concurso de cuento breve oscar cerruto 2006-2007

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Centro de Estudiantes de Literatura, UMSA Grupo Literario A y B CONCURSO DE CUENTO BREVE ÓSCAR CERRUTO Cuentos ganadores 2006-2007

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Título: Concurso de cuento breve Oscar Cerruto 2006-2007 Autor: Varios País: Bolivia Tipo: Narrativa Año: 2008

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Page 1: Concurso de cuento breve Oscar Cerruto 2006-2007

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Centro de Estudiantes de Literatura, UMSA Grupo Literario A y B

CONCURSO DE CUENTO BREVE

ÓSCAR CERRUTO

Cuentos ganadores 2006-2007

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© Concurso de Cuento Breve Óscar Cerruto, años 2006 y 2007.

Jurado compuesto por catedráticos y estudiantes de Literatura.

© Editorial Yerba Mala Cartonera de Bolivia, 2008.

Proyecto social cultural y comunitario sin fines de lucro.

[email protected]

http://yerbamalacartonera.blogspot.com

Tel. 73505781, 72262533, 71208058.

Diseño de cubierta realizado por muchachos cartoneros de El Alto.

Dibujos por Lía Cecilia Michel, Alejandro González y Luis Percáres.

Diseño, diagramado y corrección: Yerba Mala Cartonera.

Proyectos análogos: Eloísa Cartonera (Argentina), Sarita Cartonera (Perú), Animita Cartonera

(Chile), Lupita Cartonera (México).

Impreso en: Imprenta “Río Seco”, patio 2, mzno. P, No. 214, El Alto.

Hecho el depósito legal: 3-1-1093-08

Impreso en Bolivia

Agradecemos a los gestores del Concurso Óscar Cerruto: Centro de Estudiantes de la

Carrera de Literatura de la UMSA, Grupo literario A y B y a los autores por su autorización

para publicar este ejemplar.

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GANADORES 2006

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Muñecas (1er lugar)

Cristina Wayar

PARA MAMÁ fui siempre una muñequita, con vestidos de volados y

cabellos bien peinados. También jugué a ser madre y mis muñecas fueron

mis niñas; les ponía vestidos elegantes y cepillaba durante horas sus

caballeras rubias para trenzarlas y ponerles lazos vistosos.

Sé de muñecas, lo juro; pero cuando mi marido me arranca el

vestido y me tiene cogida de los pelos, no dejo de preguntarme: ¿No que

los hombres no jugaban con muñecas?

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Claroscuro (2do lugar)

Cecilia Martínez

ES CLARA la oscura habitante de la noche. Ojos relampagueantes henchidos

de sombras, pelo azabache con miles de chispas estañadas. Un traje de

opaco cuero enfunda su elástico cuerpo marfil. Puta más buena que santa,

reina y albergue de todo lo que sea débil: gatos desmadrados, perros

cuentacostillas, niñas con ínfulas caídas en alcantarilla, niños con tisis en

el tufo.

Es el Negro el clarividente de destinos ajenos. Los suyos

ejecutan la vida de los caídos en desgracia metal en mano. Exige como

dádiva de la corte callejera de infelices luciérnagas a su santa. La

negativa implica desgracia, hojas cortadoras de rostros hundidas en el

vientre y la calle teñida de rojo desamparo.

Es el Choco un retinto compañero predilecto de la caminera de la

noche. Despacha papelinas cuadriculadas de estuco, brotes verdes de

ausente humedad, sueños circulares, espejismos inhalables. Escucha la

sentencia. Cierra los puños, decide, urde.

Es la noche acordada para el pago impuesto. La banda sonora

con relumbrantes tambores humedece al tirano de blanco llevando del

brazo a jalones a la arisca y burlona prenda. En el cuarto comienza el

ritual violento. Tirada por el piso, tela blanca sobre rasgado cuero. Blanco

sobre negro, negro sobre blanco. Un crujido que se confunde con los del

catre. Sordos sonidos de un puñal hundidos en sucesión en la carne

oscura. Clara bañada en rojo.

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Geraldine O´brien Saenz

LA SEÑORITA que limpia este baño, se caga.

HASTA LAS PALOMAS de la paz, cagan nomás.

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Un tipo de conversación

Josué

UN TIPO DE CONVERSACIÓN surgió de un tipo de tipo

abierto que charlaba con un tipo que era de tipo igual

al tipo con que charlaba el otro tipo, estos tipos que

hablaban sobre la conversación de un tipo de tipo

igual al otro tipo escucharon los pasos de un tipo, de

un tipo que era el tipo con que charlaba el otro tipo,

pero el tipo de paso no era igual al paso del otro tipo,

entonces los tipos sintieron llegar otro tipo de tipo

abierto como ellos, que en realidad era el otro tipo

que se avanzaba más rápido que el otro tipo, entonces

el tipo que iba detrás del tipo de tipo abierto era solo

un tipo que estaba en la imaginación de un tipo que

pensaba en la charla de seis tipos.

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El Día Más Feliz...

Gabriel Llanos Cernadas

GABRIELA CAREAGA ASTURIZAGA SE VISTIÓ con sus mejores galas porque el día tan esperado había llegado. Puso abundante rouge en sus labios para sentirse medianamente atractiva, delineó, casi con maestría, sus pequeños y profundos ojos, lavó sus dientes hasta teñir el cepillo con espuma rosada, sacó del joyero el collar que su abuela le había heredado, ciñó en su cuerpo el vestido blanco y pomposo de tres generaciones casamenteras, alistó el bouquet de flores secas que había

guardado, peinó con muy poca destreza sus escuetos cabellos, colocó sobre su cabeza el velo de encajes sobrecargados, sonrió al espejo nerviosamente y salió. Afuera, decidió regalar una sonrisa a todas las personas que la mirasen para compartir algo de la alegría que ella llevaba. Al llegar al lugar donde la esperaba su amado, se persignó en la puerta y entró. Todas las miradas se posaron en ella. Observó las flores que la rodeaban, sintió aquel peculiar olor que los recintos sagrados desprenden, avanzó con paso solemne, vio al futuro esposo con el frac negro y el rostro iluminado por las velas del altar, levantó su velo y dio un beso tierno en la frente al que yacía en el cofre.

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Anuar Elías Mito

ERA COMO UNA LLUVIA atronadora de

gemidos. Entonces Noé se acercó al

arca para conocer la razón de

tremendo alboroto. Al entrar en ella se

dio cuenta que estaba vacía y que

aquella orquesta provenía de las

caderas de Naama.

A Humberto Quino

OLVIUDO.

El Engaño

…ÉSA FUE LA ÚNICA VEZ que mi padre fue infiel a sus mujeres.

Gas

DESPUÉS DE TANTOS GOLPES, Bolivia se hizo gas.

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Cholo Solo

Pamela Peralta

¿CHOLO MORMÓN?, ¿cholo con poncho?, ¡oh! ¡yo lo conozco, lo

conozco!: oncólogo cojo, rostro poroso, ojos oblongos, morocho, corcho:

homo roñoso. Morfó popcorns, tomó ron con porros, probó porno, tomó

formol no por tonto, no por ortodoxo, no por trotsko: ¡por jodón! Con

tono doloroso contó moroso: dooooooos con ocho. Dobló los codos,

tornó los ojos como loco, cómo tonto lloró, rogó, oró por zonzo. Toco

fondo, doblo codos, torno ojos. Torró, no roncó, no soñó. No soportó…

Stop.

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Afirmaciones

Diego Mejía Alanda

HACE ALGUNOS DÍAS, exhausto de esperar por Morfeo y decidido a

sacarle provecho al insomnio, quizá Samuel construyese un perro, por

convicción propia o simple ociosidad. Es de esperar que dicha tarea no

fuera fácil, aunque también de agradecer que Samuel no hubiese pensado

en elefantes o algo parecido. Como fuere, Samuel solo tenía a disposición

lo que tú o yo tendríamos en casa, nada de material radioactivo,

computadoras, nada de eso; por lo que tuvo que explotar su mejor fuego

de artificio, la imaginación. De ese modo, recicló cuanto material tuvo a

mano, latas de cerveza, botellas de licores, cartones de vino, vasos

desechables; en fin, todo lo que en su cocina no fuera indispensable.

Cinta adhesiva y cola en mano inició la empresa y, tras unos martillazos y

dedos moros, el perro estaba terminado. Mas, grande fue su desilusión

cuando al hablarle a su creación no recibió un "hola" por respuesta, ni un

ladrido, nada. Para colmo todo el club se rió de él, todos menos yo, que

sé lo que se siente, sé que él, un hombre común, no puede construir un

perro y que yo, un elefante color de rosa, no puede ser un cuentista

famoso.

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GANADORES 2007

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…Conquista (1er lugar)

Diego Mejía Alanda

BAJÓ DE LA COLINA, con su andar preciso y corto, dispuesta y al acecho;

sabía en lo profundo de su ser que la mejor forma de capturar era

volverse presa. Él no podía contener sus ansias al ver su silueta dibujada

en la pradera, cuando le acosaba de espaldas, sabiendo que él descubriría

su imagen, revelada por el aroma que dejaba en el viento. Así, le rodeaba

lentamente, siempre alerta, ensombrecida por la cautela, pendiente de

cada movimiento; mientras, él la seguía con el olfato creando figuras

sobre la maleza y el forraje, girando siempre en torno sin quebrar el

silencio de la hojarasca con un paso.

—Aquí —decía una sombra.

—No, acá —parecía responder otra y, entre la quietud que dejaban

las pausas y el vaivén de las ramas, solo unas risas seguidas de su propio

eco rompían la espera.

—¡Aquí! —gritó entonces una de las sombras ya en medio vuelo,

mostrando alegre las fauces.

—¡No, acá! —parecía responder otra desde lo profundo y oscuro

que había detrás de una sonrisa, él no podía contener sus ansias, jamás

había tenido cena más feliz.

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Juramento (2do lugar) Keshia Loza Costas

CORRO FRENÉTICAMENTE a través del inmenso campo de espinas

que como garras secas me arrancan sutilmente pedazos. Corro

anhelante mientras la tierra se deleita con mi tibia sangre y se

regocija con mi dolor. Corro sin descanso mientras una lluvia de

finas gotas cae del negro cielo expandiendo el rastro de sangre y piel

que dejo a mi paso. La pálida luna es, como de costumbre, la única

luz allá arriba, la miro fijamente y percibo cómo trata de negarme su

resplandor. Al fin salgo de aquel lugar de agonía y locura, caigo de

rodillas hecho trizas, respiro hondo y levanto expectante la cabeza.

No existen palabras para describir mi profundo grito de inconsolable

desesperación, ante mí se extiende un campo idéntico al anterior. En

ese temido momento pierdo la cuenta de los campos de venganza y

tortura que he cruzado, de hace cuántas eras sigo corriendo. En

medio de mi infinita soledad alcanzo a escuchar la insatisfecha

carcajada de la muerte que, como me lo ha jurado, me dejará

corriendo hasta que considere saldada mi deuda. Esta vez tampoco

vendrá por mí.

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Agua Dulce Sergio Taboada

TAN TARDE se había dado cuenta de que el edificio ardía en llamas, que

no se molestó en formularse la tentativa de escapar por la puerta

principal. El humo y el fuego se filtraban por quién sabe dónde o por

quién sabe por qué. Su primer instinto fue deslizarse hacia las ventanas,

pero éstas abrasadas empezaron a derretirse con tierna audacia; se

sorprendió por esas formas nuevas —muy asimétricas— que bailaban,

seduciendo y cegando, sensual y sensiblemente. Dejó de ver más porque

el humo lo obligó a agazaparse presionándole la espalda. Aferrándose a

cualquier materia intentó buscar un lugar que le prometiera salvarlo.

Después de acabar su trayecto por un laberinto clandestino, le costó

entornar los ojos y observar por última vez. De su cama blanca, con su

columna en la pared de cabezal, brotaba un arreciado manantial de fuego,

ascendente y azul, quemaba el techo (arriba las flamas colisionaban y se

enrojecían) moviéndolo suave en unas pocas, cortas, direcciones. Esta

vez la Luna no ayudaría al insomne sigilo. (Y algunos bomberos, no sin

demasiada prisa, inutilizando hacha alguna, entraban por la puerta frontal

—que de alguna manera no les es difícil penetrar.)

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Bombardearon La Paz de 1935 José María del Rey Morató

TEMBLÓ NENECO RAMOS con las bombas. En Uruguay, dos aviones

atacaban el campamento. Era febrero de 1935. Cinco muertos.

Ramos trabajaba en el ferrocarril, en la estación Tres Árboles.

Supo que iba a haber una revolución contra el presidente Gabriel

Terra, que en 1933 había disuelto el parlamento y tenía muchos

adversarios.

Pidió licencia para atender a una tía enferma. Se juntó con otros

que venían de Piñera, Capilla del Carmen y Los Merinos. A caballo, sin

ser vistos, fueron a Tacuarembó, donde esperaban los quinientos hombres

de la División Cerro Largo.

Se enteraron que había fracasado, en el sur, el levantamiento.

En el monte del río Negro los insurrectos acamparon.

El jefe revolucionario, general Basilio Muñoz, aceptó la

propuesta de paz del gubernista general Urrutia.

Diez días había durado la revolución.

Estaban levantando el campamento, ensillando caballos para

irse, cuando escucharon los motores.

Dos aviones del ejército, de pronto, los bombardeaban. Después

de haber compartido la paz, no esperaban el espanto.

Volvió a sus cosas. Nadie recordó a la tía.

El eco de las bombas sacudía a Neneco en su catre. Con las

manos se tapaba las orejas sin despertarse.

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Despertar Gabriela Palma

EL ESPEJO REFLEJA un rostro sin luz, una mirada perdida, de un engaño

cruel quizás. Canas y arrugas marcadas que dan una apariencia

desagradable, mezclada con tristeza e impotencia; labios tratando de

balbucear palabras pensadas y con sonido en la mente, pero mudas y

confusas para los oídos de rededor. Me parece increíble que hayan

pasado treinta años desde aquel verano tan grato para un joven con dos

décadas de edad. Al verme así pienso que mejor me hubieran

desconectado.

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En un instante Mariel Arroyo Prudencio

UNA TARDE, cualquier esquina y su presencia. Su presencia que

probablemente no cambie nada. Ella, como muchas otras. No, más bien

diferente a esas muchas otras, puesto que con imponencia era capaz de

impregnar su particularidad, del mismo modo con el que su perfume

invadía ese trozo de espacio que nos contenía a ambas. Esa particularidad

mezcla de extravagancia y sencillez. Quedó empapada sobre el asfalto

que pisaba y sobre los inertes muros coloridos que parecían observarla.

La extravagancia le caía a chorros, su largo pelo surcado por un

raudal de hilos de plata y que parecía haber pasado por una infinidad de

colores, hasta llegar a ese tono indescriptible que ahora lo compone. La

extraordinaria mezcla de estilos y modas, combinación de pasados y de

propósitos de presente, conforman ese su muy particular atuendo que más

bien parecía ser un disfraz que desafiaba su edad. Y fue su sonrisa

ingenua el contraste que permitió distinguir esa sencillez aparentemente

inexistente, su sonrisa simple e incluso débil, pero que la acompañaba en

señal de triunfo.

Y fue entonces, en medio del caliente asfalto de un montón de

bocinas, de paredes coloridas y de absoluta indiferencia. En un segundo,

en un instante de parpadeo, en otra fracción de tiempo fugaz, que del

mismo modo en que apareció se diluyó…

La indiferencia se tornó curiosidad mientras ella se disolvía bajo

las llantas de una insignificante máquina de transporte, donde ya no era

solo mi mirada ajena la que la captaba, donde ya no era solo el viento el

que se atrevía tocarla, donde el suspiro de la muerte se la llevaba. Una

tarde ya no es cualquier esquina y su ausencia. Su ausencia que

probablemente lo cambió todo.

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Decepcionante Simón Aviles Valdez

TODO ES UNA GRAN DECEPCIÓN, especialmente lo que se espera que no

sea decepcionante. Nací, crecí, en fin, viví en una maraña de decepciones,

cachan que hasta yo me convertí en una decepción.

Mis padres murieron el día de mi octavo cumpleaños; mientras uno

de mis tíos me llevaba a comer helados —no puedo comer helados ya

que soy intolerante a la lactosa— mis padres preparaban mi fiesta de

cumpleaños. Mi casa estaba en llamas, mis padres estaban en llamas.

Luego me enteraría que el payaso que mis padres habían contratado

—que de una u otra manera igual me hubiera decepcionado, ya que le

tengo miedo a los payasos— dejó abierto el tanque de no-sé-qué gas con

el que se inflan los globos y mi padre al prender su cigarro —

irónicamente pensando si algún día el vicio lo mataría— se incineró

como feto de llama en challa.

A partir de entonces una serie de eventos, y personas,

decepcionantes han marcado mi vida .

—¿Qué? ¡...Ya, ya voy!

Discúlpenme pero ahurita vuelvo… mi mujer me está diciendo que

vaya a la cama. Ojala que no me decepcione.

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¿Cuánto falta? Simón Aviles Valdez

DENTRO DEL VEHÍCULO descansan los niños, el abuelo, y el perro

salchicha. Mamá y papá están en la habitación #6. Y uno se pregunta:

¿Qué puede estar pasando? Sí, qué puede estar pasando. Papá y mamá

reavivan su vida sexual en el cuartucho del motel al lado de la carretera.

Papá le confiesa a mamá su enmascarada preferencia homosexual, o

viceversa. Mamá comenta a papá que va a ser papá de nuevo. Papá le

saca la mugre a mamá por el innecesario comentario sarcástico

referente al carácter tacaño de papá.

Ambos planean el asesinato de sus insufribles hijos, o mejor,

del senil abuelo, o tal vez incluso del molestoso can. Talvez. Pero

veamos qué pasa. Mamá sale del cuartucho de motel seguida de papá.

No, no puedo ver nada más, el abuelo enciende el auto y maneja cada

vez más rápido, y cada vez más lejos. Papá y mamá se achican en el

horizonte. El abuelo no dice nada, sólo maneja…

El abuelo pregunta:

—¿Cuánto falta? —Mamá y papá reaccionan del letargo y responden al

unísono:

—…¿Qué?

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Por qué estás llorando Darío Manuel Luna

TATA WIRACOCHA, por qué estás llorando, le dije a Eulogia que viniera

conmigo, pero no quiso, ya nadies quiere venir. Mi hijo dice que usté no

existe, y qui yo estoy loco… ha agarrau sus cosas y se jué con los

extraños. Y no llores tata Wiracocha, si solito he llegau hasta aquí es

porque di veras ti creo, pur eso estoy aquí. Sabes que me escapau di mis

verdugos, mirá mis manos y mis pies, aún siguen encadenados; por qué

lloras Wiracocha, acaso ya nu me quieres, sabes que siempre seré tu hijo,

tu consentido, sé que no pude hacer más de lo que querías; pero ya virás,

iré donde mis hermanos y ti prometo que voy a volver con ellos. Por qué

lloras tata Wiracocha, llorarías si estuviera muerto, estoy vivo y más

fuerte, ya nu siento dolor alguno.

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El regreso Mikael Bildt

LO PRIMERO QUE HICE fue sacar el cuchillo escondido bajo mi cama.

Siempre que despierto de un ruido, antes de prender la luz, lo saco

cuidadosamente y espero a que se repita el sonido, para así poder

localizar su procedencia. Esta vez, en cambio, apenas abrí los ojos sabía

exactamente quién era. Me paré de un salto, logrando en la caída

encajar perfectamente mis pies en las botas militares estratégicamente

posicionadas. No hubo tiempo para abrir la ventana, sólo rompí el

vidrio con el puño derecho envuelto en una polera. Me paré sobre los

vidrios de cuclillas al borde de la ventana. Sólo un instante para oírte

mover de nuevo. Nada. Subí al techo mediante la flexión de brazos,

tantas veces practicada, y te perseguí transpirado, a lo largo del techo

gritando un ¿dónde estás? de vez en cuando. Creí verte apuntándome

con una linterna, pero era el vecino, a medias vestido, mirándome

perplejo. Le dije me ayudara a buscarte, que era importante que te

encontremos. Se tomó unos segundos, como esperando algún

movimiento mío y luego me dijo: No, no, loquito eres vos. Seguí

buscándote con la vista, pero seguro ya estabas lejos de aquí. De

seguro planeando algo.

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Allá en la esquina Lucio Torrez Soria

ALLÁ EN LA ESQUINA vende tucumanas una mujer. Mandil azul y pollera

café. Una sombrilla celeste con florecillas la protege del sol. Al fondo, por la calle Ingavi, aparece un sombrero viejo y percudido. Luego aparece el rostro indígena y pobre de una potosina que mendiga por estas calles. A su lado va una señorita de traje azul, parece no saber que junto a ella está otra mujer. Los harapos invisibilizan a la vieja. Ambas llegan hasta la esquina. La señorita continúa su camino perdiéndose de mi vista. La vieja le dice algo a la vendedora alargando la

mano, seguro pidiendo comida. La vendedora se muestra indiferente, para ella la vieja tampoco existe. La vieja continúa de pie, mirando el carrito. Se acerca un joven, la vendedora lo atiende con premura; le sirve una tucumana; muerde un trozo, lo saborea. Ella da unos pasos, llega hasta la equina, de la nada saca un palito: delgado y chiquito que utiliza como bastón. Mira aunque parece no ver nada. La gente se mueve a su alrededor y la esquiva, como se esquiva el pie del excremento. Cruza la calle, se pierde de mi vista, sólo de mi vista, porque

para los demás ella nunca estuvo en esa esquina.

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Hmm Diego Mejía Alandia

¡TE ME ESCAPAS por última vez!, no sé qué eres pero me acabas las

fuerzas; eres diferente, por años se me escaparon cosas como tú, tan solo

por placer o por necesidad; pero no, tú te me escapas y me adormezco,

me desvaneces. Creo que voy a morir… y por mi propia mano… es tan

triste.

Me gustaste mucho al principio pero empiezo a creer que eres

tan malo como dicen, aunque nunca me digan lo que eres realmente. Lo

tengo decidido, sobre todo después de la catequesis del domingo, no te

vuelvo a dejar salir, ¡no! Ni por ti ni por nada, ¡ni loco me quedo ciego!

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En el final Diego Mejía Alandia

HABÍA EMPINADO el tercer vaso, el ocasional tic, el agrio aroma de su

copa y la sensación amarga completaban el cuadro, de marco la barra aún

pegajosa cual pintura fresca cuando el pincel se sentó a su lado y

tanteó… una mano fugaz bajo su falda, el reconocimiento al tacto de una

figura que se esculpía en sus palmas, la sensación amarga, otra vez con el

hedor de sus dedos, conocidos, contagiosos y de alguna forma nuevo. La

contemplación caleidoscópica a través de un vodka cada vez menos ruso,

una confirmación en la entrepierna, un apretón de huevos, el beso fugaz

de un labio partido y la sangre, la misma que había derramado junto a los

amigos, un reconocimiento, un callejón oscuro y otra vez golpes, hora de

pie, hora de rodillas, hora exhausto boca abajo, claro que no lo dijo; pero

fue su primer hombre; como fuera —qué cuadro— , sólo le gustó de

rodillas… cuando le dieron de nalgadas.

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El hombre de las muletas Mara Matos Strauss

UNA NOCHE un hombre joven camina con una gorra en la cabeza y un par

de muletas en las manos. Recorre la ciudad pensando que las muletas

deben llamar la atención, pero las personas no suelen percatarse de esos

detalles. Pasa lo mismo con la gorra.

Llega a la puerta de un edificio y se dirige al ascensor. Luego de

sonar la campanilla se abre la puerta y el hombre entra, sólo que al

hacerlo choca una muleta en la puerta y se disculpa con el ascensorista

por ello. Luego de otra campanada llega al piso deseado, pero al salir del

ascensor el hombre se enreda con las muletas y, cuatro pasos más allá,

cae con la pierna rota, como cumpliendo con un presagio de mala suerte

por estar llevando las muletas.

En medio de la conmoción, el hombre se quita la gorra de

inmediato, pensando que es más extraño que salga el sol a las nueve de la

noche que ver a un hombre con la pierna rota.

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Pollación Mara Matos Strauss

BERNARDO BLANCO SALIÓ un día hacia El Prado. Un lustrabotas se le

acercó y le ofreció lustre. Bernardo se miró los zapatos empolvados y

aceptó. Luego de unos minutos el lustrabotas preguntó: “¿Con pollo,

caballero?”. Bernardo no sabía lo que era, pero aceptó para no parecer un

tonto delante del muchacho. El lustrabotas le escupió en los zapatos y

terminó el trabajo con el paño.

Cuando Bernardo pagó y volvió a ponerse en marcha no estaba

muy seguro de si sus zapatos estaban más limpios que antes.

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Qachula Porfirio Pérez Aquino

PAPÁ HABÍA SALIDO de viaje.

Llegada la noche, Mamala, tras las mediciones en Qachula para

un proyecto de chompita, empezó a tejer.

Con Qachula acostada, hablaban de banalidades.

En eso, se fue la luz y quedaron en penumbra.

Mamala que había descuidado el fósforo tardó en encender.

Suerte de Mamala, volvió a apagarse, la niña había observado

que la luz no se apagó sin motivo.

—¡Mamá! ¿quién apagó ña mechachúa?

—El “Rafael”.

“Rafael” ya no estaba a la vista.

Sin embargo “Rafael” volvió a apagar la luz.

—Mamá, “Rafael” se burla de ti.

—Sí, hijita.

Mamala, sin dar mucha importancia al asunto dejó apagada la

luz, acostándose al lado de su hijita, abrazándola, se echó a dormir.

A los varios días volvió Tatala.

Afectada la niña por la penumbra en la que las dejó “Rafael”, tal

hecho contó a su padre: que “Rafael” se hizo la burla de su madre.

Tatala ofuscado, sin mayor averiguación, mató a Mamala.

Pasó algún tiempo y, también de noche, en una reunión familiar,

se presentó “Rafael” y apagó la luz.

—¡Papá, “Rafael” nuevamente!

Prendida la luz, Tatala sólo atinó a matar a “Rafael”, una

mariposita nocturna.

***

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MALA LUNA

Keshia Anahel Loza Costas Jadeante cerró el pequeño y vacío cuarto de un portazo. Lo

descubrieron en pleno crimen, apenas había podido escapar de la

gente aterrorizada; con lo torpe que era para correr, era comprensible.

Caminaba de un extremo al otro del cuartito frotándose las huesudas

manos. Este era el fin, escondiéndose en es lugar él mismo se había

acorralado. Miró por la ventana, la luna estaba cubierta por nubes

grises y abajo se podían escuchar los pasos de la multitud que

empezaba a subir los seis pisos que los separaban. Cómo deseó en ese

momento que todas las leyendas y habladurías fueran ciertas, cómo

deseó poder hacer algo maléfico para huir. La puerta se abrió

violentamente y varios hombres y mujeres armados con estacas

entraron con furia y sujetaron al habitante desvalido. Él no pudo

liberarse de los múltiples y potentes brazos que lo sometieron contra

el suelo. Antes del final, sintiéndose la filosa punta de la estaca en su

pecho, vio las venas sobresalientes y palpitantes en la frente de uno de

los hombres y, entonces, recordó cuanta hambre tenía.

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¿ÉL?

Mónica Choquehuanca Yapu

El era el más perfecto de todos

El era lo más hermoso existente en este mundo

El era el sustento de la humanidad

Pero él se encargó de matarlo.

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Ediciones Yerba Mala Cartonera

Para no desesperar en las trancaderas, para dejar pasar las propagandas de la TV, para aguantar las marchas, para caminar subidas sin darse cuenta, para bailar al ritmo de la cumbia del minibús o para cuando tengas simplemente

ganas de leer. Un libro cartonero, casero, tu mejor cómplice.

Otros títulos: Crispín Portugal, Almha, la vengadora

Gabriel Pantoja, Plenilunio Juan Pablo Piñeiro, El bolero triunfal de Sara

Jessica Freudenthal, Poemas ocultos Beto Cáceres, Línea 257

Darío Manuel Luna, Khari-khari Gabriel Llanos, De muertos y muy vivos

Santiago Roncagliolo, El arte nazi Fernando Iwasaki, Mi poncho es un kimono flamenco

Nicolás Recoaro, 27.182.414 Marco Montellano, Narciso tiene tos

Vicky Aillón, Liberalia Banesa Morales, Memorias de una samaritana Washington Cucurto, Mi ticki cumbiantera

Crispín Portugal, !Cago pues! Nelson Vanm Jaliri, Los poemas de mi hermanito

Gabriel Llanos, Sobre muertos y muy vivos