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CONVERSACIONES CON MI ÁNGEL

Tema “Espiritualidad”

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Juan del Carmelo

CONVERSACIONES CON MI ÁNGEL

Dudas y preguntas que nos hacemos, en la vida espiritual

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Edición: DAGOSOLA, S.L. Editorial

[email protected]

© Juan del Carmelo [email protected]

© DAGOSOLA, S.L. Editorial Imagen de cubierta: Arcángel San Gabriel de Tiziano. 1520 Edición en España: septiembre de 2007 Depósito legal: ISBN: 978-84-611-7919-0 Printed by Publidisa. Impreso en España

DAGOSOLA, S.L. Editorial Si desea contactar con nosotros para solicitar más información o reservar ejemplares, hágalo a través de la dirección e:mail. [email protected]

Este libro no podrá ser reproducido total ni parcialmente, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión de cualquier forma o medio sea este electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros medios de difusión, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del copyright.

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“A sus ángeles ha dado órdenes para que te guarden en tus caminos, ellos te levantarán en sus palmas, para que tus pies no tropiecen con las piedras; pisarás sobre áspides y víboras y aplastarás al león y al dragón” (Sal 90,11-13).

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INDICE DE MATERIAS CONVERSACIONES CON MI ÁNGEL (I PARTE)......11

Preámbulo. ...............................................................................11 Funciones de los ángeles......................................................... 18 Funciones de los demonios..................................................... 22 ¿Qué es el infierno? ................................................................ 28 Concupiscencia humana. ....................................................... 30 Percepción humana de la presencia de los ángeles. ............. 32 ¿Cómo será mi ángel? ............................................................ 36 El nombre de mi ángel. .......................................................... 39

CONVERSACIONES CON MI ÁNGEL (II PARTE) ... 47

Introducción............................................................................ 47

CONVERSACIONES CON MI ÁNGEL (II PARTE) ... 51

Sobre la existencia de Dios..................................................... 51 Sobre la adquisición de la fe. ................................................. 63 Sobre la fuerza y la debilidad de la fe................................... 74 Sobre el Reino de Dios............................................................ 83 Sobre el espíritu y la materia................................................. 93 Sobre la resurrección de la carne.......................................... 97 Sobre el cuerpo glorioso....................................................... 103 Sobre el juicio particular y el juicio final. .......................... 109 Sobre el cuerpo místico de Cristo.........................................119 Sobre la comunión de los santos.......................................... 124 Sobre la Santísima Trinidad. ............................................... 128 Sobre el Espíritu Santo. ....................................................... 136 Sobre las virtudes humanas................................................. 145 Sobre la inhabitación trinitaria........................................... 156 Sobre los dones y gracias divinas. ....................................... 167 Sobre la mediación de la Virgen.......................................... 200 Sobre el descendimiento a los infiernos. ............................. 203 Sobre la revelación divina.................................................... 209

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Sobre las revelaciones privadas........................................... 215 Sobre el valor de las jaculatorias. ....................................... 219 Sobre los planes de Dios....................................................... 224 Bibliografía empleada. ......................................................... 231 Bibliografía escatológica. ..................................................... 235

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CONVERSACIONES CON MI ÁNGEL (I Parte)

Preámbulo. Estoy sentado en el porche de mi casa, es una

mañana de domingo del mes de agosto, corre una suave brisa y la temperatura es muy agradable, la vegetación está en todo su esplendor. Tengo echado a mis pies con la cabeza apoyada en uno de ellos, a mi perro. Me encantan los animales, especialmente los perros, ellos al igual que nosotros han sido creados por Dios, y son expresión de su belleza y grandiosidad. La Creación de Dios solo ha sido herida por el pecado del hombre. Ellos a diferencia de nosotros nunca se han rebelado contra su naturaleza. Ellos solo son, lo que Dios quiere que sean.

Estoy escribiendo en el ordenador portátil, cómodamente arrellanado en una buena butaca. Olvido los problemas humanos que me acucian y me encuentro plenamente feliz. Pienso en darte gracias Señor, por todo lo que me das, pues aunque problemas y sufrimientos no me faltan, también soy consciente, de que estos son completamente soportables y llevaderos si uno tiene puestos sus ojos en Ti. Por otro lado no me olvido de darte gracias por lo bueno que me envías y por lo malo que permites que me angustie y me turbe, pues sin ello mi escalera hacia Ti, carecería de peldaños.

Poco a poco voy cerrando los ojos, para meditar más íntimamente y me sumerjo en mis pensamientos. Necesito un interlocutor para meditar. Siempre acudo al Señor, o a su Madre bendita, cuando medito, pero hoy he pensado no

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llegar tan alto, y me he acordado de mi ángel de la guarda. Es este mi más fiel amigo.

Mi ángel es un ser inteligentísimo, como lo son todos ellos, y todos los días le invoco. Es mucho más inteligente que mi demonio, que yo, como cada uno de nosotros tenemos adjudicado por satanás y que constantemente se está ocupando de mí, ¡vamos!, de hacerme la pascua, por no emplear otra palabra más gorda. Me presiona, me sojuzga, por todos los lados, no me deja nunca en paz. Es por ello, la recomendación que San Pedro nos hizo:

“Sed sobrios y vigilad, que vuestro enemigo el diablo, como león rugiente, anda rondando y busca a quien devorar, resistidles firmes en la fe” (2Pdr 5,8). No pasa día de mi vida, en el que, no me acuerde de

mi ángel, al menos un par de veces, egoístamente, si se quiere, por que yo al igual que todos nosotros, necesito de su inteligencia, sobre todo para que me ilustre, y me dé argumentos con los que rebatir, los sofismas y artimañas del maligno, que este continuamente pone en mi mente. Sobretodo cuando trata de quebrantar la firmeza de mi fe. Por ello acudo a él, que sé, que no me defraudará, nunca lo ha hecho y sé que jamás lo hará.

Su labor es callada e imperceptible, pero yo sé que sin ninguna duda, él siempre está a mi lado. Me auxilia en todo, me ayuda en hacerme favores, tanto en los temas que afectan a mi alma, como aquellos otros que le afectan a mis necesidades puramente materiales.

Lo veo con los ojos de mi alma, no con los que llevo en mi cara. Ya se sabe que lo que vemos, con los ojos corporales es siempre temporal y caduco; en cambio lo que se ve con los ojos del alma, es siempre eterno. Y esto es así, porque mi ángel, al igual que todos sus compañeros, son criaturas eternas Como también criaturas eternas, para bien o

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para mal, seremos todos nosotros, cuando nuestro Creador nos llame para dar el paso a la otra orilla. Allí en ese ignorado más allá que nos espera, gozaremos un día, con nuestro ángel de la eterna felicidad.

Mi ángel, como todo ángel, además de estar siempre en la visión de Dios, él goza de su presencia y al ser una criatura santificada, esta intercomunicado con el resto de los ángeles. Esto es una ayuda inestimable para el que quiera utilizarla. Por ejemplo, cuando tengo ante mi alguna persona, antipática o como hoy en día se dice: borde, inmediatamente lo que hago, para poder conectar con ella, es pedirle a mi ángel que contacte e influya en el ángel de esa persona. Es este un procedimiento que nunca me falla.

La comunicación entre ángeles existe y es muy fluida, aunque algunos, puede ser que lean todo esto con cierto escepticismo. Las cosas son como son y no como muchas veces pensamos que son. A estos escépticos, les recomiendo que prueben a ver que pasa, es muy posible que se lleven una sorpresa. Claro que para apreciar los fenómenos del espíritu, hay que tener bien abiertos los ojos del alma, ya que en materia de vida interior, con los ojos de la cara nunca se ve nada y los escépticos no suelen ser personas que tengan muy abiertos los ojos de su alma.

Todos disponemos de visión material y visión espiritual, y para convencernos de algo, buscamos y queremos que la visión espiritual, sea similar a la material de los ojos de nuestra cara. Pero resulta, que así como con los ojos de la cara no podemos ver con ellos, ni utilizarlos en la oscuridad; tampoco los ojos del alma, son utilizables por nadie, si no se dispone de la luz de la “gracia divina”. Dicho de otra forma: así como los ojos del cuerpo necesitan de la luz material, sea esta la natural del sol o la artificial de la electricidad, para poder ver, ya que en la oscuridad de nada nos sirven; los ojos del alma necesitan también de luz, para poder ver, de la luz que se obtiene de las “gracias divinas”, la gracia es su luz, y sin ella, si esta no se tiene, uno está ciego.

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Nunca he hecho un balance de los favores que le debo a mi querido ángel, es más, pienso que en esta vida, nunca podré hacerlo, porque la mayoría de ellos no los conozco, y en el transcurso de mi vida solo he podido apreciar los efectos de alguno de ellos.

Lentamente, él ha ido cumplimentando el divino mandato, que recibió el día en que fui creado, de cuidar de mi, de mimarme y estar siempre a mi disposición, sin que por ello dejase de ver constantemente el rostro de Dios, lo cual es para mí, mi máxima ambición, la de alcanzar esa privilegiada situación que tiene mi ángel1. Sabemos que algún día, si nos salvamos y somos santificados, podremos alcanzar esa tremenda dicha de contemplar el rostro del Señor, en presencia de nuestro amado ángel custodio o de la guarda, pues de las dos formas se le enuncia. Aquí en esta vida estamos solo para generar méritos en orden a lo que nos espera. Todo lo demás, sea lo que sea, al final no son más que bagatelas y accidentes que pueden ayudarnos o apartarnos de esa ansiada meta. Y ¡ay de aquel! que habiendo llegado a la senectud, todavía no haya llegado a comprender para lo que fue creado y para lo que a este mundo, fue enviado.

Como todos sabemos, Dios no tiene para nosotros otro deseo, que el de que, le amemos y nos salvemos para ser eternamente felices a su lado, en la contemplación de su divino rostro. Más de uno, pensará: ¡pues vaya rollo!, eso de pasarse la eternidad sin tener otra cosa que hacer, que contemplar el rostro de Dios.

Pues sí, es verdad, visto desde este mundo, la cosa más bien se presenta con tintes de aburrimiento. Si valoramos lo que nos dicen, dentro del contexto de lo que conocemos, las perspectivas son francamente nefastas. Pero la realidad es muy distinta, si llegamos arriba, si resulta que 1 .- “Mirad que no despreciéis a uno de esto pequeños, porque en verdad os digo que sus ángeles ven de continuo en el cielo la faz de mi Padre, que esta en los cielos” (Mt 18,10).

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nos salvamos, nuestra mísera escala de valores actual, habrá cambiado sustancialmente. Ya no seremos ni veremos exclusivamente desde el lado material de nuestro ser, tal como ahora nos ocurre. Nuestro espíritu purificado habrá tomado posesión de nosotros y habremos sido totalmente transformados. Concretamente en lo referente a nuestro cuerpo, irradiará la claridad y la belleza de un alma ya unida a Dios. Este cuerpo, conservando determinadas cualidades actuales, será sin embargo un cuerpo modificado, un cuerpo glorioso, en el que se darán cuatro cualidades especiales: claridad, impasibilidad, sutileza y agilidad.

Y en cuanto a la transformación que se realizará en nuestro espíritu, no nos equivoquemos. Ni existe ni existirá jamás para nosotros, otro mayor placer que el ver el rostro de Dios, para ello fuimos creados para ser eternamente felices compartiendo la gloria de Dios, para fusionarnos en su Luz maravillosa, por medio de un amor, con Dios recíproco y sin limite alguno. Veremos a Dios, si es que queremos salvarnos y nos salvamos, tanto con los ojos de nuestro cuerpo ya glorioso, como con los ojos de nuestro espíritu. Para esto hemos sido creados, y hasta que no encontremos nuestra razón de ser, que precisamente es esta, jamás seremos plena y eternamente felices.

No nos engañemos, aquí solo podremos llegar a encontrar, si es que la encontramos, una caricatura de felicidad. La felicidad para ser perfecta, requiere como mínimo una cualidad y es que esta sea eterna. La felicidad que tiene un límite, cual es la felicidad que se puede llegar a encontrar en este mundo, siempre crea una zozobra, y es, la de no saber cuando terminará, donde está el límite final de esa felicidad mundana de la que solo un breve momento podemos llegar a saborear.

De entrada, hay que pensar, que el concepto tiempo, que tanto nos hace sufrir en este mundo, en la gloria de Dios no existe, allí todo es presente. El parámetro tiempo al que estamos aquí tan sometidos, nos hace sufrir en este mundo, porque el tiempo, no solo nos marca el tiempo -valga la

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redundancia- que nos queda para llegar a la temida muerte, que nos despegará de este mundo, sino que es el padre y razón de ser de muchos sufrimientos humanos. Por vía de ejemplo podemos citar: el hastío, el aburrimiento, la angustia de una espera, etc… Si el parámetro tiempo no nos tuviese aprisionados, no tendrían base en que sustentarse los anteriores, males y otros varios que continuamente soportamos.

En esta vida, si miramos para atrás, contemplaremos buenos y malos momentos, en el primer caso se nos producirá una añoranza, de lo que pasó y que sabemos que nunca más volverá; en el segundo caso si recordamos los malos momentos pasados, rememoraremos una vez más el sufrimiento y el dolor que en su día sentimos, y sufriremos pensando que las cosas fueron como fueron y no como a nosotros nos hubiese gustado que fuesen.

Si miramos adelante, podemos mirar pensando que lo que se espera es bueno o malo. Si pensamos que el futuro es malo, estamos sufriendo ya anticipadamente por unos males que a lo mejor no se suceden; si pensamos que es bueno, muy posiblemente esa bondad del futuro no suceda, y después sentiremos el dolor de la defraudación, de la frustración sufrida al no cumplimentarse nuestros planes.

En el cielo, el tiempo jamás nos atenazará. El tiempo es un dogal que Dios ha querido que tengamos aquí puesto, durante nuestro paso por este mundo, a fin de que no nos apeguemos a él, y así y todo, ¡hay que ver como nos apegamos! Rara es la persona que quiere marcharse de este mundo. Si de nosotros dependiese, aquí nos quedaríamos para siempre. La función del tiempo es la de recordarnos que estamos atravesando un puente entre dos orillas, y que a nadie con sentido común, se le ocurre edificar su casa en medio del puente. Nuestra casa eterna, no se encuentra en este mundo, no está situada, en medio del puente que estamos atravesando.

Por otro lado, ya libres del concepto tiempo, la contemplación del rostro de Dios, significa nuestra

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participación en su eterna felicidad. Es imposible el que lleguemos ni siquiera a hacernos una idea de la felicidad que nace de la contemplación del rostro de Dios. Solamente haremos referencia a la frase de San Pablo, que al parecer tuvo un atisbo de visión de esta felicidad, en el tercer cielo1, y nos dejó dicho:

“Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni la mente del hombre, pudo imaginar, cuales cosas tiene Dios preparadas para los que le aman” (1Co 2,9). Aquí abajo, unos pocos tienen conocimiento, de una

pequeña e insignificante muestra de esta felicidad, que por regalo divino han llegado a alcanzar, son algunos místicos contemplativos que en su éxtasis, han llegado a alcanzar diversas situaciones de orden material, como la levitación2, pues tal era el impulso del deseo de ascender al Creador.

Dicho todo lo anterior, nada tiene de extraño, que el que tiene fe y cree de verdad, y es plenamente consecuente con su creencia, tenga deseos de ver el rostro de Dios, que como antes decíamos, está siendo siempre contemplado por nuestro propio ángel de la guarda. Pero este mundo nos atenaza y nos sujeta, y su aliado el maligno, nos hace creer, y somos tan idiotas que muchas veces actuamos creyéndonoslo, que aquí nos vamos a quedar para siempre. Hasta hay algunos que se obsesionan en ser los más ricos del cementerio. Todo esto, nos resta deseos de querer

1.- Para los judíos el tercer cielo, (empirío) es el cielo espiritual donde se encuentra Dios, sobre el cielo de la atmósfera, y el cielo de los astros. “¿Que hay que gloriarse?, aunque no trae ninguna utilidad; pues vendré a las visiones y revelaciones del Señor. Sé de un hombre en Cristo, el cual hace catorce años, si en el cuerpo o fuera del cuerpo no lo sé, Dios lo sabe, fue arrebatado hasta el tercer cielo. Y sé que este hombre, en el cuerpo o fuera del cuerpo del cuerpo no lo sé, Dios lo sabe, fue arrebatado al paraíso y oyó palabras inefables que el hombre no puede pronunciar” (2Co. 12,2). 2.- Levitación.1. f. Acción y efecto de levitar.2. f. Med. Sensación de mantenerse en el aire sin ningún punto de apoyo.

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marcharnos de aquí y contemplar el rostro de Dios. Esto es lo que se denomina apego al mundo, que en síntesis, no es ni más ni menos, que una aplicación de la teoría de que todo esto, está muy bien, pero: Más vale pájaro en mano que ciento volando.

Esperemos llegar pronto a la posesión del cielo. Con esta finalidad hemos sido creados, todos y cada uno de nosotros y este es el único y supremo deseo de Dios para con nosotros, que le amemos para así poder llegar a contemplar su rostro. No nos entusiasmemos, porque aquí en la tierra, aunque alguna vez consigamos algo de felicidad. Alcanzar una plena felicidad, esto es imposible conseguir aquí abajo, pues no estamos hechos para quedarnos aquí, ni nadie por mucho que se emperre va a conseguir quedarse en este mundo. Al menos no tenemos noticias de nadie que lo haya logrado.

Funciones de los ángeles. Al igual que en esta vida, las funciones de las

personas en su trabajo o actividad, se encuentran jerarquizadas, como también los ángeles están jerarquizados.

Nos narra el libro de los Hechos de los apóstoles, que habiendo llegado San Pablo a Atenas, habló en el Areópago y al tocar el tema de la resurrección de Jesucristo, los atenienses se burlaron de él pero varias personas, una de ellas, un griego llamado Dionisio de Areopagita y una mujer llamada Damaris, creyeron en él (Hech 17,34).

Pues bien fue Dionisio de Areopagita, al que San Buenaventura llamaba “príncipe de los místicos”, el primero que se ocupó de este tema de la jerarquía interna de los ángeles. Este griego, escribió diversas obras sacadas a la luz en el s. VI por Máximo el confesor. Entre las obras figura una con el título: “La Jerarquía celeste”, único tratado que tiene el cristianismo sobre los ángeles.

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Según Dionisio de Areopagita, las jerarquías celestes son tres. Y cada una de ellas comprende tres coros. A la primera y más alta jerarquía corresponden los Serafines, los Querubines y los Tronos. A la segunda las Dominaciones, las Virtudes, y las Potestades; y a la tercera, los Principados, Arcángeles, y Ángeles. El grado más alto de la jerarquía es el más cercano a Dios, y de modo jerárquico, tiene influencia sobre la segunda, y esta sobre la tercera a través de un proceso de mediaciones y de iluminación.

En general, siempre han sido arcángeles, los más encargados de relacionarse con nosotros y los más conocidos nuestros, según se desprende de la Biblia. San Miguel es mencionado en el Apocalipsis como jefe de las milicias celestiales (Ap 12,7-9). San Gabriel, es el mensajero por excelencia y después de visitar a Zacarías para anunciarle el nacimiento de su hijo Juan, su más importante misión fue la de anunciarle a la Virgen María, la Encarnación del Hijo de Dios. San Rafael, medicina de Dios, fue enviado por el Señor en ayuda del joven Tobías (Tb 5,4).

Nosotros, aquí en este mundo, estamos para superar una prueba de amor a Dios. Los ángeles en el cielo también tuvieron que superar su prueba y quedaron divididos, en ángeles y demonios. Los demonios no son otra cosa, que antiguos ángeles caídos en la desgracia. Nuestro ángel, como tal, es siempre más inteligente que nuestro demonio, y la prueba evidente de ello está, en que cuando a él, le llegó el momento de su prueba, supo escoger el lado bueno y ponerse a las órdenes del arcángel San Miguel, que comanda las milicias de Dios.

Ángeles los tenemos todos. Y no solo existen ángeles de la guarda, para todas y cada una de las personas que han sido creadas, sino que también existen otros ángeles custodios, encargados de la protección de las instituciones y de las naciones. Los ángeles directa o indirectamente siempre velan por nosotros. Unos están encargados de velar

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por situaciones, tales como: iglesias1, países, institutos, o asociaciones e indirectamente velan por nosotros en cuanto somos miembros de estas corporaciones. Otros ángeles concreta y específicamente, están encargados de velar única y exclusivamente a una persona determinada, son los ángeles que conocemos con el nombre de “ángeles de la guarda” o “ángeles custodios”.

Dada la misión del ángel con respecto a nosotros, esto es lógico que sea así. Los ángeles son los embajadores de Dios ante los hombres y los embajadores de los hombres ante Dios. El ángel es el medio transmisor que tenemos para nuestras relaciones y contactos con Dios. No solo se ocupa de protegernos, mediante las divinas gracias, que él recibe con la finalidad de trasmitírnoslas, si no que también, se ocupa de llevar ante Dios y presentarle nuestras oraciones, sacrificios, deseos y actos de amor nuestro hacia Él.

La Biblia, hace una referencia a esta función de los ángeles. En el libro de Tobías, se puede leer, que el arcángel San Rafael, le manifestó a Tobías:

“Cuando tú y Sara hacíais oración, era yo el que presentaba y leía ante la Gloria del Señor el memorial de vuestras peticiones. Y lo mismo hacía cuando enterrabas a los muertos. Cuando te levantabas de la mesa sin tardanza, dejando la comida, para esconder un cadáver, era yo enviado para someterte a prueba. También ahora, me ha enviado Dios para curarte a ti y a tú nuera Sara. Yo soy Rafael, uno de los siete ángeles que están siempre presentes y tienen entrada a la Gloria del Señor” (Tb 12,12-15).

1.- El Apocalipsis, nos habla de los ángeles de las siete Iglesias: “Lo que veas escríbelo en un libro y envíalo a las siete Iglesias: a Efeso, Esmirna, Pérgamo, Tiatira, Sardes, Filadelfia y Laodicea” (Ap 1,11). “La explicación del misterio de las siete estrellas que has visto en mi mano derecha y de los siete candeleros de oro es ésta: las siete estrellas son los Ángeles de las siete Iglesias, y los siete candeleros son las siete Iglesias” (Ap 1,20).

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Las ayudas que recibimos de nuestro ángel de la

guarda, no solo se limitan al plano espiritual, sino que también nos ayudan en el plano material en forma insospechada. La mayoría de las veces, no somos conscientes de estas ayudas, y cuando descubrimos alguna de ellas, muchos, ignorando su origen, califican a estas, de situaciones providenciales. Aquel retraso, que nos hizo perder un avión que se estrelló, o impidió que cogiésemos un tren que descarriló; aquel encuentro casual con un antiguo amigo o compañero de colegio, que nos dio la clave para la resolución del problema, que en aquel momento, nos atenazaba; aquel pálpito que tuvimos un día, para no ir a determinado sitio, donde nos habían preparado una encerrona; aquel tropiezo o resbalón en la calle, que no se consumó en una fatal caída porque nos encontramos con un punto de apoyo, etc... Son innumerables las circunstancias que han pasado por nuestra vida y de las que inexplicablemente, hemos salido bien parados, aunque en un orden natural de cosas, deberíamos de haber salido maltrechos.

Siempre que la solución que nosotros deseamos, para un problema de orden material, no atente contra nuestra salvación, y por lo tanto contra nuestra eterna felicidad, seguro que tendremos a nuestro amigo, inquebrantable dispuesto a echarnos una mano, pero siempre también en forma imperceptible a los ojos de nuestra cara, aunque si perceptible a los ojos de nuestra alma. Solo con la fe y la gracia divina podemos ver, todo lo que se refiere a nuestra vida espiritual, y las circunstancias que la rodean. Y en pura lógica cuanto mayor sea el grado de desarrollo, de la vida espiritual de un alma, mayor será las posibilidades que esa alma tenga, de ver y apreciar lo que otros ni ven ni aprecian, en el orden de lo invisible y eterno.

Conozco el caso de quien se encomienda constantemente a su ángel custodio para encontrar aparcamiento, y el caso es, que dada su gran fe, casi siempre

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encuentra aparcamiento, lo cual maravilla a los que le acompañan. Personalmente creo, que debemos sacarle más jugo a nuestras relaciones con nuestro ángel, y no reducirlo a la función de aparcacoches, pues constantemente para caminar aquí abajo, tanto en el orden espiritual como en el orden material, necesitamos de una mano amiga que nos ayude y nos sostenga.

La función esencial de nuestro ángel de la guarda, con respecto a nosotros, no es por supuesto la de acciones de carácter accidental o material, tal como la de buscar aparcamiento, o ayudarnos a encontrar algo que hemos perdido, sino que es la de cumplimentar la voluntad de Dios con respecto a nosotros, y está es una función muy clara: Dios quiere que nos salvemos a toda costa y por todos los medios que sean necesarios emplear. Me atrevería a decir, que las instrucciones que nuestro ángel ha recibido de Dios, para con nosotros, es la de que nos salvemos sea como sea, a empujones o empleando los medios que sea necesario emplear, para que seamos librados de las consecuencias de las estupideces que diariamente cometemos.

Para la realización de este encargo, nuestro ángel, tiene que hacer frente y luchar contra dos enemigos. Uno es el demonio particular que cada uno tenemos adjudicado, el otro somos nosotros mismos, que azuzados por nuestra concupiscencia, estamos siempre tendentes a darle carta de naturaleza a lo que nos propone el maligno.

Funciones de los demonios.

Demonios a nuestro lado, al igual que ángeles los

tenemos todos. Y pienso que también existen, de la misma forma que existen ángeles con funciones especiales y específicas, tal como ya antes hemos dicho, existen también demonios especiales, para atender a la condenación de las personas que formen parte de todo tipo de iglesias, países, institutos, asociaciones o corporaciones, a fin de que los

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rectos fines de estos organismos, siempre se malogren, y así se malogren también las rectas intenciones de sus miembros. Y no quiero decir nada de aquellas otras asociaciones y corporaciones con fines no confesables (sectas masónicas, asociaciones satánicas…etc). Estas seguramente, tendrán adjudicado un demonio de alta calificación profesional.

En resumen podríamos pensar y acertar diciendo que donde hay un ángel también hay un demonio, dispuesto a contrarrestar la labor del ángel, y darnos argumentos para no escucharle.

Tanto los ángeles caídos, es decir los demonios, como los ángeles triunfantes, debieron de pasar por una prueba, a la que antes hemos ya aludido. Esta prueba, según la tradición, se originó cuando Luzbel, “luz de Dios”, un bello ser espiritual el más bello de los ángeles, quiso apropiarse de su propia belleza y auto divinizarse1.

El Apocalipsis nos dice que los demonios fueron precipitados sobre la tierra y su condena definitiva, aún no se ha producido, si bien es irreversible la selección que fue efectuada en su momento y que distinguió a los ángeles de los demonios. Los ángeles caídos o demonios, todavía conservan un cierto poder permitido por Dios, aunque “por poco tiempo”. Por eso, estos apostrofan Jesús, en el episodio de los cerdos que se despeñaron por el acantilado en Gerasa, diciéndole2:

1.- Ver: Melloni Ribas, Javier, S.J. “Los caminos del corazón. El conocimiento espiritual en la filocalia”. Edit. Sal terrae 1995. Isbn 84-293-1148-3, (pág. 48). 2.- "Llegado a la otra orilla, a la región de los gadarenos, le vinieron al encuentro, saliendo de los sepulcros, dos endemoniados, tan furiosos, que nadie podía pasar por aquel camino. Y le gritaron, diciendo: ¿Que tenemos que ver contigo, Hijo de Dios? ¿Haz venido aquí antes de tiempo para atormentarnos? Había lejos de ellos una numerosa piara de puercos paciendo, y los demonios le rogaban, diciendo: Si has de echarnos, échanos a la piara de puercos. Les dijo: Id. Ellos salieron y se fueron a los puercos, y toda la piara se lanzo por un precipicio al mar, muriendo en las aguas. Los porqueros huyeron, y yendo a la ciudad, contaron lo que había pasado con los endemoniados. Toda la ciudad salió al encuentro de Jesús, y viéndolo, le

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“¿Has venido aquí a atormentarnos antes de tiempo?” (Mt 8, 29)1. Pero no obstante su caída, los ángeles caídos siguen

siendo ángeles; siguen siendo espíritus al servicio de Dios, incluso contra su voluntad. Su actividad está completamente subordinada a los planes de Dios2.

Dios habría podido lanzar, después que pecaron, a los ángeles rebeldes a la prisión del infierno para siempre, como lo hará al final de los tiempos, pero ha preferido dejarles una cierta libertad de acción, para emplearlos en su servicio: utiliza su poder y su malicia para ejercitar la virtud de los hombres3.

La actividad de los demonios, como espíritus puros que son, al igual que la de nuestro ángel de la guarda, es muy sutil, y la mayoría de las veces, por no decir casi siempre, pasa desapercibida a nuestros ojos, aunque no las consecuencias de esta actividad, una vez finalizado el proceso de las llamadas tentaciones. En la medida en que un alma, dispone de un elevado grado de vida espiritual, esta alma, mejor dicho, la persona que posee esta alma, es más capaz de apreciar y percibir, no solo las actuaciones demoníacas, sino también las referentes a las de su ángel de la guarda, en razón, a lo que más adelante trataremos, al hablar de la percepción humana de los ángeles.

El demonio furioso de odio y de envidia contra nosotros quiere aplastar en nosotros a Cristo4, causarle

rogaron que se retirase de sus términos” (Mt 8,28-34). 1.- Ver: Amorth, Gabriele, “Habla un exorcista”. Edit. Planeta 1998. Isbn 84-08-02335-1, (pág. 26). 2.- Ver: Mons. Schoenborn, Arzobispo de Viena. Ver, Huber, Georges, “El diablo hoy”. Edit. Palabra 1992. Isbn 84-8239-132-1, (pág. 8). 3.- Ver: Huber, Georges, “Mi ángel marchará delante de ti”. Edit. Palabra 1995. Isbn 84-7118-097-9, (pág. 94). 4.- Ver: Benedikt Baur, O.S.B., “En la intimidad de Dios”. Edit. Herder 1992. Isbn 84-254-0032-S, (pág. 114).

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perjuicio y derrotas, a Él, cabeza nuestra, que en nosotros vive y le combate.

Pero a pesar de la superioridad intelectiva que los demonios tienen sobre nosotros, estos nada nos pueden hacer, si no es con el permiso de Dios y aquiescencia de nuestra voluntad. Y Dios por su parte, nunca permite que nos pase nada, que no seamos capaces de hacerle frente con la ayuda de su divina gracia. Esto significa, que nunca seremos tentados, en fuerza superior a la que nuestra voluntad puede oponer.

En demonio es el primer enemigo, contra quien ha de luchar nuestro ángel de la guarda. Nuestro ángel tiene a su favor el hecho de ser más inteligente que el demonio que tiene enfrente, pero como antes ya hemos dicho, tiene en contra el hecho de que, son muchas las veces, en que inclinados por nuestra concupiscencia, nos aliamos con el demonio frente a nuestro ángel.

Los demonios particulares que cada uno tenemos adjudicado, digamos que como todos los que circulan por el mundo, están de vacaciones y desde luego ninguno de ellos, quiere que se le acabe el “chollo”, que tienen con nosotros, sobre todo, con muchos de nosotros, por no decir con todos nosotros: digamos, que con unos, más que con otros. Con el fin del mundo, la función de todos los demonios, incluido naturalmente el nuestro, concluirá y entonces se les acabarán sus vacaciones y sufrirán de verdad su condición de condenados. En otras palabras, entrarán definitivamente en prisión para cumplir con su condena eterna; por ahora se encuentra en libertad condicional, y no desean que esta clase de libertad se les acabe. Es de suponer que cuanto mejor sea su trabajo, más posibilidades tienen de seguir de vacaciones, por lo que hacen siempre lo posible en esmerarse en el cumplimiento de su función.

En su estructura interna, los demonios están vinculados entre si por una estrechísima jerarquía y conservan el grado que tenían cuando eran ángeles: principados, tronos, dominios, etc…. Es una jerarquía de

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esclavitud, no de amor como existe entre los ángeles, triunfantes cuyo jefe de milicias es Miguel1. Y esta estructura jerárquica, perfectamente organizada, por seres puramente espirituales, mucho más inteligentes que nosotros, solo tiene una finalidad, cual es la de conseguir arrastrarnos a nosotros, como criaturas especialmente amadas de Cristo, a nuestra condenación. El odio y deseo de venganza que anida en sus corazones, al no poderlo volcar directamente contra Dios, al que pese a todo, se ven obligados a servirle, lo vuelcan contra nosotros, pues son plenamente conscientes del amor y deseo que Dios tiene, de que todos nos salvemos.

Dadas las modernas modas, acerca de la negación de la existencia del demonio. Todo esto a más de uno, puede ser que le parezca un poco infantil, pero se equivoca de cabo a rabo. Para el que es creyente, no tiene nada más que leer los evangelios, para darse cuenta de las repetidas veces que Jesús nos habla del “maligno”, y de la existencia del infierno, empleando siempre Nuestro Señor, una misma frase:

“Allí será el llanto y el rechinar de dientes, cuando veáis a Abraham, Isaac y Jacob y a todos los profetas en el Reino de Dios, mientras a vosotros os echan fuera” (Lc 13,28). Las tentaciones, que después de los cuarenta días de

ayuno sufrió Jesús, desde luego que no le fueron proporcionadas por los Reyes magos. El demonio existe, es una auténtica realidad, que mucho me temo que el propio demonio quiera negar, pues precisamente, él es, el más interesado en que se niegue su propia existencia, así su trabajo, será mucho más efectivo. Por otro lado, condenado ya, su afán de protagonismo lo supedita a lo que más le 1.- Ver: Amorth, Gabriele, “Habla un exorcista”. Edit. Planeta 1998. Isbn 84-08-02335-1, (pág. 19).

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interesa: “la condenación del mayor número posible de almas humanas”.

Se equivocan completamente aquellos teóricos modernos, incluso algún descarriado teólogo, que identifican a Satanás con una idea abstracta del mal: esto es una autentica herejía. Quién suprime a satanás suprime también el pecado y deja de entender la obra de Cristo1. La existencia del demonio, está claramente enunciada en los evangelios, y son mucho más de una, las veces que Jesús, nos habla del maligno y del infierno.

Por último quiero referirme a un “bulo” muy extendido últimamente, que consiste en afirmar que el Papa ha negado la existencia del infierno. Jamás el Papa, me refiero a Juan Pablo II, ha declarado nada en contra de la existencia del infierno y mucho menos negar, algo tan evidente y reiteradamente afirmado por Nuestro Señor en los Evangelios.

En un determinado momento unos periodistas con afán de sensacionalismo, le preguntaron al Papa, por el lugar de ubicación material del infierno, y como es lógico, el Papa negó la existencia de un lugar concreto para materializar lo que evidentemente pertenece al orden espiritual. El infierno evidentemente no está en el centro de la tierra.

La noticia sacada de su contexto, salió rápidamente en grandes titulares, que más o menos venían a decir: “El Papa niega la existencia del infierno”, y a continuación a este titular, solo faltaría decir: “De ahora en adelante, los mandamientos de Dios quedan derogados, y cada uno puede ya a su antojo: mentir, robar, matar, fornicar, ¡que sé yo!… a nadie le va a pasar nada después de su muerte, haga la barbaridad que haga, porque el infierno ya no existe”.

1.- Ver: Amorth, Gabriele, “Habla un exorcista”. Edit. Planeta 1998. Isbn 84-08-02335-1, (pág. 26).

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¿Qué es el infierno? Al igual que nos ocurre con la percepción de lo que es el cielo y de lo que allí nos encontraremos, igualmente nos pasa con el infierno. Carecemos del debido conocimiento de lo que son estas dos realidades, a las que a una de ellas, eternamente se puede ir a parar. Y esta carencia de conocimientos, es mayoritariamente fruto de otra carencia; cual es, la de carecer de las dotes de percepción necesarias, para poder comprender exactamente que es el cielo y que es el infierno. De entrada, tenemos que no olvidar, que ambas realidades, cielo e infierno son categorías del orden del espíritu, y aunque nosotros, también somos seres espirituales y disponemos de un alma, que pertenece al orden espiritual, también somos y tenemos un cuerpo que pertenece al orden de la materia.

Por otro lado tampoco hemos de olvidar, la supremacía que en general, tiene el orden espiritual, sobre el orden material, al ser el primero superior al segundo. Si embargo, esta supremacía no se manifiesta en nosotros, que ahora en este mundo nos encontramos dominados por nuestro cuerpo, más que por nuestra alma. Nos apremian más nuestras necesidades corporales, que las espirituales y atendemos más la satisfacción de las primeras, más que las de las segundas.

Nuestro desarrollo corporal, es muy superior en general a nuestro desarrollo espiritual. Y esto es así, sencillamente, porque a lo largo de nuestra vida, prestamos más atención a nuestras necesidades corporales, que a nuestras necesidades espirituales.

Las manifestaciones del orden espiritual, al ser este superior al orden material, también sus manifestaciones de gozo y sufrimiento son superiores. Un éxtasis de amor a Dios, produce al ser humano, un goce incomparablemente superior, al que le pueda producir una suculenta comida, o cualquier otro goce de orden material, que se pueda suponer.

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El sufrimiento moral o espiritual es muy superior, al material de una herida. Ahí tenemos el temor psíquico a la muerte, que atenaza a casi todo el mundo1.

Si tenemos presente, las consideraciones que hemos expuesto, nos daremos cuenta que no estamos capacitados para comprender, ni lo que es el cielo, ni lo que es el infierno. Conocemos el párrafo de San Pablo que refiriéndose al cielo, exclamó:

“Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni la mente del hombre, pudo imaginar, cuales cosas tiene Dios preparadas para los que le aman” (1Co 2, 9). Esto mismo podríamos extrapolarlo al infierno y

decir que: Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni la mente del hombre, puede imaginar lo que es el infierno. Dicho de otra forma, tal como lo expresa San Agustín: “Así como ningún goce temporal puede darnos idea de la felicidad de la vida eterna, reservada a los santos, tampoco tormento alguno de este mundo puede compararse con los suplicios eternos2”.

Somos criaturas creadas por Dios y para Dios, y todo lo que sea alcanzar nuestra meta que es Dios, es alcanzar la plenitud del amor y del goce eterno. Por el contrario todo lo que sea no lograr este objetivo y saber que eternamente nunca lo alcanzaremos, es el mayor de los tormentos inimaginables. Mientras estamos aquí, ha posibilidades, después cuando lleguemos a la otra orilla, tal como lleguemos, así nos quedaremos para toda la eternidad. El infierno, fundamentalmente, lo constituyen tres cosas y nada más que tres: lo que se llama en teología: “Pena de daño”, lo que se llama “Pena de sentido” y la “Eternidad

1.- Ver: Juan del Carmelo, “Del más allá, al más acá”. Edit. Dagosola. 2007. Isbn 978-8-611-5491-3. 2.- Ver: San Agustín/Antonino Tonna Barthet, O.S.A., “Nos hiciste, Señor, para Ti”. Edit. BAC 1994. Isbn 84-7914-043-7, (pág. 114).

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de ambas penas”1. La principal de las tres penas, es la “Pena de daño que es la condenación propiamente dicha, que radica en verse privado y separado de Dios para la eternidad.

Concupiscencia humana. Hemos dicho antes, que el segundo enemigo que

tiene en contra nuestro ángel de la guarda para cumplimentar su función, es nuestra propia concupiscencia.

El diccionario, de la Real Academia de la lengua, define la concupiscencia, con referencia a la moral católica, como: El deseo de bienes terrenos y, en especial, el apetito desordenado de placeres deshonestos.

Existe el pecado original. De él arranca la perversidad del corazón humano, de la que todos nos resentimos. Del pecado original nació la concupiscencia, el afán desordenado de las posesiones terrenas (concupiscencia de los ojos), de los goces y placeres mundanos y sensuales (concupiscencia de la carne), del honor y del poder y de la distinción social (concupiscencia del espíritu)2.

Por medio del Sacramento del Bautismo, se adquiere la condición de hijos de Dios y herederos de su gloria, quedando anuladas las consecuencias del pecado original, pero no absolutamente todas.

El Catecismo de la Iglesia católica, en su parágrafo 1.264, nos dice:

“No obstante en el bautizado permanecen ciertas consecuencias temporales del pecado como los sufrimientos, la enfermedad, la muerte o las fragilidades inherentes a la vida como las

1.- Ver: Royo Marín, Antonio, O.P. "El misterio del más allá". Edit. Patmos. 1972. Dep. Leg. M. 21580-1972. (pág. 133). 2.- Ver: Benedikt Baur, O.S.B., “En la intimidad de Dios”. Edit. Herder 1992. Isbn 84-254-0032-S, (pág. 56).

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debilidades de carácter, etc., así como una inclinación al pecado, que la Tradición llama concupiscencia, o “Fomes peccati”: La concupiscencia dejada para el combate, no puede dañar a los que no la consienten y la resisten con coraje por la gracia de Jesucristo. Antes bien, “El que legítimamente luchare será coronado” (2Tm 2, 5)1”. Mientras caminemos por este mundo, tenemos que

luchar contra nuestra concupiscencia y no tratar de dificultar la labor de nuestro ángel de la guarda. Sufrimos un amargo conflicto entre la carne y el espíritu, Jesús nos ha librado del pecado, pero no de la flaqueza y de las concupiscencias de la carne2.

San Pablo nos manifestaba:

“No entiendo lo que me pasa pues no hago lo que quiero; y lo que detesto es justamente lo que hago” (Rm 7,15). Esta lucha es nuestra vida, la que nos proporciona

una interminable rebelión de nuestra carne contra nuestro espíritu, solo aquel que controla su carne, y que es capaz de morir a este mundo, tiene asegurado de vivirá eternamente.

“Pues los que son de Cristo Jesús, han crucificado la carne con sus pasiones y sus apetencias. Si vivimos según el Espíritu, obremos también según el Espíritu” (Ga 5,24-25).

1.- Ver: “Catecismo de la Iglesia Católica”. Edit. Asociación Editores del Catecismo 1994. Isbn 84-288-1102-4, (prgf. 1264. pág. 331). 2.- Ver: Merton, Thomas. “El camino monástico”. Edit. Verbo Divino 1996. Isbn 84-7151-465-6, (pág. 41).

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Muchos pueden preguntarse: ¿Y esta lucha, denominada “lucha ascética”, que finalidad tiene? ¿No hubiese sido mejor que Jesucristo con su muerte y pasión, dentro de su labor de redención, nos hubiese redimido también además del pecado, de la flaqueza de nuestra carne? Indudablemente Dios todo lo puede y desde luego podía haber dispuesto las cosas así, pero es el caso, que si así lo hubiese dispuesto, nos habría hecho un flaco servicio, por que nos habría restringido nuestra capacidad de generar méritos para la posterior vida eterna.

La libertad, conlleva siempre la posibilidad de elección entre el bien y el mal. Solo aquel que es libre puede escoger libremente. Al condenado recluido en la cárcel, carente de libertad, se le cercena tanto la posibilidad de ser útil a la sociedad, como la de seguir delinquiendo.

Si Dios, hubiese remediado por si mismo la flaqueza de nuestra carne, habríamos carecido de mérito, en vencer un enemigo inexistente. Él ha preferido para nuestra mayor gloria, crear un mecanismo diferente, que consiste en permitir que seamos tentados y al mismo tiempo regalarnos las fuerzas necesarias para vencer la tentación. Estas fuerzas, se llaman “gracias divinas”.

El nombre de “gracia”, deriva y expresa la propia naturaleza gratuita de regalo o don divino, de estas fuerzas que recibimos y tenemos a nuestra disposición para vencer la tentación. Si echamos mano de las gracias divinas, y las aceptamos y las utilizamos, tendremos siempre a nuestro ángel, dispuesto a ayudarnos en esta tarea de luchar, para obtener el premio de ver el rostro de Dios.

Percepción humana de la presencia de los ángeles. Somos criaturas creadas, con una parte de materia y

otra de espíritu. Somos seres en parte materiales, y en parte espirituales. Tanto la materia como el espíritu de una

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persona puede interrelacionarse con la materia y el espíritu de otros seres creados.

Me relaciono espiritualmente con el autor de un libro que es de mi agrado, o con la persona que se acerca más, a mi forma de ser y de pensar. Me relaciono materialmente con el contacto físico con un ser querido, cuando estrecho su mano o cuando lo beso, o aprecio el sabor de una buena comida que se me ofrece, o la vista de un buen cuadro o el escuchar el sonido de una buena música

Todo lo anterior tiene como consecuencia: el que para establecerse esta interrelación, el cuerpo humano, dispone de unos sentidos (generalmente se enuncian siempre cinco sentidos: vista, olfato, tacto, gusto, y oído). Pero es el caso de que también el alma o espíritu de una persona, dispone también de unos sentidos, a través de los cuales se interrelaciona.

Lo que generalmente ocurre, es que casi siempre la persona humana en su edad adulta, tiene plenamente desarrollados sus sentidos corporales, pero no se ha preocupado de desarrollar sus sentidos espirituales, por lo que el grado de apreciación de lo espiritual está siempre muy por debajo de lo que debería de estar, y por supuesto por debajo del nivel de percepción que tienen nuestros sentidos corporales.

Para la comprensión y apreciación de los fenómenos espirituales, la persona debe de tener el suficiente grado o nivel de vida interna o espiritual, que conlleva a su vez el desarrollo de sus sentidos. El fomento por uno mismo de su vida interior o íntima, desarrolla los propios sentidos de su alma.

Percibir la presencia de ángeles, por medio de nuestros sentidos corporales o materiales, es imposible, salvo que en casos especiales, Dios disponga otra cosa, y autorice la materialización de un ángel, para el cumplimiento de una misión concreta, frente a una persona determinada.

De esto último, tenemos muchos ejemplo en la Biblia, tales como: el caso de Abraham, cuando un ángel le

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hizo detener el cuchillo con el que iba a sacrificar a su hijo Isaac; el de el profeta Elías cuando muerto de cansancio en el desierto le pidió a Dios morir, y se le apareció un ángel ofreciéndole pan y agua para continuar el viaje de su huida, de la malvada Betzabel; el del ángel que se le apareció al sacerdote Zacarías, marido de Isabel la prima de la Virgen, en el templo, anunciándole el nacimiento de su hijo Juan el Bautista; el del ángel que se le apareció a la mujer de Manóaj, que era estéril, anunciándolo el nacimiento de un hijo al que habría de ponerle el nombre de Sansón; el del ángel que se le apareció en el desierto a la esclava Agar, y otros más.

Pero sobre todo la aparición más importante de la historia de la humanidad, fue la del arcángel San Gabriel, a una doncella de Nazaret, llamada Myriam, que es nuestra madre celestial, y con cuyo “fíat”, se nos abrió a todos las puertas del cielo, y la posibilidad de ser hijos, nada menos que del mismo Dios.

Más recientemente, al parecer, se han dado casos de personas que en situación de muerte clínica, han manifestado haber visto a su ángel de la guarda. Estas personas coinciden en calificar a los ángeles, como criaturas muy dulces, alegres e inclusive bromistas. Nuestro ángel, posiblemente, será el primero en recibirnos, al menos así personalmente lo deseo y se lo pido y si hemos de ir al purgatorio, del cual pocos se librarán, allí nos acompañará nuestro ángel para aliviar nuestras penas. Será nuestro gran amigo para la eternidad, por lo que conviene ir intimando ya aquí, con él.

Pierre Jovanovic1, relata en un libro sobre los ángeles de la guarda, diversos encuentros que con ellos, han tenido diversas personas que pasaron por una muerte clínica. Son las llamadas NDE (experiencias alrededor de la

1.- Ver: Jovanovic, Pierre, “Existen los ángeles de la guarda”. Edit. Thassalia S. A. 1993. Isbn 84-8237-005-7.

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muerte). He escogido algunas de estas manifestaciones relativas al amor de los ángeles hacia nosotros. Estas son1:

"Me dijeron que todo iría bien y que iban a llevarme hasta la Luz. Las sentía llenas de amor. No pude ver su cara, sólo unas formas en el túnel.".

"De aquel Ser emanaba tanto amor, tanta dulzura que creí estar ante el Mesías. Dulcemente tomó mi mano y volamos a través de la ventana".

"El amor que emanaba de ella me envolvió y no vacilé en poner mis manos en las suyas".

"No me dijo nada, pero no tenia miedo de él, pues sentía la paz y el amor que emanaban de su persona".

"...mi amigo me conocía y me amaba más de lo que nunca podría yo conocerme y amarme. Jamás he sentido semejante fulgor y semejante paz".

Sin apartarnos del tema de la percepción humana, tengamos en cuenta, que sólo en la medida en que avancemos, en nuestro camino espiritual, se nos irán abriendo cada vez más, los ojos de nuestra alma y percibiremos más claramente no solo la presencia de nuestro ángel de la guarda, sino que al unísono aumentarán nuestras tres virtudes teologales: nuestra fe, nuestra esperanza, y nuestra caridad, ya que ellas tres, siempre crecen o decrecen en un alma al mismo tiempo.

Pero lo percibamos, con más o menos intensidad, o si ni siquiera lleguemos a percibirlo, el hecho cierto, es que él, nuestro ángel, está ahí, a nuestro lado, continuamente cumpliendo día y noche su labor de protección, frente a las asechanzas del maligno, que también está día y noche a la que salta.

Adquirir una plena percepción de la constante presencia de nuestro ángel junto a nosotros, es un algo que ha de referirse siempre al plano de la vida espiritual, y dentro de ella a un determinado grado de fe. No podemos 1.- Ver: Juan del Carmelo, “Buscar a Dios”. Edit. Libroslibres. 2003. Isbn 84-96088-04-9. (pág.29).

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pretender ver a nuestro ángel custodio con los ojos de nuestra cara, aunque lo que si podemos llegar a ver materialmente, si es que estamos atentos, son los efectos de algunas de su actuaciones.

¿Cómo será mi ángel? Dada la curiosidad humana, las preguntas, sobre este

tema, se nos vienen enseguida encima. Todos deseamos siempre saber, lo más posible de aquellas personas con las que nos relacionamos, y concretamente sobre mi ángel, yo al menos me la he hecho muchas preguntas.

Me he preguntado: ¿cómo será mi ángel? Desde luego que físicamente no será de ninguna forma, pues es un espíritu puro, y los espíritus carecen de forma corporal. Otra cosa es, como ya antes hemos enunciado, que Dios disponga, que determinados ángeles, en determinadas ocasiones, se nos aparezcan estos bajo una determinada forma corporal visible, en cuyo caso la forma de materialización aunque puede ser siempre la misma, sin embargo Dios no quiere que lo sea, y las descripciones que conocemos son todas dispares.

Pero como somos materia, y la materia llama a la materia, sentimos la necesidad de materializar a los ángeles. Generalmente la tradición iconográfica nos lo representa bajo la forma de un apuesto doncel, al que le salen un par de alas de su espalda. El hecho de que sea apuesto o guapo, es importante para los humanos y más especialmente para las del género femenino, pues siempre nos imaginamos que la belleza corporal conlleva la belleza de alma, cuando esto no es así, a pesar de que exista un refrán que diga que: “La cara es el espejo del alma”. A lo largo de la historia han sido canonizados más de un santo o una santa, más feos que Picio. Lo que si parece ser cierto, y le da cierto fundamento al refrán anterior, es el hecho de la que la dulzura, la

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humildad y alegría que tienen las almas elegidas, se reflejan siempre en la cara.

Pero volviendo al aspecto exterior que la iconografía le da a los ángeles, me viene a la memoria una canción de moda en los años 50, del siglo pasado, en la que un cantante de origen africano, recuerdo que se llamaba Machín, entonaba una canción, en la que se quejaba de que los pintores no pintaban los ángeles de negro, y pedía a los pintores de ángeles, que también los pintasen de negro, la canción terminaba diciendo: “Porque también se van al cielo todos los negritos buenos”.

Por supuesto que los ángeles no son ni blancos, ni negros, ni amarillos, ni de ninguna etnia, carecen de raza, porque no son personas aunque con autorización de Dios, puedan revestirse con forma humana, para hacerse más asequibles a nosotros.

No voy a entrar tampoco, en la bizantina discusión sobre el sexo de los ángeles, que al parecer tenía muy ocupados a los bizantinos de Constantinopla, reunidos en asamblea, mientras las huestes de Solimán el magnifico, estaban escalando los muros de la ciudad, pues es sabido que Nuestro Señor, cuando fue interrogado por los saduceos, que negaban la resurrección de la carne, acerca del supuesto, de una esposa que en vida, lo fue de siete hermanos, manifestó:

“Jesús les respondió: Estáis en un error, por no entender las Escrituras ni el poder de Dios. Pues en la resurrección, ni ellos tomarán mujer ni ellas marido, sino que serán como ángeles en el cielo” (Mt 22,29). Con relación a las alas con las que inexorablemente

siempre se les representa, hay que empezar diciendo que los ángeles no tienen necesitad de alas para desplazarse y volar. Son espíritus, que como nosotros si nos salvamos y nuestro cuerpo es glorificado, dispondremos de las características de

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los cuerpos glorificados, cuales son: claridad, impasibilidad, agilidad y sutileza.

Dios al ser espíritu puro, carece de ubicación material, pero nosotros siempre relacionamos el cielo, con la presencia de Dios e inclusive Jesús en numerosas ocasiones dio también muestras de esta relación, suspirando y mirando al cielo (Mc 7,31-37). De la misma forma relacionamos también al demonio y al infierno, con las profundidades del centro de la tierra. Cuando queremos invocar a Dios Padre, miramos al cielo. Y en este orden de ideas, tenemos la representación iconográfica del Espíritu Santo, por medio de una paloma. La contemplación de las alas nos lleva siempre la mente, a la posibilidad de volar y subir, a relacionarnos con quien se encuentra en los cielos, en este caso con Dios.

Realmente un ángel, su ángel, es para cada persona lo que él o ella quieren que sea1. Para mí, el mío quiero que sea un amigo, un compañero, un hermano mayor, para toda la vida, para toda la eternidad, porque me gusta pensar, que la relación con nuestros ángeles no acabará con nuestra entrada en la otra vida, sino al contrario se reforzará y durará eternamente, gozosamente para ambos.

No participa de esta idea, de que la relación con el ángel de la guarda de cada uno, trascienda después de la muerte, Santo Tomás de Aquino, el cual nos dice, que cuando hayamos llegado al término del camino ya no tendremos ángel de la guarda2. Pero esta opinión del doctor angélico, no es obstáculo para que nuestra relación con nuestro ángel puede continuar en el cielo, pues allí esta relación tendrá siempre características distintas, de las que actualmente tiene, aquí abajo en la tierra. Aquí abajo la relación con nuestro ángel, es de ayuda y protección de él para con nosotros. En el cielo no necesitaremos de esa

1.- Ver: G. Vallés, Carlos, S.J. “Hablando con mi ángel”. Edit. Planeta. Isbn 84-08-01929-5, (pág. 32). 2.- Ver: Suma teológica, 1-2, q. 113.

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inestimable ayuda que ahora él nos presta, y será una perfecta relación de amor.

En nuestras relaciones con nuestro ángel de la guarda, este a pesar de la gran perfección de su naturaleza, no tiene el poder de Dios ni su sabiduría infinita, de modo, que al igual que le pasa a nuestro demonio particular, ninguno de los dos, puede leer en el interior de nuestra conciencia. Por lo tanto debemos de darle a conocer nuestras necesidades de alguna manera. Basta con que le hablemos mentalmente para que nos entienda, e incluso para que llegue a deducir de nuestro interior, más de lo que nosotros mismos somos capaces. Por eso es tan importante tener un trato de amistad con el ángel de la guarda1, a fin de que cuanto más familiaridad tengamos con él, el nos conocerá mejor y con más eficiencia, nos podrá ayudar

El nombre de mi ángel. No sé cual es el nombre de mi ángel, es más, ignoro

si él tendrá un nombre, supongo que si, porque para Dios es fundamental eso del nombre, a Él, le encanta la individualización. Nos ha creado a todos completamente distintos; distintos en el cuerpo y en el alma. No existen, ni han existido, ni nunca existirán, dos seres humanos iguales. Frente a esta afirmación, a más de uno le vendrá a la mente la idea de la “clonación”, y yo le respondo: El hombre, no es solo cuerpo, es cuerpo y es también alma, y nadie jamás podrá llegar a clonar el alma humana. En cuanto al cuerpo, hay que tener en cuenta, que el desarrollo corporal de dos hipotéticos seres humanos clonados jamás podrá ser igual. La alimentación, por ejemplo, nunca podrá ser idéntica, y los virus y las bacterias, que hipotéticamente puedan atacar a

1.- Ver: Fernández Carvajal, Fco. “Antología de textos”. Edit. Palabra 1995. Isbn 84-7118-348-X. (pág. 87).

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cada uno de los dos seres clonados tampoco serán idénticos, por lo que el desarrollo corporal será siempre desigual y a la postre los seres clonados siempre resultarán desiguales.

Pero volvamos al tema del nombre. En el mundo antiguo, tanto en el bíblico como en el pagano, el hecho de imponer un nombre, representaba el ejercicio de una facultad de la propiedad. Poner un nombre a una cosa o a una persona, era reivindicar la propiedad de uno, sobre la persona o la cosa denominada. Saber o conocer el nombre de una persona, representaba también en cierto modo, poseer a la persona.

Y no hay que irse tan lejos, hoy en día, ponemos nombres a nuestras cosas o a nuestras animales. Se construye un barco y se le pone un nombre. Si se le compra ya con nombre, este se le cambia. Compramos un caballo o un perro y enseguida le ponemos un nombre. Y con respecto a las personas, no olvidemos que hasta el siglo XIX, la esclavitud aún existía reconocida por la ley en determinados países, y los dueños de esclavos imponían a estos los nombres y apellidos que les parecía bien y que generalmente eran los apellidos de su propia familia. Son muchos los afroamericanos, tal como se les llama en EE.UU. a los descendientes de los antiguos esclavos, que llevan apellidos netamente anglosajones.

Los antiguos griegos admitían que existía un lazo entre las cosas y su nombre. Para ellos, designar era llamar a la vida. Conocer el nombre de Dios, era tenerlo a la disposición de uno.

En la mentalidad semita, el nombre hacia las veces de la persona, era como su vicario o representante. Pronunciar el nombre de alguien era como hacerlo presente, conocerlo era como conocer personalmente a la persona que lo llevaba. Poner su nombre sobre alguien era hacerlo entrar en su propiedad, cambiar de nombre a una persona significaba tener sobre ella un dominio absoluto. Los reyes vencedores, solían imponer un nombre nuevo a los reyes vencidos y así los hacían como criaturas suyas. Invocar el

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nombre sobre alguien significaba que aquella persona estaba bajo su protección. Se han encontrado inscripciones, con juramentos hechos por los soldados “en el nombre de Zeus Altísimo”. Cuando un hombre es bautizado, en el nombre del Padre, ese hombre es sometido a la protección de Dios, es suyo, es de Dios1.

Poner nombre en la Biblia, significa “ser dueño de”. En efecto en el antiguo oriente el nombre no es un mero título, sino que representa el ser mismo de la cosa. Y conocer el nombre de alguien para poder nombrarlo equivalía a tener poder sobre él2.

En la Biblia cuando Dios cambia el nombre de un hombre, es para elevarlo a una dignidad superior y a un papel más importante dentro de la comunidad a la que pertenece3. Si Dios, a alguien le ha encomendado una misión concreta, lo primero que ha hecho, ha sido cambiarle su nombre. Cambiar el nombre equivalía y equivale, a tomar posesión de una persona, a la vez que le era señalada su misión divina en el mundo4. Pedro, se llamaba antes Simón5; Abrahám, se llamaba antes Abran6; Jacob pasó a llamarse Israel7. Pero no solo cambia el nombre, sino que también impone el nombre antes del nacimiento. Tal es el caso, de Juan el bautista, cuyo nombre le fue previamente notificado a su padre Zacarías y más concretamente tenemos, que en el

1.- Ver: Borragán Mata, Vicente, "Ríos de agua viva". Edit. San Pablo. 1998. Isbn. 84-285-2048-8. (pág. 66). 2.- Ver: Álvarez Valdés, Ariel ofm. “¿Qué sabemos de la Biblia? Antiguo Testamento”. Edit. San Pablo. 2005. Isbn 950-861-441-2. (pág. 24). 3.- Ver: Sheen, Fulton J. “Vida de Cristo”. Edit. Herder 1996. Isbn 84-254-0239-5, (pág. 110). 4.- Ver: Fernández Carvajal, Fco. “Hablar con Dios”. Edit. Palabra 1993. Isbn 84-7118-473-7, (VI. 451) 5.- “Le condujo a Jesús, que, fijando en el la vista dijo: Tu eres Simón, el hijo de Juan: tu serás llamado Cefas, que quiere decir Pedro.” (Jn 1,42). 6.- “No te llamarás Abrán, sino Abrahán, porque yo te constituyo padre de una multitud de pueblos” (Gn 17,5). 7.- “Y el hombre añadió: "Tu nombre no será ya Jacob, sino Israel, porque te has peleado con Dios y con los hombres y has vencido” (Gn 32,29).

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anuncio del arcángel San Gabriel, a la Virgen María, este indicó el nombre que habría de ser impuesto al Hijo de Dios.

Actualmente cuando una persona decide consagrar su vida a Dios, y entra a formar parte de una orden religiosa, también cambia su nombre, por el nuevo de su profesión religiosa. Y cuando se elige en cónclave un nuevo papa, lo primero que hace el Cardenal encargado de ello, es preguntar al elegido, si acepta la elección, y si ello es así, inmediatamente se le pregunta, acerca del nombre con el que quiere ser llamado.

Para nosotros, cada miembro del pueblo de Dios recibe una vocación particular, un nombre propio que es una llamada a una amistad única con Dios. Para cada uno de nosotros Dios tiene un nombre particular, un nombre que solo Él conoce, y que nos liga con Él y con la Iglesia1.

En el Apocalipsis de Juan, se promete al vencedor:

“…, le daré también una piedrecilla blanca, y, grabado en la piedrecilla, un nombre nuevo que nadie conoce, sino el que lo recibe”. (Ap 2,17). La piedra blanca hace pensar, primero en la

costumbre que tenían los antiguos al invitar: un hombre rico invita a una gran fiesta. Como “entrada” manda repartir piedras blancas en las que hay escrito un nombre determinado2.

Y si es importante el nombre en la persona humana, mucho más trascendencia e importancia tiene el nombre de Dios. Para los griegos, como ya hemos dicho, conocer el nombre de un Dios, es tenerlo a su disposición.

Vuestro Catecismo de la Iglesia católica dice:

1.- Ver: Lafrance, Jean, “Morar en Dios”. Edit. San Pablo 1995. Isbn 84-285-1902-1, (pág. 94). 2.- Ver: Nocke, Franz Josef. "Escatología”. Edit. Herder 1984. Isbn 84-254-1420-2, (pág. 177).

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“A su pueblo Israel, Dios se reveló dándole a conocer su Nombre. El nombre expresa la esencia, la identidad de la persona y el sentido de su vida. Dios tiene un nombre. No es una fuerza anónima. Comunicar su nombre es darse a conocer a los otros. Es, en cierta manera, comunicarse a sí mismo haciéndose accesible, capaz de ser más íntimamente conocido y de ser invocado personalmente1”. Llamar, pues, a Dios por su nombre es participar del

poder que emana de Él. Por eso los judíos no se atrevían a pronunciar el nombre de Yahvé y lo hacían reemplazándolo por el de Adonai; solo el sumo sacerdote lo pronunciaba el día de la fiesta del Yom Kippur2.

En cuanto al nombre de los ángeles hay una concreta referencia. En el libro de los Jueces, se nos dice que cuando Manóaj padre de Sansón, recibió la visita de un ángel, interrogó a este acerca de su nombre y el ángel no se lo dio.

“Manóaj dijo entonces al Ángel de Yahvé: ¿Cuál es tu nombre para que, cuando se cumpla tu palabra, te podamos honrar? El Ángel de Yahvé le respondió: ¿Por qué me preguntas el nombre, si es maravilloso? Manóaj tomó el cabrito y la oblación y lo ofreció en holocausto, sobre la roca, a Yahvé, que obra maravillas. Manóaj y su mujer estaban mirando. Cuando la llama subía del altar hacia el cielo, el Ángel de Yahvé subía en la llama. Manóaj y su mujer lo estaban viendo y cayeron rostro en tierra.” (Jc 13,17-20).

1.- Ver: “Catecismo de la Iglesia Católica”. Edit. Asociación Editores del Catecismo 1994. Isbn 84-288-1102-4, (prgf. 328). 2.- Ver: Lafrance, Jean. “El poder de la oración”. Edit. Narcea 1996. Isbn 84-277-0527-1, (pág. 123).

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El ángel se negó a darles su nombre y sin embargo lo calificó a este de “maravilloso”, es decir, de algo que excedía, de la capacidad de admiración de ellos. En otras versiones bíblicas la palabra “maravillosa está sustituida por la de “misteriosa”, es igual, en ambos supuestos el ángel se negó a facilitarles su nombre, dado que el conocimiento de él no podía estar al alcance de ellos.

El tema del nombre de mi ángel, siempre ha sido una cuestión muy importante para mí. He tratado, más de una vez, de adjudicarle un nombre, pero siempre han sido tentativas que no han cuajado, y se comprende que así sea, por las razones antes aludidas. Quizás me lo diga él, cual es su nombre, cuando me reciba en el cielo, si es que aparezco allí, tal como es mi deseo y también el de él; de eso si que estoy seguro. Pero me da la impresión, de que allí arriba, la comunicación se establece de una forma desconocida y maravillosa a través del amor, y no por medio del lenguaje.

Como quiera que parece ser, o al menos somos varios a los que nos gusta pensar así: que Dios ha dispuesto que nuestra unión con nuestro ángel, no acabe con nuestra muerte y se prolongue en la eternidad, conviene ir estrechando lazos con él, pues los lazos que con él establezcamos ahora, se prolongarán para siempre. Todo esto me lleva, como antes decía, a tomarle a él, por interlocutor, en las conversaciones que voy a transcribir en este libro. Porque pensar o meditar es en el orden espiritual conversar.

En el orden material se emplean palabras y voces para conversar. En el orden espiritual las palabras y las voces del orden material, son aquí sustituidas por las meditaciones y pensamientos. Si yo medito, estoy seguro que él participa también de mis meditaciones, es como si existiese, y de hecho creo que es así, una cierta comunidad de pensamientos, fruto del amor a Dios que a ambos nos une.

Estoy convencido que él me ayudará y al alimón, ambos te ofrecemos lector, la trascripción de nuestras conversaciones. A mi ángel, le hago muchas preguntas y le

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planteo muchas cuestiones, algunas tal como aquí abajo nos expresamos, son de carácter comprometido, pero a él, no le importa, a todo me responde y para todo tiene contestación.

En sus respuestas, siempre se basa, como no podría ser de otra forma, en la doctrina de la Santa Iglesia católica, que para ello ha sido creada por Nuestro Señor, en Cesárea de Filipo, cuando tajantemente le dijo a Pedro:

“Y yo te digo a ti que tu eres Pedro, y sobre esta piedra edificare yo mi iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella. Yo te daré las llaves del reino de los cielos, y cuanto atares en la tierra será atado en los cielos, y cuanto desatares en la tierra será desatado en los cielos” (Mt 16, 18-19).

Y nunca rehuye él, hablarme con claridad, aunque las respuestas no sean siempre, las que a mi me gustaría tener.

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CONVERSACIONES CON MI ÁNGEL (II Parte)

Introducción. Dadas ya unas breves pinceladas, acerca de lo que es

y representa nuestro ángel de la guarda, y sobre todo, la interrelación que hemos de mantener con él, es llegado el momento de iniciar por mi parte las conversaciones a que se aluden en el título de este libro.

Son muchas las materias, sobre las que puedo preguntarle a mi ángel, y mi ansia de conversación con él, me trae a la mente un sin fin de temas, la mayoría de ellos sacados de aquí y de allá. Con el fin de dar una cierta conexión a los temas a tratar, he pensado que lo mejor será referirme mayoritaria y preferentemente, pero no únicamente, a las afirmaciones que contiene nuestro Credo, y que son el sustento y la base de nuestra fe, sin perjuicio de que por su interés, tratemos otros temas no directamente incluidos en el Credo.

No me cansaré nunca de decirme a mi mismo, y a quién, en unos casos tiene la paciencia de escucharme, y en otros la de leerme, que la fe es la columna magistral de todo, si no hay fe, nada hay, y si nada hay, nada merece ni aprovecha. La caridad ejercida sin fe es un desperdicio. Tal es el caso de la llamada “filantropía”, es decir la caridad ejercida, al margen de Cristo, por mera solidaridad humana. A efectos sobrenaturales, esto es un insensato desperdicio de los plenos méritos, que esta caridad tendría si hubiese sido realizada por amor a Dios.

Es por ello, que la fe es la primera de las virtudes que se enuncia, al manifestarse las tres fundamentales: Fe, Esperanza y Caridad.

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El Credo es la expresión de nuestra fe, es la recopilación de los dogmas que nos han sido revelados por Nuestro Señor, antes con el Viejo Testamento, y después de su bajada a la tierra, con el Nuevo Testamento.

Que nadie se aterrorice por la palabra dogma, con la carga de sentido peyorativo que la moderna “progresía liberal”, le ha adjudicado hoy en día. Los católicos somos plenamente dogmáticos, pues nunca hemos aceptado ni nunca aceptaremos una reforma de de las verdades reveladas por Dios, para acomodarlas a los cambiantes aires de los tiempos. Estas verdades de “a puño”, conforman, el Credo que rezamos y proclamamos.

El Catecismo de la Iglesia católica, ese maravilloso documento en el que nuestra Madre la Iglesia ha recopilado la recta y sana doctrina católica, nos dice en el parágrafo 6, acerca del Credo:

"Cuando profesamos nuestra fe, comenzamos diciendo: "Creo" o "Creemos". Antes de exponer la fe de la Iglesia tal como es confesada en el Credo, celebrada en la Liturgia, vivida en la práctica de los Mandamientos y en la oración, nos preguntamos qué significa "creer". La fe es la respuesta del hombre a Dios que se revela y se entrega a él, dando al mismo tiempo una luz sobreabundante al hombre que busca el sentido último de su vida. Por ello consideramos primeramente esta búsqueda del hombre (capítulo primero), a continuación la Revelación divina, por la cual Dios viene al encuentro del hombre (capítulo segundo), y finalmente la respuesta de la fe (capítulo tercero)1”.

1.- Ver: “Catecismo de la Iglesia Católica”. Edit. Asociación Editores del Catecismo 1994. Isbn 84-288-1102-4, (prgf. 26).

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En estas conversaciones, no solo vamos a tratar los temas directamente enunciados en el Credo católico, sino también otros temas varios, que a su vez están conexionados con los directamente enunciados en el Credo, porque realmente siendo nuestro Credo la síntesis, de toda la doctrina, todos los temas están explicita o implícitamente incluidos en el Credo.

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CONVERSACIONES CON MI ÁNGEL (II Parte) Sobre la existencia de Dios.

Le comento y le pregunto a mi Ángel: Entiendo que el primer principio básico de todos los

que componen la fe católica es el de la existencia de Dios. El de tener fe en la existencia de Dios, pues si este principio se quiebra y no se acepta, como vulgarmente se dice: “apaga y vámonos”.

Tradicionalmente al que niega la existencia de Dios se le ha venido llamando ateo, pero actualmente lo que me parece que hay, es más que ateísmo, un agnosticismo1 que avanza al maligno impulso de satanás, apoderándose desgraciadamente de muchas mentes. ¿Es que alguna vez en esta vida, podremos llegar a tener una prueba evidente de la existencia de Dios? Y así acabaríamos de una vez por todos, con estos problemas.

Y él me responde: Un escritor actual vuestro, dijo un día: “La

existencia o inexistencia de Dios es la pregunta más importante que a los seres humanos se nos puede plantear2”.

Nunca acabaréis con estos problemas, como tú los llamas, porque el problema en el fondo es siempre el mismo, lo que cambia, es la forma de enfocarlo, que el maligno plantea en vuestras mente, pues la creencia en la

1.- Agnosticismo. (De agnóstico).1. m. Actitud filosófica que declara inaccesible al entendimiento humano todo conocimiento de lo divino y de lo que trasciende la experiencia. Real Academia de la lengua española 2.- Ver: Johnson, Paúl, “La búsqueda de Dios”. Edit. Planeta 1997. Isbn 84-08-01953-8, (pág. 9).

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inexistencia de Dios, es un camino seguro para caer en las redes que el demonio os tiende.

Es curioso, a estos efectos, que muchas veces, quienes se proclaman no creyentes en la existencia de Dios, sea en moderna versión agnóstica o en clásica versión atea, si aceptan la existencia del demonio e incluso lleguen a darle culto a él. Realmente lo que le ocurre a estas personas es que, como vosotros decís, tienen una empanada mental que no se aclaran. O existe Dios o no existe, pero no tiene sentido la inexistencia de Dios, al tiempo que se proclama la existencia del demonio y se le da culto a él.

********** Le pregunto a mi Ángel: ¿Históricamente siempre ha habido ateismo? Y él me responde: La negación total de la existencia de Dios, el

ateísmo, es una corriente relativamente moderna, en la antigüedad, a nadie se le ocurría el disparate de pensar que Dios no existía. Podría haber, y desde luego las hubo, en todas las épocas, guerras religiosas, para demostrar por la fuerza de las armas, cual era el dios verdadero. Pero que se sepa nunca hubo una guerra entre ateos y creyentes.

Inicialmente todos los pueblos tenían sus dioses, en la mayoría de los casos una batería de ellos y cada uno atendía a una necesidad concreta. Salvo el pueblo judío que en aquella época era el único monoteísta. Después de vuestra Redención, por Nuestro Señor, surge Mahoma, con su nueva doctrina, mezcla y amalgama de judaísmo, y cristianismo, que encandila a todo el oriente medio, y casi llega a extenderse por toda Europa. Por el occidente europeo, llega al principio en el siglo VIII, hasta la actual ciudad francesa de Poitiers, después de ocupar casi toda la península Ibérica y por el oriente de Europa llega aunque bastante más tarde, a las puertas de Viena.

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A los españoles os costó siete siglos el derrotarlos, aunque ahora parece ser, que os habéis olvidado de esos siete siglos de sufrimientos y al paso que van las cosas, estáis dispuestos a sentar las bases para tener otros siete siglos de lucha contra el Islám. De entrada y para empezar, resulta que hasta os avergonzáis de la ayuda que os prestó Santiago, y le mutiláis su representación en su misma catedral, de Santiago de Compostela, donde a juicio vuestro se encuentran sus restos, y digo a juicio vuestro, pues los armenios de Jerusalén, como tu sabes, mantienen la tesis de que la cabeza de Santiago, la tienen ellos, enterrada en el suelo de una capilla de su catedral, en aquella ciudad. Tú mismo fuiste a verla y oíste una vez dirimir jocosamente esta cuestión, a un fraile franciscano, asegurando que el problema radicaba en que Santiago apóstol, parece ser que tuvo dos cabezas.

Pero volviendo al tema. En el siglo pasado y en el anterior, el ateísmo ya existía, y las corrientes ateístas, era mucho más fuerte que hoy en día, en que lo que está de moda, es una variante de este denominada agnosticismo, aunque a su vez el agnosticismo no tenga nada de moderno.

Sin perjuicio de que pudiesen existir, unas escasas minorías ateas antes de la revolución francesa, desgraciadamente el ateísmo, como otros muchos males, básicamente es fruto de las ideas enciclopedistas de finales del siglo XVIII. Estas ideas filosófico-políticas, en su deseo de acabar con el poder constituido, comenzaron negando el principio, hasta entonces intocable, de que todo el poder emana siempre de Dios1, y el camino más directo para conseguir este fin, era el de negar la existencia de Dios. 1.- En el libro de la sabiduría puede leerse: “Estad. atentos los que gobernáis multitudes y estáis orgullosos de la muchedumbre de vuestros pueblos. Porque del Señor habéis recibido el poder, del Altísimo, la soberanía; él examinará vuestras obras y sondeará vuestras intenciones. Si, como ministros que sois de su reino, no habéis juzgado rectamente, ni observado la ley, ni caminado siguiendo la voluntad de Dios, terrible y repentino se presentará ante vosotros. Porque un juicio implacable espera a los que están

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Posteriormente había que buscar un sustituto a Dios como fuente creadora del poder, y se recurrió al pueblo soberano. Ahora resulta que todo poder emana del pueblo y en el nombre del pueblo soberano, se han cometido y se siguen cometiéndose innumerables tropelías. A Dios lo habéis marginado. Para vosotros el poder ya no emana de Dios, sino de vosotros mismos. ¿Te das cuenta del grado de soberbia, que estáis alcanzando?

Como tu bien sabes, es Dios, y solo Dios el que decide quien ha de ser el gobernante y quien ha de obedecer. Es Dios, y solo Dios, el que decide quien ha de ser rico y quien ha de soportar la pobreza material. Todo lo que Dios dispone, tiene un justo fundamento, y las razones que Él tiene para actuar como actúa, llegará un día en que las comprenderéis, pero ahora carecéis de la suficiente claridad en los ojos de vuestra alma, y por supuesto en los de vuestra cara, para poder ver y comprender.

Esta falta de entendimiento vuestro, es lo que en su día llevó a los enciclopedistas y hoy en día, a sus actuales herederos intelectuales, a negar la existencia de Dios y proclamar sin sonrojo alguno, que el hombre nada debe a nadie y es soberano de si mismo. Ni en Sodoma ni en Gomorra, se llegó a tanto.

********** Le pregunto a mi Ángel: ¿Cual es la diferencia entre ateo y agnóstico? Y él me responde: Como sabes, el ateo es aquel que niega radicalmente

la existencia de Dios, mientras que el agnóstico, declara que Dios, tal vez exista o no exista, pero en todo caso, la mente humana a juicio del que es agnóstico, no está capacitada

en lo alto” (Sab 6,2-5).

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para aclarar esta cuestión, por lo que adoptan una cómoda postura de indiferencia.

La fórmula básica del pensamiento de los agnósticos, viene a ser así: No tengo suficientes pruebas ni de que existe Dios, ni de que no existe. Por lo tanto no puedo declararme ni creyente, ni ateo1. El agnosticismo es un mal, en cuando no solo sostiene que una mente individual no sabe nada, sino también que ninguna otra mente puede saber nada. En este sentido es cobarde, porque escapa de los problemas de la vida2. Digamos que sigue la táctica del avestruz haciendo un hoyo para esconder su cabeza.

El agnosticismo, es una postura, más intelectual de pacotilla, que racional de verdad. Aunque el agnóstico presuma de racionalista, en su fondo está negando a su propia razón. Se puede decir, que esto del agnosticismo, está más de moda hoy en día, porque viste más decir que se es agnóstico, que manifestar la zafia negación absoluta, que el ateísmo representa. Pero en el fondo son los mismos perros, con distintos collares.

Sobre el tema del ateísmo y en este caso el agnosticismo, el Concilio Vaticano II, se manifestó diciendo:

“La palabra “ateísmo" designa realidades muy diversas. Unos niegan a Dios expresamente. Otros afirman que nada puede decirse acerca de Dios. Los hay que someten la cuestión teológica a un análisis metodológico tal, que reputa como inútil el propio planteamiento de la cuestión” (Gs 19). Es decir, a la vista de esta declaración del Vaticano

II, sin duda alguna, a los agnósticos los podemos dejar englobados en el calificativo de ateos.

1.- Ver: Wohl, Louis de. “Adán, Eva y el mono”. Edit. Palabra, 1984. Isbn 84-7118-401-X, (pág. 169). 2.- Ver: Sheen, Fulton J. “Del pizarrón del ángel”. Edit. Lumen 1995. Isbn 950-724-746-7, (pág. 69).

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En palabras más castizas, los agnósticos, son ateos que no se quieren mojar de pleno, por si acaso se equivocan. Podríamos decir, que son los modernos ateos de los finales del siglo que ha acabado y principios de este nuevo siglo XXI, en el que hemos entrado.

En una gran parte de los casos, los que se declaran agnósticos no saben lo que esto significa. No tienen ni conocimiento, ni idea doctrinal de esta filosofía. Son personas ateas, que están manejadas por la influencia demoníaca, y como quiera, que eso de ser ateo, suena muy mal hoy en día, utilizan el término agnóstico, porque les parece más elegante.

Si alguien quiere hacer la prueba, no tiene más que preguntarle a cualquiera que confiese serlo, en que consiste eso de ser agnóstico. Se llevará la sorpresa de comprobar, que no saben definir lo que es el agnosticismo y si algo manifiestan será siempre una tópica idea que nada les dice ni saben desarrollar ni explicar.

Desgraciadamente, todas estas personas, que viven al margen de la divina gracia, están demoníacamente poseídas y aunque esta afirmación te suene muy dura, las cosas son como son y no como ilusoriamente queréis que sean. Vosotros estáis creados de tal forma que si no sois poseídos por el Amor divino, lo sois por el maligno, y aquí no caben términos medios, ni políticas de pasteleo, que a algunos de vosotros tanto os gustan.

********** Le comento a mi Ángel: Pero a pesar de todo, observo que la marea agnóstica

no está en retroceso. Y él me responde: No te olvides nunca de la frase de Nuestro Señor,

con referencia a su Iglesia:

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“Y Yo te digo que tu eres Pedro, y sobre esta piedra edificare mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán frente a ella. Te daré las llaves del Reino de los Cielos; y todo lo que atares sobre la tierra quedara atado en los cielos, y todo lo que desatares sobre la tierra quedara desatado en los Cielos” (Mt 16,13-20). La Iglesia de Cristo, tu Iglesia, lleva en pie más de

dos mil años, cualquiera de las heterodoxias que la han tratado de socavarla, en el mejor de los casos, estas apenas han durado unos cientos de años, cuando no decenas. Y es que el poder del Altísimo es total, y nada de tu mundo o del mío, o de cualquier otro, puede prevalecer sobre la voluntad de Dios. Vosotros los que vivís en la gracia de Dios, no debéis de dudar en ningún momento de las palabras del Señor. Vuestra fe, ese don que habéis recibido y que debéis de conservar y aumentar, ha de ser inquebrantable y total, y si alguna vez se os debilita, pedirle a Dios que os la fortalezca, que para eso y para otras muchas cosas más, estamos nosotros aquí, para auxiliaros. A nadie le sobra la fe, y aunque crea que tiene la suficiente, se equivoca, porque en este mundo en que vivís, nadie anda sobrado de ella. Pedirle constantemente al Señor, que os conserve y aumente el precioso don de vuestra fe.

El mundo en relación al orden espiritual, avanza a bandazos o pendulazos, como quieras llamarlos y lo que muchas veces os aflige, son solo extremos de los pendulazos, que el demonio le da al reloj de vuestras épocas. Siempre a cada uno de vosotros, os toca vivir una aflicción espiritual, y ello mirado desde arriba es hasta bueno, pues os fortalece y os da ocasión de merecer, si es que sois capaces de superar estas pruebas de fe.

Que nunca te aflijan los arbustos y los árboles del bosque, para combatir tu aflicción, mira siempre al conjunto del bosque y verás como este, sigue lentamente avanzando, a pesar de los numerosos incendios, a los que le han sometido

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muchos hombres, atizados por el maligno, desde la Ascensión de Nuestro Señor a los cielos.

Pero se sea agnóstico o se sea ateo, esta clase de personas son como ciegos que atraviesan el mundo, no ven las cosas creadas, las miran pero no las ven, son incapaces de ver, y son incapaces porque en el fondo de su ser, anida el deseo de no ver. El cardenal Newman, cuyo proceso de beatificación parece ser que se inicia, refiriéndose a los ateos manifestaba que: “Cuando hablan de religión, son como ciegos conversando sobre colores1”.

San Agustín, decía: “Para el que quiere creer, tengo mil pruebas, para el que no quiere creer, no tengo ninguna2”.

La fe es un don de Dios, no lo olvides nunca, y Dios solo regala sus dones a quienes, saben que los van a aprovechar y encarecidamente se los piden. Las gracias y dones divinos no los reparte Dios, como en una tómbola. Siempre es necesaria una receptiva predisposición humana, para adquirir estos regalos divinos. Esta predisposición muchas veces, ni siquiera el titular, es en muchos casos consciente de ella. Y vosotros hay veces en que si la veis, pero otros en que no la veis, y entonces os sorprende, que por ejemplo, Dios se vuelque con un enemigo declarado suyo, como puede ser el caso de San Pablo, y le otorgue a este las tremendas gracias con las que se inició su conversión.

********** Le pregunto a mi Ángel: Pero, sin salirnos del tema: ¿Hay un argumento

definitivo y rotuno frente a los ateos?

1.- Ver: Trese, Leo J. “La sabiduría del cristiano”. Edit. Palabra 1993. Isbn 84-7118-349-8. (pág. 13). 2.- Ver: Royo Marín, Antonio, O.P. "Por qué soy católico. Confirmación en la fe". (pág. X).

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Y él me responde: No, no existe. Es claro y evidente, que ni existe, ni

puede existir, un argumento absoluto y total que pruebe la existencia de Dios, si tal argumento existiese, la fe no sería necesaria, porque todo el mundo tendría evidencia de la existencia de Dios, y donde hay evidencia no puede haber fe. La fe desaparecería, y vosotros no podríais generar méritos.

La práctica de la fe, es querida por Dios, Él quiere que confiéis en Él, y así hagáis méritos a sus ojos. El que tiene evidencia no puede practicar la fe y por lo tanto no puede acumular méritos a los ojos de Dios.

Dios os ha puesto aquí en la tierra, concretamente, para que mediante la libertad que os ha dado, de poder elegir entre el bien y el mal, tengáis la oportunidad de acumular méritos para la vida eterna. Vuestro futuro, solo depende de vosotros, es más, en el caso concreto tuyo, yo solo puedo hacer una cosa, que es ayudarte, pero no puedo actuar por ti. Si yo pudiera, te aseguro que las cosas marcharían mucho mejor no solo para ti, sino también para mí, pues tendría mucho menos trabajo que realizar y en lo que a ti se refiere, dejarías de complicarte la vida tal como lo haces ahora, al seguir tan apegado a las cosas de este mundo. Serías mucho más feliz, y no te digo en el futuro sino ya, ahora mismo, en esta vida.

Pero sin apartarme del tema, te diré que todos los humanos nacéis y vivís siempre, con un ansia de resolver este problema. Lleváis implícita en vuestra alma la sed de Dios. Él os ha creado a vosotros, al igual que a nosotros. Él es el principio de que todo lo creado, y es un conocido principio básico, el de que todo lo creado, tiende siempre a retornar hacia su Creador. Estáis llamados a volver a vuestro origen, a reencontraros con Dios, porque tal como os expresó Santo Tomás de Aquino: “Toda criatura ha comenzado a existir en Dios antes de existir en si misma. Deja a Dios, en cierto modo, al emanar de El, y de su esencia al infinito divino se establece la distancia de lo

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creado al Creador. La criatura racional debe volver atar, con Dios mismo, ese lazo y reencontrar Aquel con quien estuvo unido antes de existir”.

Razón esta por la cual, todos vosotros, criaturas humanas, consciente o inconscientemente, tenéis sed de Dios y no podéis evitarla, algunos podrán disimularla pero nunca evitarla y mucho menos apagarla con las cosas que este mundo os ofrece.

La sed vuestra es un ansia de felicidad eterna, y ya bien sabes, que nada material es eterno, sino solo lo que atañe al espíritu. Por ello, es vano e ilusorio lo que generalmente hacéis de tratar de apagar vuestra sed de felicidad con la adquisición de bienes materiales, que siempre son perecederos.

La existencia de esta sed, es precisamente el argumento más sólido de que disponéis para confirmar la existencia de Dios. La sed siempre existe y existe, porque existe el agua, y el agua existe porque existe una fuente de donde nace. Si no tuvieseis sed de Dios, podríais pensar que Él no existe, pero el mismo anhelo de buscarlo, la inquietud acerca de su existencia o no existencia está ahí, la tenéis arraigada en vuestro corazón, y nunca podéis desprenderos de ella.

Y esto os ocurre, porque la Fuente existe y de ella mana el único tipo de agua que puede calmar vuestra sed. Él mismo os dejo dicho:

“Quien bebe de este agua volverá a tener sed; pero el que beba del agua que yo le diere no tendrá jamás sed, que el agua que yo le de se hará en el una fuente que salte hasta la vida eterna” (Jn 4,13-14).

Y también en el Templo, el día grande de la fiesta, San Juan evangelista, nos dice que Jesús se detuvo y grito:

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”Si alguno tiene sed, que venga a mí y beba. Al que cree en mí, según dice la Escritura, ríos de agua viva manarán de sus entrañas Esto dijo del Espíritu, que habían de recibir los que creyeran en EL, pues aún no habían sido dado el Espíritu, porque Jesús no había sido glorificado” (Jn 7,37-39). Date cuenta pues, de que dentro de la historia de la

humanidad, el ateísmo es solo una eventualidad histórica; solo la religión es el estado permanente de la humanidad. Desde que el hombre es hombre, de una forma o de otra, siempre ha vivido inmerso en la religión. Y si esto, no es así hoy en día para determinados sectores de la población actual, hay que buscar el porqué de esta situación, en el hecho de que la misma, es solo una eventualidad pasajera, históricamente hablando. Y tú no te debes de dejar impresionar, por lo pasajero. Impresiónate por lo eterno.

Para el autor espiritual francés Jean Lafrance, la raíz del ateísmo contemporáneo, se encuentra en la negativa del hombre actual a reconocer que hay alguien en el primer puesto1. Es su soberbia. Es la quiebra del principio de jerarquía, de la negación del valor del orden jerárquico en la sociedad. Esta quiebra como antes te he dicho, está generada por el triunfo de las ideas enciclopedistas del siglo XVIII. La soberbia de aquellos, hombres, escrupulosamente seguida hoy en día por muchos discípulos suyos, les llevó a negar la realidad de que todo poder emana de Dios. Os guste u os disguste, esto es así y no tiene vuelta de hoja.

Pilatos le dijo a Jesús y Jesús le respondió:

“Díjole entonces Pilato: ¿A mí no me respondes? ¿No sabes que tengo poder para soltarte y poder para crucificarte? Respondiole Jesús: No

1.- Ver: Lafrance, Jean, “Aprender a orar con Isabel de la Trinidad”. Edit. Espiritualidad 1994. Isbn 84-7068-165-6, (pág. 85).

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tendrías ningún poder sobre mí si no te hubiera sido dado de lo alto; por esto los que me han entregado a ti tienen mayor pecado” (Jn 19,10-11).

Para el que cree en Cristo y subsiguientemente en los Evangelios, es claro pues, todo poder emana de Dios.

Ya antes te he dicho que modernamente, habéis creado y vivís en un estado laico, -sutil eufemismo, que se emplea para no utilizar la palabra ateo o pagano- al cual habéis de soportar. Sin embargo, consuélate, pensando que más hubieron de soportar los cristianos de los tres primeros siglos, en el pagano estado romano.

En este sistema político-ateo moderno, llámese laico o laicista, ¡que más da!, se asegura y se toma como dogma inapelable, que todo el poder emana del “pueblo soberano”. Y de tal forma os han comido el “coco”, que ningún político tiene el valor, de negar esta falacia, porque si lo hace el pueblo se tomará la revancha y no lo elegirá.

Después de afirmarse solemnemente que todo poder emana del “pueblo soberano”, lo que nadie a continuación explica, es lo que es eso, porque habría que saber, quien fue, quien le dio ese poder, al “pueblo soberano”. Mucho me temo, que si haces esa pregunta te van a responder con la palabra “urnas”, con lo cual se evita reconocer que Dios existe y está por encima de todo. Pero la palabra “urnas”, no os resuelve ni contesta la pregunta, porque entonces si examinamos cual es la fuerza de las urnas, veremos que es exclusivamente, la voluntad de los votantes; con lo cual se llega a la conclusión de que el “pueblo soberano”, lo que pretende y ha hecho, es apoderarse de las potestades divinas.

En este estado en el que vivís, los creyentes estáis a la defensiva, y aceptáis sin rechistar, todas las agresiones a vuestras creencias. No os podéis dar por ofendidos, ni decir que os provocan, cuando por “mayoría democrática”, los “gurus” de este estado de cosas, os coartan la enseñanza religiosa, os imponen el divorcio, el aborto, el matrimonio entre lesbianas y homosexuales, la eutanasia, y más

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recientemente la manipulación de embriones, sin olvidar que algunos hablan ya, de alcanzar la meta de la poligamia. ¡A donde pensáis llegar!

Sobre la adquisición de la fe.

Le comento y le pregunto a mi Ángel: Conforme te escuchaba me iba dando cuenta de la

interrelación que existe entre el ateísmo y la fe. Desde luego que ateísmo y fe son dos términos antagónicos. Todo lo que me dices, está muy bien y es perfectamente asimilable para el que tiene fe, pero: ¿Qué ha de hacer el que carece de ella, y sin embargo quiere tener fe? Hay personas que como sabes, a los que tenemos fe, muchas veces, sobre todo cuando se plantea el tema de la muerte, nos dicen: Te envidio, ya me gustaría a mí tener tu fe.

Y él me responde: Como antes te comenté, la fe puede ser entendida

como un conjunto de creencias, o individualmente como una sola de ellas. También antes te decía, que la fe en la existencia de Dios es la primera y fundamental de todas las creencias recogidas en el Credo católico. Cuando se adquiere la fe en la existencia de Dios, a continuación el resto de creencias se pueden ir asentando en la conciencia de un alma y cuando esta acepta la totalidad, sin excepción de alguna de las incluidas en el Credo, se puede decir, que estamos ante una persona que es católica, o semi-católica, porque muchas veces, hay personas que no actúan concordantemente con lo que dicen creer.

Sin embargo no son católicos ni se pueden titular como tales, aunque así lo hagan, aquellas personas teólogos o más bien pseudo teólogos incluidos, que se auto titulan católicos y no aceptan la totalidad de los dogmas expresados implícita o explícitamente en el Credo, o ponen en duda la autoridad del sucesor de Pedro o en la jerarquía eclesiástica

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que vive en obediencia y comunión con el papa. Este es un género de personas que últimamente ha proliferado mucho en vuestro mundo.

Se puede tener fe en la existencia de Dios y no admitir, el misterio salvífico de la Redención, que os dio Jesucristo, bajando a la Tierra, en cuyo caso, esta persona está muy lejos ni siquiera de ser cristiano. Los musulmanes, por ejemplo, creen en la existencia de Dios y por cierto, con más fuerza que los cristianos, y sin embargo no aceptan la divinidad de Jesucristo, quien para ellos, eso sí, es un gran profeta. El tercero en orden de importancia, sien el primero Moisés y el segundo Mahoma.

Pero entrando en el tema de la fe, como conjunto de creencias contenidas en el Credo católico, te diré que de entrada, a primera vista, parece que la fe, es una categoría absoluta, que no admite medias tintas. Se cree o no se cree. Y sin embargo, esto en parte no es así. Es de tener presente, que la fuerza de la creencia, la fuerza de la fe de cada uno de vosotros, es distinta en cada persona humana, y se admiten categorías, en cuanto a la intensidad de la creencia, pero no en cuanto al contenido de ella.

Para el norteamericano Leo J. Trese, la fe no es una actitud estática de la mente: siempre está en movimiento y o bien crece o bien se debilita o (en ocasiones), muere1. La fe aumenta o disminuye, en función del nivel de vida espiritual que tenga un alma, y de acuerdo con la intensidad de su amor a Dios.

Hay un pasaje evangélico bastante revelador a este respecto. Se trata del padre del niño lunático2, al que Jesús le dice:

1.- Ver: Trese, Leo J. “Puedes volar como las águilas”. Edit. Palabra 1990. Isbn 84-7118-058-8, (pág. 46). 2.- Los antiguos daban el calificativo de lunática a al epilepsia, pues creían que esta enfermedad aumentaba o disminuía con arreglo a las fases de la luna.

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“Todo es posible al que cree. Al instante gritando, dijo el padre del niño: ¡Creo! Ayuda a mi incredulidad” (Mc 9, 23-24). Evangélicamente se reconoce en este pasaje el hecho

de que la fuerza de la fe de un alma, admite categorías. El padre creía, pero necesitaba creer más.

Por su parte también los apóstoles, reconocen el hecho de existir diferentes grados de fe y le piden a Jesús:

"Auméntanos la fe. El Señor dijo: Si tuvierais fe como un grano de mostaza, habríais dicho a este sicómoro: “Arráncate y plántate en el mar”, y os habría obedecido” (Lc 17,5-6). Pero, sea fuerte o débil la fuerza de la fe de un alma;

de una cosa si podéis estar seguros los hombres, y es que cuando la fe se tiene y se cuida nunca se pierde y siempre se acrecienta. La fuerza de la fe de un alma, nunca esta fijada estáticamente; como ya te he dicho, aumenta o disminuye constantemente.

Solo vuestra propia negligencia, puede ponerla en peligro sin necesidad y solo vuestro orgullo intelectual o el abuso de la gracia pueden arrebataros este inapreciable don.

La fe es como una planta que nacida débilmente, a base de cuidados y alimentación crece y se hace robusta, incluso hasta alcanzar la categoría de un gigantesco árbol, cual puede ser una sequoia. Ningún árbol enorme nació ya gigante, de igual forma que a nadie le nació de pronto una gigantesca fe. El que goza de una gran fe, ha tenido que pasar lentamente por muchas pruebas y estas, le han ido aumentando y fortaleciendo su fe.

********** Le comento a mi Ángel:

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Por lo que me dices veo que a la fe la catalogas como una gracia o don de Dios.

Y él me responde: Efectivamente, porque por el mero ejercicio de

vuestro intelecto, sin mediar la ayuda divina es imposible adquirir la fe. La fe es un don que Dios otorga, porque sin disponer de este regalo que Dios os da a los hombres, no es posible creer en los misterios que encierra la propia fe. La naturaleza de la fe es la de una dádiva otorgada por Dios al hombre que humildemente se la solicita.

En el orden de la fe, todo es gracia, y en consecuencia como quiera que vosotros tenéis la facultad de pedirle a Dios cualquier gracia, es menester que continuamente le pidáis, en especial que os aumente la gracia o el don de la fe, pues nunca nadie dispone de la suficiente, para enfrentarse a los peligros a los que estáis sometidos. La fe no le sobra a nadie.

Digo estáis, porque yo los míos, mis peligros, ya los pase y como sabes tuve mi prueba, de la que poco sabéis los hombres. Cuando nos veamos ya te contaré, pues veo que estás con curiosidad.

El que no tiene fe, pero desearía tenerla, de entrada ya ha dado el primer paso en la buena dirección. Así la M. Teresa de Calcuta en vida os escribía: “Recuérdalo: el simple deseo de Dios es ya el comienzo de la fe1”. A ese deseo de tener fe, de encontrarse con Dios, seguro que Él siempre le corresponderá al que se lo pida. Dios se muestra siempre al que con recta intención le busca. No existe ni se conoce ninguna excepción a esta regla.

Se cuenta de Santo Tomás de Aquino, a quien se le llamaba el buey mudo, por su gran corpulencia y lo escueto que era en el hablar, al final de sus días y cuando su santidad era ya manifiesta para todos, su hermana un día, le preguntó: 1.- Ver: Teresa de Calcuta/ Roger de Taizé, “La oración, frescor de una fuente”. Edit. PPC 1998. Isbn 84-288-1421-X, (pág. 17).

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Tomás, que hay que hacer para ser santo, y él sucintamente le respondió: Querer. Pues bien, remedando a Santo Tomás de Aquino, a la pregunta de: ¿Que hay que hacer para tener fe?, yo te respondería como Santo Tomás de Aquino, escuetamente: Querer. Por ello, con toda seguridad, que el que de verdad quiere tener fe, la tendrá, te lo aseguro con toda rotundidad.

********** Le pregunto a mi Ángel: Y una vez que el incrédulo ha comenzado a tener fe,

que es lo que pasa. ¿Qué ha de hacer? Y él me responde: Cuando el primer paso está dado, si es que de

verdad, se quiere ir a la búsqueda de Dios1, lo que viene detrás, para el que se inicia, cada día se le complicará más la vida. Que nadie crea que con dar el primer paso, todo ha concluido, y lo que viene después, está todo rodado; todo lo contrario. La fe no llega como un rayo del firmamento, bien es verdad que así le llegó a San Pablo, pero que nadie se crea asimismo, que es un nuevo San Pablo. Porque a San Pablo no le llegó la fe en la existencia de Dios, sino la fe en que Jesucristo, era Dios.

La fe, para la mayoría de los seres humanos, llega a pasos pequeños e insignificantes y el primero de los cuales, precisamente suele consistir en el deseo de tener fe. Este deseo de tener fe, se genera en el alma humana por un sin fin de razones, razones estas, que siempre están enraizadas en la disconformidad que tenéis, con el mundo en que vivís, porque no olvidéis que no estáis hecho para este mundo. Sois, peregrinos en la tierra, estáis de paso y llamados a otra

1.- Ver: Juan del Carmelo, “Buscar a Dios”. Edit. Libroslibres 2003. Isbn 84-96088-04-09.

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vida superior y ahora inimaginable para vosotros, tal como el mismo San Pablo os lo anunció1.

La búsqueda de la fe, no podrá nunca orientarse por caminos meramente materiales. Nadie deberá de pensar que va a ver a Dios y comprobar su existencia con los ojos del cuerpo. La fe es la constatación, la evidencia de la existencia de Dios, la visión de Dios con los ojos del alma. Por lo tanto para tener fe, para percibir la existencia de Dios, es necesario al menos, un mínimo de desarrollo de los sentidos sensoriales del alma. Solo a través de los ojos de vuestras almas, podréis llegar a la percepción de Dios.

Así como los ojos materiales de la cara necesitan de la luz material para ver, pues en la oscuridad nada ven. Los ojos espirituales del alma necesitan de la luz de Dios para ver y sin ella es imposible que se vea algo. Y en este caso esa luz de Dios es la que vosotros conocéis bajo el nombre de “gracias divinas”.

La fe es un don interpersonal, puesto que no solo somos nosotros los que creemos en Dios, sino que es también Dios el que cree en nosotros2. Y prueba de que Él, cree en nosotros es, el hecho de que nos otorga el regalo de la fe, la gracia de la fe, a aquel que Él estima que la va a aprovechar. Si Dios ve que un don suyo, no va a generar frutos en un alma, no se lo da a esa alma. Dios no malgasta sus dones solamente para ver que pasa. Sus divinas gracias no las va dispensando a troche y moche por doquier. Él, se vuelca en el alma que sabe que le responderá. No olvides la recomendación evangélica que dice:

“No deis las cosas santas a perros ni arrojéis vuestras perlas a puercos, no sea que las

1.- “Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni la mente del hombre, pudo imaginar, cuales cosas tiene Dios preparadas para los que le aman” (1Co 2, 9). 2.- Ver: Nemeck F. K. y Coombs M. T. “Nuestra trayectoria espiritual”. Edit. Espiritualidad 1988. Isbn 84-7068-191-5, (pág. 219)

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pisoteen con sus pies y revolviéndose os destrocen” (Mt 7,6).

Demasiado generoso es Nuestro Señor con vosotros, dándoos dones y gracias que muchas veces, todos desaprovecháis a lo largo de vuestras vidas, a los creyentes y los que no lo son, para que encima Dios, fomente entre vosotros el desperdicio. Cuentan de un alma piadosa que llegó al cielo, y vio una inmensa bodega llena de barricas y recipientes a tope, y le preguntó a su ángel que le acompañaba que, que era aquello y que tenía que ver con ella; a lo que el ángel le respondió: estas son las gracias divinas, que a lo largo de tu vida en la tierra, Dios te ha dispensado y tu no has aprovechado.

********** Le pregunto a mi Ángel: Entonces; ¿Qué criterios tiene Dios para el

otorgamiento de los dones o gracias? Y él me responde: Es doctrina sabida, que a una gracia aprovechada

debidamente por un alma, Dios le otorga una segunda gracia y sucesivas gracias aún mayores que la primera, porque Él mismo lo dijo:

“Al que tiene se le dará y abundará; y al que no tiene, se le quitará hasta lo que parece que tiene” (Mt 4,29)1.

1.- Es este, un pasaje de los evangelios, que no es muy comprendido por muchos, ya que le dan un enfoque material y piensan en el dinero, con lo cual el sentido de esta frase resulta incoherente. Está claro que Nuestro Señor se refería a las gracias divinas.

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Por el contrario, a una gracia desaprovechada, probablemente no le sucederá otra gracia, porque los divinos dones no se prodigan para que se desaprovechen. Cada acción positiva de un alma, tiene su origen en una gracia, y esa acción positiva en el buen camino, le conduce a una nueva gracia. Nuestro Señor dijo:

“Dad y se os dará; una medida buena, apretada, colmada, rebosante, será derramada en vuestro regazo” (Lc 6,38). A cada aceptación de una gracia, vendrá la respuesta

del Señor, dándoos otra gracia mayor. Así se expresa claramente en la parábola de las minas.

“Señor, tu mina ha producido diez minas” Le respondió: “¡Muy bien, siervo bueno!; ya que has sido fiel en lo mínimo, toma el gobierno de diez ciudades” Vino el segundo y dijo: “Tu mina, Señor, ha producido cinco minas” Dijo a éste: “Ponte tú también al mando de cinco ciudades” (Lc 9,16-19). No hay ninguna duda de que al que tiene se le dará,

tal como se expresa San Mateo en su Evangelio, cuando dice:

“Porque al que tiene se le dará mas y abundara; y al que no tiene, aun aquello que tiene le será quitado” (Mt 13,3-23). Es doctrina teológicamente cierta, que Dios, en su

providencia ordinaria, tiene subordinado al buen uso de las anteriores, las gracias posteriores que ha de otorgaros en todo el conjunto de nuestra vida1. Y Leo Trese en este 1.- Ver: Royo Marín, Antonio, “Somos hijos de Dios”. Edit. Bac 1977. Isbn 84-220-0814-9, (pág. 29).

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mismo sentido escribe: “Si realmente se rechaza una primera gracia, probablemente no haya una segunda. En el curso normal de la providencia de Dios, una gracia prepara a otra1”.

Si un hombre que lucha con otro en una carrera de velocidad, fuera recompensado al quedar victorioso con un aumento de las facultades físicas que le dieron la victoria, tendríamos una imagen de lo que tiene lugar en el mundo de la gracia. La benevolencia de Dios, es decir su buena voluntad, está proporcionada a sus dones. Se preocupa por aquellos a quienes más da. Así, pues, presta más atención a sus criaturas racionales que a todo lo demás. Los dones de Dios dan la medida de su atención hacia nosotros. Aspira a dar más para poder amar todavía más al objeto de su benevolencia2.

La teología católica os enseña que las gracias actuales eficaces, no se pueden estrictamente merecer ni siquiera por parte de los que ya poseen en su alma la gracia habitual o santificante. Pero, aunque no las podamos merecer, si podemos alcanzarlas infaliblemente por la oración revestida de las debidas condiciones3.

El Señor os dice San Agustín, tiene gran deseo de daros sus gracias, pero no se las da sino al que se las pide. La oración de petición es necesaria e imprescindible para alcanzar las divinas gracias. Porque aquí radica el secreto del cristiano: cuanto menos confíe en sus propias fuerzas para salvarse, tanto más tendrá a su disposición la ayuda y la gracia de Dios4.

1.- Ver: Trese, Leo J. “El Espíritu santo y su tarea”. Edit. Rialp 1998. Isbn 84-321-3191-X, (pág. 32). 2.- Ver: Leen, Edward. “El Espíritu Santo”. Edit. Rialp 1998. Isbn 84-321-3170-9, (pág. 222 y 30). 3.- Ver: Royo Marín, Antonio, “Somos hijos de Dios”. Edit. Bac 1977. Isbn 84-220-0814-9, (pág. 63). 4.- Ver: Benedikt Baur, O.S.B., “En la intimidad de Dios”. Edit. Herder 1992. Isbn 84-254-0032-S, (pág. 24).

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En el orden de los dones espirituales ocurre lo mismo que pasa con los dones de la naturaleza. De la misma forma que nunca se ven dos hombres perfectamente iguales en dones de naturaleza, tampoco encontraremos dos seres idénticos en los dones sobrenaturales, porque cada uno de los bienaventurados tiene su particularidad, según la gloria que adquiere en la tierra, cada uno recibe una gracia singular, diversa de las demás. Pero hay que cuidarse mucho de pretender indagar por qué la Suprema sabiduría concede una gracia a uno más bien que a otro, ni porque ha prodigado sus favores en este sentido y no en aquél1.

En definitiva, sobre este tema de la concesión de las gracias, debéis de pensar siempre, que más motivos tiene el Señor para quejarse de vosotros, porque no hacéis caso a las gracias con que os asiste, que vosotros de quejarnos de que os falta la gracia2.

A San Pablo, que en un determinado momento le pidió al Señor que le librase de una tentación y escuetamente, el Señor le dijo: “Tienes mi gracia y con ella te basta” (2Co 12,9).

El Señor siempre os otorga las gracias suficientes.

Nadie es tentado en fuerza superior a las gracias de que dispones para vencer la tentación.

********** Le pregunto a mi Ángel: Pero ya adquirida la fe, ya en marcha el mecanismo

o los mecanismos para la obtención de gracias, ¿cómo actúan estas gracias para robustecer la fe?

1.- Ver: San Francisco de Sales, “Tratado del amor de Dios”. Edit. BAC 1995. Isbn 84-7914-192-1, (pág. 142). 2.- San Alfonso María de Ligorio, “El gran medio de la oración”. Edit. PS 1990. 84-284-0434-8, (pág. 177).

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Y él me responde: Emprendido el camino para adquirir la fe, hay que

considerar que esta, es una de las tres virtudes básicas, llamadas teologales. Estas tres virtudes como sabes son: la fe, la esperanza y la caridad. Para el cardenal Danneels, la fe ve lo que ya existe; la esperanza dice lo que va a venir; la caridad ama lo que es, la esperanza lo que vendrá1. Las tres son partes indispensables en el proceso de afianzamiento de la fe,

Estas tres virtudes actúan siempre al unísono. Aumentan y disminuyen en un alma al mismo tiempo. No puede comprenderse que una persona pierda le fe y sin embargo, siga teniendo esperanza; si en una persona aumenta su fe aumentará también su caridad, al igual que su esperanza. Por lo tanto el grado de fe de una persona, siempre vendrá determinado por el grado de amor o caridad y el grado de esperanza que esta tenga.

Durante el recorrido del camino para adquirir la fe, lo normal es que lentamente, esta se vaya alcanzando y consolidando con mayor fortaleza. Se podría considerar, que a este respecto, existen dos clases de fe, empleando términos desarrollo corporal, se puede hablar de fe infantil y fe adulta.

Para robustecer su fe, al principio la persona necesita de explicaciones o seguridades apologéticas de cualquier tipo, el P. Larrañaga habla de tranquilizantes2. El alma con una fe infantil, necesita seguridad, estar segura de no equivocarse en sus apreciaciones. Más adelante cuando la fe está ya asentada, cuando es adulta, desaparecen las necesidades de argumentaciones. Pero esto no quiere decir, que cuando se tiene una fe adulta, uno está ya libre de tentaciones contra la fe. El maligno nunca os dejará en paz.

1.- Ver: Danneels, Card. “Hombre amable Dios adorable”. Edit. PPC 1997. Isbn 84-288-1364-7, (pág. 75). 2.- Ver: Larrañaga, Ignacio. "Dios adentro". Edit. Libroslibres 2004. Isbn 84-96088-13-8, (pág. 26).

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Para el P. Trese, es prácticamente inevitable que os veáis siempre afectados, por tentaciones contra la fe. Porque vuestra inteligencia, imperfecta y limitada, trata de rivalizar con las ilimitadas profundidades de Dios1.

Sobre la fuerza y la debilidad de la fe.

Le comento y le pregunto a mi Ángel: Al hilo del tema de la fe, me llama mucho la

atención, eso que se dice, de que la fe mueve montañas, porque en realidad yo no veo que esto suceda así, al menos en nuestro mundo actual. Desde luego que hay referencias taumatúrgicas en “Los Hechos de los apóstoles”, pero me pregunto: ¿Esto es un dicho o responde a una realidad? ¿Cuál es la auténtica eficacia de la fe?

Y él me responde: ¡Desde luego que es una realidad total! y ante mi

duda, me responde con cierto aire de enfado. La fuerza que la fe, le puede dar a un alma, es

inimaginable para vosotros. Lo que os ocurre, es que estáis tan faltos de amor a Dios, y por ende tan faltos de fe y de esperanza, son tan débiles vuestras tres virtudes, estáis tan apegados a lo terrenal, que os cuesta comprender lo espiritual y aceptar los resultados y las manifestaciones materiales, que se pueden dar, en una persona con una fe absoluta.

Para mí, permite que te diga, que en lo primero en que falláis, es en no entender lo que significa y es la inmensidad y la grandeza de Dios. Él en su, para nosotros, incomprensible amor a vosotros, os ha puesto tan a vuestro alcance todo, que no valoráis ni tenéis idea, de lo que Él es,

1.- Ver: Trese, Leo J. “Puedes volar como las águilas”. Edit. Palabra 1990. Isbn 84-7118-058-8, (pág. 44).

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de su grandeza y de su omnipotencia. Y precisamente de esa grandeza y omnipotencia de Dios, es de donde deriva la fuerza de la fe, del que cree. El que rotundamente cree con fuerza, con esa misma fuerza, moverá montañas.

********** Le comento a mi Ángel: Aunque no sea el tema central del que estamos

conversando, háblame un poco de lo que significa la grandeza de Dios.

Y él me responde: Simplemente te recordaré, que el otro día te

sorprendí leyendo un artículo acerca de Dios y de la inmensidad del cosmos. En ese articulo más o menos se decía:

“Cuando el hombre contempla con los medios científicos actuales la grandeza del universo, se siente abrumado. La Tierra es uno de los 9 planetas alrededor de la estrella Sol. Por su parte, la estrella Sol, es una de las 100.000 millones de estrellas que forman la Vía Láctea. Y, por último, que sepamos por estar al alcance de nuestros telescopios, hay unas 100.000 millones de Vías Lácteas.

Sabéis hoy, que esta inmensidad del universo está todavía en expansión. Hace 15.000 millones de años, toda la masa del universo estaba en un único punto, tal vez más pequeño que un átomo; de forma que tuvo lugar una tremenda explosión desde la que se ha formado el universo. Esta teoría del Bing-Bang, ya no es discutida por nadie. Se considera suficientemente probada, quizás por ahora y dentro de los actuales niveles de conocimiento que tenéis. También sabéis que, por mucho que el universo sea inmenso, es finito, y acabará siendo una gran burbuja de vacío,

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oscuridad y frío; ya que todas las estrellas terminarán por apagarse1.

Cuando leíste esto, vi. que te quedaste anonadado, porque tomaste una pequeña conciencia de tu pequeñez con respecto a Dios; solo de pensar, que para ti, la que tú crees que es la inmensa tierra, resulta que es solo una minúscula parte de una conjugación planetaria llamada sol, y que esta a su vez, es otra minúscula parte de una llamada Vía láctea donde al parecer pululan nada mas y nada menos que otros 100.000 millones de conjunciones planetarias como el sol, y por si fuera poco hay más, de otros 100.000 millones de Vías lácteas. Y esto es, solo aquello de lo que tenéis conocimiento, porque vuestros telescopios, no dan más de si.

Bueno, pues todo esto que está creado por Dios, con carácter finito, porque como antes hemos dicho, las estrellas terminarán por apagarse, no es nada más, que un insignificante botón de muestra, de lo que es la grandeza y la inmensidad de nuestro Dios. Y he utilizado un ejemplo material, que no tiene características de infinitud, porque la materia, lo que a vosotros tanto os entra por los ojos, siempre tiene fin. La realidad, es que la grandeza espiritual de Dios, que es infinita, supera y desborda absolutamente todo lo material, porque como bien sabes, la materia al final es siempre finita, mientras que lo espiritual es siempre infinito.

Y ya que ha salido a colación este tema, te diré, que yo muchas veces me pregunto: ¡pero que le dais los hombres a Dios! para que os ame como os ama, para que haya sido capaz, hasta de bajar a la tierra, y dejarse humillar y martirizar exclusivamente por amor a vosotros.

No lo comprendo, y para colmo, vosotros lo ignoráis, continuamente lo menos preciáis, nada menos que a Él, que es el Todo de todo lo creado. Le menos preciáis a Él, que ha querido quedarse entre vosotros humillándose, en

1.- Ver: Munilla, Ignacio. “E. Cristian”, (12-02-2004).

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la soledad de todos los sagrarios que hay en todas las iglesias del mundo, para mendigar vuestro amor y vosotros teniéndolo tan a mano, no sois capaces ni de ir a verlo.

********** Le digo a mi Ángel: Perdona que te haga un inciso, en el tema del que

estamos hablando. Pero es el caso, que me has mencionado la teoría del Bing-Bang como una teoría aceptable en la génesis del universo. ¿Acaso no está esto en contradicción, con lo que nos refiere la Biblia en el libro del Génesis, acerca del origen del mundo?

Y él me responde: Vamos a ver, la Biblia y concretamente el libro del

Génesis es una obra de realización humana, en la que Dios ha escogido a una determinada persona o autor, como instrumento necesario para la exposición de la doctrina. En el caso del Nuevo Testamento, concretamente en el caso de los evangelios, conocemos perfectamente los nombres de los cuatro evangelistas o instrumentos que Dios utilizó para haceros comprender sus caminos. En referencia al Antiguo Testamento los nombres de los autores o instrumentos utilizados por el Señor, son en su mayoría desconocidos para vosotros.

Tanto los redactores o autores del Antiguo Testamento, como los del Nuevo, solo podían escribir y expresarse dentro del nivel de conocimientos que existía en aquella época y de acuerdo con sus conocimientos y mentalidad personal. Es inimaginable que San Pablo en sus epístolas hablase de sus viajes en aviones o barcos propulsados por hélices, pues esto era algo que entonces no existía.

Lo que siempre tenéis que pensar, ante esta clase de problemas de adecuación de los modernos descubrimientos, al contenido de la Biblia, es que primeramente lo que hoy a

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ti, científicamente hablando, te parece revolucionario y moderno, es muy posible que a tus nietos, les llegue a parecer arcaico y retrógrado y compasivamente se sonrían de tus ideas.

Por otro lado, debes de tener siempre en cuenta, que los detalles y referencia a temas científicos, realmente no pertenecen al mensaje bíblico. No son más que un remedio, una necesidad de referencia, sin el cual ese mensaje no podría anunciarse.

Muchos de las historias narradas en la Biblia, carecen de valor histórico, como ya el propio papa Pío XII, que hace ya más de cincuenta años que llegó a la casa del Padre, así lo escribió en su Encíclica “Divino afflante Spíritu” en la que ha manifestado, que los primeros capítulos del Génesis no contienen historia, sino géneros literarios especiales. Actualmente, por desconocimiento, muchas personas, siguen creyendo en la existencia histórica de Adán y Eva, en la serpiente del Paraíso, y en la lista de castigos por haber comido la fruta, que decís ser una manzana, cuando realmente, en el mencionado libro de Génesis, nada se dice sobre la clase de fruta de que se trataba1.

********** Le digo a mi Ángel: Retomando el tema que tratábamos acerca de la

grandeza de Dios y perdona que te haya interrumpido, hace falta sopesar muy lentamente lo que me dices, pues la grandeza de Dios, su inmensa omnipotencia nos es muy difícil de valorar a nosotros, por ello acudimos a los términos de la comparación, y nada hay más grande a nuestros ojos que precisamente el universo, la mayor obra de

1.- Álvarez Valdés, Ariel ofm. “¿Qué sabemos de la Biblia? Antiguo Testamento”. Edit. San Pablo. 2005. Isbn 950-861-441-2. (pág. 8).

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su realización material que nosotros conocemos, y solo hasta donde podemos llegar a conocerla.

Todo esto lo reconozco así tal como es, aunque mi pequeñez, me impide valorar debidamente la divina grandeza. Estoy de acuerdo, pero no nos apartemos del tema. Háblame de la fuerza de la fe.

Y él me responde: Dicho todo lo anterior, no me extraña pues, en

absoluto, que no comprendáis la fuerza de la fe. La fuerza que adquiere el alma que ama locamente y creé ciegamente en Él. Nuestro Señor, en repetidas ocasiones os habló acerca de la fuerza que genera la fe y os aseguró, que todo cuanto con pidierais en la oración, con fe lo recibiríais. (Mt 21,21-22).

A Pedro, que quiso caminar como Jesús sobre las aguas, en un determinado momento, como sabes, su fe le fallo y empezó a hundirse.

“Al instante Jesús le tendió la mano, le agarro, diciéndole: Hombre de poca fe, ¿porque has dudado?” (Mt 14,31). En otra ocasión los discípulos se quejaron a Jesús de

no haber podido echar un demonio del cuerpo de una persona y le dijeron a Jesús:

“¿Como es que nosotros no hemos podido arrojarle? Díjoles: Por vuestra poca fe; porque en verdad os digo que, si tuvierais fe como un grano de mostaza, diríais a ese monte: Vete de aquí allá, y se iría, y nada os seria imposible” (Mt 17,19-20). Jesús os aseguró que: “Todo es posible para quien

cree” (Mc 9,23). Y ahora, estoy seguro que me vas a preguntar: ¿cómo se conjuga esto, con la realidad en que

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vivimos? Porque no tengo conocimiento de nadie que halla movido montañas.

********** Le digo a mi Ángel: Pues si, lógicamente, como puedes imaginar estoy

interesado en el tema. Ya me gustaría a mi mover una montaña. Claro que reconozco que en este deseo mío, más me prima mi vanidad y afán de protagonismo, para que mis amigos y la gente vea todo de lo que soy capaz, que el amor y la gloria de Dios, que sé que es, lo que me debe de mover, pero que no siempre me mueve.

Y él me responde: Te recordaré lo que jocosamente decís vosotros: Si la

montaña no va a Mahoma, Mahoma va a la montaña. Así que para satisfacer a tu ego, y conseguir vanagloria, ahí puedes tener una solución.

Pero bromas aparte, no es esta la solución. La solución es muy sencilla; simple y llanamente carecéis de fe y lo que es más triste, aquellos que se creen que tienen fe, no viven de acuerdo con ella. San Gregorio Magno aseguraba que solo cree de verdad el que practica lo que cree. Desgraciadamente son muy pocos los que practican aquello que dicen creer. Son muchos más los que decís que creéis, y no practicáis lo que decís que creéis, pero no olvides de que, también hoy en día, cuando hay una persona que cree, esta puede mover montañas. La fuerza de la fe, no se muestra en el mundo con el esplendor que ella tiene. Su fuerza no se manifiesta en los hombres de vuestro tiempo, con la espectacularidad que a vosotros os gustaría contemplar. Siempre estáis pendientes del milagro. Ya lo estuvo Herodes cuando enviado por Pilatos, recibió a Nuestro Señor. Lo

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primero que le pidió, fue que para creer en Él, le realizase algún milagro1.

En los hechos de los apóstoles, se os narra más de una demostración de la fuerza de la fe de los apóstoles:

“Pedro y Juan subían al Templo para la oración de la hora nona. Había un hombre, tullido desde su nacimiento, al que llevaban y ponían todos los días junto a la puerta del Templo llamada Hermosa para que pidiera limosna a los que entraban en el Templo. Este, al ver a Pedro y a Juan que iban a entrar en el Templo, les pidió una limosna. Pedro fijó en él la mirada juntamente con Juan, y le dijo: Míranos. El les miraba con fijeza esperando recibir algo de ellos. Pedro le dijo: No tengo plata ni oro; pero lo que tengo, te doy: en nombre de Jesucristo, el Nazareno, ponte a andar. Y tomándole de la mano derecha le levantó. Al instante cobraron fuerza sus pies y tobillos, y de un salto se puso en pie y andaba. Entró con ellos en el Templo andando, saltando y alabando a Dios. Todo el pueblo le vio cómo andaba y alababa a Dios” (Hch 3,1-9) En otra ocasión;

“Pedro, que andaba recorriendo todos los lugares, bajó también a visitar a los santos que habitaban en Lida Encontró allí a un hombre llamado Eneas, tendido en una camilla desde hacía

1.- “Cuando Herodes vio a Jesús se alegró mucho, pues hacía largo tiempo que deseaba verle, por las cosas que oía de él, y esperaba presenciar alguna señal que él hiciera. Le preguntó con mucha palabrería, pero él no respondió nada. Estaban allí los sumos sacerdotes y los escribas acusándole con insistencia. Pero Herodes, con su guardia, después de despreciarle y burlarse de él, le puso un espléndido vestido y le remitió a Pilato” (Lc 23, 8-11).

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ocho años, pues estaba paralítico. Pedro le dijo: Eneas, Jesucristo te cura; levántate y arregla tu lecho. Y al instante se levantó. Todos los habitantes de Lida y Sarón le vieron, y se convirtieron al Señor” (Hch 9,32-35). Más adelante, se narra en el mismo libro de los

Hechos de los apóstoles, la resurrección de la discípula Tabíta1. Todas estas son demostraciones de la fuerza de la fe de los apóstoles, en concreto de la fe de Pedro.

Hoy en día estos milagros, puede repetirse perfectamente, y de hecho después de los apóstoles, más de una vez se han repetido. Son los hechos taumatúrgicos que se han generados por la fuerza de la fe de más de un santo, haya sido este canonizado o no.

La fe en Cristo existe en el mundo desde hace 2.000 años, y ha sido practicada con más o menos intensidad por millones de seres humanos. Durante este tiempo ha habido muchas demostraciones de la fuerza de la fe de muchos elegidos del Señor. Pero a pesar de ello, no se puede afirmar que el reino de Cristo está plenamente establecido en la tierra.

1.- “Había en Joppe una discípula llamada Tabitá, que quiere decir Dorcás. Era rica en buenas obras y en limosnas que hacía. Por aquellos días enfermó y murió. La lavaron y la pusieron en la estancia superior. Lida está cerca de Joppe, y los discípulos, al enterarse que Pedro estaba allí, enviaron dos hombres con este ruego: No tardes en venir a nosotros. Pedro partió inmediatamente con ellos. Así que llegó le hicieron subir a la estancia superior y se le presentaron todas las viudas llorando y mostrando las túnicas y los mantos que Dorcás hacía mientras estuvo con ellas. Pedro hizo salir a todos, se puso de rodillas y oró; después se volvió al cadáver y dijo: Tabitá, levántate. Ella abrió sus ojos y al ver a Pedro se incorporó. Pedro le dio la mano y la levantó. Llamó a los santos y a las viudas y se la presentó viva. Esto se supo por todo Joppe y muchos creyeron en el Señor. Pedro permaneció en Joppe bastante tiempo en casa de un tal Simón, curtidor” (Hch 9,36-43).

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Si la fe imperase de verdad en el mundo, con solo una pequeña parte de su fuerza, en el mundo habría empezado a implantarse el Reino de Dios.

Sobre el Reino de Dios. Le comento y le pregunto a mi ángel: Me alegro que emplees el término “Reino de Dios”,

porque son muchas las veces que escucho y leo, el término “Reino de Dios”, el cual veo que se aplica indistintamente a muchas situaciones. Concretemos, ¿el Reino de Dios ha llegado ya, o está por venir, o nos encontramos a medio camino?

Y él me responde: Jesús se distingue y diferencia de todos los profetas

anteriores a Él, sobre todo, porque no solo promete el Reino de Dios para el futuro sino también para el presente: ahora, en Él, y en todos los que se comprometan con Él, acontece el Reino de Dios1.

Allá donde reina Cristo, se encuentra el Reino de Dios. Si Dios inhabita en un alma, para ella concretamente ese Reino existe ya en su lado terrenal, pero no en su plenitud celestial, pero si te refieres, a si existe ya el Reino de Dios, en el conjunto de las almas que hay en el mundo, evidentemente y desgraciadamente esto todavía no es así.

Si te digo todo esto de sopetón, sin ninguna otra aclaración, me vas a decir que solo te proporciono verdades y afirmaciones de Perogrullo. Por lo tanto, te aclararé algo más.

Ni en los evangelios, ni en los demás textos sagrados se encuentra una definición acerca, de lo que es, el Reino de

1.- Nocke, Franz Josef. "Escatología”. Edit. Herder 1984. Isbn 84-254-1420-2, (pág. 54).

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Dios. Jesús, no explicó a nadie lo que era o en que consistía el Reino de Dios, sino que les pidió que le siguiesen. Una vez más, Jesús estaba demandando la fe, ese don tan preciado por Él mismo. Aparte de muchos pasajes evangélicos, en que Jesús encomia la fe, acuérdate concretamente de las palabras que le dirige a Santo Tomás, en la segunda aparición en el cenáculo después de su resurrección, la cual solo es recogida por San Juan, pero no por los otros tres evangelios sinópticos1.

Para el escatologista Franz Josef Nocke. El Reino de Dios, se puede sistematizar con la presencia de una serie de elementos, cuales son: Primeramente la proximidad de Dios mismo que nos acoge perdona y endereza. En segundo lugar, la liberación del hombre de los males que le atormenta. En este sentido Jesús pasó su vida por el mundo, curando enfermedades y remediando males. En tercer lugar, en un cambio de conducta del hombre con respecto a su semejantes. En cuarto lugar, la existencia de una plenitud de vida. Y en quinto lugar una liberación del dominio de la muerte.

Un símbolo clásico de Reino de Dios, practicado con frecuencia por Jesús y usado en sus parábolas como imagen del Reino de Dios, es el convite, imagen que sus contemporáneos podían entender fácilmente: Reino de Dios significa alegría, comunidad, compartir, saciarse, unión con Dios2.

1.- "Pasados ocho días, otra vez estaban dentro los discípulos, y Tomás con ellos. Vino Jesús, cerradas las puertas, y, puesto en medio de ellos dijo: La paz sea con vosotros. Luego dijo a Tomás: Alarga acá tu dedo y mira mis manos, y tiende tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino fiel. Respondió Tomás y dijo: ¡Señor mío y Dios mío! Jesús le dijo: Porque me has visto has creído; dichosos los que sin ver creyeron. Muchas otras señales hizo Jesús en presencia de los discípulos que no están escritas en este libro; y éstas fueron escritas para que creáis que Jesús es el Mesías, Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre” (Jn 20,26-31). 2.- Ver: Nocke, Franz Josef. "Escatología”. Edit. Herder 1984. Isbn 84-254-1420-2, (pág. 50).

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En definitiva, el Reino de Dios se caracteriza para todos nosotros y vosotros en lo mismo: en la plenitud del amor, del gozo, y de la paz que solo la hemos encontrado, los que ya estamos santificados en el cielo, y la encontraréis vosotros cuando esencialmente por la gracia de Nuestro Señor y muy poquito por vuestros propios y escasos méritos, lleguéis al Cielo. No olvides que quién alcanza a Dios alcanza la plena felicidad.

En la Tierra solo podéis disponer de un anticipo de la felicidad eterna en la medida en que seáis fieles al amor de Cristo, aunque hay que reconocer, que como os decía Santa Catalina de Siena: “Para los que creen en Jesús, todo camino hacia el cielo es cielo1”. Es decir, el Reino de Dios, mora en los corazones que viven en estado de gracia. Esto es lo que se conoce, bajo el término teológico, de “Inhabitación de la Santísima Trinidad en el alma humana”, tema este, del que más adelante te pienso hablar más extensamente.

Existe pues, un Reino de Dios individual para el alma que ha hallado ya su “perla preciosa difícil de encontrar”, y un Reino de Dios de carácter colectivo, bien sea, para aquellas almas que ya están santificadas en el cielo, o bien sea, para aquellas otras, que peregrinando aún por la Tierra, están dispuestas a implantar el Reino de Dios en vuestro mundo.

Todo lo anterior, nos lleva a la consideración de que en definitiva, el Reino de Dios es un don que Dios otorga, siendo Él mismo la garantía de su realización. Como don que Dios otorga, el Reino de Dios dispone de las características específicas de los dones y de las gracias, las cuales no son de examen en este momento, aunque más adelante también me gustaría hablarte de este tema, si es que me das ocasión para ello.

**********

1.- Ver: McKenna, Megan. "Parábolas, las flechas de Dios”. Edit. PPC 1994. Isbn 84-288-1371-X, (pág. 39).

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Le comento y le pregunto a mi Ángel: Bien todo esto que me dices, se refiere a unas

situaciones de carácter genérico. Tú me estás diciendo con otras palabras: El Reino de Dios se encuentra donde Dios se encuentra, y donde Dios se encuentra solo puede hallarse amor, paz, gozo y felicidad, y por supuesto estoy plenamente de acuerdo. Pero concretando más, te pregunto y te insisto: la implantación del Reino de Dios en este mundo, está en camino, ha llegado o cuando llegué yo no lo veré. Pero sobre todo, ¿como llega el Reino de Dios?

Y él me responde: No seas vehemente, escucha siempre primero los

preámbulos, pues sin ellos, las conclusiones no tienen nunca sentido, si es que previamente, no estamos en el conocimiento de los antecedentes. Me recuerdas a esas personas, que comienzan siempre a leer un libro por el final, y al final no se enteran de nada.

Yo entiendo que a vosotros, el dogal del tiempo os tenga encadenados, pero procura tú, librarte de esas cadenas. Ejercítate en la paciencia, verás que al final siempre hay tiempo para todo. Lo que falla es la voluntad, no la escasez de tiempo, pues Dios os da a todos, el tiempo más que suficiente, para que sea lenta o rápidamente, acudáis a la llamada de su amor. Sin perjuicio, de que se den los casos de los que nunca acuden a esa llamada, y terminen donde tu sabes.

Observa curiosamente, que son más cicateros con el tiempo los jóvenes, que paradójicamente son los que más tiempo tienen, pues tienen toda una vida por delante. En cambio los que están en la senectud, que son a los que menos tiempo les resta, estos, son los más generosos con el tiempo, cuando lógicamente deberían de ser los más tacaños.

Pero volviendo al tema, y pidiéndote que me perdones el sermón, te diré, en primer lugar contestándote a tu última pregunta acerca de cómo llega el Reino de Dios, os

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llega a través de la vida de Cristo, cargando cada uno con su cruz, y uniéndose así por este medio, a la crucifixión, a la muerte y la gloriosa Resurrección de Nuestro Señor. El Reino llega a vuestras vidas en el mundo, por el camino de la cruz, de la justicia, de ofrecer un mensaje de esperanza a los demás1.

Desde vuestro punto de vista, Jesús fue un fracasado. No fue un triunfador, en el sentido de César, o Alejandro Magno o Napoleón Bonaparte. Aunque si reparas en ello, te darás cuenta de que ninguna de estos tres triunfadores humanos, terminaron sus vidas triunfalmente.

Visto con los ojos de vuestro mundo, Jesús fue desde luego un fracasado: murió casi abandonado, fue condenado por su predicación. A su propuesta, su pueblo no respondió con un “sí” masivo sino condenándole a una muerte en la cruz. Dado este final, hemos todos de reconocer que el éxito no es una de las preocupaciones de Nuestro Señor y en consecuencia no resulta cristiano codiciar el éxito público; los caminos de Dios son otros. El éxito de Cristo tiene lugar a través de la cruz y siempre se encuentra bajo ese signo2.

Indudablemente el camino para la obtención de Reino de Dios, pasa siempre a través de cruz. Claramente os lo dejó dicho, en el pasaje recogido por más de un evangelista, y que dice:

"Decía a todos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a si mismo, tome cada día su cruz y sígame. Porque quién quisiere salvar su vida, la perderá; pero quién perdiere su vida por amor de mí, la salvara, pues ¿qué aprovecha al hombre ganar todo el mundo si él se pierde y se condena? Porque quien se avergonzare de mí y de mis palabras, de él se avergonzará el Hijo del hombre

1.- Ver: McKenna, Megan. "Parábolas. Las flechas de Dios", (pág. 31). 2.- Ver: Ratzinger, Joseph, Card. "La Eucaristía centro de la vida" Edit. Edicep 2003. Isbn 84-7050-726-5, (pág. 43).

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cuando venga en su gloria y en la del Padre y de los santos ángeles. En verdad os digo que hay algunos de los que están aquí que no gustarán la muerte antes que vean el Reino de Dios” (Lc 8,23-27). ********** Le comento y le pregunto a mi Ángel: De acuerdo, está claro que es imposible tratar de

alcanzar el Reino de Dios, pasando por esta vida de “rositas”, sin ningún sufrimiento. Nuestro corazón, tiene dos reinos en lucha, el de Jesús y el de este mundo y nosotros lo que hacemos en la mayoría de los casos, es tratar de conseguir un imposible: quedarnos con los dos reinos. Aquel que se niegue a si mismo en su corazón, dejará triunfar al Reino de Dios dentro de si mismo. Todo esto es claro, en lo que se refiere a lo que podríamos denominar el reino particular de cada uno, pero ¿cuando llegará el Reino de Dios a la vista de todos?

Y él me responde: El Reino total Dios en la Tierra, es un tema

escatológico, unido a otro tema también escatológico, cual es el la Parusía1 o segunda venida de Cristo en la Tierra. En el Credo. Cuando rezáis el credo, después de la confesión de la Resurrección, manifestáis que: Jesús, de nuevo vendrá a juzgar a los vivos y a los muertos, es decir al fin de los tiempos, Cristo volverá en la plenitud de su gloria

San Pablo reserva la palabra Parusía, para la última manifestación de Cristo. Por lo que se ha de distinguir, separándolas, lo que es la Pascua de Jesús y lo que será su 1.- “El helenismo emplea el término Parusía para referirse: a).- al descenso o manifestación de personas divinas en la tierra; b).- a las visitas que reyes y príncipes hacen a las ciudades de su imperio. Se trata siempre de una manifestación triunfal, de un despliegue de poder en clima solemne y gozoso”. Ver: Rico Pavés, José. "Escatología cristiana" Edit. Quaderna 2002. Isbn 84-95383-18-7, (pág. 137).

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Parusía. Se sitúa la primera en los orígenes de la Iglesia, en tiempos de Poncio Pilato, la segunda al final de la historia1: La Iglesia camina de la una a la otra, intercalada entre una partida y un retorno de Cristo.

El plan de Dios para el mundo, es restaurar todas las cosas en Cristo, porque sin Cristo todas las cosas son estériles e impotentes2. Es decir, que se implante en el mundo del Reino de Cristo. San Pablo en su epístola a los efesios, os dice que: “…es designio de Dios hacer que todo tenga a Cristo por cabeza3.

Y esto estará plenamente consumado el día de la Parusía, es decir, el día de la segunda venida de Cristo. Esta segunda venida de Cristo, está anunciada directamente o indirectamente en los evangelios, en varios pasajes, pero más concretamente está explicitada en los Hechos de los Apóstoles, en el testimonio de la Ascensión de Nuestro Señor a los cielos, cuando estando los presentes mirando al cielo una vez ascendido Nuestro Señor, se les aparecieron dos hombres vestidos de blanco, que les dijeron:

“Galileos, ¿qué hacéis ahí mirando al cielo? Este que os ha sido llevado, este mismo Jesús, vendrá así tal como le habéis visto subir al cielo” (Hech 1,11). La Parusía, en cuanto último acto de la historia de la

salvación, es lisa y llanamente la “Pascua de la creación”, su

1.- Ver: Durrwell, François Xavier. “El más allá. Miradas cristianas”. Edit. Sígueme 1997. Isbn 84-301-1337-1, (pág. 30). 2.- Ver: Boylan, Eugène. O. Cist. R., “El amor supremo”. Edit. Rialp 1991. Isbn 84-321-0911-8, (pág. 269). 3.- “En él tenemos por medio de su sangre la redención, el perdón de los delitos, según la riqueza de su gracia que ha prodigado sobre nosotros en toda sabiduría e inteligencia, dándonos a conocer el Misterio de su voluntad según el benévolo designio que en él se propuso de antemano, para realizarlo en la plenitud de los tiempos: hacer que todo tenga a Cristo por Cabeza, lo que está en los cielos y lo que está en la tierra” (Ef 1,7-10).

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paso a la configuración escatológica definitiva, mediante la anulación del desfase aún vigente, entre Cristo y su obra creadora. La humanidad del mundo, no es aún lo que llegará a ser, según la promesa incluida en la resurrección de Cristo; precisamente por eso aguardamos la Parusía1. Así os lo expresa San Pablo escribiéndoos:

“Cuando aparezca Cristo, vida vuestra, también vosotros apareceréis gloriosos con Él” (Col 3,4). ********** Le pregunto a mi Ángel: Y cual fue la actitud, de los primeros cristianos

frente a estos acontecimientos y esta idea de la segunda vuelta de Cristo a la Tierra.

Y él me responde: Muy distinta de la que ahora tenéis y de la que existe

ahora con respecto a este tema. Mientras que el cristiano medio actual, mira a la Parusía y a los acontecimientos conexos con ella, con un sentimiento de miedo, para el cristiano primitivo la Parusía era objeto de esperanza2.

El cristiano actual asocia la Parusia, con el fin del mundo, y ello le engendra temor. La idea de la Parusía de Cristo, en los primeros cristianos, engendraba gozo y esperanza, y este deseo que les alimentaba, les hacia pensar que la Parusía, estaba muy pronta a llegar. Deseaban ardientemente la pronta llegada de Jesús. Todos se movían al

1.- Ver: Rico Pavés, José. "Escatología cristiana" Edit. Quaderna 2002. Isbn 84-95383-18-7, (pág. 141). 2.- Ver: Pozo, Cándido, S.I. "Teología del más allá”. Edit. Bac 1992. Isbn 84-7914-051-8, (pág. 119).

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grito de “Maranatha1”, que significa. Ven Señor. San Pablo, en su primera epístola a los corintios, os decía:

“Maldito sea el que no ama al Señor. ¡Ven, Señor nuestro!” (1Co. 16,22). Y San Juan, con el mismo anhelo manifiesta al final

de su Apocalipsis:

"Dice el que da testimonio de todo esto: Sí, vengo pronto. ¡Amén! ¡Ven, Señor Jesús! Que la gracia del señor sea con todos. Amén” (Ap 22, 20-21). Estas expresiones de anhelo cristiano, hoy en día, ni

siquiera son conocidas por infinidad de católicos. Posteriormente, a los primeros años del cristianismo,

el concepto latino de la justicia, influyó en la idea de ver el juicio final, como un auténtico juicio de rendición de cuentas y asunción de responsabilidades. Ya se habían olvidado, de la idea de un retorno triunfal de Jesús, en la plenitud de su gloria, y se había agigantado la idea de un juicio humano, con la angustia que todo procedimiento judicial, crea en el ser humano.

Más tarde, ya en el siglo XI se produjo, llamémosla una animadversión a la Parusia, quizás bajo la idea aterradora, de un fin del mundo, que había de producirse al cumplirse el año 1000, según se pensaba entonces, y la otra idea, de que la inmensa mayoría de los hombres estaban condenados irremisiblemente. El mismo San Bernardo participaba de esta idea. No hay nada más que observar las 1.- “Maranatha, que quería decir dos cosas, dependiendo de la manera de pronunciarlo, a saber: “¡Ven Señor!”, o “El Señor está aquí”. Podía expresarse un anhelo de la vuelta de Cristo, o bien una respuesta entusiasta a la epifanía litúrgica de Cristo, es decir a su manifestación en medio de la asamblea reunida en oración”. Ver: Cantalamessa, Raniero. "La fuerza de la cruz" Edit. Monte Carmelo 2003. Isbn 84-7239-783-1, (pág. 14).

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pinturas religiosas de estas épocas, en las que aparece siempre un Jesucristo justiciero, separando a los buenos de los malos. A titulo de ejemplo, piénsese en las pinturas de la Capilla Sixtina, en el Vaticano, aunque la realización de estas es muy posterior, concretamente quinientos y pico años más tarde.

El hombre actual, piensa que eso del fin del mundo está muy lejos, y se apoya, para confirmarse en sus apreciaciones, en estudios y avances científicos y astronómicos. Solo cuando ocurren una serie de catástrofes naturales o conflictos de guerra, creados por el mismo, se intranquiliza, y piensa que eso del fin del mundo puede estar más cerca de lo que se piensa. Pero el hombre actual, siempre llega a pensar en el final de los tiempos, como algo catastrófico y terrible, cuando realmente, esto solo será terrible, para el que no haya lavado sus pecados en la sangre del divino Cordero. El que vive en gracia divina, nada ha de temer, por nada, tiene dentro de sí a quien todo lo puede.

De lo que realmente no sois conscientes, aquellos que habitualmente rezáis el Padrenuestro, es que cada vez que lo rezáis estáis diciendo “Maranatha”, cuando decís: “venga a nosotros tu Reino”. Esta petición del Padrenuestro conlleva el gozo de pedir una Parusía, que está por llegar.

Concluiré mencionándote un párrafo de una Carta apostólica de Juan Pablo II, en la que os dice1: “En realidad, la espera de la venida de Cristo que forma parte del misterio mismo de la Iglesia, se hace visible en cada celebración eucarística. Pero el día del Señor, al recordar de manera concreta la gloria de Cristo resucitado, se evoca también con mayor intensidad la gloria futura de su retorno”.

1.- Juan Pablo II. "Carta apóstólica dies domini", (Punto 37).

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Sobre el espíritu y la materia. Le comento a mi ángel: Repetidamente me has hecho alusión a la dualidad;

materia espíritu. Nadie pone en duda, al menos por ahora, que nosotros somos, que nuestra naturaleza es, una mezcla de espíritu y materia, creados a imagen y semejanza de Dios. Aceptada esta realidad. ¿Cuál de las dos partes es más importante? ¿Y que ocurrirá con nuestra parte material, llamada cuerpo, cuando hayamos abandonado esta vida?

Y él me responde: Haces bien, en meter por en medio la aclaración:

“por el momento, o al menos por ahora”. El mundo, esta caminando hacia una negación de todo aquello, que ya sea básico o no lo sea, contradice y le pone en entredicho, su afán de hedonismo. Hace años existían verdades, que parecían tener carácter de inmutables, no por que lo sean y siguen siéndolo en su esencia, sino porque, nadie se atrevía a ponerlas en tela de juicio. Tal es el caso de la existencia del maligno.

A nadie con dos dedos de frente se le ocurría hace años, negar su existencia, y ya ves, es esta un batalla, que desgraciadamente el maligno esta ganando en muchas mentes, que aseguran que él no existe, dándole gusto a su deseo de pasar desapercibido. Su acción es cada vez más sutil y opaca, y pocas son las personas, que ven en muchas acciones humanas, sobretodo en las de los políticos, en sus decisiones de gobierno, la mano del maligno. Y cuando hay personas, que manifiestan lo que ven o lo intuyen, son objeto de chanza y peyorativamente se les califica de retrógrados e inquisidores.

Otro caso más sangrante, es el de la existencia de Dios, del cual ya antes hemos hablado. Hasta hace tres o cuatro siglos, a nadie se le ocurría negar la existencia de Dios, se discrepaba y se sigue discrepando acerca de las características, naturaleza y doctrina de Dios, pero a nadie se

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le pasaba por la cabeza decir que Dios no existe. Para los musulmanes, su Dios difiere del Dios de los cristianos, y otro tanto pasa con los judíos, aunque en todo caso Dios solo hay uno, lo que pasa, es que ellos, los judíos, no reconocen la voluntad de Dios expresada en el Nuevo Testamento y al igual que en el caso de los musulmanes, estos le niega a Jesucristo la condición de verdadero Dios, y verdadero hombre y en consecuencia no se acepta, ni por unos ni por otros el misterio de la Santísima Trinidad.

Pero contestándote a la pregunta, te diré que el hombre ha sido dotado por Dios de un alma inmortal, pero no ve su alma, ni siquiera siempre tiene intuición de ella, o al menos dice no tenerla. Sólo conoce su alma por sus actos, de una manera tan oscura, tan mediata, que algunos pueden llegar incluso a dudar de que la tengan; caso de los materialista1. Cuando se trate de personas materialistas, estas solo verá en los actos personales de su alma, la resultante de la complejidad de sus neuronas. Hay quienes con aires de muy doctos, manifiestan muy seriamente que el alma es el cerebro

Y esta alma inmortal que poseéis, se encuentra dentro de un cuerpo material. Con respecto al cual habéis de considerar, que la materia como tal, tiene dos caras. Por un lado es una carga, que os pesa, y os encadena. La materia es la causa principal del dolor y del pecado. Os arrastra hacia abajo. Os hiere, os tienta, os hace envejecer. Exclamaba San Pablo:

¿Quién nos librará de este cuerpo condenado a morir? (Rm 7,24). Pero por otro lado, la materia es exuberancia física,

es fuerza pujante, contacto que ennoblece, alegría de crecer. Atrae, renueva, unifica, prospera. En la materia vivís, os 1.- Laurentín, René, “María, clave del misterio cristiano”. Edit. San Pablo 1996. Isbn 84-285-1827-0, (pág. 73).

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movéis y sois personas1. La materia para vosotros como algo creado por Dios, tiene un enorme valor y significado, por lo que, con la excusa de dignificar lo espiritual, no debéis de caer en el error de aborrecer vuestro lado material

Adán y Eva en el paraíso, tenían cuerpo y alma igual que vosotros, unidos tan misteriosamente como vuestros cuerpos y almas. Pero en su caso, al principio eran ignorantes, de las consecuencias del pecado original. Su alma dominaba en la relación cuerpo alma, y esta, llegaba hasta a dar las órdenes y el cuerpo se prestaba a obedecerla. Incluso se sugiere que, antes de la caída, la voluntad del hombre dirigía incluso la digestión2. No hace falta aclarar, que ahora os sucede todo lo contrario, que es el cuerpo el que domina y el llega a ordenar al alma, a la que generalmente la tiene sojuzgada.

Tradicionalmente ha habido unas corrientes de exaltación del valor del alma con denigración del cuerpo. Y también ha habido doctrinas y corrientes contrarias de carácter materialistas.

Tanto la exaltación del espíritu, mediante el desprecio del cuerpo, como la exaltación del cuerpo, mediante el desprecio del espíritu, son de hecho, la semilla maligna de una división del hombre que la gracia anima a combatir y vencer3.

En vosotros, tan importante es el espíritu como la materia, de la que estáis formados y que en vida encierra vuestro espíritu. Tanta obligación tenéis de cuidar y desarrollar vuestro cuerpo, como vuestra alma. Los que pasa, es que generalmente os ocupáis más de desarrollar vuestro cuerpo, que vuestra alma.

1.- Nemeck F. K. y Coombs M. T. "El camino de la dirección espiritual", (pág. 36). 2.- Knox A. Ronald, “El Credo a cámara lenta”. Edit. Palabra 2000. Isbn 84-8239-408-8, (pág. 87). 3.- Martini, Carlo María, Card. “Estoy llamando a la puerta”. Edit. PPC 1994. Isbn 84-288-1123-7, (pág. 36).

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Desde luego que el cuerpo os incita, pero no debéis de responsabilizar a vuestro cuerpo de la comisión de vuestros pecados. El cuerpo no es vuestro enemigo más poderoso, ni el más tenaz. El pecado ha penetrado en vosotros profundamente, y es en el centro mismo de vuestro espíritu donde ha depositado el orgullo. Es allí donde realmente el amor propio esconde sus raíces impalpables1, que os arrastran al pecado.

En este tema de la relación entre alma y cuerpo, el proceso de desarrollo suele ser inverso, por ello es San Pablo el que os dice:

“Por eso no desfallezcamos. Aun cuando nuestro hombre exterior se vaya desmoronando (es decir, se vaya envejeciendo), el hombre interior se va renovando de día en día. En efecto, la leve tribulación de un momento nos produce, sobre toda medida, un pesado caudal de gloria eterna, en cuanto no ponemos nuestros ojos en las cosas visibles, sino en las invisibles; pues las cosas visibles son pasajeras, mas las invisibles son eternas” (2Co 4,16-18). Día a día vais envejeciendo, vuestra materia se va

debilitando, pero día a día podéis ir revitalizando vuestra alma y vuestro espíritu se va fortaleciendo. Las cosas visibles son siempre materiales, y la materia es siempre limitada en el tiempo, solo el espíritu, el cual fue el que creo la materia, es eterno, porque fue Dios espíritu puro, quien creó la materia, no fue la materia la que creo a Dios.

El espíritu interviene siempre en los debilitamientos del cuerpo. La psicosomática1, ha probado en numerosas experiencias, que la enfermedad se manifiesta en la carne, pero nace en el espíritu. La relación entre materia y espíritu 1.- Un Cartujo, “La trinidad y la vida interior”. Edit. Rialp 1992. Isbn 84-321-0916-9, (pág. 75).

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es mutua, reciproca y totalmente probada. Como ejemplo de lo anterior, puedo citarte los casos de enfermos con graves dolencias y unos grandes deseos de vivir, que salen adelante y vencen a su enfermedad, mientras que hay casos de enfermos con leves dolencias, que por falta de deseos de vivir, estas dolencias les llevan a su final.

Hay también veces, en que el estado anímico de una persona, le resta deseos de consideraciones espirituales y de buscar un acercamiento a Dios. Esto os debe de llevar a la idea de que nunca, debéis de dejar para después, el tema de vuestras relaciones con el Señor, pues es muy posible que cuando lleguéis al final, os encontréis en un estado anímico tal, que no sea propicio ni tengáis fuerzas para atender este problema.

Un problema de esta naturaleza, le ocurrió a un cardenal norteamericano, al que le dictaminaron los médicos una dolencia cancerosa que solo le permitiría vivir unos meses. A la vista de esto, pensó el cardenal en repartir la mitad del tiempo, primeramente en poner en orden los problemas de su archidiócesis, y la segunda parte del tiempo que le restaba, en poner su alma también en orden con Dios. Terminó confesando que se había equivocado, ya que cuando entró en el segundo tiempo, no se encontraba en estado anímico correcto, para cumplir el cometido que se había propuesto para esta segunda parte. Te resumiré con un viejo refrán de los vuestros: “No dejes para mañana, lo que puedas hacer hoy”.

Sobre la resurrección de la carne. Le comento a mi ángel: Ya veo que te encantan nuestros refranes, pero

siguiendo con el tema de nuestro cuerpo. Nuestro Credo nos asegura como verdad inamovible “la resurrección de la carne”. Por supuesto que al no creyente, esto le resulta imposible de aceptar y muchas veces trata de ridiculizar,

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acerca de una hipotética posibilidad material, de que se reconstruya nuestro cuerpo, y de las condiciones en que se realizará esta reconstitución, y además ¿Cuales de los cuerpos de los varios, que una persona dispone a lo largo de su vida, será el que se recomponga, cuando resucite?

Y él me responde: Primeramente te diré que vuestros refranes son

siempre una síntesis de sabiduría popular, y ya se sabe, te repito otro refrán: “Voz del pueblo, voz de Dios”. Pero entrando en tu pregunta, te diré que esta cae también dentro del ámbito de la escatología, materia esta, en la que Dios no desea que por ahora, sepáis más de lo conveniente para vuestra salvación, por lo que, pocas afirmaciones pueden hacer vuestros teólogos en esta materia, y muchas son siempre las hipótesis que estos barajan. Realmente la escatología es una ciencia que se mueve en el mundo de la hipótesis y hay mucha especulación dentro de ella.

Como puedes comprender no me corresponde a mí, darte conocimiento de aquello que exceda de lo manifestado por Dios a través de las Sagradas Escrituras, por lo que al límite del contenido de estos textos me referiré.

En el Génesis se os dice, que Dios os creo hombre y mujer, a su imagen y semejanza. Y os creo tomando materia de la Tierra, y a continuación os insufló el espíritu.

“Entonces Yahvéh Dios formó al hombre con polvo del suelo, e insufló en sus narices aliento de vida, y resultó el hombre un ser viviente” (Gn 2,7). Mas tarde sigue diciendo el Génesis:

“Yahvéh Dios hizo caer un profundo sueño sobre el hombre, el cual se durmió. Y le quitó una de las costillas, rellenando el vacío con carne. De la costilla que Yahvéh Dios había tomado del hombre

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formó una mujer y la llevó ante el hombre” (Gn 2,21-22). Lo que viene después de la creación del hombre y de

la mujer, es harto conocido. Adán y Eva fueron tentados por el maligno, y pecaron, contraviniendo el mandato divino. Como consecuencia de lo anterior, irremisiblemente el hombre estaba condenado a su perdición, pero el infinito amor de Dios a los hombres, arregló la situación en la forma más sorprendente que nadie se podía imaginar: envío a su propio Hijo1, para que con su sacrificio fuerais redimidos de vuestros pecados. Y no satisfecho con esta redención, además os divinizó elevándoos a la categoría de “hijos de Él”.

Quedasteis liberados de la muerte, y se os abrió la oportunidad de la resurrección de los cuerpos. Esta divina generosidad, fue conocida por vosotros, ya antes de la llegada de Nuestro Señor a vuestra tierra. Concretamente en el Antiguo Testamento, en el segundo libro de los Macabeos, varios de los siete hermanos al ser torturados hasta su muerte por el rey Antíco, con distintas palabras cada uno de ellos, vinieron a decirle a este: Tú hoy nos torturas y nos matas, pero el Señor, nos hará resucitará para la vida eterna2. 1.- “Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único" (Jn 3,16). 2.- “Al llegar a su último suspiro dijo: Tú, criminal, nos privas de la vida presente, pero el Rey del mundo a nosotros que morimos por sus leyes, nos resucitará a una vida eterna Después de éste, fue castigado el tercero; en cuanto se lo pidieron, presentó la lengua, tendió decidido las manos y dijo con valentía: Por don del Cielo poseo estos miembros, por sus leyes los desdeño y de El espero recibirlos de nuevo Hasta el punto de que el rey y sus acompañantes estaban sorprendidos del ánimo de aquel muchacho que en nada tenía los dolores. Llegado éste a su tránsito, maltrataron de igual modo con suplicios al cuarto. Cerca ya del fin decía así: Es preferible morir a manos de hombres con la esperanza que Dios otorga de ser resucitados de nuevo por él; para ti, en cambio, no habrá resurrección a la vida” (2M 7,10-14). “Yo no sé cómo aparecisteis en mis entrañas, ni fui yo quien os regaló el espíritu y la vida, ni tampoco organicé yo los elementos de cada uno. Pues así el Creador del mundo, el que modeló al hombre en su nacimiento y

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El profeta Isaías, metido en el tema de los tiempos finales, os dijo:

“Revivirán tus muertos, tus cadáveres resurgirán, despertarán y darán gritos de júbilo los moradores del polvo; porque rocío luminoso es tu rocío, y la tierra echará de su seno las sombras” (Is 26,19). Aunque expresado en lenguaje simbólico, tal como

hablaban muchas veces los profetas, la declaración es absoluta y no cabe otra interpretación: Tus muertos revivirán.

También el profeta Daniel se pronuncia sobre este tema, al tratar del juicio final:

“En aquel tiempo surgirá Miguel, el gran Príncipe que defiende a los hijos de tu pueblo. Será aquél un tiempo de angustia como no habrá habido hasta entonces otro desde que existen las naciones. En aquel tiempo se salvará tu pueblo: todos los que se encuentren inscritos en el Libro. Muchos de los que duermen en el polvo de la tierra se despertarán, unos para la vida eterna, otros para el oprobio, para el horror eterno. Los doctos brillarán como el fulgor del firmamento, y los que enseñaron a la multitud la justicia, como las estrellas, por toda la eternidad” (Dan 12,1-3). Unos resucitarán para la vida eterna, otros para el

oprobio. Ya en el nuevo Testamento la idea de la resurrección

de la carne, previa al juicio final, se va afianzando en la proyectó el origen de todas las cosas, os devolverá el espíritu y la vida con misericordia, porque ahora no miráis por vosotros mismos a causa de sus leyes” (2M 7,22-23).

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doctrina y es en los evangelios donde se encuentran una serie de referencias más concretas, al tema de la resurrección.

Nuestro Señor se manifestó con claridad diciendo, que solo a través suya se consigue la resurrección y la vida eterna:

“Yo soy la resurrección y la Vida; el que cree en Mi, aun cuando hubiese muerto, vivirá, y todo el que vive y cree en Mi, no morirá para siempre” (Jn 11,25). Jesús después de curar al paralítico de la piscina

probática, reitera esta doctrina de la resurrección de la carne1.

No hay otro camino posible, Él ha venido al mundo para cumplimentar la voluntad de su Padre, cual es que todo el mundo se salve -voluntad universal salvífica de Dios- y aquellos que crean, al fin del mundo, resucitarán y tendrán vida eterna:

“La voluntad de mi Padre, que me ha enviado, es que no pierda a ninguno de los que me ha dado, sino que los resucite a todos en el mismo día. Por tanto la voluntad de mi Padre, es que todo aquel que ve al Hijo y cree en Él, tenga vida eterna, y yo le resucitare en el último día” (Jn 6, 39-40).

1.- “En verdad, en verdad os digo: llega la hora (ya estamos en ella), en que los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y los que la oigan vivirán. Porque, como el Padre tiene vida en sí mismo, así también le ha dado al Hijo tener vida en sí mismo, y le ha dado poder para juzgar, porque es Hijo del hombre. No os maravilléis de esto, pues llegará la hora en que todos los que están en los sepulcros oirán su voz y saldrán; los que hicieron el bien resucitarán para la vida, y los que hicieron el mal resucitarán para la condenación”. (Jn 5,25-29).

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Pero todo lo anterior, tal como se manifiesta San Pablo, serían meras palabras, si Jesús no hubiese resucitado. La resurrección de Cristo es el fundamento y soporte de vuestra futura resurrección y vida eterna. En este sentido escribe San Pablo en su primera carta a los Corintios1.

La doctrina tradicional, os dice que después de la muerte, el alma pasa por dos juicios; primero el particular que tiene lugar inmediatamente después de la muerte, y después el universal o juicio final, en el que Cristo se os manifestará en la plenitud de su gloria. Este segundo juicio coincidirá con la Parusia, o segunda venida de Cristo a la tierra. Es en este segundo juicio donde tendrá lugar, la resurrección de la carne, tanto para los elegidos como para los reprobados.

La resurrección final será el efecto de la Parusia de Cristo, de la fuerza que emana del encuentro final. Según esto, el hombre encontrado por Él en la muerte, es sometido desde ese momento al poder del Resucitado: como lo fue ya en la tierra, en cada uno de los encuentros con Cristo, por medio de la participación del hombre en los sacramentos; sea en el bautismo, sea en la eucaristía, sea en la confirmación2.

En la actualidad solo existen dos cuerpos glorificados ya en el cielo: el de Jesucristo y el de su

1.- "Ahora bien, si se predica que Cristo ha resucitado de entre los muertos ¿cómo andan diciendo algunos entre vosotros que no hay resurrección de los muertos? Si no hay resurrección de los muertos, tampoco Cristo resucitó. Y si no resucitó Cristo, vacía es nuestra predicación, vacía también vuestra fe. Y somos convictos de falsos testigos de Dios porque hemos atestiguado contra Dios que resucitó a Cristo, a quien no resucitó, si es que los muertos no resucitan. Porque si los muertos no resucitan, tampoco Cristo resucitó. Y si Cristo no resucitó, vuestra fe es vana: estáis todavía en vuestros pecados. Por tanto, también los que durmieron en Cristo perecieron. Si solamente para esta vida tenemos puesta nuestra esperanza en Cristo, ¡somos los más dignos de compasión de todos los hombres! ¡Pero no! Cristo resucitó de entre los muertos como primicias de los que durmieron”. (1Co 15,12-20). 2.- Ver: Durrwell, François Xavier. “El más allá. Miradas cristianas”. Edit. Sígueme 1997. Isbn 84-301-1337-1, (pág. 84).

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Santísima Madre. Los demás, han de esperar al momento del Juicio final. Ninguno de los que por supuesto, ya son bienaventurados en el cielo, disponen de cuerpo glorioso. Para todos ellos la esperanza teologal ha desaparecido ya. Cuando se llega al cielo antes de la resurrección final, el alma recibe la gloria de la bienaventuranza, pero ha de esperar a poseer un cuerpo glorioso. Los bienaventurados, poseen lo que esperaban. Ver a Dios, tener el gozo perfecto de estar unidos a Él, sin temor de perderlo jamás. Tan solo subsiste en ellos el deseo y la espera de la resurrección de los cuerpos, ese complemento de su bienaventuranza, del que aún carecen1. Nadie de la Iglesia en sus tres ramas, militante, purgante y triunfante, dispone aún de cuerpo glorioso, a excepción de la Virgen María, y naturalmente de Cristo como cabeza visible de esta Iglesia de su propiedad.

Sobre el cuerpo glorioso. Le comento a mi ángel: Me ilusiona escucharte hablar pensando en la

glorificación de los cuerpos, me llena de esperanza el imaginar como será todo esto. La idea de desplazarme volando velozmente y atravesar los cuerpos opacos, me hace soñar de deseos. Explícame un poco acerca del cuerpo glorioso que quiero y espero llegar a tener.

Y él me responde: Desde luego, que todo lo que se refiera a la materia

os subyuga a los humanos, no se puede negar que sois materia y espíritu. Eso de volar y atravesar los cuerpos opacos, no eres tú solo el que se refocila con esa posibilidad, que te diría yo, sino que esta posibilidad con la que sueñas,

1.- Ver: Royo Marín, Antonio, O.P. “Teología de la esperanza”. Edit. BAC 1976. Isbn 84-220-0274-4, (pág. 165).

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es infantil y nimia, teniendo en cuenta la felicidad que realmente os espera. Cuando pensáis en lo que os espera en el cielo, anteponéis siempre lo accesorio y accidental a lo esencial. Pensáis en que vais a poseer, los bienes materiales que no lograsteis alcanzar en la tierra, y os regocijáis con esa idea, sin daros cuenta de que lo esencial no está ahí, sino en la contemplación del rostro de Dios y alcanzar la divinización que os espera. Sois como el niño, al que le hacen un magnifico regalo envuelto en un llamativo envoltorio y con un caramelo de adorno, y toma solo el caramelo, menospreciando el resto del regalo.

Vuestra forma de pensar, material y espiritual se contradicen, por eso no podéis imaginaros lo que será el hombre en su resurrección. Resucitado en el espíritu, será no obstante lo que era en la tierra; una persona corporal que existe en si mismo y en relación con todo lo demás. Pero lo será en plenitud1.

San Pablo os habla extensamente de este tema2, en su primera epístola a los Corintios, y os habla de la desaparición definitiva de la muerte, de la pérdida de su aguijón.

1.- Ver: Durrwell, François Xavier. “El más allá. Miradas cristianas”. Edit. Sígueme 1997. Isbn 84-301-1337-1, (pág. 95). 2 .- “Os digo esto, hermanos: La carne y la sangre no pueden heredar el Reino de los cielos: ni la corrupción hereda la incorrupción. ¡Mirad! Os revelo un misterio: No moriremos todos, mas todos seremos transformados. En un instante, en un pestañear de ojos, al toque de la trompeta final, pues sonará la trompeta, los muertos resucitarán incorruptibles y nosotros seremos transformados. En efecto, es necesario que este ser corruptible se revista de incorruptibilidad; y que este ser mortal se revista de inmortalidad. Y cuando este ser corruptible se revista de incorruptibilidad y este ser mortal se revista de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra que está escrita: La muerte ha sido devorada en la victoria. ¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? El aguijón de la muerte es el pecado; y la fuerza del pecado, la Ley. Pero ¡gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por nuestro Señor Jesucristo!” (1Co 15,50-57).

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“En un instante, en un pestañear de ojos, al toque de la trompeta final, pues sonará la trompeta, los muertos resucitarán incorruptibles y nosotros seremos transformados” (1Co 15,52). Es decir en el juicio final, adquiriréis vuestro cuerpo

glorioso El cuerpo con el que seréis dotados los que sean

bienaventurados, tendrán características diferentes de las actuales, pero seguirán siendo cuerpos y ocuparan un lugar, como ahora el Cuerpo glorioso de Cristo y el de la Virgen1.

No se puede establecer una similitud, ni confundir la propia resurrección de Jesús, con los milagros de las resurrecciones que Él mismo realizó durante su vida pública, cual es el caso de su amigo Lázaro, por ejemplo.

La sustracción del cuerpo resucitado de Jesús a la muerte, solo es posible porque ese cuerpo ha sido objeto de una profunda transformación, en virtud de la cual pasa a ser el cuerpo de su gloria (Flp 3,21).

Manteniendo el cuerpo resucitado su identidad, el dogma de la resurrección implica que habrá una transformación del cuerpo: siendo el mismo, no será el mismo -alius non alud en expresión de Tertuliano-. El magisterio de la Iglesia os ha insistido fuertemente en la identidad del cuerpo resucitado, pero no os ha explicado, que se requiere para que el cuerpo resucitado sea numéricamente el mismo. Entrando en el campo de la hipótesis, son varias las respuestas que se han dado a este tema, pero no me voy a extender contigo, metiéndote en el campo de la teología escatológica. Además, se trata solo de hipotéticas teorías, que al final no van a saciar tu curiosidad, pues te conozco bien y sé que te gusta ir a lo real, no a lo hipotético, y solo admites las hipótesis si estas pueden llevarte a un análisis más real. 1.- Ver: M. Schmaus. Ver, Fernández Carvajal, Fco. “Hablar con Dios”. Edit. Palabra 1993. Isbn 84-7118-473-7, (II. 662).

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Todos los hombres resucitarán, incluso los “fetos abortivos”. Se resucitará con la estatura que hubiese tenido el cuerpo en su juventud, en tormo a los 33 años, que fue la edad en que murió Cristo. Este dato se justifica a partir de lo dicho por San Pablo en la epístola a los Efesios: según la medida del don de Cristo1 (Ef 4,7). De todas formas, es muy relativa esta aplicación de la frase de San Pablo, y tampoco tiene mucha importancia el aspecto físico del cuerpo glorificado, en cuanto a su altura, u otras características materiales, que ahora consideráis tan importantes.

Ahora lo que os importa es la materia, que es lo que os entra por los ojos, lo único que veis, es decir, el aspecto físico de la persona, pero una vez glorificados, veréis la gloria de Dios, la propia y la ajena, que es precisamente lo que os llamará entonces la atención. Es muy sencillo de comprender que ahora prioritariamente, veis casi solo con los ojos materiales de vuestro cuerpo, ya que sois casi ciegos, en lo que a los ojos del alma se refiere. Pocos son los que os habéis ocupado en desarrollar en el mundo, la visión con los ojos de vuestra alma, iluminándolos con la luz que ellos precisan, que es la luz de la gracia divina.

Lo que si se puede afirmar sin equivocarse, es que sea cual sea el aspecto físico de un cuerpo glorificado, este nunca será rechazable para nadie, pues la glorificación que irradiarán vuestros cuerpos glorificados, siempre será de tal naturaleza, que serán atrayentes para todos. La fuerza de la gloria del alma santificada, influirá decisivamente en la materia de vuestros cuerpos glorificados, dignificándolos y embelleciéndolos, a los ojos de los demás. En otras palabras. Cuantos más santos, más guapas o más guapos. De modo que para todos aquellos, y más bien para todas aquellas, a las que tanto les preocupa la belleza corporal, aplíquense ahora que están a tiempo, en ganar santidad en esta vida, para luego ser la más guapa, o el más guapo en la vida eterna. 1.- Ver: Rico Pavés, José. "Escatología cristiana" Edit. Quaderna 2002. Isbn 84-95383-18-7, (págs. 146, 155 y 91).

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Los cuerpos gloriosos estarán configurados en forma tal, que puedan soportar la gloria del alma inmortal, que haya alcanzado tal condición. Tendrán en el cielo, un gozo especial por su visión y entender. Verán con sus ojos corporales el cuerpo glorioso de Cristo y de la Virgen María su Madre1. Pero además gozarán de otras características, unas conocidas y otras desconocidas por vosotros.

El cuerpo glorificado, será un cuerpo que irradiará la claridad y belleza de un alma unida a Dios; un cuerpo al que la materia no podrá interceptar, pudiendo pasar a través de un sólido muro, como si no existiese; un cuerpo que no necesita trasladarse por pasos laboriosos, sino que puede cambiar de lugar a lugar con la velocidad del pensamiento; un cuerpo libre de necesidades orgánicas como comer, beber o dormir2.

********** Le comento a mi Ángel: Recuerdo que tradicionalmente, en el Catecismo del

P. Ripalda se mencionaban como cuatro, las características conocidas que se le adjudicaban al cuerpo glorioso, a saber: claridad, impasibilidad, sutileza y agilidad.

Y él me responde: Efectivamente así es. Estas cuatro características te

las explico: La claridad es la cualidad de ser claro de tener claridad. No me vayas a interrumpir otra vez, diciendo que eso es una verdad de Perogrullo. Continuo.

Claridad es un efecto o consecuencia de la existencia de la luz. La primera de las cuatro características de los cuerpos gloriosos, atribuye a estos la existencia en

1.- Ver: Van Ruusbroec, Jan, “Obras escogidas”. Edit. BAC 1997. Isbn 84-7914-299-5, (pág. 123). 2.- Ver: Trese, Leo J. “La fe explicada”. Edit. Rialp 1994. Isbn 84-321-1805-2, (pág. 107).

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ellos, de un resplandor y de una luz que en sí tienen y de la cual se irradia esa claridad.

La impasibilidad, atribuye a quien la tenga la cualidad de no padecer, de ser impasible frente al sufrimiento. El cuerpo glorificado no puede sufrir.

Por medio de la sutileza el cuerpo glorificado puede penetrar en otro cuerpo, pasar a través de él. Algo parecido a lo que veis en las películas sobre personas invisibles que tanto os divierten.

La agilidad consiste en la facultad de trasladarse de un lugar a otro instantáneamente, por grande que sea la distancia.

La importancia y los efectos de estas cualidades, son inimaginables para vosotros, pues de ellas solo alcanzáis a comprender una pequeña parte, hasta donde os permite comprender vuestra tendencia de naturaleza material.

********** Le pregunto a mi Ángel: Bien, Pero háblame de la fase previa a todo esto, del

cuerpo glorioso, es decir, del cuerpo mortal, una vez ha sido abandonado ya por el alma, después de la muerte.

Y él me responde: Para San Agustín, los cuidados prestados al cuerpo

muerto, pero destinado a resucitar y ser compañero del espíritu por toda la eternidad, más que un acto de piedad sean como una profesión solemne de la fe en la resurrección1.

La iglesia siempre ha venerado los cuerpos de los difuntos. En la Roma pagana el término para designar el lugar de los enterramientos era la “necrópolis”, es decir, “la ciudad de los muertos”. Este término fue eliminado por el 1.- Ver: San Agustín/Antonino Tonna Barthet, O.S.A., “Nos hiciste, Señor, para Ti”. Edit. BAC 1994. Isbn 84-7914-043-7. (pág. 220).

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cristianismo que empleó el término “cementerio”, es decir, “dormitorio de los muertos”, de los que esperan la resurrección de la carne1.

La costumbre tradicional en la Iglesia, es la de enterrar a los muertos en lugares sagrados, esto es una prueba de la fe y esperanza en su resurrección futura. Por eso la Iglesia prefiere que se entierren a los muertos en vez de incinerarlos, aunque últimamente permite la incineración con tal que esta, no se oponga a la fe en la resurrección2.

La pregunta que os puede surgir, es: ¿Si se incinera el cuerpo como es posible que luego se reconstruya? ¿Es que acaso el cuerpo incinerado no resucita? Desde luego que resucita, la incineración destruye materia, pero también el tiempo destruye la materia del cuerpo enterrado. La más perfecta y conservada momia, nada tiene que ver, con la persona que en su día dio origen a esa momia. La contestación a estas preguntas, es muy clara: Para Dios nada hay imposible, para los hombres todo son dificultades.

Ante todas estas cuestiones, te remito al cardenal Ratzinger, actualmente papa Benedicto XVI, el cual, opina que no es necesaria la misma materia para que el cuerpo pueda ser considerado el mismo, y ha hecho notar que toda la Tradición eclesiástica (doctrinal y litúrgica) impone, como limitación, que el cuerpo resucitado debe incluir las “reliquias” del antiguo cuerpo terreno si todavía, al realizarse la resurrección, existen en cuanto tales3.

Sobre el juicio particular y el juicio final.

1.- Precisamente la palabra cementerio (del griego Koimeterion) significa dormitorio, lugar de reposo o descanso. 2.- Ver: Royo Marín, Antonio, O.P. "Por qué soy católico. Confirmación en la fe”. Edit. Bac 2001. Isbn 84-7914-518-8, (pág. 101). 3.- Ver: Pozo, Cándido, S.J. "Teología del más allá". Edit. Bac 1992. Isbn 84-7914-051-8. (pág. 371).

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Le comento a mi ángel: Veo por lo que me has dicho con anterioridad, que el

momento de la resurrección de la carne, de la resurrección de nuestros cuerpos, será en el día del Juicio final. Hablemos pues, o mejor dicho, háblame de los dos juicios que ocurrirán después de nuestra muerte.

Y él me responde: Me preguntas sobre otro tema, que al igual que el

anterior, pertenece al ámbito de la escatología y te tengo que repetir, lo que ya te he dicho antes, acerca de lo poco que te puedo decir sobre estos temas, en los cuales para su examen, disponéis de unas ideas básicas que os han sido reveladas, y lo que excede de estas escuetas ideas, son siempre hipótesis de la teología escatológica.

En las postrimerías del hombre, se encuentran incluidos muchos misterios, que la mente humana carece ahora de capacidad para comprender y asimilar, por lo que Dios estima más conveniente, que tengáis un conocimiento básico de lo esencial, que es lo que os ha sido revelado. Esto no es obstáculo para que penséis sobre estos temas, lo cual es completamente lícito. No hay problema en especular sobre aquello, de lo que no tenéis revelación, pero todas estas especulaciones, te lo repito, entran siempre en el terreno de las hipótesis.

Pero entrando en materia, te diré: La Iglesia apoyándose en lo revelado en las Sagradas Escrituras, reconoce la existencia de dos juicios para vosotros, al final de vuestras vidas. Un primer juicio particular que tendrá lugar, inmediatamente después de haberse separado el alma del cuerpo, que es el momento en que realmente se produce la muerte, y otro al final de los tiempos llamado juicio final.

El Catecismo de la Iglesia Católica, en sus parágrafos 1.021 y 1.022, nos confirma claramente de la

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existencia de los dos juicios y nos da explicaciones acerca del fundamento de su existencia1.

Sobre el temor a estos juicios tanto al particular, como al final, te diré, que este temor deriva siempre de que a estos juicios, los consideráis desde un punto de vista demasiado humano. Juan Pablo II os señala que concebís el juicio de Dios, visto solo como fría justicia, o incluso como una venganza de Dios por vuestro mal comportamiento. No olvidéis nunca, que Dios como os dice San Juan, es Amor y solo amor2, y el amor jamás es vengativo, y si bien es justiciero, también es misericordioso.

Esta concepción de vuestros juicios finales, aparece como el último anillo del amor de Dios. Dios juzga porque ama y con, y en vistas al amor. El juicio que el Padre confía a Cristo es según la medida del amor del Padre y de nuestra libertad3.

1.- "1021.- La muerte pone fin a la vida del hombre como tiempo abierto a la aceptación o rechazo de la gracia divina manifestada en Cristo (cf. 2Tm 1,9-10). El Nuevo Testamento habla del juicio principalmente en la perspectiva del encuentro final con Cristo en su segunda venida; pero también asegura reiteradamente la existencia de la retribución inmediata después de la muerte de cada uno como consecuencia de sus obras y de su fe. La parábola del pobre Lázaro (cf. Lc 16,22) y la palabra de Cristo en la Cruz al buen ladrón (cf. Lc 23,43), así como otros textos del Nuevo Testamento (cf. 2Co 5,8; Flp 1,23; Hb 9,27; 12,23) hablan de un último destino del alma (cf. Mt 16,26) que puede ser diferente para unos y para otros”. "1022.- Cada hombre, después de morir, recibe en su alma inmortal su retribución eterna en un juicio particular que refiere su vida a Cristo, bien a través de una purificación (Cf. Cc. de Lyon: DS 857858; Cc. de Florencia: DS 1304-1306; Cc. de Trento: DS 1820), bien para entrar inmediatamente en la bienaventuranza del cielo (Cf. Benedicto XII: DS 1000-1001; Juan XXII: DS 990), bien para condenarse inmediatamente para siempre (Cf. Benedicto XII: DS 1002). A la tarde te examinarán en el amor (San Juan de la Cruz, dichos 64)”. Ver: “Catecismo de la Iglesia Católica”. Edit. Asociación Editores del Catecismo 1994. Isbn 84-288-1102-4. 2.- “Y nosotros hemos conocido y creído en el amor que Dios nos tiene. Dios es amor, y el que vive en amor permanece en Dios, y Dios en él” (1Jn 4,7-8). 3.- Ver: Juan Pablo II, “Vida de Cristo”. Edit. Logos 1996. Isbn 84-922-3022-3, (pág. 126).

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Por otro lado hay unas palabras muy reveladoras en el evangelio de San Juan que dicen:

"El que cree en Él no es juzgado; el que no cree, ya esta juzgado, porque no creyó en el nombre del unigénito Hijo de Dios” (Jn 3,18). La justicia humana se ejerce la mayoría de las veces

condenando. La de Dios es trascendente y por tanto diferente de la justicia humana. La justicia divina no es vengadora sino que es fuente de vida1.

********** Le digo a mi Ángel: Antes me has hablado del momento de la muerte;

continúa pues hablándome de la muerte. Y él me responde: En cuanto a la muerte, como bien sabes, esta es

simplemente la separación del alma del cuerpo. A través de las dificultades del tiempo o por las enfermedades o accidentes, el cuerpo sufre y se va deteriorando, hasta el punto, en que el alma no puede continuar por más tiempo actuando a través del cuerpo. En este punto, el alma deja el cuerpo, y decimos que la persona está muerta2.

No te tengo que aclarar, pues tú muy bien lo sabes, que la determinación de dicho momento, es potestad exclusiva de Dios, y aquel que trate de escoger ese momento, en otras palabras más claras, aquel que se suicide, quebranta gravemente la divina voluntad, trayendo esto, para él, unas consecuencias trágicas, si no hubiese mediado

1.- Ver: Durrwell, François Xavier. “El más allá. Miradas cristianas”. Edit. Sígueme 1997. Isbn 84-301-1337-1, (pág. 57). 2.- Ver: Trese, Leo J. “El Espíritu Santo y su tarea”. Edit. Rialp 1998. Isbn 84-321-3191-X, (pág. 152).

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arrepentimiento. Otra cosa muy distinta, es el caso de almas que ya en esta vida se encuentran tan enamoradas de Dios que llegan a desear la muerte, por el deseo de llegar cuanto antes a contemplar su rostro, sin poner en marcha ningún medio para que este deseo se materialice, esto carece de consecuencia negativa alguna. Resumiendo te diré, que el deseo de morir por amor a Dios, no es suicidio, pues nunca se materializa, ya que la persona que tiene este deseo, antepone a él, su amor a la divina voluntad, a que su muerte sea solo y cuando Dios lo disponga.

Clínicamente el momento de la muerte, lo determináis por criterios médicos, sea por el llamado encefalograma plano, o el hecho de cesar al actividad del corazón, parada cardio-respiratoria, que es el término mas usual empleado por los médico, o sea por otros criterios clínicos, pero la realidad es que carecéis de criterios exactos, para conocer el verdadero momento en que el alma realmente se separa del cuerpo con carácter definitivo, lo cual ha dado lugar, a numerosos casos de personas que han vuelto a la vida, después de la muerte contando un sin fin de experiencias, que han vivido durante ese periodo, al que vosotros le llamáis de “muerte clínica” y que no es del caso considerar aquí. Es esta la situación que se califica con los nombres de “muerte real” y “muerte aparente”, y entre las dos parece ser, que según vuestras apreciaciones, siempre media un periodo de tiempo más o menos largo.

Suponéis que en aquellas muertes, lentamente anunciadas por largas enfermedades y progresivo debilitamiento de la persona, la separación del alma y el cuerpo, se realiza rápidamente. Es como si el alma ya se hubiese estado preparando desde hace tiempo, para su separación del cuerpo. Por el contrario en aquellos otros casos, en que la muerte aparece súbitamente en una persona plena de salud, casos por ejemplo, de accidentes inesperados, la separación del alma dura bastante tiempo más, es como si al alma, su separación le hubiese cogido de improviso.

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Lo anterior es importante a los efectos de la teoría de la “decisión final”. Conforme a esta teoría1, durante este periodo de tiempo que media entre la muerte real y la muerte aparente, la persona tomaría en ese periodo de tiempo, la decisión final, aceptando o rechazando el Amor divino.

********** Le comento a mi Ángel: Me interesa mucho eso de la “decisión final”, pues

entiendo que va referida a la salvación o condenación eterna de un alma.

Y él me responde: Si efectivamente así es. La decisión final, la última

oportunidad para aceptar o rechazar el Amor divino, antes de que el alma se separe del cuerpo, es decir, de que realmente muera la persona humana. En ese momento, en que teóricamente sin haber muerto todavía, el alma de la persona que se encuentra en esta situación, vislumbra la grandeza de Dios, y ello puede moverle al más recalcitrante pecador, a la aceptación del Amor de Dios y por ende a su salvación2. 1.- Con esta teoría se vendría a decir que en el instante mismo de la muerte, se le concede al hombre la última oportunidad de decidir, con carácter definitivo a favor o en contra de Dios. Hay que decir que se trata solo de una hipótesis que tiene como positivo pretender responder al cumplimiento del designio salvífico universal de Dios: Dios, que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad, (1Tm 2,4) da a todos los hombres la oportunidad de acoger para siempre su amor”. Rico Pavés, José. "Escatología cristiana" Edit. Quaderna 2002. Isbn 84-95383-18-7, (pág. 128). 2.- La tesis de Rahner sobre la muerte como hecho, que a primera vista parece tan abstracta, luego fue completada por su discípulo Ladislaus Boros con su teoría expresiva de la “decisión final”: al final de la muerte, el hombre llega a su primer acto plenamente personal. En la muerte se encuentra por primera vez directamente con Cristo, libre, asimismo, de la corporeidad que obstaculiza sus actos espirituales. Por eso aquí, por primera vez es capaz de tomar la decisión fundamental de su vida, la decisión de una fe incondicionada. Nocke, Franz Josef. "Escatología”. Edit. Herder 1984. Isbn 84-254-1420-2, (pág. 136).

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Te diré, que en la teología actual, la teoría de la “decisión final” es cada vez más criticada: la hipótesis de una situación especial de decisión no tiene ni fundamento bíblico ni se apoya en la experiencia alguna1. Y consecuentemente no debéis de olvidar, que todo esto, no es más que una hipótesis, una teoría que enuncian vuestros teólogos, y que yo, no te puedo decir si es acertada o no, pero lo que si te puedo recomendar, es que la salvación eterna de una persona, es un algo tan importante y trascendente, que a mi juicio, llevar una vida de pecado para después esperar salvarse, confiando en la existencia de una teoría, es una insensatez y una locura.

Posteriormente a esa separación entre alma y cuerpo que determina la muerte, el alma entra en la fase de juicio particular. En el juicio particular se fija definitivamente la suerte que os espera a cada uno, mas que en virtud de vuestro comportamiento, me atrevería a decir, que en virtud de vuestro grado de amor a Dios. Y que como dice San Agustín, que nadie se lisonjee de impunidad fundado en la misericordia de Dios, porque habrá juicio: así como nadie después de convertido debe temer el juicio de Dios, pues este viene precedido de la misericordia2.

En contra de lo que generalmente creéis, no es una sentencia divina, lo que constituye al hombre en estado de salvación o de condenación. El hombre llegado este momento, él mismo considera, cual es su sitio, cual es su, digamos, estatuto jurídico de inocente o culpable. Es más bien, la actitud personal de cada ser humano, el principio constitutivo de su situación definitiva. La palabra de Dios constata y manifiesta esta situación3. El mismo escogerá el camino que determina su situación, sea el de condenado o 1 .- Ver: Nocke, Franz Josef. "Escatología”. Edit. Herder 1984. Isbn 84-254-1420-2, (pág. 136). 2.- Ver: San Agustín/Antonino Tonna Barthet, O.S.A., “Nos hiciste, Señor, para Ti”. Edit. BAC 1994. Isbn 84-7914-043-7. (pág. 99). 3.- Ver: Rico Pavés, José. "Escatología cristiana" Edit. Quaderna 2002. Isbn 84-95383-18-7, (pág. 134).

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culpable, si bien hay que considerar, que incluso sintiéndose no culpable, considerará que no está lo suficientemente limpio para presentarse ante su Creador, y buscará una purificación que le lave y le permita llegar a la plena contemplación del rostro de Dios. El mismo buscará el purgatorio, como medio de obtener esa purificación.

Manifiesta San Agustín: A ti, no se te permitirá ver con corazón inmundo, lo que solo se puede ver con un corazón puro; serás rechazado, arrojado de allí, no verás nada, porque solo en un corazón puro existen los ojos con que puede Dios, ser visto1.

El juicio particular, tendrá pues lugar en el mismo instante de la separación del alma del cuerpo y en lugar de la muerte sobre la tierra, de alguna manera, y no en el cielo, que solo se abre para las almas perfectamente purificadas. Desde el instante en que el alma se separa del cuerpo, estará en presencia de la gloria de Dios: no verá todavía a Dios directamente, pero si el resplandor de su santidad2.

********** Le digo a mi Ángel: A todos no acucia la curiosidad de cómo será, eso

del juicio final, en el que según parece todos nos enteraremos de todas las cosas de todos.

Y él me responde: No estoy yo muy convencido de esa afirmación tuya,

de que todos os enteraréis de las cosas de todos. Primeramente hay que considerar, que los parámetros a los que se ajusta un juicio humano, nada tienen que ver con el Juicio final, y que no todos los juicios humanos son

1.- Ver: San Agustín/Antonino Tonna Barthet, O.S.A., “Nos hiciste, Señor, para Ti”. Edit. BAC 1994. Isbn 84-7914-043-7. (pág. 450). 2.- Ver: Anónimo. "El Purgatorio. Una revelación particular", (pág. 170 y 206).

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públicos, y en segundo lugar, bastante preocupado os encontraréis cada uno con vuestras propias debilidades, como para poner atención a las de los demás. Por otro lado en el fondo eso de querer enterarse las desgracias de los demás, es un gran falta de caridad y Dios precisamente, no es muy partidario de fomentar en vosotros las faltas de caridad.

En lo que respecta al juicio final comenzaré refrescándote la memoria con la bella descripción de la parte última del capitulo veinticinco del Evangelio de San Mateo, que dice así:

“Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria y todos los ángeles con El, se sentara sobre su trono de gloria, y se reunirán en su presencia todas las gentes, y separara a unos de otros, como el pastor separa a las ovejas de los cabritos, y pondrá las ovejas a su derecha y los cabritos a su izquierda. Entonces dirá el Rey a los que están a su derecha; Venid, benditos de mi Padre, tomad posesión del reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; peregrine y me acogisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; preso y vinisteis a verme. Y le responderán los justos: Señor, ¿cuando te vimos hambriento y te alimentamos, sediento y te dimos de beber? ¿Cuando te vimos peregrino y te acogimos, desnudo y te vestimos? ¿Cuando te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte? Y el Rey les dirá: En verdad os digo que cuantas veces hicisteis eso a uno de estos mis hermanos menores, a mí me lo hicisteis. Y dirá a los de la izquierda: Apartaos de mi, malditos, al fuego eterno, preparado para el diablo y para sus ángeles. Porque tuve hambre, y no me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui peregrino, y no me alojasteis; estuve desnudo, y no me vestisteis;

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enfermo y en la cárcel, y no me visitasteis. Entonces ellos responderán diciendo: Señor, ¿cuando te vimos hambriento, o sediento, o peregrino, o enfermo, o en prisión, y no te socorrimos? El les contestara diciendo: En verdad os digo que cuando dejasteis de hacer eso con uno de estos pequeñuelos, conmigo dejasteis de hacerlo. E irán al suplicio eterno, y los justos a la vida eterna” (Mt 25,31-46). Poco se puede añadir a lo escrito por San Mateo,

recogiendo las palabras de Jesús. Es esta la mejor descripción de que disponéis acerca de lo que va a pasar.

Como antes te he dicho ya, la Parusía coincidirá con el Juicio final porque dado que la Parusía es la instauración consumada del Reino de Dios, será a la vez el juicio por antonomasia. Este Juicio final, será interior. No se realizará a través de un mecanismo policial y de represalia, sino por la misma conciencia de cada uno, coronada o confundida por la luz de Dios.

Los que hayan vivido por el amor de Dios, según sus diversas modalidades, irán, con todo su impulso hacia el amor descubierto. Los que hayan vivido en el egoísmo y en el odio sin amor, o contra el amor huirán de esta luz que les confundirá y se refugiarán en la tristeza1. Cada uno escogerá voluntariamente el lugar que le corresponde, no habrá un reten de ángeles-policías, para obligar a nadie a ir a su sitio, al sitio, que él libremente ha escogido en su paso por la tierra, bien sea cultivando el amor a Dios, u viviendo de espalda o contra Él.

El juicio no debe de entenderse, como la emanación de una sentencia condenatoria por parte del Padre o del Hijo, o del Espíritu Santo, sino como la exclusión de la comunión divina, a la que no se somete el que rechaza a Jesús. El mismo condenado, se apartará de su comunión, es decir, se 1.- Ver: Laurentín, René, “Creo en Dios. los secretos de la fe”. Edit. San Pablo 1996. Isbn 84-285-1657-X, (pág. 155).

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auto condenará1. El hombre se condena a sí mismo en cuanto escoge el mal y las tinieblas, rechazando al Hijo de Dios, Luz del mundo2.

Sobre el cuerpo místico de Cristo. Le comento a mi ángel: Para muchos católicos eso del “Cuerpo místico de

Cristo”, es un algo, que no llegan a discernir plenamente, quizás sea por que la palabra “cuerpo”, les lleva a connotaciones de orden material, lo cual no encaja muy bien con la idea, que yo al menos, tengo de lo que es el “Cuerpo místico de Cristo”. Háblame un poco de este tema.

Y él me responde: Desde luego que el Cuerpo místico de Cristo, es una

realidad que pertenece por entero al orden espiritual. El uso del término “Cuerpo místico de Cristo”, tiene unas connotaciones totalmente metafóricas, por el mismo empleo del término “cuerpo”.

El Cuerpo místico de Cristo, abarca a todos los hombres que han existido existen o existirán desde el comienzo hasta el fin del mundo. Los réprobos o condenados ya en la eternidad del infierno, son los únicos que están excluidos para siempre.

Como bien sabes el Cuerpo místico de Cristo se compone de tres partes: una iglesia triunfante, constituida por los que ya están en el cielo, una iglesia purgante, constituida por los que están en el purgatorio, y un tercera iglesia militante o caminante, constituida por todos vosotros, que aún peregrináis en la tierra. Pues bien, a todos debe de enlazaros y os enlaza un bien común: el amor a Jesucristo, y 1.- Ver: Jn 12, 47-48. 2.- Ver: Rico Pavés, José. "Escatología cristiana" Edit. Quaderna 2002. Isbn 84-95383-18-7, (pág. 66).

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ese amor es el ceñidor, el cíngulo que os une, tal como os dice San Pablo en su epístola a los Colosenses:

“Y por encima de todo esto, revestíos del amor, que es el vínculo de la perfección. Y que la paz de Cristo presida vuestros corazones, pues a ella habéis sido llamados formando un solo Cuerpo. Y sed agradecidos” (Col 3,14-15). Este Amor de Cristo y a Cristo es el ceñidor que nos

une a todos, pues no solamente os une a vosotros los hombres entre sí, sino que también, nos une a nosotros los ángeles con vosotros. El Cuerpo místico esta constituido pues, no solo por los hombres sino también por los ángeles1. Lógicamente los ángeles caídos, es decir lo demonios, no forman parte de este tremendo y maravilloso conjunto de seres, en el que todos hemos sido creados para una eterna felicidad, en la alabanza y glorificación de Nuestro Señor, tanto vosotros como nosotros. A estos efectos es Santo Tomás de Aquino quien os dice: “los hombres y los ángeles están ordenados a un solo fin que es la gloria de la bienaventuranza divina. Pues el Cuerpo místico de la Iglesia no se compone solo de hombres, sino también de ángeles2”

Todos pues, formamos parte de este cuerpo místico, en el que la cabeza el elemento principal es Cristo. Él quiere que seamos todos miembros de su cuerpo místico y que, después de haber participado aquí en la tierra en su vida oculta, y en cierta medida en su vida dolorosa, participéis después en su vida gloriosa por toda la eternidad3. Como consecuencia de lo anterior, al estar los ángeles y los 1.- Ver: Santo Tomás de Aquino. Ver, Alexis Riaud, Pat, “La acción del Espíritu Santo en las almas”. Edit. Palabra 1992. Isbn 84-7118-343-9. (pág. 21). 2.- Ver: Huber, Georges, “Mi ángel marchará delante de ti”. Edit. Palabra 1995. Isbn 84-7118-097-9, (pág. 157). 3.- Ver: Garrigou-Lagrange, Reginald, O.P. “El Salvador y su amor por nosotros”. Edit. Rialp 1977. Isbn 84-321-1915-6, (pág. 346).

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hombres ordenados a una misma finalidad, la liturgia de los hombres en la tierra está asociada a la liturgia de los ángeles en el cielo. Existe una misteriosa interrelación, entre nosotros y vosotros, al igual que existe también una misteriosa interrelación, entre todos aquellos hombres que han recibido la gracia del bautismo.

En términos mercantiles, se podría decir que el Cuerpo místico de Cristo, es como una gran compañía mercantil por acciones en la que todos tenemos participaciones, de acuerdo con nuestros deseos, unos participamos más y otros menos, pero como siempre estamos todos vinculados al resultado final, habrá más dividendo o ganancia en razón al comportamiento solidario de los accionistas, y al esfuerzo conjunto.

En el cristianismo de la Iglesia militante o caminante, todos vosotros estáis vinculados a todos y al paraíso no se va, pese a, sino gracias a, los demás y con los demás. El gozo perfecto no lo alcanza cada bienaventurado por su cuenta, sino la humanidad entera glorificada. Cuanto más felices hayamos hecho a los demás, cuanto más felices sean ellos, tanto más felices seremos nosotros con ellos por toda la eternidad1.

En el cristiano no se combate nunca solo, ya que la salvación del alma de uno, no es solamente una cuestión privada entre Dios y el alma de que se trate. Se suele emplear muy frecuentemente, la expresión de que la gente se salva y se condena en racimos, porque todo hombre existe en si y fuera de si; cada hombre existe al propio tiempo en los demás, de suerte que lo que ocurre en un individuo, repercute en la totalidad de la humanidad, y lo que ocurre en la humanidad le sucede también a él2. Cuando pecáis no solo os dañáis, a vosotros mismos, sino también dañáis al

1.- Ver: Messori, Vittorio, “Apostar por la muerte”. Edit. BAC 1995. Isbn 84-7914-175-1, (pág. 260). 2.- Ver: Ratzinger, Joseph, Card. “Cooperadores de la verdad”. Edit. Rialp 1991. Isbn 84-321-2744-2, (16/11. pág.435).

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conjunto del cuerpo de Cristo que es la Iglesia. De la misma forma una buena acción de un miembro, repercute positivamente en el bien de todos los demás.

Nadie se santifica únicamente para si mismo. Todo el Cuerpo místico de Cristo se resiente positiva o negativamente con el bien o con el mal de cualquiera de sus miembros. Nadie se salva por si mismo, ni se condena tampoco por si solo1. En otras palabras, volviendo al símil de la sociedad mercantil no anónima, los negocios negativos de un miembro repercuten en el conjunto de la sociedad, al igual que también repercuten en la sociedad, las ganancias de un solo miembro.

********** Le pregunto a mi Ángel: Y en este contexto, cual es la posición de Nuestro

Señor. Y él me responde: Cristo es la cabeza de esta multitud, de este conjunto

de seres creados todos por Dios. Es la cabeza visible de todo.

Pero para gozar de la pertenencia a esta sociedad, hablando en términos mercantiles humanos, se ha de estar con la documentación en regla, que en este caso es encontrarse en estado de gracia en comunión con Cristo, por que claramente Él os dijo:

“Permaneced en mí como yo en vosotros….Yo soy la vid. Vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto, porque sin mí no podéis hacer nada. El que no permanece en mí es echado fuera, como el

1.- Ver: Finkler, Pedro. “La oración contemplativa”. Edit. San Pablo 1992. Isbn 84-285-1364-3, (pág. 119).

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sarmiento, y se seca, y los amontonan y los arrojan al fuego para que ardan. Si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que quisiereis y se os dará” (Jn 15, 5-7). Estas palabras de Jesús, son como indica el

Catecismo de la Iglesia católica, el anuncio de una comunión misteriosa y real entre su propio cuerpo y el nuestro1.

“Quien come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él” (Jn 6,56). Solo estaréis con la documentación en regla, cuando

viváis en la gracia de Cristo, porque fuera de Él, no hay posibilidad alguna de salvación.

El parágrafo 790 del catecismo de la Iglesia católica os dice:

“Los creyentes que responden a la Palabra de Dios y se hacen miembros del Cuerpo de Cristo, quedan estrechamente unidos a Cristo: "La vida de Cristo se comunica a los creyentes, que se unen a Cristo, muerto y glorificado, por medio de los sacramentos de una manera misteriosa pero real". Esto es particularmente verdad en el caso del Bautismo por el cual nos unimos a la muerte y a la Resurrección de Cristo, y en el caso de la Eucaristía, por la cual, "compartimos realmente el Cuerpo del Señor, que nos eleva hasta la comunión con Él y entre nosotros". La pertenencia al cuerpo de Cristo, no merma de

ninguna forma vuestra individualidad humana, que es propia de vuestra naturaleza. Al igual que en Dios hay tres 1.- Ver: “Catecismo de la Iglesia Católica”. Edit. Asociación Editores del Catecismo 1994. Isbn 84-288-1102-4, (prgf. 787).

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Personas, sin embargo sólo hay una naturaleza divina; así también en el Cuerpo místico de Cristo hay millones de personas que participan de la naturaleza divina, pero cada una conservando su propia naturaleza humana1. Ten presente, que Dios no solo es tremendamente respetuosos con el libre albedrío de que os dotó el día que os creó, sino también de esa singularidad, que Él ha querido que tengamos todos; vosotros y nosotros, porque tampoco los ángeles estamos creados en serie.

Dios no hace nada en serie. La fabricación en serie, es siempre la expresión de una capacidad intelectual limitada, que no puede dominar la singularidad de un número grande de unidades, y sistematiza para poder dominar mejor. Todo en Dios es ilimitado y por supuesto su mente también lo es, por lo que no tiene necesidad alguna de crear en serie. Dios crea en la singularidad y se recrea en ella, conociéndonos a todos y amándonos, como si cada uno de vosotros o de nosotros, fuéramos el único ser por Dios creado. Empleando un pobre símil, es como si el presidente de la Ford, fuese capaz el solo, de diseñar y fabricar uno a uno, y de forma distinta, todos los millones de coches, que anualmente salen de las cadenas de montaje de la fábrica, y todos ellos, los tuviese en su memoria con las características específicas de cada uno de ellos.

Sobre la comunión de los santos. Le comento a mi ángel: Varios de los temas de los que ya hemos hablado se

encuentran dentro de la declaración del Credo. Más de una vez rezamos el Credo, y cuando lo rezamos, manifestamos creer en algo, que después, no nos ponemos a considerar.

1.- Ver: Boylan, Eugène. O. Cist. R., “El amor supremo”. Edit. Rialp 1991. Isbn 84-321-0911-8, (pág. 66).

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Este es el caso de la llamada “comunión de los santos”. No sé si tengo una correcta idea de lo que esto significa.

Y él me responde: La comunión de los santos es un tema íntimamente

relacionado con el Cuerpo místico de Cristo, tema este, del que antes hemos ya hablado. Entre todos los miembros del Cuerpo místico de Cristo, existe una comunión o participación conjunta de bienes espirituales.

Sintéticamente te diré que: la Comunión de los Santos que profesáis en el Credo, significa que el bien de todos se convierte en el bien de cada uno, y el bien de cada uno se convierte en el bien de todos. No se trata de una participación en los bienes de este mundo, sean estos, materiales, culturales, artísticos, sino una comunidad de bienes imperecederos, con los que nos podemos prestar, unos a otros una ayuda incalculable1.

El amor que es el aglutinante de todo, preside y une a los miembros del Cuerpo místico de Cristo, como antes te he hablado, y ese amor os obliga a todos; os obliga a amar, lo que es amado por Cristo. Así las almas de los santos ya en el cielo, los miembros de la iglesia triunfante, aman a las almas que se encuentran en el purgatorio y en la tierra y no se trata de un amor meramente pasivo, sino que es un amor tremendamente activo, porque ellos, tratan de ayudaros y os ayudan en vuestra dificultades, os ayudan a caminar hacia el cielo, os ayudan a que vosotros también, lleguéis un día a formar parte de la iglesia triunfante. Esto es lo que desean los santos, porque esto es, lo que vehemente desea Cristo para todos vosotros, y si Cristo es quien lo desea, como puedes suponer nosotros los ángeles lo deseamos también vehementemente. En resumen todos lo deseamos, pero muchas veces y a la vista de vuestros comportamientos, da la sensación de que los únicos que no lo deseáis sois vosotros. 1.- Ver: Fernández Carvajal, Fco. “Hablar con Dios”. Edit. Palabra 1993. Isbn 84-7118-473-7. (II. 530; V. 546).

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La comunión de los santos se extiende a todo bautizado, hasta los cristianos más abandonados; por más solo que se encuentre un cristiano, sabe muy bien que jamás muere sólo: toda la Iglesia está junto a él para devolverlo a Dios, que fue quien lo creo.

Este vínculo es de una fuerza total, mucho más potente que los lazos de sangre, aunque no sea así apreciada por muchos de vosotros, que ni siquiera tenéis idea de lo que representa todo esto. No hay ninguna relación humana, por estrecha que sea, que se asemeje a nuestra unión con Jesús y con quienes siguen a Jesús1. Es el lazo de mutuo amor a Dios el que os une y a los santos les une a vosotros. Es como una fuerte corriente subterránea, que no vemos porque está oculta, pero no por ello deja de existir y ser superior en fuerza a lo que se os muestra ante vuestros ojos. Dais valor a lo que veis con los ojos de vuestra cara y sin embargo la mayoría de las veces, por no decir siempre, aquello que solo podéis captar con los ojos de vuestra alma, es infinitamente más valioso, que lo que veis con los ojos de vuestro cuerpo.

La fuerza de ese amor, ya os la puso de manifiesto Jesús, cuando le anunciaron que estaban allí, su madre y sus hermanos:

"El, respondiendo, dijo al que le hablaba: ¿Quien es mi madre y quienes son mis hermanos? Y extendiendo su mano sobre sus discípulos, dijo: He aquí mi madre y mis hermanos. Porque quienquiera que hiciere la voluntad de mi Padre, que esta en los cielos, ese es mi hermano, y mi hermana y mi madre” (Mt 12,48-50). Que nadie entienda en estas palabras de Jesús, un

menosprecio a su Madre, tal como se pueda materialmente deducir a primera vista de estas palabras, si es que ellas, se 1.- Ver: Fernández Carvajal, Fco. “Hablar con Dios”. Edit. Palabra 1993. Isbn 84-7118-473-7. (IV. 259).

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contemplan desde el plano meramente humano y terrenal. Pero hay que tener en cuenta, que la primera y más calificada alma unida por lazo espiritual a Dios, era y es la Santísima Virgen María, nuestra Madre celestial.

Evidentemente los santos del cielo no están, salvo casos concretos que puedan darse y de hecho se dan, unidos a nosotros por lazos de sangre, sino por el lazo espiritual del amor a Dios. Ellos aman las almas que Jesús ama y el amor que tienen por las almas del purgatorio y de la tierra, no es un amor pasivo. Los santos anhelan ayudar a estas almas, en su caminar hacia la gloria, cuyo valor infinito son capaces de apreciar mucho más ahora, que como no podían hacerlo antes1.

Conozco el caso curioso de una persona que tiene un familiar fallecido en olor de santidad, y al que se le atribuyen varios favores milagrosos a personas que han invocado su intercesión; pues bien, el familiar, de esta probable futura alma beatificada, se queja de que a él, su pariente no le concede ningún favor, lo cual para el que comprenda las cosas del espíritu, es fácil de entender. El que mira materialmente, no comprende que el mejor pariente, para el que ya está glorificado, es aquél que más ama a Cristo. El valor de los antiguos lazos familiares terrenos, en el cielo se os transformarán totalmente, en función del amor a Dios.

Los cristianos, disponéis todos de un tesoro de valor incalculable, gracias al cual vuestra salvación, si es que de verdad queréis salvaros, está siempre asegurada. Me refiero a los méritos, de la Pasión y Muerte de Cristo Nuestro Señor, que precisamente para eso bajó a la tierra, para redimiros de vuestra condición de esclavos de satanás.

Estos méritos de Jesucristo son de carácter inagotables, forman parte del tesoro de la Iglesia, y a ellos hay que añadir, los méritos de la Virgen María y los de todos 1.- Ver: Leo J. Trese. Ver, Fernández Carvajal, “Hablar con Dios”. Edit. Palabra 1993. Isbn 84-7118-473-7. (II. 531).

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los santos, que aunque son de cuantía inferior, no por ello dejan de beneficiaros. Vosotros contáis siempre con la intercesión de los que os precedieron y han alcanzado ya la vida eterna, es decir contáis con una comunicación de bienes espirituales, lo que en términos específicos se denomina la “comunión de los santos”, y por supuesto no es necesario que estéis unidos por lazos de sangre a ningún santo del cielo, pues cualquiera de ellos, muy gustoso, se prestará a ser vuestro mediador e intercesor. Pero eso sí, para procuraros solamente, aquello que os ayude a llegar al cielo, sea lo que sea, pero no el procuraros una regalada vida en la tierra y después querer alcanzar el cielo. No se puede servir a dos señores, y tu bien que lo sabes.

Como consecuencia de lo expuesto, los santos interceden por vosotros, ante el Padre celestial, porque los que ya han logrado alcanzar la gloria, están ahora, arrodillados ante el trono de Nuestro Señor, y están en una posición mucho más ventajosa para pedirle ayuda a Dios en vuestro nombre, que cualquiera que siga viviendo en la tierra1. Pero, vuelvo a repetirte, no os equivoquéis, los favores que están siempre dispuestos los santos a proporcionaros, son más de carácter espiritual que material, y vosotros donde ponéis énfasis es en los favores de orden material, sin daros cuenta que muchas veces, la realización de esos favores, no os ayudan a obtener vuestra salvación.

Sobre la Santísima Trinidad. Le comento a mi ángel: El misterio de la Santísima Trinidad, al igual que

otros temas de los que ya me has hablado, forma parte de la declaración del Credo, aunque directamente, no se dice:

1.- Ver: M. Angélica, Madre/Allison, Christine. “Respuestas no promesas de la madre Angélica”. Edit. Planeta 1999. Ibsn 84-08-02961-4, (pág. 187).

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“Creo en la Santísima Trinidad”, si indirectamente afirmamos: Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria…

Lógicamente, ya lo sé y soy consciente, de que no te puedo pedir que me aclares el misterio, pues si así fuese, dejaría de ser misterio, pero si te pido que hasta donde puedas me aclares algunas ideas sobre este tema.

Y él me responde: Como tú mismo me reconoces, yo no puedo

ampliarte tu capacidad intelectual cognoscitiva, hasta el extremo de que veas y entiendas con claridad, lo que para vosotros es el misterio de la Santísima Trinidad, y que tal misterio deje de serlo para ti. Esto solo puede hacerlo Dios, y que yo sepa no lo ha hecho con ningún ser humano.

Se cuenta la historia, de que un día iba San Agustín, el obispo de Hipona, paseando por una playa y meditando acerca de este misterio, y en este paseo, tropezó con un niño que había hecho con sus manos, un pequeño hoyo en la arena y con una concha estaba vaciando agua del mar, en este hoyo. Le preguntó San Agustín, que, que era lo que hacía, y el niño le contestó: estoy tratando de meter en este hoyo toda el agua del mar. San Agustín le contestó sonriendo: eso es imposible, en ese hoyo no cabe toda el agua del mar, a lo que el niño le contestó: más imposible es que quepa en tu mente lo que estas meditando, y dicho esto desapareció. Si esto de verdad sucedió, el niño debió de ser un colega mío.

A ninguno de vosotros, los hombres, se os ocurriría ni os molestaríais en explicar a un niño de cinco años, un problema de física nuclear. Y, sin embargo la distancia que hay entre la inteligencia de un niño de cinco años y la de una persona que domine los últimos avances de la ciencia nuclear, es nada, comparada con la que existe entre la más brillante mente humana y la verdadera naturaleza de Dios. Hay un límite en lo que la mente humana puede captar y

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entender, y ningún intelecto humano o no, pero siempre creado por Dios, que es el Creador de todo, puede llegar a alcanzar las profundidades de Dios, que es un Ser infinito1.

Vuestra mente carece de capacidad para comprender muchas cosas, entre otras, lo que es y representa la grandeza y omnipotencia de Dios, y concretamente, este misterio de la Santísima Trinidad, es una de ellas.

Dios, ciertamente, ha dejado huellas de su ser trinitario en su obra de Creación y en su Revelación a lo largo del Antiguo Testamento. Pero la intimidad de su Ser como Trinidad Santa constituye un misterio inaccesible a la sola razón e incluso a la fe de Israel antes de la Encarnación del Hijo de Dios y el envío del Espíritu Santo2.

Jesús os desveló solo un poco de lo que sucede en el seno del Dios Trinidad. Por la sencilla razón de que no podéis aprehender la intensidad del diálogo divino ni poder soportar el ardor del amor entre el Padre, el Hijo y su Espíritu3.

Este misterio de fe, no puede ser pues conocido, si no solo, si previamente, se os es revelado desde lo alto.

********** Le digo a mi ángel: De acuerdo, pero no obstante, hasta donde puedas

llegar, algo me podrás hablar algo sobre este tema; ¡digo yo! Y él me responde: Visto desde fuera de la fe cristiana, para los demás,

sean estos musulmanes, hebreos, o de otras religiones, la fe cristiana es una creencia politeísta o sea de varios dioses, no 1.- Ver: Trese, Leo J. “La fe explicada”. Edit. Rialp 1994. Isbn 84-321-1805-2, (pág. 39). 2.- Ver: “Catecismo de la Iglesia Católica”. Edit. Asociación Editores del Catecismo 1994. Isbn 84-288-1102-4, (prgf. 237). 3.- Ver: Danneels, Card. “Hombre amable Dios adorable”. Edit. PPC 1997. Isbn 84-288-1364-7, (pág. 48).

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monoteísta o sea de un solo Dios, ya que para ellos, vosotros los cristianos adoráis a más de un dios. Concretamente los musulmanes menosprecian a los cristianos, por considerarlos totalmente politeístas. Desde luego que esto, es un craso error por parte de ellos.

El misterio de la Santísima Trinidad, es absolutamente incomprensible para todos ellos, más aún de lo que lo es para vosotros, y curiosamente la existencia este misterio en el cristianismo, es la garantía más clara, evidente y absoluta, de que el cristianismo es lo que realmente representa y quiere Dios para el hombre, pues a ningún ser humano, se le podría haber imaginado nunca, la emisión de una religión apoyada y basada en algo tan sublime, como es el misterio de la Santísima Trinidad.

En este sentido, se os manifiesta el autor católico Etienne Brot, al deciros que: es patente que no fueron los cristianos de los primeros tiempos, quienes inventaron la Santísima Trinidad. Ningún hombre por genial que sea, es capaz de imaginarse esta idea de Dios, que sobrepasa la capacidad de la inteligencia humana; una idea, de la que el mismo Jesucristo habló muy poco durante su vida pública, esperando a la víspera de su muerte, para desvelaros lo esencial.

"Muchas cosas tengo aún que deciros, mas no podéis llevarlas ahora; pero cuando viniere Aquél, el Espíritu de verdad, os guiará hacia la verdad completa, porque no hablará de si mismo, sino que hablará lo que oyere y os comunicará las cosas venideras. El me glorificará, porque tomará de lo mío y os lo dará a conocer. Todo cuanto tiene el Padre es mío; por esto os he dicho que tomará de lo mío y os lo dará a conocer” (Jn 16, 12-13). Como todos sabéis, la condición de cristiano, se

adquiere por medio del sacramento del bautismo y precisamente este, no se administra individualmente en

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nombre de Dios Padre, o de Dios unigénito, o Dios Espíritu Santo, sino en nombre de la Santísima Trinidad, en el nombre de los tres. La formula bautismal es muy conocida por todos vosotros: “Yo te bautizo, en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amen”.

La vida trinitaria, es recibida por vosotros en el bautismo, y no se desarrolla más que en Cristo Jesús, que es vuestro Redentor. A partir de ese momento, el bautizado adquiere la condición de hijo de Dios y de heredero de su gloria.

El Catecismo de la Iglesia católica, inicialmente os dice:

"El misterio de la Santísima Trinidad es el misterio central de la fe y de la vida cristiana. Es el misterio de Dios en sí mismo. Es, pues, la fuente de todos los otros misterios de la fe; es la luz que los ilumina. Es la enseñanza más fundamental y esencial en la “Jerarquía de las verdades de fe". Toda la historia de la salvación no es otra cosa que la historia del camino y los medios por los cuales el Dios verdadero y único, Padre, Hijo y Espíritu Santo, se revela, reconcilia consigo a los hombres, apartados por el pecado, y se une con ellos1”. Y más adelante en otro parágrafo, se os da un cierto

grado de luz acerca de este misterio de la Santísima Trinidad, al decir el catecismo que: "La Trinidad es una. No confesamos tres dioses sino un solo Dios en tres personas: “La Trinidad consubstancial". Las personas divinas no se reparten la única divinidad, sino que cada una de ellas es enteramente Dios: “El Padre es lo mismo que es el Hijo, el Hijo lo mismo que es el Padre, el Padre y el Hijo lo mismo que el Espíritu Santo, es decir, un solo Dios por naturaleza". 1.- Ver: “Catecismo de la Iglesia Católica”. Edit. Asociación Editores del Catecismo 1994. Isbn 84-288-1102-4, (prgf. 234).

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“Cada una de las tres personas es esta realidad, es decir, la sustancia, la esencia o la naturaleza divina1".

Las tres personas son igualmente eternas y sumamente iguales, sumamente semejantes y están unidas entre si. En el Padre está todo el Hijo y todo el Espíritu Santo; en el Hijo está todo el Padre y todo el Espíritu Santo; y en el Espíritu Santo está todo el Padre y todo el Hijo. Aunque el poder se atribuya al Padre, la sabiduría al Hijo, y el amor al Espíritu Santo, uno y mismo es el poder, la sabiduría, y el amor de las tres Personas2.

La persona del Hijo y la persona del Padre son idénticamente Dios, de tal manera que uno procede eternamente del otro. Así como el Padre no tiene principio, tampoco el Hijo no tiene desarrollo ni subordinación. Igualdad genera igualdad. Lo eterno genera lo eterno.

Para dar un cierto grado de explicación, San Agustín pone el ejemplo de la llama, la luz y el calor. La llama permanece distinta de la luz que procede de ella. No obstante la llama no precede a la luz que genera. Ambas existen a la vez, coexisten, aún cuando la una proceda distintamente de la otra. “Muéstrame una llama sin luz, y yo te mostraré un Dios Padre sin el Hijo”, nos dice San Agustín. Pudiéramos decir que no solo la luz procede de la llama sino que además el calor procede de la llama y de la luz. Ninguna de las tres realidades precede a la otra. Son concomitantes, no podemos mostrar una llama que no vaya acompañada de luz y calor. Dios es Padre, Hijo y Espíritu. Los tres son co-iguales, co-existentes y co-eternos3.

Existe también la idea de comparar este misterio con los tres lados de un triángulo, o bien, referirse a la naturaleza del agua, que sin perder tal condición de agua, se nos ofrece 1.- Ver: “Catecismo de la Iglesia Católica”. Edit. Asociación Editores del Catecismo 1994. Isbn 84-288-1102-4, (prgf. 253). 2.- Ver: Luís de Blois/Garrido Bonaño, Manuel, O.S.B. “Blosio. Obras selectas”. Edit. BAC 1995. Isbn 84-7914-190-5. (pág. 186). 3.- Ver: Nemeck F. K. y Coombs M. T. "El camino de la dirección espiritual”. Edit. espiritualidad 1987. Isbn 84-768-187-7, (pág. 18).

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en tres distintas vertientes, de acuerdo con su estado: sólido cuando es hielo, líquido cuando es propiamente agua, o gaseoso, cuando es vapor de agua. Pero todos estos símiles, se quedan muy lejos, de la divina sublimidad de este misterio.

Para Ronald A. Knox, antiguo pastor anglicano convertido al catolicismo en 1917, para entender el misterio de la Santísima Trinidad, hay que partir de la base, de que desde toda la eternidad, la Mente de Dios produce un pensamiento que es igual que Él, y una misma cosa con Él. Esto es lo que llamáis el Verbo divino, la segunda persona de la Santísima Trinidad. Y en ese mismo instante entre esa Mente divina y ese Pensamiento divino brota el Amor; un Amor que fluye y refluye entre los dos en perfecta armonía. Es un tercera persona que enriquece la vida de Dios; a ese Amor eterno lo llamamos Espíritu Santo1.

El misterio de la Santísima Trinidad es el misterio de la “circumincesión”2 que los orientales llaman la danza de la “pericoresis”. Los tres son uno, con una unidad de circulación recíproca: en la visión, en el amor y en el abrazo de las personas entre si. Es el fuego de dos miradas que se devoran por amor y producen una tercera persona3.

********** Le comento y le pregunto a mi ángel: Dentro de tus limitaciones, que no de tus

conocimientos, creo que has llegado al límite, pero creo también, que algo más me puedes proporcionar, si no es referido a la esencia y naturaleza del misterio de la

1.- Ver: Knox A. Ronald, “El Credo a cámara lenta”. Edit. Palabra 2000. Isbn 84-8239-408-8, (pág. 41). 2.- Ver: DRAE.- circumincesión. (Del lat. eclesiástico circumincesión) 1. f. Rel. Presencia recíproca de las tres personas de la Trinidad. 3.- Ver: Lafrance, Jean. “Perseverantes en la oración”. Edit. Narcea S. A. 1998. Isbn 84-277-0664-2, (pág. 209).

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Santísima Trinidad, si al menos a nuestra percepción del mismo. ¿Cómo puede esta, realizarse por nuestra parte?

Y él me responde: Vuestra percepción de la Santísima Trinidad, estará

siempre supeditada y en función de vuestra vida de oración. Sin oración nada entenderéis ni nada comprenderéis nunca. La oración os pone en el camino de incrementar el amor a Dios, y es a través de este medio, que es la oración, como, podréis entender algo. La oración da luz a los sentidos de vuestra espíritu, da luz los a los ojos de de vuestra alma, y solo a través de estos, es como podréis llegar a entender algo.

En la medida en que por medio del amor, avancéis por el camino espiritual, iréis experimentando cada vez más el contacto con las tres personas de la Santísima Trinidad, a las que estáis llamado a contemplar: Al Padre, como ser infinitamente amoroso, dulce, solícito acogedor, compasivo de nuestras faltas y misericordioso. Al Hijo, como único medio de llegar al Padre, como vuestro Salvador, que por amor se entregó a si mismo, y por amor especial y único a cada uno de vosotros. Al Espíritu Santo, como la suma expresión del amor que une al Padre con el Hijo, y al Hijo con el Padre, todos ellos, los tres forman un todo, del que un día, si habéis triunfado, llegaréis a participar.

No puedes comprender nada de la oración de Jesús, si la abstraes del misterio de la Santísima Trinidad. Jesús, tiene continuamente conciencia, del lazo vivo que le une al Padre y a cambio se ofrece totalmente a Él y le manifiesta:

“Todo lo mío es tuyo, y lo tuyo mío” (Jn 17,10). La vida trinitaria es la esencia misma de la oración

contemplativa. Orar es tomar conciencia de las nuevas relaciones que existen entre las Personas de la Trinidad y tú, es dejarse arrastrar por el movimiento mismo de la vida trinitaria.

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Nunca llegarás a orar bien, si no sabes permanecer largo tiempo frente al misterio de la Santísima Trinidad. Es preciso dejarse coger, en este movimiento de amor que lleva a Jesús en el seno del Padre. Por eso, Cristo te pide con insistencia que mores con Él:

“Que todos sean uno como Tú, Padre, en mí y yo en Ti, que ellos sean también uno en nosotros” (Jn 17,21)1.

Sobre el Espíritu Santo. Le comento y le pido a mi ángel: A la vista de todo lo que anteriormente me has

manifestado, y volviendo directamente al tema central de la Santísima Trinidad, me queda muy claro, que esta no es otra cosa, más que un foco de Amor recíproco, entre Padre e Hijo, y entre Hijo y Padre, y de los cuales emerge esplendoroso la síntesis pura del Amor, que es el Espíritu Santo. Esta maravilla de Amor, es el todo del universo, es el Todo de todo. Háblame más de ese gran desconocido que es el Espíritu Santo.

Y él me responde: En el primitivo cristianismo, históricamente, la

divinidad del Hijo fue admitida de inmediato; en cambio la del Espíritu Santo se integró con mayor lentitud en la fe cristiana. Se comprende esto fácilmente, pues al ser esta tercera Persona de la Santísima Trinidad un Espíritu por excelencia y no estar sometida a los sentidos es más difícilmente reconocible. Solamente se la puede percibir a través de sus efectos y de su influencia espiritual2. Como 1.- Ver: Lafrance, Jean. “Ora a tu Padre”. Edit. Narcea S.A. 1991. Isbn 84-227-0471-2, (pág. 143; 38 y 112). 2.- Ver: Brot, Etienne. “Semillas de oro de la Biblia”. Edit. Palabra 1996.

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bien sabemos, en el orden espiritual todo lo que existe y acontece, más que verlo, lo que ocurre es que lo percibís por sus efectos.

Fue Jesucristo, en su paso por la tierra quién primeramente os reveló la existencia del Espíritu Santo, la tercera persona de la Santísima Trinidad, primeramente en alusiones, más o menos veladas1 y después claramente en la última cena les anuncia a su discípulos, según el evangelio de San Juan, la llegada del Espíritu Santo, cuando primeramente les dice:

"Si me amáis, guardaréis mis mandamientos; y yo rogaré al Padre, y os dará otro Abogado, que estará con vosotros para siempre: el Espíritu de verdad, que el mundo no puede recibir, porque no le ve ni le conoce; vosotros le conocéis, porque permanece con vosotros y está en vosotros” (Jn 14,15-17). Más adelante en el transcurso de la cena y según San

Juan, les manifiesta: “Os conviene que yo me vaya; si me marcho, os enviare al Paráclito” (Jn 16,7). Y al final de la cena vuelve a insistir en esta

revelación hablándoles con más claridad, cuando les dice: "Muchas cosas tengo aún que deciros, mas no podéis llevarlas ahora; pero cuando viniere Aquél, el Espíritu de verdad, os guiará hacia la

Isbn 84-8239-072-4, (pág. 34 y 38). 1.- Hay una alusión inicial por parte del arcángel San Gabriel, cuando este le manifiesta a la Virgen: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti y te cubrirá con su sombra” (Lc 1,35). También San Juan en su evangelio, manifiesta: “El espíritu es el que da vida, la carne no aprovecha para nada. Las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida;” (Jn 6,63).

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verdad completa, porque no hablará de si mismo, sino que hablará lo que oyere y os comunicará las cosas venideras. El me glorificará, porque tomará de lo mío y os lo dará a conocer. Todo cuanto tiene el Padre es mío; por esto os he dicho que tomará de lo mío y os lo dará a conocer” (Jn 16,12-13). El Espíritu Santo, es el Espíritu de Amor, que a las

almas, las lanza hacia su santificación. Esta función, la realiza el Espíritu Santo, por medio de la administración de los dones y gracias que os proporciona y os encaminan hacia vuestra salvación.

En la Santísima Trinidad, el Espíritu Santo, es el gran administrador de los dones gracias y dádivas que nos abre las puertas del Hijo unigénito Jesucristo, que es el gran mediador, que nos lleva al padre, porque Él os dijo:

“Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mi” (Jn 14,6). Y también por medio de San Mateo os dijo: “Nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo quisiere revelárselo” (Mt 11,27). Jesucristo os abre las puertas de acceso para

integraros en la gran Luz que es el Padre. ********** Le interrumpo y le digo a mi ángel: Un momento, antes de que me entres a explicar el

tema del modo o forma de actuación del Espíritu Santo, háblame un poco de su esencia, de su característica esencial. De pasada, lo has llamado antes Espíritu de Amor. ¿Debo de entender, que el amor, es su esencia?

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Y él me responde: Pues si, el amor es la característica esencial de la

tercera divina Persona. Ella, es la consecuencia del recíproco amor de las otras dos Personas divinas. Para explicarte esto tengo que volver un poco atrás y replantearte otra vez el misterio de la Santísima Trinidad, que es la clave suprema de todo. Es decir, hablarte de este misterio desde otro ángulo explicativo.

El conocimiento que Dios tiene de Si mismo, es un conocimiento infinitamente perfecto. Es decir, la imagen que Dios tiene de Sí, en su mente divina es una representación perfecta de Si mismo. Pero para que esta representación sea perfecta, ha de ser una representación viva, porque vivir es existir. El existir es la naturaleza de Dios, existir es lo propio de su naturaleza divina. Una imagen mental de Dios que no viviera, no sería una representación perfecta.

La imagen viviente de Sí mismo, que Dios tiene en su mente, la idea de Sí, que Dios está engendrando desde toda la eternidad en su mente divina, se llama Dios Hijo. Podríamos decir que Dios Padre es Dios en el acto eterno, “de pensarse a Sí mismo”; Dios Hijo es el pensamiento vivo y eterno que se genera en ese pensamiento. Y ambos el Pensador y el Pensado, (Dios Padre y Dios Hijo), son una y la misma naturaleza divina.

Expresado todo lo anterior de una forma más burda, es como si Dios se contemplase en un espejo y se viese su esencia reflejada en el mismo. Hasta aquí hay un solo Dios, pero dos Personas divinas.

Y ahora, veamos de qué manera nace la tercera divina Persona, en este planteamiento de la esencia de la Santísima Trinidad. Dios Padre y Dios Hijo, contemplan cada uno la amabilidad infinita del otro. Y fluye así entre estas dos Personas, un Amor divino. Es un Amor tan perfecto de tan infinito ardor que es un amor viviente. Es el

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Espíritu Santo que nace del mutuo amor entre Padre e Hijo1. Es pues, el Espíritu Santo el Espíritu de Amor, del amor recíproco entre Dios Padre y Dios Hijo.

Es San Pablo el que os dice: “El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que habita en nosotros. Aleluya” (Rm 5, 5). La actuación divina hacia vosotros es siempre una

actuación en función del amor que Dios os tiene, y ese amor se derrama en vosotros, por medio del Espíritu de Amor. Y así entramos si te parece en las funciones o actuaciones del Espíritu Santo, para que todos seáis santificados.

El Espíritu Santo es la fuerza que impulsa a Dios a salir de si mismo, que le impulsa a crear, a revelarse, y hasta encarnarse. El amor fue el impulso que le movió a Dios a crearos; el amor fue el impulso que le movió a Dios a revelaros los misterios de la divina esencia, hasta el límite del posible conocimiento de vuestras mentes; el amor fue el impulso que le movió a Dios, con anterioridad a la llegada de su Hijo al mundo, ha utilizar a los profetas, para que os revelasen lo necesario; el amor, y solo el amor, fue el impulso que movió a Dios a enviaros a su Hijo para vuestra Redención.

Por amor y solo por amor a vosotros, se realizó el misterio de la Encarnación en María, que era una doncella virgen que habitaba en Nazaret, y que fue elevada a la condición de Madre de Dios y Madre de todos vosotros.

En el amor, todos: la Santísima Trinidad, vosotros los hombres y nosotros los ángeles, estaremos un día no tan lejano como piensas, unidos, seremos todos uno, como el Padre es uno con el Hijo, y estaréis donde el Hijo esté, a fin de que podáis contemplar su gloria y participar de ella. Si el 1.- Ver: Leo J. “La fe explicada”. Edit. Rialp 1994. Isbn 84-321-1805-2, (pág. 111 y 112).

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Padre forma un todo con el Hijo y con el Espíritu de Amor que los une, de ese todo, el que participe será divinizado. Seréis hijos de Dios, para eso habéis sido creados y rescatados de las garras del maligno.

Vuestra futura felicidad, la que le espera al que persevere, no podéis ni imaginarla. Volvemos a lo de antes; en un hoyo de la playa, no cabe toda el agua del mar. Vuestra futura felicidad, es la unión vuestra con la Santísima Trinidad, previa vuestra transformación. Y poco más habéis de saber, aunque ya se, que os gustaría estar enterados de todo, pero cuando Dios os lo vela, es porque así es mejor para vosotros. En vosotros, en los que estéis en la lista de los elegidos, se operará la llamada “unión transformante”, que os convertirá en llama viviente de amor. Por supuesto que en esa elección divina, vosotros tenéis un importante cometido, cual es el de acumular en esta vuestra vida, los méritos suficientes para que Dios os elija. Vosotros no tenéis problema alguno, porque Él, está siempre ansioso de poderos elegir, de inscribir vuestro nombre en la lista de los elegidos.

Una de las facetas o características del amor, es que este transforma siempre, transforma al que ama en la persona del amado. Es principio conocido, sobre todo por los místicos, que cuanto más améis a Cristo más os transformaréis en Cristo. Porque el amor transforma, siempre asemeja y tiende a unir al que ama, con la persona del amado. El amor divino, es un fuego transformante, que todo lo devora, por eso se sabe que el que de verdad se acerca a Dios, queda para siempre transformado, devorado por el amor a Dios.

La oración es el medio, fundamental para iniciarse en la obtención de este amor transformante, incluso ya aquí abajo. Por ello refiriéndose a la oración un autor espiritual francés escribió1: “Dios es un fuego devorador, un fuego que 1.- Ver: Lafrance, Jean, “Morar en Dios”. Edit. San Pablo 1995. Isbn 84-285-1902-1, (pág. 264).

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consume. Transforma en Él todo lo que toca. No se puede pretender acercarse a Dios sin dejarse devorar por este fuego. Por eso la oración es una aventura peligrosa”.

********** Le interrogo a mi ángel: ¿Y en que consiste la plenitud de ese amor

transformante de que me hablas? Y él me responde: Nuestro Señor, no considera conveniente, que por

ahora, tengáis todos un pleno conocimiento de lo que me preguntas, pero si te puedo decir, que en vida de muchos santos, pero no de todos, estos han tenido un poco de cielo en la tierra, porque han sido arrebatados por el fuego de este amor que dulcemente quema y parte el corazón humano. No han alcanzado una plenitud, porque esta solo se alcanza en el cielo, pero si han tenido el goce de un pequeño anticipo.

San Juan, el evangelista que definió a Dios como Amor y solamente amor, os dice en su primera carta:

“Queridos, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal cual es.” (1Jn 3,2).

Vosotros, un día, el día en que fuisteis creados,

salisteis de la Trinidad, y a la Trinidad volveréis, os integraréis en la Trinidad. Seréis semejantes, porque la fuerza transformante del Amor divino, os habrá hecho criaturas semejantes, y esto, de acuerdo con lo que os dice, en esta primera epístola de San Juan: Se realizará porque veréis a la Santísima Trinidad tal cual es. Participaréis de ese formidable foco de amor reciproco, que une al Padre con el Hijo, por medio del Espíritu de Amor, que es el Paráclito que ahora vela por vosotros en esta vida.

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Mientras tanto, hasta que todo lo anterior no se realice, en esta vida estáis para meritar, es decir, a fin de generar los méritos suficientes, que os lleven a transformaros plenamente en hijos de Dios. Hijos de Dios ya lo sois desde el momento en que habéis sido bautizados, pero la plenitud de esta condición solo la alcanzareis en el cielo. Ahora vuestra filiación puede confirmarse, pero también puede perderse, si es que no aceptáis el amor de Dios, y vuestros días no terminan en estado de gracia con Dios.

Cuando llegáis a esta vida, con el Bautismo, os iniciáis en la vida trinitaria. El Bautismo os otorga el pasaporte para llegar a la plenitud de la vida trinitaria, pero falta poner en ese pasaporte, los correspondientes sellos y visados, y estos son de vuestra cuenta. Jesucristo con su venida al mundo, su muerte y su Pasión, os redimió, y con el Bautismo, os limpió del pecado inicial, es decir, os regaló el pasaporte, un pasaporte limpio. Conseguir los visados y las autorizaciones, para cruzar la frontera del cielo, es algo que, tiene que ser de cuenta vuestra, aunque para ello, nunca ha de faltaros la ayuda divina, en forma de dones y gracias. Pero, ¡ojo! No cometáis el error de perder vuestro pasaporte, sacrificándolo a las apetencias de satanás.

El Espíritu Santo, que es el Espíritu de la Verdad y del Amor, es el que os guía hacia vuestra santificación, por medio de sus mociones e inspiraciones. Él es, el que os conduce a vuestra santificación.

********** Le interrumpo y le digo a mi ángel: Me hablas de la función o forma de actuar el Espíritu

Santo sobre nosotros, en términos generales, mencionando genéricamente a las mociones e inspiraciones de Él, sobre nuestras almas, pero creo que me podrías concretar y extenderte un poco más.

Y él me responde:

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Bueno, si yo fuera un hombre te diría, que no me das tregua, que no me dejas ni respirar. Pero realmente carezco de cuerpo y no tengo necesidad de respirar. Por otro lado tampoco te puedo decir que me canso, pues bien sabes, que gozo de la cualidad de la impasibilidad y estoy libre de sufrimientos.

Y ahora, escúchame y no pienses, en que menudo “chollo” tengo, pues este y otros muchos, están a tu alcance si es que los quieres tener.

Como antes te decía, de la Trinidad venís y hacia la Trinidad camináis, nada conseguiréis si no actuáis como Jesús actuó: Nunca debéis de olvidaros, en vuestra oración, del misterio de la Santísima Trinidad. Nuestro Señor, tenía continuamente plena conciencia del lazo vivo que le unía y le une al Padre y así se ofrecía totalmente a Él.

“Todo lo mío es tuyo, y lo tuyo mío” (Jn 17,10). Esto fue lo que manifestó Nuestro Señor la noche de

la última cena, dentro de la llamada “Oración sacerdotal”. La actuación del Espíritu Santo en vuestras almas, va

dirigida precisamente en esa dirección, en la de que vuestro paso por el mundo, sea lo más igual posible, al de Jesús en la tierra. Que seáis unos perfectos imitadores de Cristo, unos nuevos Cristos en la tierra. A esto estáis llamados, a ser imitadores de Cristo, a ser unos nuevos Cristos en la tierra.

Esta actuación y presencia del Espíritu Santo, en vuestras almas, es siempre misteriosa y su acción no lo es menos. Podemos simplemente afirmar que su soplo, solo es perceptible a aquel que vive recogido, y en silencio y que habitualmente es dócil a sus llamadas. Si el Espíritu Santo desciende sobre nosotros con su poder, nosotros podremos realizar, grandes obras en razón de la fuerza que Él nos otorga1. 1.- Ver: Lafrance, Jean, “Morar en Dios”. Edit. San Pablo 1995. Isbn 84-285-1902-1, (pág. 90).

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Concretamente se puede decir, que mientras las mociones e inspiraciones del Espíritu Santo, sobre vuestras almas son, los medios directos y específicos de actuación, ante situaciones concretas. Existen también además, otros medios a través de los cuales, actúa el Espíritu Santo con carácter más genérico. Me estoy refiriendo al fomento de las virtudes y el empleo de los dones y gracias por parte del divino Espíritu.

Sobre las virtudes humanas. Le comento y le pregunto a mi ángel: Háblame de las virtudes, pues tal como me haces

entrever, estas son instrumentos de actuación del Espíritu Santo. Y me parece que por medio del fomento de las virtudes, el Espíritu Santo nos impulsa hacia la Santísima Trinidad, ¿es esto así?

Y él me responde: Bueno si, impulsa a todo aquel que se deja impulsar,

y que no creas que son muchos. El fomento de las virtudes es tarea del Espíritu Santo, tanto de las tres virtudes más importantes, las llamadas teologales, Fe, Esperanza y Caridad, como las del resto de las virtudes, sean estas de naturaleza sobrenatural o natural.

Podemos definir a la virtud, tal como se define en los diccionarios, como: “una disposición constante del alma, que lleva a esta, a la realización de sus acciones conforme a la ley moral”. En consecuencia pues, la virtud, es un recto modo de proceder, conforme a la ley moral, lo cual crea un hábito de obrar bien, independientemente de los preceptos de la ley, por la sola bondad de la operación y en conformidad con la razón natural.

Ya sé que me vas a decir que esta es una definición demasiado técnica y que necesitas algo más liviano para andar por casa. Y entonces te diré, que las virtudes son en

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realidad hábitos. Son unos hábitos operativos infundidos por Dios en las potencias del alma para disponerlas a obrar sobrenaturalmente según el dictamen de la razón iluminada por la fe1, o bien adquiridos por el propio esfuerzo del hombre. Los primero se refieren a las llamadas virtudes sobrenaturales, los segundo a las llamadas virtudes naturales.

Para que puedas andar más cómodo por casa, te aclaro algo más: La repetición continuada de una serie de actos, circunstancias o hechos en la vida humana, genera siempre una serie de fenómenos o reacciones que pueden ser positivas o negativas, tales como; la rutina, la monotonía, el hábito negativo o vicio, la impaciencia o la apatía. Pero también se generan reacciones positivas, como; la paciencia, la constancia, la fidelidad el hábito positivo o la virtud, y la perseverancia, pues bien, cuando se adquiere un hábito negativo, se crea un vicio, cuando se adquiere un hábito positivo, se crea una virtud. ¿Lo tienes más claro ya?, bien, pues continuo.

La repetición de actos sean estos positivos o negativos, siempre engendran el hábito. El obispo Sheen, pone el siguiente ejemplo: Si tomo la pelota y la hago rodar por el piso repetidas veces, se moverá siempre en una misma dirección, salvo que una fuerza superior la desvíe, y creará un surco o canal. Así también nuestras vidas quedan rápidamente acanaladas por el hábito (sea positivo o negativo). Rodarán por mera inercia, en esa misma dirección, del delito, la insensibilidad, la mediocridad, el vacío, la banalidad; salvo que una fuerza exterior modifique su dirección2.

Todavía más sencilla es la definición que de la virtud se da por parte de San Agustín, que a estos efectos decía

1.- Ver: Royo Marín, Antonio, O.P. “Somos hijos de Dios”. Edit. Bac 1977. Isbn 84-220-0814-9, (pág. 32). 2.- Ver: Sheen, Fulton J. “Del pizarrón del ángel”. Edit. Lumen 1995. Isbn 950-724-746-7, (pág. 87).

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simplemente: la virtud consiste en amar aquello que debe ser amado1.

San Serafín Sarov, afirmaba que el fin de la vida cristiana es la adquisición del Espíritu Santo. A lo que podríamos añadir, que el fin de la obra del Espíritu Santo en nuestra vida consiste en suscitar y hacer crecer las virtudes teologales de la fe, la esperanza y la caridad2. Además de todas las otras virtudes.

Creo que lo mejor es empezar por clasificarte las virtudes, sobre todo teniendo en cuenta el viejo aforismo, de que: “Bien explica, quien bien distingue”.

La virtudes que pueden tener los hombres se clasifican en dos grandes grupos: Las primeras, pertenecientes al orden sobrenatural, que son siempre virtudes infusas, es decir, son virtudes infundidos por Dios en las potencias de vuestras almas, para disponerlas a obrar sobrenaturalmente según el dictamen de la razón iluminada por la fe. Las segundas son las llamadas virtudes naturales, o adquiridas por la persona por medio de una repetición de actos similares ejecutados en la buena dirección.

Las primeras, es decir, las llamadas virtudes sobrenaturales, puede a su vez, pertenecer a dos grupos diferentes. El primero que es el más importante esta constituido por las tres grandes virtudes básicas o teologales: Fe, Esperanza y Caridad, llamadas teologales porque tratan directamente de Dios. Se llaman teologales o divinas porque atañen directamente a Dios, son tres porque. Creemos en Dios, esperamos en Dios y amamos a Dios.

El segundo grupo lo constituyen las denominadas cuatro virtudes cardinales: prudencia, justicia, fortaleza, y templanza. Todas estas, se llaman virtudes sobrenaturales

1.- Ver: San Agustín/Antonino Tonna Barthet, O.S.A., “Nos hiciste, Señor, para ti “, (pág. 19). 2.- Ver: Jacques Philippe. "La libertad interior". Edit. Rialp 2003. Isbn 84-321-3455-4. (pág. 119).

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porque ellas, están por encima de las exigencias de la naturaleza1.

La diferencia esencial entre las virtudes llamadas infusas o sobrenaturales con respecto a las naturales o adquiridas, radica en que las primeras, se adquieren de forma infusa, es decir, sin esfuerzo alguno por vuestra parte. Dios os las infunde en vuestras almas. Así tenemos, que las tres virtudes teologales, junto con la gracia santificante, se adquieren por el bautizado en el mismo momento de la adquisición del sacramento del Bautismo.

Por el contrario las llamadas virtudes naturales requieren el esfuerzo humano para su adquisición. Como ya te he dicho antes, las virtudes adquiridas son el resultado de la repetición de actos o acciones ejecutadas debida o rectamente. Por regla general se presentan lenta y gradualmente. Una persona llega a ser justa, por actuar constantemente de una manera justa. Pero una vez que se ha formado el buen hábito, ya no siente dificultad para llevar a cabo actos que estén de acuerdo con él2.

********** Le interrumpo y le digo a mi ángel: Antes me has dicho de pasada, hablando sobre otros

temas, que la vida trinitaria se inicia en nosotros con el bautismo y hace poco, en este tema me acabas de decir, que las tres virtudes teologales junto con la gracia santificante, se adquieren con el bautismo. Entiendo que no solo las teologales, sino también todas las que gozan del carácter de infusas. ¿Entiendo bien?

Y él me responde:

1.- Ver: Urteaga, Jesús. “Valor divino de lo humano”. Edit. Rialp 1995. Isbn 84-321-0885-5, (pág. 79). 2.- Ver: Leen, Edward. “El Espíritu Santo”. Edit. Rialp 1998. Isbn 84-321-3170-9, (pág. 358).

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Lo has entendido bien. El bautismo, como ya antes, también te he dicho ya, es el punto de partida, es el pasaporte de la nacionalidad cristiana, es el punto de arranque, para llegar a la plenitud de la vida trinitaria. Pero si guardáis el pasaporte en un cajón, y no os molestáis en viajar, es decir en utilizarlo, nunca llegaréis a ningún sitio. El hecho de que Dios por medio del sacramento del Bautismo, os de sin esfuerzo alguno por vuestra parte, unas virtudes y una gracia santificante, no quiere decir, que ya estáis a salvo; habéis de trabajar para adquirir la salvación de vuestras almas. Decía León XIII, que no existe ni puede existir nunca una virtud puramente pasiva, siempre es necesario el esfuerzo humano, sea esta virtud de la clase que sea, sea esta infusa o adquirida.

Podríamos comparar las virtudes infusas que se adquieren en el Bautismo, a un arpa sobrenatural, con más de cincuenta cuerdas, que Dios entrega al alma en gracia para que la pulse y saque de ella divinas armonías (los actos sobrenaturales); pero como el artista que la maneja (la propia razón natural) es muy torpe y miope, aún bajo las luces de la fe, resulta una melodía pobre desafinada e imperfecta. Hasta que llega un momento en que el propio Espíritu Santo pulsa el arpa de las virtudes infusas a través de los dones del propio Espíritu Santo. Y entonces sale del alma una melodía bellísima, absolutamente divina, que no es otra cosa que los actos de virtud perfecta y heroica de los verdaderos santos1.

Pero entrando en materia, comenzaremos por comentar sobre las virtudes infusas o sobrenaturales y dentro de estas por las teologales que son las más importantes de todas.

El catecismo de la Iglesia católica con referencia a las virtudes teologales en el parágrafo 1.813, os dice:

1.- Ver: Royo Marín, Antonio, O.P. “Somos hijos de Dios”. Edit. Bac 1977. Isbn 84-220-0814-9, (pág. 31).

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“Las virtudes teologales fundan, animan y caracterizan el obrar moral del cristiano. Informan y vivifican todas las virtudes morales. Son infundidas por Dios en el alma de los fieles para hacerlos capaces de obrar como hijos suyos y merecer la vida eterna. Son la garantía de la presencia y la acción del Espíritu Santo en las facultades del ser humano. Tres son las virtudes teologales: la fe, la esperanza y la caridad (cf. 1Co 13,13)1”. Estas tres virtudes base y fundamento de toda vida

cristiana, una vez adquiridas por el sacramento del bautismo, crecen y se desarrollan al unísono. No cabe pensar en alguien que teniendo una tremenda fe, no ame a Dios (caridad), o no desee y espere la vida eterna (esperanza). Tampoco cabe imaginar a nadie que ame a Dios (caridad) pero no crea en su existencia (fe). En la medida que un alma avanza en el desarrollo de su vida espiritual, avanza al mismo tiempo en las tres virtudes inseparables. Y asimismo, en la misma medida que un alma se aparta de Dios, en esa misma proporción decrece la fortaleza de sus tres virtudes teologales.

En el dinamismo propio de la vida teologal: la fe engendra esperanza, y la esperanza posibilita y favorece el despliegue del amor. Este dinamismo es fruto de la gracia y obra del Espíritu Santo, pero sin ningún género de duda, hay que tener presente, que siempre se precisa de la cooperación de vuestra voluntad; y este aspecto positivo se opone frontalmente al dinamismo negativo del pecado, en el cual, la fe es sustituida por la duda, la esperanza por la desconfianza, y el amor por el pecado2.

1.- Ver: “Catecismo de la Iglesia Católica”. Edit. Asociación Editores del Catecismo 1994. Isbn 84-288-1102-4, (prgf. 1813). 2.- Ver: Jacques Philippe. "La libertad interior". Edit. Rialp 2003. Isbn 84-321-3455-4. (pág. 126).

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Es difícil separar las tres grandes virtudes teologales las cuales, ellas mismas, se implican y se apoyan mutuamente1. San Juan de la Cruz cantaba siempre la misma canción; la de creer, esperar y amar. Estaba convencido de que esto es lo que lleva al hombre a la unión con Dios2.

Para este santo, el que cree espera y ama, tiene asegurada la experiencia de Dios. Porque en definitiva la madurez del cristiano es su capacidad para vivir de fe, de esperanza y de caridad. Ser cristiano no es frecuentar tal o cual práctica, ni seguir una lista de mandamientos y deberes; ser cristiano es, ante todo, creer en Dios, esperarlo todo de Él, y querer amarle a Él y al prójimo de todo corazón3.

En cuanto a la importancia de las tres virtudes, te diré, que la única de las tres que tiene asegurada su permanencia en este mundo y en la vida eterna, es la caridad. La fe, os desaparecerá cuando contempléis el rostro de Dios, en ese momento, la fe pasará a ser certeza, se os transformará en una evidencia. La esperanza también se os transformará cuando alcancéis la vida eterna, en una realidad, pues lo que esperáis, ya lo habréis conseguido, y solo os restará la caridad, el amor sin límite alguno hacia Dios y entre todos nosotros, tanto vosotros los humanos como nosotros los ángeles, que ya disfrutamos de esta situación. San Pablo recoge estas ideas en su primera carta a los Corintios, cuando os dice:

"La caridad no acaba nunca. Desaparecerán las profecías. Cesarán las lenguas. Desaparecerá la ciencia. Porque parcial es nuestra ciencia y parcial nuestra profecía. Cuando vendrá lo perfecto, desaparecerá lo parcial. Cuando yo era niño,

1.- Ver: Hubaut, Michel. “Fuera del sendero trillado. La aventura de la fe”. Edit. PPC 1997. Isbn 84-288-1447-3, (pág. 234). 2.- Ver: Mathew, Iain. "El impacto de Dios”. Edit. Monte Carmelo 2001. Isbn 84-7239-627-4 , (pág. 160). 3.- Ver: Jacques Philippe. "La libertad interior". Edit. Rialp 2003. Isbn 84-321-3455-4. (pág. 108).

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hablaba como niño, pensaba como niño, razonaba como niño. Al hacerme hombre, dejé todas las cosas de niño. Ahora vemos en un espejo, en enigma. Entonces veremos cara a cara. Ahora conozco de un modo parcial, pero entonces conoceré como soy conocido. Ahora subsisten la fe, la esperanza y la caridad, estas tres. Pero la mayor de todas ellas es la caridad” (1Cor 13,8-13). ********** Le digo a mi ángel: Vistas las virtudes teologales, ¿cuál es la diferencia

de estas con las otras virtudes infusas, concretamente las cardinales?

Y él me responde: Las virtudes cardinales, también llamadas virtudes

morales, son cuatro: prudencia, justicia, fortaleza y templanza. Se denominan cardinales, del sustantivo latín, “cardo”, que significa “gozne” o eje de funcionamiento. Son cuatro virtudes, sobre las cuales giran o dependen las demás virtudes morales. Para el norteamericano, P. Leo Trese, si un hombre es realmente prudente, justo, fuerte y templado espiritualmente, podemos afirmar que posee también el resto de virtudes morales. Podríamos decir que estas cuatro virtudes contienen la semilla de todas las demás1.

Esta idea se ratifica en el Catecismo de la Iglesia católica, al decir este en el parágrafo1.805:

“Cuatro virtudes desempeñan un papel fundamental. Por eso se las llama "cardinales"; todas las demás se agrupan en torno a ellas. Estas son la prudencia, la justicia, la fortaleza y la templanza.

1.- Ver: Trese, Leo J. “La fe explicada”. Edit. Rialp 1994. Isbn 84-321-1805-2, (pág. 142).

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"¿Amas la justicia? Las virtudes son el fruto de sus esfuerzos, pues ella enseña la templanza y la prudencia, la justicia y la fortaleza" (Sb 8,7). Bajo otros nombres, estas virtudes son alabadas en numerosos pasajes de la Escritura1”. Son muy escuetas, pero muy explicativas las

definiciones que el propio Catecismo da en los parágrafos siguientes, sobre estas cuatro virtudes.

Así de la prudencia, os dice que es la virtud que dispone la razón práctica a discernir en toda circunstancia vuestro verdadero bien y a elegir los medios rectos para realizarlo.

De la virtud de justicia, os dice que es la virtud moral que consiste en la constante y firme voluntad de dar a Dios y al prójimo lo que les es debido. Aunque no siempre es fácil determinar, que es lo debido. Pues todos vosotros os excedéis en estimar lo debido cuando se trata de lo propio.

La tercera virtud la de la fortaleza, es la que os asegura en las dificultades, la firmeza y la constancia en la búsqueda del bien. Reafirma la resolución de resistir a las tentaciones y de superar los obstáculos en la vida moral. La virtud de la fortaleza hace capaz de vencer el temor, incluso a la muerte, y de hacer frente a las pruebas y a las persecuciones. Os capacita para ir hasta la renuncia y el sacrificio de la propia vida para defender una causa justa.

Y por último la templanza es la virtud moral que os modera la atracción de los placeres y procura el equilibrio en el uso de los bienes creados. Asegura el dominio de la voluntad sobre vuestros instintos y mantiene los deseos en los límites de la honestidad.

**********

1.- Ver: “Catecismo de la Iglesia Católica”. Edit. Asociación Editores del Catecismo 1994. Isbn 84-288-1102-4 (pág. 460).

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Le pregunto a mi ángel: ¿Cual es entonces, la diferencia esencial entre el

grupo de las virtudes sobrenaturales o infusas ya vistas, con el resto de las llamadas naturales o adquiridas?

Y él me responde: Tu mismo te acabas de responder, con el enunciado

de tu propia pregunta. Unas son infusas y otras adquiridas. Sobre esto ya te he dicho antes que en las primeras, en las infusas, adquirís el germen de su esencia con el bautismo. Dios os derrama en vuestras almas, esas gracias que os otorga el bautismo. Vuestro papel, lo que habéis de hacer, es desarrollar ese germen, el de hacer crecer en vuestras almas, lo que se os dio como una semilla, en el momento de recibir el sacramento del bautismo.

En las segundas, esta clase de virtudes, han de ser adquiridas por vuestro esfuerzo. Si los actos que vais repitiendo, a lo largo de vuestras vidas son buenos, adquiriréis entonces poco a poco el hábito bueno correspondiente, que recibe el nombre de virtud natural o adquirida1.

La aspiración de estos hábitos (virtudes adquiridas) es formar en el intelecto y en la voluntad ciertas firmes y seguras disposiciones por las cuales esas facultades son impulsadas definidamente hacia lo que es recto2.

Pero habéis de tener en cuenta, que las virtudes naturales o adquiridas aunque muy estimables en su orden y plano correspondiente, son del todo desproporcionadas e ineptas para la vida sobrenatural que ha de vivir el cristiano elevado por la gracia a ese plano inmensamente superior3.

1.- Ver: Royo Marín, Antonio, O.P. “Somos hijos de Dios”. Edit. Bac 1977. Isbn 84-220-0814-9, (pág. 30). 2.- Ver: Leen, Edward. “El Espíritu Santo”. Edit. Rialp 1998. Isbn 84-321-3170-9, (pág. 357). 3.- Ver: Royo Marín, Antonio, O.P. “Somos hijos de Dios”. Edit. Bac 1977. Isbn 84-220-0814-9, (pág. 31).

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Dicho lo anterior de otra forma: las virtudes adquiridas son virtudes operativas, virtudes que solo operan en el plano natural y solo pueden tener acceso a generar méritos para el alma, ante los ojos de Dios, si ellas son adquiridas, desarrolladas y ejercidas en función del amor a Dios. Por ejemplo, una virtud natural puede ser el estar atentos y gentiles, con los que nos rodean y preocuparnos de sus necesidades, pero si esto se realiza en un plano de cortesía, meramente natural y humano, de espaldas a Dios, para que se piense solamente, que uno es una persona educada y así se proclame por los demás (afán de protagonismo), esta virtud será una virtud meramente humana sin proyección alguna al plano sobrenatural. Si por el contrario esta virtud meramente humana se realiza en función del amor que se tiene a Dios, la virtud se transforma en amor al prójimo y generará mérito ante los ojos divinos.

El cristiano debe gozarse, en los bienes morales y buenas obras que practica, porque estos producen frutos. Pero su gozo, no debe quedar aquí como si fuera un pagano, cuyos ojos no transciende de esta vida mortal (por ejemplo la filantropía). Ya que tiene luz de fe, por la que espera vida eterna, sin la que lo de aquí, ni lo de allí, le servirá para nada, solo y principalmente debe gozarse en la posesión, y práctica de los bienes morales, porque obrando por amor de Dios estos le adquieren vida eterna1.

Resumiendo todo lo anterior, solo cuando vuestros actos virtuosos, los realicéis en función del amor a Dios, y por Dios, estos tendrán categoría sobrenatural y podrán seros contabilizados positivamente el día de mañana. Lo demás es tiempo perdido.

1.- Ver: San Juan de la Cruz, “Subida al Monte Carmelo”. Edit. San Pablo 1979. Isbn 84-285-0750-3, (pág. 382).

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Sobre la inhabitación trinitaria. Le pregunto a mi ángel: Antes al hablarme del Reino de Dios, y también de

pasada al tratar la gracia divina, me has mencionado la frase: “inhabitación trinitaria”. ¿Exactamente cual es el significado de esta frase? ¿Cuál es el alcance de su contenido? ¿Verdaderamente, si estamos en gracia de Dios, habita la Santísima Trinidad, dentro de nuestro ser?

Y él me responde: Así ha sido, te mencioné este tema al conversar

sobre el Reino de Dios. Allí te dije: Si Dios inhabita en un alma, para ella concretamente, ese Reino existe ya para ella, lo tiene dentro de sí. Te parecerá asombroso, que la Santísima Trinidad inhabite o more, en lo íntimo de un alma en gracia de Dios, pero así rotundamente es y lo puedes afirmar y creer. Este tema de la inhabitación trinitaria está íntimamente ligado al tema de la gracia, por lo que creo que es conveniente, que comencemos hablando, primeramente de la inhabitación trinitaria y después de la gracia divina.

La generalidad de las almas, que viven en gracia de Dios, no siempre, son muy conscientes de lo que es y representa la gracia divina. Se trata de ser conscientes, de que Dios, la Santísima Trinidad, pues donde se encuentra una sola persona de la Santísima Trinidad se encuentran las otras dos, se halla dentro de ti, en lo íntimo tu ser, vive y mora en ti; esta inhabitación de la Santísima Trinidad en tu alma, te alimenta espiritualmente; te da fuerzas y te lanza a que avances en el camino hacia la gloria eterna; nunca se apartará de ti, salvo que tú te apartes de ella, mediante la comisión de un pecado grave.

Te proporciona toda clase de ayudas -gracias y dones- para que te desarrolles espiritualmente. Ella te ama inmensamente, no te puedes imaginar cuanto, tanto que el mucho amor que a tu juicio, tu puedas tener hacia Dios, este,

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no es nada más que un pálido reflejo, del amor que Él te tiene a ti.

Tú, y todo ser humano, es una criatura muy singular y muy especialmente querida por Dios, tú eres una criatura creada a imagen y semejanza de Él, y en forma tan querida y especial, que nunca ha existido ni existirá, otra criatura humana igual a ti. Dios, cuando crea una persona humana, rompe siempre el molde. Él se recrea en la singularidad de sus criaturas y a todas las ama en forma muy especial.

La realidad de la inhabitación trinitaria en las almas, parte de la afirmación de Nuestro Señor, cuando os anunció la venida del Paráclito, del Abogado defensor que habría de enviaros, y en aquel anuncio, terminó diciéndoos1:

“Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él y en él haremos morada” (Jn 14,23). Guardad la divina palabra y amar a Dios, es vivir en

estado de gracia, en estado de amistad con Dios y aquel que vive en estado de gracia, puede tener la certeza de que Dios habita en su alma.

La inhabitación de Cristo en las almas, es el establecimiento en estas, del Reino de Dios. Observa que indistintamente te menciono, o bien a la Santísima Trinidad o a cualquiera de las tres Personas, ello es debido, a la 1.- “Si me amáis guardaréis mis mandamientos y yo rogaré al Padre, y os dará otro Abogado, que estará con vosotros para siempre: el Espíritu de verdad, que el mundo no puede recibir, porque no le ve ni le conoce; vosotros le conocéis, porque permanece con vosotros y está en vosotros. No os dejaré huérfanos; vendré a vosotros. Todavía un poco y el mundo ya no me verá; pero vosotros me veréis, porque yo vivo y vosotros viviréis En aquel día conoceréis que yo estoy en mi Padre, y vosotros en mí y yo en vosotros. El que recibe mis preceptos y los guarda, ése es el que me ama; el que me ama a mí será amado de mi Padre, y yo le amaré y me manifestaré en él Le dice Judas -no el Iscariote-: Señor, ¿qué pasa para que te vayas a manifestar a nosotros y no al mundo? Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él y en él haremos morada” (Jn 14,15-23).

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llamada “circumincesión intratrinitaria” que es la presencia recíproca de las tres Personas de la Santísima Trinidad, en otras palabras: Te vuelvo a repetir, que donde está una de las tres divinas Personas, también se encuentran las otras dos. Pero de todas formas, aunque sin un justificado apoyo teológico, en general se tiene la tendencia, de atribuírsele más al Espíritu Santo, la inhabitación en las almas, más que a Dios Padre o a Dios Hijo. La realidad es que la inhabitación es Trinitaria, es de las tres divinas Personas.

San Juan evangelista, hace alusión a este tema, con esta afirmación de la inhabitación de Cristo en las almas, en su primera epístola, os dice:

“Vosotros, hijos míos, sois de Dios y los habéis vencido (al anticristo). Pues el que está en vosotros (la Santísima Trinidad) es más que el que está en el mundo. Ellos (los que no viven en estado de gracia) son del mundo; por eso hablan según el mundo y el mundo los escucha. Nosotros (los que vivimos en estado de gracia) somos de Dios. Quien conoce a Dios nos escucha, quien no es de Dios no nos escucha. En esto conocemos el espíritu de la verdad y el espíritu del error” (1Jn 4,4-5). Fíjate bien, en la afirmación del evangelista, que

viene a decirte: nada hay más grande, ni nadie es más grande, que aquel que tiene dentro de sí, habitando en él, en lo más íntimo de su ser, a la Santísima Trinidad.

Como no podía ser de otra forma, San Pablo en distintas epístolas reitera esta doctrina de la inhabitación de la Santísima Trinidad en el alma humana. Así en la primera epístola a los corintios les dice primeramente en el capítulo 3º:

“¿No sabéis que sois santuario de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros? Si alguno destruye el santuario de Dios, Dios le

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destruirá a él; porque el santuario de Dios es sagrado, y vosotros sois ese santuario” (1Co 3,16-17). En esta misma epístola y en el capítulo sexto,

remacha esta idea al deciros: “¿O no sabéis que vuestro cuerpo es santuario del Espíritu Santo, que está en vosotros y habéis recibido de Dios, y que no os pertenecéis? ¡Habéis sido bien comprados! Glorificad, por tanto, a Dios en vuestro cuerpo” (1Co 6, 19-20). Parece ser que San Pablo, puso un especial interés en

aclarar y recordarle a los corintios, el hecho de que eran y vosotros también sois, templos de Dios vivo, porque en la segunda epístola a los corintios, por tercera vez les vuelve a decir:

“¿Qué conformidad entre el santuario de Dios y el de los ídolos? Porque nosotros somos santuario de Dios vivo, como dijo Dios: Habitaré en medio de ellos y andaré entre ellos; yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo. Por tanto, salid de entre ellos y apartaos, dice el Señor. No toquéis cosa impura, y yo os acogeré. Yo seré para vosotros padre, y vosotros seréis para mí hijos e hijas, dice el Señor todopoderoso” (2Co 6,16-18). San Pablo predica con su propio ejemplo, la realidad

de que en el alma en gracia de Dios, la Santísima Trinidad inhabita en ella, convirtiéndose esta, en templo vivo de Dios. Y a tal efecto San Pablo exclama:

"y no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí; la vida que vivo al presente en la carne, la

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vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gál 2,20). La inhabitación trinitaria en el hombre, se puede ver

como la participación de este, en el amor trinitario. Existe una mutua inmanencia entre Dios, y el alma que vive en su gracia, y esta inmanencia es una participación del hombre en la propia inmanencia y el amor recíproco que se da dentro de la Santísima Trinidad1. Es así, que en la última cena, dentro del texto del la llamada “oración sacerdotal, que pronunció Nuestro Señor, claramente dijo:

“… para que todos sean uno, como tú, Padre, estás en mí y yo en ti2”. ********** Le interrumpo y le pregunto a mi ángel: Bien, hasta aquí me has hablado de la indudable

presencia de la Santísima Trinidad, en el alma que se encuentra en estado de gracia, lo que se conoce bajo el nombre de “Inhabitación trinitaria”. ¿Pero como comienza 1.- Ver: Sayés, José Antonio. "La gracia. Teología y vida". Edit. Edibesa 1993. Isbn 84-8407-437-4. Isbn 84-8407-437-4. (pág. 261). 2 .- “Ellos no son del mundo, como no soy del mundo yo. Santifícalos en la verdad, pues tu palabra es verdad. Como tu me enviaste al mundo, así yo los envié a ellos al mundo y yo por ellos me santifico, para que ellos sean santificados en verdad. Pero no ruego solo por éstos, sino por cuantos crean en mí por su palabra, para que todos sean uno, como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, para que también ellos sean en nosotros, y el mundo crea que tu me has enviado. Yo les he dado la gloria que tú me diste, a fin de que sean uno, como nosotros somos uno. Yo en ellos y tú en mí, para que sean perfectamente uno y conozca el mundo que tú me enviaste y amaste a éstos como me amaste a mí. Padre los que tú me has dado, quiero que donde esté yo estén ellos también conmigo, para que vean mi gloria que tú me has dado, porque me amaste antes de la creación del mundo. Padre justo, si el mundo no te ha conocido, yo te conocí, y estos conocieron que tú me has enviado, y yo les di a conocer tu nombre, y se lo haré conocer, para que el amor con que tú me has amado esté en ellos y yo en ellos” (Jn 17,1-26).

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este estado?, ¿cuales son los requisitos que han de cumplimentarse para tener a Dios dentro de uno mismo? y sobre todo ¿como se nota esto?

Y él me responde: Punto por punto te iré respondiendo. El bautismo es

el punto de partida, es el sacramento que lava al alma del pecado original, aunque no de las consecuencias de este, que es la concupiscencia humana, tal como ya antes hemos conversado. Por el sacramento del bautismo, obtenéis el DNI1 cristiano que os capacita para obtener los beneficios de vuestra nacionalidad cristiana.

Con el bautismo, el alma recibe la capacidad de obtener la inhabitación de la Santísima Trinidad, y se convierte en templo vivo de Dios. A partir de ese momento, la vida trinitaria, recibida por nosotros en el sacramento del Bautismo, no se desarrollará más que en Cristo Jesús.

Bautizada un alma, recibe a mi juicio, como una hoguera con su mecha preparada para ser encendida. Cuando más tarde o temprano, con su acercamiento a Dios, con su oración, el alma del bautizado, llega a encender esa hoguera, esta puede tomar caracteres de incendio, porque Dios es siempre un fuego que devora. A partir del momento en que la mecha de la hoguera haya sido encendida, el alma, solo ha de hacer dos cosas; seguir orando y abandonarse en Dios, dejarse llevar por Él, no pretendiendo hacer nada por cuenta propia.

Así esa alma será eternamente dichosa y no ya en el cielo sino también aquí en la tierra. Encontrará la única verdadera felicidad que se puede hallar. Créeme; te prometo de verdad, que esto es así, sin ningún género de dudas. Pero desgraciadamente son pocas las hogueras de amor que se encienden en el mundo, por eso el alma elegida ha de ser una pirómana, por amor a Él. 1.- En España, DNI, es la abreviatura de “Documento Nacional de Identidad”, que todo español posee.

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La vida trinitaria en el alma humana, se inicia pues, en el bautismo y se desarrolla en la oración y en la práctica de los sacramentos. Por medio del sacramento de la Eucaristía se realiza la unión eucarística en virtud de la cual, el alma permanece unida de una manera especial, al espíritu de Cristo. El Espíritu Santo que vive en el alma de Cristo, vive también en nosotros y moldea en nosotros los sentimientos de Cristo1.

Pero esta situación de privilegio, que se conoce bajo el nombre de “vida en estado de gracia”, puede perderse por el pecado mortal, llamado precisamente así mortal, porque mata el estado de gracia del alma. La recuperación nuevamente de este estado de gracia, es posible por la misericordia divina, mediante el sacramento de la Confesión, o de la Penitencia, que en este caso, viene a ser como un nuevo bautismo.

Esta es la vida cristiana: la inhabitación de Dios en el alma que le ofrece hospitalidad, y esta se consigue, si por la misericordia divina vivís en gracia. Dios mora en vuestro interior y ahí habéis de buscar a vuestro Huésped, al amigo con quien compartir esa familiaridad, esa intimidad santificadora2.

La morada del Espíritu Santo en el alma, no es algo en la vida sobrenatural que sea solo propio y peculiar de las almas que se encuentran en la tierra; también la inhabitación se da en el cielo, sobre las almas que ya allí se encuentran. Se da en este caso, de una forma más perfecta. Según las palabras de Nuestro Señor a sus discípulos en la última cena, el Señor os dijo:

“En aquél día conoceréis que yo estoy en mi Padre,

y vosotros en mí y yo en vosotros” (Jn 14,20).

1.- Ver: Benedikt Baur, O.S.B., “La confesión frecuente”. Edit. Herder 1974. Isbn 84-254-0033-3 (pág. 186). 2.- Ver: Gardeil, Ambroise, O.P. “El Espíritu Santo en la vida cristiana”. Edit. Rialp 1998.- Isbn. 84-321-3180-6, (pág. 13).

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La diferencia está, en que la inhabitación del

Espíritu Santo en el alma en la tierra, es una consecuencia directa de la gracia: mientras que la habitación del Espíritu Santo en el alma de los bienaventurados, en el cielo, es una consecuencia de la luz de la gloria que ya han alcanzado.

Esta inhabitación trinitaria interior, va moldeando poco a poco al alma, que impregnada del amor a Dios, acepta con docilidad la divina voluntad, pudiéndose llegar a alcanzar, la visión beatífica, que es el punto culminante de la vida sobrenatural, que nos ha sido infundida por el bautismo. La visión beatífica tiene como efecto inmediato y propio la “morada” de la Santísima Trinidad en su forma perfecta y final1. Para San Serafín de Sarov el fin de la vida cristiana es la adquisición del Espíritu Santo2.

Para el obispo vietnamita Nguyen Van Thuan, F. X., es a través de las palabras de la Escritura, como se moldea la inhabitación en el interior del alma, es el Verbo quien viene a habitar en nosotros y nos transforma en Él; verba en el Verbum. El resultado es que ya no somos nosotros los que vivimos, sino que es Cristo mismo quien viene a vivir en nosotros. Se podría afirmar, que el Señor se encarna dentro de nosotros, cuando aceptamos que su palabra venga a habitar en nosotros3.

El proceso como antes te he apuntado es lento. Cuando un alma se abandona al Espíritu Santo. Éste la educa poco a poco y la gobierna. Al principio, el alma no sabe a dónde va, pero poco a poco, la luz interior la ilumina y le hace ver todas sus acciones y el gobierno de Dios en sus acciones, de manera que no tiene casi otra cosa que hacer, 1.- Ver: Leen, Edward. “El Espíritu Santo”. Edit. Rialp 1998. Isbn 84-321-3170-9, (pág. 224 y 225). 2.- Ver: San Serafín de Sarov. Ver, Lafrance, Jean. "Dime una palabra. Pensamientos sobre la oración”. Edit. San pablo 1989. Isbn 84-285-1365-1, (pág. 151). 3.- Ver: Nguyen Van Thuan, F. X. “Testigos de la esperanza”. Edit. Ciudad nueva 2001. Isbn 84-89651-89-2, (pág. 78).

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que dejar obrar a Dios en él y que haga lo que le guste; de este modo avanza maravillosamente1.

********** Le interrumpo y le pregunto a mi ángel: Bueno, ¿pero como se sabe que Dios está dentro de

uno? Y él me responde: Es importante considerar, que aunque Dios inhabita

en toda alma que esté y viva en estado de gracia, no todas estas almas son conscientes de esta inhabitación, y han llegado a encontrar a Dios dentro de si mismos. No es tarea fácil, descubrir a Dios dentro de uno mismo, es necesaria mucha oración y mucha perseverancia.

Y como resulta, que la perseverancia precisa de tiempo para realizarse, lógicamente también se necesita tiempo, para encontrar a dios dentro de uno mismo. Ya te he dicho más de una vez, que todo lo que se refiere a la vida espiritual, siempre es lento, porque la paciencia y la perseverancia siempre son necesarias, y ambas a su vez necesitan del tiempo para poder desarrollarse.

Nadie es perseverante en un instante, ni en un minuto. Es más, nunca son de fiar, esos comienzos llenos de entusiasmo, que luego acaban degenerando en gaseosos fervorines, de todos aquellos, que salen de unos ejercicios espirituales, con el fervor de un converso. Acuérdate del refrán que te decía tu abuela: “Dios nos libre, del empujón de un vago”. Todo lo que con mucha fuerza comienza, con esa misma fuerza termina, por falta de perseverancia.

Pero sin apartarnos del tema, te diré que todos comenzáis buscando a Dios fuera de vosotros mismos, sin daros cuenta de que Dios esta dentro en lo íntimo de vuestro 1.- Ver: Lafrance, Jean. “Perseverantes en la oración”. Edit. Narcea S. A. 1998. Isbn 84-277-0664-2, (pág. 60).

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corazón. Es dentro de vosotros mismos donde habéis de buscar a Dios, y donde lo hallaréis si perseveráis. Pero vuelvo a repetirte, es un proceso lento y largo, en el que hay que tener mucha perseverancia, en el deseo de encontrar a Dios dentro de uno mismo, ayudada esta con una oración incesante.

Es conocida la exclamación de San Agustín: “Tarde te hallé, estabas dentro de mí y yo de te buscaba fuera”.

La gloria del Resucitado os santifica del interior al exterior y no a la inversa. Este trabajo espiritual permanece muy fuera de vosotros mismos. La dificultad, viene de que no os hacéis presentes en ese lugar, de donde brota el Espíritu (de vuestro interior). Lo lleváis en vosotros, pero vuestra mirada no alcanza esas profundidades. Estamos una vez más, frente al problema de la ceguera de los ojos de vuestra alma. Solo aquellos, que se cuidan de iluminar los ojos de su alma con la eucaristía y la oración perseverante, son los únicos capaces, de dar luz divina a los ojos de su alma, para ver y comprender lo que se les oculta a los ojos de su cuerpo.

En el momento en que un hombre descubre este lugar, descubre también el centro de su vida y la fuente que puede empapar su entendimiento, su voluntad y su afectividad. Este hombre ha encontrado la intimidad con Dios que vive en él: es feliz y vive en paz por eso es capaz de amar a los demás. Es entonces cuando el hombre, adquiere verdadera conciencia de lo que lleva en él. Es el fuego de la zarza ardiendo o el agua viva prometida por Jesús a la samaritana, la que “amenaza” a este hombre de santidad1.

Para buscar a Dios dentro de uno mismo, lo primero es darse cuenta, de que uno es la gloria de Dios. En el Génesis se puede leer:

1.- Ver: Lafrance, Jean. “Perseverantes en la oración”. Edit. Narcea S. A. 1998. Isbn 84-277-0664-2, (pág. 203 y 205).

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“Dios formó al hombre con polvo del suelo e insufló en sus narices el aliento de la vida y resultó el hombre un ser viviente” (Gn 2,7). Vivís, porque compartimos el aliento de Dios, la

vida de Dios, la gloria de Dios. La pregunta no es tanto ¿cómo vivir para la gloria de Dios? sino ¿cómo vivir lo que sois, cómo hacer verdadero vuestro ser más profundo?“. “Vosotros sois la gloria de Dios”. Haz de este pensamiento el centro de tu meditación, para que lentamente se convierta no solo en idea sino en realidad viva. Tú eres el lugar que Dios eligió para habitar, y la vida espiritual, no es otra cosa que permitir que Él exista en ti, que tú seas el espacio, en que Dios pueda morar en ti, crear el espacio en el que su gloria pueda manifestarse1.

Algunos santos padres os hablan del mismo modo, de esa divina unión, que se hace en el centro de vuestras almas. Dicen que cuando lo más alto de la voluntad o el supremo afecto se enciende en el divino amor, también la parte suprema del entendimiento o la simple inteligencia recibe de Dios su luz y se manifiesta la misma Santísima Trinidad: el Padre en la memoria, el Hijo en el entendimiento, por un conocimiento claro, y el Espíritu Santo en la voluntad, por un amor encendido2. Es indudable que más de uno, ha encontrado a Dios, en lo más íntimo de su ser, teniendo siempre presente las recomendaciones que te he dado. No olvides nunca que es Dios precisamente Él, el que siempre esta deseoso y anhelante de este encuentro al que me he referido.

1.- Ver: Nouwen, J.M. Henri, “Diario desde el Monasterio”. Edit. Lumen 1996. Isbn 950-724-548-0, (pág. 70). 2.- Ver: Luís de Blois/Garrido Bonaño, Manuel, O.S.B. “Blosio. Obras selectas”. Edit. BAC 1995. Isbn 84-7914-190-5. (pág. 277).

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Sobre los dones y gracias divinas. Le comento y le pido a mi ángel: Antes me has dicho que en el bautismo se adquieren

las virtudes infusas o sobrenaturales. Por otro lado también antes al hablarme del tema de la adquisición de la fe, me hablaste un poco de los dones y de las gracias divinas, Háblame un poco más extensamente de este tema de la gracia santificante.

Y él me responde: Bueno creo que no solo debo de hablarte de la gracia

santificante sino también de las gracias divinas en general, tal como antes ya te dije que te hablaría, y del otro tema íntimamente relacionado, con todo lo que estamos comentando; me refiero como tú ya supones, a los dones del Espíritu Santo. Pero empezaremos por hablar de la gracia en general.

Y para empezar ordenadamente, lo primero que haré será definir, lo que vamos a tratar. A tal efecto, te diré, como dice San Agustín, que: “Gracia se dice de todo lo que se da gratuitamente y que no es debido a los méritos del que obra, sino que procede únicamente de la bondad del dador1”.

Las gracias divinas pues, son ayudas sobrenaturales que Dios os proporciona gratuitamente para que seáis dignos de llegar a Él, y ganaros la vida eterna. Vuestra justificación para alcanzar la vida eterna, será siempre obra de la gracia de Dios y así os lo declara el Catecismo de la Iglesia católica, el cual os define las gracias divinas diciendo que:

“La gracia es el favor, el auxilio gratuito que Dios os da para responder a su llamada: llegar a ser hijos de Dios, hijos adoptivos, partícipes de la naturaleza divina, de la vida eterna2”. 1.- Ver: San Agustín/Antonino Tonna Barthet, O.S.A., “Nos hiciste, Señor, para Ti”. Edit. BAC 1994. Isbn 84-7914-043-7. (pág. 524). 2.- Ver: “Catecismo de la Iglesia Católica”. Edit. Asociación Editores del

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Como sabes, se entiende, teológicamente hablando,

por “justificación”, el pase del estado de pecado u ofensa a Dios, al estado de gracia o amistad con Dios. En el caso del pecador ya bautizado, la justificación se realiza mediante el sacramento de la penitencia o confesión, que como todo sacramento, es canal o fuente de gracia. En quien no está bautizado, la justificación viene a través de la fe de este, que le conduce al sacramento del bautismo.

Para Santo Tomás de Aquino, La gracia, no es otra cosa que un cierto comienzo de la gloria en vosotros1. Dios os proporciona una ayuda para que caminéis correctamente hacia vuestra santificación. El recorrido de ese camino es para vosotros el comienzo, los primeros pasos para que alcancéis la gloria eterna. En esta misma idea de Santo Tomás de Aquino, abundaba también el Cardenal Newman, cuando os manifestaba a principios del siglo XX, que: “La gracia es la gloria en el exilio; la gloria, la gracia en casa2”. Es la gracia pues, un anticipo de lo que os espera, es el inicio de la gloria eterna en el alma que peregrina aún en la tierra.

La gracia es algo sobrenatural. Su acción es un misterio y el mundo de la gracia es misterioso, impenetrable para el espíritu del hombre como tal. El espíritu del hombre, no puede conocer, más que las cosas que pertenecen a la naturaleza humana y la gracia no es una de ellas3. La gracia divina es una realidad que funciona en vuestro ser. No es un algo de carácter material, que podáis palpar y ver, cosa que tanto os gusta, pero si podéis apreciar, si vuestra alma adquiere la suficiente finura espiritual, si es que lográis quitaros las legañas de los ojos de vuestra alma. Catecismo 1994. Isbn 84-288-1102-4. (prgf. 1.996). 1.- Ver: San Tomás de Aquino. Ver, Garrigou-Lagrange, R. “Las conversiones del alma”. Edit. Palabra 1981. Isbn 84-7118-260-2, (pág. 37). 2.- Ver: Card. Newman. Ver, Sayés Bermejo, José Antonio, “Más allá de la muerte”. Edit. San Pablo 1990. Isbn 84-285-1880-7, (pág. 142). 3.- Ver: Leen, Edward. “El Espíritu Santo”. Edit. Rialp 1998. Isbn 84-321-3170-9, (pág. 138).

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Cuando actuáis correctamente, es por razón de impulsos sobrenaturales, en función de esas gracias que se os han proporcionado y sin embargo en la mayoría de los casos, no sois conscientes, de la forma en que la divina gracia actúa sobre vosotros. La bondad de vuestra conducta humana, no es una consecuencia de vuestra viciada condición natural, sino el reflejo de la divina bondad, que actúa en vuestra alma, por medio de las divinas gracias.

Todos sabéis que Dios, inexplicablemente para nosotros mismos, os ama a vosotros con un tremendo amor sobrenatural, pero dentro de vosotros mismos, ama mucho más aquél hombre o mujer que más grato le es. En otras palabras, aquel hombre o mujer, que más le corresponde al amor que Él deposita en el o en ella. Esto trae como consecuencia, que como el amor de Dios, es causa de lo que ama, se tiene que producir, en el hombre o en la mujer, que le es de esa manera grato, la razón de esa bondad sobrenatural, es decir, lo que se denomina la gracia santificante1.

La gracia da origen a una divinización de vuestro ser. La divinización consiste, en que la gracia santificante, os capacita para llegar a ver un día a Dios en el cielo, tal como Él mismo se ve, directa, e inmediatamente y sobre todo, poder amarlo tal como Él se ama, de la misma forma, aunque no en el mismo grado, ya que Dios, se conoce y ama en grado infinito, pero vosotros como nosotros mismos, no podemos llegar nunca al grado infinito, ya que somos criaturas finitas desde el momento que tenemos todos un principio, mientras que Dios carece de principio o fin. Vosotros podéis llegar a conocer y amar a Dios, solo en grado finito y limitado, mayor o menor, según sea el grado de gracia santificante, que hayáis podido alcanzar en vuestra vida en la tierra, hasta la hora de vuestra muerte.

1.- Ver: Royo Marín, Antonio, O.P. “Somos hijos de Dios”. Edit. Bac 1977. Isbn 84-220-0814-9, (pág. 15).

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La gracia, no es una mera abstracción teológica, vacía de significado e inútil. La gracia, es vida: la vida de Dios en vosotros, es lo que perfecciona el universo en su más alta expresión terrenal, a saber; la humanidad1. La Iglesia católica y su sistema, existen y Dios lo ha dispuesto, primordialmente para la comunicación de la gracia a las almas de los hombres. Si no tenéis una adecuada noción de lo que es la gracia, y lo que ella significa y representa, no podréis nunca llegar a tener una adecuada noción de la catolicidad2.

La gracia dentro de vosotros, establece una corriente dinámica entre el alma y su Creador, una relación de correspondencia reciproca de conocimiento y amor. Es la vida vuestra en Dios, y su intensidad y fortaleza será igual a la intensidad y fortaleza con la que desarrolléis vuestra vida interior.

Vuestra vida interior, será más grande cuanto mayor y más perfecta, sea la presencia de Dios en vosotros. En este sentido, la gracia funcionará en continuo movimiento ascendente. A una gracia recibida y aprovechada, seguirá otra mayor. Porque ya os lo anunció Jesús cuando os dijo:

“Porque al que tiene se le dará mas y abundara; y al que no tiene, aun aquello que tiene le será quitado”. (Mt 13,12). La gracia divina solo la dispensa Dios, para el

tiempo presente, no para el pasado ni para el futuro. Cuando llega hay que agarrarla y no especular con el pasado ni con el futuro. Si desaprovecháis la ocasión, perderéis la oportunidad. La gracia desaprovechada no retorna y Dios no reparte sus gracias a troche y moche, como en una tómbola.

1.- Ver: Sheen, Fulton J. “Del pizarrón del ángel”. Edit. Lumen 1995. Isbn 950-724-746-7, (pág. 182). 2.- Ver: Leen, Edward. “El Espíritu Santo”. Edit. Rialp 1998. Isbn 84-321-3170-9, (pág. 292).

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Él derrama sus gracias volcándose en aquellas almas que sabe que tratarán de aprovecharlas, y aquellas otras que se las piden. Pero no parece que esté muy dispuesto, a que las gracias se desperdicie, por lo que no siempre tienen muchas oportunidades de conseguirlas, aquellos que el sabe que las van a desperdiciar y además no se las solicitan1.

En todo caso no olvidéis y tener siempre presente, que más motivos tiene el Señor para quejarse de vosotros, porque no hacéis caso a la gracia con que os asiste, que vosotros de quejarnos de que os falta la gracia2.

Poseer la gracia, significa ser poseídos por Dios, del cual os llega toda la gracia. La caridad activa, es la respuesta de vuestra voluntad a este abrazo de Dios, cuando os facilita la gracia, devolviéndole vosotros, el amor con el que Él, se os ha dado, entregándoos su espíritu, que se os ha dado a vosotros3.

Esencialmente, la gracia es algo que se os da gratuitamente. La gratuidad, es la índole que caracteriza a la gracia; que identifica a este regalo divino, que para vosotros es fundamental. Por lo tanto, no olvidéis nunca, al considerar la naturaleza de las gracias divinas, que gracia es lo que se os regala, porque la gratuidad es esencial. Te repito que nunca se te olvide, que las gracias que has recibido hasta ahora y las que en el futuro recibirás, si eres digno de ello, serán siempre entregas gratuitas de Dios, fruto del amor de Él a ti.

Por lo tanto, ninguno de vosotros tiene derecho alguno, ni puede exigir que se le otorguen gracias. Dios las otorga a quien le parece y cuando le parece. Pero de esto hablaremos más adelante. 1.- Hay a este respecto, un pasaje evangélico bastante significativo: "No deis las cosas santas a perros ni arrojéis vuestras perlas a puercos, no sea que las pisoteen con sus pies y revolviéndose os destrocen” (Mt 7,6). 2.- Ver: San Alfonso María de Ligorio, “El gran medio de la oración”. Edit. PS 1990. 84-284-0434-8, (pág. 177). 3.- Ver: Merton, Thomas. “El camino monástico”. Edit. Verbo Divino 1996. Isbn 84-7151-465-6, (pág. 79).

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La necesidad de la gracia divina, es esencial para el alma que desea salvarse. Para muchos, es una piedra de escándalo, el que el hombre no pueda salvarse a si mismo, ni siquiera parcialmente, sino que se salva completamente por la gracia gratuita de Dios. A muchos les cuesta comprender que la gracia no suprime la libertad y la autonomía del hombre sino que, por el contrario es su fundamento1.

Muy claramente Jesucristo a su paso por la tierra os dijo:

“Es más fácil a un camello pasar por el hondón de una aguja que a un rico entrar en el reino de Dios. Más aún se pasmaron, y decían entre sí: Entonces, ¿quién puede salvarse? Fijando en ellos Jesús su mirada, dijo: A los hombres si es imposible, mas no a Dios, porque a Dios todo le es posible”. (Mc 10,25-27). Es en el Evangelio de San Juan donde se recoge, que

en otro momento Jesús manifiesta: "Sin mí no podéis hacer nada”. (Jn 15,5). Te vuelvo a recalcar y fíjate en la aseveración:

“Salvarse a los hombres les es imposible, necesitan de la ayuda divina”. Y es necesaria e imprescindible para vosotros las divinas gracias, porque como muy bien y expresivamente, dijo una vez el obispo norteamericano Fulton Sheen: “Vivir en medio de la infección del mundo y al mismo tiempo estar inmunizado contra él es algo imposible sin la gracia2”.

1.- Ver: Danneels, Card. “Hombre amable Dios adorable”. Edit. PPC 1997. Isbn 84-288-1364-7, (pág. 171). 2.- Ver: Sheen, Fulton J. “Vida de Cristo”. Edit. Herder 1996. Isbn 84-254-0239-5, (pág. 346).

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Cierto, que todas las energías necesarias para vivir sin pecado y obrar el bien, debéis de esperarlas de la gracia de Jesucristo y no de vuestros esfuerzos únicamente; pero cierto también, que habéis de vigilar para no debilitaros en la lucha1. No podéis pensar ni decir: que como todo depende de la gracia de Dios, yo no lucho y espero, a que se me regale la gracia. En toda actuación del orden espiritual Dios siempre desea la pequeña cooperación vuestra. Está claro, tal como Jesús os dejó dicho, que solo con las fuerzas de vuestra humana naturaleza no podéis salvaros, pero a estas fuerzas de vuestra naturaleza se deben de añadir las divinas ayudas.

Un axioma de la vida espiritual, os dice que la gracia perfecciona la naturaleza, lo que significa que, cuando Dios os da su gracia, no destruye previamente vuestra naturaleza humana, para poner la gracia en su lugar, sino que suma la una a la otra. Dios añade su gracia a lo que ya tenéis2. La gracia divina no destruye, sino que perfecciona la naturaleza humana elevándola y engrandeciéndola, al iluminarla con la Luz que está por encima de todo, para llevarla a la sobreabundancia de la gloria.

Vuestra naturaleza, requiere la transformación constante por medio de la gracia, un entrenamiento permanente y una vigilancia incesante. Estáis todos torcidos y el proceso de enderezamiento es largo y doloroso. ¡Este proceso se llama… vida3!

Habéis sido instalados, provisionalmente en este mundo, para que demostréis que sois capaces de alcanzar la santidad. Esta santidad que deberéis de alcanzar, no se realiza sin vuestra cooperación; pero esa cooperación no puede llevaros a pensar que la salvación es obra vuestra. 1.- Ver: San Alfonso María de Ligorio, “Reflexiones sobre la pasión de Jesucristo”. Edit. Apostolado mariano. Isbn 84-86162-20-3. (pág. 137). 2.- Ver: Trese, Leo J, “La fe explicada”. Edit. Rialp 1994. Isbn 84-321-1805-2, (pág. 159). 3.- Ver: Wohl, Louis de. “Adán, Eva y el mono”. Edit. Palabra, 1984. Isbn 84-7118-401-X, (pág. 69).

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Necesitáis de la gracia divina, y esta os será siempre dada, como respuesta a vuestra fe y a vuestra oración pues en el mundo de Dios, “todo es gracia”, tal como en su día manifestó Santa Teresa de Lisieux. La salvación es gratuita, pero no arbitraria, pues “Dios no siembra su gracia a todos los vientos”. Espera nuestra colaboración, y la única forma de colaborar a la gracia es creer en ella y pedirla1.

Pero te recalco una vez más, que también debéis de tener presente, que a su vez la gracia divina precisa de la naturaleza humana. Antes de ser santo hay que ser hombre y el Reino de Cristo no puede prescindir, en la dinámica normal, de la gracia de la colaboración humana seria y responsable. Dios quiere, que lancéis las redes para la pesca, pero que lo hagáis según todas las reglas del arte2. Es decir, traducido todo esto al lenguaje común, te diría aquello de: a Dios rogando y con el mazo dando.

********** Le digo a mi ángel: Todo lo que me has explicado hasta ahora, me da la

idea, de que todo esto, está en clara contradicción con la doctrina protestante. No estoy muy puesto en ello, pero creo recordar, que precisamente el tema de la gracia en su concepción católica, es lo que llevó al monje agustino Martín Lutero a enfrentarse a la Santa Sede.

Y él me responde: Si, desgraciadamente y bajo el término de reforma,

en el siglo XVI, y encabezados por Martín Lucero, Calvino y otros, se proclamaron en la Europa central, unas determinadas tesis, acerca de la naturaleza y efectos de la

1.- Ver: Lafrance, Jean. “Perseverantes en la oración”. Edit. Narcea S. A. 1998. Isbn 84-277-0664-2, (pág. 165). 2.- Ver: Maciel, Marcial L.C. "Mi vida es Cristo". Edit. Planeta 2003. Isbn 84-08-04811-2, (pág. 191).

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gracia, que fueron mas tarde declaradas heréticas, en la contrarreforma del Concilio de Trento.

Como sabes, la gracia santificante se pierde por el pecado mortal. Frente a este principio básico, la doctrina de Lutero, mantenía y sus seguidores, aún mantiene la tesis, según la cual, el estado de gracia sólo se pierde por el pecado de incredulidad, es decir por la falta de fe, pero no por otro tipo de pecado sea este venial o mortal. Por su parte Calvino mantenía la tesis de la imposibilidad de perder la gracia santificante. Frente a estas doctrinas el Concilio de Trento enseñó que: “no sólo por el pecado de infidelidad, sino por cualquier otro pecado mortal, se pierde la gracia de la justificación”. (Conc. Trento, Sesión VI).

Lutero parte de la base, de identificar formalmente el pecado original con la concupiscencia y a negar el libre albedrío del hombre, manteniendo que el pecado original permanece en él después del bautismo1. Es decir, en teoría Lutero, mantiene que como la concupiscencia existe plenamente en el hombre, no desaparece a pesar de haber sido bautizado, y esta concupiscencia, impide al hombre tener libertad para escoger entre el bien y el mal. Y al carecer el hombre, de posibilidad de elección, niega la existencia del libre albedrío en el hombre. Consecuentemente, para Lutero, el hombre esta abocado al pecado, sin que medie ningún tipo de gracia o ayuda de Dios, para evitar que peque.

La justificación del hombre, para Lutero, es decir su salida del estado de pecado, no viene como fruto de la gracia divina y el esfuerzo humano para no pecar, y si llega a pecar, por medio del sacramento del arrepentimiento, sino que para Lutero, únicamente existe justificación, como consecuencia de los méritos de Cristo.

Y, antes de que me preguntes: ¿Para Lutero, cómo se aprovecha el hombre de los méritos de Cristo para su 1.- Ver: Sayés, José Antonio. "La gracia. Teología y vida". Edit. Edibesa 1993. Isbn 84-8407-437-4. Isbn 84-8407-437-4. (pág. 60).

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justificación? La respuesta de Lutero es la de la fe; teniendo fe, solo por medio de la fe, se puede el hombre justificar, es decir salir del estado de pecado.

Para Lutero, el hombre se reconoce pecador, porque todas las acciones del hombre son pecado, y para salir del estado de pecado, para justificarse, se ha de entregar en manos de la misericordia de Dios, mediante la fe. Tener fe, en la doctrina luterana, no es otra cosa que la confianza en la misericordia de Dios. El hombre nunca podrá justificarse por sus obras, estas no generan mérito alguno a los ojos de Dios. Esta es la tesis principal de Lutero: Solo los méritos de Cristo valen para la justificación del hombre. El hombre haga lo que haga, sus acciones no valen para nada. Como síntesis, de estas teorías luteranas, antiguamente se le atribuía a Lutero la frase de: peca mucho, pero cree más y estarás salvado.

Te resumo pues esta herejía. Para el luteranismo, la naturaleza humana está totalmente corrompida por el pecado original, que coincide con la concupiscencia en el hombre, por ello, la cooperación del hombre con la gracia es imposible y las obras del hombre no tendrán nunca valor salvífico. Las obras humanas son siempre tan imperfectas, que no pueden nunca agradar a Dios. Por otro lado hablar de méritos, delante de Dios, contradice la fe, de que solo en Dios, en su soberanía absoluta se produce la salvación1.

Lutero, empezó cautelosamente a exponer su doctrina, y si bien al principio, no negó la existencia del purgatorio, al final y en congruencia con sus ideas que fueron cada vez más radicales, terminó negándolo. Para él era lo lógico. Si resultaba que el hombre siempre se salva, solo por la fe en la misericordia divina y sus méritos no cuentan para nada, le existencia del purgatorio al final resultaba un estorbo en la exposición de esta herejía, así que

1.- Ver: Sayés, José Antonio. "La gracia. Teología y vida". Edit. Edibesa 1993. Isbn 84-8407-437-4. Isbn 84-8407-437-4. (pág. 160).

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terminó negándolo, para el protestante luterano, el purgatorio no existe.

Como antes te he dicho, todas las tesis luteranistas, fueron declaradas anatemas en el Concilio de Trento, y no solo estas, las iniciales de Lutero, sino también las múltiples variantes de doctrinas heréticas, que al amparo de las ideas de Lutero surgieron con posterioridad.

********** Le digo a mi ángel: Bueno hasta ahora me has hablado de la gracia en

términos referentes a su descripción y naturaleza, pero me gustaría que me hablases de la formas de adquisición de estos dones.

Y él me responde: Por supuesto que es muy importante saber como se

adquiere la gracia, y no solo esto sino también las clases de gracias y el valor de esta. Comenzaré por hablarte de las clases de gracias. Ya sabes que me encanta hacerte distinciones, pues en vuestra limitada capacidad de entendimiento y captación, de las realidades espirituales, cuanto más se os desmenuce un tema, mejor llegáis a entenderlo, y no te des por ofendido, que no te estoy llamando tonto, simplemente te estoy llamando hombre.

Sin perjuicio de la existencia de otras clases de gracias, en razón de su función específica, son esencialmente tres las clases de gracias divinas a las que voy a referirme: la gracia “increada”, la gracia “santificante”, habitual o creada, y la gracia “actual”.

La primera de ellas es la denominada “gracia increada”. La cual está relacionada con un tema del que ya

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hemos hablado antes1, cual es, el de la inhabitación de la Santísima Trinidad en el alma humana.

Pues bien, en teología la inhabitación de las divinas Personas, es decir de la Santísima Trinidad, en el alma humana, recibe el nombre de “gracia increada” y esta gracia, acompaña siempre a la segunda clase de gracia, que luego veremos y que es la conocida con el nombre de “gracia santificante”, o gracia creada, que resulta de la unión del hombre con la gracia increada.

La gracia increada, es la consecuencia o el fruto de la presencia vital de la Santísima Trinidad en vuestras almas. Nuestro Señor, como ya antes te he dicho, en la última cena y a una pregunta de Judas Iscariote, le contestó:

“Respondió Jesús y les dijo: Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él y en él haremos morada”. (Jn. 14,23). Existe una diferencia esencial entre la gracia

increada que nace, o es en si misma, el misterio del inhabitación de la Santísima Trinidad en vuestras almas, con la llamada gracia santificante. Al principio esta diferencia no era apreciada, y la misma Santa Teresa confiesa que tuvo dudas, pues no veía claro el tema, hasta que en palabras textuales suyas, ella os dijo que: “..., un gran letrado de la Orden de Santo Domingo me libró de esta duda”.

¿Qué es la gracia, sino Dios mismo que se da al hombre? La gracia no es algo que Dios da, sino Dios mismo que se da en su intimidad intratrinitaria –gracia increada- y que transforma al hombre –gracia creada-2. Inicialmente en la escolástica, la primacía se daba a la gracia creada o

1.- Ver aquí el tema de la Inhabitación Trinitaria, en el libro “Conversaciones con mi ángel”. 2.- Ver: Sayés, José Antonio. "La gracia. Teología y vida". Edit. Edibesa 1993. Isbn 84-8407-437-4. Isbn 84-8407-437-4. (pág. 253).

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santificante, sin embargo hoy se estima la mayor importancia de la gracia increada, ya que la primera es una consecuencia de la segunda. La gracia creada o santificante, es una consecuencia del resultado de la inhabitación trinitaria y se da como consecuencia de la primera clase de gracia; la increada, que es el origen de la segunda clase de gracia, la creada o santificante.

Por medio del sacramento del bautismo el hombre sufre una transformación real que le convierte en hijo de Dios, es un nuevo nacimiento. La Santísima Trinidad, a partir del momento del bautismo pasa a inhabitar en el alma del bautizado. Dios mismo se da al bautizado y este adquiere la llamada gracia increada. El hombre se halla ya así dispuesto a la adquisición de la gracia creada que es el fruto concreto y finito en el hombre, de la nueva relación con Dios a la que hemos llamado gracia increada.

Los teólogos inmediatamente posteriores al Concilio de Trento, sostenían que la relación vital con Dios, se establecía por la Gracia y omitían la inhabitación de la Santísima Trinidad. Para ellos, una vez perdida la gracia por el pecado, la relación con Dios desaparecía. Sin embargo, la opinión de San Juan de la Cruz era que “nunca falta Dios en el alma aunque esté en pecado mortal (Cántico 1,8)”. El bautizado aunque se encuentre en estado de desgracia, no por ello deja de ser o de perder su condición de hijo de Dios. Hijo de Dios réprobo, pero hijo de Dios y el mayor deseo de su Padre celestial, es que la oveja pérdida vuelva al rebaño.

Incluso después de una falta grave, si el alma tiene un arrepentimiento verdadero fervoroso y proporcionado al grado de gracia perdida, recobra ese mismo grado de gracia; incluso puede revivir a un grado de gracia superior1.

Hoy se admite, que la unión del alma con Dios, se realiza en el orden ontológico y es fruto vital de la presencia de la Santísima Trinidad, o gracia increada en el alma, 1.- Ver: Garrigou-Lagrange, R. “Las conversiones del alma”. Edit. Palabra 1981. Isbn 84-7118-260-2, (pág. 62).

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distinta de la gracia santificante, que constituye el lazo de unión del hombre con la gracia increada. La gracia santificante será pues, la unión del hombre con la gracia increada1.

En cierto sentido, es para vosotros más importante y de mayor valor la gracia santificante (gracia creada) que la misma Inhabitación Trinitaria (gracia increada); porque esta última aunque de suyo, vale infinitamente más por tratarse del mismo Dios increado, sin embargo, no os santifica formalmente, o sea por la información intrínseca y ontológica, como la naturaleza de la gracia santificante.

La segunda categoría de gracia, es pues la llamada “Gracia santificante”, y también se llama gracia habitual o creada. Esta gracia, es aquella, en virtud de la cual, Dios infunde en vuestras almas una participación física y formal de su misma naturaleza divina, haciéndoos semejantes a Él, en su propia razón de deidad2. Expresado todo lo anterior, en palabras más accesibles, te diré, tal como la define el Catecismo de la Iglesia católica, en su parágrafo 1.999, que la gracia santificante, es:

“El don gratuito que Dios os hace de su vida, infundida por el Espíritu Santo en vuestras almas para sanarlas del pecado y santificarlas: es la gracia santificante o divinizadora, recibida en el bautismo. Es en vosotros la fuente de la obra de santificación”. La gracia santificante, es el estado de amistad entre

Dios y el hombre. Siempre es de gratuita iniciativa de Dios. El hombre de hecho, solo tiene que corresponder a esa

1.- Ver: Martí Ballester, Jesús, “Cuatro niveles de oración de santa Teresa, leídos hoy”. Edit. San pablo 1991. Isbn 84-285-1407-0, pág. 99). 2.- Ver: Royo Marín, Antonio, “Somos hijos de Dios”. Edit. Bac 1977. Isbn 84-220-0814-9, (pág. 28 y 12).

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concreta manifestación del infinito amor de Dios, que es una espontánea explosión, de la eterna fecundidad del Creador1.

El carácter de la gracia santificante, es siempre de permanencia, de tratar de permanecer siempre en la vida sobrenatural de un alma; siempre y cuando esta no se suicide, espiritualmente hablando, cometiendo pecado mortal, en cuyo caso pasa a ser un cadáver, también espiritualmente hablando. Un hombre privado de la gracia, es un cadáver en el orden sobrenatural, y los muertos nada pueden merecer. El mérito sobrenatural, supone radicalmente la posesión de la vida sobrenatural, que nos proporciona la gracia santificante2.

Si una persona se encuentra en esta situación de mortalidad espiritual, estará privado de la gracia santificante pero puede conservar la fe y la esperanza, mediante las cuales con la ayuda de la gracia actual, de la cual ahora hablaremos, puede reemprender el camino de reencuentro con Dios, es decir, puede volver a su antigua situación de amigo de Dios. En este sentido tanto el sacramento del bautismo como el de la penitencia, tienen efectos similares, en cuanto ponen al alma en estado de gracia. Estar en estado de gracia de Dios, significa poseer la gracia santificante, es decir, tener el alma libre del pecado mortal.

Como tercera categoría de gracia divina, hemos de considerar la llamada “gracia actual”, la cual es un auxilio sobrenatural, interior y transitorio, con el que Dios ilumina nuestro entendimiento y fortalece vuestra voluntad para realizar actos sobrenaturales, procedentes de las virtudes infusas o de los dones del Espíritu Santo. Como su mismo nombre indica la gracia actual, es un acto fugaz y transitorio, no un hábito permanente, como lo es la gracia santificante,

1.- Ver: Finkler, Pedro. “Comprenderse a si mismo y entender a los demás”. Edit. San Pablo 1982. Isbn 84-285-0869-0, (pág. 191). 2.- Ver: Royo Marín, Antonio, O.P. “Somos hijos de Dios”. Edit. Bac 1977. Isbn 84-220-0814-9, (pág. 26).

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las virtudes y los dones1. Mientras que la inhabitación trinitaria y la gracia santificante son elementos estáticos, la gracia actual es un elemento dinámico que se ordena a la actuación, no al ser, como se ordenan las otras dos clases de gracias de las que ya te he hablado.

La gracia actual, es un auxilio concreto y concedido por Dios a la persona que se lo pide para la superación de una determinada dificultad. Contrariamente a la gracia santificante, la gracia actual no es gratuita. Ha de ser solicitada. Además de ser considerada, como respuesta divina a un mérito personal, está siempre condicionada también a la misteriosa y omnisciente voluntad de Dios, con respecto a cada hombre en particular2.

La oración impetratoria a Dios, es imprescindible para alcanzar la gracia actual. Manifiesta San Alfonso María Ligorio, que: “El Señor nos ha impuesto una ley imposible a nuestras fuerzas naturales, a fin de que, recurriendo a Él por la oración, obtengamos las fuerzas para observarla: si se negara a alguien la gracia actual de rogar, se le haría imposible el cumplimiento de la ley3”.

Pero el hecho de que solicitéis, las gracias actuales, no supone un derecho vuestro a que os las merezcáis. La teología católica enseña, que las gracias actuales eficaces, no se pueden estrictamente merecer, ni siquiera por parte de los que ya poseen en su alma la gracia habitual o santificante. Pero, aunque no las podáis merecer, podéis alcanzarlas infaliblemente por la oración revestida de las debidas condiciones4.

1.- Ver: Royo Marín, Antonio, O.P. “Somos hijos de Dios”. Edit. Bac 1977. Isbn 84-220-0814-9, (pág. 59). 2.- Ver: Finkler, Pedro. “Comprenderse a si mismo y entender a los demás”. Edit. San Pablo 1982. Isbn 84-285-0869-0, (pág. 192). 3.- Ver: San Alfonso María de Ligorio, “El gran medio de la oración”. Edit. PS 1990. 84-284-0434-8, (pág. 176). 4.- Ver: Royo Marín, Antonio, “Somos hijos de Dios”. Edit. Bac 1977. Isbn 84-220-0814-9, (pág. 63).

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La santidad no se realiza sin vuestra cooperación, pero no es obra vuestra, es una respuesta a vuestra fe y a vuestras oraciones pues en el mundo de Dios, “todo es gracia”, os dejó escrito Santa Teresa de Lisieux. La salvación es gratuita, pero no arbitraria, pues “Dios no siembra su gracia a todos los vientos”. Espera vuestra colaboración, y la única forma de colaborar a la gracia es creer en ella y pedirla1.

********** Le digo a mi ángel: Bueno, todo esto en lo referente a las clases de

gracias y las características de cada una de ellas, está bien, pero me dijiste que luego me hablarías de la forma de adquisición de la gracia.

Y él me responde: No me he olvidado de lo que te dije y precisamente

he dejado para el final el tema de la adquisición de la gracia ya que él, esta relacionado con los sacramentos.

Los sacramentos son para vosotros, la principal fuente de adquisición de la gracia divina. Estos, como sabes son siete: Bautismo, Confirmación, Eucaristía, Penitencia o Confesión, Extremaunción, Orden sacerdotal, y Matrimonio. Todo sacramento dona al sacramentado, unas determinadas gracias divinas, siempre y cuando el sacramentado, al momento de recibir el sacramento, se halle en estado de gracia, es decir, libre de pecado mortal, o sea en amistad con Dios. Si se recibe, por ejemplo la eucaristía, sin hallarse en estado de gracia, se comete un grave sacrilegio. Los que se presentan en tal disposición, no reciben nuevas gracias sino que aumentan sus pecados2. 1.- Ver: Lafrance, Jean. “Perseverantes en la oración”. Edit. Narcea S. A. 1998. Isbn 84-277-0664-2, (pág. 165). 2.- Ver: Van Ruusbroec, Jan, “Obras escogidas”. Edit. BAC 1997. Isbn 84-

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Hay dos claras excepciones, a esta norma, cuales son el Bautismo y la Penitencia o confesión, ya que ambos, son los denominados sacramentos de reconciliación, en el sentido de que dan u otorgan la gracia de reconciliar el alma de una persona, con Dios. Es evidente que no se puede reconciliar alguien, que ya está reconciliado.

Cada sacramento confiere su propia gracia sacramental, distinta modalmente de la gracia común u ordinaria y de la que confieren los demás sacramentos. La gracia santificante es específicamente una. Quiero decir, que no hay más que una sola especie de gracia que brota del corazón de Cristo, como de su manantial único. Pero esta única gracia llega ordinariamente a vosotros canalizada, por siete canales diferentes, que son los siete sacramentos1.

Por el sacramento del Bautismo, el bautizado adquiere por primera y única vez, la condición de hijo de Dios, en toda su plenitud. El Bautismo borra todo tipo de falta o pecado anterior, y establece en el bautizado una condición de prístina pureza. Bautizarse es ingresar bajo el dominio de Dios. Es una llamada a someterse a su amor salvador, a permitirle a Él hacerse cargo de vosotros, gobernar, reinar en vuestros corazones, por medio del Espíritu Santo. San Pablo traduce bien esta idea cuando escribe:

“Yo continuo luchando para alcanzar (la perfección), como Cristo me alcanzó a mi”, (Flp 3,12). Para San Pablo, ser alcanzado por Cristo, es permitir

al espíritu de Jesús apoderarse de él, poseerlo por entero2. Y esto es y significa adquirir gracia.

7914-299-5, (pág. 160). 1.- Ver: Royo Marín, Antonio, O.P. “Somos hijos de Dios”. Edit. Bac 1977. Isbn 84-220-0814-9, (pág. 94). 2.- Ver: Mc Caffrey/Levêque/Beldarrain/Moriconi, “Guía para orar en tierra

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El parágrafo 1.213 del Catecismo de la Iglesia católica, con referencia al bautismo dice:

“El santo Bautismo es el fundamento de toda la vida cristiana, el pórtico de la vida en el espíritu y la puerta que abre el acceso a los otros sacramentos. Por el Bautismo somos liberados del pecado y regenerados como hijos de Dios, llegamos a ser miembros de Cristo y somos incorporados a la Iglesia y hechos partícipes de su misión: El bautismo es el sacramento del nuevo nacimiento por el agua y la palabra”1. Es el primero de los sacramentos, el que nos permite

iniciar nuestra amistad con Cristo y a través del cual recibimos la gracia denominada increada, de la que ya antes hemos hablado.

Quiero hacerte un paréntesis, para hacerte ver la importancia que tiene, el que el recién nacido sea bautizado lo más pronto posible, lo cual esta en contraposición con esta maligna costumbre que se está extendiendo, de retrasar el sacramento del bautismo al recién nacido. Unas veces bajo el absurdo pretexto de esperar que algún familiar, que no se encuentra en la localidad se desplace, o bien para esperar, que la fecha de este, acto encaje en las necesidades sociales de los padres o padrinos, o por otras absurdas razones, como si estos pretextos o razones, fueran más importantes que la administración del sacramento al recién nacido.

Pero volviendo al hilo de lo que estábamos, este estado de gracia increada, que además de otros varios beneficios se adquiere con el bautismo, se puede perder por la comisión de una ofensa grave a Dios -pecado mortal-, y es santa”. Edit. Monte Carmelo 1999. Isbn 84-7239-472-7, (pág. 256). 1.- Ver: “Catecismo de la Iglesia Católica”. Edit. Asociación Editores del Catecismo 1994. Isbn 84-288-1102-4, (prgf. 1.213).

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entonces cuando para el restablecimiento del estado de gracia que se ha perdido, tenéis que acudir al otro sacramento. No cabe la posibilidad de un, llamémosle “rebautizamiento”, y entonces, la solución está y la tenéis, en otro sacramento llamado sacramento de la reconciliación, penitencia o confesión. El sacramento de la penitencia, es una nueva inmersión en el bautismo, por medio de la cual, Dios obra de nuevo en vosotros y os atrae otra vez hacia sí1.

Este sacramento, al que San Agustín llamaba el bautismo de las lágrimas, puede ser utilizado cuantas veces lo necesitéis, pues la misericordia y la paciencia divina es infinita, pero siempre que haya un sincero arrepentimiento y un propósito de no volver a recaer, pues en caso contrario las gracias de este sacramento no se generan. El arrepentimiento es una condición indispensable para obtener el perdón divino. Sin arrepentimiento no hay perdón.

Modernamente es curioso observar en vosotros, el incremento que está tomando, la idea del perdón sin el arrepentimiento. Se pretende ser perdonado sin muestra alguna de arrepentimiento. En la cruz, en buen ladrón obtuvo perdón porque tuvo arrepentimiento, pero no ocurrió así con el otro ladrón, que no se arrepintió.

Pero volviendo a lo nuestro, al desarrollo de vuestra vida espiritual. Te diré, que lo que muchos de vosotros ignoráis, es que las gracias que se generan en este sacramento de la penitencia, están en proporción directa al grado de arrepentimiento de la persona que es sacramentada por la confesión, no al número de veces que se utilice este sacramento. Vuestro camino hacia vuestra santificación, es tan solo el proceso, de recuperar en vuestra alma del estado de pureza que obtuvisteis en el momento de vuestro bautismo2.

1.- Ver: Ratzinger, Joseph. "Evangelio, Catequesis, Catecismo". Edit. Edicep 1996. Isbn 84-7050-433-0,(pág. 26). 2.- Ver: Dajczer, Tadeusz, “Meditaciones sobre la fe”. Edit. San Pablo 1994. Isbn 84-285-1689-8. (pág. 165).

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El pecado es sobretodo, una grave ofensa a Dios, y consecuentemente la pérdida de su amistad con Él. Pero asimismo es también un atentado contra la comunión o conexión vuestra, con la Iglesia, por ello la conversión que se realiza dentro del sacramento de la penitencia, implica no solo el perdón de Dios, sino además la reconciliación con la Iglesia. Los que se acercan a este sacramento de la Penitencia obtienen dé la misericordia de Dios el perdón de los pecados cometidos contra Él, y al mismo tiempo, se reconcilian con la Iglesia a la que ofendieron con sus pecados. Ella les mueve a su conversión con su amor, su ejemplo y sus oraciones.

Hay tres sacramentos, que imprimen un carácter imborrable en la persona que los recibe. Estos son: Bautismo, Confirmación y Orden sacerdotal. Por medio de estos tres sacramentos, se imprime indeleblemente un cierto carácter sobre el alma del recipiente. Los teólogos os dicen, que este carácter os marca y posibilita para el culto divino. Y Santo Tomás habla del carácter, como una cierta participación en el sacerdocio de Cristo1.

La confirmación, es un sacramento necesario para la plenitud de la gracia bautismal, a los bautizados, este sacramento los une más íntimamente a la Iglesia y los enriquece con una fortaleza especial del Espíritu Santo. De esta forma se comprometen mucho más, como auténticos testigos de Cristo, a extender y defender la fe con sus palabras y con sus obras2.

El Espíritu Santo descendió sobre Jesús en el Jordán, señalándole como el Mesías que había de venir. Dios quiso que la plenitud del Espíritu Santo no había de permanecer únicamente en su Hijo, sino que debería de ser comunicada a

1.- Ver: Boylan, Eugène. O. Cist. R., “El amor supremo”. Edit. Rialp 1991. Isbn 84-321-0911-8, (pág. 263). 2.- Ver: “Catecismo de la Iglesia Católica”. Edit. Asociación Editores del Catecismo 1994. Isbn 84-288-1102-4, (prgf. 1285).

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todo el pueblo mesiánico1, y en repetidas ocasiones Jesús durante su vida pública, así lo expresó. Definitivamente esto se llevó a cabo el día de Pentecostés, en el que los apóstoles llenos del Espíritu Santo, materializado sobre sus cabezas con unas llamas de fuego en forma de lengua, comienzan a proclamar las maravillas de Dios (Hech 2,1). A partir de Pentecostés y en cumplimiento de la voluntad de Cristo, se comienza a comunicar a los neófitos, mediante la imposición de manos, el don del Espíritu Santo.

En el rito de este sacramento, para mejor significar el don del Espíritu Santo, se añadió a la imposición de manos una unción con óleo perfumado, la cual se conoce con el nombre de “crisma”. La unción realizada con aceite, tenía y tiene en el simbolismo bíblico varios significados, ya que el aceite es símbolo de abundancia, alegría, agilidad, medio de curación de heridas, e irradia en el ungido belleza, santidad y fuerza. No hay que olvidar tampoco, que también en la administración del bautismo se lleva a cabo la unción del bautizado. Ambos sacramentos Bautismo y Confirmación son sacramentos de los denominados de iniciación.

En referencia al sacramento del orden sacerdotal, todo creyente sabe que Jesucristo es el Sumo y Eterno sacerdote, de cuyo sacerdocio todos participamos. Él es el único mediador entre Dios y los hombres, y de esa participación nace el sacramento del orden sacerdotal.

San Pedro en su primera epístola, os dice: “Pero vosotros sois linaje elegido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido, para anunciar las alabanzas de Aquel que os ha llamado de las tinieblas a su admirable luz”. (1Pr 2,9).

1.- Ver: Ez 36,25-27

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Pero de estas palabras de San Pedro, no se puede deducir, como algunas corrientes heréticas pretenden, que el poder sacerdotal radica en el pueblo y que los sacerdotes son meros delegados de la comunidad. El sacerdote debidamente ordenado, representa al pueblo, solo porque representa la persona de Nuestro Señor Jesucristo, en cuyo nombre se acerca al altar. Aquí no estamos en las tesis enciclopedistas del siglo XVIII, de que el poder emana del pueblo. El Poder solo emana de Dios.

Este es el supremo privilegio del sacerdote y su tremenda responsabilidad: la de ser el mismo Cristo mientras ejerce su ministerio. No dice: “Cristo te absuelve”, sino “yo te absuelvo”; ni dice: “Este es el cuerpo de Cristo”, sino “esto es mi cuerpo”1.

El oficio propio del sacerdote es ser, tal como lo explica Santo Tomás, un mediador entre Dios y los hombres para ofrecer a Dios las plegarias del pueblo, sobre todo el sacrificio, que es el acto más perfecto de la virtud de la religión, para dar también al pueblo las cosas divinas2; por la predicación, la luz de la verdad y por los sacramentos, la gracia necesaria para el cumplimiento de la ley de Dios3.

Es tal la categoría y dignidad que al hombre le confiere el sacramento del orden sacerdotal, que su administración esta exclusivamente reservada a la dignidad de los obispos. Un sacerdote no puede por imposición de manos, administrar este sacramento, para crear otro sacerdote. El parágrafo 1576 del Catecismo de la Iglesia católica dice:

"Dado que el sacramento del orden es el sacramento del ministerio apostólico, corresponde a

1.- Ver: Hugh Benson, Robert, “La amistad de Cristo”. Edit. Rialp 1996. Isbn 84-321-3102-4, (pág. 73). 2.- Ver: La etimología de la palabra “sacerdote”, deriva del término sacerdos que es equivalente a Sacra dans. 3.- Ver: Garrigou-Lagrange, Reginald, O.P. “El Salvador y su amor por nosotros”. Edit. Rialp 1977. Isbn 84-321-1915-6, (pág. 355).

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los obispos, en cuanto sucesores de los apóstoles, transmitir "el don espiritual" (LO 21), "la semilla apostólica" (LG 20). Los obispos válidamente ordenados, es decir, que están en la línea de la sucesión apostólica, confieren válidamente los tres grados del sacramento del orden”1. Estos tres grados son: el episcopado, el

presbiteriano, y el diaconado. Los primeros sacerdotes ordenados fueron los

mismos apóstoles y recibieron una dignidad tal, que ni siquiera nos ha sido concedida a los ángeles, pues un ángel carece de potestad para perdonar los pecados y un sacerdote si la tiene. Exclamaba Tomás de Kempis: “¡Oh misterio sublime y dignidad inestimable de los sacerdotes, a quienes se otorga lo que ni aún a los ángeles se les concede!”2.

Con respecto al sacramento del matrimonio, te diré que Cristo lo elevó a la categoría de sacramento en cuanto este es fuente de gracias divinas. El Catecismo de la Iglesia católica en su parágrafo 1.601, os dice:

“La alianza matrimonial, por la que el varón y la mujer constituyen entre sí un consorcio de toda la vida, ordenado por su misma índole natural al bien de los cónyuges y a la generación y educación de la prole, fue elevada por Cristo Nuestro Señor a la dignidad de sacramento entre bautizados"3.

Nada tiene de extraño que Jesús hiciera del matrimonio una fuente de gracia, pues como le oí decir una vez a un sacerdote: El matrimonio no es difícil; es más bien 1.- Ver: “Catecismo de la Iglesia Católica”. Edit. Asociación Editores del Catecismo 1994. Isbn 84-288-1102-4, (prgf. 1576). 2.- Ver: Kempis, Tomás de, “La imitación de Cristo”. Edit. BAC 1974. Isbn 84-220-0727-4, (IV. 5, 3). 3.- Ver: “Catecismo de la Iglesia Católica”. Edit. Asociación Editores del Catecismo 1994. Isbn 84-288-1102-4, (prgf. 1601).

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humanamente imposible. Por eso Cristo lo restableció como un sacramento1. El matrimonio es un sacramento de co-ministerio, en el sentido de que cada uno de los contrayentes administra al otro el sacramento. Juntos concelebran su matrimonio y el sacerdote, es solo un testigo de excepción.

Cristo afirmó, que cuando un hombre se casaba con una mujer se casaba, tanto con el cuerpo como con el alma de ella; se casaba con toda la persona2. Y así es, podéis considerar que por la acción de la gracia divina que se obtiene en este sacramento, las almas de las partes contrayentes son unidas y entrelazadas más directa e íntimamente que sus cuerpos y no por un deliberado y firme acto de la voluntad; y de esta unión de almas por designio de Dios se alza un sagrado e inviolable vínculo.

“Por esto dejara el hombre al padre y a la madre y se unirá a la mujer, y serán los dos una sola carne”. De manera que ya no son dos, sino una sola carne. Por tanto, lo que Dios unió no lo separe el hombre” (Mt 19, 5-6). En realidad se necesitan tres para hacer feliz un

matrimonio, un hombre, una mujer y Dios. Y en cierto sentido podría decirse que estos tres son uno. Porque son ciertamente uno en Cristo3.

Dios se manifiesta de una forma muy clara, en la relación interpersonal de las personas que se aman. El encuentro auténtico entre dos personas, revela siempre algo de la presencia de Dios4. 1.- Ver: Hahn Scott y Kimberly. “Roma dulce hogar. Nuestro camino al catolicismo”. Edit. Rialp 2001. Isbn 84-321-3322-1, (pág. 115). 2.- Ver: Sheen, Fulton J. “Vida de Cristo”. Edit. Herder 1996. Isbn 84-254-0239-5, (pág. 121). 3.- Ver: Boylan, Eugène. O. Cist. R., “El amor supremo”. Edit. Rialp 1991. Isbn 84-321-0911-8, (pág. 433). 4.- Ver: Finkler, Pedro. “Al encuentro del Señor”. Edit. Verbo divino 1991. Isbn 84-8169-092-9, (pág. 68).

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La gracia que emana para los contrayentes de este sacramento del matrimonio, es unirlos a ellos con Cristo, pero también los une a los demás, al ser todos ellos miembros del Cuerpo místico de Cristo. Une a los contrayentes de un modo especial, no solo entre sí, sino también en relación a los parientes de los cónyuges, a los amigos, y a todos los presentes cuando este sacramento se recibe, con sentido netamente cristiano.

La extremaunción, o sacramento de los enfermos, proporciona al que lo recibe las gracias necesarias para afrontar sus últimos momentos en esta vida. En la Epístola de Santiago hay un párrafo que dice:

“¿Está afligido alguno entre vosotros? Ore. ¿Está de buen ánimo? Salmodie. ¿Alguno entre vosotros enferma? Haga llamar a los presbíteros de la Iglesia y oren sobre él, ungiéndole con óleo en el nombre del Señor, la oración de la fe salvará al enfermo y el Señor le hará levantarse y los pecados que hubiese cometido le serán perdonados”. (Sant. 5, 13-15). El catecismo de la Iglesia católica, en su parágrafo

1.499, os dice: “Con la sagrada unción de los enfermos y con la oración de los presbíteros, toda la Iglesia entera encomienda a los enfermos al Señor sufriente y glorificado para que los alivie y los salve. Incluso los anima a unirse libremente a la pasión y muerte de Cristo; y contribuir, así, al bien del Pueblo de Dios”1. La salud de vuestros cuerpos, y el sufrimiento han

sido siempre los problemas más graves que os han aquejado 1.- Ver: “Catecismo de la Iglesia Católica”. Edit. Asociación Editores del Catecismo 1994. Isbn 84-288-1102-4, (prgf. 1.499).

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a lo largo de vuestra historia. Jesús no ha sido nunca ajeno a este dolor vuestro y siempre ha tenido una viva preocupación, que se manifiesta en las numerosas curaciones que taumatúrgicamente realizó durante su vida, tal como lo relatan los cuatro Evangelios. La unción de los enfermos, es un sacramento que como tal, proporciona ayuda espiritual y remedio material al cuerpo, si ello le es conveniente. Actualmente, este sacramento no solo se puede administrar a los que están a punto de fallecer, sino también a todos aquellos enfermos, que pueden llegar a estar en peligro de muerte por enfermedad o vejez.

********** Le interrumpo para decirle a mi ángel: Los sacramentos son siete y hasta ahora, solo me has

hablado de seis. Y él me responde: Por supuesto que son siete y precisamente, he dejado

para el final el que es, la mayor fuente de gracia: la Eucaristía. Así como en las comidas el postre es lo mejor, sobre todo para los golosos si este es de dulce, y se encuentra al final de todos los platos, yo también aunque no necesito comer, te he dejado para postre la Eucaristía.

En su carta Encíclica sobre la Eucaristía, Juan Pablo II os manifestaba: “La Eucaristía se manifiesta, pues, como culminación de todos los Sacramentos, en cuanto lleva a perfección la comunión con Dios Padre, mediante la identificación con el Hijo Unigénito, por obra del Espíritu Santo. Un insigne escritor de la tradición bizantina expresó esta verdad con agudeza de fe: en la Eucaristía, con preferencia respecto a los otros sacramentos, el misterio -de la comunión- es tan perfecto, que conduce a la cúspide de todos los bienes: en ella culmina todo deseo humano, porque aquí llegamos a Dios y Dios se une a nosotros con la unión más perfecta.

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Todos los sacramentos deben su poder a la Pasión de Cristo, pero la Santísima Eucaristía, es el “Sacramento perfecto de la Pasión”, porque contiene a Cristo y todo el poder de Su Pasión1. Se puede afirmar sin lugar a ningún género de dudas, que de la Pasión de Cristo, emanan todas las gracias que se reparten a través de todos los sacramentos, que son los cauces necesarios, para este reparto. Pero con toda lógica, la Eucaristía, al ser compendio y repetición del misterio de la Pasión, es el sacramento por excelencia.

La quinta esencia pues, del cristianismo es la Eucaristía, y la base de esta, se encuentra en el misterio de la Transustanciación, es decir el misterio de la permanencia del Señor, en cuerpo y alma en vuestro mundo, entre vosotros, a través de las especies del pan y del vino, convertidas en verdadero cuerpo y verdadera sangre de Cristo.

Hay quien se puede preguntar: ¿Porqué Jesús escogió dos especies y no una, para ser usadas por Él, como medio de permanencia entre vosotros? La respuesta, está en la antigua simbología de estas dos especies. Desde siempre tanto los israelitas, como otros pueblos, pensaban que en la sangre de una persona, o inclusive en la de un animal radicaba su vida, su espíritu. De aquí que actualmente, tanto los hebreos como los musulmanes, se abstengan de comer carne de animal alguno, que previamente no haya sido degollado y desangrado. Pero este no es el tema que ahora nos interesa.

Como te decía, la Eucaristía, entendida esta, como ceremonia que representa el sacrificio del Cordero para vuestra redención, es la esencia del cristianismo, pero solo de la parte del cristianismo o de los cristianos, que aceptan el misterio de la Transustanciación, es decir la conversión de las dos especies de pan y vino en verdadero cuerpo y sangre de Nuestro Señor. Las religiones cristianas denominadas “protestantes”, no aceptan esta realidad, y algunas de ellas 1.- Ver: Boylan, Eugène. O. Cist. R., “El amor supremo”. Edit. Rialp 1991. Isbn 84-321-0911-8, (pág. 244).

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practican una especie de consagración simbólica. Solo las religiones cristianas no protestantes tales como la católica, la ortodoxa, la copta, la armenia y alguna otra más, se han mantenido firmes en la aceptación del dogma de la Transustanciación e interpretan debidamente las palabras de Cristo en la tierra.

Nuestro Señor, previendo lo difícil que iba a ser para vosotros la aceptación del misterio de la Transustanciación, dejo muy clara y explícitamente dicho:

“Yo soy el pan de vida; el que viene a mi ya no tendrá mas hambre, y el que cree en mi, jamás tendrá sed”. (Jn 6, 35). “…, si alguno come de este pan, vivirá para siempre, y el pan que Yo le daré es mi carne, vida del mundo”. (Lc 6, 51). Las palabras de Cristo eran demasiado literales, y Él

refutó por adelantado, demasiadas falsas interpretaciones, para que algunos de sus oyentes pudieran pretender, que la Eucaristía era un mero tipo de símbolo o que sus efectos dependerían de las disposiciones subjetivas del que la recibiría1.

Donde más contundente fue Nuestro Señor en estas afirmaciones, antes de la institución de la eucaristía en la última cena, fue en la sinagoga de Cafarnaúm, donde manifestó:

“Yo soy el pan de vida; vuestros padres comieron el mana en el desierto y murieron. Este es el pan que baja del cielo, para que el que lo coma no muera. Yo soy el pan vivo bajado del cielo; si alguno come de este pan vivirá para siempre, y el pan que yo le daré es mi carne, vida del mundo. Disputaban entre si los judíos, diciendo: ¿Como

1.- Ver: Sheen, Fulton J. “Vida de Cristo”. Edit. Herder 1996. Isbn 84-254-0239-5, (pág. 150).

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puede este darnos a comer su carne? Jesús les dijo: En verdad, en verdad os digo que, si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene la vida eterna y yo le resucitare el último día. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre esta en mi y yo en el. Así como me envió mi Padre vivo, y vivo yo por mi Padre, así también el que come vivirá por mi. Este es el pan bajado del cielo; no como el pan que comieron los padres y murieron; el que come este pan vivirá para siempre”. (Jn 6, 48-59). Estas palabras, le costaron a Jesús la pérdida de

numerosos discípulos y seguidores, que tal como os ocurre hoy en día, estos no se encontraban dispuestos a aceptar, la necesidad que tenéis de comer y beber el cuerpo y la sangre de Nuestro Señor. Pero la necesidad es evidente. No tomáis el cuerpo y la sangre de Nuestro Señor para convertirlos en cuerpo y sangre vuestra, sino todo lo contrario, para convertiros vosotros en cuerpo y sangre de Él.

San Agustín en sus “Confesiones”, pone en boca de Nuestro Señor estas palabras: “Soy alimento de adultos: crece y podrás comerme. Y no me transformaras en sustancia tuya, como sucede con la comida corporal, sino que tu te transformaras en mi1”.

La institución de la Eucaristía como sacramento de vida se realizó en la última cena, con las palabras que todos conocéis.

"Mientras comían, Jesús tomo pan, lo bendijo, lo partió y, dándoselo a los discípulos, dijo: Tomad y comed, este es mi cuerpo. Y tomando un

1.- Ver: San Agustín. Confesiones. Ver, “Liturgia de las Horas”. Edit. Coeditores litúrgicos 84-7129-274-2, (IV. 1144).

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cáliz y dando gracias, se lo dio, diciendo: Bebed de él todos, que esta es mi sangre de la alianza, que será derramada por muchos para remisión de los pecados. Yo os digo que no beberé mas de este fruto de la vid hasta el día en que la beba con vosotros de nuevo en el reino de mi Padre” (Mt 26, 26-29). Cada vez que acudís a una celebración eucarística (a

la cual extendidamente denomináis “misa”), en el momento de la consagración el sacerdote celebrante, repite las mismas palabras de Nuestro Señor en la última cena. Es este el momento de la consagración el punto culminante de la celebración eucarística, que siempre ha de ser seguido, por la Comunión, es decir, por la consumación del misterio pascual. Para que haya verdadera representación de la Pasión, del sacrificio de Nuestro Señor, ha de haber siempre una consagración seguida de una comunión.

El obispo Fulton Sheen os escribía diciendo: Todo amor, anhela la unidad. Así como en el orden humano la cima más elevada del amor consiste en la unidad del marido y la mujer en la carne, de la misma manera en el orden divino, la más elevada unidad, estriba en la del alma y Cristo en la comunión1.

Para el amor, es siempre básica la unidad con el amado, y la Eucaristía es por excelencia el sacramento del amor, por lo tanto, nada tiene de extraño, que quienes comulguen frecuentemente, anhelen cada vez más unirse a su amado que es Cristo

La gracias de la sagrada Eucaristía las recibís través de la comunión y Comunión significa precisamente eso: unión, hacerse uno. En la recepción de la sagrada comunión se verifica una unión maravillosa, sobrenatural, entre el Señor, que se nos da en alimento, y nuestra alma. En la sagrada comunión, el Espíritu de Cristo, permanece unido 1.- Ver: Sheen, Fulton J. “Vida de Cristo”. Edit. Herder 1996. Isbn 84-254-0239-5, (pág. 309).

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con nuestra alma de una manera especial, y el Espíritu Santo que vive en el alma de Cristo, vive también en nosotros y moldea en nosotros los sentimientos de Cristo1.

Concluiré diciéndote, que cada vez que comulgáis, la gloria de Dios invade un poco más vuestro ser…. Pero generalmente, no sois, consciente de ello, pues los avances en la vida espiritual siempre son en muy pequeños pasos, imperceptibles para vosotros y solo perceptibles para Dios.

En la Eucaristía, existe un vínculo misterioso entre lo que sucedió en la Encarnación y la Pasión y lo que sucede en este misterio de la Eucaristía: la gloria de Dios se ha hecho fluida y se ha licuado para cambiar vuestros corazones de piedra en corazones de carne2.

********** Le digo a mi ángel: Me has hablado de la forma de adquisición de la

gracia, en términos generales, señalándome cuales son las fuentes de donde emanan estas, pero me gustaría que me ampliases un poco más el tema, esencialmente de los efectos de la gracia.

Y él me responde: Bueno lo que no te puedo hacer, es condensarte en

una conversación, todo un tratado sobre la gracia, pero te daré gusto y algo más te diré.

Ya antes te he dicho, que como efecto de la penetración de la gracia en el alma humana, esta establece una corriente dinámica, entre el alma y su Creador, una corriente de correspondencia reciproca de conocimiento y amor.

1.- Ver: Benedikt Baur, O.S.B., “La confesión frecuente”. Edit. Herder 1974. Isbn 84-254-0033-3 (pág. 185 y 186) 2.- Ver: Lafrance, Jean. “Perseverantes en la oración”. Edit. Narcea S. A. 1998. Isbn 84-277-0664-2, (pág. 201).

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Pero centrándonos en el tema de la penetración de la gracia en el alma humana, tienes que tener muy presente, que la gracia no penetra en los que se creen honestos, en los que se encuentran espiritualmente seguros de si mismos, porque estos se revisten de un barniz o blindaje, que impide la penetración de la gracia, la cual solo invade el alma humilde, el alma rota por las faltas o pecados, pero que tiene el vehemente deseo de ser perdonada, con el deseo de encontrar a Dios.

El alma que se cree perfecta, es soberbia y carece humildad. En esas condiciones es imposible que la gracia pueda actuar. San Alfonso María Ligorio os escribía: “Así como en un vaso lleno de tierra no puede penetrar la luz del sol, así no puede penetrar la luz divina, en un corazón lleno de vicios”1.

Cuando la gracia no habita en el hombre, los demonios anidan en las profundidades del corazón, como serpientes, y no permiten que el alma dirija la mirada hacia su deseo del bien. Por lo tanto el secreto del cristiano para obtener las gracias que le son necesarias, consiste en ser humilde, y consciente de que nunca puede apoyarse solamente en sus fuerzas. Cuanto menos confíe el hombre en sus propias fuerzas para salvarse, tanto más tendrá a su disposición la ayuda y la gracia de Dios.

Solo en Cristo puede haber crecimiento sobrenatural, sólo en Él podéis prosperar en bendiciones celestes, recibir gracia sobre gracia, y dar frutos de vida eterna, no solamente para vosotros individualmente, sino además para todos vuestros hermanos y hermanas, para toda la Iglesia y para toda la humanidad, en mayor o menor medida, según que vosotros estéis más o menos en Cristo y Él en vosotros.

Para concluir con este tema de la gracia, pues veo que quieres que hablemos de otros temas, te diré algo muy importante, y es que cuando Dios pone en una persona un 1.- Ver: San Alfonso María de Ligorio, “Preparación para la muerte”. Edit. Apostolado mariano. Isbn 84-86162-17-3, (pág. 190).

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excepcional deseo de santificación, también da a continuación a esa persona, las gracias necesarias para llevar a cabo la realización de ese deseo. Dios no niega su gracia a nadie, el problema es que no son muchos los que se la piden, pero con aquel que se la pide se vuelca. Al que hace lo que puede, Dios no le niega su gracia. Y no olvides que en vuestra vida en este mundo, jamás os serán enviadas pruebas, que no vengan acompañadas de las gracias necesarias para superarlas. Otra cosa es, que no las utilicéis esas gracias y no superéis la prueba, porque queráis pasarla apoyándoos solo en vuestras propias fuerzas.

Sobre la mediación de la Virgen. Le comento y le pregunto a mi ángel: Concluyendo con este tema de las dádivas divinas a

los hombres, quisiera que me hablases sobre el papel que juega aquí nuestra Madre María, pues más de una vez he oído hablar de su mediación; ¿Qué carácter y límites tiene esta intervención de la Virgen en esta materia?.

Y él me responde: De entrada te calificaré el papel de la Virgen María,

como totalmente absoluto. Todo lo que os ocurre sea importante o insignificante os llega por medio de la Madre de Nuestro Señor, la Virgen María.

Primeramente, considera que Ella es vuestra Madre, es Madre porque se puede decir que os ha engendrado en el orden sobrenatural, pues así lo ha dispuesto Dios, que seáis hijos suyos por medio de una clarísima disposición suya.

"Estaban junto a la cruz de Jesús su Madre y la hermana de su Madre, María la de Cleofás y María Magdalena. Jesús viendo a su Madre y al discípulo a quien amaba, que estaba allí, dijo a la Madre: Mujer, he ahí a tu hijo. Luego dijo al

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discípulo: He ahí a tu Madre. Y desde aquella hora el discípulo la recibió en su casa”. (Jn 19,25-27). La lógica consecuencia de la maternidad universal

de María vuestra Madre, es que esta cuide de todos vosotros y os ame como a hijos suyos que sois. No debéis de olvidar, vuestra condición de hermanos de su Hijo Jesús.

Como consecuencia lógica de lo anterior Ella siempre está atenta a todas vuestras necesidades, lo que determina que todos los remedios que recibís, en este caso gracias divinas para sosteneros y encauzaros a la vida eterna, sean obtenidas por medio de Ella. Es fundamental considerar, que absolutamente todas las gracias las recibís por medio de nuestra Madre celestial la Virgen María, ella es como el acueducto a través de cual obtenéis las divinas gracias. San Agustín manifestaba que: “Toda la vida sobrenatural consiste para vosotros en convertirnos en Cristos, y es propiamente a la Santísima Virgen, y a ella sola, a quien se ha dado sobre la tierra el poder concebir a Cristo. Es, pues, por María, en María y de María como recibimos todos los bienes espirituales; es ella quien nos introduce, corredentora en la vida de Cristo. En Ti, por Ti y de Ti reconocemos en verdad que todo lo bueno que hemos recibido y hemos de recibir lo recibimos a través de Ti”1.

San Bernardo os dice, que así como tenemos acceso a Dios por medio de su Hijo, Jesucristo, así tenéis acceso al Hijo por medio de la Madre. San Alfonso María de Ligorio2. Necesitabais de un mediador para ir a Cristo mediador, y vosotros no podíais encontrarlo mejor que en María, vuestra Madre celestial.

El papa León XIII os manifestó, que por expresa voluntad de Dios, ningún bien es concedido sino es por

1 .- Ver, Un Cartujo, “La trinidad y la vida interior”. Edit. Rialp 1992. Isbn 84-321-0916-9, (pág. 67). 2.- Ver: San Alfonso María de Ligorio, "La dignidad sacerdotal”. Edit. Apostolado mariano 1983. Isbn 84-7527-081-6. (pág. 340).

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María; y como nadie puede llegar al Padre sino por el Hijo, así nadie puede llegar a Jesús, sino por María. Todas las gracias, grandes y pequeñas, nos llegan por María1. Dios quiso que, absolutamente todas las gracias que recibierais, sean grandes o pequeñas, siempre las obtengáis por medio de María.

María es descubierta con frecuencia, por muchos de vosotros que se entregan a una vida de piedad, pues pronto llegan a comprender que Ella, es el camino más recto, eficaz y rápido para conseguir una santificación. Y esto es así, ya que cuando el Espíritu Santo encuentra a María en un alma, acude a ella, y allí vuela con toda rapidez2.

Los judíos, en los momentos de prueba, se dirigían a Dios diciendo: “Acuérdate de nuestro padre Abrahán”, así vosotros podéis ahora dirigiros a Él diciendo: “Acuérdate de Nuestra Madre María”. Y lo mismo que ellos le decían:

“Por Abrahán tu amigo, no nos niegues tu misericordia” (Dn 3,25). También vosotros podéis decirle: “Por María, tu

Madre no nos niegues tu misericordia”3. María es la mediadora universal de todas las gracias,

dogma este, que aún no está promulgado, pero que para todos nosotros y para muchos de vosotros, es una realidad incuestionable.

La iniciativa de celebrar la fiesta de María mediadora de todas las gracias, partió de Bélgica, y al papa Benedicto XV le correspondió el honor, de instituirla canónicamente. Se fijó la fiesta el día 31 de mayo, último del mes de María. La institución de esta fiesta no es una 1.- Ver: Fernández Carvajal, Fco. “Hablar con Dios”. Edit. Palabra 1993. Isbn 84-7118-473-7, (V. 147). 2.- Ver: Lafrance, Jean, “Día y noche”. Edit. San Pablo 1994. Isbn 84-285-1549-2, (pág. 38). 3.- Ver: Cantalamessa, Raniero. "La fuerza de la cruz" Edit. Monte Carmelo 2003. Isbn 84-7239-783-1, (pág. 125).

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definición dogmática pero le prepara el camino, como la fiesta de la Inmaculada Concepción fue preludio para su definición dogmática1.

Sobre el descendimiento a los infiernos. Le comento y le pregunto a mi ángel: Siguiendo ahora, en la línea de esa serie de

afirmaciones que confesamos en el credo, y que muchas veces no sabemos bien, o con exactitud cual es el contenido de la afirmación; así tenemos como ejemplo, la frase “…y descendió a los infiernos”. A primera vista, hay aquí un contrasentido, pues si Jesucristo después de su resurrección fue allí, sería para liberar a alguien, y si así lo hizo, entonces resulta que los condenados en el infierno, no lo son a penas eternas. ¿Cómo se entiende todo esto? Por otro lado si Jesucristo, entró y salió del infierno, que es un lugar del que no se puede salir, ¿violó esta Ley eterna?

Y él me responde: Si, desde luego te reconozco que esta frase a que me

aludes, puede sembrar muchas dudas entre mucha gente actual. No así en la mentalidad de la gente contemporánea a la redacción del Credo. Desde luego llevas razón, mirando este tema, solo desde tu punto de vista, pues si resulta que el infierno, tal como os enseña la teología, es la ausencia total de Dios, Jesucristo no pudo ir allí, porque al haber entrado Él en el infierno, este se habría convertido en cielo. Y sin embargo la bajada de Cristo a los infiernos es un dogma de fe. Bueno, todo tiene explicación y te voy ha explicar.

Dios no quiso, que desde el primer momento el pueblo judío tuviese una exacta noción, de lo que es el

1.- Ver: Tanquerey, Ad. "Para hacer apóstoles”. Ediciones Palabra 1994.- Isbn 84-7118-988-7. (pág. 130).

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infierno en su concepción actual, es decir, tal como vosotros acertadamente la entendéis ahora. Para comprender esto, has de tener presente, que hasta que no se realizó vuestra redención, por Cristo Jesús, no se había producido todavía, la gran revolución espiritual que supuso el misterio de la Encarnación del Hijo de Dios, tomando Jesús la condición de verdadero hombre, y voluntariamente sufriendo su Pasión, su muerte y su gloriosa Resurrección y Ascensión a los cielos.

Gracias a esta generosa actitud de Dios para con vosotros, ahora disponéis de la inestimable ayuda de las gracias divinas para vuestra salvación, cosa de la que no disponían, los que anteriormente vivían y morían.

A este respecto, un gran escritor español, comentaba sobre los Patriarcas y a los profetas, que: aquellos gigantes del Antiguo Testamento, que todavía no poseían la Gracia, la suplían esta, con derroches hercúleos de naturaleza1. No existe punto de comparación entre los dones y gracias que hoy en día, recibe un bautizado, después de vuestra Redención, con las menguadas ayudas, de que dispusieron San Juan Bautista y cualquiera de los Patriarcas o Profetas del Antiguo Testamento.

En el libro de la Imitación de Cristo, el autor exclamaba: “¡Oh, Señor haz posible con tu gracia lo que es imposible a mi naturaleza!”2. Aquellos santos solo disponían para su santificación, de su propia naturaleza.

A la vista de todo esto, puedes comprender, lo distinta que era la concepción de la espiritualidad para aquellas almas, en relación a la concepción, mucho más clara, diáfana y fácil, que la que vosotros ahora tenéis, una vez que ya habéis sido redimidos por Nuestro Señor.

1.- Ver: Pemán, José María, “Los testigos de Jesús. Edit. Edibesa. 1997. Isbn 84-89761-27-2”, (pág. 14). 2.- Ver: Kempis, Tomás de, “La imitación de Cristo”. Edit. BAC 1974. Isbn 84-220-0727-4 (III. 19, 14).

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Para la mentalidad hebrea, el mundo era plano, era un disco enorme y circular rodeado de agua por todas sus partes, y este disco estaba asentado sobre cuatro enormes columnas que se hundían en el abismo. Por encima de este disco se hallaba el firmamento, que era un sólida cúpula sobre la cual se suponía que había agua, eran las aguas de arriba, que en determinadas ocasiones, cuando se abrían las compuertas, se derramaban sobre le tierra y sobre las aguas que la rodeaban. De esta gigantesca cúpula, pendían el sol, la luna y las estrellas. Debajo de este disco terrestre, se encontraba la “sheol”, la morada de los muertos. Era esta, un mundo subterráneo al que descendían todos los difuntos sin excepción.

En las concepciones más antiguas de los israelitas, existía la persuasión de que un núcleo personal del hombre, una vez muerto, seguía subsistiendo en una especie de domicilio común a todos los difuntos: mientras los cadáveres se depositan en los sepulcros, una especie de sombra de los que vivieron (los refaim) subsistían en la sheol.

Los habitantes de la sheol, eran pues los “refaim”, nombre enigmático que puede ser traducido por “los impotentes”, dado que subsistían en la sheol, en un estado flácido, debilitados con una existencia vaporosa y somnolienta. Allí no hacían nada, ni pensaban en nada, no gozaban de nada, no sabían lo que pasaba en la tierra, ni podían alabar a Dios, ni tener contacto con Él. Eran como sombras vivientes.

Aunque inicialmente, el pueblo de Israel, concibe la sheol, como un estado indiferenciado para buenos y malos, poco a poco, y bajo la revelación de Dios, este pueblo llegó a la persuasión, de la existencia de una retribución ultraterrena. En la predicación de los profetas, aparece por primera vez, el pensamiento de que el impío, después de la muerte, es castigado en cuanto es llevado a lo más profundo del sheol.

En tales casos, se piensa sobretodo, pero no exclusivamente, en los perseguidores de Israel. Con ello

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experimentó también, el o la sheol (según se estime), una profunda transformación. Ahora ya estaba dividido en dos o más estratos, en uno se encontraban o moraban las almas de los piadosos que gozaban de una cierta bienaventuranza preliminar, y un espacio separado de él, en que los pecadores padecen tormento.

"Yahvéh da muerte y vida, hace bajar al sheol y retornar” (1Sam. 2,6). Mientras que la sheol se concibe como una realidad

subterránea, el paraíso se piensa como una región celeste, como el tercer cielo (2Cor 12,2-4). Consecuentemente a la convicción de que Yahvé tomará consigo al justo y lo liberará del sheol, este se convierte en un lugar reservado exclusivamente a los pecadores. Así la sheol deja de concebirse como lugar indiferenciado para todos los difuntos y comienza a ser infierno en el sentido teológico del término1.

Para aclararte más este tema acerca de la idea que el pueblo de Israel tenía del cielo y del infierno, quiero referirme también a dos términos que se emplean en los evangelios. Concretamente en el Evangelio de San Mateo se emplea seis veces, para apelar al infierno el término “gehena”, San Marcos lo usa tres veces, una vez, lo usa San Lucas, y también una vez, lo utiliza Santiago en su epístola.

Con respecto al término “gehena”, te diré: Como sabes, Jerusalén en su lado oriental, está bordeada por el torrente del Cedrón, y paralelo a este corría en su tiempo otro torrente, llamado el torrente de Tirapeón. En la primitiva Jerusalén davídica, este torrente enmarcaba la ciudad por su lado occidental. Jerusalén fue creciendo y dentro de sus murallas quedó englobado parte de este barranco, del cual solo resta hoy en día, al sur de Jerusalén 1.- Ver: Rico Pavés, José. "Escatología cristiana" Edit. Quaderna 2002. Isbn 84-95383-18-7, (pág. 130 y 131).

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una depresión geográfica. Al final de esta depresión está el valle Hinón, donde Manases rey de Judá, hizo construir un templo al dios cananeo Molok que era esta, una sacrílega divinidad, ávida de sacrificios humanos.

De otro lado, también en el valle de Hinón, se encontraba un lugar, donde se reducían las basuras de Jerusalén quemándolas, este lugar tomaba el nombre de “gehena”. Este fuego permanecía constantemente encendido. De aquí que el pueblo judío, con ese afán de antropomorfismo y materialización que todos los humanos tenéis, viniese a ubicar en este lugar de fuego y terror, las puertas del infierno, y fuese la “gehena” el lugar de destino de los réprobos.

El segundo término empleado en los evangelios es el de “el seno de Abraham”. En el pasaje de la parábola del rico Epulón, Nuestro Señor, señala claramente la existencia de dos lugares diferenciados como destinos del justo y del pecador.

“Sucedió, pues, que murió el pobre y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham. Murió también el rico y fue sepultado. Estando en el Hades entre tormentos, levantó los ojos y vio a lo lejos a Abraham, y a Lázaro en su seno. Y, gritando, dijo: “Padre Abraham, ten compasión de mí y envía a Lázaro a que moje en agua la punta de su dedo y refresque mi lengua, porque estoy atormentado en esta llama” Pero Abraham le dijo: “Hijo, recuerda que recibiste tus bienes durante tu vida y Lázaro, al contrario, sus males; ahora, pues, él es aquí consolado y tú atormentado. Y además, entre nosotros y vosotros se interpone un gran abismo, de modo que los que quieran pasar de aquí a vosotros, non puedan; ni de ahí puedan pasar donde nosotros” (Lc 16, 22-26).

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Nuestro Señor, no solo en esta parábola sino también en otros pasajes evangélicos, os confirma la existencia de dos lugares de destino de las almas, según su grado de amor a Dios.

“Y dirá a los de la izquierda: Apartaos de mi, malditos, al fuego eterno, preparado para el diablo y para sus ángeles. Porque tuve hambre, y no me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui peregrino, y no me alojasteis; estuve desnudo, y no me vestisteis; enfermo y en la cárcel, y no me visitasteis, entonces ellos responderán diciendo: Señor, ¿cuando te vimos hambriento, o sediento, o peregrino, o enfermo, o en prisión, y no te socorrimos? El les contestara diciendo: En verdad os digo que cuando dejasteis de hacer eso con uno de estos pequeñuelos, conmigo dejasteis de hacerlo. E irán al suplicio eterno, y los justos a la vida eterna” (Mt 25, 41-46). Quede claro pues, que Nuestro Señor no bajó a los

infiernos en la concepción que hoy en día tenéis de lo que es el infierno, sino a la concepción hebraica de la sheol, donde se encontraban los justos que habían muerto antes de Cristo. Se trata de la resurrección de los justos del antiguo Testamento, ninguno de los cuales, podía resucitar antes que Cristo, ninguno podía ingresar en el cielo sin haber sido antes redimido, tenían que esperar su salvación. Jesús fue el primero en resucitar, tenía que ser así, porque era Él, el que había de redimirlos y salvarlos. Cristo inauguró el cielo. Las cadenas, que según San Pedro en su discurso de Pentecostés retuvieron a Cristo y a todos los difuntos en la sheol, fueron rotas para siempre1.

1 .- (Hech 2,24).

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Sobre la revelación divina. Le comento y le pido a mi ángel: Nosotros, cuando llegamos al mundo, aquellos que

tratan de buscar a Dios, adquieren un conocimiento de Él, por medio de lo que Él mismo nos ha revelado, es lo que se conoce con el nombre de “revelación divina”. Me gustaría que me comentases algo acerca de este tema.

Y él me responde: Como su mismo término indica, “revelar”, es quitar

el velo a algo que permanecía oculto. Revelar es suprimir la categoría de misterio dando a conocer y comprender lo que antes estaba oculto. Todo le referente a Dios, es un misterio, sobre todo para aquellas almas, que aún no han superado la que podríamos denominar “prueba de amor”. Es decir, para vosotros, que en la tierra constituís la llamada Iglesia caminante.

Tener un pleno conocimiento de lo que es Dios y lo que Él representa, es en síntesis poseer a Dios, entrar a formar parte de Él, integrándose en su divina Luz, y esto solo se puede lograr, superando la prueba de amor, para la que habéis venido al mundo. A esto habéis venido aquí, para esto habéis nacido, para superar la prueba de amor, que Dios quiere que paséis, para que a su vez, seáis dignos de su Amor.

No te olvides de que existe una mutua alimentación entre los términos conocimiento y amor. A un mayor conocimiento siempre corresponde un mayor amor. Es una ley humana, la de que, nadie puede amar aquello que ignora, aquello de lo que no tiene conocimiento alguno. La superación de la prueba, es decir vuestra salvación, os llevará a un pleno conocimiento de Dios, y en consecuencia a una plenitud de amor con Él, la cual no será siempre igual en todos vosotros, dado que aquel que más se ha santificado, aquel que más ha amado en la tierra, estará más preparado

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para amar más profundamente y en consecuencia para un mayor conocimiento de Dios.

A fin de facilitaros vuestro trabajo, es decir, que superéis esta prueba, Dios en su infinita bondad, ha querido daros a conocer el misterio de su voluntad, para que mediante Cristo, podáis tener acceso al Padre en el Espíritu Santo. Y para ello, os ha marcado la dirección de un camino. De un camino que habéis de seguir, si es que queréis ser santos, santificándoos en su amor. Para recorrer ese camino os ha revelado la dirección que habéis de seguir. Esta revelación, es la indicación de aquello que habéis de buscar y amar, cumplimentando su voluntad. Este camino, ha de recorrerse apoyándoos en las gracias o ayudas que Dios os proporciona, pues sin estas ayudas es imposible recorrerlo.

“Yo soy la vid. Vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto, porque sin mí no podéis hacer nada. El que no permanece en mí es echado fuera, como el sarmiento, y se seca, y los amontonan y los arrojan al fuego para que ardan” (Jn 15, 6). En el Catecismo de la Iglesia católica en su

parágrafo 50, se os dice: "Mediante la razón natural, el hombre puede conocer a Dios con certeza a partir de sus obras. Pero existe otro orden de conocimiento que el hombre no puede de ningún modo alcanzar por sus propias fuerzas, el de la Revelación divina (Cf. Cc. Vaticano 1: DS 3015). Por una decisión enteramente libre, Dios se revela y se da al hombre. Lo hace revelando su misterio, su designio benevolente que estableció desde la eternidad en Cristo en favor de todos los hombres. Revela plenamente su designio enviando a su Hijo amado, nuestro Señor Jesucristo, y al Espíritu Santo”.

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Dios no ha querido nunca, y estoy seguro de que

nunca querrá, que mientras estáis en la tierra, su revelación a vosotros, sea de carácter, absoluta y total. Si esto no fuese así, ello equivaldría a quitaros la posibilidad de meritar, de hacer méritos para la otra vida que os espera, pues si hubiese un conocimiento total y perfecto de lo que es Dios y lo que Él representa, difícilmente podría existir la fe. Estaríais ante una evidencia, y frente a la evidencia, la fe desaparece, no se hace necesaria, porque la esencia de la fe es creer, en lo que no se ve.

Desde los primeros tiempos de la humanidad, Dios os ha sometido a un lento proceso de conocimiento, mediante también, una lenta labor de revelación, hasta la llegada al mundo de Nuestro Señor Jesucristo. A partir de este momento, el proceso de revelación pública de Dios ha concluido. Él os ha manifestado ya todo le necesario, para que recorráis el camino que os llevará a Él.

"Muchas veces y en muchas maneras habló Dios en otros tiempos a nuestros padres por ministerio de los profetas; últimamente y en estos días nos habló por su Hijo, a quien constituyó heredero de todo, por quien también hizo los siglos” (Heb. 1,1-2). Y fíjate que hablo de revelación pública, lo cual

presupone la existencia de otro tipo de revelación, que es la privada, de la que luego hablaremos.

En la revelación, generalmente Dios se ha valido de instrumentos humanos, tales es el caso de los redactores de los libros del Antiguo Testamento, o posteriormente de los apóstoles o de los redactores de los cuatro Evangelios, del libro de los Hechos de los apóstoles, y de las Cartas apostólicas. Esto ha determinado, que la mentalidad y conocimientos humanos de los redactores escogidos por Dios, fuese muy distinta, según las épocas, y esta diferencia,

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que se tradujo en su día, en la forma de exponer los hechos, ha podido inducir a determinadas personas, a tratar de ver aparentes contradicciones entre lo expresado en el Antiguo Testamento y lo expresado en el Nuevo. A este respecto quiero recordarte las palabras de Jesús, cuando dijo:

"No penséis que he venido a abrogar la Ley o los Profetas; no he venido a abrogarla, sino a consumarla. Porque en verdad os digo que mientras no pasen el cielo y la tierra, ni una jota, ni una tilde pasara (desapercibida) de la ley hasta que todo se cumpla. Si, pues, alguno descuidase uno de esos preceptos menores, y enseñare así a los hombres, será tenido por el menor en el reino de los cielos; pero el que practicare y enseñare, este será tenido por grande en el reino de los cielos” (Mt 5, 17-19). Todas las revelaciones hechas por Dios tanto en el

Antiguo como en el Nuevo Testamento, son palabra de Dios (oráculo del Señor), y como tales son acordes unas con otras, pues Dios no puede contradecirse a si mismo.

Lo revelado por Dios a los hombres, por medio de los sagrados textos (la Biblia), consta de una parte meramente accesoria, que era necesaria exponer para la comprensión de lo fundamental. Esta parte accesoria está siempre redactada, conforme a las ideas y conocimientos científicos, que en aquella época tenían los redactores. Esta parte accesoria o circunstancial, choca muchas veces con los actuales conocimientos científicos y esto le hace pensar a más de uno, que la Biblia no es de origen divino.

Hay que tener presente que los actuales conocimientos científicos, que a vosotros nos parecen indiscutibles, dentro de poco, cuando quizás no estéis ya en este mundo, los hombres que os reemplacen, posiblemente se sonreirán de vuestra actual ignorancia científica.

Después del pecado original, Dios en su infinita misericordia apiadándose del género humano, decidió salvar

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a la humanidad, por medio de una serie de etapas. El proceso de las revelaciones divinas a vosotros, pasa pues por varias etapas; cuatro son las que se señalan en el Catecismo de la Iglesia católica1:

a.- En una primera etapa está el origen de todo, el comienzo de la revelación. En esta etapa, Dios se da a conocer al hombre. Se manifestó personalmente a nuestros padres Adán y Eva y los invitó a una comunión íntima con Él revistiéndolos de una gracia y de una justicia resplandeciente.

La revelación no fue interrumpida por el pecado original. Dios misericordioso, después de la caída alentó en ellos la esperanza de la salvación, con la promesa de la redención, aunque no reveló en la forma tan inusitada en que más tarde, llevó a efecto vuestra redención.

b.- Una segunda etapa, está constituida por la Alianza de Dios con Noé después del diluvio. Con anterioridad al diluvio, el orgullo de una humanidad caída, la llevó a su propia disgregación. Es este el episodio de la llamada Torre de Babel.

La alianza con Noé, establece un nuevo orden, y esta alianza permanece en vigor, mientras dura el tiempo de las naciones, hasta la proclamación universal del Evangelio.

c.- En la tercera etapa, es donde os aparece la figura de Abraham. Dios para reunir a la humanidad dispersa, elige a Abraham, sacándolo fuera de su tierra, de su patria y de su casa. Aquel Dios, que había hablado durante siglos por las voces de la naturaleza, salió de su silencio, eligió a un hombre llamado Abraham y comenzó a hablar directamente a su corazón. Se fue revelando poco a poco, como en un juego. No quiso hacerlo todo de una vez. Su así lo hubiese hecho, os habría matado con la luz de su presencia2.

1 .- Ver: Parágrafos del catecismo de la Iglesia católica, números 54 al 64 ambos inclusive 2 .- Ver: Borragán Mata, Vicente, “Nómadas de Dios”. Edit. San Pablo 1994. Isbn 84-285-1660-X, (pág. 12).

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El pueblo nacido de Abraham, será el depositario de las promesas hechas a los Patriarcas. Este pueblo, que es pueblo elegido por Dios, es el llamado a preparar la reunión un día de todos los hijos de Dios, en la unidad de la Iglesia. Este pueblo, será la raíz, en la que serán injertados los paganos hechos creyentes.

Es esta, la etapa de los Patriarcas y de los Profetas, a los cuales, durante el transcurso de ella, les fueron hechas numerosas revelaciones, que constituyen una parte del denominado Antiguo Testamento, el resto de revelaciones que se recogen en el Antiguo Testamento corresponde a la siguiente etapa.

d.- Después de esta etapa de los Patriarcas y profetas, que se inicia con la figura de Abraham, que es el padre de todos vosotros los creyentes, Dios constituyó a Israel como su pueblo salvándolo de la esclavitud de Egipto.

Estableció una nueva alianza con Israel, en el Monte Sinaí, y por medio de Moisés, le dio a su pueblo la ley, para que este le reconociese y le sirviese a Él, como el único Dios vivo y verdadero.

El pueblo de Israel, es el pueblo sacerdotal de Dios, es el pueblo de los hermanos mayores vuestros, en la fe de Abraham, y a este pueblo elegido por Dios, Él lo forma en la esperanza de la salvación, en la espera de una Alianza nueva y eterna destinada a todos los hombres, y que será gravada en los corazones.

Ahora bien, es importante consideréis, que Jesucristo es la plenitud de la mediación con el Padre, sin Él, no solo os es imposible llegar al Padre, sino también a la plenitud de toda revelación. Por medio de Jesucristo, Dios os ha revelado ya todo, y nadie puede esperar ninguna otra revelación.

En la carta a los hebreos, podéis leer: “Muchas veces y de muchos modos habló Dios en el pasado a nuestros Padres por medio de los Profetas; en estos últimos tiempos nos ha

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hablado por medio del Hijo a quien instituyó heredero de todo, por quien también hizo los mundos; el cual, siendo resplandor de su gloria e impronta de su sustancia, y el que sostiene todo con su palabra poderosa, después de llevar a cabo la purificación de los pecados, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas” (Hb 1,1-3) El Catecismo de la Iglesia católica justifica esta

realidad: “Porque en darnos, como nos dio a su Hijo, que es una Palabra suya, que no tiene otra, todo nos lo habló junto y de una vez en esta sola Palabra..., porque lo que hablaba antes en partes a los profetas ya lo ha hablado todo en El, dándonos al Todo, que es su Hijo. Por lo cual, el que ahora quisiese preguntar a Dios, o querer alguna visión o revelación, no sólo haría una necedad, sino haría agravio a Dios, no poniendo los ojos totalmente en Cristo, sin querer otra alguna cosa o novedad. No habrá otra revelación1”.

Sobre las revelaciones privadas. Le digo a mi ángel: Antes me has dicho que me hablarías de las

revelaciones privadas. Y él me responde: De acuerdo, no me olvido de lo que te he dicho. Y

continuando con el contenido del Catecismo, esa maravilla

1.- Ver: “Catecismo de la Iglesia Católica”. Edit. Asociación Editores del Catecismo 1994. Isbn 84-288-1102-4, (prgf. 65. pág. 28).

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de documento, que si la leyeseis más, tendríais un mayor conocimiento de Dios, y os acercaríais más a la gloria que os espera, o al menos nosotros queremos que os espere a todos, en este -como te decía- en el parágrafo 67 del mismo, se puede leer:

“A lo largo de los siglos ha habido revelaciones llamadas "privadas", algunas de las cuales han sido reconocidas por la autoridad de la Iglesia. Estas, sin embargo, no pertenecen al depósito de la fe. Su función no es la de "mejorar" o "completar" la Revelación definitiva de Cristo, sino la de ayudar a vivirla más plenamente en una cierta época de la historia. Guiado por el Magisterio de la Iglesia, el sentir de los fieles (sensus fidelium) sabe discernir y acoger lo que en estas revelaciones constituye una llamada auténtica de Cristo o de sus santos a la Iglesia. La fe cristiana no puede aceptar "revelaciones" que pretenden superar o corregir la Revelación de la que Cristo es la plenitud. Es el caso de ciertas religiones no cristianas y también de ciertas sectas recientes que se fundan en semejantes "revelaciones”1. Las revelaciones privadas reales y verdaderas,

existen, pero en un número muy exiguo y la mayoría de las veces sin ser reconocidas por la Santa Sede, la cual es sumamente precavida en la aceptación de los hechos y circunstancias que rodean estas revelaciones, que en general siempre vienen acompañadas de apariciones, la mayoría de ellas “mariotefanías”, es decir, atribuidas a la Santísima Virgen. Y junto a estas revelaciones privadas con más o menos fundamento y como decimos sin reconocimiento de la 1.- Ver: “Catecismo de la Iglesia Católica”. Edit. Asociación Editores del Catecismo 1994. Isbn 84-288-1102-4, (prgf. 67. pág. 29).

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Santa Sede en la mayoría de los casos, cohabitan una pléyade de pretendidas revelaciones, frutos de mentes fantasiosas o calenturientas, y en muchos casos producto de actuaciones demoníacas.

A estos efectos, hay que tener presente que no es el fruto de un alma espiritualmente fuerte y bien formada, el desear visiones o apariciones del Señor o de su Madre, o de algún santo o santa. San Juan de la Cruz manifiesta, que: el que ahora quisiere preguntar a Dios, o querer alguna visión o revelación, no solo haría una necedad, sino haría agravio a Dios. Entre otras razones, porque es Dios quien entre nosotros escoge sus instrumentos y no somos nosotros quienes, faltando a la humildad no queramos erigir en instrumentos divinos. Por otro lado, no desees curiosamente tener revelaciones del cielo, porque muchos que desean semejantes revelaciones, están expuestas a diversos peligros y diversos lazos del demonio1

Te decía antes que no obstante, las revelaciones privadas unidas a las apariciones han existido y existen. Entre las más conocidas últimamente, están las de la Virgen en Lourdes, a una humilde pastorcilla, llamada Bernadette Souvirons, y las realizadas también por la Virgen en Fátima, a dos pastorcillas y un pastorcillo; Lucia Jacinta y Francisco.

Recientemente acudió a la casa del Padre, acudiendo a la llamada del Señor, Sor Lucia la última de los tres testigos de Fátima. Es curioso observar como el número 13 que con tanta prevención supersticiosa es tratado por muchos, es precisamente el número que fue escogido por la Virgen, para sus encuentros con los pastorcillos. El número 13 reiteradamente ha estado siempre ligado a los acontecimientos de las apariciones de Nuestra Señora en Fátima2.

1 .- Ver: Luís de Blois/Garrido Bonaño, Manuel, O.S.B. “Blosio. Obras selectas”. Edit. BAC 1995. Isbn 84-7914-190-5, (pág. 96). 2 .- 13-05-1917.- Fecha de la primera aparición de la Virgen. Precisamente este mismo día en Italia, se realizaba la ordenación episcopal del futuro papa

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En estas apariciones de Nuestra Señora, más que revelaciones privadas, la Virgen quiso y quiere enviaros una serie de mensajes, que en el caso de Fátima son, precisamente conocidos bajo, el título de los “mensajes de Fátima”, en los que Nuestra Señora, pone mucho énfasis en la necesidad de orar y sacrificarse. Son muchas las almas que van al infierno -manifiesta Nuestra Señora- porque no hay quien se sacrifique y ruegue por ellas, y sobre todo rezad diariamente el “Santo rosario”. Entre otros mensajes promete la Virgen, la salvación eterna a aquellas almas que abrazaren la devoción a su Inmaculado corazón, y os da la posibilidad de obtener su gracia en el momento de la muerte, con la práctica de la confesión, la eucaristía y quince minutos de meditación, los cinco primeros sábados de mes1. Pío XII. 13-07-1917.- Aparición de Nuestra Señora y mensajes enunciados. 13-10-1917.- Última aparición a los pastorcillos y milagro del sol. 13-10-1921.- Se permite por primera vez celebrar la Santa misa. 13-10-1930.- El obispo de Leiría, declara dignas de fe las apariciones y autoriza el culto de Nuestra Señora de Fátima. 13-05-1931.- Siguiéndose el contenido del mensaje de Fátima se celebra la consagración de Portugal al Sagrado corazón de María. 13-10-1942.- Siguiéndose el contenido del mensaje de Fátima, el papa Pío XII, consagra el mundo al Sagrado corazón de María, haciendo una velada alusión a Rusia. 13- 05-1946.- Es coronada la estatuilla de la Virgen de Fátima. 13-05-1967.- Viaje a Fátima del papa Pablo IV, en el cincuentenario de la primera aparición. 13-05-1981.- El turco Alí Agca, atenta contra la vida de Juan Pablo II. 12/13-05-1982.- Acude Juan Pablo II por primera vez a Fátima. 12/13-05-91.- Segundo viaje a Fátima de Juan Pablo II en el décimo aniversario de su atentado. 13-05-2000.- Tercer viaje de Juan Pablo II, y beatificación de los dos pastorcillos Jacinta y Francisco. 13-02-2004.- Fallece Sor Lucia la última de los tres pastorcillos a los 97 años de edad. 1 .- Inmediatamente dijo Nuestra Señora a Lucía: "Mira, hija mía, mi Corazón cercado de espinas que los hombres ingratos me clavan sin cesar con blasfemias e ingratitudes. Tu, al menos, procura consolarme y di que a todos los que, durante cinco meses, en el primer sábado, se confiesen, reciban la Sagrada Comunión, recen el Rosario y me hagan compañía

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Concluyo diciéndote, y remachándote, que tal como señala la recta doctrina del Catecismo de la Iglesia católica, las revelaciones privadas, en ningún caso pueden contradecir la gran revelación final y definitiva que fue expresada por Nuestro Señor a su paso por vuestra tierra.

Sobre el valor de las jaculatorias. Le pregunto a mi ángel: Hay un tema que siempre me ha llamado mucho la

atención; me refiero al valor de las jaculatorias, pues aunque es una costumbre que se puede ir perdiendo, aún hay muchas personas que frente a cualquier situación de la vida pronuncian una jaculatoria o una expresión invocatoria de Dios.

Y él me responde: Efectivamente es este, un tema poco tratado y

conocido y sin embargo de una importancia tremenda que vosotros no llegáis a comprender ni apreciar. durante 15 minutos meditando en los misterios del rosario con el fin de desagraviarme les prometo asistir en la hora de la muerte con las gracias necesarias para su salvación". Los elementos de los 5 primeros sábados 1-confesión. Es esencial en el camino del arrepentimiento y la conversión. 2-Eucaristía El primer fruto de esta devoción es el culto a la Santa Eucaristía en sus tres aspectos: sacrificio, comunión y adoración. 3-rezo del Rosario con dos aspectos: oración y meditación. Se rezan cinco misterios. 4-la promesa de salvación. 5-La Meditación del Rosario: La oración vocal del Rosario tiene siempre en su base un acto de meditación interior en los misterios de la vida, sufrimiento y gloria de nuestro Señor y de la Stma. Virgen. La jaculatoria que la Virgen pide que recemos después de cada misterio: "Oh mi Jesús, perdona nuestros pecados, líbranos del fuego del infierno. Conduce todas las almas al cielo especialmente las que mas necesitan de tu misericordia".

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Cierto es, que actualmente no usáis de las jaculatorias, con la misma intensidad con la que la utilizaban las pasadas generaciones, pero esto es solo, una consecuencia más, del proceso de descristianización, por el que temporalmente estáis pasando los miembros de vuestra generación.

En el orden humano, date cuenta de la tremenda capacidad que tenéis los humanos, para modificar mentalmente, el orden y la categoría de los hechos que un día determinado llegaron a afectaros. Con el paso del tiempo, y a fuerza de narrarlos o de recordarlos, la mayoría de las veces, sin daros cuenta, los vais modelando en vuestra mente, en forma distinta a como sucedieron. Es más, empezáis narrando un sucedido inexistente, en el que os presentáis como protagonistas y con el paso de los años, llegáis a convenceros de que, lo que empezasteis imaginando y que nunca ocurrió, salvo en vuestras calenturientas mentes, ahora os lo creéis firmemente que si sucedió. Esta capacidad de remodelar los recuerdos, los afectos y otras manifestaciones de vuestras mentes, en el orden de carácter material, tiene también su vertiente positiva en el orden de carácter espiritual. Me refiero aquí a las jaculatorias.

Las jaculatorias son pequeñas oraciones, como dardos lanzados al cielo -manifiesta Lorenzo Scupoli1- que tienen una gran fuerza para excitaros a la virtud, utilizan esa fuerza o capacidad de remodelación que tenéis, para acercaros inconscientemente, más a Dios, por vuestra parte.

Nuestro Señor, claramente os dijo: “…, conviene orar perseverantemente y no desfallecer”. (Lc 18,1).

1.- Ver: Scupoli, Lorenzo, “Combate espiritual”. Edit. San Pablo 1996. Isbn 84-285-1824-6, (pág. 150).

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Y en el Huerto de Getsemaní, a los apóstoles les dijo:

“Vigilad y orar para que no caigáis en tentación”. (Mt 26,41). Más tarde San Pablo, os recuerda el mandato divino

de “orar incesantemente”, y os dice: "Orad constantemente. En todo dad gracias, pues esto es lo que Dios, en Cristo Jesús, quiere de vosotros”. (1Ts 5,17-18). Y en otra carta, os añade: "Por tanto, ya comáis, ya bebáis o hagáis cualquier otra cosa, hacedlo todo para gloria de Dios”. (1Co 10,31). Cristo os ordena la oración continua, porque habéis

de tener presente, que la finalidad última de la oración es tratar de hacer de vuestra vida, una continua conversación con Dios. Las jaculatorias son un importante elemento para poder cumplir el mandato divino de “orad incesantemente”.

La repetición de jaculatorias, oraciones cortas, para alabar al Señor, obtener ayuda o para implorar perdón, comienza en los primeros tiempos del cristianismo y forman parte de la tradición cristiana. San Juan Crisóstomo en el siglo IV, recomienda la repetición frecuente y sucesiva de unas mismas breves palabras.

Quizás fueron, los monjes de Egipto, los que descubrieron el valor de las jaculatorias, pues tal como os dice San Agustín, oraban frecuentemente con plegarias muy cortas, a las que les pusieron el nombre de “jaculatorias”.

La gran virtud de la jaculatoria, es la de que al ser oraciones muy breves, es prácticamente imposible, distraerse y la concentración de vuestra mente en el Amor a Dios es

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constante. De aquí que la continua repetición de una jaculatoria hecha con una lenta cadencia, ayude extraordinariamente a un alma para alcanzar un estado de contemplación, porque la invocación continua, facilita la guarda del corazón, ya que cuando un pensamiento sobrenatural, aflora en un corazón, inconscientemente este aplasta con su fuerza la sugestión demoníaca, que lleva a la distracción.

Por medio de las jaculatoria repetidas primeramente, en forma consciente, y a lo largo de los años en forma inconsciente, alcanzaréis que vuestra vida sea una continua oración al Señor. Ejemplo de esto que te digo, lo saben muy bien vuestros hermanos ortodoxos, que utilizan las jaculatorias para alcanzar el llamado por ellos, “hesicasmo” que no es nada más, que una forma de vida contemplativa, en la que se busca la comunión con Dios por medio de la soledad en la “hesiquia”, es decir, en la tranquilidad interna externa y en la oración continua. La “hesiquia” en los autores espirituales indica al mismo tiempo recogimiento, silencio, soledad exterior e interior unión con Dios.

Es interesante, que para darte cuenta del valor de las jaculatorias, leas el libro del “Peregrino ruso”, en el que el protagonista quiere llegar a convertir su vida en una oración incesante. Me acostumbré de tal manera a la oración, dice el peregrino ruso, que no la abandonaba nunca, la sentía resonar dentro de mí, no solo cuando estaba despierto, sino también durante el sueño, sin interrumpirse por un solo instante, cualesquiera que fuesen mis ocupaciones1.

Si queremos tender hacia la santidad, hacia la que el Señor nos llama, es necesario unirnos frecuentemente con su Presencia, de manera que nademos en agua divina como un pez en el agua clara de un río2. Y para esto, la consecución

1.- Ver: Anónimo, “El peregrino ruso”. Edit. Logos 1994. Isbn 84-7068-145-1. 2.- Ver: Maurín, Daniel. “Un camino hacia Dios”. Edit. Narcea 1991. Isbn 84-277-0943-9, (pág. 123).

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de la oración incesante, es fundamental. La oración incesante una consecuencia lógica de haber alcanzado un alto grado de imitación a Cristo. Es evidente que el hombre no puede estar siempre en acto de oración, pero puede estar siempre en estado de oración. Porque has de distinguir entre estar en acto de oración o estar en estado de oración, que son situaciones distintas pero complementarias entre sí. Si deseas orar siempre, dice San Agustín, oras sin cesar1. Estado de oración, no significa tener el pensamiento ininterrumpidamente vuelto hacia Dios. Esto es imposible y tampoco es necesario. Quien ama a alguien apasionadamente no necesita evocar con insistencia el recuerdo de esa persona para darse cuenta de que la quiere2.

Como dicen los Padres de oriente: “Cuando tienes dolor de muelas, no necesitas pensar en ello para tenerlo presente, pues te ha dominado por completo. Lo mismo ocurre con la oración incesante, esta se infiltra en toda tu existencia”3. Se puede estar en estado de oración, sin estar en acto de oración, pero lo que no cabe, es estar en acto de oración, sin querer estar, en estado de oración.

El que desea orar sin cesar, ora de hecho siempre, aunque no esté siempre en oración. Pero para que este deseo sea verdadero y no veleidoso, es preciso que se encarne en tiempos fuertes de oración. Por eso, te propongo que dediques cada día, una hora llena y continuada a la oración, dejándote bien claro, que vale más una hora seguida que dos veces media hora4.

1.- Ver: Lafrance, Jean. "Cuando oréis decid Padre…". Edit. Narcea. Isbn 84-277-0622-7, (pág. 63). 2.- Ver: Finkler, Pedro. “Cuando el hombre ora…”. Edit. San Pablo 1981. Isbn 84-285-0850-X., (pág. 38). 3.- Ver: Lafrance, Jean. “La oración del corazón”. Edit. Narcea 1996. Isbn 84-277-0433-X, (pág. 67). 4.- Ver: Lafrance, Jean. “Perseverantes en la oración”. Edit. Narcea S. A. 1998. Isbn 84-277-0664-2, (pág. 19).

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Por otro lado, debes de tener presente, que es evidente que hay una estrecha relación entre la oración y el resto de la vida espiritual, y que de hecho, cuando se progresa, la distinción entre ambas tiende a desaparecer, y la oración rebosa del tiempo a ella destinado y empieza a penetrar en resto del día, de modo qué, bien sea por la palabra o por la obra, el alma está siempre elevada hacia Dios en una unión de amor1.

Sobre los planes de Dios. Le comento y le pregunto a mi ángel: Cambiando de tema. Desde siempre me ha llamado

la atención, el hecho de que Dios con respecto a nosotros, funcione con un plan; tal parece que Él, es igual que nosotros, que tenemos la necesidad de planificar, cuando queremos obtener un objetivo, y para ello hemos de acomodarse a unas determinadas directrices que nos la marca el plan de actuación. Háblame sobre todo este tema.

Y él me responde: En la contestación a tu planteamiento, primeramente

y antes de hablarte sobre este tema de los planes o plan de Dios, te diré: que no es Dios, quien es igual a vosotros, sino que sois vosotros los que sois semejantes a Dios, en esto de los planes y en muchas cosas más.

Efectivamente. Dios tiene un Plan general de actuación con respecto a vosotros e infinitos planes parciales de desarrollo de este Plan general, y toda su actuación sobre vosotros y vuestro entorno, la realiza siempre de acuerdo con ese Plan general. Este Plan general, como todo plan,

1.- Ver: Boylan, Eugène. O. Cist. R. “Dificultades de la oración mental”. Edit. Rialp 1997. Isbn 84-321-0893-6, (pág. 93).

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ordena la actuación o actividad de quien lo ejecuta, para la consecución de una finalidad.

El objetivo o la finalidad del Plan general de Dios es muy simple y escueta, es la obtención de la salvación eterna de todas las criaturas humanas, para que lleguen a Él por amor y con Él sean eternamente felices, ya que para ello fueron creadas.

El primordial propósito de la Creación, fue que la perfección infinita de Dios se pusiera de manifiesto, en otros seres que debían de ser reflejo de su existencia y de su belleza. Entre estos seres tenía que haber algunos que fueran imágenes de la vida consciente de Dios, de su vida de conocimiento y amor. La grandeza y la felicidad de los seres inteligentes consiste pues en la fidelidad con que reflejan las perfecciones de Dios en si mismos. De ahí se deriva que la gloria de Dios y la felicidad de la criatura humana fiel son materialmente, aunque no formalmente idénticas. El propósito pues de Dios al crearos a vosotros los hombre y a nosotros los ángeles, fue el de hacernos felices con su propia felicidad. Y para conseguir esta felicidad no tenéis que hacer otra cosa que simplemente admitirla, admitiendo a Dios en vuestras almas, tal como nosotros ya lo hemos hecho1. Para esta admisión de Dios en vuestras almas, tenéis que tender siempre a una imitación de Él, en este caso, es lo que se denomina la “imitación de Cristo”.

El Plan general de Dios tiene su desarrollo en tantos planes parciales como seres humanos ha habido, hay y habrá en el transcurso del tiempo, ya que cada hombre es fruto de un interés personal, directo y singular de Dios por él, que ha sido quien por amor lo creo. Los planes parciales de Dios, que componen su Plan general de actuación, son de un número casi infinito, y todos ellos se encuentran en la mente y en la voluntad de Dios, formando parte del Plan general único. Existe pues, una unidad completa en Su plan, porque 1.- Ver: Leen, Edward. “El Espíritu Santo”. Edit. Rialp 1998. Isbn 84-321-3170-9, (pág. 154).

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todos lo planes que distinguimos son solo aspectos diferentes del único Plan que tiene en realidad. San Pablo os dice cual es Su plan en lo que se refiere a vosotros1:

“La voluntad de Dios es vuestra santificación” (1Thes. 4,3). Como quiera que, tal como ya te he dicho, toda

persona es única e irrepetible, cada uno de vosotros tenéis un camino singularísimo que recorrer. Desde el instante mismo de vuestra creación individual, Dios os implantó su dirección espiritualizante en lo más íntimo de vuestro ser. Y al hacerlo, Dios os consagra para sí2, Él tiene un plan específico para ti, y para cada uno de todos vosotros, para que un día os salvéis, y llegues a alcanzarle a Él, a poder contemplar su divino rostro y este plan es infinitamente superior a cualquier otro plan o proyecto de vida, que tu hayas o cualquiera de vosotros, halláis podido trazar para el desarrollo de vuestras vidas en la tierra.

********** Le interrumpo para decirle a mi ángel: Bueno como tu sabes a todos nosotros nos gusta

planificar el futuro, quizás por el deseo que todos tenemos de vivir en seguridad, y rara es la persona que no tenga formalizado su propio plan de vida para el futuro. Pues bien, dada esta realidad, ¿cual debe de ser la relación entre nuestros planes humanos y los de Dios?

Y él me responde:

1.- Ver: Boylan, Eugène. O. Cist. R., “El amor supremo”. Edit. Rialp 1991. Isbn 84-321-0911-8, (pág. 134). 2.- Ver: Nemeck F. K. y Coombs M. T. “Llamados por Dios”. Edit. Espiritualidad 1994. Isbn 84-7068-229-6, (pág. 10).

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De entrada te diré: si quieres seguir a Cristo y ser uno de sus elegidos, olvídate de tus planes. Dios os dejó dicho, por medio del profeta Isaías:

“Mis planes no son vuestros planes, ni mis caminos son vuestros caminos…. Como el cielo es mas alto que la tierra, mis caminos son mas altos que los vuestros, mis planes mas altos que vuestros planes” (Is 55,6-9). Tus planes nunca serán tan perfectos, ni te podrán

hacer tan feliz, como los que Dios tiene preparados para Ti. Para crear un plan, se necesita tener conocimiento de

los parámetros que han de condicionar el plan, y Dios tiene un conocimiento ilimitado de todo. Tus conocimientos para hacer tus propios planes, son limitados tal como tú eres. Mira: Si una hormiga se arrastra a lo largo del muro posterior de la Capilla Sixtina, en el Vaticano, sobre la maravillosa pintura de Miguel Ángel, todo lo que la hormiga puede ver es un pedazo muy pequeño, equivalente a su propio tamaño, de pintura ordinaria bajo sus patas, y nada más. De manera parecida es una porción reducidísima del conjunto del plan de Dios la que vosotros veis1. Carecéis de los elementos necesarios, para redactar vuestro propio plan.

Te digo esto para que comprendas, que cualquiera que pueda ser el plan que un ser humano se trace para su propia felicidad, es siempre un plan imperfecto, al lado o en comparación con el plan que Dios tiene previsto para cada uno de vosotros. El mejor plan de un ser humano, es no tener plan y entregarse a Dios cumplimentando en todo momento su divina voluntad. Este es el mejor procedimiento para asegurarte, no ya tu eterna felicidad en el cielo, sino también el máximo de felicidad, que puedes llegar a obtener

1.- Ver: Trese, Leo J. “Mas que a las aves del cielo”. Edit. Palabra 1990. Isbn 84-7118-138-X, (pág. 14).

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en la tierra. Si así lo hicieras, te aseguro que me darías un gran alegría, y me evitarías un sin fin de trabajo.

Olvídate de tus planes, y piensa que si te entregas a su plan, al plan de Dios, si tu plan consiste simplemente en cumplimentar la divina voluntad, serás, no ya eternamente feliz en el cielo, sino plenamente feliz en la tierra. Con ningún plan humano, por perfecto que tú pienses que este puede ser, nadie puede alcanzar el máximo, de la reducida felicidad, que os es posible alcanzar en vuestro paso por la tierra.

Para confeccionar un buen plan, hace falta tener elementos de juicio o valoración, y el hombre carece de ellos, es la hormiga que solo ve un escaso milímetro cuadrado de una pintura que tiene cientos de metros cuadrados de extensión, e infinidad de matices en su coloración. No es ya, que no pueda apreciar la variada sinfonía de colores del cuadro, es que ni siquiera puede apreciar más que escasamente uno de los matices, de uno de los colores, el que pisan sus patas. No me metas pues la pata, y valga la redundancia, que ya bastantes disgustos me das.

Vosotros, no podéis mejorar el plan de Dios para vuestra felicidad: Dios os ama mejor que vosotros os amáis y Él tiene un conocimiento de vuestras necesidades y de vuestro corazón mejor que vosotros mismos.

El control de Dios sobre todo lo que ocurre es absoluto y total.

"¿No se venden dos pajaritos por un as? Sin embargo ni uno de ellos cae en tierra sin la voluntad de vuestro Padre. Cuanto a vosotros, aun los cabellos todos de vuestra cabeza están contados. No temáis, pues valéis mas que muchos pajaritos”. (Mt 10,29-31). Nada escapa al control y a la intervención de Dios

por nimia que sea la cosa. Y todas las intervenciones divinas son siempre para vuestro bien.

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“Sabemos que Dios interviene en todas las cosas tornándolas para bien de los que le aman”. Nada sucede en este mundo sin orden o permisión de

Dios, todo lo creado lo conserva y gobierna enderezándolo hacia su fin. Por su inteligencia infinita, posee el secreto de ordenar tanto los incidentes de poca monta, como los acontecimientos de mayor importancia1. Todo este control al final, es información que configura el Plan de Dios, flexibilizándolo en todo momento y adaptándolo a los necesarios cambios, que le impone vuestra desordenada conducta. El plan de Dios se ve contrariado por la maldad y el pecado. Pero aunque la maldad y el pecado trastornan el Plan de Dios, no pueden, ni mucho menos, hacerlo fracasar2.

Cuando ocurrió el episodio al que la Biblia se refiere, como una fruta prohibida que probaron Eva y Adán, la ruptura ocasionada por el pecado no destruyó el plan de Dios sino que únicamente, modificó los caminos para su realización. Lo que el pecado rompe y dispersa, hay que congregarlo de nuevo por medio de las alianzas de Dios con los hombres, tal como os escribe el cardenal Schönborn3. Nadie, puede torcer los planes de Nuestro Señor, y si alguien los tuerce, El los endereza aplicando esa frase que tenéis vosotros de: Dios escribe derecho con renglones torcidos.

Todos vosotros os aferráis a vuestros propios planes para vuestra felicidad, y demasiado a menudo miráis a Dios simplemente como alguien que os ayudará a realizarlos. El verdadero estado de cosas es completamente al contrario. Dios tiene sus planes para vuestra felicidad y está esperando

1.- Ver: Dom Vital Lehodey. “El santo abandono”. Edit. Rialp. Isbn 84-321-1907-5, (pág. 109). 2.- Ver: Card. Daniélou. Ver, Schönborn, Christoph Mons. “Amar a la Iglesia”. Edit. BAC 1997. Isbn 84-7914-276-6, (pág. 61). 3.- Ver: Schönborn, Christoph Mons. “Amar a la Iglesia”. Edit. BAC 1997. Isbn 84-7914-276-6, (pág. 79).

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que le ayudéis a realizarlos. Y quede bien claro que vosotros no podéis mejorar los planes de Dios1.

Tenéis un refrán popular que dice: “Quien deja a Dios fuera de sus cuentas, no sabe contar”. Y al hilo de este, y en relación a este mismo tema, de las divergencias entre los planes de Dios y los vuestros, tenéis otro refrán que dice: “Si quieres hacer reír a Dios, cuéntale tus planes”.

Todas tus miserias, vuestras miserias, vienen del choque de vuestros puntos de vista personales, cortos y limitados, y la voluntad de Dios amplia y espaciosa. Quieres realizarte, según un plan que has concebido en tu pequeño taller de perfeccionamiento y Dios tiene para Ti un designio de amor mucho mejor. Abandona tus pretensiones de querer construirte y deja hacer a Dios, aunque no comprendas su plan, al final de tu vida, te maravillarás del proyecto de amor de Dios para contigo2. Te lo aseguro con toda rotundidad, si quieres hacer planes de futuro sin contar con Dios, estás perdiendo el tiempo. El mejor de los planes humanos, es entregarse plenamente a la divina voluntad y así uno saldrá tremendamente beneficiado y no me refiero solo a beneficios en orden al futuro sino también en beneficios palpables aquí abajo.

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1.- Ver: Boylan, Eugène. O. Cist. R., “El amor supremo”. Edit. Rialp 1991. Isbn 84-321-0911-8, (pág. 136 y 303). 2.- Ver: Lafrance, Jean. “Ora a tu Padre”. Edit. Narcea S.A. 1991. Isbn 84-227-0471-2, (pág. 43).

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Bibliografía empleada. Recopilación de las referencias bibliográficas, mencionadas en el interior de este libro. - Alexis Riaud, Pat, “La acción del Espíritu Santo en las almas”. Edit. Palabra 1992. Isbn 84-7118-343-9. - Álvarez Valdés, Ariel ofm. “¿Qué sabemos de la Biblia? Antiguo Testamento”. Edit. San Pablo. 2005. Isbn 950-861-441-2. - Álvarez Valdés, Ariel ofm. “¿Qué sabemos de la Biblia? Antiguo Testamento”. Edit. San Pablo. 2005. Isbn 950-861-441-2. - Amorth, Gabriele, “Habla un exorcista”. Edit. Planeta 1998. Isbn 84-08-02335-1. - Benedikt Baur, O.S.B., “La confesión frecuente”. Edit. Herder 1974. Isbn 84-254-0033-3. - Blois, Luís de /Garrido Bonaño, Manuel, O.S.B. “Blosio. Obras selectas”. Edit. BAC 1995. Isbn 84-7914-190-5. - Borragán Mata, Vicente, "Ríos de agua viva". Edit. San Pablo. 1998. Isbn. 84-285-2048-8. - Boylan, Eugène. O. Cist. R., “El amor supremo”. Edit. Rialp 1991. Isbn 84-321-0911-8. - Cantalamessa, Raniero. "La fuerza de la cruz" Edit. Monte Carmelo 2003. Isbn 84-7239-783-1. - “Catecismo de la Iglesia Católica”. Edit. Asociación Editores del Catecismo 1994. Isbn 84-288-1102-4. - Benedikt Baur, O.S.B., “En la intimidad de Dios”. Edit. Herder 1992. Isbn 84-254-0032-S. - Danneels, Card. “Hombre amable Dios adorable”. Edit. PPC 1997. Isbn 84-288-1364-7. - Dajczer, Tadeusz, “Meditaciones sobre la fe”. Edit. San Pablo 1994. Isbn 84-285-1689-8. - Dom Vital Lehodey. “El santo abandono”. Edit. Rialp. Isbn 84-321-1907-5. - Escrivá de Balaguer, Mons. “Surco”. Edit. Rialp 1990. Isbn 84-321-2358-X. - Fernández Carvajal, Fco. “Antología de textos”. Edit. Palabra 1995. Isbn 84-7118-348-X.

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OTROS LIBROS DEL MISMO AUTOR Juan del Carmelo, inicia su obra, con la publicación,

de una trilogía de libros, de carácter espiritual, tal como es, el contenido de toda su obra:

BUSCAR A DIOS.- AMAR A DIOS.- ENTREGARSE A DIOS.- Entiende al autor que en el recorrido del camino de

cualquier alma hacia Dios, existen siempre tres etapas que han de ser superadas. Estos tres libros, responde a esta idea y tienen por finalidad, la de ayudar al lector, a fomentar en su corazón primeramente, la “Búsqueda”, después el “Amor” a Dios y al final el “Encuentro” con Nuestro Señor, mediante la meditación, alimentada esta, con una variada serie de pensamientos comentarios y reflexiones, en estos libros recogidos.

DEL SUFRIMIENTO A LA FELICIDAD.- Es este un libro, en el que el autor realiza un análisis

de los dos antagónicos temas del sufrimiento y la felicidad, enfocados desde el ángulo cristiano y poniendo de manifiesto la íntima relación existente entre estas dos situaciones, por las que el hombre pasa.

En este libro, el autor pretende que el lector tenga un mayor conocimiento del dolor, para que pueda encauzarlo por el amor a Dios hacia la dicha que le espera.

CONVERSACIONES CON MI ÁNGEL.- En este, su quinto libro, el autor, en la primera parte

trata extensamente acerca de los ángeles y sus relaciones con nosotros.

En la segunda parte del libro, el autor instrumentando su relación con su ángel de la guarda, aprovecha esta para poner en boca de este, una serie de pensamientos y reflexiones acerca de diversos y variados temas, generalmente relacionados con las postrimerías del hombre.

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LA HUELLA DE DIOS.- El autor, analiza aquí la huella que Dios imprime en todos los acontecimientos humanos, por insignificantes que estos sean. Recopila este libro una serie de hechos realmente sucedidos o imaginarios, anécdotas, y cortas narraciones de la Historia sagrada, seguidas de las conclusiones espirituales acerca de la intervención de Dios en todo acontecimiento humano.

DEL MÁS ACÁ AL MÁS ALLÁ.- Es un libro, en el que el autor, de un lado, realiza un

canto elogioso a la vejez que ayuda a transitar por ella con pleno gozo y por otro lado, expone una serie de consideraciones, que nos obliga a pensar, que no es tan temible, el paso que nos espera para alcanzar la vida eterna.

CONOCIMIENTO DE DIOS.- Es octavo libro, en el que el autor, nos señala que

conocer a Dios, aunque sea mínimamente; significa primeramente, haber tenido y seguir teniendo, una inquietud en la búsqueda de Dios; en segundo lugar, haberle comenzado a amar y estar ya, con más o menos fuerza, amándole y en tercer lugar, caminar o tratar de caminar, es decir, recorriendo el camino de su amor, que nos llevará hacia una total entrega a Él.

Todos estos libros de carácter espiritual, han sido ya publicados o están a punto de publicarse, tanto en España como en México y otros países de Hispanoamérica.

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En la Bellota a 10 de agosto, domingo día de San Lorenzo mártir, del año de gracia del Señor de 2003, inicio este

trabajo. Concluí este trabajo también en la Bellota el 15 de octubre, del año de gracia del Señor de 2005, día de Santa Teresa de

Jesús. La última revisión en el ordenador y día de la impresión, para esta edición en España, hoy sábado, 22 de septiembre de

2007.-

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