conquista de jerusalén por los romanos (flavio josefo)

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FLA VIO JOSEFa: La Conquista de Jerusalén CONQUISTA DE JERUSALÉN POR LOS ROMANOS por FLAVIO JOSEFO La conquista y destrucción de parte de Jerusalén, con el incendio del Templo, que llevó a cabo Tito, el hijo del emperador romano Vespasiano -al que luego sucedería-, es el acontecimiento más desastroso en la historia del hebraísmo. En agosto del año 70 después de Jesucristo, tras la guerra judaica llevada personalmente por Vespasiano y Tito, Jerusalén, después de largo asedio, agravado por las irreconciliables luchas internas de las diversas facciones, víctima del hambre y de los destrozos, sucumbía ante las legiones romanas. Para el conocimiento de este dramático acontecimiento, uno de los más importantes de la historia, disponemos de una fuente magnífica y detalladísima: los capítulos que le dedica el libro titulado Las guerras de los judíos, de Flavio Josefo, Sin duda escrito primitivamente en arameo y traducido luego al griego, texto en que ha llegado hasta nosotros. Josefo, o sea José, hijo de Matatías, nació en Jerusalén el año 37 después de Jesucristo y era de estirpe sacerdotal judía. El año 64 el Sanhedrín lo había enviado a Roma para obtener la liberación de ciertos sacerdotes detenidos, lo que le permitió darse a conocer en la corte imperial y admirar la obra de los romanos. Pero sublevada Judea contra los romanos, se le encomendó el gobierno de Galilea inferior y superior, en el 66, pero al año se tuvo que entregar a Vespasiano, y desde este momento siguió la guerra al lado de las legiones imperiales, a las que sirvió con sus informes y con sus intervenciones cerca de los judíos. Puntual historiador, narra los sucesos del final de su nación con un dramatismo impresionante, ya que losfue siguiendo paso a paso, e incluso ha dejado constancia de los parlamentos que dirigió a los habitantes de la ciudad cercada con la finalidad de lograr una pacificacion. En los fragmentos que transcribimos, que pertenecen a los libros V y VI de Las guerras de los judíos, el lector ha de tener presente que el "José" varias veces mencionado, y cuyos parlamentos se transcriben, es el propio historiador. Reproducimos la excelente versión de Juan A. G. Larraya, Las guerras de los Judíos, colección "El Mensaje", Barcelona, 1952. TEXTO Los hombres belicosos de la ciudad y los revoltosos partidarios de Simón ascendían, descontados los idumeos, a diez mil, mandados por cincuenta jefes, de los cuales Simón era el supremo. Los idumeos que le ayudaban eran cinco mil, con ocho capitanes, siendo los más famosos de ellos Jacob, hijo de Sosas, y Simón, hijo de Cathla. Juan, que dominaba el templo, tenía seis mil guerreros a las órdenes de veinte jefes, más dos mil cuatrocientos zelotas, pasados a su bando, dirigidos por su anterior cabecilla Eleazar y Simón, hijo de Arino. Como ya indicamos, el pueblo era la presa que se disputaban estas facciones, que robaban a los que no se sumaban a sus maldades. Simón era dueño de la ciudad alta, de la gran muralla hasta el Cedrón, de gran parte del viejo muro hasta donde dobla en Siloé hacia el Oriente, en el palacio de Monobazo, rey de los adiabenos allende el Éufrates, de la fuente, del Acra, que no es más que la ciudad inferior, e incluso, del palacio de Elena, madre de Monobazo. Juan se había apoderado del templo y las partes adyacentes, de Ofla y del valle del Cedrón. Los contendientes habían quemado los lugares interpuestos, transformándolos en campo de batalla, pues sus diferencias no concluyeron siquiera cuando los romanos acamparon muy cerca de las murallas. Poco duró la duda que despertó el primer ataque de los romanos, pues volviendo a su anterior demencia, se separaron, pelearon, y, en fin, hicieron cuanto los sitiadores podían desear. Pero los sufrimientos debidos a los romanos no tuvieron tanta monta como los que ellos se produjeron. Todas las calamidades que se abatieron sobre la ciudad después de su mando no pudieron estimarse inauditas, porque fue más desdichada antes de la conquista que cuando entraron en ella los conquistadores. En una palabra: afirmo que la revolución destruyó la ciudad y que los romanos destruyeron la revolución, hazaña ciertamente más difícil que tomar y abatir sus muros. Por tanto, hay que atribuir la adversidad a los nuestros y la justicia a los romanos, lo cuál se comprobará mediante los hechos de unos Yotros. Estando los asuntos internos en dicha situación, Tito recorrió todo el exterior de Jerusalén con un cuerpo de caballería escogido buscando el sitio más adecuado para atacar. Comprendiendo que no podría dar el asalto por la parte de los valles, casi inaccesibles, o batir la primera y sólida muralla con las máquinas de guerra, decidió acometer por el sepulcro de Juan, el sumo sacerdote, donde era más baja y el segundo muro no se unía con ella a causa de que la ciudad nueva estaba poco habitada. Desde allí tendría fácil entrada hacia el tercero, por el cual pensaba poder conquistar la población superior, y, a través de la torre Arítonia, el templo. Mientras hacía esta ronda, un amigo suyo llamado Nicanor fue herido en el hombro izquierdo, cuando se acercaba con José a las murallas con objeto de persuadir a sus ocupantes a la paz, porque era conocido de ellos. El Cesar, viendo que no respetaban aun a los que buscaban su salvación, determinó apretar el cerco. Permitió a sus soldados que incendiaran los suburbios, y ordenóles que transportaran maderas para levantar los terraplenes. Dividió su ejército en tres cuerpos a fin de ejecutar las obras y colocó los arqueros y balisteros en medio de los terraplenes que se construían. Delante de ellos situó las máquinas que disparaban jabalinas, dardos y piedras, para estorbar las salidas del enemigo y cuantos manejos idearan con objeto de irur los trabajos. Se talaron inmediatamente los árboles y lOS arrabales quedaron desnudos. Sin embargo, los judíos 1

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Page 1: Conquista de Jerusalén Por los Romanos (Flavio Josefo)

FLA VIO JOSEFa: La Conquista de Jerusalén

CONQUISTA DE JERUSALÉNPOR LOS ROMANOS

por FLAVIO JOSEFO

La conquista y destrucción de parte de Jerusalén,con el incendio del Templo, que llevó a cabo Tito, elhijo del emperador romano Vespasiano -al que luegosucedería-, es el acontecimiento más desastroso en lahistoria del hebraísmo. En agosto del año 70 despuésde Jesucristo, tras la guerra judaica llevadapersonalmente por Vespasiano y Tito, Jerusalén,después de largo asedio, agravado por lasirreconciliables luchas internas de las diversasfacciones, víctima del hambre y de los destrozos,sucumbía ante las legiones romanas. Para elconocimiento de este dramático acontecimiento, uno delos más importantes de la historia, disponemos de unafuente magnífica y detalladísima: los capítulos que lededica el libro titulado Las guerras de los judíos, deFlavio Josefo, Sin duda escrito primitivamente enarameo y traducido luego al griego, texto en que hallegado hasta nosotros. Josefo, o sea José, hijo deMatatías, nació en Jerusalén el año 37 después deJesucristo y era de estirpe sacerdotal judía. El año 64 elSanhedrín lo había enviado a Roma para obtener laliberación de ciertos sacerdotes detenidos, lo que lepermitió darse a conocer en la corte imperial yadmirar la obra de los romanos. Pero sublevada Judeacontra los romanos, se le encomendó el gobierno deGalilea inferior y superior, en el 66, pero al año se tuvoque entregar a Vespasiano, y desde este momentosiguió la guerra al lado de las legiones imperiales, a lasque sirvió con sus informes y con sus intervencionescerca de los judíos. Puntual historiador, narra lossucesos del final de su nación con un dramatismoimpresionante, ya que los fue siguiendo paso a paso, eincluso ha dejado constancia de los parlamentos quedirigió a los habitantes de la ciudad cercada con lafinalidad de lograr una pacificacion. En losfragmentos que transcribimos, que pertenecen a loslibros V y VI de Las guerras de los judíos, ellector ha de tener presente que el "José" varias vecesmencionado, y cuyos parlamentos se transcriben, es elpropio historiador. Reproducimos la excelente versiónde Juan A. G. Larraya, Las guerras de losJudíos, colección "El Mensaje", Barcelona, 1952.

TEXTOLos hombres belicosos de la ciudad y los revoltosos

partidarios de Simón ascendían, descontados losidumeos, a diez mil, mandados por cincuenta jefes, delos cuales Simón era el supremo. Los idumeos que leayudaban eran cinco mil, con ocho capitanes, siendolos más famosos de ellos Jacob, hijo de Sosas, ySimón, hijo de Cathla. Juan, que dominaba el templo,tenía seis mil guerreros a las órdenes de veinte jefes,más dos mil cuatrocientos zelotas, pasados a su bando,dirigidos por su anterior cabecilla Eleazar y Simón,

hijo de Arino. Como ya indicamos, el pueblo era lapresa que se disputaban estas facciones, que robaban alos que no se sumaban a sus maldades. Simón eradueño de la ciudad alta, de la gran muralla hasta elCedrón, de gran parte del viejo muro hasta dondedobla en Siloé hacia el Oriente, en el palacio deMonobazo, rey de los adiabenos allende el Éufrates, dela fuente, del Acra, que no es más que la ciudadinferior, e incluso, del palacio de Elena, madre deMonobazo. Juan se había apoderado del templo y laspartes adyacentes, de Ofla y del valle del Cedrón. Loscontendientes habían quemado los lugaresinterpuestos, transformándolos en campo de batalla,pues sus diferencias no concluyeron siquiera cuandolos romanos acamparon muy cerca de las murallas.Poco duró la duda que despertó el primer ataque de losromanos, pues volviendo a su anterior demencia, sesepararon, pelearon, y, en fin, hicieron cuanto lossitiadores podían desear. Pero los sufrimientos debidosa los romanos no tuvieron tanta monta como los queellos se produjeron. Todas las calamidades que seabatieron sobre la ciudad después de su mando nopudieron estimarse inauditas, porque fue másdesdichada antes de la conquista que cuando entraronen ella los conquistadores. En una palabra: afirmo quela revolución destruyó la ciudad y que los romanosdestruyeron la revolución, hazaña ciertamente másdifícil que tomar y abatir sus muros. Por tanto, hayque atribuir la adversidad a los nuestros y la justicia alos romanos, lo cuál se comprobará mediante loshechos de unos Yotros.

Estando los asuntos internos en dicha situación,Tito recorrió todo el exterior de Jerusalén con uncuerpo de caballería escogido buscando el sitio másadecuado para atacar. Comprendiendo que no podríadar el asalto por la parte de los valles, casi inaccesibles,o batir la primera y sólida muralla con las máquinasde guerra, decidió acometer por el sepulcro de Juan, elsumo sacerdote, donde era más baja y el segundomuro no se unía con ella a causa de que la ciudadnueva estaba poco habitada. Desde allí tendría fácilentrada hacia el tercero, por el cual pensaba poderconquistar la población superior, y, a través de la torreArítonia, el templo. Mientras hacía esta ronda, unamigo suyo llamado Nicanor fue herido en el hombroizquierdo, cuando se acercaba con José a las murallascon objeto de persuadir a sus ocupantes a la paz,porque era conocido de ellos. El Cesar, viendo que norespetaban aun a los que buscaban su salvación,determinó apretar el cerco. Permitió a sus soldadosque incendiaran los suburbios, y ordenóles quetransportaran maderas para levantar los terraplenes.Dividió su ejército en tres cuerpos a fin de ejecutar lasobras y colocó los arqueros y balisteros en medio de losterraplenes que se construían. Delante de ellos situólas máquinas que disparaban jabalinas, dardos ypiedras, para estorbar las salidas del enemigo ycuantos manejos idearan con objeto de irur lostrabajos. Se talaron inmediatamente los árboles y lOSarrabales quedaron desnudos. Sin embargo, los judíos

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no permanecían inactivos. El pueblo de Jerusalén,robado y diezmado hasta entonces, se envalentonó conel pensamiento de que tendría un instante de respirodurante los preparativos contra los romanos.Supusieron que éstos, si vencían, les permitiríanvengarse de los causantes de sus miserias.Juan no se movía, por miedo de Simón, aunque sushombres querían atacar al enemigo extranjero. Simón,en cambio, no descansaba por estar cerca de lossitiadores. Dispuso a intervalos precisos las máquinasde guerra tomadas a Cestio y las que habíaconquistado al apoderarse de la torre Antonia. Noobstante, apenas le eran de alguna utilidad porque nosabían manejarlas. Había unos pocos adiestrados en suempleo por los desertores y se servían de ellas de unamanera desastrosa. Disparaban piedras y dardoscontra los que edificaban los terraplenes y tambiénhacían salidas por compañías para combatirlos. Lostrabajadores se protegían con cañizos y sus máquinasrespondían a sus atacantes. Las armas ofensivas de laslegiones eran maravillosas; las más extraordinariaseran las de la décima, que arrojaban dardos y piedras amayor distancia que las demás, rechazando no sólo alos judíos que salían sino a los que guarnecían lasmurallas. Las piedras lanzadas pesaban un talento ycubrían una trayectoria de dos o más estadios. Nadaaguantaba su empuje; caían tanto los primeros conquienes chocaban como los que se hallaban detrás. Losjudíos se guarecían del proyectil, guiándose por elruido que hacia y por el brillo proporcionado por sublancura. Los vigías, en las torres, avisaban que lamáquina iba a ser disparada, y cuando la piedra partía,chillaban en su propia lengua: «El hijo viene». Los quese encontraban en su camino se echaban de bruces entierra, y guardándose así de ella, la piedra sedesplomaba sin hacer daño. Pero los romanosennegrecieron las piedras, que, no pudiendo ser vistascomo hasta entonces, destruían muchos enemigos deun golpe. A pesar de sus penalidades, los judíos nodejaban a los romanos levantar en paz sus terraplenes,antes les estorbaban las obras de día y de noche conosadía y astucia.

Terminadas las obras, los romanos midieron conplomo y cuerda el espacio que les separaba de losmuros, porque la resistencia de los judíos estorbabahacerla de otro modo. Enterados de que podíanutilizar las máquinas, las transportaron a sitios máscómodos. Tito mandó ponerlas tan cerca de la muralla,que los judíos no consiguieron rechazarlas y dio ordende que empezasen a obrar. En lugares distintos selevantó de pronto un ruido tan repentino y prodigioso,que los ciudadanos rompieron a gritar, y los sediciososse espantaron no menos que ellos. Así, unos comootros ante el peligro común, decidieron unirse a ladefensa. Los de las distintas facciones se acusaronmutuamente de estar en connivencia con el enemigo,pero, agregaron, ya que Dios no les concedía unaconcordia perpetua, debían en aquella situacióndesistir de sus rivalidades a fin de unirse contra losromanos. Por consiguiente, Simón pregonó que los del

templo podían acudir a los muros; Juan hizo lomismo, aunque no se fiaba de su competidor. Ambospartidos, desechando su odio y sus querellasparticulares, corrieron como un solo hombre a lasmurallas con un sinnúmero de antorchas que lanzaronsobre las máquinas, mientras asaeteaban a los quemanejaban los arietes. Los audaces saltaron en grupossobre las cubiertas de las máquinas y las destrozaron,atacaron y vencieron a sus encargados, todo ello no afuerza de destreza, sino a causa de su osadía. Sinembargo, Tito acudió en socorro de los que peligraban,colocó jinetes y arqueros junto a las máquinas yahuyentó a los incendiarios; rechazó a los quedisparaban piedras y flechas desde la muralla e hizoque los ingenios prosiguiesen su tarea. El muro nocedió a los golpes. Únicamente el ariete de ladecimoquinta legión movió una esquina de la torre,sin perjudicar al muro, que no corrió el mismo peligroque la torre, mucho más alta, la cual, aunque cayese,no haría daño al muro.

Los judíos renunciaron de momento a sus salidas.Luego notaron que los romanos se dispersaban en sustrabajos y en sus campamentos, convencidos de que elenemigo estaba fatigado y medroso, y pasaron alexterior por una puerta disimulada de la torre deHippico. Prendieron fuego a las obras, se abalanzaronaudazmente contra los romanos y sus fortificaciones,donde sus gritos apercibieron a los que estaban cerca,y atrajeron a los alejados. El atrevimiento de los judíosniveló la disciplina de los romanos. Estos vencieron alos primeros que encontraron y apretaron a losrestantes. La pelea alrededor de las máquinas fueencarnizada: los unos intentaban quemarlas, los otrosprocuraban impedirlo. Los combatientes vociferaban ymorían muchos de los que se hallaban en lavanguardia. Los judíos superaban a los romanos consus locos ataques. El fuego lamió las obras. Hubieranardido las máquinas de no intervenir muchos de lossoldados selectos llegados de Alejandría, que, peleandocon más valor del que se esperaba, alcanzaron mayorreputación de la que poseían. Así estuvieron las cosashasta que el Cesar, con los más bravos de suscaballeros. arremetió contra el enemigo, matando consu propia mano doce de los que se encontraban en lavanguardia de los judíos. Presenciada la muerte deestos hombres, la muchedumbre se dispersó. Tito laacosó hasta la ciudad y logró salvar los trabajos. En lalucha se capturó vivo a un hebreo, que fue crucificadofrente a las murallas a fin de asustar a los otros yabatir su obstinación. Después de la retirada, Juan,jefe de los ídumeos, fue herido de muerte por unaflecha árabe, mientras hablaba en el muro con unsoldado. Su fallecimiento arrancó grandes lamentos alos judíos y produjo hondo pesar a los revoltosos, puesera un varón eminente por sus proezas y por suconducta.

A la noche siguiente ocurrió entre los romanos unaalteración asombrosa. Tito había mandado que seerigiesen tres torres de cincuenta codos de alto, quecolocadas en los terraplenes con los soldados

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FLAVIO JOSEFa: La Conquista de Jerusalén

correspondientes, les servirían para alejar a los judíosde las murallas. Pues bien, una de ellas se desplomó amedianoche con pavoroso estruendo, lo que asustó atodo el ejército. Empuñaron inmediatamente lasarmas, sospechando que el enemigo atacaba. Seprodujo un tumulto entre las legiones, las cuales sequejaron en vista de que nadie sabía lo que acontecía.Como no se presentaba el enemigo, unos temían deotros y todos preguntaban el santo y seña con granformalidad a sus vecinos, como si los judíos hubieseninvadido el campamento. El pánico los dominó hastaque Tito informóles de lo que había sucedido. Acontinuación, bien que con cierta dificultad, setranquilizaron.

Los judíos, que combatían con los romanosvalientemente, sufrieron mucho de aquellas torres, enlas que se habían dispuesto máquinas livianas,además de arqueros y honderos. No podían alcanzar a'sus ocupantes debido a la altura ni conquistarlas oderribarlas dado su peso, ni prenderlas fuego por estarcubiertas de hierro. Se pusieron pues a salvo de lasflechas y fueron impotentes para impedir que losconstantes golpes de los arietes acabaran por hacermella en el muro. Éste se rompió bajo el ímpetu deNico, nombre que daban los judíos al más grande deellos, porque conquistaba todo. El cansancio y lasguardias vencían a los sitiados, que se retiraban adescansar de noche a bastante distancia de la muralla.De otra parte se dijeron que era superfluo guardarla,ya que quedaban otras dos fortificaciones, malaconsejados por su pereza hasta el extremo de que seretiraron. Los romanos penetraron por la brechaabierta por Nico. Todos los judíos retrocedieron alsegundo muro. Los legionarios abrieron entonces laspuertas a todo el ejército. Así se apoderaron de laprimera muralla el día decimoquinto del sitio, séptimodel mes de Artemisio (Jyar), demoliéndola en sumayor parte, lo mismo que los sectores septentrionalesde la ciudad, que anteriormente había destruidoCestio.

Tito sentó sus reales dentro de la ciudad en el sitiollamado Campo de los Asirios, después de tomar todolo que había hasta el Cedrón, pero cuidando dehallarse fuera del alcance de las flechas del enemigo.Inició sus ataques, por lo que los judíos se dividieronen varios cuerpos que defendieron con valentía lamuralla. Juan y su facción lo hicieron desde la torreAntonia y el pórtico norteño del templo, y pelearoncon los romanos delante de los monumentos del reyAlejandro. El ejército de Simón se encargó delterritorio contiguo al monumento de Juan y lo fortificóhasta el portal por donde se acarreaba el agua a latorre de Hippico. Sin embargo, los judíos hicieronfrecuentes y violentas salidas en grupos, en las quesiempre eran vencidos por carecer de la destreza de losromanos. En cambio triunfaban cuando combatíandesde la muralla. Los romanos se sentían animadospor su poder y habilidad, como los judíos por suaudacia, fruto de su miedo y de la resistencia naturalde nuestro pueblo en las adversidades: les embravecía

la esperanza de salvarse, y a los romanos elconvencimiento de someterlos en breve. Ninguno secansaba. Las escaramuzas y encuentros; las constantessalidas, menudeaban de día, batallando de todamanera. La noche era peor para ellos, aun cuandoempezasen a contender con el alba, y la pasaban ensobresaltos, temiendo los unos ser conquistados y losotros las salidas.

Los guerreros dormían armados, dispuestos aluchar en cuanto quebrase el amanecer. Los judíosrivalizaban en buscar el peligro para lograr el favor desus jefes. De modo especial veneraban y temían aSimón, obedeciéndole con tanto ahínco, que estabandispuestos a matarse si se lo ordenaba. Lo queprestaba valor a los romanos era su hábito de triunfary su ignorancia de la derrota, sus guerras constantes ysus constantes ejercicios bélicos, y la magnitud de susdominios. Yel motivo principal de su valentía era Tito,presente en todas partes, pues se les antojabaafrentoso acobardarse en presencia del Cesar, queluchaba con tanta bravura como ellos, siendo el testigoque había de recompensarlos.

Por lo mismo, muchos se esforzaron más de lo quesu vigor justificaba. Por aquel entonces estaban losjudíos formando un grueso cuerpo ante la muralla yarrojando dardos a sus enemigos, cuando Longino, delorden ecuestre, se arrojó en medio de ellos y losdispersó, matando a dos hombres valerosísimos: hirióa uno en la boca al abalanzarse sobre él, y arrancandosu venablo del cadáver, atravesó al otro por el cuerpoen el instante en que huía. Hecho esto se retiró entrelos suyos. Así. se señaló este varón por su valentía ymuchos otros aspiraron a emular su reputación. Losjudíos no se preocupaban de los daños que les inferíanlos romanos, atentos sólo al que ellos podrían hacer.Les era indiferente morir si al mismo tiempoconseguían matar a un enemigo. Pero Tito se cuidabatanto de sus soldados cómo de vencer a sus contrarios.Aseguró que el ímpetu temerario era locura y que elverdadero valor iba unido a la cordura. Por tanto,mandó a sus hombres que fuesen prudentes durantela pelea, sin recibir heridas, mostrando así una bravuraauténtica.

Tito sentó un ariete contra la torre central de laparte septentrional de la muralla, en la que un astutojudío llamado Castor, estaba emboscado con diezotros, después de huir el resto a causa de los arqueros.Los escondidos permanecieron quietos un rato a causadel miedo que se cobijaba debajo de sus armaduras,pero se levantaron al estremecerse la torre y Castorextendió la mano en ademán de súplica, llamando alCesar, a quien suplicó con voz quejumbrosa que losperdonase. El sencillo corazón de Tito lo creyó,pensando que los judíos se arrepentían, ordenó queparase el ariete y animó a Castor a decir lo que quería.Respondió él que descendería, si le ofrecía la seguridadde su mano derecha, a lo cual Tito contestó que leagradaba su conducta y que se alegraría mucho de quetodos fuesen de su mismo parecer, pues anhelabaconcertar la paz con todos los de la ciudad.

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FLAVIO JOSEFO: La Conquista de Jerusalén

De los diez, cinco fingían impetrar piedad mientraslos demás chillaban que no serían esclavos de losromanos en tanto que pudieran morir libres. Ladiscusión entre ellos duró largo rato y el ataque sepospuso. Castor avisó a Simón de que tendría. tiempode ejecutar lo necesario, porque él contendría el poderromano por largo espacio; al unísono simulabaexhortar a los obstinados a que aceptasen la diestra deTito, los cuales, representando una gran cólera,blandieron sus espadas desnudas sobre sus corazas,las hincaron en sus pechos y se desplomaron como sihubiesen muerto. Tito y sus compañeros, no lograndopresenciar lo que ocurría, se maravillaron de su valor yse compadecieron de su ruina. Durante el intervalo,uno hirió a Castor con una saeta en la nariz, y él,arrancándosela de la herida, la enseñó a Titoquejándose de que aquel era un comportamientoindigno. El Cesar reprendió al que había disparado ymandó a José, que estaba con él, a dar la manoderecha a Castor. Mas José replicó que no iría, porquelos supuestos suplicantes no tramaban bien alguno, ycontuvo a los amigos que se proponían acompañarle.Entonces el desertor Eneas se ofreció. Castor lesrecomendó que fuese alguien a recoger el dinero quetenía. Esto acució a Eneas a apresurarse sin armas y eltraidor le arrojó una gran piedra que, si bien no letocó, porque se echó a un lado, alcanzó a otro soldadoque se adelantaba con él.

Al conocer el engaño Cesar comprendió que lamisericordia en la guerra es perjudicial y que laseveridad no es engañada con la astucia, por lo cual,irritado con la emboscada, mandó que la máquinareanudase su embestida con más vigor que antes.Cuando la torre empezaba a ceder bajo los golpes,Castor y sus compañeros prendieron fuego y selanzaron a través de las llamas a un subterráneooculto, a lo cual los romanos les apellidaron devalerosos, suponiendo que se habían arrojado alfuego ...

Tito resolvió descansar un poco para que losrevoltosos reflexionaran y ver si la demolición delsegundo muro los había hecho menos pertinaces o sino, ,1 el hambre, porque el botín de susrapmas 11" .staría , mucho tiempo. Por lotanto, empleó el descanso para sus propios fines.Como había llegado la fecha de la distribución de lasoldada, ordenó a los jefes que pusieran el ejército enformación de batalla en presencia del enemigo y quedistribuyeran las pagas. Los soldados, segúncostumbre, sacaron las armas de sus cubiertas ysalieron en orden con sus corazas, y los caballerosadornaron sus monturas con sus mejores jaeces. Losarrabales relucían magníficamente desde muy lejos.No había espectáculo más agradable para los hombresde Tito, ni cosa que más aterrase al enemigo. Todo elmuro viejo y el lado septentrional del templo estabancubiertos de espectadores, las casas estaban llenas degentes que los miraban y toda la población se apiñabapor doquier.

Un espanto indescriptible se adueñó de los judíos

más impávidos a la vista del ejército congregado, de labelleza de sus armas y de su disciplina. y no puedomenos de estimar que los sediciosos habrían cambiadode parecer, de no desesperar de que los romanos noperdonarían los horribles crímenes que habíanperpetrado. Determinaron morir en la guerra, segurosde que se les castigaría con tormentos hasta la muerte,en caso de que descuidaran la defensa de la ciudad.Prevalecía también el hado, es decir, los inocentesdebían perecer con los culpables y la ciudad seríadestruida con los facciosos.

El reparto de la soldada a cada legión duró cuatrodías. Tito distribuyó al quinto las legiones, al no darseñales de paz los judíos, y comenzó a alzarterraplenes en la torre Antonia y en el monumento deJuan. Se proponía conquistar la ciudad alta poraquella parte, pues sería peligroso tomar la poblaciónsi el templo seguía inexpugnado. En cada una de estasdos partes una legión se encargó de batir un terraplén.Los que trabajaban en el monumento de Juan fueronestorbados por las salidas de los idumeos de Simón;otro tanto hicieron los partidarios de Juan y laturbamulta de los zelotas con los de la torre Antonia.Los judíos comprometían a los romanos tanto en lalucha directa, porque poseían la ventaja de estar másaltos, como por haber aprendido ya el manejo de lasmáquinas con el constante uso cotidiano. Teníantrescientos ingenios qué disparaban venablos ycuarenta que arrojaban piedras, con los cualesestorbaban que los romanos acabasen los terraplenes.Tito, sabiendo que la salvación o la destrucción de laciudad dependían de él, no sólo continuó el asedio,sino que no se fatigaba de aconsejar a los judíos que sesometiesen a los romanos. Y convencido de quemuchas veces suele ser más efectiva la persuasión quelas armas, trató de convencerles de que se salvasenentregando la ciudad, ya casi conquistada, pormediación de José, que les hablaría en su propialengua, confiando en que cederían a las palabras de unpaisano suyo.

José recorrió la muralla, buscando un lugar lejosdel alcance de sus flechas, pero desde el que pudieranoírle, y les rogó con empeño que no fueran la causa dela destrucción de sí mismos, de su patria y de sutemplo, y que no se mostrasen más porfiados que losmismos extranjeros, pues los romanos, aunque dedistinta religión, respetaban sus cosas sagradas y sussantuarios, a pesar de pertenecer a sus enemigos, yque ellos (los judíos) se empeñaban en buscar laperdición y la muerte pudiendo librarse de ellas.Ciertamente habían visto demolidos los muros másfuertes y sólo quedaban en pie los que lo eran menos.Debían ya saber que era invencible el poder romano yque ellos le servían. Hermoso era pelear por la libertadal principio, pero el que había estado sometido, el quehabía obedecido a su imperio mucho tiempo, noindicaba amar a la libertad, sino desear morirmiserablemente cuando quería sacudirse su yugo.Sería deshonroso estar sujetos a señores innobles; perono a los romanos, que dominaban todas las cosas.

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FLA VIO JOSEFa: La Conquista de Jerusalén

¿Qué región del mundo se había librado de ellos, amenos que fuese intolerable por el frío violento? Eraevidente que la fortuna se les había entregado y queDios se hallaba en Italia, después de regir todas lasnaciones de sus dominios. Ley, inflexible e inmutable,tanto entre los hombres como entre las bestias, esceder a los más fuertes y soportar la victoria de los máshábiles con las armas. Por cuya razón sus antepasados,aunque eran más duros y más animosos y estabanprovistos de otras cosas, fueron domeñados por losromanos, a los cuales no hubieran jamás sufrido de nosaber que Dios les favorecía. ¿En qué confiaban,habiendo sido tomada la mayor parte de la ciudad? ¿yaunque los muros siguiesen en pie, cuando loshabitantes soportaban mayores miserias que sihubiesen sido conquistados? Los romanos estaban alcorriente del hambre que la ciudad padecía, de laconsunción del pueblo y de que faltaba poco para queperecieran los más fuertes; y aun cuando sus enemigoslevantasen el asedio, aun cuando no se arrojasen sobrela ciudad con las armas en la mano, eran víctimas deuna guerra inagotable, una guerra exterior que crecía acada hora, a menos que combatiesen contra el hambrey subyugasen sus apetitos naturales. Más dijo: cuánpreferible era cambiar de parecer antes de ladestrucción y seguir un buen consejo mientras les eraposible. Los romanos olvidarían sus acciones pasadas,siempre y cuando no perseverasen en su insultanteconducta, porque eran benévolos de naturaleza en susconquistas y apreciaban más lo provechoso que la ira.y les beneficiaría no dejar la ciudad desierta dehabitantes, ni el país vacío. Por todo ello, el Cesar lesofrecía la seguridad de su mano derecha. En cambio, sise hacia con la ciudad por la violencia, no perdonaría anadie, tanto más cuanto que, habrían rechazado susofrecimientos en la peor de las situaciones. Lasmurallas dominadas eran muestra cierta de la rapidezcon que se tomaría la tercera. Y aunque susfortificaciones resistiesen a los romanos, el hambrecombatiría en su favor.

Los judíos, desde el muro, se reían y vituperaban aJosé mientras les aconsejaba, e incluso le dispararonalgunas flechas. No pudiendo convencerles con buenaspalabras, decidió recordarles los hechos de su propiapatria, y gritó con fuerza: «iDesdichados! ¡Tantodespreciáis a los que desean ayudaras, que guerreáiscon vuestras armas y vuestras manos contra losromanos! ¿Cuándo conquistamos otra nación por esemedio? ¿Hubo algún tiempo en que Dios, creador detodas las cosas, no vengase a los judíos si eranafrentados? ¿No volveréis la vista atrás para considerarpor qué combatís y a cuán gran Defensor habéisinjuriado? ¿No recordaréis los prodigios realizados porvuestros padres y este santo lugar, ni cómo Él puso avuestras plantas tremendos enemigos? Me estremezcoal contar las obras de Dios ante vuestros indignosoídos. Escuchadme, no obstante, y sabréis que resistísno sólo a los romanos, sino al propio Dios...»

Así habló José a gritos. Los sediciosos no seconmovieron, ni juzgaron seguro mudar de conducta.

Empero, el pueblo sintióse inclinado a pasarse a losromanos. Algunos vendieron incluso las cosas queapreciaban como tesoros lo mejor que podían ytragaban las monedas de oro para que no lasdescubriesen los ladrones; cuando se encontraban asalvo entre los romanos, las expulsaban del cuerpo yadquirían con ellas lo que les era necesario. Titopermitió que muchos de ellos fuesen por los camposadonde quisiesen. Y la principal razón que les movía adesertar era el estar libres de las miserias de laciudad, sin caer en la servidumbre de los romanos.Juan y Simón con su gente vigilaron con más interésa los que deseaban huir que a los propios romanos, ydecapitaban en el acto al que despertaba sospechasen este sentido.

Los ricos morían tanto si huían como si sequedaban, pues los ladrones, con el pretexto de queeran desertores, los asesinaban a fin de apoderarse desu patrimonio. La demencia de los revoltosos crecíacon el hambre, y cada día aumentaban estos dosmales. Como, en público había carestía de trigo, losladrones entraban por fuerza en las casas y lasregistraban: si lo encontraban, atormentaban a suspropietarios por haberlo negado; si no lo descubrían,los martirizaban con mayor ahínco, porquesospechaban que lo habían escondido con habilidadsuma. Pero bastaba ver el cuerpo de aquellosdesdichados para cerciorarse de si lo tenían o no: siestaban fuertes, era señal de que comían; en casocontrario, se retiraban sin registro, pensando que nodebían molestarse en matar a los que no tardarían enperecer de inanición. Muchos hubo que dieron todossus bienes por una medida de trigo, si eran ricos, o decebada si eran pobres. Encerrados en lo más secreto desus casas, comían el grano conseguido. Algunos sinrnolerlo, a causa del hambre; otros cocían el pan comoel miedo y la necesidad les daban a entender. Enninguna parte se ponía mesa, sino que sacaban el pandel fuego a medio cocer, y lo comíanapresuradamente.

Era un espectáculo miserable que arrancabalágrimas ver que los poderosos tenían en demasía y loshumildes se lamentaban (de la carestía). Pero elhambre es más fuerte que el resto de las pasiones y nohay nada que perjudique tanto a la dignidad yvergüenza. Todo lo que merecía reverencia eradespreciado, hasta el punto de que los niñosarrancaban los bocados de los dientes de sus padres, y,lo que es más triste, las madres arrebataban elalimento a sus hijos. No se avergonzaban de quitar alos moribundos las migas que pudieran conservarles lavida, y no ocultaban el haber obtenido el sustento deeste modo.

Los sediciosos aparecían en seguida y lesdespojaban de las cosas que habían hurtado a otros. Siveían una casa cerrada, lo tenían por indicio de quesus habitantes habían logrado algunos manjares,derribaban las puertas, entraban y casi les sacaban dela boca los bocados medio mascados. Los viejos eranapaleados si pretendían impedirlo. las mujeres eran

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rapadas si escondían su alimento, no se tenía piedadde los ancianos ni de los niños, a los que estrellabancontra el suelo en el instante de hincar el diente en lasviandas que habían encontrado. Más bárbaros ycrueles se mostraban aún con los que, estorbándoles laentrada, engullían lo que intentaban arrebatarles,como si los hubieran defraudado injustamente en suderecho. Inventaron también espantosas clases demartirio para descubrir si había víveres y dóndeestaban; atormentaban las partes vergonzosas de loshombres o los empalaban, y alguno hubo que padeciócosas terribles de oír por no confesar que tenía un pano porque enseñase el escondrijo de un puñado decebada.

Aquellos atormentadores no tenían hambre, puessu acto hubiera sido más excusable si la hubieransufrido, pero lo hacían en su locura desenfrenada a finde acopiar provisiones para los días venideros. Aunsalieron al encuentro de los que habían burlado a loscentinelas romanos por buscar hierbas y plantassilvestres, y les robaban lo cosechado en el momentoen que se creían libres del enemigo, incluso después dehaberles rogado por el temible nombre de Dios que lesconcediesen una porción de lo que habían traído, perono lograban la brizna más minúscula y tenían amerced verse despojados y no muertos al mismotiempo.

Éstas eran las aflicciones que el pueblo bajo sufríade sus tiranos. Los ricos y poderosos eran llevados a supresencia: los unos eran degollados por acusacionesfalsas, los otros con la mentira de que se disponían aentregar la ciudad a los romanos. El método mássencillo y rápido consistía en sobornar a alguien quelos denunciase de pretender desertar. Cuando Simónhabía robado .a alguno, lo enviaba a Juan, ya quienéste despojaba lo mandaba de la misma suerte aSimón. De esta manera se embriagaban con la sangrede la población y se repartían los cadáveres del pueblo.No obstante contender en su ambición de mando,concordaban en maldades. Era mal visto el que nocomunicaba al otro tirano lo qué conseguía de lasmiserias de los demás, yel que no participaba en ellose dolía de no haber compartido su barbarie como sihubiera perdido algo valiosísimo.

Por consiguiente, es imposible contarsingularmente la iniquidad de estos hombres. Paraexponer brevemente lo que pienso, diré que ningunaciudad padeció jamás tantas miserias, ni, desde elorigen del mundo, edad alguna fue más fructífera enperversión que ésta. Finalmente atrajeron el despreciosobre la nación hebrea por semejar menos impíoscontra los extranjeros. Confesaron, lo que es verdad,que eran los esclavos, la hez, el brote espúreo, elaborto de nuestra patria, mientras obligaban a losromanos, quieras o no, ganarse una triste reputaciónal vencerlos. Casi con sus propias manos pusieronfuego al templo, lo que no hubiera ocurrido tanpronto. Y ciertamente, cuando vieron arder en laciudad alta el santuario, no vertieron lágrimas; encambio, entre los romanos hubo quien se dolió en su

nombre. De todo esto hablaré en el lugar oportuno ...José fue herido de una pedrada en la cabeza

mientras, recorría los muros. Al perder el sentido, losjudíos hicieron una salida para apoderarse de él, lo quehubieran conseguido de no enviar al punto el Cesargente que le protegiese. Fue retirado, sin que se diesecuenta de ello, durante la pelea. Los revoltosossupusieron que habían matado al hombre que másodiaban y se alegraron con fuertes gritos. Contaron elincidente por la ciudad y los habitantes sedesconsolaban pensando que había muerto de verasaquel por cuyo medio se atrevían a pasar a losromanos. La madre de José estaba encarcelada cuandose esparció la noticia de su muerte, y dijo a los que lacustodiaban que había opinado, desde el sitio deJotapata, qué jamás tornaría a verle vivo. Lloró ensecreto con las sirvientas que la rodeaban, gimiendoque aquélla era la única ventaja que había tenido aldar a luz a un hijo tan extraordinario: no le era lícitosepultar a la criatura de quien esperaba ella serenterrada. Sin embargo, la mentira no acongojómucho tiempo a la madre, ni alborozó a los bandidos,pues José se recobró pronto de la herida y corrió anteellos gritando que antes de mucho serían castigadospor la herida que le habían inferido. Nuevamenteexhortó al pueblo a que se rindiese y su apariciónreanimó a los habitantes y causó gran consternación alos sediciosos.

Los desertores, a falta de camino mejor, sedeslizaban pos los muros o salían de la ciudad conpiedras como si fueran a combatir, y entonces iban enbusca de los romanos. Pero entonces la fortuna les eramás adversa que en la ciudad: la hartura que hallabanentre los romanos les hacía morir con más rapidez queel hambre que habían sufrido dentro de los muros.Estaban tumefactos, como hídrópicos. a causa de lainanición, y al llenar de improviso sus cuerpos vacíosde comida, reventaban, salvo los pocos capaces decontener sus apetitos, que avezaban su ser a lo queestaba tan desacostumbrado.

Mas otra plaga descargó sobre los que así sesalvaban. Uno de los desertores sirios fue descubiertobuscando monedas de oro en los excrementos de losjudíos, porque como ya hemos dicho, los fugitivossolían tragarlas para que los bandidos no se lasrobasen, y en la ciudad había tanto oro, que (en elcampamento romano) se vendía por doce (dracmas)áticas lo que antes compraban por veinticinco.Descubierto esto, se esparció el rumor entre losromanos de que los desertores llegaban llenos de oro.

Los árabes y los sirios mataban a los suplicantes yhozaban en sus entrañas. No creo que ningunamiseria más cruel que ésta se cebara en los judíos,pues dos mil de ellos fueron disecados en una noche.

Enterado Tito de esta maldad, estuvo a punto demandar a la caballería que alancease a los culpables,pero le contuvo la gran muchedumbre de loscriminales: habían de ser castigados más del doble delos que fueron asesinados. No obstante, convocó a losjefes de las legiones algunos de cuyos soldados

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habían delinquido en lo mismo, y exclamó, indignadocon unos y otros:

«¿Es posible que mis soldados hayan perpetradosemejantes hazañas por una ganancia incierta, sinpensar que sus armas fueron forjadas de oro y plata?¿Van a hacer los árabes y los sirios lo que se lesantoje, a saciar sus feroces apetitos en una guerraextranjera y atribuir la crueldad en el matar y el odiocontra los judíos a los romanos?

Tito amenazó con dar muerte al que osara repetiraquel desmán; además, encargó a las legiones quebuscasen a los sospechosos y los condujeran a supresencia. Pero el amor al dinero venció al miedo; eldeseo de beneficiarse es congénito en el hombre, yno hay pasión más audaz que la ambición, porquetodas las demás tienen ciertos límites y se refrenancon el terror. En realidad, Dios había condenado atoda la nación y convertía todos los medios desalvarse en destrucción. Por consiguiente, seejecutaba en secreto con los desertores lo que elCesar había prohibido con amenazas. Los bárbaros seprecipitaban sobre los fugitivos antes de que alguienlos viese, y asegurándose de que los romanos no losespíaban, les abrían el vientre y sacaban el dineronefando de sus entrañas. Pero el oro sólo seencontraba en unos pocos; los demás eransacrificados con la esperanza de obtenerlo. Estehorrible trato hizo que volviesen a la ciudad muchosde los que huían.

No teniendo ya qué robar al pueblo, Juan llegó alsacrilegio. Fundió muchos de los utensilios sagradospertenecientes al templo, los vasos necesarios para lasceremonias santas, los calderos, los platos, las mesas,sin respetar siquiera los jarros donados por Augusto ysu mujer. Los emperadores romanos habían honrado yadornado siempre este templo; en cambio, aquelindividuo, un judío, se apoderó de los donativos de losextranjeros y dijo a los suyos que podían usar las cosasdivinas, ya que peleaban impávidos por la divinidad, ylos que luchaban por el templo, por él debían sermantenidos. Por tanto, vació las vasijas que conteníanel vino y el aceite sagrados, que los sacerdotesreservaban para los holocaustos, y lo repartió entre sugente, que se ungieron y bebieron hasta saciarse. Aquíes fuerza que exponga lo que llena mi espíritu: si losromanos hubiesen tardado más en atacar a aquellosinfames, la tierra se hubiera tragado la ciudad, o lahubieran sumido las aguas, o la hubiera fulminado elmismo rayo que a Sodoma, pues contenía unageneración más depravada que los que sufrieron talescastigos. Por su demencia pereció todo el pueblo.

¿Por qué he de relatar particularmente lascalamidades que siguieron? Manneo, hijo de Lázaro,se pasó entonces a Tito y le contó que por la puertacuya custodia se le había encomendado se habíansacado de la población no menos de ciento quince milochocientos ochenta cadáveres desde el catorce delmes de Xanthico (Nisán), en que los romanosacamparon ante la ciudad, hasta el día primero delmes de Pánemos (Tamuz). Aunque este hombre no era

el alcaide de la puerta corría a su cargo el pago delestipendio público a los que sacaban los muertos,teniendo por tanto que contarlos. porque los demáseran enterrados por sus parientes, si bien la sepulturaque se les daba consistía en echarlos fuera de laciudad.

Los notables que siguieron a Manneo aseguraron aTito que el número total de los pobres fallecidosascendía a más de seiscientos mil, arrojados por laspuertas, aun cuando resultaba imposible enumerar alos demás. Agregaron que, dada la imposibilidad desacar los cadáveres de los pobres, se los amontonabaen casas muy espaciosas, que se cerraban a cal y canto;y que una medida de trigo fue vendida por un talento.

Cuando la ciudad quedó cercada por el muro,prosiguieron, no pudiendo coger hierbas, y algunosllegaron en su necesidad a buscar en los albañales yestercoleros, de los que se nutrían, y lo que antes lesrepugnaba y asqueaba. lo tenían entonces por manjar.Los romanos se compadecieron de su situación consólo oír su relato; en cambio, los revoltosos quecontemplaban la realidad, no se arrepentían; antespermitían que tal estado de cosas también seapoderase de ellos, cegados por el hado y la fatalidad ...

La muchedumbre se espantó de un peligro tangrande al oír el discurso de Tito. Pero hubo unollamado Sabina, soldado de las cohortes, sirio denacimiento, que había probado su esfuerzo por lashazañas que había realizado con gran valor, aunquequien juzgara por su aspecto no le hubiese tomado porsoldado: era de tez negra, chupado y flaco, pero unalma heroica se albergaba en su exiguo cuerpo,pequeño en verdad para contener tanta valentía. Fueel primero en levantarse y dijo así:

«A ti me entrego, Cesar. ¡Me anticiparé a los demása trepar por el muro y ojalá mi suerte !11, .rbando»mi fuerza Y'él mi resolución! y si se me niega elsabe que no espero otra cosa, sino morirvoluntariamente por ti». Dichas estas palabras levantóel escudo sobre su cabeza con la mano izquierda, y conla derecha empuñó la espada y corrió hacia la murallaa las seis horas del día. Le siguieron once soldadosdecididos a imitar su bravura, pero él les precedía conímpetu divino. El enemigo arrojó contra ellosnumerosos venablos y flechas, y enormes piedras quederribaron a algunos de los once que le acompañaban.Pero Sabina, aunque cubierto de saetas, continuó suataque hasta que estuvo en lo más alto del muro ydispersó al adversario, amedrentado por su enormevigor y su valentía, hasta el punto de que creyó que leescoltaban muchos.

Es imposible dejar ahora de maldecir a la fortuna,envidiosa de la virtud. que impide todas las hazañasmemorables. Se ensañó con aquel hombre en elinstante en que había conseguido su propósito.Tropezó Sabina con una losa y cayó de bruces conestruendo. Los judíos se volvieron. Al verle solo ycaído le dispararon muchas flechas. Él se arrodillócubriéndose con el escudo, y se defendió con coraje,hiriendo a cuantos se le acercaban; pero sus muchas

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heridas debilitaron su diestra y al fin exhaló su últimosuspiro, erizado de saetas. Mejor suerte merecía por suvalor. Pero murió en empresa digna de su ánimo. Losjudíos mataron a pedradas a tres de sus compañerosque casi habían llegado a lo alto; los ocho restantesfueron llevados heridos al campamento. Estoaconteció el día tercero del mes de Pánemos (Tamuz).

Dos días después, se reunieron doce hombres de losque montaban guardia en los terraplenes, llamaron alabanderado de la legión quinta, a dos soldados de uncuerpo de caballería y a un trompetero. y avanzaronsin ruido a través de las ruinas hasta la torre Antonia ala hora nona de la noche. Degollaron a los primeroscentinelas, que estaban dormidos. se apoderaron delmuro y mandaron al trompetero que tocase suinstrumento. El resto de la guardia se despertó y huyóantes de cerciorarse cuántos eran los que habíanescalado, pues unos por miedo, otros por eltrompetazo, imaginaban que les atacaba unamuchedumbre de enemigos. En cuanto el Cesar oyó laseñal, mandó que el ejército se armaseinmediatamente y fue el primero en subir con los jefesy los soldados escogidos que le escoltaban. Mientraslos judíos huían hacia el templo, cayeron en la minaque Juan había socavado bajo los terraplenes.

Los partidarios de Simón y los de Juan se formarony pugnaron por echar a los romanos con energía ypresteza, convencidos de su pérdida total si éstospenetraban en el templo, que era hacia donde sedirigían los asaltantes. Se trabó una lucha espantosaen la misma entrada del santuario. Los romanosprocuraban ganar el recinto sagrado y los judíosintentaban rechazarlos hacia la torre Antonia. Durantela pelea resultaron inútiles las lanzas y los venablos;los contrincantes se arremetían con la espada ycombatían cuerpo a cuerpo. Estaban tan confundidoslos unos con los otros que les era imposible distinguira sus enemigos; la estrechura del lugar dabaresonancia a las voces que aturdían tanto a lossentidos como al espíritu. Se hacía una gran carniceríapor ambas partes; las armas y los cuerpos derribadosestorbaban a los combatientes, que los destrozabancon los pies. Siempre que la victoria se inclinaba porun bando, éste se sentía animado a proseguir lacontienda, mientras los que eran vencidos se quejabancon amargura. No había espacio para huir ni paraproseguir; los ataques y los retrocesos erandesordenados. Los que se encontraban en las primerasfilas se veían forzados a matar si no querían morir; nopodían echar atrás, porque los rezagados empujabanobligándoles a avanzar. No existía espacio algunoentre los que peleaban. Por fin la violencia judíasuperó la habilidad romana, y la batalla se decantó ensu favor. La lucha se prolongó desde la hora nona de lanoche hasta la séptima del día. Los judíos acudían entropel a fin de salvar el templo del peligro, mientraslos romanos no empleaban más que una parte de suejército, pues las legiones a que pertenecían lossoldados no intervinieron en el combate, y secontentaron por entonces con haber tomado la torre

Antonia.Julián, un centurión procedente de Bitinia, varón

famoso, a quien yo había conocido antes en la guerra,de gran fama por su destreza, vigor físico y valentía,estaba con Tito en la torre Antonia, y al ver que losromanos cedían terreno, abrumados por el enemigo, searrojó en medio de los Judíos. De vencedores los trocóen fugitivos, persiguiéndolos hasta la esquina del patiointerior del templo. La muchedumbre huyóconvencida de que tanta fuerza y tanto arrojo no eranpropios de un mortal. Corrió entre los judíos que sedispersaban y mató a cuantos encontraba. Nadapareció más maravilloso al Cesar ni más terrible a susadversarios. Sin embargo, el hado le fue fatal y él, afuer de humano, hubo de someterse. Llevaba, comotodos los soldados, unos zapatos con gruesos y agudosclavos; a causa de ellos resbaló al correr por elenlosado del templo, cayendo de espalda con granruido de armas. A esto los fugitivos volvieron sobre símismos. Los romanos que ocupaban la torre Antonialanzaron un alarido de espanto por él. Los judíos lerodearon hiriéndole con lanzas y espadas por todos loslados. Julián paraba casi todos los golpes con el escudoy procuró muchas veces incorporarse, tornando a serderribado. Aun en el suelo, mató a muchos aespadazos. Tardó mucho en morir por tener cubiertossus puntos mortales con el casco y la coraza. Encogióel cuello, y así se, mantuvo hasta que, destrozados susmiembros, se resignó a su suerte, sin que ninguno delos suyos se atreviera a socorrerle.

El Cesar se entristeció con la muerte de un varóntan fuerte, sobre todo porque fue matado ante tantagente; ardía por precipitarse en su socorro, pero sucargo no lo permitía, y los soldados que pudieronhacerla fueron detenidos por el miedo. Después deluchar largo rato con la muerte y de herir a casi todossus adversarios, Julián fue degollado con bastantedificultad y cobró gran gloria no sólo entre losromanos y ante el Cesar, sino entre sus enemigos.Éstos se apoderaron de su cadáver y tornaron a barrera los romanos hasta la torre Antonia. en donde losencerraron. Los judíos que se señalaron por su valor enesta batalla fueron Alexas y Gifteo, del partido deJuan; del bando de Simón Malaquías, Judas, hijo deMerto, Jaime, hijo de Sosas, jefe de los idumeos, yentre los zelotas. los hermanos Simón y Judas, hijosde Jairo.

Tito mandó a los soldados que le acompañaban quecavasen los fundamentos de la torre Antonia a fin depreparar un camino por el que pudiese subir elejército. Mientras tanto, hizo presentarse a José,porque había oído que aquel día, el decimoséptimo dePánemos (Tamuz) no se había ofrecido a Dios elsacrificio cotidiano por falta de hombres, y que elpueblo se dolía de ello, y le ordenó que repitiese a Juanlo que ya le había dicho antes, es decir, que si sentíauna perversa inclinación por luchar, podía salir contantos hombres como quisiera, evitando el peligro dedestruir la ciudad o el templo, y que dejase demancillar el templo y de ofender a Dios. Podía, si lo

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deseaba, celebrar los sacrificios que jamás habíaninterrumpido los judíos.

José se subió a un lugar desde el que le oyeronJuan y todos los demás y les anunció lo que el Cesar lehabía encargado en lengua hebrea. Les suplicó convehemencia que respetasen su ciudad, evitasen elfuego que estaba a punto de abrasar el templo, ysacrificar a Dios en él, como de costumbre. Estaspalabras produjeron gran tristeza y profundo silencioentre el pueblo. Mas el tirano, después de acusar einjuriar a José, agregó que la ciudad no seríaconquistada porque era la sede de Dios. Josérespondió, gritando:

«iPor eso tú la has conservado pura! iTambién eltemplo continúa impoluto! iNi pecaste contra Aquélcuya ayuda esperas! iSigue aún recibiendo lossacrificios habituales! iOh, maldito! Tú consideraríasenemigo al que te privase del cotidiano sustento, y no ~obstante esperas que Dios te socorra en esta guerratras haberle arrebatado su culto sempiterno. Eimputas tus pecados a los romanos que reclamanahora la observancia de nuestras leyes y procuran quese ofrezcan a Dios los sacrificios por ti interrumpidos.¿Quién no gemirá ni se lamentará al ver la asombrosamudanza de esta ciudad? Son los extranjeros y losenemigos quienes corrigen tus impiedad es. Y tú, queeres judío, que fuiste educado en nuestras leyes, ieresmás cruel con ellas que los romanos! Pero, Juan, no esvergonzoso arrepentirse ni enmendar nuestras faltassiquiera en el último instante. Recuerda, por ejemplo,si te propones salvar la ciudad, a Jeconías. soberano delos judíos, quien, atacado por el rey de Babilonia, salióvoluntariamente de la ciudad antes de que fueraconquistada y soportó el cautiverio con su familia paraque el santuario no cayese en poder del enemigo y porno ver arder la casa de Dios. Por esto los judíoscelebran su memoria inmortal, que se conservaráfresca entre nuestros descendientes a través de lasedades. He aquí, Juan, un excelente ejemplo para losdías de peligro. Me atrevo a prometerte que losromanos te perdonarán. Acuérdate de que yo, que teexhorto, soy uno de tu nación: yo, un judío, te hagoesa promesa. Piensa en quién es el que te aconseja yde dónde procede, pues mientras viva jamás estaré tancautivo, que olvide mi linaje ni las leyes de nuestrosantepasados. Me aborreces, me insultas y mereprochas: no niego que ciertamente merezco peortrato, porque, desafiando al hado, procuro convencertee intento conservar a los que Dios ya ha condenado.GIgnora alguien lo que escribieron los antiguosprofetas y en especial el oráculo que ahora va acumplirse a costa de esta miserable ciudad?Profetizaron que sería arruinada cuando alguienemprendiese la matanza de sus paisanos. ¿y no estánllenos de sus cadáveres la ciudad y el templo? Es Dios,por tanto, es Dios mismo quien pone el fuegopurificador en manos de los romanos, quiendesarraigará esta población llena de tan enormesmaldades.

José pronunció estas palabras con voz entrecortada

por los sollozos y con lágrimas en los ojos. Los gfle impidieron decir más. Los romanos, maravillados, lecompadecieron. Pero Juan y los suyos, másexasperados contra los romanos por este motivo,anhelaban capturar a José. No obstante, su discursoemocionó a los mejores. Algunos no osaron moversepor temor a los centinelas puestos por los sediciosos.aunque estaban convencidos de que la ciudad y elloscorrían hacia la destrucción. Otros, en cambio,aguardaron el momento oportuno para huir en secretohasta el campamento romano, entre ellos los sumossacerdotes José y Jesús, algunos hijos de sumossacerdotes: tres de Ismael, que fue decapitado enCirene, cuatro de Matías y uno de otro Matías, que fueasesinado por Simón, hijo de Gioras, con tres de sushijos, como ya he relatado, el cual se pasó a losromanos a poco de la muerte de su padre. Con éstosdesertaron muchos nobles. El Cesar no sólo los recibiócon dulzura, sino que, comprendiendo que les seríaarduo acomodarse al modo de vida de otra nación, losenvió a Gofna, donde permanecerían de momento conla promesa de que les restituiría sus bienes en cuantoacabase la guerra. Ellos se retiraron alegremente a lapequeña ciudad, libres ya del peligro. Al notar que noreaparecían, los sediciosos esparcieron el rumor de quelos desertores habían sido ajusticiados por losromanos, con el propósito de espantar a los quepensaban evadirse. La treta tuvo algún éxito, como lohabía logrado anteriormente, porque nadie se atrevió adesertar por miedo de sufrir igual trato.

Entre los judíos había uno bajo y feo, de oscurolinaje, llamado Jonatán, que subió al monumento delsumo sacerdote Juan, insultó a los romanos y desafióa los mejores a singular combate. Sus adversarios ledespreciaron, pero algunos, que siempre los hay, letemían. Bastantes pensaron, con razón, que no sedebía pelear con un hombre que anhelaba morir,porque los que ya desesperan de conservar la vidaatacan a sus semejantes de modo irresistible, sinrespetar siquiera a Dios, y contender con varones decuya victoria no se alcanza honra, y con quienes el servencido es oprobioso, sería ejemplo, no de viril coraje,sino de simple demencia.

Nadie, pues, aceptó el reto. Entonces el judío diosuelta a su altivez y odio por los romanos, tachándolesde cobardes hasta que uno de la caballería, Pudens denombre, salió de las filas irritado por las injurias, ladesvergüenza y la desconsiderada arrogancia de unhombre tan pequeño, y le acorraló, pero la fortuna lefue adversa. Resbaló, y Jonatán le cortó el cuellomientras yacía en el suelo; luego se subió sobre elmuerto y blandió su acero ensangrentado y el escudo,riéndose del ejército romano, de su víctima y de todoslos legionarios. FirIalmente el centurión Prisco leatravesó con una jabalina mientras bailaba y sejactaba. Los judíos y los romanos lanzaron un grito,por razones diversas. Jonatán se desmayó de dolorsobre el cadáver de su contrincante, claro ejemplo decuán repentina es la venganza en los que se envanecende un éxito inmerecido.

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Era prodigioso el número de los que fallecían dehambre en la ciudad e inexpresables las miserias quesufrían. Una guerra particular se iniciaba en cuanto sedescubría algo que comer; los amigos más entrañablesreñían como fieras, arrebatándose los manjares másinverosímiles. Nadie creía que los moribundos noposeyeran víveres. Los bandidos los registraban en elmomento de expirar por si alguno escondía alimentosen su seno y fingía morir; recorrían todo con las bocasabiertas como perros rabiosos, tambaleándose yjadeando, y forzaban las puertas igual que siestuvieran ebrios. En su desesperación, penetrabandos y tres veces en las mismas casas en un solo día. Suhambre era tan intolerable que todo les parecíaapetecible; recogían cosas que los animales más suciosno hubiesen osado tocar y las engullían.

Incluso devoraron correas, zapatos, y el cuero desus escudos; transformaron en viandas las briznas deheno viejo, buscaban fibras y vendían una cantidadexigua por cuatro (dracmas) áticas. Mas ¿por quédescribo la imprudencia del hombre en comer cosasinanimadas, si puedo relatar un hecho inaudito en lahistoria, jamás ocurrido entre griegos ni bárbaros? Esespantoso de contar e increíble. Ciertamente no lona ""a que no se pensase que I,>go mentiras a lapo~ el, pero h 1 l1umerosos tesug.», de estafunesta desdicha. Y pocos motivos de agradecimientotendría mi patria para conmigo si suprimiera lasdesgracias que padeció.

Había una mujer transjordana, de nombre María,cuyo padre se llamaba Bleazar, de la aldea deBethezob. que significa la Casa del Hisopo, de noble yrica familia. Huyó a Jerusalén con otros muchos y allíquedó cercada con ellos. Los bienes que había llevadode Perea le fueron robados; cuanto había escondido ylas vituallas que había logrado ahorrar, lo saquearonlos rapaces sedícíosos, que penetraban a diario en sucasa con este propósito. La pobre mujer se indignó,provocando la cólera de los bandidos con losfrecuentes reproches o injurias que les dirigía, peroninguno de ellos, quizá por piedad o por enojoexcesivo, le privó de la vida. Si encontraba comida,María comprendía que trabajaba para los demás. Lefue imposible buscarse sustento, el hambre corroyósus entrañas y su tuétano, y su ira aventajó a suhambre. Sólo pensaba en su furor y en su necesidad.Entonces se atrevió a algo contrario a la voz de lanaturaleza, y arrancando de sus pechos a su hijo,exclamó:

«Hresventurada criatura! ¿Para quién te defenderéde la guerra, del hambre y de la muerte? Los romanosnos esclavizarán, en caso de que nos respeten la vida;el hambre nos destruirá incluso antes de que nosconviertan en esclavos. Pero esos rufianes revoltososson peores que todo eso. Ven, aliméntame; acosa comouna furia a esos forajidos, hazte proverbial. que es loúnico que falta para completar las calamidades de losjudíos.»

Dicho esto, mató a su hijo, lo asó y consumió unamitad, escondiendo la otra. Los sedicíosos. atraídos

por el olor del espantoso asado, la amenazaron condegollarla al instante si no les entregaba el alimento.María repuso que les había reservado un bocadoapetitoso y descubrió lo que restaba de su hijo. Lesdominó el horror y la perturbación hasta el extremo dequedarse sin habla, y María insistió:

«Este es mi hijo y ésta es mi proeza. Vamos, comed;yo ya me he saciado. No finjáis ser más tiernos queuna mujer o más misericordiosos que una madre. Perosi sois más escrupulosos y desdeñáis mi sacrificio,dejadme el resto, ya que he devorado la otra mitad».

Los bandidos se marcharon temblando de habersido espectadores de hazaña tan ínverosímíl, aunquese resignaron con dificultad a dejar aquel alimento a lamadre. Pronto se difundió por la ciudad la noticia deaquel suceso; y todos se estremecieron al pensar en élcomo si hubiesen cometido aquella maldad taninaudita. Los hambrientos corrían en busca de lamuerte, y los que morían antes de padecer cosas tanhorrendas eran llamados felices.

Los romanos supieron a poco aquel crimen. Senegaron a creerlo o se apiadaron de los judíos; pero, detodas formas, creció su odio contra nuestra nación. ElCesar se excusó de todo aquello ante la divinidad,diciendo que había propuesto a los judíos la paz y elperdón, olvidando las injurias recibidas, mas loshabían rehusado, escogiendo la guerra en lugar de lapaz, el hambre en vez de la saciedad y la abundancia.Ellos comenzaron a quemar el templo, que hastaentonces los romanos habían respetado, y porconsiguiente merecían aquellos alimentos. Sinembargo, el espantoso acto de comer a su propio hijono se borraría más que con la aniquilación de aquelpaís, pues no debía ver la luz del sol la ciudad en quelas madres se nutrían de sus hijos, aunque los padrestenían que ser los primeros en alimentarse conaquellos manjares, porque no renunciaban a las armasdespués de tolerar cosas semejantes. Y mientras queesto decía, reflexionó cuál sería la desesperación desus enemigos, siendo imposible que recobrasen lacordura, puesto que soportaban tales sufrimientoscuando era razonable esperar que se arrepintiesen.

Tito regresó a la torre Antonia resuelto a asaltar eltemplo a primeras horas de la mañana siguiente y aacampar alrededor de él. Hacía mucho que Dios lohabía condenado al fuego. Sonó la hora fatal tras elcorrer de los siglos: fue el décimo día de Loos (Ab). elmismo día en que fue también incendiado por el reyde Babilonia. Pero las llamas en esta ocasión sedebieron a los judíos. Tras el repliegue de Tito, losrevoltosos descansaron un poco antes de acometer denuevo a los romanos que custodiaban la casa santa yapagaban el fuego del patio interior del templo. Maslos soldados, venciéndolos. llegaron hasta el patio.Uno de ellos, con ímpetu divino, sin que nadie se lomandase y sin vergüenza ni temor de una proeza tanenorme, cogió una madera encendida, y aupado porun compañero, prendió fuego a una ventana de oro,por la cual era posible entrar en las estancias de laparte septentrional del santuario. Las llamas se

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FLAVIO JOSEFa: La Conquista de Jerusalén

propagaron. Los judíos clamaron como el incidenterequería y se apresuraron a atajarlas. No se cuidaronya de sus vidas ni de reservar sus fuerzas, puesto queperdían aquello que guardaban con tanto empeño.

Una persona comunicó a Tito la noticia, cuandodescansaba en su tienda de la pelea. Se levantóinmediatamente y, tal como estaba, corrió a la casasanta para prohibir el incendio, seguido de todos susjefes, y, a poco, de las asombradas legiones. Se produjola confusión natural al avanzar en desorden unejército tan considerable. El Cesar mandó a gritos quese sofocara el fuego, y haciendo señales con el brazoderecho a los soldados que combatían, pero estos no leoyeron, ensordecidos por el ruido, ni se fijaron en susgestos, distraídos en la lucha y por la ira. Vanos fueronlos ruegos y las amenazas para contener la violencia delas legiones que acudían llenas de furor. Chocaron y sepisotearon para penetrar en el templo; gran númerocayó en las ruinas de los pórticos, que todavíaabrasaban y humeaban, pereciendo miserablementecomo sus enemigos. Cuando estuvieron en el templo,fingiendo que no oían lo que el Cesar les mandabaanimaron a los que les precedían a que lo quemasen.La situación de los sediciosos era demasiado críticapara preocuparse de apagar e 1 incendio. Morían entodas partes. La gente del pueblo, débil y desarmada,era pasada a filo de espada donde se la encontraba. Entorno al altar se amontonaban los cadáveres, la sangremanaba por las gradas y los cuerpos de losacuchillados eran arrastrados por ella.

El Cesar, impotente para contener el empuje y elentusiasmo de los soldados, vio que el fuego loabarcaba todo y se trasladó con los jefes al lugar santodel templo. Comprobó que era más notable de lo quese desprendía de los relatos de los extranjeros y quemerecía nuestras alabanzas. La llama no había llegadoa él: consumía aún las estancias circundantes. Titopensó, lo que era verdad, que se podría salvar el sanctasanctorum; intentó persuadir a los soldados de queapagaran el fuego y ordenó al centurión Liberalio y aun lancero de su guardia que apaleasen a loslegionarios para hacerles entrar en razón. Mas su furorvenció el respeto y el miedo que tenían al Cesar;además de su odio contra los judíos.

La esperanza del botín los animaba, creyendo queel interior estaría lleno de dinero, al ver que cuanto lesrodeaba estaba hecho de oro. Uno de ellos esquivó aTito, cuando corrió a detenerlos. y arrojó fuego a losgoznes de la puerta. La llama no tardó en brillar en elinterior del lugar santísimo, a lo que el Cesar y losjefes se retiraron y nadie estorbó a los incendiarios. Deesta manera fue quemado el templo sin la aprobaciónde Tito.

Aunque es digna de lamentar la destrucción deaquella obra, la más admirable de las que vimos uoímos hablar, por su curiosa disposición y grandeza,por las riquezas que contenía y por su imperecederareputación de santidad, debemos consolamos con elpensamiento de que el hado, ineludible para los seres,las obras y los lugares, lo Había decretado. Con todo,

es maravillosa la coincidencia del tiempo, pues, comoantes dije, en el mismo mes y día, los babiloniosquemaron el santuario. Los años transcurridos desdela primera edificación, que inició el rey Salornón, hastasu ruina, acontecida en el segundo año del imperio deVespasiano, suman mil ciento treinta, más siete mesesy quince días; y desde la segunda y postrera erección,obra de Haggai en el segundo año del reino de Ciro,hasta su destrucción bajo Vespasiano, fueronseiscientos treinta y nueve, amén de cuarenta y cincodías.

Mientras ardía el templo, se robó cuanto se hallabaa mano y se sacrificó a diez mil prisioneros. No hubomisericordia para la edad ni la dignidad: niños,ancianos, gente profana y sacerdotes perecieron deigual modo. Todos eran perseguidos, los quesuplicaban el perdón y los que se resistían con lasarmas. El fragor del incendio formó eco con losgemidos de los moribundos, y como la colina era alta ygrandes las proporciones del santuario, semejaba quetoda la ciudad era pasto de las llamas. Nadieimaginará algo más sublime o más espantoso queaquel estruendo. Las legiones romanas chillaban alavanzar y los sediciosos aullaban su agonía rodeadosdel fuego y de la espada: el pueblo huía del enemigo,aterrado, quejándose de sus desdichas. Los queestaban en la ciudad unían sus clamores a los de lacolina. Muchos, medio muertos de hambre. abrieronsus bocas al divisar las llamas del templo y reunieronlas fuerzas que les quedaban para lanzar un alarido.Prea repitió el eco, lo repitieron los montes vecinos:todo retumbaba. Pero la ruina era más terrible que eldesorden. Cualquiera hubiera dicho que el collado deltemplo se abrasaba de raíz a cima, tantas eran lasllamas que lo cubrían, o que la sangre que corríaestaba a punto de apagar el fuego, o que los quemorían eran más que sus matadores. Los cadáveresocultaban toda la tierra, los soldados brincaban sobreellos en persecución de los fugitivos. Los romanosexpulsaron a los bandidos del patio interior deltemplo; desde éste se abrieron paso hacia el exterior yde allí se diseminaron por la ciudad. El resto delpueblo se refugió en el pórtico del patio externo.Algunos sacerdotes arrancaron los espigones delrecinto sagrado, cuyas bases eran de plomo, y losarrojaron a los romanos en lugar de venablos. Perocomprendiendo que no sacaban nada de ello, con elfuego inmediato, se retiraron al muro, que medía ochocodos de ancho y allí se quedaron. Dos de los máseminentes, que pudieron salvarse entregándose a losromanos o resignándose a la misma suerte que suscompañeros, se tiraron al fuego, que los consumió conel templo. Fueron Meiro, hijo de Belgas. y José, hijo deDaleo.

Los romanos vieron que era inútil conservar lo quehabía alrededor del santuario y quemaron todo,incluso los vestigios de los claustros y las puertas,salvo dos: la oriental y la meridional. No obstante, lasincendiaron después. También prendieron fuego a lascámaras del tesoro, en las que había una cantidad

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inmensa de dinero, de ropajes y de otros bienes, pues,para decirlo brevemente, encerraban todas las riquezasde los judíos. Los ricos habían construido cámaraspara si mismos (que contuviesen su patrimonio). Lossoldados recorrieron el resto de los pórticos del patioexterior del templo, donde se habían refugiado seismil personas, entre las que abundaban las mujeres ylos niños. Antes de que el Cesar decidiese su suerte yde que los jefes diesen las órdenes pertinentes, lossoldados incendiaron, iracundos, aquel pórtico. Susocupantes murieron sin excepción, despeñados altratar de salvarse, o abrasados. Un falso profeta fue elculpable de su destrucción. Aquel mismo día habíaproclamado por la ciudad que Dios les mandaba subiral templo, en el cual había muchos profetas falacessobornados por los tiranos, los cuales denunciaban alpueblo que esperase el socorro de Dios, a fin deimpedir que desertase, despreocupándole del miedo yde las cuitas con tales esperanzas. El hombre en laadversidad se convence fácilmente de todas las cosas yle sostiene la ilusión si un falsario le promete que selibrará de las desventuras que le oprimen.

Tito subió a la ciudad alta y admiróse no sólo desus fortalezas sino de las torres que los tiranos habíancometido la locura de abandonar. Cuando vio susmacizas dimensiones, el tamaño de varias piedras, loexacto de su conexión, su dureza y su amplitud, seexpresó de la manera siguiente:

«En verdad nos asistió la divinidad en esta guerra,pues sólo fue ella la que echó a los judíos de estasfortificaciones. ¿Qué hombres o qué máquinashubiesen conseguido someterlos?»

Dijo también muchas otras cosas a sus amigos ydio libertad a los que estaban en las cárceles por ordende los tiranos. En una palabra: demolió la ciudad y lasmurallas por completo, salvo las torres, que dejó comomonumento de su buena fortuna, por cuyo favor susauxiliares y él habían conquistado lo inexpugnable.

Los soldados se cansaron de matar, cuando vivíaaún una gran muchedumbre. El Cesar ordenó que sólose acuchillara a los que no depusieran las armas, perolos romanos destrozaban juntamente con los quehabía mandado, cuantos viejos y enfermosencontraban. Encerraron en el patio de las mujeres, enel templo, a los de edad floreciente que podrían serlesútiles. Tito envió a continuación a un liberto suyo y aPronto, uno de sus amigos, el cual debía decidir lasuerte de cada uno de acuerdo con sus méritos. Frontoajustició a todos los sediciosos y bandidos, que seacusaban mutuamente: escogió a los jóvenes más altosy más hermosos para el triunfo, ya los demás, sipasaban de los diecisiete años, los encadenó y mandóa las minas egipcias. Tito distribuyó gruposconsiderables por las provincias, a modo de regalo,para las luchas de gladiadores y los juegos de circo conbestias. Los menores de diecisiete años fueronvendidos como esclavos. En los días que Frontollevaba a cabo esta elección, perecieron por falta decomida once mil, unos porque los guardias no lesdaban de comer a causa del odio que les tenían, otros

porque se negaban a tocarla cuando se la entregaban.La multitud era tan grande, que incluso los romanossufrían carestía de trigo.

Los cautivos en toda esta guerra ascendieron anoventa y siete mil; los muertos durante el asedio, aun millón cien mil, en su mayoría de la misma naciónque los ciudadanos de Jerusalén, pero no de la ciudad,porque habían llegado de todas partes para celebrar lafiesta de los panes ácimos. El ejército les cerró lasalida, lo cual. en un principio, produjo talpromiscuidad, que se declaró la peste, ya pococomenzó a reinar el hambre. Que la ciudad no poseíauna población tan numerosa, queda de manifiesto porlo realizado bajo Cestio, quien, deseoso de informar aNerón del estado floreciente de la ciudad, porque lamenospreciaba, obligó a los sumos sacerdotes aestablecer un censo dentro de lo posible. Lossacerdotes, llegada la fiesta de Pascua, estuvieronsacrificando desde la hora novena hasta la undécimalas primicias ofrecidas por grupos de diez personas(porque no es legal festejar a solas) ya veces lacompañía era de veinte. Ahora bien, los sacrificiosfueron doscientos cincuenta y seis mil quinientos, locual suma considerando los grupos compuestos dediez personas, unos dos millones setecientas mildoscientas personas, puras y limpias, porque los queadolecen de lepra y gonorrea, mujeres en el períodomenstrual y otros impuros, no pueden participar enlos sacrificios, como tampoco los extranjeros.

Esta enorme muchedumbre llegó de los parajesmás remotos, de modo que casi toda la nación fuereunida por el hado como en una cárcel. Los romanosiniciaron el cerco cuando la ciudad rebosaba. Porconsiguiente, no es de extrañar que las pérdidashumanas excedieran de cuantas Dios o los hombreshan ocasionado. Refiriéndonos sólo a lo que es deconocimiento público, los romanos mataron,esclavizaron y destrozaron a los que se habíanescondido en las cloacas, después de sacarlos a lasuperficie. En los mismos albañales se hallaron dosmil cadáveres de personas que se habían suicidado,matado entre sí, y, en especial, fallecido de hambre. Elhorrible hedor hizo retroceder a los que bajaron; noobstante, algunos codiciosos anduvieron entre losmontones de cuerpos, pisoteándolos sin duelo. En lascloacas se encontraron muchos tesoros. Todos losmedios eran lícitos para ganarlos. Se liberó a muchospresos de los tiranos, que no habían renunciado amostrarse crueles hasta lo último, pero Dios sedesquitó ampliamente con ambos. Juan, atosigado porel hambre, acompañado en las cloacas de sushermanos, suplicaba a los romanos que le concediesenel perdón que tantas veces había rechazado consoberbia. Sirnón, después de luchar contra laadversidad, hubo de rendirse, como más tarderelataremos; por consiguiente, fue reservado para eltriunfo y condenado a muerte. Juan sufrió cadenaperpetua. Por fin los romanos quemaron las partespostreras de la ciudad y demolieron por completo susmurallas.

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