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Pontificia Universidad Católica Instituto de Estudios Urbanos y Territoriales Magíster en Desarrollo Urbano Cuando los indeseados se congregan en el mall: prácticas socioespaciales de adolescentes en un espacio semi- público Tesis para optar al grado de Magíster en Desarrollo Urbano en el marco de FONDECYT Nº 1085276 “No hay mall que por bien no venga. Efectos urbanos y resignificaciones culturales en una subcentralidad de Santiago (el caso de Mall Plaza Vespucio 1990-2007)”. Miguel Pérez A. Profesor Guía: Rodrigo Salcedo Julio 2010

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Pontificia Universidad Católica Instituto de Estudios Urbanos y Territoriales Magíster en Desarrollo Urbano

Cuando los indeseados se congregan en el mall: prácticas socioespaciales de adolescentes en un espacio semi-

público

Tesis para optar al grado de Magíster en Desarrollo Urbano en el marco de FONDECYT Nº 1085276 “No hay mall que por bien no venga. Efectos urbanos y resignificaciones culturales

en una subcentralidad de Santiago (el caso de Mall Plaza Vespucio 1990-2007)”.

Miguel Pérez A. Profesor Guía: Rodrigo Salcedo

Julio 2010

1

A Leila y a mi familia

2

Índice I. Apertura................................................................................................................. 4

II. Introducción.......................................................................................................... 6

III. Problema de Investigación ................................................................................... 9

1. El paulatino, pero crucial arribo del mall a Chile...................................................................9

2. La ruptura transformadora de Plaza Vespucio: análisis en un espacio semi-público.....11

IV. Objetivos de investigación...................................................................................15

V. Hipótesis de investigación...................................................................................15

VI. Visitando conceptualmente al mall, las prácticas socioespaciales y los

adolescentes.....................................................................................................................16

1. La irrupción del mall en la ciudad contemporánea..............................................................16

a. El naciente mall y sus efectos la ciudad del suburbio.....................................................16

b. Del suburbio estadounidense a la ciudad latinoamericana ............................................18

2. Espacio público y prácticas socioespaciales .........................................................................22

a. La construcción de lo público............................................................................................22

b. El cuestionamiento al espacio público moderno ............................................................24

c. Prácticas socioespaciales en un espacio socialmente producido...................................27

3. ¿Puede ser el mall un nuevo espacio público?......................................................................33

4. La llegada de los inaceptables al mall.....................................................................................36

a. Entre el vagabundeo y el consumo adolescente..............................................................36

b. El mall y las identidades juveniles......................................................................................38

VII. Marco metodológico............................................................................................41

1. Definición de tipo, carácter y enfoque de la investigación.................................................41

2. Técnicas de recolección y registro de información: entrevista semi-estructurada,

observación pasiva y revisión bibliográfica....................................................................................42

3. Criterio de selección de informantes, universo y muestra..................................................44

VIII. Cuando la periferia se volvió centro. Mall Plaza Vespucio en La Florida ..........46

1. El contexto comunal: el Paradero 14 antes de Mall Plaza Vespucio ................................47

2. Una iniciativa privada con alto impacto público..................................................................49

a. 24 de agosto de 1990. El Día D del área sur-oriente de Santiago.................................50

b. Los usuarios del mall ...........................................................................................................58

c. “Plaza Vespucio: Mucho más que un centro comercial”...............................................60

3

IX. Los adolescentes en Mall Plaza Vespucio: prácticas socioespaciales y

significaciones del espacio..............................................................................................68

1. Prácticas socioespaciales de adolescentes en Mall Plaza Vespucio: disrupción, represión

y eterno retorno .................................................................................................................................68

a. Caracterizando socialmente al adolescente del mall .......................................................68

b. Espacio y prácticas sociales en Mall Plaza Vespucio. Entre el consumo y las

interacciones sociales....................................................................................................................71

c. Control y resistencia socioespacial: prácticas adolescentes y respuestas del mall.......78

2. La autopercepción usuaria de los adolescentes: las distinciones sociales y espaciales....81

a. Somos lo que somos porque no somos ellos...................................................................83

b. Somos lo que somos porque ocupamos un lugar dentro del mall................................86

3. El discurso adolescente sobre Plaza Vespucio.....................................................................88

a. Todo aquí y poco allá ..........................................................................................................89

b. El mall frente a los espacios públicos tradicionales........................................................92

X. Hacia la comprensión de un espacio privatizado en su función pública ...........95

XI. Cierre.................................................................................................................. 104

XII. Bibliografía......................................................................................................... 108

XIII. Anexos................................................................................................................ 114

4

I. Apertura

“Los chicos y adolescentes saben moverse

allí [en el mall] velozmente porque no

conservan recuerdos de otras formas

anteriores de consumo ni han tenido otras

experiencias más deseables o por las que

puedan sentir nostalgia. Conocen como

primera forma hegemónica de consumo la

del Shopping, y no están obligados a

extrañar una caída en desuso de otras

costumbres, ni a olvidarlas para adquirir

otras.”

(Sarlo, 2009, p. 33)

Con un comienzo no exento de dificultades a inicios de los años 80’s, y restringido casi

exclusivamente al área de mayores ingresos de la capital, durante los 90’s los centros

comerciales se propagaron por el resto de la ciudad, teniendo a Mall Plaza Vespucio como su

estandarte. Las voces críticas no se hicieron esperar. Premunidos de un fuerte discurso anti-

consumista, algunos intelectuales denunciaron la imposibilidad de ver al mall como una

instancia libre y diseñada para el encuentro con los otros. Clausurada la posibilidad de

calificarlo como un nuevo espacio público, los críticos ridiculizaron su desempeño o, en el

mejor de los casos, simplificaron su cometido (Gallardo, 1994; Moulian, 1998; para el caso

argentino Sarlo, 1994).

A pesar de la resistencia del mundo intelectual y académico, su establecimiento generó

grandes expectativas de consumo en las capas medias, en circunstancias que para la mayoría de

la población el acceso a crédito estaba más al alcance que nunca. Pero quizá más importante

fue la consideración ciudadana del centro comercial como una nueva plaza pública,

especialmente en amplios segmentos de una juventud –en apariencia despolitizada y apática –

que adhería desprejuiciadamente a las modernizaciones del país.

5

En medio de una investigación más amplia, primeramente nos preguntamos sobre qué

características presentan las interacciones sociales de los adolescentes en este espacio semi-

público privatizado y vigilado. Fenómeno que, junto con superar meras prácticas consumo,

abrieron el camino para el despliegue de un enfoque tan cualitativo como etnográfico,

mediante el cual fuimos capaces de aproximarnos a las significaciones construidas en torno a

importantes instancias de sociabilidad de nuestra ciudad: el mall y sus espacios públicos

circundantes.

Antes de iniciar la presentación del texto propiamente tal, permítaseme reconocer a

todos quienes contribuyeron al buen término de la investigación, tanto en la etapa de diseño

como en trabajo de terreno y su análisis derivado. Particularmente, agradezco al equipo

investigativo del FONDECYT Nº 1085276 por la disposición demostrada durante el segundo

semestre de 2008, cuando recién iniciaba mi senda de estudio sobre los centros comerciales.

Dentro de ellos, merecen palabras los profesores Rodrigo Salcedo, Gonzalo Cáceres y Joel

Stillerman por la contribución académica que sostuvieron durante el desarrollo de esta tesis.

También valoro los diálogos e intercambios generados con Jordan Harris mientras buscábamos

material de prensa sobre Mall Plaza Vespucio, en aquel primer semestre de 2009. Del mismo

modo, no puedo dejar de mencionar a Liliana De Simone por acceder a la elaboración de

planos sobre el área de estudio. En la misma dirección, aunque ajeno al proyecto

FONDECYT, Rodolfo Bonilla contribuyó con la generación de un mapa requerido en una de

las últimas revisiones de este trabajo, urgencia que me hizo recordar la buena disposición de

viejos amigos. Por último, y ya en el ámbito estrictamente personal, agradezco a Leila por su

apoyo y compañía desinteresada en las prolongadas jornadas de observación en terreno que

tuve.

6

II. Introducción

La instalación de grandes centros comerciales, dado su éxito entre grandes masas

ciudadanas tanto en urbes de la región como en el resto del mundo, ha concitado una serie de

debates en torno a las implicancias culturales y sociales de este espacio tan hipervigilado como

eminentemente orientado al consumo (para el caso Latinoamericano ver Sarlo, 1994, 2009;

García Canclini; 1995; Cáceres y Farías, 1999; para el mundo anglosajón ver Connell, 1995;

Judd, 1995; Miller, Jackson, Thrift, Holbrook y Rowlands, 1998).

En el ámbito propiamente urbano, junto a burbujas turísticas y comunidades cerradas,

los malls formarían parte de los enclaves semi-públicos de las ciudades contemporáneas que

dan cuenta de la privatización de aquellas instancias de encuentro interclasista propios de la

modernidad. La existencia de dispositivos de vigilancia, control social e imposibilidad de

acceder libremente harían aumentar la segregación favoreciendo al retroceso –sino a la

desaparición – de los espacios públicos modernos y a su finalidad política de propiciar debates

racionalmente argumentados (Davis, 1990; Caldeira, 1999, 2000; Low, 1999, 2005).

La excesiva homogeneidad social que acompañó el surgimiento del primer ciclo de

malls en Estados Unidos, anclado en los bordes de las autopistas interestatales lejos de los

centros urbanos, elevó su función social vinculada a la construcción identitaria del suburbanita.

La comunidad de iguales (arquetípicamente las familias blancas de clase media) buscó en los

shopping centers aquellos lugares de sociabilidad que la ciudad del suburbio comenzaba a

olvidar; aquel espacio público genuino es, desde entonces, un aspecto siempre evocado por los

malls a través de la prácticas celebratorias significativas para sus visitantes (Goss, 1999).

En América Latina la irrupción de malls detona consigo numerosas críticas

intelectuales y académicas. A pesar de la existencia ya en la década de los 60’s de grandes

centros comerciales en Brasil, en su calidad de “artefacto de la globalización” (Ciccolella, 1999;

De Mattos, 1999), los shopping centers originados desde los 80’s expresarían cabalmente lo

que mundialmente se ha discutido como la implementación sin contrapeso de un modelo

neoliberal; proceso que homogenizaría gustos y arquitectura en sociedad orientada al consumo

masivo de bienes y servicios (Bauman, 2003; Augé, 2004; Voyce, 2006).

El debate generado se dio en gran parte gracias al emplazamiento urbano más que

suburbano de los centros comerciales de nuestra región, cuestionando la naturaleza

exclusionaria paradigmática de su par norteamericano. Mientras las críticas elevaban las

7

implicancias socioculturales del creciente rol de un espacio de consumo en la cotidianeidad de

nuestras ciudades (Sarlo, 1994, 2009; Moulian, 1998), otros se valieron de su particularidad

urbana para abrir campos de análisis que trascendieron el reclamo inicial (Cáceres y Farías,

1999; Stillerman, 2006).

Aunque resulta difícil descontextualizar la masificación del centro comercial en urbes

latinoamericanas sin referirse a la globalización económica, algunos autores los analizan en

tanto expresión simultánea de procesos adaptativos locales situados en los cuales las dinámicas

socioculturales de la ciudad modifican pautas aparentemente homogéneas (Kingman, Salman y

Van, 1999; Salcedo, 2003a, 2003b).

Para el caso de Chile, y rompiendo drásticamente la tendencia de localización de malls

en el cono de alta renta apreciada durante la década de los 80’s (Cosmocentro Apumanque,

Parque Arauco y Mall Panorámico), en agosto de 1990 se inaugura Mall Plaza Vespucio en la

entonces popular comuna de La Florida. La inversión de unos 30 millones de dólares concitó

el interés de la opinión pública pues era la expresión tangible del desarrollo económico del país

en sectores sociales poco acostumbrado a disfrutar de las bondades de la ciudad. Patente es

una crónica del diario La Tercera pocos meses antes de su apertura donde si titulaba: “Con

moderno centro comercial Comuna de La Florida ingresa al año 2000” (3 de junio de 1990, p.

16).

Dentro de los 172.000 m2 de terreno –disponiendo inicialmente 23.000 m2 construidos

para 140 locales comerciales, un patio de comidas (el primero de su tipo en Chile) y

estacionamientos – Mall Plaza Vespucio ya vislumbraba ser un gran sub-centro para la zona

sur oriente del Gran Santiago. Imaginando el impacto en una zona importante de la ciudad, de

acuerdo a sus inversionistas, el área de influencia del mega proyecto sería cerca de un millón de

personas residentes en comunas del sur y sur-oriente de la capital tales como La Florida

misma, Macul, Peñalolén, Ñuñoa, San Joaquín, La Granja, La Cisterna, El Bosque, San

Bernardo, e incluso Pirque y San José de Maipo (La Época, 9 de junio de 1990, p. 25).

Por otro lado, y con la mirada en un futuro tan cercano como prolífico, el nuevo

shopping center buscaba trasformarse en una, al decir de la época, “ciudad satélite” que

albergaría en una basta área de servicios (centro médico, correos, multicines, sala de

espectáculos) así como edificios de hasta 350 departamentos (La Tercera, 2 de junio de 1990,

p. 16; La Época, 9 de junio de 1990, p. 25). Lejos de fracasar en tal empresa, estudios sobre los

cambios socioterritoriales y urbanos del Gran Santiago realizados a durante la presente década

8

afirmaban el efecto propulsor del mall en la formación de un subcentro urbano en el paradero

14 de Vicuña Mackenna (De Mattos, Riffo, Yáñez y Salas, 2005; Galetovic, Poduje y Sanhueza,

2009).

Pero las acciones de los desarrolladores no estuvieron restringidas a los agentes del

mall; eso, pues el potencial éxito de Plaza Vespucio también llamó la atención de promotores

inmobiliarios quienes ya a fines de los ochenta emprendieron vertiginosas campañas

publicitarias en periódicos de circulación nacional. Así, durante 1990, fue posible observar

propaganda, inspirada en un viejo sentimiento antiurbano, orientada hacia grupos medios. Los

anuncios señalaban las bondades vivir en una emergente y suburbana comuna (La Florida)

lejos del contaminado centro, pero a la vez con buenas vías de conexión hacia él. Dos ejemplos

lo demuestran claramente: “Los Jardines de Vespucio. Viva en el nuevo barrio alto sur oriente

(…) A sólo 20 minutos del centro de Santiago, centros comerciales de Providencia y próximo

[a] futuro Shopping La Florida”; “El Parque. Casas ‘no pareadas’ junto al nuevo Shopping de

La Florida (…) Excelente locomoción y ubicación, inmediata al ‘Shopping’”.

En este contexto, la apertura de estos espacios de consumo en áreas tradicionalmente

populares, pero progresivamente habitadas por capas medias como el caso de La Florida,

marca un punto de inflexión en las investigaciones sobre malls. La homogeneidad social

examinada en los centros comerciales del suburbio norteamericano promovida, entre otros

aspectos, por su lejanía de las áreas residenciales pobres, el deficitario sistema de transporte

público y políticas exclusionarias explícitas, parece no tener lugar en el caso chileno al menos

en los dos primeros puntos. La transformación de Plaza Vespucio en una gran plaza pública

para el sector sur oriente de la capital sería cuestión de tiempo, toda vez que el mall y su

discurso comenzaban a ser naturalizados por la sociedad urbana1.

1 Simultáneamente a la redacción de estas líneas, Cáceres y De Simone (2010) bosquejan la misma idea de naturalización del centro comercial entre las masas ciudadanas en un documento, aún, inédito. Por tal razón guardamos sumo cuidado en la presentación de sus argumentos, concientes de los cambios futuros que pudiera tener un borrador como el actual.

9

III. Problema de Investigación

1. El paulatino, pero crucial arribo del mall a Chile

En Chile, el shopping mall surgió en pleno periodo de restructuración económica

durante la década de los 80’s. Para los adherentes del gobierno de la época la apertura del

Cosmocentro Apumanque y Parque Arauco (1981 y 1982 respectivamente) ubicados en el

cono de alta renta de Santiago, eran signo inequívoco del virtual éxito económico de la

dictadura y las profundas transformaciones estructurales que efectuó (Lavín, 1987). En la

década posterior, y conforme los malls se expandían por el resto de la ciudad, similares

opiniones valoraban las mayores posibilidades de consumo de la población y la emergencia del

“consumidor” como nuevo actor de la vida social de un país exitosamente plegado a las

dinámicas modernizadoras (Tironi, 1999). La masificación de malls y del consumo ciudadano

eran evidencias de la positiva implementación de un nuevo paradigma de desarrollo capitalista.

Pero hubo muchas otras voces que en nada compartían aquella mirada complaciente

ante un Shopping mall, durante los 90’s, totalmente asimilado a la sociedad chilena (Salcedo y

Stillerman, 2010). Negada su importancia o simplificado su cometido, y pensado como

paradigma del consumo conspicuo en el seno de una ciudadanía cada vez más individualista,

brotaron numerosos reproches sobre los malls, siendo el de Moulian (1998) uno de los relatos

más conocidos.

Sin embargo, algunos años antes ya había emergido con fuerza una crítica intelectual

que, aun siendo menos masiva la anterior, esbozaban reflexiones generales sobre el impacto

urbano y social del centro comercial. Así, por ejemplo, Gallardo (1994) observó su

proliferación como la perfecta adaptación arquitectónica del modelo norteamericano que,

desprovisto de grandes atributos estéticos, negaba la ciudad que lo recibía marcando una

distancia radical según se estuviese dentro o fuera de sus márgenes: “Una vez adentro, la

experiencia es instantánea. En su interior todo es reluciente, pulcro, funcional y perfectamente

planificado” (Gallardo, 1994, p. 198). Junto a ello, decía que el shopping center es, ante todo,

una utopía espacial que ha vencido ideológica y simbólicamente a la naturaleza circundante

No restringidas al plano académico, hubo críticas sobre el nuevo artefacto urbano

provenientes del mismísimo ex Presidente de la República Patricio Aylwin (1990-1994), juicio

que le valió una respuesta por parte del columnista Hermógenes Pérez de Arce, ferviente

10

admirador del modelo instaurado por la dictadura precedente. Su mordacidad característica

condujo la publicación de una columna que, cual mandamiento religioso sarcásticamente

criticado, se tituló “No pisarás un Mall” (El Mercurio, 13 de octubre de 1993). La relevancia

del relato está, por sobre todo, en ser la expresión más descarnada de la disputa ideológica

sobrellevada en años de transición de a la democracia cuando, no habiendo formas de criticar

el virtual éxito económico del modelo neoliberal, sí había espacios para reclamar por sus

efectos culturales e incluso valóricos. De muestra una sola cita del texto referenciado: “Sea

como fuere, debo decir que entiendo a don Patricio [Aylwin]. Él quiere que sus gobernados

seamos sobrios, como él. Probablemente su sentido cristiano lo haría aspirar a que, en lugar de

hacer posible que todos los chilenos puedan dentro de pocos años comprar en un mall, nos

volviéramos cada vez más reacios al consumismo, modestos y desinteresados” (El Mercurio,

A-2, 13 de octubre de 1993).

Tres años más tarde de la primera reacción, igual actitud tuvo Carlos Larraín Peña –en

otra columna publicada en el mismo periódico – al utilizar como punto de partida las reiteradas

quejas de Patricio Aylwin para realizar una nueva defensa al mall. Lo interesante acá es que,

sumado al debate político-ideológico, Larraín (pensando quizá en el fenómeno de Plaza

Vespucio) sí reconoce algunos atributos urbanos a los centros comerciales: “No hace falta ser

urbanista para comprender el significado que tiene el espacio común al cual concurren todas

las clases sociales y que constituyen de algún modo el centro de la vida ciudadana (…) Don

Patricio [Aylwin] no sabe lo que se pierde porque en los centros comerciales las personas

descubren lo que ya no se encuentra en la plaza o espacio público” (El Mercurio, A-2, 4 de

Septiembre de 1996).

Tanto en posturas a favor o en contra, en Chile no existían mayores trabajos

investigativos sobre el mall pues el eje de análisis se centraba menos en sus dinámicas internas,

funciones sociales o impactos urbanos que en lo que representaba metafóricamente dentro una

sociedad que progresivamente iba consolidando el nuevo modelo de desarrollo. Panorama que

cambia durante los noventa cuando, concientes del impacto provocado por la inauguración de

centros comerciales en sectores pluriclasistas2, algunos autores ya reconocían sus virtudes

concurrenciales (Gallardo, 1994) e, incluso, lo consideraban un espacio público substituto

resaltando impactos positivos y negativos en su entorno inmediato (Cáceres y Farías, 1999).

2 Específicamente: Plaza Vespucio en La Florida (1990), Arauco Outlet Mall en Maipú (1993), Plaza Oeste en el límite Cerrillos-Maipú (1994), Mall del Centro en Santiago (1996) y Plaza Tobalaba en Puente Alto (1998).

11

Desde entonces ha persistido el intento de estudiar aquellos espacios privatizados y

vigilados de Santiago, particularmente los ubicados en distritos donde conviven distintas clases

sociales, desde diversas ópticas que resaltan: adaptaciones locales según los contextos urbanos

(Salcedo, 2003a, 2003b); la simulación de una comunidad política de iguales garantizada por el

consumo (Jara, Salinas y Stange, 2005); las diferencias en prácticas de consumo entre niños

ricos y pobres (Magendzo y Bahamondes, 2005); la imagen ciudadana construida sobre éste en

tanto reflejo de la modernidad en otros sectores de la ciudad (Cáceres, Sabatini, Salcedo y

Blonda; 2006); el desarrollo de prácticas alternativas e ilegales en su interior en función de las

amplias posibilidades de encuentro social (Stillerman, 2006); o la trasposición de prácticas

sociales de otros espacios urbanos en los interiores del mall, toda vez que éste es observado

subjetivamente no sólo como escenario de consumo (Salcedo y Stillerman, 2010).

2. La ruptura transformadora de Plaza Vespucio: análisis en un espacio semi-público

Hablar de Mall Plaza Vespucio, supone pensar siempre en una idea de ruptura, sobre

todo por el quiebre en el patrón de ubicación que hasta entonces habían tenido los centros

comerciales en Santiago. Como corolario, el análisis de este centro comercial en particular

adquiere de importancia tanto por sus consecuencias urbanas como por sus implicancias

socioculturales.

En primer término pensamos en la conformación de un nuevo centro en la capital

asociada directamente a su apertura, hecho destacado como el caso más exitoso de la ciudad en

el análisis de De Mattos, Riffo, Yáñez y Salas (2005) e igualmente destacado por Galetovic,

Poduje y Sanhueza (2009). Gracias a su instalación, Plaza Vespucio logró convertir la

intersección de la circunvalación Américo Vespucio y el corredor Vicuña Mackenna en un

subcentro urbano dotado de una serie de servicios –centro médico, cines, instituciones de

educación técnica, museo, etc. – ya imaginados por sus promotores en el año 1990.

En segundo término, en tanto efectos socioculturales, Plaza Vespucio se ha vuelto el

principal ejemplo de la “democratización del consumo” dado su éxito rotundo entre grupos

medios y populares; capas sociales que formaban parte del ciudadano-consumidor valorado

por autores Tironi (199) o Halpern (2002), pero que, en análisis sistemáticos, demostraban

tener un dificultoso acoplamiento subjetivo con los procesos modernizadores del país (PNUD,

1998). Aún así, según Adimark, dicho centro comercial era, a fines de los 90’s, el que reportaba

12

mayor porcentaje de recordación espontánea entre la ciudadanía, con un 75% versus 70% y

68% de Alto Las Condes y Parque Arauco respectivamente (El Mercurio, 26 de mayo de 1997,

p. B4).

Gran parte del logro se debió al contexto urbano del centro comercial: en primer lugar,

por el discurso de los habitantes populares de La Florida que observaron su llegada en tanto

expresión material de la “modernidad” en una periferia carente de servicios y totalmente

dependiente del centro (Farías, 2009); y en segundo, en base al interés identitario de una clase

media emergente que comenzaba a habitar dichos sectores debido a la fuerte arremetida

inmobiliaria.

Ofertando bienes y servicios de un modo que ningún comercio minorista lo había

conseguido antes en el sector, hacia 1997 Plaza Vespucio tenía considerables magnitudes de

ventas elevándose a US$ 94 millones durante los primeros meses del año (Diario Estrategia, 15

de mayo de 1997, p. 16). Si bien en el balance general aún era superado por Parque Arauco, la

apertura de la Línea 5 del Metro en abril de ese año propulsó todavía más la cantidad de

visitantes.

Sobre este último punto, podemos señalar que Mall Plaza Vespucio contaba con una

accesibilidad del transporte público privilegiada; mientras los microbuses corren expeditamente

por las dos vías intercomunales que lo bordean (Vicuña Mackenna y Américo Vespucio), el

centro comercial también recibe fuerte demanda gracias a las extensiones del Metro hacia

dicho sector. Todo eso lleva a que actualmente Plaza Vespucio sea el mall que más ganancias

registra por metro cuadrado3 al tiempo que proyecta un número de visitas superior a las

36.000.000 al año (Mall Plaza, s/f).

En el éxito de visitas del Mall Plaza Vespucio convergen factores urbanos -existencia

de medios de transporte público expeditos y el bajo precio de suelo en sectores de ingreso

mixto- y sociales, como la homogeneidad racial del país y las bajas tasas de inseguridad

ciudadana (Salcedo, 2003a, 2003b); condiciones que, al contrario del caso norteamericano,

posibilitan el encuentro entre distintos grupos sociales en una misma instancia.

Entonces, vale preguntarse sobre las particularidades observables en las interacciones

sociales al interior del mall Plaza Vespucio considerando las reflexiones que se atreven a

entender el centro comercial como un espacio público substituto, aspectos ya vaticinados por

3 Datos señalados por Ricardo Unda, Gerente de malls de Mall Plaza (entrevista realizada el 27/04/2010)

13

los férreos defensores del mall a mediados de los 90’s (recordemos, por ejemplo, la columna de

Carlos Larraín en 1996).

En su cometido público, las múltiples interacciones sociales posibilitadas en sus

márgenes han sido una interesante dimensión de análisis cuando se han discutido las nuevas

formas de sociabilidad en un espacio vigilado diseñado para el consumo (e.g. Abaza, 2001;

Bermúdez, 2003; Voyce, 2006). En este contexto, salta a la luz una categoría social

especialmente incómoda para todo centro comercial, los adolescentes, toda vez que su

presencia grupal altera la atmósfera de tranquilidad y seguridad. Dichas prácticas

socioespaciales muchas veces están asociadas a alteración de las lógicas “adultas” en el uso del

espacio y a una disputa constante por permanecer en un lugar que cuestiona su actuación, pero

que los reconoce como consumidores actuales o potenciales (e.g. Lewis, 1988; Matthews,

Tylor, Percy-Smith y Limb, 2000; Salcedo, 2003b; Bermúdez, 2003; Salcedo y Stillerman, 2010).

El análisis de las prácticas juveniles cobra especial relevancia en el contexto chileno,

tanto por la total asimilación del centro comercial en la sociedad urbana (Cáceres y De Simone,

2010; Salcedo y Stillerman, 2010) como por las profundas transformaciones culturales que

dicho segmento etario ha sufrido en las últimas décadas; específicamente, pensamos en su

retirada de la esfera pública -con el consecuente decaimiento de la función política que

caracterizó a la juventud durante los 60’s y 70’s- y el predominio de referentes más personales

que colectivos en su construcción identitaria (PNUD-INJUV, 2003; Marín, 2008). Así, el

análisis de las grupalidades adolescentes en el centro comercial tiene como telón de fondo las

disposiciones sociales de una juventud radicalmente distinta a la de décadas anteriores, que,

mientras concurre hacia sus márgenes, modifica el sentido inicial de este espacio de consumo.

Ahora bien, al tiempo que en el mall, en apariencia, primaría el control y la vigilancia de

las conductas, podría debatirse la factibilidad de la interacción social libre y democrática como

promesa del espacio público moderno. Pero más allá de este juicio, lo cierto es que para

muchos adolescentes el centro comercial se ha transformado en instancia predilecta de

socialización, satisfacción de necesidades emocionales más allá de las funcionales (Kim, Kim y

Kang, 2003), e inclusive escenario de construcción identitaria (Bermúdez, 2003, 2008) que, en

Chile, se complementa de otros espacios públicos tradicionales como calles y plazas

(Stillerman, Salcedo, Philips y Covarrubias, 2010). Todo aquello a pesar del hostigamiento

muchas veces sufrido (Anthony, 1985; Lewis, 1989; Matthews, Tylor, Percy-Smith y Limb,

2000; Salcedo, 2003b).

14

En consecuencia, la siguiente investigación busca analizar las prácticas socioespaciales

de adolescentes en un espacio semi-público y las significaciones sobre el mismo que realizan,

teniendo en cuenta las animadversiones que –empíricamente demostradas – despiertan entre

los administradores y los adultos. Si encuentran determinados obstáculos para su libre

interacción, creemos que el mall trae consigo aspectos simbólicos altamente valorados por los

adolescentes que incentivan una visita recurrente. Lo anterior, haciendo referencia constante a

las características urbanas de un centro comercial que pudo transformar un área no menor de

la ciudad. Por tanto, las preguntas que guían nuestro estudio son ¿cuáles son las prácticas

socioespaciales observables en los adolescentes que visitan Plaza Vespucio? y ¿cuáles son las

significaciones que este grupo construye sobre dicho centro comercial?

15

IV. Objetivos de investigación Objetivos Generales:

a. Caracterizar las prácticas socioespaciales de los adolescentes en el Mall Plaza

Vespucio

b. Analizar las significaciones construidas en torno al centro comercial como

instancia de encuentro social.

Objetivos específicos:

a. Caracterizar Mall Plaza Vespucio y sus efectos generados sobre los espacios

circundantes

b. Describir prácticas socioespaciales en usuarios adolescentes de Mall Plaza

Vespucio, los sectores ocupados y el tipo de interacciones sociales que allí se

dan

c. Profundizar en la autopercepción que los adolescentes elaboran sobre su rol de

usuarios del mall en relación al grupo de pares y a otros

(administradores/guardias del mall, otros grupos de jóvenes, etc.)

d. Analizar los discursos adolescentes en torno al mall como un espacio “semi-

público”

V. Hipótesis de investigación

- Pese a su condición de compradores potenciales, los administradores del Mall Plaza

Vespucio hostigan a los jóvenes que lo visitan, pues sus prácticas socioespaciales les

resultan disruptivas tanto a ellos como a sus usuarios adultos

- Dichas prácticas socioespaciales son observadas, subjetivamente, menos como actos de

resistencia que como acciones cotidianas a realizar en cualquier espacio público

- Los adolescentes valoran positivamente al mall debido a las oportunidades de

encuentro social propiciadas en contextos que se garantiza seguridad

- El uso frecuente del mall por parte de grupos adolescentes se realiza en desmedro de la

ocupación de otros espacios públicos “tradicionales” (calles, plazas)

16

VI. Visitando conceptualmente al mall, las prácticas socioespaciales y los adolescentes

1. La irrupción del mall en la ciudad contemporánea

a. El naciente mall y sus efectos la ciudad del suburbio

Trazar el nacimiento de los malls implica remontarse hacia la ciudad norteamericana de

la post guerra y la consolidación del modelo de crecimiento suburbano, forma de concebir la

ciudad que estaba presente ya hacia principios del siglo XX en Europa y Norteamérica, pero

cuyo máxima expansión se da en la década de los 50’s.

Mientras los centros urbanos empezaban a despoblarse a una velocidad acelerada, el

suburbio acrecentó vertiginosamente sus adeptos en base a la conjugación de cuatro factores

descritos por Hall (1996): a) la instalación de nuevas carreteras que daban la posibilidad de

acceder hacia zonas fuera del alcance de tranvías y trenes; b) la zonificación de usos de suelo

que mantenía sin variación el carácter residencial de las áreas así como los valores de

propiedad; c) las hipotecas garantizadas por el gobierno con bajos ingresos y modalidades de

pago accesibles a grupos medios; d) y por último el “baby boom” que generó expectativas a la

población para conseguir viviendas donde pudieran crecer tranquilamente.

Los centros comerciales de escala regional parecen ser el corolario de la dispersión

residencial en baja densidad de familias blancas de clase media, en contextos que un fordismo

ascendente prometía nuevos espacios confortables, homogéneos y seguros para el consumo

(Cáceres y Farías, 1999).

Pero el suburbio, dice Sabatini (1999), mucho antes que sus propulsores históricos

(tecnologías de transporte privado y promotor inmobiliario) hunde sus raíces en la ideología

anti-urbana de los siglos XVIII asociados, entre otros aspectos, a un componente religioso de

corte puritano y otro sociológico vinculado al arribismo social. El primero dice relación con la

visión de la ciudad como espacio físico y socialmente degradado frente a la cual se toma

distancia desde el suburbio; pero, a la vez, es el escenario mediante el cual se genera ganancia

menos para ser invertida antes que gastada (ascetismo puritano). Por su parte, en el arribismo

social converge el deseo no de las clases populares, sino más bien de las clases dirigentes

17

(particularmente en Europa) de emular los estilos de vida y consumo de la aristocracia

terrateniente.

Mientras en el Estados Unidos de la postguerra la ideología antiurbana expandía la

feligresía entre su clase media, el suburbio agregó también la aspiración material de sus

partidarios es pos del desarrollo de la “utopía burguesa” (Fishman, 1987), en este caso: la

conjugación perfecta entre la preservación de la rentabilidad económica del suelo urbano y el

desarrollo futuro (utópico) de una comunidad de iguales ya no anclada en el pasado.

La ciudad del suburbio, eficazmente “democratizada” gracias a subsidios estatales

destinados a un prototipo particular de familias norteamericana (Hayden, 2002), logró

restringir en forma enérgica el mix de usos y grupos sociales a través de la zonificación

(Sabatini, 1999). Richard Sennett (1990) señala razonablemente que los actos de evitar y negar

son dos formas complementarias de suprimir las diferencias, en este caso unos “otros” de

bajos ingresos y, muchas veces, racialmente distintos. Mediante lo primero (evitar), se reconoce

la existencia de la complejidad (lo diferente) aunque se procura huir de la misma; con la negación

lo que se hace es simplemente abolir su existencia. Por ende, se buscaba generar una

comunidad entre iguales asumiendo la distinción tajante entre la identidad del habitante

suburbano y los otros, identidad reforzada por una serie de dispositivos de infraestructura y

locación que hacían muy difícil el contacto entre clases sociales

Es en un contexto dominado por la zonificación exclusionaria donde el mall

norteamericano se posiciona como escenario que alberga a un grupo homogéneo de

individuos. A contar de sus primeros diseñadores (Gruen y Smith, 1960), los centros

comerciales fueron imaginados desde la posibilidad de conjugar el consumo y la vida cívica en

un espacio cerrado. Eso, mientras la inner city se debilitaba ante la suburbanización. Así, el mall

nace como “sustituto de la ciudad para quienes vivían al margen de la propia ciudad. En los

suburbios dormitorio donde no había nada de vida social, el mall constituía también la plaza, el

espacio público indispensable para crear una comunidad” (Amendola, 2000, p. 253).

Desde entonces, por un lado promotores y defensores académicos y por otro las voces

críticas del mall, han generado discursos sobre el mismo observándolo desde similares

dimensiones entre las que contamos: el mall como un espacio público, la construcción de un

delimitado entorno artificial, la promoción del consumo y el uso de vigilancia. Pero mientras

los primeros ven a este “espacio público” el escenario de una nueva comunidad, los segundos

hablan de un espacio que contribuye al hiperconsumo y al control social (Salcedo, 2003b).

18

Siendo un nuevo equipamiento urbano de la segunda mitad del siglo XX, los estudios

desarrollados por la academia europea y norteamericana han cuestionado el mall

denominándolos: lugares expresivos de paradojas y contradicciones modernas que se producen

en masa para, al igual que otros objetos, ser consumidos (Sack, 1988); espacios que evocan

antiguas utopías comunitarias y donde se producen fantasías colectivas (Goss, 1999); ciudades

artificiales, deslocalizadas, protegidas y acondicionadas para el consumo (Amendola, 2000) o

simplemente, dada la homogeneidad arquitectónica que se reproduce sin grandes variaciones

en distintas geografías, “no-lugares” (Augé, 2004). Todo esto entre cambios estructurales a

nivel global donde el consumo –en tanto proceso social, económico y cultural – se transforma

en un campo institucional que forma y expresa identidades subjetivas y colectivas (Zukin y

Maguire, 2004).

Aunque es principalmente un espacio de consumo, las reflexiones no han estado sólo

referidas a este eje de análisis, pues también se ha subrayado la presencia de numerosas

instancias asociadas al entretenimiento y el encuentro social -normado y vigilado- entre pares;

todo aquello con la intención explícita de sus promotores por convertirlos en centros urbanos

sustitutos de los antiguos downtowns (Amendola, 2000; Salcedo, 2003; Stillerman, 2006). Al

respecto, Goss (1999) señala que la carnavalización de ciertos caracteres en los espacios

públicos del mall y su evocación hacia reinos de la naturaleza, la infancia, lo primitivo y lo

patrimonial hacen que, en la cultura moderna, el mall cumpla funciones tanto religiosas-

psicológicas como seculares, pues los mitos colectivos, memorias y fantasías individuales

rememoradas son económicos y espirituales en su contenido.

El mall, en ese sentido, sería escenario de satisfacción utilitaria o hedónica –necesidades

funcionales/materiales o de gratificación emocional respectivamente- dada la concentración de

bienes y servicios en un solo lugar. Especialmente referido a las segundas, las posibilidades de

lograr una experiencia social de interactuar con otros en un ambiente estéticamente particular

permitiría una bienestar integral de los usuarios (Kim, Kim y Kang, 2003).

b. Del suburbio estadounidense a la ciudad latinoamericana

El hecho que el centro comercial conjugue diferenciadamente elementos históricos y

culturales de una determinada geografía y busque evocarlos significativamente en los

consumidores –aspecto estudiado por Goss (1999) en su análisis del Mall of America – sirve

19

para adentrarnos en las discusiones que narran la instalación de los grandes centros comerciales

en América Latina. Esto último puesto que la tendencia ha sido considerar a estos nuevos

espacios urbanos –junto a otros como distritos de negocios, barrios cerrados, o autopistas –

como “artefactos de la globalización”, virtual rastrojo urbano de las reestructuraciones de las

economías nacionales y los procesos de integración de las ciudades a la economía global (De

Mattos, 1999). Misma perspectiva puede abordarse, además, a la par de procesos de

fragmentación social urbana y dualización junto con observaciones que darían cuenta de una

pugna entre dichas tendencias globalizantes y la revitalización de identidades locales (Ciccolella,

1999).

Con un enfoque diferente anclado en Buenos Aires, las reflexiones de Adrián Gorelik

([1994] 2004) afirman un panorama político y económico que ciertamente se hacen extensibles

al resto de las ciudades latinoamericanas, en función de la arremetida de procesos

modernizadores de extrema radicalidad durante las últimas dos décadas. En el marco de dichas

transformaciones, y mientras la planificación estratégica o “por partes” reemplazaba las

intervenciones de largo alcance promovidas por un Estado debilitado, el mall como metáfora

sirve para comprender un nuevo tipo de ciudad mucho menos ocupada de un proyecto

político de integración que antes.

Por otro lado, la discusión en torno al devenir urbano yace en la consideración que las

ciudades latinoamericanas, mientras se fragmentan, también estarían sufriendo procesos de

homogenización; eso si ya no vinculadas al horizonte integrativo de antaño sino a la adopción

espacial y social de un modelo específico de desarrollo urbano de “pura periferia”. El prototipo

de la dispersa y descentrada Los Ángeles, señala la crítica académica, se haría cada vez más

comprensible en urbes latinoamericanas que progresivamente otorgan mayor importancia a su

malla circulatoria que a su espacio físico continuamente construido (Liernur, 1991; Sarlo,

1994).

En el debate sobre esta “angelinización” de las ciudades latinoamericanas, el mall viene

a ser un recinto más dentro del conjunto de nuevos espacios urbanos, pero con un rol central

en la vida cotidiana de los ciudadanos en virtud de una ubicación mucho más próxima a los

centros urbanos que su par norteamericano. Adrián Gorelik ([1994] 2004) explica el fenómeno

señalando que, mientras centro comercial suburbano produce simulacros de ciudad en áreas

semi-rurales que carecen de complejidades de la vida urbana, el mall urbano de nuestra región

20

se ofrece como una alternativa a la complejidad justo fuera de sus límites, asociada siempre al

caos y la inseguridad de la ciudad.

Dicha concepción ha implicado una revisión crítica de la irrupción de los centros

comerciales en América Latina, posicionamiento que puede verse en autores como Sarlo (1994,

2009) o García Canclini (1995). Específicamente, mientras para la primera el mall – con los

atributos de un espacio neutro, desterritorializado y deshitorizado – se instala en las ciudades

sin consideración del contexto cultural y urbano que lo rodea, para el segundo su calidad de

nuevos centros de reunión y organización de la vida urbana viene de la mano con la

disgregación de las culturas tradicionales y decaimiento los repertorios folclóricos locales.

No obstante, aunque los centros comerciales comparten una concepción arquitectónica

similar, ha habido estudios empíricos a nivel mundial donde se demuestra numerosas

adaptaciones locales que involucran funcionamientos particulares de los malls (Salcedo, 2003a,

2003b) o cómo un contexto religioso-nacional específico (la irrupción del Islamismo en Egipto

durante los 90’s) propicia nuevos tipos de sociabilidad en estos espacios (Abaza, 2001).

Siendo la suburbanización a gran escala, la masificación del automóvil y la ampliación

de las expectativas de consumo pilares fundamentales del destape del mall en las ciudades

norteamericanas (Cáceres y Farías, 1999), en América Latina su localización dominantemente

urbana (muchas veces en distritos heterogéneos socialmente) más el desarrollo del transporte

público, hacen al shopping center bastante más accesible en términos geográficos a grupos de

menores ingresos que en el modelo norteamericano. Lo anterior se vuelve aún más

significativo si consideramos que una de las principales formas de exclusión social del mall

estadounidense es su lejanía con centros urbanos, y con ello la dependencia del transporte

privado de quienes deseen visitarlo (Stillerman, 2006).

En esta línea reflexiva se enmarca el trabajo de Kingman, Salman y Van (1999), quienes

critican las concepciones simplistas del mall que lo consideran una adaptación absolutamente

homogénea de la cultura de masas en nuestra región. Aunque ciertamente reflejan la

globalización y la colocación de un prototipo arquitectónico estadounidense en urbes

latinoamericanas, son al mismo tiempo expresión del mestizaje y de condiciones culturales

propias de esas ciudades. Manifiestan, por ejemplo, las inequidades socioeconómicas al

proliferar malls para pobres en áreas menos equipadas de la ciudad versus malls más exclusivos –

algo que Sarlo (2009) entiende como una inclusión estética que conserva la exclusión en el

consumo –. Si bien tratan de reproducir el repertorio homogéneo, contienen en sus dinámicas

21

aspectos puramente locales; por tanto, la imitación en sí misma importa menos que las

circunstancias bajo las cuales se modifican las pautas globalizadas.

En Chile, dadas las condiciones de localización y transporte público ya dichas, detonan

numerosas preguntas sobre el real funcionamiento de estas ciudades del consumo (Amendola,

2000) que se amplifican cuando las posibilidades objetivas de encuentro social son mayores.

En ese marco, existió una corriente inicial de reflexiones políticas y académicas que

analizó positivamente el proceso de modernización capitalista acaecido en el país a la luz de la

democratización del consumo y el surgimiento de malls (Lavín, 1987; Tironi, 1999; Halpern,

2002). Por el contrario, hubo voces críticas del proceso las cuales vieron en los centros

comerciales la expresión material de una sociedad de consumo casi consolidada y la

masificación de un individualismo hedonista (Moulian, 1998).

Incluso en ese contexto, existieron pocos estudios empíricos sobre el mall, panorama

que presenta indicios de cambio cuando en un análisis urbano del mismo se postula la idea de

los shopping centers como espacio público sustituto (Cáceres y Farías, 1999); se describen

adaptaciones locales a un fenómeno aparentemente homogéneo en todas las geografías

(Salcedo, 2003b); se discute las particularidades entre los actos de compra de niños de distinta

extracción de clase (Magendzo y Bahamondes, 2005); se afirma la presencia de prácticas

delictuales en contextos de interacción social de grupos heterogéneos (Stillerman, 2006); se

desplazan la reflexión sobre el mall desde la coaptación global de lo local hacia su

consideración como localidad con identidades e historias que se enlazan a otras ya existentes

en el escenario de su instalación (Farías, 2009); se postula el desarrollo de subcentros urbanos

recientes como fenómeno asociado a la irrupción de shopping centers que, en tanto iniciativas

privadas de mayor eficiencia que las públicas, permiten congregar más funciones que las

puramente comerciales (Galetovic, Poduje y Sanhueza, 2009); o, contrastándola con la

literatura internacional, se reconsideran las prácticas espaciales de adultos y jóvenes al interior

del mall poniendo énfasis en la consideración subjetiva de éste como otro espacio urbano

susceptible de ser practicado (Salcedo y Stillerman, 2010; Stillerman, Salcedo, Philips y

Covarrubias, 2010).

En términos generales, aquellos trabajos nacionales o extranjeros alejados de la

percepción homogeneizante de la globalización, dan cuenta de la posibilidad de encontrar una

serie de prácticas socioespaciales más complejas de las que un espacio normado y vigilado

podría propiciar. En especial, en el caso nuestro, donde la sociedad santiaguina ha naturalizado

22

su presencia (Cáceres y De Simone, 2010) permitiendo la transposición de prácticas sociales

observables en otros escenarios urbanos de encuentros (Salcedo y Stillerman, 2010). Con ello,

facultamos el interés para realizar un análisis que invita a repensar el espacio público y su

entendimiento clásico, así como su capacidad de organizar la vida social en una ciudad

tensionada por procesos de privatización.

2. Espacio público y prácticas socioespaciales

a. La construcción de lo público

Desde la filosofía, existen reflexiones sobre lo público o la esfera pública que dan pie a

lo que posteriormente discutiremos como la concepción moderna del espacio público. Para

ello recurriremos someramente a dos autores de la tradición alemana, a saber Arendt y

Habermas, quienes reflexionan históricamente sobre la polis griega y la época moderna

respectivamente.

Para Arendt (1993) la esfera de lo público es tratada en el intento de retomar el

significado aristotélico original de la palabra “política” como cualidad fundamentalmente

humana (zoon politikon). La distinción que se establecía sobre tal concepto consideraba la

dualidad de lo público frente a lo privado; es decir de la polis en contraposición a la familia: “para

el pensamiento griego la capacidad del hombre para la organización política no es sólo

diferente, sino que se halla en directa oposición a la asociación natural cuyo centro es el hogar

(oikia) y la familia” (Arendt, 1993, p. 39). Desde el nacimiento de la polis todo ciudadano

pertenecía a dos órdenes de existencia diferenciados por lo propio y lo común.

En la esfera doméstica los hombres basaban su alianza en las necesidades y exigencias

de lo cotidiano. En última instancia la fuerza que los unía era la mantención de la propia vida.

Este nivel se vinculaba con lo público ya que resultaba impensable considerar la mantención de

la ciudad-estado y sus rasgos definitorios sin un dominio de las necesidades vitales desde la

familia.

Ahora, al contrario de lo doméstico, la esfera pública era el espacio de la libertad y por lo

mismo no era posible pensar la política sólo como un medio para mantener la sociedad. La

libertad se localizaba exclusivamente aquí, siendo la necesidad un fenómeno prepolítico

característico de la organización doméstica privada. La utilización de la violencia y la fuerza

23

(actos prepolíticos) se justifican en esta esfera para dominar la necesidad -por ejemplo

dominando a los esclavos- y alcanzar la libertad.

De este modo en la polis griega se configura un espacio específicamente público y

político alejado del recinto privado del oikos o de la economía doméstica. En él todos los

ciudadanos se reconocían mutuamente en la misma condición de ciudadanos libres e iguales

para participar en los asuntos públicos. Es el espacio de la aparición donde el yo se enfrenta a los

otros. La dominación, por ende, sólo cobraba validez en la esfera privada-doméstica en

circunstancias que el hombre ejercía su poder sobre las mujeres, niños y los esclavos.

En tanto, y ya referidas a la época moderna, las discusiones que Habermas (1986)

realiza sobre la esfera pública, opinión pública o publicidad burguesa4 están basadas en análisis que

rescatan la originalidad histórica de este proceso de constitución de lo público. Según el

filósofo, en el seno de un capitalismo bajo implementación (siglo XVII) se observan nuevos

marcos de relaciones donde las capas burguesas logran posicionar temas propios de su

condición (tráfico de mercancías) en la esfera pública. En tanto privados reunidos como

público, y más como ideal normativo que como realidad empíricamente comprobable, los

burgueses buscaron en la crítica los encuentros libres y el debate racionalmente argumentado

para romper con las relaciones estamentales de dominio.

Previamente los estamentos acordaban que las aspiraciones de poder se mantuviesen

en equilibrio vía delimitación de las libertades de cada grupo respecto a las autoridades reales o

soberanas. Hacia el siglo XIII eso produjo una dualización de los estamentos señoriales y del

soberano en el que, una vez aparecidos, los burgueses no pudieron imponerse como estamento

de dominio dada su condición eminentemente privada: “un reparto del dominio mediante la

delimitación de los derechos señoriales [o libertades estamentales] no es ya posible sobre la

base de la economía de tráfico mercantil –la capacidad de disponer privadamente la propiedad

capitalista fungible es un poder impolítico” (Habermas, 1986, p. 66).

Debido al alejamiento del trabajo de la unidad doméstica, el ámbito de lo privado pasa

a contener su concepción moderna asociada ya no a la necesidad sino al sentido de intimidad

libre. De ahí comienza un proceso de autoilustración y de razonamiento político que aún no se

hacía público, pero que cuando logra salir de la esfera privada se transforma en un puente entre

el Estado y las necesidades de la sociedad. En éste ámbito, las ciudades del siglo XVII y XVIII

4 Diferencia conceptual realizada según las distintas traducciones. Ver más en Domènech, A. (1986). Advertencia del traductor. Historia y crítica de la opinión pública, J. Habermas. México: G. Gili, pp. 10-11.

24

–no como meros centros económicos- fueron signo expresivo del proceso que se

institucionaliza en instancias de discusión como los coffe-houses ingleses o los salons franceses.

En estos recintos, donde se da cita el debate racional constante de asuntos privados, se

dispuso una serie de criterios institucionales comunes. El primero de ellos dice relación con la

igualdad de status de los hombres en su condición de tales –aún cuando no hubiese igualdad

política entre, por ejemplo, los burgueses con la nobleza – constituyendo a ese grupo personas

privadas en el público; el segundo problematiza el sentido de “lo general” que hasta entonces

era monopolio interpretativo de autoridades eclesiásticas y estatales, en momentos que las

producciones culturales y artísticas se extendieron a todo este grupo en función de su forma

mercantil. Más expandida que antes, la cultura se convertía ahora en un tejido capaz de generar

discusión y controversia; por último, el tercero implica el desenclaustramiento del público ya

que, desde la autocomprensión de las personas privadas como propietarios u hombres, las

discusiones racionalmente argumentadas que dieran concitaban el interés general no sólo por

su relevancia, sino también porque la producción cultural y el debate ya eran accesibles para

todos. Desde entonces, dicho grupo se reclama como interlocutor válido del resto de la

sociedad en una esfera pública que se transforma en un reino de crítica del poder público.

b. El cuestionamiento al espacio público moderno

La propuesta habermasiana de encuentros libres y de discusión racional en la esfera

pública, con una multiplicidad de usos y funciones (Jacobs, 1992), ha sido el principal rescate

desde el análisis urbano, toda vez que el espacio público se entiende como expresión de este

ámbito. El despliegue de agentes sociales que toman parte del espacio urbano permitiría

formar ciudadanos capaces de confrontar órdenes socialmente legitimados. A modo de

ejemplo, James Holston (2008) analiza cómo desde mediados del siglo XX, la autoconstrucción

de viviendas en la periferia de Sâo Paulo ha propiciado la emergencia de una “ciudadanía

insurgente” (insurgent citizenship) opuesta a las concepciones dominantes de la misma, asociadas

a la perpetuación de las desigualdades urbanas.

La idea de un espacio público que promueve el diálogo y el encuentro entre agentes

diversos nace, por ende, de una concepción moderna del concepto el cual puede entenderse

mediante la institucionalización de la crítica que buscaba reducir o racionalizar la dominación

política (Salcedo, 2002).

25

Así es como diversos autores, algunos asociables a la Escuela de Los Ángeles o con el

urbanismo post-moderno (Salcedo, 2002), señalan que producto de las profundas

transformaciones urbanas observables en las ciudades contemporáneas, el espacio público (o

más bien su concepción moderna) estaría desapareciendo ya sea por procesos de privatización

o por el excesivo temor ciudadano al encuentro social (Davis, 1990; Caldeira, 1999, 2000; Low,

1999, 2005).

Quien de algún modo durante la década de los 90’s inicia las catastróficas discusiones

del espacio público contemporáneo, es Mike Davis en City of Quarz (1990). Siendo un destino –

dice el autor – avizorado para el resto de las ciudades, su análisis sobre Los Ángeles desarrolla

las complejidades de una urbe cada vez más híper-vigilada y militarizada como resultado del

aumento de la violencia y su percepción social. La cruzada por garantizar seguridad estaría

dada en todas aquellas áreas residenciales, comerciales y financieras de altos ingresos,

especialmente donde se concentran actividades asociadas al comercio de mercancías de la

economía global. Con ello el espacio físico construido y los dispositivos de vigilancia

promoverían mayores niveles de segregación social superponiéndose a los espacios públicos de

reforma e integración social.

Desde una perspectiva similar, pero teniendo a Sâo Paulo como objeto de análisis,

Teresa Caldeira (1999, 2000) enfatiza que en aquellas urbes donde proliferan enclaves

fortificados o pseudo-públicos (comunidades cerradas, malls, etc.) aumentaría la segregación

espacial al impedir la interacción entre distintos grupos, volviendo más explícita las

desigualdades sociales. Al igual que Davis, el patrón explicativo se alojaría en la violencia y

criminalidad observable y, consecuentemente, las cifras de temor ciudadano en torno al

crimen. Por tanto, la respuesta desde el diseño urbano en esta vertiginosa carrera por garantizar

áreas fuertemente aseguradas viene con el constante –y casi seguro- riesgo de aumentar la

segregación social. Tal y como sostiene Caldeira “una de las consecuencias de vivir en ciudades

segregadas por enclaves es que mientras los contactos heterogéneos disminuyen, las diferencias

sociales son percibidas más rígidamente, y la proximidad hacia personas de grupos diferentes

es considerada peligrosa, enfatizando de este modo inequidad y distancia” (1999, p. 102).

Setha Low (1999), por su parte, aduce que la razón del decaimiento del espacio público

se debe principalmente a la privatización y las nuevas formas de control referidas a

restricciones en cierto tipo de prácticas socioespaciales. En tanto efecto de la globalización,

antiguos parques y plazas llenos de sentido e historia para la comunidad, estarían siendo

26

trasformados –y con ello privatizado y controlado en su acceso y uso – con objetivos distintos

a los de sus usuarios tradicionales (por ejemplo fines turísticos) siendo escenarios de múltiples

contradicciones de lógicas e intereses. De tal manera, entre otros aspectos, el espacio público

estaría mermado en su capacidad política de congregar y expresar distintas voces de la

ciudadanía.

En esa misma línea se inscriben otros autores como Borja y Muxí (2003), Dammert,

Karma y Manzano (2005) que –menos pesimistas que los anteriores, pero igualmente

familiarizados con la noción moderna del concepto – describen al espacio público en tanto el

espacio de la representación o lugar de relación e identificación del “yo” frente a los “otros”.

En él la sociedad se hace visible por medio de plazas que rememoran y convocan a los

ciudadanos en multitudinarias manifestaciones. Por ende, estaríamos en presencia de una

espacialidad cultural, política y simbólica: cultural, porque demuestra materialmente las

prácticas humanas; política, porque concurren las distintas voces ciudadanas a definir su

devenir; y simbólica, porque conforman elementos significativos que modelan los imaginarios

que los ciudadanos constituyen sobre su ciudad (Dammert, Karma y Manzano, 2005). Sin

embargo, la potencialidad del espacio público estaría en juego en virtud de la expansión de la

segregación urbana y el temor al otro promoviendo la agorafobia al urbana o miedo al espacio

público (Borja, 2003; Dammert, Karma y Manzano, 2005).

La presencia de conflictos y disputas en el espacio público, en virtud de su capacidad

de congregar diferencias (Borja, 2003; Dammert, Karma y Manzano, 2005), dan cuenta que la

inclusión completa y democrática de sujetos dentro de la vida política nunca ha sido totalmente

lograda. Pero, a diferencia de lo que ocurriría hoy, la experiencia urbana moderna formaba una

ciudadanía que legítimamente podía expresarse en el espacio público y clamar por participación

política y social (Caldeira, 1999).

Sobre este último punto Salcedo (2002) esgrime las principales críticas a estas

perspectivas ya que asumen a-históricamente elementos propios de la modernidad – a saber el

encuentro libre y racionalmente argumentado entre distintos grupos sociales – como aspectos

fundantes del espacio público. Por tanto, más que entenderlo como una promesa no cumplida,

la utopía habermasiana se transforma en un ideal normativo lo que lleva a expresar visiones

románticas y mitificadas del pasado.

En ese sentido el autor en cuestión indica, primero desde una óptica foucaultiana y

luego usando a Gramsci y Michel de Certeau, que se ha obviado tanto el ejercicio de poderes

27

imbricados en todo tipo de espacios como la dialéctica hegemonía/resistencia en las prácticas

socioespaciales. De modo tal que en el análisis del espacio público resulta fundamental: a)

comprenderlo desde un marco analítico de poder/resistencia al poder en función de usos y

apropiaciones alternativas a los discursos dominantes; y b) reconocer históricamente los

distintos procesos socioespaciales participantes en su formación, y con ello, diferenciar la

función social que cumplen.

Manuel Delgado (1999) señala que la utopía de la ciudad ordenada, desde el

acoplamiento de la burguesía al poder, ha tratado de alimentar la ilusión de unidad total entre

el orden político (la polis) y la urbanidad que se pone bajo su control (la urbs) que tiene como

ámbito de expresión los espacios públicos. Por ende, la sociedad urbana lejos de ser una

totalidad orgánica integrada funcionalmente, según las describían las escuelas funcionalistas en

sociología y antropología, se parecería más a una sociedad caliente en términos levistraussianos,

es decir una agregación de sujetos dependiente de procesos entrópicos altamente caóticos

(Delgado, 1999).

Frente a la polis y la urbs, la ciudad correspondería a la organización espacial heredada de

las comunidades tradicionales con presencia de ejes estructurantes aunque con fuerza

insuficiente en la sociedad industrial. De ahí que tal autor desprenda una oposición tripartita

distinguiendo entre administración política (polis), sociedad estructurada (ciudad) y sociedad

estructurándose (urbs) alojada en el espacio público.

En términos espaciales se podría hablar de territorios políticamente determinados,

territorios socialmente determinados y espacios socialmente indeterminados, “estos últimos

disponibles y abiertos para que se desarrolle en su seno una sociabilidad inconclusa” (Delgado,

1999, p. 194). Esto último, en un espacio público, en tanto espacio de paradojas, que expresa

relaciones complejas y contradictorias que se enfrenta constantemente a la intromisión del

Estado en su afán de organizar la ciudad.

c. Prácticas socioespaciales en un espacio socialmente producido

De acuerdo al punto anterior, en última instancia existiría una acción constante por

dominar el espacio público y, con ello, las prácticas socioespaciales que lo conforman. Éstas

últimas, como resultado de procesos continuos de negociación entre lógicas hegemónicas y

28

subjetivas de apropiaciones que la subvierten, se desenvolverían en un campo de relaciones

enmarcadas en condicionantes objetivas de producción del espacio.

Pero ¿qué entendemos por “práctica”? En base a la breve revisión que expondremos

podemos ya adelantar su comprensión como actividad constitutiva, creadora y transformadora

que, en el ámbito urbano, entra en directa relación con uno de los escenarios de su ejecución:

los espacios públicos.

Una primera aproximación implica remontarse al trabajo de Karl Marx (1968 [1844]) y

su concepción materialista del desarrollo histórico, la cual se sostiene en el postulado de que es

el trabajo, en tanto capacidad humana de transformar el mundo objetivo, la práctica constitutiva

del hombre5. La crítica humanista de Marx radicaba precisamente acá, pues la enajenación del

trabajo provocado por la sociedad capitalista impediría el reconocimiento del hombre consigo

mismo (como ser genérico) ni con su producto; y con ello, con la potencialidad creadora y

transformadora de dicha práctica.

Posteriormente, Antonio Gramsci denominó al materialismo histórico con el no menos

sugestivo apelativo de “filosofía de la práctica” –ciertamente condicionado por el estado de

reclusión en el que se encontraba al momento de escribir sus famosos manuscritos –, en su

afán por mostrar un programa filosófico y político unitario que, en pleno apogeo del fascismo,

diera cuenta del fracaso del socialismo en Italia.

Así, trascendiendo las disputas entre “ortodoxos” y “revisionistas”, para Gramsci el

marxismo no podía ser comprendido como la ciencia de la infraestructura, sino más bien como

la articulación compleja entre la teoría y la práctica en la relación instaurada entre

infraestructura-superestructura. Al mismo tiempo, la “filosofía de la práctica” resultaba de la

oposición radical a la filosofía clásica alemana, de corte eminentemente idealista, especulativa y

contemplativa aún presente, según él, en autores como Benedetto Croce. Por ejemplo, sostenía

que muchos sistemas filosóficos “son expresiones puramente (o casi puramente) individuales, y

que la parte de ellos que puede llamarse histórica [esto es, universal] es a menudo mínima y

está sumergida por un complejo de abstracciones de origen puramente racionalizador y

5 Sobre este punto radicaba la diferencia entre materialismo de Marx (como filosofía de la praxis, usando la terminología gramsciana) y, diría Marx, el materialismo “vulgar” de Feuerbach. En efecto, en una de las “Tesis sobre Feuerbach” Marx afirmaba que, a diferencia de este materialismo que sólo concebía los objetos materiales en tanto objetos fuera del ser humano, el materialismo marxiano las pensaba menos como entidades externas que como un producto de la actividad humana.

29

abstracto” (Gramsci, 2006, p. 2756). En consecuencia, el valor histórico de cualquier filosofía

estaría dado según la eficacia “práctica” que conquiste en la medida que pueda reaccionar

universalmente sobre la sociedad.

En ese sentido, para Gramsci la práctica se entiende como actividad trasformadora y,

por tanto, revolucionaria. A su vez, estaría enmarcada en directrices morales o concepciones de

mundo que, en el marco de su programa unitario, debiera remitir al trabajo de una

intelectualidad orgánica y un partido capaces de articular ideológicamente al bloque histórico.

Quien mayormente ha trabajo el concepto de prácticas ha sido Pierre Bourdieu (1991,

2006), como parte de su teoría del habitus. Ésta nace de la necesidad teórica de romper con la

filosofía intelectualista de la acción representada en la teoría del homo oeconomicus como agente

racional y en las variantes del subjetivismo que describen la acción en tanto realización

deliberada de una intención consciente. Del mismo modo, busca superar las diversas

manifestaciones del objetivismo –como el estructuralismo – en la cual la acción queda reducida

a una reacción mecánica carente de agente o supeditadas a la realización de “papeles teatrales”

o “ejecución de partituras”. En palabras de Bourdieu, lo que se intenta teóricamente es

“escapar tanto de la filosofía del sujeto, pero sin sacrificar al agente, como de la filosofía de la

estructura, pero sin renunciar a tener en cuenta los efectos que ella ejerce sobre el agente y a

través de él” (Bourdieu y Wacquant, 1995, p. 83).

Para llevar a cabo una comprensión de la lógica real de las prácticas se introduce el

concepto de habitus, esto es el sistema socialmente constituido de disposiciones estructuradas y

estructurantes, adquirido en la práctica y orientado siempre hacia funciones prácticas. Por lo

tanto el habitus es el principio que engendra las prácticas distintas y distintivas según el contexto

social de su producción: “Los condicionamientos asociados a una clase particular de

condiciones de existencia producen habitus, sistemas de disposiciones duraderas y transferibles,

estructuras estructuradas predispuestas a funcionar como estructuras estructurantes, es decir

como principios generadores y organizadores de prácticas y representaciones (…)” (Bourdieu,

1991, p. 92).

Así, como resultado de una clase determinada de regularidades objetivas –idea de

“campo” o red de relaciones entre diferentes posiciones en la estructura de distribución de

distintos tipos capital (económico, cultural, simbólico)- los habitus se orientan a producir clases

6 La referencia temporal exacta del manuscrito es incierta, aunque el texto que lo contiene (Cuaderno VII) se enmarca en la etapa de reclusión entre los años 1929 y 1932.

30

de conducta y percepciones ajustadas a su contexto de realización. Serían acciones

“razonables”, o de “sentido común”, más que exclusivamente “racionales” en el entendido de

una teoría de la acción racional, a la vez que engendra prácticas orquestadas y objetivamente

armonizadas entre sí fuera de toda concertación consciente (Bourdieu, 2006). Las acciones

sociales ejecutadas por agentes, más que actores o sujetos -asociado a las tradiciones del

subjetivismo y objetivismo respectivamente-, estarían por ende condicionadas; pero a la vez

serían constitutivas de sus contextos objetivos de producción.

En un análisis propiamente urbano, Olivier Mongin (2006) entrega un interesante

acercamiento a las prácticas al señalar que el sentido inicial de la condición urbana es entender

la ciudad como condición de posibilidad de diversas relaciones (corporal, escénica y política)

en virtud de una vita activa (de la praxis) por sobre la vita contemplativa. Mientras en la segunda

nos encontramos con una individualidad que se exilia del mundo -encarnado por ejemplo en la

figura de un religioso que se retira a un monasterio-, la primera implica a un hombre urbano en

su aspecto práctico (de praxis), de actividad reproductora y creadora.

Por su parte, Michel de Certeau (1984) señala la existencia de determinadas prácticas

cotidianas (o “maneras de hacer”) que, más que reproducir espacios, contienen en sí misma

una capacidad creativa para resistir sus nociones dominantes. La preocupación central del autor

está básicamente dada en cómo la sociedad impugna las concepciones hegemónicas otorgadas

por los productores del espacio, a saber quienes lo diseñan, lo construyen y lo regulan. Frente a

ellos, los consumidores –en una relación asimétrica y geográfico-temporalmente continua – no

siendo capaz de transformar radicalmente el espacio, lo adaptaría a sus propios fines.

Las resistencias, por tanto, no se corresponden con la inversión de las prácticas de

dominación; no son, en estricto sentido, la creación de un proyecto político alternativo, sino

más bien una disputa de corto alcance en la producción social del espacio.

Similar desarrollo teórico es realizado por Delgado (1999) al considerar la constitución

de ciudad a partir del interacción de dos tipos de discursos: por un lado el de los urbanistas y

planificadores cuya voluntad es orientar la percepción, ofrecer sentidos prácticos, distribuir

valores simbólicos e influenciar el modo de relacionar entre agentes urbanos; y por otro el de la

sociedad misma, el de los peatones que se apropian del espacio urbano y que en definitiva

tienen la última palabra en cómo y en qué sentido será usada la calle. De ahí entra una

distinción entre ciudad planificada y ciudad practicada, concepción que, sin embargo, no clarifica

la trascendencia política de las prácticas de resistencia ni sus condicionantes históricas.

31

En este contexto, incluimos la revisión de Henri Lefebvre (1991 [1974]) y su trabajo

desarrollado a principio de los setenta en relación a la producción social del espacio. Desde una

perspectiva abierta a atender las particularidades históricas de cada sociedad y, por tanto referir

un espacio determinado a la sociedad que lo produce, el autor señala que las ciudades a lo largo

de la historia tienen su propia práctica espacial, su propias formas de representarlo y su

exclusiva cotidianeidad

En esa dirección, de modo alguno el espacio es neutro: “El espacio no es un objeto

científico separado de la ideología o de la política; siempre ha sido político y estratégico. Si el

espacio tiene apariencia de neutralidad e indiferencia frente a sus contenidos, y por eso parece

ser puramente formal y el epítome de abstracción racional, es precisamente porque ya ha sido

ocupado y usado, y ya ha sido el foco de procesos pasados cuyas huellas no son siempre

evidentes en el paisaje. El espacio ha sido formado y modelado por elementos históricos y

naturales; pero esto ha sido un proceso político. El espacio es político e ideológico. Es un

producto literariamente lleno de ideologías” (Lefebvre en Oslender, 2002, p. 3).

Sin perder de vista el concepto de práctica, en la producción social del espacio

Lefebvre (1991) reconoce tres momentos involucrados mutuamente, interdependientes, o en

sus palabras una “triada conceptual”:

a) La práctica espacial: denota el modo de usar y percibir el espacio; involucra la

producción y reproducción de la vida social en una localización particular del espacio de cada

formación social. En ese aspecto, un modo compartido de utilizar el espacio asegura su

continuidad mediante algún grado de cohesión (que no implica coherencia necesariamente),

que supone cierta competencia y una forma específica de actuación (performance).

b) La representación del espacio: “es el espacio conceptualizado, [que en la Modernidad] es

el espacio de los científicos, planificadores, urbanistas, tecnócratas e ingenieros sociales […]

todos quienes identifican lo que es vivido y lo que es percibido con lo que es concebido”

(Lefebvre, 1991, p. 38, las cursivas son nuestras). En términos simples son las formas

hegemónicas de representar el espacio mediante un sistema verbal, de signos y códigos, en

suma saberes, que lo hacen legible. Por lo mismo es el espacio dominante en la sociedad.

c) El espacio de la representación: es el espacio directamente vivido a través de sus imágenes

y complejos símbolos asociados. Cargado de significaciones propias de la vida social, sus

aspectos simbólicos son cambiados constantemente por los agentes urbanos al tiempo que

32

resisten las formas dominantes de concebirlo; “es el espacio dominado que la imaginación

busca cambiar y apropiar” (Lefebvre, 1991, p. 39).

Ya que el espacio es un producto social, es histórico: lo percibido, lo concebido y lo

vivido -o en términos espaciales las prácticas espaciales, las representaciones del espacio y el

espacio de la representación-, en tanto partes integrales del espacio social, contienen las

relaciones de producción de cada formación social. Por lo tanto, desde una concepción

dialéctica, es estructurante en tanto enmarca las prácticas sociales, pero es estructurado en la

medida que aquéllas produzcan objetos que materializan el espacio (Leal, 1997).

En incuestionable continuidad con el trabajo de Lefebvre, Edward Soja (1996)

argumenta que la producción del espacio, como forma y proceso contextualizante, puede ser

estudiado de modos interrelacionados entre sí. El primer espacio podría ser entendido desde lo

que Lefebvre llama “práctica espacial”, a saber la sumatoria de prácticas desarrolladas en el

espacio urbano que producen y reproducen el urbanismo como modo vida. Implica, por tanto,

aquella dimensión cartografiable de las prácticas materialmente observables en los espacios

urbanos.

El segundo implica el análisis de las construcciones mentales o ideales que se realizan

sobre el espacio urbano. Forman parte de esta dimensión de estudio las representaciones

simbólicas e imaginarias de la ciudad; o, de otro modo, el mapa mental que los agentes

disponen de su experiencia en la ciudad. Sobre estos aspectos Soja utiliza el concepto no

menos ambiguo de “imaginarios urbanos” para referirse a todas las reflexiones sobre el espacio

efectuadas por el conocimiento científico o de la vida cotidiana.

Los dos tipos de espacio han sido los objetos de estudio tradicionales de la geografía,

según se intente interpretar las apariencias mesurables de la espacialidad urbana. Con ello, el

urbanismo no ha hecho sino observar el espacio como una simple materialización de procesos

sociales o políticos, limitando la capacidad de comprensión de éste en tanto ámbito activo de

resistencia, cambio y transformación; el espacio entendido sólo como producto de la acción

social obviaría los procesos dinámicos (socioespaciales) de su construcción.

Por ello, Soja habla epistemológicamente de un tercer espacio, el cual es

simultáneamente real e imaginario, actual y virtual, escenario de experiencias y agencias

individuales y colectivas. Sería el espacio eternamente vivido, cuya observación alberga la

posibilidad de historizar su proceso de construcción (social y espacial) del mismo modo en que

se busca comprender los procesos individuales o sociales mediante la historia de vida. Así,

33

cualquier reflexión sobre los espacios urbanos debiera considerar la interacción entre aspectos

materiales y simbólicos pues permiten comprenderlo, atendiendo a las prácticas socioespaciales

que lo constituyen y su capacidad transformadora, menos como resultado acabado que como

proceso de formación continua.

3. ¿Puede ser el mall un nuevo espacio público?

Según ya vimos, los nuevos enclaves pseudo públicos han sido criticados al impedir el

libre acceso y disponer de mecanismos de control social, hecho que rompe con las

concepciones modernas de un espacio público democrático e integrativo (Caldeira, 1999 y

2000). Asociado a lo anterior, también se dice que producto de la globalización estaríamos ante

una superposición de lógicas globalizadoras ajenas a las comunidades locales y la consecuente

privatización de ciertos espacios lo que conlleva a una regulación de las prácticas espaciales

(Low, 1999 y 2005).

De ser efectiva, la paulatina desaparición del espacio público no sería, señala Stillerman

(2006), un hecho detectable en ciudades como Santiago pues áreas de comercio al detalle en

toda sus variedades –ferias libres, mercados persas y malls –dan cabida a la interacción entre

distintas clases sociales. De ahí nace una crítica directa hacia las conclusiones de otras

investigaciones (Caldeira, 1999 y 2000; Low, 1999 y 2005) ya que se centran principalmente en

los distritos de alta renta (centros urbanos o comunidades cerradas) obviando sectores

socialmente heterogéneos.

En esta discusión, como se ha venido repitiendo, la figura del shopping mall ha

suscitado una serie de cuestionamientos. Abreviadamente, se le reprocha su condición de

reflejo de la globalización, se sospecha de su condición de símbolo del modelo neoliberal a

escala mundial, se cuestiona la homogenización arquitectónica que suele invocar y se critica,

por último, su papel ejemplar en el advenimiento de una sociedad de consumo que mundializa

gustos e identidades (Sarlo, 1994; Moulian, 1998; Bauman, 2003; Augé, 2004 y Voyce, 2006).

En un diagnóstico tan lapidario como reduccionista, Beatriz Sarlo había dicho a inicios

de los 90’s que el mall tiene una relación totalmente indiferente con la ciudad que lo rodea.

Suprimida toda contingencia climática, temporal, sonora, cultural o geográfica, el centro

comercial es en sí mismo una gran cápsula ensimismada, que correctamente acondicionada, se

repetiría hasta la saciedad por todo el planeta. Su ubicuidad lo convertiría en habitual. Por lo

34

tanto, “el shopping es un artefacto perfectamente adecuado al nomadismo contemporáneo:

cualquiera que haya usado alguna vez un shopping puede usar otro, en una ciudad diferente y

extraña de la que ni siquiera conozca las lenguas o las costumbres” (Sarlo, 1994, p. 19).

Para algunos autores, el mall también representaría la idea de un espacio pseudo-

público vigilado, limitado en su acceso y controlado donde no habría lugar para prácticas

alternativas ni anti-disciplinarias. Dentro de este tipo de análisis citamos, por ejemplo, a

Amendola (2000) quien caracteriza al mall como el panóptico del fin del milenio. Devenido en

máquina de control, pero también de exclusión, el único huésped verdaderamente admitido

por el mall es el consumidor mientras “los otros, los indeseables, son mantenidos a distancia”

(Amendola, 2000, p. 263).

Pero más allá del control directo que puedan hacer los dispositivos de seguridad, la

mantención de este espacio privatizado y vigilado se acompañaría además por estrategias de

diseño. Tal como lo constató Manzo (2005) en su análisis del patio de comidas, el tipo de

mobiliario y la disposición arquitectónica del recinto promovería estadías cortas y de pocas

personas, conspirando en la posibilidad de generar interacciones más intensas entre los

usuarios.

Clausurada la posibilidad de catalogarlo como un espacio público propiamente tal, el

mall asumiría funciones de simulacro y/o representación de una vida urbana moderna que está

en retroceso frente a lógicas de privatización. Sarlo ya lo había anticipado al describir que sin

importar cuál sea su tipología arquitectónica, el shopping center es “un simulacro de ciudad de

servicios en miniatura donde todos los extremos de lo urbano son liquidados” (Sarlo, 1994, p.

14). A contracorriente, Goss (1999) arguye que el mall intenta reconstruir aspectos propios de

la ciudad tradicional propiciando escenarios de interacción, transacción y festividades. Por

tanto, como forma ideal de una urbanidad auténtica, el mall buscaría evocar al espacio público

en tanto premisa de solidaridad social y comunidad entre extraños.

Todas estas apreciaciones cobran mayor sentido al estar referidas al mall

norteamericano que, como vimos más arriba, nace bajo el alero del modelo de crecimiento

residencial en baja densidad teniendo por clientela objetiva un conjunto homogéneo de

familias suburbanas. No obstante, las mayores posibilidades de interacción entre grupos

sociales diversos en mall en el caso latinoamericano, así como las adaptaciones locales

evidenciadas en algunas investigaciones (Abaza, 2001; Salcedo, 2003a y 2003b), permiten otras

35

perspectivas de análisis sobre el shopping center alejadas de las críticas iniciales que enfatizan

las prácticas específicas que se dan en su interior y los procesos identitarios asociados.

En el caso chileno las opciones de localización de algunos centros comerciales en

barrios socialmente mixtos y el desarrollo del trasporte público traen otro tipo de

complejidades, ya no sólo asociadas a reuniones de adolescentes. La presencia de individuos de

sectores populares, suprimida eficazmente por el emplazamiento suburbano del mall en

Norteamérica, favorecería la realización prácticas alternativas e incluso ilegales.

Tal es la constatación de Stillerman (2006) respecto a la comparación entre espacios de

consumo tipo ferias libres, mercados persas y malls de Santiago, donde en el caso de los mega-

centros comerciales, es posible observar prácticas delictuales a pesar de los dispositivos de

vigilancia. Por tanto, sea por la ocurrencia de delitos o de acciones de otro tipo, podemos

asegurar la presencia de distintas lógicas en un escenario tradicionalmente pensando para

normalizar conductas.

La idea del espacio público substituto (Cáceres y Farías, 1999) se abre paso si

atendemos a estudios que dan cuenta de la multiplicidad de usos, funciones y agentes dentro

del mall. Además, se presenta sumamente atrayente la reflexión del centro comercial y el

proceso relacional e con otras historicidades imbricadas en la construcción de la identidad

particular de cada uno de sus ejemplares; proceso que, generando empatías y tensiones con lo

local, desarrollan la capacidad de portar en un mismo lugar identidades múltiples e incluso

contradictorias (Farías, 2009).

Trabajos recientes ocupados de comprender las representaciones sociales de la

inseguridad urbana de menores de edad que residen y estudian en comunas con bajos niveles

de segregación (Peñalolén), han revelado que la convergencia de grupos socialmente

heterogéneos en centros comerciales aledaños a esos distritos (Pérez y Roca, 2009). Con el

interés de establecer en qué medida las valoraciones sobre seguridad/inseguridad de ciertos

grupos o territorios mediaba la ocupación de espacios públicos barriales y extrabarriales, se

pudo establecer que tanto para púberes habitantes de condominios como para aquellos que lo

hacen en barrios populares, los malls –Plaza Vespucio y Florida Center específicamente – son

importantes lugares de encuentro y recreación fuera del ámbito residencial.

Por ende, más que una instancia de socialización propia de clases altas (Saraví, 2004),

en una buena parte de Santiago el mall se ha trasformado en un interesante lugar, quizá no de

36

integración o interacción, pero si de encuentro interclasista especialmente para un grupo: los

adolescentes.

4. La llegada de los inaceptables al mall

a. Entre el vagabundeo y el consumo adolescente

El estudio de los comportamientos de los adolescentes en el centro comercial, ha

cobrado especial relevancia desde la década de los ochenta. Ya se los aborde como meros

usuarios del espacio o derechamente consumidores, su permanencia generalmente no pasa

desapercibida para la seguridad del centro comercial al tiempo que manifestaría el deseo de

buscar reconocimiento de los pares o la expresión de conflictos generacionales anidados en la

sociedad.

Desde los primeros estudios de este tipo desarrollados en los malls suburbanos de

Estados Unidos, aflora el merodear y “pasar el tempo” (hang out) como términos cualificadores

de las actuaciones de los adolescentes. Más que un consumidor, el joven visitante estaría en el

centro comercial por un interés casi exclusivamente social. En algunas de estas investigaciones,

por ejemplo, se da cuenta de la gran cantidad de tiempo ocupado por los jóvenes en

vagabundear por el shopping center -versus el poco dinero gastado en consumo-; o de las

significaciones subjetivas del mall como un espacio “neutro” que, a pesar del constante

hostigamiento de los sistemas de vigilancia, permite la construcción identitaria de un grupo

etario que está social, sexual y económicamente excluido de la sociedad adulta (Anthony, 1985;

Lewis, 1989).

Trabajos realizados durante la década de los noventa, y que toman tangencialmente la

apropiación del mall por parte de jóvenes, destacan su capacidad para subvertir órdenes

establecidos en contextos de conservadurismo nacional-religioso. En esa concepción se

enmarca el análisis de Abaza (2001) sobre los centros comerciales de El Cairo y las nuevas

formas de sociabilidad juvenil observadas allí. En pleno proceso de islamización de la esfera

pública egipcia, dichos recintos se convirtieron en centros donde se pusieron en suspenso las

rígidas normas morales, abriendo oportunidades de liberalización para sociedades rigidizadas.

Tal fenómeno se expresa, por ejemplo, en la existencia de malls orientados sólo para visitas

femeninas en los cuales ellas pueden merodear sin velo.

37

La mayor parte de los trabajos narran las disputas simbólicas entre adolescentes y

adultos en el Centro Comercial. Por ello, el flaneur inaceptable –como dirían Matthews, Tylor,

Percy-Smith y Limb (2000) – papel que los adolescentes representan, es un comportamiento

especialmente incómodo para los administradores del centro comercial, ya que conjuga al

mismo tiempo sujetos amenazantes a la atmósfera controlada del mall y consumidores reales o

potenciales. No para el caso específico de los malls, pero sí para el análisis de espacios privados

diseñados para el juego, McKendrick, Bradford y Fielder (2000) anuncian que en una sociedad

de consumo ya desde la niñez las esferas de la vida son mercantilizadas. La proliferación de

estos playspace serían señales claras de la formación de consumidores formados a temprana

edad, a pesar del rol secundario que los niños tendrían en las decisiones de consumo.

Si establecemos un puente en la identificación de jóvenes como usuarios o

consumidores puros, hay trabajos que desde la psicología económica han abordado las

motivaciones de consumo observables en adolescente que visitan malls (Kim, Kim y Kang,

2003). Como etapa crucial en el desarrollo de la identidad personal, los autores distinguen dos

tipos de estados asociados a grados de soledad propios de la adolescencia: a) una soledad

íntima, relacionada a la autopercepción de aislamiento y marginación del grupo de pares; y b)

una soledad social vinculada al sentimiento subjetivo de carencia de redes fraternales, aún

reconociendo la presencia de amigos.

Lo que en nuestro caso adquiere valor, es que cada uno de estos estados emocionales

implicaría distintos modos de aproximarse y significar al mall como forma de mermar la

sensación de soledad. Por ejemplo, quienes padecen de soledad íntima, dicen que el mall ofrece

tanto sus servicios como la posibilidad de ver una multitud de gente. Para éstos, el formato del

patio de comidas o los restaurantes se vuelven dignos de exploración continua para satisfacer

expectativas de socialización. Por su parte, los “aislados sociales” aprecian más los atributos

expresivos del mall (prestigio, ambiente, seguridad etc.) que los atributos económicos (precios

bajos, posibilidades de consumo). Ellos, al buscar desarrollar actividades más que el simple

merodeo dentro del mall, valoran la presencia de video juegos, cines, etc. que ayudan a pasar el

aburrimiento.

En la misma línea, Bermúdez (2008, 2003) precisa que la práctica de consumo llevada a

cabo por adolescentes que frecuentan el mall es simbólica más que funcional. Asignando valor

a los objetos asociados a la disposición corporal del joven, se construye una diferencialidad que

supera la mera apariencia pues moviliza representaciones sobre lo que cada uno quiere

38

comunicar a los otros y viceversa. Bajo dicho enfoque, los objetos adquiridos son valiosos en

la medida que se les atribuyan significados socialmente legibles, sobre todo en ritos de

encuentro y aceptación que tiene por escenario el centro comercial.

b. El mall y las identidades juveniles

Para una parte significativa de los adolescentes urbanos, el mall ha emergido con fuerza

dado que se trata de un recinto donde ocurre parte de su cotidianeidad. Según señalaron

Haytko y Baker (2004) en su estudio sobre el comportamiento de niñas adolescentes dentro del

mall, la determinación sobre cuál centro comercial visitar concita evaluaciones contextuales

(seguridad, atmósfera, medios de transporte y disponibilidad de tiendas) y motivaciones tanto

utilitarias como hedonistas.

Así, para muchos jóvenes la permanencia en un mall en gran parte cobra sentido de

acuerdo a las posibilidades de sociabilidad que les entreguen. Contradiciendo visiones que ven

en estos espacios privatizados sólo control, homogenización y estandarización de conductas

(Amendola, 2000; Augé, 2004; Voyce, 2006, por nombrar sólo algunos), otros incluso ya han

planteado con vehemencia la importancia del mall en las identidades de la juventud a partir de

las opciones de consumo cultural y de encuentro social (Bermúdez, 2003, 2008).

Detengámonos en el trabajo de Matthews, Tylor, Percy-Smith y Limb (2000) sobre los

encuentros de adolescentes en malls ingleses y el rol de dicha práctica en la formación de una

identidad intermedia entre la niñez y la adultez. Ya que lo público, dicen, sería una concepción

adulta donde los adolescentes no están incluidos, éstos buscarían instancias que los

invisibilizan considerando que otros lugares les son prohibidos o están poco disponibles (pubs,

centros sociales, etc.). Pero en momentos que el mall surge como espacio público predilecto

por los adolescentes, y cuando el anonimato buscado es prácticamente imposible, se generan

disputas espaciales con usuarios adultos en cuanto chocan distintas lógicas de uso.

Ahora bien, la complejidad de abordar a una categoría social como los jóvenes radica

en que su existencia es siempre definida a partir de una negociación entre lo que una sociedad

particular asigna como sus rasgos característicos y la actualización subjetiva que sujetos

concretos interiorizan de la cultura vigente. Por tanto, más que estar acotada a una condición

etaria, la juventud se corresponde con una diversidad de expresiones nacidas de distintos tipos

de interacciones de las grupalidades juveniles (Reguillo, 2000).

39

De acuerdo al análisis de Reguillo (2000), las concepciones actuales de la juventud son

originadas a mediados del siglo XX (periodo de la post guerra) a partir de la concurrencia de

tres procesos: la reorganización productiva a partir del mayor conocimiento científico y

técnico; la oferta y el consumo cultural; y el discurso jurídico. En virtud de lo anterior, aquellos

sujetos que salían de la niñez, pero que no alcanzaban a llegar al mundo adulto, se volvieron

“visibles” por su pertenencia a instituciones educativas mientras se iban incorporando cada vez

más tardíamente a la población económicamente activa. Al mismo tiempo, eran reconocidos

por la sociedad como sujetos de derecho.

En nuestro país, el análisis de la juventud ha tratado de dar cuenta de los efectos que

sobre este segmento etario ha tenido la serie de transformaciones socioeconómicas y culturales

de las últimas tres décadas (e. g. Matus, 2000; PNUD-INJUV, 2003; INJUV, 2007; Marín,

2008). Al respecto, y teniendo en cuenta que uno de los aspectos comúnmente asimilable a los

jóvenes ha sido su participación en los procesos de cambio social, en el Chile actual dichas

figuras estarían debilitadas en el imaginario colectivo (PNUD-INJUV, 2003).

Poco quedaría de la antigua imagen pública de una juventud involucrada en el devenir

político de la sociedad, en virtud de su alejamiento de la esfera pública y la emergencia de los

referentes personales como escenario de sentido en la construcción de los proyectos

biográficos. De lo anterior, se desprendería, en palabras de Marín (2008), una crisis normativa en

tanto incapacidad de un modelo de sociedad capaz de establecer normas morales claras que se

correspondan con principios éticos determinados. Por lo mismo, los cambios culturales en la

juventud están aparejados a los procesos de individualización de nuestra sociedad chilena

(PNUD-INJUV, 2003; Marín, 2008) donde los proyectos vitales se sostienen menos en

motivaciones colectivas que en valoraciones personales.

En ese contexto, y siempre pensadas desde las instituciones sociales como una

categoría de paso o de preparación para la futura adultez, la juventud busca romper su carácter

transitorio afirmándose en de identidades grupales (identificación-diferenciación) que están

siempre en consideración de alteridades que la constituyen (Reguillo, 2000). Así, la conciencia

de pertenecer a universos sociales diferenciados nos lleva necesariamente a pensar la juventud

desde la multiplicidad de propuestas identitarias observables empíricamente, dando por

resultado la formación de distintas maneras de ser joven de acuerdo a la adscripción que

realicen a tal o cual grupo (Bermúdez, 2000).

40

En este proceso rescatamos dos elementos: a) uno constitutivo de la juventud ya

elevado por Reguillo (2000), a saber el consumo cultural; b) y otro, afirmado por Bermúdez

(2008), asociado a los contextos espacio temporales de la construcción identitaria. El primero

involucra una clave de suma importancia en la comprensión de la identidad juvenil ya que

otorga un rol activo a los miembros de esta categoría social; mientras los ámbitos de

socialización y el discurso jurídico cautiva el desarrollo social de los jóvenes, la industria

cultural promueve espacios para la producción, reconocimiento e inclusión de la diversidad

social juvenil (Reguillo, 2000).

El segundo aspecto, mucho más relacionado con nuestros fines, reconoce contextos

espacio temporales donde las identidades juveniles toman lugar en la medida que se reconocen

ciertos “territorios juveniles” predilectos para sus dinámicas grupales Acercándonos a los

malls, Bermúdez (2008) sostiene que los centros comerciales han logrado posicionarse como

uno de estos territorios a pesar de los discursos intelectuales que desde la crítica

minusvaloraban su cometido público. Eso, ya que, según dicha autora, los centros comerciales

no vienen a desplazar a la plaza o el barrio, sino a convertirse en un espacio urbano más de

interacciones sociales donde se observa la diferencia y el conflicto.

Pero, aceptada la concurrencia de alteridades en el mall que definen las identidades, su

condición de espacio de consumo agrega nuevos rasgos en momentos que los referentes

identitarios de la juventud son tomados de un mercado globalizado de mercancías y símbolos

culturales, cuestión que no implica necesariamente la desaparición de referentes locales. Esta

postura, defendida por Bermúdez (2008), eleva la centralidad que adquiere en las identidades y

diferencias juveniles el consumo cultural entendido como el sentido atribuido, por parte de los

consumidores, a los objetos y/o prácticas de consumo.

En la medida que cada mercancía es investida por dimensiones simbólicas, todo

proceso de consumo es cultural; pero en el caso de los jóvenes que asisten al mall, en tanto

escenario predilecto del encuentro adolescente, el ‘valor’ de los objetos está en función de sus

adscripciones identitarias y de las capacidades de aceptación, reconocimiento y diferenciación.

Por tanto “desde el consumo se constituyen distintas y variadas maneras de ser joven, así como

sistemas de representaciones y símbolos compartidos a partir de los cuales puedan

comunicarse con otros iguales o diferentes” (Bermúdez, 2008, p. 661).

41

VII. Marco metodológico

1. Definición de tipo, carácter y enfoque de la investigación

Dada el volumen del material existente sobre nuestro tema así como los alcances de

nuestro trabajo, la investigación que realizamos fue del tipo exploratorio. Por su parte, tuvo un

carácter cualitativo pues intentó comprender los discursos y prácticas de los agentes sociales

que se desenvuelven en el centro comercial. En ese sentido no otorgamos prioridad a la

representatividad estadística de las muestras obtenidas, dado que nos interesó más las

cualidades y pertinencia de los sujetos en relación a los objetivos planteados. Dicho de otro

modo, no pretendimos determinar las magnitudes numéricas de las variables, sino las

propiedades y características de ellas.

De un modo general, compartimos tres de las características definidas por Tylor y

Bodgan (1992) sobre las investigaciones cualitativas: a) observar el escenario y los individuos

desde una perspectiva holística; b) considerar los efectos ejercidos sobre las personas con

quiénes trabajemos; y c) dar énfasis a la validez existente entre el dato y lo que efectivamente

dicen o hacen los agentes sociales.

Más específicamente, el enfoque de la investigación fue etnográfico, pues dentro del

trabajo de campo buscamos acercarnos a las prácticas y discursos de los agentes observados

en su propio espacio; es decir, buscando intervenir lo menos posible en él. En esa dirección,

Guber (2001) señala que la etnografía como enfoque es “una concepción y [una] práctica de

conocimiento que busca comprender los fenómenos sociales desde la perspectiva de sus

miembros (entendidos como ‘actores’, ‘agentes’, o ‘sujetos sociales’)” (2001, p.12).

Ahora bien, cuando Manuel Delgado (1999) habla sobre el etnógrafo de los espacios

públicos, señala que es, conjuntamente, un sujeto “totalmente participante” y “totalmente

observador” de una escenario social, ya que al mezclarse en la calle con sus objetos de

conocimientos permanece oculto entre la multitud. Pero al mismo tiempo, y he aquí la

paradoja, al tener objetivos investigativos, el etnógrafo urbano se distancia totalmente de su

público. En ese aspecto generamos la posibilidad de una observación del mall, y sus espacios

circundantes, como espacio público substituto, así como una descripción de la forma en que

cotidianamente es usado por los agentes.

42

Teniendo las mismas consideraciones generales sobre una perspectiva etnográfica

urbana, se buscó obtener información verbalizada relacionada a los objetivos de investigación

mediante técnicas que describiremos a continuación.

2. Técnicas de recolección y registro de información: entrevista semi-estructurada,

observación pasiva y revisión bibliográfica.

Las entrevistas cualitativas son flexibles y dinámicas, en contraste con los cuestionarios

estructurados cuyo esquema de preguntas es rígidamente definido; por ello han sido descriptas

como abiertas, no directivas o no estandarizadas (Taylor y Bodgan, 1992). Así adoptamos la

modalidad semi-estructurada entendiendo por éstas aquellas donde existe un guión que recoge

todos los temas que se deben tratar en el desarrollo de una entrevista, pero pocas veces se

reflejan en preguntas concretas -o si lo son no se aplican uniformemente- ya que se busca dejar

espacio para la libre expresión de los sujetos entrevistados. Hammersley y Atkinson (1994)

señalan que los etnógrafos que la emplean nunca deciden de antemano las cuestiones a

preguntar, aunque sí se tiene claro los tópicos a considerar; del mismo modo tampoco se

restringen las formas de indagar sobre algo suponiendo que la aproximación hacia los temas

puede ser distinta según el contexto de la conversación.

Considerando la conducta gregaria de los adolescentes, especialmente en instancias de

socialización, se realizaron entrevistas 9 grupales en los espacios especialmente comprendidos

para esto al interior del mall (Terrazas Plaza Vespucio y Patio de Comidas) y sus áreas

circundantes (Pase El Cabildo). No obstante, para las conversaciones sostenidas con los

administradores del mall, se utilizó la variante individual de esta técnica de recolección,

realizando 2 entrevistas a profesionales de Mall Plaza Vespucio.

Por su parte, la observación pasiva o no participativa se ha definido como una técnica

de recolección de datos donde el investigador se inmiscuye en la realidad a observar con poca

o nula interacción con los agentes sociales. Una de las ventajas que presentaría esta herramienta

es que al adquirir roles pasivos en el escenario social, el observador pueden captar las reglas

culturales cotidianas sin interferir demasiado en las conductas del grupo estudiado (Guber,

2001). Del mismo modo resultaría efectiva al momento de contrastar datos hablados con la

dimensión conductual de los grupos. No obstante se debe tener en cuenta algunos aspectos

que dificultan la labor del observador.

43

La distinción empleada en metodología cualitativa entre observación y participación

conlleva a pensar en términos ideales las combinaciones entre las dos actividades. Es decir, se

puede tipificar a un observador puro, un observador-participante, un participante-observador y un

participante pleno: “la diferencia entre observar y participar radica en el tipo de relación cognitiva

que el investigador entabla con los sujetos/informantes y el nivel de involucramiento que

resulta de dicha relación” (Guber, 2001, p. 62).

Ya que nos referimos a una observación pasiva, es lícito imaginarse que intentamos

adquirir la cualidad de un observador puro. Empero, ello es imposible pues para obtener

información significativa desde la observación se requiere algún grado mínimo de

participación, es decir desempeñar algún rol, sea de investigador, forastero, invitado, etc. Por

ende se debe tener presente la incidencia del observador en la conducta de los agentes y

viceversa Guber (2001).

Acogiendo las salvedades mencionadas, mediante la observación pasiva buscamos

aproximarnos a las prácticas socioespaciales efectivas realizadas por adolescentes dentro del

mall, estén referidas a su grupo de pares o hacia otros. Lo anterior, con el principal objetivo de

confirmar, corroborar y complementar la información obtenida mediante entrevistas para

determinar si coincide lo que dice que hace y lo que efectivamente hace la gente.

En este trabajo, dedicamos algunas de visitas individuales al desarrollo sistemático y

exclusivo de observaciones pasivas, dando por resultado 5 notas de campo, algunas de las

cuales son expuestas en la presentación de resultados. Sin embargo, vale señalar que otra buena

parte del material obtenido mediante esta técnica, es tributario del proyecto FONDECYT en el

que se enmarca esta tesis, aportando valiosa información desde dos ámbitos: primero, como

insumos para la reflexión y construcción del objeto de estudio en base a las observaciones

realizadas en el patio de comidas de Florida Center, durante 20087; y segundo, como

descripciones sobre las prácticas socioespaciales de adolescentes en Plaza Vespucio

provenientes de continuas observaciones desarrolladas durante 2009.

Por último, la revisión bibliográfica fue utilizada principalmente para el desarrollo del

capítulo VIII, asociado no tanto a la caracterización de Plaza Vespucio y sus efectos en el área

circundante como a la descripción de los discursos ideológicos en tornos al proceso renovador.

Con ese fin utilizamos, al igual que en el punto anterior, el material de prensa recolectado en el

7 Dicho material die por resultado el artículo publicado por Stillerman y Salcedo (2010).

44

marco del proyecto FONDECYT que engloba esta investigación, cuya búsqueda se encaminó

a la caracterización del discurso mediático construido sobre Mall Plaza Vespucio.

Específicamente, éste incluyo un proceso de recopilación sistemática, ejecutado el

primer semestre de 2009, de crónicas y artículos de prensa en tres periódicos de circulación

nacional (La Tercera, El Mercurio y La Época/La Nación8). El criterio se selección se basó el

reconocimiento de hitos claves (internos y externos) en la historia del centro comercial, sobre

los cuales se procedió a delimitar un rango temporal de revisión de acuerdo a su relevancia

“alta” o “baja”, dejando 9 meses para el primero (6 antes de la fecha y 2 después), y 3 para el

segundo (1 mes antes y 1 después).

Los hitos revisados fueron: inauguración (agosto 1990); apertura línea 5 (abril, 1997);

crisis asiática, instalación de Clínica Vespucio y culminación del primer gran ciclo expansivo

(segundo semestre 1998); inauguración sala de exposiciones Museo Nacional de Bellas Artes

(enero 2002); apertura sala SCD (abril, 2002); establecimiento de “Biblioteca Viva” y DUOC

(respectivamente, febrero y marzo de 2003); inauguración teatro San Ginés y Autoplaza (mayo

2003); instalación de Mall Florida Center (septiembre, 2003); ampliación bulevar de servicios,

que incluye la llegada del instituto Manpower (noviembre, 2004); apertura de Terrazas de Mall

Plaza Vespucio (abril, 2005); y, por último, la apertura de la zona exclusiva Aires (noviembre,

2008)9.

3. Criterio de selección de informantes, universo y muestra

La selección de informantes tiene un carácter dinámico pues acontece durante toda la

investigación y su ejecución no responde a un plan de acción fijado rígidamente de antemano,

sino que más bien es un proceso de contrastación continua en la que se replican los datos

aportado por los informantes. Sin embargo conviene esbozar criterios típico-ideales de selección

de informantes construyendo perfiles óptimos de sujetos potencialmente observables.

Como se hizo una investigación cualitativa, la elección de los informantes no podrá ser

azarosamente sino en base a criterios y atributos previamente establecidos. En este caso, dicho

perfil correspondió a adolescentes usuarios del Mall Plaza Vespucio, que realicen actividades

sociales o de consumo allí y que reconozcan visitarlo seguidamente. Esta modalidad muestral, 8 Luego de la desaparición de La Época, el 25 de julio de 1998, se procedió a consultar a La Nación. 9 El cuadro resumen de los hitos consultados, así como su delimitación temporal, está expuesta en el punto 1. de los Anexos

45

al basar el análisis en asiduos visitantes al mall relegando al usuario medio, ha sido criticado por

algunos trabajos por sobrerrepresentar dichos patrones conductuales y mentales, no

entregando una perspectiva general del fenómeno (Stillerman, Salcedo, Philips y Covarrubias,

2010).

No obstante, y atendiendo a la limitación planteada, nuestra elección se basó en dos

consideraciones investigativas previamente señaladas: su carácter exploratorio y cualitativo. La

primera se sostuvo en la constatación, en el contexto nacional, del casi ausente número de

investigaciones cuya dimensión socio-etaria y espacial de estudio sea particularmente

equiparable a la nuestra. Teniendo como referencia trabajos latinoamericanos (Bermúdez,

2003, 2008) y anglosajones (Lewis, 1988; Matthews, Tylor, Percy-Smith y Limb, 2000), nuestro

interés estuvo centrado en leer las significaciones aquellos usuarios sobre un centro comercial

tan referenciado como poco investigado.

Por su parte, el carácter cualitativo, como marco metodológico y epistemológico,

sostuvo la decisión de aproximarnos progresivamente hacia aquellas grupalidades juveniles que,

independiente de su magnitud numérica, hicieran de Plaza Vespucio una instancia propicia de

sociabilidad. Con ello, más que generalizar patrones, buscamos construir comprensivamente la

manera en que, bajo determinadas circunstancias sociales y urbanas, un mall se vuelve espacio

de disputa y construcción identitaria para determinada clase de usuarios adolescentes. Así,

resulta menos relevante si su uso es sistemático o no, toda vez que la ciudad ha integrado

plenamente estos espacios de consumo, cuestión que, ya anticipándonos a nuestros hallazgos,

no implica necesariamente su predilección por sobre los espacios públicos tradicionales.

Retomando la descripción de nuestros informantes, además se contactó a funcionarios

de alto rango de Mall Plaza quienes, mediante entrevistas individuales, contribuyeron a la

comprensión de lo que denominamos el “Proyecto Plaza Vespucio”, a saber la transformación

radical que el centro comercial produjo en el Paradero 14 de La Florida.

Ahora bien, entendimos por unidad de estudio al escenario socio espacial específico

donde se realizó la investigación, en este caso el Mall Plaza Vespucio y sus dependencias. Por

tanto, el universo de estudio comprendió todos los adolescentes usuarios del tal centro

comercial. La muestra total, por su parte, fue de 27 adolescentes consultados quienes

estuvieron presentes en las 9 entrevistas grupales. A ello se los 2 profesionales de Mall Plaza

sobre quienes aplicamos entrevistas carácter individual (ver cuadro resumen de entrevistas en

el punto 2. de Anexos).

46

VIII. Cuando la periferia se volvió centro. Mall Plaza Vespucio en La Florida

“– Aló mijita, estoy aquí en el 14, ya pagué las cuentas

¿necesita algo más?

– Ya, tráeme huevos, pollo, pavos, condimentos y la

vitamina C

– ¿No será mucho? Mejor vente pa’ acá y después de

comprar tomamos un rico mote con huesillo

– ¿Dónde la señora que dice ‘lo tengo rico y heladito’?

– ¡Ahí mismito!

Yo soy de La Florida lo digo con alegría,

Juntémonos en el 14, mi vida, todos los días.

Por el paseo Cabildo, caramba, hay ferias artesanales,

Se juntan chiquillas lindas, caramba, y los colegiales.

Y en Serafín Zamora, caramba, los restoranes,

Las pizzas y los glotones, caramba, los comensales

Y por Vicuña Mackenna, caramba, los comerciantes.

Los bancos, las financieras, carambas, los ambulantes (…)”

(“Juntémonos en el 14”, Víctor Cáceres y el grupo Nuevos

Cantares, 2008)

Probablemente, las palabras presentadas en el epígrafe anterior no podrían haber sido

escritas hace veinte años atrás. Aunque el título de la obra, a todo esto una cueca, hace eco de

la designación histórica de un punto importante de La Florida (el Paradero 14 de Vicuña

Mackenna), su prosa deja entrever una serie de procesos urbanos encarnados en determinados

hitos que nos hablan de un espacio que ha sufrido importantes transformaciones aparejadas

con el retorno a la democracia.

La apertura de Mall Plaza Vespucio en 1990 vino a cambiar radicalmente la

intersección de las avenidas Vicuña Mackenna y Américo Vespucio. Con un impacto de

47

dimensiones supracomunales, la instalación de Plaza Vespucio viene detrás tanto de profundas

transformaciones macroeconómicas que posibilitaron el consumo masivo en grupos sociales

medios y medio-bajos durante la década de los ochenta, como de la ampliación del límite

urbano por el decreto promulgado en 1979 (Farías, 2009).

Quizá la excepcionalidad de Plaza Vespucio en cuanto a escenario urbano de

localización y el contexto social que lo recibió a inicios de los 90’s, así como la magnitud de su

intervención, nos entregan la posibilidad de ver la complejidad de la vida urbana un área

cargada de historias. En la década del 70 u 80 la prosa de Víctor Cáceres habría estado

incompleta. Y es que la conjunción de bancos, financieras, restoranes, puestos de mote con

huesillo, negocios de barrio, vendedores ambulantes o ferias artesanales que describe el

cantautor popular floridano, describen la particularidad de un subcentro de Santiago del que

ciertamente Mall Plaza Vespucio es, en su conformación actual, uno de los principales

responsables.

1. El contexto comunal: el Paradero 14 antes de Mall Plaza Vespucio

Si bien nos hemos encargado de señalar que el área de influencia de Plaza Vespucio

trasciende las fronteras comunales, es importante contextualizar el municipio que lo alberga

pues su centro cívico tradicional (el ya citado Paradero 14) es considerado desde hace varias

décadas uno de los subcentros urbanos más importantes de Santiago. Por tanto, si bien

hablamos genéricamente de “La Florida”, gran parte de los datos recogidos refieren

específicamente al Paradero 14. Eso si, siempre haciendo el esfuerzo por presentar cifras a

nivel comunal que, para los efectos de esta investigación, resulten relevantes.

Localizada al sur-oriente de la Región Metropolitana, La Florida se funda en 1899

siendo una villa dependiente de la comuna de Puente Alto y del departamento de La Victoria.

Como resultado de la promulgación de la Ley de Comuna Autónoma de 1891, cada municipio

tenía las atribuciones de lotear terrenos de acuerdo a disposiciones internas, hecho que

permitió el origen de La Florida básicamente gracias a pequeñas aglomeraciones en las zonas

de Bellavista (actual municipalidad) y Rojas Magallanes.

En términos históricos, y basados en los resultados del trabajo de López (2001),

podemos caracterizar el centro de La Florida en cuatro etapas considerando el modo de

ocupación, actividades e infraestructuras desarrolladas.

48

El primero comprende aquel periodo rural llamado Llano de Maipo, de acuerdo al

nombre con que se le conocía y como era registrado en la planimetría. Su extensión temporal

data desde la época colonial hasta fines del siglo XIX, instancia en el que llega el tren. En

relación a las actividades desarrolladas, la composición productiva de Llano de Maipo estaba

siempre ligada a labores agrícolas llevadas a cabo por pequeñas unidades ubicadas

dispersamente por el territorio.

El periodo Bellavista recibe su nombre por la estación de tren con destino a Puente

Alto ubicado en el sector. Debido al crecimiento industrial de la meridional comuna, donde

destacaba el rubro textil más las actividades mineras en San José de Maipo, el trazado del

ferrocarril ya estaba disponible hacia 1895 (De Ramón, 2007) haciendo de Bellavista una

importante estación, cuestión reforzada por el traslado del municipio hacia las inmediaciones

de dicho lugar en 1939. Con la habilitación de medios de transportes continuos, la comuna

pasa de ser un asentamiento casi puramente rural a un área que albergaba grupos de personas

en torno a los polos industriales, al tiempo que se incentivó la parcelación de fundos.

La siguiente etapa, llamada Paradero 14, comprende aquel periodo desde mediados del

siglo XX cuando comienza una ocupación intensiva del territorio comunal en función de vías

conectoras de importancia. Al igual que comunas como La Granja, La Cisterna o Conchalí que

hacia entonces formaban de la periferia santiaguina, La Florida recibió a grupos sociales

medios y bajos, éstos últimos llamados ahora “pobladores” por la capacidad política de

enfrentarse al Estado en la búsqueda de una vivienda (De Ramón, 2007).

En ese contexto, el Plan Intercomunal de 1960 (PRIS), que venía regularizar el

crecimiento explosivo de la ciudad en términos sociogeográficos en base al establecimiento de

vías estructurantes y la delimitación de usos industriales a determinados paños urbanos, definió

la intersección de la Circunvalación Américo Vespucio y Vicuña Mackenna como uno de los

quince subcentros de Santiago. De modo que, ahora con un marco regulatorio a escala

metropolitana, el Paradero 14 era concebido desde la relativa autonomía urbana de un espacio

que debiese integrar áreas residenciales y comerciales.

Luego de las reformas urbanas 1979 de corte neoliberal que comenzaron a regir el

mercado de suelo urbano, y específicamente producto de la gran cantidad de soluciones

habitacionales asociadas a la nueva política subsidiarias de vivienda, La Florida se consolidó

como un territorio eminentemente residencial. Siendo la más poblada de Chile con 350.000

habitantes (Álvarez, 1999), dicha comuna ingresa en 1990 a una nueva fase caracterizada por

49

un retroceso, aunque no desaparición, de intervenciones estatales en favor de la hegemonía de

iniciativas privadas. Así se denomina, con un apelativo no menos sugestivo, etapa Plaza

Vespucio al periodo donde el Paradero 14 se vuelve centro de grandes proyectos inmobiliarios

y comerciales que, mediante malls e hipermercados, “introducen el gigantismo en el grano de la

ciudad” (López, 2001, p. 41).

De acuerdo al Plan Regulador Metropolitano de Santiago de 1994 (PRMS), el

subcentro urbano del Paradero 14, así como los diez más considerados, deberían responder al

crecimiento expansivo de la ciudad rompiendo el patrón de concentración de servicios y

equipamiento depositado en el centro fundacional. Independiente del juicio que podamos

realizar sobre el PRMS en cuestión, lo cierto es que gran parte del desarrollo de los subcentros

definidos refieren al “factor mall”, siendo Mall Plaza Vespucio tal vez su ejemplo

paradigmático. En el caso particular de La Florida, y apoyada por acciones públicas de alto

impacto como la apertura de la Línea 5 del Metro en 1997, en este periodo el otrora municipio

puramente residencial dio paso a una zona que, a las actividades residenciales y comerciales,

sumó una importante oferta de servicios recreacionales, educacionales, médicos y culturales

antes no presentes. Todo eso gracias a Mall Plaza Vespucio.

2. Una iniciativa privada con alto impacto público

En el siguiente apartado dedicaremos palabras exclusivas al Mall Plaza Vespucio que,

no obstante sean breves, intentarán caracterizar desde múltiples ángulos su origen y desarrollo.

Primero presentaremos elementos relacionadas a las sucesivas transformaciones del mall y sus

efectos urbanos; luego, revisaremos algunas cifras que nos permitirán caracterizar al visitante

medio del centro comercial; y por último relataremos la serie de discursos públicos y privados

en torno al mismo.

Para esto último cobra especial relevancia el análisis de dos fuentes de información:

primero, el material de prensa pues, como ya lo dijo Van Dijk (1998), las metáforas dominantes

de las coberturas periodísticas definen modelos interpretativos de la realidad social; y segundo,

la producción discursiva de la misma industria la cual, sumada a la propaganda inmobiliaria,

permiten comprender las concepciones de desarrollo urbano y ciudad que modelaron una zona

importante de Santiago. Ahora bien, más que realizar un análisis exhaustivo de todo el material

50

disponible, nos limitaremos a presentar breves relatos (publicidad, titulares, entrevistas) que

serán menos sostenes cabales de nuestra argumentación que relatos incitadores de la reflexión.

La conjunción de estos tres puntos –esto es la descripción del mall en sí mismo, sus

usuarios y sus efectos en la opinión pública – abren el camino para realizar una lectura de lo

que podríamos llamar “el Proyecto Plaza Vespucio”, a saber: la transformación radical del

Paradero 14 en el subcentro urbano más importante de Santiago.

a. 24 de agosto de 1990. El Día D del área sur-oriente de Santiago

Ante la arremetida de los centros comerciales de gran tamaño frente a las ya clásicas

galerías comerciales, Ciudad y Arquitectura –la revista oficial del Colegio de Arquitectos de Chile

– dedicó en su número 72 (1993) varias páginas al análisis de los malls que hasta ese entonces

cargaban de novedad el paisaje urbano de Santiago. En la sección Dossier llamada “El

comercio y la vida urbana” (p. 25–27) los arquitectos Jaime Márquez y Paulina Courard

justificaban de la siguiente manera el hecho de realizar una somera, pero no menos exhaustiva

recopilación de los espacios de consumo de mayor importancia en nuestra ciudad:

“Hoy en día en nuestra metrópolis de Santiago conviven y compiten por la clientela: el

centro tradicional metropolitano, con sus galerías que se renuevan; los pasajes y las ‘grandes

tiendas’ de los centros parametropolitanos; los pueblitos típicos; y numerosos ‘malls’ y

‘supermercados. Sin duda este proceso –aparentemente incontrolado- de incorporación de

novedades importadas, promovidas por las apetencias del mercado y una cultura del

consumismo, requiere un cuidadoso análisis –desde el punto de vista urbano- por parte de los

arquitectos que participan en sus diseños” (Ciudad y Arquitectura, Nº 72, p. 27, abril – junio

1993) .

En ese contexto de análisis, el Mall Plaza Vespucio, inaugurado el 24 de Agosto de

1990 por Plaza Shopping S.A (ahora Sociedad Anónima Plaza S.A.) con una inversión de 30

millones de dólares, destacaba por ser el primer centro comercial diseñado, al contrario de sus

pares que lo precedían10, en un área de ingresos medios y bajos. De lo que se trataba, entonces,

era tanto disponer de un shopping center que capitalizara el nuevo escenario socioeconómico

10 Cosmocentro Apumanque (1981) y Mall Parque Arauco (1982) en Las Condes y Mall Panorámico en Providencia (1988)

51

de La Florida como de activar urbanísticamente un sector hasta entonces bajamente

desarrollado servicios.

Utilizando como referencia central la caracterización expuesta en la revista recién

citada, diremos que el centro comercial vino a ocupar un terreno de 172.000 m2 en un área de

la ciudad “dramáticamente desprovista de equipamiento de esparcimiento, áreas verdes y otros,

por lo que se pensó que la magnitud del proyecto lo convertiría en un verdadero centro cívico

del sector” (Ciudad y Arquitectura, Nº 72, p. 51, abril – junio 1993).

Entre las razones de su localización contamos básicamente argumentos de tipo

económico, urbano y social. El primero refiere a un mercado potencial de aproximadamente

1.000.000 de habitantes comprendido entre La Florida y las comunas aledañas (Macul, San

Joaquín, La Granja, Puente Alto, La Pintana) y la consideración de un importante número de

clientes de tiendas departamentales que provenía del área de influencia.

El segundo, en íntima relación al anterior, se vincula al explosivo crecimiento

demográfico en el sector sur-oriente de Santiago ocurrido básicamente durante la década de

1980. Además, fue de suma importancia el hecho de disponer un terreno ubicado junto a dos

arterias con alto tráfico como Vicuña Mackenna y Américo Vespucio en un sector deficiente

de infraestructura y equipamiento comercial, así como una concentración no menor de

vehículos particulares.

Por último, en tanto fundamento social de la inversión, se rescata la incipiente

consolidación de una clase media que, según veremos más abajo, construiría en comunas

“emergentes” como La Florida la promesa de ascenso social y construcción identitaria

promovida por nuevo modelo económico.

En sus inicios Mall Plaza Vespucio tuvo una superficie construida de 23.034 m2 donde

se incluían dos tiendas anclas en sus extremos (Falabella y Muricy), más de 140 locales

comerciales en el corredor interno y un área de restoranes y eventos denominada “Patio de las

Delicias”. A eso se le sumaban más de dos mil estacionamientos y un boulevard en el costado

norte dotando de un importante espacio público a su entorno.

Arquitectónicamente hablando el exterior del centro comercial se diseñó en base a

líneas simples y funcionales dentro de criterios de economía y sobriedad, considerando la

impronta cordillerana que se ubica hacia el oriente y que buscaba ser conciliada con el mall

(imágenes 1, 2 y 3). En cuanto a su porción interna, el diseño de la zona de restoranes y

eventos fue pensada de forma diametralmente opuesta a los pasillos comerciales, dotándola de

52

gran altura y luminosidad. Este espacio, que cruzaba el edificio transversalmente (desde Froilán

Roa a Vicuña Mackenna), destacaba por sus accesos principales que le daban una

permeabilidad totalmente ausente en las áreas comerciales, así como los guiños al mobiliario

propio de una antigua plaza pública (imágenes 4 y 5).

A la obra entregada en 1990 se fueron agregando sucesivas etapas que, así como dar

cuenta del éxito económico de los inversionistas, fueron la expresión material de la irrevocable

alteración del paisaje urbano en las inmediaciones del mall mediante la dotación de

equipamiento orientada a distintos ámbitos: esparcimiento, educación, salud y artístico-cultural.

Aparte del área de juegos infantiles que ya disponía, el desarrollo de un boulevard de servicios

(1991) y la apertura de seis salas de cine (1993) vino a dar un salto cuantitativo al equipamiento

urbano del área.

Imagen 1: Mall Plaza Vespucio en 1990. Vista desde Vicuña Mackenna. (Fuente: Ciudad y Arquitectura, 72,

1993. p. 51)

Imagen 2: Mall Plaza Vespucio en 1990. Acceso

por Vicuña Mackenna. (Fuente: Ciudad y Arquitectura, 72, 1993. p. 52)

Imagen 3: Mall Plaza Vespucio en 1990.

Acceso desde Vicuña Mackenna. (Fuente: Ciudad y Arquitectura, 72, 1993. p. 53)

53

Conforme transcurrían los años, la ciudad recibía nuevos ejemplares de malls que ya

habían sido plenamente aceptados por la sociedad chilena, algunos retornando a la lógica inicial

de instalación (Alto Las Condes en 1993) y otros emulando el éxito probado por Plaza

Vespucio en cuanto a la heterogeneidad social del área de localización (Arauco Maipú, antes

Outlet Mall en el mismo año). Sin embargo, vale mencionar que no en todos los casos la

apertura de centros comerciales tuvo positivos balances financieros, como por ejemplo el

Shopping Center Punta de Sol de Rancagua, inaugurado a fines de 1990 y autodenominado el

primer mall regional. Aunque inicialmente se invirtieran nada menos que US$ 6 millones y el

sistema de shopping centers estuviese “probado en todas partes del mundo”, la obra no pudo

contribuir al proyecto “descentralizador” del país dado el escaso periodo en que se mantuvo

abierto11.

Ahora bien, volviendo a lo nuestro, y con un devenir totalmente opuesto al caso

anterior, el grupo Plaza emprendió nuevas apuestas en torno a centros comerciales ubicados en

límites comunales del Gran Santiago (Plaza Oeste, en 1994 entre Maipú y Cerrillos) y regiones

(Plaza Trébol, en 1995 en la frontera de Concepción y Talcahuano) convirtiéndose en la

primera compañía en administrar más de dos shopping centers (Mall Plaza, 2009). En tanto

11 “El sistema de shopping center está probado en todas partes del mundo (…) Las familias rancagüinas viajan a comprar al Parque Arauco o al Apumanque. Son importadores de productos desde la capital. Creemos que con este proyecto estamos a la descentralización del país. Ahora ellos no tendrán la necesidad de gastar un valioso tiempo en viajar a la capital” (El Mercurio, 24 de mayo 1990, p. 11. Revista Construcción). Las palabras son de Tomás Ortiz, director de Inmobiliaria Plaza Ltda. empresa a cargo de la construcción de Shopping Center Punta de Sol. Más allá de cualquier consideración, lo cierto es que este caso sirve para confirmar que el aumento del sistema crediticio, como se argumentó en el desarrollador inmobiliario, no es suficiente para asegurar el éxito de un centro comercial, más aún si se piensa en lo prematuro en que pudo hacerse tal reflexión cuando los malls no superaban la media docena en todo Chile. No obstante, conviene indicar que Rancagua posteriormente sí pudo desarrollar con mejor éxito otro centro comercial inaugurado en noviembre de 1998 (Mall del Centro), eso si con una localización mucho más central que predecesor.

Imagen 4: Patio de comidas en 1990. (Fuente:

Ciudad y Arquitectura, 73, 1993. p. 54)

Imagen 5: Patio de comidas en 1990. (Fuente: Ciudad

y Arquitectura, 73, 1993. p. 54)

54

Plaza Vespucio seguía transformándose a sí mismo y transformando de manera radical su

entorno –proceso reforzado por la apertura de la Línea del Metro en abril de 1997 –

presentando hacia 1998 dos nuevos escenarios: la ampliación a una segunda planta y la

restructuración de la primera; y la inauguración del Centro Médico Vespucio (actual

Avansalud).

Junto con el irrefutable hito de inauguración en 1990 y la llegada no menos importante

del Metro a La Florida en 1997, probablemente el tercer periodo de mayor relevancia de Plaza

Vespucio ocurrió durante 2003 mientras el sector sur oriente de Santiago estaba próximo a

recibir a Florida Center (Cencosud S.A.) ubicado en Departamental con Vicuña Mackenna.

Aunque éste es de menor envergadura que su más cercano competidor, la cercanía

entre ambos (no más de 900 metros) agitó las aguas incluso varios años antes de su apertura12.

Desde Plaza Vespucio, sin embargo, la opinión al respecto fue un tanto dual: mientras por un

lado se decía que la instalación de otro centro comercial podría incrementar el área de

influencia que hasta entonces se manejaba (La Época, 27 de abril de 1997, p. B3), por otro se

estimaba que “no cabría otro mall en el sector” porque, a diferencia de otras comunas como

Las Condes, el nivel adquisitivo del área sur oriente era mucho menor (La Época, 28 de mayo

de 1997, p. B7).

Sea como fuere, la mediáticamente llamada “guerra de los malls” acrecentó la carrera

armamentista de Plaza Vespucio mediante la provisión de equipamiento cada vez más ajeno al

mundo de los shopping centers. “El año 2003 estuvo marcado por el crecimiento y la

innovación” (Mall Plaza, 2009, p. 16), señala sugerentemente el equipo se Responsabilidad

Social Empresarial del grupo Plaza para describir el inicio de actividades de Mall Plaza Norte

(Huechuraba) y Mall Plaza Los Ángeles (VIII Región), pero especialmente para relatar

intervenciones de alto impacto público en Plaza Vespucio.

Nos referimos a la apertura de Biblioteca Viva en enero de 2003 la cual, sumada a una

sala de exposiciones del Museo de Bellas Artes y la SCD para recitales que ya estaban

operativas en 2002, concentró un equipamiento cultural nunca antes visto en un mall

Latinoamericano13. No concluyendo allí, y ahora en el plano educacional, durante el mismo año

12 “Se desata la guerra de malls en La Florida” (La Época, 27 de abril de 1997, p. B3) fue uno de los diversos titulares de prensa que intentaban explicar la fuerte transformación de una porción de la ciudad donde, hacia siete años atrás, los sitios baldíos eran sus postales comunes. 13 El impacto de esta obra fue de tal magnitud que, aparte de ser ampliamente destacado en diarios de circulación nacional, al tercer mes de actividades ya contaba con más de 2.300 socios (El Mercurio, 25 de abril de 2003, p. C5).

55

se abrió una nueva sede del centro educativo DuocUC específicamente orientada, en este caso,

a la formación profesional en las áreas de diseño, publicidad, administración y negocios.

En tanto, durante 2005 la extensión del centro comercial estuvo ligada al ámbito

financiero y recreativo con la inauguración del boulevard financiero (Imagen 6) y el sector de

Las Terrazas (Imagen 7) respectivamente. Especial atención merece este último espacio ya que,

según veremos en el capítulo destinado al análisis de entrevistas y observaciones, carga una

importancia manifiesta para la serie de prácticas sociales propiciadas por adolescentes. Todo

aquello mientras el Metro llegaba por el costado sur del centro comercial con la apertura, en

2006, de la Línea 4A (Estación Vicuña Mackenna).

Por otro lado, y tal como nueve años antes ya lo había hecho los inversionistas de

Parque Arauco con el mall Abasto en Buenos Aires, el grupo Plaza comenzaba una campaña

de internacionalización inaugurando –vía asociación con Falabella y Ripley- su primer mall en

el extranjero, específicamente en la norteña ciudad peruana de Trujillo en 2007. El éxito

económico alcanzado les permitió abrir, sólo un año más tarde, el Mall Aventura Plaza

Bellavista en la zona de Callao del área metropolitana de Lima.

En Santiago, las cosas seguía un curso no menos fructífero para la compañía, abriendo

dos nuevos centros comerciales en 2008: Mall Plaza Alameda (Estación Central) y Mall Plaza

Sur (San Bernardo).

En tanto, Mall Plaza Vespucio ofrecía al público un moderno espacio llamado Aires

que con 10.000 m2 y un costo de US$ 28 millones modificó sustancialmente el ala poniente del

mall. La inversión –que involucra tiendas exclusivas en comparación al resto del mall, al igual

que opciones de diseño totalmente distintas como luz natural, musicalización del entorno,

Imagen 6: Boulevard financiero. Fotografía

tomada por el autor

Imagen 7: La Terrazas de Mall Plaza Vespucio.

Fotografía tomada por el autor

56

jardines y cascadas de aguas – fue justificada por Plaza Vespucio como un espacio casi

totalmente dedicado a las mujeres quienes, señalan ejecutivos del centro comercial, toman

cerca del 70% de las decisiones de compra en Chile (La Tercera, 03 de Febrero de 2009).

Con la agregación de este sector, más la remodelación de la tienda departamental

Falabella (que algunos la postulan como la más grande en América Latina con sus 17.000 m2),

hacia 2009 Mall Plaza Vespucio llegó tener construidos aproximadamente 178.000 m2. Una

cifra descomunalmente mayor a los 23.034 m2 con que el “shopping del 14” se daba a conocer

a sus pares y la ciudad (ver planos 1 y 2, de 1990 y 2009 respectivamente) y que no deja de

sorprender si lo comparamos con el colosal Mall of America de Estados Unidos y el

descomunal West Edmonton Mall de Canadá (230.000 y 500.000 m2 construidos, éste último el

centro comercial más grande del mundo hasta 2005).

Plano 1: Mall Plaza Vespucio en 1990 (Fuente: Ciudad y Arquitectura, 73, 1993. p. 50).

57

Plano 2: Mall Plaza Vespucio en 2009. Elaborado por Liliana De Simone en base a plano de ubicación presente en Mall Plaza (s/f). Escala 1:1000

58

b. Los usuarios del mall

Tanto la exclusividad de los locales comerciales como la pulcritud de un diseño

radicalmente distinto dispuestos en Aires demuestran lo que, a modo de hipótesis, podemos

llamar el interés propio de un mall por atraer a grupos sociales de mayor poder adquisitivo que,

condominios cerrados mediante, hicieron suyo los faldeos precordilleranos del sur-oriente de

Santiago. Probablemente resulte necesario llevar a cabo una investigación exclusivamente

dedicada para indagar sobre nuestra presunción, pero considerando la llegada de Florida

Center –y con ello el arribo de tiendas de mayor prestigio al nuevo mall-, la “guerra de malls”

se trató no sólo de mantener o aumentar el número de clientes sino también de reconocerse

como espacio de consumo para los sectores más acomodados.

¿Qué podemos decir de la composición social del usuario y el cliente de Plaza

Vespucio? Desde que comenzamos con visitas reiteradas al centro comercial, en el marco de

esta investigación, pudimos establecer hipotéticamente la “popularidad” del mismo tanto en su

masividad como en la extracción social de su gente.

Mucho más preciso que nuestras suposiciones iniciales son las cifras de un estudio de

satisfacción del cliente realizado por Adimark en 2006 el cual intentó caracterizar el público

que día a día visita Plaza Vespucio. La primera aproximación corresponde a la determinación

del ingreso mensual promedio de las familias ubicadas en el área de influencia (La Florida, La

Granja, Macul, Peñalolén, Puente Alto y San Joaquín), el cual resultó ser de $630.000. Algo

más elevado fueron los ingresos familiares de los clientes del mall, quienes de acuerdo al

estudio, obtienen aproximadamente $750.000 por mes.

Sin embargo, al interior del mall ¿cómo es el comportamiento de los distintos grupos

socioeconómicos en relación a sus vistas? Porcentualmente el nivel socioeconómico del total

de hogares que visitan Mall Plaza Vespucio es repartido de la siguiente forma: ABC1 y C2

34%; C3 45% y D 21%. Por su parte el flujo de dichas visitas hacia 2009 se estimaba en 36,4

millones de personas al año (Mall Plaza, s/f), una afluencia superior a los 28 millones de Mall

of America, pero inferior a los 40 millones de West Edmonton Mall.

Las cifras no dejan de sorprender, sobre todo si notamos la mágica ausencia del

segmento E quienes, aunque con clara presencia en Plaza Vespucio, han sido

metodológicamente invisibilizados de la pesquisa. Quizá, dicha opción se funda en dos

aspectos: primero, la menor capacidad de consumo objetiva de este grupo; y, segundo, más

59

interesante de analizar, el deseo ya mencionado de este centro comercial por presentarse como

un lugar de consumo propio de las clases altas. De hecho, en su publicación propagandística

(Mall Plaza, s/f) dichos datos son presentados con el sugestivo subtítulo “Altos ingresos

visitan nuestro mall…”.

Volviendo a la presentación de las cifras, específicamente referido a los clientes del

centro comercial (esto es el grupo de personas que dice realizar frecuentemente sus compras

allí), las cifras presentan algunas variaciones pues el segmento C3 por sí solo compone un

mayoritario 46% de éstos mientras, en conjunto, los grupos ABC1 y C2 llegan al 48%. Mucho

menos importante, al contrario de los datos anteriores, fueron los del D con un 6% del total.

Por tanto en la concurrencia de una heterogeneidad de agentes en términos de clase social, si

bien el consumo ocupa un lugar relevante, no es del todo explicativo para comprender a ese

21% proveniente del grupo D que concurre al mall comprando en baja cantidad. Eso, sin

mencionar el segmento E no precisado en el informe, cuya presencia, según hemos observado,

es de magnitudes no menos importantes.

En cuanto a la frecuencia y duración de las

visitas, Ricardo Hunda (gerente de malls) nos señaló

que en promedio un cliente del centro comercial

concurre 5 veces al mes, permaneciendo en entre 90

y 120 minutos14. Por su parte, refiriéndonos al

origen comunal de ellos, La Florida corre con

amplia ventaja con 46% del total, seguido por

Puente Alto (10%), La Granja (8%) y Peñalolén

(5%).

¿Qué podemos indicar respecto al género de

los usuarios? Tal como ya señalamos en el apartado

anterior cuando explicábamos la apertura de Aires,

Plaza Vespucio maneja cifras en las que gran parte

de sus asistentes son mujeres. En porcentajes, éstas

componen cerca del 61% de las personas que

recurren al mall siendo público objetivo, tanto en

14 Entrevista realizada el 27 de abril de 2010 en Casa Matriz de Mall Plaza.

Imagen 8: Publicidad de Aires. Fotografía

tomada por el autor.

60

éste como en otros centros comerciales, de numerosas campañas publicitarias (Imagen 8;

nótese la referencia directa a GSE y género del cliente interpelado).

Respecto a la distribución por edad, los datos manejados en los estudios de satisfacción

de clientes señalan que del total de éstos el porcentaje según los rangos etarios son los

siguientes: 18-24 años, 31%; 25-40 años, 41%; 40 y más años, 28%. ¿Qué ocurre con los

adolescentes o menores de edad que, siendo usuarios constantes del mall, no son considerados

en estos estudios? La respuesta parece simple: al no ser la mayoría de ellos parte de masa

laboral del país, resulta poco relevante estudiarlos como clientes o consumidores.

No obstante, esta nueva invisibilización (tal como ocurre con el GSE E), esta vez

etaria, claramente no opera cuando se trata de generar medidas que buscan eliminar o, en el

mejor de los casos, encauzar comportamientos disruptivos llevados a cabo por niños y

adolescentes. Dejando para después la descripción de las iniciativas impulsadas por Plaza

Vespucio en torno a estas problemáticas, por el momento sólo diremos que una parte no

menor del trabajo ejecutado por el departamento de Responsabilidad Social Empresarial de

Mall Plaza se relacionan con la mitigación de todas aquellas prácticas sociales desarrolladas

mayormente por niños y adolescentes que resultan contrarias a las lógicas hegemónicas del

mall (comercio ambulante, “carretes” juveniles, robos, “limosneos”, etc.)

c. “Plaza Vespucio: Mucho más que un centro comercial”15

Con los antecedentes en la mesa respecto las sucesivas transformaciones de Plaza

Vespucio y el Paradero 14, así como el tipo de público que actualmente congrega nuestro

centro comercial, conviene llevar el análisis al ámbito discursivo sobre el rol de un mall en la

progresión de un vasto sector de la ciudad.

¿Cuál es el valor de realizar, aunque sea en forma breve, un análisis discursivo?

Foucault había dicho que “en toda sociedad la producción del discurso está a la vez controlada,

seleccionada y redistribuida por un cierto número de procedimientos que tienen por función

conjurar poderes y peligros, dominar el acontecimiento aleatorio y esquivar su pesada y temible

materialidad” (Foucault, 1992, p. 11) sin otro fin que para expresar el cariz político de todo

discurso.

15 Título extraído desde suplemento “Su Casa” de La Tercera (18 de Agosto, 1990, pp. 8-10) en un reportaje especial dedicado al nuevo mall que pocos días después abriría sus puertas.

61

En todas las esferas disciplinarias, donde incluimos a la ciudad y el urbanismo como

medio de disciplinamiento de la sociedad (Outtes, 2002), el discurso estaría lejos de ser un

elemento transparente y neutro. Más bien, sería el lugar donde se ejercen todos aquellos

poderes que, con su estructura diagramática, no emanan de un punto central ni puedan ser

localizadas, sino que por el contrario, van de un punto a otro. Por tanto la ciudad, como

campo disputas políticas, moviliza una serie de discursos expresivos de las relaciones de fuerza

entre distintos poderes. En este caso, la esfera privada (materializada en desarrolladores

inmobiliarios) fue construyendo progresivamente ciertas concepciones de un punto específico

de Santiago en aparente olvido por un Estado cada vez más lejano.

Al contrario de la Buenos Aires descrita por Gorelik (2004 [1994]), la ciudad que

encontró la apertura democrática no estaba en el ocaso de un ciclo, sino en el afianzamiento de

uno nuevo que ya llevaba once años de funcionamiento. No obstante, no es menos cierto que

su convergencia se da en que la “ciudad de los negocios” y su nueva manera de concebirla, los

shopping malls, vienen a formar parte de nuevos escenarios políticos donde la expansión

urbana ya no es sinónimo de integración social. Aquí es donde el mall “se monta con facilidad

en el fin del ciclo progresista en (…) la retirada del Estado, porque es la avanzada de una

ciudad que ya no supone la expansión y la homogenización, sino que trabaja sobre el contraste

y la fragmentación” (Gorelik, 2004, p. 200).

“Con moderno centro comercial La Florida ingresa al año 2000” (La Tercera, 3

de junio de 1990, p.25).

“La Florida entra al año 2000” (El Mercurio, 22 de junio de 1990, p. B4).

Con un consenso generalizado –por lo menos en los grupos dominantes –sobre las

prerrogativas del neoliberalismo en Chile, la modernización urbana ya no podría ser asimilable

al proyecto centralizador y global del Estado de compromiso. Más bien correspondería a la

acción privada (eficazmente coordinadas con el sector público) con iniciativas radicalmente

transformadoras de sectores puntuales de la ciudad que, como espera la planificación

estratégica, sean puntales dinamizadores de sucesivos proyectos. Si bien Estado y mercado han

funcionado a la par desde mucho antes –uno entregando el sostén público a las inversiones del

otro – en la actual ciudad de los negocios las infraestructuras públicas y el espacio público se

han mercantilizado (Gorelik, 2004).

62

El Proyecto Plaza Vespucio echa sus raíces en este contexto urbano. Mediante la

reproducción (casi sin variaciones) por la opinión pública de su ambicioso plan, prometía

desde su inicio una modificación sustantiva del Paradero 14. De ser un hito urbano

significativo para la comunidad floridana, aunque deficientemente provisto de servicios, pasaría

a convertirse en una “ciudad satélite” colmado de todo aquello que la periferia reclamaba del

centro: salas de cine, tiendas departamentales, centros médicos, correos y servicios financieros

(La Tercera, 2 de junio de 1990, p. 16; La Época, 9 de junio de 1990, p. 25).

“Sin ir más lejos” fue el subtítulo predilecto de afiches publicitarios que pudimos

observar en periódicos como La Tercera y El Mercurio a pocos días de la apertura de Mall

Plaza Vespucio. En ocasiones, el encabezado principal de la imagen fue “Me invita” o “Me

sonríe”; pero, con un sesgo espacialista, el que mayormente llamó nuestra atención fue el “Me

queda aquí” (Imagen 9) sobre todo por el texto con que se acompañaba:

“Me queda al lado de La Granja, San Joaquín, Macul y Peñalolén. Cerca de

Ñuñoa, San Miguel y La Cisterna. Directo de San Bernardo y Puente Alto. A un

ratito de Pirque y San José de Maipo. Me queda aquí: en Américo Vespucio con

Vicuña Mackenna, sin ir más lejos” (afiche extraído de La Tercera, 20 de agosto

de 1990).

Tanto los titulares de prensa como las campañas publicitarias eran un claro aviso que el

capital privado (por lo menos en su dimensión neoliberal) había tocado tierra en un porción de

Santiago donde, en décadas anteriores, el protagonismo lo habían tenido dos actores

principales: los pobladores y las luchas por la vivienda desatadas en los 60’s y 70’s; y el Estado,

con la formalización de los terrenos ocupados y, por cierto, con las soluciones habitacionales

pre y post liberalización del mercado de suelos.

De hecho, la ciudadanía lo entendió así desde el comienzo. Al contrario de Parque

Arauco en 1982, sus pasillos vacíos y los esfuerzos económicos por mantenerlo en pie, Plaza

Vespucio se atiborró de masas ansiosas por conocer la modernización chilena desde el primer

día en que abrió sus puertas: “Invasión de público en ‘Mall’ La Florida” titulaba,

elocuentemente, La Tercera en un reportaje del 27 de agosto de 1990 (p. 14), sólo tres días

después de su apertura.

63

Con el nuevo gran vecino del vasto sur-oriente de la capital, además, los guiños que el

Proyecto Plaza Vespucio realizaba hacia el resto ciudad se correspondían con el afianzamiento

de las ideologías dominantes en la comprensión de la integración social. El consumo, pensado

como mecanismo de integración individual conforme se participe de las relaciones de

intercambio, ha cobrado relevancia en sociedades como la nuestra donde hemos asistido al

paso de una estatización de las demandas clasistas a una mercantilización de las demandas

individuales (Angelcos, Pérez y Sembler, 2006).

Por ende, las mayores posibilidades de consumo de buena parte de la población –

masificación del crédito mediante, independiente si éste fuera generador de múltiples

inseguridades por el sobreendeudamiento (PNUD, 1998) –, y su correlato espacial encarnado

en la apertura de Plaza Vespucio, parecían signos inequívocos de que el mercado

democratizaba la modernización y, con ello, suplía las antiguas formas de integración social.

Así, La Florida y el sector sur-oriente de Santiago estaban más cerca del fin del milenio porque

ya contaban con inversiones privadas similar a los que podían observarse en los barrios de alta

renta, quizá los fragmentos urbanos más indicativos de la modernización nacional.

Imagen 9: Publicidad Mall Plaza Vespucio. Fuente: La Tercera, 20 de agosto de 1990

64

“[Fuimos] visualizando el potencial del desarrollo que estaba teniendo ya la

clase media chilena [en 1990]. La Florida es el fiel representante de la clase

media chilena” (Ricardo Unda, Gerente de malls, Mall Plaza).

Pero la arremetida privada no estuvo sólo asociada al mall pues, luego de la explosión

demográfica “popular” de inicios de la década de los 80’s producto de las soluciones

habitacionales, La Florida pareció ser el receptáculo residencial de la nueva clase media chilena.

“Conjunto Monteverde. Casas tipo La Dehesa en La Florida” (Propaganda

inmobiliaria extraída de El Mercurio. Revista “Vivienda y Decoración”, mayo

de 1990; ver Imagen 10).

“Los Jardines de Vespucio. Viva en el nuevo barrio alto sur-oriente. Lejos del

ruido, rodeado de aire puro y naturaleza” (Propaganda inmobiliaria extraída de

La Tercera. Suplemento “Su Casa”, junio de 1990; ver Imagen 11).

En ese sentido, el desarrollo del mercado inmobiliario

desde fines de los 80’s tuvo un protagonismo incuestionable en

el arribo de un grupo social que –perfectamente acoplado a la

modernización país en términos económicos, no así en su

subjetividad (PNUD, 1998) – buscaba realizar (una vez más) el

viejo sueño suburbano. “Con aire puro lejos de la polución del

centro, pero con buenas vías de conectividad hacia él”; “con

naturaleza precordillerana alejado del mundanal ruido, pero con

un centro comercial próximo a inaugurarse”, fueron la clase de

operaciones lingüísticas dicotómicas mayormente utilizadas por

los afiches promocionales de nuevos conjuntos habitacionales

(imágenes 10, 11 y 12).

En todo este proceso, los suplementos “Su Casa” y “Vivienda y Decoración”, de La

Tercera y El Mercurio respectivamente, tuvieron un cometido no menos primordial en la

producción de imaginarios sobre el estilo de vida del nuevo floridano. Aunque ciertamente la

publicidad corría por cuenta de los desarrolladores, los periódicos gastaron numerosas páginas

a narrar la transformación urbana que estaba ocurriendo en La Florida sobre todo gracias mall,

cuestión que se mantuvo casi sin modificaciones durante los 90’s. Véase, por ejemplo, el

Imagen 10: propaganda

inmobiliaria Conjunto Monteverde. Fuente. El

Mercurio, mayo de 1990.

65

reportaje que dio origen al nombre de esta sección o el artículo de La Tercera titulado “La

Florida y su mundo Metro-mall” (27 de abril de 1997, pp. 10-11).

De modo que estas dos clases de inversiones privadas (habitacional y comercial) fueron

puntales significativos en la construcción de imaginarios sobre el renovado sur-oriente, toda

vez que la función simbólica del consumo como mecanismo de diferenciación parecía cumplir

las expectativas de la nueva clase media. Vivienda aislada con antejardín “tipo La Dehesa” y

centro comercial a pocas cuadras de distancia encarnaban la movilidad social y la integración

urbana aclamada por los seguidores del modelo. Teniendo mayor cobertura de servicios

comerciales, diferentes alternativas habitacionales y un deseo explícito de responder a la

necesidad identitaria de emergentes capas sociales ¿qué faltaba para cerrar el ciclo de

transformaciones impulsadas por el ámbito privado?

“En el shopping center de La Florida los arquitectos –creadores del proyecto-

la diseñaron a la usanza antigua. Es decir rescatándola como elemento y

dándole su sitial. Allí se trata realmente como un lugar de encuentro y

esparcimiento familiar. [Quienes diseñaron el interior de Plaza Vespucio]

dotaron al lugar de faroles, toldos, rejas, escaños, barandas y una pérgola, ‘que

forman parte de los elementos propios de una plaza’” (La Tercera, 18 de agosto

de 1990. Suplemento “Su Casa”, p. 8)

La integración social depende no sólo de la expansión de atributos urbanos hacia el

resto de la ciudad, sino también en gran medida de un espacio público inclusivo y democrático

con capacidad de expresar políticamente a la ciudadanía.

Imagen 12: propaganda inmobiliaria Villa El Parque. Fuente: La Tercera, suplemento “Su

Casa”, junio 1990.

Imagen 11: propaganda inmobiliaria Los

Jardines de Vespucio. Fuente: La Tercera, suplemento “Su Casa”, junio 1990.

66

“Las personas se mueven en tres ejes, en tres puntos: te mueves en tu eje

familiar (tu casa, tu hogar, tu familia directa), tu eje laboral (tu oficina, tu lugar

de trabajo) y por otro lado la plaza pública, el lugar público, el espacio público

en realidad, y ese espacio lo ha ido ocupando Mall Plaza Vespucio” (Ricardo

Unda, Gerente de malls, Mall Plaza).

La cita precedente expresa cabalmente la realización de uno de los mayores deseos que

el centro comercial imaginó desde sus inicios y que hablan del aspecto restante para la total

realización del Proyecto Plaza Vespucio: llevar la intensidad del espacio público del centro a la

periferia. El ser “mucho más que un centro comercial” cobra aquí todo su sentido. En

términos socioculturales probablemente ésta ha sido la transformación de mayor importancia

en la vida urbana de una parte de Santiago, en virtud de la consideración ciudadana de un

espacio privado como el arquetipo de lo público.

Sin embargo, debemos consignar dos puntos hasta ahora tocados fragmentariamente

que nos permiten, por un lado, particularizar históricamente la transformación y, por otro,

comprender sus fuerzas estructurantes que en gran parte la explican. Con ambas seremos

capaces de consensuar aspectos sobre el Proyecto Plaza Vespucio y su pretendida suplencia de

escenarios urbanos, en apariencia, cada día más ausentes.

El primero corresponde a la dimensión histórica del proceso. Para hacer justicia con las

preexistencias, y aún teniendo con un ritmo mucho menor que otros sectores céntricos de la

ciudad, el Paradero 14 ya cargaba consigo el peso de ser el espacio público de La Florida dado

los servicios que congregó a lo largo de su vida. Usando la nomenclatura de Marc Augé (2004),

era un lugar antropológico porque al mismo tiempo era histórico, identitario y relacional. Ya sea en

la antigua Estación de trenes Bellavista o posteriormente en la decrépita casona municipal que

aún se conserva, los hechos urbanos que allí transcurrían dependían en gran medida de lo que

ocurría en el centro de la ciudad. Pero, aún así, existían como tales y nadie podía negar su

existencia.

No, obstante su desarrollo “natural” se vio truncado (o quizá, profundizado) por la

gran construcción que lo enfrenta desde el oriente. Por ende Mall Plaza Vespucio, según

describimos en el punto 1. de este capítulo, no operó sobre el vacío; más bien pudo

incorporarse a la gama de historias e identidades que, si bien fuertemente asentadas en su

entorno, estaban dispuestas a ser modificadas.

67

El segundo, ahora en el ámbito puramente teórico-especulativo, retoma el análisis de

Adrián Gorelik (2004) en algo previamente anticipado, a saber su interés por caracterizar la

“ciudad de los negocios” enfrentada a las formas urbanas que la precedían. Durante buena

parte del siglo XX en América Latina, sociedad y ciudad funcionaron como un gran sistema de

integración y modernización social, mientras el espacio público hacía lo propio con la

extensión política de la ciudadanía. La racionalidad que subyacía en esos procesos buscaba

garantizar la inclusión de amplios sectores sociales a los proyectos estatales.

Sin embargo, el giro político y económico hacia fines del siglo pasado vino a fortalecer

un modelo de ciudad donde observamos la anulación de la dialéctica tradicional entre el

espacio privado y espacio público. Mientras el primero desaparece en su condición de ser sólo

escenario de consumo y satisfacción de necesidades individuales, el segundo evaporó su

capacidad de ser sostén de los proyectos públicos y espacio de la aparición de lo político.

Así, infraestructura y espacios públicos se volvieron objeto de negocio privado y la

sociedad urbana en una agregación de intereses en competencia. ¿Cómo? Primero “decretando

que el espacio público es un ámbito de ‘satisfacción de necesidades’” (Gorelik, 2004, p. 2002)

reduciendo su importancia a la rentabilidad de sus funciones y, con ello, convirtiendo al

ciudadano en cliente. Segundo, reemplazando la infraestructura pública de servicios por una

oferta privada fragmentada, dispersa y brutalmente desigual que, para proliferar, se beneficia de

la precariedad o, inclusive, la ausencia de la primera.

La estratégica vinculación tramada entre desarrolladores inmobiliarios del giro

habitacional y comercial fueron la avanzada en la inversión de la pareja centro-periferia en el

Paradero 14. Por ende la polis de Delgado (1999) ya no sería equiparable sólo al autoritarismo

estatal, toda vez que el mercado ha ido llenando todos los espacios de dominación que el

Estado ya no asume. Así, cambia la relación establecida entre la urbs (aquella sociedad urbana

anónima, múltiple y diversa que no acaba nunca de ser estructurada) y el orden político que

busca estructurarla.

En ese sentido ¿cómo analizar la realización de un cierto tipo de espacio público en un

mall? ¿Cuáles serían las características propias de las prácticas socioespaciales en un espacio de

consumo apreciables en un determinado grupo etario (los adolescentes), considerando la

ruptura política con las premisas modernas del espacio público? El análisis que sigue intentará

responder aquellas, por ciertas, amplias interrogantes en base a material empírico recabado en

el marco de nuestra investigación.

68

IX. Los adolescentes en Mall Plaza Vespucio: prácticas socioespaciales y significaciones del espacio

Abordado ya lo que ocurrió –y ocurre – en las afueras de Mall Plaza Vespucio, nos

disponemos a presentar, en base al material empíricamente recolectado, aquella información

mínima requerida para la comprensión de tres aspectos principales de nuestros objetivos

investigativos: 1. la descripción de prácticas socioespaciales de sus usuarios adolescentes; 2. la

autopercepción construida por los adolescentes sobre su rol de usuarios; y 3. la caracterización

del discurso adolescente sobre el mall como un espacio público substituto.

1. Prácticas socioespaciales de adolescentes en Mall Plaza Vespucio: disrupción, represión

y eterno retorno

El primer acercamiento hacia la descripción de las prácticas socioespaciales implica

referirse a la suma de características sociobiográficas que componen los rasgos principales de

nuestros agentes. Con ello estaremos capacitados de extraer aquellos rasgos compartidos que,

por un lado, condicionaron su visita a Mall Plaza Vespucio, y por otro, les hicieron disponer de

ciertos modos de practicar el espacio.

En este primer esfuerzo de caracterización típica-ideal del usuario adolescente,

permítasenos aproximarnos a ellos “individualmente” como opción metodológica que deja su

observación grupal, por lo menos en el cometido de autoobservación en tanto grupo de pares,

para el punto 2. de este capítulo. Así, gran parte de la presentación de datos referidos a las

prácticas grupales, tanto espaciales como sociales de esta sección, serán “hacia el exterior” del

grupo observado; esto es, considerando principalmente sus efectos sobre el mall.

a. Caracterizando socialmente al adolescente del mall

Tal como, basándonos en Sarlo (2009), expusimos en el primer epígrafe de este trabajo,

nuestros actuales adolescentes no se proporcionan a sí mismo remembranzas de otras formas

urbanas de sociabilidad; en términos generales, la plaza pública o la vida de barrio, aún con

bastante fuerza en sus discursos, no se opone radicalmente al mall; por tanto, éste no

necesariamente se piensa como la expresión tangible del retroceso de los primeros.

69

Ese es el contexto histórico que primeramente caracteriza a nuestros entrevistados.

Ellos han sido educados en una ciudad donde los centros comerciales existen “desde siempre”

siendo asumidos, como veremos posteriormente, sin mayor crítica. Ahora bien, en términos

específicos de quienes aportaron al presente estudio, los informantes pueden ser descritos

principalmente desde tres dimensiones distintas: en términos socioeconómicos, urbano-

residenciales y educacionales.

Respecto a la primera, todos los jóvenes aseguraron ser de “clase media”16, con la

consecuente dispersión de realidades que dicho apelativo puede llevar. En ese sentido, ellos

marcaban claramente la diferencia entre su posición de clase y la de otros en base a dos

aspectos que, considerando su relevancia discursiva en torno a las significaciones construidas

sobre Mall Plaza Vespucio, profundizaremos más adelante: a) la propagación cada vez mayor

de los flaites que concurren a este centro comercial (“este mall se está llenando de flaites”); y b)

la idea que los malls del barrio alto son distintos porque sus usuarios son de otro nivel socio

económico (“en esos malls hay otro tipo de gente”).

No siendo flaites ni cuicos, la pertenencia a la clase media resultaba útilmente explicativa

aún cuando los barrios de origen fueran diametralmente opuestos. Así, en la dimensión

urbano-residencial, encontramos adolescentes que residían, por ejemplo, en urbanizaciones

privadas de La Florida u otros provenientes de poblaciones históricas altamente estigmatizadas

como San Gregorio de La Granja. En ambos casos, la diferencia socioeconómica

despectivamente observable estaba encarnada en el flaite.

Otros puntos de origen fueron comunas como San Ramón, Puente Alto o, inclusive,

sectores mucho más alejados como Santiago, Pudahuel o Maipú (ver Mapa 1). En cualquiera

de ellos, era ampliamente destacada la accesibilidad dada por el Metro en sus dos estaciones

(Bellavista de La Florida en la Línea 5 y Vicuña Mackenna en la Línea 4A). Igualmente

importante, fueron considerados los microbuses del Transantiago, ya sea por sus troncales o

alimentadores; y, en menor medida, el llegar “a pata” (esto último casi exclusivamente asociado

a quienes residían o estudiaban en las proximidades del mall).

En cuanto al tercer punto, todos los entrevistados cursaban entre 7º básico y 4º medio;

por tanto, ellos cubrieron edades entre los 13 y los 18 años. Primando los centros

educacionales particular-subvencionados, la ubicación del colegio –según vimos en el párrafo

16 Para adentrarse en la relación sostenida entre adolescentes de clase media y el mall se recomienda ver Stillerman, J., Salcedo, R., Phillips, G. y Covarrubias, S. (2010).

70

anterior – tenía especial relevancia en la frecuencia de las visitas: mientras la localización de la

escuela permitiera un trayecto a pie hacia Plaza Vespucio, éste podía ser concurrido durante la

semana. En caso contrario, la visita se restringía al fin de semana utilizando principalmente el

transporte público.

Mapa 1. Comunas de origen de los entrevistados. Elaborado por Rodolfo Bonilla

71

b. Espacio y prácticas sociales en Mall Plaza Vespucio. Entre el consumo y las

interacciones sociales

La identificación de distintos tipos de prácticas está relacionada al espacio del mall

donde éstas se producen. Tal ha sido la constatación de sucesivas observaciones realizadas en

otros malls de Santiago17, las que describen el proceso en que, por ejemplo, el patio de comidas

de Florida Center (como espacio socialmente determinado) es co-producido por las distintas

lógicas de uso que le cruzan (Stillerman y Salcedo, 2010).

Sin ir más lejos, dentro de nuestro trabajo pudimos notar la presencia constante de

prácticas tan diversas como antagónicas en lo que aparentemente sería un espacio diseñado

funcionalmente para limitar las interacciones sociales (Manzo, 2005). A modo de ejemplo,

expondremos parte de nuestras notas de campo que relatan cómo, en contextos de híper

densidad de población en el patio de comidas, ocurrieron dos hechos que nos llamaron

profundamente la atención: el primero relacionado a un sujeto que buscaba afanosamente una

mesa (demasiado escasas en ese momento) nada menos que “encargando” a su pequeña hija; y,

el segundo, asociado al ya tradicional comercio ambulante dentro del mall, en este caso llevado

a cabo por un niño.

“Al tal punto llegaba a situación de atochamiento ciudadano, que pude ver una

situación, a mi gusto, insólita: un padre de familia de unos 35 años junto a su

pequeña hija de no más de 8, antes de comprar cualquier alimento, lograron

ubicar una mesa cerca del ventanal que enfrenta […] las Terrazas de Mall Plaza.

Pero, para no perder el preciado mueble, el hombre sin mayor problema dejó

encargada a su hija a una joven familia que estaba en la mesa contigua, mientras

él iba a esperar en la cola de un restaurante. La niña, por mientras, se entretenía

jugando en la silla absolutamente sola mientras sus niñeros momentáneos se

esforzaban por no perderla de vista. Eso, durante 15 minutos hasta que su

padre llegó con la bandeja con hamburguesas, papas fritas y bebidas.

Así también distinguí al típico vendedor ambulante de los restoranes populares,

donde un niño o niña de corta edad coloca su producto sobre la mesa por

varias de ellas volviendo minutos más tarde en busca del bien o de dinero. La

17 Observaciones realizadas en el marco del proyecto FONDECYT que engloba, igualmente, esta investigación.

72

pregunta que me hacía en ese momento era cómo definir el rango espacial de

acción del oferente, pensando en la extensión del patio de comidas” (Notas de

campo. Sábado 1 de agosto de 2009, 14.00 hrs.)

En el primer caso, el anonimato y la desconfianza que pudiera pensarse en una

instancia de encuentros de completos extraños, se descartan absolutamente. Más aún, si el

panorama volvía casi nulo el control visual absoluto de la situación, teniendo en cuenta la

distancia en que se encontraba el padre y el número de individuos que concentraban las filas de

espera (quince en promedio).

En el segundo suceso, el mismo atochamiento que movilizó la búsqueda urgente de un

guardador infantil momentáneo era utilizado económicamente por un niño, aprovechando la

mayor cantidad de potenciales clientes y la menor capacidad de respuesta de los guardias.

De las descripciones anteriores, introductorias de nuestro análisis por lo demás, no

podemos sino rescatar la interrelación condicionante entre espacios y prácticas sociales:

probablemente, para nuestro aventurado padre, la elección de sus niñeros estuvo hecha

inicialmente en su contigüidad en términos de ubicación y, posteriormente, en la radiografía

social inmediatamente realizada como garante de confianza. Para nuestro pequeño vendedor

ambulante, la consideración del patio de comidas por sobre otros espacios del centro comercial

respondía al cálculo formal de sus mayores posibilidades de éxito sin ser reprimido.

En ese sentido, para partir la exposición de nuestros resultados, creemos necesaria la

siguiente consideración: la realización de determinadas prácticas sociales por parte de

adolescentes (que describiremos inmediatamente) se realiza básicamente en marcos de

oportunidades que les otorga el espacio físico; eso, contraviniendo muchas veces las lógicas de

uso hegemónicas generadas desde el centro comercial. Por ello, la caracterización que se hará

tendrá siempre aparejada su correlato espacial en el mall: se hace lo que se hace por que el

espacio otorga ventajas comparativas (sociales y/o económicas) para hacerlo, aún cuando lo

que se haga despierte la enemistad de otros, dejando abierta la posibilidad de comprenderlo

subjetivamente desde múltiples lecturas en función de los intereses particulares que están en

juego.

Las prácticas de consumo apreciables en adolescentes, aunque no ausentes, tienen una

relevancia mínima en la descripción que ellos hacen de su cometido en el centro comercial. De

73

este modo, se genera un discurso de doble dimensión para explicar en qué circunstancias se

visita el mall o, de otro modo, si se hace con fines puramente recreativos o de consumo.

“[Cuando visitamos el mall] si tenemos plata, comemos helado… hacemos lo

que nos alcance la plata.” (Carla, 16 años)

¿Y a qué vienen con los papás?

“Generalmente venimos a comprar ropa” (Sol, 14 años)

“Claro, porque ellos nos compran la ropa” (Camila, 15 años)

En consecuencia, las prácticas de consumo, y la identificación subjetiva de éstas,

dependen totalmente las circunstancias (sociales o familiares) que causaron la concurrencia al

centro comercial: si son los padres quienes empujaron al adolescente a recorrer Mall Plaza

Vespucio, es porque específicamente se va de shopping. Al contrario, si el motor de la visita fue

de índole social, el consumo es una de las tantas acciones realizadas el interior del mall,

minusvalorando el rol de dicha práctica en la suma de actividades desarrolladas.

Es más: en todas las entrevistas, al indagar en el porqué de la recurrencia al centro

comercial, la explicación inicial estaba construida desde una justificación que elevaba la

categoría analítica del “vagabundeo” (en sus términos “dar jugo”) como potencial descriptor

de todo lo realizado al interior del mall. “¿Qué hacen normalmente en el mall? – lesear, dar jugo o

hacer tonteras, pasarla bien” es un argumento que, al comienzo de las entrevistas, permitía

establecer motivaciones que podrían hacernos obviar al consumo.

No obstante, para hacer justicia con dichas prácticas, podemos establecer que toda

visita a Plaza Vespucio trae consigo algún tipo de consumo de bienes o servicios. Quizá no en

la magnitud que pudiera haber observado Bermúdez (2003, 2008) en tanto adquisición de

objetos simbólicamente apropiados por los adolescentes en su construcción identitaria –no, al

menos, en las fronteras internas del centro comercial –, ni menos con sumas éticamente

preocupantes; pero sí con la capacidad tal de congregar a un grupo de amigos que dan jugo al

tiempo que utilizan las entretenciones del mall (Bowling, patinaje en hielo, videojuego) o

consumen alimentos y, en algunos casos, bebidas alcohólicas.

Aquí es donde podemos introducir dos elementos al análisis, cuales son las interacciones

sociales como un tipo de prácticas colectivas (a diferencia del consumo y su matriz

eminentemente individual) y el marco espacial en el que éstas aparecen.

74

En cuanto a las interacciones sociales, la mayor cantidad de adolescentes con quienes

establecimos contacto dijo haberse conocido en instancias de socialización propias de los

niños: el colegio y el barrio.

Sin embargo, aprovechando la multiplicidad de tipologías juveniles que congrega Mall

Plaza Vespucio, el centro comercial era igualmente observado desde la posibilidad de

interactuar con personas de otro sexo o, en el caso de las tribus urbanas, reclutar nuevos

miembros. La operatoria era más o menos la misma: llamar la atención del individuo, flirtear

con él/ella y pedir la dirección de Messenger. El resto lo hacía el mall, pues el encuentro

posterior estaría garantizado por la inercia.

¿Ustedes han conocido gente acá en el mall? ¿Se han hecho amigas, por ejemplo, de los que

ven siempre acá?

“[Sí, diciéndole] ‘oye, dame tu Messenger’, típico. Así de una. Y después te

poníai a hablar con él y siempre lo encontrabai en el mismo lugar” (Camila, 15

años).

Independiente de la intensidad de las relaciones producidas en el shopping mall frente

al dominio que, al respecto, tiene el barrio y la escuela, para nuestros fines resulta interesante

reflexionar sobre la capacidad interaccional del centro comercial. Para ello, volvemos a la

consideración espacial en la medida que se reconocen dos sectores donde mayormente

pudimos apreciar el proceso anteriormente descrito: las Terrazas de Plaza Vespucio y el patio

de comidas.

El primero, en tanto estructura abierta de dos plantas en el ala nor-este del mall, cuyos

improvisados escaños (algunas escaleras e inclusive el suelo) y pasarelas invita a la permanencia

constante y significativa de los usuarios. Todo aquello condimentado por los restoranes, salas

de teatro, de cine y múltiples posibilidades de acceso que presenta (desde la calle por Froilán

Roa y los estacionamientos; desde el mall, por los pasillos en el primer nivel y por el patio de

comidas en el segundo piso). Podemos pensar que la opción de diseño no fue baladí, pues la

permeabilidad de flujo entre el interior y el exterior del centro comercial hace pensar este

espacio, con el patio de comidas, como si fuera un gran sector de food court. Mamparas,

ventanales y puertas no hacen más que traer a la memoria que, en apariencia, dejamos el mall

para introducirnos en lo más parecido a una plaza pública que Mall Plaza Vespucio dispone

75

(ver imágenes 7, p. 55, y 14, p. 75 de este trabajo. Ver también sección 3. de Anexos, plano de

Mall Plaza Vespucio en 2009).

“Como que de repente igual uno va a otro mall y de repente los jóvenes quieren

fumarse un cigarro y como que tienen que salir y… En cambio por aquí [por las

Terrazas] salís al patio y después entrai al tiro” (Alexander, 16 años).

Íntimamente ligado al anterior, el patio de comidas corresponde quizá al espacio

tradicional de interacción social dentro de los márgenes del centro comercial, considerando los

trabajos que se han avocado a su descripción física o social (Manzo, 2005; Salcedo y Stillerman,

2010).

“Llegando al patio de comidas me posiciono en su extremo nor-este, cerca de la

salida hacia las Terrazas de Mall Plaza. Ahí tomo nota de aspectos ya

recurrentes en mis vistas: un caos general de las mesas dada la aglomeración de

gente –eso si nunca tan abundante como el sábado 1 de agosto-; niños pidiendo

limosna a los comensales, los cuales era constantemente ‘disuadidos’ por los

guardia, pero nunca echados del mall; grupos de jóvenes escolares y

universitarios que compartían una mesa sin consumir nada más que oxígeno; un

constante paseo de grupos de adolescentes y hasta un perro vago” (Notas de

campo. 21 de agosto de 2009, 18:00 hrs.)

La apariencia del food court de Mall Plaza Vespucio, la mayoría de las veces caótica tanto

por su extensión, la cantidad de mesas y la diversidad de ofertas gastronómicas, imprime una

variedad de sectores susceptibles de ser ocupados en función de las necesidades de los

usuarios.

Respecto a los adolescentes, pudimos notar una predilección por el área nor-este,

justamente donde rematan los accesos de Las Terrazas (Imágenes 13 y 14). Durante nuestras

observaciones de campo, fuimos capaces de distinguir un constante ir y venir de los mismos

grupos, desde el patio de comidas hacia el exterior. En ese sentido, la distinción de Las

Terrazas y el patio de comidas es puramente metodológica; la primera no es comprensible sin

la segunda, por el simple hecho que las prácticas adolescentes ahí desarrolladas trascienden el

consumo de alimentos y dicho espacio se describe subjetivamente desde sus facultades

76

socializadoras. La comida rápida, como un medio muchas veces prescindible, sólo es funcional

si les permite interactuar con el grupo de pares; y si no hay dinero, se machetea (se pide).

“Si tenemos plata comemos o si no, si no tenemos plata macheteamos pa’ que

nos alcance” (Ricardo, 16 años).

El ejercicio móvil de conocer gente y dar jugo, entrecruzado por períodos de

permanencia en ambos lugares para comer/beber o simplemente conversar, la impronta

adolescente permite ser atendida no sólo por la vista. A pesar del elevado ruido ambiente que

suelen tener este tipo de instalaciones, el despliegue sonoro producido por alaridos propios de

una juerga adolescente es perfectamente reconocible por nuestros sentidos. Más aún, creemos

que su realización está determinada en gran medida por las características de una instancia

como Las Terrazas, donde se mezcla su apertura y la multitud asistente, más un aspecto

muchas veces observado: la desidia de los guardias.

Al igual que como ha sido descrito en otros trabajos (Stillerman y Salcedo, 2010), la

actitud de los grupos vigilantes al interior del centro comercial, dista mucho de la impresión

inicial que un espacio privatizado como éste provoca. Por más que, reconocidamente, un

shopping center promueva el control absoluto de las prácticas socioespaciales generadas

dentro de sus márgenes, en varias oportunidades pudimos notar la presencia impertérrita de los

guardias ante hechos claramente aborrecibles por los administradores del mall (comercio

informal, carretes juveniles, e inclusive paseos caninos). Así, con sobre-densidad usuaria y la

impavidez vigilante, la disrupción puede ser encubierta o, en último término, aminorada

Imagen 13: graffitis en mesas de Las Terrazas.

Fotografía tomada por el autor

Imagen 14: Las Terrazas de Plaza Vespucio. De

fondo, nótese, justamente, la congregación de adolescentes en la pasarela que conecta el patio

de comidas con este espacio. Fotografía tomada por el autor.

77

socialmente –aunque no eliminada – en cuanto a sus efectos hacia la atmósfera de Plaza

Vespucio.

“[En Aires] no podemos gritar y cuestiones… [En cambio] aquí [en Las

Terrazas] uno se tira al suelo si quiere, te tirai al suelo, bailai, hacís lo que

querai.” (Carla, 16 años).

Justamente, son ésas las condiciones de posibilidad para ver determinadas áreas del

mall cual instancias favorables para realizar prácticas de consumo adolescente, eso si, siempre

enmarcadas en otro tipo de prácticas con mucha mayor significación para sus ejecutores: el

establecimiento de relaciones sociales con sus pares.

No obstante, éstas no se restringen a los sectores descritos, en momentos en que las

interacciones sociales no se abren en la búsqueda de nuevos miembros, sino más bien se

encapsulan en las fronteras del grupo adolescente con la función de reafirmar lazos y

liderazgos en su interior. En ese cometido, la ocupación espacial del mall sigue los mismos

principios que el punto anterior: se hace lo que se hace porque el espacio me brinda ciertas

posibilidades. Pero esta vez, las acciones realizadas no pasan “concientemente desapercibidas”

como en las situaciones descritas anteriormente, pues provocan la disrupción visible del

entorno, lo que incita la emergencia de un otro significativo para los adolescentes: los guardias

del mall.

Tanto Aires, aquella nueva ala de dos niveles radicalmente distinta en diseño y tiendas

al resto del mall, como los estacionamientos ubicados justamente debajo de este exclusivo

sector, se han vuelto los escenarios favoritos para llevar a cabo dichas prácticas. En ese

contexto, la híper-población de Las Terrazas o el patio de comidas no está presente para

ocultar sus externalidades negativas (sorprende la sensación de vacío y despoblamiento de

Aires), así como tampoco lo está la disposición pasiva de la vigilancia apreciable en otras partes

del centro comercial.

Todo lo contrario: los dispositivos de seguridad de Mall Plaza Vespucio arremeten con

mayor intensidad en todos aquellos lugares donde priman sus deseos de dominio. En nuestro

caso de estudio, aquello se expresa básicamente sobre las ilegalidades o temerarias acciones que

ocurren en los estacionamientos (consumo de alcohol por parte de menores, andar en skate) y

por la ruptura drástica de la atmósfera serena de Aires (relaciones íntimas o ponceos y diferentes

formas de juerga o carrete). En ambos casos, el control de la situación pasa por manejar al

78

grupo de amigos ejerciendo ciertas formas de liderazgos o, al revés, desafiar la autoridad del

mall expresada en el guardia.

“Yo soy jefa de team [grupo de amigos pokemones], entonces igual cuesta, porque

a veces se ponen muy desordenados, en Aires empiezan a tirar challas,

cucharas, lo que sea, entonces a la gente le molesta y uno tiene que estar ahí

diciéndoles chiquillos no hagan eso, pa’ que no nos echen, pa’ no tener ataos…

[Desde Aires] casi siempre bajamos y estamos en el estacionamiento jugando o

tomando… ¡y siempre nos echan! (risas)” (Laura, 15 años).

“vengo cuando estoy patinando, vengo a andar en skate a los estacionamientos,

pero los guardias le dan color, pero no los pescamos y seguimos patinando”

(Cristián, 18 años).

c. Control y resistencia socioespacial: prácticas adolescentes y respuestas del mall

Como explicamos en nuestro marco conceptual, existen una gran cantidad de trabajos

que, en el análisis sociocultural y arquitectónico del centro comercial, destacan sus

características represivas y disciplinarias (e. g. Connell, 1995; Judd, 1995; Sarlo, 1994, 2009;

Manzo, 2006). Aún así, demostramos en la sección precedente que las formas de dominio no

son homogéneas al interior del mall, toda vez que incurren con fuerza en determinadas áreas

en desmedro de otras. Sin embargo, conviene afirmar que, aunque con distinto ímpetu, el

ejercicio represivo está siempre y en cada momento al interior del shopping center: desde las

cámaras filmadoras en los accesos de Mall Plaza Vespucio hasta las expulsiones (no poco

frecuentes) de flaites o adolescentes, sobre todo si responden al quiebre drástico de su contexto

de normalidad.

“Una vez me puse a pelear adentro y me sacaron los guardias […] es que lo que

pasa es que a donde hay tanta gente, a uno se le pasa a llevar y las cabras como

son picadas a choras entonces tampoco uno se va a dejar que le digan nada”

(Kathy, 16 años).

De la cita anterior podemos ver casos extremos de marginación de agentes que, no

adecuados a la disciplina esperada, han sido alejados momentáneamente de Plaza Vespucio. Sin

embargo, la mayoría de las acciones que, de acuerdo a los entrevistados, moviliza el aparato

79

punitivo del centro comercial se relaciona con prácticas socioespaciales las cuales, siendo

ejecutadas en espacios públicos tradicionales, no recibirían el mismo trato.

Así, en la serie prácticas adolescentes que se enfrentan al ejercicio disciplinario del mall,

podemos pensar su progresión desde la relación constante entre el control y la resistencia; ésta

última en los términos de Michel de Certeau (1984), es decir como una disputa de corto

alcance que modifica los usos y sentidos iniciales que los productores del espacio imaginaron

en un comienzo. Si el food court fue diseñado para comer permaneciendo el menor tiempo

posible, los adolescentes utilizan el mobiliario para carretear largas horas; si los sillones de Aires

están dispuestos para acomodar al cliente de sus costosas tiendas, los pokemones poncean sobre

ellos; si los carros de supermercado están en los estacionamientos porque fueron recién

utilizados por algún cliente, los avezados jóvenes los utilizan carretas de carreras compitiendo

unos con otros; o si estos espacios estuvieron pensados para dar respuesta a la creciente

automovilización de las familias del sur oriente santiaguino, los skater los ocupan como pista de

patinaje.

En las prácticas así entendidas como resistencias, volvemos necesariamente al guardia y

la carga simbólica que trae sobre sus espaldas. Él, junto al flaite, es el enemigo a esquivar; pero,

a diferencia de este último, la disputa se da en una relación asimétrica pues el guardia es juega

de local y, por tanto, dispone de todas las facultades para controlar el entorno. A pesar de lo

anterior, y tal como señalaba Lewis dos décadas atrás (1989), la presión es totalmente

aguantable generando un juego de persecución constante entre ambos agentes.

“la mano es estar escondido de los guardias… Cuando llegan los guardias a

echarnos [de Las Terrazas] nos vamos pa’ Aires, después cuando nos echan de

Aires nos vamos a [El] Cabildo y así” (José, 17 años).

En consecuencia, a pesar de ser un hostigamiento constante y explícito, el acoso no

pasa a conformarse en una práctica que conlleve un especial rechazo del mall por parte de los

adolescentes. Es más, su rutinización ha permitido el conocimiento mutuo entre celadores y

celados. “Los guardias nos cachan más porque, claro, venimos todos los fines de semana,

entonces ya nos conocen”, me señaló informalmente un joven, como queriendo restarle

importancia a su presencia en circunstancias que nos apostábamos a comenzar una entrevista.

La hegemonía política, diría Gramsci (2006), se expresa desde dos formas distintas pero

complementarias: la dominación (coacción) y el consenso de los subordinados, esto último

80

relacionado a la determinación de visiones de mundo y construcción de una dirección moral e

intelectual desde el Estado. Guardando las perspectivas de este análisis al caso del mall, lo

cierto es que el centro comercial igualmente apela a esa doble distinción para propiciar el

control; a la par de los mecanismos físicos de vigilancia, se mueve una serie de iniciativas de

Responsabilidad Social Empresarial orientadas a fijar el sentido de las prácticas en los

márgenes internos de los recintos de Mall Plaza.

“Mall Plaza es inclusivo, Mall Plaza tiene una característica que es contenedor,

entonces no busca discriminar, o sea va haber un espacio para los jóvenes, para

los adultos, para los adultos mayores, para la familia […]. Ahora, cuando pasan

este tipo de situaciones de manera disruptiva, claro, lo lógico es decir ya, que

seguridad actúe, pero no es [solamente] eso. Y ahí es donde actuamos también

con el equipo de antropólogos, con el equipo de integración social para buscar

la forma que el espacio tenga un mejor uso” (Ricardo Unda, Gerente de Malls.

Mall Plaza).

De manera específica, la integración que habla Mall Plaza remite a seguimientos

constantes sobre aquellos hechos más graves donde los protagonistas son niños (comercio

ambulante al interior del centro comercial, pedir limosnas, etc.), lo que requiere la

coordinación, y posterior derivación, con instituciones públicas y municipales. Pero, en el caso

de los jóvenes, también compete a las políticas de erradicación del consumo de alcohol en

menores de edad, cuestión que, como vimos, pasa a ser uno de los principales elementos

presentes en los ritos de sociabilidad juvenil. Todo lo anterior con la pretensión obvia, y

explícitamente declarada, de guardar la atmósfera serena y controlada, carente de cualquier

contingencia, que todo centro comercial necesita generar.

“Cuando llegas a esas situaciones te empiezas a dar cuenta por ejemplo que hay

un local que está vendiéndole alcohol a menores, entonces eso, atacas a través

de este levantamiento atacas el problema de raíz, lo hablas con el operador, con

el administrador, entonces se elimina el tema de la venta de alcohol a menores y

la verdad que se elimina el problema; pero nos interesa que estos jóvenes que

vayan, que lo pasen bien, que convivan con el resto de las personas que están

yendo allá como en cualquier lado, somos un espacio privado de uso público,

por lo tanto aquí no vamos a sacar a nadie, pero estamos buscando soluciones,

81

como te digo, creativas y socialmente responsables para evitar que estas

situaciones generen un sentimiento de inseguridad en el resto de las personas,

en los operadores y en los clientes” (Ricardo Unda, Gerente de Malls. Mall

Plaza)

Según nos señaló una profesional del equipo de Responsabilidad Social Empresarial,

los principales nexos establecidos para atenuar el impacto adolescente en el mall han sido con

CONACE y sus políticas de prevención de drogas. No obstante, creemos que, considerando la

naturaleza escurridiza del grupo social en cuestión, no se han logrado los resultados afirmados

por el administrador del mall; aún cuando, desde los locales de comida del centro comercial, se

haya eliminado totalmente la venta de alcohol a menores de edad.

La provisión externa de bebidas alcohólicas y, como señalamos, su consumo al interior

del mall, invita a trascender el análisis de esa problemática desde la simple limitación de la

oferta. Las borracheras parecen ser un acto más del conjunto de acciones promovidas por las

motivaciones sociales de ciertos adolescentes que, mediante sus prácticas socioespaciales,

impugnan la autoridad del mall.

Que la mano sea estar escondido de los guardias, que se tenga la disposición para pasar

largas horas evadiéndolo o, inclusive, retornar sin reparos una vez que han sido expulsados,

demuestra tanto el profundo conocimiento que muchos adolescentes tienen de Mall Plaza

Vespucio como su importancia en la generación de identidades grupales. Una mirada desde los

actores sociales, ahora como grupo de intereses que se enfrentan a otros, permite

aproximarnos de mejor forma en cómo la disputa identitaria es también una disputa espacial.

2. La autopercepción usuaria de los adolescentes: las distinciones sociales y espaciales

Las prácticas socioespaciales descritas anteriormente se explican, en gran parte, por la

consideración pública de Plaza Vespucio, y por la capacidad instaurada desde los adolescentes

por transformar un espacio de consumo en un lugar de interacciones sociales significativas

para ellos. En ese cometido, la autopercepción que hacen los grupos de jóvenes –y con ello su

construcción identitaria – está siempre basada en distinciones de carácter oposicional de dos

82

índoles: sociocultural (“soy esto porque no soy lo otro”) y espacial (“soy esto porque estoy

aquí y no allá”)18.

Antes de avanzar al respecto conviene hacer un breve paréntesis, en parte ya explicado:

¿qué hay de las prácticas de consumo en la construcción identitaria? De acuerdo a lo que

hemos estado señalando, el consumo ocupa un lugar secundario en el discurso adolescente si

se trata de ahondar en las interacciones sociales que se generan en el mall, pues más bien se

relaciona con la adquisición de comidas y bebidas que amenizan el encuentro social. Al

contrario, se va de compras con los padres o la familia, produciendo una distinción radical entre

ambas visitas, en parte explicado por el pudor que provoca ser el observado en un paseo

familiar por la nueva plaza pública.

“- vai caminando y es como ‘ay, está con sus papás, no sale sola’, y es como

oh…- y además que no sé, por ejemplo uno ya, ve a alguien y tu mamá empieza

como “hola como estai’, y la cuestión, y ‘llévalo a tomar once’” (Sol, 14 años).

Probablemente, la vergüenza que genera una situación como las indicadas por nuestra

colaboradora tienen relación con la independencia aparente que produce el grupo de adolescentes

en su desempeño en Plaza Vespucio; sería, por lo menos sospechoso para uno de sus

miembros, que mientras un día dispute el uso del espacio con la administración del mall y

reafirme su rol dentro de la agrupación, al otro día concurra como un hijo menor de edad

totalmente dependiente de sus padres.

Pero bien, retomando nuestro punto, debemos precisar que no es Plaza Vespucio el

escenario de consumo simbólico, sino más bien un espacio que lo enfrenta geográficamente

que, según veremos posteriormente, forma parte del mismo circuito social y de consumo de

los adolescentes: el paseo El Cabildo (plano 3). Ubicado al costado sur del acceso a la Estación

Bellavista de La Florida, gracias a su feria artesanal, la mayoría de quienes se autodefinen

pokemones señalan proveerse de indumentaria específica de su estilo allí.

Aunque en algún momento hubo una tienda pokemona en el bulevar subterráneo que

conecta Plaza Vespucio con el metro, los entrevistados aseguraron que su clausura se debió a la

baja rentabilidad que tenía. Comprar en la feria artesanal, pero interactuar socialmente en el

centro comercial, es otro punto a favor en nuestra lectura de social más que económica de Plaza

Vespucio (por lo menos, para varios grupos de jóvenes) 18 Una tabla resumen de dichas distinciones se presenta en la página 86.

83

a. Somos lo que somos porque no somos ellos

Como hemos dejado vislumbrar, la gran mayoría de los adolescentes que aportaron a

nuestro estudio se definían como pokemones. Otros tantos dijeron ser flaites y, los menos, no se

identificaron con ningún grupo en especial. Aún así, lo interesante es que, independiente de su

afiliación, todos reconocían la presencia de diversas tribus urbanas dentro de la totalidad de

adolescentes que frecuentaban el mall y sus alrededores.

La explosión de tribus urbanas es un fenómeno propio de los noventa, y su tratamiento

mediático ha aumentado conforme sus expresiones cobren mayor presencia en los espacios

públicos. Con similares prácticas, ritos y formas de organizarse, estas nuevas agrupaciones dan

cuenta de las profundas transformaciones culturales de un segmento etario que, olvidando los

Plano 3. Paseo El Cabildo (en rojo) frente a Mall Plaza Vespucio. Elaborado por Liliana De Simone. Escala 1:5000.

84

proyectos de transformación social que los movilizaron décadas atrás, basarían su construcción

identitaria en el consumo cultural de determinados bienes y símbolos (Matus, 2000).

Cualitativamente importante en nuestra investigación fueron los pokemones y sus teams

(grupos o piños del estilo), considerando su despliegue socioespacial, los juicios de los

entrevistados no adscritos a ninguna tribu urbana y los relatos comentados por profesionales

de Responsabilidad Social Empresarial de Mall Plaza. No obstante, mediante la mirada general

que hacemos desde todos los relatos obtenidos, podemos ser capaces de distinguir otros

significativos para los adolescentes del mall que, más allá que pertenezcan o no a una tribu

urbana, les permite establecer su posición identitaria dentro de Mall Plaza Vespucio.

El que ya hemos mencionado, es el guardia y su concepción autoritaria que ronda entre

las narrativas adolescentes. El guardia es el paco (Carabinero) de la plaza; en consecuencia,

según señalamos, la contienda contra él es siempre desequilibrada ya que, considerando las

facultades de control que tiene, puede ejercer su poder en todo momento y en todo lugar. La

diferencia con él, por tanto, está dada en las distintas capacidades por imponer su voluntad o,

más bien, la voluntad de los administradores y dueños del centro comercial. Aún así, como

queriendo obviar esa importante distinción, para los jóvenes el guardia es el mall, cuestión que

concita el interés reconocido por conocerlo y estudiarlo; interés que, por cierto, parece

igualmente recíproco.

Justamente, en este aprendizaje cotidiano los adolescentes han aprendido a situar

distintos grados de represión conforme se practiquen distintos espacios del mall,

permitiéndoles evaluar diferenciadamente las posibilidades de ser controlados. Del mismo

modo, han podido notar un reconocimiento mutuo entre persecutor y perseguido, lo que

pareciera matizar la vehemencia con que los guardias actúan.

Ya en la disputa entre iguales (en términos etarios y de atribuciones respecto al mall), el

flaite es tal vez el segundo grupo de individuos mayormente cuestionado por los jóvenes. Tanto

así que, como agente externo que progresivamente se ha instalado en el Mall Plaza Vespucio,

serían uno de los principales responsables de los juicios negativos sobre dicho centro

comercial. Más que profundizar sobre aquello, fenómeno que abordaremos más abajo, ahora

nos preocupa sobre todo cómo su presencia permite establecer diferencias identitarias entre los

adolescentes.

Hablar sobre los flaites invoca siempre argumentos de alto contendido clasista. Más que

referir a un ladrón propiamente tal, refiere a un joven abastecido de atuendos (bastante caros

85

por lo demás) y estética al estilo reggaeton: ropa deportiva de buenas marcas (Adidas, Puma,

Nike), zapatillas modelo Nike Shox, Bling Bling (joyas colgadas del cuello) y corte de pelo

sopaipilla. Ahora bien, a pesar de su ostentación material, dijeron los entrevistados, su

desempeño muchas veces agresivo y su precariedad en el uso del lenguaje acusaban su

extracción poblacional.

Tal construcción simbólica del flaite está hecha en base a una distinción

socioeconómica; si la comprensión del guardia se hacía desde una distinción de autoridad, para

el flaite se utilizan criterios puramente de clase. Así, sólo algunas áreas de la ciudad serían

capaces de proveer flaites (entendidos, paradójicamente, como una tribu urbana) al resto de

Santiago, en contraposición con otros sectores donde el adolescente dispondría de distintas

agrupaciones juveniles para pertenecer. La estigmatización del flaite se aprecia, incluso, en

aquellos autodefinidos como tal, en una suerte de extensión sin fronteras de sus atributos a

todo un barrio popular. Así lo esbozó una entrevistada que, proviniendo desde la población

San Gregorio (La Granja), me señaló: “[en San Gregorio] hay puros flaites; sí, porque aquí los…

un emo que se vaya a vivir a la población así, no creo que podría vivir ahí”.

Más allá de los efectos de los flaites hacia el mall o hacia los otros adolescentes, lo cierto

es que su presencia en Mall Plaza Vespucio nos habla de las amplias opciones de convergencia

de distintas clases sociales en un mismo espacio. Para la comprensión de sus pares de clase alta,

los pelolais, las operaciones discursivas son básicamente las mismas: se adscriben a ellos quienes

tengan ciertas disposiciones estéticas y provengas de determinadas zonas de la ciudad,

cuestionando, desde nuestro punto de vista, su análisis como simples grupos de interés o tribus

urbanas. Sin embargo, en opinión de nuestros informantes, su cometido está mucho menos

asociado a Mall Plaza Vespucio que a centros comerciales del barrio alto.

El tercer y último grupo reconocido fueron los punks quienes, según observamos, se

mueven mayormente por las inmediaciones del centro comercial (paseo El Cabildo), pero

pocas veces en su interior. Aún así, las disputas se dan sin tregua básicamente con pokemones,

toda vez que las distinciones ya no sean por posiciones de autoridad ni de clase, sino político-

ideológica.

“A veces igual hemos tenido ataos con los punkys u otras cuestiones, porque

claro, a ellos no les gusta la ideología que… es que [al] ser Pokemón, igual

todos nos ven como más liberales; nosotros somos más liberales, más

carreteros, más jugosos.

86

¿En qué sentido más liberales?

Nos expresamos de otra forma, por ejemplo andar de la mano con la amiga”

(Laura, 15 años).

La cita anterior permite desde ya abrir el debate respecto al mall como espacio de

expresión de distintas tendencias sexuales. En ese contexto, los pokemones dijeron sufrir la

discriminación no tanto de guardias como de flaites o punks. Respecto a estos últimos, es

probable que su opción por no utilizar las instalaciones del mall sea expresión directa de su

matriz ideológica. Pero, según dijimos, su ubicación no está lo suficientemente lejos como para

evitar la confrontación con otros. De hecho, tal cual clarificaremos más adelante, el paseo El

Cabildo y el mall forman parte del mismo circuito adolescente, denominado genéricamente el

14. En ese sentido, la proximidad espacial o, mejor dicho, la convergencia en un mismo

espacio de grupos social o ideológicamente diversos, es la condición necesaria para su disputa.

b. Somos lo que somos porque ocupamos un lugar dentro del mall

Un segundo mecanismo identificador habitualmente usado por los adolescentes, es la

asociación espacial de las distintas agrupaciones juveniles que deambulan por el mall. Su

expresión discursiva no resulta baladí, pues, sorpresivamente para nosotros, en el afán por

detallarnos las tribus urbanas presentes en Mall Plaza Vespucio, la mayoría de las veces el

relato comenzaba indicando la ubicación espacial del grupo descrito; por ejemplo, consultado

sobre los punks, antes de indicar su estética o disposición ideológica, señalaban su

posicionamiento geográfico en el Paradero 14 (ver ubicación de grupos adolescentes en imagen

satelital 1; para asociarlos a los espacios internos del mall, ver plano de 2009 en sección 3. de

Anexos ).

Consecuentemente, si en el punto anterior el principio de diferenciación como medio

de comprensión del otro estaba dado en términos de autoridad, clase social o ideología, ahora

la distinción espacial otorga claves de comprensión del entorno y reafirmación de las

identidades grupales. Con ello, la construcción identitaria ya no pasa sólo por el consumo

simbólico de bienes ni la ritualización de ciertas prácticas, sino también por la posesión de un

determinado espacio en y al rededor del mall; tanto así, que algunos teams pokemones aseguraron

haberse formado bajo el alero de Plaza Vespucio y las distintas zonas en su interior.

87

Ahora bien, como nueva plaza pública, Las Terrazas de Plaza Vespucio resultó ser un

lugar cualitativamente importante para pokemones y flaites, no tanto por haberse convertido en

escenario íntimo de interacciones sociales, sino más bien por dejar abierta la posibilidad de que

ambos grupos se reconozcan mutuamente. Por ello, un entrevistado pokemón me señaló que en

el centro comercial “los flaites están por todos lados”, quizá queriendo decir que su presencia se

ha incrementado en las zonas tradicionalmente ocupados por ellos.

En ese encuentro intergrupal, algunas veces las disputas previamente generadas

cobraron vida en reyertas al interior del mall, con el consecuente “exilio” de Plaza Vespucio (y

sobre todo de Las Terrazas) de los vencidos.

“[una vez] el team de nosotros le pegó al team de ellos, y hombres de nosotros

le pegaron a mujeres de ellos… [y ellos tenían] como lazos con los flaites,

entonces después nos querían pegar y tuvimos que dejar un tiempo de venir al

mall, acá a las Terrazas” (Ricardo, 16 años).

La expulsión suscitada por otra agrupación de adolescentes contiene muchas más

implicancias que la efectuada por los sistemas de control del mall pues, en los cuadros

derrotados, no reafirman liderazgos ni se proporciona prestigio colectivo. Más bien, guardando

las proporciones de la analogía, sería como un destierro político, toda vez que el espacio físico

y social mediante el cual se construye un proyecto –en este caso, claro está, no político sino

identitario – es tomado por la fuerza por un otro significativo para las víctimas.

Y es que, para los entrevistados, la relevancia social y cultural de Mall Plaza Vespucio –

social porque permite generar interacciones sociales, y cultural pues es un lugar donde se

constituir identidades y enfrentarlas a otras – es de tal magnitud, que su ocupación enfrenta,

incluso, criterios de racionalidad económica, si consideramos: las distancias implicadas para

llegar, teniendo muchas veces otros shopping centers más cerca del hogar de los adolescentes;

el tiempo gastado durante las horas de vagabundeo dentro del mall; o las incomodidades que

suscita un espacio la mayor de las veces híper-poblado, más aún si, a menos de un kilómetro,

hay otro centro comercial radicalmente menos concurrido.

Todo eso nos obliga a desarrollar un tercer punto en nuestra caracterización de las

prácticas socioespaciales de adolescentes dentro de Mall Plaza Vespucio, el cual refiere a su

construcción discursiva en torno al mall y su valorizado rol de nuevo espacio público.

88

CLAVES DE COMPRENSIÓN SOCIO-ESPACIAL DE MALL PLAZA VESPUCIO Distinciones Otros Clase de distinción

Guardias Autoridad Flaites Socioeconómica (experiencial) Pelolais Socioeconómica (imaginaria) Punks Político-ideológica

Socio-culturales

Pokemones Valórica Grupo adolescente Área del mall usada

Pokemones Las Terrazas y Aires Flaites Las Terrazas Punks Paseo El Cabildo Espaciales

Skaters Estacionamientos Tabla 1. Distinciones socioculturales y espaciales de los entrevistados.

3. El discurso adolescente sobre Plaza Vespucio

En virtud del ejercicio descriptivo que hemos realizado hasta el momento, mediante el

que hemos caracterizado prácticas socioespaciales y percepciones subjetivas sobre el

desempeño grupal de los adolescentes en el mall, parece poco arriesgado enfatizar el carácter

público de Plaza Vespucio en cuanto a la diversidad de actores ahí presentes y las interacciones

que estos generan. Esto último, sobre todo si pensamos en las resistencias espaciales de los

Imagen Satelital 1. Localización de agrupaciones adolescentes en Paradero 14.

Skaters Punks

Pokemones Flaites

89

agentes entrevistados y su afán por alterar, con mayores o menores grados de conciencia, las

lógicas hegemónicas de uso y apropiación del espacio; disputa en la que intervienen no sólo los

administradores del mall, sino también otros grupos juveniles o tribus urbanas.

A pesar de haber dedicado ya varias páginas a la exposición de los datos obtenidos en

el trabajo de campo, creemos necesario realizar una última consideración referido a las

significaciones que nuestros informantes realizan sobre Mall Plaza Vespucio. Si en los dos

puntos anteriores habíamos hablado de prácticas socioespaciales, interacciones sociales y

generación de identidades basadas en distintos principios de diferenciación, ahora debemos

explorar en la malla simbólica que, expresada discursivamente, los adolescentes han construido

sobre este centro comercial de Santiago. Con ello seremos capaces de identificar todos aquellos

aspectos que, ausentes o minusvalorados en otros espacios urbanos y malls de la ciudad,

otorgan cualidades altamente valoradas por la concurrencia juvenil.

a. Todo aquí y poco allá

Tal cual estuviesen parafraseando a los desarrolladores de Plaza Vespucio, las primeras

impresiones aportadas por los entrevistados respecto al centro comercial, entraban en relación

directa con la aglomeración de una multiplicidad de elementos provistos en un solo lugar.

Permítasenos mostrar un pedazo de las conversaciones que tuvimos con los adolescentes

donde, luego de hacer una pregunta inicial, vino una avalancha de opiniones positivas sobre las

virtudes de nuestro centro comercial.

“¿qué opinan sobre este mall?

- Es como la salvación de todos. (Laura, 15 años)

- Tiene todo, tiene el supermercado pa’ comprar lo que querai… tiene todo

para divertirse, si querí al Fullcenter o estacionamientos. (Ricardo, 16 años)

- Es que como que lo tiene todo (Silvia, 14 años)”

Otro entrevistado me diría, en una visita posterior, que Mall Plaza Vespucio estaba

mejor posicionado que sus pares por “ser más completo” que el resto. ¿En qué sentido si,

sabemos, los adolescentes no tienen una capacidad de consumo tan desarrollada como para

emitir juicios económicos de ese calibre? Dejando concientemente inconclusa esta

interrogante, podemos asegurar que gran parte de las valoraciones juveniles sobre este centro

90

comercial ocupan, en un primer orden, fundamentos materiales en la medida en que el

contexto del mall congregue aspectos tangibles útiles para sus fines: bienes y servicios de cierto

carácter, espacio físico para reuniones sociales y buena accesibilidad.

¿Eso es suficiente? Ciertamente no, pues, muchos centros comerciales –algunos muy

próximos a Plaza Vespucio – comparten esas cualidades, mas no logran capitalizar las

motivaciones sociales de los adolescentes en la medida que lo hace nuestro escenario de

estudio. Así, y como parte de un segundo orden de cosas, la dimensión material se torna

relevante según sea capaz de concertar una multitud visitante de actores y, con ello, entregar

mayores posibilidades de encuentro e interacción social a los adolescentes.

Es precisamente este último componente el que otorga una diferencia cualitativamente

distinta a la experiencia de Mall Plaza Vespucio frente a la de otros de su mismo tipo pues, aún

teniendo similares contextos materiales, se piensan carentes de las condiciones óptimas de

sociabilidad. En esa operación discursiva, Florida Center, a la sazón el más cercano competidor

de Mall Plaza Vespucio, y Plaza Tobalaba unificaron todos aquellos aspectos experiencialmente

conocidos que, en último término, complotan la presencia social de los adolescentes.

“El [Mall Plaza] Tobalaba queda más cerca de mi casa… [Pero] es como que

hay menos gente y es fome… Llegai y está lleno de viejitos.” (Alberto, 15 años)

“- Como que el [mall] del 14 es el más grande de todos, [pero] el Florida

Center es para andar en familia igual y es más caro - Como que acá [en Plaza

Vespucio] podís mirar así… es como para venir entre amigos.” (Sol y Camila,

14 y 15 años).

Con las citas anteriores podemos extraer importantes conclusiones asociadas a las

creaciones discursivas generadas para explicar la presencia en el mall. La primera de ellas es que

la accesibilidad como aspecto material, por sí misma, claramente adquiere relevancia secundaria

en las razones para concurrir a Plaza Vespucio, toda vez que muchos jóvenes prefieren llegar

este mall aún teniendo otros más cerca.

La segunda es que, en tanto justificación de la primacía subjetiva del mall del 14,

muchas veces se esgrimen razones materiales (económicas), tales como asegurar que “el otro es

más caro”. Sin embargo, creemos que dichas apreciaciones no tienen asidero pues, en vista de

lo que dijeron consumir nuestros informantes (comida rápida, helados, bebidas), la diferencia

de precios no es tal pues éstos son estandarizados por los restoranes, independiente de su

91

localización. Igualmente, según señalamos más arriba, cuesta imaginar que un adolescente,

menos ocupado de la economía doméstica que de merodear por el mall, pueda analizar

comparativamente los precios de determinados productos, teniendo en cuenta lo exiguo de su

consumo.

Como era esperable, también existieron críticas manifiestas sobre Mall Plaza Vespucio

que, en el transcurso de este capítulo, hemos expuesto y que se relacionan con aquellos

aspectos que, al igual que los juicios sobre otros centros comerciales, son potenciales amenazas

a los intereses adolescentes. Explícitamente, éstas concuerdan con la idea –generalizada entre

ellos – que Plaza Vespucio congrega más flaites que antes. Cierto o no, dicha creencia abre el

camino en dos direcciones: una para diferenciar socialmente a este centro comercial con los del

barrio alto; y otro para elevar su carácter de plaza pública. Veamos dos citas al respecto:

“Es que como que son diferentes ondas igual los chiquillos allá [en los malls del

barrio alto]” (Axel, 16 años).

“Allá es como otro ambiente, porque allá son todos más lais [esto es, de mayor

nivel socioeconómico]. Igual es más bacán ir pa’ allá [porque] acá son todos

flaites” (Claudia, 15 años).

Asumiendo básicamente distinciones de clase entre Plaza Vespucio y los centros

comerciales ubicados en el cono de alta renta (cuyo paradigma, por lo menos entre los

entrevistados, era Parque Arauco), las concepciones sobre sus prácticas internas también eran

imaginadas de modo radicalmente distinto a lo que ocurre en su mall; imaginadas, ya que pocas

veces estuvieron construidas experiencialmente, sino más bien en base estereotipos de lo que

deben ser las interacciones sociales dentro de un mall cuico: más fomes, con menos ambiente,

excesivamente tranquilos y mayormente inclinados a discriminar a jóvenes cuyo origen se aleje

de los barrios acomodados.

En ese sentido, ahora retomando la problemática flaite, la experiencia de la diversidad

juvenil es altamente valorada por los adolescentes: aunque haya flaites por doquier, Mall Plaza

Vespucio permite idealmente la interacción y reconocimiento con los otros en una atmósfera

dinámica, caótica y dispuesta a aceptar una multiplicidad de agentes, cual si fuese una plaza

pública. Todo lo anterior, aún cuando existan mecanismos de control dentro del mall que,

según hemos dicho, son perfectamente manejables por el conocimiento de la vida cotidiana.

Con ello, es posible pensar la generación de fuertes lazos emocionales con un espacio que ha

92

sido fuertemente significado a lo largo de su historia de vida, incluso antes de concurrir en

calidad de tribu urbana o grupo adolescente: para ellos, el mall siempre estuvo allí.

“No tenemos idea las razones [por las que venimos a Plaza Vespucio]; es que el

team nació acá y uno trata de sacarlo, porque hemos ido al [Mall Paseo] Quilín,

al Florida [Center], pero siempre terminamos acá” (Laura, 15 años).

Con la naturalización del mall no se cuestiona la pertinencia de ese escenario en el

establecimiento de las relaciones sociales. Más todavía: cuando la mera posibilidad de

cambiarlo por otro fracasa en el intento o su concurrencia resulta poco razonable, se elevan

justificaciones materiales (“el otro mall es más caro”) o imaginarias (“en ese centro comercial

deben discriminar más; como hay más adultos, debe ser más aburrido”) que, más o menos

alejadas de la realidad, se sostienen grupalmente para afianzar la presencia en un determinado

lugar.

Ahora bien, si ese lugar cualitativamente importante para los adolescentes resulta ser un

centro comercial, en términos discursivos ¿serán subestimados los espacios públicos

tradicionales, en aparente tensión histórica ante su par privatizado?

b. El mall frente a los espacios públicos tradicionales

Según vimos en el marco conceptual de esta investigación, gran parte de las discusiones

académicas en torno a las implicancias del mall nacen de un diagnóstico donde, mientras la

ciudad se privatiza, los espacios públicos pierden su importancia en la organización de la vida

urbana. Desde allí, el éxito de los espacios post-públicos como los shopping centers, estaría en

directa relación al retroceso de sus antecesores. La seguridad, en ese marco, sería uno de los

principales elementos a favor de una ciudadanía cada vez más reticente a usar las calles y

plazas, desprovistas ya de los mecanismos para amilanar los riesgos y contingencias de la

ciudad.

“Acá es mejor porque [El Paseo El] Cabildo es más peligroso, porque siempre

nos quieren como… asaltar […] igual que en otros lados, como el Parque La

Bandera de San Ramón” (Daniel, 16 años).

93

No alejado de esta definición, uno de los principales aspectos rescatados por los

adolescentes son las posibilidades establecer sus interacciones sociales en contextos de mayor

seguridad que otros espacios de la ciudad. Subrayamos el calificativo mayor pues, según hemos

visto, para los entrevistados la presencia de grupos denominados flaites tensionan la atmósfera

del centro comercial.

La seguridad, no obstante, es un aspecto con dimensiones positivas y negativas:

aunque, efectivamente, sus dispositivos mejoran considerablemente las valoraciones sobre el

mall como instancia de encuentro al reducir los riesgos a ser victimizado, al mismo tiempo

limitan la espontaneidad de las interacciones mediante el control de las prácticas

socioespaciales. No por nada, los otros significativos de los adolescentes son los flaites y los

guardias: los primeros como potenciales agentes victimizadores y los segundos como actuales

agentes represores.

En ese sentido, a pesar de concentrar riesgos en sus usos, los espacios públicos

tradicionales no son desechados por completo, en la medida que otorguen grados de libertad

mayores que el mall. Así, plazas y calles no desaparecen del discurso adolescente, sobre todo si

se trata de interactuar durante en circunstancias que el mall no lo permite. Por esto podemos

comprender a cabalidad una cita expuesta más arriba (punto 1. c. de este capítulo), en la cual

un informante nos dijo que el refugio final de los hostigamientos sufridas era el paseo El

Cabildo, a la sazón el espacio público tradicional del Paradero 14.

Hasta ahora, consecuentes con los objetivos investigativos, hemos delimitado la

presentación de datos a lo que ocurre dentro los límites de Mall Plaza Vespucio. Pero,

concientes del carácter cualitativo de nuestro trabajo, fuimos obligados a ampliar la mirada,

aunque sea en menor profundidad, a las dinámicas del espacio público recién mencionado.

Respecto a él, someramente, hemos señalado que algunas agrupaciones juveniles (punks) lo

prefieren por sobre el mall y, aunque no utilizan el centro comercial con la intensidad de otras

tribus urbanas, no en pocas ocasiones recurren a él, generando importantes efectos sus

usuarios adolescentes.

Con su feria artesanal – lugar predilecto para el consumo cultural de pokemones –,

vendedores ambulantes, supermercados, gitanas, áreas verdes un tanto descuidadas y la casona

municipal, el paseo peatonal El Cabildo es el espacio público con mayor intensidad en el uso

adolescente en las afueras del mall. En tanto espacio de consumo de bienes simbólicamente

importantes para los adolescentes, punto de encuentro de quienes vienen de distintas latitudes

94

y refugio momentáneo de los expatriados del centro comercial, creemos que El Cabildo y Mall

Plaza Vespucio funcionan integradamente como un gran espacio de interacciones sociales para

los jóvenes.

Así, más que competir, ambos escenarios se complementan virtuosamente formando lo

que genéricamente se denomina el Paradero 14. Por este motivo, gran parte de los agentes

consultados refería menos a Plaza Vespucio que al 14 para describir el escenario físico-social

principal que albergaba sus prácticas: “donde sea que nos juntemos, siempre vamos a terminar

en el 14” me señaló una informante que, siendo entrevistada al interior del mall, pocas veces

comprendió ese lugar como un emprendimiento privado con fines de consumo.

De modo que, como un hito urbano, este punto habla del acople de un espacio privado

sobre otro público que no ha disminuido su intensidad e importancia, por lo menos

discursivamente, en el imaginario de los quienes lo usan. Descartado el retroceso de los

espacios públicos circundantes del mall, nos queda por presentar el análisis de los datos

empíricos presentados en este capítulo bajo la luz de los lineamientos conceptuales

previamente desarrollados y, con ello, responder a las hipótesis teóricamente generadas.

95

X. Hacia la comprensión de un espacio privatizado en su función pública

La transformación de los espacios públicos, su privatización o acaecimiento desde un

modelo de urbanización descrito por Gorelik (2004) como “la ciudad de los negocios”, plantea

dudas teóricas sobre los principios modernos que históricamente se le han atribuido. En ese

marco de análisis, el mall latinoamericano sería, al mismo tiempo, metáfora de una sociedad

individualizada eminentemente orientada al consumo y expresión material de una ciudad

organizada por el mercado.

En Chile podemos pensar dicho proceso en forma radicalizada, en virtud de las

profundas y pioneras reformas estructurales de corte liberal iniciadas durante los 70’s. A pesar

del comienzo dubitativo de Parque Arauco en 1982, ciertamente producto de la gran crisis

económica que se vivía en aquellos años, hacia fines de la dictadura militar la sociedad chilena

estaba bastante familiarizada con la nueva racionalidad imperante.

El consumo, con una masividad nunca antes vista gracias al sistema crediticio, extendió

descomunalmente las concepciones ideológicas del mercado y sus promesas de integración

social. Al mismo tiempo, los nuevos centros comerciales utilizaban tal escenario para

emprender apuestas totalmente contrarias, en términos de localización y composición

socioeconómica de los habitantes, a la de sus predecesores, teniendo a Mall Plaza Vespucio su

paradigma.

Previamente, hemos señalado que en el éxito de este mall en particular contamos una

acción conjugada entre factores urbanos –transporte público expeditos y el bajo precio de

suelo en sectores de ingreso mixto – y sociales, como la homogeneidad racial del país y las

bajas tasas de inseguridad ciudadana (Salcedo 2003a, 2003b). Dichas categorías nos hablan de

variables coyunturales propicias para el desarrollo fructífero de un centro comercial, mas no

refieren las disposiciones socioculturales que estructuraron las valoraciones ciudadanas sobre el

mall.

Según dijimos en el marco conceptual, en su teoría del habitus, Pierre Bourdieu (1991,

2006) entiende por el “campo” una red de relaciones objetivas entre distintas posiciones, que

definen su existencia y las determinaciones que imponen a sus ocupantes (agentes o

instituciones) de acuerdo a la distribución de los distintos tipos de capital que estos posean.

Extrapolando su análisis a la ciudad, podemos pensar la constitución de un campo urbano

desde la relación entre distintos agentes que, ejerciendo diferenciadamente poderes

96

económicos, culturales, políticos y simbólicos, han dibujado la ciudad y, con ello, determinada

clases de conductas y percepciones sobre los espacios urbanos.

En la misma idea de disputa en la construcción de la ciudad, Delgado (1999) ha

argumentado que en ella intervienen dos tipos de discursos: el de los planificadores y el de la

sociedad, ésta última como fuente de una sociabilidad en constante estructuración (urbs) que,

enfrentada al poder político que busca estructurarla (polis), cobra expresión en los espacios

públicos. Sin embargo, poco se dice de las asimetrías existentes en el ejercicio del poder de la

polis sobre la urbs, ni menos la manera en que las concepciones hegemónicas de la ciudad, de

sus instituciones y sus formas de organización son internalizadas por sociedad urbana.

En ese sentido, a la naturalización y total aceptación ciudadana del centro comercial ya

descritas en trabajos recientes (Cáceres y De Simone, 2010; Salcedo y Stillerman, 2010)

sumamos nuestra lectura teórica considerándola parte del habitus propio de agentes socializados

por varias décadas bajo la ciudad de los negocios. El desenvolvimiento de sus prácticas

socioespaciales (en o sobre al mall) serían, de este modo, menos “racionales” (como los

teóricos liberales o desarrolladores de malls pudieran pensar) que razonables o de sentido

común. Mismo hecho que, en los adolescentes, lleva a concebirlo como una parcialidad urbana

conjugada con otros espacios de la ciudad, no cuestionando su uso bajo oposiciones teóricas

del tipo: espacio público tradicional/espacio post-público; espacio público/espacio privado; o

calles y plazas/centros comerciales.

Además de estas reflexiones, las consideraciones político-urbanas deben ser incluidas

mientras sean capaces de revestir de mayor entendimiento el proceso por el cual Mall Plaza

Vespucio ha adquirido la relevancia académica y sociocultural que hemos defendido durante

este trabajo. Específicamente, hablamos del “proyecto Paza Vespucio” descrito en el capítulo

VII. y la pareja estratégica, formada por desarrolladores privados del ámbito comercial y

habitacional, que se hicieron cargo de distintas dimensiones de la nueva modernidad privada

que llegaba al sur-oriente de Santiago: mientras los primeros, basando su existencia en la

ausencia del Estado dotaron de una serie de servicios en basto sector de la ciudad, los

segundos prometieron consolidar identitariamente a una clase media que, inspirada en el viejo

sueño suburbano, buscaron en La Florida la materialización de su proyecto vital.

Explicitados aquellos condicionantes socioculturales, políticos y urbanos que

abordaron el proyecto Mall Plaza Vespucio y las disposiciones ciudadanas que propiciaron su

éxito, nos toca ahondar en la función social de su propósito transformador – ya imaginados

97

desde el comienzo de su empresa – mediante la contrastación de las hipótesis señaladas al

inicio de este trabajo. Con ello, daremos pie a la lectura teórica de los datos empíricos

presentados en el capítulo anterior, en base a las dimensiones contenidas en cada una de las

hipótesis.

1. Pese a su condición de compradores potenciales, los administradores del Mall Plaza Vespucio hostigan a los

jóvenes que lo visitan, pues sus prácticas socioespaciales les resultan disruptivas tanto a ellos como a sus usuarios

adultos. Considerando las descripciones realizadas previamente, ciertamente las prácticas

socioespaciales no resultan inocuas a la atmósfera del mall. No obstante, la disrupción

provocada, de acuerdo al discurso adolescente, altera menos las lógicas de uso de adultos que

las promovidas por los administradores del centro comercial. En este proceso, el otro

significativo es el guardia y el aparataje de seguridad que lo rodea, a quien se le disputa su

autoridad para fortalecer lazos grupales y liderazgos individuales. Probablemente, en una

consulta investigativa cuyo sujeto de estudio sean los jefes de hogar que llegan hasta Mall Plaza

Vespucio, podríamos obtener juicios acordes al disgusto adulto provocado por las disrupciones

adolescentes. No obstante, para las identidades juveniles y sus procesos de construcción, la

presencia de los mayores no se vuelve significativa, como sí ocurre con el cometido de guardias

y otros grupos adolescentes.

Conceptualmente, desde la teoría marxista de Gramsci (2004) toda práctica involucra

un proceso revolucionario y transformador de las concepciones hegemónicas. En el ámbito

espacial, éstas remitirían a la naturalización de la dominación mediante determinadas formas de

uso y apropiación (Salcedo, 2002) que pueden subvertirse desde la praxis o capacidad creadora

generada por la experiencia urbana (Mongin, 2006). En la ciudad moderna, por ende, la

práctica implica la discusión de los principios del urbanismo que intentan estructurar la

sociedad urbana.

La matriz de análisis de Bourdieu de la que ya hemos anticipado algo en este capítulo,

indica que las prácticas emergen de un habitus particular generado en la estructura de relaciones

objetivas que llama campo. Suprimida las visiones accionalistas y estructuralista de las prácticas,

podemos considerar su ejecución desde dos dimensiones que se retroalimentan: una

condicionada a los contextos sociales de su producción, y otra que los alimenta permitiendo su

constitución.

En esa dirección, las prácticas adolescentes en Mall Plaza Vespucio y las disrupciones

generadas responden a determinantes sociohistóricas donde el mall, aparte de calles y plazas,

98

ha construido una instancia nueva de sociabilidad de la juventud. Su naturalización ha llevado a

desarrollar prácticas sociales, ciertamente observables en otros espacios urbanos, dentro de sus

fronteras. En palabras de Salcedo y Stillerman (2010) sería una “transposición” de prácticas

provenientes de las instancias públicas de encuentro hacia el mall. Sin embargo, creemos que

dicho proceso –que claramente asume una historicidad en su desarrollo – carece de validez

explicativa al despojar de las prácticas todas sus condicionantes sociales e históricas.

Así, la transposición no es unidireccional desde los espacios públicos tradicionales

hacia los espacios privados, pues debemos considerar a los agentes urbanos (y sus prácticas)

dentro del habitus propio de la ciudad de los negocios. Como señalaba Gorelik (2004), en esta

nueva formación urbana los márgenes de la relación público/privado han sido disuelto al hacer

de lo público un objeto de negocio privado, a lo cual agregamos la consideración –

ideológicamente fundada – que el consumo (un acto eminentemente privado e individual) es el

mecanismo de integración social, toda vez que el Estado ya no pueda cumplir esa función.

Dentro de este habitus, el control de las acciones emprendidas en el mall está,

paradójicamente, igualmente interiorizado por los adolescentes. Si señalamos recién que el

centro comercial ha sido naturalizado por la sociedad urbana como escenario trascendente de

prácticas socioespaciales, la diferencia sustancial está en que, si bien pueden albergar diversos

usos, no se puede exigir los mismos derechos públicos que sobre otros espacios. El

hostigamiento, por ende, es incluido dentro del total de fenómenos con el cual lidiar en la

experiencia del mall el que, según dijimos, sostiene en buena medida los lazos sociales al

interior de los grupos reprimidos.

2. Dichas prácticas socioespaciales son observadas, subjetivamente, menos como actos de resistencia que

como acciones cotidianas a realizar en cualquier espacio público. Anteriormente, habíamos aclarado la

utilización del concepto de “resistencia” de Michel De Certeau (1984) con el fin de despojar

toda asociación de éstas con la imposición de proyectos políticos alternativos y contra-

hegemónicos. Siendo una disputa de corto alcance que altera usos y sentidos iniciales a los

espacios, claramente podemos ver resistencias en las prácticas adolescentes. No obstante, la

hipótesis no deja de verificarse, teniendo presente el discurso adolescente sobre el mall

específicamente asociado a su imaginario de plaza pública.

Desde esta perspectiva, y haciendo eco de la discusión presentada en el punto anterior

referidas a los contextos sociales que estructuran las nuevas disposiciones ciudadanas hacia el

mall, las visiones adolescentes analizadas permiten pensar su total integración a la actual

99

formación urbana. Aquí, el centro comercial se engarza material y simbólicamente entre los

paisajes de la ciudad, siendo un espacio más de socialización. No compite con el barrio, la

plaza o la escuela, sino que más bien los complementa, formando un circuito espacial de

distintas interacciones. Por lo tanto, la hipótesis se sostiene mientras observemos en Mall Plaza

Vespucio otro escenario más de socialización pública (al menos en su concurrencia) que no

elimina a sus antecesores.

No obstante, dentro del mall los usos hegemónicos de sus espacios se establecen ya no

por el resguardo de alguna clase de bien para toda la sociedad, sino basados exclusivamente en

la rentabilidad privada de sus desarrolladores. Por ende, aunque las prácticas socioespaciales de

los adolescentes pudieran parecer, a simple vista, iguales que las ejecutadas en los espacios

públicos tradicionales (“transposiciones”), el nuevo contexto social de su producción modifica

tanto su generación como los efectos que pudieran tener; lo primero, sencillamente por que su

realización está condicionada a las determinaciones exclusionarias del centro comercial que,

aún siendo empíricamente poco frecuentes en Mall Plaza Vespucio, se observan

subjetivamente como una amenaza latente que se debe atender; y lo segundo, pues la

contestación a las lógicas dominantes de uso y significación no tiene como contraparte al bien

público, sino que directamente al negocio privado.

En la constante negociación de lógicas e intereses, resaltan las dimensiones sociales en

la producción del espacio construida por Lefebvre (1991) que, correctamente, se ensartan al

análisis que hemos generado. Primero, diremos que todas las prácticas socioespaciales de

adolescentes que, materialmente, pudimos observar y describir, forman parte del espacio

percibido. Al ser esta práctica espacial generada dentro de ciertos marcos contextuales (Bourdieu

los llamaría habitus), se hace posible la reproducción del mall mediante el encuentro social y, en

menor medida, el consumo.

Según hemos ido diciendo, estas prácticas espaciales entran en conflicto con las

representaciones del espacio, a saber todas aquellas disposiciones hegemónicas que determinan

las maneras de concebirlo. El espacio concebido, en último término, otorga las matrices de sentido

para los usuarios de los shopping centers, quienes pueden reconocerlo una vez que transgreden

ciertas formas dominantes de practicarlo.

No obstante, el espacio vivido, como tercer elemento de la trialéctica de Lefebvre, nace en

el seno de la sociabilidad urbana adolescente en tanto significaciones propias de la vida social;

con ello los aspectos simbólicos que dominan el espacio son cambiados constantemente por

100

los agentes urbanos, en virtud de lo que Mongin (2006) denominaría la capacidad creadora de

la praxis.

En ese sentido, en nuestro análisis de las prácticas socioespaciales al interior del mall,

recogemos de Bourdieu la dimensión social de las prácticas desde la estructuración de un cierto

habitus socialmente constituido que, en virtud del campo que lo produce, les da un sentido

común a los agentes que las desarrollan. Con esto, ir al centro comercial para satisfacer

necesidades sociales, aún existiendo una crítica romántica sobre los efectos socioculturales de

éstos, parece un acto de sentido común en absoluto cuestionable.

Por su parte, de Lefebvre rescatamos la dimensión espacial de las prácticas –igualmente

histórica que la anterior –, toda vez que nos hablan de la construcción de todo espacio desde la

superposición de tres instancias: el espacio percibido (practicado), el espacio concebido

(hegemónico) y el espacio vivido, este último como capacidad práctica de transformar las

concepciones dominantes del mismo. Así, volviendo a las descripciones anteriores, decimos,

por ejemplo, que si el food court fue diseñado para comer permaneciendo el menor tiempo

posible, los adolescentes utilizan el mobiliario para carretear largas horas; o si los sillones de

Aires están dispuestos para acomodar al cliente de sus costosas tiendas, los pokemones poncean

sobre ellos, sin más consideración que significar un espacio desde sus expectativas sociales y

simbólicas.

3. Los adolescentes valoran positivamente al mall debido a las oportunidades de encuentro social

propiciadas en contextos que se garantiza seguridad. No menos clara fue la presentación de datos que,

al respecto, dimos sobre las valoraciones adolescentes de Plaza Vespucio. En esa descripción,

señalamos que los aspectos principalmente rescatados fueron las posibilidades de interacción

social con sus pares en contextos donde la seguridad, si bien nunca totalmente completada,

prima sobre la calle; en ella, la inseguridad refiere casi exclusivamente al hecho de ser

victimizado, y, aunque está presente al interior del mall, parece más controlable que en los

espacios públicos.

La garantía de seguridad, no obstante, incide en los menores grados de libertad en

cuanto la acción de los guardias pueda, al mismo tiempo, prevenir la comisión de delitos y

controlar las prácticas adolescentes. Al menos subjetivamente, lo segundo merece mayor

atención en la reflexión en vista de la asociación primaria hecha entre vigilancia y represión,

pasando a segundo plano el desempeño “público” de los guardias asociado a la seguridad que

entregan a los usuarios del recinto.

101

Ahora, quizá lo más significativo de esta hipótesis está en la consideración adolescente

del mall en su cometido público, a saber la capacidad de congregar a una multiplicidad de

actores en un mismo espacio. Eso, teniendo en cuenta las distinciones realizadas para pensar el

vínculo entre Mall Plaza Vespucio y otros espacios similares: mientras Florida Center o Plaza

Tobalaba, para indicar los centros comerciales conocidos experiencialmente por ellos,

concentran sólo familias y/o adultos mayores, Mall Plaza Vespucio se lo hace con una gran

cantidad de jóvenes de distintas tribus urbanas. Tiene, por tanto, más onda o ambiente acorde a

los intereses adolescentes en función del segmento, en este caso, etario que lo usa.

Similar distinción se hace para pensar los malls del barrio alto, pero, a diferencia de los

anteriores, los discursos se basan imaginariamente en lo que debiera ocurrir en un centro

comercial como Parque Arauco. Las distinciones, en este caso, son más socioeconómicas que

etarias, basando los discursos casi exclusivamente en estereotipos. Así, señalan que, al provenir

sus usuarios principalmente de la clase alta, probablemente harían del mall una instancia de

encuentro normada, controlada y sumamente reactiva ante la presencia de jóvenes de clase

media como ellos.

De modo que, aparte de la seguridad presente en todo tipo de espacio de esta clase,

Plaza Vespucio tendría dos ventajas comparativas respecto a sus contrincantes: primero, ser un

hito urbano capaz de aglomerar a un número no despreciable de adolescentes con las mismas

motivaciones sociales que nuestros entrevistados; y segundo, concentrar usuarios heterogéneos

en términos socioeconómicos, pudiendo generar un espacio que exprese la diversidad social de

la ciudad y, al mismo tiempo, sea apto para tolerar las prácticas socioespaciales que desarrollan.

Esto último, aún pensando en la arremetida flaite que, se dice, estaría transformando

negativamente al centro comercial. Independiente de la verosimilitud factual del juicio, lo cierto

es que en sí mismo dicha impresión nos habla tanto de un espacio abierto a recibir a diversos

agentes, como de la disposición de los adolescentes a significar un espacio aún percibiendo

amenazas potenciales en su interior. Justamente, para ellos, esa experiencia de la diversidad que

entrega Mall Plaza Vespucio es la que estampa una diferencia cualitativa respecto a otros

espacios y que, en último término, lo vuelve digno de ser apropiado.

4. El uso frecuente del mall por parte de grupos adolescentes se realiza en desmedro de la ocupación de

otros espacios públicos “tradicionales”: aunque teóricamente pudo haber estado bien argumentada, la

información empírica no permite sostener esta hipótesis porque, sencillamente, el proceso de

ocupación y significación adolescente del mall no pasa por disminuir la intensidad de usos de

102

calles y plazas. De acuerdo al discurso de los entrevistados, el centro comercial viene a ser un

espacio más de reunión dentro del circuito social de espacios citadinos utilizados, donde se

incluyen encuentros en plazas barriales o parques urbanos.

Como precisamos en el capítulo pasado, tales argumentos nos obligaron a expandir la

mirada hacia los espacios públicos que colindan con el mall para seguir la ruta del vagabundeo

adolescente. El paseo El Cabildo fue especialmente relevante en su feria artesanal y sus áreas

verdes, las cuales, respectivamente, sirven para desarrollar el consumo cultural y los encuentros

sociales. Así también, elevamos su carácter contenedor de las prácticas exclusionarias del mall,

siendo refugio público de quienes, por diversas razones, fueron desterrados momentáneamente

de Plaza Vespucio.

Aunque reconocemos las particularidades únicas de este paseo peatonal en cuanto a

localización, acceso e instalación en los bordes de uno de los centros comerciales más exitosos

de la capital, las dinámicas de El Cabildo abren la reflexión sobre la intensidad de un espacio

público “tradicional” en su uso y significación en su relación con un espacio privatizado. Más

que retroceder en su importancia, el dinamismo que se observa depende en gran medida del

polo de atracción urbana que es Plaza Vespucio. De modo que, al contrario de lo explicitado

por Sarlo (2009), aquí el contexto urbano precedente no resultó indiferente, ni la instalación del

mall provocó su total anulación.

Es más: expandiendo geográficamente el análisis de la relación mall/espacios públicos

tradicionales y teniendo en cuenta la naturaleza urbana más que suburbana de nuestros

shopping center, Stillerman, Salcedo, Phillips y Cobarruvias (2010) llegaron a conclusiones

similares a las nuestras aterrizando su exagerada influencia en las interacciones sociales

adolescentes descritas en estudios anglosajones (Lewis, 1989; Matthews, H., Taylor, M., Percy-

Smith, B. y Limb, M., 2000).

Así, para ellos espacios privatizados y públicos no compiten en las mismas

dimensiones, ya que, en su conjunción, conforman todas aquellas instancias de sociabilidad

significativas, cada una con sus ventajas y desventajas: mientras el uso de calles y plazas trae

riesgos asociados a la victimización potencial que se pudiera sufrir, el centro comercial

garantiza una interacción social donde ese tipo de peligros están altamente reducidos. Por el

contrario, mientras en su afán por la seguridad el mall puede reprimir determinadas prácticas

socioespaciales de adolescentes llevando, incluso, a vetar su presencia momentáneamente, los

espacios públicos tradicionales se presentan libres y abiertos a contener ese tipo de acciones.

103

De tal manera, “libertad” y “seguridad” son dos categorías dicotómicas de especial

relevancia en la comprensión discursiva de los adolescentes sobre los espacios de sociabilidad,

toda vez que el desarrollo de una involucra el aplacamiento de la otra. Sin embargo, las

diferencias que pudieran incidir en la valoración disímil de una u otra instancia provenientes

del análisis de tal dialéctica, son resueltas por la experiencia de la diversidad practicable en

Plaza Vespucio y los espacios públicos. Sobre estos marcos experienciales opera el nuevo

habitus atendible en adolescentes, haciendo posible la consideración pública de un espacio

privado y sometiendo (o minusvalorando) el control de ciertas prácticas a la experiencia de

diversidad vivida en el mall.

104

XI. Cierre

En las páginas precedentes hemos querido entregar material empírico, teóricamente

analizado, en torno a las prácticas adolescentes observables en los espacio post-públicos.

Analizando un centro comercial en particular, hemos intentado, además, dar pistas sobre las

nuevas formas de concebir las interacciones sociales por parte de un segmento etario

específico.

Las características sociales, urbanas e ideológicas que vuelven a Mall Plaza Vespucio de

La Florida un objeto de estudio han sido explicadas con detalle. Alejado del letargo inicial que

sucumbió a experiencias previas similares (Parque Arauco), pudo ser el motor de arranque de

las profundas transformaciones vividas durante las últimas décadas en el sector sur-oriente de

la capital y encarnar, discursiva y materialmente, la democratización del progreso urbano.

Teniendo en cuenta la diversidad de servicios que trajo a la periferia, su cometido vino a ser el

paradigma de un modelo de ciudad organizada desde el mercado, donde el éxito privado

depende en gran medida de la ausencia estatal.

En este contexto, como diría Bourdieu, la instauración de lo social en las cosas (en este

caso, la ciudad) impele la estructuración de un habitus capaz de hacer legible el nuevo escenario,

naturalizando por completo el centro comercial y su rol de plaza pública. Con ello, las prácticas

propias de los espacios públicos tradicionales no pueden ser traspuestas unidireccionalmente al

mall, ya que los contextos sociales de producción cambiaron; las formas de practicar, concebir

y vivir el espacio (siguiendo a Lefebvre), no podrían referir, analíticamente, a lo mismo,

inclusive conteniendo los mismos hechos. Por eso, lo que denominamos “proyecto Plaza

Vespucio”, a saber la transformación material y simbólica del Paradero 14, pudo realizarse

cabalmente, pues la ciudadanía receptora estaba socialmente dispuesta a absorber una

modernización de mercado y su correlato espacial y urbano.

Concientes de las facultades teóricas del habitus, debemos indicar que, aún siendo

estructuras estructuradas, conllevan la posibilidad de ser estructurantes en la ejecución misma

de las prácticas. Consecuentemente, en la dimensión socioespacial del Paradero 14, más que

pura y simple homogenización, observamos la mantención de escenarios propios de una

antigua periferia que, a la vez que adopta nuevas formas, aún contiene sus propias prácticas y

experiencias urbanas. Tal es la mirada y, de manera sublime, el diagnóstico que nos entrega el

folclor popular, que ya citamos anteriormente y que vale la pena retomar: “Por el paseo

105

Cabildo, caramba, hay ferias artesanales, se juntan chiquillas lindas, caramba, y los colegiales

[…] Y por Vicuña Mackenna, caramba, los comerciantes. Los bancos, las financieras,

carambas, los ambulantes” (Juntémonos en el 14”, Víctor Cáceres y el grupo Nuevos Cantares,

2008).

Tal vez, es por este entramado de historias de transformación y cambio que los

adolescentes nominan a su lugar de encuentro no el mall sino el 14, dando cuenta de un justo

acople entre un espacio privado y el contexto socio-urbano que lo recibió. Aún cuando, según

vimos, muchas de las prácticas socioespaciales se desarrollan dentro de los márgenes del centro

comercial, las calles y plazas que lo rodean no son desechadas por completo. Más todavía, en la

suma de circuitos de sociabilidad practicados cotidianamente logra difuminarse el adentro y

afuera que, diferenciados tajantemente en las posturas reduccionistas como las de Sarlo (1994,

2009), parece caracterizar por igual a todos los malls. En este caso, el centro comercial, y la

magnitud de su intervención, vinieron a profundizar un hito urbano ya presente por varias

décadas en Santiago. Pero, paradójicamente, eso no redundó en la total disolución de los

modos anteriores de concebirlo dentro de los mapas mentales, sobre todo pensando en grupos

etarios para quienes el shopping center ha estado siempre frente a sus ojos.

En ese sentido, y utilizando una clásica distinción sociológica, desde la estructura y la

acción, es posible pensar la realización de la categoría de “plaza pública” en Mall Plaza

Vespucio, tanto por los determinantes sociales que originan dicha consideración como por la

práctica cotidiana de los agentes que la actualizan. Sobre esto último, podemos mencionar

específicamente la heterogeneidad social de sus concurrentes, las significaciones individuales y

grupales que promueve, y las resistencias en cuanto al uso y función del espacio, todos aquellos

aspectos empíricamente observables.

Aunque acotado y exploratorio, creemos que nuestro estudio ha abierto interesantes

campos de análisis respecto a la evolución de este subcentro urbano, muchos de los cuales,

confiamos, podrán ser revelados por el proyecto FONDECYT que engloba al presente

trabajo.

El primero concierne a los efectos urbanos y económicos de Mall Plaza Vespucio sobre

su área de influencia, acercándose en detalle a los cambios en los valores de suelo, el nivel

socioeconómico de sus habitantes, la calidad del equipamiento público, etc. Con ello, las tesis

preliminares aquí esbozadas en cuanto al rol del centro comercial en la transformación material

de un sector podrán ser nutridas con datos mesurables.

106

El segundo invita a reflexionar culturalmente sobre el posicionamiento de La Florida

como, según nos dijo un gerente de Mall Plaza Vespucio, el fiel representante de la clase media

chilena. Siendo, o no, verosímil dicha apreciación, creemos relevante indagar la forma en que

se ha construido un imaginario urbano sobre la comuna, pues, al tiempo que la homogeniza

socialmente, parece negar las historias pasadas de reivindicaciones poblacionales. A modo de

hipótesis, Nueva La Habana, Los Copihues o la Villa O’higgins, por nombrar algunos barrios

expresivos de estas luchas, pueden pensarse menos floridanos por el resto de la ciudad que las

“casas tipo La Dehesa” instaladas por los promotores inmobiliarios desde fines de los 80’s.

Con esto, se abre un camino para incluir a estos últimos en el análisis cultural, sobre todo

pensando en los modelos residenciales, y por tanto identitarios, que prometían cumplir

mediante su publicidad.

Por último, vale la consideración de un estudio específico que analice políticamente

este espacio post-público. En su dimensión política, el espacio público moderno ha sido

conceptualizado cual reino de la crítica e impugnación de los poderes dominantes y, con ello,

escenario de construcción de la ciudadanía. Aún cuando esta premisa histórica no sea más que

un ideal normativo, y las ciudades contemporáneas nos demuestren que la angelinización no es,

necesariamente, un punto obligado de llegada, creemos necesario pensar desde estas categorías

un espacio privatizado que puede albergar una heterogeneidad de agentes sociales.

Desde nuestro punto de vista, la “plaza pública” y la posibilidad de reconocimiento

mutuo de múltiples actores con distintos intereses, según vimos, sí puede sostenerse como

categoría analítica de Mall Plaza Vespucio. No obstante, sostenemos dudas hipotéticas en

cuanto a la construcción de un “espacio público”, pero no, como argumenta Farías (2009), por

la ausencia del anonimato, lo fragmentario, lo fugaz y lo múltiple como condiciones

inextricables de la experiencia de urbanidad. Más bien, en los términos descritos, reclamamos

la convergencia plural de actores que concurra políticamente hacia una instancia que promueve

y desarrolla ciudadanía.

De lo que sí podemos estar seguros es que, si bien las prácticas socioespaciales dentro

de Mall Plaza Vespucio pueden aglutinar resistencias y resignificaciones del espacio, la calle aún

se mantiene como aquel espacio significativo de libertad. En ella, según lo analizado desde el

caso adolescente, simultáneamente se hace comprensible la crítica al dominio privado del

espacio y sus modos de control, mientras se reafirma la existencia del espacio público que aún

se mantiene. Mall y calle, por lo tanto, se vuelven interdependientes en las concepciones

107

adolescentes y, podríamos aventurar, del resto de la sociedad; ¿Por qué? Por la sencilla razón

que, para nuestro bien, estamos ante una ciudad dispuesta a convivir con ambas instancias sin

tomar partido, por el momento, por alguna.

108

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114

XIII. Anexos

1. Cuadro resumen revisión bibliográfica

Criterio Hito Relevancia Fecha clave Marco temporal Fundación Plaza Vespucio

Alta 24 agosto 1990 Febrero a octubre 1990

Instalación Ex Clínica Avansalud (Hoy Clínica Vespucio) y culminación primer ciclo expansivo (apertura 2º planta)

Media Diciembre 1998 Noviembre 1998 a enero 1999

Inauguración “Museo sin muros” de MNBA

Media Enero 2002 Diciembre 2002 a febrero 2003

Apertura Sala SCD Media 15 mayo 2002 Abril a junio 2002 Inauguración Biblioteca Viva

Media Febrero 2003 Enero a marzo 2003

Apertura Duoc UC Media Marzo 2003 Febrero a abril 2003 Apertura Teatro San Ginés

Media 14 mayo 2003 Abril a junio 2003

Instalación AutoPlaza Vespucio

Media Mayo 2003 Abril a junio 2003

Ampliación Bulevar de servicio (incluye gimnasio e instituto Manpower)

Media Noviembre 2004 Octubre a diciembre 2004

Terraza gastronómica Mall Plaza Vespucio

Media Abril 2005 Marzo a mayo 2005

Interno

Zona exclusiva “Aires” Media Noviembre 2008 Octubre a diciembre 2008

Crisis asiática Alta Segundo semestre 1998

Julio 1998 a marzo 1999

Apertura Metro Línea 5 paradero 14

Media 5 abril 1997 Marzo a mayo 1997 Externo

Apertura Florida Center Alta 12 septiembre 2003 Marzo a noviembre 2003

115

2. Tabla resumen entrevistas

Participantes Entrevistas Nº Hombres Mujeres Total Lugar Comuna origen Fecha

1 0 3 3 Terrazas Plaza Vespucio

La Florida (3) 21/08/2009

2 0 2 2 Terrazas Plaza Vespucio

La Florida (2) 26/08/2009

3 3 0 3 Terrazas Plaza Vespucio

La Florida (2) Santiago (1)

05/09/2009

4 2 2 4 Patio de Comidas

San Ramón (1), Macul (2), La Florida (1)

02/10/2009

5 1 2 3 Terrazas Plaza Vespucio

Maipú (1), San Joaquín (2)

17/10/2009

6 3 0 3 Patio de Comidas

La Florida (3) 30/10/2009

7 2 2 4 Paseo El Cabildo La Granja (2), La Florida (2)

23/01/2010

8 0 3 3 Paseo El Cabildo Puente Alto (3) 10/04/2010

Grupales

9 0 2 2 Paseo El Cabildo La Granja (2) 23/04/2010 Total EG 9 11 16 27

1 1 0 1 Casa Matriz Mall Plaza

27/04/2010

Individuales 2 0 1 1 Casa Matriz Mall Plaza

27/04/2010

Total EI 2 1 1 2