadas. Pasaban meses, y lasuerellas entre las distintas fracciones mo-

8eradas, la lign blanca, la liga negra, nosacaban á la política de su sombría catalep-sia... Por fin, un hombre agudísimo y deouidado, don Jos Posada Herrera, astur,largo de cuerpo y de entendederas, pusofln á todo aquel marasmo y atonía de lasvoluntades.

Antes de ver cómo se movieron las dor-midas aguas, sepase que una mañana deff nes de Mayo fu6 sorprendido Beramendi porla súbita presencia de Guillermo de Aransis,que apenas lleg6 de Marsella corrió á losbrazos de su entrañable amigo. Doce díashabía tardado del Pireo á Madrid, rapidísimo viaje en aquellos tiempos de lentitud entodas las cosas. Encontróle Fajardo enveje-eido, canosa la barba, ralo el pelo, y los (iosprivados de aquel alegre resplandor que tuvieron en España. “iQué tal las griegas?iTe han tratado bien las griegas?, le dijo.\Sonrió el de Loarre; y como el otro pidiera

i’

l

O’DONNELL 217

con insistencia informes del bello sexo en.aqud cl&,sico país, hizo Guillermo un resu-men étnico y social de todo el mujerío ate-niense, lacedemonio, beocio y tesálico.. .Luego, en el almuerzo, á instancias de Igna-cia y de don Feliciano, di6 noticias intere-santes de Atenas, de la-Acrópolis, del Par-tenón, de los montes Pindo, Himeto, y hastadel mismísimo Parnaso. Con todas sus her-mosuras, más reales en el conocimiento hu-mano que.en la propia Naturaleza, Loarreuería dar un solemne adiós á la patria de

%omero solicitando la representación de Es-paña en un país del Norte de Europa. “Pidepor esa boca, hijo mío, y no te quedes corto-dijo Berdmendi, -que prontito vamos átener en candelero á nuestro grande amigoti Leopoldo el Largo, y á él nos vamoscomo fieras cuando gustes... LQuieres mañona, quieres hoy mismo?,,

Respondió Aransis que no había tanta pri-sa, y que si estaba en puerta O’Donnell, de-bían esperar á la efectiva entrada. “i Ay, chi-co, cómo se conoce que vienes de Grecia, deun país alelado, de un país dormido sobreruínas! Hay que tomar vez, hijo mío. Nopermitamos que el aluvión de pretendientesnos coja la delantera. Seamos nosotros alu-vión de madrugadores. Iremos mañana. iNosabes lo que pasa? En-el Ministerio de estepobrecito Istúriz han puesto una bomba, quese llana don José Posada Herrera, la cualestallará el día menos pensado, y vas á vervolar por los aires los restos despedazados

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218 B. PlkFCBZ QALD60

del Moderantismo. Y hay más, querido Gui-llermo. Me consta, por revelación directa yverbal de un amigo mío que tiene alas pa-ra entrar en Palacio, y entra por los balco-nes, por las chimeneas, por las rendijas....vamos, por donde quiere; me consta, digo,que la pobrecita Isabel está desde hace unaño muy pesarosa de haber despedido áO’Donnell.. . Fu6 un verdadero tropezón ytorcedura de pie en aquel baile famoso.. . SuMajestad no tiene consuelo, y elevando susReales ojos á las bóvedas pintadas por Tié-

golo, dice que no hay hombre más insufri-le que Narváez; que se vi6 precisada á dar-

le el canuto antes de tiempo, porque con susmalas pulgas y sus intemperancias sacabade quicio á toda la Nación; que ha traído es-tos Gabinetes de cerato simple para calmarlos ánimos, apurar las Cortes y ganar días,hasta que lleguen los de O’Donnell, que se-rán largos y felices... Esto y algo más queaquí no puedo decir, tengo yo que contarleal Conde de Lucena.. . A poco que él apriete,.España es suya y para mucho tiempo. íArri-ba la Unión!... Dime tú: thas leído el dis-curso que en el Senado pronunci6 don Leo-poldo en Mayo del año. último?.. . No, padre.Pues á tu Legación había de llegar la Gace-ta. Pero tú, entretenido con las griegas, noponías la menor atención en las cosas de tupatria. En aquel discurso memorable, sinfililíes oratorios, salpicado de frases pedes-tres y de alguno que otro solecismo, se nosrevela O’Donnell como el primer revolucio-

.

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O’DONNELL 219

nario y el primer conservador. El transfor-mará la familia social; él ennoblecerá la po-lítica para que Bsta, á su vez, ayude al en-grandecimiento de la sociedad.. . j,No me en-tiendes?Pues ya te lo explicaré mejor. iilrri-ba la Unión, arriba O’Donnell!,,

Fueron á visitar al grande hombre, áquien hallaron frío y reservado en la con-versación política, afabilísimo y jovial en to-do lo que era de pensamiento libre. Algo delas referencias de intimidad palatina que Be-ramendi le llev6, ya era de él conocido: algohabía que ignoraba ó que afectaba ignorar,añadiendo que le tenía sin cuidado. Dejabatraslucir la persuasión de que el poder iríapronto á sus manos; pero esperaba sin impa-ciencia la madurez del hecho. En su íntimopensar, se decía Beramendi que esta actitudde flemática pasividad no carecía de afecta-ción, finamente disimulada. Era un recursomás de arte político, casi nuevo entrenoso-tros. Variando graciosamente la conversa-ción, O’Donnell pidió á Guillermonoticias dela política griega, de cómo eran allá las Ca-maras, el parlamentarismo, de la forma enque se hacían las elecciones y se mudabanlos Gobiernos. Aransis le explicó la políti-ca helénica con extremada precisión narra-tiva, y con detalles pintorescos y ejemplosanecdóticos que daban la impresión justa dede la realidad. El General y todos los pre-sentes alabaron la pintura, y doña Manuelasintetizó su juicio con esta seca frase: “Lomismo_ que aquí.

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220 R. PERIU CSALDOS

- LO mismo, no-dijo don Leopoldo.-Peor, mucho peor. Nos imitan, y los imita-dores valen siempre menos que sus mo-delos.,,

Hablóse esto en la modesta casa (calle delBarquillo) y en la modestísima tertulia delGeneral, despu& de comer. Los íntimosque asiduamente concurrían no pasabande media docena, y el tiempo se inver-tía en conversaciones familiares, ó en algu.na. partida de tresillo casero, á tanto ínflmo.El juego favorito de O’Donnell era el aje-drez; pero no quería jugarlo sino cuando’laocasión le deparaba un adversario digno desu maestría. Conviene hacer constar los há-bitos sencillísimos del gran don Leopoldo.Por las mañanas solía consagrar largas ho -ras á la lectura de libros y revistas profesio-nales, que le ponían al tanto de la cienciamilitar de su tiempo. Después de almorzarrecibía visita de gente política, con la cualcharlaba discretamente sin dar largas á su.espontaneidad. Paseaba por las tardes, enbuen tiempo, con la Condesa; no iba jamás áreuniones, y á teatros rarfsima vez. Por lasnoches, despu& de la tertulia, en Iti cual sedaba el rompan filas á hora temprana, teníalargas pláticas con su mujer, que, por su-frir pertinaces insomnios, procuraba entre-tener los instantes hasta que llegase el deldeseado sueño. Gustaba doña Manuela dela lectura de folletines, y se deleitaba ydivertía con los más excitantes, de ac-ción enmarañada y liosa, que mal traduci-

O'MNXELL 221

dos del francés eran la sabrosa comidi11a \que daba la prensa de aquel tiempo á SUSamables suscritoras. COn igUa interés seinternaba la Condesa de Lucena en los asun -t,t,s enredosos y en los sentimentales, sinque se le escapara ningún lance ni perdieraiamas el hilo que por tales laberintos laguiaba.

PUes la noche aqu6lla de la visita de Be-ramendi y Loarre, que debió de ser allápor Junio del año 58, retiróse como de cos-tumbre doña Manuela á su .estancia apenasterminada la tertulia. Tras ella fu6 donLeopoldo, y como las anteriores noches, lainvitó á que se acostara. iQu6 necesidad te-nía de calentarse la cabeza, vestida, leyen -do junto al velón?“Yo leo, y tú escuchas has-.ta que te entre sueño.,, Así se hizo: dispu-so la doncella el velador junto á la cama des-pués de acostar á la señora; el gran O’Do_n .nell ocupó á la vera de la meslta su sltro,y gozoso del papel familiar que desempe:fiaba, tiró de periódico y di6 comrenzo ala lectura, en el pasaje que su buena es-posa le indicaba: Capítulo tantos de El últi-mo veterano; La Condesa de Harlevzlbe y elMayordomo, por E. M. de Saint-Hilaire.

Guiando su vista con el dedo índice quede .línea en línea resbalaba, el gran O’Don-nell leía:

“Uno de los testigos prestó su sable á nues.tro joven, que no decía una palabra; peroapenas se pusieron en guardia, cuan-do Mon-sieur I@ssenot conoció que el artillero, á

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222 J-5.. PtiRIEZ QALDÓS

pesar de ser boquirrubio, sería para 61 unadversario temible. En efecto: en el momen-to en que Mr. Massenot se aprestaba á in-troducir con una estocada recta seis pulga-das de hoja en el estómago del rubio, ésteejecutó con su sable un molinete tan rápido,que se hubiera dicho que era un sol de fue-gos artificiales. n

-iQu6 bien!-exclamó doña Manuela conjúbilo.-Ese rubio, ya te acuerdas, es aquelartillerito que vino de la Bretaña disfrazadode buhonero. Por las trazas es hijo naturalde la Condesa.. .Adelante.

-“Mariscal en jefe de los ,alojamientos,recoged vuestra nariz-le dijo el artillerocon tranquilidad, -y otra vez sed más ama-ble con vuestros inferiores.,,-Estas fueron,las únicas palabras que pronunció el rubio.

-Según eso -observó doña Manuela,-Je cortó la nariz?

-Así parece... Y bien claro lo dice: “Elrostro de Massenot se cubrió de sangre, que#corría como dos arroyos sobre sus mosta--chos grisáceos. ,,

-Me alegro, Leopoldo. . . Ande, y quevuelva por otra. Ahora veamos lo que siguewn tando Harleville.

-A eso vamos: “Pues bien, mi queridoacuchillado -dijo Harleville,-esa desgra .ciada aventura no corrigió al mayor Masse-not, porque en 1815, antes del regreso denuestro Emperador, se encontraba una tar-de en el café Lamblin, en Palais Royal, sen-kado enfrente de un oficial de Dragopes.. . ,,

O'DONNELL 223Interrumpió doña Manuela la lectura in-

corporándose y atendiendo á ruidos que ve-nían del interior de la casa.

-No han llamado-dijo el de Lucena; -sigamos: “enfrente de un oficial de Drago -aes, á medio sueldo como él.. . ,,

Sí que habían llamado, y también ha-bían abierto. ,Oyeron doña Manuela y sumarido los pasos de la doncella, que des- .pués de un discreto golpe con los nudi-llos, entró con un pliego en la mano, y dijo:“Esto trae un señor de Palacio. ..,,

Levantóse O’Donnell, y cogido el pliegoabriólo despacio, y leyó para sí. Impacientedoña Manuela, quería echarse de la camacon esta ardorosa pregunta: “iQué, Leopol-do?... iYa...?

-Sí, ya,-replicó el grande hombre im-perturbable.-i h es ta hora! iNo son ya las doce?-Su Majestad no quiere que pase la no-

che sin hablar conmigo. . . Pronto. . . A Ma-tías que saque mi uniforme. Voy á ves-tirme. n

Hizo doña Manuela por levantarse, movi-da de la gran vibración nerviosa y del ce-Tebral tumulto que aquel I’epentinO suce-

so en ella promovía. Mas el General leordenó que siguies e en la cama, y contranquilo acento le dijo al despedirse: “Creoque volverétás desvela a, seguiremos leyendo... Haydp

ronto. Si cuando yo vuelva es-

que ver si recobra su libertad la Condesa, yen qué para ese boquirrubio.. . Hasta luego.,,

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224 R. PÉRãZ OALD‘i

x.x111

i Arriba la li?lió?z Liberat! iViva don Lwq-poldo! Al fin se ponía el cimiento al edifici’

. político que aliaba las expansiones del es-píritu moderno con el recogimiento y la ma-jestad de la tradición. i Al poder los hombresde juicio sereno, no extraviados por el pro-selitismo sectario,ni petrificados en bárbaras.rutinas! Entren en la vida pública todoslos hombres que al saber de cosas de Go-bierno reunen la distinción y el buen em-paque social. Vengan la riqueza y los nego-

cias á desempefiar su papel en la política, J-ensánchese la vida nacional con la desvin-culación de las comodidades, del bienestary hasta del buen comer. ; Abajo la Manc:Muerta! Desamorticemos y repartamos, n’lcon violencia revolucionaria, sino con par-simonia y suavidad conservadorhs, concor--dando con el Papa la forma y modo de con-ciliar los intereses de la Iglesia con los de 1~3.sociedad civil. Hágase política sinceramen tt:constitucional y parlamentaria. Venga li-ber tad y venga orden, el orden augusto qur

engendran las leyes bien meditadas y biencumplidas. Creémos una poderosa Marina.un Ejército poten te detiro de nuestros me-dios, v con este modo de señalar, Ejército J-

. JIarica, pidamos un puesto en la diplomr.-

-. -~1------P

cia europea. Salga de su infancia la ciencia,florrzcan las artes y despójense nuestras cos-tulnbres de toda rudeza y salvajismo. Sea-mos europeos, seamos presentables, seamoslimpios, seamos, en fin, tolerantes, que esCO:I~O decir limpios del entendimiento, ydewchemos la fiereza medieval en nuestrosjuicios de cosas y personas. Transijamoscon las ideas distintas de las nuestras y auncon las contrarias, y pongamos en.la cimerade nuestra voluntad, como divisa, la bendi-ta indulgencia.

Esto decía Beramendi, ardiente propa-gandista de la Unión, en todas las casas ádonde solía>ir, que no eran pocas,. y extrema.ba sus entusiasmos y el brío de su declama-cian en la morada de uno y otro Socobio,don Saturno y don Serafín; á las cualesconcurría después de algunos años de absen-teísmo. Con la Marquesa de Tillares de Tajo,cada día más talentuda y perspicaz, teníaFajardo las grandes pláticas de política. Era .una persona con quien daba gusto discutir,disputar y aun pelearse, porque conocía muybien el mundo, y manejaba con igual dono.sura las ideas propias y las contrarias. Sinabdicar de sus opiniones narvaístas, ocasio-nales sin duda, Za motwta reconocía la in-mensa fuerza con que O’Donnell entraba encampaña, llevando á su lado lo mejor de losdos partidos históricos. Del moderado le se-??“‘ulían nada menos que Martínez de la Rosa,dcn Alejandro bfon, Istúriz, y otros muchosqne estaban ya con un pie dentro de 12

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216 IL PhU QALDÓS 1

Unión. Dvl Progreso había tomado á Prl’m,á Santa Cruz, á Infante, á don Modesto La-fuente, á Lemery, á don Cirilo Alvarez yotros que vendrían detrás. No tenía O’Donnell perdón de Dios si con tales elementosy la grande autoridad adquirida con su sen-sato proceder en la oposición, desde el 56 al58, no realizaba una obra memorable de pazy florecimiento en este país. Pronto se ve-ría si Espaíía había encontrado al fin suhombre, 6 si el que á la sazón la tenía entresus manos, era un+ figura más que añadir ánnes tra galería de fantasmones.

El pri‘ncipal móvil de las asiduidades deHeramendi en las casas de uno y otro Soco-bio, era que se había impuesto la caballeres-ca empresa de reconciliar á Virginia con sus1 > T3_padres, trabajosa, descomunal aventura. ~1Mayo de aquel año, antes del triunfo de laUnión, di6 principio á la campaña poniendocerco á la terquedad de don Serafín, volun-tad maciza, baluarte atávico. defendido porideas contemporáneas del Concilio de Tren-to. LS expugnac,ión de esta formidable plazaera difícil; mas no arredraron al gran bata-

j ,llador Beramendi ni la fortaleza de los mu-ros ni el vigor de las rutinas que los defen-

l díah. Con la táctica del sentimiento obtuvolas primeras ventajas, y desde el recinto si-tiado se le llamó á parlamentar. Don Sera-fín y doña Encarnación manifestaron al ca-ballero que perdonarían á Virginia; que es-tabln dispuestos á reintegrarla en su amor,á recibirla en su casa, ya viniese sola, ya

O'DONNELL 227con la añadidura de algún chiquillo, habido.en su deshonesta vagancia. Con ella transi-gían y con el fruto de su vientre, que ya,era mucho transigir, sacrificando sus ideasy su recta moral al irresistible amor de pa-dres. Pero jamás, jamás transigirían con él

<[no le nombraban, no querían saber su nom-bre); era imposible toda concordia con se-mejan te pillo: an tes morir que admitirle al.trato de una familia honrada. Para que ì’ir-.ginia pudiese tornar junto á sus padres yPstos devolverle su cariño, era menester queel hombre maldito desapareciese, bien poracto de la ley, bien por consentimiento pro-pio, retirándose á un punto lejano, más allci,de los antípodas. Dispuestos es taban á sub-vencionar con fuerte suma la fuga del milveces maldito ladrón, si 6s te consentía en.. .Beramendi no les dejó concluir. Virginiadeseaba la paz con sus padres; pero por en-cima de esta paz y de todas las paces delmundo, estaba la inefable compañía delhombre que amaba. No había, pues, ave-nencia si don Serafín y doña Encarnación‘no se quitaban algunos moños más... Pro-testaron los señores: bastantes moños ha-bían arrancado ya de sus venerables cabe-zas; bastan te ignominia soportaban.. . nopodían ir más allá.

Rechazado con esta ruda in transigencia,el sitiador se propuso emplear nuevos y máseficaces ingenios de guerra que abatieran larígida entereza socobiana. Confiado en eltiempo, dejó pasar días esperando las oca-

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228 R. P*Riu tuLliS

siones favorables que en el curso del vera-no seguramente se presentarían. El veram’del 68 fue alegre, por los chorros de alegríaque la subida de la Uni6n derramó sobre elpaís reseco. O’Donnell vencía con sólo sunombre y los nombres de los que iban tras41. Creyérase que por la superficie social co-rría una ola de frescura, de juventud. Falimpieza y gallardía de tantos jóvenes, ó vle-jos rejuvenecidos, que subían á oficiar en losaltares de la patria con vestiduras nuevas,.infundían confianza y evocaban imágenesde bienestar futuro. Anticipaban ó descon--taban algunos las bienandanzas del porve.-nir procurándose corto número de comodl-dades á cuenta de las muchas que habían dotraer 1~s proximos anos, y adoptaban el me--diano vivir á cuenta dt.1 vivir en grande qu+los horóscopos para todos anunciaban. Fuer-za es reconocer que con esta prematura ex-pansión de la vida, obra de los risueños prcb-gramas de la Unión, se resquebrajó más e!ya vetusto edificio de la moral privada, re-flejo de la pública. Cundían los ejemplos pcasos de irregularidades domesticas y II\;.-trimoniales, y se relajaba gradualmenkaquel rigor con que la opinión juzgaba rlescandaloso lujo de las guapas mujeres queeran gala y recreo de los ricos. Descollah.1entre éstas Teresa Villaescusa, que en Octu-bre tino de Andalucía cont~wtcttlct por unrico ganadero de aquel país, tan c~pulerì~t<~como sencillo, facha un si es no es torer:~ :.aires de franqueza cam pechan? : c- ker;~.:‘~ -,

-_

O’DOHXELL 229

,ron todo el mundo, con las hembr;ls galan-;e, s;gfin el viejo estilo español, que ordenala frase hiperbólica y el rendimiento sinmedida. El hombre quería darse lustre enMadrid, cosa no difícil trayendo dinero fres-co: era gran caballista, gran bebedor si se.)frecía, cuentista gracioso, y, en fin, se Ila-loaba Risueño, que es lo mejor que podíaIlamarse un ho.nbre de sus circunstancias,v condiciones.

Caballos bonitos de casta andaluza, riva-Ies en arrogancia de los que inmortalizó Fi-dias en el friso del Partenón, ostentaba enpaseos, calles y picaderos; pero ninguno desus bellos animales, enjaezados á lo prínei-pe, igualaba en arrogancia y primor á Te-resa, que por entonces apareció en la cul-minante esplendidez de su hermosura, ves-t.ida, para mayor pasmo de los que la veían,con una elegancia tan selecta, tan suya,9:iu(l difícilmente la superarían las señorasrn¿ís encopetadas. iVaya con la niña, y quebien se le había pegado París, en el año

,C~I.IC allí tuvo su residencia! Pues viéndolaran reguapa que á 10s mismos guardacan tones enamoraba, y tan bien trajeadita queera el primer figurín de la Villa y CortetuLios decían: esa es la de Salamanca, ó einúmero uno de las de Salamanca, error quese explicaba por no ser Risueño bastanteconocido en Madrid. En aquel tiempo, elvulgo señalaba COMO de Salamanca todo lo.superior: las poderosas empresas mercanti-le-, los cuadros selectos y las estatuas, las

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230 B. PlhIGZ GALDÓS

mujeres hermosas, los libros raros y curio-sos... Homenaje era éste que tributaba la.opinión á uno de los españoles más grandes.del siglo XIX.

Aunque parezca disonante pregonar lasvirtudes de personas sobre quienes recae lamaldición pública, la verdad obliga al his-toriador á decir que tanto como escandalosa,era Teresa caritativa. Tenía medios abun.dantes de ejercer la liberalidad; su mano,no era una hucha, sino ánfora 6 tonelconstruído por el mismo que hizo el de lasDanaides. Lo que entraba por un lado, notardaba en salir por otro. Enterada de lamiseria en que estaban los Centuriones, lesmandó por Manolita lo necesario para vivir,.y á su madre encarg que les pusiera en li-bertad toda la ropa que empeñada tenían..Los dos gabanes de don Mariano, la capa, unpantalón gris perla que lucía en las grandes,solemnidades, las mantillas y el traje de se-da de doña Celia, salieron del cautiverio. Alprincipio de su desdicha, repugnaban albuen señor las larguezas y protección deTeresita; pero el rigor mismo del infortunio.le hizo bajar la cresta. Estabamos en tiem-rpos de tolerancia, de’ transacción, pues laUnión Liberal dqué era más que el triunfode la relación y de la oportunidad sobre laIrigidez de. los principios abstractos? Se tran-sigía en todo; se aceptaba un mal relativo.por evitar el mal absoluto, y la moral, elhonor y hasta los dogmas, sucumbían á laepidemia reinante, al ajre de fi.exibilidnd’

O'DOSNELL 2131que infestaba todo el ambiente. Despues deremediar á sus tíos, fué la buena moza ávisitarles: doña Celia la recibió con lágri-mas; don Mariano temblaba y sentía frío enel espinazo oyendo decir á Teresa: “Ya quenadie quiere colocarle á usted, le colocaréyo, tío; yo, yo misma. Entrará usted en laUnión Liberal, cosa muy buena según di.cen, y que hará feliz á España librándoladel peor mal que sufre, 6 sea la pobreza.CrCalo usted, don Mariano: todos los Gobier-nos son peores si no dan curso al dinero paraque corra de mano en mano. El Gobiernoque á todos dé medios de comer, será el

’ . . . Lo que yo digo: desamortizar; cogerE”‘,u, aquí sobra para ponerlo donde fal-ta... igualar.. . que todos vivan... ~ES estoun disparate?. . . Puede que lo sea por sermío... En fin, adiós; ánimo, que ya vendrála buena. ,,

De allí se fué á casa de Leovigildo Rodrí-guez, donde hizo de las suyas, vistiendo lasdesnudas carnes de tanto chiquillo, y prove-yendo á su alimentación, pues daba lástimaver sus lindas caras .macilentas y sus ojossin brillo. Mercedes no se hartaba de bende-cir á su bienhechora, prodigándole los elo-gios que á su parecer debían halagarla m$s,los de su belleza y elegancia. Leovigildo,que no tenía escrúpulos, y transigía, no conel mal relativo, sino hasta con el absoluto,le dijo: “iPor Dios, Teresa! colóqueme us-ted, que bien podrá hacerlo... y á usted lesobran relaciones.. No tiene más que decir:

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232 B. P6RRZ GATh%3

%sto quiero,,, para que todos, de O’Donnellpara abajo, se despepiten por medir su bocay. darle cuanto pida.,,

En una de las visitas que hizo la T’illaes-Gusa á la morada de Leovigildo, que enton-ces vivía en un piso alto de la ca!le de Ni-nistriles, supo que en los desvanes de lamisma c,Lsa se moría de hambre una fami.lía. illorirse de hambre! Esto se dice; perorara vez existe en la realidad. Subió la gua-pa mujer y á sus ojos se ofreció un cuadrode desolación que por un rato la tuvo sus-,pensa y angustiada. So había visto nuncaeosa semejante: mil veces oyó referir casos,de la extremada miseria que en los rinconesde Madrid existe. Pero la evidencia que de-lante tenía, superaba en horror á todos loscuentos y relaciones. lina mujer de media-na edad, apenas vestida, yacía entre peda-zos de estera y jirones de mantas, sin alien-tos ni aun para llorar su desdicha; dos ni-ñas como de ocho y diez aííos, la una sen-tadita en un taburete desvencijado, la otrade rodillas arrimada á la pared, se metíanlos puños en la boca, luego se restregabancon ellos los ojos, exhalilndo un plañide-ro quejido sin fin, como ruido de moscar-dones. Awnztt Teresa, venciendo su terrory. repugnancia; ía suciedad, la pestilenciaofendían la vista tanto como el olf¿tto. In-terrogó á la mujer, observando al verlade cerca que no era bien parecida; pro-.nunció la- mujer frases enwecortadas co-1730 las que emplean con artificios los que

O’DXNELL 2%pordiosean en la calle; pero que de la bocade ella salían con el acento,dtt la pura y te-rrible verdad.. . “i?;o tienen ustedes nin-

recurso? -dijo Teresa traspasada deaflicción .-iEn qué sv ocupa usted?... ~ESque no han wmido hoy? $0 hay ningunapersona caritativa en este bwrio?,, Respondi6 la infeliz mujer que personas buenas había, pero ya se habían cansado de socorrzr-la.. . No comían sino cuando les llevaba decomer otro desgraciado que con eih vivía.

-Y es3 desgraciado i dcínde está?-Aquí... Wrelo-dijo la medio muerta

de hambre, señalando & un hombre que enaquel instante entraba. -Si Tuste nos trae,comemos; si no, llor&mos. n

El llamado Tuste permanecía junto á lapuerta, respetuoso. En una mano tenía laIgorra que acababa de quitarse, en otra doslechugas manidas. “Usted, buen hombre. . .-dijo Teresa volviendo sus miradas ha-,cix el tal, y en:ariind,)se con la figura másdesastrada y haraposa que podía imaginar-se. -iTrae algo que coma esta pobre gente?

-Esto nada más, señora -replicó Tutemostrando las d,s lechugas. -Me las han.d-tdo unas vendedoras en la plazuela de La-vapi&. . .

-iValiente porquería!-+ijo Teresa, quegastando de mirarlo todo, pDr repugnanteque fuese, examinó dv pies á cabeza la fach t

2de Tuste, en quien se reunían los más tris

* $s y desagradables aspectos de la miseria.fi _.-_ “^ ..,.I rl^ 1.. ----:-- ^__ 1. .

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234 B . PtiREZ BALDAS

suciedad; la chaqueta y calzones, prcrdasde ocasión que debieron ser viejísimas an--tes que él las usara, eran ya jirones de telamal cosidos, llenos de agujeros y desgarra-duras.. . ’ El calzado lo componían dos zapa-

. tos diferehtes: el derecho á medio uso; eIizquierdo informe, retorcido, suelto de pun-tos . . Observado con rápida vista todo esto,.miró Teresa el rostro, y espantada de lasuciedad espesa que lo cubría, no pudo+distinguir las líneas hermosas, ni la nobleexpresión que debajo de la inmunda costase escondía. El cabello era una maraña en

‘que no había entrado el peine desde la in-vención de este instrumento de limpieza.Lamugre de toda la cara se hacía más densametiéndose por los huecos de las orejas; enel cuello de la camisa se apelmazaba el su-dor; la tela y la piel se confundían en sumorbidez pegajosa. Desgarraduras de la ca-misa dejaban ver una parte del pecho me-nos sucia que lo demás, tirando á blanca.

Arrebató Teresa de las manos puercas de.luste las dos lechugas; sacó de su bolsillo4

el poco dinero que le quedaba; di6 una par-te á la mujer, otra al hombre sucio, dicién-dole: “Corra usted á la tienda y traiga lo,más preciso para que coman hoy; traigacarbón, encienda lumbre...,, Y á las niñas.acarició, y de ellas y de la que parecía su,madre se despidió con estas afectuosas ex-presiones: “Vaya, no lloren más. Hoy esdía de estar con ten tas, dverdad que sí? 5!u,steles traerá para que almuercen. En seguida

.

O'DONNELL 235que aquí despache, le mandan á mi casa..,les dejar6 las señas en este papel... Puesque vaya corriendo, y por 61 recibirán unpar de mantas. . ropa mía de desecho, y al-guna golosina para estas criaturas. Vaya,adiós: alegrarse. Ya no se llora más.,,

XXIV

Fué Tuste á casa de Teresa, y la criadale anunció de este modo: “Ahí está un po-bre muy asqueroso: dice que la señorita lemandó venir. Si la señorita tiene que hablarcon 61, echaré un poco de sahumerio.,, Yahabía escogido Teresa las ropas usadas quedebía mandar á la calle de hlinistriles. Saliópresurosa al recibimiento, donde la espera-ba el más miserable de los hombres, quienal verla se inclinó respetuow, mudo, puestoda palabra le parecía insuficiente para ex-presar su gratitud. “Ha venido usted dema-siado pronto-le dijo Teresa.- La ropa míade desecho aquí está; lo demás, tengo quesalir á comprarlo.

-Volveré cuando la señora me mande.*Qué tengo que hacer más que obedecer áfa señora?,, Esto dijo Tuste. La voz delpobre no era como su facha, sino una vozespléndida, de timbre sonoro, dulce, varo-nil. Así lo advirtió Teresa la segunda vezque la oía; en la primera no advirtió nada.

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236 B. PlbEZ OALJ&

En aquel punto de apreciar la bella voz delsujeto, un ligero brote de .curiosidad en élespíritu de Teresa la movió á formular estapregunta: “AUsted cómo se llama? $u nom-bre de pila.. .?

-Yo me llamo Juan. Mi apellido es San-tiuste. La mala pronunciación .de aquellasniñas me ha convertido en Tuste.. Lo mis.mo da, señora. Hv venido tan á menos, queya no me detengo á recoger ni las letras demi nombre que se caen-al suelo. n Avivadacon esto la curiosidad de Teresa, se acercóá él para verle mejor; apartóse al instante, ydijo: “Cuenteme usted: iqué familia es esay cómo ha venido á tanta postración? Y us-ted, dqué relación tiene con esa familia?

-Se lo contare en pocas palabras para nocausar á la senora.. .

-Aguárdese un poco... Antes tiene quedecirme por qué es usted tansucio...- No lo soy, lo estoy... Permítame decir-

le que no debe j uz;arme por lo que ve. D(:n-tro de estas apariencias inmundas hay otrapersona. De algún tiempo acá vivo, si estoes vivir, como si me hubiera entregado á latierra para que me descomponga Mis des-gracias me han inspirado el horror del aseo.Abandonado de todo el mundo, sin nadieque me socorra, el tener unrl facha desagra-dable ha sido para mí como un desquite, co-mo una venganz 1.. . iQuería-usted que sa-liera á pedir limosna vestido y peinado co-mo un señorito? Sadie me hubiera hechocaso. ;La miseria! Quien no conoce la mise-

O’l-wNNELL 237ria, quien no ha vivido en ella, quien no seha revolcado en ella, no puede apreciar elgoce de ser repugnante. . . ,,

La curiosidad de Teresa, con cada unode los extraños dichos del sucio se avivaba.Quería saber más. Tuste le ofreció un resu-men de su infortunada existencia. Nació enla Habana, de padre burgales y madre an-daluza; dos anos, tenía cuando le trajeron ála Península; pasó su niñez en Alicante,donde quedó huerfano; recogiéronle unastías residentes en Chiclana; allí corrió suadolescencia, allí estudió todo lo que estudiarse podía en un pueblo de escasa cultura; casi hombre, le llevaron á Cádiz, dondesiguió estudiando y adquirió ardiente afi-ción á la lectura; hombre ya, y no cabiendoen aquella ciudad su espíritu ambicioso, sevino á Madrid, solo, con escasísimo dineroque le dieron sus tías. Estas habían empobrecido, y Pl no quiso serles gravoso... Ala mitad del camino se quedó sin blanca ytuvo que continuar á pie. En Madrid buscóel amparo de un pariente de su madre áquien las tías le recomendaron: era un im-pre‘-or llamado Quintana, que le acogió muybien, ocupándole en su establecimiento co-mo corrector; le daba de comer, le vestía po-bremente, porque no podía más, y le matri-culas

en la Universidad para’ que estudiarados Facultades de Derecho y Filosofía y

Letras. Trabajaba Juan y leía con jnsacia-ble anhelo cuant.0 libro caía en sus ‘manos,que no eran pocos. Tres años cursó en la

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238 R. PÉREZ GALD68

Universidad, donde hizo amistades con chi-cos aplicados y con otros que no lo eran. El56 murió el bueno de Quintana de un ré-pen tino mal del coraz6n, y esta desgraciafué como el preludio de las innumerablesque estaban aguardando al pobre Juan paradevorarle y consumirle... Ya no hubo paraél un día de reposo, ni una hora que no letrajera inquietudes y fatigas. Trató de bus-car algún recurso eón su trabajo; pero di-fícilmente allegar podía un pedazo de pan.En diferentes periódicos solicitó colocación;en algunos escribía de materias diferentes:Política extranjera, Toros, Literatura, Mú-sica, Salones, Hacienda... No le leían ni lepagaban. Escribió despues aleluyas, compu-so versos para novenas.. . Todo resultaba tra-bajo perdido, infecundo. Aunque ya no iba ála Universidad porque no tenía ropa presen-table, solicitó de alguno de sus amigos estu-diantes, y de otros que yano lo eran, apoyoy recomendación para obtener algún desti-no. Nada consiguió: ni moderados ni pro-gresistas le hacían maldito caso. Trat6’ demeterse á hortera; pretendió plaza en unaSacramental; se arrimó á un memorialista.Nada: no había manera de luchar contra elhambre y la muerte. De patrona en patronaiba rodando por Madrid, tolerado en algu-nas casas, rechazado en otras por su irre-mediable insolvencia, hasta que fu6 á poderde la más infeliz de las pupileras, JerBnimaSánchez, que tenía su hospedería en la callede Mesón de Paredes. Era el marido de esta

O'DOXNELL 239

señora un incorregible borrachín qu,e espan-taba á los hu6spedes con sus groserías y ma-las palabras. La casa iba de mal en peor...Desertaron los demás pupilos, dos chicos deVeterinaria y uno de. 1Iedicina; ~610 quedóJuan, que por entonces pudo allegar algu-nos cuartos llevando las cuentas en unatienda de patatas y huevos, y en un estable-cimiento de ataúdes y mortajas. Así las co-sas, en Xarzo del año mismo en que esto,re-fería Santiuste, reventó Cuevas, el bebedoresposo de la patrona, muerte que fu6 comoincendio del alcohol que llevaba en sus en-trañas, y Jerónima, descansada ya de aque-Ila cruz, tomó otra casa; puso papeles lla-mando hu&pedes, y kstos no picaban. Per-di6 Juan su colocación miserable en los dosestablecimientos referidos; pero Jerónimano le despidió, esperando mejor suerte-parael desamparado joven. La suerte iay! no vi-no para él ni para el,la, porque Juan cayó en-fermo de calenturas y estuvo á la muerte,siendo tan desgraciado que hasta la muertele despreció y no quiso Ilevársele.. . y la po-bre Jerónima, cuando él iba saliendo ade-lante, resbaló en la cocina (encharcada delagua de jabón que rebosaba de la artesa), ycayendo torcida y en mala disposición, serompió una pierna por bajo de la rodilla...Era Juan agradecido, y no abandonó á laque á él le había tan noblemente amparado.Reunidas quedaron desde entonces ambasdesdichas, y recíprocamente se apoyaron,corriendo juntos el temporal. La rotura de

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240 B . PltREZ GALD&

pierna de Jerónima excluía todo trabajo pn--tronil. Se acabaron los recursos, y empezó e;rápido descender de escalón en escalón hastala miseria lacerante y angustiosa. Por dife-ren tes casas pasaron, y de una en (. tra ibanllevando su mala sombra, su pavoroso sino,;siempre á peor, á peor: cada día más desnu-dos, cada día más hambrientos, hasta lle-gar al horrible extremo en que les vió y des-cubrió la señora. Cuando ya les faltaba pocopara morir, se les apareció un ángel que lesdije de parte de Dios: “Vivid, pobres criatu-ras, que también para vosotros existo.

-Haga usted el favor, señor Santiuste-dijo Teresa, que con algo de broma queríadisimular su emoción,-de no llamarme ámí ángel, pues no lo soy ni por pienso, yparéceme que se burla usted de mí... Perodejemos eso, que es tarde y tengo que salirde tiendas. Lleve usted ahora esta ropa para Jerónima; t’ambién le van medias y unpar de zapatos de mi madre, que tiene el piemucho mayor que el mío. . . KO vuelva us-ted hoy por lo demás, sino mañana, que asítendré yo más tiempo de reunir lo que quie-ro mandarles.. . Vamos, que algo habrá parausted tambi6n , grandísimo Adán. ,,

Alelado de gratitud y admiración, San-tiuste no dijo nada. Teresa prosiguió así,más burlona que compasiva: “iPero por po-bre que est6 un hombre, Señor, ha de fal-tarle un real para cortarse esas greñas?... yen ultimo caso, buscar un barbero caritati-vo, que ya los habrá. Felisa, trae un peine

O’DONNELL 241tuyo... Empecemos desde hoy á desenmas-carar este esperpento. Cuidado que es ustedhorroroso. . . Ea, tome el peine, y metalo enese bosque.. . ,, Después de besar el peine,Juan lo guardó entre el pecho y la camisa,único bolsillo practicable en su astrosa ves-timenta.. . Y partió balbuciendo expresionesde exquisita ternura, que ama y criada ape-nas entendieron. Creían que lloraba... iyellas le compadecían riendo, pobres muje-res que no conocían mas que la superficiedel mal humano!

Volvió puntual Santiuste á la mañana si.guiente, y al salir Teresa al recibimientose maravilló de ver extraordinaria translformación en la cabeza y rostro del infelizhombre. Se había lavado la cara, pescuezo ymanos, sin duda con muchísimas aguas ycon fuertes restregones, porque no quedabani el más leve rastro de la suciedad que ledesfiguró. Era como una resurrección. Delas tinieblas salía una cabeza admirable, unrostro hermoso, grave, tan escaso de barbay bigote, que con un ligero pase de navajasquedaba limpio; salía también la juventud.De asombro en asombro con tales descubri-mientos, Teresa decía: “A mí no me engañausted, señor Tuste. No es usted el de ayer,sino otro... ó el mismo con distinta cabe-

Hoy trae la cabeza joven~&en, y joven toda la carátula.‘.. que me

y la boca’

parece viene también afeitadita.-Sí, señora-re litó

orgullo, confundi aJuan con infantil

o poro los elogios de la!G

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hermosa mujer.-Del dinero qÚe la sefioradi6 á Jerónima, Jerónima apartó un realpara que yo me afeitara. Ayer compramosjabón.. . El jabón es un ingrediente que nohabíamos podido ver en mucho tiempo.

--iVaya, que no se ha lavoteado ustedpoco!... Xsí, así megusta á mí lagente...-decía Tersa, acercandose á él con menosrepugnancia que el día anterior. -Y otra co:sa veo, que me deja atónita. iLB camisalimpia! iQué lujo! Bien, bien. La habrá la-vado Jerónima.

-No, señora: la he lavado yo mismo,anoche.. . iqué noche, señora! No hemos dor-mido... las niñas tampoco han dormido. Laa,parición de usted en aquel mechinal inde-cente nos ha trastornado á todos. Ni Jeróni-ma, ni las niñas, ni yo, acabábamos de con-vencernos de que la señora es persona hu-mana.,. Todavía hoy.. . las niñas hablan deusted como de un sér sobrenatural... Es elhada de los cuentos de niños, ó el ángel de1a.s leyendas cristianas.

-Vuelvo á decirle que á mí no me llamensted ángel ni hada...

-No es usted, no, como las demás perso-nas-dijo Tuste, soltando poco á poco su ti-midez.-Bajo esa vestidura mortal se es-conde un sér que tiene por morada la in-mensidad de los cielos, un ser que en sualiento nos trae el propio hálito del Padrede toda criatura.. .

-i Ay, ay, ay! cálkse por Dios. dPer0 es.&ed también poeta?

.

O’DSNNELL 243-So señora: cuando Dios quiso, yo no

+scribía versós, sino prosa.-Prosa con la cara sucia, versos con la

cara limpia.. . No me haga reir. . . iPero ustedcree que se puede ser poeta ni prosista conesas botas? ~NO le da vergüenza de andarpor el mundo con calzado tan indecente?

--*Antes de que la sefíora se nos apare-ciera, me daba vergüenza de acicllarme: lafeald:ld y el desaseo eran la mueca con queyo hacía burla del mando que m: abando-naba. dhora,. deslumbrado por el ángel deluz.. . perdone usted.. . por la divina mensa-jera del Dios de piedad. . es todo lo contra.rio... ,1Ie avergiienza mi facha repugnante,y toda el agua del mundo me parece pocapara mi limpieza, y cien Jordanes no mebastarían .para purificarme.

--jYa escampa!... Basta de poessia, y ven-ga, véngase á la prosa-dijo Teresa, condu-ciéndole con Felisa á una estancia inmedia-ta, el despacho de la casa convertido enguardarropa. -Pase y verá lo que tiene us-ted que llevarse. Irá cargadito como un bn-rro; pero iqué le importa?... Mire, mire:un trajecito para cada niña... camisas, de-lantalitos, medias y zapatos.. Para usteddos mudas completas de ropa interior... Laexterior quedará para más adelante, que nose puede todo de una vez... ~;Qué le parecetodo esto? Y dos cajas de galletas finas paralas chiquillas.. . para Jerónima un refajo.._para todos dos mantas . . ~QIu~ dice?. . . Eche,eche poesía.. .

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: -

244 B . PhREZ GALti

-Si pudiera traer á mi mente la inspira-ción de Homero-dijo Tuste con arrobamien-to no afectado,-expresaría una parte nomás de la gratitud que debemos á nuestrabienhechora. Nuestra bienhechora reúne ensí toda la belleza de las divinidades paga-nas y toda la esencia sublime de la Ley-evangdlica.

-Pues pagana-y evangélica, isabe usted~lo que se me ocurre? Pues que le voy á ob-sequiar con unas botas... Usted mismo se,las comprará. Aquí tiene cuatro napoleo-nes... Ha de prometerme que no emplearkeste dinero en otra cosa. . .

-Si yo contraviniera las órdenes de nues-tra deidad tutelar, merecería la muerte; algopeor que la muerte, el desprecio de la señora . .

-No se remonte tanto y tome los napo-leones.. . AEsa costumbre de besar las mo-nedas, la adquirió usted cuando pedía li-mosn a?

-Beso el metal que ha sido tocado por lamano caritativa. La caridad, hija del cielo,es la cadena de oro que une al Criador conla criatura.

-Bueno, bueno. Usted siempre tan poé-tico.. . Por unas tristes botas baratas que le.regalo, saca á relucir á Dios y á los santos.. . .iD6nde ha aprendido usted, Juanito, á ex-presarse de esa manera tan superfirolítica?’

-Se lo explicar& si tiene paciencia para.oirme un rato.

-Sí que le escucho. Siéntese en ese ban-CO... X ver... &Mmo...?

O'DONNELL 245-Pues este lenguaje mío es el reflejo del

espíritu de la elocuencia sobre mi pobre es-píritu. Tres años há, el 55, estudiando yo enla Universidad, y reunido siempre con otroschicos, ávidos,de saber y amantes de la lite-ratura, me metía... nos metíamos en todositio público donde hubiera lect*ura de ver-sos, explicación de doctrinas nuevas 6 vie-jas, discursos... Un día caímos én el teatrode Oriente.. . gran fiesta de la inteligencia.. . .concurso de oradores para cantar la Demo-cracia. iQu6 día, señora! Lo tengo por el másmemorable de mi vida; día solemne, díagrande, porque en 61 ví salir el sol de la elo-cuencia, el Verbo del siglo XIX, Emilio Cas-telar.. . Habían hablado no s6 cuantos ora-,dores, que nos parecieron bien... Y concluíala sesión, cuando pidió vez y palabra un jo-ven regordete, tímido, á quien nadie cono-cía. El buen público, ya cansado de tantaoratoria, remuzgaba con murmullo de im-paciencia, casi casi de burla... Pues, Señor,‘rompe á hablar el hombre, y á las primerascláusulas ya cautivó la atención de la mul-titud... iQué voz, qué gesto oratorio, quéafluencia, que elegancia gramatical, qué gi-ro de la frase, qué aliento soberano, qué co-losal riqueza de imágenes, encarnadas en lasideas, y las ideas en la palabra! El públicoestaba absorto: YO, embelesado, creía aueno era un hombie ‘el que hablaba, sino unmensajero del cielo, dotado de una voz queá ninguna voz humana se parecía. Avanza--EJa en la oración aquel hombre bendito, y el

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246 B. PÉREZ GALD6S

público electrizado le seguía, sin poder se-guirle; iba tras él cuando se remontaba á las.cimas más altas de la elocuencia, y desdeaquella altura caía deshecho en aplausos,.quebrantado de tanta emoción.. . Yo estabacomo loco; yo adoraba la Democracia, can-tada por el-orador con la infinita salmodiade los ángeles, y cuando acabó, me sentíanonadado... . me sentí grano de arena, quepor un instante había estado en la cima deaquel monte.. . iy ya me encontraba otra vezen el llano!. . . icastelar! Este nombre llena-ba mi espíritu. Por muchos días siguieronretumbando en mi cerebro ideas, imágenesque le oí, y mi memoria reconstruyó trozosde aquella oración superior á cuanto hanoído hasta hoy los hombres... Desde enton-ces, yo leía cuanto publicaba Castelar en,

. los periqdicos, y las reproducciones de sus,discursos. Nunca le hable.. . Si le veía en lacalle, iba tras él hasta que se me perdía devista... era mi ídolo, y lo será siempre, por-que si en los días de mi atroz miseria se me.borraron del espíritu las cláusulas.arrebata-doras que yo recordaba, y todo sGme obs-

\ cureció, como si mi asquerosa naturalezano fuera digna de contener tales hermosu-ras, en cuanto la mano de la señora me sacó,de aquella inmundicia, volvieron á mi men-te Castelar y su elccuencia sublime, y yalo tengo otra vez en mí... Es mi sol, mi oxí-geno, y el alma de mi alma.

- Ckllese ya-dijo Teresa un poco sofo-cada de la emocion.-ePues no me ha he-

0'DONNU.L . 24i,&o llorar con esa Cantinela? Vea, vea mia

X0 me gusta llorar, no quiero afli-giO,Le por nada. En el mundo no estamospara eso.,

Levan tóse San tius te, creyendo sin dudaque permaneía demasiado tiempo en la vi-sita, y recogiendo los líos y paquete que había de llevarse, salto así la vena de su fa-cundia: “Anoche, el contento de verme re-dimido, por esa divina mano, de la esclavi-tud de esta pobreza embrutecedora, hizo re-nacer en mi alma toda la poesía castelarina,soberano monumento oratorio de la Demo-cracia triunfante, de la Libertad iluminadapor la idea cristiana. Mientras lavaba y fre-goteaba, primero mi rostro, después mi ca-misa, yo, como todo el que está muy alegre,cantaba y rezaba, que rezo y canto era todolo que salía de mi boca.. . Recitaba con amory fe aquel pasaje del advenimiento del Re-dentor: “El aue había de venir, viene: elque había de ílegar, llega; pero no viené nien el seno de la sonrosada nube ni en ‘el delas estrellas, si no manso y humilde en elseno de la pobreza y de la desgracia. Noviene acompañado de numeroso ejército,sino de su bendita palabra y de su eternoamor; no viene seguido de esclavos, sinoansioso de acabar con toda esclavitud; noviene blandiendo la espada del tirano, sinopronto á quebrantar todas las tiranías; tiviene á levantar un pueblo sobre otro pu~-blo, ni una raza sobre los huesos de otraraza, sino á estrechar contra su pecho y .¿$

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248 B . PIiRBZ QALD6S

bendecir con el infinito amor de su corazóntodos los pueblos y todas las razas.. . ,,

-Basta, basta, Juanito-le dijo Teresainterrumpiéndole y casi echándole con ungesto.-iN ve que se me saltan las Iágri-mas?. . . Retírese ya.. . jN0 quiero lágrimas,no las quiero, ea!... Adiós, adiós...,,

Y el gran Tuste traspasó la puerta y des-cendió los pocos escalones que conducían alportal, cantando más que repitiendo conbriosa voz el final de aquella sonora melo-pea: “Dios de paz y de amor, que despu&de haber extendido los inmensos cielos azu-les y haber derramado en los cielos, comouna lluvia de luz, las estrellas, y haber he-cho salir del obscuro seno- del caos la tierracoronada de flores, iél! causa de toda vida,autor de toda existencia, se despoja de suvida, de su existencia, por la salud y la li-bertad de los hombres en el altar sublimedel Calvario. ,,

xxv

Vivía Teresa en la calle del Amor deDios, piso bajo. Lt?. casa era hermosa y des-ahogada, de al tos techos. Cuatro’ ven tan ascon rejas le daban luz por la calle; por elinterior, los huecos abiertos á un patio an-churoso y limpio. El día en que Tuste reci-bió los cuatro na

8oleones

Teresa le dijo: “para unas botas,

uiero yo enterarme de que

O’DONNELL 249

usted no se gasta el dinero en otra cosaque.el calzado. No venga usted á casa; pero pá-sese por la calle.. . yo estar6 en la ventana.La mejor hora es por la tarde, de tres ákuatro., Obediente y puntual, hizo el hom-bre su aparición, y al tercer recorrido porla acera de enfrente, vió á Felisa en la en-rejada ventana A poco apareció Teresa, yambas sonriendo le llamaron. Acercóse Juan,y oyó de labios de su bienhechora estas dul-*ces palabras: “Bien, señor Tuste: así se por-tan los caballeros. iY qu6 bien le van las bo-titas!... ilástima que el traje no correspon-.da!. . . En fin, retírese ya, y diga usted á Je-rónima que Csta, Felisa, le llevará el soco.,rro para la semana.,, Salud6 el hombre, yrespetuoso se alejó con la cabeza baja, el an-,dar lento. _

Dos días despu&, asomada casualmenteTeresa, le vi6 aparecer doblando la esquina

,de la calle de Santa María. Aguardó un po-,co, le llamó con gracioso gesto, y cuando letuvo debajo de la reja, le dijo: “Pobrecito,tu has salido hoy á. pedir limosna. iQuieres‘que te eche dos cuartos?

-No vengo .á pedir limosna, señora-respondió Juan doblando el pescuezo, comopara mirar al cenit;-vengo porque no hay,día que no pase yo por esta calle.. . Est,a ca-lle es mi religión.

-No te entiendo, bobito, -dijo Teresa,sin darse cuenta de que por primera vez le<tuteaba.

-Me entiendo yo.

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250 B. P&kBZ OALO

-Te echaré los des cuartos, para queno se te olvide que eres pobre. Aguárda-te un instante, que no tengo aquí calde-rilla., . i

Volvió al poco rato, y sacando la manofuera de la reja en ademáh de. arrojar algo,dijo al que parecía mendigo bien calzado:

. UPon tu gorra m& acá... á plomo de mi ma-no... no se caigan los dos cuartos á la calle. ,?

Puso Tuste la gorra como se le mandaba;tomó bien la puntería Teresa, y la monedacayó dentro de aquel casquete asqueroso deforma indefinible.. . Brilló en el aire la mo-neda, y antes de que cayera vió San tius-te que era un doblón de á cuatro. No pudohacer ninguna observación, porque Teresadesapareció de la reja cerrando los crista-les. Minutos después, sonaba la campani-lla de la puerta; abrió Felisa, y se encar6con el pobre, que le dijo: “Quiero ver j laseñora para devolverle una cosa que se le hacaído á la calle.,, No había concluído la fra-se, cuando apareció Teresa en el recibimien-.to, risueña, y replicó al joven con esta gra-ciosa burla: “Es verdad: me equivoqué. Echéoro en vez de cobre. Venga mi monedita.. _Gracias.. . Eres un mendigo honrado.. . Dioste lo premie.

-Es que-murmuró Juan - me di6 ver-güenza de.. . de eso, de que el oro fuese pa-ra mí. Bastante ha hecho la señora por esteinfeliz. . . Si yo abusara sería un malvado;empañaría el resplandor de la bendita cari-dad, hija del Cielo, con el aliento de mi

0'wmELL 8¿, 1

eg~,í.smo.. . La caridad obliga al que la reci-be a ser tan bueno como el que la hace.

-Echa más poesía, hijo...- Esto no es poesía . . es mi corazón, que

habla con el lenguaje de su delicadeza, deFU gratitud..

-Pues has de saber que yo soy muy pro-sáica, Juan, y no gusto de verte con esosandrajos tan . . . poéticos--dijo Teresa echan-do mano al bolsillo.-Mira, mira toda lacalderilla que aquí tenía yo guardada paravestirte de prosa.. . iNo has querido un do-blón? Pues mira, cuenta: dos, tres, cuatro,cinco. Voy en tendiendo que tegusta ser muycochino, muy zarrapastroso y muy nausea-bundo, para que te tengamos Iásti- ma... Yote pregunto: si así te viese tu ídolo Castelar,iqu6 diría?... Ves tu ropa como una vesti-dura poética, que te hace muy interesante.. .Te las das de anacoreta 6 de santo. Puesesos moños te los voy yo á quitar. n

Atónito, asaltado de diferentes emocio-nes, Santiuste no sabía si reir ó llorar. Ma-yor fué su turbación cuando oyó estas pala-bras de Teresa: “Coges ahora mismo estosdoblones; vas á una tienda de ropas hechasde la calle de la Cruz ó de cualquier calle,y te compras un terno, pantalón, chaqueta,chaleco, todo modestito; no vayas á creertede la Unión Liberal y á vestirte á lo gran-de.. . Añades corbata.. . añades un sombrero,mejor gorra... No es tiempo todavía de quete emperifolles demasiado. Con que.. .,,

KO hizo ademtin de tomar las monedas.

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r

2.52 B. PlktlW GALDóS

Ex inmovilidad era la de uná estatua; suhermoso rostro, su mirar perdido revelabanlos efectos de la fascinación de imágenes le-janas. Díjole Teresa que abandonara los es-pacios poéticos á que miraba y descendiese.al mundo. Bajó Tuste, protestando de lanueva limosna con expresiones balbucien-tes; Teresa sacó las uñas, sacó su autoridad:“0 me obedeces, Juanito, en todo lo que temando, 6 no vuelvas á mirar esta cara mía.. .‘Te digo que si tú me miras, yo doy ungirorápido á todo el cuerpo jves?, para decirte

. sin palabras: “Quítate de mi vista, demo-acrático.. . po6tico y castelareño.. , Vete contus músicas á otra parte., Aplacados conesta- amenaza los escrúpulos del hombremísero, tomó el dinero, y con paso lento,con visajes de asombro y algún gesto querevelaba su esclava sumisión á la bienhechora traspasó la puerta. Antes de que Fe-lisa cerrase tras él, volvió Juan presurosodiciendo: “Señora, señora, icuando comprela ropa y me la ponga, he de pasar por aquí?AQuiere la señora verme?. . .

.

-No-dijo Teresa, -no es preciso. Nivengas á casa, ni pases por la calle. Haz loque te mando, Juan.,, Afirmaba él con lacabeza; salió suspirando.. .

Por aquellos días, que eran los que pre-cedieron á las elecciones, el fe!iz poseedorde Teresita, Facundo Risueño, andaba muymetido en enredos electorales, pues comohombre de gran propiedad en una comarcade Andalucía y de no poca influencia, le

i;* O’DONNELL 258

bailaban el agua don José Posada Herrera yel Marqués de Beramendi, candidato cunero,designado para representar en Cortes aqueldistrito. Tras un sin fin de pláticas con elcunero y con el Ministro, dió gallardamen-te todo su apoyo el buen Risueño, ofrecien-do que sin necesidad de trasladarse á Anda-lucía, y sólo con escribir cartas imperativas-á diferentes personas de allá, se asegurabala elección. Así lo .hizo, y al hombre se lecansó la mano de tanto plumear, atarugan-do diariamente el correo con el fárrago desu correspondencia. Por todo ello y por su \

activo proceder, estaba Fajardo muy agra-decido al andaluz, y quedaron uno y otroenlazados en sincera amistad. Vivía Risue-ño con un hermano suyo, rico también,.establecido aquí desde el año 50 en negockde aceites. Llamamos vivir al tener allí uu

‘cuarto bien provisto y arreglado, en el cualrara vez dormía. Sus comidas eran siempre-fuera de casa, bien en los colmados y fon-das, 6 bien en casa de Teresita, que algunoc-días veía en torno de su mesa, con ciertc:,ta adillo,

!lá personajes políticos de viso, y á

ca alleros aristócratas, aficionados á caba-110s 6 á toros. La asiduidad de Facundo enla vivienda de su linda coima aflojó un po-co en los días del trajín electoral; pero unavez llenas las urnas con el nombre de Bera-mendi, _y proclamado su triunfo, restableciöel andaluz la normalidad de sus costumbres.y el primer convite que organizó en casa deTeresa fu6 para obsequiar al nuevo diputa-

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do y á otros amigos, auxiliares en la electo- *ral batalla.

La novedad de aquel banquete fué queTeresa contó su aventurA de caridad en lacalle de Ministriles, y el descubrimientoque había hecho de un horripilante caso dela miseria hermana. Cautivaban estas bis.torias al buen Beramendi, que era muyamante del pueblo, y sabía, como -nadie,condolerse de sus desdichas. Dió á entenderTeresa que si el contratista la dejaba expla-yarse en sus aficiones benéficas, trataría derestaurar á los hambrientos de la calle deMinistriles en la situación 6 estado que tu-vieron antes de su desgracia; restableceríala casa de huéspedes, en la cual sería primerpunto el hombre raro, el hombre poético,que hablaba como Castelar. AIás vanidosoque caritativo, Facundo Risueño la autori-zó, delante de los amigos, para que aplicaseá socorrer al prójimo parte de la guita que41 le daba para alfileres.

Así lo hizo Teresa, y apenas entrado Di-ciembre, tenía Jerónima su casa de pupilosen la calle de Juanelo, amuebladita con mo-destia y provista de todo; las niñas iban áun colegio, y el famoso Tuste hallabase enel pleno goce de un cuartito decente en lacasa, y de algunas prendas de ropa para sa-lir decorosamente en busca de colocación 6trabajo. De vez en cuando iba Teresa á con-templar su obra y á oir las alabanzas y ben-diciones de los favorecidos. A Santiuste leencontraba como en Pxtasis, mirándose- en

su ropa, satisfecho y un tanto presumido;cuidándose el rostro y el pelo, que ya lleva-ba cortado y á la moda; esmerándose en elaseo y corrección de la persona. A su bien-hechora mostraba un respeto que rayaba endevoción fanática En la casa expresaba suculto con retóricas de un espiritualismo su-ti], y declamaciones hiperbólicas, parafrás-ticas, imitadas del gran modelo de oratoria;en la calle, alguna vez que se encontrabancasualmente, saliendo Teresa de la casa deJerónima, no se atrevía el buen Tuste á dar-le convoy, temeroso de que la compañía deun hombre hurnildísimo mermara el decorode tan gran señora; y á propósito de esto tu-vieron en cierta ocasión unas palabras quemerecen transcribirse. . .

uDejate de pamplinas, Tuste-le dijo Te-resa, entrando los dos en la Plaza del Pro-greso,-y no me llames á mí gran señora ninada de eso,.pues soy la menor cantidad deseñora que se puede imaginar. 0 eres uninocente que no conoce el mundo, ó creesque yo me pago de nombres vanos y de pa-labras sin sen tido.

-No será usted gran señora para los de-más-dijo Tuste con efusión caballeresca;-para mí lo es, y yo hablo por mí, no porel mundo que me condenó á la miseria...y en la miseria estuve hasta que me sacó nnángel del Cielo.

-Pamplinas, vuelvo á decir, recomen-dándote por milésima vez, pobre Tuste, queno seas pamplinoso, y que todas las farama-

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2!33 B. PIhEZ OALDós

llas bonitas que has aprendido de Castelarlas guardes para pasar el rato. En la vida-real, eso no sirve para nada. Yo no soy se-ñora, aunque como las señoras me visto; yo,para decirlo de una vez, soy una mujer mala,una... que se ha dejado poner en la frenteel letrero de mujer mala... Llevo ese le-trero, que leen todos los que me conocen. ._No conviene que me vean contigo por la ca-lle; pero no es ‘porque yo me avergüence detí, ni porque 6u compañía me deshonre, si-no porque en mi condición de mujer mala,si me ven contigo creerán lo que no es... Elhombre con quien ahora estoy, Facundo, ya.sabes. . . es bueno y no repara en que yo gas-te lo que quiera... pero tiene la contra deque es algo celose, y por cualquier cuento,por cualquier chismajo que le lleve un adu-lón 6 un mal intencionado, se pone insufri-ble.. . Con que.. . da media vuelta, Tustito, ydéjame sola... Las señoras de mi categoriavan mejor solas que bien acompañadas.Abur. ,,

Esto pasó y esto se dijeron. Santiuste bus-caba la soledad para dar libre rienda á suespiritualismo vaporoso; Teresa, si no podíarecrearse en la meditación solitaria, dejabalibre el pensamiento en las ocasiones en queera más esclava, y hablando con Bste y conel otro se recogía en el sagrado de su almapara mirarse en ella.. . Dice la Historia psi-cológica que la guapa moza cay6 en grandestristezas por aquellos días de Diciembre del58; que sus esfuerzos para disimular las

O’DONYELL 257murrias que la devoraban casi le costaronuna enfermedad. En las fiestas de Navidad,el bullicio y alegría de la gente la mortiíl-caban; las personas que á su lado veía cons-tan temente, el contratista sobre todo, éranleodiosas. Para aislarse, exageró sus levesindisposiciones, quedándose en cama no po-cos días. Risueño no abandonaba por acom-pañarla su sociedad de caballistas, ni el - .recreo de las innumerables amistades queendulzaban su existencia. Cuenta tambi6nla Historia íntima que una tarde que Fa.cundo tenía gran cuchipanda con sus ami-gos en la Alameda de Osuna, Teresa se echóá la calle, de trapillo,.y se fu6 á casa de Je-rónima, donde le dijeron que Tuste no ibamás que á comer y á dormir; que aún nohabía encontrado colocación; pero que entanto, se había puesto á aprender el oficio dearmero en el taller de un amigo. ADónde?En las Vistillas. Allá se fu6 Teresa, movidade un irresistible anhelo de hablar con Tus-te, de oirle sus poeticos disparates y de con-tarle ella sus intensísimas tristezas, que sinduda tenían por causa un error grande de lavida: el haber equivocado los caminos de lafelicidad. No le había dado Jerónima, porignorarla, la dirección exacta del taller don-de Tuste trabajaba; pero ya lo encontraríapreguntando, y al entrar en las Vistillaspuso atención á los ruidos del barrio, espe-rando’ escuchar el son vibrante de los mar-tillos sobre el yunque, 6 los chirridos de laslimas raspando el metal. Tada de esto oyú.

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258 B. PÉBEZ GALD68

Rendo al fin en una tienda negrura y apa-ratos de ferrería, pero ningún hombre quetrabajase, interrogó á una mujer que senta-ela en la puerta estaba. “Sí, señora, es aquí:pero el maestro armero y el aprendiz no es-tin; se han ido á la compostura de unasmáquirlas. Si quiere la señora saber cuándorendrrln, pregítntele á la maestra :. . 2Veaquella mujer que está sen tadita.en un si-Ilar dando de mamar á su niño? Pues es lamaestra. ,,

Vió Teresa desde lejos á la mujer señala-da: se distinguía de las otras dos, que en elmismo sillar se sentaban, por ser más joveny tener chiquillo en brazos. FuBse allí de-recha., Al verla llegar, las tres se sobreco-gieron y se levan taron, pues aunque Teresaiba vestida con la mayor sencillez, SM aireseñoril en nada se desmentía. A la urbani-dad de las pobres mujeres correspondió laVillaescusa con amable sonrisa., mandándo-las sentar; y poniendo su mano cariñosaen el hombro de la que amamantaba, le pre-gun tó. . . La pregunta no lleg6 á ser formu-lada, porque Teresa quedó suspensa B la mi-tad de la frase; miró á la mujer, se apartónn poco, acercóse luego como si quisiera be-sarla... dudó. . . volvió á creer... al nn no @-hía duda. . . “ i Virginia!. . . Usted es Virginra!

-Sí, señora--dijo la otra, mirando y po-niendo en su mirada toda la memoria,-yxted es.. . Conozco la cara; la cara no se meescapa.. . pero el nombre.. .

-Soy Teresa Villaescusa UNO se acuerda

O’DONIPPLS 204

iusted? Erarnos amigas... de esto hace algu-fnos años.. . 30 digo que tuviéramos- grantintimidad; pero nos oonocíamos... nos ha-blábamos:. .

-Sí, sí... Era usted más joven que nas-<otras.. . me acuerdo bien... @h, Teresa! erausted entonces muy linda, y hoy... hoymás. dQuiere usted que subamos á mi ca-sa?. . . Es una pobre casa.. .

-90 i mpot%a: vamos. n

.

En el templo más hermoso y venerado noentraría Teresa con más respeto que entr4en la humilde casa de Virginia. Desnudasparedes vió, muebles viejos en buen uso,cama, cómoda, cuna, en todo una pobreza-decorosamente conllevada, y un vivir mo-desto y sin afanes. Allí no había nada belloni superfluo; nada tampoco que indicase lapenuria angustiosa, la inquietud del día si-guient,e. La manó hacendosa se veía en to-das partes, y cierta entonaciin ale.gre de lascosas, en conformidad con la claridad de laestancia.

Virginia, después de mostrar el chiquillo.á Teresa, dormido ya, y de dársele á besar,Ile acostó en la cuna. En un sofá de Vitoria*con colchoneta de percal encarnado, se sen-taron las dos. El sol penetraba en el apo -

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260 B . PdREZ CtALD6S

sento, dando á los objetos vigoroso‘colorido“&li casa es pobre-fu6 lo primero que dijeVirginia; -dpero verdad que es alegre, muy-alegre?

-Ya lo creo: más que la mía...-afirnmTeresa, espaciando su vista por todo.

-;Cómo ha de ser este tabuco más ale--f;;i:Tue su casa de usted.. . que será un pa -

-I\ro, hija, no . . .-dijo, la señora echán-dose á reir.-No es palacio.. . iquia!

-iNo tiene usted niños3-No . . . ,La pregunta referente á los niños envol--

vía en el espíritu de Virginia la persuasiónde que Teresa era casada. No podía ser deotro modo. Ninguna soltera sale sola, y to-da señora de aquel empaque tenía forzosa-mente marido por la Iglesia. Debe decirse-que las ideas de cada una frente á la otra-eran totalmente distintas. Teresa conocíaperfectamente la historia de Mita y Ley, yhasta los trabajos de Beramendi con los So-cabios para negociar las paces. En cambio,.Virginia no sabía.nada de Teresa: entre laseñorita que había visto y tratado en tiem-pos remotos en alguna reunión, y la señora

%ue tenía delante, había un enorme vacíoe conocimientos. Dígase también que Vir-

ginia, en su vida salvaje, y después en’aquel vivir apartado del trato de personas de.viso, había perdido toda la picardía munda-na, quedándose en una ingenuidad ente-ramente pastoril. Con sencillez digna de la

O‘DONNELL 261Arcadia, preguntó á la otra si era Marquesa.

“iMarquesa yo! No, hija mía.-Dispéns.eme: me he vuelto muy bruta.

Lo he preguntado porque.. . Verá: algunavez hablamos Pepe Fajardo y yo de la so-ciedad de mis tiempos de soltera. Yo le pre-.gunto: “8Y Fulana... y Zutana...?,, Y élcasi siempre me responde: “Es Marquesa.,,Xesulta que de poco tiempo acá todos losue tienen algún dinero son Marqueses,1ondes 6 algo así.. . Por eso yo pens6.. . Dis-.pénseme.

-Sí, hija mía: la pregunta es de lo másnatural... Hay, en efecto, sin fin de títulosdkn~o~~ cuño, unos con dinero, otros bus-

. . .-Marquesa 6 no -dijo Virginia echando

fuera toda su ingenuidad, -usted es de esasdamas de la Beneficencia que vienen á es-tos barrios pobres á ver dónde hay miseria,para remediar la .

-Si, soy benéfica- replicó Teresa confu-sa.-En otros barrios he socorrido yo á mu-chos pobres.. .

-Pues en éste los hay también. Yo po-dré decir á usted dónde encontraría gran-des desdichas.. . iy qué desdichas!

-sí, sí... pero no he venido á eso. . . ,,Al pronunciar esta frase, contúvose Tere-

sa bruscamente, invadida de un sentimientoque participaba de la vergüenza y el temor.ACómo decir que su presencia en aquel ba-rrio y en aquella casa no tenía otro móvilque buscar á un hombre? iElla, que despre-

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263 B. FliXLEã GALO&

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criaba la moral corriente, como desprecia elgran artista las formas comunes del ama-neramiento, sentíase cohibida, vergonzosaante la pobre Virginia, que era sin duda laprimera de las inmorales! Habíala tomadoVirginia por gran sefíora. LQué pensaríacuando la gran señora le dijese: “Vengotras del aprendiz de armero que está en tucasa,,? Esta idea caldeó el rostro de Teresa,y la puso en gran turbación. De alguna ma-nera tenía que justificar su visita. iQué di-ría, Señor? Afortunadamente para Teresa,la desbordada ingenuidad de Virginia lasacó de tan embarazosa perplejidad, seña-Iandole este camino: “Ahora recuerdo.. . Medijo Pepe no hace muchos días que algunasseñoras de la mejor sociedad se interesabanpor mí en la cuestión que traemos ahora.mis padres y yo.. . Mis padres quieren tener--me á su lado; yo tambi6n lo deseo; pero exi-gen que sacrifique á.:.

- Y a SB... Estoy bien enterada... Y esesacrificio es imposible- afirmó Teresa, gus-tosa del pie que le daba la otra para funda-mentar racionalmente su visita.- En mí tie-ne usted una partidaria adrrima.. . Buenaes la ley; pero cuídese mucho la ley, digoyo, de no pisotear los corazones.

,-i Ay.. . también yo digo eso!-exclamóVirginia suspirando fuerte. - Los corazoanes por encima de todo. . . No me engaña-ba el mío cuando la ví llegar á usted. Us-ted no me conocía. . . preguntaba por mí 6:-las vecinas.. . quería informarse.. .

ODONSLLL 26%-Informarme, sí, Virginia. Yo he dicho ã

Pepe que dada la testarudez de los señoresde Socobio, no hay más que una solución...Solución propiamente no es... Yo le indiquéá Beramendi, y convino en ello conmigo, queá falta de solución se arreglaría un. . . Ya neme acuerdo cómo se llama eso.. . Es un tér-mino en latín.. . modus uivendi . . 6 eosatal...,

En aquel momento, dos jilgueros apñ-sionados que formaban parte de la famili%y habían sido puestos al sol, jaula sobre jau-la, en el batiente de uno de los balcones,rompieron á cantar con tal algarabía de tri.nos, que las mujeres tenían que alzar la vozpara entenderse. Gustaba Teresa de aquellamúsica, que cubría su propio acento, per-miti6ndole ser poco explícita en lo que ha-blaba. La idea del modus vivendi no era irr-vención suya para salir del paso. Del asuntede Virginia se habló días antes en su easa,de sobremesa; pero no recordaba bien Teresalo que Pepe Fajardo había dicho de la so-lución 6 arreglo provisional que pensabaproponer á los Socobios; mas obligada, porsu equívoca situación en la visita, á manifes-tar algo concreto sobre aquel punto, apelóásu imaginación, y entre el estruendosoeantarde los pájaros, como otro pájaro que tambi6acantaba, salió, á su parecer airosamente,por este registro: “El arreglo consiste enque sus padres le señalen á usted una can-tidad .para alimentos, que por el pronto di-be ser corta, lo preciso y nada más. Irás

I

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264 B . PtiREZ GALD6S

ustedes á vivir á casa del Marqués de Be-ramendi, en un pisito que tiene arriba, yque ahora está desocupado, pues la servi-dumbre, vive casi toda en el principal.La respetabilidad de la casa será el mejorambiente para la reconciliación que desea-mos. Allí podrán los señores de Socobio vi-sitar á su hija, que ya parece que pierde gran

farte de culpa poni6ndose bajo el techo de

os E mparanes . Hay que ir poquito á poco,amiga mía. Al principio, recibirá usted lavisita de sus padres cuando no esté Leoncioen casa... Será preciso para esto fijar ho-ras determinadas. Los papás se volveránlocos de alegría con el chiquillo, con sunieto.. . Le devolverán á usted su cariño, yasí, día tras día. . . podrá llegar el de la com-pleta benignidad de esos señores con todala familia, con el propio Leoncio. . . ,, Dijoesto Teresa, y al concluir su inventada so.lución ó modus viuendi, vi6 que la obra erabuena, y descansó como Dios despues dehaber hecho el mundo.

Oyó Virginia la donosa mentira, con in-tensa curiosidad primero, con arrobamientoy grande admiración al fin, y acogió la pro-

Puesta de Teresa como uno de esos maravi-

losos descubrimientos que después de co-nocidos nos asombran por su sencillez.. .UPues sí que es un arreglo magnífico, unaidea preciosa.. .- dijo cruzando las manos ydescruzándolas luego para coger una de lasde Teresa y besarla.-iY esto se le ha ocu-rrido á usted? Verdaderamente se interesa

O’DONNELL %65

por nosotros.. . iY ha venido á enterarme*del aryeglo.. .! iQu6 idea!... es la mejor, laúnica.. . ~LO sabe ya Pepe? &3e lo ha dicho,usted á Pepe.. .?,,

Teresa, creyendo que no podía menos de.afirmar, afirmó ligeramente con la cabeza.Los pajaros cantaban ya con frenesí, alzan-do tanto sus agudas voces, que Teresa nohabría podido hacerse entender si algo dije-se. Así era mejor.. . En aquel momento elchiquillo remuzgó en su cuna. Acudió Vir-ginia diciendo: “Estos diablos de pájaros me<Ie han despertado con su música. . . Y creoyo que lo hacen adrede. El niño es su ami-guito, se vuelve loco con ellos, y cuando seme duerme ellos le llaman, le dicen: “Ven,ven; rico; te estamos cantando, y no nos ha-ces caso..., Cogió en brazos al niño, quemalhumorado se restregaba los ojos conlos pwios, y prosiguió hablandole así: “Tehan despertado estos parlanchines.. . Es quequieren charlar contigo, mi sol. Ven, ven,y diles tú cosas; diles cosas.. .,,

Cogió Teresa el chiquillo, que no la es-trañó; antes bien, se dejó zarandear por ellafrente á los pájaros, desarrugando el tiernoceño, y con sus manos gordezuelas queríatocar las jaulas en que sus amiguitos trina-ban desaforadamen te. Virginia, en tanto,mirando á su hijo en brazos de Teresa, y áBsta gozosa, apuntándole al niño lo que te-.nía que decir á los jilgueros en contestacióná sus amantes clamores, entretuvo algunossegundos con este ingenuo monólogo: UBue-

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266 B . PlhEZ QALDóS

na señora es Teresa Villaescusa... Viene û.verme y á contarme el arreglo que ha,inven-tado... i Famosa idea!. . . Pero yo digo: Tere-sa Villaescusa, iquién es ahora? ,$erá la.Navalcarazo, esa de quien tanto se habla?*Será la Cardeña, esa de quien también se&abla mucho? No, no es ninguna de éstas,

!?rque me ha dicho que no.es Marquesa..

era entonces mujer de algún banquero, sintítulo ni corona. ¿Y qué clase de amistadtiene con Pepe? iOh, quién lo sabe!. . . iVaya,que no saber yo con quien casó Teresita Vi-llaescusa! . . . Me da en la nariz que es unade estas casadas ricas, á quienes Pepe corte-ja. . . porque es tremendo ese hombre.. . Elvenir ella aquí á decirme lo que ha discurri-do, revela dos cosas: un gran interes pormí, una confianza grande con Pepito.. . ,,

El chiquillo, distraído un momento conlos jilgueros, volvió los brazos y el rostrohacia su madre, poniendo en sus lindas fac-ciones un mohín displicente. “Ahora pideteta- dijo Teresa. - Désela pronto.. . que sino, se va á incomodar con usted y conmigo.

-Ven acá, sol.. . Es de lo más malo queusted puede figurarse.. . Xre, mire las ca-rantoñas que me hace para que le dé lo quetàn to le gusta.. . iSi será pillo.. . ! Me pasa lamano por la cara, me mete los deditos en laboca.. . y luego, véale usted.. . va derecho ásacar lo suyo. i Ah, ladrón...! n

En esto, ruidos que venían del piso bajo,voces confusas de personas y chocar de hie-rros, anunciaban que habían llegado el

O’DONNELL 267maestro y el aprendiz. Al entenderlo así,sacó Teresa de su cacumen otra donosa in-vención, que debía cubrirle la retirada ypermitirle realizar el propósito que la llevóá las Vistillas. “Yo me voy-dijo, afectandola inquietud de las graves ocupaciones olvi-dadas.-Esta casita humilde; usted, Virgí-nia, y su nifio precioso, me han encanta-do. . . El tiempo se me ha ido sin sentirlo.. .Ya no puedo entretenerme más. Preséntemeusted á Leoncio; quiero conocerle...

-Le llamaré, le mandaré que suba.,,Antes que la maestra llamara, detúvola

Teresa: “No, no. Le saludar6 abajo, al sa-lir. . . No le llame usted... El tendrá que ha-cer, y yo me voy corriendo, corriendito. ._iDios mío, qué tarde! Pues ahora tengo queir á la calle de la Solana, que ni siquiera sédónde está.,, Dijo Virginia que Leoncio laacompañaría, y ella, con rápida visión de.su plan estratégico: “No, hija.. . Que vengaconmigo el chiquillo, el aprendiz.

-No es chiquillo, es un hombre.-Lo mismo da. Bastará con que me in-

dique el camino.. .,,Bajaron.. . Leoncio y Juan, ambos en tra-

je de mecánica, con blusa azul, las cabezasal aire, se quedaron como quien ve visionesante la mujer que iluminó el taller con suhermosura. Presentó Virginia al que llama-ba su marido, que invalidado por la cortedadno supo que decir, ni que hacer con el ca-ñón de escopeta que en la mano tenía: al finlo dejó sobre el banco. Palideció el aprendiz

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268 * B . PtiREZ (3ALD6S

ai ver la celeste aparición, y luego se pusomuy colorado, permaneciendo en perfectainmovilidad, tan mudo como las tenazasque en la mano tenía. . . Al fin vió Teresacumplido su estrategico plan de retirada taly como lo imaginara en rápida concepción.No había tenido poca suerte; que si se em-peña Leoncio en acompañarla, de nada lehubiera valido su ingeniosa mentira. Cogiósu manguito, despidióse afectuosamente delmatrimonio libre ó liberal, llevándose alaprendiz para que en el laberinto de las ca-Bes la guiase. iNo era ella mal laberinto!El aprendiz la siguió callado y respetuoso,y Mita y Ley quedáronse comentando la VI-sita, que tenían por venturosa, sin poderdiscernir quién era, en la sociedad del 59,la, que de soltera fu6 Teresita Villaescusa.Casada y rica debía de ser; Marquesa no;amiga de Beramendi sí.

Hasta que entró con su guía en la callede los Santos, no rompió el silencio Teresa.Co.mprendiendo Tuste que su deidad tute-lar quería hablarle á solas, la desvió hacia lacalle de San Bernabe. Tomó Teresa un toni-Ilo algo displicente para decirle: “Quiero sa-ber por qué te has metido en este oficio dearmero sin decirme una palabra. iAcaso nosoy nadie para tí? ~NO merezco ya que meconsultes todo lo que piensas?

-Usted lo merece todo, Teresa-replicóJuan.-Pero ic6mo había yo de consultar ámi bienhechora, si no la he visto en dos-se-manas?

.

O’DONNELL 269-Estuve enferma. Ni siquiera has tenido

la atención de ir á preguntar por mí.-Usted me prohibió que fuera á su casa

y hasta que pasara por la calle.-Es verdad; pero ya debiste compren-

der... En fin, Tuste, Apor qué te has metidoen ese oficio sin decirme nada?.. . Yo te ha-blé de conseguirte un destino.. . i Bonitas sete están poniendo las manos!. . .

-Pues yo.. .-balbució Tuste, no sabien-do cómo aplacar aquel enojo que no com-prendía.-Verá usted.. . Pensé que de estemodo sería más grato á la señora.. . ,,

Teresa se plantó en medio de la calle, ycon súbita energía le echó sus dos manos álos hombros, diciéndole en un tono que lomismo podía ser de reconvención que desúplica: “Juan, la última vez que te ví te ~mandé que no me llamases señora: yo nosoy senora.. soy una mujer y nada más queuna mujer. Sigamos, y hablaremos andan-do.. . Suprime lo del señorío, vuelvo á decir-te.,, An tes de que Tuste pudiera formularsus protestas de obediencia incondicional,volvió á plantarse Teresa, y con el mismotono que revelaba la firmeza de su voluntad,le dijo: “Tuste, hasta me incomoda que metrates de usted... Es ridículo que hablemostú y yo como se habla en las visitas. Tu-téame...

--iYo.. . Teresa!-Que me tutees, digo.. . Yo lo quiero, y+

lo mando. ,,

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.; XXVII

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“Bueno -dijo Tuste, guiándola hacia Gi-limón .-Al llamarte de tú, me entra en elalma una frescura deliciosa. . . que... No s6cómo expresarlo . . Tratándote de tú, soyotro, crezco, me agiganto... Me siento capazde las acciones más hermosas, y hasta meparece que mi inteligencia levanta el vue-ii.;i’eresa, iqu6 ideal sublime se encarna,

-!kuste, dime, dime esas cosas, aunquesean mentira, y bien sé que lo son. . . Antesme daba decara la poesía: y ahora no.

-Pues d6jame que te cuente cómo mem;lti en este aprendizaje sin consultar con-tigo. Pasados dos ó tres días desde la últi-ma vez que te ví, me encontré á Leoncio,y~.le es amigo mío: le conocí cuando Jeróni-ma tenía la casa en Mesón de ParedeS... Medijo: “Si quieres aprender el oficio de arme.ro, yo te ensefiaré., Le -respondí que lo pen-saría.. . Pues aquella noche soñé contigo,Teresa, como todas las noches . . Te me apareciste coronada de rosas, vestida de unblanco traje que relucía como plata, los piescon zapatos azules.. .- Estaría bonita.. .-Alargaste un pie y me dijiste que te

descalzara.. . así lo hice.

.

u)'uONN‘ALL 271-Pues eso podía significar que aprendie-

ras el oficio de zapatero.--No, porque andando descalza en derre-

dor de mí, me dijiste: U Ve te con tu amigo yque teenseñe á construir lasbonitas armas...armas con que matar á los egoístas, á losperversos ..,, Teresa, me puedes creer que ví.y oí todo esto como si fuera la misma reali-dad . . Al siguiente dia tuvo tal fuerza enmí la idea de ponerme á trabajar con Leon-cio,.que no vacilé un momento más Tú melo dijiste, me lo mandaste Yo te veía comote estoy viendo ahora, puedes creerlo...

-iY en las noches siguientes no me vis-te también?

-Sí... venías á mi lado, tal como estásahora.. . Yo callaba; tú me decías: &Juan,abandona la idea de seguir estudiando Filo-sofía y otras garambainas que nunca te sa-carán de pobre. No-pienses en destinos delGobierno, que no son más que pan para hoyy hambre para mañana.. . M&ete en el co-mercio; compra y vende patatas, fruta, ma-dera, cal, huevos, cualquier cosa; aprendeun oficio; ponte á hacer cosas, á fabricar al-go, jabón, ladrillos, clavos, peines, velas,relojes 6 demonios coronados.. . el cuento esque ganes dinero.. . ,,

-iEso te decia? APues sabes que esas no-ches estaba yo muy prosáica, después deaquella otra noche en que me lleguh á ti conzapatos azules?- ProstSica estuviste, y yo, que siempre

fuí rebelde al prosaísmo, me sentí tocado del

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-Es fácil aue sí. Juan... Dime: ¿y cuan-do te aconsejaba que comerciaras 6apren-dieras un oficio, cómo iba yo calzada?

-De ninguna manera, porque venías ámí con los pies desnudos.- i Ay, Juan! eres un soñador tremendo.. .

Ten cuidado.. .-&ómo no soñar estando ã veces cerca de

tí, á veces tan lejos como lo estoy de las es-trellas? Teresa, si despubs de lo que te hedicho, encuentras mal que yo aprenda eloficio de armero, lo dejarh... Tú mandas.

-No, Juan, no: si hace un rato te reñí poresto, fué... qué sé yo.. Tenía yo. ganas depelearme contigo . . el motivo importaba po-co.. . la cuestión era decirte cosas... que tume las dijeras á mí.. . Ya no te riño por loque has hecho. Déjate llevar de tu inspira-ción. Puede que esto sea el principio de unagran fortuna para tí. . . Juan, busca dondenos sentemos, que yo estoy tan cansadacomo si hubiera andado leguas... Allí veo,una piedra grande que es camo un banco..

Vamos allá.-Vamos.. . siéntate.. , Estoy pensando

una cosa: Leoncio y Virginia dirán quetardo mucho en llevarte á la calle de la So-lana; ipero qué nos importa?

-Dices bien: iqu6 nos importa?... Hasmedido el tiempo que debías tardar en vol-ver á tu taller, p en eso, *Juan, demuestras

c

272 B. PÉBEZ GaLuós

tuyo. iPor ventura, digo yo, tus consejosprosáicos no eran la quinta esencia de la po-sía?

O’DON- tL 273ser más prosáico que yo, que de tal.cosa name acordaba. - 1 _

-Pero medí ese tiempo, Teresa, sin quese me diera cuidado de que fuera largo,Obedeciendo S, mi coraz6n, ,yo entraría encasa de LeonCio diciendo: “Esa mujer espara mí más hermosa que los ángeles, másalta que las estrellas, y más benigna y ge-nerosa que la propia Caridad que Dios en-vió al mundo.. . n

- IAy, ay, ay, Juanito...! iCómo,se rei-rían de tí Leoncio y su mujer si entrarasdiciendo eso . ..! Esos disparates no debes de-cirlos más que á mí. Aun sabiendo lo men-tirosos que son tus dichos, me gusta oirlosJuan. Hoy es día de libertad, casi casi diembriaguez. Sigue, Juan, sigue; Las al mascogen un día cualquiera ‘y hacen en el sucarnaval.

-No son mis dichos men tirosos, sino laverdad misma-afirmó Tuste fundiendo sumirada en la mirada de ella,-sino la mis-ma verdad. Cosas y personas no son lo queellas creen ser, sino lo que son en el almadel que las mira y las siente.

-Quiere decir eso que yo puedo ser paralos demás lo que quieran; pero que para tísiempre seré como debo ser... No s6 si loentiendo bien, ni cómo se ha de explicaresto.

-Para mí, las denominaciones de sefioray caballero son motes que este y el otro gus-tan de ponerse en un’juego social parecids

_.al de Ias cuatro esquinas.. . Yo no ponge

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%74 B. ~tiZ GALD6a

motes; no clavo tampoco letreros infamax-tes en la frente de ningún sér humano. Cris-to me ha enseñado el perdón; la Democraciame ha enseñado la sencillez, la igualdad.. .Yo miro al alma, no miro á la ropa.*

Dicho esto por Tuste, ambos callaron. Ha-bía Teresa encontrado en el banco unasbriznas secas, despojo de un árbol plantadono lejos de allí. El árbol, nada robusto ycon su ramaje en completa desnudez, dabasombra al banco en estío; en invierno solta-ba sobre él y sobre el suelo próximo los resi-duos muertos de su verdor pasado, para darlwar á los nuevos brotes. Cogió Teresa dos,tre”s ó más de aquellas briznas y se las llev6á la boca: eran amargas, pero el amargor nola desagradaba. La pausa que hicieron Te-resa y Juan en su diálogo fu6 larguísima:él apoyando en las rodillas los codos, mira-bi al suelo; ella, teni6ndole á su izquierda,volvió su rostro hacia el opuesto lado, yclavaba sus miradas en una larguísima yfea pared que como á veinte pasos se.extec-día, triste superficie con letreros pmtadosanunciando alguna industria, y otros escri-tos debajo eón carbón por mano inexperta.. .Sobre aquellas letras y garabatos dejaba co-rrer sus ojos Teresa sin ver nada, sin darsecuenta de lo que allí estaba escrito... El lu-gar ó fondo de la escena no podía ser másprosáico; el suelo era todo polvo. Tda paredescrita limitaba el espacio por esta parte;por aquella, á distancia de pedrada corta,una fila de casas pobrísimas... Como se‘_-.s

O’DONNELL

-vivos, daban animación á tanrros flacos, chiquillos sucios ymedradas.

De improviso volvió Teresa el rostro cho-,eando su’ mirada .con la de Tuste, y mor-diendo los amargos palitos le dijo: “Segúnnso, Juan, podrás tú quererme á mí, sin‘lamarme ángel, ni diosa, ni nada de eso(ueri6ndome con todo lo que tengas en tdAma, sin acordarte par4 nada de lo que fuí,li de lo que soy..

Abrumado T&igpor la gravedad de esh;lroposición, que le cogió algo desprevenidodespertó en su alma un furioso tumulto

T.~O tuvo arrestos para resistir la mirada dé‘eresa; bajó los ojos, y pasando el dedo por

A~ superficie áspera y polvorosa del sillar enque se sentaban, iba soltando con lentitudla respuesta, como si anotara las palabrasi, si leyera lo que escribía. Fu6 así: “iQuererte yo, Teresa! iSi desde que te ví y mesocorriste, te estoy queriendo, más que con.amor, con adoración! Yo no veo en tí seño-ra, ni veo la que otros hombres llamaron ó?Ilaman suya. Para mí, tú no eres de nadieno puedes ser de nadie.. . Yo no he mirad;.á tu cuerpo tanto como á tu espíritu. iPorbqué te he llamado ángel? Porque he visto entí el corazcín generoso, la frente noble, y lasalas para subir á donde no subió ningunamujer... Cuando supe tu pasado y la vida

que hacías, llor6 y rabié lo que no puedesfigurarte... Pero luego mis ideas separarontu espíritu de toda la broza material, y lim- I

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276 U. PkREZ GALD68

pia y purificada te guardé en el sagrario demi corazón, donde te doy culto con el espí-ritu mío. iQue si te quiero, Teresa! El amormíonaci B

or tí es grande, como todo amor que ha.o y crecido sin esperanza... El no es-

perar nada, aviva el fuego de amor. Sr medespreciaras, te querría lo mismo. . . Que-riéndome tú, lo mismo que si no me quisie-ras... iVivir, amar, morir!. . . términos abso-lutos...- iMe amarás de veras?-dijo Teresa en

lenguaje llano.-iCorn yo á tí?-No me lo preguntes con palabras, sino

con la imposición de algún sacrificio, 6 so-met.iéndome á la prueba más terrible. iQuees preciso morir por ti? Dímelo, y verás qu6pronto.. . n

Siempre que Tuste hablaba-este lenguaje.

quieres. No se asombrarán poco, y . . . iqurensabe! puede que no se asombren nada.

de vaporosa espiritualidad, Teresa se con-movía y se le aguaban los OJOS. Aun en,los casos en que las declamaciones de suamigo la movían á risa, no dejaba de sentiremoción, y confundía la risa con el llanto.Aquella tarde hubo de extremar el esfuerzode su voluntad para contener las lágrimas,“Oye, Juan-dijo después de una corta pau-sa:- vete á tu maestro y á tu maestra, di-les... cuéntales esto. @abes cómo se nom-bran en la intimidad Leoncio y Virginia?Mita y Ley. Pues diles que te quiero y me-_ _ .,

r -Virginia-y Leoncio se quieren y hacende sus dos almas un alma sola.

c

O'DONNELL 277-Pregúntales por su vida salvaje... que

bte cuenten cómo fueron á esa vida, y la fe-licidad que tuvieron en ella.

-No están unidos más que por la ley desus corazones.

-Sus corazones fueron la ley... Pregún-,tales cómo han vivido, cómo han soportadolas penas,. . n

El recuerdo de Mita y Ley determinó re-pen tinamen te en Teresa un estado de espíri-tu semejante al que tuvo en la entrevista conVirginia. Sintió vergüenza y miedo. iQuéapensaría Virginia si supiera que había ss“cado del taller con engaño al aprendiz parairse con él de bureo por las calles? Esto eraincorrectísimo. iPor qui6n la tomaría Vir-ginia, despu& de haberla tomado por sefio-ra y hasta por Marquesa? No, no podía so-,portar los juicios desfavorables de Mz’ta.,‘Veía en ella, iqu6 cosa tan rara! la cifra yeompen&o de la moralidad. La salvaje ha-bía venido á ser como una personificación detoda la virtud humana.

‘Tuste-le dijo levantándose resuelta-mente, llena su alma de un sentimiento depudor,-no quiero que M3a y Ley piensenmal de nosotros.. . No está bien que les en-gañemos. Dirán que para enseñarme dóndeesta esa calle has empleado mucho tiempo.

-Sí: pensarán mal.. . y no quiero yo eso.-Pues vete pronto, Juan, vete. Si te ri-

nen por la tardanza, cu6ntales la verdad.,.les dirás qui6n soy: iqué vergüenza!. . . Perosí, deben saberlo.. . Anda, no tardes. Yo

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278 B. PÉREZ GALDó8

también me entre tengo demasiado. Todavíano soy libre.

-Les diré la verdad, la verdad. Quizás.me conozcan en la cara que tú me quieres,.y nada tendré que decir.

-Quizás, Juan.. . ¿Y á mí me lo conoce-rán tambi6n en la cara? No: yo sé disimu-lar.. . Es preciso que nos separemos.

-Se separan nuestras personas, como8dos sombras que han estado confundidas enuna; pero tu espíritu y el mío permanecenjuntos, juntos como un solo espíritu.

-Como un solo espíritu.. .-Adiós. Dejame esas briznas que llevas.

en tu boca.- Tómalas. Máscalas un poco, y las guar--

das luego.-Son amargas. Toda la vida es amarga;.

t;ero contigo el amargor es dulzura. Teresa,.6jame besar tu mano... Así. . . Déjame aho-

ra que meta mi mano en tu manguito paraque se me pegue el calor de las tuyas.

-Así.. . deja tu mano metida aquí un ra-tito, para que te lleves el calor. . . Vaya,no más.

-No más. Adiós.. . JO me voy por aquí_.-Yo por aquí.. . Adlós. ,,Desde lejos, embocando diferentes ca-

lles, uno y otra se pararon para saludarse_.Alzaba ella la mano en que tenía el man-guito, él la suya sin nada. No llevaba bas-tón ni sombrero. Por.fin cada calle se llev6lo suyo, y entre los dos aumentaba el olea-je de calles, de transeuntes.. .

.

O'DGNNELL 219Fué Teresa por todo el camino hasta SU

casa en completa abstracción de cuanto pu-diera apreciar por los sentidos. Toda sucompañía la llevaba dentro. Al llegar á sucasa, ya de noche, la primera pregunta quehizo á Felisa fué: “iHa venido ese?. ..,, Di-ciendo ese chocó con la realidad:.. Se sentíafatigadísima; le dolían los pies de andar porcalles empedradas con guijarros puntiagu-dos. Despojada de mantilla y zapatos, setendió en un sofá, y á solas, recordando ypensando, su cerebro entró en blanda seda-ción. De la calle traía, para decirlo claro,una borrachera de espiritualidad. iPero to-do lo ocurrido en aquella tarde, la excursiónB las Vistillas, la entrevista con Virginia,la conversación con Tuste, era verdad? iEs-taba ella en su cabal sentido cuando dijo alaprendiz lo que aún recordaba, pues cadapalabra suya, cada palabra de él, estampa-das permanecían en su mente?... ~NO se ha-bía excedido un poco en el abandono de suvoluntad, comprometiéndose á más de loque debiera?. . . En estos pensamientos semecía y aun se adormecía, cuando un fuer-te ruido de voces y de pisadas en la escale-ra le anunció oue volvía Risueño con losexpedicionarios-de la Alameda de Osuna.No sintió Teresa que Facundo viniese acom-pañado, trayendo á cenar á dos ó más ami-gos, pues cuando venía solo eran más difí-ciles de conllevar las brusquedades é imper-tinencias del contratista.

Entraron en la casa con alegre vocerío

Page 140: CUARTA SERIE -- O'DONNELLclio.rediris.es/pdf/galdos.pdfEl pillo del Calzo nos dijo: Atrás, populacho; y no había acabado de decirlo, cuando Perico el lañador le echó mano al pescuezo,

28 ) B. PlbREZ QALIJ,6S

Risueño y otro señor, luciendo el empaqueandaluz de marsellés y calañés, y dos másen traje corriente de caballeros que van deeampo. Estos eran el Marqués de Beramen-di y José Luis Albareda, el más arrogante,salado y ceceoso de los señoritos andalucesque por entonces se abrían camino en la po-lítica. Dirigía El Contemporáneo, órgano delos conservadores que llamaban de guanteblanco, los más atildados y conspicuos, cha-pados á la inglesa, que era Za dernière enpunto á política y arte parlamentario.

Hubo Teresa de violentarse para sonreirá toda la cuadrilla, y disertar con ella deasun tos que no la interesaban. Allí es tuvie-ron hasta media noche, charlando, con tandocuentos andaluces, consumiendo la man-zanilla y otras bebidas de que tenía Risueñogrande acopio en aquella casa. Resistikonseá cenar: tan repletos venían del comistrajeen la Alameda; pero bebían, algunos mode-radamente, otros empinando de lo lindo,sin embriagarse ó sólo poniéndose alegresy decidores. Risueño cogió la guitarra, ytras un preludio de ayes y jipidos lastlmo-sos, se arrancó el hombre con playeras. Solo hacía mal: alguno le jaleaba con palma-ditas; Beramendi tenía más sueño que ga-nas de música. Las doce serían cuando des.filaron dos, quedando solos .Facundo y elcompañero que, como él, traía ropa y sombre-ro al estilo de la tierra de María Santísima.Era un caballero joven á quien las aficionesd la jacara y á las cañitas no privaban de la

O'DONXSELL 281

exquisita distinción en sociedad. A todo ha-cía, mostrando igual superioridad en ambospapeles; era el primero en las zambras an-daluzas, el primero en la cortesanía que po-dremos llamar europea, terreno común de lacivilización. Disputaron un rato Risueño yManolo Tarfe (que tal era el nombre del ca.ballero), sobre si braceaban los potros cor-dobeses mejor que los jerezanos ó viceversa;pero ello quedó en las primeras escaramu-zas, porque Risueño fu6 bruscamente aco-metido de tan intensa modorra, que conmedia palabra entre los labios, dejó caer alsuelo la guitarra, y su cuerpo se estiró en elsofá, convirtiéndose en plomo. Tarfe le lla-mó con fuertes gritos, como podría llamar-le si se hubiera caído en unbrecito!-dijo Teresa, gozosa %

ozo... “iPo-e ver anula.

da la personalidad de su contratista, -hay%que dejarle dormir la manzanilla.,, Entreella y Felisa le sacaron con no poca dificul-tad las botas... El marsellés no pudieronquitárselo, por la extraordinaria pesadum-bre del cuerpo de Risueño.

Cogió en esto el caballero Tarfe su cala-ñés para retirarse, y haciendo ademán deponer el gracioso sombrero andaluz en lacabeza de Teresita, le dijo: “Ahí te dejo con

,ese fardo. . . Mejor para tí que se haya con-vertido en lo que ves, en un saco de pata-taS...,

Solía tutear á Teresa, viendola sola, porarranque nativo de su temperamento, y porexpresarle mejor sus atrevidas pretensiones.

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282 B . PIhEZ ctaLD&

Tiempo hacía que la enamoraba con disi-mulo, aprovechando toda buena coyunturapara convencerla de que debía entendersecon 61, rescindiendo la contrata con Risue-ño. Pero Teresa, blasonando de virtud rela-tiva, no daba oídos á la sugestión del caba-llero, y se mantenía leal á su comSin esperanza de ser más afortuna X

remiso-o aque-

llanoche, Tarfe, cuando Teresa salió á des-pedirle hasta la sala, dejando en el gabinete.el inanimado cuerpo de Facundo, que másbien cadáver parecía, le soltó la mil6simadeclaración y propuesta de amores. Echóseá reir la guapa moza; pero más benignaque otras veces, deslizó una frase de espe-ranza.

“Manolito, tenga paciencia.. .-2,Te decides á despachar al fardo?-Paciencia, Manolo.-Dí una palabra... iQuieres que hable-

mos.. .?-Sí: algo tengo que decir á usted.-6Dónde podríamos.. .Z Teresa, no me

engañes. Has dicho que tienes algo que de-cirme.. . Pues aquí mismo.. . Cuenta queFacundo es una pared.

-Las paredes oyen. . . Aquí no puede ser.-*Pues dónde, cuándo? #e cit,arás?-Bí: para ponerle á usted banderillas.- No bromees. iMe citarás?. . .-Que sí. . . Y basta. Tome el olivo pronto.-Bueno: me voy. Pero quedamos en quz

me citas, Teresa..-Para que hablemos. . .

.

O'DONNELL 283-Eso, para que hablemos. iSi es lo que

deseo: hablar contigo! Adiós, gracia delmundo. ,,

XSVIII

Se ignora el día, el mes no es seguro.. _$110 pudo ser en Febrero, en Marzo del 59,,:uando en todo su apogeo lucía su espl6n-lido plumaje nuevo la Unión Liberal, em-oollada por el gran O’Donnell. La indeci-<ión de la fecha no quita valor histórico á,a comida con que los Marqueses de ViIla-ames de Tajo obsequiaron á sus amigos. Estoseran cuatro: el Marqués de Beramendi,Manolo Tarfe, Nocedal, y el pomposo RivaJkisando, In p,renzière fourchette de Ma-drid. Asistían también á la comida donSerafín del Socobio y su hija Valeria; pero:omo el pobre señor estaba medio paralí tico,no gustaba de sentarse á la mesa grande,temiendo el desagradable espectáculo que álos convidados daba con su torpeza para elmanejo de cuchillo y tenedor. En una es-tancia próxima le habían puesto una mesi-ta, donde Valeria le acompañaba, le partíala comida cuando era menester, y se la ibametiendo en la boca con tenedor 6 cuchara.

Bromeaba Eufrasia graciosamente conGuisando, diciéndole que su patriotismo leordenaba la proscripción de todo estilo fran-CPS en su cocina. Mal día le esperaba al gow-

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284 B. PIhEZ QALD6S

nzet. Afirmaba Guisando que él era interna-cional, y que adoraba los buenos platos es-pañoles condimentados secundwn artem. De-jándose llevar de su.galan tería, lleg6 á decirque mantenidos en España los buenos prin-cipios gastronómicos de la raza, 61 sería elprimer enemigo de la invasión, y pondría entodas las cocinas una co ia en pastaflora delgrupo de Daoiz y Velarde. Don Saturno delSocobio, que estabaya casi lelo, no decía másque: “España es la primera nación del mun-do por el valor y por la sobriedad. AQué ma-yor gloria para un país que vivir sin comer?Los españoles han hecho en ayunas su bri-llante historia ,, Apoyó esto Nocedal, dicien-do que España no había cultivado nunca lasartes que no eran espirituales, y que entretodas las filosofías había preferido el asce-tismo, que resuelve de plano y sin quebra-deros de cabeza la cuestión de subsistencias.La Economía Política que á la sazón esta-ba tan en boga, era desconocida de los es-pañoles del gran siglo. . . La decadencia em-pez6 cuando entraron las ideas económi.cas... La vida española. es, por naturaleza,vida de inspiración, vida de hazañas en laesfera humana, y de milagros en la esferareligiosa.. . Es España la cristalización delmilagro: vivir sin trabajar, trabajar sincomer, comer sin arte

ífhacer una histo

ria que así revela el po er de las volunta-des como el vacío de los estómagos.. . Conestas paradojas á los comensales entretenía,y corroboraba su fama de decidor agudo.

O'D( NPELL 2F?5

Beramendi preguntaba si había noticiaistórica de cómo se alimentaban el Cid, Xu-

‘.o Rasura y Laín Calvo, y Guisando afirmóque estos caballeros no comían más que panv sus derivados; migas 6 sopas de ajo, caza? cotufas, con lo que se podía componer unexcelente Il’imbale de perd,reaux aux trzrf-fes. . . Don Saturno; reiterando su patriotis-mo, sostuvo que la cocina francesa era unaalquimia indecente y una botiquería repug-TIante, y Tarfe se declaró internacional como

1 iuisando, preconizando la concordia y ar-3onía entre los dos sistemas culinarios, to-nando lo bueno de uno y otro para formarD excelente y superior; vamos, una verda-lera Unión Liberal del comer.

iUnión Liberal! Estas mágicas palabraslevaron la conversación á la comidilla po-ítica, que era la más incitante y sabrosa.

“Tiene razón Tarfe- dijo Eufrasia. - LQué!s la Uni6n Liberal mas que una mixturale sistemas gastronómicos?

-Trátase de un sistema político-apuntóXocedal, -que no tiene más que un’dogma,,í si se quiere, tres dogmas: comer, comer,comer.

-Trátase, señor don Cándido Nocedal-dijo Tarfe, el más convencido y frenetico delos unionistas,-de traer á España la vidanueva y grande, la vida del progreso, de lacultura, y poner fin á la política sectaria yfacciosa. n

Apoyado por Beramendi, hizo Manolo Tar-fe el ardiente panegírico de la Unión y de

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su creador y jefe don Leopoldo O’Donnell.Con ser profunda la fe del caballero en lasexcelencias del nuevo partido y en las ven-turas que al país traería, más que la fe enlas ideas le alentaba su amor y respeto alConde de Lucena y á toda su familia. Porel General tenía verdadera adoración; con talvehemencia ponderaba su valor, su talen-to y su sencillez y bondad, que en el Casi-no solían llamarle O’DonneZi el Chico. Pro-venía más bien este apodo de su estatura,harto menguada en comparación con la desu ídolo, y de su semejanza fisonómica conpersonas de la familia del General. Era ru-bio, de azules ojos, simpático, y de hablarexpedito y donoso. Rico por su casa, Tarfequería lucir en el terreno político, y no ca-recía de bien fundadas ambiciones. Ya eradiputado, y con la protección de O’Donnellsería todo lo que quisiese. Su frivolidad ylos hábitos de ocio elegante en los altos cír-culos, ó en los pasatiempos y deportes an-daluces (pues esta doble naturaleza era en41 característica), se iban corrigiendo conel trato de personas graves y con la cons-tante proyección de la seriedad de O’Don-nell sobre su espíritu. No era un derrocha-dor como Aransis, ni había llegado al repo-so y madurez de juicio del gran Beramendi.Algunos le tenían por czcco, y veían en susjactanciosas actitudes, dentro de las dos na-turalezas, un medio de hacerse hombre y deabrirse camino en la política.

Ameno y fácil hablador, O’Donnell el Chi-

O’DONNELL 287

co se disparaba en la conversación, estimu-lado por su propia facundia y por el agradocon que le oían. Decía la Villares de Tajoque no había caja de música más bonita ymenos cansada que Manolo Tarfe, y siempre:pre á su mesa le tenía, dábale cuerda, va-‘*iándole al propio tiempo la tocata. Todasas de O’Donnell el Chico iban á parar siem-pre á la exaltación y apoteosis de la UniónLiberal. Nocedal y don Saturno creyeronque Tarfe deliraba ó se ponía penequecuando le oyeron decir: “Don Leopoldo es.?l primer revolucionario, porque al par delos derechos políticos para todos los espa-ñoles, trae los derechos alimenticios. Vie-ne á destruir la mayor de las tiranías, que esla pobreza. Su política es la regeneración delos est6magos, de donde vendrá la regene-ración de la raza. Sin b.uenos estómagos, nohay buenas voluntades ni cerebros firmes.De Mendizábal acá, nadie ha pensado enque España es un pobre riquísimo, un ve-jete haraposo, que debajo de las baldosas deltugurio en que vive ttene escondidos in-mensos tesoros... Pues O’Donnell levantarálas baldosas, sacará las ollas repletas de oro,y con ese oro, que es á más de riqueza talis-mán, le dar& al vejete unos pases por todo elcuerpo, á manera de friegas, devolviéndolela juventud, la fuerza física y mental. ,,

Tronó don Saturno contra esto; Eufrasiay Beramendi rieron; Nocedal, más desdeñosoque indignado, dijo que la figura podía pa-sar, pero que la idea era detestable y nras%

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~ 288 B . PltREZ QALDdS

nica. La palabra Desamortización corrió deboca en boca, y en la de Kiva Guisando pro-vocó esta opinión exceptica: “Hágase laprueba... Sáquese del subsuelo un poco depasta, d6nsele las friegas al vejete... v6asequé cara pone, y si le entusiasma la ideade recobrar la juventud.. . Porque si despuésde desamortizar salimos con que el viejo re-quiere sus andrajos y clama porque no lequiten de la cara sus benditas arrugas, nohemos hecho nada.. . ,,

Y tal alboroto levantaron las ideas de Tar -fe, que hasta la salita donde comía don Qe-rafín lleg6 el eco de los apóstrofes, réplicasduras y burlonas risas. El pobre señor seafligió enormemente cuando Valeria le dijoque hablaban de Mendizábal y de la ManoMuerta, y con la suya, que no estaba muyviva, di6 sobre la mesa no pocos golpes, di-ciendo: U Tarfe masón.. . Perdónele Dios nTan excitado se puso, que Valeria pasó alcomedor para rogar que se variase la tocata _

“~Qué hay, hija mía?-Papá está furioso por lo que dice Ma-

nolito Tarfe. Manolito, haga el favor de noser aquí tan masónico.

-iQue ha dicho mi buen amigo don Se-rafín?

-Que toda política que va contra Dios, esuna política infernal.

-No he dicho nada. . . Valeria, aunquevenga usted en clase de inquisidora, nosalegramos de verla.

-No nos abandone, Valeria. Esta usted

O’DcrNNELL . 089monisima; nos embelesa su rostro; su mi-rada y su sonrisa nos encantan, aunquevengan cargadas de anatemas y excomu-niones. ,,

Halagada en su vanidad por tales piro-pos, dl]o Valeria que no podía separarse desu papá, pero que aprovecharía cualquierocasión para dar un sal tito al comedor yechar un palique con los buenos amigos,siempre que Pstos prometieran ser muy po-quito herejes y muy poquito masónicos. Laocasión para zafarse del cuidado de don Se-rafín, y campar un rato á sus anchas enel comedor, la determinó Fajardo, que cuan-do servían el café se fué á tomarlo en com-pañía del paralítico, relevando á Valeria.Esta voló al comedor, y solos el hlarques ydon Serafín, ofrecieron á la Historia unamemorable conversación: “Mi noble amigo,de hoy no pasa que usted me d6 su confor-midad con el plan que le he propuesto parael perdón de Virginia.. .

- iOh, Virginia, hija del alma!-exclamóSocobio lloriqueando, pues en cuanto aqueltema se tocaba, sus ojos eran fuentes.

- iHija del alma, dice usted, y no le abresus brazos!. . . iHija del alma, y le niega sucariño, le niega el pan!. . .

-El pan no.. . Todo el sobrante que hayen casa, que no es poco, será para ella.. .iHija mía... tan pobre y lactando!... Yo leaseguro á usted que si Virginia criara den-tro del santo matrimonio, yo pagaría congusto las mejores amas asturianas y pasie-

I 9

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gas.. . Pero ella lo ha querido, ella rompiótodos los lazos y pisoteó todas las leyes...Castigo de Dios: darás el pecho á tus hijos,porque no tendrás dinero para pagar ama.. .

-Virginia goza de buena salud, y no ne-cesita alquilar la leche para su hijo. Vir-ginia es la mujer fuerte, la mujer que vaderecha por el camino de la vida.-i Ay! no, no, Pepe... no me aflija usted

más de lo que estoy... Vea, vea cómo co-rren mis lágrimas.. . Ya tengo este pañueloque se puede torcer.. . Pero traigo otro.. . yotro. Siempre que salgo de mi casa llevotres pañuelos, porque me aflijo por la me-nor cosa y. . . ya ve usted.. . Hágame el fa:ver, Pepito, de no disculpar á Virginia nillamarla mujer fuerte. Podré perdonarla;pero disculparla nunca.. . Es la mujer débil,la mujer extraviada.. . Póngame usted másazúcar.. . me agrada el caf6 dulcesito...Pues no ensalce usted á Virginia, pecadoray adúltera; no la comparemos con este án-gel, con mi VaIeria, la hija fiel, la hija dis-creta que ha preferido las asperezas del de-ber á los deleites de la libertad... Ahí latiene usted, casada honesta y viuda ho-nestísima, que viudez efectiva, aunque pa-sajera, es el alejamiento de su marido.. . Ahíestá, firme en sus deberes, intachable en lavirtud, ajustando estrictamente su conduc-ta á lo que dice San Dionisio Areopagitaacerca de la forma y manera con que hande guardar su recato las viudas. ~LO ha leídousted?

07DONNELL 291-X0, sefíor... Pero sin leer nada de eso,

reconozco que Valeria es un modelo de viu-das ocasionales y de amantes hijas.

-No tiene más que un defecto, que es suloco devaneo por los muebles elegantes y lascortinas de última novedad... Pero este de-fecto no atañe á la virtud propiamente, nila menoscaba. iOh, qu6 diera yo porque áVirginia no se le pudiera echar en cara otropecado que el mueblaje suntuoso y el gus-to exagerado del vestir á la moda!. . . Lospecados de Virginia van contra Dios, son lanegación de Dios y de su maravillosa obraen la Humanidad... Yo lloro esos pecados,querido Pepe; los lloro por ella, y los estaréIlorando mientras viva.. .

-Serenese un poco, don Serafín; tómesesu cafetito, que está muy bueno, y sin llo-riqueos ni suspiros deme su conformidadcon el proyecto de reconciliación... AQuiereque le recuerde las bases? Usted señalará ásu hija pensión de alimentos, cantidad ra-zonable, la que le correspondería si no exis-tieran estas discordias.. . Virginia y su fa-milia vivirán en mi casa; podrán visitarlausted y doña Encarnación á la hora que sedetermine para encontrarla sola con el chi-quillo... iNo es esto lo tratado?

-Eso es.. . déjeme que llore... eso y algomás. Viéndome ya tan caduco y de tan torpeandadura, propongo que puedan venir á micasa Virginia y su nene; pero nuncapreten-der vivir con nosotros.. . De su casa de ustedvendrán á la mía, y de la mía volverán

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allá, sin que el hombre en ningún caso Irsacompañe por la calle...

--uy bien. Mi mujer ó yo nos encarga-remos de la traslación. . . Todo irá bien. Yohe hablado con Ernestito.. . ya se 10 dije á US-ted ayer. El dulce Anacarsis está en la dis-posición más conciliadora, y no le importa nipoco ni mucho su mujer. Se hace la cuentade que Virginia no existe, de que está viudo,situación que le agrada en extremo. No echade menos el matrimonio, ni tampoco el di-vorcio, porque si lo hubiera y él recobrarapor la ley la facultad de val\-er á casarse,.no lo har:‘a.. . Con que todo va cc,mo una se-da, mi querido Socobio, y sólo falta que p( n-gamos en ejecución nuestro convenio lo máspronto posible.. .

- Sí, pronto... De pensar que veré á T’ir-ginia soy un río de lágrimas. . . iDice usted,Beramendi, que el chiquillo es lindo? Bienpodrá ser que haya sacado toda mi cara, miexpresiUn.. .

-Par&eme que sí.. . Usted le verá.. .-Y es una bendición que no hable toda-

vía... Me sabría muy mal oirle nombrar á.su padre... No st? quien me dijo que el pa-dre es guapo, y yo me resistí á creerlo... Yasabe usted lo que dice Santo Tomás.. .

--Eo me acuerdo.-Pues dice que nada puede ser bello si

no es bueno.- Hay excepciones.. . Pero, en fin, deje--

mos eso...-Dejémoslo. . . que, en último caso, labe-

O’DONNELL 223Illexa física poco i mpnrta y poco vale. . . La‘belleza moral es reflejo de la Divinidad...Vea usted reunidas las dos belleztts, la mo-rdl y la física, en esta, angelical Valeria,

! . . . que sería la perfección misma sin esa&!queza por la futilidad de las consolas, porla absoluta vanidad de los entredoses, y porla frágil opulencia de las porcelanas.. . Dé -jeme usted que llore, mi querido Beramen-di . . mi llanto es una mezcla de alegría yde pena, porque veré junto á mí, á mis doshijitas, la buena y la mala, y á ratos, á ra-tos.. . me forjar6 la ilusión de que las dosson buenas, piadosas, y las querré á las doslo mismo, lo mismo; y el chiquitín de Vir-ginia me figuraré que es de Valeria, y creer6,Xcomo creen los niños, que no lo engendróvarón, sino que lo han traído de París.. . deParís, Pepito, para recreo de mis dos hijasy mío. Jugarán ellas, jugaremos todos con4.. . De París ha venido en una caja conmucho papel picado, como las que recibíaValeria con aquellas lámparas elegan tísi -mas y aquella loza de Sevres, que me cos-taban un dineral.. . De París ha venido el ni-,ño, sí, sí, y yo estoy muy contento, yo llorode contento.. , y le estoy á usted muy agra-decido.. , Beramendi, deme usted un abra-zo fuerte, fuerte... y de mi parte este paraMaría Ignacia... Déselo usted bien fuerte,bien fuerte. . . ,iay, ay, ay!,

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294 B. PÉREZ QALD6S

XXIX

Salvó á Beramendi de aquel sofoco Cándi-do Nocedal, que fue á dar sus plácemes á donoSerafín por la feliz aprobación del conveniode paces, y tuvo que aguantar los abrazoscon salpicadura de lágrimas efusivas. Elex-ministro reaccionario no había contri-buído poco á domar la testarudez socobia-na, desmintiendo en aquel caso, como enotros de la vida privada, el rigor de susprincipios dogmáticos. En el comedor, todo,era luz, animación y alegre bullicio. Valeriase derretía con los finos galanteos de ManoloTarfe, y afectaba sorpresa burlona cuandoel caballero hacía descaradas alusiones á losflamantes amoríos de ella con Pepe Arma-da.. . Beramendi cogió al vuelo estas frases:“iQué tonto, qu6 malo! . . . Con usted no hayreputación segura. n Y en el otro corrillo oyóá don Saturno: “Querido Guisando: eso queusted dice es un insulto á la Divina Provi-dencia, y una burla de los designios del Al-tísimo. Porque el Altísimo permite que hayapobres, y los pobres y miserables lo son por-que así les conviene.. . Permite tambi6n quehaya ricos que no necesitan trabajar... Na-turalmente, les conviene la ociosidad en medio de la abundancia; pero el Hacedor, alpermitir estas desigualdades por convenien-

O'DONNELL 295cia de unos y otros, no consiente que los ri-cos inventen manjares absurdos por lo cos-tosos. Eso es ya sibaritismo, y el sibaritis-mo es pecado.

-El desenfreno de la gula-dijo Eufra-si?,.-llevará á los infiernos á nuestro sim-patlco gourmet..

Riva Guisando, encendido de satisfacciónel rostro, respondió con sonrisa olímpica que61 no era más que un experimentador, unespíritu teórico que ponía sus conocimien-tos al servicio de la Humanidad. “Repetirélo que ha escandalizado á esta señora-di-jo,-para que se enteren Beramendi y Tar-fe. Yo sé hacer un caldo tan superior, quecada taza sale por diez duros... cinco tazascincuenta duros, y no rebajo ni un marave-dí.,, Grande escándalo y risotadas de incre-dulidad. “ iPero qué demonios echa usteden ese caldo?,, . . . “Será que en vez de car-bón, emplea usted billetes de Banco,,... “Lohará con alones de ángel, 6 con huesecitosde san tos milagrosos,, . . . “Cuando uno tomeese caldo, verá desde aquí el rostro del PadreEterno.,, Fiando á la comprobación real suproblema gastronómico, Guisando emplazóy convidó á los presentes para la prueba. Elharía su caldo en casa de Farruggia. Luegoque los amigos cataran y saborearan tan ex-traordinario condumio, él les daría exactacuenta de las carnes, especias y demás in-gredientes que habían entrado en la compo-sición.. . y se vería si era ó no razonable cal-cular en diez duros el coste de cada taza.

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296 B . PEREA GALDóS

Aceptaron todos el extraño convite. Enopinión de don Saturno, Guisando tenía quepedir pagas adelantadas, vender sus cami-sas y empeñar toda su ropa, si daba en re-galarse á menudo con su famosa invención.9’ues sí-dijo Eufrasia, -quiero probar esecaldo y saber cómo se hace... para no hacer-lo en mi vida, y declarar loco á su inven-tor.,, Con esto se puso fin á la reunión, queen aquella casa venerable terminaba siem-pre temprano. Salió el primero don Serafínacompañado de su hija, y luego los demásconvidados, agradecidísimos á las atencio-nes de los Jlarqueses. Nocedal y Beramendise fueron á sus casas, y Tarfe y Guisando alCasino.

No se le cocía el pan á Manolito hasta noavistarse con Teresa, y á la mañana siguien-te se fu6 á su casa, esperando verla ya en-completa liberación del fardo. Aunque elrompimiento era seguro, aún no había dicho

. Risueño la última palabra, según contó á suamigo la moza, inquieta y malhumorada.“Hemos tenido más de un arrechucho. Está

.el hombre imposible. . Ni él puede aguan-tarme á mí, ni yo á él. A decir verdad, noha estado muy violento.. . lo que significaque no me tiene ninguna estimación. Yo áél tampoco le estimo desde que sé que quie-re proteger á una tal Genara, alias Za Zowe-ru, que estuvo con Pucheta... y es de lo Iíl-timo de la calle... Lo que más me carga deFacundo es su gusto pésimo y su ordina-riez.. . Veo que me despedirá como se despi-

O’DONXE& 297de á una criada qu= no guisa con aseo. Ayerme dijo: “SX que tomas varas de un chico,aprendiz de armero, que pedía limosna... Yaveo que tus caridades no son más que unatapadera indecente. ,, Yo le contestécon me-dias palabras, de las que ni afirman ni nie-gan.. . siempre con dignidad. Sé tener dig-nidad; él no.. . Vaya con Dios . . No me im-porta: ya lo deseo.,

Reiteró Tarfe su proposición de reco.gerla herencia de Risueño, y la guapa mujer,.agraciándole con sonrisas y seductores me-lindres, le orden6 que tuviese paciencia, y,escuchase lo que á decirle iba. Sacó del bol-sillo un mal escrito papel, sentóse frenteá O’Donnell el Chico, y le dijo mostrandosus garabatos: “Estas notas, Manolo, escri.tas por mí, que no estoy fuerte en ortogra.fía, las pondrá usted en limpio. Tome, entérese. Verá tres nombres de personas, y otrostantos destinos, que quiero, Manolo, que ne-cesito.. . Lo hago cuestión de gabinete: ó metrae usted las tres credenciales, 6 no se pre-sente más delante de mí. Usted es poderoso;.el General O’Donnell no le niega nada. Entodos los Ministerios tiene usted gran meti-miento. Se va usted á Posada Herrera, 6 áCalderón Callantes, ó á Salaverría... si noprefiere irse á la cabeza, á su padrino donLeopoldo, diciéndole: “Padrino, esto quie-ro... Mis compromisos políticos me exigen,me...,, En fin, usted sabrá lo que tiene quedecirle. ,,

Leyó IvfanoIito la nota, y suspirando dijo

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que lo haría, lo intentaría, sin asegurar quelo consiguiese, pues había pedido ya y ob-tenido de don Leopoldo y de los demás Mi-nistros excesivo número de credenciales,Pero, en fin, BI lo tomaría con gran empeño,,presentando los tres casos como graves com-promisos políticos, de los ineludibles y queno admiten espera. Pedía Teresa para su tío.don Mariano plaza de Jefe de Administra-ción, que era el ascenso que le correspon-día, si era posible en Estado, y si no encualquier parte. Para Leovigildo Rodríguezpidió plaza de la misma categoría que tuvoen Hacienda, y otra igual para don SegundoCuadrado. Tragóse la nota el buen Tarfe,viendo que con Teresa no valían palabritasengañosas, y se fué dispuesto á marear $medio Ministerio y á su cabeza visible has-ta lograr las tres plazas. Cosas más difícileshabía en este mundo. El de nada se asusta-ba, fiado en su buena estrella y en su ángel.Era el niño mimado de la Unión. Adelante,pues, y á trabajar por Teresa, por aquel Pa-rís que bien valía una misa, y aun tresmisas.

Mientras andaba O’Donnell el Chico en lacampaña que había de producir el remediodetres cesantes infelices, Teresa no manteníaociosa su mano liberal. Creía llegado el casode repartir todos los bienes que á ella le so-braban. Su idea desamortizadora y de dis-tribución del bienestar nunca brilló en sumente con luz tan viva. ,4 sumadre di6 dos.trajes muy buenos para que los arreglara, y

ObONNELL 299

dos miriñaques; á Mercedes Villaescusa,una bata, camisas, enaguas, zapatos; á do-ña Celia envió macetas con las mejoresplantas que entonces se conocían en Ma-drid, y además loza de vajillas descabaladas,un par de cortinas, cuatro botellas de man-zanilla, un calentador para los pies, tabacoy otras menudencias; á Jerónima, provisio-nes de boca, galletas finas y un jamón,amen de unos visillos para las ventanas...Y entre otros pobres que en sus excursionespor los barrios del Sur había encontrado,repartió diferentes especies de ropa y co-mestibles, y algún dinero. En esta caritati-va ocupación la sorprendió el uZtimatu,m deRisueño, que se despidió de ella con una car-ta muy mal escrita, concediéndole la pro-piedad de todo lo existente en la casa, y en-viándole mil reales de plus . . . Alegróse Te-resa de que la madeja de aquel lío se des-enredase tan suavemente, y di6 por buenala mezquindad del socorro final, perdonan-do el coscorrón por el bollo. Nunca le fu6tan grata la libertad; nunca tan á sus an-chas respiró, á pesar del alarmante vacío desus arcas. Ya vendría dinero de alguna par- -te; vendría tal vez la franca resolución dedespreciarlo, y el recurso supremo de no versu necesidad. Hallábase después de la cartade Risueño en gran perplejidad,. cavilosa,echando ahora su alma por un camino, aho-ra por otro. Pocos días después de encon-trarse libre, recibió la visita de una seño-ra, 6 con apariencias de tal, que alguna

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vez se personaba en su casa; mujer de peso,de historia y de mucha labia, de estas quevienen á menos por desgracias de familia,ó por picardías de hijos desnaturalizados.Había sido famosa cuán; vestía deten temen-te, sin borrar de sí la inveterada traza ce-lestinoide.

Secretearon las dos algo que merece re-ferirse. Con extremados encarecimientos ha-bló Serafina, que así la tal se llamaba, deun opulento señor, en buena edad, que porla calle había visto á Teresa y deseaba ob-sequiarla en alguna forma delicada. . . “Us-ted se habrá fijado tal vez... y ya compren-de á qui6n me refiero... Sólo le dir6, por silo ignora, que ese señor tiene la contrata detodo el tabaco que en España se consume, yque no sabe qu6 hacer del dinero. . . Pero sísabe, sí. ¿Ve usted la Puerla del Sol, contodas las casas derribadas para hacerlas denuevo, ensanchando la plaza? Pues dicenque él levantará todas las casas nuevas.Imagine usted qué Bncas.. . Es de estos hom-bres que de chicos se van descalzos á laHabana y vuelven con las botas puestas.. .

. Pero 6ste no trabajó en calzado, sino en som-breros, con más suerte que mi difunto es-poso, que después de ganar en Cuba muchí.simo dinero, allá se dejó las onzas y la pe-lleja... Pues como le digo, es persona sen-tada, tan limpio que da gloria verle; la carabonachona, los cabellos entrecanos.. . figu-ra hermosa en sus años maduros...

-Le conozco de vista -dijo Teresa poco

O’D(lNNLLL * 301

interesada en el asunto,-- y algo me hancontado de la facilidad con que gana el di-nero. Yo, si he de decirle la verdad, Serafi-na, estoy cansada de esta vida.. . iSabe us-ted lo que pienso de alguncs días acá? Seva usted á reir.. . Ríase lo que quiera. Puesse me ha metido en la cabeza dedicarme ála honradez pobre, ó á la pobreza honrada . .que es lo mismo... ;Qué le parece?- iAy, hija mía: si es cuestión de con-

ciencia, yo nada digo; no me meto á dar con-sejos á nadie, mediando la conciencia! iAy,no, no!... iPero de qué le ha dado á ustedesa ventolera? JES cierto lo que oí, que le hasalido á usted un obrerito? Hija mía, ándesecon cuidado con los obreritos, que esos.. . álo mejor la pegan, y salen unos perdulariosó unos borrachines. Las clases bajas de lasociedad, me decía Bravo hiurillo, son dig-nas de que se las stcorra, de que se lasaliente; pero líbrenos Dios de meterncs entreellas... KO, no: ni usted ni yo, por nuestraeducacibn, podtmcs hacernos á la groseríadel pueblo.

-Yo no pienso así. Al contrario, se hafijado en mí la idea de que no hay cosa me-jor que no poseer nada, absolutamente nada.iFuera nececidades, fuera obligaciones! Te-ner una un hombre que la quiera.. . casarsecon él, vivir con vida sencilla, descuida-da... ganando el pedazo de pan necesariopara cada día.. .

.- iAy, ay, Teresa, qué gracia me haceusted! iSalir con eso del bocadit,o de pan,

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302 B . PIhEZ C4ALD6a

ahora, ahora, cuando tenemos á la IZniónLiberal, que viene con la idea de hacer deEspaña otro país, como quien dice, fomen-tando, fomentando...! Yo no s6 expresarlobien; pero éste es el momento histórico.. . asíme lo ha dicho don Francisco Martínez dela Rosa... el momento histórico de multipli-car en España las comodidades y el bienes-tar de tantos miles de almas.. . Tendremosmás ricos, pudientes muchos, y menos po-bres.. . Vendrá la venta de la Mano hIuerta.. .saldrán miles de millones... y verá usted áEspaña cubierta de ferroscarriles, que trae-rán á Madrid todo el género de las provin-cias casi de balde... Así me lo decía estamañana Salustiano. Olózaga, y del mismoparecer es el Infante don Francisco, conquien hablé la semana pasada, y me dijo:“Serafina, mucha riqueza que está guarda-da veremos salir pronto de debajo de la tie-rra.,, iY en este momento histórico cambiausted de rumbo, y vuelve su lindo rostrohacia la pobreza! ,, . . . La condenada tenía laperversa costumbre de citar personas respe-tables, que le daban confianzudamente unautorizado parecer, con el cual fortalecía suopinión propia. Teresa, en verdad sea dicho,había tenido con ella poco trato, y éste fu6casi siempre puramente comercial, por lacompra ó cambalache de joyas, encajes, aba-nicos, y otras prendas que cautivan á lasseñoras. Sin hacer ningún negocio la despi-di6 aquella mañana, y fue tan discreta Sera-fina que no reiteró su proposición, limitán-

O’DONNELL 303dose á decir: “Volveré, Teresita.. . quieroverla á usted en su nuevo papel.. . iCompar-tir la vida pobre con un obrerito! iQu6 pron-to se dice, y qué bonito parece pensado ydicho!... En el hecho ya es otra cosa.. . 14quí,donde usted me ve, yo, en mis quince y enmis veinte, tuve, mejor diré padecí, ese be-110 ideal, y... iay!... En fin, no quiero qui-tarle las ilusiones. Vásase usted, Teresita.á la pobreza honrada, que si es cuestión deconciencia, yo seré la primera que le aconseje ir por ese camino. La conciencia sobretodo: así me lo decía. sintarde, el Cardenal Frayda.. . Adiós, hija mía. ,,

X.XX

ir más lejos, ayerCirilo de Alame-

Atacó el buen Tarfe con loco empeño á suprotector don Leopoldo, de quien obtuvouna repulsa cariñosa. Ya le dolía la mano,de dar á su protegido tantas credenciales.De Posada Herrera, á quien ya tenía fritocon sus peticiones, nada sacó en limpio.Más feliz fué con Salaverría y con el Mar-,qués de, Corbera, que al menos le dieron es-peranzas. El hueso más duro de roer era eldestino de Centurión, en Estado; y no vien-,do medios de salir airoso con O’Donnell nicon Calderón Collantes, que se llamabanAndana, dirigió sus tiros contra doña Ma-

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nuela, que le quería, le mimaba y se diver-tía con sus graciosa cháchara. No la encon-tró muy propicia&or tener bastante gas-tada ya su poderosa influencia; pero Tarfeinsistió, y para ganar el último reducto dela voluntad de la señora, le llev6 folletmesnuevos, que ella no conocía: Isnac Laque-dem, por Alejandro Dumas, y luego Los~~ohicanos de Pcrrfis, del mismo autor. Estalarga y complicada obra fu6 muy del agra-do de la Condesa. Tarfe sacrificaba por lasnoches sus más agradables ratos de casino yteatros para leerle á doña Manuela pasajesde febril interes. Total: que con esto y sushábiles carantoñas, y los elogios que hacíadel gran merito administrativo de Centu-rión (no le conocía ni de vista), logró inte-resar á la señora, y el buen don Marianotuvo su destino, no en Estado, sino en Fo-mento, que para el caso de comer era lomismo.

Para mayor ventura de Manolo Tarfe, elmismo día que le dieron la credencial deCenturión, entrególe Salaverría la de Leo,vigildo Rodríguez. S610 faltaba la de Cua-drado; pero de esta colocación se encargóBeramendi, gozoso de favorecer al que habíasido su desgraciado jefe en la Gaceta. Conestas bienandanzas, corrió Tarfe á ver á Te-resa. Le llevaba todo lo que le había pedi-do. Tan contento estaba el hombre de podersatisfacerla en sus deseos generosos, que aldarle las credenciales, se dejó decir: “Pidepor esa boca, Teresa. A ver si encuentras

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!i

potentes gafas se convencía... Ordenó á sumujer que leyese de nuevo. . . iColoc?do ycon ascenso! No podía ser. “Ter*esa, o erestú un demoni?, que gasta conmigo bromasharto pesadas, 6 Dios me confunde por ha-ber hablado mal de don Leopoldo 0 Don-nell Díjole á esto Teresa que el Jefe de laUni$ Liberal estaba bien al tanto de lo qvevalía don Mariano, y que de su motu proprlohabía ordenado la reposición.. . El gozo dever terminada su horrible cesantla, inundóel alma del buen señor; más por entre los. .

espumarajos del gozo asomó la dlgmdadãdusta diciéndole:. “Hombre menguado,aceptas tu felicidad del hombre público másfunest.0.. . y por mediación de tupúl$ic? SO-

brina.. . Lo que- no lograron los prmclpiosde un varón recto, lo consigue la hermosuracl;;;;enujer torcida.. . iEn_qué manos esta

1 Viendo que dona Cella mostra-ba su gyj;kud á Teresilla besándola c?nardiente cariño, se escabulló del alma la dlg-nidad de don illariano. “Será preciso que 70vaya personalmente á dar las graclas al Ge-neral -dijo paseándose en la habitación congranies zancajos. Replicó Teresa que no Pt-seaba O’Donnell más que conocerle, y fellcl-tarle por su m&ito administrativo.

’ Una vez derramados los chorros de alegrí a

en aquella casa, corrió Teresa á la de MPTcedes Villaescusa. Al darle la credencialañadió estas graves palabras: “Di-le á Leo-vigildo que ahí tiene eso, la melor proe-ha de que Teresa Villaescusa es buena cl’!?-

O’DONNELL 30T*tiana y sabe devolver bien por mal. Tu ma-.rido escribió el anónimo diciéndole á Fa-cundo que yo tenía algo que ver con San-tiuste.. . Es una canallada, de la cual me

.vengo sacándoos de la miseria... No nQme”niegues que tu marido escribió el ‘an&nimo. Por mucho que quiso disimular la le-tra, no logró disimular su infamia.. . Conocíla mano que escribió el anónimo por el tra--zo y por dos faltas de ortografía que son su-yas... suyas son.. . Se me quedaron en la .memoria desde que me escribió una cartapididndome doscientos reales, que por cier-to le dí.. . Pone bevdad con b alta, y pru~acon v baja... No, no le defiendas: mi orto-

. Frata es mala; allá se va con la de él.. .. . . convence á tu marido de una cosa:

la falta más fea de ortografía es... la ingra.ti tud.. . Adiós; que lo paséis bien. ,, No espe-

Sr6 la réplica, y bajó muy terne por la empi-nada escalera.

Con la satisfacción de haber producido elbien, Teresa no pensó ya más que en fre-cuentar el trat-o de Mita y Ley, á quienes ha-bía tomado gran cariño. Miefttras vivieronen las Vistillas, á los dos les veía casi dia-riamen te; pero una vez que los esposos libresse trasladaron á la casa de Beraiendi . noencontraba en el taller más que á Leohcioy al espiritual Santiusk, ardoroso en el tra-bajo por instigación constante de la guapamoza. Ya ésta no era un enigma para Mitay Ley, que la conocían por lo que era y loque había sido, y ambos ponían gran empe-

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ño en atraerla mansamente á las vías de lavirtud, conforme al sentir general, no alsentir suyo; que no se atrevían á proponersu libertad como modelo de vida. Pero ya seuniesen Juan y Teresa por lo libre, ya por’lo religioso, tropezarían con un grave pro.blema: los medios de vida matenal. Pen-sando en esto, Mita y Leg no veían clarasolución, porque con el mezquino jornal que.daban á Juan (y más no le daban porque no,podían), no era posible sostener una casapor humilde que fuese. Quizás Teresa, pen-saban ellos, que tan buenas plazas hablaobtenido para infelices cesantes, consegui-ría para su futuro un buen puesto en la Ad-ministración pública, quitándole del oficio.En esto discurrían torpemente Leoncio ,yVirginia, pues nada más lejos de la fantasmde Teresa que vulgarizar y empequeñecer lapersonalidad del buen Tuste, confiriéndolela investidura de vago á perpetuidad, sinhorizontes ni ninguna esperanza de glorio-sos destinos. En la crisis que removía su es-píritu, la cual era como si todo su sér hu-biese caído en ruínas, y de entre ellas qui-siera surgir y sobre ellas edificarse un sérnuevo, extrañas ambiciones al modo de cen-tellas la iluminaban. Por momentos veíaque la más hermosa solución era imitar elarranque intrépido de Mita y Ley cuando se.arrojaron solos en brazos de la Naturaleza,sin recursos, con lo puesto, volviendo la es-palda á la sociedad y encarándose con la se-vera grandeza de los bosques inhospitala-

O'DONNELL 309rios.. . ,$Serían Teresa y Juan capaces de re-petir el paso heróico de sus amigos?

En esto pensaba la Villaescusa sin cesar,desde que se sintió enamorada de Tuste, ymiraba con desden, casi con repugnancia,los ordinarios arbitrios dg vida pobre, eljornal, el empleíto, y el encasillado inmun-do en un mechinal urbano. En estas ideas<fluctuaba cuando ocurrió lo que á continua-ción se cuenta.

Tan hechos estaban &%a y Ley al vivircampestre, que no podían pasarse sin salirlos domingos á ver grandes espacios lumi-nosos, tierra fecunda ti estéril, árboles, si--quiera matas ó cardos borriqueros, la sie-brra lejana coronada de nieve, agua corrien-te 6 estancada, avecillas, lagartos, insectos‘todo, en fin, lo que está fuera y en derredo;<del encajonado simetrico que llamamos po-,blaciones. Desde que Tuste entró en el ta-ller, les acompañaba en sus domingueras ex-pansiones, y cuando Teresa cultivó la amis-itad de los armeros por querencia de Juan,fu6 también de la partida una vez 6 dos, ypor cierto que se recreó lo indecible, toman-do gusto á lo que parecía ensayo de vidasuelta. Salían los expedicionarios por dife-rentes puntos, la Mala de Francia, la Mon-“cloa, las Ventas; pero cuando no querían,andar demasiado, y esto ocurría siempreque llevaban á Teresa, incapaz de largascaminatas, preferían un lugar próximo, la,Ilamada huerta del Pastelero, grande espa-cio cercado, en las afueras del Barquillo,

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junto al camino viejo de Vicálvaro, ni huer-ta, ni solar, ni campo, ni jardín, aunque.algo de todo esto era, y restos quedaban dela8 diversas granjerías que existieron enaquel vasto terreno. Teníalo arrendado Ti-burcio Gamonedi para establecer en él engrande las famosas industrias de obleas, Za-cre y fósforo’os, que tuvo su padre en la callede Cuchilleros. Había una casa 6 almac6nque debió de parecer palacio á los que esta-ban hechos á los chinchales del interior de.Madrid; había dos estanques de quietas ylimpias aguas, con pececillos; algunos árbo-les, entre ellos cuatro cipreses magníficosjunto á los estanques, que reproducían,vueltas hacia abajo, sus afiladas cimeras deun verde obscuro y triste. Eran Tiburcio ysu mujer hacendosos, y habían compuestouna noria vieja, con la cual podían sostenerun fresco plantío de hortalizas. Tenían ga-llinas y palomas que se albergaban en lacasa; un perro y un burro completaban suarca de Noe, am& de un tordo enjaulado.Pues un sábado de Abril, pocos días des-pués de la entrega de credenciales á Centu-rión y Leovigildo, recibieron Mita y Ley, ápunto que anochecía, la visita de Teresa.Invitaronla para el día inmediato, domingo,en Za huerta, que así llanamente decían.Aceptó Teresa gozosa. iQuería que Tustefuese á buscarla? No: ella iría sola; bien sa-bía el camino. No convenía que Juan fueseá buscarla, porque si se enteraba la madre.de ella, furiosa enemiga de Juan, podría in

O’DGSNELL 311ventar cualquier enredo para impedir queacudiera á la cita. Fueran los tres tempra-no, que ella, solita, recalaría por la huertasobre las diez.. . Así se convino.. . Partió Te-resa... En Puerta Cerrada tomó un cochepara llegar pronto á su casa, y al entrar enella temerosa, dijo á Felisa: “Si vue!veO’Donnell el Chico, le dices que no estoy,,que he ido á casa de mi madre... No, no,eso no, que el muy tuno allí se plantaría.. .Le dices que me he marchado fuera de Ma-drid.. . á un pueblo.. .quieras.. .

inventa el pueblo que

mañana.. .y que no volveré hasta pasado

Adviértase6 hasta cuando á tí te parezca. nque desde que le di6 las creden-

ciales, Tarfe la perseguía sin descanso, y ásu puerta llamaba sin conseguir ni una vezsola ser recibido.

Se acost6 Teresa, y desvelada estuvó granparte ,de la noche, sintiendo la voz de Tarfeen la puerta, y las mentiras con que Felisapor cent6sima vez le despachaba. Engañó elinsomnio, pesando y midiendo los términoscandentes de la resolución que había de to-mar el día próximo. Se llaman candentesestos t&minos, porque le quemaban el cere-bro cuando alternativamente 6 los dos jun-tos-entraban en él. Grave era esto, grave lo

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otro... tan difícil el sí como el no, y el serno menos escabroso que el no ser... Levan-tóse temprano, después de un corto sueño;se arregló y vistió; cuando tomaba su choco-late, cayó en la cuenta de que su portamo-nedas estaba flaquísimo. Sólo le quedabandos napoleones y alguna peseta del dineroque le dejó Facundo. Afortunadamente, te-nía innumerables objetos de valor que ven-der ó empeñar... Apartada un momento delestado económico, voló á más alta esfera, yde Bsta descendii, para pensar que debía ir áver á su madre. Si no la entretenía y em-baucaba con cualquier embuste, Manolitavendría en busca de ella; la perseguiría co-mo á una criminal, si no la encontraba...Hasta era capaz de coger un coche y plan-tarse en la huerta, que bien sabía dónde es-taba. La primera vez que Teresa fué á lamerienda, hizo la tontería de contárselo á sumadre, y describirle el sitio, y darle cuentade las personas que la invitaron.... Por serella tan necia, se veía sin libertad. “No sepuede ser libre-pensaba,-sino con sombrade hombre. ,,

Encaminóse á la calle de Cañizares, don-de vivía doña Manuela Pez: y tan recelosaiba de que su madre la detuviera birlándolela merienda en el cam o, que de la esca-lera pensó volverse. Ro se determinó áretroceder. Subió despacio. Manolita, quedesde el balcón la había visto entrar, leabrió la puerta, y llevándola con cierto mis-terio al cuarto más próximo, le dijo: “2Tie-

O'DONNELL 313nes algo que hacer hoy por la mañana? AHasvenido con la idea de quedarte á almorzarcon migo,, . . . “De aquí-replicó Teresa, en-contrando con rápida inspiración la menti .ra, -pensaba ir á casa del tío Mariano.Quiero zambullir mi espíritu en la alegríade aquella casa, nadar en ella. iCómo estánlos pobres!

-Pues vete al instante--dijo Manolita,con el delicado y sutil acento que emplea-ba en los casos de gran oficiosidad.-Espe-ro por la mañana la visita de una personaque viene á tratar conmigo de un asunto.. .No te lo digo.. . Ya has comprendido quese trata de tí, iverdad? Pues por lo mismoque se trata de tí, no quiero que est6s encasa.

-iLa persona que usted espera es hom-bre ó mujer?

-i Ah,na. No... B

icaruela! sospechas que es Serafi-erafina estuvo anoche dos veces;

hoy volverá.. . Pero no es ella la personaque espero.. . Y lo repito: no quiero que es-tks aquí cuando venga... Necesito estar so-la... iAy, hija, cuánto tienes que agrade-cerme! . . . Otra cosa: como al mediodía ten-*dr6 que salir y no sé cuándo volveré, novengas acá hasta la tarde.. . mejor á la no-che... i Ay! concédame Dios el poder darteesta noche un notición tremendo... Muchovales tú, Teresa... pero una suerte tangrande, tan grande, no podrías soñarla.. .

-Bueno, mamá: ya me lo dirás... iDemodo que me mandas que me vaya?. . .

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311 B. PbBZ ULD68

-Sí, sí... pronto... Vete á casa del tíoMariano.. . Que te convide á almorzar, quebien te lo has ganado... Bueno.. . no te en-tretengas... Adiós, hija; hasta la noche.,,

Vi6 Teresa el cielo abierto, y no se hizo,rogar para tomar el portante... iQu6 suertehabía tenido! Su madre no ~610 no la retesnía, sino que la echaba... ¿Y qué negocio ar-duo era el que la viuda tenía que tratarcon el desconocido visitan te. i Ay, ay, ay!. . .iY por qué no podía estar ella en la casamientras Manolita conferenciaba? lAy, ay!. . .iY era ella el objeto de la conferencia!... iYá la noche, notición tremendo! i Ay!. . . Aun-

ue todo esto le resultaba odioso, no cesaba8e pensar en ello, siguiendo presurosa su ca-mino en dirección de la calle de Alcalá.. . Yera la curiosidad lo que la hacía pensar, pen-sar en lo mismo, apurando toda la lógica pa-ra descubrir el pensamiento de su señora ma-dre. Curiosidad era sin duda, y no gusto deaquellas intrigas ni de sus consecuencias.. .Verdad-que el amargor de ciertas cosas noquita el picor del deseo de conocerlas. “Sa-biendo lo que esesto -se decía,-10 aborrece.r6 mejor.,, Gozosa de haber encontrado estafórmula que armonizaba la virtud con la cu-riosidad, desembocaba por la calle del Bañopara tomar la de Cedaceros, cuando. chococon un objeto duro.. . tal efecto le hizo verá O’Dmwll el Chico, que venía en direc-ción contraria.

“ iTeresilla.. . alto! Ya no te me escapas.. _Trescientas veces he llamado inútilmente á

O'DONNkLL 315tu puerta.. . y ahora.. . la casualidad te traeá mí.

-Si me hubiera bajado al Prado desdemi casa,-dijo Teresa, sin disimular lo queel encuentro la contrariaba, -rhejor cuentame habría tenido.. . Manolo, por Dios, déje-me seguir mi camino.. . Vaya; un saluditoy caèia uno por su lado. ,,

No se avino el joven á esta forma tan sim-ple de separación, y siguió junto á ella pro-testando de que no era su idea molestarla.Aceleró Teresa el paso, fingiendo mucha pri-sa; pero Tarfe no se rendía fácilmente, yamenizaba la carrera con estas bromas:‘LVas á apagar un fuego? Mejor: yo llevolas bombas., .__

-Manolo;- por la Virgen Santísima - dijoTeresa parándose, sofocada:-es usted ca-ballero, y no se obstinará en seguirme cuan-do yo le suplico que no me siga... iQuéquiere de mí?

-Verte, oir tu voz... Hicimos un tratoque yo he cumplido fielmente, tú no.

-Yo no prometí nada, Manolo, ni erapreciso, porque usted, al conseguirme lascredenciales, hacía una obra de caridad, yno quería más recompensa que la satisfac.ción de socorrer á los desgraciados.

-Teresilla, sabes más que Aristóteles.Si no te quisiera por tus encantos, por tutalento te adoraría, por el salero consabes ser traidora, pérfida, ingrata._ _-No desvaríe; &ManolÓ, 9 dejemeguir.

quese-

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316 B. PIhEZ QaLDóS

-Vas á prisa como los que han hechouna muerte: el muerto soy yo.

-Voy á prisa, sí senor; voy fugada.-iFugada!... Llamas tú fugas á las esca-

patorias de la mujer caprichosa que un díasale á correrla.:.

-No es escapatoria de un día, Manolo-dijo Teresa con gravedad que dejó suspensoá O’DomelE el Chico;-es para siempre.- iPara siempre!-Y no me vera usted más.. .-Si fuera cierto, sería lo más desagra.

dable que pudieras decirme. . . Pero no esverdad, Teresa. Tú no eres capaz de seguirla senda p3r donde fueron Mita y Ley. Erescortesana.. . Parece que has abandonado tupuesto en la Corte de Venus, y lo que haceses alejarte hoy para volver mañana, y OCU-par tu sitio... con ascenso... Cuando pare-ce que bajas, subes, Teresa, y has de poner.te al fin tan alta que desprecies á los pobrescomo yo... y no podremos ni mirarte siquie-ra.,, Dijo esto elpequeño O’Domnell con tris-teza. Teresa no le entendía; esperaba quehablase más claro.

“Todo lo que usted me dice, Manolo, espara mí como si me hablara en chino.. . iYodespreciarle á usted.. . y por pobre! . . . i Je-sús! /Vaya con el pobrecito, el hombre dela influencia, el niño mimado de la UniónLiberal, el primero de los hombres públicos.Muy agradecida estoy á O’Donnell el Chico,pues apenas abrí la boca para interceder portres cesantes, fui atendida.. .

O'DONNYLL 317-Pero ya no necesitarás recurrir á mí,

Teresa. Lo que obtuve yo para tus parien-tes, te ha de parecer pronto á tí la última delas bicocas.. . Porque tú, con más facilidadque ninguna otra persona, darás credencia-les de Directores Generales, de Gobernado-res, ascensos al Generalato y propuestas deObispos; tú, Teresa, tú... No pongas ojosespantados.. . ,,

Decían esto. bajando por la calle de Alca-lá. La curiosidad que, en forma de brasas,sentía Teresa en su mente, ya levantaballama. “Explíqueme eso de modo que yo loen tienda - dijo á Tarfe; - y explíquemelopronto,.porque tengo prisa. Voy lejos, y enla Cibeles he de tomar coche, ó tartana si laencuentro.

-Yo tomare la tartana, y te Ilevaré ádon-de quieras.

-Eso no... AAconlpáñenle á pie un ratito,y después cada lobo por su senda... Quierosaber de dónde voy yo á sacar ese poder queusted supone.. . iQué gracioso!

-6De dónde?. . . De tu hermosura, de tugracia.. . Eres la mayor farsante que conoz-co, y la cómica más perfecta. No sé para quégastas conmigo esos disimulos. ACómo hasde ignorar tú que alguna persona de gran-dísimolicita...

poder y de riqueza desmedida te so-vamos, pide tu mano para llevarte

al altar que no tiene santos?. . . Hazte la ton-ta. iCrees que me engañas?...

-Pues, hijo, gracias por la noticia de lapetición de mano.. . Pero puede creerme que

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318 B. PlkREZ QALD6S

no sabía nada.. . iQué risa! iPues así se pi-den manos sin que los ojos se hayan dichoalgo antes? Usted ha perdido el juicio, Ma-nolo.

-Lo perder6 por ti, vi6ndote en manosde las que no podr6 quitarte. Soy fuerte sime comparas con Risueño, débil si con otrosme comparas.. . iQuieres que te diga unacosa, una idea que desde anoche se me hametido aquí y no puedo soltarla? Pues túeres el numen de la Unión Liberal, la en-carnación de esas ansias de bienestar y deesos apetitos de riqueza que van á ser reali-zados por mi partido. Tú eres la evoluciónde la sociedad, que transforma sus escase-ces en abundancias con los tesoros que sal-drán de la tierra; tú...

. -Cállese, por Dios, Manolo... Me trastór-naría la cabeza si no la tuviera yo bien fir-me. iQu6 tengo yo que ver con tesoros en-terrados, ni con nada de eso?

-No dir6 que por tus propias manos; perosí que por manos que estarán muy cerca delas tuyas, han de pasar los millones, los mi-les de millones de la Desamortización.- iJesús, Manolo!-Sé lo que digo.. . A tu lado verás nacer

y crecer las maravillas del’ siglo, los cami-nos de hierro.. . verás el remolino ,que haceel oro, girando en derredor de los que lomanejan y hacen de él lo que quieren.. .iQué mujer podrá, como tú, darse el gustode ser dadivosa?,,

Pudo creer Teresa, en los comienzos de la

.O'DONNELL 319

conversación, que Tarfe bromeaba.. . Yacreía que mezclaba las burlas con las veras,y que algo había de verdad en aquel fantás-tico vaticinio. Sin duda, en el conocimientode Manolo había una certidumbre que en el-ánimo de ella sólo era un presagio, másbien sospecha. Cierto que hombres de granpoder político y financiero gustaban de ella;pero jen qué se fundaba O’Donnell el Chico

, para sostener que entre el deseo y la realiza-ción había tan poca distancia? Con esto, lacuriosidad, que desde la rápida entrevistacon su madre prendió en su mente, era ya in-cendio formidable. Las llamas le salían por

‘los ojos, y por la boca este vivo lenguaje:“Párese un poquito, Manolo, y dejando .á

un lado las bromas, dígame si es verdad esode la Desamortización; si es un hecho ya,vamos. Porque Risueño decía que la Des-amortización es un mito, que es como de-cir una guasa.

-No es mito, sino dogma, Teresa: prontoserá un hecho, y la gloria más grande deQ’Donnell y de la Unión Liberal... Con laventaja de que ya el desamortizar no traerátrifulcas ni cuestiones, ‘porque se hará deacuerdo con el Papa . ..Ya está negociado elnuevo Concordato. Ríos y Rosas y Antonellihan quedado ya conformes. 2Me entiendes?Concordato es un convenio con la Santa Sede.

-iPara que desamorticemos todo lo quequeramos?

-Para que se venda la Mano Muerta, fa-voreciendo á la Mano Viva. _.

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330 B. PltREZ BALDOS

Algunos segundos estuvo Teresa comoalelada, mirando al suelo.. . Luego dijo:‘6 Bien, Manolo; me parece bien. . . Razón tie-ne usted en adorar á O’Donnell.. . yo tambiénle admiro, y declaro que es el primer hombrede España.

-Como tú la mujer más simple de todoel Reino, si no me confiesas que eso que hasdicho de fugarte y no volver, es un bromazoque quisiste darme. iCómo he de creer yoque desmientes la ley de tu destino en elmundo, y que ahora, cuando la fortuna teda todo.10 que ambicionabas... no lo niegues:tú me has dicho que lo ambicionabas. . .cuando la fortuna viene en busca de ti, hu-yes tú de ella!. . .

-Cierto es ,que tuve mis sueños de gran-deza y poder... iQuién no sueña, vivien-docomo vivimos en medio de tantas necesida-des?... Pero ya esa racha pasó, ya estoy cu-rada de esos desatinos.. .

-Esa cura no puede hacerla más que elamor... Pero hay casos en que la salud estan mala como la enfermedad. . . ó peor...Y yo te digo, con toda la efusión de mi alma:“Teresa, Lno podrías conciliar la ambicióny el amor? Ello es sencillísimo: aceptas loque los ricos te dan, y me quieres á mí. Lariqueza mía es corta, Teresa; lo suficientepara la vida de mediano rumbo que yo medoy.. . No puedo satisfacer tu ambición.. .Pero los que pueden satisfacerla no te daránun corazón amante como el mío.,, RebelóseTeresa contra la profunda inmoralidad que

O'DONNELL 321

esta proposición envolvía. . . “ Manolo-ledijo,-no es nada caballeroso lo que ustedpretende... GQuiere que le diga toda la ver-dad, confesándome con usted como conDios? Pues sentémonos. Estoy cansada. Secansa una de andar, de pensar cosas raras:cansa la duda, y cansa el no entender bienlas cosas.. . ¿Con que dice usted que podréyo desamortizar? iQu6 risa!

-2,No lo crees? ‘- Juro á usted que no lo creo.,,Teresa juraba en falso. Aunque no cono-

cía la tragedia de hfacbeth, en su íntimopensamiento se decía: La ciencia de aque-llas mujeres (las brujas) es superior á Ia delos mortales. Y las brujas del tiempo de es-tas historias se llamaban O’Donnell el Chico.

Se sentaron en un rústico banco, próximoal jardtn de la Veterinaria. Habló Teresa laprimera: “NO tengo ya esa ambición, Mano-lo. Me la quitó el amor. Por primera vez enmi vida puedo decir que quiero á un hom-bre. Dispénseme si le lastimo: ese hombre.que yo quiero no es usted.

-Ya sé . . .-murmuró Tarfe sombrío, que-jumbroso.. .-Es el aprendiz de armero. Leconozco.. . Sigue, Teresa.

--iQué más quiere usted que le diga? Que21

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322 B. PIhEZ GALDÓS

á los pocos días de tratar á Juan sentí por61 una piedad y un respeto, que pronto, sinpensarlo, se me convirtieron en cariño. Víen él la conformidad con la desgracia, topnueva para mí; pude ver y conocer que elpobrecito tenía por mí un amor muy gran-de, sin cuidado de la opinión, y que con supensamiento me limpiaba, y borraba todasmis faltas para volverme pura y poder ado-rarme á su gusto. AComprende usted lo queesto vale, Manolo? Por el hombre que asíme quiere, por el que en mí ve la niujer, lamadre, la hermana, y todos estos amores re-unidos en uno, ique menos puedo yo hacer. quwonsagrarle mi vida?

-Comprendo, sí, que desees consagrarletu vida; pero no que lo hagas. La cantidadde abnegación que necesitas para descenderhasta él es enorme.. . Xás que virtud, seríasantidad, y esta no existe hoy en el mun-do. Creo en tu amor; no creo en tu santi-dad. Si yo te viera consumar el gran sacrifi-cio, si te viera precipitarte á la pobreza y alestado de vulgar estrechez que te traería launión con el armero, fuera por matrimonio,fuera de otro modo, yo te admiraría, Tere-sa, y respetaría tu caída.. . Caer de ese modoes alcanzar la mayor elevación moral. iEn-tiendes lo que quiero decirte?

-Sí lo entiendo, y desde hoy puede ustedempezar á respetarme y admirarme-dijoTeresa levantándose.-A la pobreza honra-da voy... ahora mismo.. .

-Vas á la huerta llamada del Pastelero,

.

O’DONNELL 323donde te esperan Mita y Ley, y con ellos tunovio.. . Ya puedo llamarle así.. .

-Así debe llamarle. TToy á la huerta...Ya me ha detenido usted bastante... Si esusted caballero, déjeme seguir mi camino.

-Tienes razón. No te estorbo en tu ca,mi-no. Pero te digo que si vas hoy á lo que lla-mas la pobreza, volverás de ella mañana.iQu6 has de poder tú contra tu Destino,tontuela?. . . Sobre tus resoluciones, sobreesos arranq.ues fantásticos, de momento,prevalecerán las dos grandes fuerzas quehay en tí. iNo las conoces? Pues son la pa-sión del buen vivir, y la pasión de repartirel bien humano. . . En la pobreza, ni una niotra de estas pasiones puede tener realidad...Vete, corre á donde te esperan el hombreenamorado y los amigos que fueron salva-jes. Ya no te detengo... Anda, sigue tu ca-mino. Sé que volverás... Media palabra, unrecadito, una mirada de cualquiera de nues-tros dioses.. . ¿No sabes que dioses son és-tos? Los ricos, Teresa, los inmensamentericos, que te rondan sin que lo sepas tú. . .Pues cualquiera insinuación de uno de és-tos te sacará de la pobreza honradita y so-sita para traerte á la-deshonra brillante, to-lerada... Si lo dudas, haz la prueba. Te acom-paño hasta indicarte la vereda más cortapara ir á tu objeto.,,

En pie, mirando á su amigo con ciertoespanto, Teresa no se movía. Tarfe, llevadoya por el hervor de sus ideas y de sus ape-titos. al punto de la inspiración, de la su-

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324 3. PIhEZ QALDÓS

gestiva elocuencia, prosiguió así: “No olvi-des lo que te he dicho, no una vez, sino vein-te ó más. Te lo dije en tiempo del fardo, ydespués del fardo. Tú eres, Teresa, sin dartecuenta de ello, el numen de la Unión Libe-ral; eres la expresión humana de los tiem-pos.. . Los millones de la Mano Mzlertu pa-sarán por tu mano, que es la Mano Vbua.. .Mueve tus deditos, Teresa. t.No sientes enellos el frío de los chorros de oro que pasan.. .?

-No siento nada, Manolo; no siento na-da,-dijo Teresa, ceñuda, estirando y enco-giendo sus dedos como Tarfe le mandaba.

-Pues es raro. Los nervios de los ambi-ciosos se anticipan á la sensación real, y elalma á los nervios. Eres tú la fatalidad his-tórica y el cumplimiento de las profecías...~NO lo entiendes? Sin entenderlo lo sentirásen tí, como sentimos el correr de la sangre,por nuestras venas... Tu serás la ejecutorade lo que decimos y predicamos yo y los demi cuerda, los de mi partido, los que evan-gelizamos el verbo de O’Donnell, que es elverbo de Xlendizábal... No pongas esos ojos ’espantados, esos ojos que están diciendo:“Yo desamortizo; yo quito del mont.ón gran-de lo que me parece que sobra, para formarnuevos mon toncitos.. . Yo soy la niveladora,

yo soy la revolucionaria.. . Yo desplumaré álos bien emplumados para dar abrigo á losimplumes; yo quitaré el plato de la mesa delos ahítos para ponerlo en la mesa de loshambrientos...,, Esto dices tú sin saber quelo dices, y esto piensas creyendo pensar en

o'DO_WELL 325las musarañas.. . Si otra cosa sientes hoy,es una humorada, un sentir pasajero.. . Veteá la pobreza; vete á ese juego inocente, Tere-silla, que de allí volverás, y si no vuelvespronto, algnien irá en tu busca, y te trae&con sólo cogerte de un cabello y tirar de tí...Si tardas en volver, te buscarán los que terondan, y dirán: “iDónde está esa loca?. . . ,,Y esta loca está jugando á la honradez po-bre, uno de los juegos más inocentes de la in-fancia. Juega á las comiditas, á ir ála com-pra, y á remendarle los trapos al ganapánque la llama su mujer. Vete, vete pronto,Teresa. Cuando vuelvas, me encontrarás.. .Yo te espero: iré á tu casa.. . á tu nueva ca-sa. Adiós, gran revolucionaria, adiós. ,,

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Dicho esto con el hechizo que reservabapara ciertas ocaciones, se fué, dejándola solaen una vereda por donde sin cansancio po-día llegar pronto á su objeto. Desde lejos lasaludo, y ella tuvo fijos en Tarfe sus ojoshasta que le vió desaparecer. Siguió enton-ces por la vereda, cabizbaja: lo que le habíadicho O’Donnell el Chico levantaba en sualma un tumulto borrascoso. iY qué cosasse le ocurrían, tan bien dichas y con tanhondo sen tido! Sin duda era Manolo un dia-blillo simpático, tentador, que con permisode Dios le sugería las ideas ambiciosas cuan-do ella anhelaba ser modesta y despreciarias vanidades del mundo.

A cada rato se paraba Teresa y volvía susojos hacia illadrid. Poníase de nuevo en mar-cha lenta, arrastrando sus miradas por los

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surcos del campo, en que verdeaba la ceba-da raquítica para pasto de las burras de le-che. iQuién era, ó quiénes eran los magna-tes del dinero que la solicitaban? Esto sedecía, mirando á los surcos, y relacionandolas indicaciones de Tarfe con las vaguedadesde hlanolita Pez, y todo esto con la indirec-ta que le soltó Serafina días antes. Fuerade ella y de su voluntad, había sin dudauna conspiración cuyo fin bien claro veía:faltábale sólo conocer la persona. SegúnTarfe, no se trataba del candidato de Sera-fina, sino de otro de mayor vuelo y podermás brillante... Loca la habían vuelto entretodos; pero ella debía persistir en sus sanosimpulsos de moralidad, apresurando el pasopara llegar pronto á la presencia de Juan yde MzI’ta y Ley, que confortarían su almaturbada.

Pasaron junto á ella, y se le adelantaron,algunas familias pobres que iban de merien-da. Groseros le parecieron los hombres, des-garbadas las mujeres, flacuchos y pálidoslos niños. iOh! illegaría Teresa á verse así,sin garbo ella, bárbaro su hombre, y dege-nerados sus hijos, si los tenía? iE hambrey la privación de todo bienestar la llevarían?I tan tris te estado? No quería ni pensarlo.. .Entráronle súbitas ganas de volverse á Ma-drid, y aun dió algunos pasos hacia atrás,movida de un ardiente deseo de encararsecon su madre y decirle: “Apero quien.. .?,,Pronto se rehizo de esta instintiva inclina-ción al retroceso; siguió su camino y.. . pen-

O’DONNELL 327

sando en el hombre aceleró el paso, comoaceleran las aves el vuelo cuando van al ni-do. iVaya, que el pobrecito Juan esperándo-la! iQué impaciente estaría, qué inquieto,qué ansioso! iY alita y Ley, qué pensaríande aquella tardanza? Ya eran las doce, lasdoce y media. Tendrían ganas de comer;pero la esperarían.. . Sólo en el caso de queella tardase mucho, comerían... ipero quétristeza tener que ponerse á comer sin ella!

Llegó hasta donde veía las tapias de Zahuerta, y lo mismo fue verlas que sentirque los pasos se le acortaban por sí solos,hasta llegar á detenerse en firme. Tuvo mie-do; sintió la urgencia de resolver y orde-nar en su mente un aluvión de ideas que enella entraron como huéspedes alborotadores.Grande era el amor que sentía por Juan;mucho le quería, mucho. Era bueno, senci-llo, inteligente, capaz de todo lo bello y no-ble. . . Merecía la felicidad y cuantos bienesha puesto Dios en el mundo... Pero si ellase metía en la vida pobre, iquién había dedar estos bienes al honrado y amante San-tiuste? iQuién cuidaría de su alimento,quién le socorrería en sus desgracias?iQuiénle costearía las más bri,llantes carreras enel caso de que quisiese dedicarse á la sabi-duría? AQuién le pondría la gran tienda dearmero en el caso de que optase por la indus-tria? AQuién le proporcionaría las mejoresropas, los libros más instructivos, la casa có-moda y elegante, y las mil frivolidades y pa-satiempos que engalanan la vida?... Tenía

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328 B. PÉREZ QALD6S

que pensar en esto antes de lanzarse resuel-tamente en la vida pobre, y para pensarlodespacio y poner cada idea en su punto, seapartó del camino. La cosa era muy grave.Necesitaba recoger su espíritu.. . Tanto qui-so recogerlo, que se fué á un altozano dondese alzaba un artificio que parecía noria, en-tre pelados olmos. Sentóse allí, y meditó.

Pensando, se fijó en los grupos que me-rendaban en el prado próximo á la huerta.iQuién cuidaría de socorrer á tanto puebloinfeliz, si ella se metía en el árido reino dela pobreza?. . . icmínta miseria que remediar,cuánta hambre que satisfacer, y cuánta des-nudez que cubrir! Ella, ella sola podía conmano solícita y diligente acudir á todo, co-giendo á puñados lo que sobraba-del montóngrande, y.. . No había duda, no, de que eraverdad lo que Tarfe le dijo. Como que Ma-nolo era el espíritu mismo y la esencia deO’Donnell el Grande, trasvasados á un sérfamiliar, un tanto diablesco, rebosante deingenio y de gracia.

¿Pero no era discreto y razonable que to-das estas cosas se las dijese al propio San-tiuste, su amor único desde que vivía? Se-guramente, cuando se lo -dijera, Santiustele daría la razón, y le aconsejaría que se de-dicase pronto á las funciones de intérpretedel verbo de O’Donnell, que era el verbode Mendizábal. La Humanidad aguardabacon ansia los beneficios que la Mano Viivade Teresita había de derramar sobre ella...Púsose en camino hacia Za kuerta, cuyo ta-

O'DONNELL ‘3559

pial .bien cerca veía; pero á los pocos pasosla obligaron á nueva detención estas ideas:“Si digo esto á Mita y Ley, no me compren-derán. Si lo digo á Tuste, me comprenderá,pero despu6s de explicaciones muy largas,que no pueden hacerse en un día ni en dos.Juan tiene mucho talento, y ve las cosasdesde lo alto, desde lo más alto; pero ideacomo ésta, ni Tuste, con todo su entendi-miento y su saber castelarino, la puede pe-netrar, así.. . de primera intención. Yo se lapondré bien clarita. . . pero no puede serahora.. . ahora no. ..,,

Vaciló un instante, frunció el ceño, y alfin determinó que no pudiendo decir lo quepensaba, debía volverse á Madrid. Frente áella se extendía la tapia de Za huerta, por elEste. Veía los tejados irregulares de la casa,los chopos, los cuatro cipreses, de igual al-tura con muy poca diferencia. EL del extre-mo de la derecha subía un poquito más quesus tres hermanos. Acercóse Teresa aguzan-do el oído con intento de percibir algún rui-do del interior de Za huerta.. . Oyó rocesconfusas, pasos, cantos del gallo... Su vivaimaginación le fingió imágenes precisas delo que allí dentro pasaba. Juan, muerto yade impaciencia y desconfiado de que á tanavanzada hora llegase, se había retirado delportalón, donde estuvo en acecho desde lasdiez, y abrumado de tristeza se sentaba enel brocal del estanque, mirando las aguasverdosas y el reflejo de los cuatro cipreses,tan rígidos y melancólicos vueltos hacia el

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cielo bajo, como lo eran señalando al cieloalto con afinada puntería. Mita, sentada enla puerta de la casa, expresaba con su inmo-vilidad, el codo en la rodilla, la cara retos ta-da en la palma de la mano, el aburrimientode una larga espera. Ley paseaba por entrelos chopos al niño, y le zarandeaba para ale-grarle; el perro corría tras ellos fingiendoalborozo, sin más objeto que aligerar eltiempo. . . Por fin, Mita llamaba: ya no po-dían esperar más. iQué habrían llevado paracomer? La imaginación de Teresa vaciló en-tre figurarse la tortilla y un buen arroz ó elpar de pollos precedidos de ruedas de merlu-za... Vió, sin dudar un punto, el postre depolvorones que tanto gustaban á la amigainvitada; vió tambien que arrimados Mitay Ley al mantel tendido á la sombra del mo-ral, Juan negábase á comer... Su tristeza leponía un nudo en la garganta y no podíatragar bocado. Los amigos le consolabandiscurriendo las explicaciones más racionalles de la tardanza de Teresa. Los consuelos’quedábansj en los oídos de Juan sin llegaral alma; ésta, empapada en amargura, agran-daba su pena hasta lo infinito; viendo en laausencia de la mujer amada algo tan solita-rio y desesperante como el vacío de la muer-te... Mientras los otros comían, Juan vol-viendo á la puerta, asaltado de una ‘débilesperanza, declamaba mentalmente cláusu-las altísonas, que lo mismo podían ser su-yas que de Castelar. Teresa las reproducíaen su imaginación y en su memoria como si

O’DONNELL 331

las oyera: “Muerto el paganismo, el humanoespíritu levanta el vuelo’ y corre tras el .cumplimiento de la ley de amor.. . Amor lebrindan los cálices de las flores, amor ladulce onda de los sagrados ríos, amor laconciencia pura de la mujer cristiana, Evarestaurada, virgen renacida de las cenizasde la inmolada Venus.. . ,,

La idea de que Juan saliese á explorar elcamino y la encontrara en aquel acecho an-,gustioso, le infundió tal vergiienza y terror,que instintivamente se alejó á buen paso.Alborotada su conciencja, no quería ver

?ni aun con la imaginación los rostros desus inocentes amigos, ni oir sus amantesvoces. ~Qué entendían ellos de los gravesconflictos del alma en lucha con todo el ar-tificio social, y solicitada de poderosas atrae.ciones?. . . Por el amor mismo, que á Juantenía, y por la piedad intensa con que mira-ba el presente y el porvenir del interesantemozo, amigo de su alma, no debía verle ental ocasión.. . 1 A Madrid, á Madrid otra vez!Anduvo largo trecho muy á prisa, siguien-do la mejor dirección para cambiar prontode perspectiva.. . Al fin vió casas mezqui-nas y tapias de corrales, que á cada pasoaparecían en mayor número, como si anteella surgieran del suelo. Por un boquete deaquellas rústicas construcciones distinguióla Plaza de Toros.. . Como no había comido

. nada desde el desayuno que tomó muytemprano, sentía, sin tener apetito, los des-mayos propios de un cuerpo exhausto en

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332 B. PkREZ QALDÓS

día de tantas emociones. Una vieja, ven-dedora de rosquillas, torrados y cacahuetes,le salió al paso. iHallaZgO feliz! Con tres ócuatro ro>quillitas y un poco de agua,pensó Teresa que se sostendría muy bienhasta la noche. Cuando esto pensaba, vióaparecer una aguadora. Ya tenía su listade comida completa. En un banco de mam-postería del Paseo de la Ronda se sentó, unavez hecha la provisión de rosquillas, quehubo de ser harto mayor de lo presupuesto,porque se le acercaron multitud de chiqui-llos que le pedían chavos, 6 pan, y á todosobsequió. De la cesta de la vendedora pasa-ban las rosquillas á la falda de Teresa, quelas repartía graciosamente y con perfectaequidad entre aquella mísera chusma in-fantil. Y cuanto más daba, mayor númerode criaturas famélicas y haraposas acu.dían,hast,a formar en torno á la guapa mujer unabandada imponen te. La más con tenta de es tainvasión fue la rosquillera, que viendo lapronta salida del género decía: “ 1 Ay, seño-rita, hoy casi no me había estrenado, y conusted me ha venido Dios á ver! Bien penséyo, cuando la ví venir, que la señora se pa-recía á la Virgen Santísima.;,

Sin dar paz á su mano generosa, Teresaiba consolando á toda la ch.iquillería. “Des-nuditos y hambrientos estáis -les dijo.-Malos vientos corren en vuestras casas.. . ,,Contaban algunas khiquillas las miserias desu orfandad, y las viejas vendedoras metie-ron baza, lamentándose de lo malo que es-

O'DONNELL 333

taba todo. Si los hombres no tenían ‘adóndeganar para una libreta, iqué habían de ha-cer las pobrecitas mujeres? Con gravedadbondadosa les dijo Teresita, dirigiéndoseigualmente á las ancianas y_ á los ninos:“iPero no sabéis que ahora van á venir tlem-pos buenos, muy buenos?,, Ante la incredu-lidad de las viejas, Teresa repitió: “Vendráuna cosa que llaman la Desam . ..., No si-guió, porque su auditorio no entendería talpalabra.. . “Señora, como eso que venga nosea un alma caritativa, no sabemos lo quepodrá ser,,... “Pues eso-añadió la guapamujer: -vendrán manos piadosas que cojanlo que sobra de los montones grandes, y lolleven á remediar tantas miserias.. . Creedque vendra esa mano.. . y:i está cerca.. . casiestá aquí ya.,,

Con estos consuelos que daba á los menes-terosos, se le fue á Teresa el tiempo sin sen-tirio.. . Más de dos horas había permanecidoen aquel lugar, entre mocosos y viejas; latarde declinaba; se veían grupos de fami-lias pobres que volvían ya de paseo con di-rección al centro de Madrid. Buscando lasoledad, Teresa se metió por un callejónque á su parecer debía conducirla á la Ve-terinaria y al mismo sitio donde estuvo sen-tada con Tarfe. Pero se había equivocado desendero, pues el callejón la condujo al Ta-ller de coches, y costeando éste, fue á pararjunto al Palacio de Salamanca, cuyo gran-dor y artística magnificencia contempló lar-go rato silenciosa, midiéndolo de abajo arri -

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ba 9 en toda su anchura con atenta mirada.En esto la sorprendió un movimiento de ter-nura en lo más vivo de su alma, y acongoja-da apartó del palacio sus ojos, que empeza-ron á llenársele de lágrimas: fue que se acor-dó del pobre Juan y de los excelentes ami-gos, de honesta, sencilla y semisalvaje con-dición. Trató de encabritar su espíritu aba-tido, espoleándolo con esta idea: “PobreJuan mío, yo haré por tí más de lo que pu-dieras sonar.. . ,,

Afirmando esto, vió multitud de carruajesque volvían de la Castellana. Antes que enacercarse para ver bien á los que pasaban,pensó en retirarse para no ser vista... Entreuna ligera neblina polvorosa, Teresa vi6 pa-sar á la Navalcarazo, que llevaba en su co-che á Valeria; á caballo, al vidrio, iba PepeArmada. Pasó después la Relvis de la Jara;tras ella la Cardeña, tan linajuda como ri-cachona, en una berlina de doble suspen-sión, elegantísima, de gran novedad.. . Pasa-ron otras que Teresa no conocía, y otros áquienes conocía demasiado. La Villares deTajo iba en el coche de la Gamonal, de laaristocracia de poco CI&, que deslumbrabacon el brillo chillón del oro nuevo. Ambasseñoras iban muy emperifolladas, y lleva-ban en el asiento delantero de la berlina alpomposo y magnífico Riva Guisando. Detrásiban á caballo, con toda la gallardía andalu-za, hlanolo Tarfe y Pepe Luis Albareda.“i Ay-pensó Teresa, volviendo el rostro,-si llega á verme O’Donnell Chiquito, me

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luzco!...,, La Villaverdeja, la Montqrgaz de-járonse ver en la rauda procesión de vani-dad; y por fin... O’Donnell el Grande, enuna vulgar berlina con doña Manuela. . . Vi6Teresa el rostro del irlandés en la ventani-lla, y en su imaginación le consideró rodea-do de un glorioso nimbo de oro y luz comoel que ponen á los santos. “Maestro, Dios teguarde-dijo la guapa moza con vago pen-samien to .-Toquemos á desamor tizar. . . Yaestá aquí la Mano Eva. ,,

FIN DE O'DONNELL