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Recopilación de texto sobre la Creación y Evolución

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La teoría de la Evolución y el Magisterio de la Iglesia Álvaro Rocha (Presbítero, doctor en Medicina, en Cirugía y en Filosofía) Hace unas semanas me abordó sin previo aviso una persona por la calle: -Padre, dicen los periódicos que el Papa “aprobó la teoría de la evolución”, ¿es cierto eso? He de confesar que yo aún no había leído el dichoso artículo. Dio la casualidad que no estuve en el país en esa semana en que apareció. -¿Cómo es eso? -le dije-. -Pues parecen decir que el Papa ya acepta que el hombre desciende del mono. -¡Ajá!, así es que "parece que dice" -contesté. Déjame leer la fuente original y luego te explico lo que dice. ¿Y qué más recuerdas de lo que decía el periódico?, pregunté. -La noticia no decía mucho más. Pero ¿usted cree que sea cierto?. -Pues verás, dudo de que sea "eso" exactamente lo que haya dicho el Papa. Quizá eso entendieron los periodistas o eso les dijeron sus

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jefes que publicaran. De todas maneras, ya que insistes te explicaré brevemente lo que ha enseñado en otras ocasiones la Iglesia Católica sobre el tema de la evolución. Este sucedido me hizo caer en la cuenta una vez más de que los católicos de estos tiempos somos extremadamente influenciables por las agencias de noticias. Estamos, a veces, tan ávidos de noticias y de titulares atrevidos que roben nuestra atención, que pasamos por alto un contenido que pase de veinte líneas. Se tiene el prejuicio de que todo lo que requiera explicación es sospechoso de falsedad. Y si da la casualidad que la redacción del titular traiciona el contenido del texto, qué se puede esperar que le quede en la cabeza al incauto lector. A los pocos días de aquella conversación, me encontré con otra persona con la misma duda. Después fue con otra, y luego llegó otra... y otra más. Todas con la misma perplejidad y el mismo error. En el fondo no se trataba más que la puesta en escena de un antiguo problema humano: la verdad entendida a medias es el peor de los errores. Una equivocada interpretación de la noticia llevaba a estas personas a ver contradicción donde nunca la ha habido. Pues bien, revisé en el periódico semanal de La Ciudad del Vaticano (L’Osservatore Romano, N. 43, 25 de octubre de 1996), el discurso del Santo Padre. El mensaje estaba escrito con ocasión de la última sesión plenaria de la Académica Pontificia de las Ciencias. La reunión se celebró del 22 al 26 de octubre y estuvo dedicada a estudiar el tema «Los orígenes y la primera evolución de la vida». Un tema, escribe el Papa, que interesa vivamente a la Iglesia en cuanto que la Revelación contiene enseñanzas que se refieren a la naturaleza y origen del hombre creado a imagen y semejanza de Dios. Juan Pablo II recordaba en esa oportunidad que no era la primera vez que el magisterio de la Iglesia abordaba este tema. Y citaba a este propósito la encíclica Humani generis (1950), en la que decía que la Iglesia no se oponía a la evolución «en cuanto busca el origen del cuerpo humano en una materia viva preexistente». Y señaló que ahora, casi cincuenta años después de aquella encíclica, «nuevos conocimientos conducen a no considerar ya la teoría de la evolución como una mera hipótesis». El análisis que hace el Papa en esta ocasión tiene un presupuesto que conviene conocer, y que es el siguiente: el conocimiento que da la ciencia y aquel que da la fe no se contraponen. Evidentemente sus fuentes son

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distintas, pero, siendo Dios el origen de ambos conocimientos, no tiene sentido enfrentarlos entre sí, puesto que en El no hay contradicción: la verdad no puede contradecir a la verdad. Y si estos conocimientos en algo parecen contraponerse es sólo en apariencia. El tiempo y el desarrollo de las ciencias (esas que buscan con sinceridad la verdad) han puesto de manifiesto este hecho una y otra vez a lo largo de la historia. -¿Entonces, qué puede sacar en claro el católico sobre la creación del hombre? -Con respecto a la doctrina sobre la creación del hombre no hay ni habrá ningún cambio: La Iglesia ha dicho siempre que todas las cosas fueron creadas por Dios. Y que cada viviente que comienza a existir por generación a partir de otros de la misma especie, es criatura de Dios, porque Dios es la causa de su ser y la conserva en la existencia. Esto último no excluye necesariamente que unas criaturas hayan surgido por evolución de otras especies biológicas, si así lo decidió la Sabiduría divina: Todas serían igualmente creadas por Dios, que da el ser a cada criatura singular y las conserva con su Providencia. La fe dice que siempre que viene a la existencia un ser espiritual, como es, por ejemplo, cada alma humana, es por una acción creadora de Dios, para cada caso. Pero respecto del cuerpo humano, la fe no niega, ni tampoco afirma, que pueda haberse dado una evolución y transformación a partir de animales inferiores al hombre, puesto que tiene su origen en una materia viva que existe antes que él. Ésta es una cuestión que ha de dilucidar la ciencia. -¿Quiere decir eso que Dios pudo ir formando el cuerpo del hombre a partir de alguna especie de primate en evolución? -Así es, pero según un proyecto diseñado por Él, y cuando alcanzó el grado de desarrollo requerido, pudo dotarlo de alma humana. La Iglesia no tiene inconveniente alguno en que un católico acepte esa teoría si le parece digna de crédito, o que la rechace si no le parece. -¿Entonces, «acepta» el Papa la evolución en lo que refiere al cuerpo? -El no ha dicho que «acepta», sino que es «compatible», que es algo muy distinto.

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-Luego, ¿hay una legítima compatibilidad entre las enseñanzas de la Iglesia católica y la teoría de la evolución? -Así es, hay compatibilidad en lo que se refiere a la materia, y nada más que a la materia. En cambio, la enseñanza de la Iglesia es incompatible con aquella doctrina sobre la evolución que propone un «evolucionismo materialista». Este evolucionismo intenta explicar la formación del mundo, de los fenómenos físicos y mentales e incluso espirituales, como surgidos de un proceso de desarrollo natural debido a causas puramente mecánicas y a leyes intrínsecas de la Naturaleza. En términos simples, el evolucionismo materialista considera al espíritu como un producto de la materia viva. Esto es contrario a la fe católica. -¿Entonces un católico no tiene que creer al pie de la letra el relato de la creación que aparece en el Génesis? -El relato que sobre este punto nos ofrece el Génesis es una lección religiosa, no una explicación científica sobre el origen del ser humano. No se puede hacer decir a la Biblia lo que no tiene intención de decir. El autor del Génesis no pretendía dar ni una clase de Astrofísica ni de Biología molecular. En ese texto de la Sagrada Escritura se ha de entender que todo el hombre, en cuerpo y alma, viene de Dios, depende de Dios y ha sido hecho por Dios «a su imagen y semejanza», para dominar la tierra y así servir a su Creador. Sin olvidar, claro está, que la Biblia ofrece una luz superior que ilumina los estudios sobre el hombre. Vuelve a aplicarse en este tema aquello que los antiguos maestros solían repetir a sus alumnos: «Distinguir para entender», esta es la regla de la sabiduría. -¿Y qué nos puede decir del hallazgo científico? -Pues que la evolución no es ya una hipótesis, es una teoría, y los análisis del DNA nos dicen que el origen del «homo sapiens sapiens» se remonta a una cepa africana, de hace 150-200 mil años, que luego se difundió por Europa. El análisis del DNA permite relacionar nuestros orígenes no sólo con los chimpancés sino con un ancestro bien diverso. Los objetos hechos por el "homo sapiens sapiens" nos dicen que tenía una cualidad sin duda

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desconocida entre los animales: el principio esencial del hombre, pensamiento y voluntad, espíritu. Por desgracia nunca se dice que Darwin, en las últimas páginas de su obra El origen de las especies, escribió: «Mantengo que en la evolución del hombre se verifique lo que observo en la naturaleza: Dios se sirve de las causas segundas para que sucedan determinados fenómenos». Y una causa segunda es la evolución. Creación y Evolución Gastaldi, Italo.- El hombre, un misterio. Ed. Don Bosco. Pág. 305.- “La evolución, ¿no ha desplazado la creación?, ¿no se excluyen mutuamente? “ Quizás una de las confusiones más difundidas -de buena o mala fe- incluso en ambientes que se denominan “cultos”, es la que está en el trasfondo de la pregunta que acabamos de formular. Se plantea la falsa alternativa: “O creación o evolución”. a.- Para deshacer este sofisma basta aclarar los conceptos: evolución es un concepto de las ciencias positivas: alude a una serie de fenómenos regido por leyes. Es un proceso que nos indica “cómo” pudieron suceder las cosas a nivel horizontal. Describe el proceso sin dar una explicación última. Creación es un concepto filosófico: expresa la total dependencia de los seres y sus actividades con respecto a Dios. No tiene nada que ver con una fabricación. Es una explicación última que nos indica el “por qué” de todo el proceso, a nivel vertical, diríamos. La evolución dice que la realidad existente está sometida a un proceso de cambio, la creación habla de la causa primera de esa realidad sometida a dicho proceso. La evolución es como la “historia de la creación”, la forma en que se está desarrollando la creación. Ambos conceptos deben integrarse en la fórmula “creación-evolutiva”, cuyo significado es el siguiente: “Dios crea incesantemente un universo dinámico, legislado, de naturaleza evolutiva, un mundo en que lo uno procede de lo otro. Y ese universo, así como es, con su tiempo, con su actividad, con su evolución depende de él, de su acción in-espacial y a-temporal (= trascendente); lo cual equivale a decir que ese universo es creado”. [...]

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b.- Aclaremos un poco más en qué consiste la acción creadora: visto con ojos científico-positivos el mundo es una máquina automática en la que “todo ocurre como si Dios no existiera”. No se ve por ningún lado la mano del Obrero. El cosmos es un conjunto de seres autónomos, dinámicamente vinculados entre sí. Pero la mirada del filósofo descubre que ese universo contingente, limitado, depende totalmente de la acción “trascendente“ del Obrero... acción creadora que fundamenta todo el orden de los seres creados, con sus actividades autónomas y sus interdependencias dinámicas. [...] Insistimos en que la acción de Dios es trascendente, es decir, in-espacial y a-temporal, no detectable físicamente. No es un eslabón más en la secuencia de las “causas segundas”, porque Dios no es una “causa segunda”, sino la Causa Primera que confiere a las causas segundas todo su poder.

“Dios no sólo hace que las cosas sean sino que se hagan”

Teilhard de Chardin Ni siquiera se puede ubicar la acción de Dios al comienzo de una “serie causal” intramundana. Dios, más que una causa del universo, que lo precede “temporalmente” y lo pone en marcha, es su explicación definitiva. El no obra en forma directa, milagrosa, a nivel de causas físicas (como una de las que estudia la genética: impacto de radiaciones sobre el ADN, selección natural, etc.), Dios legisla y sostiene el proceso, sin interferir en él. La evolución cósmica es el escenario donde Dios sigue luciendo su poder creador. Evolución y aparición del hombre La aparición del hombre, fruto también él del proceso evolutivo, exige consideración aparte. Porque se trata de un ser autoconsciente y libre, que escapa a los determinismos de la materia, y supone un salto cualitativo frente a sus “hermanitos menores, los animales” -como los calificaba Emilio Zola. Ya hemos señalado suficientemente las características específicamente humanas, al estudiar los rasgos fundamentales de la persona. Pero no creemos superfluo establecer una comparación entre animal y hombre, toda vez que la evolución parece borrar las fronteras entre el uno y el otro. El problema es importante: en su solución se juega el lugar que ocupa el hombre en la naturaleza y su relación con el resto del universo. (...)

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Animal y hombre a.- El problema se puede formular así: ¿Es el hombre un objeto más entre los objetos, una especie zoológica más, o dista cualitativamente de cualquier otro animal? Desde que se conoció el origen evolutivo del hombre, a mediados del siglo pasado, se planteó el problema en forma menos estática, más dinámica y precisa. Nuestros parientes más cercanos son los grandes monos antropoides; como ellos, somos animales y somos primates. Thomas Huxley, en 1863, concluyó que el hombre, desde el punto de vista orgánico, difiere del chimpancé y del orangután menos de lo que éstos difieren de los restantes monos. Es cierto que Simpson pudo señalar doce características anatómicas “únicas” de la especie humana, entre las cuales sobresalen la estación erecta, que permite la liberación de los miembros anteriores, ya no empleados en la locomoción, sino en las tareas manuales; y el desarrollo del cerebro, desde los 500 centímetros cúbicos hasta los 1400 del hombre actual. Pero las semejanzas en la composición bioquímica son impresionantes. Cuando se consideran, por ejemplo, todas las proteínas del hombre y del chimpancé, en promedio sólo difieren en uno de cada cien aminoácidos. b.- Sin embargo, Gehlen demuestra que el hombre, incluso desde el punto de vista biológico, es un caso único en la biosfera. Con él coinciden genetistas del calibre de Portmann y Ayala. El animal tiene un cuerpo bien equipado con un arsenal de instrumentos y un manojo de instintos con los que se ajusta a un determinado ambiente y a determinadas funciones. El hombre, en cambio, es un “ser carencial” -dice Gehlen- carece permanentemente de órganos superespecializados, adaptados a un medio concreto; carece de auténticos instintos o, como diríamos hoy, no está “programado”. Pero, a pesar de sus carencias, pudo sobrevivir y se impuso justamente por ser capaz de “programar”, de ajustarse por sí mismo al ambiente y de conseguir por sí mismo los recursos que garantizan su supervivencia. Lo que en animal hace el instinto, en el hombre lo hace la cultura.

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En el dominio del comportamiento es donde se dan las diferencias fundamentales. El atributo distintivo de la humanidad es la cultura. Gracias a ella hay características únicas en el hombre que, aunque radicadas en su naturaleza biológica, van más allá de la biología y llevan a un mundo nuevo en nuestro planeta, un mundo dominado por el lenguaje, la tecnología, el arte, la religión... Tres pasos únicos ha dado el hombre primitivo: el descubrimiento del fuego, la práctica de enterrar a los muertos y el comienzo de las artes plásticas. Por el dibujo, la pintura y el modelado, comenzó lo que fue más tarde la escritura mediante signos. La cultura se manifestó desde un principio en la fabricación de utensilios. Las manos liberadas sirvieron para la manipulación precisa de objetos... Pero no basta la destreza manual. Para diseñar y construir utensilios es preciso verlos como tales, es decir, como instrumentos que sirven a una función determinada; hace falta ver la relación de “medio-fin”, la relación entre las necesidades anticipadas y los objetos que pueden satisfacerlas; hace falta prever el porvenir, lo cual no es propio del sentido: el sentido fotografía el presente... La evolución biológica se ha superado a sí misma. Con la cultura comenzó la “autoevolución”, un progreso lento, pero irrefrenable. c.- El progreso supone una acumulación de experiencias heredadas, transmitidas de generación en generación. Existen en la humanidad dos clases de herencia: la herencia biológica y la herencia cultural. La herencia biológica se transmite como en los demás animales a través de la información genética, codificada en el ADN de las células sexuales. La herencia cultural se transmite por un proceso de enseñanza y aprendizaje que es -en principio- independiente de la herencia biológica. Se transmite todo un patrimonio cultural por los medios de comunicación social: libros, periódicos, radio, televisión, cine, objetos de arte, etc. Y también por el ejemplo y la imitación. Los animales son capaces de aprender por experiencia, pero no de transmitir sus experiencias o descubrimientos a las generaciones futuras (salvo casos muy raros, por imitación). Diría Ortega y Gasset que los animales tienen memoria individual, no social.

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d.- Con la aparición del hombre, se sustituyen comportamientos innatos -dependientes de la base del cerebro- por comportamientos adquiridos, dependientes del cortex. Aparece una nueva herencia, que es la posibilidad de aprender. La herencia cultural hace posible la evolución cultural (la evolución de la ciencia, de la ética, de las estructuras sociales, etc.) y hace posible un nuevo modo de adaptación, exclusivo de los seres humanos: la adaptación por medio de la cultura. Los organismos se adaptan al ambiente por medio de la selección natural, cambiando su constitución genética muy lentamente a lo largo de generaciones, de acuerdo a las exigencias del ambiente (clima, alimentación, competidores...). Pero el hombre, y sólo el hombre, puede adaptarse cambiando su ambiente, de acuerdo a las necesidades de sus “genes”, de una manera infinitamente más veloz y en forma dirigida. El descubrimiento del fuego y el uso del vestido y del cobijo, permitieron al hombre extenderse desde las regiones tropicales en que apareció, hasta cerca de los polos, sin el desarrollo anatómico de un pelaje protector denso. Los seres humanos no han esperado a que surjan combinaciones genéticas que produzcan alas, sino que han conquistado el aire de manera más eficiente y versátil, construyendo máquinas voladoras. La humanidad viaja por los ríos y los mares sin agallas ni aletas, sirviéndose de barcos. La exploración del espacio ha comenzado sin necesidad de que aparecieran mutaciones genéticas que permitieran a los hombres actuar en ausencia de la gravedad y respirar en ausencia de oxígeno. Los astronautas transportan su propio oxígeno y usan trajes espaciales para mantener la presión. Partiendo de un humilde origen africano, el hombre se ha convertido en el mamífero más abundante de la tierra, gracias a la cultura, que es un modo superorgánico de adaptación rápida y dirigida. Una nueva mutación genética casual favorable exige muchas generaciones para extenderse a toda la humanidad. Un nuevo descubrimiento científico para responder a una necesidad, se extiende en mucho menos de una generación.

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e.- El lenguaje, tanto oral como escrito, es el mecanismo fundamental de la transmisión de la cultura. Está basado en el uso de los símbolos. Un símbolo es un sonido, o gesto, o cosa, cuyo significado no es evidente de por sí, sino que se debe a un convenio entre los que lo usan. Un signo, en cambio, es algo cuyo significado es manifiesto, sin requerir un acuerdo social. Por ejemplo, el humo es signo del fuego y el llorar es signo del dolor. Pero la palabra “humo” es un símbolo del humo sólo porque nos hemos puesto de acuerdo en ello y la paloma es símbolo de la paz porque la escogimos para ese fin. No es una relación impuesta biológicamente. Los animales, incluido el hombre, se comunican entre sí por medio de signos; pero los sonidos emitidos por los animales no pasan de ser signos que reflejan su estado físico o emotivo: son gestos (mímica) o gritos (interjecciones), programados en su código genético para lograr objetivos vitales (supervivencia). Resumiendo: el hombre crea cultura; por ejemplo, crea utensilios, porque capta la relación de medio a fin. El chimpancé, el más cercano a él, no crea instrumentos en el sentido de las herramientas humanas; pero por aprendizaje -espontáneo o inducido- aprende a usar objetos ya existentes o creados por el hombre. De allí no pasa. El hombre transmite la cultura por el lenguaje: crea un sistema simbólico de signos arbitrarios, aceptados socialmente y con ellos se comunica a los demás. Los símbolos matemáticos, por ejemplo, le han servido al hombre enormemente para dominar la naturaleza. El chimpancé carece de lenguaje arbitrario, convencional. Usa espontáneamente signos innatos, naturales, específicos y, adiestrado, usa símbolos creados por el hombre (p. ej., el lenguaje de los sordomudos); pero no crea signos ni los usa para comunicarse con sus congéneres. Insistimos en un hecho “clave”: el hombre es un animal de símbolos, un “animal simbolizante”, como lo definió Cassirer. Un primate, una rata, un erizo de mar, viven en un universo de objetos, de cosas físicas, de alimentos, de obstáculos, de enemigos, etc. El hombre, en cambio, vive en un mundo simbólico, de lenguaje, pensamiento,

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entidades sociales, dinero, ciencia, religión, arte...; y el mismo mundo objetivo que le rodea -los libros, los carros, las ciudades, los misiles, etc.- es una materialización de actividades simbólicas. El hombre fabrica símbolos, usa símbolos, está dominado por símbolos; y todo el desarrollo de su cultura es evolución del simbolismo. El desarrollo de su corteza cerebral -región del habla, zonas asociativas- está relacionado con las actividades mentales, especialmente simbólicas; por eso pudo progresar desde el hacha de pedernal hasta las computadoras. Pero la capacidad anatómica para enunciar palabras, no es suficiente para poseer un lenguaje. Un loro puede repetir las palabras que oye, pero no es capaz de “hablar”, en el sentido de comunicar ideas. Los animales no hablan... porque no tienen nada que decir. Nota: el único lenguaje simbólico conocido en los animales se da en las abejas. Pero es un lenguaje muy limitado, cuyas reglas no son establecidas por mutuo acuerdo entre las abejas, ni son adquiridas por medio de instrucción, sino que están fijadas genéticamente. Ya hemos señalado la autoconciencia humana que difiere esencialmente de cualquier rudimento de mente que pueda existir en los animales infrahumanos. La autoconciencia permite prever la propia muerte. “No existe ninguna indicación de que los individuos de cualquier otra especie sepan que han de morir inevitablemente” (Cassirer). Aunque no es la única causa, la conciencia de la propia muerte “predispone a los hombres hacia las creencias religiosas” presentes en todas las culturas, cuyas primeras manifestaciones fueron entierros rituales, que revelan una apertura a la trascendencia como superación de la muerte. La autoconciencia y la libertad humana también hacen posible la ética. El animal carece de libertad: recibe información y desencadena programas instintivos de respuesta, ordenados a la conservación del individuo y de la especie: sus actos no trascienden el ámbito biológico. En el hombre -”ser de realidades”- hay un espacio vacío, un hiato entre estímulo y respuesta. Frente a las cosas que percibe como “bienes”, puede elaborar sus propios programas de respuesta mediante una reflexión consciente: rompe el automatismo “estímulo-respuesta” y sus reacciones desbordan el ámbito biológico. Esto fundamenta su condición moral.

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La ética, por otra parte, se va adquiriendo, no se hereda biológicamente. La capacidad ética exige tres condiciones: la capacidad de prever las consecuencias de las propias acciones, de prever el futuro; la capacidad de formular juicios de valor, es decir, de evaluar las acciones o los objetos como buenos o malos, deseables o indeseables, según contribuyan o no a la realización de la persona; y la capacidad de optar entre dos conductas. Es decir, la ética exige, además de la libertad, una gran capacidad intelectual. Todo esto no se hereda genéticamente por selección natural”. [...] Conclusión “Tengamos en cuenta ese “salto cualitativo” que se ha dado entre el animal y el hombre. No caigamos en la “falacia antropomórfica”, atribuyendo a los animales sentimientos y facultades humanos, hasta el punto de identificarnos -como lo proponía Jean Rostand- con la hormiguita que camina en nuestro escritorio. No anulemos las diferencias entre el animal y el hombre. Mario Bunge, que en muchos pasajes de su libro identifica lo real con lo material, sin embargo se ve obligado a formular frases como ésta: El hombre es “el único animal absolutamente creativo, el solo capaz de crear una ciencia de lo mental y de modelar su propia vida -para bien o para mal- a la luz de su conocimiento y su elección”. ¿Dios creó el mundo en seis días? P. Martín Weichs.- Encuentros bíblicos para compartir El primer libro de La Biblia se llama el Génesis según un término griego que significa origen, ya que en ese libro se nos dice algo muy importante sobre el origen del mundo, del hombre, del mal, pero también de la esperanza (en los primeros 11 capítulos) y sobre el origen del pueblo elegido (capítulos 12-50). El libro del Génesis tienen dos relatos de la creación...

Gn 1, 1-2, 4ª Gn 2, 4b-25 El primer relato es muy solemne. Está en forma de estrofas con fórmulas parecidas, repetidas seis veces:

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Dijo Dios... Y Dios vio que era bueno... Hubo tarde y mañana: primer día, segundo día, tercer día...

En los tres primeros días Dios crea los espacios por un acto de separación, en los siguientes tres días se adornan, se llenan los espacios:

Primer día: día - noche Cuarto día: sol, luna, estrellas

Segundo día: aguas arriba - aguas abajo Quinto día: peces, pájaros

Tercer día: tierra - mar - plantas Sexto día: animales - hombre

Séptimo día: descanso El primer relato de la creación se parece a un himno con estrofas bien estructuradas. En cambio el segundo relato es una historia popular. El primer relato da la impresión de que al principio todo era agua y que la obra del Creador consistió en separar las aguas para que saliera la tierra como una isla. Esto puede recordar la patria de Abraham, Mesopotamia, tierra constantemente amenazada de inundaciones. El segundo relato da la impresión contraria de que primero todo era seco y árido. En su bondad Dios hace brotar un manantial y así nace un oasis, luego aparecen árboles y ríos. Es el contexto geográfico de Palestina, donde las escasas lluvias son bienvenidas como una bendición divina. El primer relato presenta la obra del Creador dentro de una semana completa de trabajo, mientras que el segundo relato no indica de ninguna manera la duración de la creación. El primer relato hace aparecer al hombre al final de la creación, al sexto día, mientras que en el segundo relato el hombre ya está al principio.

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El primer relato hace actuar a Dios con majestad, con su Palabra grandiosa y todopoderosa. En cambio en el segundo relato Dios actúa en forma humana, como si fuera alfarero (Gn 2, 7) o agricultor (v. 8) o cirujano (v. 21). Después de una lectura atenta de los dos relatos podemos concluir que no han sido escritos en la misma época. El más antiguo debe ser el segundo, ya que en su concepto de Dios no tiene todavía la profundidad que tiene el primero. La mayoría de los especialistas del Antiguo Testamento opinan que el primer relato ha sido escrito por un grupo de sacerdotes inspirados, durante o después del exilio a Babilonia/Mesopotamia (siglo 6 a. C.) y que el segundo lo fue por unos profetas o escribas de Jerusalén, en tiempos de Salomón (siglo 10 a.C.). Sin embargo ambos relatos tuvieron como base tradiciones orales, es decir las enseñanzas transmitidas de padres a hijos por generaciones. Vemos que el Génesis ha sido escrito por varias personas y en tiempos distintos. Veamos también que la Biblia se expresa a través de distintas formas o géneros literarios. Aquí se trata de un himno y de una historia popular. El primer relato es una especie de poema. Y a un poeta no le molesta que haya luz antes que existan el sol, la luna y las estrellas. Ninguno de los dos relatos es un "reportaje en directo" ni una enseñanza sobre la historia o la geografía. No responden a "¿cómo?" ni "¿cuándo?". Se trata más bien de una reflexión de sabios que se preguntan por las grandes cuestiones del hombre: ¿de dónde viene el universo?; ¿de dónde venimos los hombres?; ¿a dónde vamos?; ¿por qué el sufrimiento y la muerte?; ¿qué es en definitiva el mundo y el hombre? Y es el mensaje de esos sabios, la verdad interior, que interesa. Las principales enseñanza del Génesis 1. Existían cuentos que relacionaban la creación del mundo y del hombre con una lucha sangrienta entre

dioses y diosas ambiciosas. Contra esas creencias, la Biblia nos enseña estas verdes fundamentales: hay un solo Dios, es eterno, lo creó todo con amor, por su santa Palabra.

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2. La gente acostumbraba adorar animales, por ejemplo vacas, toros, pájaros. Contra tales desviaciones la Biblia afirma que todos los seres vivientes son criaturas de Dios; por lo tanto, no son dioses, no tienen derecho a recibir un culto de parte del hombre.

3. Se adoraba al sol, la luna y las estrellas. Ante ello, la Biblia dice que todos los astros son obra de Dios y

están al servicio del hombre, es decir marcan los tiempos, alumbran sobre la tierra. 4. El mundo pagano tenía a menudo el universo por malo y se lo imaginaba como el campo de luchas entre

potencias buenas y malas. La Biblia lo niega terminantemente, repitiendo seis veces que Dios vio que sus obras eran buenas.

5. Al hacer de Dios el autor de la semana de seis semanas de trabajo y un día de descanso, el primer relato

quiere fundamentar la santificación del tiempo, a través del sábado, como era costumbre en el pueblo de Dios del Antiguo Testamento.

6. Según la astrología de la antigua Babilonia, las estrellas definen la suerte del hombre. Según la Palabra de

Dios, las estrellas son lámparas, nada más...