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nº 179 diciembre 2006 18 Excursiones Fue en Boca Sanibeni donde, según una versión, germi- nó la decisión de realizar cambios de fondo en el alto mando del Ejército. Un grupo de ministros viajó recientemente por la complicada geografía que encierra una corta sigla: el VRAE, el valle de los ríos Apurímac y Ene. Escenario de colonización y resistencia, de coca y de guerra. El lugar en el que se sabe dónde está Sendero pero nadie puede entrar. El ministro de Defensa, Allan Wagner, condujo la excursión ministerial a lo largo de horas y de ríos, de pueblos y de guarniciones, de historias trágicas y presentes mal cicatrizados. Entre los ministros hubo por lo menos dos a los que el aerotransporte por esos caminos les adelgazó (aunque temporalmente) la figura y les ensanchó la sensibilidad. En Boca Sanibeni, cuenta una fuente que estuvo entre los burócratas peregrinantes, la población que rodea la guarnición militar se acercó a saludar y homenajear a ministros y comitiva. Junto con los adultos, había varios niños de pelo rubio que llamaron la atención de los visitantes. Mira qué lindo, dicen que exclamó una Ministra. Pero la ministra del Interior Pilar Mazzetti (otra versión dice que lo hizo el ministro de Salud, Carlos Vallejos) despejó encandilamientos. Los niños rubios no sugerían que Érik el Rojo hubiera navegado hasta el VRAE, sino revelaban una tremenda desnutrición. Con los corazones así encogidos por la manifestación local del Perú profundo que uno puede escoger no ver en los semáforos, los visitantes (ministros, jefes mili- tares, policiales, funcionarios de prensa, fotógrafos, periodistas) llegaron a la guarnición donde un joven teniente y sus soldados aguardaban la revista con la firme determinación y el peso de la responsabilidad de dejar bien puesto el nombre del Ejército. Sobre todo teniendo en cuenta que su Comandante General y el Jefe del Comando Conjunto estaban entre los visitantes. Enérgicos, marciales, disciplinados y precisos, oficial y soldados con la apostura de orden cerrado que destaca El periodista Gustavo Gorriti desarrolla en este artículo información y un análisis sobre las denuncias de corrupción que se acaban de hacer públicas respecto de determinados gastos militares, y que, por su gravedad, han conmocionado al país, al punto que el Gobierno ha adoptado un conjunto de medidas de la máxima importancia en el sector. Y, a manera de colofón, nos narra también su encuentro con el ex presidente Alejandro Toledo. INCLUSIONES Crónica de EXCURSIONES,

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nº 179 diciembre 200618

Excursiones

Fue en Boca Sanibeni donde, según una versión, germi-

nó la decisión de realizar cambios de fondo en el alto

mando del Ejército.

Un grupo de ministros viajó recientemente por la

complicada geografía que encierra una corta sigla: el

VRAE, el valle de los ríos Apurímac y Ene. Escenario de

colonización y resistencia, de coca y de guerra. El lugar

en el que se sabe dónde está Sendero pero nadie puede

entrar. El ministro de Defensa, Allan Wagner, condujo

la excursión ministerial a lo largo de horas y de ríos,

de pueblos y de guarniciones, de historias trágicas y

presentes mal cicatrizados. Entre los ministros hubo

por lo menos dos a los que el aerotransporte por esos

caminos les adelgazó (aunque temporalmente) la figura

y les ensanchó la sensibilidad.

En Boca Sanibeni, cuenta una fuente que estuvo entre

los burócratas peregrinantes, la población que rodea

la guarnición militar se acercó a saludar y homenajear

a ministros y comitiva. Junto con los adultos, había

varios niños de pelo rubio que llamaron la atención

de los visitantes. Mira qué lindo, dicen que exclamó

una Ministra.

Pero la ministra del Interior Pilar Mazzetti (otra versión

dice que lo hizo el ministro de Salud, Carlos Vallejos)

despejó encandilamientos. Los niños rubios no sugerían

que Érik el Rojo hubiera navegado hasta el VRAE, sino

revelaban una tremenda desnutrición.

Con los corazones así encogidos por la manifestación

local del Perú profundo que uno puede escoger no ver

en los semáforos, los visitantes (ministros, jefes mili-

tares, policiales, funcionarios de prensa, fotógrafos,

periodistas) llegaron a la guarnición donde un joven

teniente y sus soldados aguardaban la revista con la

firme determinación y el peso de la responsabilidad

de dejar bien puesto el nombre del Ejército. Sobre todo

teniendo en cuenta que su Comandante General y el Jefe

del Comando Conjunto estaban entre los visitantes.

Enérgicos, marciales, disciplinados y precisos, oficial y

soldados con la apostura de orden cerrado que destaca

El periodista Gustavo Gorriti desarrolla en este artículo información y un análisis sobre las denuncias de corrupción que se acaban de hacer públicas respecto de determinados gastos militares, y que, por su gravedad, han conmocionado al país, al punto que el Gobierno ha adoptado un conjunto de medidas de la máxima importancia en el sector.Y, a manera de colofón, nos narra también su encuentro con el ex presidente Alejandro Toledo.

inclusionEscrónica de ExcursionEs, galonEs,

19Política

frente a cualquier ejército del mundo. Pabellón al tope,

Señor Ministro, moral al tope, Señor Ministro. Daba

gusto, dice la fuente, ver cómo habían ordenado y lustrado

la escasez. Soldado peruano, estoico y orgulloso, especial-

mente cuando es joven, sobre todo cuando hay que dejar

bien a la institución y a su Comandante General.

Cuando entraron a las cuadras, sin embargo, ministros

y acompañantes vieron que, debajo de las camas arre-

gladas, era evidente que los colchones estaban ya tan

desgastados que no servían ni como metáfora.

¿Cómo era posible que los soldados durmieran sobre

esa arqueología de colchón?, se interesó un Ministro.

¡Dormimos muy bien, Señor Ministro!, contestó el joven

teniente. ¿Era un fakir? No. Tenía delante de él, entre

otros, al general César Reinoso, comandante general del

Ejército, y a su secretario general, el general Wilfredo

Valencia. Bajo ningún concepto iba a dejarlos mal.

El ministro de Agricultura, Juan José Chiquito Sa-

lazar, es también —cosa rara en un Gabinete en el

que una neuróloga lleva Interior y un diplomático

Defensa— agricultor. Hombre habituado a solucionar

problemas prácticos en la chacra, no perdió tiempo

con preguntas generales.

¿Cuánto cuesta cada colchón, teniente? Este le dio el

precio al ¡Señor Ministro! Chiquito Salazar contó los

colchones, recordó sus clases de aritmética, hizo la

multiplicación del caso, sacó la billetera del bolsillo y

le entregó cerca de 600 nuevos soles al agradecido y

confundido teniente. Este es mi obsequio personal,

dijo Chiquito. Para que les compre colchones nuevos

a sus soldados.

La buena voluntad del agricultor lambayecano había

punzado el trigémino institucional. Los otros oficia-

les miraron con disimulo elocuente a Reinoso y a su

secretario. “Valencia tenía la cara azul”, dice un oficial

del Ejército que estuvo ahí, “y Reinoso la tenía hasta el

piso.” Las cosas que en el Lejano Oriente hacen perder

cara, en el Perú la agrandan.

galones

Cuando las denuncias y los furtivos informes sobre

corrupción empezaron a hacerse oír en el Ministerio

de Defensa, la visión de la estoica guarnición de Boca

Sanibeni esforzándose por dejar bien parado a su Co-

mandante General a costa de su propio malestar, debe

de haber actuado como el contrapunto que gatilla la

acción por medio de la indignación.

Como me dijo el ministro Wagner (en “Cuestión

de galones”, Caretas n.º 1953), él mismo “propició”

la intervención de la Contraloría para examinar el

manejo de fondos y recursos dentro del Ejército, par-

ticularmente en rubros pasibles de manejo corrupto.

El combustible, sobre todo.

El combustible es propicio para el robo, pues su uso no

deja, en principio, otra huella que no sea aquella que

provoca en la capa de ozono. Por eso, si no hay una fis-

calización precisa del uso de maquinaria, especialmente

de vehículos, es muy difícil detectar si se ha utilizado

efectivamente o no.

Los informes que empezaron a salir de diversas unidades

militares este año indicaban un incremento sustantivo

de la corrupción en, como diría un policía, la modalidad

del combustible. No se trataba, afirmaron las fuentes

Gustavo Gorriti

crónica de ExcursionEs, galonEs,

nº 179 diciembre 200620

militares que con gran riesgo profesional y hasta perso-

nal proporcionaron la información, de una corrupción

que surgía desde el interior de las unidades, sino de

una que les era impuesta “desde arriba”. El combustible

supuestamente asignado no llegaba, y se obligaba a los

comandantes de unidad a “justificar” el uso de diésel

o gasolina que nunca vieron y menos usaron. Esa era

la fuerza y a la vez la debilidad del esquema de corrup-

ción. Por un lado, convertía en cómplices efectivos a

los oficiales obligados a “justificar” con su firma el uso

inexistente de combustible, blanqueando así un robo.

Pero, a la vez, creaba el resentimiento profundo de

ser utilizados en contra de su voluntad y de ver que

el beneficio delictivo de unos pocos jerarcas militares

representaba solo costo y peligro para ellos, amén de

un profundo deterioro para la institución.

A mayor combustible robado al Ejército, mayor com-

promiso de los oficiales obligados a “justificar” su uso.

Y, aparentemente movida por la codicia, la supuesta

“asignación” de combustible en el Ejército creció casi

cinco veces entre febrero y octubre de este año. Fue

de 1,2 millones de nuevos soles en febrero y de 5,2

millones de nuevos soles en octubre. Según fuentes

que han proporcionado información precisa sobre el

tema, menos de 20 por ciento de esa suma llegó a las

unidades en forma de combustible. El resto fue a parar

al bolsillo de los militares corruptos.

En la Primera Brigada de Fuerzas Especiales —donde se

hizo un cambio fraudulento de vehículos para “justifi-

car” el supuesto uso de combustible a los auditores de

la Contraloría—, la cantidad de diésel asignado saltó

de 1.435 galones en enero (que ya era exagerado) a

11.185 galones en agosto. La gasolina de 84 trepó

de 480 galones en febrero a 3.480 galones en junio,

julio y agosto. “En el mejor momento de la Brigada”

—me dijo una fuente con conocimiento de causa— “se

recibían alrededor de 800 galones de gasolina y mil

de petróleo. Ahora es menos.” La diferencia nunca fue

combustible: pasó de vales a dinero robado al Ejército,

al Estado y al pueblo.

Esa fue corrupción impuesta desde los niveles más altos

de comando y que enriqueció a muy pocos militares

ladrones, en desmedro de una cantidad mucho mayor

de oficiales de rango intermedio que fueron obligados

—por la verticalidad institucional, la disciplina, la ame-

naza implícita o explícita a sus carreras— a convertirse

en cómplices. Pero el efecto corrosivo de esa corrupción

fue el de una degradación de estándares morales en

aspectos tan básicos como la alimentación de oficiales

y, sobre todo, de soldados.

Incluso en una unidad de élite como la Brigada de

Fuerzas Especiales, hubo inspecciones realizadas por

oficiales que se mantuvieron, por fortuna, inflexibles en

el cumplimiento de su deber, que mostraron evidencias

de robo en la alimentación del personal militar. El 21

de agosto de este año, una inspección del “rancho de

tropa” llevada a cabo por el capitán de día de la Escuela

de Paracaidistas reveló que la ración de carne pesaba

un tercio de lo que debería pesar. El 13 de setiembre,

la inspección a cargo de un mayor que se encontraba

como jefe de un área de cuartel, arrojó que la ración de

cuestión de galones

21Política

pota que se servía a la tropa tenía también un tercio

del peso requerido. Lo mismo había sido detectado el

día anterior. Otro informe, de agosto, denunció que

hasta a los enfermos internados en el policlínico de la

Brigada de Fuerzas Especiales se les daba apenas una

fracción del alimento programado y presupuestado. Si

esto se hacía en una unidad selecta, donde lo exigente

del entrenamiento requiere una alimentación especial,

¿qué no se habrá hecho en otras unidades, sobre todo las

alejadas, donde la disciplina y el orgullo obligan a sufrir y

callar; a sacrificarse no solo por el bien de la Patria sino

—con los dientes apretados— para el beneficio de ladro-

nes; a sentir cómo el idealismo inculcado en la Escuela se

va haciendo pedazos, mientras se persiste en tratar de

cumplir la misión como se pueda, sin otra queja que las

del pensamiento, mientras se hace fuerza y se responde

con orgullo marcial: “¡Muy bien, Señor Ministro!”.

Un grupo pequeño de auditores de la Contraloría Ge-

neral de la República fue posiblemente el catalizador

que impulsó a varios oficiales a perder la inhibición y el

temor y denunciar en detalle a los mandos corruptos. A

la vez, los auditores —que ya llevan algunos meses en su

labor— han ido aprendiendo a torear mañas y mecidas.

Luego del cambiazo de vehículos que les hicieron en la

Brigada de Fuerzas Especiales (trayendo transportes

de la División Blindada y pintándoles las placas de

vehículos inutilizados para ‘justificar’ así el supuesto

uso de combustible), los auditores regresaron dos veces

a la Brigada para chequear esos vehículos que, según

ya sabían, estaban de regreso en la Blindada. En cada

oportunidad les dijeron, con creciente preocupación,

que los carros estaban en provincias. “El problema”,

dice una fuente familiarizada con la Contraloría, “es

que obligaron a firmar a los oficiales jefes de batallón.

Mientras no haya una ley que permita la inmunidad a

quien denuncie a jefes corruptos, va a ser muy difícil

que se animen a decir la verdad.”

Los auditores estuvieron en Ayacucho a comienzos de

diciembre y coordinaron su visita, como están obligados

a hacerlo, con el enlace de la Comandancia General.

¿Qué les interesaba ver a los doctores? Pues comprobar

el rancho y los borceguíes, dijeron ellos. Ningún proble-

ma. Al día siguiente, previsiblemente, el rancho era de

gourmets y los borceguíes relucían. Perfecto, dijeron los

auditores. Ahora querían ver los vehículos para verificar

el uso de combustible. “[Los auditores] agarraron con

los pantalones abajo [a sus contrapartes militares en

Ayacucho]”, dice una fuente militar.

A esas alturas, Reinoso y su grupo más cercano ya ha-

bían perdido el control de la información y empezaban

a perder también el de la situación. El ministro Wagner

como me dijo el ministro Wagner, él mismo “propició” la intervención de la contraloría para examinar el manejo de fondos y recursos dentro del Ejército, particularmente en rubros pasibles de manejo corrupto. El combustible, sobre todo.

nº 179 diciembre 200622

—que, en efecto, había “propiciado” la intervención de

la Contraloría y encargado a la viceministra Esparch

una investigación propia— consideró, según parece,

que no era ya momento para cautelas diplomáticas y

se movió en forma decisiva. Su ultimátum del 28 de

noviembre a Reinoso (redactado cuando supo que iba

a salir la investigación de Caretas n.º 1953) fue un

jaque en la jugada previa al mate burocrático. Reinoso

no tenía ninguna posibilidad de responder satisfac-

toriamente a las informadas y precisas exigencias del

Ministro. Apenas podía intentarlo, atollándose más

en el proceso, como en efecto hizo, para permitirle

a Wagner declararse insatisfecho con las respuestas

y hacérselo saber al Congreso (por intermedio del

congresista Gonzales Posada) y la Contraloría. A esas

alturas Reinoso ya aparecía totalmente descalificado

para el comando y no le quedaba otra cosa que renun-

ciar, como en efecto hizo.

Lo más interesante de ese proceso fue la negociación

entre Wagner y García. Todo indica que este tuvo poca

disposición para realizar los cambios expeditivos que

Wagner propuso, pero que se vio obligado a proceder

cuando el Ministro de Defensa jugó las cartas del ulti-

mátum y su pública insatisfacción con Reinoso.

Wagner, leal ministro al fin, lo explica de forma diferente.

Según él, cuando estalló la crisis de acusaciones mutuas

entre Reinoso y el general EP Rafael Hoyos, García le dijo

que el Ejército era una “institución con graves proble-

mas… hagamos los cambios en el momento oportuno”.

Eso quería decir a fin de año, señala Wagner. “Hemos

venido aguantando”, dice el Ministro, “pero decidimos

hacerlo para que todo estuviera listo antes del Día del

Ejército.” En ese trance, sin embargo, García tuvo palabras

gentiles hacia el renunciante general EP Reinoso.

¿Por qué habría querido García suavizar el aterrizaje de

Reinoso? Creo que hay dos razones. La primera es la in-

fluencia que tienen sobre él algunos militares del arma de

Ingeniería. Ingeniería es desde el 2000 lo que Artillería fue

en la década de 1990. Hay una protección mutua dentro del

arma y el propósito de mantenerse en control del Ejército.

Algunos de los militares retirados que estuvieron cerca de

García durante la campaña, como el general EP (r) Carlos

Tafur, ex comandante general del Ejército, y el general

EP (r) Luis Palomino, son de Ingeniería. También lo son

el general EP Reinoso, el comandante general saliente, y

el general EP Edwin Donayre, el entrante.

Según fuentes cercanas a la toma de decisiones en Pala-

cio, es probable que García haya sido, antes que Wagner,

el factor decisivo en el nombramiento de Donayre como

Comandante General. Y que el Ministro de Defensa

haya logrado, en cambio, los otros nombramientos,

que han significado un remezón en la estructura de

mando del Ejército.

Wagner niega que el proceso haya sido así. “Yo propuse

a Donayre” —dice—. “Había que escoger un divisio-

nario y mantener a la vez el objetivo de renovación

generacional… que suban las promociones del 75 y el

76… eso forzó, por ejemplo, la salida de Williams, por

quien tengo mucha estima.”

No solo Williams. Todos los otros generales de división

(Prado, Hoyos, Soto Hoyos, Cárdenas, Martos, Vera,

Contreras y Sánchez) fueron dejados de lado. El Go-

El combustible es propicio para el robo, pues su uso no deja, en principio, otra huella que no sea aquella que provoca en la capa de ozono. Por eso, si no hay una fiscalización precisa del uso de maquinaria, especialmente de vehículos, es muy difícil detectar si se ha utilizado efectivamente o no.

23Política

recién nombrado comandante general Edwin Donayre.

bierno ascendió, en cambio, a tres generales de brigada

(Cateriano, Vargas y Guibovich) para colocarlos, ya en

el rango de divisionarios, como Jefe de Estado Mayor,

Inspector y Jefe de la Región Militar del Centro. Esto

no fue solo un seísmo institucional (aunque menor),

sino representó un nuevo mapa en la proyección de

liderazgo futuro en el Ejército. El cambio, de paso, ha

sido tomado, hasta donde he podido ver, muy positi-

vamente por los militares.

¿Qué representa Donayre en ese esquema? Difícil sa-

berlo, por ahora. Quechuaparlante, dinámico, capaz,

Donayre era considerado, sin embargo, como un militar

particularmente cercano a Reinoso, a quien sucedió en

la Región Militar del Sur y quien lo trajo a Lima luego de

defenestrar al general Rafael Hoyos. Hay quienes creen

que ha mantenido el objetivo de cuidarle las espaldas a

Reinoso y velar por la predominancia de su arma sobre

las demás. Pero otros piensan que Donayre tiene un juego

independiente y que difícilmente va a contaminar el inicio

de su gestión con la defensa o protección de quien deja

el cargo bajo la sombra de graves cargos y acusaciones.

Fue Donayre, en efecto, quien firmó la carta en la que

se denunciaba la mala calidad de una serie de compras

en el Ejército: desde raciones de campaña malogradas o

fermentadas hasta cuerdas inseguras. Eso alimentó el

proceso de investigación que terminó con la salida de

Reinoso. ¿Se le pasó a Donayre? “Qué va” —dice una

fuente militar—: “ese fue un error muy meditado.”

Wagner, quien “investigó bien” a cada uno de los

oficiales promovidos, tuvo por lo menos una charla a

puerta cerrada con Donayre, y salió satisfecho de ella.

“No oculta su amistad con Reinoso, pero me pareció

claro que es un hombre de criterio independiente”,

dice el Ministro, “y que participará activamente en las

reformas que vamos a llevar a cabo.”

¿Será así? Las primeras semanas de gestión indicarán

a qué atenerse respecto de Donayre. Hay, para empe-

zar, algunas decisiones prontas que serán reveladoras.

¿Ordenará facilitar el trabajo de la Contraloría, o no?

¿Dará pasos decididos para eliminar la corrupción y las

prácticas que la favorecen dentro del Ejército, o no?

El cambio de comando en el Ejército no resuelve nada

por sí mismo. Solo si se energizan más las investiga-

ciones y se procesa a los responsables, y si se establece

mejores sistemas de control, fiscalización y rendición

de cuentas, se podrá eliminar la hemorragia de recur-

sos, el socavamiento de eficacia y la erosión de moral

que representa la corrupción enquistada en el tope de

una institución vertical.

Después del deprimente retroceso de estos años, tanto el

Ministro de Defensa como el comando del Ejército tienen

por un corto lapso la oportunidad renovada de iniciar la

reconstrucción moral y profesional de lo que Montesinos

y sus cómplices demolieron en el Ejército.

“No tendría sentido haber hecho ningún cambio si

no fuéramos a proceder con reformas inmediatas”,

dice Wagner, “y el nuevo equipo garantiza que así

será.” Por lo pronto, añade, las investigaciones

están en marcha. Además, la Dirección de Logística

va a pasar por “una reorganización total”. Si hasta

ahora había una gran discrecionalidad de los jefes

nº 179 diciembre 200624

en la administración del presupuesto y “un enorme

manejo en efectivo”, ahora “hasta el último centavo

pasará por el SIAF”.

En los otros institutos armados no llueve como

en el Ejército, pero tampoco escampa del todo. En

la Fuerza Aérea hay una confrontación casi abierta

entre el saliente comandante general, teniente ge-

neral FAP Felipe Conde, y el jefe de Estado Mayor,

teniente general FAP Augusto Mengoni. Conde, que

pasa al retiro, trata de evitar que Mengoni asuma la

Comandancia General. Tiene buenas posibilidades

de lograrlo. Aparentemente, el candidato de Wagner

para la Comandancia General de la FAP es el teniente

general FAP Miguel Gómez.

En la Marina, de los seis vicealmirantes, dos tienen me-jores posibilidades de asumir la Comandancia General: Eduardo Darcourt y Jorge Montoya. El vicealmirante José Aste es considerado todavía joven como para ter-ciar en la competencia. Darcourt sería normalmente el favorito, excepto por una razón: es un Foes, un oficial de la Fuerza de Operaciones Especiales. Y tradicional-mente en la Marina no comanda el anfibio ni el que se

sumerge sino el que flota.

“Eso no es determinante”, dice Wagner. Además, parece

que ninguno de los dos afrontará problemas de desem-

pleo. El que no sea Comandante General de la Marina

pasará a ser Jefe del Comando Conjunto.

En el Ejército, de nuevo, el nombramiento de los nuevos jefes de región se hará virtualmente a la par con las listas de invitación al retiro. “No se va a reabrir el proceso de ascensos” —dice Wagner—; “solo se ascendió a tres brigadas al grado de divisionarios… pero cuando no haya divisionarios para cubrir un comando, se nombrará un brigada… buscaremos que el proceso de ascensos el próximo año sea limpio y

transparente.”

“Lo que no hemos querido hacer”, concluye el Mi-

nistro de Defensa, “es salirnos del marco de la ley

vigente. Cabía la posibilidad de promulgar un decreto

de urgencia para reorganizar el Ejército, pero eso

hubiera sido inconveniente. Hemos procedido dentro

de la ley. Fuerte, pero dentro de la ley vigente… la

serenidad rinde frutos.”

Difícil decirlo en la estación de siembra. Habrá que ver

cómo se llega a la cosecha.

En el Ministerio del Interior, el estilo impuesto por los médicos y ex funcionarios del Ministerio de Salud que asesoran a su colega Ministra es ya evidente. La traducción de métodos de salud al orden público resulta interesante y, en por lo menos un caso, el de la Sanidad

de las Fuerzas Policiales, positivo.

En lo demás, se aproximan cambios importantes en el

liderazgo de la Policía Nacional. Todo indica —por lo

menos es lo que pude sacar en claro de una conversa-

ción con la ministra Mazzetti— que a fines de diciem-

bre el general PNP Luis Montoya dejará el comando

de la Policía. Operativo, adicto al trabajo, Montoya ha

tenido un liderazgo confiable y en general eficiente,

que ha trascendido la gestión de varios ministros. La

selección del nuevo Director General de la PNP va a

ser, sin duda, una de las mayores responsabilidades de

Mazzetti en estos meses. Parece que ella piensa tam-

bién en un “cambio generacional”. Hay, por lo pronto,

varios generales ambiciosos que ya mueven fichas, ope-

rativas y de inteligencia, para que los enfoque la mejor

luz en el momento adecuado. Por eso es importante

que la decisión sea tomada relativamente temprano

en el mes. Sobre todo teniendo en cuenta que es muy

probable que tengamos un verano proceloso.

inclusiones

Dado que en el número pasado entrevisté al Pri-mer Ministro, quise hacerlo en esta ocasión con el Presidente de la República. Pero como no logré otra respuesta que el silencio burocrático, busqué a Alejandro Toledo cuando llegó a Lima. Se trataba, al

fin, de entrevistar al Presidente.

Lo encontré el domingo 3 en una fiesta por su propio

cumpleaños que hizo Adam Pollack en las afueras de

Chaclacayo. Era una combinación de pachamanca recar-

gada con festín transilvano, en la que Pollack lograba

esplendores medievales de horno y de parrilla. Toledo

fue aplaudido al llegar y rodeado por nostalgias tem-

pranas del grupo heteróclito de invitados que convoca

Pollack, el Mynheer Peeperkorn de Chaclacayo.

Al día siguiente fui a entrevistar a Toledo a su casa

en Camacho. Estaba preparándose para salir al

aeropuerto, rodeado por parte de su entorno de Pa-

lacio (entre ellos Luis Alberto Chávez) y por Carlos

Ferrero —actuando siempre como el Pepe Grillo del

entorno—. Es decir, pidiendo moderación, ponde-

ración y formalidad a un Toledo que, como siempre,

25Política

se complace en contradecirlo y en contradecir a sus

diversos interlocutores.

Estaba con una gripe fuerte, pero animado. Su gramática castellana, me temo, había retrocedido algunos pasos. No sé si a causa de Stanford o del Panadol. Pero estaba muy animado. Había tenido un desempeño exitoso frente a la paupérrima comisión que lo interrogó y, en términos generales, su retorno al Perú había sido

positivo para él.

Ahora, parecía decidido a mandarle un mensaje a Gar-cía. Había convocado a periodistas de los medios, que

esperaban en la puerta de su casa.

Ante ellos, atacó al procurador Ríos Patio y prometió enjuiciarlo hasta el fin, sin explicar qué quería decir exactamente con eso. Luego, cerró bruscamente su declaración con el golpe buscado de efecto. “Si me quieren revisar cada factura para ver cuándo mandé flores, está bien. ¡Que me revisen la compra de flores, pero revisemos también la compra de Mirage!”. Media vuelta y entró en su casa.

La transmisión había sido en directo, y el mensaje, enviado.

Veinte minutos después, mientras trataba de sacarle una declaración on-the-record sobre el TLC, vino su

secretaria con un celular en la mano.

Lo llamaba Alan García.

Riendo, Toledo tomó el teléfono. Por lo que pude

escuchar, el diálogo fue entre dos cundas que se dri-

bleaban para lograr una mejor posición verbal. García

lo invitaba a Palacio. Toledo decía que tenía que ir al

aeropuerto. Finalmente fue y, en medio de un diálogo

que en lo privado siguió siendo entre criollo y acriollado

y en lo público entre estadistas (pese a las rispideces

gramaticales y las eventuales huachaferías), García

y Toledo se aproximaron a una tregua y un mayor

entendimiento.

¿Es eso positivo para el país? Sí, en tanto el acercamiento

sea puntual, sobre temas de Estado, y no excesivo.

“Esto es histórico”, dijo en algún momento Toledo entre

la risa y la típica modestia.

Lo que confirma que la historia (a veces la historieta)

se escribe también con faltas de ortografía.

Dado que en el número pasado entrevisté al Primer Ministro, quise hacerlo en esta ocasión con el Presidente de la república. Pero como no logré otra respuesta que el silencio burocrático, busqué a alejandro Toledo cuando llegó a lima. se trataba, al fin, de entrevistar al Presidente.