conflicto social y armado en colombia
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por una solucion politica al conflicto social, cultural y armado que vive colombiaTRANSCRIPT
1-1-2012
Solución política | federación de estudiantes universitarios
MARCHA
PATRIÓTICA CONFLICTO SOCIAL Y ARMADO EN COLOMBIA
Conflicto social y armado que vive colombia
Colombia es un país que atraviesa por un conflicto social, político y armado. Este conflicto tiene
sus causas en la monopolización de la tierra por hacendados oligarcas, el desplazamiento de
campesinos hacia los centros urbanos, el gamonalismo o concentración del poder por parte de
una elite que representa la minoría, las desigualdades sociales y la extrema pobreza, el abandono
estatal, la falta de educación, la transición de derechos fundamentales a “servicios” como es el
caso de la salud, las deficiencias socio-económicas en los núcleos familiares y la violación
sistemática a los derechos humanos, entre otros aspectos.
Políticas públicas y marco legal actual alrededor del conflicto en el gobierno Santos
En este marco, el gobierno nacional siguiendo las tesis doctrinarias propias del “nuevo orden
internacional” impuestas por las políticas intervencionistas de las grandes potencias extranjeras,
ha optado por un escenario de guerra para fortalecer el modelo económico, que con ayuda de una
estrategia de terror y despojo, garantiza la fácil acumulación de capital de las clases dominantes
del país y del extranjero, dejando de lado la política social, y favoreciendo de esta manera el
aumento de los índices de pobreza y de miseria.
El gobierno y el ministerio de defensa hablan de cuatro lineamientos generales, que deben seguir
como objetivos de la política de seguridad y defensa. En primer lugar la Consolidación, que niega
la existencia de actores armados por causas sociales y traslada las medidas usadas en la guerra
contra-insurgente a las ciudades. En segundo lugar el fortalecimiento institucional, que habla
cínicamente del respeto a los derechos humanos y el derecho internacional humanitario, cuando
claramente, dichos principios rectores son desconocidos por el estado colombiano, especialmente
por sus agentes armados. Posteriormente como tercer lineamiento se menciona la
internacionalización, que es un reflejo de las políticas de intervención extranjera, que van en
contravía de lo que plantea el último lineamiento sobre defensa, que habla acerca de soberanía
nacional.
El gobierno nacional plantea la seguridad como eje transversal de las cinco locomotoras, incluidas
en el Plan Nacional de desarrollo 2011-2014 impuestas por la oligarquía colombiana para lograr su
cometido de “prosperidad democrática”; esto se refleja en un aumento sustancial del pie de
fuerza total de la policía nacional, en un 3.5% pasando de 152.961 efectivos a 158.365, un
aumento de 5404 efectivos en el periodo agosto de 2009 a agosto de 2010 .Caso contrario al de
las fuerzas militares como tal, que aunque posee más miembros reduce en un 6.2% su pie de
fuerza pasando de 285.175 a 267.629, disminuyendo un número total de 17546 efectivos, esto
enmarcado en una política de trasladar la guerra al interior de las ciudades, que ayudado con la
nueva legislación en materia de seguridad, procede a un proceso de militarización de los cascos
urbanos poniendo en riesgo también los sectores del movimiento social colombiano. Otra muestra
de esto sería el aumento de 153 batallones para la guerra contra la insurgencia durante el periodo
comprendido desde el 2002 hasta la actualidad, siendo Santos el inaugurador de 11 de estos
durante su primer año de gobierno.
El gasto del PIB en materia de seguridad, aunque baja un pequeño porcentaje durante el 2010,
sigue en la tendencia que se desarrolla durante el periodo Uribe de mantener una alta inversión
en esta materia, haciendo inclusive mas alto el gasto en seguridad (4.5%) que el gasto en
Educación (4.3%), considerando que la suma de inversión en Seguridad y Defensa es de
16.361.339 millones de pesos, siendo este un régimen que desarrolla la ofensiva militar como
única alternativa a la solución del conflicto armado.
Además de estas políticas públicas, el gobierno tiene tres leyes bandera que muestran el aparente
posconflicto que vivimos, pero dentro del recrudecimiento de la guerra. Estas son: Ley de
inteligencia y contrainteligencia, ley de víctimas y restitución de tierras y ley de seguridad
ciudadana.
La ley aprobada por el Congreso de inteligencia y contrainteligencia legaliza, lo que se podría
denominar como un Estado de Sitio, a pesar de unos principios que aparentemente respetan las
diferencias ideológicas, culturales, religiosas, etc. expresados en el artículo 4 de dicha ley. Sin
embargo, en el desarrollo de la ley se ve que agrede directamente a las personas que estén en
oposición política, argumentando que altera “la vigencia del régimen democrático, y la integridad
territorial, la soberanía, la seguridad y la defensa de la Nación”, incluyendo a cualquier ciudadano
de forma arbitraria. Posterior a la aprobación de esta ley, se debe hacer un Plan Nacional de
Inteligencia (PNI), el cual estará elaborado dentro de un año por la Junta de Inteligencia Conjunta
(JIC) que está constituida únicamente por personas del Gobierno Nacional y de la cúpula Militar de
las diferentes Fuerzas Armadas. Ulterior a la elaboración del PNI, la única persona facultada para
hacer requerimientos adicionales, es el Presidente de la república o un funcionario que éste
designe, haciendo que el poder Ejecutivo tenga la total potestad para desarrollar las operaciones
de inteligencia y contrainteligencia. El “control y la Supervisión” de las actividades de inteligencia y
contrainteligencia están a cargo de “el superior jerárquico” es decir, se vuelve a la JIC.
En teoría los funcionarios de los organismos de inteligencia que infrinjan sus deberes u
obligaciones tienen “responsabilidad civil, fiscal, penal o profesional” sólo si es un delito de lesa
Humanidad o contra el DIH, sin embargo, es necesario tener en cuenta que las acciones de los
organismos de inteligencia, están cobijadas bajo la orden del superior jerárquico y que si cometen
algún delito, es porque éste lo ordenó y frente al superior jerárquico no existe legislación alguna.
Adicionalmente, en el artículo 34 se ve que la impunidad sigue siendo factor regular para estos
organismos: “los servidores públicos de organismos que desarrollan actividades de inteligencia y
contrainteligencia, están obligados a guardar la reserva en todo aquello que por razón de ejercicio
de sus actividades hayan visto, oído o comprendido. En este sentido, los servidores públicos a los
que se refiere este artículo están exonerados del deber de denuncia y no podrán ser obligados a
declarar.”
Se evidencia el claro atentado al derecho a la información consagrado en la Constitución política
de Colombia, cuando en ésta ley se impone una obligación a la reserva de la información de
inteligencia por un término máximo de 40 años extensible por el presidente por 15 años más. Es
un delito “la divulgación y empleo de documentos reservados y empleo abusivo a un sistema
informático” con penas que van de 5 a 10 años, con multas que van desde 20 hasta 240 salarios
mínimos legales vigentes. Esta ley también legaliza las interceptaciones ilegales hechas por el DAS
de años pasados y permite la identificación por medios de telecomunicación y muestra de manera
contundente la persecución y señalamiento al disenso, al pensamiento crítico y a la organización
social.
La ley de víctimas y restitución de tierras pretende “restituir y reparar” a las víctimas del conflicto,
es una de las más importantes del gobierno Santos, pues aparentemente acepta la existencia de
un conflicto armado interno, se da en el marco de una justicia transicional y por ende se entiende
que está en el marco del “posconflicto” desconociendo las razones estructurales, aún vigentes de
un conflicto político, social y armado, que viene desde años atrás, acompañado del
recrudecimiento de la guerra por parte del estado, haciendo que la reparación, el alcance de los
derechos, la verdad, justicia y reparación con garantía de no repetición no estén asegurados.
En esta ley el concepto de víctima puede ser muy ambiguo: “toda persona que sufra un daño
como consecuencia de violaciones a las normas de derechos humanos o infracciones al DIH…sea
quien haya sido el victimario”, y reconoce principalmente a la insurgencia y a los paramilitares
como victimarios, es decir al “crimen organizado” mostrando el desconocimiento de los actores
políticos y armados dentro del conflicto como lo es la insurgencia; de igual forma no reconoce al
Estado como victimario representado en este marco por las fuerzas armadas –y para estatales-
pues se consideran casos aislados.
En ese sentido la reparación consiste en medidas de asistencia, que son estimados como derechos
fundamentales, tales como educación y salud, que deben ser brindados por el estado para
cualquier ciudadano y son las garantías mínimas que debe tener una víctima para poder regresar a
su lugar de origen y no debería ser considerado como un elemento de reparación. Otro aspecto
importante es la ayuda humanitaria, que no tiene especificidad en el tiempo en que será otorgada,
pues apunta a solventar necesidades inmediatas.
Dentro de los componentes de reparación está la restitución de tierras después de un proceso
judicial, que tiene en cuenta la legalización de títulos, sin garantizar siempre la devolución de
tierras a las víctimas reales del desplazamiento forzado y del despojo, pues existe el “principio de
buena fe” frente a terceros que por diversas razones sean propietarios de tierras, en su mayoría
latifundistas y multinacionales, defendiendo la propiedad privada de estos y el modelo agro
exportador y minero, dejando de lado la actividad campesina y un modelo de desarrollo distinto y
verdaderamente incluyente. También se ve que dentro de los componentes de reparación, el
sector privado juega un papel fundamental en generación de sectores productivos, mostrando la
conexión evidente con el Plan Nacional de Desarrollo. Además existe una indemnización si las
víctimas hacen contrato de transacción para no demandar al estado y al no estar resuelto el pleito
por la tierra, el estado continuaría sancionando la ocupación de dichos terrenos.
Se pretende recuperar la memoria histórica a través del día nacional de víctimas y exención de
servicio militar para estas, a pesar de ya haber vivido el conflicto y de ser una institución que lo
profundiza, desconociendo la importancia del reconocimiento de unas causas estructurales del
conflicto y del papel de todos los actores en el recrudecimiento de este, como elemento básico
para garantizar una verdadera justicia y reconciliación, que constituiría una satisfacción real para
las víctimas.
Por último, para analizar las serias reformas frente al sistema penal y de seguridad colombiano es
necesario analizar la ley de Seguridad Ciudadana, en este sentido debe ser tenido en cuenta un
primer elemento y es que se desconocen sistemáticamente las acciones políticas y el delito
político, penalizándolos como actos terroristas, confundiendo actos a todas luces políticos y
transformadores como la protesta y las manifestaciones ciudadanas con actos de delincuencia
común.
Inicialmente, en términos de la utilización ilícita de redes de comunicaciones, establece que: “...el
que con fines ilícitos posea o haga uso de equipos terminales de redes de comunicaciones o de
cualquier medio electrónico diseñado o adaptado para emitir o recibir señales incurrirá por esta
sola conducta, en prisión de cuatro (4) a ocho (8) años.” Como vemos, este artículo es en extremo
impreciso, en la medida en que no establece a que se refiere con “fines ilícitos”, adicionalmente,
deja ver cuál es la verdadera intención de criminalización al señalar que la pena se duplicará
cuando se realice con fines terroristas.
Se va a sancionar con penas hasta de 180 meses de prisión y multas de 750 salarios mínimos
legales vigentes a personas que en medio de protestas empleen o lancen sustancias u objetos
peligrosos, especialmente si es en contra de la policía. Tal como está redactada esta ley, no se
tiene en cuenta si la acción penalizada se da en defensa de cualquier tipo de agresión policial tal
como sucede en la mayoría de los casos y lo peor es que en ningún modo se va a castigar a los
miembros del ESMAD que agreden a la población civil y a movimientos sociales que protesten
pacíficamente contra los excesos del gobierno, abusando de la fuerza y de su autoridad.
A esto se suma lo dispuesto en el artículo 44 que prohíbe y penaliza la obstaculización de las vías o
la infraestructura de transporte, en otras palabras criminaliza las marchas y manifestaciones que
obviamente buscan interrumpir la vida normal de la ciudad o de los campos para evidenciar las
contradicciones e injusticias del sistema. En la misma vía, se penaliza la perturbación en servicio de
transporte público, colectivo y oficial, lo cual es consecuencia directa de cualquier manifestación.
Pocas veces había sido tan descarado un gobierno al prohibir abiertamente las movilizaciones
ciudadanas y a restringir la protesta a permisos pedidos a las mismas autoridades que los
reprimen. En materia de registro y allanamientos, son numerosos los elementos y las
inconsistencias que permitirían un exceso de atribuciones por parte de las autoridades encargadas
de la acción.
Con los artículos relacionados con la interceptación de comunicaciones y la recuperación de
producto de la transmisión a través de las redes de comunicaciones, se pretende dar un marco
legal a prácticas que hasta ahora eran ilegales pero se realizaban con cotidianidad tales como la
interceptación a miembros de la oposición e incluso la utilización de la información obtenida para
intimidar o agredir a las víctimas de esta. Solo es necesario que un fiscal tenga motivos
“razonablemente fundados” para proceder con las interceptaciones. Igual sucede con la vigilancia
y seguimiento de personas. Cualquier ciudadano puede ser seguido por la policía judicial por un
año y pueden ser grabadas o fotografiadas su acciones en detrimento de su privacidad e
intimidad.
Como se puede percibir, estas leyes permiten la profundización del modelo neoliberal y de
capitalismo salvaje que sigue manteniendo al país dependiente de las élites, el capital financiero,
de las multinacionales, etc., siendo fuente de recursos y respondiendo a los intereses de todos
ellos, pues a través de la ley de víctimas y restitución de tierras se garantiza la legalización de
títulos y la promoción de un modelo productivo que realmente no suple las necesidades del
pueblo colombiano, aumentando la desigualdad e inequidad social y no contribuye a una
verdadera solución del conflicto que vive nuestro país ni responde a los clamores históricos del
movimiento social, popular y en especial del sector campesino, de adelantar un real proceso de
redistribución de la tierra, consigna además de los grupos insurgentes participantes en el conflicto
en el país. Esta ley y todas las reformas que ha querido y quiere imponer el gobierno Santos
materializadas en el Plan Nacional de desarrollo, la reforma a las regalías, la nueva ley de
educación superior, entre otras, traen consigo un aumento de la movilización social, para lo cual
este gobierno autoritario responde con medidas, de carácter dictatorial y que no respetan las
mínimas libertades de asociación, libre expresión, opinión, de la información, protesta, etc., como
la ley de seguridad ciudadana y la ley de inteligencia y contrainteligencia. Esto sin duda alguna,
también es reflejo del recrudecimiento del conflicto en el que se ha hecho manifiesta la
participación impune de fuerzas paramilitares y para estatales (actualmente denominadas
BACRIM) en la llamada guerra contra el terrorismo, que no ha significado más que una
persecución a los movimientos sociales, sindicales y a defensores y defensoras de derechos
humanos, en función de la protección de claros intereses económicos de la clase dirigente del país,
como ha sucedido históricamente.
Es de esta manera como se ahonda el modelo neoliberal en nuestro país, agudizando las
contradicciones de clase y las causas estructurales del conflicto manteniendo lejana una
conclusión de este, pues sus origenes siguen vigentes y se profundizan, y apesar de la coopatción
del moviemiento social y porpular, con estrategaias hábiles por parte de Santos y las políicas
sistemáticas de persecusión, estigmatización, señalamiento y exterminio en contra de este, se
continúa alejando a los actores del conflicto, como los son los grupos insurgentes, y agudizando
políticas de carácter represivo, manteniéndose en la lógica de acabar el conflicto por la vía militar,
sin reconocer la necesidad de una salida política que realmente logre recoger los elementos que
han mantenido a Colombia sumergida en la guerra.
Derechos Humanos y Conflicto
El gobierno nacional busca a partir del discurso de la unidad nacional no solo aplacar la oposición
sino cerrar cada día más la limitada democracia que existe en este país. Es un mero sofisma el
decir que realmente en Colombia el gobierno actual en cabeza de Santos encarna una lógica
distinta en materia de derechos humanos a la adelantada en el gobierno Uribe Vélez. Vemos
claramente la profundización del modelo que otrora desarrollara la muerte y el guerrerismo bajo
el manto de la seguridad democrática, del cual el actual presidente era uno de los artífices y
principales actores pues como ministro de defensa estuvo en cabeza de la política sistemática de
estado de las ejecuciones extrajudiciales.
La estrategia de cooptación de distintos sectores de la sociedad, para de esta manera reflejar ante
la comunidad internacional un panorama distinto y dar la intención de una ruptura frente a la
mala imagen que el gobierno anterior sembró, a partir de relaciones diplomáticas y de una nueva
estrategia de posicionamiento de cara a ciertos escenarios internacionales, no es más que la
estrategia de este gobierno que se caracteriza por ser de tercera vía, para usurpar las banderas del
movimiento social y popular frente aspectos álgidos y que han estado caracterizados por ser
escenarios de confrontación, para de esta forma deslegitimar a actores del conflicto armado,
como la insurgencia. Todo esto sucede mientras que al interior del país se evidencia la impunidad
en casos como las ejecuciones extrajudiciales, la limitada aplicación de la ley de justicia y paz, que
aunque es una estrategia de las élites para favorecer al paramilitarismo y ocultar la verdad de los
crímenes en el país, su no aplicación ha permitido la continuación y agudización de la
arbitrariedad, eliminando de tajo la posibilidad de conocer la verdad, desarrollar realmente una
reparación integral que vaya más allá de lo económico, la no aceptación y reconocimiento de la
responsabilidad estatal frente a los crímenes cometidos en el territorio nacional y la falta total de
mecanismos que garanticen el principio de no repetición.
Teniendo esto en cuenta podemos leer en el gobierno Santos un carácter demagógico, que ha
manejado discursivamente el respeto hacia los derechos humanos que no se refleja en la realidad
pues desde el 7 de agosto 2010 han sido asesinados impunemente treinta y cuatro defensores y
defensoras de los derechos humanos, quince dirigentes agrarios que exigían la restitución de las
tierras usurpadas con violencia a los campesinos, al mismo tiempo que veintisiete sindicalistas la
mayoría de la Central Unitaria de Trabajadores CUT y miles más han sido amenazados de muerte,
demostrando que la persecución hacia el movimiento social colombiano no ha cesado y si se
disfraza bajo discursos y propuestas legislativas que desfiguran la historia real del conflicto
Colombiano.
Estas cifras nos demuestran que el conflicto en el país está lejos de acabarse como muchas veces
se ha planteado desde el gobierno anterior, además de mostrar que los crímenes de estado no
cesan y podemos asegurar que siguen enmarcados en profundos intereses geopolíticos,
económicos y sociales. Igualmente, podemos ver que el discurso del posconflicto, planteado desde
el gobierno Uribe, ha marcado una diferencia radical a la hora de entender la situación nacional, y
aunque el actual gobierno aparentemente ha entrado en contradicción con este supuesto, no
podemos dejarnos engañar, pues sigue manejando, si bien ya no en lo discursivo, si en lo práctico,
en lo político y en lo legislativo, la percepción de que las raíces sociales que han generado
violencia a través de la historia nacional son inexistentes.
Lo anterior nos debe llevar a hacer una profunda reflexión sobre la importancia de concebir un
análisis histórico para estudiar a profundidad las causas del conflicto en el que estamos inmersos y
así buscar alternativas para la paz y la solución política al mismo. De esta manera la memoria
histórica, debe constituirse como uno de los elementos que nos permita recordar los vejámenes a
los que hemos sido expuestos por parte de las clases dirigentes, y el fundamento de la lucha diaria
por cambiar las condiciones de vida de millones de colombianos y colombianas.
Hay que recordar, que los enfrentamientos violentos entre las diferentes clases, se basan en el
reclamo de las necesidades del pueblo colombiano hacia quienes históricamente han direccionado
el país y han generado fuertes contradicciones en las formas de concebir la organización y manejo
de la sociedad. Se debe afianzar la memoria histórica para comprender que dicha violencia es de
origen político al ser excluidos distintos miembros y sectores de la sociedad, de los ámbitos
económicos, sociales, políticos y culturales, entre otros, en beneficio de unos pocos. El discurso
gubernamental ha intentado durante toda la historia nacional imponer una versión que intenta
deslegitimar y desconocer las causas de este conflicto y las exigencias del movimiento social y
popular, cometiendo los graves crímenes por parte de agentes del estado o su permanente
complicidad en contra de las acciones de agentes paramilitares, quienes desde su origen han
utilizado esa estrategia para acabar y eliminar la oposición política en el país.
El claro ejemplo y quizá el que no podemos dejar de lado al hablar del conflicto en Colombia, es lo
que significó el proceso de exterminio de la Unión patriótica, que evidenció la crudeza de la
política de estado de eliminación a quienes se contraponen a las políticas y lógicas
gubernamentales. Esto sigue siendo hoy un elemento fundamental no solo en las apuestas
nacionales de los distintos sectores de articulación sino claramente en contra de los procesos de
movilización que se vienen profundizando en las distintas universidades a nivel nacional. Los
señalamientos de las directivas y miembros del gobierno nacional con el espíritu de estigmatizar
los proceso estudiantiles, el ingreso de la fuerza pública a las universidades, la militarización de los
campus, la represión como única forma de responder ante la protesta juvenil, y muchos elementos
más se han vuelto pan de cada día frente al escenario universitario como parte de la estrategia de
persecución y criminalización de la actividad política del pueblo colombiano.
Prisioneros políticos
Generalmente se tiene la idea que son Prisioneros y Prisioneras Políticas solo quienes se han
alzado en armas, lo que limita que se reivindiquen como tal quienes están sometidos y sometidas
a reclusión en razón a su oposición política no armada o por el desarrollo propio del conflicto
interno. Es por esto que queremos llamar la atención en tener claridades frente a las diferentes
gamas de prisioneros y prisioneras políticas existentes, con la finalidad de aportar al
fortalecimiento de la conciencia y el reconocimiento de los prisioneros políticos en Colombia.
Hasta el momento, podemos identificar tres categorías de prisioneras y prisioneros políticos, ellos
son de ‘Conciencia’, de ‘Guerra’ y ‘Victimas de Montaje Judicial’.
Son Prisioneros Políticos de Conciencia, las personas que han expresado su oposición política al
régimen o al gobierno vigente, de manera individual o en su calidad de miembro de
organizaciones populares ; Prisioneros Políticos de Guerra, las personas que se han alzado en
armas con la finalidad de tomarse el poder y derrocar el régimen constitucional y legal vigente;
Prisioneros Políticos ‘Víctimas de Montaje Judicial’, las personas que habitan en zonas de alta
influencia del conflicto armado interno, que han sido estigmatizadas como auxiliadores de la
insurgencia las cuales han sido perseguidas, detenidas y sometidas a procesos penales con
pruebas falsas, manipuladas o insuficientes. En síntesis, la existencia de las y los prisioneros
políticos en Colombia es una consecuencia del conflicto social, político y armado que atraviesa el
país.
La situación que viven y han vivido las y los prisioneros políticos en las cárceles colombianas se
resume en una situación de conflicto, caracterizada por protestas, huelgas, motines,
desobediencias civiles e incidentes violentos, cuyo origen es múltiple: condiciones infrahumanas
de reclusión, irrespeto a la dignidad humana, violación de los derechos humanos y las normas
mínimas para el tratamiento de las personas sometidas a detención, y más recientemente, el
traslado del conflicto Estado - Insurgencia a las prisiones, a través del paramilitarismo,
adicionándole la injerencia del buró federal de prisiones estadounidense en la administración de
justicia carcelaria y penitenciaria colombiana.
El hacinamiento y las condiciones indignas en los establecimientos carcelarios también obedecen
al aumento del número de internos como política criminal del Estado de privilegiar la detención
preventiva como medida de aseguramiento, aumentar el número de conductas punibles y las
penas para delitos que atentan contra la seguridad del Estado, restringiendo los beneficios de la
libertad condicional y provisional, así como la detención domiciliaria a los prisioneros políticos. Se
mantienen las condiciones degradantes expuestas en la sentencia de tutela T-153 de 1998, que
declaró que el sistema penitenciario colombiano viola de manera masiva y estructural los
derechos fundamentales de las personas privadas de la libertad, definiendo la situación como un
estado de cosas inconstitucional. Hoy, a pesar de haber transcurrido más de 13 años, el estado
colombiano no ha tomado los correctivos que ordenó la Corte Constitucional colombiana.
La actual política carcelaria y penitenciaria obedece a un modelo represivo ante todo mercantil y
no resocializador. El actual modelo carcelario, tiene como consecuencia la generación de una
aguda crisis humanitaria al interior de las cárceles. Rechazamos el proyecto que cursa en el
Congreso de la República conocido como “Código Penitenciario y Carcelario” y la puesta en
práctica de los nuevos Establecimientos de Reclusión Nacional conocidos como “ERON”, los cuales
ponen en riesgo los derechos fundamentales de las personas privadas de la libertad.
La actitud del presidente Juan Manuel Santos no debe limitarse a reconocer la existencia de un
conflicto armado, sin reconocer el carácter político y social que ha dado origen a éste; un
verdadero reconocimiento debe estar acompañado por el cese inmediato de los bombardeos a
bienes civiles, estigmatización a la población civil, ametrallamientos, empadronamientos,
bloqueos alimentarios y que posibilite avanzar en propuestas que como el acuerdo humanitario
buscan la liberación de los prisioneros políticos y constituyen gestos de paz que aproximan los
pasos a una la solución política y negociada al conflicto. No existen gestos reales de paz desde el
establecimiento.
El papel de los estudiantes frente al conflicto colombiano
Por eso entendiendo las principales problemáticas que atraviesan la estructura social, política y
económica del país, la propuesta desde la Federación de Estudiantes Universitarios y del
movimiento estudiantil en general, no puede ser otra que la búsqueda de una solución a las
desigualdades sociales y exclusiones políticas que han sido la raíz del conflicto armado. Solo
cuando la totalidad de los colombianos contemos con las herramientas necesarias para desarrollar
nuestras capacidades en torno a una vida digna podremos hablar realmente de un país en paz,
entendiendo esta palabra tan compleja en su más sencilla expresión como un estado social de
tranquilidad, felicidad y realización plena e integral del ser humano. Pero no tranquilidad y
felicidad para unos cuantos que en medio de su arrogancia buscan garantizar privilegios en el
marco del aseguramiento de la propiedad privada y de la posibilidad de seguir acumulando tierras
y capital aunque esto implique pasar por encima de otras personas. ¡No! Esa es la paz de las
tumbas, la paz de los vencedores que han querido imponer las elites colombianas desde la
fundación de la patria. Una paz a la que se llega simplemente con la rendición de la insurgencia.
¡No!, lo que cómo estudiantes debemos exigir es tranquilidad para miles de padres y madres que
duermen angustiados pues no tienen con qué pagar las altas matriculas de sus hijos e hijas, no
solo porque la educación en este país sea en exceso costosa, sino además porque las condiciones
sociales de acumulación de capital aumentan cada día más el ejercito industrial de reserva,
teniendo como consecuencia a cientos de familias sin empleo, sin posibilidad de vivienda,
alimentación, salud y estudio.
No habrá paz en Colombia hasta que no haya un dialogo profundo entre los actores en conflicto y
la sociedad organizada en la que el tema principal no sea la dejación de las armas sino la
construcción de justicia social. No habrá paz en Colombia hasta que los miles de jóvenes que
habitamos este país tengamos la posibilidad de acceder a una educación realmente pública, que
este pensada para generar soluciones a las problemáticas más sentidas de la sociedad: para
mejorar las condiciones de construcción de casas, carreteras y obras públicas; para construir un
mejor sistema de salud y para aumentar la esperanza de vida de los colombianos; para crear leyes
justas y no para seguir alimentando la maraña judicial que alimenta la corrupción y la ilegalidad
que permite el enriquecimiento de unos pocos; para analizar las posibilidades y riquezas culturales
y sociales con que cuenta nuestro país gracias al mestizaje y nuestra historia latinoamericana y no
seguir alimentando la idea de una pureza venida desde fuera, para llenar de arte las calles, los
barrios y los pueblos y no restringirlo a las salas de conciertos a las que solo tiene acceso la
burguesía; para rescatar los saberes indígenas que utilizan la naturaleza para curar sus
enfermedades y no dejarnos robar ese conocimiento con patentes y otras formas de delincuencia
internacional; para esto, y mucho más, debe estar la universidad pública, pero de ninguna forma
debe estar pensada para aumentar las utilidades del sector privado.
Somos estudiantes que se piensan en toda esta infinidad de posibilidades, y por eso, sabemos que
ellas no van a llegar solas, que solo van a ser realidad si las construimos y si impulsamos su
posicionamiento dentro del pensar de la sociedad y del gobierno. Por eso, desde ya trabajamos en
diversos grupos estudiantiles que abordan problemáticas diversas en torno a las correspondientes
ramas del saber, trabajando análisis de situación nacional, análisis de coyuntura, grupos que
tienen su trabajo en la defensa de los derechos humanos, el delito político, y cada uno de los
grupos de trabajo y colectivos que hacen parte de la federación, articulándonos también con otros
movimientos y sectores sociales en distintos espacios; todos y cada uno de estos espacios de
trabajo hacen parte de nuestra propuestas de solución al conflicto y son el reflejo del país con el
que soñamos y que construimos diariamente. El elemento político central en este proceso de
impulso y exigencia de la solución al conflicto social y armado desde el ámbito universitario es el
llamado constante que hacemos a la UNIDAD del movimiento estudiantil colombiano en defensa
de la Universidad Pública al servicio del pueblo colombiano.
Para nosotros son esenciales las propuestas de educación para la paz, que se fundamentan en la
exigencia de una educación pública y de calidad, que permita a los y las jóvenes en mayores
riesgos de vulnerabilidad social y económica acceder a una educación formal y de los más altos
niveles académicos, para que desde esta se atienda a las necesidades del pueblo colombiano y
permita la movilidad social en esta población. Es decir, una educación estatal que permita el libre
e integro desarrollo de la juventud, para que esta no se vea obligada a enfrentarse a situaciones
de conflicto por su propia situación social.
Abogamos entonces por la solución política al conflicto de manera dialogada y comprendemos que
uno de los primeros pasos para alcanzar dicho objetivo ha de ser la libertad inmediata de los
prisioneros políticos en el marco de un acuerdo humanitario o canje de guerra, que reconozca el
carácter político de los actores en contienda y siente las bases para un dialogo franco con toda la
sociedad colombiana. Reafirmamos la justeza del derecho históricamente construido por los
pueblos del mundo de rebelarse a la tiranía, resistir a la injusticia, a la miseria y a la opresión.
Rechazamos en consecuencia, la forma como el estado colombiano ha ido hacia la supresión y
perversa interpretación del delito político y sus conexos, identificándolo con “el terrorismo”. Por
esta vía se criminaliza la oposición política legal, y al alzamiento armado se le desnaturaliza,
convirtiéndolo en simple expresión criminal. Con esto se desconoce la tradición jurídica del estado
colombiano que durante muchos años admitió la rebelión como expresión política de fines
altruistas que era benévolamente penada. Es válido precisar la necesidad de tener en este proceso
la presencia de un gobierno nacional con voluntad política real para la solución de las
problemáticas sociales y necesidades del pueblo colombiano y una sociedad comprometida con la
construcción de alternativas y cambios de carácter estructural al sistema actual. Debemos dejar
presente nuestro rechazo a la criminalización y estigmatización de los procesos organizativos, con
la excusa de una búsqueda de estabilidad social y económica, pues estas acciones desencadenan
fuertes violaciones a los derechos humanos de quienes participan en dichos procesos y a los
cercanos a estas personas.
En la universidad pensante nos negamos a creer que nuestro único futuro es ser la mano de obra
barata de un sistema alimentado con sangre, nos negamos a aceptar que nuestro futuro éste en
las celdas y mazmorras atiborradas de valerosos luchadores sociales, a creer en los sofismas
baratos que sólo alejan la posibilidad real de la paz, a vender nuestra conciencia por unas cuantas
monedas que jamás alcanzaran a pagar la sangre derramada en la búsqueda de la felicidad; en la
universidad pensante exigimos menos cárceles y más claustros educativos al servicio del pueblo;
en la universidad pensante aún creemos en la posibilidad de un nuevo país. En este sentido
proponemos la Coalición nacional e internacional por el trato digno y la libertad de los prisioneros
políticos “Larga Vida a las Mariposas” como el referente organizativo resultado del encuentro
nacional por la libertad de los prisioneros políticos celebrado los días 4 y 5 de junio del presente
año que se propone como un escenario de coordinación de organizaciones sociales, políticas,
agrarias, estudiantiles, sindicales y de derechos humanos que suman esfuerzos en torno a la
problemática que viven alrededor de 7500 prisioneros políticos como resultado del enraizado
conflicto que padece Colombia, permitiéndonos trazar agendas comunes de movilización local,
nacional e internacional, en búsqueda de la paz con justicia social.
Para nosotros en el proceso de construcción de un nuevo modelo de educación es necesario
posicionar los siguientes elementos:
Disminución del presupuesto destinado para la guerra y su respectiva asignación para la
educación, lo cual incluye una fuerte inversión estatal que asegure un real financiamiento
y gratuidad de la educación en todos los niveles para todo el pueblo colombiano,
potenciando una academia, investigación y producción de conocimiento con el fin de que
la educación en el país responda necesariamente a la solución del los problemas que
históricamente han aquejado al país y que permita el desarrollo de la economía no sobre
la histórica dependencia, intervención extranjera y la opresión, sino desde la justicia,
equidad e independencia.
Exigimos el diseño y materialización y aprobación de una nueva legislación que permita
avanzar en una reparación integral a las víctimas del conflicto armado en el país, que parta
del reconocimiento de la existencia de este y sus causas estructurales y que tenga dos
principios fundamentales: la verdad como elemento necesario para poder entender
claramente lo que ha implicado la política del terror en nuestro país y poder avanzar desde
la identificación de los autores intelectuales y materiales de los vejámenes cometidos en el
país. Como segundo elemento el principio de la garantía de no repetición a partir de un
reconocimiento de la responsabilidad estatal en la estrategia de eliminación de la protesta
social y la afectación a la población civil en el marco del conflicto.
Rechazamos la obligatoriedad en la prestación del servicio militar por parte de los jóvenes
colombianos que lo que representa es la militarización de la vida juvenil y que ha
sembrado en el ideario de las nuevas generaciones la guerra y el militarismo como única
opción de vida y de la sociedad. Nos negamos a seguir perdiendo los mejores elementos
de la sociedad en los campos de combate, derramando su sangre en la guerra de la elite
colombiana en contra del pueblo.
Exigimos un respeto absoluto de los campus universitarios, sus comunidades y sus
acciones. La universidad es un espacio de crítica, transformación, conocimiento y cultura;
fuera la bota militar de los campus universitarios, fuera el seguimiento, control y vigilancia
militar – estatal o paraestatal – de los centros universitarios del País
Nos unimos a la lucha nacional a favor del desmonte del ESMAD, escuadrón de muerte
que es la máxima expresión de la violencia de la clase dirigente en contra del pueblo y su
estrategia de terror y muerte como forma de acallar las exigencias de soluciones a los
problemas e injusticias del país. Sumado a esto exigimos justicia frente a los múltiples
abusos, desmanes y muertes que este escuadrón ha ejecutado.
Exigimos el cese de la estigmatización, criminalización y persecución a los procesos
organizativos a nivel nacional dentro del movimiento universitario, secundarista y en
general el movimiento popular y sus distintas iniciativas de movilización y articulación.
Nuestra propuesta como estudiantes universitarios es avanzar en un gran proceso nacional
partiendo de los siguientes elementos:
Fortalecer el trabajo de la red nacional de derechos humanos de la Federación de
Estudiantes Universitarios FEU-Colombia, como estrategia de fortalecimiento organizativo
de la federación y como la estrategia por medio de la cual desarrollaremos el trabajo de
posicionamiento al interior de nuestros espacios de trabajo de la existencia del conflicto,
sus causas y la consolidación de una corriente de opinión y movilización que exija la
solución política al conflicto.
Fortalecer los espacios de articulación y coordinación a nivel nacional con las demás
expresiones del movimiento estudiantil y del movimiento social y popular como la
coalición nacional larga vida a las mariposas, colombianos y colombianas por la paz, la ruta
nacional por la paz que surge del escenario de Barrancabermeja y la campaña “educación
propuesta y camino para la paz”.
Impulsar el desarrollo de unas campañas temáticas a nivel nacional en los espacios de
Marcha Patriótica y CONAP que permitan avanzar en el fortalecimiento del las
organizaciones estudiantiles en estos escenarios y que nos permita avanzar en la
coordinación y acción de las distintas organizaciones que hacemos presencia en estos
espacios y evidentemente en la solución política al conflicto. Se propone trabajar en 6
aspectos fundamentales:
o Academia y paz
o Presos políticos
o Verdad, justicia, reparación integral y garantías de no repetición
o Desmilitarización de las universidades, garantías de derechos y libertades
democráticas y desmonte del ESMAD.
o Objeción de conciencia al servicio militar obligatorio.
o Memoria histórica.
Finalmente, es de suma importancia tener en cuenta, que la organización de la sociedad para la
exigencia de sus derechos, al igual que un dialogo concertado entre los diferentes actores, no se
puede llevar a cabo en un marco de falta de garantías e impunidad, donde se hacen presentes
quienes han estado al servicio del establecimiento, atentando contra la vida y la integridad de la
población colombiana, y contra las propuestas de un nuevo país. Es así como a través de diversas
iniciativas en todas las regiones que permitan desde la perspectiva de los estudiantes y desde las
aulas construir, analizar y trabajar en defensa no solo de una educación para todos a servicio del
pueblo y para el pueblo y la articulación con los otros sectores sociales a través de la vinculación
con la Marcha patriótica y la CONAP, conseguiremos construir una educación para la segunda y
definitiva independencia.