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El Mollete Literario Septiembre 15, 2017, Número 49, Tercera Época Director: Carlos Ramírez indicadorpolitico.mx [email protected] Por Paul Martínez/ pág. 14 Contar historias: El instinto de supervivencia

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El Mollete LiterarioSeptiembre 15, 2017, Número 49, Tercera ÉpocaDirector: Carlos Ramírez

indicadorpolitico.mx [email protected]

Por Paul Martínez/ pág. 14

Contar historias:El instinto de supervivencia

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El Mollete Literario

La sensualidad del cuento

La palabra cuento invita todo: a la imaginación, la creatividad y la narra-tiva. Da permiso a su creador a romper todas las fronteras del estilo literario, pero exige originalidad, estructura y convencimiento del lector.

Como sabemos, la palabra cuento proviene del latín culto compŭtus, que significa “cuenta”. El concepto hace referencia a una narración breve de hechos imaginarios. El cuento literario es asociado a relatos concebidos por la escritura y transmitidos de la misma forma.

En la presente edición de El Mollete Literario incluimos un texto precisa-mente sobre este género, para destacar sus grandes aportaciones a la narra-tiva y lo divertido que pude ser para una rápida lectura, llena de detalles y vivencias, que nos permite identificarnos con el autor y los personajes.

Como Paul Martínez nos detalla en su texto, de todas las manías que cultiva el ser humano, la de contar historias es y ha sido una de las más socorridas. Contamos historias para casi todo, para educar, para figurar el futuro, para inclinar la realidad hacia nuestros intereses, para evadir la rea-lidad cuando nos es contraria o simplemente para pasar el rato, para no olvidar. Ya sea la excusa, la anécdota, el chisme o el rumor, el filme, la nota periodística, la serie de televisión o las formas más refinadas como el cuento y la novela son elementos que contienen en su esencia la función de contarnos una historia. Nos contamos historias casi como por instinto.

Llega un momento que la escritura se hace tan fluida que uno se siente escribiendo por el puro placer de narrar, que es quizás el estado humano que más se parece a la levitación.

Gabriel García Márquez

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Letras TorcidasCésar Cañedo

Eres suficientePor P.I.G.

Leyendas de amor del Estado de GuerreroPor Alejandra Teopa

La llama al amanecerPor Lucker

Errores más comunes al escribir una novelaPor Ana Merino y Ane Mayoz

Contar historias: El instinto de supervivenciaPor Paul Martínez

Abre la bocaPor Canuto Roldán

Amor Neoliberal/PareidoliaPor Luis Villalón

Lunes de Libros con el Imparcial

Mtro. Carlos RamírezPresidente y Director [email protected]

Lic. José Luis RojasCoordinador General Editorial

[email protected]

Monserrat Méndez PérezJefa de Edición y Diseño

Consejo Editorial+

René Avilés Fabila

Wendy Coss y LeónCoordinadora de Relaciones Públicas

Raúl UrbinaAsistente de la Dirección General

El Mollete Literario es una publicación mensual editada por el Grupo de Editores del Estado de México, S. A. y el Centro de Es-

tudios Políticos y de Seguridad Nacional, S. C. Editor responsable: Carlos Javier Ramírez Hernández. Todos los artículos son de res-ponsabilidad de sus autores. Oficinas: Durango 223, Col. Roma,

Delegación Cuauhtémoc, C. P. 06700, México D.F. Reserva 15670.Certificación en trámite por la Asociación Interactiva para el

Desarrollo Productivo, A. C.

El Mollete Literario

ÍNDICEEDITORIAL

El refugio de los libros Por Luy

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El Mollete Literario

Por César Cañedo@chocorrols

[email protected]

Atletista

Mis rodillas evocan al guerreroque día a día y sin parar saltaba,con técnica precisa la enseñanzade una mujer labrada por la luchaque conjuraba al miedo en cada justa.

Su voz moldeabapara fuerza y vigormi cuerpo y mente bajo la férrea dirección de Irma,y fui creciendo en logros y laurelesen la pista, en los machos y en los bienes.

Nunca mujer fue guía tan precisacomo en los años en que fui su atleta,y es que leyenda roja y medalleraescribe su poder entrenadoraen gritos de matrona que dirige.Alto carácter y de ideas diversas:para ganarlo todo dar lo mismo,el triunfo sólo es de uno y del que quiere,y el miedo y las lesionesse borran con más golpes.

Disciplina materna que es más rudaque toda la marcial patriarcalista,a ti debo mi fuerza, mis músculos enteros, mi éxito en congresos, mi temple ena-moradoy por añadidura, el mejorar mis marcas.

Irma Corral, escapa de mis manosdarte la estatua que en CU anhelaste,pero declaro, portentoso atleta,que una vida dejé cuando en tus manospuse mi cuerpo y sus límites,para iniciar la senda hacia la gloriaque si es carrera de olimpar preseametaforado llego a otro Parnasodesde donde te canto tu grandeza,y que cubra laurel eterno y ¡salve!a mi maestra histórica y amada.

Magistra vitae Irma est

Ilustración: Maria Bazana

Técnica: Acrílico y tinta china

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El Mollete Literario

Sabio quehacer desempolvar impresos,autores y morales diferidas,nadar contracorriente sobre el canon,Lizardi resguardar y libre escriba.

Potente voz que enemistad esperaal ser verdad su rétor argumenta,nadie aguanta pastar sin más ovejaque el rebaño cairel en su cabeza,guardián y templo de sabiduríasque de puro leer deconstruidaconvierte magisterio en gran druida,y la academia tiembla en sus tacones,en su falda acortar y en su discursoque retoña en pupilos y certezaspara afrontar la vida sin promesas.

Tristán y el tiempo del amor de madrecumplen la profecía libertariade Laura sin Acuña y sin de Cuenca,fuiste feliz y sin dudar afirmasla doctrina mujer que teje redesy no espera de Ulises los deleites:conchas, piedras pulidas, pequeños pajarillos,flores de mil colores, hermosas amistades,alumnos añorantes de tu escuela, amores sin espera, maternizar el gusto del conceptoy practicarlo todo en un ejemploque esplendes ante envidia y celosía.

Sé que no gustarás de este poetaque quiere agradecer tu cercaníaporque “desde los tiempos del señor Madero…”de Novo irónica y burlesca ríes y guardas magia para el vuelo a OZsin mayor equipaje que ver mundoe ir del brazo filial que ya te eleva.

Decimonónica romanticida

Para Mariana Ozuna

Ilustración: Maria Bazana

Técnica: Lápices de colores y tinta

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El Mollete Literario

Eres suficiente

L uego de tanto caminar bajo ese sol de la Habana que no tiene compasión por nadie, decides hacer una pausa en tu

recorrido y sentarte bajo una palma de la pla-za. Recorrer las calles en busca de alimento y hurgar en cada rincón para obtenerlo se vuelve una rutina desgastante. No es suficiente, pero se agradece cualquier sombra en este lugar donde cada centímetro de tierra arde.

Por P.I.G.

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El Mollete Literario

Frente a ti hay un expendio de licor, ron del econó-mico, el del Estado, el único, pero ni sentido tiene que revises tus bolsillos, pues de antemano sabes que no en-contrarás más que pelusa, un chicle que se aferra a la tela y un hoyo sin fondo que emula tu decadencia que se acentúa día con día.

Al menos hoy tuviste la oportunidad de hacerte de una cerveza y un paquete de pollo frito que te obsequió un ex-tranjero atemorizado por la pinta de junkie que tienes: bar-ba y cabello largos, y una parca escarlata sin botones que es imposible cerrar debido a tu inmensa barriga.

Echas el costal a un lado, recuestas la espalda en la ban-ca de concreto del Parque de la Fraternidad y tu vértebra se alinea con la forma recta del respaldo de la banca. Con las manos sucias te tallas el rostro, con las mismas manos te acaricias la barba y enciendes obligadamente los ojos: estás consciente de lo que ves.

Frente a ti hay tres niños jugando con total indiferencia de su alrededor; no les importa el rigor totalitario del sol ni las llamadas de atención de los padres que con desgano y a la distancia les piden un poco de calma, mucho menos las miradas de los extranjeros que seguramente se preguntan por qué hay niños sin padres visibles en una plaza pública de un país sin ley de un mundo sin reglas.

Los miras con descaro, invocas a las flemas de tu pecho y escupes. Maldices el piso que se postra debajo de ti, el mis-mo que sirve a los niños como pista de carreras, trampolín, caballito, estadio de futbol, caballeriza y morgue.

Enciendes otro cigarrillo. La mezcla de tabaco popular con el hambre que sufres y el mareo que te provoca una cer-veza caliente orillan a tu cuerpo al lugar más recóndito de la banca. Te minimizas como acero retorcido. Ahora tus rodillas junto al pecho y tus brazos rodeando las piernas te convierten en un hombre barbudo que pasa tan desapercibido como el árbol que extiende sus brazos para que nadie los toque.

Una patrulla anuncia con estruendo el seguimiento de

un crimen que no existe, insignificante como el grito de quien ofrece una empanada o una felación a cambio de un par de dólares. Te pareces a todo de lo que en el parque se encuentra, pues todo está muerto salvo esos tres niños que ríen, se ahogan con el humo de los autos, tosen, escu-pen (como tú), voltean a mirar a nadie y continúan con su lúdico ritual.

Eres como la piedra y como la piedra podrías conti-nuar en el parque. Nadie te toma en cuenta, nadie sabe que estás ahí aun cuando escuchan tus graznidos al mo-mento de respirar y huelen tu hedor que ya se esparce por el lugar.

Cierras los ojos y crees recordar tu juventud: huesos fuer-

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El Mollete Literario

tes, músculos firmes, cabello negro empujado por el viento; eres tan joven como ellos y de igual forma puedes brincar y jugar, y también te das el lujo de sonreír. El mareo te hace caer de la banca y el golpe te aterriza de nuevo: no eres joven ni gozas de vitalidad, tu barba blanca, al igual que tu cabe-llo, te pica el rostro. Eructas, reprimes el deseo de vomitar y levantas la mirada triste hacia el edificio que se postra frente a ti: habitaciones viejas y pobres que no vas a poder obtener ni con una vida entera de trabajo.

Hurgas en tu costal con la esperanza idiota de encontrar algo más para fumar, beber o comer. Por instinto revuelves el contenido, pues sabes que no vas a encontrar nada. El senti-miento de tristeza te carcome, pero no vas a llorar, no después

de diez años vagando por las calles de esta isla sin escape, no frente a unos niños que ya te observan con curiosidad.

Te rascas la nuca, asesinas con las uñas los piojos que te recorren la mata larga. Cierras los ojos y lanzas la bocanada que desde hace años tus riñones querían expulsar. Al abrir los ojos te encuentras con tres figuras infantiles, todas llenas de curiosidad y emoción, repletas ellas de alegría. Los seis ojos se agudizan y reparan en el estropajo que llevas como vestimenta. Uno grita y otro rechifla: «Es él, mamá, es él, vino con su costal. Acá está. Es Santa Claus, mamá, ya lle-gó». «Yo pensé que no venías, Santa», grita otro y el más pequeño te observa con los ojos cristalinos que se parecen a los tuyos.

Un nudo se forma en tu garganta y tus ojos arden con la humedad del llanto que se avecina. Ahora tú, ebrio sin reparo, intentas entender la escena, pero humano cual eres te comportas a la altura y brindas una sonrisa, al principio obligada y después sincera. Son tres y luego cinco y luego nueve niños que se acercan a confirmar que quien se en-cuentra retenido en la banca de concreto no es un junkie sino Santa Claus, que con traje gris (como el ambiente de la isla) apareció por sorpresa para regalarle jolgorio a los niños que ahora se forman para tomarse la foto ficticia con el Señor de la Navidad. El padre de familia te mira con re-celo, pero el niño se aferra tanto a tus ropajes apestosos que el adulto se resigna, primero, y se embriaga, después, con tu presencia.

Nunca fuiste demasiado importante para alguien ni tu ropa trascendental ni tu barba un símbolo de esperanza. Con lágrimas en los ojos recibes a los niños en tus piernas, y aunque tu sexo tiembla de miedo, tu escasa determina-ción moral se impone: «Y tú, ¿qué quieres para Navidad?». El más pequeño de los infantes lanza la estocada: «Quiero un Santa Claus de verdad, pero mientras llega tú eres su-ficiente».

Ilustración: Brenda Olvera

Técnica: Plumones y bolígrafos de colores

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El Mollete Literario

Leyendas de amor del Estado de Guerrero

El enamorado estaba verdaderamente loco por aque-lla mujer pero ella no le hacía caso porque era casada, sin embargo, a fuerza de engaños y mentiras, un día la chica correspondió a su amor. En realidad fue la luna quien fue testigo de la apasionada entrega cerca del río.

El marido, informado por las chismosas del pueblo, interrogó a su esposa pero ella negó su romance. Insatis-fecho con aquella respuesta, el esposo se dedicó a espiarla para atraparla en la traición. La Sanjuaneña se volvió ex-tremadamente cuidadosa en su actuar pero no renunció al amor del güero galán.

Así pasó el tiempo y los enamorados le dieron rienda suelta a su amor ocultándose de las miradas de los demás, pero los celos del marido crecían cada día así que optó por encerrarla en su casa impidiéndole ver a nadie más. Los enamorados comenzaron a sufrir la ausencia de su pareja mientras los celos del esposo crecían cada día.

Una tarde, el marido sacó del encierro a su mujer y la llevó a caminar hacia el rumbo de Tuxpan. Camina-ron en campo abierto durante una hora. Ella presentía la intención, por eso se moría del miedo arrepentida de la traición. Después de caminar en silencio por estre-chas veredas, se detuvieron en un lugar solitario. Al fin,

Por Alejandra Teopa

El amante de San Juan

el hombre habló externando todo el rencor acumulado. Ella nunca dijo nada. Finalmente el hombre disparó a su esposa con lágrimas en los ojos. Acto seguido, cavó la fosa donde habría de enterrarla y cubrió las evidencias con piedras y ramas.

A cada día que pasaba, el güero galán se desesperaba más y más por no saber nada de su amada. Como nadie le informara nada acudió a la policía para acusar a su rival. El asesino no tuvo más remedio que confesar su crimen y mostrar el lugar donde había enterrado el cadáver.

Enfurecido por la muerte de su enamorada a manos de su esposo, el güero galán disparó en contra del celoso hombre y pasó el resto de sus días en prisión. Al marido lo enterraron en la misma tumba que a la Sanjuaneña. Con ello enterraron también la traición de dos que perdieron todo a causa de su pasión.

A principios del siglo XX vivía en la Ciudad de San Juan un hombre joven al que llamaban el güero galán por la razón de que era güero y se sentía galán. Se trataba de un mucha-

cho enamoradizo de ojos verdes que perseguía a cuanta muchacha se cruzara en su camino pero en especial a una Sanjuaneña alta, muy bonita, de pelo largo, ojos negros y con una personalidad de reina.

Ilustración: Brenda Olvera

Técnica: Plumón y bolígrafo

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El Mollete Literario

Un amor hasta la muerte

Desde que el mundo es mundo y el hombre es hombre, los pueblos se han enfrentado con enemigos y rivales a muer-te. Todas esas historias llevan consigo tragedias llenas de

sangre y lágrimas, y la historia de los Juanacateros contra los San-juaneños no es la excepción.

A principios del siglo pasado, por allá de 1900 estos dos pueblos eran rivales a muerte. Tanto, que ningún habitante de esos dos pueblos se aventuraba a internarse en territorio contrario ni de día ni de noche aunque siendo vecinos esto resultaba cada vez más difícil.

Una mañana de primavera, un sanjuaneño se enamo-ró de una bellísima juanacatera y ella, sin pensarlo dos veces correspondió a ese amor. Al principio fue sencillo ocultarlo porque supieron disimularlo, pero como la pa-sión creciera y se buscaran desesperadamente con la mi-rada sus familias se dieron cuenta e intentaron separarlos con regaños.

La muchacha desafío a su padre y lo retó afirmando que si no le permitían casarse con su amado, se mataría. El sanjuaneño también enfrentó a su padre diciéndole que no permitiría que nadie le ordenara lo que tenía qué hacer. A partir de esos días decidieron extremar precau-ciones para poder encontrarse lejos de las miradas de los demás.

Una mañana de domingo la familia juanacateña salió de paseo para participar en una cacería. Allí iban la moza enamorada, su hermano mayor y el padre de ambos. Éste

último era buen tirador y con un solo disparo mató a un ciervo. Ordenó a su hija ir a recogerlo mas la emoción de la captura la llevó a no tomar precauciones. La chica co-rrió feliz para levantar al animal herido. En ese momento se escuchó un segundo disparo y la niña cayó sobre la hierba, en su rostro había todavía rasgos de felicidad pero su expresión tenía el poder de helar la sangre pues sus ojos llenos de asombro miraban en la lejanía en dirección donde se encontraba su asesino.

La familia corrió hacia donde se encontraba la joven juanacatera y todavía alcanzaron a ver cómo cerraba lenta-mente sus ojos llenos de profundo amor. Su hermano mayor se atrevió a interrogar al padre

¿Qué es lo que hemos hecho?¡Es mejor muerta que viva pa´ese! —respondió el padre

lleno de orgullo.

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El Mollete Literario

La llama al amanecer

Por Lucker

Me quedé dormido frente a la tumba de mi abuelo, recargado en un viejo árbol que sin duda estaba cómodo.

Mientras oscurecía desperté de golpe y como pude corrí a la salida —aún puede estar abierto— pen-sé y en el momento que vi la reja la empuje sólo para darme cuenta que estaba cerrada. No había gente del panteón, en cambio afuera había unos chicos de aproximadamente diez años burlándose de mí como si hubiera caído en una trampa. Esto me pasó por llegar tarde. Seguí buscando gente, a la persona encargada de la puerta que cerró, pero ni siquiera a un jardinero pude encontrar.

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El Mollete Literario

Al parecer no estaba solo, alguien tuvo la misma mala suerte de quedarse encerrado. Una chica, cabello negro y la-cio, con una mirada tierna, aparentaba unos diecisiete años. En el momento que me vio se quedó pasmada, yo por el contrario sonreí; se acercó pero no me dijo ni una sola pa-labra, no me hablaba, ni siquiera un “hola”; tuve que con-formarme con pequeñas sonrisas, gestos o algún movimiento del cuerpo. Siendo amigable con ella traté de que me habla-ra, ni su nombre me pudo decir, según ella no lo recorda-ba. Después de un rato comenzó a tener confianza y poco a poco me habló. Al pedirle una explicación de por qué se quedó adentro, (claro que yo igual le conté lo que pasó) ella respondió: —no estoy encerrada por accidente, sólo estoy esperando a mi papá". Sinceramente al principio me cos-tó trabajo creerlo. Me decía que me llevaría a una cabaña que se encontraba al otro lado del panteón, el camino sería bastante largo, sería divertido para conocerla un poco más. Cuenta ella que su padre de apellido Morales (al parecer del apellido sí se acuerda) era jardinero y en muchas ocasiones se queda en una pequeña cabaña para trabajar temprano. Le pregunté de su madre, pero me decía que no tiene recuerdos de ella, su padre nunca la menciona.

¿Qué le podía contar de mi? Un chico de veinte años que visitó a su abuelo, que murió hace cinco, siendo yo el úni-co que lo visita y que por ser apresurado terminé dormido. Era tan grande el panteón que duramos casi dos horas cami-nando, de cierta manera sentía que no me llevaba a ningún lado, ¿qué más podía hacer? Sólo ella conoce el camino, sólo le seguí el paso.

Pasamos por un camino donde podían pasar lo autos, justo enfrente se encontraba la cabaña, me sentía aliviado, cuando encendió la luz sólo tenía una lámpara, una peque-ña cama que se podía usar como sillón. En un estante tenía baratijas que luego encontraba su padre, algunas parecían que eran simples otras sí tenían algún valor. En una pequeña estufa, que apenas tenía gas por la poca flama que sacaba, calentó y me sirvió un té que tenía un sabor muy bueno, manzanilla quizás. Me preguntó: "¿Cómo estás?". "Bastante tranquilo". "Perfecto, por que necesito que me ayudes con algo". ¿En qué iba a ayudarla cuando estamos en medio del panteón, aparte que ya era muy de madrugada? Estaba muy cansado para volver a salir, sólo quería descansar. "¿En qué quieres que te ayude?". Se lo dije de forma exaltada. Tran-quila, ella dijo: “mi papá dejó algo a medias y no lo puedo

hacer sola, será algo rápido, después te dejaré descansar, por favor". Lo pensé, y decidí ayudarle esperando a que fuera rápido. Cuando volvimos a salir pensé "que no me haga ca-minar mucho". Para mi mala suerte, así fue.

Llegamos a un lugar muy alejado del panteón, casi a la esquina del mismo, me tomó de la mano para acercarme a una tumba hecha a medias (se podía apreciar un cuerpo adentro) había una llama bastante alta que provenía de un pequeño jarrón, no entendía lo que quería hacer, la forma en la que estaba la llama ya me tenía sorprendido. Mi mano ya no sentía la suya, ella se voltea y me dice: —acércate—. En mi mente sólo estaba la frase: —No está viva”. Me dijo que estaba a punto de irse, que esperó a su padre pero nunca llegó. Su mirada bajó y me mostró una herida, la habían apuñalado. Observé dentro de la tumba, en ella había un cuerpo —al parecer tenía apenas unos días de haber muer-to— con una bolsa tapandole el cuello hacia abajo, su rostro era similar al de ella. Por un momento me quedé en shock, ella me agradeció de estar sus últimos momentos aquí, me dio un beso en la mejilla y desaparecio. La llama empezó apagarse. Estaba amaneciendo, lo que faltaba era esperar que abrieran de nuevo el panteón. Camine dirección a la entrada. Me acosté detrás de un árbol, donde había más pasto para al menos dormir un par de horas.

Con mis ojos cerrados, escuche pisadas de varias per-sonas. Desperté de madrugada, abrí los ojos y personas traían un ataúd, se dirigieron a la esquina de panteón, em-pezaron a excavar un hoyo nuevo, justo a lado de la chica. Al momento que se fueron me acerqué a ver quién era, “Morales”, el mismo apellido; espero que sea su padre, si es así podrá descansar en paz.

Ellos para nada eran sus familiares, por la forma con que trataban el féretro, de manera indiferente y fría. Intenté saber quiénes pudieron ser los responsable de sus asesinatos, pero nunca logré saber más del asunto.

Poco después nos mudamos a una casa que queda jun-to al panteón, una vista muy amigable desde mi cuarto, no tardé en darme cuenta que era la misma zona donde se en-contraban las tumbas de la chica y el que puede ser su padre. Lo maravilloso es que cada mañana como a las 6 a.m. la llama se enciende, al menos es una señal de que no se ha ido del todo.

Ilustración: Brenda Olvera

Técnica: Tinta china

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El Mollete Literario

Errores más comunes al escribir una novela Por Ana Merino y Ane Mayoz

Lo fácil es cometer errores, lo difícil encontrarlos. A la hora de corre-

gir, ojo y men-te avizores. He aquí un listado de consejos para enmendarlos:

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El Mollete Literario

Publicado con autorización de los autores.

Resulta beneficioso para la historia tener las ideas claras desde un princi-pio, es decir, servirse de un esquema general que incluya los personajes, las escenas, los espacios… Aunque no im-porta si, en un momento determinado, nos ponemos a experimentar, la posi-bilidad de cambio debe existir, puesto que la novela no podemos verla como algo rígido.

Comúnmente las ideas suelen des-bordarnos y, como nos parecen todas interesantes, pretendemos incluirlas. Esto no hace más que confundir al lec-tor. Si queremos facilitar su labor, cen-trémonos en una o dos como máximo.

Adentrarse en la historia de la for-ma más acertada posible es el sueño de todos como escritores. Para que esto sea así, podemos ensayar varios comien-zos alternativos; ayudará a aprovechar mejor todo nuestro potencial creativo y a escoger el ideal para cada historia.

Al diálogo hay que darle la impor-tancia que tiene, que es mucha. Con el diálogo se individualiza al personaje, se le caracteriza mediante sus expre-siones, sus muletillas… Si usamos los dialectos, intentemos que sea entendi-do por todos. Ahora bien, procuremos que las intervenciones no se conviertan

en soliloquios, en largas parrafadas. Un diálogo debe ser fluido, debe poner a cada personaje en el sitio que le corres-ponde en la novela. El visualizar la hoja de papel como si fuera una imagen ayuda a comprobar si se está abusando de él, lo que indicaría pobreza de diá-logo o todo lo contrario.

En ocasiones, cuando tenemos de-cidido quién será el protagonista de nuestra trama, otro personaje cobra importancia. Esto no es bueno que suceda, por lo que habría que enmen-darlo cuanto antes decidiendo quién llevará el peso en la novela.

No se debe demorar la presentación del protagonista. La atención del lector al iniciar la novela es máxima, porque está ávido de introducirse en la trama y porque busca al personaje principal para identificarse con él y ubicarse en la historia. Por lo tanto, intentemos com-placerle y así engancharlo. Para ello, vendría bien mostrar alguna emoción del personaje, así profundizaremos en él y crearemos expectación hasta su descripción completa.

Al llegar el final, el escritor preten-de acabar cuanto antes con la historia, lo que hace que el lector encuentre ese final precipitado y no cierre el libro a

gusto. Todo tiene su ritmo, su proceso. Mejor si tendemos a continuar escri-biendo, aunque creamos que ya está acabada. De esta manera, la historia quedará mucho más redondeada.

Queremos que nuestro lector dis-frute con la novela y se sumerja en ella. Para lo segundo, será necesario que la historia resulte verosímil, que durante su lectura no cuestione nada de lo que lea.

El reposo es conveniente para todos e imprescindible para la novela recién escrita. Con el fin de buscar esa distan-cia con la obra, deberemos esperar un tiempo para volver a leerla. Este ale-jamiento hará que seamos capaces de leer lo nuestro como si fuera de otra persona, con imparcialidad, para co-rregir todos los errores.

La insatisfacción con la obra escrita es algo muy común entre los escritores; siempre se puede mejorar. Por esto, hay que marcarse un límite al respecto. Una vez que la obra haya reposado y se haya leído varias veces en distintos momentos se puede pensar en dejarla definitivamente.

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El Mollete Literario

Contar historias: El instinto de supervivencia

Por Paul Martí[email protected]

@sparringloto

De todas las manías que cultiva el ser hu-mano, la de Contar historias es y ha sido una de las más socorridas. Con-

tamos historias para casi todo, para educar, para figurar el futuro, para inclinar la realidad hacia nuestros intereses, para evadir la realidad cuan-do nos es contraria o simplemente para pasar el rato. Ya sea la excusa, la anécdota, el chisme o el rumor, el filme, la nota periodística, la serie de te-levisión o las formas más refinadas como el cuen-to y la novela son elementos que contienen en su esencia la función de contarnos una historia. Nos contamos historias casi como por instinto.

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El Mollete Literario

Contar historias: Una mentira de patas muy largas

No es posible saber cuándo co-menzamos a contarnos historias los unos a los otros, si acaso podemos imaginar, o mejor dicho, contarnos algo para pretender conocer el ori-gen de tan longeva manía. Ricardo Castillo, el poeta jalisciense —escu-ché alguna vez cuando narraba el ori-gen del lenguaje— contaba cómo en aquellos lejanos días los hombres se reunían alrededor de las fogatas pri-mordiales para esperar, bajo el ampa-ro del fuego, la llegada del nuevo día. En la espera alternaban las danzas con sonidos aleatorios, que a la postre se articularon en palabras, palabras que en algún momento poco preciso dieron origen a la primera historia.

¿Qué historia pudo haber sido aquella que por primera vez fue con-tada? ¿Por qué se convirtió en un acto recurrente? ¿Qué hizo de esta acción algo tan especial que lo segui-mos conservando? Imagino algunas posibilidades: La primera historia la contó un cazador y en ella daba su versión de cómo consiguió la presa mayor del día, exacerbando su aven-tura hasta el grado de lo extraordina-rio; o la primera historia la contó una recolectora, en ella narraba el color

de las flores, las formas de las hojas, los sabores de las frutas que al comer-las producían bienestar; o quizás otro con no menos recursos narrativos describió a sus pares cómo le había sido imposible traer al gigantesco mamut, porque en el camino apare-ció una manada de tigres con enor-mes dientes que se apropiaron de la presa, fuesen o no reales los tigres o el mamut. Esto lo podemos imaginar, y aunque es poco probable que acer-temos, también es poco probable que pueda ser desmentido en su totalidad.

Ante la imposibilidad de conocer con certeza el origen o los temas de las primeras historias, me gusta imaginar que las historias nacieron todas a la vez, la recreación de los sucesos por medio de palabras no distinguió, ya en un co-mienzo, tema alguno que no se pudiera tratar, asimismo la representación foné-tica de los objetos llevaba en su centro original el principio de la ficción, de tal manera que las historias nacieron al mismo tiempo que las palabras.

¿Por qué nos contamos historias?De entre las funciones que la espe-

cie le ha dado al acto de narrar histo-rias, rescataré un par de ellas que me parece se encuentran tan cercanas a los primeros hombres como a nosotros mismos. La primera la tomaré de Ga-

briel García Márquez, y aparece en la introducción a un libro recopilatorio de una serie de talleres dirigidos por el colombiano, que se titula La bendita manía de contar.

Para mí la estirpe de los griots, de los cuenteros, de esos venerables an-cianos que recitan apólogos y dudosas aventuras de Las mil y una noches en los zocos marroquíes, esa estirpe, es la única que no está condenada a cien años de soledad ni a sufrir la maldición de Babel.

Contar historias ha servido para mantenernos juntos, nos dice el colom-biano. Pensemos en un par de imágenes que nos sirvan de punto de partida para una comparación y encuentro entre no-sotros y aquellos lejanos ancestros.

Están estos primeros grupos huma-nos de vuelta al campamento, reposan-do el alimento conseguido del usufructo de la cacería y la recolección, sentados, o en cuclillas como me parece más legí-timo imaginarlos, escuchando al orador en turno relatarles algo, cualquier cosa, ya dijimos que todos los temas nacieron al tiempo en que nació la palabra.

Ahora tomemos vuelo para un salto temporal de al menos cien millones de años. La escena es simple, domingue-ra, las personas, que ahora visten como nosotros, van lentamente llenando las

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“No es posible saber cuándo comenzamos a contarnos historias los unos a los otros, si aca-so podemos imaginar, o mejor dicho, contarnos algo para pretender conocer el origen de tan longeva manía”.

asientos de un cine, las sillas frente a un ordenador, los sofás delante del televi-sor, las butacas del teatro, se posicionan con actitud analítica delante del libre-ro, o sencillamente levantan los enseres propios de la cena para abrir paso a la narración de algo, no importa qué, ya lo dijimos, todas las historias nacieron como una.

Las diferencias son sensibles, no usamos las mismas ropas ni nos reu-nimos delante de un puñado de leños arropados por las rocas para su mejor combustión. La semejanza es más su-til, tanto que a menudo la ignoramos. Estamos ahí para que se nos cuente algo, estamos delante de nuestras nue-vas hogueras, llámese televisor, panta-lla, escenario, o sobremesa, para sen-tirnos parte de algo, para sentir que no estamos solos. Las nuevas hogueras, al igual que las originales, no son sino espacios que garantizan la unidad de la especie. Sea que estemos delante de un libro o la pantalla del ordenador, al llegar ahí sentiremos la necesidad de los otros, al entregarnos a la narra-ción tendremos la certeza de que no estamos solos.

La segunda la recupero de un co-mentario Eduardo Galeano sobre el arte de narrar. En la lectura que Ga-leano hace de Las mil y una noches, descubre que contar cuentos puede

ser también un remedio contra la muerte, de Sherezada nos dice que del miedo a la morir le nace la maes-tría de narrar.

Recordando brevemente la historia de Sherezada, ella se convierte en la esposa del Sultán, personaje que tiene la manía de matar a sus esposas apenas pasada la primera noche. Sherezada acude, casi instintivamente, a buscar re-medio a su situación, la respuesta con-siste en narrar historias hiladas hasta la infinitud.

La maestría del narrar y la super-vivencia de la especie tienen no sólo un vínculo simbólico; es decir, no es que la especie sobreviva en sus his-torias como personajes susceptibles de transformarse en símbolos, sino que además, a través de perfeccio-nar la narración podemos hacernos de medios y recursos eficaces para la supervivencia. Imaginemos cómo el hecho de que uno o varios narrado-res presentes entre nuestros primeros ancestros perfeccionara la calidad de su narración sobre los peligros que acechaban al grupo, daba al resto la capacidad de evitarlos.

Más cercano en el tiempo con noso-tros, el modelo tradicional del cuento no es otra cosa que un catálogo de peligros y modos para evitarlos. De tal manera que si bien podemos pensar romántica-

mente que narrar historias nos inscribe en esa larga historia de la humanidad, y en la misma medida nos hace resistentes a la muerte, también podemos afirmar que incluso en su manera más básica contamos historias para sortear los pe-ligros a que nos enfrentamos en el día a día.

De los primeros hombres a Shereza-da, de Sherezada a nosotros, el vínculo sigue siendo la narración. La historia, la Gran Historia de la especie, nos une, nos mantiene vivos con su invisible hilo de palabras.

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de nuestro territorio inaprensible: palabrasideasen-tre-piernas sin mapa ni fronteras como un borde de filo y hendidura sin terminar.

Así es nuestra voz.

Abriendo más las bocas.La voz monstruosa y bendita de los cuerpos. Abriendo más las bocas.La voz de los gemidos, los llantos y el silencio. Abriendo más las bocas con que nos matanNOS HUMILLAN abriendo más las bocasNOS EXPLOTAN abriendo más las bocas

PARA DECIRTEPARA BESARTE Y disfrutar escucharte

¡Abriendo más la boca!

¡TODOS LOS PARAÍSOS SON ESTÚPIDOSSI LOS DEJAMOS SILENCIADOS!No temas, venimos a soñar.

¡A-BRE-LA-BO-CA!

¡A-BRE-LA-BO-CA!

Abro mi boca para entonar mi voz como un gruñido, un rezo carnal para iniciar el paso la danza, el ritmo de los disolutos, las dispersas, les disidentes, las ofrecidas, las animal de noche, las del corazón oscuro y la mirada fuerte, los de voz amanerada y delicado andar, las de sueldo al día y cruda dominical, las de corazón partido y el culo roto, los de cuerpo en fuga, sin interés de ser un animal de doble cara ni un cuerpo a tres tiempos destruido:Ayer hoy y mañana

BAILAREMOS GRITAREMOS Y AULLAREMOSPARA QUE LAS DEMÁS BESTIAS SIGAN TEMEROSASAyer hoy y mañana del sin principio ni fin

ABRE LA BOCAPor Canuto Roldán

[email protected]

Gracias a sus palabras, apoyo y cariño he aprendido y gozado nuestro código postal lingüístico, esto es nuestra raza, clase social, orientación sexual y formas de relacionarnos con el cuerpo y la palabra mediante la voz. Gracias por todo su afecto y apoyo económico, sin ustedes no hubiera sido posible asombrarme con los horizontes chilenos. El siguiente texto me hace pensar de alguna forma en ustedes.

Para: Neele Larondelle, Diosa Loca, Conor Walsh, Adrienne Rens, Javier Cuétara y Yesenia Aragón.

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AMOR NEOLIBERAL/PAREIDOLIA

El suelo está cubierto con la sangre de ella, luce muy líquida, uno esperaría una sustancia más espesa, viscosa. Él la mira

por última vez, está en estado de shock, toma el revólver aún cálido y con la mano temblorosa se apunta a la sien, se relame el bigote, aprieta los dientes, cierra los ojos, piensa en sus hijos y oprime el gatillo.

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El Mollete LiterarioLa vanidad se ha convertido en una especie de escla-

vitud moderna, vivir encadenado a caprichos banales, una sucia apuesta por proyectar lo que el éxito debe sentirse, los intestinos carcomiéndose desde el interior, las grietas en la sonrisa de cristal, las ocho horas de sueño apacible se vuel-ven una quimera borrosa. Nos volvimos hologramas en un campo de podredumbre.

Un joven matrimonio con las metas claras, irrealiza-bles. El mundo está aquí para nosotros, amamantarnos de él hasta dejarlo raquítico y estéril; tarjetas de crédito, ciga-rros mentolados, viajes elegantes, vehículos de alto octanaje y manicuras. El futuro se divisa distante, incomprensible. Podemos reír a carcajadas en la cara de las consecuencias; somos retoños del status quo.

Veo rostros en la música, por lo regular con muecas de dolor, los músculos a punto de reventar. Están en todas partes, dispersos entre lo que considero realidad, quizá in-tentando mostrarme una especie de metarealidad, cuando cierro los ojos ahí están, aunque quizá sólo se trate de un vago recuerdo, no sé si traten de darme caza, acorralarme y agazaparse sobre mi débil cuerpo cuando me encuentre desprevenido.

Me gustaría saborear sus gritos de dolor inaudibles, des-cifrarlos, lengüetearlos como si se tratase de un clítoris hú-medo y resbaloso, ser capaz de comprender sus gestos, ¿en verdad intentan comunicarse conmigo? Creo que la falta de sueño y de alimentos me están jodiendo la mente, ya no recuerdo cuál era el problema principal. Pero tengo la so-lución total. Siempre he pensado que la muerte es la única respuesta ante cualquier problema. Una salida oscura y re-confortante. No más demonios persiguiéndome. Escapar de este crudo infierno de una vez por todas. Llevarla conmigo.

Los recursos carecen de valor, han sido transmutados en sucias cifras, valores figurados, no pertenecen a lo palpable más. Dinero, un inquisidor salvaje, un dios latente en el in-consciente, es lo único que puede dotar de sentido a esta torpe charlatanería llamada vida. No puedo pensar en algo que proporcione placer con mayor inmediatez, una protec-ción contra los pensamientos retorcidos, la mente entumida, no más demonios atormentándome, atormentándola. ¿Ella puede sentirlos?

No queda nada qué hacer, las deudas se vuelven lagu-nas borrosas, reemplazadas por fantasías de desesperación y resignación, él toma el revólver calibre 38 oxidado que consiguió con la mente satisfecha y empapada de libertad, ella está de espaldas a él, sube el brazo, tembloroso, para apuntarle directo a la nuca, el arma vibra de inseguridad, el gatillo es accionado, el proyectil roza la sien de ella sin infligir una herida mortal, cae al suelo en un charco de su sangre, inconsciente, él toma el arma vieja, la introduce a su boca, sube el cañón, apuntando al cerebro y dispara, el arma no reacciona, se encasquilló, el uso de una munición defectuosa provocó que el proyectil se atascara en el cañón. El disparo alertó a los vecinos, él toma una chamarra y sale al pórtico a esperar sentado en los escalones su transporte, y ese gran cerrojo, situado a la izquierda de los barrotes, le recuerda tanto al rostro agonizante de ella.

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Dragan Velikic: Bonavia

Cabe la posibilidad de hablar sobre Yu-goslavia y experimentar la sensación de estar invocando a un pasado lejano. Las

generaciones más jóvenes pueden poseer una in-formación relativa otorgada por los libros de texto o por una búsqueda más interesada y particular en novelas y ensayos. Las generaciones menos jó-venes pueden atesorar un recuerdo más vívido y real. Pero, unas y otras, invocan de igual manera un pasado. Sin embargo, el autor serbio Dragan Velikic se revela poseedor de una sensibilidad y una lucidez suficientes para armar una historia de

Por Paulo García Conde »Traducción de Luisa Fernanda Garrido y Tihomir Pistelek. Impedimenta. Madrid, 2017. 352 págs.

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Bonavia es, fuera de la ficción, un antiguo hotel enclavado en Croacia. En las páginas de este libro es el título que recoge un profundo y robusto análisis literario de las consecuencias humanas que puede provocar la disolución de un país. Hay, en la manera de narrar (y por tanto de observar) de este escri-tor una clara determinación: retratar. Pero, como todos los grandes artistas, sus retratos tienen una pincelada única, capaz de transformar una realidad en algo más. Las herramientas que utiliza son variadas, pero siempre acertadas; pasajes de categoría ensayística, re-flexiones en apariencia inocentes cuya esencia es puramente filosófica, una percepción poética que ilumina los sen-timientos más lúgubres y melancólicos de cada uno de los protagonistas de esta historia… En Bonavia, las vidas de los personajes se entrecruzan sin que ellos puedan hacer nada por evitarlo o,

al más tiempo, por aprovecharlo. Es el azar combinado con la existencia, par-tes de un mismo todo.

Resulta arriesgado pretender dife-renciar en la narrativa de Velikic una parte de cronista y otra de novelista. Aunque este relato vive esencialmen-te de lo uno y lo otro, su prosa es in-divisible. No hay una intención que prevalezca sobre la otra. Todo está tan medido, tan conectado, que la lectura que se pueda hacer de Bonavia ofrecerá distintos puntos de vista (valiéndose de las andanzas de los personajes) que compondrán un único retrato final.

Yugoslavia es un paisaje que se di-fumina y descubre a lo largo de toda la novela. Pero, ante él, discurren las rela-ciones humanas, las incertidumbres, la incapacidad de dejar el pasado atrás, la necesidad de huir y el descubrimiento de que es imposible hacerlo sin volver la vista atrás una sola vez. Porque el

pasado no es pasado, puede ser eter-namente presente. Así lo demuestra el autor mediante las encrucijadas cons-truidas y apostadas en los diferentes es-tadios de una vida. Vidas en particular enfrentadas a una vida común. Voces distintas cuyo rumor se entremezcla para ofrecer como resultado final una introspección intensa, donde la suce-sión de los hechos juega siempre su propio papel determinante. Un labe-rinto donde se muestra renuncia, salvo en la prosa. La literatura se alza como arma imprescindible para atacar la magnitud de la memoria, la vastedad de los actos y sus consecuencias.

historias que, formando una ruta a través de va-rios personajes, serpentee por todo aquello que su-puso la fragmentación de un país de países sin evo-car tiempos pretéritos. Su prosa puede revivirlo todo y transformarlo en presente.

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Atsushi Nakajima: El poeta que rugió a la luna y se convirtió en tigre

Cómo se convierte un texto en clásico es una de las primeras preguntas que surgen al con-cluir la lectura de estos ocho cuentos. El pro-

ceso y las selecciones para que un conjunto de relatos afortunados pasen al canon sin mayor alharaca de-penden siempre en buena medida de una fruición lec-tora constante. Así parece haber convenido para que Atsushi Nakajima se haga un lugar entre los grandes autores del siglo XX nipón, codeándose con el pre-mio Nobel Yasunari Kawabata, el estupendo orfebre y simpar suicida Yukio Mishima, Osamu Dazai, au-tor de Indigno de ser humano, que alguna editorial avispa-da debiera reeditar, Natsume Soseki, o el mismísimo maestro del cuento japonés, Ryūnosuke Akutagawa.

Por Francisco Estévez »Traducción de Makiko Sese y Daniel

Villa. Hermida. Madrid, 2017. 130 págs. Barelona, 2017.

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Atsushi Nakajima (1909-1942) nació en Tokio durante aquella época en que Japón, hambrienta de terrenos coreanos y chinos, se expandía con pujanza. Así pudo vivir en Seúl y de aquella expe-riencia surgió la novela El paisaje donde hay un policía. Un bosquejo del año 1923. Además conoció la Manchuria y las islas del océano Pacífico, como Palaos, donde trabajó como profesor; de aquel recuer-do serán sus Cuentos del Pacífico sur. Tuvo una muerte precoz por asma a los trein-ta y tres años que nos impide conocer hasta dónde podría llegar su maestría.

La presente colección de relatos toma título de la tragedia acontecida en el más célebre de entre los cuentos de Nakajima, “La luna sobre la montaña”, considera-do a su vez lectura preceptiva en algunos manuales de bachillerato japoneses. Allí se narra la desgracia del erudito y arro-gante Li Zheng, quien abandona su pues-to en la administración para dedicarse por entero a la poesía con tal fiereza que pierde el juicio hasta quedar transforma-do en tigre, aspecto tan apropiado a su carácter. Los evidentes ecos kafkianos suavizan aquí el horror al preferir antes que un ambiguo insecto (nunca fue una cucaracha como los miopes creen) un elegante aunque vanidoso y fiero tigre.

“Posesión” es el entrañable cuento de apertura donde se nos dará a conocer las tribulaciones de Shaku, quien tras la muerte de su hermano comenzó a hablar de forma extraña como poseído, según la ocasión, por el alma de su hermano, el alma de una carpa o la de un halcón. Su dote narrativa mejoraba por días hasta dejar seducidos al pueblo entero deseoso de escuchar más narraciones con tal varie-dad de escenas y espectacular viveza. Sin destripar su final, señalemos sólo la pro-funda reflexión a la que apunta en el re-

lato esa intromisión de la fan-tasía en la realidad y viceversa, sus inevitables consecuencias siempre con desenlace trágico. De semejante manera ocurri-rá en “La momia”. Allí nos retraemos a cuando el antiguo imperio persa invadió Egipto y a la historia acaecida al co-mandante Pariskas. De natu-ral soñador con una extraña melancolía que devendrá en delirio. El tema del doble, la confusión de tiempos, la fabu-lación imposible de distinguir de la reali-dad, son varios de los temas tratados con magisterio en el excepcional cuento.

Igualmente extraordinario debe ca-librarse el relato de “La catástrofe de las letras”, lectura recomendable como mo-delo a cualquier escritor de cuentos. En éste, el anciano erudito Nabu-aje-eriba recibe el mandato de investigar las ca-racterísticas del espíritu de las letras, si tal existiese: “¿Qué es lo que trae un so-nido fijo y un sentido determinado a un grupo de simples líneas desordenadas? […] Cuando las manos, las piernas, la cabeza o el vientre no están unidos por el alma, no forman un ser humano. Del mismo modo, ¿cómo un conjunto de simples líneas pueden poseer sonidos y significados sin un espíritu que las una?”. Atsushi Nakajima ahonda fatalmente en la sospecha de la falsedad de lo real y el poder embaucador de las letras que al representar la figura del cualquier acto otorgan inmediatamente vida eterna.

“La felicidad” es uno de los cuentos inspirados en el viaje del autor por la Micronesia y que hubiera gustado fir-mar al propio Borges por el gusto del equívoco constante, el doble del “yo” y la frontera difusa entre el mundo onírico

y real. En “El maestro” se nos instruye en los riesgos de la presunción, el alto esfuerzo que requiere alcanzar grados altos de un arte (aquí maestro de arco) y aquella paradoja taoísta por la cual el extremo de un acto es conseguir ese mis-mo resultado sin actuar. Cierra este vo-lumen un epílogo del traductor Makiko Sese con datos de relieve sobre el autor, además de una cronología. Los cuentos vienen con unas pocas notas culturales a pie de página que ayudarán a intro-ducirse en la cultura japonesa (conviene resaltar a posibles interesados la recien-te edición del valioso Diccionario de cultura japonesa [Satori, 2017]).

En suma, esta sorprendente primera cata de Atsushi Nakajima permite des-cubrir a un excelente humanista baña-do por una fusión cultural emanada de sus viajes y gozosa para cualquier lector sensible. Estos ocho hermosísimos cuen-tos se confeccionan al modo clásico con resabios de oralidad, cuando los cuentos se pasaban de labios a orejas en noches largas reunidos al calor del fuego, pero en las que el narrador fuera aquí un cercano ascendiente japonés de Borges, tocado por la temible y poderosa exis-tencia del espíritu de las letras.

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