conceptos claves de john ellis sobre la labor del crítico literario

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Conceptos claves de John Ellis sobre la labor del crítico literario (Basado en John M., Teoría de la crítica literaria. Análisis lógico, Madrid, Taurus, 1988). EL ANÁLISIS DE LOS TEXTOS LITERARIOS Antes de comenzar el análisis cabe exponer si éste debe apuntar a: 1. La filosofía de la obra y sus ideas, o sea de su contenido (entendido generalmente como algo que puede existir fuera de la obra); de su valor ideológico y social; 2. La forma en que se exponen filosofía e ideas, es decir, de la composición artística y del estilo; de su valor estético y estructura; 3. Ambas cuestiones. Una segunda cuestión versa sobre la naturaleza de los procedimientos de análisis (o crítica, o interpretación): ¿Es científica la crítica en algún sentido, y existen reglas para la misma? O ¿Existe alguna metodología de la crítica? Este tipo de interrogantes subyace a otras como ¿de qué modo se relaciona el análisis (los ‘datos’ de un texto) con la interpretación ? Se trata de asumir la perspectiva dualista de las propiedades de los textos literarios que separa algo que viene dado (la trama, las ideas) de lo que se hace con ellos (la forma, el estilo, la organización, el tratamiento artístico). Con frecuencia se presta mayor importancia a lo segundo. Creemos que esta disputa se encuentra mal enfocada y es innecesaria. Trataré de demostrarlo. Escojo la idea de ‘estilo’ en tanto opuesta a contenido o tema. A través del concepto de estilo la lingüística moderna se concentra normalmente en el estudio de la literatura. En Inglaterra, M.A.K. Halliday identifica la ‘estilística’ con ‘el estudio lingüístico de la literatura’ (1961; en EE.UU. el libro El estilo de la lengua de T.A. Sebeok, ha sido el documento de mayor peso en el estudio lingüístico de la literatura.

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Teoría literaria

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Page 1: Conceptos Claves de John Ellis Sobre La Labor Del Crítico Literario

Conceptos claves de John Ellis sobre la labor del crítico literario

(Basado en John M., Teoría de la crítica literaria. Análisis lógico, Madrid, Taurus, 1988).

EL ANÁLISIS DE LOS TEXTOS LITERARIOS

Antes de comenzar el análisis cabe exponer si éste debe apuntar a: 1. La filosofía de la obra y sus ideas, o sea de su contenido (entendido generalmente como algo que puede existir fuera de la obra); de su valor ideológico y social; 2. La forma en que se exponen filosofía e ideas, es decir, de la composición artística y del estilo; de su valor estético y estructura; 3. Ambas cuestiones.

Una segunda cuestión versa sobre la naturaleza de los procedimientos de análisis (o crítica, o interpretación): ¿Es científica la crítica en algún sentido, y existen reglas para la misma? O ¿Existe alguna metodología de la crítica? Este tipo de interrogantes subyace a otras como ¿de qué modo se relaciona el análisis (los ‘datos’ de un texto) con la interpretación?

Se trata de asumir la perspectiva dualista de las propiedades de los textos literarios que separa algo que viene dado (la trama, las ideas) de lo que se hace con ellos (la forma, el estilo, la organización, el tratamiento artístico). Con frecuencia se presta mayor importancia a lo segundo. Creemos que esta disputa se encuentra mal enfocada y es innecesaria.

Trataré de demostrarlo. Escojo la idea de ‘estilo’ en tanto opuesta a contenido o tema. A través del concepto de estilo la lingüística moderna se concentra normalmente en el estudio de la literatura. En Inglaterra, M.A.K. Halliday identifica la ‘estilística’ con ‘el estudio lingüístico de la literatura’ (1961; en EE.UU. el libro El estilo de la lengua de T.A. Sebeok, ha sido el documento de mayor peso en el estudio lingüístico de la literatura.

Como proclamó con cierta justicia Riffaterre en 1959, la mayor parte de los estilistas lingüísticos creen que el recurso estilístico es una desviación de la norma lingüística; sin embargo, hay quienes afirman que no siempre el estilo puede ser considerado como algo desacostumbrado, sorprendente o impredecible.

Es evidente que los lingüistas no han obtenido un gran éxito en sus esfuerzos por ocuparse del concepto de estilo, pues no han aportado significativamente al estudio de la literatura. El motivo se ha de buscar en el concepto. Su origen proviene de la lengua ordinaria y se refiere a un modo, manera o forma de hacer o decir algo.

Riffaterre define así el estilo: “El estilo se entiende como un énfasis (expresivo, afectivo o estético) añadido a la información transmitida por la estructura lingüística sin alteración de su significado. Lo que equivale a decir que la lengua expresa y el estilo pone énfasis…”

El autor sostiene que el concepto de estilo no es útil. Ejemplifica así: las palabras ‘empezar’ e ‘iniciar’ pueden tomarse como sinónimas y su uso es una cuestión de estilo, se afirma comúnmente. Pero esto no es tan así, porque el uso de una palabra en lugar de otra significa que el hablante ha clasificado el acontecimiento de una manera concreta y ha visto en él un objeto distinto en cada caso. De modo que lo que ha dicho (y no cómo lo ha dicho) significa algo distinto de lo que pudiera haber manifestado en otro caso. Así pues, en rigor no debería decirse de estas dos palabras que son dos modos de decir lo mismo: son dos palabras íntimamente relacionadas pero diferentes, y dos

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ideas íntimamente emparentadas pero distintas. Presentan una considerable coincidencia de significado, pero también poseen un terreno de significado distintivo. Esto quiere decir que por muy amplio que sea el elemento común no podríamos describirlo como la suma de significado más estilo. Esto nos lleva a afirmar que si el uso de dos expresiones resulta distinguible, su significado es distinto. Argüimos que lo que en lengua ordinaria se designa como variaciones ‘estilísticas’ no son sino diferencias de significado.

W.A.Koch ofrece una idea semejante y denomina a la estilística ‘semántica dividida’. Compara dos palabras que difieren estilísticamente y concluye que poseen un área común de significado junto a otra adicional que no comparten, un ‘diferencial semántico’. El problema radica en que si las variaciones estilísticas no son sino sencillos cambios de significado, pero en ellas no podemos encontrar un cambio de significado que no sea claro, el ‘estilo’ no podrá ser un concepto teóricamente útil.

Entonces ¿por qué se sigue usando un concepto inoperante? Creemos que por dos razones: la primera, relacionada con el uso popular del concepto y la segunda, con el erudito. En la lengua ordinaria puede ocurrir que usemos muchas maneras de ‘decir lo mismo’ sólo si pretendemos lograr un propósito muy definido y tratemos todo lo que no sea ese propósito subordinándolo al mismo. Ejemplo: puede retirarse y váyase de aquí, pueden ser maneras de decir lo mismo (eliminar una presencia física) pero en cada caso se logran cosas diferentes. Esto quiere decir que estas expresiones sólo existen como alternativas unas de otras dentro del contexto único de mi propósito limitado: no son alternativas en el sentido de poseer significados idénticos. Podemos decir que las diferencias que existen entre ellas son de ‘estilo’. Esta exposición revela la inadecuación en tanto que concepto de la teoría de la lengua. Este modelo dualista de elementos esenciales y accesorios es imperfecto a todas luces.

Estas circunstancias, que hacen posible el uso del concepto de estilo en el discurso ordinario, difícilmente pueden darse en el texto literario: la literatura hace un uso máximo de los esquemas de significado que corresponden a las expresiones y por lo general no las simplifica y subordina a un simple propósito. Estos textos son objeto de contemplación hasta que se absorben sus detalles y se hacen importantes.

Si mi argumentación es correcta, no deberíamos hablar de la función estilística de un elemento lingüístico, sino precisamente de lo que significa y dice. Pues lo que realmente hacemos en estos casos es observar con mayor detenimiento lo que hace la lengua, no investigar otra cosa.

Tomando el ejemplo de Romeo y Julieta en su tratamiento por parte de Shakespeare y de Keller, la manera adecuada de referirse al fenómeno no es ‘formas diferentes que poseen cierto contenido’, sino sencillamente en una ‘identidad parcial de contenido’. En cada uno de los casos se encuentran presentes el tema básico y mucho más, y el diferente significado es resultado de dos conjuntos diferentes.

El concepto de estilo es una noción dualista y el pensamiento dualista es un error cuando se establecen los objetos de la crítica. Lo mismo ocurre con el concepto de literatura: no existen rasgos ‘literarios’ que puedan definir qué es un texto literario, sino que éste se considera literatura como consecuencia del uso que se le da.

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Centrarse en el estilo como rasgo más importante indica la pretensión por aislar una parte del significado del texto que, en vez de esto, debería tomarse como un elemento entre otros muchos cuya interacción crea el significado.

Hablar de ‘aspecto estético’ de un texto no equivale a hablar de su estructura, sino de su uso.

……………

Controversia entre formalistas e ideologistas. Es una cuestión ociosa, porque los formalistas han observado con mayor detenimiento ciertos aspectos de los textos literarios que eran sutiles, pero que poseían una importancia fundamental para encontrar un mayor significado del conjunto. Por su parte, los ideologistas, al manifestar su inmediata preocupación por la significación humana de los textos literarios, no llegaron tan lejos como los primeros en su descripción de la significación. Predicar algo de la forma de una obra literaria es sencillamente afirmar algo acerca de lo que dice. La mejor manera de reinterpretar las afirmaciones sobre la organización de los textos literarios es como parte de una descripción de lo que se dice, no de cómo se ha dicho (157).

………………

El análisis de un texto y su interpretación no pueden constituir dos actividades distintas. Ambos se ocupan de la investigación de su significado.

Un error fundamental de la ciencia cartesiana es la creencia de que existen ‘hechos conocidos’ que sencillamente pueden registrarse y usarse a modo de trampolín para llegar al dato siguiente, todavía desconocido; y esto es un error, porque un conocimiento nuevo puede afectar profundamente el carácter de lo que ya creíamos saber y obligarnos a repensar nuestra concepción de lo ya conocido. El proceso de conocer no supone, por tanto, una progresión lineal, sino que se trata de un proceso circular de continuo perfeccionamiento.

LA FUNCIÓN DE LA LITERATURA

Existe un antiguo debate en torno a cuál es o debe ser la función de la literatura. Básicamente son dos los bandos, aunque su terminología haya variado a lo largo de los años: por un lado están quienes desean que la literatura tenga un propósito inmediato e identificable, y por el otro quienes argumentan que debe ser un fin en sí misma para su goce estético.

El concepto de estética ha desempeñado un papel fundamental en grado de violencia manifiesto en el enfrentamiento. Así, podemos escuchar la afirmación de que quienes consideran que la literatura posee un valor práctico carecen de sentido estético, en tanto que la réplica asegura que quienes se niegan a referir la literatura a la vida no son sino ‘meros’ estetas. Resulta evidente que una exposición de la función de la literatura tendrá que ocuparse en gran medida a esa noción. A este antiguo debate se han incorporado los demás campos de la teoría literaria: la teoría de la forma y el contenido tiende a señalar como estetas a quienes se ocupan de la forma, y sus oponentes lo hacen del contenido.

Hay que señalar que el debate que se centra en la palabra ‘estética’ establece oposiciones erróneas. Lo mismo pasa con el debate en torno a la función de la literatura, pues ambas posturas no son contradictorias, ni siquiera desde el punto de vista lógico.

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Ocurre que una cosa es el propósito (operar de modo directo y específico) y otra muy distinta la función. Las obras literarias no son artefactos realizados y diseñados para un propósito específico; por lo demás la función no se limita necesariamente a un único factor.

La naturaleza hace que muncha conductas ventajosas resulten placenteras antes que racionales; de esta consideración emerge la adecuada relación entre ‘estética’ y función. Raramente nos preguntamos si necesitamos comida, y en lugar de ello sentimos hambre. La conducta sexual tampoco se inicia normalmente con una decisión consciente de procrear. Esas necesidades son demasiado importantes para abandonarlas a una elección racional, y por consiguiente nos vemos empujados a solucionarlas por el placer que ello nos causa. Con la literatura pasa lo mismo: aparece un sentimiento de fascinación poderosa e inmediata, y no existe ningún propósito en esa experiencia directamente apreciable, claro y evidente. Se trata de algo que superficialmente carece de propósito y que parece justificarse a sí mismo por medio de la intensidad de nuestra experiencia.

Si consideramos ahora la disputa tradicional que nos ocupa, es evidente que se trata de un error: no existe ninguna contraposición necesaria entre estas dos perspectivas. Sencillamente, se refieren a distintos niveles de análisis. La una no tiene porqué excluir a la otra, de modo que ni siquiera hay necesidad de elegir entre ellas. Pero la pretensión de escoger entre ambas las ha distorsionado a las dos. Al sostener que el arte no debe poseer ningún propósito manifiesto, los estetas dejan de considerar la función que la literatura cumple en nuestras vidas. Del otro lado ocurre otro tanto: el antiesteta tiene razón cuando insiste en la función social de la literatura, pero se equivoca cuando niega que la experiencia de la literatura sea para el lector la justificación inmediata de ésta.

La conclusión de este capítulo es que la literatura no posee un propósito manifiesto, sino que en lugar de ello cumple varias funciones posibles. Si el valor literario consiste en que se cumpla la función de la literatura, entonces diremos que la respuesta estética es primaria y que la búsqueda de las funciones no es sino un análisis de esa respuesta.

La respuesta estética debe concebirse como nuestra expresión inmediata de cuanto nos impresiona de la obra literaria, ya sea consciente o inconscientemente, incluyendo los elementos que tradicionalmente se consideran como contenido. Una dificultad que siempre se ha esgrimido al respecto es que podemos apreciar estéticamente una obra y sin embargo disgustarnos su contenido o filosofía. Se trata de un análisis dudoso: normalmente la respuesta ‘negativa’ es superficial (ej. Es negativo el contenido moral de Don Juan), sin embargo, la respuesta estética es positiva. Esto es así porque esta última incluye todos los elementos de la obra (fascinación por la libertad de Don Juan, etc.). todo lo que tenemos que hacer para reconciliar ambas posturas es concebir la respuesta estética como el producto final dentro de nuestro conocimiento consciente inmediato de cuanto en las obras de literatura nos impresionan, ya sea consciente o inconscientemente.

Finalmente nos encontramos en condiciones de abordar la siguiente pregunta: ¿Cuáles son las funciones de la literatura?