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- ¿Es la primera vez que te pasa? - preguntó una voz lejos suyo. - No - sentenció con tensa calma - pero nunca así. Estaba realmente asustada, en sus 40 años era la pri- mera vez que se sentía tan vulnerable. No tenía motivos re- ales para sentirse ni tan ansiosa ni mucho menos podía pensar que podría llegar a tener miedo. Casi era difícil de creer. Justo en este momento de su vida Valeria se sentía plena. Siempre había pensado que era como el patito feo de la escuela secundaria y hoy en los encuentros del re- cuerdo veía que se mantenía siempre igual, lo cual la hacía lucir ciertamente mejor en relación al resto. La comodidad que con los años había logrado tener con su cuerpo, le daban una seguridad personal que la había invitado a am- pliar su paleta de colores tanto para elegir guardarropas como para el make up que siempre había tratado de man- tener “natural”. Consolidada en su profesión, el nombre de su restó ga- naba un lugar cada vez más ascendente en la lista de los nombres que más resonaban en el circuito culinario de la ciudad. Ni miedo ni ansiedad al menos a la vista. Las pesadillas eran cíclicas, es decir, iban y venían por períodos y nunca duraban más de dos o tres meses. Se re- petían con una frecuencia de tres o cuatro a la semana. No recordaba haber tenido sueños feos, ni de pequeña. Desde el comienzo de los ciclos, siempre era lo mismo. El agua o el aire… o la falta de él… De repente advertí que todos los sueños tenían que ver con el aire.. o la falta de él.... Claro! Sí! Eso era, se sentía ahogada. Muchas noches había experimentado la sensación, en extremo placentera, de estar rodeada de agua, nadando en cálidas aguas, en mo- mentos apacibles quizás en clara referencia a la seguridad uterina (diría su terapeuta). Otras sentía el viento contra su cara, en un planeo lento y despistado que le permitía dis- frutar de un paisaje aéreo casi de caricatura, Y de repente sobreviene el despertar con desesperado acompañado de la vívida sensación de falta de aire, de ahogo inminente… y reconocía, con asombro y dolor, que eran sus propias manos las que rodeaban su cuello como queriendo ayudar al aire a pasar a través de su laringe. Lo extraño era que le gustaba nadar y, paradójicamente, elegía siempre el avión como medio de transporte por eso argumentaba, incesante, rebuscadas explicaciones o cone- xiones que estuvieran ligadas a la hermosa sensación pla- centera y no ponía al despertar ahogado en el foco de su análisis. Y si de análisis se trata, este lo llevaría a terapia, de eso estaba segura. Se reunían todos los miércoles a las 19 para cocinar juntas y cenar temprano. Valeria, Violeta y Laura transita- ban la vida juntas desde el jardín de infantes donde com- partieron sus primeras Barbies y se peleaban por ver quién vestía al Ken más lindo. La secundaria las encontró com- partiendo delineadores, sombras y los brillos labiales con sabor a uva, los preferidos de Valeria que ya tenía preferen- cias por los aromas y sabores intensos. La guerra devoraba a los hombres nu- triendo a la muerte, la muerte, nutría al in- fierno. En el campo de batalla, se sembraba la más brutal de todas las miserias humanas y se co- sechaba junto a los cadáveres, el horror de los vivos y sus tormentos. Y entre aquella tierra herida y aquel cielo perdido, los cuervos bendecían las armas y al mismo tiempo que se producía ese morboso rito, demonios se amalgamaban en el bronce y en el acero. Aún más bajo, entre los túneles y las zan- jas, los guerreros mataban y sobrevivían mo- mento a momento. El frío congelaba sus cuerpos, el terror sus espíritus. Sus cañones repetían una y otra vez los mismos gritos, otros, les contestaban con atroces bramidos. Irónicamente, vivía la esperanza de paz en los corazones, de algunos de aquellos matones que protagonizaban la batalla, avivando el fuego de las metrallas. - ¿Volveremos a casa? - No compañero, jamás volveremos, siem- pre estaremos aquí. Amenguada la guerra, uno de ellos regresó a su hogar, con destrozo en su cuerpo y con destrozos en su mente. El otro quedó en una tumba cavada por esa absurda suerte, y su nombre fue grabado en el mármol oscuro de los ausentes. Pero ambos se siguen viendo en repetidas pesadillas soñadas por ellos mismos, en ellas están allí, en esas trincheras frías y húmedas, empuñando las armas, viviendo la muerte, es- cuchando los mismos ruidos... - Te lo he dicho compañero, jamás volve- remos, siempre estaremos aquí. Padula Hermosi, Rodolfo MEP Técnica 35 DE 6° Entidad Propietaria: Unión Docentes Argentinos, Seccional Capital, Pringles 50/54, Ciudad Autónoma de Buenos Aires 4981-7723 / 4982 - 0657 Directora: María Elena Conzón Registro de la Propiedad Intelectual: Nº 5167193 Publicación cuatrimestral de distribución gratuita Tirada 10.000 ejemplares CONCURSO DE CUENTOS CORTOS U n cuento es una pequeña incisión en el tiempo que permite profundizar en una sen- sación, una idea, un sueño. Renuncia a lo accesorio y, como un escarpelo, se hunde en las entrañas de la emoción o del sentimiento. El cuento no admite digresiones, es un mecanismo de relojería donde cada palabra es imprescindible. No puede faltar ni so- brar. Sus letras viajan por los más inverosímiles senderos de la imaginación que se encien- den y se apagan jugando pasajes de vida plena, nos lleva hasta las puertas de la misma muerte, a tranquilas acuarelas de amores contrariados, nos devuelve la sonrisa en la simpleza de un niño, se transforman en fantasmas, mariposas y duendes. CATEGORÍA ADOLESCENTES / ADULTOS Las aguas de Valeria Si de intensidad se trata, así podría definirse lo que co- menzó a gestarse en su estómago cuando conoció a Ma- nuel, un compañero del hermano de Viole que hizo temblar el suelo bajo sus pies. Ya para el momento de la universidad, cada una tenía definida la profesión por la que querían perder noches de sueño. Laura quería ser arquitecta, Viole iba a estudiar fo- tografía y Vale quería ser chef. Esta diversificación de in- tereses abrió los caminos de las dos amigas fortaleciendo lo que unos meses atrás había nacido con Manuel. Los miércoles eran intocables. Los miércoles y la terapia. Días tras días se hicieron meses. Mes tras mes se hi- cieron años. Dentro de esos años hubo viajes, casamiento, hijos, amigos, más viajes, trabajos en relación a la creación en la cocina. Por años los ciclos de pesadillas parecían haber desaparecido, pero luego arremetían en una dolorosa sensación que se repetía por varias noches hasta que sin más, volvían al reposo latente esperando agaza- pados a volver a los sueños. Poco a poco, Valeria fue cambiando su visión sobre Manuel. De aquel hombre que le había hecho temblar el mundo ya nada quedaba o nada veía. De algo estaba segura, Vale para Manuel, era una se- midiosa absolutamente digna de veneración. De algún modo o de otro, él siempre se las arreglaba para hacerle saber que su amor era infinito. Un regalo, una frase, un mensaje… siempre algo a pesar del paso de los años. Ella lo admiraba muchísimo, lo amaba, ya no sentía el piso vi- brar bajo sus pies pero estaba segura del amor. Poco después del último aniversario, celebraron 10 años en su restó donde estaban los amigos de siempre, co- menzó el ciclo de pesadillas más cruel, más aguerrido, más arrollador. El período que esta vez sí le dio miedo, y el miedo comenzó a dar paso a la ansiedad por buscar el ori- gen de esa sensación casi maligna. Como todo, como siempre, la cena con Laura y Violeta era el primer paso para abrir lo que le estaba pasando. Sólo faltaban dos días y ya lo decía Lebón “El tiempo es veloz” así Vale esperaría con el anhelo de que el tiempo pase más rápido de lo habitual. La cena estaba riquísima, no fue realmente lo que tenía ganas de comer pero las tres la elogiaron. Pero esta vez algo había cambiado. a pesar de sentirse en casa, las palabras parecían agolparse en su garganta pero ninguna pudo llegar a la superficie, no pudo comentarles nada a ellas, sus ami- gas casi hermanas. No se sentía conforme con nada hasta que la incomodidad la hizo irse más temprano de lo acos- tumbrado. Manejando hacia su casa, comenzó a pensar, a repasar mentalmente la cena y sin darse cuenta, comenzó a pen- sarse a sí misma. Casi en blanco pero por inercia recorrió el trayecto. Sus pensamientos no interferían con sus movi- mientos de autómata y estacionó. Llegó a su cuarto, saludó a Manuel, se desvistió y retiró su maquillaje casi obede- ciendo a un ritual nocturno. Ya entre las sábanas y sin saber por qué, rechazó el abrazo que Manuel le ofrecía. No era la primera vez, eso ya lo había notado antes. Se dispuso a dormir de hecho logró el sueño profundo rápidamente. Comenzó a soñar quizás el sueño más vívido de los úl- timos 10 años. Imágenes fugaces de alto contenido erótico, su cuerpo casi al desnudo, bellos erizados, calor, parecía una situación veraniega, su cuerpo… ¿su cuerpo? De repente, revueltos de agua de mar, bracear para alcanzar la superficie, tal cual como sus palabras que no lo lograron, la desespera- ción… el ahogo. Se despertó turbada y lloró. Amarga y silenciosamente. Esta vez accedió al abrazo que su compañero le ofrecía, y la sensación fue fraterna, de protección, de tranquilidad. Toda la comodidad y plenitud que otrora había sentido, hoy se habían esfumado. Se sentó en el sofá, y como hacía mucho tiempo que no hacía, tomó un almohadón y lo colocó en su falda, a modo de escudo como pretendiendo que ese objeto, la proteja de los embates de su terapeuta. La sencilla pregunta “Bueno Vale, ¿cómo estás?” la de- sarmó por completo. Estertores de llanto le impedían hablar, apenas comenzaba a balbucear, la angustia se empeñaba en demostrar que aún seguía allí. De a poquito comenzó a relajarse, a dejarse fluir y las palabras comenzaron a salir. De a poco, brotaron como en cuentagotas al minuto se habían convertido en una catarata de palabras que aliviaban su garganta. Nuevamente la analogía del agua. Se oyó a sí misma frases como “sin red, sin paracaídas”. Nuevamente la asociación con el aire. Salió del consultorio con varios interrogantes sobre los cuales pensar o pensarse. Creyendo haber corrido un velo pudo ver lo que tantas veces negó en sueños. ¿Qué hacer a partir de allí? ¿Se encerraría en un capullo? ¿Quizá se vol- viera mariposa? ¿Atravesaría el proceso del ave fénix? Los días posteriores transcurrieron sin sobresaltos. La casa y los hijos con sus arbitrariedades. Manu, un divino, le daba muchísimo espacio para que elabore este proceso tan personal. Los miércoles eran su día favorito, donde exorci- zaba este nefasto y errático período de sueños bellísimos que terminaban en trágicos ahogos. Nada parecía cambiar. El restó paradójicamente estaba ofreciendo una nueva va- riedad de platos que los comensales disfrutaban con muy pocas críticas negativas. Pero las había. Cierta tarde sintió sus emociones a flor de piel. Todo le llegaba de manera diferente, su fragilidad estaba llevada al extremo. Caminando entre las mesas del local, un escalofrío le recorrió la espalda al sentir, casi a modo de insight, que amaba a Manu pero de un modo diferente, a su loca manera lo amaba como el primer día pero ya no lo como par de vida. Ese amor había mutado en un sentimiento más fraterno pero permanecía ahí. No de modo casual, esa noche fue agotadora. En el sueño la playa, el sol y su cuerpo eran fuente de exacerbado placer y puerta de entrada a la sensación de ahogo que esta vez a pesar de estar ya despierta, parecía obstinada en no dejarla sola. Sentada en la cama, tomó la meditada decisión de res- pirar. La primer bocanada de aire le supo a metal, a arcilla, seca pero fresca. Plausible de ser maleada y de crear con ella lo que le diera la gana. El capullo se cerró y la pupa entró en franca ebullición en su interior. Se estaba creando… perdón re-creando a mi misma en cada bocanada. Y, sin demora, en ese instante, puso de pie, caminó hasta el espejo, se miró con pausada atención y se dijo a sí misma: tengo que dejarme ser. Esos meses siguientes, no hubo momentos fáciles. Ha- blar con Manuel e intentar explicarle que a su loco modo lo amaba pero que ya no quería seguir atada a él, fue durísimo. Posteriormente, muchas de sus batallas interiores la de- jaron total y completamente extenuada. Batallas personales en las que nada ni nadie podían tener intervención. Para bien o para mal. Por eso decidió estar completamente, en el sentido más literal, sola. Sola de sexo, sola de caricias, sola de pareja, sola de besos, sola de soledad. Egoísta cien por ciento, nada mejor que eso para sa- berse ella. Las elecciones más banales se tornaban desafíos: de tomar… vino o cerveza?, vacaciones… playa de mar o de río?, montañas era buena elección? Pero carajo!! ¡Cuánto le costó saber que le gusta la cerveza roja y la playa de río! Le costó, y mucho, aprender que de vez en cuando le gusta decir que no y que hay ocasiones en las que le gusta estar sola, despeinada y disfrutándose. Le costó aprender que su raíz no cambió, solo la desinencia de sus relaciones dio un giro de 180 grados. Todos los días miércoles exorcizó sus miedos, con ellas, que estaban firmes al pie de un cañón que sirvió a veces de ataque y a veces de defensa. Pero estaban allí sosteniéndola, conteniendo esa implosión que la obligó a reconstruirse. La energía estaba puesta en el trabajo. Pedidos, prove- edores, nuevos platos, la dejaban extenuada. Las pesadillas habían cesado. Por momentos Valeria lo atribuyó al gratifi- cante cansancio del día o tal vez no tenían la suficiente fuerza como para alterar su sueño al punto de despertarla. El año y medio de su soledad la alcanzó rápidamente. Vale atravesaba un período de gran creatividad culinaria. El restó estaba más sólido que nunca. Esa noche el salón estaba a pleno. Vale caminaba entre las mesas como pez en el agua. El agua… otra vez el agua. Recibía clientes, y segura de sí misma, recomendaba platos nuevos a los comensales más antiguos que la cono- cían y confiaban en su buen gusto. Se acercó a recibir un pequeño grupo de nuevos clientes y casi sin querer, se topó con los ojos más lindos que alguna vez hubiera visto. Se paralizó. Al instante, reaccionó diciendo, “Buenas noches, soy Valeria, permítanme ubicarlos”. Volvió a su lugar detrás de la barra, uno de sus emple- ados se acercó para pedirle la carta y atender a la mesa que ella recién había ubicado. Pero Vale sentenció “dejá que los atiendo yo”. Se acercó lentamente a la mesa, su corazón embra- vecido latía alocado, ofreció las cartas a los comensa- les. Esos ojos hermosos la miraron y escuchó: “Hola, soy Daniela. ¿Qué me recomendás si quiero cenar rico y liviano? ” Y el aire, otra vez el aire, le llenó los pulmones. La pupa se resquebrajó y una hermosa mariposa terminó la noche compartiendo un delicado chardonnay con la mujer que borró sus pesadillas para siempre. Grasso, Karina L. Maestra de Grado Esc. Nº 2 DE 21º Las trincheras 2 ° PREMIO 1 ° PREMIO

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Page 1: CONCURSO DE CUENTOS CORTOSudacapital.org/files/cuentoscortos.pdf · Siempre había pensado que era como el patito feo de la escuela secundaria y hoy en los encuentros del re-cuerdo

- ¿Es la primera vez que te pasa? - preguntó una vozlejos suyo.

- No - sentenció con tensa calma - pero nunca así.Estaba realmente asustada, en sus 40 años era la pri-

mera vez que se sentía tan vulnerable. No tenía motivos re-ales para sentirse ni tan ansiosa ni mucho menos podíapensar que podría llegar a tener miedo. Casi era difícil decreer.

Justo en este momento de su vida Valeria se sentíaplena. Siempre había pensado que era como el patito feode la escuela secundaria y hoy en los encuentros del re-cuerdo veía que se mantenía siempre igual, lo cual la hacíalucir ciertamente mejor en relación al resto. La comodidadque con los años había logrado tener con su cuerpo, ledaban una seguridad personal que la había invitado a am-pliar su paleta de colores tanto para elegir guardarropascomo para el make up que siempre había tratado de man-tener “natural”.

Consolidada en su profesión, el nombre de su restó ga-naba un lugar cada vez más ascendente en la lista de losnombres que más resonaban en el circuito culinario de laciudad.

Ni miedo ni ansiedad al menos a la vista.

Las pesadillas eran cíclicas, es decir, iban y venían porperíodos y nunca duraban más de dos o tres meses. Se re-petían con una frecuencia de tres o cuatro a la semana.

No recordaba haber tenido sueños feos, ni de pequeña.Desde el comienzo de los ciclos, siempre era lo mismo. Elagua o el aire… o la falta de él…

De repente advertí que todos los sueños tenían que vercon el aire.. o la falta de él....

Claro! Sí! Eso era, se sentía ahogada. Muchas nocheshabía experimentado la sensación, en extremo placentera,de estar rodeada de agua, nadando en cálidas aguas, en mo-mentos apacibles quizás en clara referencia a la seguridaduterina (diría su terapeuta). Otras sentía el viento contra sucara, en un planeo lento y despistado que le permitía dis-frutar de un paisaje aéreo casi de caricatura, Y de repentesobreviene el despertar con desesperado acompañado dela vívida sensación de falta de aire, de ahogo inminente…y reconocía, con asombro y dolor, que eran sus propiasmanos las que rodeaban su cuello como queriendo ayudaral aire a pasar a través de su laringe.

Lo extraño era que le gustaba nadar y, paradójicamente,elegía siempre el avión como medio de transporte por esoargumentaba, incesante, rebuscadas explicaciones o cone-xiones que estuvieran ligadas a la hermosa sensación pla-centera y no ponía al despertar ahogado en el foco de suanálisis.

Y si de análisis se trata, este lo llevaría a terapia, de esoestaba segura.

Se reunían todos los miércoles a las 19 para cocinarjuntas y cenar temprano. Valeria, Violeta y Laura transita-ban la vida juntas desde el jardín de infantes donde com-partieron sus primeras Barbies y se peleaban por ver quiénvestía al Ken más lindo. La secundaria las encontró com-partiendo delineadores, sombras y los brillos labiales consabor a uva, los preferidos de Valeria que ya tenía preferen-cias por los aromas y sabores intensos.

La guerra devoraba a los hombres nu-triendo a la muerte, la muerte, nutría al in-fierno.

En el campo de batalla, se sembraba la másbrutal de todas las miserias humanas y se co-sechaba junto a los cadáveres, el horror de losvivos y sus tormentos.

Y entre aquella tierra herida y aquel cieloperdido, los cuervos bendecían las armas y almismo tiempo que se producía ese morbosorito, demonios se amalgamaban en el bronce yen el acero.

Aún más bajo, entre los túneles y las zan-jas, los guerreros mataban y sobrevivían mo-mento a momento.

El frío congelaba sus cuerpos, el terror susespíritus. Sus cañones repetían una y otra vezlos mismos gritos, otros, les contestaban conatroces bramidos.

Irónicamente, vivía la esperanza de paz enlos corazones, de algunos de aquellos matones

que protagonizaban la batalla, avivando elfuego de las metrallas.

- ¿Volveremos a casa?- No compañero, jamás volveremos, siem-

pre estaremos aquí.Amenguada la guerra, uno de ellos regresó

a su hogar, con destrozo en su cuerpo y condestrozos en su mente. El otro quedó en unatumba cavada por esa absurda suerte, y sunombre fue grabado en el mármol oscuro delos ausentes.

Pero ambos se siguen viendo en repetidaspesadillas soñadas por ellos mismos, en ellasestán allí, en esas trincheras frías y húmedas,empuñando las armas, viviendo la muerte, es-cuchando los mismos ruidos...

- Te lo he dicho compañero, jamás volve-remos, siempre estaremos aquí.

Padula Hermosi, RodolfoMEP Técnica 35 DE 6°

Entidad Propietaria: Unión Docentes Argentinos, Seccional Capital, Pringles 50/54, Ciudad Autónoma de Buenos Aires 4981-7723 / 4982 - 0657 Directora: María Elena Conzón Registro de la Propiedad Intelectual: Nº 5167193 Publicación cuatrimestral de distribución gratuita Tirada 10.000 ejemplares

CONCURSO DE CUENTOS CORTOS

U n cuento es una pequeña incisión en el tiempo que permite profundizar en una sen-sación, una idea, un sueño. Renuncia a lo accesorio y, como un escarpelo, se hundeen las entrañas de la emoción o del sentimiento. El cuento no admite digresiones,

es un mecanismo de relojería donde cada palabra es imprescindible. No puede faltar ni so-brar. Sus letras viajan por los más inverosímiles senderos de la imaginación que se encien-den y se apagan jugando pasajes de vida plena, nos lleva hasta las puertas de la mismamuerte, a tranquilas acuarelas de amores contrariados, nos devuelve la sonrisa en la simplezade un niño, se transforman en fantasmas, mariposas y duendes.

CATEGORÍA ADOLESCENTES / ADULTOS

Las aguas de ValeriaSi de intensidad se trata, así podría definirse lo que co-

menzó a gestarse en su estómago cuando conoció a Ma-nuel, un compañero del hermano de Viole que hizo temblarel suelo bajo sus pies.

Ya para el momento de la universidad, cada una teníadefinida la profesión por la que querían perder noches desueño. Laura quería ser arquitecta, Viole iba a estudiar fo-tografía y Vale quería ser chef. Esta diversificación de in-tereses abrió los caminos de las dos amigas fortaleciendolo que unos meses atrás había nacido con Manuel.

Los miércoles eran intocables. Los miércoles yla terapia.

Días tras días se hicieron meses. Mes tras mes se hi-cieron años. Dentro de esos años hubo viajes, casamiento,hijos, amigos, más viajes, trabajos en relación a la creaciónen la cocina.

Por años los ciclos de pesadillas parecían haberdesaparecido, pero luego arremetían en una dolorosasensación que se repetía por varias noches hasta quesin más, volvían al reposo latente esperando agaza-pados a volver a los sueños.

Poco a poco, Valeria fue cambiando su visión sobreManuel. De aquel hombre que le había hecho temblar elmundo ya nada quedaba o nada veía.

De algo estaba segura, Vale para Manuel, era una se-midiosa absolutamente digna de veneración. De algúnmodo o de otro, él siempre se las arreglaba para hacerlesaber que su amor era infinito. Un regalo, una frase, unmensaje… siempre algo a pesar del paso de los años. Ellalo admiraba muchísimo, lo amaba, ya no sentía el piso vi-brar bajo sus pies pero estaba segura del amor.

Poco después del último aniversario, celebraron 10años en su restó donde estaban los amigos de siempre, co-menzó el ciclo de pesadillas más cruel, más aguerrido, másarrollador. El período que esta vez sí le dio miedo, y elmiedo comenzó a dar paso a la ansiedad por buscar el ori-gen de esa sensación casi maligna.

Como todo, como siempre, la cena con Laura y Violetaera el primer paso para abrir lo que le estaba pasando. Sólofaltaban dos días y ya lo decía Lebón “El tiempo es veloz”así Vale esperaría con el anhelo de que el tiempo pase másrápido de lo habitual.

La cena estaba riquísima, no fue realmente lo que teníaganas de comer pero las tres la elogiaron. Pero esta vez algohabía cambiado. a pesar de sentirse en casa, las palabrasparecían agolparse en su garganta pero ninguna pudo llegara la superficie, no pudo comentarles nada a ellas, sus ami-gas casi hermanas. No se sentía conforme con nada hastaque la incomodidad la hizo irse más temprano de lo acos-tumbrado.

Manejando hacia su casa, comenzó a pensar, a repasarmentalmente la cena y sin darse cuenta, comenzó a pen-sarse a sí misma. Casi en blanco pero por inercia recorrióel trayecto. Sus pensamientos no interferían con sus movi-mientos de autómata y estacionó. Llegó a su cuarto, saludóa Manuel, se desvistió y retiró su maquillaje casi obede-ciendo a un ritual nocturno.

Ya entre las sábanas y sin saber por qué, rechazó elabrazo que Manuel le ofrecía. No era la primera vez, esoya lo había notado antes. Se dispuso a dormir de hechologró el sueño profundo rápidamente.

Comenzó a soñar quizás el sueño más vívido de los úl-timos 10 años. Imágenes fugaces de alto contenido erótico,

su cuerpo casi al desnudo, bellos erizados, calor, parecía unasituación veraniega, su cuerpo… ¿su cuerpo? De repente,revueltos de agua de mar, bracear para alcanzar la superficie,tal cual como sus palabras que no lo lograron, la desespera-ción… el ahogo.

Se despertó turbada y lloró. Amarga y silenciosamente.Esta vez accedió al abrazo que su compañero le ofrecía, yla sensación fue fraterna, de protección, de tranquilidad.

Toda la comodidad y plenitud que otrora había sentido,hoy se habían esfumado.

Se sentó en el sofá, y como hacía mucho tiempo que nohacía, tomó un almohadón y lo colocó en su falda, a modode escudo como pretendiendo que ese objeto, la proteja delos embates de su terapeuta.

La sencilla pregunta “Bueno Vale, ¿cómo estás?” la de-sarmó por completo. Estertores de llanto le impedían hablar,apenas comenzaba a balbucear, la angustia se empeñaba endemostrar que aún seguía allí.

De a poquito comenzó a relajarse, a dejarse fluir y laspalabras comenzaron a salir. De a poco, brotaron como encuentagotas al minuto se habían convertido en una cataratade palabras que aliviaban su garganta.

Nuevamente la analogía del agua.Se oyó a sí misma frases como “sin red, sin paracaídas”. Nuevamente la asociación con el aire.Salió del consultorio con varios interrogantes sobre los

cuales pensar o pensarse. Creyendo haber corrido un velopudo ver lo que tantas veces negó en sueños. ¿Qué hacer apartir de allí? ¿Se encerraría en un capullo? ¿Quizá se vol-viera mariposa? ¿Atravesaría el proceso del ave fénix?

Los días posteriores transcurrieron sin sobresaltos. Lacasa y los hijos con sus arbitrariedades. Manu, un divino, ledaba muchísimo espacio para que elabore este proceso tanpersonal. Los miércoles eran su día favorito, donde exorci-zaba este nefasto y errático período de sueños bellísimosque terminaban en trágicos ahogos. Nada parecía cambiar.El restó paradójicamente estaba ofreciendo una nueva va-riedad de platos que los comensales disfrutaban con muypocas críticas negativas. Pero las había.

Cierta tarde sintió sus emociones a flor de piel. Todo lellegaba de manera diferente, su fragilidad estaba llevada alextremo. Caminando entre las mesas del local, un escalofríole recorrió la espalda al sentir, casi a modo de insight, queamaba a Manu pero de un modo diferente, a su loca maneralo amaba como el primer día pero ya no lo como par de vida.Ese amor había mutado en un sentimiento más fraterno peropermanecía ahí.

No de modo casual, esa noche fue agotadora. En elsueño la playa, el sol y su cuerpo eran fuente de exacerbadoplacer y puerta de entrada a la sensación de ahogo que estavez a pesar de estar ya despierta, parecía obstinada en nodejarla sola.

Sentada en la cama, tomó la meditada decisión de res-pirar. La primer bocanada de aire le supo a metal, a arcilla,seca pero fresca. Plausible de ser maleada y de crear conella lo que le diera la gana. El capullo se cerró y la pupaentró en franca ebullición en su interior. Se estaba creando…perdón re-creando a mi misma en cada bocanada.

Y, sin demora, en ese instante, puso de pie, caminóhasta el espejo, se miró con pausada atención y se dijo a símisma: tengo que dejarme ser.

Esos meses siguientes, no hubo momentos fáciles. Ha-blar con Manuel e intentar explicarle que a su loco modo loamaba pero que ya no quería seguir atada a él, fue durísimo.

Posteriormente, muchas de sus batallas interiores la de-jaron total y completamente extenuada. Batallas personalesen las que nada ni nadie podían tener intervención. Parabien o para mal.

Por eso decidió estar completamente, en el sentido másliteral, sola.

Sola de sexo, sola de caricias, sola de pareja, sola debesos, sola de soledad.

Egoísta cien por ciento, nada mejor que eso para sa-berse ella.

Las elecciones más banales se tornaban desafíos: detomar… vino o cerveza?, vacaciones… playa de mar o derío?, montañas era buena elección? Pero carajo!!

¡Cuánto le costó saber que le gusta la cerveza roja y laplaya de río!

Le costó, y mucho, aprender que de vez en cuando legusta decir que no y que hay ocasiones en las que le gustaestar sola, despeinada y disfrutándose. Le costó aprenderque su raíz no cambió, solo la desinencia de sus relacionesdio un giro de 180 grados.

Todos los días miércoles exorcizó sus miedos, con ellas,que estaban firmes al pie de un cañón que sirvió a veces deataque y a veces de defensa. Pero estaban allí sosteniéndola,conteniendo esa implosión que la obligó a reconstruirse.

La energía estaba puesta en el trabajo. Pedidos, prove-edores, nuevos platos, la dejaban extenuada. Las pesadillashabían cesado. Por momentos Valeria lo atribuyó al gratifi-cante cansancio del día o tal vez no tenían la suficientefuerza como para alterar su sueño al punto de despertarla.

El año y medio de su soledad la alcanzó rápidamente.Vale atravesaba un período de gran creatividad culinaria. Elrestó estaba más sólido que nunca.

Esa noche el salón estaba a pleno. Vale caminaba entrelas mesas como pez en el agua.

El agua… otra vez el agua.Recibía clientes, y segura de sí misma, recomendaba

platos nuevos a los comensales más antiguos que la cono-cían y confiaban en su buen gusto.

Se acercó a recibir un pequeño grupo de nuevos clientesy casi sin querer, se topó con los ojos más lindos que algunavez hubiera visto. Se paralizó.

Al instante, reaccionó diciendo, “Buenas noches, soyValeria, permítanme ubicarlos”.

Volvió a su lugar detrás de la barra, uno de sus emple-ados se acercó para pedirle la carta y atender a la mesa queella recién había ubicado. Pero Vale sentenció “dejá que losatiendo yo”.

Se acercó lentamente a la mesa, su corazón embra-vecido latía alocado, ofreció las cartas a los comensa-les. Esos ojos hermosos la miraron y escuchó: “Hola,soy Daniela. ¿Qué me recomendás si quiero cenar ricoy liviano? ”

Y el aire, otra vez el aire, le llenó los pulmones. La pupase resquebrajó y una hermosa mariposa terminó la nochecompartiendo un delicado chardonnay con la mujer queborró sus pesadillas para siempre.

Grasso, Karina L. Maestra de Grado Esc. Nº 2 DE 21º

Las trincheras2°PREMIO

1°PREMIO

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MENCIONES ESPECIALES

2

60 años al servicio de la educación. ¡Ayer, hoy y siempre!

Esa tarde del 27 de junio de 1977, Augusto Blas Pascal com-prendió que todavía era posible ser feliz, cuando con una breve ca-rrera por el borde del terraplén, como un gato se colgaba de lapuerta de ese último vagón de carga. Al introducirse en él, despuésde tirar la mochila en su interior, sintió que era libre. Se acostó sobreel piso de madera, estaba sucio pero no le importó. Apoyado sobresus codos y con la cabeza afuera espiaba esas casas bajas, los cardosque crecían junto a las vías y el edificio de la fábrica Alba que enel barrio de Pompeya empequeñecía rápidamente. Respiraba conplacer como si nunca hubiera sufrido un ataque de asma.

Todos los días, apenas sonaba el timbre con el que terminaba elúltimo recreo de la tarde, cruzaba el patio grande, el salón comedory el patio trasero y por una puertita que había en este último, salíaa un playón de maniobras del ferrocarril Belgrano que estaba detrásde la escuela. Caminaba unos doscientos metros, evitando piedras,basura y botellas rotas y se sentaba sobre unos cajones a un costadode la vía a esperar el paso del tren de las 15 y 35, formado por unavieja locomotora diesel con tres vagones, como esos que los nazisutilizaban en sus campos de concentración. Desde chico le habíanatraído los trenes y por eso lo había impactado tanto una películaque había visto en el Club Unidos de Pompeya: “El emperador delNorte”, en la que un vagabundo interpretado por Lee Marvin, sesubía a un tren de carga y el jefe ferroviario (un recio Ernest Borg-nine), intentaba bajarlo por la fuerza. Fue la última vez que vio cineen el club ya que los muchachos que organizaban las funciones, undía desaparecieron y la actividad se interrumpió.

Augusto Blas Pascal, descubrió que sus paseos, si bien mitiga-ban la sensación de asfixia que sentía en el colegio, comenzaban agenerarle la obsesión por subirse al trencito. Con el correr de losdías, se fue convenciendo que era fácil, la formación marchaba muydespacio antes de cruzar el puente de la avenida Centenera, lo cualle permitiría saltar y alejarse por la inmensidad de la Pampa Hú-meda. Así fue como se decidió. Guardó en una vieja mochila ropade abrigo, algunas latas, una brújula, un cuchillo de monte, ropa deabrigo, un mapa de la provincia de Buenos Aires, el inhalador, losantialérgicos y una bolsa de dormir. Calculó el peso, no habría di-ficultades.

La tarde del 27 de junio de 1977, a las 15 y 15, Augusto BlasPascal se sacó el guardapolvo, la corbata y el saco, guardó todo cui-dadosamente en su armario, realizó el camino de todos los días yse paró al lado de la vía. El trencito no llevaba personal a la vista,salvo el maquinista, un viejito de anteojos que miraba siempre haciadelante y que parecía que iba dormitando. Un ferroviario, al bordede la jubilación nunca sería un problema y por consecuencia nohabía riesgos de encontrarse con un duro y violento Ernest Borg-nine. Se agazapó y cuando el trencito pasó, corrió como Lee Marvinen “El Emperador del Norte”.

Con un andar cansino y siempre sobre el terraplén, el tren atravesóVilla Lugano. En la estación, de típico estilo inglés, pelotones de sol-dados armados de fusiles FAL y perros enormes, vigilaban los pocospasajeros que esperaban sobre el andén. Su madre, una católica de

misa y comunión dominical, había trabajado como maestraen una escuelita cercana. Viuda desde muy joven, era unamujer severa, que lo había inscripto en el Normal MarianoAcosta y después, cuando terminó el magisterio lo obligó aseguir el profesorado de matemáticas. Con rabia arrojó el in-halador contra una pila de durmientes.

Primera paradaSiempre con el mismo ritmo de marcha, fue atravesando

estaciones vigiladas por soldados y rodeadas por casitasbajas, muchas a medio terminar. Así llegó a GonzálezCatán, dónde había estado algunos años atrás, en una épocaen que viajaban miles de obreros que hacia la capital, a fá-bricas que ya no existían. El trencito se detuvo como a unoscien metros después de pasar por la estación. Como habíacerrado la puerta del vagón, espiaba a través de una rendijaque dejaban dos tablas convenientemente separadas en la pared ypor la cual había arrojado los antialérgicos unos kilómetros antes.Escuchó gritos y ruidos de autos o camionetas, alrededor de la má-quina o en el primer vagón. Trató de ver que pasaba pero no pudoy no se animó a abrir la puerta. Doña Teresa, su suegra, siempre ledecía que no era una época para la curiosidad o el asombro y queno había que escuchar, ni hablar, ni ver. Un escalofrío lo atravesó,al imaginarse el diálogo de la vieja con Mirta. Te dije, quién sabecon quien se rajó ese sinvergüenza. Era mejor el Cholo que estu-diaba derecho y no ese maestro. Mamá, también es profesor de ma-temáticas. Mejor que haya desaparecido. Te ha hecho llevar unavida miserable, encima un asmático que fuma como un murciélago,fanático de San Lorenzo, que los domingos desaparece y vos que-das siempre sola con los chicos. Pero mamá, después de la jornadacompleta, va a la nocturna y además tiene diez horas de cátedra.Seguro que debe haberse ido con una maestra, con alguna de esasputitas. Se imaginó la cara de Mirta, pálida como la harina, quedesde el casamiento había engordado más de diez kilos. Cada vezle costaba más hacer el amor con ella, si estaba durmiendo, tratabade no hacer ruido para que no se despertara, si se acostaba primerofingía que estaba profundamente dormido. Por unos instantes sintióun poco de pena.

Segunda paradaEl tren reanudó su marcha y fue saliendo del gran Buenos Aires.

Ahora en las estaciones había peones rurales de bombacha y alpar-gatas que esperaban algún tren de pasajeros que tal vez los llevaraa alguna parte. Atravesó Marcos Paz, otras estaciones y apeaderosy llegó a Lobos. Se veían viejas casonas de estilo italiano y algunostractores.

Enseguida que la formación se detuvo, volvió a escuchar losmismos ruidos que en González Catán, pero más cerca, como a laaltura del siguiente vagón. El déspota del Director no soportabaruido alguno, ¿qué cara pondría al enterarse que le faltaba un ma-estro? ¿Cómo le explicaría al inspector? Este tendría que informara la inspección general y ésta al Secretario de Educación que eraun brigadier. Y los comentarios de sus colegas, viste te dije que eramuy extraño, seguro que andaba en algo raro, es un zurdo demierda. Marisa estaría asombrada, un tipo tan formal, tan ordenado.Pedro desplegaría toda su envidia, por alguien que con valor sehabía escapado de esa cárcel escolar, donde estaba encerrado ochohoras. Ya no firmaría siniestras circulares, ni leería las cartillas en-viadas por el Ministerio que alertaban sobre el accionar de las ban-das de delincuentes terroristas escondidas en la docencia. Y todopor un sueldo miserable y congelado. De nuevo el trencito se pusoen marcha y continuó atravesando estaciones. Hasta que llegó a Vi-llars. De donde estaba alcanzaba a ver la playa de maniobras, loslavaderos de jaulas, y un depósito con locomotoras abandonadas.Todo estaba lleno de yuyos y rieles herrumbrados. Miró el mapa,aquí se abrían dos ramales, o podía ir para Pergamino o seguir haciaNavarro. No se preocupó demasiado, anochecía y estaba muy can-sado. Colocó el enorme cuchillo de monte al alcance de la mano,se metió en la bolsa de dormir y enseguida se durmió.

Cuando el suave sol del fin del otoño lo despertó, se dio cuentaque no había soñado, pero no le importó, ya nadie soñaba en el país.El campo se extendía monótono como su vida, aquí un ranchito yotro allá, siempre rodeados de árboles y vacas pastando. El tren se-guía atravesando estaciones, en las que ahora hombres de traje yanteojos oscuros se cuadraban marcialmente a su paso. Pero eso nole llamó la atención porque se había acostumbrado a verlos en laciudad como parte del paisaje urbano, aunque una semana atrás loshabía visto desesperarse, cuando un grupo de mujeres con pañuelosen la cabeza, desplegó en la tribuna más alta del gasómetro, quemiraba a la avenida La Plata, un cartel reclamando por sus hijos de-saparecidos. Posiblemente era por la cara que tenía el presidente deSan Lorenzo, el coronel Francisco de Baldrich, o por las de Aram-buru y Primatesta que miraban al nuncio Pio Laghi o por las deasombro de las 40.000 personas, que ese 20 de junio de 1977 par-ticipaban del acto de clausura de las asambleas de la AsociaciónCatólica Argentina, de la cual él era un miembro activo.

Tercera paradaCon una formidable pitada, el tren comenzó a frenar, las ruedas

chillaban como si nunca se fueran a detener. Aunque el sol del me-diodía lo encandilaba veía el cartel que decía Navarro.

Escuchaba ladridos de perros y gritos. En medio de una granpolvareda, los hombres de traje y anteojos oscuros sacaban chicasy muchachos de los vagones del trencito y a culatazos trataban desubirlos a un enorme camión frigorífico estacionado al final delandén. Abrió la puerta que miraba hacia el campo, saltó y comenzóa correr. Sería fácil alejarse en medio de la confusión y llegar hastaese tanque con su manga, donde un grupo de obreros cargaba aguaen un camión hidrante. Detrás había una tupida arboleda, desdedonde podía ganar el campo y hacerse perdiz. Encontraría trabajoen alguna estancia, andaría a caballo, arreando ganado, dormiríabajo la luz de las estrellas, juntaría un poco de dinero y seguiríaviajando en trenes de carga por todo el país. Al fin sería libre.

Un tremendo golpe en la espalda lo hizo girar como una veletay mientras la vida se le escapaba por una terrible herida, AugustoBlas Pascal como buen matemático, observó que las agujas del relojde la estación, formaban un perfecto ángulo recto al indicar las docedel mediodía.

El viejo maquinista, se acercó al cadáver que estaba boca abajoy mientras abría la escopeta para volver a cargarla, con la punteradel borceguí lo dio vuelta. Era otro vago que pretendía burlarse deél, viajando gratis. Aunque nunca se había sentido tan humillado,como cuando una noche, con todo el abnegado y patriótico personalferroviario del Belgrano, había concurrido al Club Unidos de Pom-peya a ver “El Emperador del Norte”. Los padecimientos de ErnestBorgnine por culpa de Lee Marvin, le habían provocado tal ataquede presión que por varios días no pudo volver a su amado ferroca-rril. Cuando se repuso, y con su locomotora, como único testigo,juró que no permitiría a ningún vagabundo, subir a su tren.

Copa Leban, Paola RominaMaestra de Grado - Esc Nº 22 DE 18º

Hacía un año que Artemio se le había mar-chado la negrita. Se quedó solo con los cuatrocríos: Maurito todavía colgado de la teta. Decíque el Laucha le había regalado la casilla; va re-galado no, bien que se la cobraba con changastodos los meses.

“Casilla”, un contenedor que apareció una ma-drugada misteriosamente al costado de la villa.Muchos decían que había llegado preñado deelectrodomésticos, otros que contenía pirotecniay, los más osados, lo llenaban de marihuana. Locierto es que el Laucha se proclamó dueño delcontenedor, lo vació mágicamente y se lo alquilóal desafortunado Artemio.

Junto a sus hijos se encargó de transformarloen una casita, calando sus paredes como si fuerauna caja de zapatos. Lo pintaron de azul y amari-llo y Brian, el mayor, le puso un cartel en elfrente: “Mi casa”.

Y se las había tenido que arreglar. Salía alamanecer con los cuatro pibes.

Artemio a la obra, el Lorito a cartonear y elresto con Mauro a cuestas, a golpear la indiferen-cia de los otros.

Después cuando el día se diluía y se teñía decolor café con leche, regresaban hermanados,igualados por la indigencia que los había parido.

Y se instaló el primer invierno. La brisa heladatransformaba las caritas en máscaras extrañas. Ar-temio tenía que dejar a veces en la casilla al gurí,por el frío ¿viste?, en las manos de nadie, a la de-riva de esos días que jamás amanecían. La nocheanterior le decía a ña Leonor, como en una sú-plica: - Si le queda a tiro míremelo, doña, queDios la bendiga.

Y no me olvido más, fue para julio, se habíacorrido la voz de que iban a desalojar el barrio;si hasta hicieron marchas y quemaron gomaspara protestar. Artemio parecía vivir en otra di-mensión. Dejaba todavía el rancho de noche yse reencontraba, a la noche, con la estrechezde su mesa y aquel olor a fruta vieja que casi

había aprendido a amar.Hasta ese frío quince de julio

cuando llegó más temprano y enlugar donde había estado la villa, unaire procaz jugaba con las cenizasdel escombro.

-¡La topadora nos barrió, Arte-mio!- lo anotició El Clavo.

-¡La puta que es fulero ser pobre!-le comentó el compadre con su tona-dita cordobesa y añadió: -¡La tuya nola pudieron bajar che, la engancharoncon la grúa y la tiraron adónde des-carga la Manliba!.

Artemio no pensó, no escuchó más; miró losojos de sus hijos que se escurrían en un llantonegro; las manos queridas ya peladas y callosasy corrió hacia el foso maloliente. No soltó unalágrima. Agrio. Duro. Extrañamente malo, tragóla saliva ardiente y se tragó el dolor.

Los pibes se le pegaron detrás, igual que siem-

pre. Se colgaron de él como se trepaban al tilofuerte y le llorisquearon al oido: -¡Pa… papi…papito… ¿ y el Mauro?

Arguelles, BeatrizProfesora - ET 35 DE 18°

El contenedor

El Emperador del Norte

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Cuando era niña, durante el verano, visitabaa mi abuelo Félix que vivía en el campo; porlas noches era infaltable la fogata de las histo-rias “de miedo”, espeluznantes desde los pelosde la cabeza hasta los pies.

Cada noche, como si fuera un ritual, misprimos y yo nos sentábamos ansiosos alrededordel fuego que encendía nuestros rostros comofaroles en la oscuridad, para escuchar atenta-mente cada detalle de la horripilante historiaque nos acechaba cuando nos íbamos a dormirtemblando del miedo.

Indudablemente mi relato favorito es el quevoy a contarles tal como mi abuelo lo hizo:

Juanse y Lucas eran muy amigos, vivían enun pueblito del norte argentino llamado “Inge-nio La Esperanza” porque allí estaba ubicadouno de los ingenios de caña de azúcar más im-portantes del país y se fabricaba el azúcar másblanca y refinada de todo el mundo.

Tenían como 13 o 14 años, cursaban el se-cundario juntos y por las tardes cuando salíande la escuela iban a jugar un “picadito” con los“changos” (muchachos) en la cancha que es-taba pasando el cañaveral.

Tenían que volver a sus casas antes del ano-checer porque el extenso camino de tierra quecruzaba por el cañaveral no tenía iluminación,la luz eléctrica sólo llegaba hasta el interior dela fábrica y estaba muy lejos.

Un día los amigos fueron a la cancha, comosiempre, dejaron las mochilas en el suelo, sesacaron el guardapolvo y rápidamente empeza-ron a jugar a la pelota, para ellos el mundo de-jaba de existir cada vez que jugaban el fútbol,Juanse era delantero jugaba como nadie, eraimparable cuando corría frente al arco del ad-versario y Lucas era defensor, a él no le gustabaperder y defendía cada pelota con su vida. Ha-bían apostado el albúm de figuritas casi com-pleto del mundial ‘78, que con tanto sacrificioambos habían logrado comprar con sus aho-rros; allí estaban guardados como un tesoro susídolos, los mejores jugadores de Argentina,había que ganar el partido. Pero, lamentable-mente esta vez les tocó perder por penales; losánimos estaban caldeados, empezaron a pele-arse y a culparse entre ellos, Lucas enojado seabalanzo sobre Juanse y le pegó un puñetazoen la cara, su cuerpo cayó como un tronco pe-sado sobre el pedregal y un hilo rojo de sangresalía de su nariz, algunos de sus compañerosde equipo sujetaron a Lucas y otros corrieron aayudar a Juanse.

- “Ya está, hasta acá llegó nuestra amistad,no quiero volver a verte nunca más” - gritóLucas y salió corriendo como alma que lleva eldiablo en medio del cañaveral.

Juanse se incorporó, se limpió la cara conla camiseta y agarró sus cosas para correr de-trás de su amigo.

Ya estaba oscuro, el anochecer era inevita-ble, casi no se veía, la luz de la luna llena ape-nas dibujaba siluetas tenues en el aire. Lucascaminaba vociferando maldiciones; las filosashojas de las cañas cortaban su piel sin piedadpero él no sentía nada más que la furia que ali-mentaba su dolido ego.

Pasa un tiempo hasta que se da cuenta queestá perdido, ése no era el camino, estaba entrelas cañas y ya era de noche, está solo. Su ca-beza empieza a recordarle las historias que secontaban de ese lugar y en ese momento sienteque un escalofrío le corre por la espalda.

Nunca volvía solo a casa y menos a esahora, eran las nueve de la noche, “tal vez no

tendría que haberme enojado con Juanse” -pensó- de repente tiene la sensación de que al-guien lo está siguiendo, se detiene, mira haciatodos lados, -”nada, no es nada”- se repite envoz baja y continúa.

Unos minutos después siente cómo si al-guien le sujetara la camiseta desde atrás, sequeda petrificado, esta vez no se anima a mirar,con la voz entrecortada, pregunta -¿Eres túJuanse? - “Ya te dije que no quiero volver averte”- nadie responde. Una ola de coraje salede su interior y Lucas grita “ a mi no me van aasustar, yo no creo en esos cuentos de fantas-mas y almitas en pena que andan sueltos en elcañaveral”- y continúa con su marcha.

De pronto, un chirrido ensordecedor lo so-bresalta, su corazón late con fuerza y muy rá-pido; las cañas se retuercen como si un tornadointentara tragarlas; ese sonido infernal seacerca cada vez más y Lucas, por primera vezen su vida siente mucho miedo. Se le eriza lapiel, no puede parar de temblar, un sudor fríocorre por su pálida frente, quiere salir corriendopero su cuerpo no obedece sus deseos. Cierralos ojos y siente que una mano fría sujeta lasuya arrastrándolo como si fuera una hoja depapel; tardó en reaccionar pero luchaba, inútil-mente, para librarse de aquello que hacía girarsu cuerpo como una marioneta entre las cañas.Los gritos del joven sonaban como eco en eldesolado cañaveral.

Lucas siente un frío que le congela hasta elalma y un olor nauseabundo que le produce ar-cadas; asustado hasta la última célula de sucuerpo, abre los ojos y ve a esa espectral cria-tura de ojos hundidos que lo mira fijamente yflota en el aire, sus muñecas tienen grilletes delque cuelgan pesadas cadenas, tiene la fuerza demil demonios.

Nuevamente comienza a arrastrarlo entrelas cañas como si fuera un muñeco de trapo, elchirrido insoportable no se detenía nunca, eldolor hacía mella en cada parte de su ser, lascadenas galopaban en el suelo y se confundíancon las enormes piedras que magullaban la es-palda de Lucas. Ya no tenía fuerzas, quería es-capar con el viento pero, de a poquito se ibaapagando la chispa que iluminaba su corazón.Ya no sentía nada, su cuerpo ya no era suyo, lohabía abandonado.

La luna ni se inmutó ante aquel macabro su-ceso, seguía allí, brillante y más redonda quenunca, como si nada hubiera sucedido.

Juanse llegó a la casa de Lucas agitado detanto correr, su mamá le dijo que él aun nohabía llegado. Preocupados, salieron a bus-carlo, preguntaron en todas las casas aledañasy nadie lo había visto.

Lucas nunca apareció; los vecinos comentanque se lo llevó el alma en pena de Jacinto que nopuede encontrar descanso tras su muerte porquemurió atropellado por un camión cañero y quedóatrapado entre este mundo y el otro.

Ovejero, Norma BeatrizMaestra de Sección - E. I. Nº 12 DE 5º

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60 años al servicio de la educación. ¡Ayer, hoy y siempre!

Desperté sobresaltado por un timbre que no pa-raba de sonar. Como despertador no tengo, debíatratarse de una persona empeñada en saber si habíaalguien en casa. Atendí.

-Buen día. Estamos hablando con los vecinosacerca del sufrimiento del hombre… -relataba unavoz-.¿Le gustaría leer algo al respecto?

Corté la comunicación de inmediato. Que undesconocido me sugiera leer es una ofensa paramis ojos, aunque seguramente en unos días volve-ría a escuchar esa invitación. Con gente así siemprese sabe.

Me preparé un café con leche y mientras untabamermelada sobre una rebanada de pan encendí micomputadora, puse algo de música, me conecté ainternet, dejé bajando el último álbum de The Le-gendary Pink Dotsal mismo tiempo que consultabami casilla de mails para finalmente acceder a unared social no muy popular.

Un minuto después, lo que leí me dejó estupe-facto: la escritora Jacqueline de Molina comuni-caba a sus seguidores, entre los que me contabadevotamente, que en quince días saldría a la ventasu próxima novela. Pero la turbación que sufría nose debía a su nuevo libro, sino a que no publicaríanunca más. Así lo anunciaba.

Quedé petrificado. Había leído todos los libros de Jacqueline y

había llegado a conocer tan bien su manera de es-cribir que estaba convencido, incluso, que ese noera su verdadero nombre. Había visto sus obras deteatro y la admiración que sentía me había llevadoa buscar sin cesar (y a encontrar) su único libro depoesías, Lo inhallable(1998), del que había hechoimprimir cien ejemplares en el taller gráfico de unamigo que ya no existía. El taller no existía. Elamigo se había ido a vivir a la isla de Sylt, lugardel que nunca había escuchado noticias pero queseguramente quedaba muy lejos.

Por un instante logré recomponerme y le enviéun mensaje. Le pregunté por qué ya no escribiríamás. No era habitual que los escritores un buen díadecidieran llamarse a silencio sin importarles nadade sus fieles lectores. Menos aún era que una jovenescritora con un futuro promisorio abandonara sú-bitamente el glamoroso mundo de las letras.

Podía suponer que algún problema mental lahubiese llevado a tomar tamaña decisión. En lasfotos siempre se la veía muy bien, aunque eso noera garantía de nada. A muchas estrellas del jet setse las ve espléndidas y en la intimidad no puedendespegarse de la botella de ginebra. Había escrito-res no muy equilibrados, incluso algunos abste-mios.

Respondió al instante, por lo que mi sorpresafue doble. Primero, la celeridad y segundo, ¿quéhacía Jacqueline despierta a las ocho de la mañanade un domingo?

Algo raro estaba sucediendo. Ella no quería es-cribirme acerca de su decisión, pero en mi casillahabía ingresado un mail suyo donde me indicaba ellugar y una hora para encontrarnos ese día.¿Por quéquería hablar conmigo, uno de sus tantos lectores?¿A qué debía ese honor? ¿Qué misterio se ocultabadetrás de todo esto?

El sitio era un bar misérrimo ubicado en unacalle sin salida. Uno de los tantos bares mínimosen un otrora próspero barrio porteño. O sea que siera necesario huir estaba atrapado. Porque ahora,extrañamente, había empezado a sentir miedo. Es-taba nervioso y creía que mi vida ya estaba en pe-ligro. Y lo que era peor: mientras caminabaescuchando sólo el ruido de mis pasos, tenía esaextraña sensación de ser observado por unas treintapalomas.

Eran las tres de la tarde y no había ningúncliente en el local. Ni siquiera alguien a quien pe-dirle algo para comer. Me saqué el piloto, enfiléhacia una mesa junto a la ventana y esperé. Trans-piraba copiosamente. Había salido de mi hogarbajo una lluvia torrencial, pero al bajar del tren elsol brillaba en todo su esplendor y la temperaturasería de unos 29 grados en ascenso.

Dos moscas se empecinaban en posarse sobremi mano. Los ventiladores de techo estaban dete-nidos y el sudor caía por mi frente. A lo lejos es-cuché una voz que se disculpaba. Al fin, un mozoapareció y pude hacerle el pedido. Se oyó el pitidode una sirena.

Algo se había movido a mis espaldas. Apenasintenté darme vuelta una voz de mujer me dijo:

-No se lo aconsejo. Lo he citado pero no le dijeque nos veríamos. Mantenga la calma y beba tran-quilo lo que le están trayendo.

Esto no me estaba sucediendo a mí. No. Yo eraun simple empleado estatal bajo licencia psiquiá-trica, sí, pero que podía advertir una amenaza aúnen las situaciones más inverosímiles. Hijo único deun famoso podólogo y de una bella partera, unalma que no estaba acostumbrada al misterio.Había leído a Chandler y Hammett pero nada más,a lo sumo me había quedado la certeza de que yono era ni Philip Marloweni Sam Spade. Aunque megustaban las rubias. Y Jacqueline era morocha.

Esto era diferente. Cuando creía poder concre-tar el sueño de conocer a una escritora, ahora es-cucharía sólo una voz. Sabía que ese es uno de lossecretos de la literatura, precisamente. Pero esa eraotra historia.

-Primero quiero saber por qué me ha contac-tado a mí,¡¿a quién se le ocurre?! –dije elevandoel volumen, como para mostrar algo de rudeza ode cobardía.

-Tengo identificado a cada uno de los que mesiguen en las redes sociales y en mi sitio web, aun-que tengan seudónimo –dijo la voz-. No soy tanidiota. Sé quién es usted, lo he investigado, obvia-mente. Le sorprendería saber cuán rápido he ave-riguado a qué se dedica.

De pronto no sentía calor. Estaba temblando,pero trataba de mantener la calma. Esto no era unchiste y se lo dije:

-Jacqueline, esto no es un chiste.-No dije que lo fuera. No estoy jugando. La li-

teratura es una cosa seria, pero ser escritora es unacondena.

-Vamos, no se haga la mártir usted también…¿Puedo saber por qué me eligió a mí?

-¿Quién dijo que fue elegido? No sea zonzo.Usted es peor que nosotros, piensa que porque leede vez en cuando es un privilegiado. Estupideces.Dedíquese a hacer algo útil y verá la diferencia.

-No sé qué decirle, pero suena razonable.-Por supuesto: es la verdad.-No entiendo nada.-Necesito que me haga un favor. –dijo, después

de una pausa.-¿Qué tipo de favor?-Estoy en peligro –sentenció-. Me están pa-

sando cosas raras… he empezado a dudar de todo.–Su voz ahora no se escuchaba tan firme-. Creoque me estoy volviendo loca.

-¿Su vida está en peligro? Usted es una escri-tora renombrada… -alcancé a decir. Y algo de-mente, empecé a pensar, pero no se lo dije.

-Boludeces. Estoy amenazada. Cambié de do-micilio. No ha sido fácil. Económicamente estoyen la ruina. ¿Y todo para qué? Nada cambió. Lasamenazas han continuado, ahora también de ma-drugada.

-El crimen no descansa,¿qué le dijeron?-No puedo darle ningún dato, sería preocuparlo

demasiado. Y además… tengo miedo. Sé que ustedme admira… aunque ese es su problema. Necesitoque haga algo.

-¿Qué cosa?-Que guarde un secreto. Hay un armario en el

colegio donde doy clases, que utilizo para dejarapuntes, carpetas. Ahora voy a darle la llave. Allíconservo algunas cosas que… sería muy molestoque llegaran a manos de X.

Sólo escuchar ese apellido me erizó la piel.Esto era el límite.

-Jacqueline, tengo una familia, hijos… -empecéa enumerar.

-No trate de mentirme. Sus hijos ya son gran-des, están haciendo la suya y ganando mucho di-nero. Y su mujer lo dejó por un poderosoempresario que le va a pagar las siliconas, entreotras cosas. No tiene a nadie, está más sólo que unperro. No tiene nada que perder –me fustigó cruel-mente Jacqueline. Todo eso era cierto.- Aquí ledejo la llave. Cuente hasta treinta y tómela. Algúndía me lo va a agradecer.

El tostado se había enfriado y el pan estabahecho una piedra. Ya no tenía ganas de comer.Sentí unos dedos que deslizaban una tenue cariciaen mi mejilla. Conté sólo hasta quince pero aldarme vuelta no vi a nadie.

Junto a la llave estaba la dirección del colegio.Dejé el dinero sobre la mesa, no sé cuánto y salícorriendo. La calle estaba vacía.

Al día siguiente temprano llegué a la escuela ytrabajosamente pude convencer a la directora demi necesidad de retirar algo del armario de Jacque-line. No recuerdo ya qué excusa ni qué parentescoinventé, pero me hicieron dejar mis datos persona-les. No me importó. Bajo la mirada escrutadora dela secretaria, abrí el armario. Encontré un cupónde 2x1 para el cine ya vencido y un sobre volumi-noso. Me fui tratando de disimular mi apuro.

Al llegar a la esquina rompí el envoltorio. Con-tenía un ejemplar de El fantasma de una escritora,de Jacqueline de Molina. Era su último libro, deinminente aparición. Me lo había autografiado de-dicándome unas sensibles palabras.

Estaba aturdido, atrapado dentro de una bromasutil, inteligente, hecha por una mujer que habíajugado con mis sentimientos más elementales. Otramás. Regresé a mi hogar. Cuando me conecté a in-ternet me enteré que Jacqueline estaba promocio-nando su última novela de una manera pocoortodoxa.

Sonreí. Me había derrotado.

Sosa, Ricardo OmarProfesor - Colegio N° 7 DE 3°

Admiración El Cañaveral

Las gotas de paciencia chocan contra elfrío ventanal de dolor, como pequeños aulli-dos consumiéndose en la llama. Puertas quese abren y cierran a las huellas de un pasadoolvidado, mientras tenues sombras rodean elpresente. Las marcas ¿son solo eso?

Todo parece ser demasiado y nada pa-rece ser poco.

Límites se funden, se deforman. Losrayos se apoderan del momento, mil coloresen el cielo, aromas que retornan y actuali-zan recuerdos. Las ruinas, los restos. Peda-citos de vida enjaulados en algún rincón dela mente.

El humo tranquiliza y asfixia. Burbujasde aire acarician el sudor de una noche es-tancada. Las luces no dejan ver, las pupilasdilatadas intentan comprender más allá delo visible. Lo absurdo comienza a nacer,

carcajadas de miedo acompañan esa angus-tia infinita. Las manos se deslizan por uncuerpo sin dueño.

Pensar para entender que a veces, esmejor no hacerlo.

Detrás del silencio, una batalla. Estallael tiempo. Los músculos se aflojan y la san-gre recorre pasillos vacíos. El sonido de lamuerte aprovecha el descuido. La tensiónaumenta, las venas se hinchan y los párpa-dos caen, rendidos.

Nubes de melancolía emergen de unpaís sin mundo. Llueve en el espacio, todose hunde en un mar de lágrimas y es tristedespertar sin haber dormido.

Podgorni, KarinaM. Ed. TecnológicaEsc. N° 22 DE 18°

Cenagal

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60 años al servicio de la educación. ¡Ayer, hoy y siempre!

Cuentan que, hace muchos siglos, un barco na-vegaba en un día tranquilo. Su tripulación no ha-blaba, concentrada en extraer de las aguas cientosde tesoros, que muy pronto inundarían la nave deriquezas.

El mar estaba calmo, el cielo despejado, y gran-des nubes adornaban el horizonte. De las corrientesprofundas emergían islas con cuantiosas historias.

Isla de la Tortuga, bastión de piratas. Jamaica ysu capital Port Royal, centro de diversión con susnumerosas cantinas y alcohol. La Española y PuertoRico, con dominio de colonias españolas.

Un mágico escenario, el Mar Caribe. Benito deBoas Real, con treinta y cinco años de edad, sehabía convertido en un pirata experimentado y re-conocido por los corsarios y por sus victorias mari-nas, pero también por sus códigos. Rodrigo Lauroera el segundo al mando del Maravilla, su navío,además de ser su amigo de confianza.

“El Jefe”, como lo llamaban a Benito, tenía casitodo: su barco, dinero, tesoros, hazañas, mujeres,pero se sentía solo. Le faltaba el amor.

En uno de sus viajes hacia Jamaica, viviría unagran historia, impensada para él. Los viajes habíansido muchos en el último tiempo, para aprovisio-narse bien, conseguir los mejores cañones, renovarlas armas que iban evolucionando y también repararla embarcación. Como no podía ser menos, tambiénincluían diversión en cada puerto.

Como le faltaban varios días de navegación, de-cidieron hacer una parada en La Española. El des-tino era Puerto Príncipe, una aldea rica habitada porcomerciantes. Era aquí donde vivía el gobernador.No obstante, la región circundante era absoluta-mente pobre. Se traficaba cuero, que en la regiónera abundante, y Benito pensó en llevar esta mer-cadería hacia Port Royal para ganar dinero extra.Antes de llegar a la capital del lugar, había quepasar cerca de un islote. Cuando transitaban esasaguas, les pareció ver gente sobre unas rocas del pe-ñasco. Les extrañó porque era una zona deshabi-tada, además muy escarpada: era imposible llegarahí. Detuvieron el navío; pidió el catalejo para ob-servar bien; no fuera cosa que algunos estuvieranescondiendo un tesoro, según pensaba.

La sorpresa fue grande. ¡Era una mujer! En re-alidad eran dos, cuyo torso desnudo apoyaban sobreunas piedras y la parte inferior dentro del agua. Vol-vió a enfocar el catalejo y allí estaban: no era unailusión óptica. Tenían el cabello muy largo, que caíasobre sus pechos como un manto.

—Rodrigo, no puedo creer esto, por favor miratú —pidió Benito sorprendido.

—Son dos señoras, pero…. ¿Qué hacen en eselugar? —preguntó Rodrigo.

—No lo sé, es extraño por el sitio ¿Cómo llega-ron si no hay ninguna barcaza? —murmuró condudas Benito, y ordenó—: bajen un bote. Dos hom-bres conmigo.

Ya sobre el agua, comenzaron a remar mientrasel capitán no dejaba de observar: era un misterio.Se escuchaban voces; parecían cantos, pero no en-tendían lo que decían. De pronto, como por arte demagia, desaparecieron. Se aproximaron bastante,pero el oleaje que golpeaba sobre las rocas hacíapeligroso acercarse más. Bogaron en forma paralelaa la costa, ida y vuelta, pero ya no vieron nada.

Estaban tan sorprendidos como intrigados. Es-peraron unos minutos, quietos, contemplando ellugar, y nada. Regresaron al barco para continuar elviaje. Una vez a bordo relataron lo sucedido y reto-maron su curso. Llegaron a la pequeña ciudad y apie hasta la aldea, donde en carretas transportaronlos cueros que iban a llevar.

Al otro día, apenas el sol asomó en el horizonte,soltaron amarras y comenzaron a viajar. Pero en Be-nito había una duda existencial con lo visto a la ida.Esas mujeres, o lo que fueran, le dejaron una granintriga que quería develar.

Habiendo hecho un tramo corto, le ordenó a Ro-drigo que detuviese el barco y bajara un bote, el máspequeño. Le contó sobre la idea de ir al mismo lugar,pero esta vez lo haría solo. Remó tranquilo hacia elislote y observó minuciosamente el lugar. El mar es-taba calmo, por lo que pudo llegar hasta el acantilado.No se veía a nadie. En cuestión de segundos escuchóuna voz. Parecía una suave canción, pero no entendíaporque el idioma o las palabras eran totalmente des-conocidos.

Miró a su alrededor: no encontró nada. Dejandoguiarse por su sentido de audición, se dirigió a unasenormes rocas que emergían del agua. La sorpresafue descomunal; detrás de estas y sobre unas pie-dras había una hermosa dama.

Largos cabellos ondulados, negros, que se desliza-ban hasta su cintura, una carita angelical con ojos colormiel. Dos extensos mechones acariciaban los pequeñospechos, ya que tenía el torso totalmente desnudo. Suvoz era muy dulce, y su sonrisa resultaba encantadora.El hombre quedó tieso; aquel que tenía mil batallas su-cumbía ante una belleza deslumbrante. Cuando pudorecobrar el aliento, la contempló toda, y grande fue susorpresa. De la cintura para abajo, su cuerpo era el deun pez. Una sirena.

—¿Quién eres? —preguntó sorprendido Benito.Lo observó y solo le respondió con la sonrisa de

sus ojos. Y siguió arrullando una flor entre susmanos, con palabras que él no entendía.

—¡Válgame Dios! Criatura, por favor dime¿Cómo te llamas? —decía Benito.

Ella, con su mirada tierna lo miró fijo y luegole respondió:

—Eso no puedo decírtelo; llámame con unnombre que elijas. ¿Y tú quién eres?

—Me llamo Benito, nací en España y soy piratapor elección.

—Ah, pirata… —reflexionó—. Pero veo en tumirada a un hombre bueno.

—¡Lo soy, sin dudas! Pero… ¿eres real? —Me estás viendo, no soy un espejismo. —La

dama acarició el rostro del varón.

—Es que… pensé que solo eran un mito. —No lo somos. Este es mi hogar, el mar, los

océanos, las profundidades, pero también las islasdeshabitadas donde cantamos y nos secamos al sol—señaló la sirena.

—Eres lo más bonito que he visto. Te bautizoStella Maris; si me lo permites.

—Si a ti te gusta, a mí también. Pero debo irmeahora.

—¡Espera! ¿Cómo te encuentro? ¿Te volveré aver? —interrogó ansioso el humano.

—Es posible. Solo llámame por el nombre;donde estés, yo escucharé tu voz. Pero nunca debesrevelar lo que hablamos; si no, nunca más nos ve-remos.

Y en ese instante se sumergió y poco a poco fuedesapareciendo. Benito la siguió con la mirada hastaque no pudo ver. Pero su vista siguió por un momentoperdida en el agua. Llevó su mano derecha al pechoporque había sentido una rara sensación: le había rotoel corazón.

Regresó al Maravilla y, estando en cubierta, antelas preguntas solo respondió que no había vistonada extraño. Continuaron su marcha para Jamaica,donde entregaría su cargamento.

Port Royal era una ciudad grande y el puertocon mayor tráfico de las colonias británicas. Tal erala riqueza que se encontraba en la ciudad que todaslas transacciones se hacían con moneda en lugar deutilizar el trueque. La vida en la ciudad cambió conel tiempo, y los piratas ya no fueron necesarios paradefender la ciudad. El tráfico de esclavos tomómayor importancia, y Jamaica comenzó a adoptarmedidas contra la piratería. Tornó lo que hasta en-tonces había sido un paraíso para los corsarios enun lugar común para su ejecución.

Rodrigo y su capitán, en salvaguarda de su tri-pulación y del propio, partieron hacia el continente.Santa Marta sería el nuevo rumbo. Pero el Jefe ten-dría un cambio en su destino.

Habían pasado unos meses, y Benito no podíaolvidar aquel encuentro sobrenatural con la sirena.Un día, estando en Cartagena de Indias con el Ma-ravilla amarrado en la Bahía de las Ánimas y conparte de la tripulación en tierra, Benito pidió un ca-ballo y se dirigió por la costa hacia la zona dondese encontraba la Isla de Manzanillo, en ese mo-mento sin población. Amarró el corcel a un árbol,se dirigió por la arena hacia unos acantilados queterminaban en el mar con rocas grandes. Se sentóen una de estas y pronunció el nombre con quehabía bautizado a aquella criatura. Lo hizo reitera-das veces, pero nadie respondió.

Esperó por el término de una hora, fumó variospuros; nada pasó. En un momento de angustia y de-sesperación, comenzó a gritar:

—¡Stella! ¡Stella Maris! ¡Stella Mariiiiisssssss!El sonido retumbó en las pequeñas cuevas for-

madas por la erosión del viento y del mar. Esperócompungido sin respuesta; así que gritó variasveces, cada una más fuerte de la otra hasta quedarsecasi sin voz. Se llevó las manos a la cara e irrumpió

en llanto. Pero de pronto una voz le susurró el oído.Fue como una suave caricia.

—¿Por qué lloras? —preguntó una voz demujer—. ¿Cuál es tu pena, mi señor?

Él bajó sus brazos y levantó su cabeza, que mi-raba al suelo. En su rostro había lágrimas y comorío se extendían por su cuello. Grande fue la sor-presa cuando vio aquel rostro a unos metros suyos.Era nada más y nada menos que la ninfa que habíavisto aquel día.

La mirada le cambió al instante, sintió cómo elaire puro llenaba su alma.

—¡Stella Maris! ¡Estás aquí! —exclamó Benitoemocionado—. Desde esa mañana en que te vi, nohe dejado de pensar en ti. Habría cambiado todosmis tesoros por verte.

—Eso es mucho. ¿Tanto significo para ti? —¿Tanto? Significas el amor que nunca sentí.

Tuve muchas mujeres, pero nunca un amor. —¿Te has enamorado de una criatura como yo?

Somos de mundos distintos.—No. El mundo es el mismo, estamos los dos

acá. Por ti lo dejaría todo.—Mi señor, ¿dejarías tu barco, tus conquistas,

tus riquezas por mí? —He realizado mis sueños, pero de nada sirven

sin un amor. Ese amor eres tú, mi señora.Una lágrima se deslizó por el rostro de la bella

ninfa, ante la atónita mirada de Benito y, al caersobre el mar, el color turquesa del agua cambió arojo intenso a su alrededor.

—¿Por qué lloras, Stella Maris? —preguntó Be-nito.

—Porque tú también eres mi amor, pero yo nopuedo vivir fuera del agua. Además nadie más detu mundo puede verme, pues moriría —contestómelancólica—. Puedo hacer que vengas conmigo,pero jamás regresarías a tu mundo en tierra.

Benito se internó en el agua; cuando estuvofrente a la enamorada sirena, esta tomó su caracon las suaves manos, lo miró fijo por un instante,cerró sus ojos y lo besó tiernamente en la boca.Él sintió como si la sangre le hirviera; un torrentede lava iba por sus venas. Una rara sensación seapoderaba de sus piernas.

Ella estrechó fuerte su mano con la del hombre, sesumergieron y de a poco se perdieron en la profundi-dad.

Inútilmente esperaron en el Maravilla. Encon-traron el corcel sin jinete. Buscaron al Jefe portodos lados. Pero no apareció. Registraron metropor metro de tierra y mar. Después de dos días par-tieron sin rumbo fijo al mando de Rodrigo, el nuevocapitán.

Cuenta la leyenda que Benito nunca apareció,que se vio alguna vez a dos sirenas, en realidad unasirena mujer y otra con aspecto varonil nadando yjugando en aguas abiertas, como un par de delfines.Y se escuchó una canción de amor.

Baodoino, Andrés M.MEP ET 19 DE 1°

El insoportable calor de aquel diciembre no sehacía esperar, y la parada de colectivo, como siempreestaba repleta, e identificar los mil internos de unamisma línea de ómnibus era toda una hazaña. Lascaras que allí se encontraban eran, después de todo,familiares en su gran mayoría, pues como la suya,todas las mañanas a la misma hora peleaban por uncolectivo. Pero a pesar de esa familiaridad cotidiana,y quizás cumpliendo con una de las primeras reglasde las grandes ciudades, la presencia de aquellas per-sonas conocidas, al menos de vista, no le interesabaen absoluto; cultivando así, esa especie de egoísmourbano, y que al parecer era endémico.

Alfredo Niro, con tremenda irresponsabilidadque asombraría a propios y extraños, se escurre entreautos y camiones, sumando una serie de empujones,para lograr ascender a su colectivo. Una vez arriba,se dio cuenta que comenzaba a incrementar quizásen el orden número treinta, la lista de pasajeros queya excedían la capacidad máxima del transporte. Enesas circunstancias obtener un asiento era comoacertar un número en el azar, por lo que ocurría, consuerte, una vez al año.

En ocasiones se preguntaba si el conductor delcolectivo, en verdad no era una especie de extrate-rrestre, no solo por la múltiples tarea que al mismotiempo efectuaba, como conducir, cobrar, dar el bo-leto, abrir y cerrar puertas o en ocasiones atenderalgún requerimiento turísticos del algún pasajero queno tiene idea en donde tenía que bajar; sino tambiénpor la forma de manejar. Si en verdad era de otro pla-neta, evidentemente su misión tenía mucho que vercon el análisis de nuestros niveles de resistencias psí-quicas y físicas.

Todos los que apretujados estaba allí, tenían susmentes en otros lugares, como tratando de escapar.Solo parecían regresar de su nirvana a la hora de des-cender.

Por simple acto instintivo miró por la ventanilla,no sin poco esfuerzo, y advirtió que efectivamentesu parada estaba solo a dos cuadras, por lo que sumisión era llegar al timbre de la puerta trasera. Eraen esos momentos que toda su cultura colectivera se

hacían valer, pues debía llegar a pesar de toda lagente que se interponía entre su deseo y la realidad.Pero con gran destreza, producto que solo da la ex-periencia, llegó por fin al timbre con una cuadra deanticipación. Igualmente su esfuerzo fue inútil. Elcolectivero lo observó por el espejo retrovisor concara de resignación, lo que significaba que el avisofue demasiado tarde, por lo que se detendrá reciénen la próxima parada, tan solo siete cuadras de allí.

Luego de caminar unas diez cuadras, y con uncansancio indisimulable, llegó a su trabajo. Entró aledificio y ya el hall oprimió el botón del ascensor,que inmediatamente abrió sus puertas. Espero, yacon poca paciencia, a que descendiera la última delas persona para posteriormente ascender y marcarel quinto piso, pero no hubo respuesta. Repitió laoperación sin ningún tipo de reacción por parte delelevador. Con absoluto fastidio y maldiciendo el ne-fasto día, golpeó, pateó e insultó al tablero de con-trol, cuando de pronto las puertas de cerraron y elascensor comenzó a subir.

Pasaron los pisos uno, dos, tres, pasó el cuarto yse aprestó a bajar en el quinto; pasó el quinto, elsexto, el séptimo, pasó el octavo, el noveno, pasó eldécimo, el décimo primero y se detuvo en el décimosegundo. Ni siquiera buscó una explicación, bajó ycaminó los siete pisos que se había pasado.

Abrió la puerta de su oficina, sin que nadie sepercatara de ello. Los seis individuos que allí traba-jaban, para él no era otra cosa que eso: individuos.

Claudio Roldán y Roberto Petra se los podía definircomo dos personas totalmente entregadas, con sus canasa cuestas, solo esperaban que el año termine pronto yasí poder acceder a los beneficios de una jubilación pri-vada. Aunque en el fondo Alfredo sabía que esto les traíaa ambos una sensación agridulce; por un lado no másresponsabilidades; por el otro la desgracia de un salariomás ajustado, y el tener que estar todos los días en sushogares. Ellos no disfrutaban mucho de las reunionesfamiliares con hijos, nietos, yernos, nueras y quien sabecuántos más.

A los dos, en sus gestos, se les leía la improntadel deber cumplido, pero tan solo eso: el deber cum-plido y nada más.

Por su parte María Clara Aguirre, casada y contres hijos, lejos estaba de amar lo que hacía. Su ma-rido era un cuentapropista que alternaba buenas y

malas, y lejos estaba de dar una seguridad suficiente,por lo que el trabajo de ella era imprescindible parala economía familiar. De la casa al trabajo y del tra-bajo a la casa, y toda una carga de frustración, queya hacia un buen tiempo que la había vencido total-mente.

En cambio Osvaldo Panuzca, quizás el más des-tacado del grupo, de no ser por esa tristemente céle-bre manía de querer sobresalir a cualquier precio. Enocasiones narrando varias veces las mismas historiasy anécdotas, repitiendo sin darse cuenta los mismoshechos y circunstancias. Además no dejaba de relu-cir su intacto poder de seducción y conquista concualquier mujer que quisiera, vendiendo a cada ins-tante una imagen ganadora de un típico Don Juan;tal vez, para ocultar la herida que le causaba su es-posa que lo engañaba con un visitador médico, y delo que muy a pesar suyo, todos estaban demasiadoenterados.

Después estaba Julia Tarzo, una mujer joven, reciénsalida de la adolescencia, que complementaba muybien su simpatía con su excelente parecido; pero quemaldecía en cuanta oportunidad tenía a la suerte que lehabía tocado en esta vida. Es que en el amor, según elladecía, el destino se había empeñado en darle la espalda.La verdad es que Julia desde hacia ya dos largos años,mantenía una relación amorosa y complicada con Fe-derico Hotamendy, un hombre casi diez años mayorque ella, de excelente porte y una muy buena posicióneconómica, que además de esta casado con Irma y detener tres hijos, ya le había dicho hasta el cansancio, ydesde un primer momento, que jamás formalizaría conella, pues a pesar de la pasión y el extraños sentimientoque sentía pues nunca dejaría a su familia. Esto Juliano podía, o quizás en verdad, no quería entenderlo, jus-tificando así el odio a su suerte.

Todas estas vidas complicadas, agobiadas y grises,habían provocado en Alfredo, el más joven de aquellaoscura oficina, una profunda sensación de repulsión,frustración y desesperanza. Colmado de ver y vivir entantos fracasos juntos, decidió abandonar el lugar. Bajóvertiginosamente las escaleras, y una vez en la calle, solose hecho a andar, sin pensar, sin más.

Sólo fueron un par de preguntas que una y otravez rondaban en su cabeza: ¿Tendría razón de sertantos sacrificios?. ¿Valdría la pena invertir tanto es-fuerzo?. ¿Merecería la vida tanta entrega?. En defi-

nitiva, ¿Existe un motivo para que la vida sea vi-vida?.

Todas aquellas preguntas, y quien sabe cuantasmás, no pararon de estar presente toda la tarde, ymientras ya hacía un buen tiempo que caminaba,había perdido la cuenta de la distancia transitada.

Totalmente deprimido y decepcionado de suexistir, sin poder ver una luz en el horizonte, sinpoder ver una salida, Alfredo Niro creyó que seríamomento de ponerle punto final a una vida absurday sin sentido. Decían que los que la vida se quitabaneran cobarde por no atreverse a dar el pecho a las di-ficultades, pero él en cuestión de segundos diagramóuna teoría, para justificar su decisión, su teoría.

En realidad suicidarse en estas circunstancias eraun acto de valentía, según él, pues tenía el valor de darsecuenta que una vida inútil no merecía ser vivida, y conel valor de afrontar esa verdad, quitarse la vida era unacto de sublime sinceridad, un acto tan valeroso comoel de aceptar una derrota, sin la hipócrita vergüenza devivir vencido.

Fueran muchas las formas en que pensó llevar acabo lo decidido. Sentado en un banco de la plazaesperaba seleccionar la manera más adecuada, la queno le ocasione dolor, quería que fuera rápido y con-tundente. Pero por un instante una armonía lo desa-nimó de aquellos pensamientos. La bella melodíaprovenía del interior de la Catedral, y pudo recono-cer rápidamente que se trataban de villancicos navi-deños. Inmóvil permaneció allí, disfrutando de losbellos cantos que poco a poco iban resfrecándole elalma. Después de un largo tiempo, Alfredo Niro seincorporó, seco su rostro y lentamente se dirigió a lahermosa Catedral de donde provenían los himnos.

Hoy, casi diez años después, y mientras escuchalos divinos acordes de un hermoso coro, no tiene lamenor duda que en verdad, lo ocurrido en aquellaoportunidad fue un milagro, una oportunidad deDios para darle sentido a su vida, pues cuando elcoro termine su delicioso repertorio, el Padre AlfredoNiro junto al Monseñor Juan Rivera, concelebraránla Misa de Gallo en la Catedral Nuestra Señora Vir-gen del Valle.

Gómez, Andrea SoledadMaestra de Sección - E.I. Nº 8 DE 4º

Matar a la muerte

Piratas

Page 5: CONCURSO DE CUENTOS CORTOSudacapital.org/files/cuentoscortos.pdf · Siempre había pensado que era como el patito feo de la escuela secundaria y hoy en los encuentros del re-cuerdo

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60 años al servicio de la educación. ¡Ayer, hoy y siempre!

Cuando uno cree que no habrá másoportunidades surge, sin que sepamosbien de dónde, un nuevo motivo para se-guir intentándolo. Vos bien sabés de quéte hablo, Pino, vos que tantas veces merescataste de las aguas cenagosas, apunto de ahogarme.

Como muchas veces en mis sueños,vuelve tu mano franca extendida al infi-nito, como perturbando la oscuridad quese cierne sobre mi rostro perplejo. Y otravez, la calma se abre paso en medio dela agitación de mi cuerpo y de mi alma.

Y ahí estás, como entonces, Pino,con tu sonrisa de niño y tus pantalonescortos, saltando la verja de tu casa parair a jugar a las bolitas, a la hora de lasiesta, bajo la sombra de los plátanosañosos.

A veces pienso en lo afortunados quefuimos al conocernos. Desde otro tiempovuelve la armonía que envuelve mi espí-ritu cuando te recuerdo y me recuerdo ennuestras travesías tempranas.

Como cascadas, se derraman sobremi pensamiento sorprendido esas imáge-nes eternas que me agitan y me tranqui-lizan a la vez, y te veo trepado a la copade los árboles, frente a la casa de tuabuela Dora, saltando como un mono, derama en rama, mientras yo, temeroso alas alturas, te grito desde el suelo, entrelas arvejillas violáceas.

Qué hubiera sido de mis tardes sin tucompañía en ese pueblo apartado y silen-cioso… Sin embargo, también recuerdoque, más tarde, tuve una mezcla de admi-ración y celos hacia vos. Quizás Merce-des, mi primer amor, tuvo mucho que vercon esos sentimientos tan contradictorios.

Como un personaje de cuentos vienehacia mí la redondez de ese rostro queme sonríe desde otras horas, y me acari-cia con sus espesas pestañas las mejillas.

Nunca te dije que amaba esa miradaazul y esos cabellos oscuros como las no-ches de nuestro pueblo. Quizás, porquepresentía que vos también la amabas…No hubiera podido soportar competir convos, Pino, que por entonces, eras y másalto y más valiente que yo. No hubierapodido confesarte que, por las noches,antes de dormirme, pensaba largamenteen su boca pequeña besando mi cara yque por las mañanas, ni bien me desper-taba, corría a mirar a través de la ventanade mi cuarto al otro lado de la calle, parasaber si su ventana ya estaba abierta.

Cuantos secretos, Pino, a pesar denuestra amistad…Tal vez, nunca presen-tiste mi amor por Mercedes, y más aun,quizás vos mismo nunca la amaste y eserival fue tan sólo una fantasía mía, unanecesidad de sentir que estaba amando aalguien a quien vos también amabas.

Las tardes de verano en el río me

traen hoy, después de tantos atardeceressin tu compañía, la alegría de saber quehubo otro tiempo, sin la prisa de mis ma-ñanas y mis atardeceres citadinos. No séporque se me vendrá toda la nostalgia degolpe cuando recuerdo nuestro pueblo,la quietud de esas siestas en que nos es-curríamos por las ventanas de nuestroscuartos y nos embarcábamos, por horas,en esa canoa que nos había construido tuabuelo. El río era nuestro amigo fiel quenos llevaba del otro lado del bosque, acu-nando en sus verdosas aguas nuestrossueños. Algunas tardes, cuando lograbaescaparse, Mercedes nos acompañaba ennuestras travesías y entonces éramos doshéroes persiguiendo piratas en maresdesconocidos.

Miro, ahora, mis manos y se dibujan,de repente, esas durezas que los remosde la canoa nos dejaban en aquellasmanos pequeñas, con sueños de cariciasque vendrían con los años, para calmarnuestra sed y aquietar nuestro espíritu.

Y luego, Buenos Aires, donde com-partíamos con Rogelio ese departamen-tito de un ambiente sobre la calle Junín,a unas cuadras de la facultad. No sinculpa me enamoré de este Buenos Airesciclotímico, dejando atrás mi amor pornuestro pueblo. Será porque somos tanparecidos, Buenos Aires y yo, que me fuiencariñando con estas calles inciertas,impredecibles, a veces caóticas…

Por aquellos días sentía que nos po-díamos llegar a comprender, más tardesupe que se puede amar sin comprender,y amé a esta ciudad indiferente, y mequedé, no sólo con el cuerpo, sino tam-bién con el alma, abrazando este ir yvenir a veces tan vacío, tan tedioso, tanasfixiante…Y es en esos momentoscuando me voy tan lejos como puedo, arespirar otros aires, para poder seguir es-tando sin estarlo y me refugio en esasimágenes pueblerinas, trepo a los árbolesque en verdad nunca me atreví a subir yte llamo, Pino, te llamo…Grito tu nom-bre que suena en mis oídos como el fluirde las verdosas aguas del río, que huelea arvejillas violáceas, que me trae la ca-ricia de las pestañas de Mercedes sobremis mejillas. Y grito hasta que siento quealguien me sacude…y es la mano blanday generosa de Mercedes, de la Mercedesde hoy, pronunciando mi nombre paratraerme a mi mañana de lunes, a mi ha-bitación de Buenos Aires, lejos de nues-tras siestas de aventuras y de mi otraMercedes, a la que hubiera seguidoamando eternamente si su voz, ahora yaalgo cansada y opaca, no me hubieraarrancado de mi sueño.

Baldi, Susana NoemíM.C. de Inglés - Esc N° 6 DE 6°

A Nacho le gustaba la velocidad, lo apasionaba. Pasó un coche,luego otro, aceleró su motito a fondo y cruzó justo el semáforo, que yase ha puesto en rojo, cruzó justo por delante de dos coches que avan-zaban por la otra calle que formaba el cruce. Nacho subió con su mo-tito a la vereda y, se detuvo justo frente a una casa con rejas en el frente,sacó el papelito que le habían dado con la dirección en la pizzería. Sí,había acertado, esa era la casa. Nacho había nacido y vivido toda suvida en la Paternal. Conocía todas las calles y casi todas las casas, almenos de vista. Tocó el timbre y se anunció: - Son el de la moto, traigoel pedido, son ciento diez pesos. Un señor salió, le pagó y recibió departe de acho el pedido, dos pizzas grandes, lo saludó: -Chau nene,suerte. Nacho se subió a la motito y emprendió el camino de vuelta ala pizzería. Estaba contento, el señor le había dado doce pesos de pro-pina. Bajó el visor del casco, había comenzado a garuar, era muy mo-lesta la garúa sobre la cara, pero también era molesta en el visor, teníaque pasarle la mano para secarlo cada tanto. Eso no impidió que lamotito cobrara velocidad, pasó un coche, luego el otro, cruzó un se-máforo en rojo, luego otro y finalmente llegó a la pizzería.

A unas diez cuadras de la pizzería trabajaba Dany, del otro lado dela plaza, era una de las primeras noches de invierno, hacía mucho frío.La humedad se apoderaba poco a poco del pequeño taller mecánico.Dany estaba preocupado, había poco trabajo, cada vez menos clientesllevaban sus coches para arreglar. Se había quedado más tiempo delacostumbrado, solo para esperar un cliente, quien, por otra parte, nuncallegó. Cacho, el dueño del taller, hacía cuentas y más cuentas. Pareceque los números no dan como esperaba, se le notaba en la cara. Cachodeja la lapicera, se levanta de la silla, toma su abrigo y mirándolo aDany le dice: - Dany suficiente por hoy, ya son casi las nueve, quizásmañana el tipo aparezca con el auto, por lo menos hubiera avisado-Agregó con un dejo de fastidio. Ambos acomodaron algunas herra-mientas y algunas motos viejas de algunos clientes a quienes se lasiban arreglando a cuenta gotas, a medida que les iban pagando. Ce-rrando la persiana: -Chau Cacho, nos vemos mañana. Cacho le dio unbeso en la mejilla y le dijo: -Chau Dany, te veo mañana.

Nacho siguió repartiendo hasta la hora de cierre de la pizzería, sibien era un viernes, no se quedaban hasta muy tarde. – Ta no es comoantes, Nacho-. Le comentaba Oscar, el dueño de la pizzería. Ya es horade cerrar.

Dany comió algo en su casa, no alcanzó a saludar a su mamá queya se había ido a trabajar, al turno nocturno como enfermera en el hos-pital Alvear. Se fue a dormir, bueno, al menos lo intentó, su cabecitadaba vueltas y vueltas sobre un mismo pensamiento: ¿Qué pasaría consu trabajo en el taller? ¿Y si no venían nuevos clientes? Una y otra vezintentó alejarse de esa idea que lo angustiaba profundamente, por mo-mentos lo lograba. Iba a ser una noche difícil para conciliar el sueño.

Nacho fue el penúltimo en irse de la pizzería, solo quedaban atrásel dueño, Oscar y; su hijo Miguel, ambos apagando las luces. Nachopuso en marcha su motito, encendió las luces, se colocó el casco y em-prendió su camino a casa. Vivía relativamente cerca, a unas ocho cua-dras, las que recorrió, como de costumbre, a toda velocidad. Una vezque llegó hasta la puerta de su casa, apagó el motor, se bajó de la motoy, se sacó el casco, se bajó de la moto y, se quitó el casco. Todas estasacciones transcurrían de forma excesivamente lenta en comparacióncon su recorrido a bordo de la motocicleta. Nacho saludó a su papá ya su mamá, estaban mirando televisión, les dio un beso a ambos. Suhermanita ya estaba durmiendo. Estaba cansado, pero no por la can-tidad de pedidos que tuvo que repartir, en verdad, desde hacía yatiempo, el trabajo había disminuido mucho. Su cansancio era un can-sancio más profundo, estaba agotado, pero agotado espiritualmente,era su pobre cabecita la que clamaba por un momento de sosiego, sesentía inquieto. Se fue a acostar, tampoco a él le fue fácil dormirse, lacabeza le daba vueltas. Comenzaba a hacerse preguntas tales como: -¿ Por qué todavía sigo repartiendo pizzas?¿Por qué no puedo conseguirun trabajo mejor?¿Y si dejo por un tiempo y empiezo la facultad?-.Nacho encendió la radio de su celular y trató de distraerse un poco.Las mismas preguntas lo acechaban una y otra vez.

La noche siguió avanzando, las nubes iban y venían sobre la Ciu-dad de Buenos Aires, hacía mucho, mucho frío en la calle. Estaba ven-toso, las copas de los árboles se movías lentamente, con una cadenciaparecida a quien acompaña con su cuerpo el ritmo de una canción aun-que con pocas ganas de moverse a bailar. Ya nadie caminaba por LaPaternal, era una noche gélida, pocos autos transitaban por sus calles.

Mientras tanto, nuestros amigos: Dany y Nacho, finalmente con-ciliaron el sueño, ambos sin saber el una del otro, tenían en común lacalidez de sus respectivos hogares, un lugar en donde encontrar reparo,un lugar donde siempre volver, volver para poder empezar, empezarun nuevo día de la mejor manera posible. La luna, en cuarto menguantese erguía sobre la Av. Juan B. Justo, de tanto en tanto, se escondía trasuna nube, como testigo mudo en las historias de nuestros amigos.

Un nuevo día comenzaba en La Paternal. Como todos los sábados,el taller donde trabajaba Dany cerraba al mediodía. Allí, estaba él, aco-modando las herramientas, ya estaban por irse. El cliente que tanto es-peraban ayer, tampoco apareció en la mañana. Cacho, estaba muyansioso, ya había hecho sus cálculos, en esas condiciones ya no podíasostener más el taller. Se levanta de su silla, próxima a su escritoriodonde siempre tenía algunos papeles medio desordenados: factura derepuestos viejas, copias de presupuestos que había hecho a algunosclientes y que usaba como anotador en el reverso. Baja el volumen dela radio y en un tono de voz como entre bajo y pausado le dice: - Mirá,ya no podemos seguir así, llevamos más de tres meses en los que ape-nas puedo pagar las cuentas, voy a tener que cerrar-. Dany, estaba sen-tado en el piso, dejó unos cables enrollados y mirándolo a los ojos leresponde a Cacho: -¿Vas a cerrar el taller?. –Si, le responde, al menospor un tiempo, apenas vuelva a conseguir algún cliente te llamo paraque me des una mano, quedate tranquilo Dany, yo te voy a llamar.

-Terminaban de acomodar todo, Dany, apagó las luces, cacho cerróla persiana. Al golpear la persiana contra el piso, hizo un ruido másfuerte que de costumbre, al menos eso sintió Dany, un ruido seco yprofundo.

Ambos se saludaron, como de costumbre, cada uno, como todoslos días, tomó la dirección opuesta, caminando a sus respectivos ho-gares, cerca del taller.

Sin embargo, Dany no tenía muchas ganas de irse a su casa, estabamuy angustiado, no quería que su mamá, que hoy tenía todo el díalibre, lo viera con esa cara. No quería que se preocupara, ya tenía bas-tantes problemas con su trabajo. Luego de caminar tres cuadras, nodobló hacia la izquierda, siguió caminando por la Av. Juan B. Justo,era el comienzo de una tarde hermosa. Dobló a la izquierda en direc-ción hacia la Av. San Martín, pero no porque hasta allí pretendiera ir,en realidad, sólo quería ir, eso es, simplemente ir. El sol dejaba caersus rayos, ya en un ángulo bastante agudo, si bien no había una solanube en el cielo, hacía mucho frío, el viento también estaba presente,ya no quedaban hojas caídas para levantar por el aire pero si papeles,una abigarrada multitud de volantes de publicidad volaban por todoslados. De vez en cuando, algunos de ellos quedaban pegados en losparabrisas de los autos o de los colectivos que pasaban por la Avenida.A pesar del frío y el viento, había algo de gente caminando, algunossacaban a pasear a sus perros luego de almorzar y otros volvían parasu casa con la comida ya preparada y lista de algún local de comidas.Sólo Dany parecía ser el único que simplemente caminaba, el únicoque a esa hora y por ese lugar parecía caminar, y sin ningún destino enparticular.

La noche, una vez más volvió a ocupar el cielo de la Paternal, nues-tro amigo Nacho estaba mirando la televisión en su casa. Sus padresjusto habían salido a visitar a su tía en Haedo, seguramente se iban aquedar a comer allí y volverían tarde. Nacho no quiso iir – Mirá mamá,voy a ver si en un par de fines de semana más termino de juntar platapara arreglar la moto-, le había dicho a su madre. A sus padres no lesgustó mucho la respuesta pero sabían que era cierto. Nacho les decíala verdad, trabajaba duro para poder pagar sus gastos. Tampoco podíanolvidarse de que sin pedirle nada, él de vez en cuando colaboraba con

Caía la tarde llegando al barranco que conducía a lafrondosa selva amazónica. Allí, Fernando detenía len-tamente el motor de su camioneta, junto a Hilda sumujer, pareja de hace 25 años nada más y nada menos.Sonidos nuevos, extraños, algunos impensados paraestos dos aventureros que querían recorrer y conocer di-ferentes lugares que jamás habían transitado.

Dejaron en la camioneta casi todo, sólo cargaron lacámara de fotos, una botella de agua mineral, el repe-lente de mosquitos y echaron a andar. Adelante Fer-nando, llevando de la mano, como arrastrando a Hilda,que miraba cada espacio que pisaba y cada rama que sele cruzaba por delante de su cara. Anduvieron horas porallí, maravillados, dejando marcas en el camino para elmomento que emprendieran el regreso. De pronto unaimponente luz iluminó el sendero, el cielo y hasta losojos azules de Hilda.

Tras esa luz un gran trueno que ensordecía hasta lashormigas y a partir de allí una manada de aves que vo-laban en la misma dirección perdiéndose ente los nuba-rrones. Estrepitosamente comenzó a llover como quiénarroja baldes de agua por un balcón, era el momento deemprender el regreso para resguardar la cámara y evitarenfermase ya que la temperatura había bajado conside-rablemente.

Cuando Fernando e Hilda comenzaron a buscar lasmarcas que habían dejado, no podían encontrar ninguna,las copas de los árboles se agitaban de un lado hacia elotro, los frutos caían como granizo, no podían darsecuenta cuál era el norte, el sur, el este o el oeste, pordonde miraran … todo era igual… Se tomaron fuerte-mente del brazo y comenzaron a caminar a paso acele-rado, intentando mantener la serenidad y tratando derecordar el lugar por donde habían llegado hasta allí. El

paisaje era uno solo en los 360 grados a la redonda. Casi mareados decidieron cobijarse bajo un fron-

doso árbol y esperar a que la lluvia cesara. Abrazados,temblando de frío y desolación se daban fuerza mutua-mente mientras pensaban en sus 2 hijas que los espera-ban en el hotel, a las cuáles no podían avisarles quedemorarían en volver, ya que el teléfono celular habíaquedado descuidadamente en la camioneta.

Los segundos parecían minutos y los minutos,horas. Cada vez caía más agua, más ramas, más flores,más frutos.

La tierra se hundía y el barro envolvía las zapatillasde ambos. En medio de la tormenta Fernando le dijo asu mujer que se sentía en el fin del mundo, que debíanintentar llegar hasta la camioneta como fuera. Hilda llo-raba y sentía tanto miedo como él.

Con los labios apretados comenzaron a caminar encualquier dirección, desesperanzados. Fernando iba ade-lante, como siempre, sosteniendo de la mano a Hildahasta que una negra pared se apareció ante ellos y Fer-nando resbaló y cayó unos cuántos metros abajo.

Hilda pudo sostenerse de un arbusto pero no lograbaver a su marido en la oscuridad, solo escuchaba sus gri-tos pidiéndole que vaya en busca de ayuda y que no in-tentara bajar ya que el suelo era pantanoso y no se veíaabsolutamente nada.

En medio de la tormenta Hilda siguió caminando,temblando, muda, agarrándose de cada árbol, de cadaplanta.

Temía caerse como su marido, solo apretaba susmanos como rezando, pero la selva era impenetrable,desconocida, era como un alud que caía sobre ella. Todoera igual, ya no había caminos, no había destino. Sinfuerzas cayó al costado de un tronco y allí quedó por al-gunas horas.

Al despertar la lluvia había cesado pero el paisajeseguía siendo el mismo. Pequeños animalitos recorrían

sus piernas y brazos. Se levantó rápidamente y se losquitó de encima.

Empezó a gritar pidiendo ayuda. Se animó a comeralgunos frutos caídos en el suelo para saciar el hambrey juntar fuerzas para seguir caminando, pero nadie apa-recía, nadie respondía. Trepó a un árbol, lo más alto quepudo para mirar y reconocer algún lugar, pero todo erairreconocible.

Caminó horas sin llegar a ningún sitio y allí quedó,a la buena de Dios, con los ojos perdidos, esbozando pa-labras inentendibles.

Pasaron 48 horas hasta que un sonido similar al deun helicóptero la despertó. Comenzó a gritar. Se quitóla blusa roja y comenzó a agitarla para que se viera enmedio de la selva, pero el ruido se alejaba cada vez másde su sombra. En medio de las ramas filtraba un suaverayo de sol que la enceguecía pero le daba fuerzas paraseguir pidiendo auxilio mientras buscaba un espaciocon menos arboleda para que alguien la distinguieraentre la maleza.

Rato después empezó a escuchar nuevamente elmismo ruido, pero pensaba que era sólo su imaginacióno el deseo ferviente de ser hallada. Al percibir que elruido se acercaba a ella, comenzó a gritar nuevamentey a agitar su blusa roja.

Fue ahí cuando divisó sobre su cabeza un soñadohelicóptero que giraba sobre sí mismo intentando res-catarla. No podía hablar, con llanto y temblor quería afe-rrarse a él hasta que un hombre bajo por una escalerilla,la envolvió con una manta y la abrazó para tranquili-zarla.

Una vez arriba del helicóptero, como pudo se dio aentender y les transmitió que su esposo había quedadoen algún lugar se esa selva, en algún precipicio tal vez oen la boca de un río o quién sabe dónde.

De inmediato la trasladaron a la ciudad, cerca de sushijas que la buscaban a ella y a su papá desesperada-

mente. Cuando pudieron estabilizarla, en medio de unestado de shock, contó lo que pudo, sin recordar cómohabían llegado hasta allí.

Una patrulla junto a un lugareño, conocedor de lazona, fueron en busca de Fernando. Horas y horas cor-tando ramas y buscando a lo largo del barranco algúnrastro, sin encontrar nada.

Hilda esperaba con ansias que el amor de su vidaentrara por la puerta de la habitación y poder estrecharlocomo nunca, pero no fue posible. Apenas pudo hablarles pidió acompañarlos en una nueva búsqueda, que talvez algún indicio le apareciera para llegar hasta eselugar. Vivo o muerto quería besarlo una vez más.

Si bien ella no se encontraba en condiciones desubir a un helicóptero y revivir esa pesadilla, aceptaronel pedido desesperado y fueron en su búsqueda. Dieronvueltas y vueltas por diferentes sitios y cuando el luga-reño decidió volver porque caía la noche, Hilda le pare-ció escuchar la voz de Fernando que la llamaba una yotra vez. Les pidió por favor bajar allí y buscar, estabasegura que estaba cerca, lo sentía, lo palpitaba y no que-ría regresar sin él.

Nuevamente accedieron a su pedido y bajaron. Enmedio del silencio Hilda comenzó a gritar:

-Ahí está, ¡Lo encontré! ¡ Lo encontré! Sobre una roca, al costado del río estaba él o… lo

que quedaba de él, esperándola.Como pudieron fueron en su busca. Lo envolvieron

y lo subieron al helicóptero. Hilda lo abrazó y… aunquele recomendaron no descubrirlo porque su cuerpo no es-taba reconocible, ella palpó a través de la manta su bocay sobre ella apoyó sus labios y allí le dio el último beso.

El que los mantendría unidos hasta reencontrarsealgún día en el más allá.

Arnaiz, Miriam LilianaDirectora - Esc. Inf. N° 12 DE 19°

En medio de la tormenta

Desde lejos

Continúa en pág. 6

Una pizza cayó del cielo

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pequeñas cosas como: llevar pizza o empanadas algúnque otro sábado o viernes por la noche o, como llevarlea su hermanita algún jugo o postrecito, de esos que tantole gustan. Eran pequeñas cosas, pero grandes gestos dealguien como Nacho que daba casi todo lo que tenía porsu familia.

Nacho se da cuenta que se está haciendo tarde, mirala hora en su teléfono celular, se levanta del sillón y seva de su habitación. Se pone el abrigo polar, una bufandaen el cuello y una campera de cuero negra, va al patiodel costado de su casa donde a veces, cuando tiene ganasde entrarla, guarda la moto. Una vez que ya salió, baja lavereda, se sube, enciendo el motor, y acelera a toda ve-locidad rumbo a la pizzería, donde otra noche de trabajolo espera.

Mientras tanto nuestro amigo Dany, finalmente seencontraba de vuelta en su casa. Calculó el momentojusto en que se mamá saldría a hacer compras al super-mercado. -¿Dónde estás Dany?¿Te estoy esperando paracomes?- los mensajes se repetían en el celular de nuestroamigo, su mamá no paró de escribirle, estaba preocupadapor su demora injustificada, hasta que Dany juntó coraje,y, ocultando su angustia tomó el teléfono y le dijo: -Per-doname mamá que no te avisé pero los chicos me invi-taron a jugar un partido de futbol y me voy directo a lacancha-. Fue una mentira, por supuesto, nuestro amigo,como ya en parte sabemos estuvo casi toda la tarde ca-minando donde lo habíamos dejado, siguió unas cincocuadras, cruzó la Av. San Martín caminando hasta llegara la Av. Corrientes, caminó un poco más y se subió alcolectivo 110 de vuelta para su casa. La caminata no sir-vió de mucho, seguía triste y no se animaba a contarle a

su mamá, ya eran casi las ocho y media de la noche, enmuy poco tiempo estaría de vuelta en casa. –Mejor mevoy ahora, me doy un par de vueltas por ahí, no se quizásvuelvo a comer, quizás no- pensaba Dany angustiado.Nuestro amigo se abrigó, buscó algo de dinero que teníaguardado y se fue una vez más a caminar sin rumbo,pero esta vez con la idea de dar vueltas por su barrio.Salió a caminar lentamente, a la deriva, doblando en unaesquina, luego en otra, no necesariamente en círculospero trazando un dibujo irregular sobre su barrio, no que-ría estar en su casa, pero tampoco se quería alejar de esepedazo de la ciudad que era su centro de vida, donde sesentía seguro, su casa en mayor escala.

En la pizzería ya se sentía el calor del horno, eracomo estar en verano cuando del otro lado de la puertala gente pasaba con la bufanda al cuello y frotándose lasmanos. Suena el teléfono, Miguel, es el que atiende yanota en unos papelitos y se los da a Nacho para quecuando estén listos, los lleve con la motito. Nacho estabacomiendo tranquilamente una empanada de queso y ce-bolla, cuando Miguel, con uno de esos papelitos en lamano le dice: -Tomá Nacho, acá tenés la dirección, es aunas quince cuadras, más o menos, del otro lado de JanB. Justo, es una pizza grande, ya está lista.- -Listo, yavoy-, le responde Nacho, se levanta de la silla, agarra lapizza y se va a buscar su motito que estaba estacionadajunto al co rdónde la vereda. Se sube, acelera, muy rá-pido, como siempre.

Dany está sentado en un banco de la plaza, en unode esos bancos de tablas de madera de la parte exterior,miraba los coches y la gente pasar. –¿Cómo voy a hacerahora?- pensaba -¿Y si no puedo encontrar otro trabajo?-. La luna iluminaba tenuamente la plaza, la temperatura

había bajado mucho, por eso, a pesar de las vacacionesde invierno, ya no quedan niños en los juegos del arenero,tampoco vecinos paseando a sus perros, a decir vedadsolo quedaba nuestro amigo Dany.

A toda velocidad, Nacho ya estaba por la mitad delrecorrido, cruzó la Av. Juan B. Justo, con el semáforo enrojo, apenas alcanzó a pasar por delante del paragolpesdelantero de un auto que iba en dirección a la Av. SanMartín, apenas terminaba de cruzar, deja de acelerar,tenía un coche delante que iba despacio, presiona confuerza el freno contra el manubrio, si no disminuye rá-pidamente la velocidad termina dentro del baúl. El frenoestá trabado, intenta nuevamente, no responde, trata deesquivar el coche, dobla rápidamente a la derecha. ¡Pum!Un ruido fuerte y seco, Nacho vuela por encima del baúldel coche, que finalmente frena, cae sobre el capot deotro auto que estaba estacionado. -¿Nene, estás bien?-Gritaba desesperado el conductor que descendió rápida-mente, estaba pálido y le temblaban las manos.

Juzgando por el ruido seco del golpe, nuestro amigono gozaría de un pronóstico muy favorable. – Si, estoybien, me duelen un poco las piernas y la espalda-, decíamientras se quitaba el casco y se levantaba. Tuvo suertede caer sobre el capot del coche que estaba estacionado.Le amortiguó el golpe, tenía solo unos magullones, nadamás. Nacho mira su moto, se agarra la cabeza, era unconjunto de fierros retorcidos sobre una mancha de naftay de aceite que se escapaban de su motor.

El señor se fue con su coche, le ofreció a Nacho lle-varlo hasta su casa previo a llamar a alguien que le puedallevar la motito. Nacho no quiso, en parte porque sabíaque él fue el responsable de su propia desgracia y en partetambién porque quería quedarse solo, allí, en esa esquina,

sentado en el cordón de la vereda junto a su moto des-truida. Nacho sentía que era el peor día de su vida.

Todo el esfuerzo que estaba haciendo se le iba de lasmanos como si estuviese intentando subir arena conellas. Es en ese momento que aparece Dany que veníacaminando lentamente. -Uhh, mirá como te quedó lamoto-le dice con sorpresa mirándolo a Nacho. -¿Vosestás bien?. Nacho le responde: -Si, estoy bien, lástimala moto, cómo voy a trabajar ahora…

En ese momento Dany se dio cuenta que no era elúnico con problemas, se sentó mientras se presentabaante quien iba a dejar de ser un desconocido: -Dany, che,vivo por acá. –Nacho, también vivo por acá cerca… Ycomenzaron a conocerse. Ambos estaban angustiados,sus ca del pedidobezas atribuladas por los problemas quehabían atravesado en la jornada que ya terminaba. No seconocían de antes. Pero Falgo había sucedido entre losdos, se habían confiado sus preocupaciones, sus miedos,tenían trabajos y familias muy diferentes, pero sin em-bargo era ambos tan parecidos. Ya nadie quedaba en lacalle hacía frío, solo estaban ellos dos, solamente los dos,dos almas que se habían unido en la desgracia. Algohabía cambiado, se sentían mucho mejor, ya no teníanmiedo… -¡Uy, la pizza!- exclamó Nacho, y va hacia sumoto, abre el contenedor de la parte trasera y, milagro-samente extrae la pizza intacta y aún tibia que había que-dado del pedido que no pudo cumplir. Abre la caja, tomauna porción y se la da a Dany. La luna era el único testigosilencioso de esta amistad que se había formado y delmilagro que la coronaba: Una pizza que cayó del cielo.

Fernández Quintaz, Pablo Alejandro

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60 años al servicio de la educación. ¡Ayer, hoy y siempre!

Viene de pág. 5

Diario 1812“He visto a Napoleón, esta alma del mundo, cabalgara través de la ciudad. Se experimenta ciertamente unsentimiento prodigioso al ver a semejante individuo que,corriendo aquí en un punto, montado sobre un caballo,abraza al mundo y lo domina. En cuanto a los prusia-nos, todo parecía inclinarse a su favor; la victoria delos franceses ha sido mérito exclusivo de este hombreextraordinario que es imposible no admirar” (F. Hegel abril de 1806)

SEPTIEMBRE 1812I

... Creímos que nos recibirían con los brazos abiertospor venir a liberarlos de la monarquía. Pero no habíanadie cuando llegamos. Ningún niño salió a nuestro en-cuentro para admirar los uniformes y las carabinas. Noestaban esas campesinas de mejillas coloradas aplau-diendo el paso de la artillería victoriosa ni nadie paraofrecernos el pan y la leña. Los rusos no dejaron en pieni las iglesias. Incendiaron todo y se fueron sin dejar ras-tros. Moscú no es el de los dibujos y las pinturas que so-líamos ver en los libros escolares. Es una ciudadfantasma.Entramos muy rápidamente, demasiado fácil. Capturarla capital enemiga, conforme a las reglas clásicas de laguerra, es decisivo para cualquier ejército. No nos pareció extraño incursionar en Rusia sin resis-tencia por parte de los cosacos. Es temerario para ellospresentar un combate a campo abierto siendo tan infe-riores en poderío. Al fin y al cabo somos la “GrandeArmeé” y muchos de los combates que libramos fueronun trámite. “Tierra quemada” nos dijo Vacherand con gesto preo-cupado. Vacherand es uno de mis compañeros de cam-paña, tiene experiencia, sobrevivió a varios combates yes casi seguro que luego de su destacado desempeño enBorodino lo asciendan a Guardia Imperial. “Es una em-boscada” murmuró insistentemente (durante todo el día)preocupado, mientras lustraba su fusil y acariciaba susfinos bigotes. Siempre que está preocupado se toca losbigotes como alisándolos hacia los costados. Nosotroslo escuchamos pero tenemos claro que Napoleón barajatodas las hipótesis y sabe perfectamente lo que hace.

II... No hay lugar que no huela a quemado. Es tan pene-trante que nos arden las vías respiratorias. El olor parecedesprenderse de los uniformes, supurar de nuestra pielhasta la náusea. Esperamos que se oficialice la rendición del Zar. Secorre el rumor que Napoleón está esperando ese men-saje de manos del gobernador Rostopchín y por esoacampamos provisoriamente.

III... Querida Beatriz, la guerra está ganada. El optimismode la tropa está intacto. Pronto estaremos abrazados ycelebraremos nuestro casamiento como lo soñamos, apesar de los obstáculos familiares. Somos los hacedoresde la Revolución y nuestros hijos nacerán libres ycuando crezcan estarán orgullosos de vivir en democra-cia, de ser franceses y del esfuerzo que hacemos en li-berar a Europa de la monarquía.

OCTUBRE... La rendición del Zar Alejandro I no llega. Tampoco

los cosacos. Estamos en octubre y acá es sinónimo deinvierno, y el frío llega hasta los huesos. Lo poco quequedaba de Moscú se transformó en un infierno de nieve.¿Cómo contártelo? Todo es pálido, una palidez fantasmalque no dice nada o dice todo. Blanco el suelo, los árboles,las carpas de los soldados. El cielo no se ve. Se borran loscaminos, los surcos, las huellas, nuestros pies al caminar.A veces creo que si estuviéramos acampando en la lunasería igual. Todo se vuelve intemporal, sin sentido. El in-vierno no podía sorprendernos. La guerra terminaría alllegar a la capital. Creo que esto recién empieza.

II... Vodka ¿dónde conseguir vodka? Algo que nos quemepor dentro, porque el fuego no calienta. No entiendocomo hicieron para llevarse una ciudad entera. No de-jaron ni a los perros. Ya no hay leña y nadie quiere ir abuscarla por miedo a morir congelado. Las raciones decomida son escasas. Nos volvimos especialistas en mi-tigar el hambre y matar el tiempo. En la carpa somossiete. Estamos un poco apretados pero lo más impor-tante es que no haga frío. Todos menos Thibeaut, nosconocemos del regimiento V de París. Luthier y Joshepse pasan horas jugando a las cartas sin demasiado entu-siasmo, Vacherand indiferente lustra el fusil como sifuera de oro, Anton y Jean sólo hablan de comida, ypiensan estrategias para conseguir alcohol de las otrascarpas; y Thibeaut el más raro de todos, si no duerme,reza (olvidando que fuimos nosotros los que derrotamosa Dios cuando tomamos la Bastilla). Yo escribo paravos querida Beatriz, para que te quede algo de mí si esque muero o leerlo juntos si tengo la suerte de volver averte. Nos imagino riéndonos de todo esto, mientras co-memos pastel con vino rosado. La tibieza del sol es es-perada como único consuelo. La frontera entre la viday la muerte es el río Berezina.

IIIHoy sólo pensé en vos Beatriz. En lo bien que me haceescribirte, sin ocultarte nada, porque no me lo perdonarías.También sé que si dependiera de vos, vendrías a combatirjunto conmigo. Quiero que sepas (ya te lo dije muchasveces) que sos muy valiente además de única. Te enfren-taste a tu familia por amor, a mí y a la revolución.Me hace mucho bien imaginarte en el día a día, ¿qué es-tarás haciendo? seguramente ayudando en los barriosmás pobres, o tratando de obtener información sobre elderrotero de nuestra tropa, consciente de la misión quetenemos de civilizar a los pueblos. Es duro amar a unsoldado. Hay que tener entereza y coraje, el mismo quenecesitaste para enfrentar a tu padre y a su séquito denobles.

NOVIEMBRE

... Por suerte después de seis semanas ordenaron la reti-rada. Estábamos en la carpa intentando aplacar el ham-bre con el sueño, cuando escuchamos un sonido dehierros y cascos de caballo. Como creímos que eran co-sacos, agarramos nuestros fusiles y salimos a matar. Dealguna manera la presencia de los rusos ponía fin a laincertidumbre, aclaraba las cosas. La desolación es máscruel que el combate; y es mejor morir perforados poruna bayoneta, a seguir sufriendo el frío. Pero no eran loscosacos. Era la plana mayor con Napoleón a la cabezainformando la retirada de Moscú. Nos sorprendió supresencia. En todo el recorrido de ida no habíamos te-nido contacto con él. El impacto de tenerlo allí, a metrosde distancia, me hizo olvidar de la orfandad reinante deestos días. Nos formamos inmediatamente. No sé dedonde sacamos la fuerza, pero en pocos segundos, a pesardel entumecimiento ocasionado por el frío, éramos unahilera perfecta de soldados. Napoleón bajó del caballo y

nos comunicó la noticia. Caminó unos pasos acercándosemás a nosotros. Lo tuve casi cara a cara. Olía a ese un-güento casero que se pone en los orificios nasales para res-pirar mejor. Las botas estaban manchadas de barro y bosta.Mantuve la cara rígida, el ceño fruncido. (Un soldado fran-cés siempre debe tener el ceño fruncido en medio de uncombate). La arenga nos dio mucha confianza. Su uni-forme estaba impecable. Se lo notaba resfriado, con unaleve afectación de su voz, pero Napoleón es tan inmensocomo lo retratan los cuadros.El anuncio es una buena noticia. Emprender la retirada nosfortalece el ánimo y cruzar el río Berezina lo antes posibleenciende una luz al final del camino helado de la tundra.

II... El ánimo duró poco. Es todo tan igual, tan blanco, tanasquerosamente frío que nos parece estar siempre en elmismo lugar. Los caballos que caen derrotados por elhambre, son ración de comida para la tropa. Espectrosayudando a espectros. Durante la marcha, vamos calla-dos arrastrando los pies, cargando el agotamiento demeses. Sólo en los descansos se rompe el silencio, conalgún comentario al azar. Me es grato escuchar algunavoz, porque me hace acordar que soy humano y no unfantasma. La mayoría habla del río Berezina; de cuantotiene de largo, si es profundo, si estará congelado, quelas corrientes subterráneas son traicioneras. Yo no digonada; sabes que no me gusta hablar de lo que no co-nozco. En cambio si me lo preguntaran, hablaría de vosBeatriz, de nuestras caminatas por el puente del Sena,de las fantasías de vivir en el campo rodeados de hijosy árboles frutales, comiendo de nuestras cosechas. Teimagino con tus ojos claros despertándome a la mañana,con el desayuno y tu pelo hecho una gran trenza. Sobreeso, me hablo a mí mismo y me lo repito constante-mente; no es muy original, por cierto, ¡pero que her-moso sobrevivir para concretarlo!

III... Ayer murió Vacherand. Cayó por una pendiente denieve y cuando pudimos rescatarlo estaba asfixiado. Lanieve en un principio es blanda, suave, pero enseguidase endurece y se abroquela como piedra quitando el oxí-geno. Cada vez somos menos. Después de lo de Vache-rand perdí de vista a los compañeros de carpa. Solomarcho con Thibeaut que no para de rezar. Reza en todomomento. Está tan flaco y barbudo que parece unmonje. Ayer lo vi implorando hacia el cielo con los ojosen blanco y su cara picada de viruela. A veces me gus-taría creer en Dios y rezar junto a él quizás para no sen-tirme tan solo, para creer en algo. Pero no puedo. Losaliados huyen como del infierno. Desertó el contingentede prusianos que nos había acompañado desde el iniciode la invasión, al igual que los austríacos; se fueron denoche, muy sigilosamente. No llegarán muy lejos antesque se los trague la nieve.Ya no puedo seguir caminando viendo morir compañe-ros a cada paso sin que los rusos disparen un solo tiro,ni se escuche la detonación de una bala de cañón.

IV... Camino sin sentir las piernas y pienso cosas raras. Veorusos por todos lados, hasta en sueños. Cada vez que de-tenemos la marcha para dormir tengo la misma pesadi-lla: De una caja de música gigante salen cosacosbailando una polca. Salen de a uno muy rápidamente.Al rato son miles que se esparcen por todos lados. Antenuestros cuerpos congelados rodean a Napoleón obli-gándolo a bailar. Y Napoleón baila torpemente la polca,con el torso desnudo, vestido solamente con los panta-lones blancos manchados de verde amarronado y lasbotas llenas de bosta, mientras las risotadas de los co-sacos se multiplicaban por cientos, miles.

Otro sueño también se repite: aparece cristo con túnicablanca y descalzo; con una caridad infinita abre la nieveformando un sendero hasta el río Berezina, como Moi-sés con las aguas del mar Rojo. Entonces con un gestosuave, me invita a emprender la marcha salvadora. Perocuando me levanto y comienzo a caminar se da vueltay me frena violentamente. No es Cristo sino Thibeaut,con la barba tupida y vestido de cosaco que me incrustaentre risotadas, un cuchillo en la yugular hasta quemuero desangrado.

V... Nos interceptaron. El ataque vino en el momentomenos esperado. Un gran número de campesinos ha-ciendo su devastadora guerra de guerrillas. Parte de latropa había cruzado el Río Berezina. Nosotros estába-mos rezagados a menos de un kilómetro. Correr no teníasentido. Nos apiñamos espalda con espaldas e hicimosun círculo para resistir el embate. El grueso de la co-lumna Francesa siguió su marcha hacia el río, indife-rente, sin enterarse del ataque furtivo. Ellos, sobre sus caballos, se abalanzaron como flechas.El deseo de aniquilarnos era más fuerte que nuestra vo-luntad de sobrevivir.Los cuerpos de los soldados de la “Grande Armeé” que-daron desparramados sobre el hielo en aquella mañanade noviembre.Hice lo que pude. Quedé en el centro de esa turba, desonidos metálicos, detonaciones de fusiles olor a pólvoramezclada con sangre y bosta. Sólo escuché los gritos,sus arengas a favor del Zar Alejandro. Desde el suelo leclavé la bayoneta en la boca del estómago a un cosacoque quiso matarme. Era él o yo. Quedó doblado comoun papel. Veníamos a liberarlos de la monarquía. No fuela igualdad, ni la fraternidad, ni la certeza en el progresolo que impulsó ese movimiento exacto que perforó alruso con el frío metal. Fue el instinto de supervivencia,el impulso más salvaje acompañado de un fino cálculoracional ejecutado desde el suelo. Una técnica queaprendí en el cuartel alcanzó para ahogar en sangre lapasión por Rusia y su Rey. Todo su fervor y amor a lapatria quedó detenido ahí en la punta de mi bayoneta.Se desplomó encima mío como una bolsa de papas. Micara quedó metida en medio de su pecho. Tenía un olorrancio y el peso me comprimía sacándome el aire. Unacadenita se me incrustó en la mejilla hasta horadarla.Pero aguanté. Permanecí tendido hasta que se fueron.No me vieron. Logré incorporarme y caminé buscandorastros que me orientaran hacia el río, donde estaba elgrueso de la tropa. Antes de salir, miré al cosaco al quehabía matado, tenía los ojos abiertos y todavía le brotabasangre del estómago. No sé porque razón, le arranquéla cadenita y me la guardé en el morral. Tenía colgadauna medalla plateada, antigua y bastante rústica, con elrostro de cristo, su corona de espinas y una inscripciónen ruso imposible de descifrar.

VI... Solo, rodeado de nieve intemporal y un silenciode abismo. No hay rastros del río Berezina. Todoes hielo y nieve. Sin principio ni fin. Detrás de loblanco, más blanco...No sé qué mirar y tengo miedo de enloquecer. Un pun-tito negro se acerca hacia mí; viene del horizonte y seagranda cada vez más. Es alguien que viene galopandosobre la nieve. Esto es un milagro. Voy a tener que dejarde escribir amor. No lo vas a poder creer ¡Napoleón, esNapoleón el que se acerca!; pronuncia mi nombre y miapellido y hace señas diciendo que vaya, que suba a sucaballo. ¡Estoy salvado amor, estoy salvado! Yo sabíaque no me podía fallar.

Cardella, CamiloCoord. Área Ajedrez - Esc. N° 20 DE 2°

Profesor - ET 6 DE 12ª

CUENTO DESTACADO

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Una expedición de científicos hizo un ha-llazgo extraordinario, al pie de una montañaencontraron los huesos de un raro primate se-mejante a un hombre.

En un laboratorio se analizó el fósil y luegode largas investigaciones, se llegó a una con-clusión sorprendente y misteriosa, se confirmóque era un humano, pero su anatomía diferíanotablemente de la nuestra, estaba diseñadapara soportar otras presiones atmosféricas,otros climas y otra gravedad.

Probablemente, el ser provino de otro planetay dada la antigüedad de sus restos, es posible quesu raza sea contemporánea a la nuestra.

Así nacieron otras expediciones en búsqueda demás evidencias y se hallaron pedazos de una nave es-pacial de otro mundo que colisionó contra la mismamontaña de donde se encontró el extraño ser. Las par-tes de la nave fueron recolectadas cuidadosamente yllevadas a un depósito para su análisis. Luego de jun-tar todas sus piezas, se observó que poseían símbolosuniversales y mapas estelares que al ser procesados

por expertos en diferentes idiomas y astrónomos, sedescifró la ubicación de su planeta de origen.

Todos los telescopios apuntaron al cosmosen la búsqueda de ese mundo, hasta que unalente halló en una galaxia ajena y de forma dis-tinta, aquel planeta de color y cantidad de lunasdiferentes al nuestro, pero capaz de albergarvida.

Ahora, se anhela y se prepara el momentoen el cual nos comuniquemos con los posibleshabitantes de aquel planeta azul con una solaluna, orbitando en tercer lugar alrededor de susol y que está dentro de un extremo de una le-jana galaxia espiral.

Padula Hermosi, RodolfoMEP - Técnica 35 DE 6°

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60 años al servicio de la educación. ¡Ayer, hoy y siempre!

Época de mundial. Todos discuten, todossaben, todos son técnicos. En el bar de la esquinade la cancha del Deportivo una historia de fútbolse estaba por contar. Una historia que muchos norecuerdan, salvo los muy veteranos. La historiadel romántico crack del futbol.

En aquel barcito futbolero enfundados en re-meras argentinas y tomando unas cervezas ungrupo de jóvenes discutía sobre quién era el mejorde todos: ¿Messi o Maradona? La discusión eraacalorada y enardecida. Uno de ellos le preguntóa un señor mayor sentado en una mesita junto ala ventana: “Jefe, ¿usted qué opina?”. El ancianocanoso de bigotes meditó la pregunta: “¿quién fuemejor?” Los muchachos se quedaron expectantespara escuchar esa voz con experiencia. Él segurolos había visto a todos y esperaban su veredicto.“El mejor fue el Cloto Pérez” tiró y los jóvenesasombrados se miraron unos a otros.“¿El Clotocuánto?”exclamaron casi al unísono. “¿No lo co-nocen?” preguntó el anciano. Parándose seacercó a la mesa de los jóvenes, se sentó y lesdijo: “les voy a contar la historia…”

Promediaban los años 40, Fermín Paputza re-corría la provincia buscando nuevos valores parael Deportivo; pero aquel viaje no había sido muyproductivo. Cuando volvía para la capital su FordSedan del 38 se descompuso en un pueblito per-dido llamado El ensueño. Mientras esperaba queel mecánico local reparara el auto se entretuvomirando un partido en la canchita del pueblo.Enorme fue su asombro cuando vio a aquel fla-quito morochito de pelo ensortijado que hacía ma-ravillas con la pelota: caños, sombreros,bicicletas, gambetas, apiladas, goles. “Es uncrack”, pensó Fermín y esperó al final del partidopara ir a buscarlo. Se acercó a él y lo lleno de elo-gios. El pibe al que llamaban el Cloto y se apelli-daba Pérez no entendía a qué venía tanta “lata”.Paputza le contó quién era y que quería llevarloa la capital para que se probara en su club, quepor aquellos años no pasaba un buen momento yestaba en peligro de descender. Le aseguró quejugando como él lo hacía sería figura, más grandeque toda la máquina de River. El pibe no le creíamucho pero la labia de Fermín lo convenció. ElCloto le pidió unos minutos se cruzó toda la can-cha y se acercó al alambrado para conversar conuna hermosa chica que estaba sentada en la viejatribuna de madera. Tras un breve dialogo el chicovolvió y le dijo que aceptaba la propuesta aunquesu cara no era de alegría sino más bien de tristeza.Eso poco le importó a Paputza que se puso comoun chico con juguete nuevo. Salió corriendo altaller mecánico a buscar su auto; el Cloto, mien-tras tanto, fue a buscar sus cosas y se encontraronun rato después en la plaza del pueblo. El jovense despidió con un gran beso y un enorme abrazode aquella jovencita de carita de ángel que lo es-peraba en la tribuna. Se subió al auto y empren-dieron el viaje.

“¿Tu novia?” preguntó Paputza.”Si” le dijo élmirándola por la ventanilla del coche mientras sealejaban rumbo a la capital. “Sabe don, ella es mifana número uno, nos queremos mucho” dijo elCloto y se acomodó en el asiento del acompa-ñante del Ford Sedan. ”Mira vos” contestó Pa-putza restándole importancia a aquello. El solopodía pensar en pichón de crack que llevaba.

Todos en el bar estaban pendientes de la his-toria y de a poco se fueron sumando curiosos. Vertanta concurrencia le dio ánimos al anciano quecontinuó el relato con mucho más énfasis.

Paputza y el Cloto llegaron a la tardecita aBuenos Aires. Después de convencer a los diri-gentes de fichar al pibe se fueron rápido a la can-cha del Deportivo. Una vez allí Fermín habló conel técnico del equipo, Cacho Verón, que estaba di-rigiendo la práctica de futbol. Le contó del pibe yde inmediato lo llamaron para que se cambiara yse sumara al “picado”. “Ahora vas a ver lo que es,

Cacho” dijo eufórico Paputza. “Con este el De-portivo se salva, es mejor que Labruna, es mejorque Moreno es mejor que Losteau” agregó fro-tándose las manos. Pero todos los elogios se em-pezaron a diluir apenas el Cloto empezó a jugar.La joya, el pichón de crack no la veía ni dibujada,no era ni la sombra de aquel que maravilló a Pa-putza en la canchita del pueblo. No la podía niparar, se le iba por debajo de la suela, se la saca-ban como si nada. Parecía otro. “¿Que me trajistePaputza este pebi es un tronco, mirase cae solo”le grito el DT riéndose de la performance lamen-table del Cloto. Fermín no lo podía creer, se lo ha-bían cambiado. Le grito varias veces a ver si sedespertaba; pero nada, el pibe no reaccionaba. Seagarró la cabeza. No era posible ¡Aquel futurocrack no se movía! “Llévate al paquete, Fermín yno nos hagas perder el tiempo que el domingo nosjugamos el descenso” le dijo el técnico y le or-denó al Cloto que saliera del partido.

El chico se fue cabizbajo rumbo al vestuarioy atrás también se fue un frustrado Fermín. ElCloto se cambió en un rincón, sin hablar.”Pibe,¿qué te pasa?” le preguntó Paputza tratandode encontrar de la boca de Pérez alguna explica-ción a ese fiasco. “Oiga, diga, no me pasa nada, amí no me gusta jugar así, me falta algo” le balbu-ceo casi llorando. “No me pone feliz esto, perono importa, yo me vuelvo al pueblo” dijo el chicomuy triste y enfilo rumbo a la puerta con sus bo-tines colgados del cuello y llevando su pequeñobolsito en la mano. Antes de salir se frenó y sindarse vuelta se confesó: “Quería probar si podía”.

Paputza se quedó de una pieza, inmóvil en elmedio del vestuario vacío y oscuro. No entendíaque le faltaba al chico ese para jugar bien. Él lohabía visto, hacía de todo con la pelota; jugaba ély jugaban los compañeros. Se quedó sentado solounos instantes en aquel frío lugar pensando y pen-sando hasta que de pronto todo le quedo claro.Saltando como un resorte gritó: “la novia, ahí estála posta”. Miles de imágenes de aquel partido dela canchita le pasaron por la mente y recordóaquella breve charla en el auto cuando ambos em-prendieron el viaje a la ciudad. “Es un crack ena-morado” exclamó y salió corriendo en busca delCloto. Lo alcanzó en la esquina y le ofreció que-darse esa noche en su casa. “Ya es tarde, no valela pena irse a esa hora” le dijo. “Quédate en micasa y mañana tempranito bien descansado tevas” agregó. No podía dejarlo ir. Paputza tenía unplan y era primordial que el Cloto no se fuera. Eltono paternal de la propuesta lo convenció y jun-tos fueron hasta la casa de Fermín que quedaba aalgunas cuadras de la cancha. “Hace de cuentaque es tu casa, yo tengo que hacer unas cosas,come algo y dormí tranquilo “le dijo. La esposade Paputza recibió al chico muy amablemente ycuando entró fue a buscar su viejo auto para vol-ver a aquel pueblo.

Llegó en tiempo récord y preguntando dio conla casa de la novia de Pérez. Era una casita blanca,chiquita con un jardincito lleno de flores, todomuy dulce, muy romántico. Tocó la puerta y a lospocos segundos apareció la chica. Tenía en el ros-tro la misma expresión de tristeza que el Cloto.Paputza sacó a relucir todo su chamuyo para con-vencer a la muchacha que lo acompañara a Bue-nos Aires. Él había descubierto que cuando lachica estaba en la tribuna el Cloto era otro. Jugabapara ella, era su musa para transformar el fútbolen un poema de amor. Pero la chica no queríasaber nada, tenía miedo de que si se hacía famosotodo su mundo mágico, ese que tenían los dos seperdiese para siempre.

Paputza rápido de reflejos le contestó: “Todolo hace para vos, cada gol, cada caño, son demos-traciones de amor”. “No podes dejarlo apagado ytriste, es un enamorado, te demuestra su amor ju-gando”. La chica se sonrió tal vez recordandotodo lo que su novio hacía en la cancha y la

enorme alegría que sentía al verlohacer todo aquello. “Sabe, don,desde chico fue así, nos enamoramos con elfútbol” le confesola joven. Fermínse la quedó mi-rando esperandosu respuesta. Ellalo miro y dulcementele dijo: “¡Dele! No puedodejarlo solo al clotito”. Lasonrisa de satisfacción dePaputza no le entraba en la boca.

Era ya muy de noche y no conve-nía viajar, la joven le ofreció quedarse consu familia pero el busca talentos le agrade-ció, iba a ir al hotel del pueblo. “Mañana paso,espéreme lista mi hijita” le dijo.

A llegar al hotel le pidió al conserje el teléfonoy llamó al técnico del Deportivo. Le pidió enhonor a los años de amistad que los unía que lediera una chancee al pibe, que lo pusiera en elequipo en el partido definitorio, que él se iba a en-cargar de que fuese el crack que necesitaba el De-portivo. Tras media hora de pedidos y ruegos alfin el DT accedió. Paputza se quedó tranquilo yse dispuso a dormir un rato antes del gran día.

A la mañana siguiente, temprano, Fermín es-taba arriba y listo. Salió rápido del hotel, pasó abuscar a la joven y emprendieron el viaje para lacapital.

Llegaron con el partido empezado. El viejoFord 1938 hizo de las suyas y en varios tramosPaputza tuvo que meter mano para que la catra-mina no los dejara de a pie. Cuando entraron a lacancha todo era silencio en las tribunas. Nadiealentaba y las caras eran terribles. El Deportivoperdía 0-2 con el Atlético que era el campeón yencima llegaba invicto. Sólo quedaban veinticincominutos. La joven miró por todo el terreno dejuego y no vio a su novio. “Dondeestá el clotito”preguntó. Paputza miró también y lo encontró.Estaba sentado en el banco. Hecho una furia sepegó al alambrado. “Cacho, Cacho¿ qué haces?”le grito al DT “¿Por qué no pusiste al pibe” le pre-guntó envuelto en una cólera infernal. El técnicolo miró y se sonrió de costado. “Agradece que lopuse en el banco a tu paquete”“Ahora no hinchesque estamos complicados”. Desencajado agitandoel alambrado le dijo de todo: “Ponélo porque sino le digo a toda la hinchada que sos de la contra,que sos mufa y sabes que lo hago.”Ponélo” legritó.

El DT sabía que Paputza era capaz de todo yademás si insistía tanto con el tronco aquel poralgo sería. Perdido por perdido lo mando a la can-cha. El Cloto entró y parecía el mismo apático dela práctica del día anterior, no la veía ni cuadrada.Fermín le gritó hasta que el pibe lo divisó pegadoal alambrado. “Mira nene, mira quien vino” ledijo señalando a lo alto de la tribuna. El Clotoalzó la vista y la vio a ella con aquella maravillosasonrisa que tanto le gustaba. Justo le cayó la pe-lota. La observó y observó la tribuna. La pisó ytodo pareció transformarse dentro de él.

Empezó a amasarla y a moverla. Era otro.Nada que ver con el apático que hasta ayer pa-recía un tronco. Caños, sombreros, pases mili-métricos. Jugaba y hacía jugar. Cada vez quemiraba hacia la tribuna y la veía a ella sonreíry aplaudir mejor jugaba él. Era su musa, su ins-piración, el dibujaba poemas de amor con la pe-lota para su novia. Y así llegó el primer gol. ElCloto se la llevó a pura gambeta por la raya,llego al fondo, tiro el centro y el centrofoward,Chiquito Sánchez, la mandó a guardar de ca-beza.

En la tribuna cuanto más alentaba ella en lacancha mejor jugaba él. Y no tardó en llegar el se-gundo. Apura pisada el Cloto se la llevó por elmedio a toda velocidad y pasando mitad de can-

cha le metió un pase encortada el wing derecho, Pe-

pino Orsino, que entrando en dia-gonal sacudió un remate rasante y

seco que le rompió el arco al Atléticoponiendo el partido dos a dos.

La gente deliraba y élmiraba a la tribuna y

la veía a ella dis-frutar y mejor ju-gaba. No

quedaba nada delpartido, el arquero

del Deportivo agarróla pelota y se la dio al

Cloto que bajo casi hasta el área abuscarla. Levantó la cabeza, vio que estaban todosmarcados y se decidió a encarar. Los rivales le sa-lían y él los pasaba como alambre caído. El Clotoavanzaba decidido hacia el arco contrario, pero eltiempo también avanzaba y era su gran rival. Elárbitro se llevó el silbato a la boca. El partido seterminaba y con ese empate el Deportivo descen-día, ya casi no quedaba tiempo. El Cloto Pérezllego al borde del área. El back central lo esperabaahí parado enorme casi impasable, lo enfrentó yla pelota le quedo un poquito atrás y sin dudarlola enganchó y con una bicicleta se la pasó por en-cima de la cabeza al defensor que se quedó cla-vado al piso. Cuando la pelota bajó el Cloto vioque el arquero le salía desesperado y la tocó deemboquillada por encima de su cabeza. La pelotasubió y subió. Todos en la cancha se mordían loslabios viendo como esa pelota empezaba a bajary hacían fuerza para que entrara. El árbitro se em-pezó a llenar los pulmones de aire para el pitazofinal y justo un instante antes la pelota cayó den-tro del arco besando suavemente la red. ¡Golazoy final! El Deportivo ganó tres a dos en el últimosuspiro con esa obra de arte del Cloto. El pibesalió gritando como loco rumbo a su amada perouna montonera de compañeros lo frenó. Era todolocura en la cancha. Éxtasis, euforia, emoción, elalambrado no aguantó y la gente se metió a abra-zar a sus jugadores. Pero en medio de ese caos defelicidad faltaba alguien. El Cloto no estaba y enla tribuna su novia tampoco. Se fueron, desapare-cieron, nadie supo dónde estaban, ni en ese díaglorioso ni en los posteriores. Paputza los buscósin éxito. Se había transformado en ídolo del De-portivo. Nunca nadie había hecho tanto en tanpoco tiempo. Él solo, solito había dado vueltaaquel partido.

Con el tiempo la gente se fue olvidando delCloto. Al Deportivo le fue mejor, gano un parde campeonatos. Pero pocos, salvo los memo-riosos, recuerdan aquel día. Nadie supo más deél, algunos decían que se había vuelto a su pue-blo, otros juraron que estaba por el barrio peronadie jamás volvió a verlos. Ni a él ni a sunovia.

Los muchachos en el bar estaban asombradospor aquella historia. “Bueno muchachos me tengoque ir, un gusto pasar este rato con ustedes” le dijoel viejo y se paró enfilando hacia la puerta del bar.Los jóvenes estaban enloquecidos con aquel re-lato. El viejo salió despacito, cruzo la calle y sesaludó con una hermosa señora mayor .Se dieronun piquito, se tomaron de la mano y se alejaronpor las callecitas del barrio. Adentro en el bartodos se hacían preguntas, querían saber más. Eneso Jesús, el mozo del bar, salió hacia la puerta ygrito: “Cloto, te olvidas la gorra”. El viejo volvióal trotecito la agarró y se fue saludando a los mu-chachos del bar con una sonrisa. Todos se queda-ron mirándolo. ¿Podía ser cierto?

Así aquellos jóvenes futboleros conocieron lahistoria del Cloto Pérez…el romántico crack delfútbol.

Acosta, Pedro A.M.Ed. Física - Esc. Nº 14 De 2º

CATEGORÍA NIÑOS

El extraplanetario

El romántico crack del fútbol

1°PREMIO

2°PREMIO

Page 8: CONCURSO DE CUENTOS CORTOSudacapital.org/files/cuentoscortos.pdf · Siempre había pensado que era como el patito feo de la escuela secundaria y hoy en los encuentros del re-cuerdo

En una verde y soleada pradera de un tranquilolugar de Argentina, disimulado entre sus plantassilvestres, había un hormiguero bastante pro-

fundo, habitado por miles de pequeñas hormiguitasnegras.

Todos sabemos de lo laboriosos y organizadosque son éstos pequeños insectos que viven en co-

munidades muy numerosas y donde cada una tieneuna obligación; trabajar almacenando alimentos du-

rante todo el verano para tener comida durante eltiempo lluvioso y frío del invierno.

Así que como todos los veranos, todas las hor-miguitas salían bien temprano de su cueva para re-coger pequeñas hojitas, florcitas y otros alimentos.

Bueno, les dije todas? todas menos una ; lahormiguita Ruperta , ésta holgazana no queríasaber nada con trabajar y prefería aprovechar el

buen tiempo para tomar sol y descansar en laverde pradera.

Así que mientras todas sus hermanitas trabaja-ban esforzadamente, ella en una cómoda reposera(para hormigas) con sus lentes de sol y un buenbronceador (para hormigas), disfrutaba su tiempo

libre, soleándose y cantando alegremente mientrasel resto de la colonia de hormiguitas, con mucho es-

fuerzo y empeño, iban recorriendo el caminitollevando a cuestas pesados palillos, pedacitos de

hojas y otros alimentos más pesados que su propiopeso y tamaño.

Durante esos días, todas las hormiguitas fueronrepitiendo el mismo caminito y el mismo trabajo,viendo con antipatía y disgusto, como Ruperta,

casi como una burla, seguía con su diversión, escu-chando música (para hormigas), en su cómoda re-posera. Cada tanto, alguna de sus hermanitas, yamolestas con la pereza de Ruperta, le reclamaba

que colaborara con el acopio de alimentos para elinvierno que estaba cada vez más cercano. PeroRuperta, desoía sistemáticamente esos consejos si-

guiendo con su diaria rutina de divertido reposo.

Todo iba muy bien para Ru-perta, hasta que la jefa del hormi-guero se cansó de ver tanta vagancia yle dijo; “ Ruperta, ven con nosotras a trabajar, ayúdanosa juntar comida para el invierno “ y Ruperta que no que-ría saber nada de esfuerzos le contestaba muy tranquila;“ no, así estoy muy cómoda, déjame tomar sol, no meinterrumpas”. De igual manera fueron pasando los díasde ese verano; la jefa reclamándole a Ruperta que tra-bajara como todas las demás y Ruperta (ahora con unagorra que le cubría toda la cabeza) negándose sistemá-ticamente a colaborar, contestando que no tenía ganas,que ya se iba a arreglar con la comida…

Y llegó el frío del invierno y los días de lluvia. Todaslas hormiguitas bien protegidas en su hormiguero có-modo y profundo, tenían su provisión de comida.

Bueno, les dije todas? todas menos una ; Ruperta, síRuperta no tenía nada para comer, y muy sola y tristemiraba como las demás placidamente comían y disfru-taban del trabajo del verano.

Pasaron algunos días, y ya con mucha hambre y supancita vacía, Ruperta no pudo más y se acerco a la jefadel hormiguero pidiéndole por favor que la deje comeralgo de lo almacenado.

Fue entonces que la jefa le recordó todo lo que le re-clamó durante el verano, que trabajara junto a las demásy el esfuerzo compartido da sus frutos y beneficios, quetambién se comparten.

Como las hormigas son solidarias y buenas, la jefale dijo que por ésta única vez la iba a perdonar y espe-raba que aprenda la lección.

Ruperta pidió perdón, les agradeció a todas las la-boriosas hormiguitas la generosidad y desde entonceses la más trabajadora de esa hermosa colonia de hormi-guitas que habitan en la verde pradera de algún lugarde nuestra querida Argentina.

Mercurio, AnalíaM.Ed. Plástica

Esc. Nº 11 DE 14º

MENCIONES ESPECIALES

8

60 años al servicio de la educación. ¡Ayer, hoy y siempre!

Había una vez, una mosca negra, conalas brillosas grandes, grandotas, grandísi-mas, de ojos anaranjados chicos, chiquitos,chiquitísimos. La mosca Pirula una mañanacalurosa, estaba parada en una cascara demanzana. A su lado, estaban sus doscientashermanas riéndose de ella.

¿Por qué? Porque no sabía volar. Pirula estaba triste, muy triste, tristísima.

María, Marta, Susana, Antonia, seguíanriéndose.

Entonces, una tarde ocurrió, que yendoa una excursión con todas sus hermanas,ellas emprendieron su vuelo, y Pirula, sequedó sola, solita, solísima.

Y por más que les gritó, sus hermanas sehabían olvidado de Pirula.

Sin embargo, la suerte y algo más pro-dujo que se encontrara con el caracol Paul,que supo escuchar los lamentos de Pirula yentonces le dijo:

– Bueno Pirula, son cosas que pasan.Por ejemplo, a mí me costó un tiempo re-cordar donde tenía mi casa. Pero conmucha práctica lo hice. Vos tenés queaprender a volar. Paciencia paciencia.

Y entonces le dijo: - cerrá los ojos ymostrame como intentás.

Y así fue, que cerró los ojos, hizo fuerzacon las alas, un largo largote larguísimo ratohasta que los abrió y ¡vaya sorpreeeesa!

Pirula estaba contenta, contentona con-tentísima, y quizo ir a decírselo a sus her-manas, pero... ¡no sabía como ir! En suvuelo, se encontró con un colibrí, que lecontó que hace un rato ratito ratote, habíanpasado doscientas moscas buscando a unahermanita perdida. El colibrí le mostró la di-rección que tomaron.

Pirula, levantó vuelo nuevamente, y alrato ratero ratón ya estaba con las doscien-tas hermanas que se sorprendieron por lobien que volaba.

Ahora, la mosca Pirula, le enseña a sustrescientas nuevas hermanitas recién naci-das, la manera para volar, y le dice que cie-rren los ojos y se esfuercen y van a ver, queenseguida aprenden.

Y colorin colorula, este es el cuento dela mosca Pirula.

Capone, Silvina MarielMaestra de Grado

Esc. N° 29 DE 19°.

Evaristo ya tiene casa es redonda; redonda notiene paredes ni tiene ventanas, pero tiene un techo,un techo de varios colores como rojo, azul, amarillo,verde, además es una casa con música.

Eso si tiene música solo cuando gira y gira, la vi-sitan los pájaros con sus cantos, las palomas con susarrullos y los chicos con sus gritos de alegría.

Un gran parque rodea la casa de Evaristo. Un par-que sembrado de pastos y altos árboles, un parquecruzado por varios caminos de piedritas rojas, ador-nado con una gran fuente de agua y una estatua, la es-tatua de un caballo y su jinete.

Su casa es redonda y redonda y gira y gira dandovueltas.

Pero q triste esta Evaristo una lágrima grandotaanudaba su corazón, el último de los niños que montósobre él esa tarde soñó mientras que cabalgaba queEvaristo era el más bravo de los caballos y por esocreyó necesario sujetar las riendas lo más apretadascon más fuerza pero de pronto y casi cuando la cale-sita se detenía …crashhh!!, la rienda se rompió.

El niño a quien su mamá llamaba para volver a sucasa se alejó sin saber sin pensar el daño que esarienda rota había causado una herida muy grave en elalma de Evaristo.

Su dolor crecía en la noche pensando como se su-jetarían sus amiguitos mientras cabalgaban sobre él,cuando de repente sintió una cosquillita en su hocicoal mismo tiempo que una voz le decía.

¿Porque estas tan triste, que te ha pasado ?Era su gran amiga la vieja araña trepada en su ho-

cico la que le preguntaba que le pasaba.Evaristo le contó a su amiga la cuestión de su pena

y ella consolándolo le pidió que cerrara los ojos ydurmiera, prometiéndole que el nuevo día lo saludaríafeliz.

Acunado por las lágrimas de su corazón Evaristose quedo dormido.

Su amiga la araña saltó del hocico y entre saltos ysaltos idas y vueltas hilos y agujas; la luna redonda ybrillante alumbraba el trabajo de la tejedora y ya casidejaba el camino del cielo la luna redonda cuando unarienda nueva y sedosa adornaba a Evaristo.

Mientras Evaristo seguía dormido todo estabalisto para partir….

Los motores ya estaban en marcha y por el altavoz una conocida canción llamaba a bordo a los pa-sajeros de la primera vuelta del día.

Evaristo se aprontaba a partir. Todas las mañanas

le ocurría lo mismo…¿Cómo podíaser que a pesar de hacer todos los díasese paseo, tantas y tantas veces seponía tan nervioso como si fuese la primera vez?

La calesita comenzó a caminar lentamente. Losojos de Evaristo, al igual que el primer día mirabantodo lo que ante ellos se mostraba.

La casa de techo de colores, sin puertas y sin ven-tanas comienza a detener su marcha lentamente. Eva-risto suspira aliviado, ha vencido el miedo, todos losque lo rodean le han sonreído como de costumbre.

En silencio, Evaristo piensa – A trabajar! – El díaes largo y recién comienza.

Su imaginación lo llevo muy lejos de la música dela calesita y de las voces de los otros chicos.

Los gritos, las risas y el subir y bajar de otros chi-cos lo sacaron de sus pensamientos y lo volvieron ala realidad. Gira que te gira, vuelta tras vuelta, era elEvaristo de siempre; el caballito de madera del par-que, el amigo de todos los chicos el que solo sabia re-galar alegrías.

Cuantas cosas hizo Evaristo ese día! Que hermosaes la luz, cantos de pajaritos, perfumes de flores, ca-ricias del viento, tantas cosas hermosas el gran Eva-risto acababa de descubrir.

Evaristo estira sus orejas, se esfuerza por atraparuna a una sus palabras que se enredan caprichosas enla melodía de una canción. Montones de ideas iban yvenían.

Solo la luna y una ronda de estrellas visitaban elparque, cuando Evaristo cerró los ojos y el sueño fuehaciéndose poco a poco dueño de él.

Cuando las primeras pinceladas de sol pintaban elparque un murmullo despertó a Evaristo, frente a élestaba todo el parque con sus viejos árboles, sus pí-caros pajaritos y sus blancas palomas; y sobre él, sumejor amiga la vieja Araña.

No le dieron tiempo a preguntar nada, todos juntoscomenzaron a cantar – Que los cumplas feliz, que loscumplas Evaristo, que los cumplas feliz!

Sintió un nudo grandote en su garganta mientraspensaba que ¡las sorpresas siempre guardan los me-jores regalos!

Bien por Evaristo.Todos corrieron hacia él, Eva-risto sentía que crecía y crecía, crecía al ritmo de loslatidos de un reloj que funcionaba en su pecho.

Galvagno, VivianaPreceptora - ET 35 DE 18º

Pirula, quiere volar

Vivo algo lejos de la escuela. Viajo encolectivo todos los días con mi hermanita.

Yo voy a séptimo grado y ella va a ter-cero.

El año pasado nos llevaba mamá todos losdías a la escuela y también nos iba a buscar,pero ahora ella tiene que trabajar y como yoya soy grande puedo ir con mi hermana y cui-darla. Lástima que mi mamá no me veagrande para otras cosas también.

Antes de esta decisión, papá y mamá ha-blaron mucho con nosotros, ¡bah!, especial-mente conmigo; igual cada mañana merecordaban que no debía perder de vista aCarmencita y en lo posible llevarla de lamano; esto último ni soñando lo hago, loúnico que me falta es que mis compañerosme vean de la mano con la nena, no dejaríande cargarme hasta diciembre.

La mañana del primero de octubre la re-cordaré siempre. Era lunes, mamá nos des-pertó, desayunamos, nos pusimos elguardapolvo, mamá peinó a Carmencita conuna cola de caballo atada con un elástico rojo;yo me perfumé, nos pusimos un buzo y car-gamos las mochilas. Mamá baja siempre connosotros en el ascensor y nos abre la puertadel edificio, igual yo tengo llave, porque yasoy responsable. Antes de salir me dio las re-comendaciones de siempre:

-Cuidá a tu hermana, acordate que es chi-quita, llevala de la mano y en especial cuandocruzan la calle. Te quiero –mirando a Car-mencita- a vos también, ¡hermosa!

Besos, besos y más besos, chau.En la esquina de casa está la parada del

colectivo y siempre está llena de gente porquepasan tres líneas diferentes, además justo hayuna cafetería que tiene la heladera de los pos-tres que se ve desde la vidriera y Carmencitase para como una estatua todos los días de-lante de la vidriera, cuando veo que se acercael colectivo, la saco agarrándola de la mo-chila.

Ese lunes parece que nadie faltaría a sutrabajo porque el colectivo estaba repleto degente; estábamos muy apretados, yo iba em-pujando para poder llegar a la puerta delmedio y mientras tanto miraba la calle porquevoy contando las paradas, son siete.

Me desesperé, pero llegué justo al timbre,¡menos mal!, muchas personas bajamos en elmismo lugar.

En el instante en que el colectivo arrancay se va, me di vuelta para decirle a Carmen-cita que se apure:

-¡Dale nena, que vamos a llegar tarde! Ydespués si nos ponen una nota, mamá me retaa mí, a vos no te dice nada.

Alguien me habló. Era Pedro, un compa-ñero que venía caminando con su mamá.

-¿Qué te pasa Mauro? ¿Hablás solo?Ellos ya estaban delante mío y yo le dije:

-No, hablo con mihermana que siem-pre se queda atrás.

-¡Ah!, pero… nola vi ¡eh!

Un sudor frío,más que frío, me corrió por elcuerpo, en mi cabeza los pensamientos secongestionaron como una calle llena deautos; vi a mi papá desesperado, a mi mamállorando y yo cada vez más chiquitito en unrincón lleno, lleno de culpa, y de repente; re-accioné, giré la cabeza buscando hacia atrásbuscando a Carmencita y lo único que vi fueal colectivo alejándose.

¿Qué hacer? Era una pregunta que toda-vía no había encontrado respuesta.

Nunca pensé que mis piernas podían co-rrer tan rápido.

Mauro vio al colectivo frenar en la si-guiente parada, pero él no llegaba y el colec-tivo volvió a arrancar luego de un pequeñointercambio de pasajeros.

-Tengo que correr más rápido- se decíauna y otra vez.

Por suerte en la cuadra siguiente el semá-foro ayudó a Mauro y el colectivo paró.

Golpeó desesperadamente la puerta de-lantera. El conductor le hacía señas con sumano que la parada era en la otra cuadra.

Mauro le explicaba que debía abrir paraque bajara su hermana, la puerta del colectivoseguía cerrada.

Carmencita, muy tranquila, tomada delpasamano miraba fijamente a una señora queestaba sentada tejiendo al crochet.

El colectivero, ante la insistencia del niño,abrió la puerta. Mauro subió y sin mirar anadie buscó a su hermana que estaba ajena atodo lo que pasaba.

Bajaron. Caminaron rápidamente hacia laescuela.

-¿Vos no sabés que tenés que bajar con-migo del colectivo? Casi me muero cuandome di cuenta que te habías quedado arriba.Vos me tenés que hacer caso, acordate detodo lo que nos dijo mamá. Y…¡pobre de vossi contás algo en casa!

Carmencita caminaba con la cabezagacha escuchando los retos de su hermano.

Ya en el patio del colegio, cuando Mauropudo respirar tranquilo y el timbre sonó, Car-mencita le dijo:

-No te hagas problema Mauro, no voy adecir nada en casa que te olvidaste de mí yno me cuidaste. Te aviso que la Play es míatodos los días durante un mes.

Mauro se quedó con la boca abierta yCarmencita se fue a formar preparada pararecitar la oración a la bandera.

Fernández, Laura V. Directora - Esc. N° 13 DE 10°

Mi hermanita

La historia de Evaristo

La Hormiguita Ruperta

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60 años al servicio de la educación. ¡Ayer, hoy y siempre!

Con su casita a cuestas, Felipe el caracol, comenzó su viaje…Adonde lo llevaría su aventura? Querer conocer el mundo! ..y

solo!! Nunca antes lo había intentado.Siempre imagino, al ver las revistas que la gente dejaba des-

pués de un día de campo, que le llevaría mucho tiempo el reco-rrido, ¡pero era tan interesante lo que veía en las fotos!Entonces…. A marchar!!!

Apresurada como estaba, Pato, la ardilla, iba y venía, iba yvenía, juntando su comida y no vio, (porque era muy distraída)a Felipe, que se detuvo para no ser pisado.

-Por favor,- pensó, ¿Qué es esto que está en mi camino?Tranquilo, con su sombrero puesto, Felipe decidió contarle el

sueño de su vida…Viajar.-¿Y para que quieres ir tan lejos?.- pregunto Pato. Si aquí en

el camino tienes todo lo que necesitas: hojas, piedras, árbolespara hacer excursiones por sus ramas.

-No quiero ofenderte, pero con tu paso lento ¿Cuándo llegarasa algún lado?

Felipe, como estaba tan contento por cumplir su sueño, no seofendió por lo que dijo la ardilla. ¡Él quería ver el mundo! Yquien sabe…llegaría a conocer el mar .¿Quedaría lejos?

-El Mar!!- dijo Pato,- solo a alguien que vive en un caparazónse le ocurriría llegar hasta el mar, que quien sabe dóndequeda!!!!-

-Y para que quieres conocerlo?-¿Si acá tienes campo por re-correr y ya conoces por dónde ir?

A Pato, la ardilla, como no era aventurera y se conformabavisitando los arbolitos de su bosque, no podía entender que al-guien iniciara un viaje tan largo porque si...

-Y si te pierdes?-Si no sabes que sendero tomar? Si no en-tiendes lo que dice la gente?, porque en otros lugares deben ha-blar raro, no como acá que nos entendemos entre nosotros, losanimalitos.

Felipe despacio se acercó a la piedrita más cercana y se sentó.Escuchaba con mucha atención lo que decía su amiga, porque

ella que saltaba, iba y venía arriba yabajo de los árboles, debería tener expe-riencia y podría ser verdad lo que estabadiciendo….

¿y si no encontraba el camino hacia el mar?Como haría él solito para que lo entiendan?..

Tan pensativo estaba, que no se dio cuenta que Gaviota sehabía acercado y aterrizado muy despacito, para no molestar yestaba escuchando lo que decían.

Sin abrir su piquito, comenzó a mover la cabecita de un ladoa otro. No...No...No...

-No Felipe!- por fin hablo.-Que Pato no te haga dudar de lo que sientes, de las ganas que

tienes de realizar tu aventura.- le dijo.-Si decidiste viajar…. Hazlo amigo!!Felipe la miro con ojitos sonrientes. (Alguien que lo entendía!)-Tu sabes lo que es viajar…dime si vale la pena comenzar a ca-

minar o como dice Pato, quedarme en mi campo que tanto conozco.Agitando sus alitas y realizando un vuelo bajito, Gaviota se

dispuso a contar a Felipe lo que sabía del mundo.La nube que viajaba apurada para tapar al sol, de pronto se

detuvo porque le intereso lo que estaba escuchando.Las florcitas cercanas, abrieron más sus pétalos, para poder

oír mejor. Porque estaban plantadas!! No podían recorrer cami-nos, pero aunque estaban felices de su misión, alegrar con suscolores el paisaje, se entusiasmaron con la historia que comen-zaría.

Y así, se fueron acercando poquito a poco….las mariposas,que aunque volaban no llegaban tan lejos.

Las ranas, que tienen su mundo en el estanque de un lugar.Pato, la ardilla, se acomodó en la primera rama del árbol.Cuando Gaviota vio a todo el público que estaba preparado

para escuchar su historia, se emocionó y una lágrima comenzóa rodar por su piquito, pero rápidamente la limpió y comenzóa hablar…..,

-Comencé a viajar cuando era muy chiquita, me acompañaba mimama y mi papa.-Como mis alitas no tenían tanta resistencia, los vuelos no eranmuy lejos. Pero…Saben? Comencé a elevarme…y subir, subir,subir…y pase a una nube. (En ese momento la nube que escuchabamuy atenta, comenzó a aplaudir!)-Miraba hacia abajo,- continuó Gaviota -y veía las casitas chiqui-tas, los autos chiquitos como de juguete.-Ahhh…que sensación amigos!! El viento comenzó a jugar con-migo, ya somos viejos amigos, pero lo conocí en ese momento ycomo me ayudo!!!-Cuando perdía altura y caía un poco, Viento, me elevaba haciendocosquillas a mis plumas.-Desde la altura se ve mejor, pueden darse cuenta de todo lo quesucede al mismo tiempo.-Mirar a la gente cuando caminan tan apuradas, sin ver a nadie.Jugar con las hojas de los árboles antes que caigan- Hasta que fui creciendo y pude conocer otros lugares. Conocíarroyos y laguitos, jugaba con mis amigas salpicándonos, eleván-donos y volando al ras del agua.-¡Como nos divertíamos!, conocí las montañas, tan importantes yaltas, con sus rocas y caminos como viboritas y cubiertas de nieve,como una sábana inmensa y limpia.-Cuando llegaba el invierno emigrábamos, buscábamos lugares consolcito, con aire tibio y sombra fresquita.-¿Saben? No tenemos casa, pero podemos dormir donde nos guste,podemos elegir si quedarnos o partir.-No trabajamos, pero tenemos el alimento a diario, no somos pri-sioneros de horarios y somos felices.-Cuando Viento se enoja y sopla fuerte ahí si es difícil avanzar!Pero abrimos nuestras alitas y planeamos y dejamos que se paseel enojo.-Pude conocer muchos países y como soy curiosa me gustaba que-dar un tiempito en cada lugar….viajar y conocer…es vivir.

En ese momento una suave brisa acariciolas caritas de los que escuchaban a Gaviota.Las hojitas de los árboles comenzaron a agi-tarse, como si estuvieran bailando sobre lasramas.

Es que Viento pasaba por allí apurado, es-cucho a Gaviota cuando contaba su historia yquiso participar de la reunión.

Como es invisible, se dieron cuenta que seacercaba por el aire fresquito que comenzarona sentir.-Yo también he viajado, conozco muchos luga-res que ni imaginan.Felipe cuando escucho esto, se entusiasmó,había alguien más que podría contarle sobre elmar y se preparó para escuchar la historia quecomenzaba.-Desde que nací, comenzó a contar, viajo atodos partes.-Mi papa es Viento Huracanado y mi mama, Brisade Primavera. Conocí a Gaviota cuando era muychiquita y le ayude a volar. ¡¡Como nos diverti-mos!!-También soy amigo de las nubes y jugamos

carreras cuando las em-pujo.(la nube que estaba es-cuchando, lo saludo felizpor volver a encontrarlo).-Saben? Soy amigo delos chicos y me gustaayudarlos cuando quieren jugarcon su barrilete, porque sin mí, no podrían ha-cerlo._Pero a veces no me comporto bien y cuandome aburro, juego haciendo volar los sombrerosde las personas, soplando muy muy fuerte.-Conozco el mar desde siempre, somos ami-gos, pero también nos peleamos y en esas oca-siones soplo tan fuerte, pero tan fuerte, quehago que sus olas sean enormes, que la arenade la playa comience a volar, aunque eso no lesgusta a las personas que se encuentran allí.-Pero….cuando estoy feliz, porque es un lindodía…porque el sol hace brillar los colores…soplo tan suave, que esa brisa da gusto recibirlaen la cara.-Llego a cualquier rincón, conozco montañasy mares y soy feliz de ir y venir libremente.

Hasta ese momento, la ardilla, la nube, lasmariposas y Felipe el caracol, escuchaban ensilencio los relatos de Gaviota y Viento, ima-ginándose como seria poder viajar y conocertantos lugares.

A Felipe le brillaban los ojitos de alegría alentender que valía la pena comenzar su viajepara conocer el mar, sin importar el tiempo quetardara.

Ya sabía que a su paso iban a ser años losque pasarían antes de poder llegar.

Lentamente, bajo de la piedra donde sehabía sentado para escuchar la historia y leconto a sus amigos la decisión que había to-mado….Ir al mar!!!!

La Nube y las Florcitas comenzaron aaplaudir. Bravo Felipe!!!

Las mariposas revolotearon hasta la copadel árbol para ver desde allí si el camino eramuy largo.

La ardilla salto de un lado a otro…dearriba, abajo…enojada!

-¡Como iba a hacer ese viaje si no sabía nicómo salir al camino!

Gaviota los observaba callada, y escu-chando todo. Hasta que de pronto, tuvo unaidea! Hizo un vuelo bajito para festejarla yvolvió para hablar con Felipe.

Ya estaba preparándose, tomando fuerzapara iniciar el viaje, cuando vio a Gaviota quecon su piquito llamaba suavemente a su capa-razón. Toc...toc...

Se agacho y hablo bajito a su oído contán-dole su idea y Felipe comenzó a aplaudir en-cantado!!Se iba a cumplir el sueño…y en tanpoco tiempo…

Todavía la ardilla, la mariposa y la nube,estaban comentando lo que habían escu-chado y contentos de aprender cosas nuevas,cuando Nubecita les indico que miraran elcielo.

Todos los ojos al mismo tiempo se eleva-ron por la curiosidad… ¡y que alegríacuando vieron a Gaviota que había levan-tado vuelo, llevando sobre sus alas a Felipeel caracol!

El caracol más feliz del mundo porque ibaa realizar su sueño, el de conocer por fin el mar.

El viaje de GaviotaLa ilusión de Felipe

Forciniti, Patricia Nora Maestra Recuperadora - Esc. Nº 13 DE 1º

Compartiendo AventurasCumpliendo el sueño

El mejor lugar del mundoTadeo es un caballito de color gris amarillento,

muy inquieto y juguetón, al que le gustaba correr ytrotar por el campo. Vive con otros caballitos; sumejor amigo es un caballo blanco llamado Toby.

Tadeo estaba aburrido de correr siempre por losmismos lugares así que un día le dijo a su amigo:“-¡Me voy!”. -¿Cómo que te vas?, le dijo a Toby. –“Si me voy a recorrer otros lugares” y sin más sesacudió sus patas, saludó a su amigo y se fue lige-rito, ligerito a todo galope.

Trotó y trotó hasta que sus patas se cansaron ydecidió descansar debajo un árbol.

Rosa, la mariposa, lo saludó y le preguntó: -¡Qué haces tan lejos de tu casa?

-“Es que quiero conocer el mejor lugar delmundo”- le contestó Tadeo. “Tu que vuelas por losaires quizás lo hayas visto y puedas decirme dondequeda”. La mariposa pensó un ratito y le dijo: -Creo que es dónde están las flores de colores… Sí!Ese es el mejor lugar del mundo!!! Y le ofreció alcaballito llevarlo allí.

¡Tadeo estaba tan contento!! Por fin conoceríael mejor lugar del mundo!!

Fueron entretenidos charlando por el caminohasta que llegaron a un hermoso lugar donde cre-cían muchas flores de todos colores. – “¿Este es ellugar?- preguntó el caballito desilusionado ya queno le pareció el mejor… mejor…mejor lugar delmundo.

Le dio gracias a la mariposa y decidió seguir subúsqueda. Trotó y trotó y se detuvo en un arroyo atomar agua. Un pececito se le acercó a saludarlo y

extrañado también le preguntó: - ¡Que haces tanlejos de tu casa?... Entonces el caballito respondió:“Es que quiero conocer el mejor lugar en elmundo!...

Pero sin lugar a dudas el mejor lugar es el fondodel mar!!

Entonces el caballito metió la cabeza en el aguapero tuvo que sacarla enseguida porque no podíarespirar (es que los caballos no respiran debajo delagua). Sin dudas ese no era para él, el mejor lugaren el mundo.

Una hormiga que escuchó todo, le dijo: - Noestoy de acuerdo, el mejor lugar en el mundo es de-bajo de la tierra. Te voy a enseñar: haz un agujeritoen la tierra y métete por allí y sin dudas verás quees el mejor lugar en el mundo.

No, no, dijo un mono que espiaba desde un árbol:- Cuélgate de la cola y hamácate en los árboles!!!

El caballito pensó que estaban todos chiflados!!!Cómo se iba él a colgar de su enrulada cola? Asíque saludó y siguió trotando.

Mientras trotaba, recordó su casa, sus amigos,las mañanas en que jugaba carreras con su amigoToby, las tardes en que volvía al corral y su mamále hacía mimitos en su melena.

Tadeo suspiró y se dio cuenta de que era horade volver a casa, que sin dudas ese era para él, elmejor lugar del mundo.

Nellem, Viviana AndreaMaestra de GradoEsc. N° 4 DE 16°

Había una vez dos nenes, que eran hermanos,se llamaban Carlos y Agustina, y le tenían muchomiedo a los vampiros y a las brujas.

Un día sus papás fueron a hacer las comprasal supermercado y los chicos se quedaron solosen su casa de Villa Lugano.

Ya casi de noche, Agustina y Carlos decidie-ron ir a la plaza a pasear a su perra Manchita. Es-taban jugando cuando de pronto, vieron en elcielo mucho humo y una nube brillante, entre elhumo visualizaron a un vampiro y a su amiga, labruja montada en una escoba.

Los chicos al verlos se asustaron y corrieronrápidamente hasta su casa, se escondieron conManchita adentro de un baúl que estaba en su ha-bitación.

La bruja y el vampiro los siguieron y tambiénentraron en la casa para buscar a los chicos.

Primero fueron a la cocina y no encontraron anadie, luego en el baño y tampoco los encontra-ron.

Despacito, despacito el vampiro y la bruja co-menzaron a subir escaleras, no se escuchaban rui-dos, entraron en el cuarto de los papás de loschicos y no estaban y finalmente abrieron de apoco la puerta de la habitación de Carlos y Agus-tina y entraron, no se veía nada.

Había mucho silencio en la casa, pero adentrodel baúl había mucho polvo y Manchita estor-nudó.

Al escuchar el vampiro y la bruja el estornudoy el ruido que hicieron los chicos abrieron degolpe el baúl.

Carlos y Agustina se quedaron congeladospor el miedo, estaba todo muy oscuro y en la

pared se veía la sombra del vampiro que movíalos brazos y mostraba sus dientes. En ese mo-mento Manchita que era una perra muy valientey que siempre protegía el hogar salió corriendoen busca de ayuda.

En la calle se encontró con los papás de losnenes que volvían del supermercado y comenzóa ladrar con mucha fuerza para avisarles que loschicos estaban en peligro.

Los tres corrieron y cuando los papás llegarona la casa, Manchita los llevó hasta la habitaciónde los chicos, en ese momento la bruja y el vam-piro escucharon voces y se escondieron en el pla-card.

La bruja abrazó con fuerza al vampiro, utilizósu varita mágica, realizó unos pases y diciendo laspalabras mágicas “abracadabra pata de cabra”,desaparecieron en un segundo.

Los papás abrieron muy rápido la puerta delplacard y no encontraron a nadie, pero al mirar aun costado vieron la marca de los dientes del vam-piro en la puerta del placard y la estrella del gorrode la bruja que se le había caído.

Ahí se dieron cuenta que los chicos estabandiciendo la verdad, los abrazaron y felicitaron aManchita, premiándola con galletitas para perros.

Los nenes estaban muy angustiados y conmucho miedo. La mamá les preparó una rica co-mida mientras el papá kes leía su cuento favorito.

Cuando terminaron de cenar los papás les pro-metieron a los chicos no dejarlos nunca más solos.

Hernández, Verónica ClaudiaMaestra de Sección

JII N° 3 DE 14°

Congelados por el miedo

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10

60 años al servicio de la educación. ¡Ayer, hoy y siempre!

Era una mañana de vacaciones de invierno, hacía mucho frío…estaba muyaburrida en mi cama hasta que de repente decidí pegar un salto y salí a dar unavuelta por el parque de Risispueblo.

Risispueblo como su nombre lo indica, es un pueblo muy gracioso, divertido,te descostillas de la risa y además es el más limpio, ¡el mejor pueblo del mundo!.

Todos estamos siempre de excelente humor y cargados de energía positiva.Cada trabajador realiza su trabajo con mucha alegría y disposición absoluta al

otro, las veredas tienen un pasto requeté verde y siempre bien cortito: los vecinosse encargan entre todos en cuidarlo.

Los gatos y los perros no pelean y tienen terminantemente prohibido hacer susnecesidades allí. Para eso todos los niños preparamos en las escuelas unos tarrospintados de diferentes colores: violeta, rojo, verde, azul, naranja.

Luego los distribuimos en todas las esquinas y llamamos a todos los gatos yperros a la asamblea general de los jueves por la tarde. Yo, como presidenta, mesubí a la tarima y expliqué detalladamente el uso de los tarros y el cuidado de losmismos.

¡Miauuguauuu! ¡Vivaguauuu! ¡Bravouauuu!El griterío era ensordecedor, pero muy emotivo a la vez. Juro que mis ojos se

llenaron de lagrimas y casi no pude terminar el discurso que me había dejado tresnoches sin dormir.

Todos estaban contentísimos, hasta el viejo gato “garabato” que en generalsiempre está muy cansado durmiendo en algún zapato.

Cada uno de los niños presentes llevamos solemnemente a un gato o a un perroa su tarro correspondiente.

Desfilamos de esa manera por las calles de Risispueblo ante la mirada de todoslos vecinos, quienes muy contentos y más que entusiasmados tiraron serpentina,papel picado sobre nosotros.

De esa manera logramos solucionar un problema y…¡ con gran éxito!Pero…yo¿ no les había contado que una mañana de vacaciones de invierno

salí a dar una vueltita por el parque de Risispueblo?¡obviamente que si! Sólo que como lo hago habitualmente, me pongo a divagar

sobre mi adorado pueblito y me olvido de todo, bueno casi todo…Ese día, como les decía, me desperté me miré en el espejo y dije: Alexa, hoy

puede ser un gran día, entonces lavé mi cara y estrené un hermoso vestido de lu-nares amarillos, una bincha al tono acompañada con un clavel de color blancojunto a dos margaritas azules y una rosa violeta.

Todo estaba en orden para salir pero de repente escuché el grito de mi mamápreguntándome una y mil veces si me había bañado. En verdad, tenía fiaca y tantasganas de salir a pasear por mi adorable pueblito que ni siquiera me acerqué a laducha, pero ojo les repito: sí lavé mi carita con abundante agua calentita.

Además lo único que deseaba era salir con mi hermosa ropita y encontrarmecon algún amigo para que me dijera lo linda que estaba, cuando…

¡oh! ¿ qué piensan que vieron mis ojos? ¿ eran mis amigos?Nooo! Nada que ver!En una de las hamacas del parque había un elefantito color gris, sonándose la

trompa con un pequeño pañuelo de seda rojo con lunares azules.¡ Lo que faltaba! ¡ un elefantito en Risispueblo!Me acerqué despacio por las dudas, para que no se asuste ya que no sabía si

lloraba de verdad o era sólo una broma… y saben que pasó?¿ Estás llorando de verdad? Le pregunté casi atragantándome con mi saliva.¡ Buhhh! Me respondió y enormes lagrimones rodaron por su cara e hicieron

un charquito alrededor de mis bellos zapatos ( ah, nuevos también, y de un coloramarillo patito que era mi sueño dorado).

Pero…¿qué te pasa? ¿ porqué llorás?Ya me sentí demasiado conmovida por esa piedra gris hecha un mar de lágri-

mas.¡ Buhhh! ¡Buhhh! Me respondió otra vez.Muy preocupada pero a su vez muy molesta le pregunté:¿ No tenés otra cosa más que decir que no sea. ¡ buhhh!?Entonces…ante el asombro me miró fijamente y se puso a reir como un loco.Me dieron muchas ganas de salir corriendo de allí porque de verdad no entendía

nada, nada de nada.Además llegué a pensar que podía llegar a ser un elefante salido de un mani-

comio, pero mi curiosidad pudo más y allí me quedé firme como un verdaderosoldado en el campo de batalla.

¿ Te puedo ayudar en algo? Le grité.Entonces, el elefantito dejó de reírse y volvió a mirarme fijamente.¿ Cómo te llamás ? Le pregunté suavemente ( la pregunta era muy boba, pro

fue lo único que se me ocurrió en ese momento)Ante mi asombro, me miró muy dulcemente y dejando de sonarse la trompa

me respondió:Felipe.¡Ah, Felipe, encantada de conocerte!( ya les dije que en Risispueblo somos

todos muy amables)¿Y se puede saber qué te pasa Felipe?El elefantito se sonó tan fuerte la trompa que yo, casi, casi…¡pierdo el equili-

brio!Es que…Sí ,dale ¿ qué te pasa? ¡ anímate de una vez!Es que…¡ no sé hamacarme solito!¡Ah, pero, ¿ ese es todo tu problema? Por eso lloras? ¡ en dos segundos te lo

soluciono!Muy decidida me puse atrás de la hamaca de Felipe y comencé a empujar.Sabián…? La hamaca no se movió un solo milímetro. ¡ que pena!Para que Felipe no vuelva a angustiarse, lo intenté una y otra vez…pero nada.La hamaca del elefantito seguía inmóvil, paralizada.¡Buhhh! Empezó a llorar de nuevo el elefantito.Felipe, por favor no llores! ¡ te lo ruego! Es que jamás pude hamacarme y todos los nenes lo hacen…¿ te das cuenta?¿ Que hacer? Pensaba yo, mientras ayudaba a Felipe a secarse la cara y la

trompa.La asamblea de gatos y perros era otro día, por lo tanto imposible pedirles

ayuda.¡Ah! Dije en voz alta: hoy es la asamblea de los canarios, los jilgueros, los

loros y las cotorras.Felipe me miró y creo que no entendió nada porque siguió llorando, pero esta

vez más despacito y por lo tanto sus lágrimas no llegaron a mojarme las flores demi sombrero.

¡Felipe! ¡ ya tengo la solución! Le dije muy contenta y entusiasmada

En un pueblo lejano, vivía una brujita llamada Burbuja.Siempre había vivido con su abuela, la bruja Burbujona,pero como ya era anciana, la abuela decidió que ya erahora de jubilarse y tomar unas largas vacaciones en el paísde Brujolandia. Entonces, antes de partir, le dio a Burbujauna escoba 0 kilómetro último modelo con GPS incorporadocomo regalo de despedida, y se fue volando rumbo al norte.

Burbuja se quedó sola en su casita, y a los pocos días tuvoque salir de compras al supermercado. Cuando pasó caminandopor la escuela, los chicos que estaban en el recreo en el patio,y que conocían a Burbujita porque estaban acostumbrados averla montada en la escoba con su abuela, le gritaron :

Brujita Burbujita, ¿por qué no vuelas en tu escobita? Y Burbujita, avergonzada, agachó la cabeza, y fue casi co-

rriendo hasta el supermercado y volvió a su casa por otro ca-mino para que los chicos no la vieran.

Al día siguiente, Burbujita tuvo que ir a la verdulería, y nue-vamente pasó por la escuela a la hora del recreo, y los chicosvolvieron a gritarle:

“Brujita Burbujita, ¿por qué no vuelas en tu escobita?”Otra vez, Burbuja fue corriendo a la verdulería, y volvió por

otro camino a su casa.A los pocos días, tuvo que ir al locutorio, a enviar un mail a

su abuela, y una vez más los chicos de la escuela le gritaron:Brujita Burbujita, ¿por qué no vuelas en tu escobita? Volvió corriendo hacia su casa, muy avergonzada. Porque

lo que nadie sabía, era que Burbuja tenía un problema: no sabíacómo volar en su escoba último modelo. Siempre había voladoacompañando a su abuela, pero nunca sola.

Entonces se le ocurrió pedir consejo. Y habló con el gorriónque revoloteaba cerca de su naranjo:

-Querido gorrión, ¿me enseñas a volar en mi escobita?- Ay, bruja Burbujita, yo vuelo con mis alitas, no vuelo en

escobita.Muy triste, fue a pedirle consejo a la mariposa multicolor:-Querido mariposa, ¿me enseñas a volar en mi escobita?- Ay, bruja Burbujita, yo vuelo con mis alitas, no vuelo en

escobitaMuy decepcionada, decidió pedir consejo a las

abejas:- Queridas abejitas, ¿me enseñan a volar en

mi escobita?- Ay, bruja Burbujita, nosotras volamos con las ali-

tas, no volamos en escobita.Burbujita se quedó en su casa muy triste, sin saber qué

hacer. Al día siguiente, en la plaza del pueblo se festejaba el día

del niño, y el intendente había repartido golosinas y globos atodos los chicos presentes. Los papás, las mamás y los abuelitosestaban muy contentos al ver cómo se divertían los chicos. Lafiesta era todo un éxito, llena de risas y alegría. Pero, de pronto,un viento fuerte arrasó sobre la plaza, llevándose sombreros,peluquines y hojas secas. La ráfaga fue tan fuerte que arrancóde las manos de los chicos todos los globos, que volaron alto,muy alto, y quedaron atrapados debajo de las ramas de una pal-mera enorme que estaba en medio de la plaza. Los chicos llo-raban y gritaban, y sus gritos llegaron hasta los oidos deBurbuja, que estaba sola en su casa. Sin pensarlo dos veces,tomó su escoba 0 km, salió de la casa, se subió en ella, y to-mando coraje, salió volando hacia la plaza. ¡Lo había logrado,estaba volando sola! Con cuidado, voló hasta la palmera y em-pezó a sacar uno por uno, los globos. Cuando los chicos la vie-ron, empezaron a aplaudir y a gritar:

- ¡Bruja Burbujita, qué bien vuelas en tu escobita!Todos los chicos recuperaron sus globos y lo más importante

fue que Burbujita perdió el miedo y recuperó su confianza y sucoraje ayudando a los demás. Desde entonces, Burbujita vuelatodos los días para hacer sus mandados y salir a pasear y cuandopasa por la escuela todos los chicos la saludan gritando: ¡AdiósBurbuja, la mejor de las brujas!.

Penelas, Maria IsabelProsecretaria

EMEN 1 DE 14°

Había una vez, un pueblo chiquito, muy bonito dondelas flores crecían por doquier iluminando todo el lugar, losárboles mostraban orgullosos , sus ramas cubiertas conhojas de diferentes colores, naranjas, verdes y amarillas.En sus copas se podían ver todo tipo de pájaros, que lesdedicaban su canto en agradecimiento por el cuidado queéstos ofrecían a sus nidos.

Si te escondías, podías ver a las ardillas corriendo enbusca de nueces frescas, que guardaban celosamente enlos troncos de los árboles huecos.

Todo era alegría en el pueblo, la gente se levantabamuy temprano para salir a trabajar y se podían escucharlas voces de los hombres que entonaban una misma can-ción llena de energía y entusiasmo.

Los niños dormían un poco más, acurrucados en suscamas; cuando el sol salía, su luz entraba por las ventanasy con una cálida caricia los despertaba para ir a la escuela.

Pedro, era muy remolón y siempre daba muchas vuel-tas para comer, diciendo

- Esto no me gusta, esto está caliente, esta frío, estáduro, y siempre tenía una excusa para no probar bocado.

Su madre estaba muy preocupada y su padre se enojabacon él, pero pronto se le pasaba.

Una noche, cuando Pedro ya estaba durmiendo, sus pa-dres, se quedaron charlando en la cocina muy preocupadosporque pronto cumpliría los diez años. La leyenda contabaque la Bruja de la Noche Oscura bajaba de su castillo enlo alto de la montaña negra para llevarse a un niño que nole gustara comer y que cumpliera 10 años ese día.

El día del cumpleaños llegó, Pedro estaba loco de con-tento, pero notaba que sus padres estaban raros, cerrabanpuertas y ventanas, caminaban de un lado a otro, y le di-jeron que por ningún motivo tenia que salir.

Pedro sabía que sus amigos lo estaban esperando en elbosque y sin hacer ruido y con mucho cuidado saltó porla ventana de su cuarto y corrió como jamás lo habíahecho. Un poco de culpa sentía por haber desobedecido,pero pronto lo olvidó.

Agotado por tanto correr, se sentó bajo un árbol. Depronto todo se oscureció. Parecía de noche, la noche másoscura que había visto jamás.

Las ramas de los árboles se convirtieron en brazos tra-tando de atraparlo, las hojas golpeaban su cuerpo impul-sadas por un viento huracanado. A lo lejos se podíaescuchar la carcajada más aterradora, que helaba su sangrey paralizaba su cuerpo; finalmente frente a él se aparecióuna gigante silueta oscura que lo envolvió sin permitirlereaccionar, elevándolo por los aires.

Al abrir sus ojos no reconoció el lugar, era húmedo ysombrío, se asomó por una pequeña ventana y lo único quepudo ver y escuchar era el mar golpeando furiosamentecontra las rocas.

Lloró desconsoladamente, pidiendo regresar a su casacon sus padres, de repente y dando un portazo entró a lacelda una mujer encorvada y vestida toda de negro, sí…era ella, la Bruja de la Noche Oscura, y entre sus manos

traía un cofre de madera que sostenía firmemente.Pedro, espantado se acurrucó en un rincón junto a la

ventana, no pudo decir nada, sólo escuchó a la mujer quele decía que tenía que comerse lo que estaba dentro delcofre, y que regresaría dentro de una hora.

El tiempo comenzó a pasar y Pedro no podía salir desu terror, intentó una y mil veces acercarse al cofre perono pudo, hasta que finalmente lo logró y abrió la chirriantetapa… aterrado pegó un grito que retumbó en todo el cas-tillo. En su interior había una mano verde y muy peludaque se movía sin parar, jamás podría comer semejanteplato.

Al escuchar los pasos en la escalera tomó la mano y laescondió bajo el colchón de la cama y se sentó sobre ella.La Bruja entró y le preguntó si había comido, Pedro convoz temblorosa le contesto que si.

De inmediato la Bruja con voz de trueno preguntó -¿Mano verde dónde estás?

A lo cual la mano respondió - ¡Debajo del colchón delniño!

Furiosa, dio media vuelta y cerró la puerta a la vez quele gritó

- ¡Tienes una hora para comerte la mano! Desesperado Pedro tomó la mano y la arrojó por la ven-

tana, el tiempo pasó y la bruja regresó y con voz de truenopreguntó:

-¿Mano verde dónde estás?, Y desde lejos se escuchó, - ¡Estoy entre las rocas en el

fondo del mar!Más furiosa aun, cerró la puerta y al poco tiempo re-

gresó empapada y con olor a sal. Mirándolo fijamente ysin respirar dijo, - es tu última oportunidad o la comes ono podrás regresar a tu casa.

Pedro empezó a dar vueltas y a pensar que si queríavolver a ver a sus padres tendría que comerse semejantebocado. Ni un minuto más ni uno menos después, se oye-ron golpes a la puerta y con voz de trueno la bruja pre-guntó:

- ¿Mano verde donde estas?- ¡Estoy en la panza del niño!, satisfecha por lo suce-

dido y sin dudar un instante tomó a Pedro de la mano y ta-pando sus ojos lo llevó hasta el bosque donde lo habíaencontrado, se despidió diciéndole recuerda siempre tenerbuen apetito y desapareció en medio de una nube dehumo.

Pedro feliz, pero todavía asustado, se levantó su ca-misa y sacó de su panza la mano verde que estaba soste-nida por su cinturón, la enterró y ansioso corrió a su casa.

-No saben lo felíz que estaba de haber llegado a mi casaese día…desde ese momento nunca más volví a dejar algoen mi plato y nunca, nunca más volví a desobedecer a mispadres.

Muñoz, Andrea A.Maestra de Sección

JII N° 2 DE 8°

Risispueblo Burbuja

La Bruja de la noche oscura

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60 años al servicio de la educación. ¡Ayer, hoy y siempre!

¿ Cuál sería? Dijo Felipe mientras seguía acongojado.Dejá de llorar que yo dentro de un rato vengo a ayu-

darte.El pobre Felipe me miró sin saber qué hacer, si seguir

llorando o darme las gracias.Vos te quedás acá sentadito, bien quietito, que yo ya

vengo en unos minutitos, ¿eh?¡ acá tenés un chupetínpara distraerte y endulzarte mientras me esperás!

Felipe se sonrió, desenvolvió el chupetín y ya casicontento comenzó a chuparlo.

Muy apresuradamente comencé a correr y fui alárbol del jilguero. Allí estaba la asamblea.

A los pocos minutos comenzaron a llegar todos lospájaros y yo muy apurada, les conté lo que me sucedía yla idea que tenía para ayudar al elefantito.

Todos los pájaros me escucharon atentamente y pro-metieron acompañarme hasta el parque.

Empecé a caminar envuelta en una nube de pájaros.Todos tenían algo que preguntar y yo les contestaba dela mejor manera posible (como lo hacemos en Risispue-blo, muy amablemente)

Llegamos por fin al parque, donde ya varios chicosrodeaban al pobre Felipe, quién seguía con su chupetíny su pañuelito de seda.

Bueno Felipe, vengo con ayuda.Los chicos me miraron, no entendían nada de nada.

Entonces les hice una seña ( guiñadita de ojos muy se-ductora) para que se quedaran quietos y no comenzarana interrogar.

Entonces todos los pájaros, apoyaron sus patitassobre las sogas de la hamaca. Eran tantas patitas que casino tenían lugar para moverse

Entonces empezaron a aletear todos juntos y, ante lasorpresa de todos y del mismo Felipe, la hamaca co-menzó a moverse lentamente.

Al principio lentamente y más fuerte después, Felipeempezó a reir y a cantar sin parar, los chicos aplaudían ylos pájaros no dejaban de hamacar ni por un segundo.

Después de unas cuantas horas, Felipe pidió que de-jaran de hamacarlo porque ya estaba muy cansado y teníasueño.

¡Menos mal, porque los pobres pájaros ya se veíanun poco cansados!

Entonces, Felipe se levantó de la hamaca, nos miró atodos y muy contento dijo:

¡Nunca olvidaré lo que hicieron por mí! ¡ mil graciasadorables amiguitos míos!

De repente con su trompa me alzó y empezó a cami-nar lentamente hacia mi casa, mientras los pájaros se des-pidieron y se fueron volando a continuar con la asamblea.

Al llegar a casa despedí con un enorme beso en latrompa a mi nuevo amiguito e integrante de Risispueblo.

Pero…¿ustedes piensan que el día terminó feliz?Al ingresar a mi casa, mi mamá me estaba esperando

con la bañera llena de agua, lista para bañarme.No, no quiero bañarme.¡ Buah, buah! ( ya me estaba

pareciendo a mi amigo el elefantito).¡Pero hija!¡ hay que bañarse todos los días! decía mi

mamá y para no perder la costumbre…saben? Empecéa hacer el escándalo de todos los días…

Hasta que de repente escuché una voz muy dulcepero desconocida para mí que me decía:

Alexa, Alexa, vení…¿quién me llama? Pregunté un poquito asustada, mi-

rando para todos lados.Soy yo…¡ Pepa! ¿quë pasa? Pregunté con tono de voz muy bajo y más

que asombrada…Aunque no lo crean, Pepa es…mi muñeca preferidaAlexa ¿ no te da vergüenza no querer bañarte? ¡ si

todos los días me bañas a mí! Y yo ni lloro ni grito. Dijomuy firmemente Pepa.

Pero…es que a mí no me gusta bañarme. Contestérápidamente.

¡ Que vergüenza! entonces yo tampoco dejaré queme bañes más.

Bueno…pero si yo no te baño todos los días vas aestar fea y muy sucia .Dije a mi muñeca un poco eno-jada.

Igual que tú, ni más ni menos y además te cuento:tendremos que irnos de Risispueblo ya que aquí todo esagradable y sin embargo esta situación es mas que ho-rripilante.

Esa respuesta me dejó helada y me di cuenta quePepa tenía razón. Entonces fui corriendo a buscar a mimamá.

Mami, vamos, voy a bañarme solita y sin protestar.¡ Bueno, bueno! Dijo mi mamá y sin entender lo que

sucedía pero muy contenta, empezó a prepararme elbaño.

Muy despacito me acerqué a mi muñeca Pepa yabrecé fuertemente:

¡ hoy es un día muy especial! Grité fuertemente, aldarme cuenta que no sólo ayudé a mi amigo Felipe sinoque también dejé que me ayudaran a mí…

Y sí, en Risispueblo pasan cosas así.Colorín colorado…este hermoso cuento ha terminado.

Campuzano, María AlexandraMaestra de Sección - Esc. Nº 15 DE 14º

Dos mil diez, año del bicentenario, en una es-cuela pública del barrio de Flores dos amigas deséptimo grado renegaban del trabajo práctico quesu maestra le había mandado a hacer: costumbresde 1810. A Tania y Caro no les gustaba ni medioese trabajo. “Al resto les tocó cosas máscopadas”decían. Las dos chicas se conocían desdeque eran pequeñas. Tania era bajita, usaba con elpelo negro atado. Siempre estaba de jean y botitasde lona, remera y camperita deportiva. Tenía muchocarácter, era muy decidida y la más seria de las dos.Caro era todo lo contrario. Un poco más alta que suamiga, tenía el pelo castaño y usaba flequillo. Casisiempre se vestía con pantalones bali, zapatillas de-portivas, remeras estampadas y buzo cangurito. Es-taban todo el día juntas. Eran casi como hermanas.

Una tarde estaban los dos en casa de Tania tra-tando de buscar en la compu cosas sobre las cos-tumbres de esa época sin éxito. Las dos renegabanhasta que el abuelo de Tania apareció y les preguntóqué les pasaba. Le contaron al nono lo que estabanbuscando y que no sabían dónde conseguir infor-mación. Él se ofreció a ayudarlas, pero no con rela-tos ni historias de abuelo. Don Cosme, que así sellamaba, busco unas llaves en el cajón de un muebledel living y les pidió que lo acompañaran. Las chi-cas intrigadas lo siguieron, “si servía para hacer eltrabajo todo estaba bien” pensaron.

Salieron de la casa doblaron la esquina y se de-tuvieron en un negocio cerrado con persianas demetal. “Abu este no es el taller de aquel amigo tuyo”preguntó Tania. El abuelo contestó que sí. Abrió lapequeña puerta metálica y las invito a pasar. Adentroestaba todo sucio y desprolijo, se veía que hacíatiempo nadie limpiaba, parecía un taller mecánico.Don Cosme les contó que ese era el taller de donVicente Nario, un viejo inventor que solía arreglarcualquier cosa que le trajesen, había inventado mu-chas cosas y ninguna había funcionado salvola má-quina del tiempo. Las chicas se pusieron a reír acarcajadas, no podían creer lo que escuchaban. Lepreguntaron al abuelo que tenía que ver eso con sutrabajo práctico. Don Cosme sin hacerse problemase acercó a un gran artefacto que descansaba en elfondo cubierto con una gran lona, tiró de ella y, degolpe, apareció ante ellos una maquina súper rara.Parecía un autito chocador pero más grande. Teníaatrás un enorme ventilador cubierto por una reja yen su interior un tablero de instrumentos con milesde botones y relojitos. “Pueden hablar de la máquinadel tiempo” les dijo con mucha inocencia. “naabu,tenemos que hablar de costumbres de mil ochocien-tos diez no de máquinas, le retrucó la nieta.

Pero aquel extraño artefacto les había causadointriga así que Tania y Caro empezaron a inspeccio-narlo mientras el abuelo les contaba la historia. “Vi-cente llevaba años construyendo esta máquina. Suidea era viajar al pasado, al 25 de mayo de 1810.Quería ver aquel glorioso día en vivo y en directo.Estar en la plaza cuando el sol de veinticinco estu-viese asomando como solía decirse.“Pueden contarsobre esto, seguro se sacan un diez” les dijo elabuelo.“Abu si hablamos de esta cosa la maestra nospone un uno” dijo Tania algo enojada e irónica.

Mientras Caro miraba el interior del aparato,Tania le preguntó a su abuelo que había pasado condon Vicente. “Nadie sabe” respondió el anciano.“Una noche vi unas luces desde mi ventana que pro-venían de acá, yo sabía que éltenía planes de hacerel viaje aquella noche entonces me vine corriendoy la maquina estaba pero él no” dijo el abuelo. Apa-rentemente aquel invento si había funcionado peroalgo debió salir mal porque aquel vehículo deltiempo seguía ahí en el taller y el inventor no estaba.“Capaz se cansó de que ningún invento le funcio-nara y se fue a otro lado “dijo Caro. Don Cosme sepuso serio y le respondió a la amiga de su nieta: “nosé qué habrá pasado pero Vicente viajo en el tiempode eso estoy seguro”.

El abuelo escucho de pronto un grito de laabuela. “Chicas me voy un rato a la casa, así laabuela no se preocupa, cuándo se vayan cierrenfuerte la puerta” les dijo y se fue despacio rumbo asu casa.

Tania miraba la máquina de lejos, con un pocode miedo, pero Caro ya se había subido. “No toquesnada” le ordenóTania. Pero era tarde. Sin querer,Caro toco algo con el codo y los relojes y las lucesse encendieron .En el intento de apagar el tablerotoco un teclado como de celular y en una pantallachiquita que decía destino se puso 24 de mayo de1810. Al ver eso Tania se subió junto a ella para tra-tar de apagar todo con tanta mala suerte que apreta-ron un gran botón rojo y la maquina se empezó amover. Unas descargas eléctricas de color azul em-pezaron a envolverlas y al mismo tiempo la hélicetrasera cada vez giraba más rápido. Caro asustadase quisobajar, peroTania la agarro de un brazo.

“Quédate quieta hasta que se pare” le dijo. Sin em-bargocada vez había más descargas y luces .Depronto hubo un fogonazo enorme y la máquinade-sapareció.

Entre el grito y algún llanto de las chicas, la ma-quina se dejó de mover. Pero no estaban en el taller.A su alrededor solo había campo. Se bajaron asom-bradas. ¿Qué había pasado? ¿Dónde estaban? “Meparece que la maquina funciono” dijo Tania mien-tras miraba para todos lados sin encontrar nada co-nocido. ¡Habían viajado en el tiempo! Sin salir desu asombro trataron de encenderla sin éxito. Nadafuncionaba ni las luces ni el tablero. Todo estabaapagado. Tras varios intentos se dieron por venci-das: “Ya sé que podemos hacer, don Vicente viajoen el tiempo ¿no?así que tiene que estar en milochocientos diez, vayamos a la ciudad a buscarlo elseguro sabrá como hacerla funcionar” dijo Tania yla cara de ambas se iluminó tras aquellos momentosde no saber qué hacer. Arrastraron la maquina hastaatrás de unos pequeños arbustos cercanos para es-conderla y partieron en búsqueda del inventor.

Llegaron a un camino de tierra a unos metrosdel lugar de su arribo y vieron un grupo de carretasque se acercaban .Eran estrechas cajas con techo decuero que marchaban con lentitud sobre dos ruedasaltísimas arrastradas por cuatrobueyes. Las chicasles pidieron que las llevaran pero todas pasaron sindetenerse hasta que la última, la que conducía unjoven mestizo, lo hizo y allí pudieron subir. Se lla-maba Manuel. Era un chico apenas mayor que ellas.Flaco y de piel oscura, pelo lleno de rulitos ojos sal-tones y una gran sonrisa blanca.

Cuando llegaron a la plaza notaron que todoaquello que la maestra le mostraba en la compu yque ellas habían visto en revistas era poco en com-paración a lo que veían.En las calles había señoresvendiendo velas, agua, empanadas, escobas, plume-ros, pescado; y cada uno tenía su propio canto.Lascalles eran de piedra y angostas. La ciudad era unalarga línea de casas bajas, de irregular construccióncon un viejo fuerte en el centro. El fuerte, un edificiogrande, se hallaba frente a una amplia y hermosaplaza dividida por una Recova, una galería en la quese podían encontrar pequeños comercios. Al otrolado de la plaza se encontraba el edificio del CabildoEl sector de la plaza ubicado entre el Cabildo y laRecova se utilizaba como Mercado. Allí se instala-ban diariamente los vendedores ambulantes que lle-gaban a la ciudad.Alrededor de la plaza, seencontraba el edificio de la Catedral y frente a ellahabía casas de dos pisos. Las chicas miraban todocon asombro, nada era como ellas creían que erasino mejor y más pintoresco que las fotos de ma-nuales o de la netbook.

Manuel dobló en una de las callecitas y dejó sucarreta en un galpón al lado de una casita baja. Taniay Caro le agradecieron y el las invitó a pasar cuandoquisiesen a visitarlo, él trabajaba allí y en ese galpónenorme dormía por las noches. Las chicas salieronde ahí para seguir recorriendo aquella extraña Bue-nos Aires y a buscar a don Vicente en aquel mercadode la plaza. El joven mestizo les aviso que tuviesencuidado porque por esos días estaba todo muy al-borotado cerca del Cabildo. Las dos a la vez le res-pondieron: “Si ya sabemos”

En la plaza y sus alrededores había mucho mo-vimiento. Mucha gente en las calles y muchos sol-dados que custodiaban todo. Pedían por un CabildoAbierto para el día siguiente. En medio de todaaquella movida criolla, las chicas siguieron su bús-queda de don Vicente. No tuvieron éxito. Dieronvueltas por todos lados pero nada de Nario. Estabancansadas. Se había hecho de noche y empezaba ahacer frio. ¿Dónde podían ir? Tania se acordó de lainvitación de Manuel y las dos corrieron hasta aquelgalpón a unas cuadras de la plaza. Una vez allí elmestizo les ofreció un poco de locro para cenar yles acondiciono con paja y unas mantas unas impro-visadas camas. Las dos chicas se acostaron a des-cansar después de un largo día. De pronto Tania sedespertó y dando un salto gritó: “No está, don Vi-cente no está, Caro levántate nos equivocamos”. Sa-cudió a su amiga hasta que Carolina se despertósobresaltada y le explico todo. El abuelo había dichoque don Vicente quería llegar con “el sol del veinti-cinco” entonces como ellas llegaron antes el cientí-fico no estaba, aún no había llegado. Tenían quevolver al lugar donde estaba la maquina antes queel sol empezara a asomar, porque si la máquina nofuncionaba y él no podía arreglarla, todavía tendríanla que traía Vicente Nario y estando ahí podían evi-tar que la devolviese al dos mil diez.

Salieron rápido, pero Manuel las paro pregun-tándoles adonde iban porque era tarde y podía serpeligroso salir a esas horas. Le dijeron que estabanmuy apuradas y que tenían que volver a donde lasencontró antes de que amaneciese. La carreta era

muy lenta, corriendo iban a tardar muchísimo, ¿en-tonces como iban a llegar a tiempo? El muchachomestizo les dio la solución: apareció con un caballo.No sabían montar pero igual se subieron, no teníanmucho tiempo.

Salieron a todo galope. La noche empezaba adarle lugar al día y pronto amanecería. Llegaron allugar y el sol empezaba a asomar por el horizonte,pero no había ni noticias de la máquina. De repentelas descargas eléctricas azules iluminaron todo ellugar y apareció don Vicente Nario. Allí estaba él,un hombre alto y flaco de pelo blanco todo revueltoy frondoso bigotón. Vestía como un señor de suedad: pantalón de tela, camisa cuadriculada y cam-pera marrón. El inventor se paró y apretando lospuños agitó los brazos como celebrando haber lle-gado. Tras sus festejos se bajó de la máquina perose tropezó y cayó. Con ese tropezón la maquina seactivó y en pocos segundos desapareció. ¡Eso habíapasado!. No la había devuelto él, un accidente lahabía mandado de regreso a dos mil diez. Las doschicas gritaron un fuerte NO que sacó al inventorde su asombro al ver su vehículo del tiempo esfu-marse. “¿Quiénes son ustedes?” les pregunto,

Las dos nenas le explicaron todo lo que habíapasado y lo llevaron hasta donde habían escondido“su” máquina del tiempo. El anciano inventor se ale-gró al ver que había otra pero ellas le frenaron sualegría diciéndole que no funcionaba. “¿Cómo nova a funcionar?, usa energía solar” les explico DonVicente mientras revisaba el frente de la nave y sa-caba una batería de su interior. “La batería estabadesconectaba y además se descargó, la dejamosunas horas con luz solar, se va a cargar y ajustandobien los cables no vamos a tener problemas en vol-ver” les comentó. “¿Que hacemos mientras secarga?” pregunto Caro, “Hoy es veinticinco demayo, vamos a ver en vivo y en directo este día his-tórico” contestó el inventor y los emprendieron lamarcha rumbo al Cabildo, pero Manuel y el caballono estaban. “¿Dónde se fue? preguntó Tania. “Sehabrá asustado con tanto lio” respondió Caro. Sedispusieron a recorrer aquel camino a pie cuandode pronto apareció un carruaje corto tirado por doscaballos a todo galope. Era Manuel. Efectivamentehabía tenido miedo por aquellos rayos extraños,pero no quería dejarlas solas en aquel descampado.Las chicas le presentaron a don Vicente y los tressubieron listos para a volver a la ciudad y ver aquelhistórico momento en la plaza. En el camino inten-taron con poco éxito contarle todo a Manuel que lasmiraba extrañado.

Al llegar ya era el medio día, estaba nublado frioy lloviznaba. El lugar estaba lleno de gente desde lamadrugada. Lo recorrieron y don Vicente aprovechopara sacar fotos con su camarita digital. Vieron a lagente en algunos momentos enojada y alcanzaron aescuchar algo que para ellos era un clásico el puebloquiere saber de qué se trata. Eran parte de la histo-ria. Estaban presentes en la Revolución de Mayo.Siguieron observando t y sacando fotos de todoaquello que pudiese ser interesante. La lluvia des-pejó un poco la plaza. Muchos buscaron refugio enla recova y en lugares cubiertos.

A la tardecita las chicas y el inventor vieron saliral balcón a los cabildenses y las campanas convo-caron a todos a reunirse. Casi no escucharon lo queleyeron pero vieron a todos festejar. Ese fue el mo-mento para emprender la retirada. Buscaron a Ma-nuel pero no lo encontraron. Capaz estaba entre lamultitud que ahora si colmaba la plaza. “Vamos vol-vamos” les dijo don Vicente y los tres emprendieronel regreso. No importaba la lluvia ni la distancia, es-taban felices de haber asistido a aquel histórico mo-mento. En el camino comentaban todo lo quehabían visto y oído en la plaza.

Cuando llegaron al lugar don Vicente colocó labatería cargada y se subieron para el viaje. El inven-tor modifico la fecha y regresaron apenas minutosdespués de haber partido rumbo a esta aventura. Lamáquina se llenó de descargas y tras el fogonazoazul emprendieron la vuelta al dos mil diez.

El abuelo de Tania entro en el taller y se sorpren-dió al ver a su amigo Vicente y lo estrechó en unfuerte abrazo. “Chicas no tenían que hacer un tra-bajo ustedes” les preguntó. “Ahora vamos, nos sir-vió mucho esta máquina” le dijo la nieta y las dosse fueron rápido mientras los dos amigos se queda-ron conversando después de tanto “tiempo”.

Al día siguiente Tania y Caro presentaron un tra-bajo bárbaro con muchas fotos que sorprendieron ala maestra. “Que buenas fotos. ¿De dónde son?” lespreguntó. Las dos se miraron y con una sonrisacómplice le contestaron: “¡son de Vicente Narioseño!”

Acosta, Pablo A.M. Ed. Física - Esc. Nº 14 DE 2º

La máquina del tiempo de Don Vicente Nario

OTROS CUENTOS SELECCIONADOS ÁREA ADOLESCENTES / ADULTOS

Page 12: CONCURSO DE CUENTOS CORTOSudacapital.org/files/cuentoscortos.pdf · Siempre había pensado que era como el patito feo de la escuela secundaria y hoy en los encuentros del re-cuerdo

La historia comienza en un pequeño pueblo de la provincia de Buenos Aires,cuando mamá María, una gallega que huyendo de la guerra civil vino a BuenosAires en busca de nuevos horizontes. Después de idas y venidas se instaló enesepueblito y conoció a Pedro mi viejo, peón rural avezado en las costumbres denuestras tierras.

Así, luchando los dos, formaron una familia con tres hijos. Pablo el mayor,Fernando el del medio y yo Blanca, la más pequeñita.

Cuando niña, en mi Pringles natal disfrutaba con mis hermanos los desayunoscon pan casero humeante, horneado por mamá y un gran tazón de leche que papáordeñaba a primera hora de cada mañana. Luego, portafolio en mano y con elguardapolvo almidonado salíamos corriendo los tres hacia la escuelita número14 donde nos esperaba la señorita Matilde, la directora, para darnos la bienve-nida.

Después de una mañana de números e historias, mezcladas con la gramáticay la geometría, volvíamos a casa ya no corriendo, sino más bien haciendo trave-suras, tirando piedras a alguna vaca o molestando a un perro de aquellos quenunca faltaban, o trepándonos a un sauce colorado para mirar por dentro el nidode un hornero, admirando semejante arquitectura de barro tan singular.

Algunos domingos de primavera íbamos en sulky al pueblo y luego de la misaque ofrecía el Padre Alejandro en la Parroquia Santa Rosa de Lima, cruzábamosa la plaza disfrutando de los juegos y tratando de convencer a papá de que com-placiera nuestros ruegos y nos comprara una deliciosa manzana con caramelo.

Nuestra vida transitaba tranquila y armoniosa, sin grandes sobresaltos, hastaque un hecho inesperado iba a dar una vuelta de página a la monotonía familiar.

Era viernes a la tarde cuando mamá nos permitió salir a jugar ya que no tení-amos tarea. Caminaba con Boby, nuestro foxterrier pelo duro mientras mis her-manos, con sus honderas, cazaban pajaritos. De pronto sentí la voz de Fernandoque me llamaba para que me acerque al sauce a ver un nido de zorzales. Pabloestaba trepado a una rama y había descolgado el nido, pero no podía bajar. Yo,como buena hermana mujer criada entre varones, comencé a trepar para ayudarle.Cuando estaba a punto de tomar el preciado tesoro, se quebró la rama que mesostenía y cual bolsa de papas caí al suelo. Un fuerte dolor invadió mi pierna de-recha, la fractura expuesta estaba ahí, indicándome que algunas cosas que hacíano eran las correctas.

Fernando corrió abruptamente hacia la casa para avisarle a mamá de dichadesgracia. Rápidamente tomó el sulky y se dirigió a socorrerme. Me subieron alcarro y me llevaron al hospitalito del lugar. El médico examinó mi herida e hizolas primeras curaciones, indicando luego que era necesario trasladarme a La Platapara resolver mi problema.

Así comienza una nueva etapa en nuestras vidas. El diagnóstico “doble frac-tura de tibia y peroné” que requería una larga y paciente recuperación, condenóa mi familia a dejar la vida en el campo para acompañarme en mi rehabilitación.

Luego de varias operaciones y un yeso que me inmovilizaba, transcurría misdías en esa nueva ciudad. Por las tardes Fernando colocaba la sillita de mimbreen la puerta de calle, a la vez que mamá y Pablo me llevaban en andas y me de-positaban allí para que pase las horas viéndolos jugar a la mancha, a las escon-didas o a la pelota. A menudo leía historias como “La vuelta al mundo en ochentadías”, “Robinson Crusoe” o el “Don Segundo Sombra” que me hacían añorar mipueblo natal. Otras veces llamaba a alguna niña de la cuadra para que se acomo-dara a mi lado y le relataba historias fantásticas que surgían de mi imaginación,logrando en algunas ocasiones tener como espectadores a otros chicos, sentadosen semicírculo, ya cansados de haber corrido largo tiempo.

Quizás así empezó mi vocación de contar y hacer viajar a los niños con suimaginación. Además, mi deseo de estar acompañada hizo que los que pasabanpor esa calle se detuvieran en el mundo de fantasías creado por mí.

Pasaron los años y decidí estudiar Magisterio para tener una rápida salida la-boral y para continuar con mi deseo de contar cuentos e historias a los niños paraque puedan desarrollar su imaginación y soñar al menos por un rato.

Tiempo después conocí a Roberto en el “Club Unidos de La Plata”, en unanoche de carnaval. Fue amor a primera vista. Esa misma noche nos pusimos denovios y a los dos años nos casamos. Él trabajaba como vendedor en una empresade autopartes. Pudimos comprarnos un departamento cerca de su trabajo porquele iba muy bien en las ventas y yo había conseguido dos cargos como maestra ti-tular. Para completar la deuda atendía alumnos en mi casa dando clases particu-lares.

En poco tiempo se agrandó la familia al nacer Joaquín, nuestro primer hijo yun año y medio más tarde llegó Mercedes, la mimada del papá. Tal vez repitiendola tradición familiar, nos reuníamos los domingos en la plaza para que disfrutaranlos juegos, el sol y por qué no, una manzana con caramelo que me recordaba alPringles de mi infancia.

La vida en nuestro país fue cambiando. La empresa en la que Roberto traba-jaba quebró y al quedar sin actividad laboral, tuvimos que arreglarnos con misueldo de maestra. Fueron tiempos duros porque Joaquín había empezado la se-cundaria y teníamos grandes gastos. Después de largos meses de búsqueda con-siguió un empleo como viajante, para vender artículos de bazar en otrasprovincias del país.

Cubrí mis noches de soledad escribiendo cuentos y novelas que se me ibanocurriendo quizás como antes, un poco por vocación y otro poco para que eltiempo transcurriera más velozmente.

Una madrugada sonó el teléfono. Me levanté y fui corriendo a atender, comopresintiendo la mala noticia que iba a recibir: el auto de Roberto había caído enun barranco en medio de la ruta, dejándome sola con los frutos de nuestro amor.

Mi refugio fue el trabajo y mis hijos adolescentes y en soledad seguía escri-biendo nuevas historias que me ayudaban a superar la tristeza de mi alma.

Mi carrera de maestra llegó a su fin. La jubilación trajo momentos de calma.Joaquín y Mercedes ya habían volado del nido para iniciar sus caminos indepen-dientes, aunque tengo que reconocer que fueron ellos quienes me impulsaron apresentar aquella tarde frente al editor, una recopilación de mis escritos.

Fue maravilloso recibir mi primer libro de cuentos para chicos que había sidolanzado a la venta por la editorial. Cuando lo tuve en mi mano volví a ver a aque-lla niña sentada en la vereda y vinieron a mí las imágenes de tantos momentosvividos para llegar a ser quien soy ahora. Y recordé que “cuando uno no puedecaminar obliga a los demás a que se detengan, tal vez contando cuentos, paraque se queden a su lado.”

Mastroianni, Norma B.Maestra de Grado - Esc. N° 14 DE 20°

12

60 años al servicio de la educación. ¡Ayer, hoy y siempre!

-¡Qué aburridas son estas charlas que tratan sobre la ali-mentación saludable!, pensé esa noche de primavera. Poreso mismo fue que me fui a disfrutar de un enorme paquetede papas fritas, al balcón de aula, mientras reflexionabasobre la belleza del edificio de la escuela y los posiblesmisterios que, seguramente albergaría entre sus recovecos,un lugar tan antiguo.

El balcón daba justamente sobre la calle Callao. El edi-ficio de enfrente se veía muy oscuro. Quizás esto se debíaa un corte de luz. No entendí por qué razón, solo él estabaen tinieblas.

Fue así que, mientras disfrutaba de la calma nocturna,comencé a ver una pequeña luz en una ventana ubicadaprecisamente frente al balcón donde me encontraba. La luzbrillaba haciendo arabescos. De pronto, una figura se atra-vesó entre la luz y mi mirada y comenzó a gritar y a sacudiralgo que tendría entre sus manos. No podía distinguir queera. Súbitamente, la figura se acercó a la ventana y ahí sípude divisar sus ojos fríos y perversos. Un escalofrío corriópor mi espalda. Pero continué observando la escena, comohipnotizada. La extraña figura seguía hablando o gritandoy algo cayó frente a ella. Su mirada retornó a la ventanaabierta y volvió a asomarse, recorrió el espacio y de pronto,chocó con mis ojos. Al verme, se quedó detenida un ins-tante, me miró con ferocidad y luego rápidamente cerró laventana y apagó la luz. Yo, bastante inquieta, volví al aula,precisamente en el momento en que mis compañeros re-gresaban de la charla en el salón de actos de la escuela.

Tomé mis cosas y descendí, un poco confundida, porla bella escalera de mármol del colegio, sintiendo en miinterior una sensación extraña que increíblemente, me su-gería que no era la primera vez que yo veía esa figura yesos ojos…

Comencé a caminar por Callao hasta la parada del co-lectivo, mientras saludaba a algunos amigos que se cruza-ban en el camino. Pronto noté que la calle estabasumamente silenciosa y solitaria, pero seguí avanzando.Escuché las doce campanadas de la iglesia de El Salvador,que me sonaron increíblemente lúgubres. A continuación,comencé a percibir unos pasos en mi espalda y empezó asurgir en mi alma una sensación de temor irracional.

¿Sería el hombre del departamento de enfrente?- mepregunté espantada.

Apresuré mi marcha, los pasos se apresuraban también.Entonces corrí y corrí hasta caer en brazos del florista dela esquina de la Av. Córdoba que me dijo: - nena, que tepasa que venís corriendo como loca?-. -¿Un hombre mepersigue! ¡Socorro! – grité yo. El florista, don Antonio,miró en la dirección que yo le indicaba, sin divisar a nadie.

Sonriendo me dijo: - Mirá que por aquí, vive Juan Martín,el loquito del barrio que se pone una capa negra y asusta ala gente, pero es inofensivo.

Tomé el colectivo, todavía temblando. Cuando bajé, lacalle estaba solitaria y tenía que caminar tres cuadras to-davía. Comencé mi caminata y al rato, sentí un sonido si-bilante en el aire. Miré con temor y descubrí una figuraextraña, con alas enormes que se me acercaba. Su miradaera la del individuo del departamento de enfrente del cole-gio. Eso ya fue demasiado para mi

Comencé a correr, sintiendo que la figura alada se acer-caba más y más. El miedo me paralizaba y a la vez, medaba fuerzas para avanzar más rápido.

Miré por el rabillo del ojo y las alas oscuras y nervudas,estaban cada vez más cerca. El corazón palpitaba fuerte-mente en mi pecho.

Finalmente y con un supremo esfuerzo, extendí los bra-zos, abrí la puerta de mi casa y entré sin mirar hacia atrás.

Casi no dormí esa noche. Al día siguiente, me despertésobresaltada y con la mirada de ese ser en mi mente. Esatarde caminé hasta el colegio nuevamente, pensando que,seguramente, si contaba mi singular historia, nadie me lacreería. Me acordé, en ese momento con desesperaciónque, debido a los extraños sucesos, en la realización de latarea que había olvidado por completo. La tarea de Edu-cación Plástica, que consistía en buscar la biografía del ar-tista que realizó las estatuas que adornan el colegio. Elprofesor había contado que era un escultor muy impor-tante, de principios de siglo y que había terminado su vidaen un manicomio, presa de terribles alucinaciones.

Elevé la mirada al cielo, buscando alguna salvadoraayuda divina para inspirarme en la realización de esa tarea,y entonces la descubrí, parada, triunfante, sobre lo alto dela fachada del edificio, idéntica al ser que me había perse-guido a la vez, la misma que había sido ayer, con sus enor-mes alas replegadas y sus patas terminadas en mortalesgarras. Era una hermosa gárgola esculpida en piedra, cuyamirada se posaba en mi, amenazante y atrevida a la vez,la misma que había sido elaborada, en medio de sus deli-rios, al comenzar el siglo XX, por ese escultor cuya vidadebí haber investigado ese día. Allí estaba ella, guardianade la tierra, aguardando la mágica señal de las doce cam-panadas, para desplegar sus alas membranosas y surcar elespacio… Su espacio. Allí estaba, inmóvil, esperando sumomento… Esperándome…

Orden, Susana AngélicaDirectora

Esc. Nº 24 DE 16º

Vivir y Contar Cuando el miedo viene a buscarte

La vida no había sido el paraíso soñado por sus pa-dres para él

La sociedad de su infancia había ido construyendo alderredor suyo, murallas de egoísmo y desconfianza quecon el paso del tiempo se hacían cada vez más sólidas yresistentes a cualquier intento de amistad o amor que seatreviese, inútilmente, a traspasarlo.

Así fue creciendo: solitario, hosco, evasivo. Encerradopor su propio mundo.

Un mundo constituido según sus intereses, centradoen esos diminutos seres voladores, tejedores o rastrerosque podían resultar perturbadores y molestos para cual-quier ser humano, pero que para él eran fascinantes: losinsectos.

Desde pequeño lo habían traído y podía pasarse horasobservándolos minuciosamente en cada uno de sus movi-mientos y costumbres.

Los miraba posarse en las paredes y levantar vuelo,con los dedos podía trazar el derrotero de sus viajes y ate-rrizajes, podía verlos arrastrarse por el suelo con sus in-numerables extremidades. Podía clasificarlos según sutamaño, su color, su forma, su sabor…

Sus padres fueron testigos horrorizados del crecimientoinusitado de su colección de especímenes muertos y vivos…

Así creció y decidió su futuro. Sus estudios de Ento-mología, lo abstrajeron aún más de la realidad que fue bo-rrando sus fronteras dentro de la densa niebla que habitabasu mente. Con el correr del tiempo consiguió obtener undoctorado en el área de la Ciencia que tanto lo apasionabay que le proveería el sustento y los recursos económicosque necesitaba para seguir alimentando ese universo uni-personal en el que se había parapetado tras la abrupta de-saparición física de sus padres en un accidente.

Aires de oscuridad y sombras circulaban el devenir desus días y una opresiva obsesión por ese mundo diminutode seres insignificantes en los quer se sumergía, le servíanpara anestesiar su soledad y alimentar una creciente sen-sación de superioridad, petulancia y ego.

Los reconocimientos del mundo científico a sus apor-tes y descubrimientos hubieran halagado a cualquier otro,pero él, no hacía más que acrecentar su oquedad arisca ymaniática.

Todo le molestaba: la risa de los niños en las tardes,las voces de los vecinos en las mañanas, la música en lasnoches de fiesta, las lluvias del otoño y las flores de la

primavera: las demostraciones de amor de los jóvenes ylos rayos del sol que se atrevían a filtrarse en el oscurosilencio de su laboratorio.

Se fue alejando cada vez más del mundo real… Se fueaislando y sumergiendo en la calma que solo hallaba enla penumbra tétrica del refugio que oficiaba tanto el labo-ratorio como de sala de experimentos y de estudio o deuniverso paralelo creado a su imagen y semejanza y quesolo podía ser habitado por insectos y microscopios, vi-drios y zumbidos.

Un día, los zumbidos comenzaron a convertirse envoces que solo él interpretaba y era capaz de responder…Un día, comenzó a sentir que su mundo de insectos era elúltimo bastión donde podía hallar la satisfacción y placerque siempre se le había negado… Un día, se proclamóRey de los Insectos y los convirtió en sus súbditos.

Los creía dóciles y apacibles. Obedientes y leales. Di-ferentes a cualquier otro tipo de organismo con el que hu-biese tenido contacto.

Les hablaba, les leía, los fagocitaba… hasta llegó a reircon ellos en algunas ocasiones. Pero en la penumbrosa re-alidad de sus días, no había lugar paea la alegría, la lealtado la paz.

Repentinamente, la desconfianza comenzó a invadirloy podía sentir como, na fuerza creciente lo corroía pordentro. Su mente comenzó a tejer sospechas de subleva-ción y conspiraciones de muerte en su contra… Su uni-verso se derrumbaba por dentro, desde el centro mismode su existencia y podía hasta escuchar el batir de alasanárquicas y rebeldes zumbidos como tambores de guerraque estallan en su cabeza.

La sangre dejó de circular por su cuerpo, transformán-dose en un cosquilleo interno y enloquecedor que des-bordó sus contornos: arañas tejedoras salieron de susorejas construyendo hilos que lo iban envolviendo de apoco; brillantes cucarachas emanaban de los orificios ocu-lares y se desparramaban como cataratas de oscuridad enel espacio circundante; moscas verdes y negras volarondesde su boca para escapar en forma de nube zumbadorapor la ventana entreabierta, dejando el laboratorio más so-litario y silencioso que nunca.

De su paso por la vida solo quedó su nombre en algu-nos tratados de Entomología y una mancha oscura, pega-josa y húmeda sobre el piso de so que alguna vez habíasido su Reino.

Rodríguez, María GabrielaMaestra de Grado - Esc. Nº 11 DE 3º

Insecto

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60 años al servicio de la educación. ¡Ayer, hoy y siempre!

Como empezar una novela no es nada fácil, se buscan losrecursos y la idea de cómo llegar a la gente.

Que interese tu historia, o al menos compre tu libro paraque la tirada en la que invertiste tu dinero y tu tiempo no seaparte de una iniciativa de progreso que jamás se cumple.

No busco compasión, ni que lo que escribo esté tirado poralgún consultorio odontológico juntando polvo y entrete-niendo al público por el margen de una hora.

Aclaro, que no soy ningún diplomado, así que si buscanuna buena gramática o frases cliché al mejor estilo de las no-velas populares, este no es el libro ni la sección correcta dela librería donde deberías buscar algo para leer.

Con cincuenta y ocho años, y siendo policía retirado mu-chas alternativas no tenés. O te come el laburo, o mejor dicho,el no laburo; o te haces el Neruda escribiendo.. como yo, quede un día para el otro se me cae el mundo por un perejil quete arruina la vida y te deja sin nada en dos minutos. Por esoescribo, para contar mi historia, descargar la bronca y ver sipuedo rescatar unos morlacos que no vienen nada mal paraeste crudo 2014.

Yo soy del Bajo Flores, de toda la vida. Me crié con mivieja y cinco hermanos en una prefabricada de la villa 1 1114, en donde la educación para mí, era la calle o pedir mone-das para que mis hermanos más chicos tengan algo paracomer. Porque no todo alcanza, Rosa (mi madre) limpiaba enuna casa de gente con plata, los que le pagaban los primerosdías del mes. Esos eran los mejores, me acuerdo de estartodos esperando que llegue la fecha de cobro para ir juntos acomer un choripán a la costanera.

A muchos, les parecerá tonto, pero no saben la felicidadque nos daba estar ahí, los siete, mirando el Río de la Platadesde los banquitos del carrito donde cenábamos en esanoche de “lujos”.

Después todo volvía a su normalidad, mi vieja limpiandopisos y yo, llevando a la escuela a los más chicos y despuésal comedor de La Chispa.

Yo quería rescatar esto, un capítulo de mi vida carente entodo sentido, donde la mosca pesaba más que un libro, odonde me importaba mas llevar el pan a casa que ir a edu-carme.

A mis diecisiete, mi madre muere dejándonos a mis her-manos y a mí mucha tristeza, acompañada de una incertidum-bre por el futuro, por el que íbamos a hacer a partir de esemomento.

En estos casos, la familia tiende a derrumbarse; hay queser realista, vivíamos en un lugar donde la droga se vendenmás rápido que pan caliente. Pero no, gracias a Dios, tuveuna madre que fomentó el trabajo, la educación (que toda suvida se lamentó por no poder dármela a mí) y a no caer en lamenesunda (droga, por si no andan bien con el lunfardo) omatar gente por un celular y dos mangos con cincuenta.

Hice lo que haría orgullosa a mi Rosa querida, mandé amis hermanos a una escuela jornada completa para poder tra-bajar y a los veinte me anoté para hacer el colegio acelerado.

Tenía ya veinticinco y era todo un graduado, con honoresy todo. Debe ser por la fuerza, la motivación que me daba elquerer sacar a mis hermanos del Bajo y darles una vida mejor.

Casi sin descansar me metí a estudiar para milico. Y..¿saben lo que es para un pibe del Bajo Flores ser un rati, no?Quedaba pupilo los días de semana y dejaba a mis hermanos

cuidándose por sí solos, comiéndome la cabeza por lo que lespudiera pasar mientras yo no estaba, porque eran familia dela gorra.

Estando en la federal de pupilo, cobraba mi sueldo los pri-meros días del mes y como hacíamos con mi vieja, llevaba amis hermanos a hacer ese ritual que tantos recuerdos nostraía. Insisto, felicidad que pocos pueden entender.

¿Saben cuál fue mi mayor orgullo hacia mí mismo? Bah,mi único orgullo.. Sacar a mis hermanos de ese mundo. Deese lugar donde después que cae el sol no se puede salir ni acomprar un sachet de leche.

Já. Ese día no me lo olvido mas. Trece de junio de 1991.Fue el invierno más cálido para nosotros, la familia Páez, quedejaba la pequeña casa prefabricada de la manzana 7 del BajoFlores, para vivir en una casa (sin tantos lujos) del barrio deCaballito.

Todo por fin estaba en su lugar.Dos de mis hermanos, habían seguido mis pasos, estaban

pupilos en la federal y mi única hermana cuidaba de los dosmás chicos y los ayudaba con la escuela mientras yo laburabaen la Comisaría 13 de mi nuevo barrio.

Con treinta y cinco años me sentía pleno, mi familia eramedianamente feliz y teníamos un buen pasar económico quepermitía de vez en cuando una escapada por alguna provin-cia.

Años después me junté con una compañera que conocí enmi primer pasantía como cadete policial. Ella me dio dos mo-tivos más por cual seguir peleándola. Victoria y Salvador.Ahora, con dieciocho y quince años, que a este viejo rezon-gón no le llevan el apunte.

Hace tres años, osea en 2011, sentí caer todo en fraccionesde segundo. El viernes 9 de septiembre a la noche me encon-traba en un operativo en el barrio de mi infancia. Droga, esaera la cuestión. Buscábamos a Julio alias “El gordo” Ortigozapor narquear (ofrecer droga) a menores, y ser distribuidor nosolo del Bajo sino de otras villas de Buenos Aires.

Me tocaba tanto este caso y sentía que mis raíces estabansiendo manchadas por un perejil que hacía que la villa, mivilla, sea cada vez peor. El gordo, se transformó mi enemigovarios meses antes cuando empecé con la investigación narcoque ese viernes daba a su fin. Por fin, iba a poner a ese malnacido tras las rejas.

No todo fue como esperaba..Caí con todos los refuerzos a donde nos habían dicho que

estaba El gordo Ortigoza, pero no todo fue como lo esperaba.Entramos a la casilla y parecía no tener gente en su interior..Entré primero como era de mi costumbre, y en un momentode descuido sentí como el plomo entraba en mi pecho, y deahí nada más..

Muchos meses de hospital y amor de mi familia fueronsanando el dolor físico y mental que tenía. Y mucho mas esesentimiento de haberme fallado a mi mismo por ese descuidoque como dije cuando empecé a escribir, de un día para elotro se me cae el mundo por un perejil que te arruina la viday te deja sin nada en dos minutos.

A pesar de todo, agradecido de la vida.No me voy a poner sentimental, lo único que voy a decir

es que doy las gracias a Dios por toda mi vida tal cual ycomo fue, sin agregar ni quitar nada, siempre manteniendomis raíces.

Soldera, Melisa Maestra de Grado - Esc. N° 9 DE 20°

Era una noche, una de las tantas nochesde mi vida. Sentía un dejo de melancolíaen mi corazón, tal vez porque al recostarmi cabeza en la almohada mi mente volóinstintivamente hacia vos, hacia tu re-cuerdo. Y en ese momento me asaltaronmuchos de ellos, muchas vivencias, yaquellos tiempos vividos que fueron espe-ciales.

¿Te acordás mamá?¿Te acordás de aquellas charlas cuando erapequeño y de cómo te admiraba. Y acari-ciaba tu cabello, tu cara, y me entregaba aesos abrazos contenedores y amorosos en unsueño profundo con la certeza de que nadame podía pasar porque estabas vos?

¿Te acordás mamá?¿Te acordás que siempre siendo pequeño te dijeque me gustaba todo de vos menos tus manos?No lo sé….Tal vez porque su piel era diferente,poco suave, con manchas, rugosas y me causa-ban impresión.

¿Te acordás mamá?¿Te acordás que con mucha paciencia mecontaste que, cuando yo era aún muy pe-queño, el fuego de un calefactor encendidoen una fría noche de invierno patagónico,tomó la cortina de la ventana que colgaba os-cilante por el efecto del viento intruso queentraba rabiosamente por entre las hendijas

y de allí se propagó raudamente por toda lahabitación?¿Te acordás que el olor a humo llegó hastala tuya y con ese enorme reflejo de madrecorriste a la mía y en medio de las llamas,que voraces consumían todo a su paso, lo-graste sacarme de la cuna envuelta en fuegoy rescatarme de aquel infierno?

¿Te acordás mamá? ¿Te acordás que no te importó arriesgar tuvida ni tu integridad física y con ese don demadre me salvaste la vida en un acto dearrojo pero, sin querer, tus manos quedaronenvueltas en esa trampa caliente. Y sin pen-sar en vos me rescataste de una muerte casisegura olvidando el calor y el dolor que yahacia mella en tu carne?¿Te acordás que, luego , fueron muchas visitasal médico y tiempo de curaciones y remediospara lograr reconstituir aunque sea en parteesas manos maravillosas.

¿Te acordás mamá?¿Te acordás que nada de esto supe hasta quefui creciendo y en un acto de egoísmo ado-lescente te dije una tarde que estaba contra-riado con vos, tal vez por alguna necedad:- me gusta todo de vos, menos esas feasmanos?

Y fue allí, entonces, que con tu enorme pa-ciencia y amor te sentaste a mi lado y mirán-

dome profundamente a los ojos me contastela historia que hasta ese momento para míyacía oculta.¿Te acordás mamá? ¿Te acordás que luego que unas lágrimas ca-prichosas corrieran por mis mejillas teabracé tan fuerte como pude y desde el co-razón te dije:- ahora que se la verdad, la parte que másquiero de vos son tus manos?

¿Te acordás mamá?Suena el despertador como cada mañana ycomienzo mi rutina diaria yendo adelanteimpulsado por tu ejemplo y enseñanza.Y hoy que la vida nos separó definitivamentey que sigo mi camino teniendo mis propiasexperiencias, hago un alto en él para acor-darme de esto y de tantos momentos vividosy compartidos .Porque los quiero conservar así, a esetiempo, a esos recuerdos, a esas vivencias….Porque a pesar de la distancia y de este ca-riño que nos une hasta el cielo…mantengo vivo el recuerdo. No vaya a serque llegue un día en que no pueda volver apreguntarte:-¿Te acordás mamá?

Calderón, Juan MiguelMaestro de GradoEsc. N° 12 DE 1°

Son las siete de la mañana, todos salen apresurados deledificio hacia sus trabajos. Al subir al ascensor se sorpren-den cuando leen un mensaje pegado en el espejo, sobre unpapel de colores que dice: “TE QUIERO TANTO! QUETENGAS UN LINDO DIA!”.

La señora del cuarto, de novia con el del tercero, piensaqué detalle más original ha tenido su en morado. El vecinodel octavo, muy serio y con traje, se alegra al suponer quesu esposa buscará una reconciliación esa noche. Al llegaral segundo piso, sube una adolescente que imagina quienle ha dejado tan dulce mensaje, para que lo viera antes deirse al colegio. A media mañana, un ama de casa sale ahacer las compras. Ya en el ascensor observa el papel, ycon tristeza piensa: “¿Cuánto hace que nadie me regala flo-res?”... Horas más tarde, Martín regresa a su departamentoy al leer el cartelito, decide hablar con su pareja, Daniel,para exigirle un poco más de discreción. Un momento des-pués, el encargado del edificio detiene el ascensor paralimpiarlo y, al ver el mensaje, sonriendo, confirma que laviuda del quinto está muerta con él. Las señoras aristocrá-ticas del sexto piso, después de leer opinan: “¡Hay genteque perdió la vergüenza!” Cuando Camila vuelve del jardínde infantes, sube al ascensor muy contenta, con su mamáy mirando el cartel le dice: -Viste, mami? Aprendí a escri-bir esto y lo pegué acá, para que lo vieras antes de irte altrabajo! La seño me ayudó. Te gustó?

Toribio, MaríaMaestra Celadora - Esc. Nº 8 DE 19º

Mensaje en el espejo Las manos de mi madre

Raíces

La luz caía sobre las casas blancas del pueblo. Todollamaba al silencio.

Al fin de la calle angosta, frente al río, el hueco negrode la ventana sobre un balcón, dejaba ver una impercep-tible luz púrpura, sobre el techo gastado de la casita, lasrosas dejaban descansar el aroma dulce y caían como ca-taratas a ambos lados de la puerta de entrada, una maderamaciza que el tiempo había olfateado ya. En el dintel unamanito de hierro gastado, fría y rígida, que con golpes dis-continuos anunciaba la llegada de la visita inesperada.

Quietud. Por la callecita que subía de la ciudad se di-visaba un punto negro que poco a poco se iba agrandando.Silencio. Nadie en la casa.

De pronto, una señora alta, de cabellos canos, vestidonegro, ojos profundo y melancólicos, seguramente ‘’re-ciente vida’’, se acerco a la casa. Parecía que un espírituceleste, siguiéndola invisible, la traía en sus alas. Y esepunto se hacia persona.

La luna, sobre el rosal, trataba de inundar el paisajeplateado. La viuda, sin desviar la vista, saco un manojode llaves de su abrigo pesado, abrió lentamente la puertay, desde adentro, la volvió a cerrar. Ni siquiera prestóatención a esa manito rígida a fuerza de quietud e indife-rencia. Tampoco miró los jazmines que inundaban dearoma el lugar. Las rosas pasaron desapercibidas.

Por ese entonces, las viejas del pueblo se habían acer-cado al fin del camino.

Adentro de la casa se oía un llanto tenue que el airetraía enredado. La imperceptible luz roja inundo la sala.El llanto se transformo en un interminable gemido. Atrás,el murmullo del río.

Hacia tiempo que Aurelio se había ido a vivir a la ciu-dad. Ese solterón viejo y enfermo, ya no podía estar solo.

La viuda salio, recorrió el patio trasero cruzó el alam-brado y miro el agua. Con movimientos lentos se arrodillóen el césped, ahueco sus manos y bebió el líquido frescodel río. Volvió al sendero. Se paró ante un árbol alto, muyalto, acarició el tronco. Miró el ciprés, decidida, comenzóa subir sin esfuerzos. Un perro, al pie del árbol, se habríaen aullidos.

Las viejas desdentadas, en infernal cuchicheo juntabansus cabezas. La viuda, llegó a la última ramal del ciprés.Se diría que tocaba el cielo con sus dedos níveos y largos.Llevó el mentón hacia atrás, miró a ese Dios, que ella,solo ella veía, abrió los brazos y se echo a volar.

Desde aquel día un cóndor, todas las noches, vi-sita la casa de Aurelio aún vacía.

Las viejas, en tanto, continúan con sus cuentos de áni-mas aparecidas. El aire zumba en el pueblo y las campa-nas de la Iglesia doblan a lo lejos.

A la media noche el ángelus anuncia la bienvenida.

Vieira, Laura MabelPreceptora - ET 27 DE 18°

Un espíritu invisible la trae en sus alas

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60 años al servicio de la educación. ¡Ayer, hoy y siempre!

No la conocí un día cualquiera, era mi segundo día en esta ciudad ca-pital. Veinticuatro horas atrás había llegado a la esplendorosa BuenosAires, después de haber ejercido la docencia en dos pequeñas escuelasdurante varios años.

¡Renovación! Sí, esa fue la excusa que expresé a todos mis familiaresy conocidos con el fin de justificar mi partida, de aquella pequeña, perohermosa localidad del sur de Buenos Aires; que me vio nacer, crecer, amary perder… Ese domingo 25 de febrero –mi cumpleaños-, representabapara mí un nuevo nacimiento, una instancia que me aguardaba expectantepara volver a soñar, vivir y resurgir después de tantos meses de dolor.

Unos cuantos muebles viejos, un par de maletas y otros tantos cachi-vaches viajaron junto a mí para recordarme algo de ese pasado que mehabía propuesto olvidar y dejar atrás. Ese día, muy temprano, llegué justopara ver al magnánimo lucero asomarse e iluminar lentamente el Obeliscoy las bellas calles deshabitadas de esta enorme ciudad que me recibía conlos brazos abiertos; llena de sorpresas, oportunidades, melancolías y tris-tezas.

Me instalé en un pequeño departamento sobre la calle Corrientes, queme permitía observar permanentemente la vida en la ciudad.

El lunes, muy temprano, después de algunos trámites, tuve la oportu-nidad de ingresar como docente a una escuela en la que era una total des-conocida. Sentí una desmesurada satisfacción al saber que miincorporación sería inmediata, por eso, me apresuré a llegar. No conocíamuy bien las calles, pero seguí las indicaciones y llegué en poco tiempo.

La escuela era gigantesca a mis ojos de pueblerina, grandiosa, todo enella provocaba mi estupor. Al ingresar quedé aún más sorprendida, parecíaun museo y todo llamaba mi atención. Pero nada se compararía con ella.

Al ingresar a la dirección de la escuela la vi. Ella se encontraba pláci-damente sentada entre cristales, y no importaba hacia dónde me dirigiera,sus ojos parecían seguir mis movimientos. Tímidamente me presenté antelas autoridades y completé todos los documentos pertinentes. No meanimé a preguntar acerca de ella, por qué se encontraba allí en esas cir-cunstancias y de quién se trataba. Sencillamente me despedí y me retiré.

Al día siguiente, llegué temprano y volví a verla en el mismo lugar, enla misma posición y en la misma actitud. Sentí curiosidad y temor, su mi-rada me intimidaba. Por eso decidí esperar en el hall de entrada.

Era un día gris, los largos pasillos de la escuela permanecían en un lú-gubre silencio, el ruido del personal que se encontraba trabajando desdetemprano se disimulaba por los truenos y relámpagos que ambientaban ellugar como si se tratara de una película de terror. Pronto llegaron los niños,docentes y padres; y aquella escena tan sombría se escabulló, como si laalegría de los niños alejara la oscuridad.

Pasaron los días y meses. Ella seguía ahí, inalterable, como si el tiempopasara para todos menos para ella. Aunque me acostumbré a su presenciainmaculada e inflexible; la curiosidad crecía en mi interior a cada instante.Por ello, decidí iniciar una modesta cruzada para saciar la incertidumbreque me invadía.

La bibliotecaria de la escuela, descubrió mi interés y me permitió ac-ceder al archivo de la escuela. Una tarde, cuando todos se habían ido, atra-vesé los pasillos y la entrada principal hasta llegar al recinto; al abrir lapuerta una ventisca escalofriante recorrió mi cuerpo al punto de erizar mipiel. Inmediatamente prendí las luces y me dirigí hacia un antiguo anaquelque atesoraba su historia ¡Al fin ella dejaría de ser una completa desco-nocida para mí! Sobre uno de los estantes encontré una bellísima caja demadera que en su interior atesoraba todo acerca de ella.

“Julita B” había sido alumna de la escuela. A los seis años de edad,presenció la visita del presidente Roque Sáenz Peña en la institución y susimpatía y picardía la habían hecho acreedora de una hermosa caja debombones, que el mismísimo presidente le envió. Semanas después, ellaenfermó gravemente a tal punto que dejó de asistir a clases. Su maestrapreocupada, solía visitarla con frecuencia.

En cada aula, durante la primera hora de clases, se expresaban buenosdeseos respecto a la salud de Julita y un sentido clamor a Dios para su re-greso. Las semanas pasaron y justo cuando su vigor comenzaba a fortale-cerse, la bandera recibió a las pequeñas alumnas a media asta. Elimponente reloj que presumía en uno de los techos del establecimientodejó de funcionar.

En el patio, desconcertadas las alumnas recibieron la nefasta novedad.Julita había muerto. El aire destilaba melancolía, desdicha y tribulación.Atónitos los presentes elevaron un ruego por su alma, que en la claridadde sus días se había apagado.

Devastados sus padres encomendaron la confección de una hermosamuñeca de cerámica con los rasgos y tamaño de su hija a uno de losmás prestigiosos artesanos de Francia; la vistieron con las últimas pren-das que la niña usó; sus zapatos fueron lustrados y su perlino delantal,tan blanquecino, lucía como siempre la insignia de su amada escuela yentre cristales fue sumergida en la eternidad. Sus juguetes y cuadernosla acompañan hasta el día de hoy, como si jugara mientras nosotros,simples mortales, nos guarnecemos en compromisos y deberes quecumplir.

Julita, la “Niña Eterna” sigue allí, tan presente como el primer día declases. Sonríe tímida a la expectativa del porvenir. Sus dulces ojos, hoyfríos pero inmortalizados invitan a los recién llegados a conocer su historiay amar su escuela. Y en esos días tristes, grises, cuando las sombras seapoderan de las aulas, corredores y patios dicen que se la puede escuchar.Su risa inunda el lugar, sus pasitos rompen el silencio y al amanecer, enun llanto desconsolado recuerda su tétrica realidad. Dulce niña que en laflor de su infancia se apagó, sin embargo, sigue allí, en la escuela: “su se-gundo hogar”.

Este cuento fue inspirado en hechos verídicos. La escuela de referenciapertenece al Distrito Escolar 1, e históricamente se la conoce como la “Es-cuela de la Muñeca”.

Schuchard, María del MilagroMaestra de Grado

Esc. N° 10 DE 12° / Recuperación N° 18 DE 18°

La niña del Cristal AutorreflejoEra una persona tan soberbia que caminaba por la calle

mirando a los demás con malos pensamientos.

Al pasar por un restaurante y ver a alguien sin pararpensaba y decía con desprecio ¡es un cerdo!, al tiempo queel vidrio del negocio reflejaba a un ser petizo, redondeado,de piel trigueña, con nariz larga y pelo corto, grueso, comoásperas cerdas sucias que afloraban de su cabeza.

Su mirada se detendría en un joven mendigo acostadoen la puerta del local mientras que sonreía de su suerte,poseer tantos títulos colgados en la pared de su oficina, altiempo qué pensaba: sin duda un ignorante, un burro,mientras que el reflejo de la luz de los ojos del indigentereflejaban a un individuo con orejas largas, pelo áspero ygrisáceo, con bocas de dientes prominentes.

Siguió caminando, quería llegar a su departamento rá-pidamente. Cruzó la calle.

En la esquina se detuvo en el kiosko de diarios comotodas las tardes y pensó de la mujer que lo atendía, cómova a conseguir pretendiente si es tan alta como una jirafa,al tiempo que su cuello se alargaba y podía ver desde arribalas letras pequeñas escritas en las tapas de los diarios.

Llegó al edificio, su vecino lo saludó en la puerta bos-tezando. El hombre pensó éste perezoso recién se levanta,al tiempo que se movía lentamente con tal pereza como sisus piernas largas le pesaran completamente.

Subió al ascensor, marcó el tercer piso y cerró los ojosmientras que su alma se estremecía en el instante que elbestiario de imágenes se reflejaban en el vidrio del antiguoelevador.

Nellem, Viviana AndreaMaestra de Grado - Esc. N° 4 DE 16°

CATEGORIA NIÑOS

FileteroHabía una vez una ciudad. Esa ciudad estaba al sur del

mundo. Buenos Aires, en ella vivía un niño llamado Toti.Él tenía la capacidad de observar todo lo que lo rodeaba.Siempre había pensado que la mayoría de las cosas delmundo era triste y aburrido. Siempre le pasaba lo mismo.De estar tan aburrido, ese bello niñito, pensó que podíahacer algo al respecto. Siempre había tenido una varita má-gica, re poderosa, recontra. Sólo tenía que hacer Pum y…Magia. Sólo le hacía falta un poco de pintura o temperas.Mejor si era pintura.

Se calzó el pincel y las pinturitas y comenzó a realizarla magia necesaria para alegrar a los chicos. Primero co-menzó en su casa, pero al poco rato se pudrió todo con la

má. Pero fue para mejor. En la calle había miles de cosasque se podían pintar. Hizo de todo poste, tacho, auto aban-donado, pared de terreno baldío y canteros una luz de co-lores. Un faro en la nada gris. Un sol en la alegría de loschicos.

Un señor que pasaba lo vio a Toti y usó la idea parahacer más felices a todos los chicos y especialmente a losmás chiquititos, el viaje en colectivo. Así fue como se cre-aron el fileteado de los colectivos.

Para vos hijo de mi corazón.

PapáAustral, Gerónimo

Maestro de Grado - Esc. Nº 7 DE 5º

Cuando cumplí cuatro años, mis papis decidieronque toda la familia se mudara a la Costa. En BuenosAires, teníamos una casa en un barrio cerca de la Avda.Gral. Paz.

Nos mudamos a un lugar muy cerca de la playa. Elcambio fue tremendo pero excitante a la vez. Cambiabatodo, el paisaje, la casa, los amigos, la escuela, todo.

Lo más impactante es que mi “abueli”, tal como yo lla-maba a la mamá de mamá, se quedaba viviendo enBuenos Aires.

Sin embargo, mi abu, canchera como pocas, venía avisitarnos dos veces al mes. Se instaló en el Camping,a ocho cuadras de casa, porque compró una casita ro-

dante. La idea me pareció genial, podía venir sin necesi-dad de quedarse en casa. Estaba cerca, así quepodíamos visitarla seguido. De hecho a veces, mi her-

mano mayor y yo íbamos a verla en bicicleta.Su casita era para nosotros, la casita de las muñe-

cas. Nos encantaba visitarla y quedarnos a dormir,pero no íbamos todos juntos, porque según decía miabueli, mis hermanos y yo, tres en total, éramos unamultitud.

El lugar donde estaba instalada la casita que yo bau-ticé “La casita del secreto”, era maravilloso, donde lanaturaleza se manifestaba en todo su esplendor. De

todos modos, lo que más me gustaba era ir con mi abuelia la playa. Disfrutábamos mucho estando juntas. Se

metía conmigo en el agua y jugábamos como si fuéra-mos de la misma edad.

También nos encantaba imaginar historias. Miabueli tenía muy buen sentido del humor y una gran

imaginación. Me hacía pensar, eso me daba trabajo,pero me encantaba el desafío.

Una vez mirando el mar, dijo “Mirá Angelina, elcielo y el mar, bailan una eterna danza de amor”. Meencantó, me enamoré de ese mar y de ese cielo…. En-

tonces le pedí que me ayude a escribir un cuento. In-mediatamente me dijo “Mirá el cielo… ¿qué ves? Ahí,lo vi, libre, suelto, flotando en el aire. Le dije “Un ba-

rrilete”… y ¿cómo es?, preguntó. Empecé a describirlo que veía.

“Es un triangulito, tiene colores, flota en el aire”Mi abueli insistía “Decime más, imagínate qué hace

ese triangulito”. Entonces apoyé mi cabeza en su hom-bro, entrecerré los ojos, me dejé llevar y seguí diciendo:“Es un triangulito, que baila en el aire, sus colores sonbrillantes, fucsia, amarillo, naranja, azul… son per-fectos para que pueda distinguirse de todos los demástriangulitos voladores”. De pronto, el barrilete multico-lor se detuvo frente a nosotras y aterrizó en la playa, anuestro lado.

Le pregunté a mi abueli “¿Te animás? La invité asubir conmigo. Por supuesto que se animaba, meacompañaba a todas partes. No iba a perderse este acon-tecimiento.

Nos acomodamos. Íbamos tomadas de la mano.Esta aventura era todo un desafío Ella había viajado enavioneta, en avión, en tren, en ómnibus, en subte, entaxi, pero en barrilete…nunca. Sé que se atrevió paradarme el gusto. Yo estaba un poco nerviosa pero la ideade volar me encantaba, nunca volé de verdad, siemprelo hacía con mi imaginación.

El despegue fue un tanto complicado, pero ni biense niveló, todo estuvo estupendo. Teníamos que apro-vechar los vientos, ya que en ese momento eran idea-les para un vuelo en barrilete.

El viaje fue fantástico. Veíamos nuestra playadesde arriba. Nuestros bolsos y el mate se veían pe-queñitos. El paisaje era imponente, los médanos forma-ban un desierto, el mar se veía más azul, la vegetacióndel Camping era mucho más verde, en fin, no se podíacomparar con lo que se ve desde el nivel del mar.

Estuvimos en el aire un ratito. No puedo precisarcuánto tiempo. El aterrizaje fue perfecto. Maravilloso.Además nos dejó justito en la lona que teníamos paratomar sol.

Me encantó viajar con mi abueli de esta manera…Nunca olvidaremos este barrilete multicolor, nuestrotriangulito volador. Cuando pasan muchos días y miabueli no puede venir a visitarnos, me acerco a la playay me imagino que estamos volando juntas y miramosla vida desde arriba.

Triangulito volador

Altobelli, PatriciaMaestra de Grado - Esc. N° 16 DE 1°

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60 años al servicio de la educación. ¡Ayer, hoy y siempre!

No hace mucho, una niña llamada Lola fue de viaje con sus papas aun lugar muy lejos de su casa llamado “el Tembleque” porque haciatanto pero tanto frio, que quien fuera allí temblaría de solo sentirlo.

Es así que llevo guantes, bufanda, gorrito de lana y un sobretodomuy abrigado, ahh era de color rosa si mal no recuerdo, ¿el viaje? su-perlargo, miles y miles de kilómetros, Lola fue en auto con sus papas,un auto a cuerda, o sea que de rato en rato cuando el coche empezabaa andar más lento, su papá tenía que bajarse y con una gran llave , girabay giraba hasta que por tanto darle cuerda el auto arrancaba solo y teníaque correrlo para alcanzarlo y tomar el volante.

Cruzaron ríos; montañas, túneles; como este viaje era tan largo, des-cansaban por las noches, en una cabaña ¡¡¡de bolsillo!!! Jajá que mecuentan; su mamá la sacaba de su cartera, le ponía una gotita de perfumey tataaaaannnn!!!! La cabaña crecía y crecía hasta que tenía el tamañode una casa de verdad y al otro día su mamá decía una palabra mágica,que como es un secreto no se los puedo decir, la cabaña se volvía reeechiquita y la guardaba de nuevo en su cartera.

Después de tres días y tres noches, llegaron a “el Tembleque”, unmuñeco de nieve los saludaba a la entrada del pueblo y les ofrecía cho-colate caliente para endulzar su estadía, ese día estaba hermoso, perohacia muuuucho frio, seguro que por lo menos diez grados bajo cero,hasta el sol usaba bufanda, jajá; Lola miraba maravillada el hermosopaisaje de ese lugar, con sus montañas nevadas, trineos tirados por “pe-rros voladores”, sí oyeron bien “perros voladores” , las casitas con suschimeneas humeantes y ese olorcito a eucaliptos, acacias y rosa mos-queta; que tan lindo color tienen.

¡¡¡Esa es nuestra cabaña!!! Dijo su papá, era hermosa, de color ma-rrón, ventanitas blancas y una chimenea roja, cuando entraron, los re-cibe un duende, llamado “Mamotreto, era muy amable, enorme sonrisay usaba un hermoso sombrero verde, el color preferido de Lola.

Después de acomodarse y almorzar unas ricas milanesas, Mamotretolos llevo a pasear en su enorme trineo, hasta que llegaron a un lugar lla-mado el glaciar de los sueños, Lola y sus papas quedaron boquiabiertosante tamaña belleza. Era como un cubito de hielo enorme, muy alto ymuy pero muy largo, de color azul profundo, nunca vio nada igual.

El duende los invita a recorrerlo y allí pasa algo inesperado, mara-villoso, increíble!!! De repente se abre una puerta en medio del hielo yun hada llamada “Estalactita” le dice!!! Lola te estaba esperando, pasapor favor; ella no quería porque sus papas se preocuparían por no verla,el hada le dijo, no te preocupes, tus papas saben que estas aquí, yo hablecon ellos en sus sueños y les dije que te trajeran porque quiero mostrarteun tesoro escondido aquí. El hada y Lola luego de caminar por horas,llegan a un lago dentro del glaciar, allí toman un bote hecho de cara-melos y llegan a una caverna de hielo, allí dentro el hada le entrega aLola un diamante, no era un diamante cualquiera; porque a través deél, Lola pudo ver su futuro ; ¿quieren saber que vio? Vio que sería unaimportante científica, que haría el bien a la humanidad; pero para ellodebía estudiar y esforzarse mucho para que se cumpla lo que en el dia-mante vio; Lola emocionada y contenta de la vida dio un abrazo al haday le dijo que la noche anterior había soñado con ello y con una gransonrisa el hada la volvió a acompañar a la puerta de entrada y allí sedespidió con un gran beso.

Lola le conto a sus papas lo sucedido, ellos muy contentos la toma-ron de la mano y le dijeron que si estudia mucho , su sueño se cumpliría;y es así que este fue el viaje de invierno que ella nunca olvidara.

Chaparro, Mabel J.Maestra de Sección - Esc. Inf. N° 12 DE 5°

En un lejano lugar, al norte de España,había un pueblo tradicional con costumbres depueblo alegre, divertido en sus fiestas, peromuy monótono en su vida cotidiana.

Allí vivía Consuelo, una mujer trabajadora,rutinaria y responsable. Todos los días iba a laparada del autobús, bajaba en la esquina delmesón y trabajaba seis horas lavando los platosy ordenando la cocina.

Un día, como tantos, en la cocina ve un mo-vimiento extraño. Se pregunta si será algo queimagino, le resto importancia……

Al día siguiente, estando sola, en la cocinadel mesón escucha pequeños ruidos y ve som-bras pequeñas.

La curiosidad, el temor, la cubren y a su vezla llevan a buscar en la mesada, en los espaciososcuros, en todos lados.

Aparece algo extraño, gelatinoso, move-dizo y con una luz fuerte que la encandila.Trata de atraparlo, pero se escurre rápida-mente. Toma la espumadera, y logra que esoque no sabia que era, se pose suavemente en elfrío metal.

“Eso” sin saber que era, la mantuvo congran motivación.

Esperaba estar sola, para volver a verlo.Una tarde “eso”, raro, movedizo, entra en elbolsillo de su delantal, y el calorcito de ese es-pacio hace que se instale cómodamente ahí.

Asi, pasando los días, en su bolsillo del de-lantal, “eso”, se quedaba y la acompañaba.cuando termina su jornada, Consuelo, le dice,te llamare “Worki”.

Nadie supo nunca que Worki era su fielcompañero, en sus horas de trabajo y los de-seos enormes de consuelo de disfrutar de sucompañía.

Pasaron muchos años…. Worki ocupabaespacios de la vida de Consuelo, no solo en sudelantal, en los bolsillos de los tapados, en sucasa, en las fiestas populares del pueblo.

Sin embargo, un día como otros, Worki de-sapareció. Consuelo lo busco desesperada-mente, pero no lo pudo encontrar.

A nadie podía decírselo, porque nadie losabia.

En su desesperación, fue a la montaña, dondesolían hacer las fiestas del pueblo y lo ve…. es-condido y triste, arrugado y más chiquito.

Lo coloca en su bolsillo y Worki se asomamoviéndose inquieto ¿que pasa? se preguntabaConsuelo. Ve una luz, sin titubear camina, sinsaber para que y porque lo hacia y se encuentracon varios seres diminutos muy parecidos aWorki.

Todos esos pequeños workis, eran movedi-zos, inquietos…. Worki al verlos, salta con en-tusiasmo hacia ellos, todos se unen a el,formando una enorme masa gelatinosa queempieza a ser absorbida por la tierra, de allí sedesprenden pequeñas luces.

Consuelo, no puede creer lo que ve, sienteasombro pero también una tristeza difícil dedescribir….

En sus lágrimas, siente que una pequeña luzse introduce en su bolsillo.

Al día siguiente, descubre que cuando erade día, esa luz se apagaba, y al venir la nochese encendía.

Comprende que Worki estaba presente enesa luz, y que eternamente estaría con ella ilu-minando su vida.

Holgado. Silvia SusanaMaestra Secretaria - Esc. Nº 2 DE 18º

Hace Mucho tiempo, no recuerdo enque año, en un pueblo cuyo nombre esdifícil de nombrar pero su paisaje erafácil de disfrutar, por sus verdes praderasy sus arroyos que en su andar los acom-pañaban un recorrido de flores perfuma-das y coloridas y los árboles eranvisitados por llamativos pájaros que em-bellecían el sonido de la brisa de la ma-ñana.

Allí vivía un niño que nunca supesu nombre, lo que sí sabía, era que eseniño tenía algún problema y que eseproblema era importante porque se loveía triste, con una mirada perdida ysin brillo.

Cuando los chicos del barrio iban a laplaza a jugar a la pelota él estaba siempresentado en un banco, en esos bancos deplaza blancos, largos y solitarios que tehacen sentir insignificante y diminuto.Cada tanto un pelota de trapo, mediarota, media sucia, llegaba hasta sus piesy ante el pedido de los chicos de lluviaen el pueblo no parecían grises y melan-cólicos, eran muy alegres y divertidos,por lo menos para los chicos que salíana chapotear en los charquitos. Algunosnenes con botas de lluvia y otros descal-zos, cosa que creía era peligrosa, ya quese podían lastimar. Todavía recuerdo losgritos de enojo de esas señoras que pasa-ban por allí, ¡justo se les ocurría ir decompras con la lluvia! Y al saltar los chi-cos, eran salpicadas por el agua emba-rrada de los charcos.

Y el niño, él estaba mirando desde laventana de su habitación la vereda dondelos chicos jugaban, se le podía observaruna disimulada sonrisa en su rostro.

Yo sentía que era un nene tímido, osería misterioso, no se, algo ocultaba yme propuse averiguarlo.

Con la excusa de que había perdido ami gatito una tarde toqué el timbre de sucasa; él gentilmente me ofreció su ayuda.Con las bicicletas fuimos a recorrer elbarrio. Decidí tarde en la plaza antes queoscurezca.

Esperé un largo rato, en el banco dela plaza, ese banco, el largo y solitariobanco. Ya cuando me proponía volver ami casa lo veo llegar, venía caminandolento y arrastrando la bicicleta, me sor-prendí. Algo le había pasado, sus rodillas

estaban raspadas y su bici con el manu-brio doblado. Cuando le pregunté que lehabía pasado se puso a llorar y con la vozentrecortada porque estaba muy angus-tiado me contó su profundo secreto. Losniños del barrio vivían molestándolo, locargaban, lo ridiculizaban y lo desprecia-ban, lo peor era que no había ningunarazón, era inexplicable, solo por el hechode hacer daño y ya no podía más con sudolor. Yo lo abracé muy fuerte, para con-tenerlo en ese momento, y le prometíque eso no le iba a volver a ocurrir mien-tras yo esté en el pueblo.

Al otro día a la mañana muy tem-prano por debajo de las puertas de lascasas de los chicos del barrio coloquéuna invitación pidiendo que se acercaranese día a la hora de la siesta al arroyo, yaque había una sorpresa esperándolos.

Cuando llegaron un hermoso bote degoma color naranja los estaba esperandoen la orilla del arroyo amarrado a unapiedra con una nota que decía: esto espara ustedes, se lo merecen y disfrútenlo.

Los niños sorprendidos subieron rá-pidamente al bote sin pensar en nada ycomenzaron a remar.

Lo que ellos no sabían era que ese díamuy temprano por la mañana en la radiodijeron que era conveniente que no nave-garan el arroyo ya que pronosticaron cre-cida y corrientes de agua muy fuerte.

Y así fue, yo sinceramente queríaasustarlos, darles una lección, que nave-garan más ràpido que lo de costumbre,sinceramente fue así, no medí los peli-gros, estaba muy enojado e indignadocon la actitud que habían tenido esos chi-cos sin motivo alguno.

La cuestión es que el bote comenzó anavegar cada vez más rápido y se empezóa chocar con todas las piedras que apare-cían en su camino, algunos nenes cayeronal agua por los saltos que daba el bote. Fi-nalmente con tantos golpes el bote se pin-chó, se desinfló y todos quedaron en elagua.

Yo me arrepentí cuando vi la situa-ción que causé y comencé a correr por laorilla del arroyo para intentar ayudarlos,pero la corriente iba más rápido que yoy no llegué a tiempo.

El que si llegó a tiempo fue el niñoque de casualidad desde una colina violo que estaban atravesando los chicos ycorrió rápidamente colina abajo. Les tiróunos troncos que encontró en el camino

para que pudieran agarrarse de allí y sinpensarlo se arrojó a las aguas para salvara los chicos que estaban en peligro.

Cuando yo llegué muy asustado yavergonzado la situación estaba contro-lada, y los chicos descansaban muy ago-tados en el pasto.

Haciéndome cargo de lo que habíacausado conté la verdad.

Con esa verdad todos quedaron muyasombrados y horrorizados, no lo podíancreer. Y yo no podía creer tampoco comollegué a tener semejante idea y como elniño luego de tanto maltrato por parte deestos chicos los haya ayudado poniendoen riesgo su vida.

Ese día todos aprendimos una lecciónque nunca olvidaremos y que nos marcópara toda la vida. Nos enseñó a no dejar-nos llevar por la ira y tomar decisionesinadecuadas, a ser buenas personas, aayudar al prójimo, a no tener rencor, asaber perdonar ¡ y cuantas cosas más!

Esta mala actitud mía no fue olvi-dada por los chicos del barrio, lo se, puseen peligro sus vidas, pero me dieron otraoportunidad, sabían que ellos no habíandado el ejemplo tampoco, pero tambiénse que hizo recapacitar a los chicos deldaño que estaban haciendo. Se dieroncuenta de lo bueno que es divertirse jun-tos y no divertirse del daño que le cau-samos a los otros. ¡Eso no es divertido!

Después de esas vacaciones tuve quevolver a mi hogar, ya que me esperaba miescuela y mis viejos amigos.

La pasamos muy bien ese veranoluego de este amargo episodio, el restode los días, todos juntos compartimosjuegos y travesuras, valoramos la amistady reímos felices.

El niño, si olvidó mi mala actitudporque sabía que yo sentí su dolor, queyo estuve a su lado y aunque reaccionémal, actúe por él ya que su tristeza y de-silusión lo habían paralizado y no se lopermitían.

No se como se llamaba en realidadese niño, pero yo, yo lo llamaba, miamigo especial.

Y a mi amigo especial el próximo ve-rano lo volví a ver y le regalé un gatito yme sonrío con una sonrisa cómplice yllamativa, y sus ojos brillaban, de emo-ción.

Peduto, GabrielaMaestra de Sección

JII N° 2 DE 8°

¡Buenos días Fermín! Worki, un ser especial

Mi amigo especialUn viaje de invierno

Una mañana en la que Fermín dormía muycómodo, muy cómodo porque dormía en lacama de sus papás, y como ellos ya se habíanlevantado, tenía toda la cama para disfrutar elsolito. Su mamá se acerco y como si fuera unrayito de sol le dijo:-¡Buenos días Fermín! ¡Vamos, despertate quetenemos que ir al jardín! Fermín sin abrir los ojitos comenzó a llorar.Se acerco también el papá, y le dijo:-¡ Buen día Fermín! ¡Vamos dale arriba que enun ratito salimos al jardín!Fermín aún sin los ojos lloró más fuerte y dijo: ¡No! ¡No! ¡No quiero ir al jardín!La mamá se sorprendió y enseguida le pre-guntó:¿Qué pasa Fermín? ¿Porqué? ¿Te duele algo?El papá también se sorprendió y también pre-guntó:¿Qué pasó Fermín? ¿Porqué no queres ir al jar-dín?. Fermín seguía llorando y los papás se-guían preguntando. Entonces la mamácomenzó a recordarle todo lo lindo del jardín,todo lo que era divertido para Fermín. -¡Fer a vos te gusta ir al jardín! ¡Tus amigos sevan a poner tristes si vos no vas y la seño tam-bién! ¡Los juguetes de la salita te esperan parajugar! ¡Y además en el jardín hay muchos co-lores para pintar! . Fermín se fue calmando dea poco, desayunaron y emprendieron el viaje aljardín.En el camino Fermín le decía al papá:-¡Yo quiero dormir! ¡Yo no quiero ir al jardín!Y en el momento de entrar al jardín..... Se pusoa llorar. La señorita lo vió.-¡Buenos días Fermín!- le dijo.Con besos del papá y algunos abrazos de laseño, Fermín se tranquilizó.

Al día siguiente ocurrió lo mismo y los padresempezaron a preocuparse.Fermín lloraba y decía que se quería quedar encasa, solo quería dormir en la cama de suspapás. Todas las mañanas lloraba aunque a lasalida del jardín siempre estaba feliz.De esta manera pasaron días y algunas sema-nas. Fermín decía lo mismo y los padres cadavez más preocupados hablaron con las señori-tas, y hablaron con los médicos.Les resultaba extraño porque Fermín iba al jar-dín desde bebé y ahora ya tenía tres años.Fermín no estaba enfermo y la señorita lescontó a los papás que dentro de la sala él siem-pre jugaba. Entonces ¿Qué le pasaba a Fermín? Él solamente quería estar con mamá y papá.Un día para sorpresa de todos la mamá llego ala puerta del jardín con una gran noticia.-¡Buenos días Fermín!- le dijo. -¡Fermín tenemos una sorpresa!-¿Qué?- dijo Fermín.-Dentro de varios meses en casa vamos a sermás.--¡Vas a tener un hermanito Fermín!- dijo lamamá. Fermín los miró a los dos papás, y les dijo: -¡Siiiiii! ¡ Yo quería que venga Agustín!¡Él me va acompañar al jardín! Los papás decidieron ir los dos, la mamá y elpapá, a buscar a Fermín a la salida del jardíntodos los días.Y siempre lo esperaban con una sorpresa perolas sorpresas está vez eran chupetines, carame-los o chocolates.

Cabeli, Carina A.Maestra de Sección - Esc. Inf. 2 DE 5°

Page 16: CONCURSO DE CUENTOS CORTOSudacapital.org/files/cuentoscortos.pdf · Siempre había pensado que era como el patito feo de la escuela secundaria y hoy en los encuentros del re-cuerdo

Mariana hoy se ha quedado en casa, no ha ido aljardín.

Su mamá le puso la mano en la frente, la miró comosi fuera un doctor y le dijo que tenía fiebre; después dijoque tal vez era gripe o algo así y después, antes de ir arevisar lo que tenía en el horno, agregó:

-“Quedate en casa, es mejor que no tomes frío!.Mariana se zambulló en su cuarto, entre sus cosas y

se puso a pensar a qué jugar porque no tenía ganas deaburrirse. A veces es difícil no aburrirse… ella pensabajugar con Laurita, su mejor amiga del jardín… Sin Lau-rita iba a ser difícil no aburrirse.

Se tiró al piso y pensó y repensó, miró y re miró…de pronto… entre sus cosas descubrió algo distinto. Eramuy distinto eso que veía… era verde, muy verde, perono un verde como de un juguete ¡Era verde de verdad!.Entonces lo miró fijo y ¡¡¡Uy!!! ¡Ese verde tenía ojos!¡Y eran ojos que miraban! ¡Eran ojos que la miraban aELLA! ¡A ella que estaba mirando ESOS OJOS!

Se acercó un poco, no mucho porque estaba asus-tada y se dio cuenta de golpe o, mejor dicho de a po-quito, que eso verde que tenía ojos era un¡SAPO!¡Había un sapo en su cuarto! ¡Un sapo comolos que había visto en una foto y también en un dibujitode la tele! Pero la diferencia era que ESTE, era un sapode verdad y estaba en SU cuarto. Si un SAPO de VER-DAD.

-“Si, soy un sapo”- dijo una voz temblorosaMariana lo seguía mirando sin decir nada. Estaba

muda, no podía creer lo que veía.-“Cuantos juguetes lindos tenés”- dijo el sapo con

voz menos temblorosa.Mariana ya no estaba asustada, miró sus juguetes y

comenzó a contarle:-“Esa muñeca es mi preferida, la del gorrito rosa.

Me la regaló la abuela Rita. Yo la cuido mucho, tienemucha ropa para vestirse. ¿Ves ese vestido azul? Eramío cuando era bebita”-dijo Mariana con orgullo.“Ahora soy grande ya tengo cinco años”

Después le mostró el conejo Alberto que le faltabaun ojo y le contó que había sido su perro Toby el quese lo sacó. También le mostró su monito. Era un monitomusical y le hizo escuchas una canción…

El sapo escuchaba atento. Mariana se sentía muyimportante porque el sapo escuchaba, ya no tenía másmiedo y tampoco pensaba en su mejor amiga Laurita.

De pronto Mariana dijo: - “ ¿Los sapos tienen ju-guetes?

.”Si, muchísimos, hermosos, pero diferentes”-“Tengo una idea”- dijo Mariana “Yo te regalo un

juguete mio y vos me ragalás un juguete tuyo ¿Queréssapo? . dijo Mariana muy entusiasmada

- “¡Siii!- el sapo.

Entonces Mariana le dio una pequeña campanita ro-sada que tenía un bonito Tin-Tan encerrado.

El sapo saltó por la ventana muy contento, prome-tiendo regresar muy pronto con su hermoso regalo paraMariana.

Se escondió tras una piedra y abrazando su pequeñacampanita rosada que tenía el Tin-Tan encerrado, sepuso a pensar qué regalarle a esa nena que tenía tantosjuguetes.

Pensó: -“¿Un manojo de yuyos tiernitos y verdes?-No, no quiero arrancarlos”

También pensó en piedritas redondas y pequeñas…en lombrices… en un lustroso y negro escarabajo…

-“¡ Ah! Ya se—- la luna… es mi gran juguete de lanoche, sabe cantar, sabe hacer las noches negras muyblancas. Pero cómo puedo hacer para llevársela, aveces está un poco gorda. Me va a costar entrarla porla ventana”.

El sapo siguió buscando, escarbando, mirando, hastaque de pronto encontró lo que buscaba. Dio un salto ygritó:

-“¡Un charco!. Le voy a regalar un charco, peroahora tengo que pensar como llevárselo”.

Buscó una hoja grandota de un viejo árbol del lugarque estaba caída en el suelo y empezó con paciencia avolcar gota a gota un poco de su charco… pero las gotasse deslizaban por la hoja y volvían a caer en el charco.

-“Los charcos” .dijo el sapo, “tienen muchas gotas,que se van quedando juntitas hasta formar una gotamuy grande…”

Buscaba el sapo cómo empaquetarlo, como guardarsu charco.

Por fin, entre los yuyos encontró una casita de cara-col abandonada.

-¡ Ah! – pensó “”De adentro del caracol no se va aescapar el charco”

Tardó en llenarlo pero lo llenó de charco.Satisfecho y orgulloso, el sapo, emprendió el re-

greso, saltando y saltando. Entró por la ventana y sobreuna mesita apoyó su regalo.

-“¡Un caracol! .- dijo Mariana acercándose entu-siasmada, y agregó- “ Y un charco”

Era hermoso su juguete diferente.Mariana y el sapo se despidieron, pero, el sapo pro-

metió volver, mientras se iba a los saltitos, apretandosu rosada campanita que tenía un bonito Tin-Tan ence-rrado.

Así termina este cuento de “algo muy verde” quesorprendió a Mariana una mañana.

Y colorín colorado esta historia llegó a su fin.

Morilla, Ana MaríaMaestra de Sección - Esc. Nº 24 JIN “B” DE 2º

16

60 años al servicio de la educación. ¡Ayer, hoy y siempre!

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Algo muy verde

Había una vez un pirata muy pero muyalto, y muy pero muy gordo que se llamabaMalapata. Malapata tenía la barba tan largaque le llegaba a su ombligo, su piel se veíamuy quemada por el sol, uno de sus ojos lotenía cubierto por un parche rojo y siempreusaba sombreros.

Todos los días Malapata salía a navegarpor las aguas cálidas del mar Caribe en unbarco que él mismo había armado durantemucho, pero mucho tiempo con hojas y tron-cos de palmeras al que llamaba “Calavera”.

En cada viaje lo acompañaba un grupo depiratas a los que no daba descanso… trabaja-ban sin parar mientras él descansaba, se ali-mentaba y los maltrataba. Limpiaban elbarco, desplegaban y recogían las velas, car-gaban las pistolas y los cañones, cocinaban,lavaban…así eran sus días en el mar…reple-tos de cansancio y malos tratos.

Todas las noches cuando la luna se refle-jaba en el oscuro mar Malapata los esperabaen el muelle, y a la orden de recoger el anclapartían en busca de tierras lejanas y descono-cidas.

Desplegaban las velas y cuando el vientoempezaba a soplar comenzaban sus tristes ydesafortunadas aventuras.

Después de navegar durante toda la noche,cuando el sol empezaba a asomar, Malapatatrepaba al palo más alto de su barco con su ca-talejo y con atención observaba si había tierracercana, y hacia allí dirigía su nave para lograrlo que más lo alegraba…apropiarse de cosasajenas, enriquecerse con las pertenencias delos demás…

Una vez que la nave tocaba Tierra, tirabanel ancla, descendían armados del barco y to-

maban violentamente todo lo que encontrabana su paso. Así se apropiaban de dinero, ropas,joyas, armas y en algunos casos hasta de mas-cotas.

Nadie se atrevía a reaccionar ni a defen-derse, el gran tamaño de Malapata asustabamucho a la gente, que al verlo descender delbarco se encerraban en sus casas para prote-gerse del malvado pirata.

Una noche como todas las noches Mala-pata y sus amigos subieron a su barco paraemprender otra de sus travesías. El mar estabaun tanto embravecido, el viento soplaba congran furia, las olas gigantescas envolvían lanave, la golpeaban inclinándola cada vez más.

El viento dejó al barco sin sus velas y lohizo dar varias vueltas por el mar hasta ha-cerlo chocar contra las inmensas rocas de unaorilla.

La nave quedó destruída… Malapata y suspiratas quedaron tendidos sobre la arena deuna playa pequeña y solitaria.

Los cangrejos caminaban por sus cuerposheridos y golpeados, sus ropas estaban hechaspedazos. No mostraban reacción alguna, es-taban adormecidos de tantos golpes e inmó-viles. Allí quedaron…hasta que esa mismatarde un pescador que regresaba con su canoa…se asustó y asombró al ver al gran pirata ya sus amigos heridos tendidos sobre la arena.

No se animó a hacer nada…y rápida-mente corrió hacia la ciudad en busca de al-gunos vecinos para auxiliarlos, pero aldecirles que se trataba de piratas todos sintie-ron miedo y se resistieron a ayudarlos.

Después de conversar un rato el pescadorlogró convencerlos y todos juntos se dirigie-ron hacia la orilla.

De a poco, con mucho cuidado, en totalsilencio y con cierto temor… se acercaron a

los piratas.Al verlos que estaban heridos, que algunos

animales habían empezado a comer sus ropasy que el sol había quemado sus pieles se die-ron cuenta que sus vidas corrían peligro y em-pezaron a socorrerlos.

Entre varios comenzaron a alzarlos y atrasladarlos hasta las casas más cercanas. Allílimpiaron sus heridas, cambiaron sus ropas ycomenzaron a darles bebidas y alimentos paraque de a poco empezaran a reaccionar.

Gran sorpresa se llevaron los piratas aldespertar y al encontrarse en ese lugar, tancuidados y protegidos por esas personas a lasque ellos muchas veces habían robado, golpe-ado y entristecido tanto con sus actitudes.

Se sintieron sumamente agradecidos peroa la vez sumamente avergonzados al darsecuenta que gracias a la solidaridad, al afectoy al cuidado de esta gente ellos estaban vivos.

Permanecieron allí varios días hasta quelograron recuperarse de los golpes, de las he-ridas. Con la colaboración de los vecinos pu-dieron armar una nueva nave.

Pero a partir de lo que les había sucedido,luego de deliberar sobre el rumbo de los nue-vos viajes que emprenderían decidieron quetodas las travesías que realizaran de ahora enmás ya no serían para robar ni para enrique-cerse sino que tendrían como misión principaldevolver a cada lugar todo lo robado.

Así el pirata Malapata y sus amigos pasa-ron de ser los piratas más temidos, a ser lospiratas mejor recibidos en cada isla, en cadatierra.

Y colorín el barquín con los piratas arre-pentidos esta historia llegó a su fin….

Suarez, Karina Mabel

Maestra de Sección - JII Nº 7 DE 20º

El pirata Malapata

Las Travesuras De GuidiUn día Guido (de 2 años) iba caminando por una avenida con su mamá; pa-

saron por un kiosco y le pidió una golosina, la madre se la compró, pero paradespués de almorzar, siguieron caminando y encontraron otro kiosco, el nenevio un muñeco que le gustaba mucho y se lo mostró a su mamá y ella se lo com-pró.

Siguieron caminando para llegar a su casa, cuando otro kiosco apareció enel camino, en ese momento el pequeño se paró nuevamente para pedir en reali-dad no sabía bien que; pero decía:”¿Me compras?”, la mamá dijo ¡“NO”! ya tecompré dos cosas, ahora vamos a casa.

El chiquito se puso a llorar a gritos, a zapatear en el piso, hasta que final-mente se tiró en la vereda y empezó a girar con la espalda apoyada en el suelo,gritar y llorar.

La mamá decidió seguir caminando; el pequeño continuó en el piso, consu gran enojo y “capricho”; la gente que pasaba lo miraba y no sabía qué hacer,hasta que la mamá les hacía una seña de que ella estaba ahí escondida cuidán-dolo sin que él la pueda ver.

Después de un largo rato, dejó de gritar, miró para todos lados y no vio asu mamá, se paró y empezó a caminar y llamar, decía:”mamá, mami, mamita”y se puso a llorar, pero ésta vez de miedo, porque se encontró solito en la calle.

Ahí la mamá se le acercó y le dijo que todo lo que había hecho él estabamuy mal, que no se hacía y que nunca más tenía que volver a hacerlo. Le secólas lágrimas, tomó su manito y juntos caminaron tranquilos para su casa.A la noche llegó la hora del “Baño de Guido”, mamá le llenó la bañera, le puso

espumita, juguetes, el protector para que se siente en el agua y no se caiga.Buscó a Guido y lo sentó en su asiento en el agua tibiecita, lista para disfrutar

y jugar; pero resulta que el nene No quería bañarse, cuando la mamá lo sentaba,él se paraba e intentaba salir del agua.

Su madre volvía a sentarlo y él otra vez quería salir, esto pasó como diezveces repetidas; hasta que la mamá se enojó, lo miró muy seria, y ledijo:”BASTA, TE QUEDAS QUIETO POR QUE TE VOY A BAÑAR, AUN-QUE NO QUIERAS, ESTAS MUY SUCIO; SE TERMINÓ ME ENOJÉ”

Guido se puso a hacer “pucheritos” y a llorar muy suave. La mamá lo sentónuevamente en la bañera, empezó a pasarle la esponja, con forma de pescadito,por el cuerpo y a cantarle:”AL AGUA PATO, PATO, SIN LOS ZAPATOSPATOS, AL AGUA PEZ. SI QUERÉS NADAR UN RATO COMO PATO,COMO PEZ, TE TENÉS QUE SACAR LOS ZAPATOS COMO YO ME LOSSAQUÉ. AL AGUA PATO, PATO, SIN LOS ZAPATOS, PATOS, AL AGUAPEZ”

Guidito se calmó, se puso a jugar con su barquito y un muñeco, mientras sumamá lo bañaba y le hacía mimitos.

Cuando terminó, lo sacó del agua en su toallón con capucha de “Super Be-bote”, lo secó muy bien, mientras le hacía cosquillitas por todo el cuerpo; lepuso el pañal, el pijama, lo acostó en su cuna con “Tweety” su muñeco favoritopara ir a dormir, le puso su canción de cuna, y le empezó a contar un cuento“de animalitos en la selva”, pero antes de que se lo pueda terminar de contar,Guidito ya se había quedado dormido.

Le dio un beso grande en su hermoso cachete gordito, lo tapó bien, para queno tenga frío mientras duerme, y le dejó la música muy suavecita.

Apagó la luz, y así termino el día de aventuras de éste hermoso bebé.Y colorado colorín, éste cuento llegó a su fin.

Russo, GabrielaMaestra Secretaria - Esc N° 11 DE 12°

Me gustaba el viento rozando mi frente. Montadosobre mi caballo, la brisa me golpeaba suavemente yel ondular de mi flequillo cosquilleaba mi piel. Cerrabalos ojos para sentir más, para sentir mejor… Jinete ymontura éramos uno solo. Subiendo y bajando. Entremis piernas, su piel dura.

Yo le había puesto nombre a mi caballito. Se lla-maba Tornado, como el del Zorro. Era negro azabache,obediente, dócil, compañero. Me esperaba cada tarde,cuando mi mamá tenía ganas y me llevaba. No podíahacer frío: -“Te podés resfriar.” No tenía que llover:-“¿Vos estás loco, con este tiempo?” Pero cuando salíael sol tibiecito de otoño, le insistía un poquito e íbamosjuntos tomados de la mano.

Siempre me esperaba, mi fiel corcel. Nunca me fa-llaba. Hasta parecía que me sonreía cuando nos veíallegar. Sabía que iba derechito hacia él. No elegía nuncaa ningún otro. Aunque mamá insistiera, Tornado era elmejor para mí.

Tenía enormes ojos brillantes como la luna llena,llenos de nostalgia de verdores frondosos, de aguas in-quietas y silencios eternos. Y aunque a su corazón lesobraran bríos, era sereno y paciente con mis ansias deaventuras.

Cuando montaba mi caballo, podía ver el verde delos árboles pasar junto a nosotros y no quería bajarme.Si la vida me lo hubiera permitido, aún seguiría allísobre su lomo de madera. A pesar de la llegada de lanoche, cuando se encendieran las luces de la plaza, laspalomas buscaran sus nidos y la calesita del barrio sedetuviera hasta el otro día.

Ahora sigo visitando a Tornado Él continúa girandoy otros niños se suben sobre él. Un día, con la excusade llevar a mis hijos a la calesita, me acercaré y le su-surraré cerquita de su oreja cuánto lo he extrañado…

Ortelin, Nora A.

M. Bibliotecaria - Esc. Nº 9 DE 5º

Mi caballito