concurso de cuento breve oscar cerruto 2006-2007
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Título: Concurso de cuento breve Oscar Cerruto 2006-2007 Autor: Varios País: Bolivia Tipo: Narrativa Año: 2008TRANSCRIPT
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Centro de Estudiantes de Literatura, UMSA Grupo Literario A y B
CONCURSO DE CUENTO BREVE
ÓSCAR CERRUTO
Cuentos ganadores 2006-2007
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© Concurso de Cuento Breve Óscar Cerruto, años 2006 y 2007.
Jurado compuesto por catedráticos y estudiantes de Literatura.
© Editorial Yerba Mala Cartonera de Bolivia, 2008.
Proyecto social cultural y comunitario sin fines de lucro.
http://yerbamalacartonera.blogspot.com
Tel. 73505781, 72262533, 71208058.
Diseño de cubierta realizado por muchachos cartoneros de El Alto.
Dibujos por Lía Cecilia Michel, Alejandro González y Luis Percáres.
Diseño, diagramado y corrección: Yerba Mala Cartonera.
Proyectos análogos: Eloísa Cartonera (Argentina), Sarita Cartonera (Perú), Animita Cartonera
(Chile), Lupita Cartonera (México).
Impreso en: Imprenta “Río Seco”, patio 2, mzno. P, No. 214, El Alto.
Hecho el depósito legal: 3-1-1093-08
Impreso en Bolivia
Agradecemos a los gestores del Concurso Óscar Cerruto: Centro de Estudiantes de la
Carrera de Literatura de la UMSA, Grupo literario A y B y a los autores por su autorización
para publicar este ejemplar.
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GANADORES 2006
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Muñecas (1er lugar)
Cristina Wayar
PARA MAMÁ fui siempre una muñequita, con vestidos de volados y
cabellos bien peinados. También jugué a ser madre y mis muñecas fueron
mis niñas; les ponía vestidos elegantes y cepillaba durante horas sus
caballeras rubias para trenzarlas y ponerles lazos vistosos.
Sé de muñecas, lo juro; pero cuando mi marido me arranca el
vestido y me tiene cogida de los pelos, no dejo de preguntarme: ¿No que
los hombres no jugaban con muñecas?
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Claroscuro (2do lugar)
Cecilia Martínez
ES CLARA la oscura habitante de la noche. Ojos relampagueantes henchidos
de sombras, pelo azabache con miles de chispas estañadas. Un traje de
opaco cuero enfunda su elástico cuerpo marfil. Puta más buena que santa,
reina y albergue de todo lo que sea débil: gatos desmadrados, perros
cuentacostillas, niñas con ínfulas caídas en alcantarilla, niños con tisis en
el tufo.
Es el Negro el clarividente de destinos ajenos. Los suyos
ejecutan la vida de los caídos en desgracia metal en mano. Exige como
dádiva de la corte callejera de infelices luciérnagas a su santa. La
negativa implica desgracia, hojas cortadoras de rostros hundidas en el
vientre y la calle teñida de rojo desamparo.
Es el Choco un retinto compañero predilecto de la caminera de la
noche. Despacha papelinas cuadriculadas de estuco, brotes verdes de
ausente humedad, sueños circulares, espejismos inhalables. Escucha la
sentencia. Cierra los puños, decide, urde.
Es la noche acordada para el pago impuesto. La banda sonora
con relumbrantes tambores humedece al tirano de blanco llevando del
brazo a jalones a la arisca y burlona prenda. En el cuarto comienza el
ritual violento. Tirada por el piso, tela blanca sobre rasgado cuero. Blanco
sobre negro, negro sobre blanco. Un crujido que se confunde con los del
catre. Sordos sonidos de un puñal hundidos en sucesión en la carne
oscura. Clara bañada en rojo.
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Geraldine O´brien Saenz
LA SEÑORITA que limpia este baño, se caga.
HASTA LAS PALOMAS de la paz, cagan nomás.
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Un tipo de conversación
Josué
UN TIPO DE CONVERSACIÓN surgió de un tipo de tipo
abierto que charlaba con un tipo que era de tipo igual
al tipo con que charlaba el otro tipo, estos tipos que
hablaban sobre la conversación de un tipo de tipo
igual al otro tipo escucharon los pasos de un tipo, de
un tipo que era el tipo con que charlaba el otro tipo,
pero el tipo de paso no era igual al paso del otro tipo,
entonces los tipos sintieron llegar otro tipo de tipo
abierto como ellos, que en realidad era el otro tipo
que se avanzaba más rápido que el otro tipo, entonces
el tipo que iba detrás del tipo de tipo abierto era solo
un tipo que estaba en la imaginación de un tipo que
pensaba en la charla de seis tipos.
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El Día Más Feliz...
Gabriel Llanos Cernadas
GABRIELA CAREAGA ASTURIZAGA SE VISTIÓ con sus mejores galas porque el día tan esperado había llegado. Puso abundante rouge en sus labios para sentirse medianamente atractiva, delineó, casi con maestría, sus pequeños y profundos ojos, lavó sus dientes hasta teñir el cepillo con espuma rosada, sacó del joyero el collar que su abuela le había heredado, ciñó en su cuerpo el vestido blanco y pomposo de tres generaciones casamenteras, alistó el bouquet de flores secas que había
guardado, peinó con muy poca destreza sus escuetos cabellos, colocó sobre su cabeza el velo de encajes sobrecargados, sonrió al espejo nerviosamente y salió. Afuera, decidió regalar una sonrisa a todas las personas que la mirasen para compartir algo de la alegría que ella llevaba. Al llegar al lugar donde la esperaba su amado, se persignó en la puerta y entró. Todas las miradas se posaron en ella. Observó las flores que la rodeaban, sintió aquel peculiar olor que los recintos sagrados desprenden, avanzó con paso solemne, vio al futuro esposo con el frac negro y el rostro iluminado por las velas del altar, levantó su velo y dio un beso tierno en la frente al que yacía en el cofre.
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Anuar Elías Mito
ERA COMO UNA LLUVIA atronadora de
gemidos. Entonces Noé se acercó al
arca para conocer la razón de
tremendo alboroto. Al entrar en ella se
dio cuenta que estaba vacía y que
aquella orquesta provenía de las
caderas de Naama.
A Humberto Quino
OLVIUDO.
El Engaño
…ÉSA FUE LA ÚNICA VEZ que mi padre fue infiel a sus mujeres.
Gas
DESPUÉS DE TANTOS GOLPES, Bolivia se hizo gas.
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Cholo Solo
Pamela Peralta
¿CHOLO MORMÓN?, ¿cholo con poncho?, ¡oh! ¡yo lo conozco, lo
conozco!: oncólogo cojo, rostro poroso, ojos oblongos, morocho, corcho:
homo roñoso. Morfó popcorns, tomó ron con porros, probó porno, tomó
formol no por tonto, no por ortodoxo, no por trotsko: ¡por jodón! Con
tono doloroso contó moroso: dooooooos con ocho. Dobló los codos,
tornó los ojos como loco, cómo tonto lloró, rogó, oró por zonzo. Toco
fondo, doblo codos, torno ojos. Torró, no roncó, no soñó. No soportó…
Stop.
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Afirmaciones
Diego Mejía Alanda
HACE ALGUNOS DÍAS, exhausto de esperar por Morfeo y decidido a
sacarle provecho al insomnio, quizá Samuel construyese un perro, por
convicción propia o simple ociosidad. Es de esperar que dicha tarea no
fuera fácil, aunque también de agradecer que Samuel no hubiese pensado
en elefantes o algo parecido. Como fuere, Samuel solo tenía a disposición
lo que tú o yo tendríamos en casa, nada de material radioactivo,
computadoras, nada de eso; por lo que tuvo que explotar su mejor fuego
de artificio, la imaginación. De ese modo, recicló cuanto material tuvo a
mano, latas de cerveza, botellas de licores, cartones de vino, vasos
desechables; en fin, todo lo que en su cocina no fuera indispensable.
Cinta adhesiva y cola en mano inició la empresa y, tras unos martillazos y
dedos moros, el perro estaba terminado. Mas, grande fue su desilusión
cuando al hablarle a su creación no recibió un "hola" por respuesta, ni un
ladrido, nada. Para colmo todo el club se rió de él, todos menos yo, que
sé lo que se siente, sé que él, un hombre común, no puede construir un
perro y que yo, un elefante color de rosa, no puede ser un cuentista
famoso.
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GANADORES 2007
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…Conquista (1er lugar)
Diego Mejía Alanda
BAJÓ DE LA COLINA, con su andar preciso y corto, dispuesta y al acecho;
sabía en lo profundo de su ser que la mejor forma de capturar era
volverse presa. Él no podía contener sus ansias al ver su silueta dibujada
en la pradera, cuando le acosaba de espaldas, sabiendo que él descubriría
su imagen, revelada por el aroma que dejaba en el viento. Así, le rodeaba
lentamente, siempre alerta, ensombrecida por la cautela, pendiente de
cada movimiento; mientras, él la seguía con el olfato creando figuras
sobre la maleza y el forraje, girando siempre en torno sin quebrar el
silencio de la hojarasca con un paso.
—Aquí —decía una sombra.
—No, acá —parecía responder otra y, entre la quietud que dejaban
las pausas y el vaivén de las ramas, solo unas risas seguidas de su propio
eco rompían la espera.
—¡Aquí! —gritó entonces una de las sombras ya en medio vuelo,
mostrando alegre las fauces.
—¡No, acá! —parecía responder otra desde lo profundo y oscuro
que había detrás de una sonrisa, él no podía contener sus ansias, jamás
había tenido cena más feliz.
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Juramento (2do lugar) Keshia Loza Costas
CORRO FRENÉTICAMENTE a través del inmenso campo de espinas
que como garras secas me arrancan sutilmente pedazos. Corro
anhelante mientras la tierra se deleita con mi tibia sangre y se
regocija con mi dolor. Corro sin descanso mientras una lluvia de
finas gotas cae del negro cielo expandiendo el rastro de sangre y piel
que dejo a mi paso. La pálida luna es, como de costumbre, la única
luz allá arriba, la miro fijamente y percibo cómo trata de negarme su
resplandor. Al fin salgo de aquel lugar de agonía y locura, caigo de
rodillas hecho trizas, respiro hondo y levanto expectante la cabeza.
No existen palabras para describir mi profundo grito de inconsolable
desesperación, ante mí se extiende un campo idéntico al anterior. En
ese temido momento pierdo la cuenta de los campos de venganza y
tortura que he cruzado, de hace cuántas eras sigo corriendo. En
medio de mi infinita soledad alcanzo a escuchar la insatisfecha
carcajada de la muerte que, como me lo ha jurado, me dejará
corriendo hasta que considere saldada mi deuda. Esta vez tampoco
vendrá por mí.
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Agua Dulce Sergio Taboada
TAN TARDE se había dado cuenta de que el edificio ardía en llamas, que
no se molestó en formularse la tentativa de escapar por la puerta
principal. El humo y el fuego se filtraban por quién sabe dónde o por
quién sabe por qué. Su primer instinto fue deslizarse hacia las ventanas,
pero éstas abrasadas empezaron a derretirse con tierna audacia; se
sorprendió por esas formas nuevas —muy asimétricas— que bailaban,
seduciendo y cegando, sensual y sensiblemente. Dejó de ver más porque
el humo lo obligó a agazaparse presionándole la espalda. Aferrándose a
cualquier materia intentó buscar un lugar que le prometiera salvarlo.
Después de acabar su trayecto por un laberinto clandestino, le costó
entornar los ojos y observar por última vez. De su cama blanca, con su
columna en la pared de cabezal, brotaba un arreciado manantial de fuego,
ascendente y azul, quemaba el techo (arriba las flamas colisionaban y se
enrojecían) moviéndolo suave en unas pocas, cortas, direcciones. Esta
vez la Luna no ayudaría al insomne sigilo. (Y algunos bomberos, no sin
demasiada prisa, inutilizando hacha alguna, entraban por la puerta frontal
—que de alguna manera no les es difícil penetrar.)
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Bombardearon La Paz de 1935 José María del Rey Morató
TEMBLÓ NENECO RAMOS con las bombas. En Uruguay, dos aviones
atacaban el campamento. Era febrero de 1935. Cinco muertos.
Ramos trabajaba en el ferrocarril, en la estación Tres Árboles.
Supo que iba a haber una revolución contra el presidente Gabriel
Terra, que en 1933 había disuelto el parlamento y tenía muchos
adversarios.
Pidió licencia para atender a una tía enferma. Se juntó con otros
que venían de Piñera, Capilla del Carmen y Los Merinos. A caballo, sin
ser vistos, fueron a Tacuarembó, donde esperaban los quinientos hombres
de la División Cerro Largo.
Se enteraron que había fracasado, en el sur, el levantamiento.
En el monte del río Negro los insurrectos acamparon.
El jefe revolucionario, general Basilio Muñoz, aceptó la
propuesta de paz del gubernista general Urrutia.
Diez días había durado la revolución.
Estaban levantando el campamento, ensillando caballos para
irse, cuando escucharon los motores.
Dos aviones del ejército, de pronto, los bombardeaban. Después
de haber compartido la paz, no esperaban el espanto.
Volvió a sus cosas. Nadie recordó a la tía.
El eco de las bombas sacudía a Neneco en su catre. Con las
manos se tapaba las orejas sin despertarse.
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Despertar Gabriela Palma
EL ESPEJO REFLEJA un rostro sin luz, una mirada perdida, de un engaño
cruel quizás. Canas y arrugas marcadas que dan una apariencia
desagradable, mezclada con tristeza e impotencia; labios tratando de
balbucear palabras pensadas y con sonido en la mente, pero mudas y
confusas para los oídos de rededor. Me parece increíble que hayan
pasado treinta años desde aquel verano tan grato para un joven con dos
décadas de edad. Al verme así pienso que mejor me hubieran
desconectado.
20
En un instante Mariel Arroyo Prudencio
UNA TARDE, cualquier esquina y su presencia. Su presencia que
probablemente no cambie nada. Ella, como muchas otras. No, más bien
diferente a esas muchas otras, puesto que con imponencia era capaz de
impregnar su particularidad, del mismo modo con el que su perfume
invadía ese trozo de espacio que nos contenía a ambas. Esa particularidad
mezcla de extravagancia y sencillez. Quedó empapada sobre el asfalto
que pisaba y sobre los inertes muros coloridos que parecían observarla.
La extravagancia le caía a chorros, su largo pelo surcado por un
raudal de hilos de plata y que parecía haber pasado por una infinidad de
colores, hasta llegar a ese tono indescriptible que ahora lo compone. La
extraordinaria mezcla de estilos y modas, combinación de pasados y de
propósitos de presente, conforman ese su muy particular atuendo que más
bien parecía ser un disfraz que desafiaba su edad. Y fue su sonrisa
ingenua el contraste que permitió distinguir esa sencillez aparentemente
inexistente, su sonrisa simple e incluso débil, pero que la acompañaba en
señal de triunfo.
Y fue entonces, en medio del caliente asfalto de un montón de
bocinas, de paredes coloridas y de absoluta indiferencia. En un segundo,
en un instante de parpadeo, en otra fracción de tiempo fugaz, que del
mismo modo en que apareció se diluyó…
La indiferencia se tornó curiosidad mientras ella se disolvía bajo
las llantas de una insignificante máquina de transporte, donde ya no era
solo mi mirada ajena la que la captaba, donde ya no era solo el viento el
que se atrevía tocarla, donde el suspiro de la muerte se la llevaba. Una
tarde ya no es cualquier esquina y su ausencia. Su ausencia que
probablemente lo cambió todo.
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Decepcionante Simón Aviles Valdez
TODO ES UNA GRAN DECEPCIÓN, especialmente lo que se espera que no
sea decepcionante. Nací, crecí, en fin, viví en una maraña de decepciones,
cachan que hasta yo me convertí en una decepción.
Mis padres murieron el día de mi octavo cumpleaños; mientras uno
de mis tíos me llevaba a comer helados —no puedo comer helados ya
que soy intolerante a la lactosa— mis padres preparaban mi fiesta de
cumpleaños. Mi casa estaba en llamas, mis padres estaban en llamas.
Luego me enteraría que el payaso que mis padres habían contratado
—que de una u otra manera igual me hubiera decepcionado, ya que le
tengo miedo a los payasos— dejó abierto el tanque de no-sé-qué gas con
el que se inflan los globos y mi padre al prender su cigarro —
irónicamente pensando si algún día el vicio lo mataría— se incineró
como feto de llama en challa.
A partir de entonces una serie de eventos, y personas,
decepcionantes han marcado mi vida .
—¿Qué? ¡...Ya, ya voy!
Discúlpenme pero ahurita vuelvo… mi mujer me está diciendo que
vaya a la cama. Ojala que no me decepcione.
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¿Cuánto falta? Simón Aviles Valdez
DENTRO DEL VEHÍCULO descansan los niños, el abuelo, y el perro
salchicha. Mamá y papá están en la habitación #6. Y uno se pregunta:
¿Qué puede estar pasando? Sí, qué puede estar pasando. Papá y mamá
reavivan su vida sexual en el cuartucho del motel al lado de la carretera.
Papá le confiesa a mamá su enmascarada preferencia homosexual, o
viceversa. Mamá comenta a papá que va a ser papá de nuevo. Papá le
saca la mugre a mamá por el innecesario comentario sarcástico
referente al carácter tacaño de papá.
Ambos planean el asesinato de sus insufribles hijos, o mejor,
del senil abuelo, o tal vez incluso del molestoso can. Talvez. Pero
veamos qué pasa. Mamá sale del cuartucho de motel seguida de papá.
No, no puedo ver nada más, el abuelo enciende el auto y maneja cada
vez más rápido, y cada vez más lejos. Papá y mamá se achican en el
horizonte. El abuelo no dice nada, sólo maneja…
El abuelo pregunta:
—¿Cuánto falta? —Mamá y papá reaccionan del letargo y responden al
unísono:
—…¿Qué?
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Por qué estás llorando Darío Manuel Luna
TATA WIRACOCHA, por qué estás llorando, le dije a Eulogia que viniera
conmigo, pero no quiso, ya nadies quiere venir. Mi hijo dice que usté no
existe, y qui yo estoy loco… ha agarrau sus cosas y se jué con los
extraños. Y no llores tata Wiracocha, si solito he llegau hasta aquí es
porque di veras ti creo, pur eso estoy aquí. Sabes que me escapau di mis
verdugos, mirá mis manos y mis pies, aún siguen encadenados; por qué
lloras Wiracocha, acaso ya nu me quieres, sabes que siempre seré tu hijo,
tu consentido, sé que no pude hacer más de lo que querías; pero ya virás,
iré donde mis hermanos y ti prometo que voy a volver con ellos. Por qué
lloras tata Wiracocha, llorarías si estuviera muerto, estoy vivo y más
fuerte, ya nu siento dolor alguno.
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El regreso Mikael Bildt
LO PRIMERO QUE HICE fue sacar el cuchillo escondido bajo mi cama.
Siempre que despierto de un ruido, antes de prender la luz, lo saco
cuidadosamente y espero a que se repita el sonido, para así poder
localizar su procedencia. Esta vez, en cambio, apenas abrí los ojos sabía
exactamente quién era. Me paré de un salto, logrando en la caída
encajar perfectamente mis pies en las botas militares estratégicamente
posicionadas. No hubo tiempo para abrir la ventana, sólo rompí el
vidrio con el puño derecho envuelto en una polera. Me paré sobre los
vidrios de cuclillas al borde de la ventana. Sólo un instante para oírte
mover de nuevo. Nada. Subí al techo mediante la flexión de brazos,
tantas veces practicada, y te perseguí transpirado, a lo largo del techo
gritando un ¿dónde estás? de vez en cuando. Creí verte apuntándome
con una linterna, pero era el vecino, a medias vestido, mirándome
perplejo. Le dije me ayudara a buscarte, que era importante que te
encontremos. Se tomó unos segundos, como esperando algún
movimiento mío y luego me dijo: No, no, loquito eres vos. Seguí
buscándote con la vista, pero seguro ya estabas lejos de aquí. De
seguro planeando algo.
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Allá en la esquina Lucio Torrez Soria
ALLÁ EN LA ESQUINA vende tucumanas una mujer. Mandil azul y pollera
café. Una sombrilla celeste con florecillas la protege del sol. Al fondo, por la calle Ingavi, aparece un sombrero viejo y percudido. Luego aparece el rostro indígena y pobre de una potosina que mendiga por estas calles. A su lado va una señorita de traje azul, parece no saber que junto a ella está otra mujer. Los harapos invisibilizan a la vieja. Ambas llegan hasta la esquina. La señorita continúa su camino perdiéndose de mi vista. La vieja le dice algo a la vendedora alargando la
mano, seguro pidiendo comida. La vendedora se muestra indiferente, para ella la vieja tampoco existe. La vieja continúa de pie, mirando el carrito. Se acerca un joven, la vendedora lo atiende con premura; le sirve una tucumana; muerde un trozo, lo saborea. Ella da unos pasos, llega hasta la equina, de la nada saca un palito: delgado y chiquito que utiliza como bastón. Mira aunque parece no ver nada. La gente se mueve a su alrededor y la esquiva, como se esquiva el pie del excremento. Cruza la calle, se pierde de mi vista, sólo de mi vista, porque
para los demás ella nunca estuvo en esa esquina.
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Hmm Diego Mejía Alandia
¡TE ME ESCAPAS por última vez!, no sé qué eres pero me acabas las
fuerzas; eres diferente, por años se me escaparon cosas como tú, tan solo
por placer o por necesidad; pero no, tú te me escapas y me adormezco,
me desvaneces. Creo que voy a morir… y por mi propia mano… es tan
triste.
Me gustaste mucho al principio pero empiezo a creer que eres
tan malo como dicen, aunque nunca me digan lo que eres realmente. Lo
tengo decidido, sobre todo después de la catequesis del domingo, no te
vuelvo a dejar salir, ¡no! Ni por ti ni por nada, ¡ni loco me quedo ciego!
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En el final Diego Mejía Alandia
HABÍA EMPINADO el tercer vaso, el ocasional tic, el agrio aroma de su
copa y la sensación amarga completaban el cuadro, de marco la barra aún
pegajosa cual pintura fresca cuando el pincel se sentó a su lado y
tanteó… una mano fugaz bajo su falda, el reconocimiento al tacto de una
figura que se esculpía en sus palmas, la sensación amarga, otra vez con el
hedor de sus dedos, conocidos, contagiosos y de alguna forma nuevo. La
contemplación caleidoscópica a través de un vodka cada vez menos ruso,
una confirmación en la entrepierna, un apretón de huevos, el beso fugaz
de un labio partido y la sangre, la misma que había derramado junto a los
amigos, un reconocimiento, un callejón oscuro y otra vez golpes, hora de
pie, hora de rodillas, hora exhausto boca abajo, claro que no lo dijo; pero
fue su primer hombre; como fuera —qué cuadro— , sólo le gustó de
rodillas… cuando le dieron de nalgadas.
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El hombre de las muletas Mara Matos Strauss
UNA NOCHE un hombre joven camina con una gorra en la cabeza y un par
de muletas en las manos. Recorre la ciudad pensando que las muletas
deben llamar la atención, pero las personas no suelen percatarse de esos
detalles. Pasa lo mismo con la gorra.
Llega a la puerta de un edificio y se dirige al ascensor. Luego de
sonar la campanilla se abre la puerta y el hombre entra, sólo que al
hacerlo choca una muleta en la puerta y se disculpa con el ascensorista
por ello. Luego de otra campanada llega al piso deseado, pero al salir del
ascensor el hombre se enreda con las muletas y, cuatro pasos más allá,
cae con la pierna rota, como cumpliendo con un presagio de mala suerte
por estar llevando las muletas.
En medio de la conmoción, el hombre se quita la gorra de
inmediato, pensando que es más extraño que salga el sol a las nueve de la
noche que ver a un hombre con la pierna rota.
29
Pollación Mara Matos Strauss
BERNARDO BLANCO SALIÓ un día hacia El Prado. Un lustrabotas se le
acercó y le ofreció lustre. Bernardo se miró los zapatos empolvados y
aceptó. Luego de unos minutos el lustrabotas preguntó: “¿Con pollo,
caballero?”. Bernardo no sabía lo que era, pero aceptó para no parecer un
tonto delante del muchacho. El lustrabotas le escupió en los zapatos y
terminó el trabajo con el paño.
Cuando Bernardo pagó y volvió a ponerse en marcha no estaba
muy seguro de si sus zapatos estaban más limpios que antes.
30
Qachula Porfirio Pérez Aquino
PAPÁ HABÍA SALIDO de viaje.
Llegada la noche, Mamala, tras las mediciones en Qachula para
un proyecto de chompita, empezó a tejer.
Con Qachula acostada, hablaban de banalidades.
En eso, se fue la luz y quedaron en penumbra.
Mamala que había descuidado el fósforo tardó en encender.
Suerte de Mamala, volvió a apagarse, la niña había observado
que la luz no se apagó sin motivo.
—¡Mamá! ¿quién apagó ña mechachúa?
—El “Rafael”.
“Rafael” ya no estaba a la vista.
Sin embargo “Rafael” volvió a apagar la luz.
—Mamá, “Rafael” se burla de ti.
—Sí, hijita.
Mamala, sin dar mucha importancia al asunto dejó apagada la
luz, acostándose al lado de su hijita, abrazándola, se echó a dormir.
A los varios días volvió Tatala.
Afectada la niña por la penumbra en la que las dejó “Rafael”, tal
hecho contó a su padre: que “Rafael” se hizo la burla de su madre.
Tatala ofuscado, sin mayor averiguación, mató a Mamala.
Pasó algún tiempo y, también de noche, en una reunión familiar,
se presentó “Rafael” y apagó la luz.
—¡Papá, “Rafael” nuevamente!
Prendida la luz, Tatala sólo atinó a matar a “Rafael”, una
mariposita nocturna.
***
31
MALA LUNA
Keshia Anahel Loza Costas Jadeante cerró el pequeño y vacío cuarto de un portazo. Lo
descubrieron en pleno crimen, apenas había podido escapar de la
gente aterrorizada; con lo torpe que era para correr, era comprensible.
Caminaba de un extremo al otro del cuartito frotándose las huesudas
manos. Este era el fin, escondiéndose en es lugar él mismo se había
acorralado. Miró por la ventana, la luna estaba cubierta por nubes
grises y abajo se podían escuchar los pasos de la multitud que
empezaba a subir los seis pisos que los separaban. Cómo deseó en ese
momento que todas las leyendas y habladurías fueran ciertas, cómo
deseó poder hacer algo maléfico para huir. La puerta se abrió
violentamente y varios hombres y mujeres armados con estacas
entraron con furia y sujetaron al habitante desvalido. Él no pudo
liberarse de los múltiples y potentes brazos que lo sometieron contra
el suelo. Antes del final, sintiéndose la filosa punta de la estaca en su
pecho, vio las venas sobresalientes y palpitantes en la frente de uno de
los hombres y, entonces, recordó cuanta hambre tenía.
32
¿ÉL?
Mónica Choquehuanca Yapu
El era el más perfecto de todos
El era lo más hermoso existente en este mundo
El era el sustento de la humanidad
Pero él se encargó de matarlo.
33
34
Ediciones Yerba Mala Cartonera
Para no desesperar en las trancaderas, para dejar pasar las propagandas de la TV, para aguantar las marchas, para caminar subidas sin darse cuenta, para bailar al ritmo de la cumbia del minibús o para cuando tengas simplemente
ganas de leer. Un libro cartonero, casero, tu mejor cómplice.
Otros títulos: Crispín Portugal, Almha, la vengadora
Gabriel Pantoja, Plenilunio Juan Pablo Piñeiro, El bolero triunfal de Sara
Jessica Freudenthal, Poemas ocultos Beto Cáceres, Línea 257
Darío Manuel Luna, Khari-khari Gabriel Llanos, De muertos y muy vivos
Santiago Roncagliolo, El arte nazi Fernando Iwasaki, Mi poncho es un kimono flamenco
Nicolás Recoaro, 27.182.414 Marco Montellano, Narciso tiene tos
Vicky Aillón, Liberalia Banesa Morales, Memorias de una samaritana Washington Cucurto, Mi ticki cumbiantera
Crispín Portugal, !Cago pues! Nelson Vanm Jaliri, Los poemas de mi hermanito
Gabriel Llanos, Sobre muertos y muy vivos