cuaderno de raizal 1

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CUADERNOS de RaizAL 1 C E N T R O D E P E N S A M I E N T O L A T I N O A M E R I C A N O R A I Z A L

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Cuad

erno

s de Ra

izAL

1C e n t r o d e P e n s a m i e n t o L a t i n o a m e r i C a n o r a i z a L

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Cuadernos de RaizAL Bitácora de Pensamiento RaizAL

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A propósito del Bicentenario

200 años de sentidos y contrasentidos

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200 años de sentidos y contrasentidos

Centro de Pensamiento Latinoamericano RaizAL

Bogotá

A propósito del Bicentenario...

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Cuadernos de RaizAL Bitácora de Pensamiento RaizALEdición a cargo del Fondo de PublicacionesCentro de Pensamiento Latinoamericano RaizAL

Imagen de la portada: Carlos José Echeverría Cuadrado, La Direkta.Diseño de imágenes interiores: Carlos José Echeverría Cuadrado (Santa Librada).Francisco Saade (Benkos Biojó)Diagramación: Fondo de Publicaciones RaizAL

Octubre de 2010Bogotá, Colombia

Usted es libre de copiar, distribuir y comunicar pública-mente la obra, bajo las condiciones siguientes:* Reconocimiento — Debe reconocer los créditos de

la obra de la manera especificada por el autor o el licenciador (pero no de una manera que sugiera que tiene su apoyo o apoyan el uso que hace de su obra).

* No comercial — No puede utilizar esta obra para fines comerciales.

* Sin obras derivadas — No se puede alterar, trans-formar o generar una obra derivada a partir de esta obra.

Licencia Creative Commons Reconocimiento-No Comercial-Sin Obra Derivada 3.0

http://creativecommons.org/licenses/by-nc-nd/3.0/” ** 2010, de la edición Cuadernos de RaizAl

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Contenido

Prólogo 11

Eduardo RestrepoQuién imagina la Independencia? A propósito de la celebración del Bicentenario en Colombia 13

Marta SaadeA 200 años... Hacia una cartografíade las discontinuidades 35

Josué Libardo Sarmiento Historias recreadas 60

Silvia Becerra OstosProclamas en campos y ciudadesentre 1900 y 1930 68

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Prólogo

Este es un cuaderno. Es un “conjunto o agregado de algunos pliegos de papel, do-blados y cosidos en forma de libro… en que se lleva la cuenta y razón, o en que se es-criben algunas noticias, ordenanzas o in-strucciones”, siguiendo al Diccionario de la Academia Española. Presentamos la bitácora de Raizal, que es lo mismo que publicar los apuntes del rumbo, velocidad, maniobras y demás accidentes de navegación del pen-samiento RaizAL.

Significa que nada de lo que aquí se publica está escrito en punto y aparte. Quiere decir, que en estas hojas cocidas quedarán impre-sas las fluctuaciones, las incertidumbres y dificultades; así como los aciertos, hallazgos y aseveraciones, a través de los cuales se va entramando el pensamiento RaizAL.

Los Cuadernos de RaizAL se constituyen en borradores de trabajo para poner en dis-cusión las materias que preocupan y ocupan a este Centro de Pensamiento Latinoameri-

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Cuadernos de RaizAL

cano. Son un esfuerzo por comunicar los procesos de producción de pensamiento situ-ado en y desde Colombia y América Latina, afrontando los retos frente a la generación de lecturas, análisis y perspectivas de acción, atendiendo el latir de nuestros tiempos y de los procesos productivos, territoriales, cultu-rales y políticos.

Los Cuadernos cuyo primer número pre-sentamos, son una provocación y una in-vitación a detectar las relaciones sociales singulares y generales dentro de las cuales se encuentran claves para cuestionar y com-prender los entramados territoriales, cul-turales, políticos y productivos de nuestros tiempos. Iniciamos buscando cuestionamien-tos más que respuestas contundentes, provo-caciones y seducciones más que catecismos y fórmulas milimétricas. Buscamos rutas, gri-etas y entramados.

Este Cuaderno...

busca los trazos, las preguntas y los resqui-cios a propósito de la conmemoración del Bicentenario de la Independencia en Colom-bia. Detecta olvidos y exclusiones históri-cas, reconoce los diversos usos de las voces celebracionistas. Encuentra en los procesos sociales actuales emergencias de particular conciencia histórica, que permiten vincular de maneras específicas las historias actuales con las de hace 200 a 518 años.

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¿Quién imagina la Independencia?

Eduardo Restrepo1

Introducción

El intelectual Indio Partha Chatterjee (2008) ha problematizado la conocida tesis de Benedict Anderson de la nación como co-munidad imaginada, preguntándose ¿la na-ción de quién?, ¿quién imagina la nación? Esta pregunta de Chatterjee pone en evidencia las tecnologías y políticas de la imaginación de la nación desde los sectores dominantes que, en términos generales, tienden a instaurar una retórica que los legitima como agentes y su-

1 Instituto de Estudios Sociales y Culturales, Pensar (Universidad Javeriana, Bogotá). Miembro del Centro de Pensamiento Lationamericano, Raiz-al. email: [email protected]

¿Quién imagina la Independencia?

A propósito de la celebración del Bicentenario en Colombia

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jetos privilegiados de la historia de la emer-gencia y despliegue de la nación. El corolario es que se obliteran una serie de acciones y procesos históricos articulados esencialmen-te los sectores subalternizados que escapan al principio de inteligibilidad mismo de las elites. Frente a cierta ola celebratoria del Bi-centenario de la Independencia en escenarios oficiales, surge una pregunta análoga: ¿quién imagina la Independencia?, ¿en qué términos y bajo qué silenciamientos es imaginada?, ¿cuáles son las retóricas y las políticas de tal imaginación?, ¿cómo se materializan estas re-toricas y políticas en los actos y agendas cele-bracionistas?

En aras de explorar estas preguntas en este artículo, es pertinente llamar la atención sobre tres aspectos estrechamente asociados a las retóricas y agendas celebracionistas. El primero, el efecto de reducir el colonialismo a una relación de subordinación político-ad-ministrativa con España desdibuja la posibili-dad de examinar y discutir otras dimensiones de la relación colonial que fueron mantenidas (y hasta reforzadas) por las elites criollas in-dependentistas. Debe tomarse en considera-ción seriamente el hondo calaje de la relación colonial que pasa por la producción de suje-tos y subjetividades.

El segundo aspecto que quisiera resaltar se refiere a ciertas borraduras que el grueso de las retóricas y agendas celebracionistas introducen con respecto al lugar de lo que, retomando a Fanon, podemos denominar los

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¿Quién imagina la Independencia?

‘condenados de la tierra’. Visibilizar realmen-te sus presencias y trayectorias significaría una des-elitización de las genealogías de la colombianidad, pero también un descentra-miento de lo que aparece como la Indepen-dencia. Más que celebrar se estaría entonces de luto por lo que significó para muchas po-blaciones y sus condiciones de existencia que las elites criollas eurodescendientes y eurofi-las se hicieran con el poder político y agencia-ran el proceso de formación de nación en los términos en los que lo hicieron.

Finalmente, un rápido contraste de la ce-lebración del centenario con la del bicentena-rio se comprende cómo este tipo de eventos responden más a las preocupaciones e histo-ricidad de quienes celebran, que de aquello supuestamente celebrado. Esto me permite insistir sobre las políticas de la representa-ción de la colombianidad que están en juego con las intervenciones oficiales o de los ex-pertos a propósito del bicentenario.

Colonialidades persistentes,emancipaciones postergadas

Muchos de los actos y narrativas de la celebración del bicentenario asumen una concepción de la historia y del colonialismo que ha sido problematizada por diferentes vertientes de la teoría social contemporánea, especialmente por diferentes vertientes del debate post-colonial. Una visión más densa

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de los alcances de las relaciones coloniales y el descentramiento de las lecturas lineales de los procesos históricos son dos contribu-ciones de esta teoría a redimensionar lo que supuestamente habría que celebrar, pero también sería un indicador de los diversos procesos de emancipación que todavía faltan por ser consolidados y que están más allá de lo pensable para nos sectores de las elites y de las clases medias en Colombia.

En general, cuando se examinan las retori-cas celebracionistas se asume que la Indepen-dencia consiste esencialmente en la ruptura con las relaciones de dominación colonial im-puestas por España en el territorio America-no. Desde esta perspectiva, el colonialismo es tajantemente superado con la Independencia. El colonialismo aparece como un pasado su-perado con la Independencia: uno que es an-terioridad rechazable que legitima política y moralmente las gestas independentistas. La Independencia se identifica con la expulsión de las autoridades coloniales españolas y la apropiación del aparato de estado las elites criollas. La Independencia aparece, entonces, como un hecho consumado, como una clara ruptura con el colonialismo europeo.

No obstante esta imagen del colonialis-mo reducido a las relaciones de dominación político-administrativas es muy limitada. La dominación colonial europea no se agota a la dimensión político-administrativa de con-trol directo sobre unos territorios, riquezas y gentes. Hay otros componentes, más de or-

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den epistémico y ontológicos, que han sido constitutivos del colonialismo europeo (no únicamente del hispano o del lusitano) y que no sólo fueron reproducidos por las elites independentistas, sino que también fueron profundizados una vez estas tomaron control sobre el aparato político-administrativo en nombre de la emancipación.

El eurocentrismo es un claro ejemplo.2 Con los sucesos y procesos que llevan a la Inde-pendencia algunos sectores de las elites crio-llas argumentaban su derecho a gobernarse a sí mismos y cuestionaban los fundamentos legales de la dominación española, pero man-tuvieron una posición abiertamente eurocén-trica en gran parte de los aspectos de la vida social, estética, política e intelectual agencia-dos por ellos. No es difícil, incluso, encontrar que estos sectores de las elites criollas asu-mían posiciones que paradójicamente pue-den ser más eurocéntricas que los mismos europeos, más puristas e idealizadas. Parte de su poder se derivaba de ser los legítimos herederos e interpretes de lo que se pensaba

2 Para los propósitos de este artículo, por eurocen-trismo se entiende la serie de concepciones y prácticas que suponen a Europa como el centro-fundamento de la Historia y como el referente paradigmático de la imagi-nación política y social así como de lo que aparece como conocimiento. Para profundizar sobre la articulación histórica del eurocentrismo (junto con el universalismo y el racismo-sexismo) como uno de los pilares ideológi-cos del sistema mundo moderno, ver Wallestein (2007).

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como el legado europeo que se asumía como universal. El colonialismo como relación so-cial y como posición epistémica sobrevive a la terminación del colonialismo como relación política con Europa. De ahí que la emancipa-ción no puede ser solo circunscrita a esta re-lación política. Las emancipaciones son múl-tiples, y muchas son las independencias aun por lograr.

La idea que señalaba a la civilización y al progreso como pretendidamente universa-les, era la encarnación misma de las formas de gobierno o de los modelos de conocimien-to, de subjetividad y esteticidad propias de Europa, hizo que las elites gobernantes se identificaran profundamente con una lógica e historicidad eurocéntrica, que reproduje-ran (e incluso profundizaran) los supuestos desde los cuales se soportaba la dominación colonial: la superioridad moral, intelectual y civilizacional de los europeos sobre las gen-tes y territorios colonizados. En este discurso se han parapetado desde entonces las elites para gobernar en nombre de la construcción de un proyecto de nación, excluyendo sim-bólica y físicamente a amplios sectores y re-giones como lo ha demostrado el historiador cartagenero Alfonso Múnera (1998). De ahí que asumieron frente a otros sectores sociales marginalizados y pueblos como los indígenas o los afrodescendientes una posición que replica-ba en términos generales y sin mayor examen los términos de la dominación colonial a la que habían sido sometidos por los españoles.

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Borraduras de los ‘condenados de la tierra’

Condenados de la tierra es una conocida categoría de Franz Fanon (1963) para indicar la racialización e inferiorización de los subal-ternos coloniales, corolario de las narrativas de legitimación moral de la empresa colonial y de las violencias derivadas de sus tecnolo-gías de dominación. Para Fanon, los conde-nados (damnés) de la tierra están situados en una experiencia vivida de miseria y muerte agenciada por el colonialismo que los conde-na a una proverbial deshumanización. Así, su existencia individual (y, en ocasiones, la de colectividades enteras) es dispensable en la reproducción de las relaciones coloniales en-tre los colonizadores europeos y los sujetos colonizados. Los sucesos y procesos de la In-dependencia de lo que hoy es Colombia, pone en evidencia que las elites criollas hasta cierto punto se desmarcan como sujetos coloniales pero articulando el lugar de condenados de la tierra en su relación con sectores poblaciona-les urbanos y rurales más desposeídos, entre los cuales negros e indios son ubicados en los márgenes del proceso de formación de nación.

Hacia principios de los años ochenta, la an-tropóloga colombiana Nina S. de Friedemann sugirió un par de conceptos para dar cuenta de la borradura y caricaturización de la gente negra en la construcción de la colombianidad. El par de conceptos que operan conjunta-mente son los de invisibilidad y estereotipia.

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Invisibilidad como borradura de las trayecto-rias, presencias y aportes de la gente negra: “La invisibilidad que como estrategia de do-minio se ha proyectado en tiempo y espacio a lo largo de casi cinco siglos […] Se apoya en una negación de la actualidad y de la historia de los africanos negros y sus descendientes en América […]” (Friedemann 1984: 510).

Por su parte, la estereotipia se refiere a las imágenes caricaturizantes, descontextua-lizadas y simplificantes del negro: “Imágenes pasionales más que racionales y menos cien-tíficas que reales, son las que aparecen cuan-doquiera que la presencia del negro es visible en el análisis socioeconómico, en la narrati-va histórico-cultural o en el relato literario” (Friedemann 1984: 512). Ambas nociones operan desde las modalidades de expresión de pensamiento eurocentrista dominante: “Invisibilidad y estereotipia, como parte de un proceso de discriminación socio-racial del negro, son herramientas de un sistema de comunicación e información hegemónico, dominado por el pensamiento europeo […]” (Friedemann 1984: 511).

Invisibilidad y estereotipia son dos tér-minos útiles también para pensar el lugar de otros sectores subalternizados como las po-blaciones indígenas en las articulaciones de la colombianidad. Tanto los negros como los in-dígenas encontraron que la Independencia no significó la supresión del pensamiento raciali-zante que se expresaba en el período colonial en las prácticas de discriminación en lo que ha

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sido denominado la sociedad de castas (Jara-millo Uribe 1963) con sus tecnologías de lim-pieza de sangre. Estas prácticas sirvieron de sedimento a la racialización de los cuerpos y regiones hacia finales del XIX y primera mitad del siglo XX, que mantendrán subordinadas a la narrativa de la blancura o del mestizaje las presencias y trayectorias de indios y negros.

Así, por ejemplo, un documento histórico ampliamente resaltado en las retoricas ce-lebracionistas (conocido como El Memorial de Agravios), escrito en 1809 por Camilo To-rres, uno de los más venerados “próceres” de la Independencia que terminó fusilado en la campaña de reconquista española, es muy re-velador en términos de la obliteración de la presencia de indígenas y negros en el conti-nente Americano. Sobre la población escribe:

Las Américas, Señor, no están compuestas de estrajeros à la nacion española. Somos hijos, somos descendientes de los que han derramado su sangre por adquirir estos nuevos dominios à la corona de España; de los que han exendido sus limites, i le han dado en la balanza politica de la Euro-pa, una representacion que por si sola no podia tener. Los naturales conquistados, i sujetos hoy al dominio español, son mui pocos ò son nada en comparación de los hijos de europeos, que hoy pueblan estas ricas posesiones (Torres [1809] 1832: 8-9).3

3 Transcrito sin corregir ortografia.

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Esto es solo una muestra de la discrimi-nación socio-racial agenciada por las elites criollas independentistas que invisibiliza y estereotipia a las poblaciones indígenas y ne-gras en la configuración de la colombianidad, la cual se hace escandalosamente evidente mediante hechos como el mantenimiento del tutelaje de las primeras (que no dudaban en denominar a gran parte de ellas como salva-jes) y la esclavitud de las últimas (con todas las imágenes racistas que implicaba).

Incluso para la Constitución Política de 1886, después de varias generaciones de ha-berse consolidado la Independencia (y que se mantendrá vigente hasta 1991), las elites ra-tifican el estatus jurídico de menores de edad de aquellos pueblos indígenas considerados salvajes. Así, se les sancionaba a estos pue-blos como unos todavía-no-ciudadanos que se entregaban a la iglesia católica para que los moralizaran y educaran, es decir, para que los “redujeran a la vida civilizada”. Un proyecto de colombianidad a imagen y semejanza de elites eurocentradas y racialistas (donde el catolicismo y el idioma español eran la única articulación posible de la nación), que inter-venía sobre una serie de poblaciones ima-ginadas como anomalías o anterioridades, como exterioridades a ser incorporadas por la fuerza de la conversión y la educación en el cuerpo de la nación.

El haber mantenido la esclavitud hasta mediados del siglo XIX a través de una serie de artilugios legales (como lo fue la ley de

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manumisión de vientres) es también otro ejemplo de cómo los sucesos y procesos de la Independencia no significaron una dignifi-cación de las condiciones de existencia de los esclavizados, para no hablar la de otros sec-tores de afrocolombianos que ya eran libres. Incluso a los ojos de algunos miembros de las elites criollas4 era obvia la contradicción entre la legitimidad del argumentar la Inde-pendencia de la dominación colonial españo-la en nombre de la supresión de la tiranía, la injusticia y la opresión, pero manteniendo la esclavización de los afrodescendientes en el país. No obstante, la esclavitud fue mantenida

4 Ver, por ejemplo, posiciones como las de José Felix Restrepo en el debate abolicionista. Ante el Con-greso en 1821, en un pasaje de su discurso en a favor de una ley de libertad de vientres, Restrepo se preguntaba contrastando la opresión de los criollos por los españo-les con la de los negros esclavos: “Todos los días se gri-ta (y con razón) que aquel Gobierno nos trataba como manadas de bestias, monopolizaba el comercio, nos mantenía en la ignorancia, y nos negaba los empleos lucrativos que se daban a los Europeos. ¿Pero que tiene que ver esta esclavitud con la de los negros? Nosotros teníamos tribunales donde se administraba, bien o mal, la justicia: gozábamos de seguridad en nuestras perso-nas; las propiedades eran respetadas y disponíamos de ellas; teníamos derecho a solicitar destinos, y se nos da-ban los de inferior clase […] Comparece ahora nuestra suerte con la de los miserables esclavos. La imaginación apenas puede concebir tan inmenso cúmulo de críme-nes y desgracias” ([1821] 1935: 84, 85).

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en Colombia hasta 1851 cuando se sancionó en el congreso la ley de emancipación de los esclavos. Esto no se dio sin la oposición de ciertos sectores de las elites que derivaban ciertos beneficios económicos o simbólicos (como el prestigio) que encubrían sus argu-mentos en el sagrado derecho de propiedad o la inminente amenaza de caos económico y social por las hordas desenfrenadas de li-bertos. La propiedad y la riqueza de las eli-tes criollas, defendidas a nombre del bienes-tar de republica, fueron talanqueras para la emancipación de la esclavitud. El mensaje era claro: la Independencia no era para todos.

Otra borradura de la agencia histórica de los sectores subalternizados por parte de las elites criollas independentistas es que procesos de emancipación de la dominación española adelantados por indios y negros no fueron objeto de referencia ni como an-tecedentes ni como proyectos paralelos a la Independencia. San Basilio de Palenque, por ejemplo, es uno de los innumerables pobla-dos construidos por los esclavos fugitivos (conocidos como cimarrones), algunos de ellos defendidos por empalizadas (de ahí el nombre de palenques), que pusieron en aprieto a las autoridades coloniales. San Basi-lio de Palenque ha sido el más famoso porque ha pervivido hasta nuestros días (reconocido por la Unesco como obra maestra del patri-monio intangible de la humanidad) y, sobre todo, porque logró que se le reconociera su

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independencia en un tratado de paz firmado con la Corona española en el siglo XVII.5

Igual pudiera decirse de los indígenas tules que habitaron las riveras del río Atra-to, que desemboca en el mar Caribe y que se constituye en una importante vía de acceso a los territorios auríferos del Chocó (los más importantes durante la colonia en lo que se ha conocido como el segundo ciclo del oro) y, más allá, a través del Arrastradero de San Pablo con el río San Juan y el océano Pacífico. Las autoridades coloniales nunca pudieron reducir a los tule militarmente, ni a través de los misioneros. En repetidas ocasiones, du-rante siglos, los tule se aliaron con holande-ses e ingleses haciendo que, por ordenaza del mismo Rey, se prohibiera la navegación por el río Atrato durante más de cien años.

La mentalidad de las elites criollas que marginó con tecnologías de estigmatización como el tutelaje y la esclavitud, pero también la que ha sido ciega a otros procesos y gestas de la emancipación adelantadas por secto-res populares, indígenas o negros, es la mis-ma que durante gran parte del siglo XIX y XX ha considerado que la “gente de bien” (o sea ellos) son los que en realidad hacen la histo-ria (a veces con los aplausos –o la sangre-- de

5 De ahí que, a principios de la década del se-tenta, el historiador Roberto Arrázola haya titulado su libro sobre las sublevaciones de los esclavizados en Cartagena de forma sugerente como Palenque, primer pueblo libre de América.

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las muchedumbres, pero evitando demasiado alboroto o caos “populistas”), los llamados a gobernar el país y a imaginar los términos y contenidos de la colombianidad.

Políticas de la representación de la colombianidad

El 15 de febrero de 2008, mediante el de-creto 446, el presidente Álvaro Uribe crea la Alta Consejería Presidencial para el Bicen-tenario de la Independencia. La creación de esta Consejería como de los programas sobre el bicentenario adelantados por diferentes entidades gubernamentales como el Ministe-rio de Cultura, el Ministerio de Comunicacio-nes y Colciencias, entre otros, evidencia que esta celebración es un asunto de estado. Las fijaciones de los sentidos de las lecturas del bicentenario y, sobre todo, sus precisas arti-culaciones con un proyecto de colombianidad no se han dejado sueltas.6 Esto no sorprende de un gobierno que ha intentado hegemonizar los imaginarios sociales y el sentido común, con la clara concepción que las disputas políticas más profundas se dan en el terreno de lo que no se piensa pero desde donde se piensa: los resor-

6 Una investigación interesante por realizar que resaltaría por contraste las políticas de la repre-sentación del bicentenario consiste en examinar los discursos y performances estatales que los diferentes gobiernos en América Latina.

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tes mismos del famoso ‘estado de opinión’ y su primacía sobre el ‘estado de derecho’.

La página oficial de la Alta Consejería es una rica cantera en estas fijaciones, en parti-cular en el enlace bajo una pequeña bandera estadounidense donde se presenta en inglés la concepción del gobierno y de esta conseje-ría sobre el bicentenario.7 En esta sesión, que no aparece en español, lo cual es bastante di-ciente, afirma:

Esta conmemoración será un grandioso foro público sobre valores, ideas y temas que soportan nuestro proyecto colectivo nacional, el cual comprende libertad, au-tonomía, democracia, descentralización, ciudadanía, diferencia, diversidad, multi-culturalismo, desarrollo sostenible e his-toria. Nosotros los colombianos debatire-mos desde escenarios locales, regionales y nacional lo que somos y los sueños de ser como una nación. El bicentenario nos lleva a pensar sobre nuestro pasado y par-ticipar abiertamente en un ‘dialogo nacio-nal’ real […] De esta forma, los ciudadanos reescribirán, repensaran y reinterpreta-ran la historia y la transformarán a la luz

7 El enlace preciso es el siguiente: http://www.bicentenarioindependencia.gov.co/Es/Consejeria/Pa-ginas/Bicentennial.aspx

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de nuestros valores fundadores, los cua-les son la democracia y la libertad”.8

Se tiene entonces un discurso donde el abierto ejercicio de la democracia y la parti-cipación de todos los ciudadanos en la cons-trucción del proyecto de nación multicultural son los propósitos esgrimidos explícitamente por parte del gobierno nacional para la pro-moción de la conmemoración del bicentena-rio. Por la arquitectura de la página y por las actividades concretas, parece que el fragmen-to citado expresa adecuadamente el encua-dre del gobierno para con la celebración del bicentenario.

Las iniciativas de algunos ministerios (como el de cultura, educación y comuni-caciones) evidencian esfuerzos por que los colombianos de las diferentes regiones par-ticipen en esta conmemoración. El punto so-bre el que quisiera llamar la atención no es hasta dónde esta participación se logra o es un asunto más retórico, sino el discurso mis-mo. Obviamente, este es un discurso que el gobierno nacional pretende presentar ante la ‘comunidad internacional’ (específicamente a los Estados Unidos y Europa), utilizando como pre-texto la celebración del bicentenario: el

8 (Traducción el autor) La página que refiere a la Alta consejería en español se limita a una escueta presentación que enfatiza fragmentos del decreto pre-sidencial de creación de la Alta consejería y un enlace al mismo.

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multiculturalismo, desarrollo sustentable, la democracia, la posibilidad de reescribir la his-toria, el ‘dialogo nacional’, la nación de todos…9

El examen de las páginas electrónicas, de las agendas y de los discursos enunciados por el estado, evidencia que las celebraciones del bicentenario tienden a resaltar ciertos he-chos y actores, presentan una serie de imá-genes de lo que significó la terminación del periodo colonial y el inicio de lo que luego se-ría la republica, el posterior nacimiento de la nación. La imaginación histórica de los albo-res de la colombianidad encuentran un insal-vable anclaje en la Independencia: no pocas veces reducida ésta, en el sentido común de los sectores medios y urbanos, a un listado de héroes de la nación, representaciones pictó-ricas de batallas y sobrios generales. En estas celebraciones se articula la escenificación es-tatal del acto fundador de la colombianidad, pero también la expresión de los imaginarios de los más diferentes sectores sociales.

Es en este sentido que las celebraciones del bicentenario dicen mucho más de nuestro presente, de cómo es representada Colombia y quiénes lo hacen, que de lo que ‘realmente sucedió’ hace doscientos años o de quienes de

9 Ahora bien, hechos como cabalgatas con po-líticos y militares por la ‘ruta del libertador’, congresos de expertos, o cenas en la embajada de Colombia en los Estados Unidos también hacen parte de la efervescen-cia celebracionista que es difícil compaginar con el an-terior discurso.

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múltiples formas estuvieron involucrados, di-recta o indirectamente, en los sucesos y pro-cesos que hoy se resaltan o que se han arroja-do al silencio. Por tanto, la Independencia no debe ser pensada como una serie de sucesos y procesos cronológicamente delimitados con un sentido unívoco que se encuentran al alcan-ce de todos, desde el primer día hasta hoy sin mayor modificación. Los sucesos y procesos indicados como pertinentes en las ceremonias o narrativas, suponen borraduras de otros que se ignoran o consideran como irrelevantes; los protagonistas son unos, relegando a un lugar secundario o marginal a otros.

Al igual que la celebración de hace un si-glo, los actos y la agenda responden más a las preocupaciones e historicidad de quienes celebran, que de aquello supuestamente ce-lebrado y menos aun en nombre de quienes se celebra. Como bien lo anota Garay en su estudio, la forma en la que se celebró el Cen-tenario “[…] se convierte, entonces, en el me-jor escenario para analizar lo que las clases dirigentes consideraban nacional y aquello que rechazaban como tal; en otras palabras, la manera como se quería representar a la na-ción colombiana” (sf. 3).

Hace un siglo, las preocupaciones e his-toricidad de la elite criolla no era aparecer ante los ojos de los estadounidenses y euro-peos como un país participativo que respeta el multiculturalismo. Las elites políticas que-rían mostrarse como modernas y agentes del progreso. Para esto diseñan una gran exposi-

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ción en Bogotá con los avances de la ciencia, la técnica y diversas expresiones de las artes. “El ideal de progreso y la noción de civilización presentes en los innumerables discursos se hacen tangibles en la adecuación y construc-ción de los pabellones en el parque de la In-dependencia” (Garay sf. 5). La Exposición del Centenario, como también lo muestra Santia-go Castro-Gómez (2008: 236), constituye una articulación racializada de la imaginada supe-rioridad civilizacional de las elites criollas que encarnaban los ideales universalistas del pro-greso cuyo referente se anclaba en la ciencia, la tecnología, la política y la estética europeas.

A pesar del toque multiculturalista y del intento de descentramiento para que partici-pen las regiones y los diferentes sectores so-ciales, los escenarios oficiales mantienen una retorica de la colombianidad como proyec-ción de los imaginarios e historicidad de las elites políticas e intelectuales. Elites que, por lo demás, siguen siendo predominantemente eurodescendientes y eurocentradas. La ex-clusión de negros e indígenas es muy distinta hoy de hace doscientos años. El discurso de la modernidad y del progreso de principios del XX ha dado paso al de la democracia y el multiculturalismo. Por tanto, hoy se convo-ca a negros e indígenas, así como a sectores populares y de las regiones, para que apa-rezcan incluidos de acuerdo con las predicas multiculturalistas y de la participación, pero se hace para legitimar un proyecto de colom-bianidad agenciado por las mismas elites. El

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proyecto eurocéntrico de la interpretación de la Independencia sigue vigente, aunque en otras vestiduras. Y, como hace doscientos o cien años, en los procesos y los sucesos de lo que se registran como la Independencia y que se vuelven objeto de celebración muchos son los escandalosos silencios.

Referencias citadasArrázola, Roberto. 1970. Palenque, primer pueblo

libre de América. Historia de las sublevaciones de los esclavos en Cartagena. Cartagena: Edi-ciones Hernández.

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Marta Saade Granados1

El bicentenario o la conmemoración de dos siglos de inicio de la “independencia po-lítica”, no conducen automáticamente al re-conocimiento de un continuo en la historia social del país y estamos lejos de procurar forzarlo en estas páginas. La pretensión, apa-rentemente ingenua, de hacer brotar las his-torias nacionales a partir de 1810 en buena parte de América Latina, como hecho fundan-te de un hilo continuo sólo interrumpido por la supuesta anomalía de las disputas políticas, ideológicas, culturales o territoriales, conti-núa mediando las aproximaciones profanas a esta historia bautizada como “nuestra”. Sin estar segura de pertenecer a ella, sintiéndo-me incluso incómoda con los nombres que la bautizan desde la historiografía oficial, aun-que irremediablemente atada a ella, reúno

1 Universidad Externado de Colombia, Centro de Pensamiento Latinoamericano RaizAl.

A 200 años ...

Hacia una cartografía de las discontinuidades

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aquí algunas de las reflexiones suscitadas en los doscientos años de vida republicana.

Más que desglosar aquí, quiénes fueron los más o menos ‘verdaderos’ protagonistas de los hechos independentistas, voy tras las tra-zas de las preocupaciones sociales actuales que buscan en el pasado anterior y posterior a la inauguración de la vida republicana, mo-tivos de encuentro y disenso, o bien, motivos de las luchas sociales del presente. Con ellas, buscando descifrarlas y comprenderlas como constitutivas de la historia nacional, carto-grafiamos algunas de las discontinuidades que permiten abordar al bicentenario como escenario de sentidos sociales en disputa.

Interrogar a la Independencia

El 20 de julio de 2010, Colombia se convir-tió en observatorio privilegiado para enten-der que aquí, en este territorio de diversidad y desigualdad, amparadas ambas en el cuerpo constitucional que rige los destinos de este país, la nación está en disputa. La conmemo-ración del bicentenario, lejos de escenificar un espacio de pretendido sentimiento patrio unívoco, se mostró polivalente y en conflicto. Una vez más, pero con singular contundencia, estamos presenciando que el pasado es obje-to de uso del presente, como desde tiempos de la Escuela de los Annales ha sido enuncia-do por distintos historiadores (Bloch, 2000; Traverso, 2007). Me corregirán si mis per-

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cepciones resultan esquivas a todo esfuerzo de pretendida unidad nacional, pero al calor de los espectáculos del festejo oficial, entre el desfile militar en Bogotá y la serie de grandes conciertos dispersos por la geografía nacio-nal, el común denominador de los pobladores del país, no fue exactamente el grito de aquel “qué orgulloso me siento de ser un buen co-lombiano”, como reza al son de un bambuco el himno nacionalista de nuestro folclor.

El suceso del llamado Grito de Indepen-dencia a cargo de los criollos es objeto de revisiones académicas desde hace ya algún tiempo. Hoy, los sectores, clases y pueblos en movilización miran también con sospecha, y en ocasiones con reconocimiento, a los sím-bolos criollos que habrían de blandir sus ban-deras —aún amorfas— de inconformidad con un régimen colonial que cerraba sus preten-siones de participación política y control co-mercial, no sólo en Santa Fé sino también en el Caribe colombiano (Véase: Múnera, 1998). Y entonces se produce un desplazamiento del centro del interrogante: más que preguntar-se por la participación de sectores y pueblos específicos en los procesos independentistas; con singular pertinencia, voces y procesos sociales se preguntan por su presencia y au-sencia en los acontecimientos que harían ha-ciendo de Bogotá el centro del estado-nación. A casi dos siglos de la llamada Patria Boba, el centralismo que ocupó tantos años de la vida republicana, continúa siendo nodo privilegia-do para “pensar la nación”, parafraseando a

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Patricia Funes (2006), pero ya no sólo como preocupación de intelectuales nacionalistas sino como inquietud de la población misma.

Así mismo, pesquisas académicas delimi-tan la emergencia de pasiones anticoloniales en los puñados de criollos que protagonizaron aquel julio de 1810, para dibujar un proceso de configuración política que muestra que la causa independentista no estaba constituida previamente a aquel 20 de julio (Villamizar: 2010). Muy por el contario, se señala cómo va emergiendo con ambigüedades a medida que el Grupo de los Notables adquiere vocación de poder en sí mismo e incursiona con terror la pacificación de Morillo, que evidencia la imposibilidad de incluir a los criollos nota-bles en los sentidos de un gobierno cuya le-gitimidad seguía imitando a la mano del Rey.

A la par, se expresan las palabras de quie-nes buscan en el Movimiento de los Comune-ros, o bien, en los procesos palenqueros y en la formación de rochelas brotes de rebeldía, que si bien no atacaron el corazón del or-den colonial, resulta indudable su aparición como acciones colectivas de reivindicación y búsqueda de libertad. Así se evidenció en los seminarios y coloquios organizados por uni-versidades como la Javeriana, la Universidad Nacional de Colombia y la Universidad Cen-tral, a lo largo del 2009 y el primer semestre del 2010.

Este conjunto de cuestionamientos em-prendidos por académicos y por los mismos procesos de movilización y organización so-

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cial, parecen mostrar la necesidad de abrir la pregunta historiográfica hacia un cuerpo más grueso de procesos que buscaron de dife-rentes maneras, fragmentarias y singulares, algún tipo de emancipación. Parece necesa-rio entonces abrir las preguntas que hagan posible caracterizar a los proyectos políticos emergentes en este tipo de prácticas sociales.

Sentidos en disputa o disputa de sentido

Surge la pregunta sobre el motivo mismo de las conmemoraciones actuales. ¿Es el na-cimiento de la patria aquello que reúne re-flexiones y manifestaciones colectivas en la actualidad, o son las búsquedas de libertad las que convocan a los grupos, los sectores sociales y los pueblos del presente? ¿O son ambas confundidas?

Al momento de la Independencia la inte-rrogamos comúnmente con el termómetro de la causa republicana, dando por entendido que en ella se encontraban garantías de bue-na vida y asumiendo que este ideal interpe-laba a la población con “sentido político”. De este lugar común brota iracunda la sentencia sobre el carácter reaccionario de los indios y patianos del actual suroccidente colombiano, sin siquiera indagar o preguntarnos sobre la singularidad de las búsquedas emancipato-rias de acuerdo con la historia prehispánica y

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colonial de estos pueblos.2 Lo anterior, sin ne-gar la complejidad y por qué no decirlo, apa-rente confusión entre las búsquedas de auto-nomía e independencia. Ambigüedad que es posible leer en los propios criollos, protago-nistas de aquel 20 de julio, y que serán plas-madas durante los años siguientes.

Así mismo, la fijación de los primeros re-publicanos en el 20 de julio, como fecha de inicio del verdadero proceso independentis-ta, borró de la memoria el protagonismo de José María Carbonell, a las mujeres y los varo-nes, artesanos e indígenas, cuyo odio plebeyo se conjugaría con ideas rondantes para radi-calizar el Grito de Independencia. Aún, el uso común y actual de este pasado hace eco del espíritu ilustrado de finales del siglo XVIII y principios del XIX, para sostener que sólo los versados en letras y teorías de la cuna fran-cesa republicana, son quienes protagonizan la historia de la Independencia colombiana. El pueblo, nombrado como “turba” amorfa y

2 En estudios tan importantes como el rea-lizado por el historiador Javier Ocampo (1983), esta idea se expresa con cierta persistencia. Re-cientemente, estudios como los realizados en la tesis doctoral del filósofo e historiador Dumer Mamián, se pone en duda esta interpretación do-minante. Así mismo, al calor de la conmemoración del bicentenario Sergio Elías Ortíz (2009) realizó su tesis de grado en antropología sobre la figu-ra de Agualongo en la defensa de la autonomía y construcción territorial de indígenas y patianos.

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desinteresada, funge simplemente como car-ne de cañón, como ya lo anunciaría con espí-ritu crítico Gutiérrez Sanín (1995).

Pero esta matriz, reproducida en buena parte de la historiografía erudita, es retada en la actualidad por los procesos sociales que denotan las exclusiones con las que ha sido constituida la pretendida continuidad de la historia nacional. El 19 de julio de 2010 mar-charon hacia la Plaza de San Victorino 1.500 personas del pueblo Misak, provenientes del Cauca, con sectores sociales urbanos, decla-rados en Minga Social. Con este hecho sig-nificativo que no agotó su intervención en territorio capitalino, sino que se declaró en movimiento recorriendo en 23 chivas el te-rritorio que une a Silvia con Bogotá, se puso de manifiesto una cartografía de los sentidos del pasado en franca oposición.

En paralelo, el pueblo Nasa del Cauca se reunió en minga con el CRIC en el ya emble-mático epicentro de los procesos de moviliza-ción social en el suroccidente, La María; y a la par los campesinos del Macizo Colombiano y pobladores de Popayán caminaron su territo-rio, al tiempo que se adelantaba una marcha de pobladores y pueblos indígenas del Alto y bajo Putumayo. Y unos días antes, la Minga Cali recibió a la movilización del pueblo Mi-sak con una marcha por la ciudad y lo mismo sucedió en Cajamarca, donde se “caminó la palabra” con los mineros que allí están defen-diendo su territorio y su trabajo.

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Se pensará, en el tono particularista que se ha pretendido dar a las luchas étnicas y popu-lares en nuestro país y en el mundo, que aquí no se discuten los sentidos de la nación co-lombiana, sino que se pone en escena una ac-ción colectiva de resistencia social, prepolíti-ca, con un alcance únicamente reivindicativo. Vale la pena entonces retomar algunas de las palabras anunciadas en el pasado 19 de julio y durante las jornadas que le antecedieron.

Desde 1492 – sostiene el pueblo Misak, con la voz de sus autoridades - hasta 1810 fueron 318 años de invasión a nuestros te-rritorios, de sometimiento y exterminio de los pueblos nativos, y saqueo de las rique-zas, bajo la esclavitud de la Corona españo-la. Hoy a 2010 son 200 años de continuo y sistemático aniquilamiento y robo de nues-tras riquezas naturales, como los minerales, en alianza entre el gobierno nacional y las transnacionales y multinacionales (Autori-dades Ancestrales del pueblo Misak, 2010: 1).

Existe aquí una discusión en lo absoluto marginal, sobre las formas como periodiza-mos nuestra historia, entendiendo que la re-flexión sobre el acontecer en el tiempo está cargado de sentidos encontrados. Hoy, a casi 20 años de la sanción constitucional que ha-bría de nombrar legalmente a un país multié-tnico y pluricultural, y que invocó a un nuevo ordenamiento territorial siempre posterga-do; la concepción estratégica que nos escin-de en una Prehistoria e Historia, en Colonia

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y República, está presente y viva, y se reinau-gura con singular fuerza en las celebraciones oficiales del bicentenario.

Los pueblos indígenas y los pobladores re-gionales de Colombia, con sus organizaciones de carácter nacional, regional y local, cuestio-nan la interpretación oficial, para ubicar los sentidos actuales que problematizan a la na-ción colombiana en el flujo de 518 años de re-sistencia frente a un proceso de colonización de largo aliento, que nos trae hasta nuestros días. Y con ello no sólo aluden a sus pueblos, sino al conjunto de procesos que habrán de constituir a sectores sociales completos del país. A lo largo de estos más de cinco siglos se ha formado el campesinado, se han entreteji-do los obreros, se han ido haciendo las muje-res como sujeto, entre tantos otros más. Este reconocimiento histórico es el que hace posi-ble la siguiente afirmación, por parte del pue-blo Misak: “cómo construir la unidad de los pueblos que tanto necesitamos”. En el mismo tono con el que fue expresado por todos los demás sectores y pobladores que marcharon en minga aquel 19 de julio de 2010:

Después de 200 años de ensayos y fracasos del sistema político colombiano por cons-truir un país y un estado social de derecho incluyente, la Nación Originaria Misak pro-pone: la defensa de la autonomía y la so-beranía de nuestros pueblos, de la madre naturaleza, de nuestros territorios y sus au-toridades, la no violencia, y la construcción

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de políticas justas y la equidad para toda la sociedad mayoritaria colombiana.

Por lo anterior, todos debemos conver-tirnos en trabajadores y constructores in-cansables de la unidad entre los pueblos. Ante las amenazas de perder nuestros te-rritorios y todos los derechos que hemos conquistado, estamos obligados a hacer a un lado los intereses personales, de grupo o de organización y poner por encima los in-tereses de nuestros pueblos, anteponiendo lo común que nos une. (…)

Las discusiones entre las directivas de las organizaciones son importantes y ne-cesarias pero no suficientes. No podemos contentarnos con ponernos de acuerdo sólo entre las cúpulas o las directivas de las or-ganizaciones. La unidad debe ser asunto de todas nuestras comunidades y pueblos des-de las autoridades milenarias de base, en la lucha por la defensa de nuestros territorios y derechos (Autoridades Ancestrales del pueblo Misak, 2010).

Es posible intuir entonces, la expresión

de una cartografía de la movilización social actual, que podemos reconstruir en los te-rritorios que hoy en día están amenazados frente a megaproyectos como la minería o los agrocombustibles. O bien, de procesos socia-les que reivindican su derecho a la perviven-cia como pueblos, colectividades y naciones frente a la conmemoración automática y ho-mogénea del origen del estado-nación colom-

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biano. La noción de “pervivir en el tiempo y en el espacio” como sostienen los Misak, los Nasa, los Pastos y otros pueblos indígenas en el país, no puede pasar desapercibida des-pués de más de 500 años de genocidio, que hoy reinterpretan vuelve a aparecer con las amenazas e incursiones a su territorio.

En medio de conflictos y dificultades de diálogo, aparece una angustia similar en pue-blos campesinos, mineros y con otros que ya cuentan con amplias experiencias de convi-vencia urbana. “Ninguna decisión sobre no-sotros sin nosotros”, afirma el mandato de la Mesa de Cerros Orientales de Bogotá, para expresar su capacidad política de manejar su territorio con autonomía y en beneficio colec-tivo. Organizaciones campesinas por toda la geografía nacional diseñan escuelas de “cam-pesino a campesino” para rescatar semillas perdidas y recuperar la capacidad de tener una soberanía alimentaria, al tiempo que par-ticipan en el mercado de ciertos productos agrícolas que les permitan un ingreso digno. Mientras en algunos pueblos del Eje Cafetero o el Magdalena Medio, los pequeños mineros muestran posibilidades de desarrollar una minería en diálogo con las otras formas de vida y en función del “buen vivir”.

A 200 años de la independencia colombia-na la experiencia del “poblador”, de habitar un mismo territorio, parece emerger como posibilidad de articulación entre sectores, clases y pueblos. Justamente la amenaza frente a la puesta en práctica de las maneras

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culturalmente constituidas de convivir con el territorio para trabajar y pervivir en comuni-dad, abre un espacio de encuentro y diálogo entre organizaciones, sectores e individuos, que dan otros sentidos prácticos y simbólicos al hacer nación colombiana, frente a los cua-les es necesario realizar una reflexión juicio-sa.

Los “pobladores regionales” (Benavides, 2006), los trabajadores y los pueblos mues-tran en sus expresiones actuales de lucha so-cial una cartografía discontinua de la nación colombiana, cuyas puestas en escena ponen de manifiesto ya no el diagnóstico decimonó-nico de la “desintegración nacional”, tan caro a la historia latinoamericana (Saade, 2009); sino los disensos de los sentidos y usos de la nación expresados en procesos de resisten-cia social de diverso orden, que hoy buscan en nuestro suelo construir en medio de múl-tiples dificultades, rivalidades heredadas y conflictos actuales, proyecto de vida también común.

De la anomalía a las discontinuidades y simultaneidades

La historiografía oficial y hegemónica ha hecho del disenso y de las expresiones de conflicto social durante mucho tiempo, una anomalía. Una supuesta deformación del rumbo histórico preestablecido ideoló-gicamente por las presunciones del “deber

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ser”. Hablamos de los relatos históricos es-colares, de los que se narran en el día a día, de los que se convierten en sentido común y que se suponen fuera del alcance del cues-tionamiento. De otra manera, cómo explicar la noción de “patria boba” y más de un siglo después, de un período catalogado como “la violencia”.

Nuestra historia republicana, como en el conjunto de América Latina, está constitui-da también por los esfuerzos eruditos que trataron de recomponer la continuidad y re-gularidad nacional. La ciencia, en complici-dad con las intencionalidades republicanas y más tarde nacionalistas, sancionaron con el más claro tono y acciones autoritarias, quién pertenecería y quién estaría, desde su constitución, excluido de la nación. Indíge-nas, negros, infractores, locos, analfabetos y enfermos fueron englobados y estigmatiza-dos como anormales e inadaptados frente a la designación de quienes se presumía eran los destinados a constituirse en el sujeto de las nuevas naciones modernas, todos ellos inexistentes en la práctica: blanco/mestizo, trabajador eficiente y consumidor (Saade, 2009).

Sin desconocer el proceso emancipato-rio que habría de crear fisuras en el orden colonial y que al contrario de la historia ofi-cial podríamos comenzar a detectar desde el momento mismo de la invasión española y con énfasis en los esfuerzos de arrochela-dos y palenqueros; el bicentenario tal como

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ha sido establecido, presenta a la “causa re-publicana” como esencia y sustancia única y preexistente para definir la presencia de emergencias políticas. Por lo tanto, las ma-nifestaciones de patianos e indígenas en el actual suroccidente colombiano, son presen-tadas como tropiezos y “anomalías”. Incluso en tiempos en los que se reclama la impor-tancia de análisis interdisciplinarios, pare-ciera que olvidamos las preguntas abiertas por el ejercicio de la disciplina antropológi-ca, que haría posible transformar el rasero de la “causa independentista”, para indagar sobre las apuestas y relaciones concretas que hicieron emerger procesos divergentes y en conflicto con la causa republicana ini-cial.

Dentro de esta misma concepción, el di-senso y las contradicciones con respecto a la configuración de la nacionalidad colom-biana no son una anomalía, como preten-den por cierto mostrarlo la designación de la “Patria Boba”. Por el contrario, parece-ría posible al menos abrir perspectivas de comprensión, que permitan aprehender es-tos procesos como constitutivos de la histo-ria nacional y no como sus disfuncionalida-des (que a la postre, suelen ser establecidas en razón del proyecto político triunfante). Aquel período de la historia colombiana que pone sobre el tapete las inconformida-des, los intereses, los deseos y las necesida-des diversas y confrontadas que irán dan-do forma paulatina a las configuraciones

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regionales, así como a las distancias entre notables criollos y emergencias populares, constituye nuestra historia, no es un parén-tesis de la misma. Con la designación de Pa-tria Boba se termina estigmatizando a una parte importante de la historia de las dis-putas por los sentidos y horizontes posibles de nuestra formación social, que estamos en mora de comprender mejor.

Así como décadas después se intentaría sentenciar a la época de la violencia y sus especialistas nombrados como “violentó-logos”. Una de las presencias, ya casi con-vertida en sujeto de la historia, presentada como sustancia y tantas veces escindida de la comprensión de los conflictos de una his-toria nacional plagada de despojos y cerrada a las emergencias sociales.

De tal suerte, resulta fundamental la comprensión de los procesos paralelos, que en simultaneidad han pensado y recreado proyectos de vida más o menos consolida-dos; así como reconocer en las discontinui-dades de nuestra historia no una anomalía, sino la complejidad y diversidad que nos constituye como nación. Las conmemora-ciones populares del bicentenario, pusie-ron en evidencia la existencia de 200 años de historias de lucha social, dispersas por la geografía nacional y convergentes en cier-tas ocasiones, que forman parte de una lar-ga y prolífica historia de resistencia frente a la colonización.

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Sentidos en la balanza

En el que ya es un clásico estudio sobre el surgimiento de las identidades nacionales Eric Hobbsbawm recuerda y documenta en asocio con un puñado de investigadores cómo se in-ventan las tradiciones en medio de las volun-tades políticas que tienen la facultad de ejercer el poder (Hobbsbawm y Terence,1983). El bi-centenario parecería tener la vocación de re-novar los mitos fundacionales de Colombia. A 200 años… Colombia se encuentra en vilo. Las luchas que festeja u omite el Bicentenario en su celebración, son actualizadas y adquieren sentidos renovados con el pulso de los pro-cesos sociales del presente. Este es también nuestro problema y el Bicentenario no logra evadirse de la mirada crítica del presente. Co-lombia se disputa los sentidos de la nación y este sin duda, podrá ser un terreno fértil para revisarnos por dentro y desde dentro.

Con 200 años de independencia política es posible dar cuenta de expresiones de una conciencia histórica de larga duración, capaz incluso de dar cuenta de las persistencias y discontinuidades históricas. Algunas de ellas se expresan hoy descifrando algunos de los principales hechos de la política nacional en relación con el latir de la primera década del siglo XXI. Al menos, distinguimos tres cuer-pos gruesos de tensiones históricas que se expresan en la actualidad con singular pre-ocupación por parte de la movilización social.

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La Patria en tensión. La Patria como “terruño”3 fortalecido con un vínculo históri-co y jurídico, cuyo mito de origen nos condu-ce al ya nombrado 20 de julio, es invocada en nuestros días entre el pacto político que esta-blecen los criollos y la gran faena militar lo-grada por la Campaña Libertadora comanda-da por Bolívar, y que extiende el Bicentenario al 2019. Al sazón, se calibran sentidos entre la tradición legalista en la formación del estado-nación colombiano y que hará de Santander “el hombre de las leyes” como prototipo de un espíritu republicano “a la colombiana”; y el énfasis en una suerte de estética de guerra defendida desde la seguridad democrática, para decirnos que “en Colombia los héroes sí existen”, tal como reza la campaña del bi-centenario liderada por el pasado gobierno. Independencia - Ley – Guerra aparecen como tríada que se establece en la disputa entre la representación del origen de la Patria aso-ciada con la retórica de la “democracia más antigua de América”, frente al argumento de defensa y seguridad nacional, en medio del más claro avance neoliberal.

Pero la inauguración de la Patria no sólo se disputa este sentido, ella invoca irreme-diablemente a la Gran Colombia, no sólo a la Colombia de nuestros días. Tiene el poder de invocar en el presente el giro político que

3 Me refiero aquí a la patria como terruño en el sentido inicial decimonónico reseñado por Hobbsbawm (1991).

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describe América Latina en los últimos años y que ha implicado el llamado múltiple y de diverso carácter a la integración regional. Las perspectivas bolivarianas actuales apare-cen esbozadas en este contexto, en relación o distanciamiento con respecto a una larga tradición de configuración de una identidad con los pueblos del continente, que en ningu-na medida se reducen al liderazgo actual de Venezuela. El Bicentenario, con la celebra-ción de la inauguración de la Gran Colombia, articulada a los esfuerzos independentistas de Artigas, Morelos… se sitúa también en la discusión sobre el aislamiento de Colombia con respecto a los países hermanos en térmi-nos del resquebrajamiento de las relaciones diplomáticas con sus países vecinos; así como en relación con su arritmia con respecto al tono de la política económica y social de bue-na parte de la región.

En aquel mismo tenor, la Patria como te-rruño implica también que se renueven las pasiones por la defensa de la soberanía na-cional fundamental en tiempos independen-tistas y primeras décadas republicanas. Hoy, el argumento sale a relucir con particular fuerza ante la instalación de bases militares estadounidenses en el país. En tiempos de Bi-centenario y en auge de medidas neolibera-les, están en disputa los sentidos de la sobera-nía nacional frente a la incursión extranjera.4

4 Así fue expresado por la Marcha Patrió-tica que llegó a territorio capitalino el 18 de julio,

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Nación, pueblos, colectividades y nacionalidades. La cada vez más amplia discusión sobre las naciones, los estados-nacionales5 y su incursión en la historia de la modernidad, leída ahora en clave de plu-rietnicidad, multi e interculturalidad, pone en evidencia una particular conciencia histórica de larga duración en ciertos sectores, pueblos y pobladores de la sociedad colombiana, que supera el alcance del bicentenario.

El derecho a las existencias colectivas de diverso orden, están hoy en juego y en vilo, así lo manifiestan claramente tanto los estu-dios académicos como los procesos sociales que protagonizan tales reivindicaciones, que sin duda, superan sus limitaciones particula-res y avanzan hacia una propuesta de país de la cual son protagonistas. La reflexión abier-ta por 200 años de vida republicana, que son también la ocasión para pensar las relaciones ambiguas, confusas y problemáticas de ins-tauración ciudadana frente al orden estamen-tal colonial, nos devuelve a una discusión no saldada en aquel ya casi mítico 1991.

El posicionamiento de 518 años de resis-tencia en el espectro de las conmemoraciones del Bicentenario, interpela directamente a

como por algunas de las organizaciones sociales que formaron parte de la movilización de la Minga Social y Comunitaria.

5 Nos referimos aquí a los clásicos estudios de Anderson, Gellner y Hobbsbawm, principal-mente, reseñados en la bibliografía.

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los límites impuestos de la considerada como “historia nacional”. Los cuadernos de histo-ria nacional están plagados de preludios que anuncian lo que se presenta como devenir inevitable y obligado. La “prehistoria” anun-cia una grandiosidad en declive que estaba destinada a hacerse “histórica” con la llegada civilizatoria de la rueda, la escritura, la mita y la encomienda, la unificación lingüística y religiosa. ¿Acaso nos volvimos históricos con los niveles más crueles de explotación laboral, con las estrategias de aculturación hacia los indígenas, la desterritorialización y la esclavización de la población negra? Hoy, las comunidades indígenas y negras de Co-lombia se reclaman pueblos, poseedoras de proyectos de vida milenarios que actualizan en planes de vida, para garantizar su pervi-vencia y construir país desde la historia que ha sido negada y relegada a las curiosidades de especialistas y museos.

Por su parte, los trabajadores se defien-den de los embates en contra de los derechos a la libre agremiación, denunciados por las organizaciones de derechos humanos, para sostener que su vida colectiva hace parte de la vida nacional. Los nombres de María Cano, Mahecha y otros tantos que lucharon en otros tiempos por los derechos laborales son reto-mados para denunciar que las Bananeras no quedaron en el pasado, sino que aparecen una y otra vez, cada vez que los trabajadores defienden su derecho a disfrutar del trabajo y recrearlo colectivamente.

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A la par, campesinos de todos lados, reco-nocen que han dejado de cultivar alimentos y vuelven a los saberes refundidos ante décadas de Revolución Verde y Nueva Ruralidad, para recordarnos que sin soberanía alimentaria la nación colombiana pierde sus posibilidades de existencia concreta. La recuperación de semillas, la renovación de shagras y huertas familiares, se reclaman hoy como tareas para la construcción de la nación. Y al lado de mi-neros, artesanos y otros pobladores rurales vuelven a imaginar una vida campesina di-versa y convergente, con “gente para la tierra y tierra para la gente”.

Los habitantes urbanos crean sus histo-rias para imaginarse y constituirse, en medio de las dificultades de la vida urbana en situa-ciones de precariedad, en sujetos de la histo-ria nacional. Jóvenes se buscan y se encuen-tran para reclamar que ellos no “adolecen” de cualidades y calidades que los hagan suscep-tibles de imaginar, crear e idear a la nación colombiana. Los murales, los grupos de mú-sica y baile, los grupos culturales, de defensa ambiental… se preocupan por mostrar que la “criminalidad” no los define como objetos. Hoy, sus cuerpos se tornan expresión de una diversidad creativa que intenta afrontar las dificultades y prejuicios de nuestros tiempos.

Colombia en masculino y sin hijos na-turales. Otros tantos sentidos encontrados se visten de morado y de arcoiris para de-nunciar una historia nacional constituida en

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una línea genealógica masculina y reiterada. Manuela Beltrán, Policarpa Salavarrieta, más conocida como “La Pola”, entre otros perso-najes femeninos se recuperan para confron-tar su ubicación en la historia nacional como apoyo del verdadero héroe de la Patria. Una reivindicación que más allá de los nombres representativos, se confronta con una Ma-nuelita Sáenz, valorada como “la libertadora del Libertador”, en carteleras escolares, mar-chas conmemorativas y carteles de homenaje en lenguaje de inclusión de la mujer. No pue-de dar más que risa la pretendida inclusión de la mujer como sujeto de la historia patria a través de su reafirmación como acompañan-tes privadas de los héroes de la patria.

Jaime Jaramillo Uribe recuerda en un céle-bre ensayo histórico cómo fue constituida la valoración sobre el linaje y la pureza de san-gre como estrategia fundamental de ordena-miento de la sociedad colonial. En tiempos de conmemoración de la Independencia, todos fuimos testigos del desfile de la generación de los “delfines”, que como en antiguos tiempos coloniales muestran pocas posibilidades de cruzar el umbral de la democracia moderna. Esta fue otra de las tantas tensiones puestas en evidencia en las conmemoraciones del Bi-centenario.

Cuando cumplimos ya varias décadas de historia social, cuando la historiografía afri-cana e hindú ha mostrado de nuevo la impor-tancia de las voces subalternas, y la antropo-logía y la sociología han hecho otro tanto por

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resaltar a los “otros” protagonistas de la his-toria, nuestra vida sigue olvidando a los hijos naturales, continúa creyendo en los linajes, negándose a pensarse a sí misma e imper-meable a las propuestas de vida femeninas.

La idea de que la colonización es una per-sistencia, lejos de una remembranza de tiem-pos antiguos, es una constante y una denuncia generalizada en las manifestaciones sociales en el Bicentenario. Ella se enfrenta en sus múltiples expresiones y énfasis a la visión que la muestra como un hecho del pasado. Hoy, las gentes de diversos lugares del país, que se sienten pertenecientes a un territorio que han construido a lo largo del tiempo, se preocupan por afirmar que la nación está en vilo y que requiere esfuerzos mancomunados para adelantar lo postergado en “518 años de resistencia y 200 años de lucha de los pue-blos”, como reza la proclama del 19 de julio del 2010.

La historia nacional plural y multicultural, en acuerdo al espíritu constitucional, es una deuda y un reclamo, que busca ensanchar la memoria y hacer explícitas las exclusiones. Si bien sabemos que el viejo adagio de que “la historia se repite” es una falacia, sí es posible advertir en las emergencias sociales presen-tes en el bicentenario la advertencia de una historia perseverante, que cada 50 años in-tenta perdonarse, a través de una suerte de ejercicio amnésico que pretende hacer de las discontinuidades y paralelismos que caracte-rizan nuestra ya más larga vida, en una con-

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tinuidad ficticia que imagina la nación para y desde un puñado de mentes.

Bibliografía citada

Autoridades Ancestrales del pueblo Misak, 2010. Por la dignidad y pervivencia de los pueblos, la nación Misak en movimiento. 19 de julio. Gua-mbía: Cabildo de Guambía (Se puede consultar en: http://pueblomisak.org/)

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Historias recreadas

... a propósito del Bicentenario

Josué Libardo Sarmiento1

1 IPARM, Universidad Nacional de Co-lombia, Centro de Pensamiento Latinoameri-cano RaizAL.

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Historias Recreadas

I. Entrevista con...José María Carbonell

“El chispero de la Revolución”

¿Quién es usted?José María Carbonell: Bueno, soy un hijo de estas tierras que busca en la ciencia y el conocimiento la posibilidad de construir una patria mejor. Mi labor como escribiente de la Real Expedición Botánica a ordenes de los Mutis, me ha dado la oportunidad de conocer la gran riqueza de estas tierras pero temo que esa riqueza natural sea la clave de nuestra esclavitud en el futuro…

Sr Carbonell ¿Cuál es su conclusión de los hechos del pasado 20 de Julio de 1810?

Ante todo quiero aclarar a los habitantes de Santafé y de la Nueva Granada que estoy com-placido por el resultado final del Cabildo Abi-erto celebrado en la capital en esa fecha. Pienso que es un gran avance que el pueblo haya toma-do por su mano los destinos de la capital y que los habitantes de las demás provincias hayan seguido su ejemplo. Pero no nos podemos dor-

El 19 de julio de 1816 fue fusilado en Santafé José María Carbonell. Llegó a

ser escribiente de la Expedición Botáni-ca, liderada por José Celestino Mutis.

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mir en los laureles, apenas ahora empezamos el verdadero proceso de labrar nuestra libertad, hay que tener cuidado con las nuevas amenazas que se ciernen sobre nuestros destinos…

¿A qué amenazas se refiere?Específicamente a aquellos que apelan al pue-blo para dar rienda suelta a sus ambiciones personales pero que a la menor oportunidad lo tracionarán y resultarán siendo peores que sus verdugos. No es necesario que yo de nom-bres, el pueblo los conoce…

En su opinión ¿Qué es lo más importante para el éxito de nuestra revolución de inde-pendencia?

Lo más importante en el proceso revolucion-ario en que nos encontramos era la acción del pueblo, de las clases humildes; sin la partici-pación del pueblo ninguna iniciativa política tendrá sentido ni futuro…

Es por eso que el pasado 20 de julio de 1810 usted incitó las masas santafereñas contra las autoridades españolas?

Si, en las horas de la tarde y noche. realicé una intensa actividad política con el pueblo, corrí de taller en taller, de casa en casa, de puesto en puesto, de chichería en chichería, conversé, arengué, incité a las gentes a asistir a la plaza; luego me dirigí a la casa de Infiesta, [uno de los funcionarios de la Corona española], lo apresé y a la vez, le salvé la vida porque la gente lo quería linchar…lo puse bajo custodia...

Ahhh, entonces ¿es por eso que en el Diario político Caldas y Nariño afirman de usted que: «Carbon-ell ponía fuego por su lado al edificio de la tiranía, y nacido con una constitución sensible y enérgica,

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Ahhh, entonces ¿es por eso que en el Diario político Caldas y Nariño afirman de usted que: «Carbon-ell ponía fuego por su lado al edificio de la tiranía, y nacido con una constitución sensible y enérgica, rayaba en el entusiasmo y se embriagaba con la libertad que renacía entre las manos»…?

No sé si merezco tanto halago, solo sé que sin la participación popular en la construcción de un nuevo orden social y político en la Nueva Gra-nada, fracasaremos y estaremos –dentro de 200 años quizá- sintiendo que la tarea de la emanci-pación y la independencia no se ha logrado”.

Se afirma en las calles que su liderazgo du-rante los hechos del 20 de Julio de 1810 hizo posible la constitución del Cabildo Abierto y limitó el accionar amañado de la elite cri-olla. ¿Qué tiene que decir a esto?

En relación a ese tema, pienso que sin la par-ticipación de las masas populares, la elite cri-olla de los Pombo, los Sanz de Santamaría, Villavicencio y Torres, entre otros, se habrían salido con la suya, es decir asumir el gobierno de la Nueva Granada en compañía del Virrey y demás funcionarios españoles, sin las ataduras o los compromisos con el pueblo santafereño. Estos personajes buscaron de muchas maneras impedir el desarrollo del cabildo y por el con-trario, siempre prefirieron un acuerdo a puerta cerrada con el Virrey que les permitiera obten-er sus demandas de participación burocrática [en cargos del estado] sin acudir al peligroso asunto de convocar a las masas populares. Yo me opuse a ello y actué en conciencia.

BC-200 Años: ¿No teme por su vida?

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En la historia, la vida de un hombre no vale nada al lado de la libertad de un pueblo… Es un riesgo que hay que asumir…

En 1816 la acusación del “Pacificador” Pablo Morillo contra Carbonell da cuenta del odio que despertó en las elites españolas y criollas: Fue el primer presidente de la Junta tumultuaria que se formó en esta capital, quien puso los grillos al excelentísimo señor virrey Amar, y lo condujo a la cárcel; fue el principal autor y cabeza del motín, el que sedujo a las revendedoras y a la plebe para insultar a la excelentísima señora virreyna, cu-ando la pasaban presa de la Enseñanza a la Casa del Divorcio; fue ministro principal de Tesoro Público; acérrimo perseguidor de los españoles americanos y europeos que defendían al rey, y uno de los hombres más perversos y crueles que se han señalado entre los traidores.

De nuestra parte debemos reconocer que Carbonell, como hijo de la ilustración y la mod-ernidad, siempre abogó por la libertad y la inde-pendencia, y también por una administración más pura, más amplia (hoy diríamos participa-tiva). En momentos como los de hoy, una figura como José María Carbonell nos hace recordar que en el largo camino de los últimos 200 años son muchas las cosas que aún quedan por re-solver desde ese momento, construir nuestra emancipación como pueblo y nación, es una necesidad histórica.

Bibliografía Citada Gran Enciclopedia de Colombia del Círculo de Lectores, tomo de biografías.

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II. Entrevista a ... Pedro Romero

Hace casi doscientos años en Cartagena, la figura de un fornido mulato, llamado Pedro Romero, lideró, junto con otros dirigentes

populares la muchedumbre que se plantó la tarde del 11 de noviembre de 1811 en la pla-

za donde se encuentra hoy la Gobernación de Bolívar. Este acto decidió la balanza para que la Junta patriótica finalmente declarara la Independencia absoluta del yugo español.

Adelante por favor Pedro, una breve semblan-za suya para nuestros lectores

Pedro Romero: Bueno pues, yo soy Pedro Romero. Nací en la Habana pero no tengo clara la fecha exacta. Me dedico a la fun-dición de hierro y vivo en una modesta hab-itación de una casa del sector de Getsemaní, un sector popular muy bonito de esta, la ciudad de Cartagena, donde también tengo mi taller. Llegué a esta ciudad hace varios años y decidí quedarme porque aquí en-contré un ambiente muy similar al de mi Habana natal. Sus gentes, sus calles, su bul-licio y la hermandad de su gente, me hacen sentir como un ciudadano más.

Se dice que usted fue el responsable de la radi-calización del Acta de Independencia de Carta-gena el 11 de noviembre de 1811… Es eso cier-to? Por qué lo hizo?

En ese momento era claro que había entre los miembros de la junta (todos criollos)

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dos bandos que no lograban acordar el con-tenido de la declaración final, había quienes no eran partidarios de la independencia y solo querían mantener lealtad con el régi-men español, y otros que si querían inde-pendencia, aunque no sé que tan absoluta. Yo me dí cuenta de la situación, y le comenté a mis amigos Vicente Medrano (quien és artesano y también vive en Getsemaní) y Cecilio Rojas, que corríamos el riesgo de desaprovechar la ocasión de obtener la in-dependencia absoluta!!

¿Dónde estaban ustedes?Nosotros nos encontrábamos entre la mul-titud, en las afueras de la plaza donde hoy es la Gobernación, así que a voz en cuello, nos subimos en las escalinatas y alebresta-mos la gente que en su mayoría eran como nosotros, hombres y mujeres de las distin-tas castas y sectores de la ciudad: pardos, mulatos, negros, zambos y mestizos… ahí me di cuenta que abarrotábamos la plaza, y como horas antes habíamos asaltado la plaza de armas, todos estabamos decidi-dos a no perder la oportunidad de librar-nos del yugo español…

¿Qué pasó entonces?Pues que con Pedro, Cecilio y la demás gentes nos metimos a la fuerza a la sala donde sesionaba la Junta compuesta úni-camente por criollos cartageneros que se hacían llamar “notables”. A propósito: Yo nunca había entrado a un caserón así!!. En fin, casi que a la fuerza los

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obligamos a que se redactara un Acta de Independencia Absoluta de España, mu-cho más radical que la de Santa Fe.

Entonces usted sí fue uno de los responsables de la radicalización de la Junta de Independen-cia de Cartagena!

Pues en cierto modo, pero no yo como in-dividuo, sino que éramos el pueblo carta-genero en pleno esa multitud de hombres y mujeres de todos los colores y condiciones que nos unimos para obtener nuestra lib-ertad.

Y hoy, 200 años después, ¿cómo ve la cosa?Pues muy complicada, los criollos contem-poráneos han aprendido la lección y no-sotros no! Las peleas entre sectores popu-lares me hacen ver la necesidad de buscar una segunda independencia pero tenemos que empezar por nosotros mismos. Ten-emos que articular los esfuerzos dispersos de indígenas, campesinos, corteros, jornal-eros, habitantes urbanos y sectores popu-lares en general, para tender caminos de unidad frente a la elite criolla que asumió el gobierno desde hace 200 años y nos ha mantenido en una situación de injusticia. Tenemos que recuperar nuestros territo-rios, luchar contra las nuevas formas de esclavitud… Ahora la lucha debe ser por la Emancipación Popular!

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Proclamas en campos y ciudades entre 1900 y 1930.

Aproximaciones a los mandatos de la época

Silvia Becerra Ostos1

Hemos renunciado a nuestra herencia po-lítica para servir el evangelio de la Huma-nidad: todos los trabajadores son nuestros hermanos; queremos que todos los hombres trabajen para que ninguno deje de ser her-mano nuestro; queremos que los hombres sean libres, pero antes queremos que se edu-quen, que piensen, porque nunca es libre el hombre que no piensa. (Primer editorial de La Humanidad [16, IV, 19251])2.

El inicio del siglo XX, significó la posibili-dad de mostrar la capacidad de las organiza-ciones sociales de ser a la vez: un escenario de constante denuncia frente a las condicio-nes indignas de vida, una emergencia de pro-puesta, así como la materialización de valores contra-hegemónicos como la solidaridad, el aprecio por la educación y la cultura, el res-peto por la diferencia, la equidad y el respeto por el otro.

La irrupción en nuestro país de la moder-nización capitalista, permitió la aparición de diversas organizaciones de trabajadores

1 Instituto Pedagógico IPARM, Centro de Pensamiento Latinoamericano Raizal.

2 Cfr. Archila, 1985.

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de múltiples oficios y labores, cuya dinámi-ca se establecía entre la estructuración del mercado interno, la consolidación de los en-claves estadounidenses y la construcción de infraestructura requerida para ambos (prin-cipalmente, en relación con ferrocarriles y trasporte fluvial). Otra de las características del periodo fue la proletarización de colonos, campesinos e indígenas propiciado también por las obras de infraestructura.

Con estas organizaciones aparecieron también manifestaciones y demandas socia-les. Las protestas de la época estaban marca-das por un espíritu antiestadounidense, dada la pérdida reciente del canal de Panamá, y las condiciones laborales vividas en las enclaves, principalmente el de la TROCO y la UFRO. De esta manera, rápidamente las protestas rei-vindicativas contra los enclaves económicos revestían un carácter de reclamación por sobe-ranía.3

3 Así lo expresa la siguiente carta de los obreros de Barranca de 1923: “La fe con que usted siempre defiende la causa del proletariado colom-biano, nos ha movido de manera especial para ir a usted en demanda no tanto de nuestro sagrados derechos de obreros, que son en todo el pueblo civilizado respetados, sino en demanda de su va-lioso contingente para algo más alto, más sagrado, que demanda la protección de todos los hijos de Colombia, que sientan correr por sus venas la san-gre de los libres de los dignos y de los honrados que llevan ante todo y sobre todo grabado en su corazón el honor de la patria, y la majestad de su soberanía….es triste doloroso, que una sociedad de obreros…tenga en esta ocasión la imperiosa

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Por su parte, los campesinos empezaron a cuestionar el régimen de trabajo en las haciendas, así como misma propiedad de la tierra. La alta proletarización de grandes po-blaciones otrora rurales, significó también un crecimiento de la demanda de vivienda y ser-vicios públicos urbanos; lo que rápidamente facilitó que se constituyera el sector cívico/urbano como un importante escenario de in-conformidad social. Junto a estas demandas también se encuentran algunas relacionadas con el rechazo a los altos impuestos y al régi-men fiscal.

Los obreros quienes inicialmente solicita-ban mejores condiciones socioeconómicas, concentradas sobre todo en reivindicaciones salariales, fueron tomando un carácter polí-tico, para consolidarse como sujeto motor de protestas sociales. Cuya historia también está acompañada de temprana represión policial y militar, como lo verifica la historia de las Bananeras en el Magdalena.

Los sujetos históricos de estas protestas eran los sectores populares4, organizados en

necesidad de hacer oir su grito de enérgica protes-ta ante el pueblo colombiano, contra la iniquidad, la infamia y doblez de la denominada Tropical Oil Company…” (Cfr. Vega, 2002: 442).

4 Entendemos estos sectores como: Con-junto variado de acciones colectivas de índole multiclasista encaminada a enfrentar problemas que afecten directamente a amplios sectores de las clases subalternas y en la que entran en juego aspectos estructurales de tipo material y aspectos simbólicos y subjetivos. Protestas no sólo de tra-

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una gran diversidad de formas: ligas de usua-rios, federaciones, coordinación populares o asociaciones. A pesar de las precarias condi-ciones en términos organizativos y comuni-cativos, lograron perfilarse en el espectro de la vida política nacional, hasta propiciar gran-des expresiones de articulación y unidad de acción.

El sector obrero constituyó en la época el motor de la organización social, es impor-tante resaltar que, alcanzó la mayoría de sus demandas, las referidas principalmente al au-mento de salario y la disminución de las horas laborales, concretada en el ya emblemático del “888” (8 horas de trabajo, 8 de descanso y 8 de estudio); además de marcar la pauta en las expresiones de solidaridad con los otros sectores en huelga o protesta.

En las ciudades los obreros, luchaban por el aumento de salario, la disminución de ho-ras trabajo, obtener autonomía, contra los despidos injustos, pedían mejores tratos, solicitaban capacitaciones y escuelas noctur-nas. Los artesanos, a su vez, se movilizaban para instituir un Estado laico y solicitar un aumento salarial. A la par, los pobladores ur-banos, protestaban en contra de los abusos de la policía y se unían a los artesanos a favor de un Estado laico.

En las zonas rurales, se iban dibujando protestas agrarias, constituidas por campesi-bajadores asalariados sino de un amplio grupo de personas pertenecientes a las clases subalternas. (Rude, 1978 y Romero, 1995).

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nos e indígenas, en contra de las formas te-rratenientes y clericales de tenencia y manejo de la tierra. Los misioneros fueron centro de atención, pues tenían facultad legal para ejer-cer autoridad civil penal y judicial. El mayor conflicto era la apropiación de tierras públi-cas (baldíos), que causó el enfrentamiento de colonos y campesinos contra los terrate-nientes. Al principio se luchaba con estrate-gias jurídicas y legales, pero prontamente se evidencia que la ley no defiende los intereses de los trabajadores del agro. La exigencia del pago salarial, de mejorar la alimentación, así como la libertad de tránsi-to, fueron algunas de las voces entretejidas en los campos del país, para ir dibujando la complicidad con las luchas desarrolladas por el zapatismo de la Revolución Mexicana y que conduciría a que décadas después, en 1971, asumieran como suyo el mandato de “la tie-rra para quien la trabaja”. En su defensa y como prácticas de resistencia atacaron a cau-cheros, recuperaron tierras y reconstruyeron los cabildos, pero sobretodo se negaron a pa-gar arriendo por la parcela, desconociendo la propiedad de los hacendados5.

5 Como lo señala el siguiente pronuncia-miento publicado en el periódico La Libertad de Montería, el 29 de mayo de 1920:

No trabajar en haciendas donde haya cepos o traten mal a los trabajadores.No trabajar que cobren doble valor por el día que no se trabaja.

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En las ciudades también sonaban arengas como la que se pronunciaba por aquel enton-ces en Cartagena: “Viva la soberanía, abajo el clero”6. Eran muy comunes las huelgas de los inquilinos por la usura de los arriendos y en general, frente al alto costo de vida, así como por abusos policiales. Una práctica recurren-te eran los boicots, es decir, la negativa a con-sumir productos de empresas que no apoya-ran las huelgas o que estuvieran a favor de las autoridades.

Para evidenciar el hecho de la articulación y las demandas comunes, queremos exponer el ejemplo de la Unión Nacional de Indus-triales y Obreros en 1911. Esta Unión crea el Partido Obrero, como forma de manifestarse contra los partidos tradicionales. Sus deman-das, expresan también el espíritu de articula-ción social en el cual enfatizamos: fomentar el adelanto material de obreros, impulsar la construcción de viviendas sanas y baratas, mejorar la beneficencia pública e impulsar la construcción de hospitales, proveer el es-

No trabajar con amos que paguen un jor-nal menor de un peso oroNo trabajar con amos que no den buena y abundante alimentaciónNo trabajar con amos que no den medici-na en caso de enfermedad.No trabajar con amos que dan dinero a interés de un 10% mensual (Cfr. Vega, 2002: T. II, 203). 6 Véase: Ibíd.: I, 18.

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tablecimiento de cajas de ahorro, estudiar la forma de proteger el trabajo y la industria na-cionales, trabajar por la genuina representa-ción de obreros e industriales en los cuerpos legislativos, impulsar la publicación de perió-dicos de la asociación y propender por leyes que favorecieran a la persona, el domicilio y la propiedad del obrero (Ibíd.: III, 112).

Finalmente y a propósito de las celebra-ciones que se hacen desde el establecimien-to y que poco recuerdan lo que no conviene, recordamos una fecha digna de conmemora-ción para el movimiento social colombiano. Para el centenario de la Batalla de Boyacá, en 1919, se inicia la gestión para engalanar la fiesta elaborando los uniformes de del ejérci-to en el extranjero. La idea de importar esos uniformes en un contexto de desempleo y poca oferta laboral para los sastres y fábricas textileras, provocan un rechazo generaliza-do. Como señal de protesta se propone una marcha en Bogotá, desde diferentes organi-zaciones de trabajadores y artesanos, con un mandato claro: “organizaos para algo prácti-co, para haceros respetar, para tener techo, trabajo y pan”(Ibíd.: III, 137).

En los periódicos obreros y populares de la época, se convocaba con palabras como las siguientes a la marcha pacífica:

Obreros:De nada vale tener derecho a comer si no se come.Es inútil tener derecho a beber, sino se bebe.

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De nada sirve tener derecho a ser libre, si no se es.Hace falta el hecho en vez del derecho. (Ibíd.).

El 16 de marzo de 1919, esta marcha pa-cífica termina en masacre. Muchas de las de-mandas de otrora parecen volver a la escena del movimiento social. Las concesiones de diversas empresas extractoras de recursos, se parecen cada vez más a los enclaves de los años veinte, las condiciones de vida para las mayorías son indignas. Las lecciones de so-lidaridad, de articulación, de formación, de capacidad de movilización y de indignación ante la realidad, iluminan en momentos don-de la humanidad misma está en crisis.

Bibliografía Citada

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Vega, Renan. 2002. Gente muy rebelde. Tomo I, II y III. Bogotá: Editorial Pensamiento Crítico.

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Obra editada por el Fondo de PublicacionesCentro de Pensamiento Latinoamericano

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