consideraciones sobre la Ética del trabajo...

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1. LA PERSPECTIVA CONTRACTUALISTA 1.1. ÉTICA DEL TRABAJO Y CONVENCIONES SOCIALES S I ADOPTAMOS una pers- pectiva contractualista 1 , tenemos que pensar que las normas de la ética del tra- bajo no son más que simples convenciones sociales. Esto equivale a decir que la laborio- sidad, la puntualidad, la dispo- sición a colaborar con los de- más y, en suma, el rigor en el cumplimiento de las obliga- ciones laborales son conven- ciones de la misma naturaleza que el conducir por la derecha en España o por la izquierda en Inglaterra. CONSIDERACIONES SOBRE LA ÉTICA DEL TRABAJO, LA MORAL Y LAS CONVENCIONES SOCIALES JOSÉ MIGUEL SÁNCHEZ MOLINERO* Este artículo desarrolla una serie de reflexiones acerca del significado de la ética del tra- bajo, las convenciones sociales y la moral en general. Comienza con una interpretación de la ética del trabajo desde el punto de vista contractualista, lo cual equivale a identifi- car normas éticas con convenciones sociales. A continuación, se discuten las limitaciones de la perspectiva contractualista y se plantea un punto de vista alternativo acerca del significado de las reglas morales. De acuerdo con este punto de vista, se argumenta que la base de la moral se encuentra en la conciencia de interdependencia y en las emociones o sentimientos –sentimientos morales– que dicha conciencia puede llegar a suscitar. El artículo también se plantea la cuestión, puramente empírica, de si podemos calibrar de alguna manera hasta qué punto influyen las motivaciones morales en el funcionamiento de la sociedad. Finalmente, se hacen algunas especulaciones acerca de la relación exis- tente entre religión (o, por lo menos, el sentido de lo transcendente) y moral. Palabras clave: ética contractualista, sentimientos morales, mercados de trabajo. * José Miguel Sánchez Molinero es Catedrático de Teoría Económica en la Universidad de Valladolid. For Evaluation Only. Copyright (c) by Foxit Software Company, 2004 Edited by Foxit PDF Editor

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1. LA PERSPECTIVA

CONTRACTUALISTA

1.1. ÉTICA DEL TRABAJO YCONVENCIONES SOCIALES

SI ADOPTAMOS una pers-pectiva contractualista1,tenemos que pensar que

las normas de la ética del tra-bajo no son más que simples

convenciones sociales. Estoequivale a decir que la laborio-sidad, la puntualidad, la dispo-sición a colaborar con los de-más y, en suma, el rigor en elcumplimiento de las obliga-ciones laborales son conven-ciones de la misma naturalezaque el conducir por la derechaen España o por la izquierdaen Inglaterra.

CONSIDERACIONES SOBRE

LA ÉTICA DEL TRABAJO,LA MORAL Y LAS

CONVENCIONES SOCIALES

JOSÉ MIGUEL SÁNCHEZ MOLINERO*Este artículo desarrolla una serie de reflexiones acerca del significado de la ética del tra-bajo, las convenciones sociales y la moral en general. Comienza con una interpretaciónde la ética del trabajo desde el punto de vista contractualista, lo cual equivale a identifi-car normas éticas con convenciones sociales. A continuación, se discuten las limitacionesde la perspectiva contractualista y se plantea un punto de vista alternativo acerca delsignificado de las reglas morales. De acuerdo con este punto de vista, se argumenta quela base de la moral se encuentra en la conciencia de interdependencia y en las emocioneso sentimientos –sentimientos morales– que dicha conciencia puede llegar a suscitar. Elartículo también se plantea la cuestión, puramente empírica, de si podemos calibrar dealguna manera hasta qué punto influyen las motivaciones morales en el funcionamientode la sociedad. Finalmente, se hacen algunas especulaciones acerca de la relación exis-tente entre religión (o, por lo menos, el sentido de lo transcendente) y moral.

Palabras clave: ética contractualista, sentimientos morales, mercados de trabajo.

* José Miguel Sánchez Molinero es Catedrático de Teoría Económica en la Universidad de Valladolid.

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Siguiendo a Sugden (1986),se puede decir que una con-vención social es una reglapara coordinar las conductasde las personas, que tienecomo fin el logro de un deter-minado objetivo deseado portodos. Por eso se puede decirtambién que una convenciónsocial es un acuerdo tácito ymutuamente beneficioso entreun grupo (por lo general, bas-tante grande) de personas. Elconducir por la derecha no es,a priori, mejor o peor que porla izquierda; pero, una vez es-tablecida la convención deconducir por la derecha, todoconductor tiene interés en ob-servarla, si no quiere que el trá-fico se convierta en un peligropara su propia supervivencia.De modo similar, podría de-cirse que a todos los empleadosde una empresa les interesa se-guir unas determinadas pautasde comportamiento, las cualestienen como fin la prosperidadde la empresa o, por lo menos,la supervivencia de la misma.El interés personal de cadaempleado en que se cumpla laconvención es obvio, ya que, siésta dejara de cumplirse, seproducirían consecuencias ad-versas para todos ellos (despi-dos, reducciones salariales,etc.).

Evidentemente, las reglasque fijan las relaciones entrelos trabajadores y el empresa-rio, dentro de una empresacualquiera, tienen una base tec-nológica. La producción im-pone ciertos requisitos, de ca-rácter estrictamente técnico, yestos requisitos no son conven-ciones sociales. Son, simple-mente, “exigencias de la natu-raleza”. Sin embargo, tales re-quisitos no se definen siemprede forma estricta. A menudolas tareas básicas de la produc-ción se pueden realizar de mu-chas formas alternativas: sepuede alterar la secuencia delas tareas, los tiempos asigna-dos a las mismas, se puede va-riar la calidad del producto,etc. El procedimiento elegidoen cada caso suele ser con fre-cuencia el resultado de unaconvención social. Una vez es-tablecida la convención, a todoel mundo le interesa adherirsea ella y nadie tiene interés encambiarla.

1.2. CONVENCIONES YCONTRATOS DE TRABAJO: ELCARÁCTER SUBSIDIARIO DELAS CONVENCIONES

El papel de la convenciónsocial como factor reguladordel comportamiento de lostrabajadores es esencialmente

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subsidiario. En otras palabras,la regulación de las conductasde los trabajadores no dependesolamente, ni siquiera princi-palmente, de las convencionessociales. Depende ante todode los contratos de trabajo.Únicamente cuando el meca-nismo contractual “falla” en al-gún sentido empiezan a serimportantes las convenciones.A continuación desarrollare-mos este punto de vista.

En principio, si los empre-sarios pudiesen controlar lasconductas de todos y cada unode sus trabajadores, y si pudie-sen prever la repercusión detodas y cada una de esas con-ductas sobre la marcha de susrespectivas empresas, eso per-mitiría el diseño de contratos“a la carta”; es decir, contratosadaptados a las circunstanciasespecíficas de cada empleado.A veces, esto resulta posible,pero no siempre lo es. En al-gunos casos especiales, sepuede determinar, a posteriori,la intensidad del esfuerzo de-sarrollado por un empleado através de la observación de losresultados de su trabajo: porejemplo, a través del númerode piezas producidas por uni-dad de tiempo. Pero esto noresulta siempre factible, ya quela producción es normalmente

una labor de equipo: se sabe loque produce el equipo, no loque produce cada miembro delmismo. Con frecuencia al em-presario le suele resultar bas-tante difícil saber cuál es el es-fuerzo desarrollado por cadatrabajador, o qué influenciatiene cada empleado en los re-sultados del equipo. Todo estohace que la regulación delcomportamiento de los traba-jadores deje de ser una cues-tión puramente contractual. Yaquí es donde entran en juegolas convenciones2.

Cuando la “productividad”de cada trabajador (en el sen-tido de contribución de cadauno al producto total) es men-surable (bajo cualquier contin-gencia posible), no parece quequede demasiado espacio paralas convenciones sociales. Eneste caso, sería de esperar quesurgiera, al menos en condi-ciones competitivas, un “sala-rio de equilibrio”, que sería elcorrespondiente a una unidadde trabajo de “calidad están-dar”. Un trabajador que ofre-ciera trabajo de calidad igual aldoble de lo que se toma comoestándar recibiría exactamenteel doble del salario estándar; yun trabajador que ofrecieratrabajo de inferior calidad (lamitad del valor estándar), reci-

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biría un salario menor (la mi-tad del salario estándar). Estoes lo que parece ocurrir en sec-tores tales como la minería,donde la productividad deltrabajo es fácilmente mensura-ble: en tales sectores pareceque se impone el pago a des-tajo, por lo menos en ausenciade presiones sindicales y de in-tervención gubernamental.

1.3. EL MECANISMO DE LARECIPRO CIDAD Y LA ÉT ICADEL TRABAJO

El mecanismo que hace quela gente cumpla con las con-venciones sociales es el de lareciprocidad: mientras los de-más se comporten de una de-terminada forma, y mientrasyo espere que ellos sigan com-portándose del mismo modo,mi interés personal me lleva ahacer exactamente lo mismoque ellos. Naturalmente, estemecanismo se concreta de for-mas muy distintas según setrate de una convención uotra. No obstante, para teneruna idea clara de cómo “fun-cionan” las convenciones queregulan el mundo del trabajo,podemos recurrir a una “situa-ción estilizada” – es decir, un“modelo” – del tipo siguiente.

Supongamos una economíaen la que los empresarios no

pueden observar el esfuerzoindividual de cada uno de sustrabajadores. Los empresariostan sólo pueden detectar el es-fuerzo medio de sus emplea-dos, aunque sí pueden obser-var individualmente algunasconductas muy atípicas: fun-damentalmente, cuando setrata de trabajadores muy“buenos” o muy “malos”. Enprincipio, para lograr el mayorgrado de eficiencia posible porparte de sus empleados, losempresarios podrían actuar delsiguiente modo: a los muy“malos” se les despide y a losmuy “buenos” se les ofrece unaprima por buen comporta-miento. No obstante, aquí su-pondremos que esta segundavía resulta demasiado costosa:los empresarios saben queofrecer primas por buen com-portamiento a algunos trabaja-dores implica introducir la dis-cordia entre sus empleados y laexperiencia les dice que estetipo de conflicto resulta exce-sivamente costoso para susempresas. Por tanto, las primaspor buen comportamientoquedan descartadas. Estoquiere decir que los trabajado-res más productivos no van atener incentivos suficientespara desarrollar un esfuerzoextraordinario y acabarán aco-

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modándose a la media. Porotra parte, todo el mundo sabeque cuando el esfuerzo se sitúapor debajo de la media sepierde el puesto de trabajo; porlo tanto, no habrá nadie quetenga incentivos para esfor-zarse menos que la media. Ladistribución del esfuerzo delos trabajadores tiende, pues, aconcentrarse en la media, yesto equivale a decir que todoslos trabajadores acaban com-portándose de igual modo.Como es natural, el salario “deequilibrio” se ajustará al nivelde esfuerzo suministrado porla generalidad de los trabaja-dores.

Nótese que el nivel mediode esfuerzo al que todo elmundo trata de adaptarse noes más que una convención so-cial. El argumento anterior nonos explica cómo se generóesta convención. Lo único quenos dice es que la convención,una vez establecida, hace quetodo el mundo se adapte a ella.Dicho de otra manera: a todoel mundo le interesa adaptarsea la convención vigente. Elmecanismo que hace que laconvención se mantenga demodo indefinido es, pues, el dela reciprocidad: mientras cadatrabajador vea que los demástrabajadores se comportan de

una determinada forma, élhará exactamente lo mismo.

2. UNA ALTERNATIVA AL

ENFOQUE CONTRACTUALISTA

2.1. LIMITACIONES DEL EN-FOQUE CONTRACTUALISTA

EN LOS APARTADOS an-teriores hemos inter-pretado el sentido de

las normas de la ética del tra-bajo desde una perspectiva es-trictamente contractualista. Siadoptamos este enfoque, laúnica motivación admisible esel interés personal, centrado enel propio individuo y sin sitiopara ninguna clase de preocu-pación por los demás. En rea-lidad, el máximo grado de in-terés por los demás que cabríaadmitir dentro de esta pers-pectiva sería el interés por lapropia familia y tal vez por unpequeño entorno de personasallegadas, entendiendo todoesto más como una extensiónde la individualidad que comoalgo distinto al propio indivi-duo. Al margen de esto úl-timo, la idea de reciprocidadno implica la superación delegoísmo: se trata únicamentede reconocer que uno nopuede maximizar la utilidadindividual sin tener en cuenta

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las interdependencias conotras personas.

La perspectiva contractua-lista resulta claramente insatis-factoria por lo menos desdedos puntos de vista. En primerlugar, dicha perspectiva es in-capaz de explicar algunoscomportamientos observables,tales como el hecho de quemuchos individuos hacen do-nativos a campañas contra elcáncer o contra la pobreza,otros donan sangre y algunosllegan incluso a dar su vida porcausas que no siempre parecendignas a todo el mundo. Anteestos hechos, la defensa de lospuntos de vista contractualis-tas suele proceder como sigue.Se empieza por cuestionar elhecho de que las conductasaparentemente altruistas esténmotivadas por algo que no seaintereses egoístas. Si se tratade donaciones caritativas, seargumenta, por ejemplo, quelos que hacen tales donacionesen realidad buscan una exen-ción de impuestos. Si alguienarriesga su vida en una revolu-ción, se dice que está invir-tiendo en su futuro, que lo queen realidad persigue es uncargo en el gobierno despuésque triunfe la revolución. Peroestos argumentos no siempreresultan creíbles. El bonzo que

se rocía con gasolina y sequema en la plaza pública paraprotestar contra la ocupaciónextranjera de su país cierta-mente no busca un puesto enel gobierno futuro. En estoscasos, la “lógica del egoísmo”todavía sigue defendiéndose ysuele aducir que conductascomo la del bonzo son muypoco frecuentes y no es precisotenerlas en cuenta cuando loque se quiere explicar es elcomportamiento de los sereshumanos en general.

Toda esta argumentaciónresulta difícilmente rebatible.En realidad, resulta tan irreba-tible que no merece demasiadocrédito. En otras palabras: elargumento está tan “prote-gido” que no parece admitirninguna posibilidad de refuta-ción. Naturalmente, esto re-duce bastante el interés del ar-gumento.

En segundo lugar, habríaque señalar que la perspectivacontractualista choca con laidea intuitiva que la mayoríade las personas tiene de la mo-ral. Las normas morales hanestado siempre asociadas a lasnociones del bien y del mal,que son tan antiguas como lapropia humanidad. Y las no-ciones del bien y del mal están

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indisolublemente ligadas a lossentimientos, sobre todo a sen-timientos tales como la culpa,el deber y la vergüenza, queson difíciles de entender desdeuna perspectiva estrictamentecontractualista. Los senti-mientos de vergüenza, en par-ticular, podrían tener algúnsentido desde dicha perspec-tiva: el que viola una conven-ción social se expone a sufrir elrechazo de los demás y esopuede causarle esa emocióndesagradable que llamamosvergüenza. No obstante, lossentimientos de culpa seríanimposibles de entender desdela perspectiva en cuestión.¿Qué podría significar “sentidode culpa” en un mundo en elque todos se guiasen exclusiva-mente por su propio interés?La única salida sería, tal vez,considerar el sentido de culpacomo una aberración psicoló-gica, pero esa posición seríadifícilmente defendible y no lavamos a defender aquí.

2.2. LA MORAL Y EL INTE-RÉS POR LOS DEMÁS

Las críticas a la perspectivacontractualista expuestas en elapartado anterior se basan enuna idea: la base de la moralno puede ser el interés perso-nal. Si queremos hablar de

moral con sentido, tenemosque partir de algo que tras-cienda el interés personal. Peroesto nos lleva a plantearnos lasiguiente cuestión: ¿si el inte-rés personal no constituye unabase adecuada para la moral,dónde está esa base? Desde mipunto de vista, la respuesta aesta pregunta no puede serotra que el bien común o inte-rés colectivo. Pero esta afirma-ción requiere algunas aclara-ciones.

En primer lugar, hay queprecisar que los términos “biencomún” e “interés colectivo”(que aquí se están utilizandocomo sinónimos) no se em-plean en un sentido objetivo:el bien común no es algo quese pueda definir sin pregun-tarle a cada uno qué es lo quedicho término significa paraél. Cada individuo tendrá quedecidir quiénes son las perso-nas incluidas en esa “comuni-dad”. Para unos, el grupo dereferencia solo incluirá a lapropia familia y tal vez a algu-nos amigos. Para otros, dichogrupo será más extenso, inclu-yendo a los miembros de suprofesión, a sus conciudadanoso a todo el género humano.Además, cada individuo ten-drá que establecer sus propiasreglas para determinar qué es

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lo deseable en cada momentopara su propio grupo de refe-rencia. Lo único que aquí sepostula es que (a) cada indivi-duo define su propio grupo dereferencia; (b) cada individuotiene sus propias ideas acercade qué es lo deseable y lo inde-seable para su grupo de refe-rencia; y (c) la noción de quealgo es “bueno” (deseable) parael propio grupo de referenciaes capaz de generar sentimien-tos morales (emociones) que in-fluyen sobre el comporta-miento de las personas de lamanera que se indicará másadelante.

En segundo lugar, sería con-veniente señalar que el puntode vista que aquí se proponeacerca de los fundamentos dela moral se inserta básica-mente en la tradición deHume (1777) y de AdamSmith (1759). En definitiva, latesis que aquí se propone esque los fundamentos de lamoral hay que buscarlos en “lavoz de la conciencia”. Estaafirmación podría entenderseen el sentido de que se está de-fendiendo un punto de vistasubjetivista y relativista sobrela moral. Pero esto no está tanclaro.

Si por subjetivismo se en-tiende que los juicios morales

no son más que afirmacionesacerca de los gustos de las per-sonas y esto se complementacon la idea de que de gustibusnon est disputandum, la acusa-ción de subjetivismo es infun-dada. Para afirmar que los jui-cios morales se refieren a “gus-tos”, es preciso dar un sentidomuy amplio a la palabra “gus-tos” y admitir que los “gustosmorales” son algo muy espe-cial, de lo que hay mucho quediscutir. Ahora bien, si porsubjetivismo se entiende quelos juicios morales no se pue-den inferir, por ningún proce-dimiento similar a los utiliza-dos en la ciencia “positiva”, apartir de hechos empírica-mente observables, entonces laposición que aquí se defiendees claramente sujetivista.

En cuanto a la imputaciónde relativismo, tampoco re-sulta plenamente justificada.Si por relativismo se entiendela simple constatación de quelos conflictos de valores entrelas personas pueden llegar aser irresolubles, tal imputaciónes correcta. Ahora bien, si a laidea de conflicto irreconcilia-ble se añade la noción de quetodas las opiniones valen lomismo y que, por consi-guiente, todas las partes invo-lucradas en un conflicto de esa

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clase tienen el deber moral detolerarse mutuamente, la im-putación de relativismo carecede fundamento. Para ilustrartodo esto, consideremos elcaso de una persona que sos-tiene que los seres humanos dedeterminada raza son intrínse-camente superiores a los de-más y que por tanto tienen de-recho a esclavizar a los otros.Esta persona estaría en radicaldesacuerdo conmigo; pero yono podría argumentar contraella para convencerla de queestá en un error (aunque talvez pudiera exhortarla a quecambiase sus puntos de vista).Por otra parte, yo no creo te-ner el deber moral de tolerar alos racistas ni tengo por quécreer que sus valores son tanrespetables como los míos. Dehecho, mi creencia en el valorde la persona humana llevaimplícita una característica deuniversalidad que impide queyo pueda mantener una acti-tud de neutralidad y distancia-miento ante quienes niegandicho valor.

Tal vez convendría aclarartambién que el punto de vistaque aquí se propone acerca delos fundamentos de la moralno solamente está emparen-tado con la tradición de lossentimientos morales de

Hume y Adam Smith. Tam-bién tiene algo que ver con lasideas utilitaristas de autorescomo John Stuart Mill. En elfondo, lo que aquí se postulaes que los individuos constru-yen sus juicios morales conuna lógica básicamente utilita-rista; aunque no todos coinci-dan en sus valoraciones. Noexiste un lenguaje universal,basado en la utilidad, que per-mita resolver todos los conflic-tos de valores.

La tesis aquí defendidacoincide con el utilitarismoclásico en que la búsqueda dela felicidad está en la base de lamoral; y también en que la fe-licidad que cuenta desde unaperspectiva moral no es tantola felicidad individual como lafelicidad agregada. Sin em-bargo, esta tesis se aparta delutilitarismo clásico en algunosaspectos importantes. En con-creto, hay que descartar que lafelicidad se reduzca siempre auna balanza de placer y dolor.También habrá que descartarque las utilidades individualestengan que ser siempre com-parables entre sí o que la agre-gación de utilidades sea siem-pre factible. Ciertamente, lanoción que cada individuopueda tener del “bien común”requiere una cierta capacidad

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para llevar a cabo “compara-ciones interpersonales de utili-dad”: cada uno es libre decomparar unas utilidades conotras como quiera. Ahorabien, esta capacidad para com-parar y para agregar utilidadesno implica que la utilidad so-cial (el “bien común”) tengaque ser concebida siemprecomo suma (ponderada o no)de las utilidades individuales.Por ejemplo, si yo quisiera eva-luar la utilidad social de man-dar a la cárcel a una persona ala que se imputa un delito, nome bastaría con comparar be-neficios y costes sociales segúnlos procedimientos habitualesde la economía del bienestar.Para mí sería importante sabersi el individuo es o no culpablede lo que se le acusa. Para mí,la utilidad social de condenar aun inocente no podría sernunca superior a la utilidadsocial de dejarlo libre3.

Finalmente, convendría des-tacar lo siguiente: la idea deque el interés por la felicidadcolectiva (con las cualificacio-nes mencionadas en el párrafoanterior) constituye la base dela moral no tendría por quéplantear ningún conflicto a losque sostienen que el únicofundamento de la moral estáen Dios. En otras palabras: las

personas que crean que losprincipios morales son las re-glas que Dios nos ha dadopara organizar nuestra convi-vencia en esta vida no deberíantener problemas con el puntode vista que aquí se está expo-niendo. Desde luego, no sepuede afirmar que los planesdel Creador sean siempre evi-dentes. No obstante, Él nos hadado la razón y las emocionesy nosotros nos valemos de ellaspara descubrir sus planes. Pre-sumiblemente, lo que Diosquiere es que seamos felices, o,por lo menos, que nos esforce-mos por serlo. Y nosotros des-cubrimos que no podemos serfelices sin tener en cuenta a losdemás. Aunque, claro, “teneren cuenta a los demás” no esuna tarea fácil. Es algo que seaprende poco a poco; y, proba-blemente, no todo el mundollega a aprenderlo a lo largo desu vida.

2.3. VALORES, SENTIMIEN-TOS MORALES Y COMPORTA-MIENTO INDIVIDUAL

Hemos dicho anteriormenteque podemos aceptar la ideade que los juicios morales sonafirmaciones acerca de los gus-tos de las personas, siempreque estemos dispuestos a ad-mitir que hay muchas clases degustos y siempre que no pen-

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semos que éstos son algo exó-geno y caprichoso. En particu-lar, hay una clase de gustos, losgustos morales o valores, queno tienen nada de arbitrarios yque son el objeto de la pre-sente discusión.

Los valores se pueden defi-nir como reglas de conducta(prohibiciones o recomenda-ciones) basadas en creenciasacerca de lo que está bien (loque se debe hacer) y lo que estámal (lo que no se debe hacer).El deber moral se entiendeaquí fundamentalmente comoun deber hacia los demás (lasociedad o el grupo de referen-cia). Por tanto, también sepuede afirmar que los valoresmorales son reglas de conductabasadas en las ideas que tienela gente acerca del bien común(lo que conviene a la socie-dad). De todos modos, parapoder afirmar que una personacree en (o tiene un gusto por)un valor determinado, es pre-ciso que la idea que esa per-sona tiene del bien común, sies que tiene alguna, vayaacompañada de un cierto tipode “complejo emocional”, cu-yos ingredientes principalesson el sentido de la obligación,la culpa y tal vez la vergüenza4.En otras palabras, es precisoque la persona se sienta obli-

gada a actuar de una determi-nada forma y que sea capaz desentir culpa cuando no actúade esa manera. A ese complejoemocional nos hemos referidoantes con el término “senti-mientos morales”. Entendere-mos que, cuando no hay senti-mientos morales, y sobre todocuando no existe el sentido deculpa, la palabra “moral” o bienno es más que un sinónimo de“convención social” o bien seconvierte en una palabra vacía.

Para analizar la influenciade la moral en el comporta-miento de las personas se pue-den seguir dos caminos dife-rentes. El primer camino seríael de considerar los sentimien-tos morales como una propen-sión al altruismo, que se mani-fiesta a través de funciones deutilidad interdependientes. Lamanera tal vez más convencio-nal de representar el altruismoen las funciones de utilidadconsiste en hacer que la satis-facción del individuo dependapositivamente de los niveles deutilidad de otros individuos.La gran virtud de este proce-dimiento, si es que eso es unavirtud, consiste en preservar la“pureza” del principio de ma-ximización de la utilidad: elsujeto maximiza su utilidadsiempre, tanto si es altruista

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como si no lo es. El mayor in-conveniente de este procedi-miento es que esconde cual-quier posibilidad de conflictode conciencia – situación detensión entre el interés egoístade la persona y el sentido deldeber moral – a pesar de queestos conflictos son lo más ca-racterístico de la moralidad.

Un procedimiento alterna-tivo consistiría en reconocerabiertamente que los conflic-tos de conciencia existen. Ha-bría que reconocer que el su-jeto tiene, por un lado, unosintereses puramente egoístasque se reflejan en su funciónde utilidad y que le inducen acomportarse de una determi-nada forma; y, por otro lado,unas creencias morales – unosvalores – que pueden inducirlea comportarse de manera dis-tinta. Habría que reconocertambién que la respuesta delser humano ante un conflictode esta clase suele ser probabi-lística. Es decir, el sujetopuede reaccionar unas veces enun sentido (puede maximizarsu utilidad y olvidarse de lasnormas morales) y otras vecesen otro (puede optar por elcumplimiento de las normasmorales). La probabilidad deque el individuo elija esta se-gunda opción depende de la

fuerza de sus conviccionesmorales y de la magnitud de la“tentación” a la que tenga quehacer frente en cada caso con-creto5. En definitiva, la exis-tencia de valores morales pro-piamente dichos (valores “deverdad” y no simples conven-ciones sociales) hace que lagente pueda estar dispuesta aseguir las reglas morales aúnen los casos en los que dichas re-glas entran en conflicto con el in-terés personal.

2.4. ÉTICA DEL TRABAJO,MOTIVACIONES MORALES YEXTERNALIDADES

Los preceptos de la ética deltrabajo pueden ser considera-dos como convenciones socia-les y también como normasmorales en sentido estricto. Enrealidad, estos dos aspectos noson mutuamente excluyentes:existen simultáneamente ypueden encontrarse en cual-quier regla moral. En la me-dida en que sean convencionessociales, las reglas morales secumplirán por pura convenien-cia. Y en la medida en que seanconsideradas como reglas mo-rales auténticas, tendremos quepensar que el cumplimiento delas mismas se basa en razones“altruistas” (el interés por losdemás). Esto último, aplicadoa la ética del trabajo, quiere de-

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cir que las personas son capa-ces de ser puntuales, de esfor-zarse en su trabajo y de hacerlas cosas bien, aunque no esténvigiladas; es decir, aunque noexistan penalizaciones salaria-les por mal comportamiento,ni riesgo de despido, ni re-chazo social de los que nocumplen las reglas. El meca-nismo que hace que la gentecumpla con un precepto morales esencialmente una fuerzainterior: ese “complejo emocio-nal” al que antes nos hemos re-ferido y que está integrado porsentimientos de culpa, deber y,tal vez también, vergüenza. Aeste mecanismo lo llamaremos,de ahora en adelante, motiva-ción moral.

Naturalmente, lo que le dasentido a las motivaciones mo-rales es el interés por los de-más, según se ha explicado an-teriormente. En el campo dela ética del trabajo, este interéspor los demás se puede conce-bir como una preocupaciónpor las externalidades genera-das por las actividades labora-les. Esto quiere decir dos co-sas: (a) los individuos sonconscientes de que el trabajoque cada uno de ellos desarro-lla suele tener consecuencias(unas veces positivas, otras ne-gativas) sobre otras personas,

sin que medie ninguna rela-ción contractual o de recipro-cidad con esas personas; y (b)este conocimiento no es algopuramente intelectual o teó-rico: es, sobre todo, una fuentede motivaciones morales. Estohace que haya trabajadoresdispuestos a promover con suconducta las externalidadespositivas y a evitar las negati-vas, aunque esto suponga un costepara ellos. En otras palabras:un individuo puede esforzarseen su trabajo y tratar de hacerlas cosas bien, simplementeporque eso contribuye a incre-mentar el bienestar general.

2.5. JAMES BUCHANAN Y LAÉTICA DEL TRABAJO

Buchanan (1989, 1994) haelaborado una explicación dela llamada “ética puritana deltrabajo” que también gira entorno a la idea de las externali-dades. El argumento de Bu-chanan parte de la idea de quelos individuos están interesa-dos en los gustos de los demás.Buchanan puntualiza que estono quiere decir que la gentetenga “preferencias entrometi-das” (o “preferencias sobre pre-ferencias” en el sentido de Sen(1976)), sino que, simple-mente, cada individuo es cons-ciente de que su bienestar par-ticular depende en gran me-

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dida de cómo trabajen los de-más: a cada uno le interesa quelos demás tengan en cuenta lasexternalidades que ellos gene-ran con sus actividades, porquedichas externalidades repercu-ten sobre su bienestar perso-nal. Pero ¿cómo puede lo-grarse que la gente se hagaconsciente de las externalida-des, de modo que evite las ne-gativas y promueva las positi-vas? La respuesta de Buchananes muy simple: hay que hacerque los individuos desarrollenun “gusto” por el trabajo bienhecho; y de eso se van a encar-gar los “predicadores”. Si yotengo un interés en que los de-más desarrollen el gusto por eltrabajo bien hecho, es razona-ble que yo esté dispuesto acontribuir al mantenimientode una casta de predicadores,los cuales se supone que van aser capaces de modelar losgustos de la gente de acuerdocon las aspiraciones de sus pa-trocinadores.

Aunque tal vez podría pen-sarse que el argumento de Bu-chanan contiene un punto devista un tanto cínico sobre elpapel de los predicadores, loimportante aquí no es eso. Elargumento de Buchanan reco-noce a su manera la existenciade motivaciones morales. Y

esto implica una referencia alinterés colectivo o bien co-mún, aunque Buchanan no semuestre dispuesto a recono-cerlo. Después de todo, elgusto por el trabajo bien hechono es algo totalmente exógenoo caprichoso. Si la gente sesiente impulsada a hacer lascosas bien y a no estar ociosaes por alguna razón, que puedeser consciente o inconsciente.El mismo Buchanan confiesasu aversión al ocio, hasta elpunto de que no puede pasaruna tarde viendo partidos defútbol por televisión, a pesarde su interés en este juego, sino tiene alguna ocupaciónsubsidiaria (él se conforma conpartir nueces mientras ve la te-levisión). ¿Por qué el estarocioso hace que una personacomo Buchanan se sienta cul-pable?

Buchanan reconoce su sen-tido de culpa ante la ociosidady lo liga a su educación puri-tana. Pero él no analiza el sig-nificado de este sentido deculpa. El tono de su argumen-tación hace pensar que, paraél, “sentirse culpable” equivalea “experimentar un cierto dis-gusto” cuando se está ocioso.Lo que a él le interesa no es elsignificado del sentido deculpa (el aspecto más genuina-

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mente moral de la cuestión)sino la funcionalidad de sussentimientos: ¿para qué sirveel sentirse culpable? Deacuerdo con Buchanan, estaclase de sentido de culpa sirvepara inducir a la gente a traba-jar duro; lo cual se convierte enuna fuente de “externalidadespositivas”, que redunda en unmayor bienestar para todos.Lo que Buchanan no parecereconocer es que el sentido deculpa del que él habla sea algomás que una mera predisposi-ción inconsciente a estar siem-pre ocupado y a hacer las cosasbien. Si uno piensa que el sen-tido de culpa es algo más queeso, parece razonable pregun-tarse qué es lo que puede hacerque una persona se sienta obli-gada a trabajar duro. La res-puesta que aquí se propone esbastante sencilla: la gente escapaz de preocuparse de ma-nera genuina por el bien co-mún y ésta es, precisamente, labase de la moralidad.

3. CONSIDERACIONES

FINALES

3.1. SOBRE LA RELEVANCIAEMPÍRICA DEL FACTOR MORAL

LA EXISTENCIA de lasmotivaciones específi-camente morales –ese

complejo emocional cuyos in-gredientes principales parecenser el sentido de culpa y el sen-tido del deber– está fuera detoda duda. La importancia deestas motivaciones para mu-chas personas, individual-mente consideradas, tambiénresulta bastante obvia. Lo quesin embargo no está tan claroes la importancia que dichasmotivaciones puedan tener enrelación con la generalidad delos individuos, sobre todo en lascuestiones que tienen que vercon la ética del trabajo. Si al-guien sostiene que las motiva-ciones morales son empírica-mente irrelevantes como factordeterminante del comporta-miento de los trabajadores engeneral, ¿qué podemos aduciren contra de este punto devista?

En términos más generales:¿cómo podemos saber si lasmotivaciones morales son real-mente esenciales para enten-der un fenómeno social cual-quiera o si, por el contrario, setrata de algo relativamente se-cundario y sin importancia?Existe una idea bastante ex-tendida entre los economistasen el sentido de que las moti-vaciones morales no son real-mente importantes en térmi-nos agregados. El argumento

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desarrollado a continuaciónpretende mostrar que esta ideano es más que un prejuicio in-fundado. Aunque, desde luego,no es fácil demostrar que lasmotivaciones morales sean in-dispensables para poder explicaralgunos fenómenos sociales,de ahí no se sigue que la hipó-tesis del “egoísmo maximiza-dor” sea siempre la más verosí-mil desde el punto de vistaempírico.

Esta última afirmación sebasa en lo siguiente. La distin-ción entre valores morales yconvenciones sociales resultaprácticamente imposible deestablecer sobre la base de laobservación empírica. Cual-quier conducta aparentemente“moral” puede ser interpretadacomo conducta interesada(egoísta): todo depende de lasintenciones o motivaciones,pero éstas no son directamenteobservables; tienen que ser in-feridas a partir de las conduc-tas observadas, y eso no es ta-rea fácil. Los valores morales ylas convenciones sociales guar-dan entre sí una estrecha rela-ción, que impide distinguir ní-tidamente los unos de las otrasen términos empíricos. Cabepensar que las reglas moralesnacen como convenciones so-ciales y en algún momento de

la evolución humana se trans-forman en valores6. La trans-formación de las convencionesen valores ocurre, presumible-mente, cuando la concienciade interdependencia y de unobjetivo común hace que sur-jan sentimientos morales den-tro de un grupo de gente, yesos sentimientos empiezan aconvertirse en barreras frente alos comportamientos oportu-nistas. Así pues, los valores ac-túan como refuerzos de lasconvenciones. Y resulta muydifícil saber dónde termina laconvención y dónde empiezael refuerzo moral.

Lo dicho en el párrafo ante-rior no implica que todas lasconvenciones tengan quetransformarse en valores. Haymuchas convenciones carentesde connotaciones morales,como, por ejemplo, las reglasde etiqueta. Por otra parte,también puede ocurrir que unaconvención tenga su origen enun “impulso ético”; e inclusoque se mantenga viva aún des-pués de que dicho impulsohaya desaparecido por com-pleto.

El caso de la “ética puri-tana del trabajo” al que antesnos hemos referido podría serun ejemplo de convenciónnacida de un impulso ético.

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Las creencias religiosas de lospuritanos que emigraron a lascolonias inglesas de Américadel Norte en el siglo XVIIprobablemente tuvieron mu-cho que ver con el desarrollode una serie de convencionessociales en torno a la impor-tancia de la autosuficiencia, eldeber del trabajo y el rechazode la ociosidad. En los oríge-nes de EE. UU. estas virtudesfueron un factor decisivo parala supervivencia del grupo. Yes posible que, como resultadode todo esto, la población ac-tual de ese país sea una pobla-ción laboriosa. Sin embargo, esdiscutible hasta qué punto lasmotivaciones que inducen alos americanos de hoy a ser la-boriosos son de naturalezamoral. Lo que hoy día cuentaes el hecho de que se han esta-blecido unos estándares deconducta laboral bastante al-tos, que fuerzan a cualquiertrabajador a adaptarse a ellos(el que no se adapta es catalo-gado como “ineficiente” y sequeda sin trabajo, en la líneade lo dicho en el apartado1.3). Quizás la prueba de queel aspecto de convención socialpredomina en este caso sobreel aspecto puramente moralsea que los trabajadores inmi-grantes, procedentes muchos

de ellos de países con una éticadel trabajo mucho más rela-jada, en seguida se adaptan alnuevo entorno y se comportandel mismo modo que los “nati-vos”.

3.2. EL FACTOR MORAL YLA “DIMENSIÓN TRANSCEN-DENTAL”

La existencia de motivacio-nes morales genuinas implica,según se indicó en los aparta-dos 2.2 y 2.3, que las personasson capaces de preocuparsepor los demás hasta el puntode sacrificar (en mayor o me-nor medida) el interés indivi-dual en aras del colectivo. Seha dicho que las motivacionesmorales genuinas van acompa-ñadas de un cierto “complejoemocional”, que es el que for-man los sentimientos morales.La cuestión que aquí se plan-tea es si los sentimientos mo-rales se pueden mantener vivosen una sociedad cuando desa-parecen por completo las refe-rencias a la “dimensión trans-cendental” de la persona hu-mana.

El término “dimensióntranscendental” indica aquí lacreencia que mucha gentetiene de pertenecer a algo mu-cho mayor que cualquiergrupo humano. Podríamos de-

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finir ese “algo” como el Uni-verso, el Espíritu Cósmico, o,simplemente, Dios. Este sen-tido de pertenencia a una rea-lidad transcendente, inabarca-ble e inexpresable a través dellenguaje habitual está íntima-mente relacionado con la ex-periencia de “lo sagrado”, quees la base de la religión. Y laexperiencia de lo sagrado pa-rece que ha estado siempreasociada a la moral. En otraspalabras, parece ser que dichaexperiencia ha estado siempreligada a la disposición a ayudara los demás y a todo lo que losseres humanos han conside-rado siempre como “noble” o“virtuoso”. Por eso, aquí for-mulamos la conjetura de quelas motivaciones “sociales” o“altruistas” (la preocupacióngenuina por los demás) re-quieren de algún tipo de ape-lación al Más Allá para man-tenerse vivas. Esto quiere decirque cuando la religión (o, porlo menos, el sentido de lotranscendente) desaparece, lamoralidad auténtica tiende adesaparecer; y las reglas mora-les tienden a convertirse ensimples reglas de reciprocidad.

Esto último, aplicado a laética del trabajo, quiere decirlo siguiente: en una sociedadsecularizada por completo la

ética del trabajo como tal (esdecir, la ética como moral ge-nuina) tiende a desaparecer.Evidentemente, esto no es másque una hipótesis. Una con-trastación rigurosa de esta hi-pótesis podría resultar imposi-ble o, por lo menos, bastantedifícil. No obstante, sí que sepodría intentar comprobar unahipótesis mucho más modesta:la hipótesis de que la religióninfluye positivamente sobre lalaboriosidad de la gente. Estose podría analizar comparandolas conductas laborales de losindividuos pertenecientes adistintos grupos religiosos. Alparecer, los individuos perte-necientes a grupos religiososrelativamente pequeños y conun alto grado de cohesión in-terna, en contraste con los nocreyentes o los nominalmentecreyentes en una religión ma-yoritaria, suelen caracterizarsepor su laboriosidad y por suestricta moralidad. Alguienpodría aducir que, al tratarsede grupos pequeños, la presiónsocial es muy fuerte y hace quelos individuos se vean forzadosa ajustarse a las convencionesdel grupo. También se podríaaducir que las exigencias mo-rales que estos grupos impo-nen a sus miembros son bási-camente un instrumento para

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mantener la cohesión interna.Sin embargo, estas considera-ciones dejan de ser relevantescuando la pertenencia al grupoes estrictamente voluntaria.En cualquier caso, ésta es unalínea de investigación que novamos a proseguir aquí, peroque podría plantearse comoextensión “natural” de las ideasdebatidas en este trabajo.

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1 Este punto de vista tiene ante-cedentes en los Diálogos de Pla-tón. Concretamente, en La Repú-blica, Platón esboza una teoríacontractualista de la moral y haceque Sócrates argumente en contrade la misma. La fuente más claradel contractualismo moderno seencuentra en Hobbes (1651). En-tre los defensores actuales de estacorriente de pensamiento podría-mos citar a Baier (1958), Grice(1967), Rawls (1972) y Gauthier(1986).

2 La idea de “salario de eficiencia”se puede interpretar como unaconvención social: los empresa-rios aceptan pagar un salario su-perior al coste de oportunidad desus trabajadores, porque esperanque eso contribuya a mantener unalto nivel de rendimiento entresus empleados; y los empleadosresponden esforzándose deacuerdo con las expectativas delos empresarios, bien sea pormiedo al desempleo o a tener queconformarse con un trabajo peorremunerado. Los modelos de sa-larios de eficiencia son muy varia-dos. Una exposición muy com-pleta de los mismos puede encon-trarse en Weiss (1991). Solow(1990) da una visión intuitiva yclara sobre el tema.

3 Tal vez podría entenderse estaargumentación como una defensadel “utilitarismo de las reglas”(rule-utilitarianism) frente al lla-

mado “utilitarismo de los actos”(act-utilitarianism). Para aclara-ciones sobre el significado de estaterminología, véase, por ejemplo,Snare (1992).

4 Frank (1988) ha intentado ex-plicar el origen de los sentimien-tos morales en términos bioló-gico-evolutivos. Según él, talesemociones son “instrumentos psi-cológicos” que se han ido confi-gurando a lo largo de la evoluciónhumana con el fin de eliminar, opor lo menos frenar, las conductasoportunistas. Para explicar el ori-gen de los sentimientos moralesno es preciso postular (en el mo-delo de Frank) la existencia previade motivaciones “altruistas”.Ahora bien, una vez que dichasemociones hacen su aparición,puede decirse que los individuosdejan de ser estrictamente egoís-tas y empiezan a preocuparse ge-nuinamente por los demás.

5 Podemos definir la “tentación”como la diferencia entre la utili-dad que se logra cuando el sujetosigue la “opción egoísta” – com-portamiento estrictamente maxi-mizador – y la utilidad que se lo-gra cuando se sigue la “opciónmoral”. Naturalmente, la opciónmoral podría implicar una utilidadigual o superior a la de la opciónegoísta. En tal caso, no habríaconflicto moral y sería de esperarque la opción moral fuese elegidacon probabilidad igual a uno.

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NOTAS

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6 Evidentemente, esto no es másque una teoría acerca de los oríge-nes históricos de los valores mo-rales. Su veracidad o falsedad esuna cuestión empírica y no puededirimirse con consideraciones a

priori. De todos modos, puedeque algunos valores sean, en ciertaforma, innatos. La existencia devalores innatos no es, de ningunamanera, incompatible con la líneaargumental de este trabajo.

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