concepto de amor en khalil gibran

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Análisis de la visión sobre el amor de Khalil Gibran: sus grandes intuiciones y sus insuficiencias.

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Page 1: Concepto de Amor en Khalil Gibran

Concepto de Amor en Khalil GibranPor Renato Huerta , Magíster en Filosofía y Doctor (c) en Psicología.

Autor de los libros "Metafísica de la Evolución Espiritual",Santiago de Chille, 1995 , "Sabiduría del Amor: del Amor erótico al Amor Divino, Santiago de Chile, 1999 y "Sabiduría Perenne y Conciencia

Transpersonal, Buenos Aires, 2007." 

Gibran fue el poeta árabe de más amplia influencia en el Occidente del siglo XX, pero más allá de sus méritos literarios nos interesa destacar en este autor un valioso fondo de pensamiento místico que anima toda su obra. Khalil Gibran nació el año 1883, en Becharre, al norte del Líbano, en una familia de antigua raíz cristiana. Estudió pintura en París durante dos períodos: primero desde 1901 hasta 1903, y luego entre 1908 -año en que publicó su obra Espíritus Rebeldes-y 1910. A partir de este año se establece definitivamente en Nueva York, dedicándose a la pintura y a expresar a través de la literatura su pensamiento místico. Fallece en la señalada ciudad estadounidense en 1931, a los 48 años de edad. Sus obras fundamentales son: Alas Rotas, Una Lágrima y una Sonrisa, El Loco, El Profeta, Arena y Espuma, Jesús el Hijo del Hombre y Los Dioses de la Tierra. Uno de los aspectos biográficos que hay que tener presente para comprender la actitud de Gibran en sus escritos es el hecho de que su vida fue una lucha constante contra la injusticia y el dogmatismo reinante en su tiempo. En esta situación, Gibran se siente un profeta capaz de defender los valores de la libertad espiritual de sus hermanos víctimas de leyes opresoras. Sin embargo, su rebeldía no es meramente de inspiración social sino esencialmente espiritual en la medida que responde a lo que el profeta percibe como la llamada mística del amor. Porque para Gibran el amor no es un arte que se adquiere por medio de la práctica sino una misteriosa llamada divina. Y en relación con el amor de pareja tampoco enseña que éste pueda surgir del paciente compañerismo y del cortejo tenaz, porque el verdadero amor es para Gibran una armonía espiritual que si no se despierta en un momento, no podrá crearse hasta en muchas generaciones. Así, para el poeta árabe el verdadero origen del amor reside en una voluntad superior que trasciende infinitamente lo humano y que lo dirige. De este modo, un amante sería sólo un dócil juguete en manos del amor. Y si nos resistimos a su guía no podemos esperar más que frustración y agonía. Pero el amor es sabio, porque no sólo procede de la divinidad sino que es divino en sí mismo y por ello cuando alguien ama no debe decir: “Dios está en mi corazón”, sino“yo estoy en el corazón de Dios”[1]. Así, podemos comprender que para Gibran el amor sea un precioso regalo que Dios envía sólo a las almas despiertas a la honda voz de su propio corazón interior. Y este amor sagrado e irresistible no sólo alcanza su plenitud en la relación del alma humana con Dios sino también, aunque no habitualmente, en la relación entre humanos. Por ello, Gibran puede llegar a pensar que cuando un hombre y una mujer se unen en el amor, ambos tocan el corazón de la eternidad. El amor es un fuego espiritual que se consume, pero a la vez se nutre a sí mismo. Y este fuego, si es real, no es un calor fugaz como el de la pasión sino vigoroso y constante como las realidades espirituales. En sí mismo el amor es autosuficiente, porque encuentra su plenitud sólo en él mismo. El amor no es un intercambio que desemboca en encuentros luminosos y a la vez en oscuras separaciones entre los amantes, pues en el verdadero amor no puede existir el conflicto, porque es una armonía espiritual. Sin embargo, en una idea que parece ser contradictoria con la idea del amor como armonía, Gibran enseña que el amor también posee una cara dolorosa cuando se asocia con el deseo y con el exceso de ternura: “Pero si amáis e inevitablemente surgen deseos, dejad que éstos sean vuestros, para fluir y ser como el arroyuelo que canta su melodía en la noche, para conocer el dolor de la excesiva ternura.”[2]Más allá de esto, el amor en su pureza original es éxtasis. Y al decir de Gibran, es la única flor que crece y florece sin la ayuda de las estaciones, pues es incondicionada, libre. El amor en el ser humano hace que éste se colme de generosidad y se libere de los celos, convirtiendo su vida en un ensueño pleno de dicha. Porque el amor es como la muerte que todo lo transforma, excepto a sí misma.Y paradójicamente el amor es también el corazón de la vida, en la medida en que existe en perpetua renovación de sí mismo. Y sólo conocemos su hondura hasta que llega la hora de la separación del ser amado.Sólo con los ojos del amor somos capaces de percibir la belleza y la dignidad de la vida por doquier; mientras en la oscuridad del desamor todo nos parece insoportablemente feo u horrible.En síntesis, si bien el pensamiento místico-poético de Gibran clausura la posibilidad de encontrar en su concepción del amor una idea precisa de éste, la meditación en sus obras nos permite acceder al menos

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a una serie de ideas verdaderas sobre el amor. Así tenemos: el amor como una “afinidad espiritual” que “se crea en un momento” y que viene del cielo sin nuestro consentimiento, llegando a nosotros “por orden de Dios”, asumiendo de este modo nuestra vida.Sin embargo, en su concepción hay también errores, porque si bien reconoce que el amor es felicidad, éxtasis, también señala que va unido al dolor e incluso a la crueldad como cuando nos llama a ser heridos, lastimados, y castigados por la propia comprensión del amor para luego “sangrar plena y regocijadamente” [3] Tampoco, Gibran nos entrega una idea suficientemente clara de la relación entre la belleza y el amor limitándose sólo a darnos a entender que aquélla depende de nuestro ánimo interior, comparándola, además, con una verdad abierta “a la que sólo podemos comprender por medio del amor y tocar por medio de la virtud”.[1] Khalil Gibran, El Profeta, en Obras Completas, V.II, Ed. Bibliográfica Internacional S.A., Barcelona, 1997, pág. 374.[2]Idem.,pág.375.[3]Idem