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Silvina Ocampo: la ferocidad de la inocencia (por Edgardo Cozarinsky) El 28 del actual se cumplirán cien años del nacimiento de la gran escritora argentina. Con ese motivo aparecerán su Poesía completa II y varias obras críticas. A modo de homenaje se anticipa el prólogo de Edgardo Cozarinsky a la edición española de Antología esencial (Emecé), y María Esther Vázquez evoca un aspecto menos conocido de la autora de La furia , su actividad como pintora Una vez cada tanto aparece un escritor desligado de su tiempo: de su tejido histórico, de sus credos literarios. Suele perseverar en el camino que ha elegido, o padecido, menos por heroísmo que porque no podría escribir sino lo que escribe. Lo ignoran los legisladores contemporáneos del gusto, lo aprecia una minoría tenaz en su entusiasmo. Hasta que un buen día el inapelable péndulo de la moda decreta la caducidad de los ídolos del día anterior y con un ímpetu inesperado lleva hacia la luz su obra, menos desconocida que postergada, y en general numerosa, porque ha tenido tiempo de elaborarse en la penumbra a la que parecía condenada. Durante décadas, Silvina Ocampo fue "el secreto mejor guardado" de las letras argentinas. Admirada por los mejores escritores, recibió sólo menciones breves, incómodas, en manuales e historias de la literatura; ante el desafío de una obra inclasificable, muchos críticos se conformaban con archivarla mediante algunas asociaciones obvias: la autora era la hermana menor de Victoria, que había prologado y publicado en la editorial Sur su primer libro de relatos; amiga de Borges y esposa de Bioy Casares, había compuesto con ellos esa Antología de la literatura fantástica , suerte de manifiesto informal, por ejemplos, que irrumpió en 1940 como para anunciar que La invención de Morel y El jardín de senderos que se bifurcan no eran obras aisladas. Estos vínculos de familia y amistad encubrieron largo tiempo a una autora capaz de escribir: "Los símbolos de la pureza y el misticismo son a veces más afrodisíacos que las fotografías o que los cuentos pornográficos" ("El pecado mortal", cuento de Las invitadas ) o "Hay luz, hay rosas y hay basura/ y repugnancia en la ambición más pura,/ como hay felicidad en mi dolor/ y en mi dicha siempre algo aterrador" ("Acto de contrición", poema de Lo amargo por dulce ) o "...y aquella palangana con flores de glicina/ donde yo me lavaba las manos a escondidas/ y ultimaba mis íntimas muñecas preferidas" ("La casa natal", idem); una autora capaz de hallar en la palabra "orina" la única rima posible para su nombre de pila. Si a la hermana mayor la turbó descubrir una perspectiva inesperada, irreconocible e irreconciliable, sobre la infancia que habían compartido, Borges dejó escrita su perplejidad ante "un rasgo que no alcanzo a comprender, ese extraño amor por cierta crueldad inocente, u

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Silvina Ocampo

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Page 1: cozarinsky

Silvina Ocampo: la ferocidad de la inocencia (por Edgardo Cozarinsky)

El 28 del actual se cumplirán cien años del nacimiento de la gran escritora argentina. Con ese motivo aparecerán su Poesía completa II y varias obras críticas. A modo de homenaje se anticipa el prólogo de Edgardo Cozarinsky a la edición española de Antología esencial (Emecé), y María Esther Vázquez evoca un aspecto menos conocido de la autora de La furia , su actividad como pintora

Una vez cada tanto aparece un escritor desligado de su tiempo: de su tejido histórico, de sus credos literarios. Suele perseverar en el camino que ha elegido, o padecido, menos por heroísmo que porque no podría escribir sino lo que escribe. Lo ignoran los legisladores contemporáneos del gusto, lo aprecia una minoría tenaz en su entusiasmo. Hasta que un buen día el inapelable péndulo de la moda decreta la caducidad de los ídolos del día anterior y con un ímpetu inesperado lleva hacia la luz su obra, menos desconocida que postergada, y en general numerosa, porque ha tenido tiempo de elaborarse en la penumbra a la que parecía condenada.

Durante décadas, Silvina Ocampo fue "el secreto mejor guardado" de las letras argentinas. Admirada por los mejores escritores, recibió sólo menciones breves, incómodas, en manuales e historias de la literatura; ante el desafío de una obra inclasificable, muchos críticos se conformaban con archivarla mediante algunas asociaciones obvias: la autora era la hermana menor de Victoria, que había prologado y publicado en la editorial Sur su primer libro de relatos; amiga de Borges y esposa de Bioy Casares, había compuesto con ellos esa Antología de la literatura fantástica , suerte de manifiesto informal, por ejemplos, que irrumpió en 1940 como para anunciar que La invención de Morel y El jardín de senderos que se bifurcan no eran obras aisladas.

Estos vínculos de familia y amistad encubrieron largo tiempo a una autora capaz de escribir: "Los símbolos de la pureza y el misticismo son a veces más afrodisíacos que las fotografías o que los cuentos pornográficos" ("El pecado mortal", cuento de Las invitadas ) o "Hay luz, hay rosas y hay basura/ y repugnancia en la ambición más pura,/ como hay felicidad en mi dolor/ y en mi dicha siempre algo aterrador" ("Acto de contrición", poema de Lo amargo por dulce ) o "...y aquella palangana con flores de glicina/ donde yo me lavaba las manos a escondidas/ y ultimaba mis íntimas muñecas preferidas" ("La casa natal", idem); una autora capaz de hallar en la palabra "orina" la única rima posible para su nombre de pila.

Si a la hermana mayor la turbó descubrir una perspectiva inesperada, irreconocible e irreconciliable, sobre la infancia que habían compartido, Borges dejó escrita su perplejidad ante "un rasgo que no alcanzo a comprender, ese extraño amor por cierta crueldad inocente, u oblicua" y se apresuró en atribuirlo "al interés, al interés sorprendido que el mal inspira en las almas nobles". Es posible que las personas más cercanas a Silvina Ocampo se hayan resignado a su excepcionalidad, con esa mezcla de reverencia y distancia que pueden inspirar los iluminados o los niños. Tal vez fueran José Bianco y sobre todo J. R. Wilcock los escritores amigos de quienes haya estado más próxima.

La infancia desdichada, y a la vez idealizada por el mero paso del tiempo, ese terreno fértil donde floreció tanta literatura, a menudo la peor pero también Proust, late en todo lo escrito por Silvina Ocampo. No parece, sin embargo, haber sido filtrada por la censura del adulto, que decide lo que ha de recordar y desecha lo que prefiere olvidar. Es una memoria clara, omnívora, atroz, donde Italo Calvino reconoció "una ferocidad que siempre tiene que ver con la inocencia".

La autora tardaría en hallar una voz propia para esa memoria. En sus primeros cuentos, los de Viaje olvidado , a pesar del encanto y la ocasional fuerza de muchas páginas, la evocación aparece a menudo velada por cierta timidez; en Autobiografía de Irene , los argumentos ingeniosos de ejecución impecable parecen haber enajenado su voz; la que se oye es otra, una que parecería buscar la aprobación de Borges y Bioy Casares. A pesar de afinidades evidentes, siempre hubo en Silvina Ocampo una individualidad desafiante, inasimilable, formada por quién sabe cuántas penas precoces padecidas en silencio, y que no se impondría inmediatamente. En un poema dedicado a Borges, le diría: "Nunca te ha empalagado la poesía/ y ella como una lumbre te acompaña;/ a mí suele dejarme en las tinieblas".

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Esa voz propia, esa escritura que ignora sin desplantes reglas de género y fronteras legisladas entre poesía y prosa, que pasa con indiferencia de lo obsceno a la devoción filial, aunque ya anunciada, sólo se impuso plenamente veintidós años después del primer libro. La furia inaugura la serie de volúmenes de cuentos que recogen la mejor ficción de Silvina Ocampo: una obra de abundancia avasalladora, indómita, una imaginación que regala en tres o cuatro páginas escuetas temas que podrían merecer el desarrollo de una novela, una escritura que parece nombrar como por primera vez lo que pone sobre la página, y avanza sin miedo entre paradojas donde reconoce una verdad a la que sólo la imaginación da acceso.

La unidad evidente de esa obra no deja de asombrar. Tanto en cuentos como en poemas Silvina Ocampo ha practicado, por ejemplo, la enumeración "caótica": el catálogo donde lo heterogéneo se valoriza por una contigüidad incongruente, recursos que invocan la inagotable variedad de lo creado. Un texto en prosa como "Visiones" (de Las invitadas ) está organizado en párrafos como estrofas, que desarrollan y declinan metáforas. El cuento y el poema llamados "Autobiografía de Irene" narran un mismo argumento. En Los días de la noche , el cuento "Anamnesis" está escrito en verso libre, y en sus libros de poesía, donde con raras excepciones respeta la versificación clásica -esos "espacios métricos" que dan título al segundo de ellos-, hay muchos poemas narrativos.

Unidad sobre todo evidente en la convivencia del humor -un humor filoso, a menudo macabro, el de "Las fotografías", "El vestido de terciopelo" o "La boda", cuentos de La furia - con la intensidad pulsional que palpita en un texto brevísimo como "El lecho", en Las invitadas . En Enumeración de la patria , su primer libro de poesía, hay un dístico que es imposible leer sin reconocer su resonancia en buena parte de la obra de la autora, ficción y poesía, prosa y verso; se llama "Inscripción para un cinematógrafo suburbano": "No se ignoran entrando en mi vestíbulo/ la vecindad del río y del prostíbulo".

* * *

Desde hace pocos años, como si hubiese sido necesaria la muerte de la autora, la obra de Silvina Ocampo encuentra nuevos lectores, cada vez más numerosos y apasionados, aunque no es seguro que la aborden con una mirada más límpida: si antes era relegada a la sombra de Borges y Bioy, ahora suelen admirarla en nombre de una supuesta transcripción (elaboradísima, por otra parte) de la lengua oral, de la disolución del yo, de cierta perversidad "polimorfa". Por cierto que puede hallarse todo esto en su obra, pero es como pretexto de literatura -entendida como juego, ejercicio de la imaginación, busca sin meta declarada cuyos hallazgos agradece ella misma- que la autora cita gozosamente el lugar común o la cursilería, que borronea la identidad sexual de las personas narrativas o estudia sin sentimentalismo los sentimientos: "jamás llegar por nada a concederte/ la tediosa y vulgar fidelidad/ de los abandonados que prefieren/ morir por no sufrir, y que no mueren" ("Amor", de Amarillo celeste ).

And yet, and yet... Esta nueva vida que adquiere la obra de Silvina Ocampo a medida que se apropia de ella la sensibilidad de lectores nuevos no puede sino llenar de felicidad a quienes la leemos desde hace mucho, y recordamos que para nosotros significó cosas diferentes en diferentes momentos de nuestra vida. Se me ocurre que ella la hubiese aceptado con agrado, a la vez escéptica y divertida. Acaso, silabeando y suspirando con esa voz entrecortada que había cultivado, inimitable aunque todos sus amigos la hayan imitado, hubiese hecho algún comentario críptico, como los primeros renglones de su "Informe del Cielo y del Infierno": "A ejemplo de las grandes casas de remates, el Cielo y el Infierno contienen en sus galerías hacinamientos de objetos que no asombrarán a nadie, porque son los que habitualmente hay en las casas del mundo".

En las preguntas Silvina hallaba espontáneamente un tono entre ingenuo y pérfido, un modo de interrogación donde me parece descubrir una clave de su literatura, acaso su método. Una tarde, en el laberíntico departamento de la calle Posadas, hoy convertido en leyenda por la múltiple ausencia de quienes lo habitaron, recuerdo que me dejé llevar por un exceso de vehemencia juvenil a decir, ya no sé de quién, que me daba asco. Silvina me miró fijo durante un instante y luego murmuró: "¿Y no te encanta que te dé asco?"