crónicas médicas de la primera guerra carlista (1833-1840). crónica 0,prólogo

9
Crónicas médicas de la primera guerra carlista (1833-1840). Javier Alvarez Caperochipi Doctor en Medicina y Cirugía 2009 Crónicas médicas de la primera guerra carlista (1833-1840)

Upload: museo-zumalakarregi

Post on 19-Jun-2015

174 views

Category:

Documents


2 download

TRANSCRIPT

Page 1: Crónicas médicas de la primera guerra carlista (1833-1840). Crónica 0,Prólogo

Crónicas médicas de la primera guerra carlista (1833-1840). Javier Alvarez Caperochipi Doctor en Medicina y Cirugía 2009

Crónicas médicas de la primera guerra carlista (1833-1840)

Page 2: Crónicas médicas de la primera guerra carlista (1833-1840). Crónica 0,Prólogo

Crónicas médicas de la primera guerra carlista (1833-1840). Javier Alvarez Caperochipi Doctor en Medicina y Cirugía 2009

Javier Alvarez Caperochipi

Doctor en Medicina y Cirugía Ha trabajado como cirujano en el Hospital de Navarra, Centro Ramón y Cajál de Madrid y los últimos 25 años como Jefe del Departamento de Cirugía del Hospital Aranzazu-Donostia. Premios en concursos de relatos literarios cortos: Sigüenza 2001, Madrid 2005, Valencia 2008, Buñuel 2008, Granada 2009 Ha escrito un libro de carácter histórico-médico “El hospital de Navarra y el desarrollo de la cirugía”

Page 3: Crónicas médicas de la primera guerra carlista (1833-1840). Crónica 0,Prólogo

Crónicas médicas de la primera guerra carlista (1833-1840). Javier Alvarez Caperochipi Doctor en Medicina y Cirugía 2009

Crónica O- Presentación: Entre relato histórico y ensayo

Primera parte: de la agonía de Fernando VII a la muerte de Zumalacárregui

I- Las Enfermedades de Fernando VII y su importancia en la génesis de las guerras carlistas

II- La situación médica y social al comienzo del conflicto

III- Asuntos de tropas: El vino y las diarreas

IV- Espóz y Mina un general liberal desenterrado

V- La herida de bala del general Zumalacárregui. Una pierna a

debate

VI- La sanidad en el ejército liberal

VII- La sanidad en el ejército carlista

Segunda parte: De la muerte de “Zuma” a la resistencia de Cabrera

VIII- Legiones extranjeras. La Legión Auxiliar Británica IX- Las Expediciones Carlistas y los Legitimistas Europeos

X- Informes clínicos del general Cabrera

XI- Balances y consideraciones de la 1 Guerra Carlista

Page 4: Crónicas médicas de la primera guerra carlista (1833-1840). Crónica 0,Prólogo

Crónicas médicas de la primera guerra carlista (1833-1840). Javier Alvarez Caperochipi Doctor en Medicina y Cirugía 2009

Crónica 0 - PRESENTACIÓN- Entre relato histórico y ensayo El que suscribe, ha trabajado como cirujano durante más de cuarenta años, al frente de un importante equipo quirúrgico de un hospital puntero. Nuestra generación ha sido muy afortunada, ha conocido la asepsia, anestesia, transfusión, antibióticos, y también inmunología trasplantes y robótica. En nuestro centro, con más de 100 urgencias por día y más de 25.000 operaciones por año, se obtenían un 97% de altas por curación; cifras similares a la mayoría de los hospitales del país. La generación que nos continúe será todavía mucho mejor porque descubrirán más cosas. En el ocaso de nuestra actividad profesional, hemos echado la vista hacia atrás, con curiosidad, para ver como serían las cosas antaño, hace casi un par de siglos, ver como se arreglaban los cirujanos de entonces, para atender a los heridos de guerra o para atajar las enfermedades de la tropa. La visión de conjunto es estremecedora; para Henningsen dos de cada tres -grandes heridos- de las guerras carlistas fallecían en el hospital de sangre por culpa de sus lesiones y todo ello sin contar los que se morían sin atención en el campo de batalla, y los rematados por el bando contrario al tomar la posición. También las denominadas heridas menores podían sufrir contratiempos, para muestra, basta con repasar la herida que llevó a la tumba a Zumalacárregui. Nuestra primera impresión es que hacía falta un gran valor y una moral muy alta para ejercer la profesión en esos tiempos, entre gritos de los pacientes y decepciones por los resultados. Es muy posible que los mejores cirujanos de hoy, no hubieran sido capaces de soportar, semejantes condiciones; vaya por delante el mayor respeto, a los galenos de la época. Un cirujano francés del siglo XIII, decía refiriéndose a los que le habían precedido en el ejercicio de la profesión: “Nosotros sólo somos enanos a hombros de gigantes” demostrando la admiración que profesaba a los que le habían precedido. Con ese mismo espíritu nos hemos introducido a investigar en los años de la primera guerra carlista. Es bien sabido que los cirujanos del primer tercio del siglo XIX, eran obreros menores de la medicina, con una titulación de menor importancia que la de médico; no eran

Page 5: Crónicas médicas de la primera guerra carlista (1833-1840). Crónica 0,Prólogo

Crónicas médicas de la primera guerra carlista (1833-1840). Javier Alvarez Caperochipi Doctor en Medicina y Cirugía 2009

considerados hombres de ciencia, mejor sería llamarlos de poca ciencia; sabían un poquito de medicina, mucho menos que los sabios médicos de toga y algo más de técnica quirúrgica de operaciones, necesaria para abrir, limpiar, vaciar el pus y cerrar. Todo realizado en zonas superficiales, especialmente en brazos y piernas; había pánico a penetrar con el bisturí en cavidades, como tórax, abdomen o cráneo, eran espacios prácticamente prohibidos; los individuos no lo soportaban y la mortalidad, cuando se intentaba, era muy alta. La cirugía, las operaciones, ha sido siempre para los cirujanos, más que una técnica, una actitud de rebeldía contra la mala evolución de las enfermedades, representaba un intento de tratar de incidir de una manera más directa en las mismas, para intentar hacer cambiar su rumbo, hacia la curación. Solo era una semilla rebelde, pero será la base en la que se apoyará más adelante su gran desarrollo. Los denominados sabios doctores o médicos de toga, sabían más, mucho más, pero podían poco; no tenían buenas medicinas ni ayudas diagnósticas, se conformaban con curar unos pocos enfermos, aliviar y consolar a los demás. En una ciencia pobre y especulativa, los curanderos no estaban muy alejados de médicos y cirujanos. Conocían la forma de tratar algunos síntomas y sabían manipular huesos; habían heredado los conocimientos de sus ancestros y se habían entrenado a tratar fracturas de animales, ovejas, cerdos y esas prácticas las ponían al servicio de las personas. Estaban bastante asentados en la sociedad de su tiempo, bien admitidos, con una leve oposición oficial, acusados de intrusismo por falta de titulación, pero no perseguidos. Quizás el lector pueda preguntarse, el motivo de haber aterrizado en esta época. Le contestaría sin pudor, que sin querer. Desde que aprendimos el “catón” de la medicina, nos sentimos atraídos por tres personajes especiales de comienzos del siglo XIX y por diferentes motivos. Uno era un cirujano vocacional e innovador, el segundo un genio militar con una muerte absurda y el tercero un general enigmático con una enfermedad misteriosa; nos estamos refiriendo a Dominique Larrey, el cirujano de Napoleón y a los generales carlistas Zumalacárregui y Cabrera, que coincidieron entre la Guerra de la Independencia y la I Guerra Carlista; con ellos empezamos a tomar el pulso de la medicina de su tiempo y detrás vinieron los demás. Larrey, una de las figuras más importantes de la cirugía mundial del siglo XIX estuvo en España acompañando a Napoleón, en la guerra de la independencia 20 años antes de las guerras carlistas; fue el primero que atendió quirúrgicamente al herido en el campo de batalla e inventó las ambulancias voladoras. Fue una pena, que el rechazo de todo lo francés impidiera aprovechar las enseñanzas de un maestro excepcional; y solo en la tercera guerra carlista Nicasio Landa siguiera su senda. Zumalacárregui, fue un personaje mítico, por el que muchos hemos profesado una gran admiración. Su esplendor como estratega y su absurda muerte por una herida de bala simple en la pierna, atrajo la atención de muchas personas, entre las que nos encontramos. En la candidez juvenil de quien suscribe y en la época de estudiante de medicina, revisamos la evolución de su herida y los tratamientos que le aplicaron;

Page 6: Crónicas médicas de la primera guerra carlista (1833-1840). Crónica 0,Prólogo

Crónicas médicas de la primera guerra carlista (1833-1840). Javier Alvarez Caperochipi Doctor en Medicina y Cirugía 2009

alguna vez llegamos a soñar, en haber podido salvar su vida, de haber coincidido cronológicamente. Más enigmático nos pareció siempre el general Cabrera, un individuo que decidió continuar la guerra por su cuenta, después del Pacto de Vergara; ni siquiera en el día de hoy nos atreveríamos a enjuiciar al controvertido personaje. El final de su insólita aventura, estuvo marcado por una misteriosa enfermedad, que siempre nos intrigó y que hemos intentado averiguar. El estudio del personaje nos ha revelado otros matices desconocidos, una gran capacidad de organización, para crear un Estado dentro del Maestrazgo y de articular en su entorno una organización sanitaria de primera magnitud, que en su tiempo fue una referencia. El contenido de nuestro trabajo, como el de cualquier proceso bélico, está lleno de horrores y atrocidades: fusilamientos, venganzas, suicidios, dolor, hambre y hasta canibalismo; no hemos podido evitarlos, están en el contexto y habrá que asumirlos; las cifras más documentadas, hablan de un total de 285.000 muertos en el conjunto de los siete años. A su lado, como contrapunto, actuaciones maravillosas llenas de heroísmo y generosidad y anécdotas de la vida misma. Sirvan algunos ejemplos para atestiguar lo que decimos: En las guerras carlistas, el herido que no llegara por sus medios al puesto de socorro, podía darse por muerto, unas veces desangrado, abandonado y en otras fusilado y rematados por los contrarios al tomar su posición. Las guerras carlistas heredaron de la guerra de la independencia contra los franceses toda la crueldad y violencia. No podían o no querían cargar con prisioneros. Hubo movimientos humanitarios para evitar las masacres, pero la inercia de la guerra devolvía a los contendientes a la crueldad. Una anécdota atribuida al general liberal Narváez, podía ilustrar lo que decimos. Cuentan que el citado general que pertenecía al Partido Moderado, una vez sufrió un atentado y se encontraba en situación crítica. El sacerdote que le atendía en esos momentos difíciles, le preguntó -si perdonaba a sus enemigos-. La respuesta no se hizo esperar: -No tengo enemigos, los he fusilado a todos-. Y en medio de ese caos de heridas y epidemias, encontramos, gente idealista que lucha por la legitimidad; médicos que en pleno ardor de la batalla, se dedican a investigar el origen del tifus o del cólera y están cerca de averiguarlo, y otros en el ejercicio heroico de la profesión se contagian de las enfermedades de sus pacientes. Es imposible pasar por alto los horrores, pero eso no debe ser motivo para no valorar numerosas anécdotas interesantes. El entorno del propio general Zumalacárregui, es generador de historias curiosas: su propio cocinero fue capaz en tan dramáticas circunstancias de inventar uno de los manjares más exquisitos que existen en la actualidad, la tortilla de patatas; para Eslava, sería lo único positivo que trajo el conflicto. El aceite hígado de bacalao, aceite de ricino, vino, bicarbonato y otros productos irán apareciendo por las boticas, para rebatir al escéptico historiador. El lector puede cotejar numerosas historias entretenidas; un aperitivo podría ser lo ocurrido en la batalla de Lerramiere. al general liberal Espoz y Mina. Los médicos le habían prescrito una dieta exclusiva de leche, para curar una afección del estómago y él

Page 7: Crónicas médicas de la primera guerra carlista (1833-1840). Crónica 0,Prólogo

Crónicas médicas de la primera guerra carlista (1833-1840). Javier Alvarez Caperochipi Doctor en Medicina y Cirugía 2009

había tomado la precaución de llevar en su ejército unas burras de leche, para no tener problemas de aprovisionamiento; Zumalacárregui no se contentó con derrotarlo, sino que además, le robó las burras. La ciencia quirúrgica era diferente, pero los cirujanos tenían problemas parecidos a los actuales: un cirujano extranjero sin ninguna ideología, que tendría además un gran protagonismo, se había apunado a la guerra para “hacer manos”, es decir para adquirir experiencia, ya que en su país no tenía oportunidades; rechazaría ascensos y puestos importantes en el lado carlista, porque sólo quería operar; otro recibe un tiro en una pierna mientras está operando en campaña y seguiría la intervención sin apenas inmutarse; un tercero que compaginaba su profesión con la pintura, es capaz de abstraerse de tal manera, que es cogido prisionero mientras pintaba un paisaje, sin darse cuenta de que el enemigo estaba a “tiro de piedra”; un cuarto “matasanos” administra vino a los operados, para intentar averiguar cual va a ser la respuesta del paciente a la operación.… Las principales fuentes del estudio que presentamos, han sido los informes médicos de los profesionales que atendieron a las figuras de la época. Al igual que Zumalacárregui, otros generales, como Espoz y Mina, Cabrera o Espartero tuvieron padecimientos y penalidades, que quedaron plasmados en documentos de sus galenos y colaboradores. Así mismo, las autoridades sanitarias del momento, informaron y legislaron sobre epidemias, plagas y maneras de combatirlas El resto de la información la hemos obtenido de los grandes historiadores, y de movernos de un lado para otro. Mención especial para El Archivo General de Navarra, el Museo Zumalacárregui de Ormaiztegui y La Biblioteca Nacional de Madrid. El trabajo, está desarrollado en forma de crónicas independientes; en total nueve relatos médicos e históricos diferentes, nueve historias documentadas y contrastadas. Cada uno de los relatos, está formado, por situaciones bélicas concretas, mezcladas con enfermedades o epidemias y de remedios utilizados para atajarlas. El conjunto de todos ellos quiere representar, el mapa de la situación sanitaria de la época Los puentes que hemos establecido entre medicina, penalidades y peleas son un poco desiguales, son más amplios los sanitarios que los bélicos. Las razones son fácilmente deducibles, el autor conoce solo la letra grande de la historia y por el contrario en la medicina conoce también la letra pequeña. Creemos que nuestra pequeña contribución a la primera guerra carlista, va más allá de unas crónicas lineales descriptivas; hemos procesado mucha información, la hemos pasado por nuestro matiz, y sin haberlo previsto con anterioridad, hemos hecho sobre la marcha: reflexiones, comentarios, análisis, suposiciones, juicios. En resumen diríamos que la obra que presentamos tiene muchos de los ingredientes de un ensayo literario al que hemos llegado de manera indirecta. Pretendíamos tomar el pulso a la medicina, transmitirlo entre crónicas e informes y nos hemos aproximado y adentrado en el mundo del ensayo. Debemos confesar en esta presentación, aspectos de nuestra filiación: Nos consideramos estudiosos, neutrales y muy poco partidario de las guerras; nos hubiera gustado ser totalmente imparciales pero no estamos seguros de haberlo conseguido, ya que somos

Page 8: Crónicas médicas de la primera guerra carlista (1833-1840). Crónica 0,Prólogo

Crónicas médicas de la primera guerra carlista (1833-1840). Javier Alvarez Caperochipi Doctor en Medicina y Cirugía 2009

influenciables y unos personajes nos caen mejor que otros. Hemos confesado nuestra debilidad previa por Zumalacárregui, no como carlista sino como estratega; el caso contrario puede ser Fernando VII, mas por su comportamiento, que por el color del uniforme. Las guerras son difícilmente justificables, aunque a veces han servido para el avance de la ciencia médica en general y la cirugía en particular. Eso ocurrió en la guerra civil española de 1936, en cuyo período se puso en marcha la anestesia general, la transfusión de sangre, el uso de la penicilina….Muchas conquistas muy importantes, que nos hacen pensar que ese gran desastre bélico, sirvió para algo. Invitamos al lector a considerar si en estos folios hay motivos para adjudicar ese aspecto positivo a la guerra carlista. Seguro que otras ciencias se beneficiaron mucho más; sirva como ejemplo la cartografía de mapas e itinerarios, que nació pocos años antes y que creció en la guerra por la presencia de expertos como el Barón prusiano Von Rahden, o el servicio de correos, que se desarrolló ampliamente en la contienda. La guerra fue el motivo de inspiración posterior de literatos o pintores: Pío Baroja, Unamuno, Federico Madrazo, o Josep Cusachs entre otros, que nos dejaron obras y recuerdos imborrables. Un amigo periodista, escritor y confidente que leyó estos folios me confesó: -que contenía demasiada medicina y poca historia-, efectivamente era así, pero es la consecuencia de nuestro perfil. Es una visión diferente de la guerra carlista desde la medicina. No trata de sustituir, no puede, a plumas expertas o a profesionales de la historia; sus trabajos son imprescindibles y están anotados en la bibliografía. El amigo confidente añadió una apostilla a su crítica:- se nota que quien ha escrito estos capítulos, no es un historiador de oficio-, aunque inmediatamente matizó su comentario:- no te sientas mal, la historia se escribe entre todos y lo tuyo también es historia. Hemos realizado un esfuerzo grande, para intentar hacernos comprender por lectores alejados del mundo sanitario. Escribir sencillo es una virtud a la que aspiramos. Una de las obras mas importantes de la investigación de todos los tiempos, “El origen de las especies” de Charles Darwin, nacido en 1809, unos años antes de la Iª Guerra Carlista, está escrito en un lenguaje admirable de tu a tu. No sabemos si lo hemos conseguido, no ha sido fácil; las lagunas científicas del tiempo, nos han llegado a confundir a nosotros en más de una ocasión. La tendencia a emplear un vocablo, para varias enfermedades, nos ha costado asimilar; la palabra peste la empleaban para todas las epidemias, con el nombre de tifus incluían varias enfermedades que luego fueron identificándose y otras veces todo lo contrario, una misma enfermedad podía tener varios nombres; la fiebre amarilla podía denominarse también: fiebre de las Barbados, vómito negro y diarrea pestilencial, y así con otros muchos diagnósticos. Estamos convencidos, que el peso de las enfermedades de los combatientes tuvo una gran importancia en el desarrollo de la guerra, mucho más que el que se le ha otorgado.

Page 9: Crónicas médicas de la primera guerra carlista (1833-1840). Crónica 0,Prólogo

Crónicas médicas de la primera guerra carlista (1833-1840). Javier Alvarez Caperochipi Doctor en Medicina y Cirugía 2009

Hagamos unas conjeturas, pensemos en el primer general carlista Santos Ladrón, que había enfermado antes de la primera gran batalla y que para aliviar le dieron una pócima que le hizo sentirse peor. Otros ejemplos pudieran ser significativos: ¿Qué hubiera pasado, si Espóz y Mina, hubiera combatido con la salud y frescura de sus tiempos gloriosos de la guerra de la Independencia, o si Zumalacárregui hubiera superado su herida de bala de la pierna, o si Cabrera no se hubiera sumergido en la penumbra de la depresión, o si el ejército de Espartero, no hubiera podido superar la epidemia de tifus durante el cerco de Bilbao? Situaciones que sucedieron y que nos hacen pensar, que mucho o poco, la historia hubiera cambiado. Todavía nos atreveríamos a hacer consideraciones de mayor calado: ¿Y si la enfermedad mental bipolar de Fernando VII hubiera estado controlada?...Es también muy posible que el monarca no hubiera variado en cuatro ocasiones sus previsiones sucesorias.

Javier Álvarez Caperochipi

Izu-Navarra, Diciembre 2008