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Mauricio Restrepo R. ¡Con lo bien y tranquilo que estaba yo aquí! Un acercamiento estético-literario a la impertinencia a través de El cuarteto de Alejandría de Lawrence Durrell Universidad Nacional de Colombia Sede Medellín Facultad de Ciencias Humanas y Económicas Departamento de Estudios Filosóficos y Culturales Maestría en Estética

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Mauricio Restrepo R.

¡Con lo bien y tranquiloque estaba yo aquí!

Un acercamiento estético-literarioa la impertinencia a través de

El cuarteto de Alejandríade Lawrence Durrell

Universidad Nacional de Colombia Sede MedellínFacultad de Ciencias Humanas y Económicas

Departamento de Estudios Filosóficos y CulturalesMaestría en Estética

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¡Con lo bien y tranquiloque estaba yo aquí!

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¡Con lo bien y tranquilo que estaba yo aquí!Un acercamiento estético-literario a la impertinenciaa través de El cuarteto de Alejandría de Lawrence Durrell

Mauricio Restrepo Rojas

Trabajo presentado como requisito parcial para optar al título deMagíster en Estética.

Diagramación y Carátula: Mauricio Restrepo R.

Pintura: Lucas Cranach the Elder - Adam and Eve.

Este trabajo fue realizado en el softwre libre LYX (http://www.lyx.org/),interfaz para el sistema de composición de textos LATEX (http://www.latex-project.org/). Se utilizó Computer Modern Roman como fuente de letraprincipal, y CM Bright para consideraciones particulares.

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Mauricio Restrepo R.

¡Con lo bien y tranquiloque estaba yo aquí!

Un acercamiento estético-literarioa la impertinencia a través de

El cuarteto de Alejandríade Lawrence Durrell

Dirección:María Cecilia Salas G.

Universidad Nacional de Colombia Sede MedellínFacultad de Ciencias Humanas y Económicas

Departamento de Estudios Filosóficos y CulturalesMaestría en Estética

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Siento que quiero dar una nota... afirmativa –aunque no en los términosconcretos de una filosofía o una religión–. Debería tener la curva de unabrazo, la universalidad de un código de enamorados. Debería dar a en-tender que el mundo en que vivimos se funda en algo demasiado sencillopara ser descrito como una ley cósmica, pero también tan fácil de captarcomo un acto de ternura, por ejemplo, de simple ternura como en lasrelaciones primitivas entre el animal y la planta, la lluvia y el suelo, lasemilla y los árboles, el hombre y Dios. Una relación tan delicada que esdestruida fácilmente por el espíritu de investigación y la conscience enel sentido francés de la palabra que tiene, desde luego, sus derechos y supropio campo de acción. Me gustaría que mi obra fuera sencillamente unacuna donde la filosofía pudiera adormecerse chupándose el pulgar. ¿Quéle parece?

Lawrence DurrellBalthazar

Al escribir se retienen las palabras, se hacen propias, sujetas a ritmo,selladas por el dominio humano de quien así las maneja. Y esto, indepen-dientemente de que el escritor se preocupe de las palabras y con plenaconciencia las elija y coloque en un orden racional, sabido. Lejos de ello,basta con ser escritor, con escribir por esta íntima necesidad de librarsede las palabras, de vencer en su totalidad la derrota sufrida, para queesta retención de las palabras se verifique. Esta voluntad de retención seencuentra ya al principio, en la raíz del acto mismo de escribir y per-manentemente le acompaña. Las palabras van así cayendo, precisas, enun proceso de reconciliación del hombre que las suelta reteniéndolas, dequien las dice en comedida generosidad.

María ZambranoPor qué se escribe

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Resumen

Este trabajo es un acercamiento a la impertinencia, entendida como dis-continuidad que afecta la vida del ser humano, haciendo uso de referentesliterarios y filosóficos afines al pensamiento trágico. Este trabajo pretende,a través de El cuarteto de Alejandría –conjunto de novelas de LawrenceDurrell–, establecer una serie de consideraciones en torno a la imperti-nencia (entre ellas una definición tentativa) que permita dar cuenta de lodesestructurante de ella en múltiples ámbitos.

Palabras clave: impertinencia, incomodidad, desconcierto, humor, iro-nía, risa, intimidad.

Abstract

This work is an approach to the impertinence, conceived as discontinuitythat affects human life, using literary and philosophical references relatedto the tragic thought. This work aims, through the Alexandria’s Quar-tet , novels of Lawrence Durrell, to establish a series of considerationsabout impertinence (including a tentative definition) to account for itsunstructuring character in many areas.

Keywords: impertinence, discomfort, confusion, humor, irony, laugh-ter, intimacy.

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Agradecimientos

Te aseguro que todos nosotros somos culpables ante todos portodos y por todo. No sé explicarme bien, pero veo claramenteque es así, y esto me atormenta. ¿Cómo se puede vivir sincomprender esta verdad?

F. M. DostoyevskiLos hermanos Karamazov

En el intento de ser fieles a la vida, agradecer es un ejercicio de dimen-siones abrumadoras: ¡son tantas las raíces (apasionantes, insospechadas,incómodas...) de las ideas que componen este trabajo...! Y lo que a tien-tas se cristaliza no es sólo un trabajo: es una vida que en ocasiones sefunde, se repele, con estas páginas... Hallar abrigo en la culpa –en culpar–sería una impertinencia con esta travesía: conviene mejor reconocer quelo otro, la diferencia, es lo que hace del mundo un mundo... Y se concluyelo evidente: no es posible dejar de hacer (de ser) “trabajo de campo”...

Sin embargo, hubiera querido nombrar algunos “culpables” a quienesme place profundamente “culpar”, por la singularidad de su “culpa”. Aellos prefiero hacer justicia con el afecto de todos los días, ya que deotro modo sería un esfuerzo que supera lo que, atendiendo a las “bue-nas costumbres”, implica la extensión de una sección como ésta, inscritausualmente en un formalismo que linda con lo impersonal.

Por lo anterior, en la intención de conjurar la presencia de los queridos–de los íntimos– conviene mejor dejar tanta grandilocuencia, e invocarla vida de la calle: de la escritura de los cuerpos que por momentos sesustraen, saludablemente, de tanto rumiar ... Versos del buen Tito Curet(y de Cheo Feliciano) que hay que aprender a cantar, a bailar, pues en lofundamental nos recuerdan que la dicha que vale la pena conquistar debeser una dicha humana (“A ti llegué porque llegué / y salí porque salí /amo cuando pueda amar / sigo andando por ahí...”).

Un “cuando” que es más la pretensión de un cuanto...

(Y bueno, a quien le caiga el guante...).

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Acerca deEl cuarteto de Alejandría

El cuarteto de Alejandría es un conjunto de novelas escritas por Law-rence Durrell (1912-1990), cuya producción abarca otra serie de géneros(biografía, teatro, poesía, ensayo, relatos de viaje) en donde es notable lainfluencia de sus experiencias como diplomático en múltiples países delMediterráneo, Asia y América Latina, a lo largo de su vida. La tetralogíafue publicada por primera vez entre los años 1957-1960, y su trama se ha-lla enmarcada en el Egipto previo a y en plena Segunda Guerra Mundial,lugar donde se desarrollarán una serie de intrigas amorosas y políticas.

Las tres primeras novelas –Justine (1957), Balthazar (1958), Mounto-live (1958)– constituyen tres estados o coordenadas respecto a un con-junto de hechos que para Darley, narrador de las dos primeras novelas,han sido de una gran significación. En Mountolive, la voz será tomadapor una tercera persona, y Darley se presenta como personaje al interiorde la obra (de aquí que el autor considere estas novelas como hermanas,no sucesoras una de otra). Por último, Clea (1960), a manos de Darleynuevamente, constituye una continuación en el tiempo de las tramas pre-cedentes; una suerte de resolución para su misma condición de escritor,a partir de las múltiples tramas que habían quedado anteriormente ensuspenso. La tetralogía fue recibida en su momento con críticas muy po-sitivas, al punto de que el autor ha sido comparado con Marcel Proust yWilliam Faulkner.

En latinoamérica, la tetralogía fue publicada por primera vez en espa-ñol por Editorial Sudamericana (Buenos Aires, Argentina), en traducciónde Aurora Bernárdez (Justine, Balthazar), Santiago Ferrari (Mountolive)y Matilde Horne (Clea), entre 1960 y 1961. Las cuatro novelas han sido re-editadas recientemente por Random House Mondadori (De Bolsillo, 2009)y Edhasa (2012). La riqueza de sus recursos estilísticos ha hecho que enno pocas ocasiones se hable de ésta como la novela de amor del siglo xx.

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Contenido

Resumen/Abstract . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 8

Agradecimientos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9

Acerca de El cuarteto de Alejandría . . . . . . . . . . . 10

Introducción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 13

1. Definir “impertinencia”/Hablar de impertinencia(Un escorzo estético-literario.) . . . . . . . . . . . . . . . . . 19

2. Alquimia de lo inoportuno(Impertinencia: tres lugares propicios.) . . . . . . . . . . . . . 49

3. Los trabajos de la impertinencia(Extravío - Excentricidad - Asimetría.) . . . . . . . . . . . . . 69

4. Más allá de la incomodidad(La impertinencia como experiencia íntima.) . . . . . . . . . . 111

Palabras de más...(Para no concluir...) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 157

Bibliografía . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 165

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Introducción

El recuerdo y el sueño se escurren el uno en el otro como po-derosos ríos. Lo que en ellos se desarrolla existe eternamente.Lo que, por el contrario, acontece en el irreal mundo coti-diano está lleno de groseras malicias, de grosero sufrimiento,de todo. Así se explica porqué Sophie operaba en este mundocon decisión y rigor. Nunca se perdió en las trampas de lairrealidad. El mundo del recuerdo y del sueño es el mundoreal. Es pariente del arte, formado en el límite de la irrealidadterrestre.

Hans ArpEl mundo del recuerdo y del sueño

“Amor”, “Envidia”, “Amistad”, “Traición”, “Orgullo”, son intentosde conjurar las vicisitudes de la vida cotidiana, constatando el se-creto a voces constitutivo de los vínculos humanos... De aquí que lasociabilidad sea entonces un juego (o bien, que se halle en juego),ya que estas palabras nos comprometen, en mayor o menor medida,en un sentido personal. Y lo propio de lo personal resulta curioso:dejamos a un lado la palabra, y mejor señalamos con un dedo in-controvertible, inquisidor, las alegrías más deseables, así como lasmezquindades más desalentadoras de todos los días.

Y en el intento de hallar un puerto en la palabra, la vida y susturbulencias nos hacen volver a la “viril” compulsividad del gesto.Se dirá que es la postura más sensata: la urgencia de (sobre)vivir esapremiante. Sin embargo, esta urgencia puede ser una sospechosa

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conformidad con lo que nos sucede, con lo que nos vive... Y quienesnos obstinamos en la palabra preguntamos: ¿qué hace uno con esaspalabras, que más que palabras son asuntos?

Conviene entonces ser un poco “insensatos”. Y si esto consiste enahondar en una de esas “palabras”, el problema puede ser muy escu-rridizo. Por ejemplo, en el intento de definir “sensualidad” a partirde la experiencia musical, con todo derecho podrían coincidir la mú-sica más tildada de melodramática, la música electrónica, y el jazzromántico. Curiosa mezcla que no deja de hacer parte del mundo,y que pone en vilo el asunto de nombrar aquello que sentimos. Noobstante, lo anterior podría sería una impertinencia para quien con-sidere que la sensualidad se halla en una relación fundamental entrela aisthesis y el intelecto.

Vemos pues que lo de “impertinencia” nos remite en principio auna atmósfera de incomodidad. Y ejemplos hay muchísimos: el ta-xista que toma una ruta diferente a la que indicada por el usuario;la mezquindad del mesero o del comensal por algún motivo... Y esnormal que así sea: contrario a lo que nos agrada (que siempre tienealgo de indiscernible, refractario a las palabras), lo que no nos gusta,lo que asociamos con malestar o dolor tiene una presencia innegable.Y a través del lenguaje y la razón se intenta conjurar esta presen-cia1, evitando que nuestro dedo inquisidor obvie las gradaciones,reconociendo además que algunos de estos espacios son motores deldeseo, también inscritos en lo que da dicha y vigor a nuestras vidas.Esto es algo que podemos constatar con Pursewarden, personaje dela tetralogía de Durrell. Primero, en palabras de Balthazar:

1 Este trabajo partió del interés acerca de los modos de ser de la imper-tinencia en Ludwig Pursewarden, personaje de la tetralogía de Durrell. Seríabásicamente el estudio de un ebrio sinvergüenza que albergaba un modo depensar nada despreciable, y que causaba estragos a su alrededor. Sin embargo,para llevar a buen término esta intención era preciso pensar ese otro lado delsinvergüenza, del socavador... lo cual equivale a pensar lo socavado, pensar alsocavado... (pensarse socavado...). De aquí que no sea posible dejar de hacertrabajo de campo.

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Era un ironista, de ahí que muchas veces pareciera vio-lar el sentido común; de ahí también su aire equívoco,la aparente frivolidad con que hablaba de las cuestionesimportantes. Esa especie de payasada seria deja seña-les en una conversación. Sus frases más insignificantesquedaban como arañazos en un pan de manteca. A lasestupideces respondía con una sola palabra: ‘cuac’.2

Y segundo, como realizando una diligencia en el banco, este mis-mo hombre se suicida, dejando sus Obiter dicta: una serie de aforis-mos destemplados para el más conservador:

Después de leer una larga reseña de “Dios es un hu-morista”: “¡Dios mío! Por fin empiezan a tomarme enserio. Esto me impone terribles obligaciones. Tengo quereírme dos veces más.” 3

Risa y ofensa corren aquí por vías paralelas, de acuerdo al lugardonde nos situemos. Impertinencia como aquello que encarna no sólolo molesto, lo incómodo, sino también lo humorístico, lo risible... Loque de esto pueda hallarse en la vida “real”, analizando con juiciouna “muestra representativa” de casos, podría tardarse mucho másque nuestro dedo inquisidor. Conviene mejor ir en la vía de HansArp, pues un buen lugar para pensar lo cotidiano puede hallarse,precisamente, por fuera de lo cotidiano, en el intento –precauciónde método– de poner de relieve las cualidades de la impertinenciadesprendidos de un fundamento o interés moral, domicilio frecuentedel dedo inquisidor, si nos acogemos a Nietzsche:

En otro tiempo creí que el mundo, desde un punto devista estético, era una representación dramática y, como

2 Balthazar, p. 110. Para evitar asperezas de citación, El cuarteto de Ale-jandría será referenciado por nombre y páginas correspndientes, y se omitirá laregla asociada a la abreviatura “Op. cit.”, utilizando únicamente “Íbid.” cuandocorresponda.

3 Íbid., p. 245.

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tal, imaginada por su autor, pero que como fenómenomoral era un engaño; por esto llegué a la conclusión deque sólo se puede justificar el mundo como fenómenoestético.4

Lo anterior implica aclarar la pretensión de nuestro trabajo. Pri-mero, sustraernos del cúmulo de trabajos realizados sobre El cuar-teto de Alejandría, y la obra de Durrell5, y de este modo utilizarla obra como disculpa para un diálogo en torno a la impertinencia,en donde se pueda bordear el término sin ahuyentarlo ni encorse-tarlo, pero sin caer en una eficacia excesiva. Y segundo, se require(requiero) una condición adicional, y es la nota afirmativa con quePursewarden da inicio a este trabajo. Sin embargo, en este sentidoRaoul Vaneigem declara una condición ineludible: “La ligereza estásiempre más acá o más allá de las palabras.”6 Así, el trabajo puedeser descrito de esta manera:

Lo radical y lo cotidiano comparten aspectos asociados a lo des-concertante, a lo desconsiderado. Lo anterior será un punto de par-tida (y de llegada) para un diálogo que desembocará en una defini-ción de impertinencia, y que involucra la muerte por mano propiade Ludwig Pursewarden. Primer capítulo.

La impertinencia tiene lugares propicios para hacerse efectiva.¿Cuáles pueden ser algunos de estos lugares? De aquí que se hablede la impertinencia como malentendido. Segundo capítulo.

Extravío, excentricidad y asimetría son tres figuras en las cualespodemos inscribir gran parte de los esenarios de la impertinencia.¿En qué consisten estas figuras, y cómo pueden encontrar corres-pondencia en nuestra experiencia cotidiana? Tercer capítulo.

4 Friedrich Nietzsche. Estética y teoría de las artes. Trad. Agustín Izquier-do (ed.). Madrid: Tecnos, 2001, p. 63.

5 Dentro de los estudios realizados sobre la obra de Durrell, la InternationalLawrence Durrell Society (www.lawrencedurrell.org) tiene una compilación dealto nivel de detalle en casi todas las latitudes.

6 Raoul Vaneigem. Tratado del saber vivir para uso de las jóvenes genera-ciones. Trad. Javier Urcanibia. Barcelona: Anagrama, 2008, p. 19.

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Hablar de impertinencia es también hablar de cómo es asumidapor cada quien. Y en cuanto a Darley, ¿qué hay más allá de laincomodidad en cuanto a lo ocurrido en Alejandría? Cuarto capítulo.

Y para finalizar, no se diga únicamente que al escribir se retienenlas palabras... sino que en ocasiones hay que arrancarlas, lo cual esun defecto por defecto de toda escritura. Es éste el incómodo, elimpertinente ejercicio de una apoteosis del presente, en donde debehacerse caso omiso de todo posible para que, a fin de que pueda que-dar algo, quede de algún modo. De aquí que sea un trabajo siempreinacabado, sobre un tema inagotable, y ante la restricción “saluda-ble” de una fecha de entrega, el puerto donde (ahora) puedo mecer-me “tranquilo” se halla en las palabras del querido Anton Chéjov, aquien abrazo, comprendo, y en ocasiones (confieso) he vivido:

Esta carta, querido Alexéi Nikoláievich, se la envíopor correo junto con un cuento al que, por fin, dejé de lamano, diciéndole: «aléjate de mí, maldito, y ve al fuegode la fastidiosa crítica y a la indiferencia de los lectores».He quedado harto de lidiar con él. Se llama así: Unahistoria aburrida (de los apuntes de un viejo). Lo másfastidioso de él, como se verá, son las largas reflexionesque, desgraciadamente, no se pueden suprimir, puestoque mi héroe, autor de los apuntes, no puede pasar sinellas. Esas reflexiones son fatales y necesarias, como unapesada carreta para un cañón. Caracterizan al héroe,su estado de ánimo y los subterfugios que usa consigomismo. Léalo, querido, y escríbame. Usted verá mejorlos errores y las lagunas, porque aún no está, como yo,harto y saturado del cuento.7

Y bueno. A lo que vinimos.

7 Anton Chéjov. Consejos a un escritor. Trad. Jesús García Gabaldón yEnrique Piquero Cuadros (eds.). Madrid: Talleres de escritura creativa Fuente-taja, 2005, p. 35.

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1.

Definir “impertinencia”/Hablar de impertinencia

(Un escorzo estético-literario.)

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Oportunidad

Un caso muy favorable para hacer efectiva una decepción.

Ambrose BierceDiccionario del Diablo

Una noche, Ludwig Pursewarden, personaje de El cuarteto deAlejandría, se encierra en un cuarto del hotel (uno al que con tantoafecto, según Balthazar, bautizó “Hotel Monte de los Buitres”1) ypone fin a su vida.

¿No es esto acaso una impertinencia?

Basta una mínima idea de la devastación y la contrariedad queeste acto puede generar para precipitarnos hacia un sí, dejando delado cualquier precisión sobre aquello de “impertinencia”. Y comopunto de partida que consideraremos, valga una precaución: pensarel suicidio como acto donde se constata la precariedad de la palabra;es decir, pensar el suicidio como acontecimiento, implica establecerun horizonte de lo que puede ser afirmado. Pensar alrededor delsuicidio y no en el suicidio: tal vez a lo único que pueda aspirarse.Dejemos por ahora en suspenso esta afirmación.

Por otra parte, la impertinencia, entendida como no-pertinencia2,no es más que la disección de una palabra que nos transporta de unocéano... a otro: ¡cuánto, en todo lo que se vive no consideramoscomo no pertinente! Nietzsche sabía de estas cosas:

1 Balthazar, p. 149.2 Un primer ejercicio para pensar su carácter múltiple consiste en buscar en

el Diccionario del uso del español de María Moliner, no la palabra “impertinen-cia”, sino la palabra “impertinente”: cuenta con 7 acepciones; y como términosasociados se encuentran más de setenta, los cuales se hallan restringidos a unaserie de matices asociados a su enunciación en el ámbito de lo público, y se en-marcan en una visión de tendencia peyorativa. Cfr. María Moliner. Diccionariode uso del español. Madrid: Gredos, 2007, Vol. 1, pp. 1607-1608.

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Lo que sabemos de nosotros mismos y mantenemos en lamemoria no es tan decisivo para la felicidad de nuestravida, como se cree. Un día cae sobre nosotros lo que otrosabe de nosotros (o cree saber) – y reconocemos luegoque es lo más poderoso. Uno acaba más fácilmente consu mala conciencia, antes que con su mala reputación.3

Lo anterior nos da pie para afirmar que en lo cotidiano la imper-tinencia tiene su lugar. Sin ir demasiado lejos: el piropo vulgar queen su tono característico causa estragos en una calle concurrida; laprenda que luego de tanto esfuerzo se compra y se estrena, con laexpectativa de que se afirme “¡oye, qué bien te queda!”, pero en vezde ello vienen la indiferencia o alguna crítica mordaz...

Sin embargo, de estos episodios (también fértiles para el humor)resaltemos un caso particular, y son aquellas preguntas que ago-bian al soltero en una supuesta “edad de merecer” (“¿Cuándo te vasa organizar?”), o a quien no quiere “dejar semilla” (“¿Cuándo vasa encargar?”), o la palabra “ser” o “grande” se le hace, conscienteo inconscientemente, tan problemática (“¿Qué quieres ser cuandogrande?”)... Curioso caso en que responder implica justificar lo queno debe ni necesita ser justificado –aquello que se hace con la vidapersonal, privada–; y no responder puede entenderse en ocasionescomo el silencio ante la victoriosa contundencia del interlocutor, quepor lo demás no siempre tiene la intención de desestabilizar...

Y la vida no sólo está plagada de impertinencias, sino de malen-tendidos. Y aquí el malentendido consiste en que la pregunta, talcomo la conocemos, no lo es, o al menos no “en el sentido gramaticalsino en el retórico. Aunque lo parezca (...) esta pregunta no esperarespuesta. Es la formulación de una afirmación, un recordatorio delmodelo de vida que se les exige a las personas, en ciertos tiempos,en unos lugares y bajo ciertas condiciones.”4 Por ello, en ocasiones

3 Friedrich Nietzsche. La ciencia jovial “La gaya scienza”. Trad. José Jara.Caracas: Monte Ávila, 1985, p. 62.

4 Zenaida Osorio. ¿Por qué no se organiza? Las no-preguntas: funciones

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Definir “impertinencia” / Hablar de impertinencia | 23

el intento de respuesta incluye la pausa, el titubeo... Respuesta parauna pregunta que no existe; palabras que serán palabras de más.

Sin embargo, estas preguntas –las llamadas no-preguntas– hacenparte de los escenarios con que se da sentido a la vida, sobrevolandoel espectro de su realización, y en donde los modelos recurrentes sepretenden afianzar de acuerdo al contexto; pero también son pregun-tas que permiten el vínculo social, para así dar sentido y finalidad,en todos los plazos, a la sociabilidad:

La eficacia de las no-preguntas es que el enunciado delas preguntas mismas es legítima, el convenio social lashace posibles, esperadas, parte de la cortesía cotidianaque media entre unos seres y otros. Importa tanto elcontenido de las no-preguntas como la frecuencia y lascondiciones en que son formuladas. Ambos, el enunciadoy su enunciación, nos hacen parte de algo y cuando nosnegamos a responder, cuando estas no-preguntas se res-ponden desde otros modelos, lo que evidencian es unadistancia. Frente a la vida, el uso de las no-preguntasimplica menos desgaste personal y cultural, tanto paraquien pregunta como para quien responde.5

Preguntas que en ocasiones podemos acuñar como impertinen-tes ; pero también son tópicos, parte del paisaje, tanto para quien“no-pregunta” como para quien responde, y que en su relación consu-man diferentes reacciones. De lo cual podemos afirmar, como primeracercamiento a la impertinencia:

La impertinencia es una relación que se establece entredos partes: la primera, aquella parte que detenta el ca-rácter de impertinente (al margen de toda intención enello), y la parte que es objeto de impertinencia (la cual

de control simbólico y social Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, 2009,p. 13.

5 Íbid., p. 15.

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puede precipitarla). Relación que, por lo tanto, no debeentenderse necesariamente como “de mutuo acuerdo”.

Por lo anterior podemos afirmar que no hay garantía de algo oalguien como impertinente, si bien hay lugares que reconocemos co-mo comunes para hablar de impertinencia: grosería, malicia, engaño,etc. Por ello se puede afirmar que la impertinencia es un asunto que,en cada quien, depende... Sin embargo, retomando las no-preguntas,no se puede soslayar que la eficacia de éstas también radica en unhecho que a nadie le es indiferente:

No es lo que se diga... es el tonito...

La cadencia del lenguaje es uno de los lugares que puede precipi-tar la consumación de una impertinencia. De aquí que la sociabilidadno se halle enteramente asegurada, pues cada uno se halla precisan-do lo que el otro en verdad quiere decir, pues cuando se habla nuncase dice todo lo que en verdad se quiere, pero se dice más de lo que sepropone. La voluntad de sistema (cerrado, compacto) que se le exigeal lenguaje es en gran parte la causa de muchos sinsabores por losque podemos pasar revista, pero también de ocurrencias singularesy graciosas. Sin embargo, esta voluntad de sistema puede hacerseextensiva al juego de predeterminaciones y predisposiciones de cadaquien, y que pretende legitimar tanto en el ámbito de lo privadocomo de lo público. Estas representan un punto de apoyo que eslegitimado por una serie de prácticas y discursos, del mismo modoque una coordenada es tal porque tiene un plano que la legitima. Laimpertinencia como experiencia vulnera lo anterior. De aquí, pues,otra consideración sobre la impertinencia:

Una impertinencia implica la puesta en juego de un mo-delo, de una norma que configura predeterminaciones ypredisposiciones naturalizadas en aquello que puede sersusceptible de impertinencia.

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Definir “impertinencia” / Hablar de impertinencia | 25

Lo dicho nos indica que el ser humano requiere de la construcciónde a prioris para vivir en sociedad, así como para configurar unaestructura interna –personal– que permita conciliar en la medida delo posible todos los estímulos del exterior. De lo anterior, la imper-tinencia, entendida como no-pertinencia, y afirmando además queésta depende, implica el encuentro de múltiples a prioris que sonpuestos en entredicho constantemente. Una puesta en entredichoque debe evidenciarse para ser considerada como impertinencia.

Para que una impertinencia sea consuma es necesariauna experiencia de contrariedad en un otro, de modoque pueda legitimarla, darle existencia.

Este otro no es necesariamente quien padezca directamente losefectos de una “no-pregunta” o de una chanza de mal gusto, o de unpiropo vulgar... De lo contrario el contacto humano sería un contac-to entre islas, totalmente indiferentes unos a otros: también quienpresencia un piropo vulgar y devaluador podrá desestabilizarse –oidentificar un escenario de lo desestabilizante–, quizá tanto o másque la persona “afectada”.

Partiendo de estas premisas, a continuación veremos qué estatutotienen para ahondar en los rasgos que configura la impertinencia.Para ello dialoguemos en torno al sucidio de Pursewarden, y la reac-ción de Darley en Justine.

\

[El ser humano] Desea las consecuencias agradables de la ver-dad, aquellas que conservan su vida; es indiferente al conoci-miento puro y carente de consecuencias, y está hostilmentepredispuesto contra las verdades que puedan ser perjudicialesy destructivas.

Friedrich NietzscheSobre verdad y mentira en sentido extramoral

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Pues somos como troncos de árbol en la nieve. Aparentemen-te yacen en un suelo resbaladizo, así que se podrían desplazarcon un pequeño empujón. Pero no, no se puede, pues se ha-llan fuertemente afianzados en el suelo. Aunque fíjate, inclusoeso es aparente.

Franz KafkaLos árboles

De lo dicho anteriormente reconocemos por ahora que la imper-tinencia halla un lugar en aquello que nos molesta. Esto nos remitea Balthazar 6, segunda novela de El cuarteto: una de esas “verdades”no agradables para quien ha desplegado su punto de vista en Justine.Y es allí donde, en voz de Balthazar, Ludwig Pursewarden despliegauna “muestra representativa” de su estar en el mundo. Veamos:

Recuerdo el día que fui a esperarlo al puerto; Keats,jadeante, se proponía entrevistarlo. Llegamos tarde y loencontramos llenando una ficha de inmigración. En lacolumna de ‘religión’ puso: ‘Protestante, solamente enel sentido de que protesto.’7

Capacidad de síntesis, juego con el sentido... Y aquí, el afecto noes obstáculo para ser educadamente implacable:

6 La tetralogía de Durrel inicia con Justine, y es un memorial de los eventos,sensaciones y divagaciones que han gravitado sobre Darley (narrador) acerca deun período muy significativo para él en Alejandría. Balthazar es construida apartir del manuscrito que Balthazar, amigo de Darley, escribe a propósito de sulectura de Justine, y en el cual muestra su punto de vista frente a ciertos acon-tecimientos: “Y allí, sobre la mesa, a la luz amarilla de la lámpara, el nutridocomentario de Justine, como he dado en llamarlo. El manuscrito estaba acribi-llado de tachaduras, de garabatos casi indescifrables, de preguntas y respuestasescritas en tintas de distintos colores y hasta a máquina. Me pareció entoncesen cierto modo un símbolo de la realidad misma que habíamos compartido, unpalimpsesto en el cual cada uno de nosotros había dejado sus huellas personales,capa por capa.” (Balthazar, p. 20.)

7 Íbid., p. 110.

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Definir “impertinencia” / Hablar de impertinencia | 27

Sentía un profundo afecto por Lawrence, pero no vacilóen responderle con las siguientes palabras en una tarjetapostal: ‘Mi querido DHL: Esa idolatría lateral... Tratosimplemente de no imitar su costumbre de construir unTaj Mahal alrededor de una cosa tan sencilla como unbuen coito.’8

Descontando su trabajo como miembro del Foreign Office9, se di-ría que su oficina son los burdeles o algún otro lugar que pueda sercondimentado con un buen trago; y no ha de preocuparse por dine-ro, pues goza además de prestigio editorial. ¿La resultante? Un estaren el mundo para nada sosegado, apacible, tranquilo... plano. En-cuentro con lo mordaz, lo burlesco, lo irreverente, lo arrogante... Yestas características hacen que su muerte por envenenamiento seauna gran sospecha, como la pieza de un rompecabezas ajeno, co-mo bien confirman su epitafios: “Aquí yace un intruso en oriente”10,puesto en su tumba; y aquel escrito un día en un espejo de baño:“«Nunca supe qué cara de mi arte estaba enmantecada» fueron LasÚltimas Palabras que el pobre Pursewarden pronunciara.”11. Y Dar-ley no puede dejar que el silencio de su amigo se desplome sobre él,e insiste en las páginas de Justine:

Sabía que era desdichado; incluso de no haberlo sido,se habría sentido obligado a simular la infelicidad. Ennuestros días todos los artistas están forzados a cultivar

8 Íbid., p. 112.9 Ministerio de Relaciones Exteriores Británico.

10 Balthazar, p. 240.11 Clea, p. 135. Clea es la continuación en el tiempo de las tramas pre-

cedentes de Justine, Balthazar y Mountolive, cuando Darley decide regresar aAlejandría, en plena guerra. Esto será una forma de reconciliarse con hechosdel pasado, volver a ver a sus amigos, recapitular otros hechos, y consumar porun tiempo una relación con Clea, que será bastante inquietante para ambos.Mountolive es una obra escrita en tercera persona (la novela, diríase, “objetiva”de la tetralogía), donde Darley es personaje, y en la cual se aclararán muchoshechos políticos asociados con Nessim, Justine, Pursewarden y otros.

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una pequeña infelicidad a la moda. Y, siendo anglosajón,tendía a cierta lástima quejumbrosa de sí mismo, a unadebilidad que lo impulsaba a beber más de la cuenta.12

¿En qué consiste la réplica de Darley, a quien se le nota contra-riado, molesto? Si en verdad puede afirmarse que “se muere comose vive”, y ante la negativa de la presencia de lo muerto, de lo quemuere, tal vez la pregunta se dirija, no a aquello de la vida de Pur-sewarden, sino a aquello que nos vive, sin distinciones particulares:de eso que ocurre en la vida y que, se diría, instala en nosotros eldesconcierto. Dirijámonos pues hacia la impertinencia partiendo deldesconcierto.

Al sobrevolar todo aquello que afectivamente puede ser nombra-do como “desconcierto”, definámoslo como un hallarse en presenciade lo que no es familiar. Y esto se debe a la condición de ser lecto-res en nosotros mismos –a partir de nuestras predeterminaciones ypredisposiciones–, lo cual adquiere un relieve singular en la litera-tura:

En realidad, cada lector es, cuando lee, el propio lector desí mismo. La obra del escritor no es más que una especiede instrumento óptico que ofrece al lector para permitirlediscernir lo que, sin ese libro, no hubiera podido ver ensí mismo.13

El célebre Mulá Nasrudín es un ejemplo de lo anterior. Nasru-dín solía cruzar la frontera con carga todos los días, montado ensu burro, y admitiendo además ser contrabandista; en el exhaustivoregistro de la aduana, sin embargo, ni un mínimo que pudiera incul-parlo. Luego, en su retiro a Egipto, y ya próspero económicamente,uno de los aduaneros de otrora lo interpela:

12 Justine, p. 118.13 Marcel Proust. En busca del tiempo perdido 7. El tiempo recobrado. Trad.

Consuelo Berges Rábago. Madrid: Alianza, 1969, p. 264.

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—Dime, Mulá, ahora que estás fuera de la jurisdicciónde Grecia y Persia, viviendo aquí con tanto lujo, ¿quéera lo que contrabandeabas, que nunca pudimos saberlo?

—Burros.14

Ser lector de sí mismo implica, entonces, reconocer que aquelloque no es familiar (que para los aduaneros sería que un burro tam-bién es algo que cruza una frontera) también tiene un lugar, el cualno es usualmente asignado en lo cotidiano. Esto nos da pie para otroacercamiento a la impertinencia:

La impertinencia es un modo de ser de lo no familiarque alberga un reducto de lo sorpresivo, de lo insospe-chado, aunque no necesariamente compromete nuestraspredeterminaciones o predisposiciones más apremiantes.

Lo anterior tiene sentido, ya que si pasamos revista por las con-trariedades de todos los días, nadie puede afirmar que se haya acon-tumbrado del todo. Sin embargo, en ocasiones puede pasarse de largoante ciertos hechos que, si bien desconcertantes, no devienen imper-tinencia, como podría ocurrir con lo que sucede en este cuento deHenri Michaux:

Si lográsemos, se decían, hacer desaparecer de lasaguas todas las agujas, el baño de mar sería algo taninefablemente delicioso que es mejor casi no pensar enello porque jamás ocurrirá... jamás.

No obstante lo intentaron. Emplearon para este finuna caña de pescar.

La caña para pescar agujas debía ser fina, fina, muyfina. El filo sería absolutamente invisible y descendería

14 Idries Shah. “El contrabandista”, en: Las hazañas del incomparable MuláNasrudín. Trad. Manuel Guerra López. Barcelona: Paidós, 1990, p. 22.

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lentamente, imperceptible en el agua.Desafortunadamente, la aguja misma es casi comple-

tamente invisible.15

Aquí nuestras representaciones habituales son desconfiguradas,pero no necesariamente albergan un espectro de afecciones que po-damos asociar con lo que por ahora hemos llamado impertinencia, siesta encarna una detención que nos compromete. La impertinencia,siendo un modo particular de desconcierto, requiere de algo más.

Un ejemplo de ese algo más se halla en el escritor Hans Chris-tian Andersen, quien se proponía pasar unos días en casa de CharlesDickens. Días que terminaron en una tediosa estadía de ¡cinco se-manas...! Y nadie sobrevive a su propia diplomacia: “La hija deDickens, harta de la presencia del danés, le puso como apodo el de‘huesudo aburrido’ en referencia a la extrema delgadez del famosoescritor”16. Luego de la partida de Andersen, Dickens expresa sudesconcierto y molestia en el espejo del cuarto donde se hospedóel danés: “Andersen durmió acá cinco semanas, que a la familia leparecieron años.”17 Si recordamos el suicidio de Pursewarden y laréplica de Darley, es preciso recordar que a él le tocó por un períodovivir esta exasperación, como bien lo recuerda en Justine:

Ese verano, Pombal decidió alquilar su departamen-to a Pursewarden, cosa que me fastidió. Me desagradabaese personaje literario porque no tenía nada que ver consu obra, poesía y prosa llenas de encanto. (...) Sin embar-go, como hubiera sido mucho peor tener que mudarme,

15 Henri Michaux. “La pesca de las agujas”, en: José A. Vidal (ed.). ObrasMaestras del Relato Breve. Buenos Aires: Océano, 2005, p. 229.

16 “Andersen fue a visitar a Dickens, y se quedó más de la cuenta”, en: ElPaís [en línea], 26 de Mayo de 2008. Disponible en: http://cultura.elpais.com/[Consulta: 24 de Junio de 2013.]

17 “Dickens y el molesto señor Andersen”, en: BBCMundo.com [en línea], 27de Mayo de 2008. Disponible en: http://news.bbc.co.uk/hi/spanish [Consulta:24 de Junio de 2013.]

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acepté el cuartucho que daba al fondo del pasillo, pa-gando menos alquiler, y me resigné a utilizar el suciofregadero como cuarto de baño.

Pursewarden podía permitirse recibir en su casa, ydos veces por semana el bullicio de los que bebían yreían en el departamento no me dejaba descansar.18

Ciertos modos de lo no familiar devienen impertinencia, la cualen algunos casos no puede quedar impune, pues vulneran lo que“naturalmente” se muestra como habitual –y sobre todo, como so-berano–. Andersen y Darley nos permiten parafrasear aquello queNietzsche, líneas atrás, ponía de manifiesto:

Lo que sabemos de los demás y lo mantenemos en lamemoria es más decisivo de lo que se cree para nuestrafelicidad. Un día cae sobre nosotros lo que no sabíamosde este o aquel – y reconocemos que es lo más poderoso.Se las arregla uno mejor con lo que se indaga del otroque con lo que se evidencia del otro.

Y el suicidio, como caso radical de lo anterior, es una impertinen-cia al ser un acto diametralmente contrario a la vida, al margen desus condicionamientos, y que en Darley (y en cualquiera de nosotros,diríamos) reafirma lo más íntimo: la constante actualidad del ser hu-mano que no opta por inducir su tránsito hacia lo definitivamentemuerto. El suicidio es un acto que violenta –que desnaturaliza– todapredisposición o predeterminación; es la indiferencia ante la asun-ción de un siempre renovado “para mañana” que a su vez se proyec-tamos de forma implícita en el otro, y en particular si hace partede nuestros afectos. De allí que el suicidio escape, por una parte, atoda posibilidad de indagación en verdad efectiva19, así como a toda

18 Justine, p. 55.19 “Es imposible ‘proyectar’ matarse. Ese aparente proyecto se dirige hacia

algo que nunca se alcanza, hacia un objetivo imposible, y ese final no puedeconsiderarse final.” (Maurice Blanchot. El espacio literario. Trad. Vicky Palanty Jorge Jinkis. Madrid: Editora Nacional, 2002, p. 91.)

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posibilidad en el otro por fuera de todo extrañamiento, de todo des-concierto. Pursewarden efectúa el acto por excelencia donde siemprequedará en los labios la sospecha.20 Y es en la reacción de Darleydonde podemos perfilar algunos aspectos de la impertinencia.

Los dos, Pursewarden y Darley, coincidían esporádicamente eneventos sociales. Poco antes del siniestro se topan en una callejue-la, y en medio de un diálogo mordaz caminan por Alejandría, paraterminar en el cuarto de hotel del escritor. Sin embargo, en la evoca-ción narrada en Justine parte de aquella conversación no representaninguna evidencia para nuestro narrador, o bien se halla por fuerade su recuerdo.21 Pero luego del siniestro el hombre insiste, inda-ga: “Aquel postrer encuentro, por ejemplo, en el horrible y lujosocuarto de hotel donde se instalaba cada vez que Pombal volvía desus vacaciones... No comprendí que el olor rancio y espeso de lahabitación era el de su inminente suicidio. ¿Cómo hubiera podidodarme cuenta?”22 Obstinación por hacer inteligible el acto de Purse-warden, recurriendo a una suerte de correlación que pretenda darleun sentido. Un acto que, veladamente, se niega a reconocer que hasido ajeno, indiferente, a todo cuanto pueda indagar, a todo cuantoconocía de él. Al recorrer los campos estériles que rodean su muerte,en el intento de neutralizar un acto que se le muestra como profun-damente asimétrico, Darley afirma:

20 Es en este sentido en que Epicuro afirma a Meneceo que la muerte no nosconcierne; es decir, es la consigna por no ocuparse de aquello que no nos es (ninos será) posible hacer familiar : “Acostúmbrate a considerar que la muerte noes nada en relación a nosotros. Porque todo bien y todo mal está en la sensación;ahora bien, la muerte es privación de sensación. (...). Así, el más terrorífico delos males, la muerte, no es nada en relación a nosotros, porque, cuando nosotrossomos, la muerte no está presente, y cuando la muerte está presente, nosotrosno somos más. Ella no está, pues, en relación ni con los vivos ni con los muertos,porque para unos no es, y los otros ya no son.” (Pablo Oyarzún R. “Epicuro:Carta a Meneceo”, en: Onomazein, 4, 1999, pp. 410-412.)

21 “Por desgracia, a pesar de mis obstinados esfuerzos, no recuerdo ca-si nada de nuestra conversación. El hecho de que fuera nuestra últimaentrevista le ha dado retrospectivamente una significación que sin dudano tuvo.” (Justine, p. 122.)

22 Íbid., p. 118.

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Sin embargo, la presencia de la muerte refresca siemprela experiencia, pues tal es su función: ayudarnos a refle-xionar sobre esa novedad que es el tiempo. Pero en esemomento ambos estábamos situados en puntos equidis-tantes de la muerte, o por lo menos así me lo imaginaba.Quizá florecía en él una tranquila premeditación; no im-porta. No sé. Nada tiene de misterioso que un artistaquiera terminar con una vida que ha agotado.23

Darley pretende establecer una equivalencia con Pursewarden;pero no concibe que el otro de veras haya conquistado su abismo,y por ello sólo le queda devaluarlo por lo que a su vida concierne.Las páginas de Justine abundan en detalles, pero no arrojan nadaconcluyente, nada que evidentemente ilumine aquel secreto. Ade-más, lo performático del acto dificulta aún más el establecimientode una correlación tentativa que permita huir del desconcierto de unmodo que comprometa en menor medida el propio decir. Pursewar-den ha muerto por mano propia devergonzadamente, irónicamente–lo cual constituye un plus de impertinencia–, como bien nos mues-tra Mountolive, quien le pregunta a Telford (ambos miembros delForeign Office) por Pursewarden:

—Vino a la oficina. Aunque no se había afeitado, pa-recía de muy buen humor. Hizo unos cuantos chistes.Pero me pidió una pastilla de cianuro. Usted las cono-ce. (...) Dijo que quería envenenar a un perro enfermo.Parecía bastante razonable, de modo que le di una. Esoes, probablemente, lo que usó, según el doctor Baltha-zar. Espero, señor, que usted no crea que yo, de ningúnmodo...24

Si bien ya Darley nos da algunas pistas sobre el fundamento desu propio desconcierto, demos paso a un escenario similar, pero en

23 Íbid., p. 123.24 Mountolive, p. 196. Las cursivas son nuestras.

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el cual la reacción es diferente. En Wakefield, relato de NathanielHawthorne, el contacto con el desconcierto se da a través de unahistoria particular, leída en alguna revista o periódico de hace yabastante tiempo:

El marido, bajo el pretexto de un viaje, dejó su casa,alquiló habitaciones en la calle siguiente y allí, sin quesupieran de él la esposa o los amigos y sin que hubierani sombra de razón para semejante autodestierro, viviódurante más de veinte años. En el transcurso de estetiempo todos los días contempló la casa y con frecuenciaatisbó a la desamparada esposa. Y después de tan largoparéntesis en su felicidad matrimonial (...) una nocheél entró tranquilamente por la puerta, como si hubieraestado afuera sólo durante el día, y fue un amante esposohasta la muerte.25

El narrador no puede ser indiferente a lo ocurrido26, y a partirde ello propone un escenario para el hombre que, en el titubeo dela acción, del posible regreso a casa, de la oscilante percepción desu disparate, se la pasa más de veinte años... La historia concluyeconstatando, con un mayor grado de generalidad, eso mismo queoptamos por dejar por fuera del pensamiento; eso que precisamentedejamos “para mañana”, pues ya hemos naturalizado:

En la aparente confusión de nuestro mundo misteriosolos individuos se ajustan con tanta perfección a un sis-tema, y los sistemas unos a otros y a un todo, que consólo dar un paso a un lado cualquier hombre se expone

25 Nathaniel Hawthorne. “Wakefield”, en: El holocausto del mundo. Trad.Carlos J. Restrepo. Bogotá: Editorial Norma, 1990, pp. 37-38.

26 “[El acto], aunque manifiesta una absoluta originalidad sin precedentes yes probable que jamás se repita, es de esos que despiertan las simpatías del géne-ro humano. Cada uno de nosotros sabe que, por su propia cuenta, no cometeríasemejante locura; y, sin embargo, intuye que cualquier otro podría hacerlo.”(Íbid., p. 38.)

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al pavoroso riesgo de perder para siempre su lugar. Co-mo Wakefield, se puede convertir, por así decirlo, en elParia del Universo.27

Vemos que en Wakefield y en Justine sus narradores no dejanimpune el desconcierto ante la impertinencia. Sin embargo, en lo quedifieren uno de otro es en el ímpetu por comprender : en Wakefield,a diferencia de Justine, lo no familiar, sus posibilidades radicales,tiene cabida en los límites de una existencia. Quien conjetura acercade Wakefield nos recuerda lo que implica ver para Nietzsche:

Aprender a ver – habituar el ojo a la calma, a la pa-ciencia, a dejar-que-las-cosas-se-nos-acerquen; aprendera aplazar el juicio, a rodear y abarcar el caso particulardesde todos los lados. Ésta es la primera enseñanza (...):no reaccionar enseguida a un estímulo, sino controlar losinstintos que ponen obstáculos, que aíslan. Aprender aver, tal como yo entiendo esto, es ya casi lo que al modoafilosófico de hablar denomina voluntad fuerte: lo esen-cial en esto es, precisamente, el poder no «querer», elpoder diferir la decisión.28

Este impulso, que es en verdad detención, capacidad de rumiarlos acontecimientos, tomará forma en la vociferancia característicade Pursewarden, al interpelar a Darley en Mis conversaciones con elHermano Asno29: “Hermano Asno, ¡reconciliémonos con el mundode avaros apáticos que leen para verificar, no sus intuiciones, sino susprejuicios!”30 Un aprender que es bastante deseable, pero hay que

27 Íbid., p. 50.28 Friedrich Nietzsche. Crepúsculo de los ídolos. Trad. Andrés Sánchez Pas-

cual. Madrid: Alianza, 2009, p. 89.29 Este texto es un extracto de las notas encontradas a Pursewarden luego

de su muerte, en donde éste conversa con Darley, apodándolo “Hermano Asno”,y en donde le dice muchas cosas de las que en vida nunca pudo hablar con él.Darley no logró conocer estas notas, ya que luego de ciertos eventos se replegóhacia la isla en donde ha escrito Justine y Balthazar.

30 Clea, p. 142.

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admitir que no es sostenible durante toda una vida. De lo contrario,no podría hablarse de impertinencia.

Ya en todo lo anterior se perfila la respuesta de Darley a su propiodesconcierto: la intención de encontrar una causa a la muerte dePursewarden es relevada, casi instantáneamente, por esas palabrasque hablan más del narrador que de quien ha muerto. Palabras cuyocombustible es tan viejo como la humanidad misma... Es la envidia,que da tanto de qué hablar sobre aquello que menos se conoce. Sienfilamos la envidia y los rasgos significativos de los episodios reciéndescritos –a saber: indiferencia del otro, molestia, extrañamiento,fastidio... pero también humor, burla, broma...–, estos convergen enque la impertinencia vulnera todo aquello que implica la presenciade aquello que ha sido objeto de impertinencia, con los atributosque por concenso o por derecho se asume que le corresponden. Deaquí un acercamiento con un mayor carácter de generalidad:

La impertinencia pone en entredicho aquello que confi-gura la presencia de quien ha sido objeto de ella.

Y a propósito de la longevidad de la envidia, detengámonos en elprimer hombre. En los Extractos del diario de Adán, el joven ya selamenta ante la presencia de ese otro (Eva) que le incomoda, reciénllegado al mundo: “¡Con lo bien y tranquilo que estaba yo aquí!”31 Laenvidia, tal como ocurre con Darley, surge también de una asimetríadada por el hecho de que al “animal nuevo” le da por poner nombrea las cosas:

Martes.—Estuve contemplando la catarata grande. Paramí, es lo mejor que hay en esta finca. El animal nuevo lallama Cataratas del Niágara. No se me alcanza el por-qué. Dice que da la impresión de ser las Cataratas delNiágara. Esto no es una razón, sino simple capricho ytontería. Yo no tengo oportunidad de poner nombre a

31 Mark Twain. “Extractos del diario de Adán”, en: Obras completas. Trad.Amando Lázaro Ros. Madrid: Aguilar, 1953, Tomo II, p. 1480.

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ninguna cosa. Sin darme tiempo de protestar, el animalnuevo va poniendo nombre a cuanto se alza ante noso-tros. Y siempre alega idéntica excusa, que da la impre-sión de que fuera eso (...) .32

La arbitrariedad de las ocurrencias de ese otro va ejerciendo enAdán una fuerza, una atracción que se niega a admitir, pese a la“indiferencia”33 que ese otro despliega hacia él:

Lunes.—El animal nuevo dice que su nombre es Eva.Me parece bien y nada tengo que objetar. Dice que lollame por ese nombre cuando quiero que venga a dondeyo estoy. Le digo que, si era para eso, estaba de más.Es evidente que con esto salí ganando en su respeto; laverdad es que se trata de un nombre amplio, que estábien, y que se presta a repetirlo. Dice que no debo usarla palabra él, sino la de ella, cuando hablo de su persona.Sobre eso habría que hablar probablemente mucho; a míme es igual; me tendría sin cuidado lo que a ella se refiere,si se las arreglase para vivir ella sola, y si no hablase.34

La molestia de Adán por Eva nace de una autonomía por partede ella que le devalúa, y en la cual se percibe una, por lo demásaparente, no-consideración de su presencia. Por ende, gobernadopor los prejuicios, Adán siempre optará por aquella interpretación

32 Íbid., p. 1479.33 La “indiferencia” de Eva es tal, entre comillas, si nos remitimos a su dia-

rio: “Lunes.—Esta mañana le dije mi nombre, calculando que le interesaría. Perono le dió importancia alguna. Es extraño. Si él me dijese el suyo, le daría yoimportancia. Creo que sonaría en mis oídos más agradablemente que cualquiersonido. (...) Él habla muy poco. Quizá porque su inteligencia no es brillante seduele de ello y desea ocultarlo. Es una pena semejante actitud, porque la inte-ligencia no significa nada; es en el corazón donde están los valores. Yo quisierahacerle comprender que un corazón amante equivale a una riqueza, a una granriqueza, y que el entendimiento sin corazón es pobreza.” (Mark Twain. “El diariode Eva”, Op. cit., p. 1492.)

34 Mark Twain. “Extractos del diario de Adán”, Op. cit., p. 1480.

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que compromete su propio orgullo. Y del mismo modo que en elpiropo morboso la creatividad nace de la capacidad e intención dehacer estragos en el otro, en el suicidio de Pursewarden es el estragoel que eleva a las alturas la imaginación y la especulación en Darleypara contestar a lo que se reconoce como íntimamente incontestable.En este estado de nuestro diálogo, miremos un registro más extenso ydedicado de Darley respecto a lo que en él desata una impertinencia:

He aquí alguien que al cultivar su talento ha descui-dado su sensibilidad, no por accidente sino a propósi-to, sabedor de que su auténtica expresión lo habría lleva-do a chocar con el mundo (...) Y ahora su carrera ha lle-gado a una etapa interesante: las mujeres hermosas, quesu timidez de provinciano había considerado siempre fue-ra de su alcance, están encantadas de mostrarse en sucompañía. En su presencia adoptan un aire de musasun poco locas, enfermas de constipación. (...) Al princi-pio todo esto debe de haber sido como un bálsamo parala vanidad de un solitario, pero al final sólo contribuye aaumentar su sentimiento de inseguridad. (...) No lo vental cual es... y sin embargo toda su obra tenía por objetoatraer la atención sobre esa figura dolorosa y solitariaque él imaginaba ser. Su nombre lo ha cubierto comouna lápida.Y aquí el terrible pensamiento: ¿No será queya no hay nadie a quien ver? ¿Quién es él, después detodo?35

No en vano, con el fin de dar una justificación a sus réplicas, yconsciente de que ha comprometido el orgullo, Darley afirma: “Nome siento demasiado orgulloso de estas reflexiones, pues traicionanla envidia del fracasado por los que triunfan; sólo que a veces el des-pecho es tan lúcido como la caridad.”36 Y es aquí donde se perfila

35 Justine, pp. 118-119.36 Íbid., p. 119.

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uno de los rasgos de gran parte de lo que se presenta como imper-tinencia en lo cotidiano: es impertinente aquello que no responde anuestras finalidades más apremiantes.37 Y Darley replica una vezmás:

De todas mis cualidades [Pursewarden] sólo envidiabala capacidad de responder afectuosamente a un cariñocuyo valor reconocía e incluso deseaba38, pero del cual loaislaría eternamente la barrera de repulsión que sentíahacia sí mismo. Y he de decir que esto constituyó ungolpe para mi orgullo, porque me hubiera gustado queadmirara, si no la obra que he realizado, por lo menoslas promesas de lo que todavía me queda por hacer. ¡Quéestúpidos y limitados somos! Un poco de vanidad sobredos piernas...39

Es aquí donde experimentamos una impotencia pariente de ladel aduanero: la de ser espectadores de cómo nuestras pasiones son,en mayor o menor medida, el filtro de nuestras experiencias. Y eséste un aspecto que se resiste a ser completamente indomesticable,por lo cual la impertinencia siempre tendrá a su disposición aquel“caldo de cultivo” que, sin embargo, hace al hombre un hombre. YNietzsche ha entendido cómo el hombre, lector que lee en sí mismo,verá el mundo:

El ser humano, como genio constructor, se eleva de ta-les modos muy por encima de la abeja: ésta construye

37 Es preciso aclarar que estas finalidades no pueden entenderse como algoenteramente conocido y enumerable. De hecho, la impertinencia es el espacio,precisamente, para conocer dichas finalidades. En los capítulos 3 y 4 se harádetalle de este asunto.

38 Darley mantenía una relación con Melissa, una bailarina de cabaret yeventual prostituta –a quien engañaba con Justine–, con quien posteriormentePursewarden tendría un encuentro sexual de gran significación, previo a susuicidio.

39 Íbid., p. 120.

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con cera que recoge de la naturaleza, él con la materiamucho más fina de los conceptos que primero tiene quefabricar de sí mismo Es aquí muy de admirar; si bien,de ningún modo por su impulso hacia la verdad, hacia elconocimeinto puro de las cosas. (...) Si doy la definiciónde mamífero y luego, después de examinar a un camello,digo: “Fíjate, un mamífero”, no cabe duda de que con ellose ha traído a la luz una verdad, pero es de valor limita-do, quiero decir que es antropomórfica de pies a cabeza yno contiene ni un solo punto que sea “verdadero en sí”40

Nietzsche ha puesto de manifiesto que nuestra condición antro-pomórfica de ver el mundo no es garantía de verdad. Y es este unode los aspectos que reafirma nuestra propia inestabilidad, o bien lasdiscontinuidades cotidianas que podemos acuñar como impertinen-cias. Y es en este punto donde el epígrafe de Kafka cobra sentidoy valor, pues la impertinencia puede entenderse como una de lasformas en las que, como árboles, fuertemente afianzados en la nieve,nos deslizamos.

En la siguiente sección vemos cómo de los elementos extraídos po-demos acotar el espectro de la impertinencia. Para ello acudiremos aesta pregunta: ¿de qué se habla cuando se habla de impertinencia?

\

Hablar de impertinencia es hablar de una relación. Y hasta ahorase ha privilegiado a quien ha sido objeto de ella. Sin embargo, nose ha dicho nada del impertinente. Para ello, valga entonces unapregunta: ¿Por qué se puede afirmar que alguien es o ha sido im-pertinente? Pregunta que nos conduce a la identificación de unaimpertinencia. De aquí surge una pregunta mejor encaminada: ¿qué

40 Friedrich Nietzsche. “Sobre verdad y mentira en sentido extramoral”(Trad. Joan. B. Llinares), en: Nietzsche. Madrid: Gredos, 2009, Vol. 1, p. 195.

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es aquello que debe legitimar quien identifique una impertinencia?La respuesta más directa es que son sus efectos en un otro. Y anadie le cuesta admitir que sentir envidia es un caso de impertinen-cia, diríase, incontrovertible. Sin embargo, para dar respuesta a loanterior dirijámonos a un episodio un tanto peculiar.

En el estilo de vida promovido por Antístenes y Diógenes se des-tacan la extrema despreocupación y la amonía con la naturaleza,rasgos compartidos con el perro y su singular modo de estar en elmundo. Sin embargo, un perro mítico conocido como “El perro delHortelano” es sin duda una excepción, ya que este es uno de esos“que no come ni deja comer.”41 La leyenda cuenta que este perro,siendo guardián de un hortelano al que un buey acude para saciar suapetito –un apetito que sacia con su huerto–, se muestra reticentea que el buey tome lo que necesita, sin descontar el hecho de quelos perros suelen ser vegetarianos. Luego de algunos ires y veniresque aumentan la tensión en ambas partes, el buey finalmente lo in-crepa, antes de adoptar una postura más severa, que hará retirar alinoportuno del lugar:

—Perro —declaró, con su tono más grave—. No tecomprendo muy bien. Si quieres mi cena, estoy dispuestoa compartirla contigo. Pero a los perros no les gusta elheno y tú ni lo comes ni me dejas comerlo. Todo ser queimpide que los demás tomen lo que él mismo no puededisfrutar, es un bribón y un ente molesto. Además, meestoy sintiendo fastidiado —agregó el buey, con tono másserio aún—. ¡De veras!42

¿Qué podemos ver en ambos personajes? Por una parte, no sediscute que el perro es impertinente con el buey, al no respondera las finalidades de éste. Por otra parte, no cabe duda de que el

41 “El perro del hortelano”, en: Mitos y leyendas. El sitio web de la mitologíay leyendas [en línea]. Disponible en: http://mitosyleyendascr.com/ [Consulta:28 de octubre de 2013.].

42 Íbid.

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buey representa una impertinencia para el perro. Sin embargo, noes posible identificar a qué se debe la reticencia del perro –o bien,qué representa el buey o el huerto para él–. De aquí que haya unagran asimetría en el hecho de nombrar como impertinencia aquelloque ocurre en el burro respecto a lo que ocurre en el perro. Puespara el perro todo se podría presentar como impertinencia: es decir,podría ser cualquier buey o cualquier huerto el que se encontrara ensu lugar. Y cuando todo es impertinencia, nada lo es. Es por elloque desde su estructura narrativa el mito es rico en posibilidades,pues hace referencia a un mecanismo particular de la envidia, queconsiste menos en ser vulnerado por las cualidades o la fortuna deotro que en un modo de estar en el mundo que gira en torno a unano valoración de lo presente en pos de algo que siempre se muestradesplazado –cualidad que lo hace deseable.43

De lo anterior se puede afirmar que para hablar de impertinenciael quid de la cuestión no se halla en sus efectos, así sea un motivofundamental e insoslayable. Es decir, lo desconcertante, lo moles-to, lo incómodo, son lugares frecuentes de la impertinencia, perotambién responden a asuntos de los cuales no se puede asumir queson producto, necesariamente, de una fuerza desestructurante. Elsiguiente ejemplo puede ilustrar esta cuestión:

Si la cólera es una pasión sin objeto (...) no es posibleoponerse a ella. Quienes han tenido la suerte de asistir

43 “Y es la lejanía en que se encuentra el bien del prójimo la que tienepor efecto hacerlo deseable y explica el mecanismo de los celos, como bien lomuestra el apólogo del perro del jardinero que da título a una obra de Lope deVega, El perro del hortelano. Este perro del jardinero –que no quiere «comerni dejar comer»– desdeña los alimentos que se le ofrecen y sólo presta atencióna aquéllos que se encuentran en el cuenco del perro de al lado. Los dos cebosson no obstante perfectamente semejantes. Pero el del vecino tiene la únicay decisiva particularidad, con respecto al que está bajo las narices del perrodel jardinero, de estar un poco menos cerca, un poco menos inmediatamenteexistente. No hace falta más para suscitar la envidia, que traduce menos el deseodel bien ajeno que un disgusto por todo bien a partir del momento en que esposeído, menos un oscuro instinto de apropiación que una indiferencia respectoa la propiedad misma.” (Clément Rosset. Principios de sabiduría y locura. Trad.Santiago E. Espinosa. Barcelona: Marbot, 2008, pp. 110-111.)

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en la Sorbona a las clases de filosofía de G. Canguilhemrecordarán sin duda esa permanente cólera del orador,profunda e impenetrable, de la que nadie supo jamás sunaturaleza, ni su razón, ni a qué obedecía, ni nada.44

En una relación que deviene impertinencia vemos que el imper-tinente en ocasiones nada tiene qué decir. Y la razón es que si bienhay impertinencia no se evidencia impertinente como garante (au-tor) de impertinencia. No obstante, ¿qué es hablar de impertinenciasi no es hablar propiamente de sus efectos? Aquí es donde entranlos singulares de la literatura. En El hombre de Solano, Francis BretHarte nos muestra un rasgo que “por definición” podríamos asociarcon un impertinente: la ironía. Oriundo del condado de Solano (Ca-lifornia), un hombre ha llegado a Nueva York a probar suerte enalgunos negocios. Al identificar en el teatro a una mujer conocida,y en su intención de ir a saludarla, un contertulio lo interpela de unmodo muy elocuente:

—Mi estimado caballero —intervino el brillante y en-cantador Dashboard—, si su titubeo surge de alguna du-da acerca de la corrección de su traje, le ruego que laaleje de su mente de inmediato. La tiranía de la costum-bre, es verdad, obliga a su amigo y a mí a vestir de unmodo especial, pero le aseguro que nada podría ser máselegante que la manera en que el verde oliva de su sacose combina con el delicado amarillo de su corbatín, o laforma en que el gris perla de sus pantalones armonizacon el azul claro de su chaleco, y añade brillantez a lamaciza cadena de reloj de oro francés que reluce en suvestimenta.45

44 Clément Rosset. Lo real. Tratado de la idiotez. Trad. Rafael del Hierro.Valencia: Pre-Textos, 2004, p. 47.

45 Francis Bret Harte. “El hombre de Solano”, en: Maximiliano Tomas(comp.). Cuentos breves para leer en el bus. Trad. Luz Freire. Bogotá: Norma,2008, pp. 58-59.

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Un hombre que resalta por su curiosa forma de vestir, lo cual esexplotado por Dashboard con el fin de devaluarlo. Pero el sarcarsmotendrá a la ironía como réplica, y el narrador no puede ofrecer másque su propio desconcierto:

Para mi sorpresa, el Hombre de Solano no le pegóuna trompada a mi amigo. Miró al irónico Dashboardcon gran serenidad, y le dijo, tranquilamente:

—Supongo entonces que no tendrá ningún inconve-niente en llevarme hasta allá.46

Una vez el Hombre de Solano logra saludar a la mujer, Dashboardinsiste de nuevo... Pero nadie, dígase de nuevo, sobrevive a su propiadiplomacia. Y que lo diga la señorita X:

—Por cierto—interrumpió el ocurrenteDashboard—,la señorita X irá mañana por la noche a un gran bailede caridad. El precio de la entrada es una suma insig-nificante para un rico californiano y para un hombre defortuna, como obviamente es usted, y además se trata deuna buena obra. Usted podrá, sin duda, conseguir confacilidad una invitación.

En ese instante, la señorita X clavó sus lindos ojos enDashboard.

—Por supuesto —dijo ella, dirigiéndose al Hombre deSolano—, y ya que el señor Dashboard es uno de los or-ganizadores y usted, un forastero, le enviará, sin duda,una entrada de cortesía. Conozco al señor Dashboard losuficiente como para saber que es en extremo amable conlos forasteros, y además un perfecto caballero.47

El cuento de Bret Harte se extiende en ocurrencias similares, endonde el Hombre de Solano, acudiendo a una inusitada sobriedad en

46 Íbid., p. 59.47 Íbid., p. 60.

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asuntos humanos –en suma, una desconcertante amoralidad–, tomadecisiones insospechadas, y termina haciéndose rico de un mododesconcertante para quienes constantemente se burlan de él. ¿Quéllama nuestra atención del Hombre de Solano?

Si nos remitimos a lo indiscernible de las reacciones del califor-niano, considerar los efectos como indicador de impertinencia nosería de utilidad, pues en él no hay registro alguno de contrariedad,incluso bajo hechos que no responden a sus propias finalidades. Sinembargo, la historia narrada no deja de emanar cierto hálito deimpertinencia, y es porque... es evidente que ¡Dashboard pugna de-liberadamente por ser impertinente!

La voluntad en Dashboard de ser el garante por mano propia deuna impertinencia, si bien es finalmente malograda, es por otra partepuesta en evidencia por el narrador. ¿Por qué se le debería pegaruna trompada a un hombre que, “de veras”, no hace más que elogiarsu atuendo? Porque aquí el narrador ocupa el lugar del Hombre deSolano. Y no lo puede ocupar más que desde su propia óptica yfinalidades, las cuales son proyectadas en un otro. Es la lectura en símismo del narrador la que proporciona una experiencia de asombroante semejante personaje que en su ridiculez terminará desfalcando asus conocidos con la mayor desfachatez. Lo insultante del actuar delHombre de Solano proviene de una ingenuidad que siempre levantaentre sus cercanos una connotación que no es posible determinarconcluyentemente.

Por lo anterior, si bien en la exposición acerca de la envidia yase albergaba una cierta desconfianza por los efectos como criteriopara hablar de impertinencia, con El Hombre de Solano se consta-ta el hecho de que los efectos no son una condición ni suficiente,ni siquiera necesaria, para hablar de impertinencia en un sentidomás general. Claro está que dichos efectos dan a la impertinenciasu carácter particular, y que constituyen su cadencia en múltiplesregistros, tanto por parte de quien detenta la impertinencia comoquien ha sido objeto de ella.

La vida está plagada de impertinencias... Pero hay algunas, mu-

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chas de ellas, que bien se presentan pero no nos conciernen, o bienno han de lograr un espesor suficiente para identificarla como tal.Así ocurre con uno de los muchos casos de Pursewarden: en sus múl-tiples encuentros con Justine –aquella relación furtiva que le daríatantos dolores de cabeza–, su mordacidad no tiene concesiones. DiceBalthazar:

Y Pursewarden le demostró que era ridícula con unaserie de bromas tan desarmantes y conmovedoras queJustine se sorprendió riendo con un alivio que parecíacasi pecaminoso. (...) Despertaba en Justine una curio-sidad apasionada que hasta entonces no había conocido.Y además, ¡qué cosas decía! —Por supuesto, he leídoMoeurs48 y te he reconocido cien veces en el principalpersonaje trágico. Está muy bien, es la obra de un lettrénato, desde luego, y despide un elegante olor a soba-co y eau de javel. Pero seguramente todo eso halaga tuvanidad, ¿no? Tienes la impertinencia de imponértenoscomo problema... ¿quizá porque no puedes ofrecer otracosa?49

Las reacciones de Justine, pese a que no están inscritas en lomolesto (al menos no todas), no devienen necesariamente imper-tinencia, o bien nos permite reconocer que las reacciones ante laimpertinencia no están garantizadas de antemano, tal como ocurreen este ejemplo que podríamos acuñar como de humor negro, y entantos otros donde soltamos una carcajada inoportuna. Lo anteriorhace necesaria una pregunta más: ¿cómo conciliar los escenarios entérminos de identificación de una impertinencia, a sabiendas de quesus efectos son variados, y en ocasiones opuestos? La respuesta es

48 Moeurs es un libro escrito por Jacob Arnauti, quien fuera un antiguo es-poso de Justine. En este libro Darley encontrará un terreno rico en posibilidadespara encontrar múltiples correspondencias con su sentir, las cuales gravitaránsobre él a propósito de su relación. La gran mayoría de las referencias a Moeursse encuentran en Justine.

49 Balthazar, pp. 115-116.

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que en ambos casos se evidencia, precisamente, una desconsideraciónde la presencia del otro, al margen de que dicha desconsideracióndesemboque en una afección asociada con lo molesto, o lo risible.Esto nos permite plantear una definición preliminar de impertinen-cia:

La impertinencia es la puesta en escenade una desconsideración.

Entiéndase aquí la palabra desconsideración en su sentido máselemental de no-consideración, y no exclusivamente como los adje-tivos asociados a alguien de quien se dice es “desconsiderado”. Y lanecedad propia de la envidia, que en ocasiones busca por doquieraquella instancia que “detenta” la impertinencia, nos indica que laimpertinencia, en lo fundamental, es más una emergencia de lo des-considerado.

En el siguiente capítulo veremos algunos de los lugares que hacenpropicia esta emergencia.

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2.

Alquimia de lo inoportuno(Impertinencia: tres lugares propicios.)

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Esta vida es un hospital en que cada enfermo está poseídopor el deseo de cambiar de cama. Éste querría sufrir delantede la estufa, y aquel otro cree que sanará junto a la ventana.

Charles BaudelaireSpleen de Paris

—¡Este chino no se va a callar nunca...! ¡parece que supieraa dónde llegó! ¡Pobrecito!

Álvaro Salom BecerraDon Simeón Torrente ha dejado de... deber

Referirnos a los lugares de la impertinencia es referirnos a suscondiciones de posibilidad; condiciones que no pueden ser agotadas,si reconocemos que lo de impertinencia depende... En este capítuloharemos un breve excurso por algunos de estos lugares, al recono-cerlos como significativos. Partamos pues de lo siguiente: un hombrelleva catorce años trabajando sin cometer errores, responediendo ados preguntas:

La primera:—¿Dónde están las oficinas de Montex?—Primera planta, a la izquierda.La segunda:—¿Dónde puedo encontrar el Centro de Reelabora-

ción de Material de Desechos, «Trastos Viejos»?A esta segunda pregunta él responde:—Segunda planta, segunda puerta, a la derecha.1

1 István Örkény. “Información” (Trad. No disp.), en: José A. Vidal (ed.).Op. cit., p. 498.

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Curiosamente, sucede que un día –que, como se verá, nos cuestaafirmar como un día “cualquiera”– llega una señora:

—Podría decirme, por favor, ¿dónde está la oficina deMontex?

Entonces él, excepcionalmente, fijó los ojos en un pun-to lejano y dijo:

—Todos venimos de la nada y volvemos a la puñeteranada.

La señora presentó una reclamación. La reclamaciónfue atendida, examinada y, al final, sobreseída.

En realidad, la cosa no era para tanto.2

Lo desconcertante de esta narración es la reacción del hombreluego de catorce años de un trabajo de singular monotonía... Hacercomprensible la réplica a la señora es enfrentarnos a un personajebrumoso, de mirada lejana, periférica de cuanto quepa imaginar. Yla estructura del texto de Örkény acrecienta la bruma, al enumerarpuntual y sin mayor detalle una serie de hechos que, como imágenes,frustran la intentanción de conocer a nuestro personaje. ¿Cómo en-trar en comunión con nuestro empleado, de quien no sabemos másque silencio?

Para ello acudamos a Balthazar, quien afirmaba conocer a Pur-sewarden, en un tono tranquilo pero no desprovisto de suficiencia(“Admito que yo lo consideraba un gran hombre y que lo conocíabien, aunque no haya leído hasta ahora ninguno de sus libros, nisiquiera la última trilogía que dio tanto que hablar, aunque en so-ciedad afirmo haberlo hecho. Los he hojeado por partes. Creo que nonecesito leer más.”3). Y es allí donde vendrán sus dolores de cabeza,al hallarlo en aquel cuarto de hotel:

[El corazón de Pursewarden] Estaba tan silencioso comola Gran Pirámide. Me dio fastidio: era evidente que había

2 Íbid.3 Balthazar, p. 107.

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recurrido a algún asqueroso preparado a base de cianuro—que goza de gran predicamento, dicho sea de paso,entre las gentes de su Servicio Secreto—. Estaba tanexasperado que le di una bofetada; ¡hacía mucho que lamerecía!4

Exasperación ante la evidencia de que Pursewarden no era quienBalthazar pensaba; sorpresa ante la contundencia de lo ocurrido,pese a reconocer en él rasgos en los cuales podría establecer la po-sibilidad, tal como afirma en su reflexión sobre Pursewarden en elcomentario a Justine:

He escrito algunas notas sobre él no para contradecirlo austed, hombre lleno de sabiduría, sino simplemente paraque pueda comparar dos imágenes diferentes. (...) No ha-bía hipocondría en él y su aparente cansancio del mundono era fingido; sus crueldades verbales eran el resulta-do de una simplicidad absoluta y de un conocimiento delmal no siempre agradable.5

El suicidio como impertinencia tiene un sabor particular en Balt-hazar, ya que su conocimiento acerca de Pursewarden se muestracomo ponderado, a diferencia de la lectura del suicidio que realizaDarley en Justine. Dos visiones sobre lo acontecido marcadas porel asombro. Es aquí donde Pursewarden y el personaje de Örkenyestán emparentados en el silencio; y la pregunta recién planteadapuede extenderse: ¿qué se conoce de otro?, o mejor, ¿qué implica unesfuerzo por conocer a un otro? Responder a esta pregunta impli-ca recordar que la sociabilidad es una condición ineludible en la quedebemos incribirnos. Para ello retomemos las palabras de Nietzsche:

En la medida en que el individuo quiera conservarse fren-te a otros individuos tendría que utilizar el intelecto, en

4 Íbid., p. 150.5 Íbid., p. 107.

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un estado natural de las cosas, casi siempre sólo para laficción: pero, ya que el ser humano quiere existir, a la vezpor necesidad y por aburrimiento, de una forma socialy gregaria, necesita un tratado de paz (...). Este tratadode paz, sin embargo, conlleva algo que tiene aspecto deser el primer paso en la consecución de ese enigmáticoimpulso hacia la verdad. Porque en ese momento se fijalo que desde entonces debe ser «verdad», esto es, se in-venta una designación de las cosas uniformemente váliday obligatoria (...).6

En este contrato, la verdad es una suerte de concertación queva cobrando con el tiempo un hálito más grávido de naturalidad.Así lo expresa con mordacidad del filósofo de Sils María: “Uno essiempre injusto: pero con dos comienza la verdad. Uno no puededemostrarse a sí mismo: pero a dos ya no les puede refutar.”7 Y lanoción de causalidad contribuye a dar eficacia a este contrato, puesconsiderar todo lo posible en cada segundo no conduce más que alextravío. La causalidad es entonces una excusa para congelar aquelloque se conoce del otro, ya que de lo contrario el pensar y el sentirse verían comprometidos constantemente. En este sentido, quienespretendemos de vivir en sociedad no nos diferenciamos mucho deaquellos filósofos que tanto critica Nietzsche:

¿Me pregunta usted qué cosas son idiosincracia en losfilósofos?... Por ejemplo, su falta de sentido histórico,su odio a la noción misma de devenir, su egipticismo.Los fiósofos creen otorgar un honor a una cosa cuandola deshistorizan, sub specie aeterni [desde la perspectivade lo eterno], – cuando hacen de ella una momia. (...).La muerte, el cambio la vejez, así como la procreacióny el crecimiento son para ellos objeciones, – incluso re-futaciones. Lo que es no deviene; lo que deviene no es...

6 Friedrich Nietzsche. “Sobre verdad y mentira...”. Op. cit., p. 191.7 Friedrich Nietzsche. La ciencia jovial “La gaya scienza”. Op. cit., p. 154.

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Ahora bien, todos ellos creen, incluso con desesperación,en lo que es. Mas como no pueden apoderarse de ello,buscan razones de por qué se les retiene.8

La causalidad es una de las formas en la que se oculta el devenirinexcrutable de la existencia. Y en Balthazar la impertinencia surgecomo imposibilidad de sus propias capacidades para rendir cuentacausalmente de la muerte de su amigo, y de este modo reafirmarque lo conoce. El suicidio es un acto que se precipita en el silenciode toda interpretación, al intentar sustraer de allí todas las marcasque se reconocen como propias. Si de lo anterior toda interpretaciónes en lo fundamental un error (donde la moral no sería más que uncaso particular9), lo que puede decirse del mundo es precisamentenada: un silencio incómodo, paralizante, ensordecedor, indiferente acorrespondencia alguna, al margen de su aparente eficacia.

El silencio del mundo es probablemente la fuente prin-cipal de angustia frente a lo dado del cual derivan lasconstrucciones morales, y no hay ninguna interpretaciónintelectual cuya necesidad más apremiante, aunque confrecuencia ocultada, no sea reanimar, sonorizar ese opre-sivo y universal silencio. Porque el silencio es el fun-damento universal de todas las cosas, el signo últimoque nos dirige lo real antes de abandonarnos justamen-te cuando lo hemos alcanzado, lo que queda del mundocuando todo se ha vaciado, eso que precede a todo y delo cual todo procede10

Motivo por el cual, se diría, el mundo se encarga de recordar enocasiones la “letra menuda” –la que nunca se lee– de aquel tratado

8 Friedrich Nietzsche. Crepúsculo de los ídolos. Op. cit., p. 51.9 “La moral es únicamente una interpretación (...) de ciertos fenómenos,

dicho de manera más precisa, una interpretación equivocada (...) .” (Íbid., p. 77.)10 Clément Rosset. El mundo y sus remedios. Trad. Margarita Martínez.

Buenos Aires: El cuenco de plata, 2012, p. 59.

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de paz, la cual indica una condición primigenia: la de ser, en lofundamental, extranjeros. Finalmente, el desconcierto de Balthazardesemboca en su respuesta a Darley:

Su suicidio en especial sigue siendo para mí un caprichoextraordinario e inexplicable. No consigo creer del todoen las coacciones y violencias que pueden haber pesadosobre él. Pero supongo que sólo conocemos las aguas su-perficiales de la personalidad ajena y somos incapaces dever en profundidad. Yo diría, sin embargo, que entre esegesto y su carácter había un desacuerdo sorprendente.11

Sin embargo, apoyados en la noción de causalidad podemos decirque el silencio de Balthazar es precedido por un desconcierto que nopuede omitirse en cuanto al suicidio de su amigo. Y en efecto, estaréplica puede verse en un apacible juego de ajedrez con Mountolive:

—Me fastidia este suicidio. Creo que en cierto modoyo no había visto el “quid” de la cuestión. Me parece queha sido una manera de expresar desprecio por el mundo,desprecio por la conducta del mundo.

Mountolive levantó rápidamente la vista.—No, no. Un conflicto entre el deber y el afecto —y

añadió prontamente—: Pero no te puedo contar mucho.Cuando venga su hermana, quizás ella te dirá más, sipuede.12

Callaron. Balthazar suspiró.—Verdad desnuda y sinvergüenza —contestó—. Una

11 Balthazar, pp. 140-141.12 El conflicto entre el deber y el afecto del que habla Mountolive hace re-

ferencia a la imposibilidad de Pursewarden de consumar su amor con Liza, suhermana y amante durante varios años, debido al peso de las múltiples coaccio-nes sociales y morales que el incesto implica.

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espléndida frase. Pero siempre la vemos como parece, nocomo es. Cada hombre tiene su interpretación.13

La incomodidad de Balthazar se halla en constatar lo desnudodel acto de Pursewarden. Experiencia que podemos acuñar comodesencuentro entre una forma de aprehensión del mundo y lo queen la existencia es indiferente a ello.

Esto nos permite hablar de un primer lugar propicio para la im-pertinencia: el estar en un mundo indiferente a toda explicación quese pretenda dar de él. Esto hace que cualquier forma de auxilio –yla causalidad no es más que un ejemplo–, o bien no sea enteramen-te satisfactoria, o bien termine coincidendo, en un caso ideal, conel mundo mismo. El cuento de Jorge Luis Borges, Del rigor en laciencia, ilustra lo anterior. La extrema precisión del mapa de unaprovincia, y luego del imperio, coincidía con la provincia y con elimperio reales.14 Esfuerzo insostenible e inútil, si recordamos que“las Generaciones Siguientes entendieron que ese dilatado Mapa eraInútil y no sin Impiedad lo entregaron a las Inclemencias del Sol ylos Inviernos.”15

Y el depende de la impertinencia proviene a su vez del depende delas formas en que damos forma al mundo, recordando que éste tam-bién nos forma. Este primer lugar de la impertinencia nos permiteun acercamiento más a la cuestión:

13 Mountolive, p. 252. Esta contrariedad encuentra correspondencia, preci-samente, con lo dicho alguna vez por Pursewarden: “Nuestra visión de la realidadestá condicionada por nuestra posición en el espacio y en el tiempo, no por nues-tra personalidad, como nos complacemos en creer. Por eso toda interpretaciónde la realidad se funda en una posición única. Dos pasos al este o al oeste, ytodo el cuadro cambia. (Balthazar, p. 13.)

14 La expresión de Clément Rosset es pues equivalente: “Al hombre que leinterroga acerca del mundo, Dios no tendrá nunca nada mejor que responderque el mundo. Si se le interroga sobre lo animal, respondería, seguramente: loanimal. Y a cualquier otra pregunta igualmente.” (Clément Rosset. El objetosingular. Trad. Santiago E. Espinosa. Barcelona: Sexto Piso, 2007, p. 130.)

15 Jorge Luis Borges. “Del rigor en la ciencia”, en: El hacedor. Madrid: Alian-za, 1972, p. 144.

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La impertinencia es un desencuentro, que tiene raíz en lasmúltiples formas de aprehensión del mundo y sus condi-cionamientos, a fin de conciliar todo acontecer de acuer-do con nuestras predeterminaciones y predisposiciones.

Si bien lo anterior suena a verdad de perogrullo, de aquí se des-prende una consecuencia en ocasiones inadvertida: la contrariedadque vivimos a diario se debe al estar a merced de un mundo que,“por definicion”, es una Torre de Babel, no por exceso de lo que éstetenga para decir o pueda explicar, sino por defecto; el “por exceso”es una complicación adicional que va por cuenta nuestra. Por ende,la impertinencia como desencuentro puede entenderse, a la luz delsilencio constitutivo del mundo, como malentendido, pues el encuen-tro no es más que la ilusión que viene a ser socavada. Ilusión que nospone en un contacto desconcertante con lo que simple y llanamentees, sin ningún aderezo por nuestra parte:

Todo es virgen en tanto que es singular, al escapar tantoa los ojos del cuerpo como a la interpretación del espí-ritu desde el momento en que se determina a ser esto ysólo esto. Una palabra expresa por sí misma este doblecarácter, aislado e incognoscible, de cualquier cosa: lapalabra «idiotez». Idiôtés, idiota, significa simple, parti-cular, único (...). Así, todas las cosas, todas las personas,son idiotas, ya que no existen más que en sí mismas, esdecir, son incapaces de aparecer de otro modo que allídonde están y tales como son (...).16

Siendo todo idiotez, es preciso hacer caso omiso de ello con todassus implicaciones, ya que de lo contrario todo sería desencuentro,parálisis, imposibilidad de realización o comunión: apoteosis de unatensión de la víspera previa a toda decisión o acción. De hecho,gran parte de las afecciones asociadas con la impertinencia inclu-yen la constatación de este hecho –de que todos somos idiotas, de

16 Clément Rosset. Lo real. Tratado de la idiotez. Op. cit., p. 61.

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que somos tal como somos–, lo cual forma un cortocircuito, con lapropia idiotez, la cual obviamos las más de las veces, acudiendo ainstancias que justifiquen la réplicas una vez se es objeto de imper-tinencia. Este cortocircuito es ilustrado por Darley, quien replegadoen la isla da comienzo a Justine, y hace de Alejandría, la ciudad,un personaje más, para excusar a través de ella la impertinencia deque ha sido objeto: desamores, infidelidades, intrigas, decepciones,etc., en donde se juegan los estados anímos de unos y otros.

¡He tenido que venir tan lejos para comprenderlo todo!En este desolado promontorio que Arcturo arranca no-che a noche de las tinieblas, lejos del polvo calcinado deaquellas tardes de verano, veo al fin que ninguno de no-sotros puede ser juzgado por lo que ocurrió entonces. Laciudad es la que debe ser juzgada, aunque seamos sushijos quienes paguemos el precio.17

El vínculo idiota propio de lo que vivimos supone no sólo enfren-tamientos, sino también distancias. Y la cercanía o lejanía que másnos compromete es la del otro. Esta distancia también es un lugarde la impertinencia. Y si lo de impertinencia depende, una singu-lar idiotez surge cuando imaginamos una conversación en la que elinterlocutor responda a todo con un apacible “depende”... Un inter-locutor que terminará por sacarnos de quicio, ya que su “depende”dificulta la posibilidad de legitimar cualquier coordenada que asu-mamos como familiar. Esto nos recuerda la experiencia de quien ha

17 Justine, p. 11. Una visión cercana a la idiotez puede ser aquella que seremite, no a lo que se indaga, sino a lo que se evidencia, a los hechos. Balthazarpretende esto con el manuscrito que entrega a Darley: “Me he preguntado muchotiempo si debía decirle ciertas cosas que he puesto ahí. Por momentos me pa-recía una locura y una impertinencia. Después de todo, ¿cuál fue su propósito?¿Pintarnos como individuos de carne y hueso o como “personajes de ficción”? Nolo sabía. Ni lo sé. Estas páginas pueden ser la causa de que yo pierda su amistadsin añadir nada a todo lo que usted sabe. Usted ha pintado la ciudad, pinceladatras pincelada, sobre una superficie curva; ¿cuál fue su objeto: la poesía o loshechos? Si le interesaban los hechos, hay algunas cosas que tiene el derecho deconocer.” (Balthazar, p. 17.)

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contratado a Bartleby en Bartleby el escribiente, relato de HermanMelville, cuya respuesta a cualquier petición por parte del jefe esbastante conocida, pero no por ello menos desconcertante:

—Preferiría no hacerlo.18

La expresión de Bartleby –la fórmula “preferiría no”– radicaliza laasimetría en el pacto, hasta el extremo de enrarecer y desestructurarel lenguaje mismo. Vemos además que el abogado, a diferencia dela señora de la narración de Örkeny, se encuentra en una situaciónque impide una queja ante una instancia superior –ya que él seríala instancia superior–. Retomemos el episodio:

Esperé sentado en completo silencio, rehaciéndomedel asombro. Lo primero que se me ocurrió fue que misoídos me habían engañado, o que Bartleby me había en-tendido mal. Repetí mi solicitud con la voz más claraque pude poner, y con la misma claridad me llegó la res-puesta de antes: Preferiría no hacerlo.

—“Preferiría no hacerlo” —repetí, levantándome depuro nervio y cruzando el cuarto de una zancada—. ¿Quéquiere decir? ¿Se ha vuelto loco? Quiero que me ayudea comparar esta hoja... Cójala —y se la tiré.

—Preferiría no hacerlo —dijo—.19

Es desde este momento cuando los dolores de cabeza comienzanpara el abogado, pues el “preferiría no” se hará extensivo a la mismalabor de copiar, de ser razonable, de irse del despacho, de conse-guir otro trabajo... de vivir. El abogado tiene como “oponente” a

18 Herman Melville. “Bartleby el escribiente”, en: Herman Melville y otros.Preferiría no hacerlo. “Bartleby el escribiente” de Herman Melville seguido detres ensayos sobre Bartleby de Gilles Deleuze, Giorgio Agamben y José Luis Par-do. Trad. José Luis Pardo y José Manuel Benítez Ariza. Valencia: Pre-Textos,2011, p. 21.

19 Herman Melville. “Bartleby el escribiente”, en: Melville, Herman y otros.Op. cit., pp. 21-22.

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un ser que paulatinamente se va desvaneciendo ante sus ojos hastasu muerte en cárcel, a la cual es llevado al ser sacado finalmentedel despacho (del cual “prefiere” no irse) luego de ser despedido. Ensuma, un ser que se presenta como radicalmente otro, inescrutable,refractario a cualquier noción que permita vincularlo a la sociabi-lidad. Impertinencia hecha persona –idiota “hecho persona”–, a lacual no es posible oponer indiferencia alguna, pues ante el copistaestamos abocados al silencio de donde surge toda posibilidad.20

Las reacciones del abogado se conjugan entre un enervamientoy una intención de comprender, de reconciliarse con un ser que semuestra como indiferente a sus propias capacidades aprehensivas, yel “prefería no” llevará la historia a la penosa decisión de abandonarel despacho, para dejar así que una instancia fuera de su responsa-bilidad se encargue del hombre que se ha salido pasivamente de sucontrol. Lo anterior desembocará en una apoteosis del ver, que loconduce a una conciencia de lo trágico, y en donde Bartleby es unejemplo mayúsculo. Esta es la elegía con que el funcionario finalizael relato:

—¡Ay, Bartleby! ¡Ay, humanidad!21

Sin embargo, este “diálogo” de Bartleby ofrece al lector aquel otrolado de la impertinencia: lo humorístico, lo divertido, lo caricatu-resco... La fórmula de Bartleby ha convertido al funcionario en un

20 “[Bartleby es] Ser en cuanto ser, y nada más. Se le presiona para que digasí o no. Pero, si dijese que no (que no coteja las copias, que no hace recados...),o si dijese que sí (copia), sería inmediatamente vencido, considerado inútil, yno sobreviviría. No puede sobrevivir más que envolviéndose en esa suspensiónque mantiene a todo el mundo a distancia. Su modo de superviviencia consisteen preferir no cotejar las copias y, al mismo tiempo, en no preferir copiar. Lees preciso rechazar lo primero para hacer imposible lo segundo. La fórmulatiene dos tiempos, y no deja de realimentarse a sí misma, volviendo a pasar porlas mismas fases. Por esa razón el abogado tiene la vertiginosa impresión deque todo comienza desde cero en cada ocasión.” (Gilles Deleuze. “Bartleby o lafórmula”, en: Melville, Herman y otros. Op. cit., p. 38.)

21 Herman Melville. “Bartleby el escribiente”, en: Melville, Herman y otros.Op. cit., p. 56.

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“bloque de sal”, en un enclenque que apenas puede reaccionar fí-sicamente debido a su turbación, incluso pide consejo a sus otrosempleados intentando reivindicar su autoridad. Porque la contra-riedad que nos divierte radica en lo indecidible de la intención deBartleby, ya que no hay una pretensión de desafiar ni devaluar alabogado22, quien mira a aquel hombre de “chocante conducta”, decuriosas prácticas alimenticias –sólo come galletas de jenjibre–:

¿Y qué es el jengibre? Una cosa fuerte y picante. ¿EraBartleby fuerte y picante? En absoluto. Por lo tanto eljengibre no tenía efecto alguno sobre Bartleby. Proba-blemente él prefería que no lo tuviera.23

Bartleby se instala entonces como discontinuidad adyacente alabogado. Y de acuerdo con lo anterior no nos es posible evitar cote-jar las reacciones del abogado con las innumerables reacciones quedía tras día vive un hombre ante la innumerable cantidad de señalesque recibe del exterior, del otro, como otras tantas discontinuidades.Por ende, el abismo que separa a Balthazar y Darley de Pursewar-den, al abogado de Bartleby, se halla en una diferencia sólo de gradoa la relación de unos con otros. Relación que Guy de Maupassantmuestra en su cuento ¡Solo! de un modo bastante singular, y quesin duda nos suena un poco a exageración. Un amigo, en un paseopor los Campos Eliseos, manifiesta a otro sin concesiones que “nadiecomprende a nadie, piensen lo que piensen, digan lo que digan, in-tenten lo que intenten. (...) [Pues] el hombre no sabe lo que pasa enotro cualquiera de sus semejantes. Estamos más lejos unos de otrosque esos astros, sobre todo más aislados, porque el pensamiento esimpenetrable.”24 Este personaje se sincera con su amigo, en un es-

22 “Si hubiese habido la menor muestra de incomodidad, malos modos, im-paciencia o impertinencia en su comportamiento; en otras palabas, si hubieradado la menor muestra de humanidad, no hubiera dudado en despedirlo a cajasdestempladas de mi oficina.” (Íbid., p. 22.)

23 Íbid., p. 25.24 Guy de Maupassant. “¡Solo!”, en: Cuentos. Barcelona: Círculo de amigos

de la historia, 1973, p. 261.

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fuerzo que considera de entrada un fracaso. Frenéticamente deseasaber lo que otro piensa, en particular lo que piensa de él, a finde confirmar si sus sentimientos corresponden a los que él siente.25

Un personaje que intenta medir su grado de comunión con el otro.Monólogo que lo dejará exhausto y molesto. Y es su interlocutor-narrador se encarga de confirmar, sin proponérselo, aquello que suamigo ha puesto de manifiesto:

—Ahí tienes; nosotros todos somos como esa piedra...Y se alejó de mí sin pronunciar una palabra.¿Estaba borracho? ¿Estaba loco? ¿O estaba tal vez

demasiado cuerdo?... No lo sé...A veces me parece que tiene razón. Otras pienso que

había perdido el juicio.26

La molestia de este personaje –y lo risible de la reacción finalde su interlocutor– nos muestra otro lugar de la impertinencia: labúsqueda de un otro que reconocemos como necesario para esta-blecer un punto de apoyo, pero que en el intento de una comuniónsatisfactoria siempre habrá un reducto de lo incapturable, de lo in-domesticable. Desencuentro en el que se resalta la soledad comoexperiencia esencial más que episódica:

Todos los hombres, en algún momento de su vida, sesienten solos; y más: todos los hombres están solos. Vivir,

25 “Yo no me siento nunca más solo que cuando abro mi corazón a un amigo,porque entonces comprendo y aprecio mejor el infranqueable obstáculo. Esehombre, ese amigo está ahí, enfrente de mí; ¡veo sus ojos claros fijos en los míos!Pero su alma... ¡ah! su alma que se oculta tras de sus ojos... ¡no la conozco, nola veo! Mi amigo me escucha. ¿Qué piensa? Sí; ¿en qué está pensando? ¿Tú nocomprendes este tormento?... ¿Me odia quizás, o me desprecia, o se burla demí? Mientras yo hablo, él reflexiona en lo que le estoy diciendo y me juzga y mecondena, estimándome tonto o vulgar. ¿Cómo saber lo que piensa? ¿Cómo sabersi me aprecia, si me quiere como yo le quiero... y lo que se agita en esa cabezaredonda? ¡Oh! ¡Qué misterio tan profundo es el pensamiento desconocido de unser (...)!” (Íbid., pp. 261-262.)

26 Íbid., p. 264.

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es separarnos del que fuimos para internarnos en el quevamos a ser, futuro extraño siempre. La soledad es elfondo último de la condición humana. El hombre es elúnico ser que se siente solo y el único que es búsquedade otro. Su naturaleza –si se puede hablar de naturalezaal referirse al hombre, el ser que, precisamente, se hainventado a sí mismo al decirle “no” a la naturaleza–consiste en un aspirar a realizarse en otro. El hombrees nostalgia y búsqueda de comunión. Por eso cada vezque se siente a sí mismo se siente como carencia de otro,como soledad.27

Por tanto, en consonancia con Octavio Paz:

La impertinencia es un modo de ser de la soledad . Esla evidencia de una comunión que es interrumpida. Porende, es una experiencia del afuera.

Y la búsqueda del otro como búsqueda de comunión podemoshacerla extensiva a todo aquello que es apremiante, o bien que seha naturalizado.

Sin embargo, ¿qué hallaríamos en el interior –en el fondo– delotro, en el caso hipotético de tener acceso? La pregunta puede serexpresada de otro modo: ¿En qué momento sentimos la necesidadde acceder al pensamiento del otro? Es preciso recordar aquí lo quetanto exaspera al personaje de Maupassant: el pensamiento comosilencio... “Si tan sólo hablara...”, diría... Si esto sucediera plena-mente –es decir, la palabra conquistando los silencios de quien tieneenfrente–, el resultado sería una jauría infinitesimal de la palabra, ypor ende, ahora comunicada, infinitesimalmente ensordecedora. Estoes lo que ilustra Henri Michaux en el siguiente relato:

27 Octavio Paz. “Dialéctica de la Soledad”, en: El laberinto de la soledad -Posdata - Vuelta a El laberinto de la soledad. México: Fondo de Cultura Eco-nómica, 2008, p. 211.

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Vemos la jaula; oímos un revuelo de pájaros. Se per-cibe el ruido indiscutible del pico que se afila contra lasrejas. Pero de los pájaros, nada.

Es en una de estas jaulas vacías donde oí el más intensochirriar de cotorras de mi vida. Por supuesto, nada vi.

¡Pero qué algarabía! Como si estas jaulas albergasentres o cuatro docenas de ellas.

...«¿No les resulta la jaula en tanto estrecha?», mepregunté automáticamente, más añadiendo a la pregun-ta, según brotaba de mis labios, una entonación burlona.

«Sí... –me respondió su Maestro con firmeza–, por esochillan de esemodo. Ellas desearíanmás espacio.»28

Y es en nuestro interior donde nos percatamos de la jaula, y estasuena, resuena, pues proviene del habla que nos caracteriza y quereconocemos como nuestro rasgo distintivo.29 Pero “de los pájaros,nada”. ¿Esto qué indica? Que si “lo propio del hombre es que setiene a sí mismo”30, lo que hay en él (en su jaula) es nada:

el «sí mismo» del «tenerse a sí mismo» no es «otro yo»secreto u oculto que estuviera contenido en el interiorde cada uno de nosotros; no es tampoco un Tú al quecada uno pudiera interpelar y del que pudiese esperaruna respuesta (...): el sí mismo del «tenerse a sí mismo»

28 Henri Michaux. “La jaula vacía” (Trad. No disp.), en: José A. Vidal (ed.).Op. cit., p. 228. Para un contraste con otras traducciones de los textos deMichaux Cfr. Henri Michaux. “La jaula vacía”, “La pesca del pez-aguja”, en: Enotros lugares. Trad. Julia Escobar. Madrid: Alianza, 1983, pp. 113, 122.

29 “El «yo» que digo cuando digo «yo» sólo es efectivamente dicho porqueme oigo decirlo, porque resuena en mi interior además de propagarse hacia fuera(...) , porque me suena a mí mismo, porque me sabe a mí mismo. Y sólo porqueesto es así soy auténticamente yo quien habla (quien dice lo que yo digo), porqueme reconozco en lo que digo y, por tanto, puedo responder (ante otros) de elloy responder (a otros) por ello.” (José Luis Pardo. La intimidad. Valencia: Pre-Textos, 1996, pp. 35-36.)

30 Íbid., p. 37.

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no es absolutamente nadie. Y, por paradójico que pue-da parecer, eso –el no ser absolutamente nadie y, portanto, el no tener absolutamente nada– es mi modo depertenencia al ser, mi modo de ser (yo).31

Un sí mismo que se constituye y “delimita” mediante nuestrosrasgos, preferencias y repelencias, gracias a lo cual es claro que nonos da lo mismo todo, y que por tanto somos alguien. Y lo ante-rior, en su ejercicio constante, no logra dar con la respuesta a lapreguna “¿Quién soy?” Pregunta que se instala inagotablemente enla vida. Y es este otro lugar de la impertinencia: pretender cap-turar lo inasible: el sí mismo. De aquí que Ambrose Bierce definasingularmente al hombre como “Especie animal tan sumida en laensimismada contemplación de lo que piensa que es, que a menudose olvida de plantearse lo que evidentemente debiera ser.”32 Es porello que Clea reconoce por fin su desconcierto, su molestia –perotambién su error–, al hacer visible el hecho de que no podía cotejarindistintamente al Pursewarden de sus libros, al Pursewarden de detodos los días y al que ha muerto:

¡Cómo ha crecido Pursewarden desde su muerte! Antesera como si él se interpusiera entre sus libros y nuestracomprensión de su contenido. Ahora veo que todo lo queencontrábamos enigmático en el hombre se debía a unaimperfección nuestra. Un artista no vive una vida per-sonal como nosotros; la oculta, obligándonos a acudir asus libros si queremos alcanzar la auténtica fuente de sussentimientos.33

Y esta discrepancia que encuentra Clea puede hacerse extensivapara todos los vínculos humanos, y que son fuente de dicha y dedolor. Esto fue aquello que Justine dijo a Darley, una vez las intrigas

31 Íbid., p. 41.32 Ambrose Bierce. Op. cit., p. 160.33 Justine, p. 253.

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amorosas y políticas se van develando en la obra: “Todos somosprisioneros de las radiaciones emocionales que emitimos los unoshacia los otros, tú mismo lo has dicho. Tal vez nuestro único malsea el hecho de desear una verdad que no somos capaces de soportar,en vez de contentarnos con las ficciones de nosotros mismos que nosfabricamos.”34

Estos tres lugares de la impertinencia –estar en el mundo, estaren el otro, estar en uno mismo– hacen inherente a la condición hu-mana el malentendido, la disimetría y la intempestividad. Y comolo anterior depende, como ha dicho Pursewraden, del espacio y eltiempo en que nos situamos cada vez, la impertinencia es pues unmodo de ser de lo inoportuno, con las inevitables manifestaciones dedesconsideración que eso implica.

En el próximo capítulo mostraremos algunas formas de entrar encomunión con toda esta multiplicidad.

34 Clea, p. 63. Esto no da pie para matizar la distancia entre seres humanos,a través de lo planteado por Aldous Huxley: “Vivimos juntos, actuamos sobrey reaccionamos a los otros; pero siempre y en todas las circunstancias estamospor nuestra cuenta. (...) Las sensaciones, los sentimientos, las intuiciones, lasfantasías, todos ellos son privados y, excepto a través de símbolos y de segundamano, incomunicables. Podemos acumular información acerca de las experien-cias, pero nunca las mismas experiencias. Desde la familia hasta la nación, cadagrupo humano es una sociedad de universos isla. La mayoría de los universos-islas son suficientemente similares unos a otros para permitir un entendimientoinferencial o incluso empatía mutua, o un “sentirse como”. Por tanto, recordan-do nuestras propias pérdidas y humillaciones, podemos compadecer a los otrosen circunstancias análogas, podemos ponernos en su lugar... Pero en ciertos ca-sos la comunicación entre los universos es incompleta e incluso inexistente. (...)Las palabras son pronunciadas pero fallan en el esclarecimiento. Las cosas ylos eventos a los que los símbolos se refieren pertenecen a campos de la expe-riencia mutuamente exclusivos.” (“Aldous Huxley. The doors of perception”, en:MAPS. Multidisciplinary association for psychedelic studies [en línea]. Dispo-nible en: https://www.maps.org/ [Consulta: 28 de octubre de 2013.] Versión deAdriana Pertuz Valencia.)

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3.

Los trabajos de la impertinencia(Extravío - Excentricidad - Asimetría.)

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...y me acordé de aquel viejo chiste, ya saben, el del tipo queva a ver al psiquiatra y le dice: «Doctor, mi hermano se havuelto loco. Se cree que es una gallina». Y el médico le con-testa: «Bueno, ¿y por qué no hace que lo encierren?». Y eltipo le replica: «Lo haría pero es que necesito los huevos».En fin, yo creo que eso expresa muy bien lo que siento acercade las relaciones entre las personas. ¿Saben? Son completa-mente irracionales, disparatadas, absurdas y... pero, ah, creoque las seguimos manteniendo porque, ah, la mayor parte denosotros necesitamos los huevos.

Woody AllenAnnie Hall

Retomando el “caso Andersen” valga decir que para el danés aque-llo de “no importunar demasiado” no era una mera cortesía, si con-fiamos en su aprecio por Dickens. Una presencia que terminó pordesordenar la casa, estropeando disposiciones existentes, introdu-ciendo normas insospechadas, incómodas, hasta que fue necesariotomar cartas en el asunto (y así poner de nuevo las cosas en susitio). ¿Qué decir más allá de lo risible, de la mera anécdota?

Andersen se instala en casa ajena, desconsideramente, “como Pe-dro por su casa”... Y es así como termina desplazando a los Dickensen su propia casa. De aquí que podamos afirmar que la impertinen-cia nos expulsa de nuestras coordenadas familiares, hasta sentirnosexcéntricos.

Por otra parte, es de suponer que el carácter taciturno y silenciosode Andersen produzca un extrañamiento particular en los Dickens, ypor ende un extravío o detención en la acción, similar a lo producidopor Bartleby con su preferiría no. En este sentido cabe esperar delos Dickens se pregunten: ¿es posible que Andersen se percate desu “conchudez”? Al parecer no. Pero es un no que cuesta admitir

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(lo cual, por lo demás, es también el gérmen de lo gracioso de dichaocurrencia.). De ahí que los Dickens se hayan tardado cinco semanasen recuperar su espacio, extrañamente invadido. La impertinencia esentonces la introducción de una contrariedad que pone en entredichoy limita el “orden” cotidiano y sus posibilidades.

Ahora bien, regresando a Pursewarden sabemos que nada tieneque envidiarle a Pedro: ya en su último encuentro con Darley vimoscómo el narrador de Justine consideraba (como buen profeta de loque ya pasó) aquel cuarto de hotel como el signo inequívoco de lademolición de un hombre. La memoria, dicen, es selectiva (sin que ala larga se sepa muy bien porqué). Pero Pursewarden se encarga dedejar claro por qué se olvidan ciertas cosas... pero otras no, comosucede a continuación:

—¡Ah! —dijo [Pursewarden] al reconocerme, con unaire indeciso y preocupado, porque estaba borracho. (...)

La lluvia repiqueteaba sobre el techo de hojalata. Yono veía el momento de volver a casa, porque había tenidoun día agotador, pero me demoré sin ganas, retenido poresa urbanidad en la que hay en cierto modo una excusay que me inspira siempre la gente por la que no sientoverdadera simpatía. La silueta titubeante se destacabacontra la oscuridad, frente amí.

—Permítame —me dijo con un tono quejumbroso—que le confíe el secreto de mi oficio de novelista. Yo tengoéxito, y usted es un fracaso. La respuesta, viejo, es sexo;mucho sexo.1

Ya hemos tenido noticias de la envidia de Darley... Y en cuantoal fracaso, lo único que puede decirse es que es un huésped que sehace sentir, y más cuando éste es invitado por otro. Se evidencia eneste episodio, de nuevo, una asimetría que ha precipitado el escritor

1 Justine, pp. 120-121.

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sobre Darley. Un Pursewarden mordaz, insultante, grosero, burles-co... Un impertinente que, sin embargo, no puede compararse conAndersen... ¿En qué reside entonces el aire de familia entre estos dospersonajes? En que cada uno, a su modo, es padecido por otro co-mo alguien vociferante, entendido como quien adquiere una cualidadque retumba, que reverbera, incómodamente en un otro. Vociferanciaque en Pursewarden, diríamos, es “por exceso” y en Andersen “pordefecto”... Exceso y defecto que nos recuerda de nuevo aquello conlo cual justificamos tantas ocurrencias que no pasan desapercibidas:

No es lo que se diga... es el tonito...

Y capturar los dominios del “tonito” equivaldría a capturar losdominios del depende; pues el “tonito”, como lugar de lo connotativo,es algo nunca enteramente negociable. Y si reconocemos el “tonito”como un lugar singular de la impertinencia, ¿cómo inscribir entoncesalgunas de sus manifestaciones?

En los ejemplos anteriores se ha evidenciado cómo el “tonito”puede ser un catalizador de impertinencia, más no un factor deter-minante, pues de lo contrario cualquier cosa lo sería, si reconocemosque la susceptibilidad humana puede ser rayana en la locura.2 Usarel “tonito” como criterio sería entonces una labor no sólo necia, sinopróxima a la labor de aquel singular enciclopedista: John Wilkins(Borges)... Sin embargo, lo que anteriormente hemos consideradosobre la impertinencia (Extravío, Excentricidad y Asimetría) pue-de jugar a nuestro favor como criterio –o mejor, como brújula–, yaque allí se nos muestra cómo la impertinencia opera como discon-tinuidad : es decir, como formas en que las coordenadas familiares

2 “Cioran, en Confesiones y anatemas, escribe lo siguiente: «Apenas hemosabandonado un defecto cuando otro se apresta a reemplazarlo. Nuestro equi-librio tiene ese precio.» Yo añadiría, por mi parte, que otro tanto habría quedecir de toda tontería, de toda locura, de toda pasión: que ninguna desaparecesin abrir paso a otra que en seguida ocupa el lugar dejado vacante (...), comosi el mantenimiento de un coeficiente medio de necedad (o de locura) fuese tanimprescindible al psiquismo como lo es al organismo el de un cierto coeficientede glóbulos o de células.” (Clément Rosset. El principio de Crueldad. Op. cit.,pp. 79-80.)

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dejan de serlo. Extravío, Excentricidad y Asimetría como ejes paradesplazarnos sobre algunos episodios tanto de El cuarteto de Ale-jandría como de lo cotidiano, y que podemos entender aquí comoesos trabajos que efectúa la impertinencia.

\

—Ese hombre anda más perdido que Adán el día dela madre...

(Refrán Popular)

Hasta aquí hemos presentado la impertinencia en una mayor rela-ción con aquello que nos incomoda, que nos molesta... Sin embargo,cuando imaginamos al pobre Adán el segundo domingo de cada ma-yo3, antes de afirmar que está incómodo o molesto, lo que está esdesconcertado. Y al no tener a quien recurrir –pues el “animal nue-vo” anda en las mismas–, y sin mucho qué hacer (dice uno), se laha pasado todo el día “cogiendo pispiríspis”, o como dirían nuestrospadres: “como el perro de la Víctor”...

Estas cosas pasan. A Leoncio, por ejemplo, le pasó algo similar:

La mujer le dejó saber con la mirada que quería de-cirle algo. Leoncio accedió, y cuando ella se apeó del busél la siguió. Fue tras ella a corta pero discreta distancia,y luego de alejarse a un lugar solitario la mujer se volvió.Sostenía con mano firme una pistola. Leoncio reconocióentonces a la mujer ultrajada en un sueño y descubrió

3 Esta es la fecha designada en Colombia para el día de la madre.

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en sus ojos la venganza.—Todo fue un sueño —le dijo—. En un sueño nada

tiene importancia.La mujer no bajó la pistola.—Depende de quien sueñe.4

Sin duda, ese “Depende de quien sueñe” (¡y con pistola en mano,que no es lo mismo!) desbarató en Leoncio más de una coordenada:no sólo la certeza cotidiana y privada de lo que eran sus sueños,sino de lo que el sueño en sí mismo es –era–, sin descontar lo quese le vendría... Y es ahí donde surge la sospecha, y Leoncio quedacomo estás vos en este momento, Adán (y eso que no nos estamosjugando la vida...).

—Entonces a Leoncio le pasó lo mismo que a mí: llega otro y tedesbarata las coordenadas sobre las que pisabas fuerte, cómodo, o almenos sin tropiezos... El Edén, tal como era, era un lugar tranquilo(bueno... lo del animal nuevo...).

—Es cierto, Adán. Pero no es tanto que te hayan desbaratadolas coordenadas (eso es más bien una consecuencia), sino que estasfueron puestas en entredicho (y para que eso suceda no basta sinohablar...).

—...

Es así como Adán experimenta una detención que lo arroja fue-ra de su “zona de confort”: y “mirando pa’l páramo” se quedará sinfelicitar lo infelicitable, sumido en una representación que le es aje-na: lugar donde la impertinencia se hace presente como extravío.Esto nos da pie para aclarar una cuestión: conviene mejor enten-der el desconcierto y la incomodidad como formas de obstruccióndel flujo de la vida, lo cual no es necesariamente molesto: diríase,una contrariedad que, para efectos de impertinencia, es apremiante.Y lo es frente a lo que consideramos familiar, tanto retrospectiva

4 Luis Fayad. “Reencuentro con una mujer”, en: Un espejo después y otrosrelatos. Bogotá: El Áncora Editores, 1995, p. 63.

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como prospectivamente. Por ello, la impertinencia es una forma decomprender que, de veras, no vivimos –lo que se dice vivir– en elpresente, sino desdoblados constantemente en pasado (retrospecti-va) y futuro (prospectiva), a la luz de nuestras predeterminacionesy predisposiciones. Así, la impertinencia es además experiencia nosólo del afuera (espacio, exterioridad), sino el ahora (tiempo, inte-rioridad). Este vaivén tiempo-espacio, interioridad-exterioridad, eslo que llamamos experiencia.5 Y como hemos visto en Pursewarden,sus huellas enigmáticas, desfachatadas, sinvergüenzas, y sin dudadolorosas (como el caso de su muerte), dejan a su alrededor unalegión de “adanes”, los mismos que vivían con él esa vida de todoslos días, esa que creían conocer... Ahora, ¿cómo Pursewarden hacede las suyas en vida?

El hombre despliega sus dardos por todas partes (como escritor,miembro del Foreign Office, personaje público, amante de Justi-ne...). Por ejemplo, miremos la declaración de Balthazar sobre unode los volúmenes de Dios es un humorista:

—Pensaba en la famosa página del primer volumen don-de un asterisco remite misteriosamente a una página enblanco. Muchos lo toman por un error de imprenta. Peroel mismo Pursewarden me aseguró que era deliberado.—Remito al lector a una página en blanco para que selas arregle con sus propios recursos, que son en últimainstancia los únicos con que cuenta.6

5 Y aquí el suicidio –como negación de lo retrospectivo y lo prospectivo–se reafirma como impertinencia: “El que desespera no puede confiar en morir nivoluntaria ni naturalmente: le falta tiempo, le falta el presente en el que tendríaque apoyarse para morir. El que se mata es el gran afirmador del presente.Quiero matarme en un instante ‘absoluto’, el único que vencerá absolutamenteal futuro, que no pasará y que no será superado. Si la muerte sobrevinieseen la hora elegida, sería una apoteosis del instante; en ella, el instante seríala iluminación de los místicos, y por eso, seguramente, el suicidio conserva elpoder de una afirmación excepcional, y no basta con llamarlo voluntario, porqueescapa de la usura y desborda la premeditación.” (Maurice Blanchot. Op. cit.,p. 91.)

6 Balthazar, p. 142.

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Bueno, eso de dar explicaciones, como hizo Pursewarden conBalthazar, es matar el encanto... Sin embargo, esa nota al pie esun intento de impertinencia que, si bien no salió como el escritorhabía querido, pretendía dejar al lector tal como la página: en blan-co (y una vez extraviado, ¡arrégleselas como pueda...!). Nota al pieque para el caso sería una sintaxis extranjera, lo cual nos recuerdapara este caso lo que Deleuze plantea respecto a la literatura, y queaquí podemos cotejar con la impertinencia:

Lo que hace la literatura en la lengua es más manifiesto:como dice Proust, traza en ella precisamente una especiede lengua extranjera, que no es otra lengua, ni un hablaregional recuperada, sino un devenir-otro de la lengua,una disminución de esa lengua mayor, un delirio que seimpone, una línea mágica que escapa del sistema domi-nante.7

Y como la idea es vivir en sociedad, este sistema dominante esprecisamente el ámbito de lo estético que el señor Leroi-Gourhandetermina más allá de las consideraciones acerca del arte y del gusto(pues por “estética” se entendía eso hasta hace muy poco):

No podría tratarse, en semejante perspectiva, de limi-tar [lo estético] a la emotividad esencialmente auditivay visual del homo sapiens, la noción de lo bello, sino derebuscar, en toda la densidad de las percepciones, cómose construye, en el tiempo y en el espacio, un código delas emociones, asegurando al sujeto étnico lo más clarode la inserción afectiva en su sociedad.8

La impertinencia encuentra un suelo fértil en este código de lasemociones, el cual es vulnerado. En este sentido, lo que dice Baltha-

7 Gilles Deleuze. “La literatura y la vida”, en: Crítica y clínica. Trad. Tho-mas Kauf. Barcelona: Anagrama, 1997, p. 16.

8 André Leroi-Gourhan. El gesto y la palabra. Trad. Felipe Carrera. Cara-cas: Universidad Central de Venezuela, 1977, p. 267.

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zar de Pursewarden es un buen punto de partida para pensar estascontrariedades:

Creo que su sentido del humor lo había separado delmundo, encerrándolo en un universo personal, o que másbien había descubierto por cuenta propia la inutilidad detener opiniones, y en consecuencia se había acostumbra-do a decir lo contrario de lo que pensaba, en broma.Era un ironista, de ahí que muchas veces pareciera vio-lar el sentido común; de ahí también su aire equívoco,la aparente frivolidad con que hablaba de las cuestionesimportantes. Esa especie de payasada seria deja seña-les en una conversación. Sus frases más insignificantesquedaban como arañazos en un pan de manteca. A lasestupideces respondía con una sola palabra: ‘cuac’.9

El sentido del humor de Pursewarden, sus ocurrencias tan carac-terísticas, precipitan deliberadamente la incomodidad en sus amigos,en la opinión pública, incluso en su quehacer en el Foreign Office(institución tan molesta para él). El escritor tiene buen olfato paraidentificar en cada contexto aquel código de las emociones que esimperante, y por ende aquellos asuntos que, al ser controvertidos,generan una contrariedad, que consiste en la puesta en juego de lasherramientas que cada quien construye para la aprehensión de susintervenciones. Keats es un ejemplo en el que nos precipitamos, porsupuesto, hacia la risa:

Lo llevamos [a Pursewarden] a beber una copa paraque Keats pudiera interrogarlo a sus anchas. El pobremuchacho estaba completamente desconcertado. Purse-warden tenía una sonrisa especial para la prensa (...).Más tarde llegué a conocerla: significaba que estaba apunto de atentar contra el sentido común por medio deuna ironía (...). Keats resoplaba y se sofocaba, trataba

9 Balthazar, pp. 109-110.

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de parecer ‘sincero’ y sagaz, pero era inútil. Tiempo des-pués le pedí una copia dactilografiada de la entrevista, yme la dio con su aire perplejo, explicando que no habíanada ‘nuevo’ sobre el hombre.10

Los dos últimos pasajes parecen un inventario de lo que nos ex-travía, de lo que un impertinente se encarga de precipitar: lo in-determinado o enigmático; la indiferencia; los atentados contra elsentido común; el no conocer(se); el no saber; el no saber más... Yen todo esto fue Keats quien terminó “llevando del bulto”:

Por ejemplo, cuando le preguntó qué pensaba de la con-ferencia de la Comisión Árabe que debía inaugurarse enEl Cairo ese día, Pursewarden respondió:

—Cuando los ingleses saben que están equivocados,su único recurso es escurrir el bulto.

—¿Debo entender esa frase como una crítica a la po-lítica inglesa?

—De ningún modo. La ciencia de nuestros estadistasno tiene fallas.

Keats se apantalló vigorosamente y abandonó de in-mediato la política. A la pregunta: —¿Piensa escribiruna novela durante su estancia en Alejandría?, Purse-warden respondió: —En caso de que todas las demássatisfacciones me sean negadas.11

Pursewarden se propone, con una seriedad desvergonzada, el ex-travío: a Justine, a Darley, a Balthazar, a Capodistria los bombar-dea, cuando puede, de sentido, el cual no corresponde a la prospec-tiva o retrospectiva de aquellos, a quienes ha sabido conocer, y poreso sabe dónde dar la estocada. Y es que, si bien nos la pasamos

10 Íbid., p. 110.11 Íbid., p. 111.

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buscando el sentido, lo que olvidamos (un olvido que se reconocenecesario) es que sólo existe un sentido, siempre provisional.12

Pursewarden bombardea el sentido; en ocasiones lo permea desinsentido, pero siempre tiene como objetivo poner a tambalear asus amigos, al hacerlos cuestionar sobre sus planos y coordenadas,así como poner a prueba sus propias intuiciones como escritor. Po-dríamos entonces afirmar que la impertinencia tiene un carácterdual : es una dosis, mayor o menor en cada caso, de pérdida o deceso(de ilusión) de plenitud. Pero también, mediante tantas ocurrenciasgraciosas, aporta una nueva deriva de sentido que nos sorprende.De aquí que la ironía, el absurdo, el equívoco, sean inyecciones desentido; son un “no sé qué” que pueden desembocar en reaccionesante las cuales, incluso, nos sorprendemos de nosostros mismos. Encuanto a la ironía, acudamos a la RAE:

ironía.(Del lat. iron̄ıa, y este del gr. εἰρωνεία).1. f. Burla fina y disimulada.2. f. Tono burlón con que se dice.3. f. Figura retórica que consiste en dar

a entender lo contrario de lo que se dice.13

Estas tres acepciones están emparentadas. Sin embargo, la defi-nición 3 tambalea un poco, pues cuando el “tonito”, la situación y eldisimulo están presentes, lo que se dice es, las más de las veces, otra

12 “Este [el sentido], a diferencia del primero [el significado], nunca es de-nifitivo, no puede establecerse de una vez por todas, porque el sentido siemprees una «posibilidad-de-sentido». Ahora bien, hay que subrayar el hecho de quesi somos finitos no tenemos acceso aceso a una vida plena de sentido, o, dichode otro modo, en un ser finito el sentido está inevitablemente amenazado porel sinsentido. De ahí que, aunque haya «sentido», no pueda haber «sentido úl-timo».” (Joan-Carles Mèlich.Lógica de la crueldad. Barcelona:Herder, 2014, p.24.)

13 Diccionario de la lengua española (23 ed.), en: Real Academia Española[en línea]. Disponible en: http://www.rae.es/recursos/diccionarios/drae [Con-sulta: 23 de febrero de 2015.]

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cosa. Y esa “otra cosa” puede ser cualquier cosa, lo cual no sólo hacevolar la imaginación, sino también el mal genio, o bien la carcajadaque se reconoce como inoportuna. En este sentido, la mentira, elengaño son, antes que ofensas, formas de extravío, tal como le pasóa Darley con Pursewarden en casa de Justine:

Gran parte del coloquio siguiente se desarrolló jun-to a su tendido cuerpo. Yo lo creía dormido, pero enrealidad no debía de estarlo porque después aprovechógran parte de la conversación de Justine para escribir uncuento satírico muy cruel, que por alguna razón divirtióa Justine aunque a mí me hizo mucho daño (...) :

—La primera vez que oí a Nessim y supe que iba aenamorarme de él, traté de salvarlo y de salvarme. Es-cogí a propósito un amante, un sueco brutal y torpe,esperando herirlo y obligarlo a que renunciara a sus sen-timientos. La mujer del sueco lo había abandonado, y yole dije (¡todo antes de oírlo lloriquear!): “Díme cómo secomporta ella, y la imitaré. En la oscuridad todas somosigualmente carne y traición, por diferente que sea nues-tro pelo o el olor de nuestra piel. Dímelo, y yo sonreirécon la sonrisa de la boda y caeré en tus brazos como unamontaña de seda.”14

Darley en toda la obra se sorprende constantemente a través delas visiones de sus amigos sobre ciertos acontecimientos –y en es-pecial de Pursewarden, con su mordacidad tan característica–, y enlos cuales es sabido que Justine, su pasión por ella, ocupa un granlugar. La introducción de la ironía, del sarcarsmo, de la mordacidad,de un decir las cosas sin “medias tintas”, es también lo que propiciael extravío, al poner en juego la cuestión del propio saber, que eneste caso podemos extenderlo a los estadios asociados al malenten-dido: saber del mundo, saber del otro, y saber de uno mismo. Porello el no saber –o la dificultad que implica conocer, o el constatar

14 Justine, pp. 144-145.

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que en verdad no se conoce lo que se creía conocer– es una fuentede extravío, y en ocasiones deviene impertinencia.

Si recordamos el carácter de Pursewarden, éste ha precipitado elextravío no sólo en Darley, sino en otros personajes. Un escritor queconstantemente se le encuentra ebrio, y cuyo trabajo en el ForeignOffice sólo conocen unos pocos, lo cual causará grandes impertinen-cias, las cuales serán mucho más que meros extravíos.15 Y si bien elcarácer de Pursewarden está volcado a precipitar impertinencias demás hondo calado –es decir, aquellas que impactan personalmentede un modo más pronunciado–, es a través de su literatura dondeinstaura un desconcierto que, sin embargo, compromete en lo per-sonal en cuanto a la propia visión de la vida, como ha ocurrido conCapodistria, luego de leer las obras de Pursewarden:

—Lo que más me asombra —dice—, es que presen-ta una serie de problemas espirituales como si fueran lacosa mas corriente, y los ilustra por medio de sus perso-najes. He estado reflexionando sobre Parr, el personajesensualista. ¡Cómo se me parece! Su panegírico de la vidavoluptuosa es extraordinario, como en ese pasaje dondedice que la gente sólo ve en nosotros al mujeriego des-preciable que rige nuestros actos, pero ignora la sed debelleza que corre por debajo. El sentirse como fulminadopor un rostro que quisiéramos devorar rasgo por rasgo.Ni siquiera hacer el amor con el cuerpo que prolonga ha-cia abajo ese rostro nos da respiro o descanso. ¿Qué sepuede hacer con seres como nosotros?16

Podría decirse entonces que un impertinente es, en un sentidogeneral, alguien que, o bien socava la ilusión de poder ser parame-trizado por otro –siempre tiene cierto hálito que no es decidible,lo cual nos vuelca a la risa, a la molestia o al extrañamiento–, o

15 Esto se verá con mayor detalle en el capitulo 4.16 Justine, pp. 221-222.

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bien que se introduce como un virus en el código de emociones quese configura en un entorno determinado, a través de la palabra oel acto. Y de ahí se puede derivar gran parte de la extrañeza quenos producen ciertos encuentros humanos... Y en cuanto a Purse-warden, si se le suma aquello de la “inutilidad de emitir opiniones”,termina siendo un personaje enigmático: de ahí la dificultad de atri-buirle características, primero, estables, y segundo, que no sean latransgresión, como bien recuerdan Justine y Darley una vez tienennoticia de su muerte.17

Y al reconocer que no hay un conjunto de representaciones quegaranticen una relación esbelta con el mundo, con el otro y con elsí mismo de cada quien, la noción de lo familiar (por la cual hemostomado partido para discurrir sobre la impertinencia) merece unaconsideración: lo que aquí hemos llamado extravío también provienede una confianza que en ocasiones cabe cuestionar, y es precisamentela pregunta por lo cercano, por lo familiar. En este sentido, Freud,en un ensayo titulado Lo ominoso rastrea las múltiples acepcionesde la palabra “unheimlich”:

La palabra alemana «unheimlich» es, evidentemente,lo opuesto de «heimlich» {«íntimo»}, «heimisch» {«do-méstico»}, «vertraut» {«familiar»}; y puede inferirseque es algo terrorífico justamente porque no es consabi-do {bekannt} ni familiar. Desde luego, no todo lo nuevoy no familiar es terrorífico; el nexo no es susceptible de

17 “Recuerdo que acabábamos de enterarnos de la muerte de Pursewardeny hablábamos de él con ardor y espanto, como si por primera vez intentáramosseriamente valorar un personaje cuyas características habían encubierto su ver-dadera naturaleza. Se hubiera dicho que al morir había abandonado su personajeterreno para asumir en cierto modo las grandiosas proporciones de su obra, queadquiría más relieve a medida que se iba desvaneciendo el recuerdo del hombre.La muerte proporcionaba un nuevo criterio y daba una nueva estatura intelec-tual al hombre brillante, ineficaz y a menudo tedioso con quien nos habíamosenfrentado. En adelante sólo podríamos verlo a través del espejo deformante dela anécdota o del prisma polvoriento del recuerdo (...). Era pasmoso ver con quérapidez la imagen se disolvía en la figura mítica que él mismo se había forjadoen su trilogía Dios es un humorista.” (Íbid., pp. 174-175.)

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inversión. Sólo puede decirse que lo novedoso se vuelvefácilmente terrorífico y ominoso; algo de lo novedoso esominoso, pero no todo. A lo nuevo y no familiar tieneque agregarse algo que lo vuelva ominoso.18

Bien podríamos intercambiar la palabra “terrorífico” por “imper-tinente”, al ser el primero un caso particular del segundo, a nuestromodo de entender. Freud hará un rastreo un poco más exhaustivode los equivalentes o parientes cercanos de “unheimlich” en múlti-ples idiomas, recurriendo a fuentes heterogéneas. La conclusión esbastante singular:

lo más interesante para nosotros es que la palabra heim-lich, entre los múltiples matices de su significado, mues-tra también uno en que coincide con su opuesta unheim-lich. (...) En general quedamos advertidos de que estapalabra heimlich no es unívoca, sino que pertenece ados círculos de representaciones que, sin ser opuestos,son ajenos entre sí: el de lo familiar y agradable, y el delo clandestino, lo que se mantiene oculto. (...) [Sin em-bargo], tomamos nota de una observación de Schelling,quien enuncia acerca del concepto de lo unheimlich algoenteramente nuevo e imprevisto. Nos dice que unheim-lich es todo lo que estando destinado a permanecer ensecreto, en lo oculto, ha salido a la luz.19

Vemos pues cómo lo familiar es a su vez lo más lejano, lo no fa-miliar. Y tiene sentido, pues para el ser humano es apremiante “en-focar” las cosas para poder dar cuenta de ellas a través del lenguaje.Y esto sólo es posible estableciendo una distancia –por mínima quesea–, para luego inscribir todo aquello que viene al encuentro en laserie de representaciones de las cuales disponga de acuerdo con su

18 Sigmund Freud. “Lo ominoso”, en: Obras Completas. Trad. José Luis Et-cheverry. Buenos Aires: Amorrortu, 1992, Tomo XVII, p. 220.

19 Íbid., pp. 224-225.

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experiencia vital. Este es otro modo de entender que algunas formasde la impertinencia que provocan el extravío son formas de conocerla propia potencia. Pues, en su experiencia del afuera es tambiénuna experiencia de lo que aquí hay disponible, y en ocasiones in-sospechadamente aquí. Pero es un conocimiento que no se tiene. Sedeviene. Y todo devenir implica que la palabra, en lo fundamental,llegará tarde.

¿Qué es lo más “familiar” para el hombre? ¿Qué eseso que las lenguas alemana e inglesa llaman familiaridadbajo la expresión heimlich y home? ¿Qué conocemos decerca, íntimamente, sin siquiera necesitar hablar de ello?Cierto calor de hogar que designa tanto el ambiente cer-cano como el sí mismo íntimo, y que define precisamente,más allá de la inutilidad de un discurso al respecto, unacierta imposiblidad de dar cuenta de ello. Lo familiares el “pequeño secreto”: lo que ninguna seña indicadorasirve para señalar, lo que no habla.20

Y para terminar este pequeño tránsito por el extravío, hallarseextraviado es perder en ocasiones esa cuota de seriedad que es tanindispensable para algunos, en especial cuando ciertas filiacionesson comprometidas por un otro. La siguiente afirmación de uno delos personajes de Pursewarden dejaría a un fanático religioso en unabismo que no tardaría en convertirse en molestia:

Durante años uno tiene que resignarse al sentimiento deque la gente no se preocupa, lo que en verdad se llamapreocuparse, por nuestra persona; un día, alarmados nosdamos cuenta de que el que no se preocupa es Dios; nosólo no se preocupa, sino que le somos totalmente indife-rentes.21

20 Clément Rosset. Lógica de lo peor. Elementos para una filosofía trágica.Trad. Santiago E. Espinosa. Buenos Aires: El cuenco de plata, 2014, p. 85.

21 Justine, p. 123.

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Imaginar este escenario es perder sin duda un punto de apoyo,pues aquellas convicciones y creencias con las que cada quien cons-truye su cosmovisión son las más reactivas a la crítica o la contro-versia: pero una vez caen, lo hacen con una fuerza inusitada y enocasiones devastadora.

... Y es que de algún modo todos somos como Adán el día de lamadre.

(... Pero conviene a ratos hacernos los bobos.)

\

Vivimos revolcaos en un merengueY en un mismo lodo todos manoseaos

Enrique Santos DiscépoloCambalache (Tango)

En los casos anteriores vimos una serie de Adanes desconcertados.Pero es preciso hacer una distinción: no es lo mismo perder un centroque perder la noción de centro. Lo último es lo que le pasó a Adán,a Leoncio, a Darley, etc., en quienes adivinamos un gesto de “(?)”,pues momentáneamente no tenían de dónde agarrarse. Cuando sepierde la noción de centro, no hay sustrato que valga.

Sin embargo, estaremos de acuerdo en que vivir supone vivirde algún modo; es decir, es preciso hallarse en algún centro, porprecario o provisional que se considere –de lo contrario no seríamosalguien sino nadie–. Se diría entonces que toda impertinencia esen lo fundamental extravío. Pero hay extravíos de extravíos, puessucede que en lo cotidiano –en esos acuerdos tan habituales, queparecen naturales– la distancia entre el desconcierto y la molestia,la incomodidad o la risa, es, diríase, infinitesimal: de lo contrario,

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todo lo veríamos como si fuera la primera vez. Al perder, ya no lanoción de centro, sino el propio centro, devenimos excéntricos.

El carácter habitual de los desencuentros en la inevitable socia-bilidad, producto de las subjetividades allí presentes, es lo que másasociamos con la impertinencia. Desencuentros con respecto a unanorma o un conjunto de reglas, implícitas o explícitas, que permi-ten al hombre vivir gregariamente, lo cual supone una gran laborcivilizatoria. Sin embargo, Nietzsche ha puesto de manifiesto lo queimplica semejante empresa:

Criar un animal al que le sea lícito hacer promesas – ¿noes precisamente esta misma paradójica tarea la que lanaturaleza se ha propuesto con respecto al hombre? ¿Noes éste el auténtico problema del hombre?... El hecho deque tal problema se halle resuelto en gran parte tiene queparecer tanto más sorprendente a quien sepa apreciar deltodo la fuerza que actúa en contra suya, la fuerza de lacapacidad de olvido.22

Paradoja que nos recuerda, aunque de un modo vago, de qué ilu-siones vivimos... El olvido, aquella inercia del hombre respecto de suser, sin que por ello pierda (salvo casos “patológicos”) su capacidadde transformar lo que podemos llamar “naturaleza”, es lo que permi-te que la impertinencia como discontinuidad pueda “perpetuarse”,sin que constituya necesariamente riesgo alguno de extravío que nosconduzca a la locura o a la muerte. Vivir en sociedad –ver a los otroscomo socios– es hallarse en una serie de coordenadas, de planos yrepresentaciones consensuadas que, sin embargo, no impiden el an-tagonismo, entendido como deformación que nos aleja de lo familiar.Algunos casos podrían ser (bueno, depende...):

1. El taxista que toma un rumbo que no fue el indicado;

22 Friedrich Nietzsche. La genealogía de la moral. Trad. Andrés SánchezPascual. Madrid: Alianza, 2009, p. 75.

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2. El “viento bajito” que surge en plena junta e invade toda lasala;

3. El capricho de x o y en un restaurante;

4. El cuchicheo que viene de las bancas de atrás de la iglesia;

5. El que se mete en la fila;

6. El borracho que se acerca con toda la bacanería –y a veceshasta invita–, pero luego nadie se lo quita de encima;

7. El que entra en el ascensor con algo del humo de último ciga-rrillo, y siente las miradas afiladas de uno que otro;

8. Las vicisitudes del tráfico en las grandes ciudades (pite allá,insulte acá)...

En fin: todas las variaciones de las meteduras de pata, los comen-tarios salidos de tono, las diferencias ideológicas, algunos chistes, laspreguntas culposas (como las no-preguntas), las miradas “inquietan-tes” al hombre o la mujer del prójimo (y le decimos “prójimo” porcortesía...), y un larguísimo etcétera... Si pretendiéramos un inven-tario exhaustivo de todo este asunto terminaríamos, como dicen,“vinagres”. Entonces vamos a Pursewarden, y perfilemos, a partirde unos cuantos detalles de su actuar, algunas consideraciones quepueden hacerse extensivas a lo cotidiano.

Detengámonos en un buen detalle: los apodos. Recordemos estahistoria, nuevamente de la pluma de Örkény:

Un corcho que no se distinguía en nada de los demáscorchos (dijo que se llamaba Sándor G. Hirt, pero ¿quésignifica un nombre? Un nombre no significa nada) cayóal agua.

Durante un rato estuvo flotando en el agua, comoera de esperar, pero después pasó algo muy extraño. Se

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fue hundiendo poco a poco, llegó al fondo y no volvió aaparecer nunca más.

No hay explicación.23

El propio nombre no es entonces una cosa banal, pues inevitable-mente nos identifica en sociedad. Pero a fin de cuentas un nombreno dice nada, como ha ocurrido con el corcho de Örkény. Es comouna cédula con letras, sin garantía de que sea única. Sin embargo,los apodos son correspondencias que una persona encuentra en otrarespecto de algo que la “cualifica”; correspondencia que en ocasionesdeviene juicio, y hay juicios que no agradan. Esto fue lo que le pasóa Pombal, gran amigo de Pursewarden, y a Darley. Dice Balthazar:

Pombal nunca se repuso, creo, de que lo hubiera llamado‘Le prépuce barbu’ 24; (...) y el sobrenombre que le dio [austed, Darley,] utilizando sus iniciales también debe dehaberle ofendido (Lineamientos del Gratificado Deseo).‘Ahí va el viejo Lineamientos con su impermeable mu-griento.’ Una broma de mal gusto, lo reconozco. Peronada de eso tiene demasiada consistencia.25

Lo que antes era una cédula con letras es ahora un adjetivo quedesordena la casa. Experiencia de disonancia, que conviene mejorentenderla, no desde su sentido musical, sino como lo que intentaexpresar aquella frase: “abrir la nevera acalorao”. Y esto de abrir lanevera acalorao es lo que vivimos, en mayores o menores cuotas, cadadía. ¿Qué puede uno aprender de estos eventos “aparentemente”triviales (en promedio)?

Veamos este caso. Alguna vez me contaron la historia de un joven(a quien no conozco, y espero me sepa disculpar si ha tenido noticiade estas páginas) que ante una situación comprometedora respondió

23 István Örkény. “Fenómeno”, en: José A. Vidal (ed.). Op. cit., p. 498.24 Prepucio barbudo.25 Balthazar, pp. 107-108.

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con grosería dirigiendo sus nalgas desnudas a sus contrincantes, deun modo desafiante... El asunto es que “le salió el tiro por la culata”,pues varios vecinos, algunos asomados desde los balcones de suscasas, coincidieron en la descripción del área que hasta ahora elinsolente cubría con las ropas que papá y mamá le compraban:

—¡Ve, ese muchacho tiene el culo gris...!

Y así se quedó: Culo Gris. Lo más gracioso y desconcertante es lanaturalidad que los apodos adquieren, y que en cuanto a impertinen-cia representa una discontinuidad que es atenuada por lo cotidiano.Las mamás de los chicos del barrio –que se las imagina uno muydecorosas–, y que en verdad lo son, simplemente adoptan el nuevobautizo del hijo de la vecina:

—Vea mijo, ahí me llamó la mamá de Culo Gris...

Y bueno, al otro que le salió el tiro por la culata fue a Purse-warden. Ya sabemos que el hombre se las da de muy impertinente,pero tampoco es que salga muy bien librado con sus amigos. Nosdice Balthazar:

No era de los que hacen la corte, recuérdelo, y si tra-tó de acercarse a Justine fue simplemente para poner aprueba algunas réplicas y actitudes, para verificar cier-tas conclusiones a las que había llegado en el libro, antesde enviarlo a la imprenta, por así decirlo. Después, claroestá, se arrepintió de no haberse contenido.26

Justine es una mujer, como dicen, intensa, y siempre quería es-tar con él, a fin de desentrañar a través de la experiencia vital delescritor gran parte de los demonios con los que Justine convivía ydifícilmente soportaba –lo cual logró hasta cierto punto–. Sus des-encuentros incluían peleas triviales, discrepancias en asuntos per-sonales que en ocasiones se subían de tono, entre tantas cosas... Y

26 Íbid., p. 115.

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Pursewarden, ante tanta complicación insospechada, terminará porlamentarse, aplicándose la misma dosis de ironía con que trata a losdemás. Dice Balthazar en su comentario a Justine:

‘¡Bendito sea Dios! Nos estamos peleando como novios.Pronto nos casaremos y viviremos en sórdida compa-tibilidad, gozando en sacarnos mutuamente los puntosnegros de la nariz. ¡Uf! Espantosa isogamia de la Pare-ja Perfecta. Perce, lo has hecho una vez y vuelves a lasandadas.’27

Retomo entonces la pregunta que dejé arriba (“¿Qué puede unoaprender de estos eventos...?”). Tanto el caso de Culo Gris como el dePursewarden tienen en común ese “tiro por la culata” o ese “ir por la-na y salir trasquilao”. Por ende, devenir excéntrico vía impertinencianos muestra que no hay garantía acerca del peso que normalmen-te le atribuimos a las cosas. Culo Gris y Pursewarden tenían plenaseguridad de estar “en sus dominios”, pero les salió caro. Es decir,nuestras prederminaciones y predisposiciones ejercen una “fuerza degravedad” sobre nosotros, y dicha fuerza es la que pone en entredi-cho la impertinencia cuando es efectuada por otra instancia, la cual–y es algo que uno debería repetirse con más insistencia– tambiéntiene su propio centro que desea legitimar.

El desencantado de la vida es aquel que se sitúa en las antípodasde lo dicho anteriormente; por ello, sus expectativas y la realidadcolapsan de un modo estrepitoso. Y es que, si todos somos en lofundamental idiotas, ¿esperaba uno algo diferente? En el fondo, eldesencantado pretende actuar como si estuviera solo en el mundo,asumiendo ilusoriamente aquel término (tan usado en estadística):ceteris paribus, es decir, todo lo demás quietecito (“¡y que no metoquen!”). En este sentido, Balthazar no juzga a Pursewarden, yaque su “idiotez” no le daba para ser muy solemne ni muy diligentecon los asuntos que no lo comprometían, como sucede en su calidadde “conferencista” y saca mocos:

27 Íbid., p. 121.

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Sus conferencias públicas eran decepcionantes, comousted recordará. Un día descubrí por qué. Las sacaba deun libro. ¡Eran conferencias de otros!

(...)Tenía algunas costumbres infantiles, se hurgaba la

nariz y se complacía en sacarse los zapatos debajo de lamesa en el restaurante.28

Por otra parte, Pursewarden en su “autorretrato” se burla un pocode esa obstinación que produce tantos malentendidos en sociedad,y en donde se deviene excéntrico allí y allá: esas ganas de ciertoprotagonismo que, a fin de cuentas, es indisoluble en cada uno denosotros, y cuyas diferencias son sólo de grado. Porque convienerecordar que este teatro del mundo tiene un reparto muy grande:

Esta cordial argucia me da precisamente el fragmentode segundo que necesito para tomar nota de los puntosesenciales de mi autorretrato, con un puño un poco an-drajoso. Me parece que abarca todo el tema en formaadmirablemente sucinta. Artículo primero: “Como todogordo, tiendo a convertirme en mi propio héroe.” Artícu-lo segundo: “Como todo joven, me propuse ser un genio;felizmente intervino la risa.” Artículo tercero: “Siempreaspiré a tener la visión del Ojo de Elefante.” Artículocuarto: “Comprendí que para convertirse en artista unotiene que desprenderse de todo el complejo de egoísmosque lo llevan a la elección de la autoexpresión como úni-co medio de crecimiento. A esto, como es imposible, ¡lollamo la Gran Broma!”29

Entonces, ¿cómo se las arregla uno? A punta de idioteces y ciertainercia para vivir que aquí se reconoce como necesaria; de lo contra-rio todo comprometería en su conjunto aquella casa en la que, sea

28 Íbid., pp. 112-113.29 Clea, pp. 132-133.

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dicho, se está de paso... Por ende, ya se puede uno imaginar la can-tidad de impertinencias que en un momento dado pueden surgir...Y si todos seguimos rodando con el mundo es porque la impertinen-cia tiene una función que bien podría parecernos insospechada: seencarga de equilibrar las cargas del mundo, esto entendido por fuerade toda moral. Balthazar nos muestra lo anterior de un modo untanto singular, luego de haber pasado por una serie de peripeciasvergonzosas de cuenta de un enamoramiento enloquecedor para él.En la visita de Darley, esto es lo que sucede:

[Balthazar] Lanzó un áspero sollozo y emergió de en-tre las sábanas, ridículo en sus largos calzoncillos de la-na, para buscar un pañuelo en la cómoda. Se dirigió alespejo y dijo:

—La más tierna, la más trágica de nuestras ilusioneses probablemente la de creer que nuestros actos puedensumar o restar algo a la cantidad total de bien y de maldel universo.30

Lo dicho por Balthazar nos da pie para hablar de la risa, uno deesos asuntos escurridizos, y sin duda un lugar en donde reconocemosla impertinencia.

Algunos análisis de lo risible, lo cómico, lo humorístico, intentandar cuenta de sus efectos en términos de un mecanismo, de un juegode representaciones inconexas (evidenciables en la moral, la percep-ción, o en el juego cotidiano de los vínculos de carácter humano quesuponen una norma) que hallan una resolución insólita que causagracia. Pero lo que las palabras de Balthazar nos ayudan a pensar(y que las teorías de lo risible soportan de algún modo) es que larisa es, en lo fundamental, un acto desconsiderado, al ser consecuen-cia de no poder hallar una medida concluyente de lo bueno y de lomalo, de lo verdadero y lo falso, de lo legítimo y lo ilegítimo, de locorrecto y lo incorrecto, de lo conveniente y lo no conveniente, etc.

30 Íbid., pp. 73-74.

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Lo anterior hace que el ser humano no pueda habitar un territorioplenamente, y por ende le sea necesario habitar en ocasiones en unasuerte de “Zona Franca” donde las combinaciones de lo posible noalberguen el antagonismo que les imponemos usualmente a través dela razón y la moral. Es decir, los impuestos de importación, propiosde la “Zona Franca”, son menores o incluso hay exención (de allí elimpertinente humor negro); de aquí que la risa sea un lugar de lagratuidad, de lo desinteresado, de lo malintencionado –incluso de loaccidental que se confunde con lo malintencionado–, al cual la moral(que en este caso sería una de las aduanas, nunca desinteresada) lle-ga tarde. Y es allí donde se precipita la impertinencia. La risa, comouna de sus derivas, siempre alberga un reducto de lo sorpresivo, delo insospechado, donde el peso de las cosas se aligera o se detiene. Yen ocasiones uno se sorpende de sí mismo cínicamente, como ocurrecon el “filósofo” Woody Allen respecto de Kierkegaard:

Recuerdo mi reacción a una observación típicamente lu-minosa de Kierkegaard: «Semejante relación, que se re-laciona con su propio ser (es decir, un ser), debe haberseconstituido a sí misma, o ha sido constituida por otra».El concepto me arrancó lágrimas de los ojos. ¡Dios mío,pensé, ser tan inteligente! (...) La verdad es que el pasa-je me resultaba incomprensible, pero ¿qué más daba, siKierkegaard se lo había pasado bien?31

La risa es la consecuencia de la introducción del contrabando queofende o que divierte. Y si hay contrabando es porque por las vías“legales” es más costoso, en ocasiones más engorroso, y siempre re-quiere de una identidad que sea verificable. Esa identidad que, comoya hemos visto, en verdad no tenemos, pero que la sociabilidad nosobliga a tener. Es decir, la risa es una forma de aligerar las cargas,o introducirlas por vías que la aduana (moral, razón) no permite.32

31 Woody Allen. Cómo acabar de una vez por todas con la cultura. Barce-lona: Tusquets, 2014, p. 29.

32 La impertinencia en este caso nos muestra que el intento por ser entera-mente bueno tendría como consecuencia el desterrar la posibilidad de reír.

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Porque, si bien la moral ha sido creada, precisamente, a partir denuestra debilidad, la risa es también una deriva de nuestra propiadebilidad. Así se evidencia en Balthazar, cuando en el comentario aJustine se aborda la relación entre Pursewarden y Justine:

Todo esto33 debió de producir en Justine el efectode una gran perdigonada, causándole una dispersión delos sentidos y dándole, por primera vez, algo que habíadesesperado siempre de encontrar: la risa. ¡Imagínese elefecto de un toque de ridículo en una Emoción Elevada!34

Lo anterior se vincula con la ironía, entendida no como recur-so retórico, sino como reconocimiento, consciente o inconsciente, dela condición trágica de la existencia –es decir, de su fundamentalinsignifican- cia–, y por ende de una levedad respecto a lo que vivi-mos, o al peso que en un entorno determinado tienen x o y asunto.El impertinente no hace más que acentuar o confirmar lo anterior.De ahí su singularidad, indiferente de la admiración o el desprecioque se pueda sentir. Pero irónicos somos todos, de alguna mane-ra. La vida, de hecho, es irónica, al derrumbar con indiferencia losideales, los proyectos, las convicciones. Es por ello que cuando ocu-rren hechos insospechados, o “tiros por la culata” –como si fueranun “ajuste de cuentas” de la vida–, se exclama: “¡Qué ironías lasde la vida, ¿no?!” Y nuestra necedad se encarga de condimentar loanterior, como bien nos muestra el tango:

33 Y todo esto es: insultos, burlas, negaciones, absurdos con los que Purse-warden tanteaba los contornos de Justine, como aquella vez que sacó todas lasdisculpas posibles para no estar con ella, diciendo incluso que tendría gripa, yluego iría al zoológico. En palabras de Balthazar: “—Muy bien —dijo por fin—,ya veremos. (Me temo que se vea usted obligado a conceder un lugar aquí ala comedia esencial de las relaciones humanas. Es tan pequeño el que usted ledeja.) —Al día siguiente la puso en la puerta de su cuarto, tomándola del cuellocomo a un gatito. Al otro, [Pursewarden] descubrió al despertarse que el granautomóvil estaba detenido una vez más delante de la puerta del hotel. —Merde—exclamó, y, para contrariarla, se vistió y se fue al zoo. Justine lo siguió. Pur-sewarden se pasó la mañana mirando a los monos con la mayor atención. Ellano pasó por alto el insulto.” (Balthazar, p. 125.)

34 Íbid., pp. 113-114.

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¡Qué cosas, hermano,que tiene la vida...!Yo no la queríaCuando la encontré.Hasta que una nocheMe dijo, resuelta:“Ya estoy muy cansada de todo...”,y se fue.¡Qué cosas, hermano,que tiene la vida...!Desde aquella nochela empecé a querer...35

Lo irónico diluye el límite entre lo verdadero y lo falso, lo legíti-mo y lo ilegítimo, lo que somos y lo que creemos que somos, y porende la confianza que se tiene en la razón, el lenguaje, el sentido,la inteligencia, así como a otras construcciones humanas que hacenpensar, ilusoriamente, que nuestra naturaleza difiere “radicalmen-te” de la naturaleza de otro ser humano, o bien de otra materia,animada o inanimada. La inmanencia de un hecho considerado co-mo irónico rompe con todo lo que pretende para sí el adjetivo detrascendente, permanente, continuo, soberano, importante, seguro,cómodo... Y el caso de la procrastinación –ese dejar para mañanalo que puedes hacer hoy– que tan bien ilustra y reivindica el buenLuis Miguel Rivas, pone de manifiesto cómo el ser humano sigueapegado profundamente a lo trascendente, lo continuo, ..., etc., sin

35 “Quien hubiera dicho”, tango de Luis César Amadori (letra) y RodolfoSciammarella (música). El penúltimo verso de la versión original es “Desde esemomento”. Aquí se cita una versión de la cantante Adriana Varela.

Esta condición irónica del amor adquiere en El Cuarteto de Alejandríaun lugar privilegiado, en donde hay múltiples referencias. Para este caso, re-mitámonos a Balthazar respecto de la relación de Justine y Pursewarden: “Adecir verdad, [Pursewarden] era en cierto modo el hombre para ella, pero co-mo usted sabe, es una ley del amor que la persona que es para uno siemprellega demasiado temprano o demasiado tarde. Pursewarden le retiró sus favo-res tan bruscamente, que apenas tuvo tiempo para medir toda la fuerza de supersonalidad.” (Íbid., p. 119.)

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que a la larga se sepa muy bien porqué. Pero también es un casoque nos muestra cómo tambalea el ser humano: cómo deja tantascosas “para mañana”, restando un poco cínicamente su importancia.El “importaculismo” –que en últimas sería un estadio más digno delprocrastinador– es algo de veras bastante deseable. Una invitacióna la ironía:

Lo cierto es que quienes postergamos las tareas so-mos mayoría. (...). No estamos solos y no necesitamostratamientos. Debemos unirnos para estimular nuestravagarosa actividad y de esa manera seguir construyendoel glorioso camino de la irresponsabilidad que nos llevarápor fin a ser nosotros mismos. Tal vez así, unidos, poda-mos contemplar esa radiante mañana en que, de tantoaplazar y de tanto robarle el tiempo a quienes nos lo ro-ban, las tareas no hechas de millones de seres humanosse acumulen y obstruyan por un rato el trajín frenéticoy sin sentido de este mundo atareado con tantas inutili-dades importantes que no nos dejan darnos cuenta paradónde vamos, ni por qué, ni qué sentido tiene seguir sien-do tan cumplidores de un deber que hasta ahora no nosha llevado a ninguna parte.36

Pareciera que lo anterior –ese “procastinadores del mundo entero,uníos”– es bastante factible, pero la evidencia muestra lo contrario.Este es el vaivén en que se producen las infinitesimales disconti-nuidades de la impertinencia, y en donde el malentendido todo eltiempo está jugándose en el ámbito de lo público y de lo privado,en donde la ironía es manifestación, epifanía, de la subjetividad. Esuna forma en la que se nos muestra que el mundo se construye apartir de ficciones, las cuales son puestas en entredicho –o mejor,se confirman como ficciones–. Y para no dejar a Kierkegaard “enmanos” de Woody Allen, miremos algunas de sus consideraciones:

36 Luis Miguel Rivas. “¡Mañana o nunca!”, en: Tareas no hechas. Medellín:Universidad Eafit, 2014, pp. 26-27.

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La concepción que un diplomático tiene respecto delmundo es irónica en muchos aspectos; la conocida frasede Talleyrand, que al hombre se le concedió el habla nopara revelar sino para ocultar sus pensamientos, contieneuna profunda ironía para con el mundo, y desde el án-gulo de la prudencia política corresponde con exactituda quella otra proposición auténticamente diplomática,mundus vult decipi, decipitar ergo [el mundo quiere serengañado, pues que lo engañen].37

Todo lo anterior nos permite dar cuenta de esas perturbacionesde la vida corriente, en donde siempre hay un vestigio del engañoo de lo oculto: las “medias tintas”, los “tire y afloje”, aquello queen ocasiones fastidia con un sabor particular; aquello de “medir elaceite”, las miradas sospechosas, el comentario “inocente”, etc. Hayentonces un silencioso combate que las más de las veces se nombracomo sátira, burla, o rídiculo, derivas de la ironía en todo caso, puesya albergan en mayor o menor medida un juicio. Y es allí donde nosllevamos bastantes sorpresas:

Si uno desea a veces, lo que es por cierto una fáciltentación en nuestros días, quitarse el hábito que segúnsu jerarquía cada uno ha de adoptar y vestir con sumi-sión y humildad de acuerdo a su puesto en la sociedad,si de vez en cuando desea uno tomar conciencia de seralgo más que un convicto y de poder mostrarse vistiendoropa que no sea el uniforme (...) Cuanto mayor es la ne-cesidad (...) de ser de vez en cuando un ser humano y noseguir siendo eternamente un funcionario, cuanto mayorsea la infinitud poética, cuanto más arte ponga en juegola mistificación, tanto más se manifiesta la ironía.38

37 Søren Kierkegaard. De los papeles de alguien que todavía vive - Sobre elconcepto de ironía. Madrid: Trotta, 2000, p. 281.

38 Íbid., p. 280.

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Y volviendo a Pursewarden, lo anterior adquiere en el alcohol unasingularidad, pues le permite al escritor afirmar con más vehemencialo contrario de lo que piensa, y divertirse, incluso, en medio de suprocesión interior. Esa complicación que es la cultura; el moralismorecalcitrante es lo que Pursewarden socava luego de unos tragos,afirmando por lo demás la existencia sin forzar al tiempo y las cir-cunstancias, como bien da fe de ello Mountolive, quien se encontrócon el escritor, quien sería luego su empleado:

—Querido, estás achispado –exclamóLiza encantada.

—Achispado y triste. Triste y achispado. Pero alegre,alegre.

Debo decir que esta vena nueva y divertida en sucarácter parecía acercarme mucho más al hombre mismo.

—¿Por qué las emociones estilizadas? ¿Por qué te-mer y temblar? Esos tétricos cuartos de baño, con mu-jeres policías vestidas de impermeable, vigilando a ver siuno hace pis derecho o no. ¡Piense en todo el apasionadoacicalamiento del reino! No pisar el césped: no es de ex-trañar que yo, distraído, tome siempre por la puerta quedice “Para extranjeros solamente” cada vez que vuelvo.

—Estás achispado —le observó Liza de nuevo.

—No; soy feliz —dijo seriamente— y la felicidad nose gana a la fuerza. Hay que esperar a tenderle una em-boscada como a una codorniz o a una muchacha con lasalas cansadas. Entre el arte y la maquinación o artificioexiste un abismo.39

La banda sonora del impertinente es todo ese cúmulo de adjetivos:sinvergüenza, desfachatado, imprudente, caprichoso, falto de tacto,etc. Pero en la actitud de Pursewarden hemos visto que la cosa no espara tanto... Y si bien estos detalles harán que unos rían y otros se

39 Mountolive, p. 70.

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enerven, también puede desesncadenar en situaciones apasionantes,como lo que le ha ocurrido a Pombal.

En toda relación que se pretenda significativa, la sorpresa es unfactor que parece indispensable –así sea en una mínima dosis–, nosólo para renovar la dicha que también es conocer al otro (bueno,ciertas cosas del otro...), sino para renovar en general la inquietudque nos caracteriza, y que no siempre está volcada hacia la para-noia de ver en el mundo exterior un enemigo. Lo que no respondea nuestras propias finalidades no es necesariamente lo que nos mo-lesta. Pues nuestras finalidades, en este teatro del mundo, cambianconstantemente, y es el otro el que cada vez nos ayuda a medir tantola potencia como los lugares de nuestro propio estremecimiento. YPombal es un gran ejemplo de ello (a quien, de paso, le valdría m.lo de “Prepucio barbudo” con la siguiente ocurrencia de Sveva, unaprostituta alejandrina):

El amor de Pombal por Sveva: nacido de un alegre men-saje que lo dejó fascinado. Cuando despertó, ella se ha-bía marchado, pero no sin antes atarle la corbata en elmiembro: un nudo perfecto. El mensaje lo cautivó de talmanera que se vistió en seguida y fue a proponerle ma-trimonio, conmovido por su sentido del humor.40

Lo impertinente también es, por lo tanto, lo que nos cautiva;la puerta de entrada a detalles insospechados que pueden sumar afavor de un potencia de existir volcada hacia la vida. Esa era una delas grandes preocupaciones de Pusewarden, quien siempre buscabael “tonito” más adecuado para dejar una huella en el otro, como haocurrido, por ejemplo, en su papel de “docente” ocasional:

Pero una vez que lo llevé a la escuela judía y le pedíque hablara a los alumnos de la Sección Literatura, es-tuvo delicioso. Empezó por enseñarles juegos de naipes

40 Justine, p. 259.

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y luego felicitó al ganador del premio literario, hacién-dole leer en voz alta el ensayo elegido. Después pidió alos niños que escribieran en sus cuadernos tres cosas quepodrían serles útiles algún día, si no las olvidaban. Eranlas siguientes:

1. Cada uno de los cinco sentidos encierra un arte.2. En materia de arte debe observarse gran reserva.3. El artista debe atrapar el menor soplo de viento.Luego sacó del bolsillo de su impermeable un enorme

paquete de caramelos sobre los cuales se precipitarontodos, incluso él, y así terminó la clase de literatura quemás éxito tuvo en la escuela.41

La impertinencia, como forma de aligerar las cargas, tambiénnos recuerda que estamos vivos, y que, precisamente, hay una vidade todos los días que es preciso vivir. Y que dicha vida no precisatodo el tiempo de ser pasada por el cedazo de la razón y las con-sideraciones “«filosóficas» –en el sentido ciertamente deplorable deltérmino en que incitaría de buena gana a pensar (...) que la principalfunción de la filosofía es la de «acreditar tonterías desacreditandoevidencias»”42 Y sí, hay momentos monótonos, rutinarios, tediosos,insípidos... Pero no todo puede ser discontinuidad: no todo puedeser bello, sublime, encantador (y por supuesto, no todo puede serimpertinencia)... porque es en el contraste donde puede uno compa-rar y renovar todo el tiempo la capacidad de asombro, con todo loque esto puede acarrear.

La divergencia (que en ocasiones es radical) entre lo que se in-daga y lo que se evidencia es lo que la impertinencia también sacaa relucir, tal como ocurre con la invitación que se le hace a estepaciente, que llega donde el médico:

41 Balthazar, p. 113.42 Clément Rosset. El principio de crueldad. Op. cit., pp. 19-20.

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—Doctor, un desaliento de la vidaque en lo íntimo de mí se arraiga y nace:el mal del siglo... el mismo mal de Werther,de Rolla, de Manfredo y de Leopardi.Un cansancio de todo, un absolutodesprecio por lo humano...; un incesanterenegar de lo vil de la existencia,digno de mi maestro Schopenhauer;un malestar profundo que se aumentacon todas las torturas del análisis...43

A lo cual el médico no tiene otra cosa que responder:

—Eso es cuestión de régimen: caminede mañanita; duerma largo; báñese;beba bien; coma bien; cuídese mucho:¡Lo que usted tiene es hambre!...44

Todo lo expuesto indica que la impertinencia, entendida comoexcentricidad, lo que pone en entredicho es toda noción de propie-dad, si la entendemos como una síntesis de la serie de atributos quenormalmente damos a todo aquello que asumimos como familiar. Esdecir –y la evidencia lo muestra de sobra–: Nada nos pertenece.

\

Producto de lo anterior, el equilibrio de cargas vía impertinencia–motores del deseo en conflicto– genera lo que también es muy fami-liar para todos nosotros, y es la gran cantidad de enfrentamientos, de

43 José Asunción Silva. “El mal del siglo”, en: Poesía y prosa. Bogotá: Ins-tituto Colombiano de Cultura, 1979, p. 84.

44 Íbid.

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mayor o menor tamaño, que vivimos en sociabilidad, y que configu-ran escenarios donde se evidencia una asimetría entre unos y otros.Estas asimetrías están dadas por medio de la ironía, el sarcarsmo,y gran cantidad de recursos en donde se produce una devaluaciónde una parte sobre otra. Y en El cuarteto lo anterior va de la manoprincipalmente de Pursewarden hacia sus amigos, así como de Jus-tine hacia Darley. Los estadios de extravío y excentricidad ya hanallanado un poco el camino para acercanos a esta cuestión. Sin em-bargo, retomemos los apodos, a fin de acercarnos a Pursewarden,cuyos registros en cuanto a asimetría tienen una singularidad quepermean toda la obra.

Si el apodo termina en ocasiones volviéndose un juicio que deva-lúa al otro, lo que uno puede afirmar es que el apodo es un insultocomprimido, de unas cuantas sílabas... No obstante, existen insultosmás largos, más estilizados, y no por ello pierden su capacidad corro-siva. Por ejemplo, vean con lo que le salió Pursewarden a Balthazaren una salida a tomar trago:

—En cuanto a Justine —me dijo Pursewarden en unaborrachera—, la considero el viejo y cansador tornique-te sexual por el cual probablemente tengamos que pa-sar todos... una especie de Venus alejandrina con algode zorra. (...) —Viendo mi mirada de reproche por esascrueldades, añadió un poco avergonzado: —Discúlpeme,Balthazar. Simplemente, no me atrevo a tomarla en se-rio. Un día le diré por qué.45

Con Balthazar, Pursewarden puede disculparse lo que quiera. Pe-ro de haberse enterado Justine de semejante descripción... Aunque,para ser sinceros, cuando afirmábamos que Justine era intensa, creoque el adjetivo se quedó corto. En efecto, Pursewarden no tieneningún reparo en volverla “ropita de trabajo”, como ocurre a conti-nuación, de acuerdo con Balthazar:

45 Balthazar, p. 114.

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Peor aun, su crueldad burlona la ofendía, después dehacer el amor, por ejemplo, pensaba algo como esto: ‘Ha-cer el amor es para él algo tan sencillo como un impulsodoméstico que se convierte en hábito, como limpiarse loszapatos en el felpudo.’ Luego, inesperadamente, caía al-guna frase zumbona en el estilo de: —Todos buscamos aalguien digno de ser amado para serle infiel... ¿te creíasoriginal, quizá? —O si no: —¡La raza humana! Si nopuedes gozar con el que tienes a mano, pues... cierra losojos e imagina que estás con el que no has podido con-seguir. ¿Quién sabe? Es perfectamente legal y secreto.¡El verdadero matrimonio de las almas! —Estaba juntoal lavabo enjuagándose los dientes con vino blanco. Lohubiera matado por ese aire alegre y dueño de sí mismoque tenía.46

Un escenario como el anterior –sin duda una impertinencia– tam-bién da para pensar en términos de la fuerza que cada quien utilizapara anclarse en el mundo y hacer efectiva su voluntad (esto contodas las consecuencias que podemos vislumbrar). Pursewarden, sibien propicia el extravío y el devenir excéntrico en otros, está másdedicado de propiciar (de ser) un reto sobre lo que a cada quien con-cierne; y eso lo logra precipitando una asimetría de él sobre ellos.Porque si hay algo que podríamos afirmar de él es que es un diatribe-ro sin concesiones, y todos los ejemplos que hemos visto hasta ahoratienen una pizca de ello. El hombre pone el dedo en la llaga, lo hacecon estilo, y al ser tan copioso en la escritura, deja un gran testi-monio en Mis conversaciones con el Hermano Asno, donde se burlaextensamente del puritanismo inglés y la literatura más reciente, lo

46 Íbid., pp. 120-121. Y esta es una “perla” de Pursewarden, en una carta derespuesta a Justine, quien tanto le reprochaba su comportamiento: “ ‘Primero:nadie puede poseer a un artista, atención. Segundo: ¿de qué sirve la fidelidaddel cuerpo si el espíritu es infiel por naturaleza? Tercero: déjate de lloriquearcomo una árabe, tienes otras cosas que hacer. Cuarto: la neurosis no es unaexcusa. La salud debe ser conquistada y ganada en la lucha. Por último, yaestará bastante bien si logras no ahorcarte.’ ” (Íbid., p. 124.)

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cual expresa en aquellas “precauciones” para con sus libros:

Pero yo he tomado mis precauciones contra una naciónde abuelas mentales. Cada uno de mis libros lleva unafaja escarlata con la leyenda: NO DEBE SER ABIERTAPOR MUJERES VIEJAS DE CUALQUIER SEXO.47

Y entre sus críticas también se hallan las instituciones. Lo quesigue tiene una vigencia que no cuesta reconocer:

Pero aquí, Hermano Asno, corto la comunicación;porque evidentemente esto no es crítica elevada, ni si-quiera crítica menor. No veo que esta especie de fustánpueda llegar jamás a nuestras universidades, donde to-davía siguen tratando penosamente de extraer del artealguna sombra de justificación para sus formas de vida.Sin duda tiene que haber en él una semilla de esperanza,se dicen angustiados. Después de todo tiene que existiruna semilla de esperanza para gente cristiana decente yhonesta en todo este galimatías que nuestra tribu trans-mite de generación en generación.48

Casi toda la intervención de Pursewarden tiene ese carácter. Y loque parece más apremiante resaltar de la impertinencia como asi-metría es, precisamente, esa incomodidad, esa molestia de la cualhemos partido, pero que hemos intentado tratar con un poco detacto. Y ante todos los ejemplos que pueden salir al encuentro, in-tentemos, más que agotar los registros de un personaje o de unaobra, configurar un paisaje en donde estos “tropeles” que configurantantas asimetrías puedan tener un lugar, por precario que sea.

Dígase entonces: las dos instancias de la impertinencia que se jue-gan su soberanía podríamos cotejarlas con el encuentro de este par

47 Clea, p. 131.48 Íbid., p. 139.

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de personajes de Kafka, en donde se tantean el uno al otro, lo cualno es para nada difícil reconocer en muchos encuentros humanos.Me permito citar en extenso este relato corto:

Si me encuentro a una muchacha bonita y le pido:«Sé buena, ven conmigo», y pasa de largo sin decir unapalabra, su actitud significa:

«Tú no eres un duque con apellido rimbombante: nin-gún americano atlético con la estatura de un indio, conojos horizontales y contemplativos, con una piel acari-ciada por el aire de las praderas y de los ríos que fluyenpor ellas. No has viajado a los grandes lagos, ni los hassurcado, aunque no sé donde se encuentran. Así que di-me, por qué yo, una muchacha bonita, tendría que ircontigo.»

«Olvidas que no te llevan en automóvil por la calle,balanceándote con sus sacudidas: no veo ir detrás de ti alos señores pertenecientes a tu séquito, embutidos en sustrajes y murmurándote piropos. Tus pechos quedan biencomprimidos en el corsé, pero tus muslos y caderas seresarcen por esa sobriedad. Llevas un vestido de tafetáncon pliegues, como el que nos alegró tanto a todos elpasado otoño y, sin embargo, con ese peligro mortal enel cuerpo, sólo te ríes de vez en cuando.»

«Sí, los dos tenemos razón y, para no ser conscientesde ello de un modo irrefutable, preferimos irnos solos acasa, verdad?»49

Y sí, ocurre que en ocasiones se van a casa y todo sigue normal,y ni siquiera se dicen tanta cosa: a lo sumo una ligera expresiónque ni siquiera adquiere el espesor para que merezca ser conservadoen la memoria. Esto ocurre nada más y nada menos que en lo que

49 Franz Kafka. “La negativa”, en: Cuentos completos. Trad. José RafaelHernández Arias. Madrid: Valdemar, 2010, p. 50.

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llamamos vida cotidiana, si la entendemos al modo de José LuisPardo:

La expresión «vida cotidiana» debería seguramente men-tar algro trivial, algo tan conocido y acostumbrado queno merece la pena de ser descrito porque todo el mundosabe lo que es. Pero no es cierto: la cotidianeidad desig-na más bien una ausencia de sí mismo, una experienciaque su presunto sujeto no llega jamás a experimentar, yque no es indescriptible por trivial sino porque, cuandose padece, uno mismo no está allí para dar testimonio.Algo, pues (una suerte de inexperiencia o de incultura)totalmente contrario a la lucidez.50

Pero, siendo lo anterior una regla, lo que ocurre con esta parejaen términos de impertinencia y asimetría son cosas como:

1. Las dos partes se quedan, a ver qué parte convence a la otra.

2. Una de las dos partes se queda esperando a que la otra, queya se ha ido, vuelva.

3. Las dos partes se detienen, y se tantean infinitamente hastaencontrar el mejor argumento (y ahí se les puede ir la vidaentera).

4. Una de las partes obliga a la otra a que se quede.

5. Las dos partes, por alguna razón, terminan juntas, pero siem-pre renegando (en silencio las más de las veces) de que si hubie-ran caminado un poco más hubieran encontrado algo mejor.

Estos escenarios hacen parte de esas disputas amorosas, políti-cas, sociales, etc., algunas de las cuales ya no conviene ni siquierallamarlas impertinencias, pues devienen ofensa, humillación, y otros

50 José Luis Pardo. La intimidad. Op. cit., p. 230.

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adjetivos que son más pertinentes y hacen mayor justicia a la si-tuación. Y las razones para que las cinco opciones citadas sucedanefectivamente (y quién sabe cuántas más) se hallan en todo ese cú-mulo de oposiciones que hacen de cada quien alguien, y que ensociedad siempre comprometen su querer y su deber. Oposicionesque si bien innumerables, aquí podemos dimensionar a partir de lacapacidad de acción del ser humano, la cual en lo fundamental essiempre inversamente proporcional al sentir, como bien lo ha dichoPessoa:

El mundo es de quien no siente. La condición esencial pa-ra ser un hombre práctico es la ausencia de sensibilidad.La cualidad principal en la práctica de la vida es aquellacualidad que conduce a la acción, esto es, la voluntad.Ahora bien, hay dos cosas que estorban a la acción—lasensibilidad y el pensamiento analítico, que no es, a finde cuentas, otra cosa que el pensamiento con sensibili-dad. Toda acción es, por naturaleza, la proyección de lapersonalidad sobre el mundo exterior, y como el mundoexterior está en buena y en su principal parte compues-to por seres humanos, se deduce que esa proyección dela personalidad consiste esencialmente en atravesarnosen el camino ajeno, en estorbar, herir o destrozar a losdemás, según nuestra manera de actuar.51

Y como recién afirmamos, la impertinencia se encarga de equili-brar las cargas del mundo. Entonces, con toda la carga afectiva queesto pueda acarrear –y que obviamente no pretendo despreciar–, aveces o toca “colaborar” a equlibrarlas, o nos obligan a “colaborar”,o obligamos a que “colaboren”, o incluso gozamos en “colaborar”...

Ahora, ¿cómo englobar estos episodios, de modo que no se nos es-cape ninguno? Imposible. Sin embargo, Gabriel García Márquez ensu cuento Un día de estos nos permite extraer de allí una metáfora

51 Fernando Pessoa. Op. cit., pp. 318-319.

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que, conjugada con lo anterior, nos puede ser de utilidad. El alcaldevisita al odontólogo, y sin duda ambos tienen reservas el uno delotro. Concentrémonos en la operación quirúrgica que aquí sucede:

Era un cordal inferior. El dentista abrió las piernasy apretó la muela con el gatillo caliente. El alcalde seagarró a las barras de la silla, descargó toda su fuerza enlos pies y sintió un vacío helado en los riñones, pero nosoltó un suspiro. El dentista sólo movió la muñeca. Sinrencor, más bien con una amarga ternura, dijo:

—Aquí nos paga veinte muertos, teniente.El alcalde sintió un crujido de huesos en la mandí-

bula y sus ojos se llenaron de lágrimas. Pero no suspiróhasta que no sintió salir la muela. Entonces la vio a tra-vés de las lágrimas. Le pareció tan extraña a su dolor,que no pudo entender la tortura de sus cinco noches an-teriores.52

Es bastante curioso –pero bastante usual– que nos ocurra como alAlcalde: que gran parte de nuestros sinsabores –las más de las vecescondimentados con nuestra necedad– nos parezcan con el tiempoalgo tan extraño como el diente que ahora ve el Alcalde a travésde las lágrimas. Sin embargo, si bien son algunas muelas las que lavida nos saca, en cuanto a la impertinencia como asimetría podría-mos atenuar nuestra definición, afirmando ésta como experiencia,diríamos, “odontológica”:

Cuando a uno le tocan el nervio... Eso es la impertinencia.

52 Gabriel García Márquez. “Un día de estos”, en: Todos los cuentos (1947-1972). Bogotá: Círculo de lectores, 1983, p. 104.

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4.

Más allá de la incomodidad(La impertinencia como experiencia íntima.)

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¿Cuánta verdad soporta, cuánta verdad osa un espíritu? (...)Toda conquista, todo paso adelante en el conocimiento esconsecuencia del coraje, de la dureza consigo mismo, de lalimpieza consigo mismo...

Friedrich NietzscheEcce homo

¿De qué se habla cuando se habla de impertinencia? Esta pre-gunta vuelve al encuentro, aunque con otro matiz. Pues hablar deimpertinencia es también hablar de cómo es asumida, en especialcuando sus efectos impactan en un sentido personal... Y como tomade una postura, es preciso recordar el tono de quien nunca pudodialogar con Darley: “¡Darley habla de decepciones! Pero HermanoAsno, si el desencanto es la esencia del juego.”1 Expresión que noparece muy digerible, mucho menos alentadora... Pero a menos quela pretensión sea el afirmar junto con Darley que “el dolor mismo esel único alimento de la memoria”2, es preciso situarnos más allá de laincomodidad. Esto implica reconocer, de acuerdo con Nietzsche, queuno “solamente escucha las preguntas para las que está en condicio-nes de encontrar una respuesta.”3 Por ello, vernos a través de otropuede sernos de utilidad. ¿Cómo entender ese “algo más” al margende toda incomodidad? ¿Qué oír, qué ver de la impertinencia? ¿Quées lo que permite pensar que allí reside una pregunta?4

1 Clea, p. 133.2 Justine, p. 206.3 Friedrich Nietzsche. La ciencia jovial “La gaya scienza”. Op. cit., p. 140.4 En este sentido, las palabras de Benjamin son pertinentes: “Así pues, la

novela no es significativa por presentarnos instructivamente el destino propiode otra persona, sino porque éste nos transmite, en virtud de la llama que lo vaconsumiendo, ese calor que no obtendremos nunca de nuestro propio destino.”(Walter Benjamin. “El narrador. Consideraciones sobre la obra de Nikolái Lés-kov” (Trad. J. Navarro Pérez), en: Obras. Madrid: Abada, 2007, Libro II, Vol.2, p. 59.)

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Lo anterior es lo que Darley va develando en sí mismo a travésde su obra, en un esfuerzo que desemboca en una valoración de laimpertinencia. ¿Qué ha obtenido de allí? Para dar respuesta a es-ta pregunta, dirijámonos a un escenario puntual de un asunto muyrecuerrente para él: su relación con Justine. En la siguiente esce-na, bellamente escrita, Darley deambula por las calles alejandrinas,aletargado, intentando conjurar lo que siente a través de una des-cripción de lo circundante:

Me pareció como si la ciudad se hubiera derrumbado degolpe a su alrededor; anduve de un lado a otro sin rumbo,como me imagino que han de ambular los sobrevivientesde un terremoto que ha destruido su cuidad natal, y querecorren las calles estupefactos ante el cambio operadoen algo que les era tan familiar.5

La ingravidez de lo expresado surge de la tentativa de capturarlo que reconoce de entrada como incapturable. Sin embargo, en tér-minos de un sentir de lo incómodo, de lo impertinente, el intento deDarley por transmitir su sentir no se halla lejos de tantas afeccio-nes por las que podemos pasar revista, y que configuran escenariosque se renuevan constantemente, sea en la dicha o en el dolor. Amis-tad, amor, celos... Pero aquello que comparten estos episodios resideen la posibilidad de establecer una empatía con el otro, sea en laliteratura o en la vida:

Lo que un lector puede llegar a saber de Emma Bovary,de Julien Sorel, de Ana Ozores, de La Benigna o del Con-de de Albrit, de Gregorio Samsa, (...), no son únicamente

5 Justine, p. 91.

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los contenidos de su privacidad (...), que siempre son ob-jetivables: el modo en que emplean su tiempo libre, lospormenores de su higiene personal, etc.; lo que un lectorllega a conocer de ellos es su intimidad, es decir, el modoen que ellos se sienten a sí mismos.6

El modo en que cada personaje se siente a sí mismo tiene a lapalabra como aliada para rendir cuenta de ello, sin que dicha alianzapueda ser enteramente satisfactoria. Y en todas las coloraciones queha adquirido la incomodidad, vemos que sus cadencias operan bajoun volcarse hacia un sentir, sin que sea necesaria una explicaciónque responda a nociones de causalidad, voluntad o decisión. Lo an-terior, como reconocimiento siempre a tientas de la inmanencia deun sentir(se) humano es la intimidad. A este respecto, la afirmaciónde José Luis Pardo llama nuestra atención:

El narrador no consigue crear intimidad cuando dice desus personajes: «Él sintió miedo» o «aquello le entriste-ció», sino cuando hace tangibles al lector el pavor o latristeza en estado efectivamente puro sin necesidad denombrarlos directamente. Y es eso mismo lo que crea in-timidad entre los seres humanos (...). Porque el arte decontar la vida (de darse cuenta de la vida, de tenerla encuenta) no es más que el arte de vivir. Vivir con arte esvivir contando la vida, cantándola, paladeando sus gus-tos y sinsabores. Y desde luego, se puede vivir sin arte,sin contar nada, sin contar para nada ni para nadie, sincontar con nada ni con nadie y sin que nadie cuente parauno mismo. Se puede vivir sin intimidad (...), porque laintimidad no es imprescindible para vivir. La intimidadsólo es necesaria para disfrutar de la vida.7

¿En qué reside ese disfrute de la vida, producto de la intimidad?¿Qué condiciones podemos esbozar? Para ello, dirijámonos a la pri-

6 José Luis Pardo. La intimidad. Op. cit., pp. 27-29.7 Íbid., pp. 29-30.

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mera novela de la tetralogía. Justine es una mezcla de caracteres ala que Darley no puede más que sucumbir. De hecho, casi todo Jus-tine es el memorial de un amor apasionado en donde la asimetríade Justine sobre Darley será una suerte de posesión que disfrutará.8

La impertinencia surge aquí al hallarse Darley constantemente entrela pasión y la contrariedad que genera la mujer, como ocurre líneasatrás de encontrarse deambulando por Alejandría:

Justine había cerrado los ojos, tan suaves y brillantescomo si los puliera el espeso silencio que nos rodeaba.Sus dedos temblorosos se habían aquietado y descansa-ban en mi hombro. Nos volvimos el uno contra el otro,cerrándonos como las dos hojas de una puerta sobre elpasado, dejando a todo el mundo afuera, y sentí que susbesos, felices y espontáneos, empezaban a componer laoscuridad a nuestro alrededor, como capas sucesivas decolor. Cuando hubimos hecho el amor y nos desperta-mos, oí que me decía:

—Soy siempre tan torpe la primera vez... ¿Por quéserá?

—Los nervios, tal vez. A mí me pasa lo mismo.—Me tienes un poco de miedo.9

Lo que siente Darley, en lo fundamental, no se diferencia en nadarespecto a lo que a cada quien puede observar en sí mismo, en susalegrías y desencantos más significativos; es decir, es el hecho de

8 En la escena donde todo comiena entre Darley Justine, el narrador yaesboza la mezcla de amor y burla de la mujer: “Nos quedamos largo rato acosta-dos uno junto al otro, con los trajes de baño todavía húmedos, para aprovecharlo últimos y pálidos rayos del sol en la deliciosa frescura del crepúsculo. Yo teníalos ojos semicerrados, mientras Justine (¡con qué claridad la veo!) apoyada enun codo, se protegía la vista con una mano y me miraba fijamente. Tenía lacostumbre de mirar mis labios cuando hablaba, con un aire burlón, casi imper-tinente, como si estuviera esperando que yo pronunciara mal alguna palabra.”(Justine, p. 46.)

9 Justine, pp. 88-89.

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volcarnos lo que compartimos. Por ello no nos da lo mismo todo, y laponderación que damos a ciertos asuntos hace uso del lenguaje paraentablar una correspondencia que rinda cuenta de cómo nos sabe la(propia) vida. De allí entonces un primer aspecto de la intimidad: laposibilidad de tener filiaciones, repulsiones... en suma, inclinaciones :

[De allí que] ser alguien es estar inclinado. No «estarinclinado» a esto o a lo otro, sino estar inclinado a la in-clinación misma, inclinarse hacia las inclinaciones. Esto–estar inclinado a tener inclinaciones, antes de determi-nar cuáles sean los objetos empíricos de tales inclinacio-nes–, la capacidad de inclinarse o la metainclinación, esla intimidad. Una capacidad que constituye mi modo desentir la vida y de la que no puedo desprenderme sindesprenderme de mí mismo.10

Darley, al devenir impertinencia, es entonces alguien –porque lavida no se puede disfrutar si se es nadie–. Luego de hacer el amorcon Justine, Darley se arroja a una ciudad que se le muestra comoruina –como propia ruina ante aquello que creía ser, pero que enél se desborda, se muestra como posibilidad desconcertante–. Asítermina el episodio de un Darley aletargado en medio de la ciudad:

Tenía la curiosa impresión de estar sordo, y no recuerdonada más hasta que mucho más tarde tropecé con Pur-sewarden y Pombal en un bar, y el primero recitó unosversos de “La Ciudad”, el famoso poema del viejo bardo,que, aunque ya conocía, me impresionó por su nueva sig-nificación, como si hubiera sido nuevamente acuñado. Ycuando Pombal observó: “Esta noche estás en las nubes.¿Qué te ocurre?”, tuve ganas de contestarle (...): “Mesiento como si el cielo estuviera pegado a la tierra, y yoentre los dos, respirando por el ojo de una aguja.” 11

10 José Luis Pardo. La intimidad. Op. cit., p. 42.11 Justine, pp. 91-92.

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Esta última frase potencia la intimidad como interior que pugnapor un tránsito al exterior, en el cual siempre se quedará algo en elcamino. ¿Y qué es dicha inmanencia que no es posible aprehenderconcluyentemente, pero que a tientas reconocemos? ¿Qué es, pues, laintimidad? La intimidad es la verdad sobre uno mismo.12 Verdad queen Justine Darley intenta conjugar con lo que ha podido conocer,vivir, de Justine, y de este modo formar un cuadro en donde, másque la coherencia o la consistencia, ha de primar, más de lo que estádispuesto a admitir, la coincidencia... Pero en el ímpetu de llevar abuen término esta pretensión se filtra un condimento: una estima desí que se halla en juego tanto con el padecimiento amoroso como conla lejanía y lo tempestuoso del otro. Darley en ocasiones reconoceque su estética es la de un protagonismo, sea en el triunfo o enla derrota. Profeta de lo que ya pasó, como ocurre en el siguientepasaje:

La manía de justificarse a sí mismo se da tanto enlos que tienen la conciencia intranquila como en los quebuscan un fundamento filosófico para sus acciones, peroen ambos casos lleva a extrañas formas de pensamiento.Sus ideas no son espontáneas, sino voulues. En el caso deJustine, esa manía provocaba una corriente perpetua deideas, de especulaciones sobre actos cometidos o por co-meter, que ejercían sobre su espíritu la presión que ejer-ce la masa líquida en un dique. Y a pesar del lamentadodesgaste de energías y del apasionado ingenio con quese examinaba a sí misma, era imposible no desconfiar desus conclusiones, puesto que cambiaban continuamente,sin descanso.13

Lo anterior podrá darnos una idea de las cavilaciones de Darleyalrededor de su relación con esa mujer devastadora14, quien final-mente se alejará luego de una serie de eventos preocupantes que

12 José Luis Pardo. La intimidad. Op. cit., p. 14.13 Justine, p. 138.14 Esta devastación encontrará resonancia en Darley con las páginas de

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surgen de las sospechas sobre los celos de Nessim, su marido. Perola crítica sobre la volubilidad de Justine también Darley la reconoce(un tanto involuntariamente) para sí, si nos remitimos a sus últimasreflexiones acerca de un vínculo amoroso de tal magnitud. Devaneosde la incomodidad; composiciones que intentan buscar una coinci-dencia que no comprometa la estima que tiene de sí mismo:

Y para definir mejor esa triste vinculación que tantodolor me había causado, vi que el dolor mismo es el únicoalimento de la memoria; porque el placer termina en símismo, y todo lo que me había legado era una fuentede continua salud, un desasimiento pródigo en vida. Yoera como una batería de pilas secas. (...) Así sitiado,me definía y realizaba por obra de aquella cualidad que,claro está, me hería más a fondo: la abnegación. Esoera lo que Justine amaba en mí, y no mi personalidad.(...) Veía la marca de ese desprendimiento a lo largo detoda mi vida, con sus discordancias, sus casualidades, sudesorden. Mi valor no residía en nada de lo que llevaba acabo o de lo que poseía. Jústine me amaba porque yo erapara ella algo indestructible, un ser humano ya formadoy que no podía quebrar.15

Y si bien lo anterior hace parte de las especulaciones que siem-pre bordearán un vértigo inaprehensible pero vigoroso, en Balthazar

Moeurs: “Las páginas de Arnauti se abren en mi mente mientras la observo yhablo con ella. ‘Un rostro demacrado por la luz interna de su terrores. En laoscuridad, después que me he dormido, ella despierta para meditar sobre al-guna cosa que he dicho acerca de nuestra relación. Cada vez que abro los ojosla encuentro preocupada por algo, sentada ante el espejo, desnuda, fumando ygolpeando la lujosa alfombra con su pie descalzo.’ (...) Allí la veo siempre, en-tregándose a esas terribles intimidades de las que Arnauti escribe: ‘No hay dolorcomparable al de amar a una mujer que nos ofrece su cuerpo y, sin embargo,es incapaz de darnos su verdadero ser, porque no sabe dónde está.’ Cuántasveces, tendido a su lado, he rumiado esas observaciones que, para el lector co-mún, podrían pasar inadvertidas en el flujo y reflujo de las ideas que componenMoeurs.” (Íbid., p. 142.)

15 Íbid., pp. 206-207.

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Darley recibirá, de cuenta del manuscrito de su amigo, una informa-ción que para él es lapidaria y le costará creer, pues va en contravíade toda aquella avalancha de sensaciones, y en donde siempre sehalla una tentativa de deslegitimar no sólo todo lo acontecido, sinolo pensado, lo escrito, lo sentido:

Me es imposible describir la emoción con que leí sus no-tas —a veces tan detalladas, a veces tan breves y secas—,como por ejemplo en la lista que había titulado: “Algu-nas falacias y falsas interpretaciones”, donde decía fría-mente: “Número 4. Que Justine estaba ‘enamorada’ deusted. Si de alguien estuvo ‘enamorada’ fue de Pursewar-den. ¿Qué significa esto? Que se veía obligada a utilizar-lo a usted como señuelo para proteger a Pursewarden delos celos de Nessim, su marido. En cuanto a Pursewar-den, no le importaba nada de ella, ¡suprema lógica delamor!”16

Una nueva información que para Darley es una impertinencia –ya la cual Balthazar dedicará algunas páginas–, como tantas otrasmás que recibirá y de las cuales nutrirá su trabajo, donde la répli-ca se reproduce en ciertos apartados en donde aún no sale de suasombro, de su desconcierto.17 La intimidad surge en los intersticiosde cada detalle de sus descripciones, en los signos de admiraciónque acompañan algunas de sus frases: es la sintaxis que conspirapara dejar tan sólo huellas de la decepción, del desconcierto, deltitubeo ante la evidencia; una noticia que llega como un baldado

16 Balthazar, pp. 20-21.17 “Comíamos tantas veces juntos, los cuatro; ¡y yo allí, sentado, en silencio,

embriagado por el recuerdo de sus besos reales, creyendo (sólo porque ella melo decía) que la presencia del cuarto —Pursewarden— adormecía los celos deNessim y nos brindaba una proteción! Pero si he de creer a Balthazar, era yo elseñuelo. (Recuerdo o sólo imagino aquella sonrisita especial que aparecía de vezen cuando en las comisuras de los labios de Pursewarden, quizá cínica, quizá¿conminatoria?) ¡Yo creía entonces que la presencia del escritor me protegíacuando en realidad él se cobijaba en la mía!” (Íbid., pp. 182-183.)

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de agua fría que renueva la debilidad esencial que nos constituye,y que se podrá replicar respecto a tantos asuntos que, como hemosdicho incialmente, nos viven. De aquí que se diga, pues, respecto ala impertinencia:

La impertinencia, como modo de ser de la intimidad, esun escenario donde emerge una verdad sobre sí mismo enquien la experimenta; verdad no en sentido “metafísico”,sino como inmanencia, como evidencia de la cual no esposible desprenderse. Siendo la precipitación de una incli-nación, esta implica la tentativa de pérdida de un puntode apoyo.

La verdad primera es nuestra debilidad, que consiste en estarconstantemente dando forma a lo que somos, y en la cual la imper-tinencia muestra que no es algo que pueda ser garantizado. Y si estose entiende bajo la figura de una zancadilla, ¿qué es aquello con loque hará contacto, de modo que precipite una desviación de lo quese es en un estado, dígase, de “inercia”?

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En el intento de conjurar lo ocurrido en Alejandría, Darley tam-baleará debido a la información de Balthazar, y en donde se debateen asumir la incomodidad que representa una mujer que no sintióalgo que para él era embriagador –una no correspondencia que ledevalúa–. Sin embargo, la presencia de lo evidente no admite répli-ca, y Justine como obra no vendrá en su auxilio.18

18 “Lo único que me impide creer del todo en esto es... ¿qué? La calidadde un beso de alguien que podía murmurar, como quien somete su cuerpo a latortura, las palabras “te quiero”. Desde luego, desde luego. Soy un experto enmateria de amor —todo hombre cree serlo, sobre todo los ingleses—. ¿Creeren el beso más que en las declaraciones de mi amigo? Imposible, Balthazar nomiente...” (Íbid., p. 183.)

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Estos hechos tienen una cualidad que no deja de ser desconcer-tante, y es que efectivamente son. Es la experiencia de lo real, lacual es indiferente a cualquier instancia que pretenda atenuar susefectos, reconociendo que la principal dificultad de enfrentarse a ellono es propiamente la dificultad de comprender, sino de asumir el do-lor que produce, pues lo que efectivamente es “priva al hombre detoda posibilidad de distancia o de recurso con relación a ella, [locual constituiría] un riesgo permanente de angustia, y de angustiaintolerable (...).”19 ¿Qué obtener de este tipo de experiencias, y asu vez no quedar gravitando en un dolor estéril? El asunto radica,pues, no sólo en lo que el dolor representa para cada quien, sino enqué se hace con el dolor. Y en este sentido, lo que Darley intentarealizar con Justine –con su dolor– es construir una estética quepermita dar sentido y fuerza a lo que inicialmente se presenta comodesconcierto –y que deviene impertinencia–, así haya una inversiónconsiderable en el carácter subjetivo de su propia visión de los he-chos. En la escritura encontrará una nueva familiaridad en la cualhaya su desconcierto no desemboque en autocomplacencia, indife-rente de lo bien logrado que pueda considerarse. Darley es de ciertomodo consciente de ello. De aquí que sea éste el inicio de un trabajode creación en donde también, a partir de las propias experiencias,se da un devenir-escritor, un devenir-humano.20

El ímpetu de creación por parte de Darley nos plantea un inte-rrogante. Si la impertinencia es la tentativa de deslegitimación deun terreno antes firme y transitable, ¿que nos permite asumir quedicho territorio sea, por un lado, territorio, y por otro lado, en ver-dad legítimo? Afrontar las derivas de esta pregunta, de modo que

19 Clément Rosset. El principio de crueldad. Op. cit., p. 21.20 “He hablado de la inutilidad del arte, pero no he dicho la verdad sobre

el consuelo que procura. El solaz que me da este trabajo de la cabeza y delcorazón, reside en que sólo aquí, en el silencio del pintor o del escritor, pue-de recrearse la realidad, ordenarse nuevamente, mostrar su sentido profundo.(...). Por medio del arte logramos una feliz transacción con todo lo que noshiere o vence en la vida cotidiana, no para escapar al destino, como trata dehacerlo el hombre ordinario, sino para cumplirlo en todas sus posibilidades: lasimaginarias.” (Justine, p. 15.)

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impliquen una valoración de la impertinencia, requieren, como he-mos visto, de una opción por un pensar (cómo se llega a ser) loque (se) es. Y un primer paso es el reconocimiento en sí mismo dealgo que incomoda, que no responde a sus propias finalidades. Unavez ocurre este reconocimiento, el comprender tomará el lugar deljuzgar. En este sentido Darley afirma, a propósito del manuscritode Balthazar:

Según parece, tengo que tratar de ver una nueva Justine,un nuevo Pursewarden, una nueva Clea... Quiero decirque debo hacer la tentativa de arrancar la membranaopaca que se interpone entre mi persona y la realidad delos actos de todos ellos, membrana tejida, supongo, conmis propias limitaciones de visión y de carácter. Mi en-vidia hacia Pursewarden, mi pasión por Justine, mi pie-dad por Melissa. Espejos deformantes... Hay que buscarel camino entre los hechos. Debo registrar todo lo quesé y tratar de hacerlo comprensible o plausible para mímismo, si es necesario, por un acto de imaginación. ¿O esposible dejar que los actos queden librados a sí mismos?¿Se puede decir: “él se enamoró” o “ella se enamoró” sintratar de adivinar su sentido, de situarnos en un contex-to de circunstancias plausibles?21

La intención de buscar una verdad más allá de su visión; el hechode no enclaustrarse en la incomodidad de un no poder reconocer lasficciones de las que están construidos los vínculos humanos, es loque motiva la escritura de Balthazar. Una forma de ver en la que sesocava un “Yo” que se supone estable, soberano, y que se resiste aadmitir lo que se es como inmanencia, como sentir.

Esta forma de pensar es la que Pursewarden comparte con él enMis conversaciones con el Hermano Asno, en donde distingue en-tre “pensar en nosotros mismos” y “pensar para uno mismo”. Pues

21 Balthazar, pp. 26-27.

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mientras el primero es componer “toda clase de bonitas partiturasen todas las claves, desde el entrecortado acento de Yorkshire hastala voz de papas calientes en la boca de la BBC”22, es decir, hace-mos confabular al mundo para que éste diga sólo lo que queremosescuchar, el segundo implica concebir las propias afecciones comoregistros de un estremecimiento que se hallan a favor o en contrade una potencia de existir, y no como búsqueda interminable de loque se es para luego dirigirse al mundo... a ser. Esta es, de hecho,la réplica de Pascal a una determinación para vivir que siempre sequeda en la punta de los labios, colonizada por la fascinación o lacobardía propia de la víspera23: “El pasado y el presente son nuestrosmedios. Solamente el futuro es nuesro fin. De este modo, no vivimosjamás, pero esperamos vivir, y nos disponemos siempre a ser felices,aunque es inevitable que no lo seamos nunca.”24 En la construcciónde sí que parte de una conmoción interior, Darley, siempre al modode vaivén que implica toda decisión de cambiar un propio paradig-ma, intenta esclarecer todo lo (que le ha) acontecido. Lo anteriorimplica una detención respecto al valor de la tristeza, tal como lohace Montaigne:

Me hallo entre los más exentos de esta pasión, y no laamo ni aprecio, aunque el mundo se haya dedicado, comopor acuerdo previo, a honrarla con un favor particular.Visten con ella la sabiduría, la virtud, la conciencia —

22 Clea, p. 139.23 Esta cobardía hace referencia a todo el estadio previo al actuar, a la

resolución, en lo cual surgen compensaciones que velan el peso de la propiaresponsabilidad de vivir. El saber como instancia compensatoria es un lugarconocido: “Señalaré también que el absurdo inherente a esa voluntad de inte-ligencia consiste ante todo en conceder más valor a la representación de lascosas que a experimentar esas mismas cosas, a probar su intensidad trágica ojubilatoria: es como dejar pájaro en mano por ciento volando el suponer que elconocimiento que pueda tenerse de la realidad vaya a prevalecer sobre la riquezade la realidad misma.” (Clément Rosset. El principio de crueldad. Op. cit., pp.48-49.)

24 Blaise Pascal. Pensamientos. Trad. Mario Pajarón (ed.). Madrid: Cáte-dra, 2008, p. 52.

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necio y monstruoso ornamento—. (...) Es, en efecto, unacualidad siempre nociva, siempre insensata, y los estoicosprohiben a sus sabios sentirla, por ser siempre cobardey vil.25

Crítica de Montaigne que es preciso matizar, pues entendiendo latristeza como pasión asociada al dolor, sólo lo que nos vuelca haciala vida o hacia la muerte se constata como un contraste: se decir,dicha y desdicha son copartícipes del mismo estremecimiento queimplica ser alguien. Es la construcción a partir de estas afeccioneslo que hace que de allí surja un crecimiento.26

Por ello Darley ahora no ve una ofensa o una devaluación perso-nal, sino la pluralidad de visiones respecto a lo acontecido, pero nopor ello se deslegitima lo sentido: lo revalora admitiendo que él mis-mo es también posiblidad. Conciencia de lo inoportuno inherente ala existencia, como bien le ha dicho Balthazar: “Los hechos son ines-tables por naturaleza. Naruz me dijo un día que amaba el desiertoporque allí el viento borra las pisadas de nuestros pasos como quienapaga una vela. Lo mismo, creo, hace la realidad. ¿Cómo podemosentonces perseguir la verdad?”27 Voluntad de verdad, sin embargo, ala que Darley no renuncia en ciertos apartados de su obra, y en susdigresiones sobre el estatuto del comentario de Balthazar muestraque aún no puede dejar de sospechar:

25 Michel de Montaigne. “De la tristeza”, en: Los ensayos. Trad. J. BayodBrau. Barcelona: Acantilado, 2009, p. 14.

26 “Vivir –eso significa, para nosotros, transformar contínuamente todo loque somos en luz y en llama, también todo lo que nos hiere: no podemos actuarde otra manera. (...) Sólo el gran dolor es el último liberador del espíritu, entanto es el maestro de la gran sospecha, que convierte a cada U en una X, unagenuina y justa X, es decir, la penúltima letra antes de la última... Sólo el grandolor, aquel largo y lento dolor que se toma tiempo, en el que nos quemamos,por así decirlo, como con madera verde, nos obliga (...) a ascender hasta nuestraúltima profundidad y a apartar de nosotros toda confianza, toda benignidad,encubrimiento, clemencia, medianía, entre las que previamente habíamos asen-tado tal vez nuestra humanidad.” (Friedrich Nietzsche. La ciencia jovial “Lagaya scienza”. Op. cit., p. 4.)

27 Balthazar, p. 224.

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El perverso comentario, cargado de estas dudas, hacepresión como un dedo brutal aquí y allá, siempre en loslugares dolorosos. He comenzado a copiarlo todo des-pacio, penosamente, no sólo para comprender mejor lospuntos en que difiere de mi propia versión de la realidad,sino también para mirarlo como un entidad distinta, co-mo manuscrito que existe por derecho propio, como lavisión particular que otros ojos han tenido de ciertosacontecimientos que yo he interpretado a mi manera,porque de esa manera los he vivido —o me han vivi-do—. ¿He dejado escapar tantas cosas a mi alrededor:las connotaciones de las sonrisas, de las palabras y losgestos casuales, de los mensajes escritos en una manchade vino sobre la mesa, de las direcciones anotadas en unángulo del periódico que una mano arruga en seguida?¿Debo revisar mis experiencias para llegar al corazón dela verdad?28

El intento por parte de Darley de capturar una serie de asun-tos humanos es un motor en el cual, sin proponérselo, se cuela decontrabando la fuerza de la conmoción interior ante lo intempesti-vo. Verdad que no deja de obstinarse en ser, en circunscribirse, asu verdad: una verdad que le pertenezca, que haga las de territorioantes perdido. Una verdad que permita no sólo una comunión, sinominimizar la animalidad que le acompaña, y que, dicho sea de paso,nos acompaña.29 Es preciso recordar que la animalidad es aquello

28 Íbid., p. 184. Los devaneos de Darley son un tránsito que gira obstina-damente alrededor, más que de la verdad, de la certeza. Aquí hay otra de susconsideraciones al respecto: “Yo habia trazado la imagen de mi celosa propiedadpersonal, verdadera dentro de los límites de una verdad percibida parcialmente.Ahora, a la luz de todos estos tesoros —pues la verdad, aunque implacable comoel amor, tiene que ser también un tesoro— ¿qué debo hacer? ¿Ampliar las fron-teras de la verdad original, construir con la mampostería de estos nuevos datoslos cimientos sobre los cuales ha de levantarse una nueva Alejandría? ¿O bienla estructura debe mantenerse igual, así como los personajes, y sólo la verdadmisma ha de cambiarse en su contraria?” (Íbid., p. 182.)

29 “Todo lo que distingue al ser humano frente al animal depende de esa ca-

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que ilustra lo que en verdad se quiere, no en el sentido de intenciónde obtener algo, sino de un ir por, que en su estado más libre noharía concesión alguna, independiente de sus consecuencias benefi-ciosas o perjudiciales. Un quere vivir que nos produce extrañeza,una vez nos detenemos a pensar, como afirma Rosset:

Schopenhauer (...) declara que el encanto de los anima-les proviene de que traducen claramente y sin ambagesun «querer-vivir» que los hombres, por su parte, sólodejan aparecer una vez filtrado por la «representación»y el cálculo. (...) el animal, si bien ilustra la naturale-za extraña e incomprensible del deseo (el querer-vivir),ilustra asímismo, y eminentemtente, la naturaleza igual-mente extraña de la existencia en general.30

Animalidad que para nuestro caso se halla amalgamada con laracionalidad, con esa mirada antropomórfica del mundo de la cualno podemos sustraernos. Es en este punto de nuestro análisis dondecabe pensar nuevamente el desconcierto, precisamente, como poten-cia de una emergencia de lo animal que hay en nosotros, y en dondela impertinencia es una de sus derivas. El desconcierto como estadioprevio a una réplica que podemos conocer o indagar a través dellenguaje, el cual adquiere una cadencia que en sus cimientos no esmás que una modulación de la propia animalidad, lo cual constituyeotro aspecto de la intimidad:

Es cierto que (...) esta curvatura o inclinación caeríadel lado de mis gritos de dolor o de placer, que son mi

pacidad de volatilizar las metáforas intuitivas en un esquema, esto es, de disolveruna imagen en un concepto: pues en el ámbito de esos esquemas es posible algoque nunca podría conseguirse bajo las primeras impresiones intuitivas: construirun orden piramidal por castas y grados, crear un mundo nuevo de leyes, privile-gios, subordinaciones y delimitaciones, que ahora se contrapone al otro mundointuitivo de las primeras impresiones como lo más firme, lo más universal, lomás conocido y lo más humanitario y, por ello, como lo regulador e imperativo.”(Friedrich Nietzsche. “Sobre verdad y mentira...”, Op. cit., p. 194.)

30 Clément Rosset. Principios de sabiduría y locura. Op. cit., pp. 77-78.

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voz más que mi palabra; o, dicho de otro modo, (...)la intimidad es la animalidad específicamente humana(...) El hombre siente sus emociones, es decir, las oyesonar en ese doblez interior [animalidad/racionalidad]en que se alberga a sí mismo (no olvidemos que «oír» esuna de las acepciones de «sentir»), siente el doblez o lacurvatura por la que su «caminar erguido» está siempreen equilibrio inestable.31

De aquí, pues, en lo que a la impertinencia respecta:

La impertinencia como verdad sobre sí mismo no pue-de obtener de la razón ni del lenguaje las herramientaspara una compensación o aprehensión de ella de formaenteramente satisfactoria. Y es lo anterior lo que cons-tituye la fuerza, la cadencia, la coloración que adquiereun modo de estar en el mundo. Lo anterior indica queno hay garantía de verdad sobre sí mismo; es decir, laintimidad, si bien es constitutiva del ser humano, no setiene, se deviene: devenir íntimo, devenir inmanente. Encuanto a la impertinencia se deviene animal, se devieneincompleto, deforme, informe.

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¿Cuál es la consecuencia de lo anterior? Pues que la indagaciónsobre la condición humana sea inagotable, y el ser humano sea unacreación inclasificable. Lo anterior, que es una paráfrasis de la alqui-mia de lo inoportuno referida atrás, se conjuga con una condiciónpuesta de manifiesto por el hombre del subsuelo de Dostoyevski,bajo la cual toda pretensión de parametrizar al hombre se viene

31 José Luis Pardo. La intimidad. Op. cit., pp. 42-43.

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abajo: “¿Y de dónde sacan todos esos sabios que los deseos del hom-bre deben ser normales y ventajosos? ¿Cómo se les ocurre pensarque el hombre necesita inevitablemente lo racional y provechoso? Loque el hombre necesita es sola y exclusivamente una voluntad in-dependiente, le cueste lo que le cueste y le lleve a donde le lleve.”32

Independencia que, como ya hemos visto, entra en un cortocircuitocon otras tantas que hay en el mundo en el ámbito de la sociabilidad.Lo anterior será señalado por Pursewarden:

Ni pierna torcida ni ojo lagañosoni parte alguna deforme contra natura,nada puede ser ni siquiera la mitadde lo engañosa que es la mente del hombre.La noria a que estoy atado es la paciencia.El tiempo es la nada en el interior de la rueda.33

¿Por qué Pursewarden está atado a la paciencia? Porque es cons-ciente de que lo animal que hay en el hombre no logra ser capturadopor las posibilidades de la razón, del lenguaje, a fin de hallar con suspropios recursos una metáfora que pueda ser enteramente compati-ble. Es decir, la verdad sobre sí mismo –verdad que camina, no a sulado, sino de la mano– es el producto del grado de coincidencia, deresonancia, entre el hombre de la razón y el de la intuición. Y esto,al no ser controlable al modo que cada quien en verdad quisiera,hace que por ello se tropiece las más de las veces con las mismaspiedras...34

32 F. M. Dostoyevski. Apuntes del subsuelo. Trad. Juan López-Morrillas.Madrid: Alianza, 2007, p. 40.

33 Clea, p. 134.34 Mientras que el ser humano guiado por conceptos y abstracciones úni-

camente con esta ayuda previene la desgracia, sin ni siquiera obtener felicidadde las abstracciones, aspirando a estar lo más libre posible de dolores, el serhumano intuitivo, manteniéndose en medio de una cultura, cosecha a partir yade sus intuiciones, exceptuando la prevención contra el mal, una claridad, unajovialidad y una redención que afluyen constantemente. Es cierto que, cuandosufre, su sufrimiento es más intenso; y hasta sufre con mayor frecuencia porque

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De lo anterior, la paciencia a la que acude Pursewarden, no hade confundirse con fatalidad en el sentido de una condena, de unaimposibilidad de un propio crecimiento. ¿Qué indica entonces? In-dica que, en lo fundamental, no somos dueños de nuestra propiaverdad. Allí reside el hecho de que toda vida es un proceso de lucha,de coraje, como se ha dicho recién, y que en Darley cobra vigor através de sus novelas. Creación que, precisamente, se hace a travésde la construcción de las condiciones de posibilidad para un diálo-go, siempre inconcluso e incierto en sus cimientos, entre el “animal”y el “hombre” del hombre (“Hermano Asno, nos queda todavía poraprender la lección más difícil: ¡que a la verdad no se la obliga, sinoque hay que esperar a que ella misma suplique!” 35).

Y Darley da final a Balthazar aceptando del vaivén entre lo ani-mal y lo racional que va tejiendo las tramas de los encuentros hu-manos. Duplicidad no sólo en torno a la versión de Balthazar frentea los hechos; es también la duplicidad de estar en contacto con unavisión que enciende el interruptor de la animalidad:

Desde la posición privilegiada de esta isla lo veo todo ensu duplicidad, veo con nuevos ojos cómo se intercalan loshechos y la fantasía, y al releer, al trabajar nuevamentela realidad a la luz de todo lo que ahora sé, me sorprendecomprobar que incluso mis sentimientos han cambiado,han madurado, se han ahondado. Quizá la destrucciónde mi Alejandría particular era necesaria (...); quizá en elfondo de todo esto yace el germen y la substancia de unaverdad —usufructo del tiempo— que, si logro asimilarla,me hará avanzar un poco más en lo que es realmente labúsqueda de mi propio yo. Veremos.36

no sabe aprender de la experiencia y una y otra vez tropieza en la misma pie-dra en la que ya había tropezado. Además, en el sufrimiento es tan irracionalcomo en la dicha, grita como un condenado y no encuentra ningún consuelo.(Friedrich Nietzsche. “Sobre verdad y mentira...”, Op. cit., p. 201.)

35 Clea, p. 135.36 Balthazar, p. 224.

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La ruina –entendida como estadio previo de desfragmentación, yno como un estado de cosas moralmente reprochable– es necesariapara construir. Y la ruina se muestra siempre implacable, como laverdad que no agrada. Y la ruina, que perteneciente a ese pasadoinalterable, irremediable, no puede ser otra cosa que la muerte, unode sus rostros que se instauran en la vida. Vivir y morir son, pues,copartícipes: ambos estados representan sacrificios para consumir lavida, para gastar la propia vida sin poder dar marcha atrás, y cuyaconciencia de su finitud nos muestra la impertinencia.

¿Qué indica todo lo anterior, si retomamos lo aprendido por Dar-ley? Pues que no se trata de neutralizar la animalidad –se dejaría deser alguien–, sino de convivir con dicha animalidad: sus cadencias,sus precipitaciones. Animalidad que ofrece, precisamente, el vigorpara lo que cada quien carga consigo como verdad –agradabe o no–,y que se traduce en decisión y rigor saludables para un estar en elmundo, para ser quien se es –para aprender a ser quien se es–. Razónsin animalidad es falsa razón; es razón inútil. Animalidad sin razónes animalidad estéril.

Si las inclinaciones son mi animalidad es necesario apoyarnos enellas, pues nos proveen de la fuerza que la razón no tiene y no podríatener, pues ella nace justamente de la angustia, de la locura delo desbordante.37 Paradoja, entonces, la que nos distingue, y quetambién es constitutiva de la intimidad:

Y entonces, si soy alguien porque tengo inclinaciones,porque no todo me da lo mismo, porque hay cosas (ysobre todo personas) por las que me merece la pena mo-rir, y si el tener tales poros [por los que respiro, “por losque la nada penetra en mi ser y la muerte en mi vida”38]

37 “¿Qué otra cosa, sino el logos, es producto del hombre en que el hombrese pierde, se arruina? (...) Todo esto puede expresarse en los términos de Scho-penhauer: la razón está al servicio de la animalidad, de la voluntad de vivir;pero por intermedio de la razón se alcanza el conocimiento del dolor, es decirla negación de la volutad de vivir.” (Giorgio Colli. El nacimiento de la filosofía.Trad. Carlos Manzano. Barcelona: Tusquets, 1996, pp. 24-25.)

38 José Luis Pardo. La intimidad. Op. cit., p. 44.

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equivale a tenerme a mí mismo, ello significa (...) queme sostengo apoyándome en mis inclinaciones : ellas noson sólo mi ruina o mi perdición, sino también lo que mehace tenerme a mí mismo, mis entrañas39

El hecho de apoyarnos en nuestras propias inclinaciones nos re-mite al hecho de que no podemos desdoblarnos nunca en un otro,sino asumir lo que se es en términos, diríase, fisiológicos. En estesentido, la impertinencia es una de las formas en que, de repente,se nos muestra que se tiene un cuerpo. Un cuerpo que es presa deltiempo y las circunstancias; un cuerpo que habla, cuando la razónno puede. Clea, en una de sus carta a Darley, reflexiona sobre esteasunto:

Para nosotros, los vivientes, el problema es de un ordenenteramente distinto: ¿cómo encauzar el tiempo culti-vando un estilo del alma... o algo así? Estoy tratandode expresarlo. No forzar el tiempo, como lo hacen losdébiles, porque eso hiere y entristece, sino encauzar susritmos y aprovecharlos. Pursewarden solía decir: Dios daa los artistas resolución y tacto, a lo cual yo solía res-ponder con un sincero Amén.40

En Darley, lo dicho por Clea toma forma en el último volumende su obra (Clea), construido con base en su regreso a Alejandría,en plena Segunda Guerra Mundial. Es allí donde se esclarece elcomponente hasta ahora ausente en todas sus consideraciones, y quele permitirá comprender de un mejor modo las tramas de las quese construye el mundo, y lo que ha de aprender de allí. Las intrigaspolíticas que se habían gestado a sus espaldas ahora al descubierto.41

39 Íbid., p. 45.40 Balthazar, p. 240.41 En el Foreign Office investigaban los actores que causaban estragos en

Egipto y Medio Oriente, los cuales podrían tener consecuencias políticas sig-nificativas, entre ellas la pérdida de control británico sobre la región. Dichas

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Las intrigas políticas ponían en duda, incluso, las verdades cáus-ticas que Balthazar le dirigió a Darley en el Comentario. Verdadsiempre fragmentaria; imposibilidad de aprehender la existencia almodo de un experimento de variables controladas. Sin embargo,el hecho de reconocer esta pluralidad de todo hecho humano –queincluye el propio hurgar en sí mismo–, haría que Darley, en su re-encuentro con la mujer que lo hubiera llevado al cúlmen de muchasde sus sensaciones, adquiriera una serenidad impensada, a lo cualJustine responde con su propio desconcierto:

—¿Cómo es que no sientes resentimiento hacia mí?Olvidar con tanta facilidad semejante traición; ¿porqué?,no es de hombre. ¿No odiar a semejante vampiro? Esantinatural. Tampoco fuiste jamás capaz de comprendermi sentimiento de humillación por no poder regalarte,sí, regalarte, querido mío, los tesoros de mi intimidadcomo amante. Sin embargo, la verdad es que yo gozabaen engañarte, no debo negarlo. Pero estaba también eldolor de ofrecerte sólo el lamentable simulacro de unamor (¡ah!, otra vez esa palabra) minado por el engaño.42

investigaciones incluían a Nessim Hosnani, quien tenía una supuesta cofradíapara planear movimientos políticos reaccionarios, incluso atentados terroristas.“Cofradía” que no hacía más que confundir al cuerpo diplomático –sólo estu-diaban La Cábala–, mientras Nessim llevaba varios meses en un complot paraenviar armas a Palestina –que había logrado parcialmente–, y de este modoayudar al pueblo judío, en quien confiaba para poder revitalizar la autonomíaque los coptos tenían anteriormente en Egipto, socavada actualmente por Mem-lik Bajá, por ahora instalado en el poder, y que paulatinamente expropiaba losespacios de acción de los coptos. Su esposa, Justine Hosnani, también estaríainvolucrada, y su función incluía el establecer un dominio y vigilancia sobredos ingleses que podrían entorpecer sus planes: Darley y Ludwig Pursewarden;dominio que ella intentaría lograr, no sólo a través de su singular personalidad,sino a través de un vínculo sentimental-sexual, del cual, tanto en uno como enotro, se desprenderán actitudes muy diferentes, pero siempre con la premisa, enmayor o menor medida, de su aporte hacia el movimiento copto liderado porNessim.

42 Clea, p. 56. En su función de engaño, Justine dice a Nessim, respectoa Darley y Pusewarden: “Lo que trato de explicar es esto: la diferencia entre

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Sin embargo, en medio de su desconcierto, a Justine no se le difi-culta identificar lo que en ellos había sucedido: ficciones en conflictoque precipitan en cada quien sus predisposiciones. No en vano Jus-tine afirma con determinación: “Sabía que tú preferirías siempre tupropia imagen mítica, enmarcada en los cinco sentidos, a cualquiercuadro más verdadero. Pero ahora dime, entonces, ¿quién de noso-tros mentía más? Yo te engañaba a ti, tú te engañabas a ti mismo.”43

La serenidad de Darley ante la situación no habría sido tal de nohaber precipitado en sí mismo una impertinencia, que consiste enhacer frente al hecho de que el vigor de sus sensaciones no son ga-rantía de verdad más allá de lo que él mismo es. Conciencia de loinoportuno, no sólo como inherente, sino como fundacional, y es unlugar donde se pone en juego aquello de lo que se es capaz :

Aquellas observaciones que en otra época, con otro con-texto, hubieran tenido el poder de reducirme a cenizas,eran ahora para mí de importancia vital, pero en unsentido distinto. (...). Sí, pero yo descubría inesperada-mente que la verdad era nutricia, como una fría ola quenos lleva paso a paso hacia e.l propio conocimiento, ha-cia la propia realización.44 Veía ahora que mi Justinehabía sido tan sólo la creación de un ilusionista, erigidasobre la armadura falaz de palabras, gestos, actitudes,

ellos. Darley es tan sentimental y tan fiel que no constituye peligro alguno. Auncuando entrara en posesión de informaciones que pudieran hacernos daño, nolas usaría; las enterraría. No así Pursewarden. —Los ojos le brillaban—. Es, encierto modo, frío y listo y concentrado en sí mismo. Completamente amoral,como un egipcio. No le importaría que mañana nos muriéramos. Simplementeno puedo llegar a él. Pero potencialmente es un enemigo digno de tenerse encuenta.” (Mountolive, pp. 226-227.)

43 Clea, pp. 57-58.44 Darley, a su vez, reflexiona de nuevo sobre lo dicho acerca de Pursewar-

den: “Pensaba con vergüenza en los mezquinos pasajes que le había dedicado enel manuscrito de Justine, en mi imagen de él. Por envidia o celos inconscienteshabía inventado un Pursewarden, para poder criticarlo. En realidad, no habíahecho otra cosa que acusarlo de mis propias debilidades, y hasta había cometidoel error de considerar algunas cualidades suyas como inferioridades sociales queeran exclusivamente mías, que él jamás había tenido.” (Íbid., p. 183.)

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equívocos. En verdad, ella no era culpable; el verdaderoculpable era mi amor que había inventado una imagenpara alimentarse de ella. (...) No, no hubiera podido serde otro modo, ahora lo veía con absoluta claridad.45

Es su propio extrañamiento el que desemboca en una nueva formade desconcierto, pero esta vez no ligado a lo que no responde a suspropias finalidades, sino al hecho de interiorizar un nuevo posibleque le permite capturar nuevas sutilezas que enriquecen el espectrode su estar vital en el mundo.46 Con todo lo hasta aquí desplegado,dígase entonces, respecto a la impertinencia:

La impertinencia, como interrupción de una inercia, escondición para una cración de sí , a fin de crear una nuevaposición vital que sea más que una mera compensaciónde sus efectos adversos.

La impertinencia, como modo de ser de la intimidad, puede en-tenderse como verdad de uno mismo, aunque en forma “negativa”.Pero su negatividad alberga una positividad que ya reconocemos enel argot popular:

Cuerpo cómodo no aprende.

45 Íbid., p. 58.46 “¡Qué lección tan valiosa para el arte y para la vida! En todo lo escri-

to hasta entonces me había limitado a afirmar el poder de una imagen creadainvoluntariamente por mí, en virtud del mero acto de ver a Justine. Una ima-gen que no era ni falsa ni verdadera. ¿Ninfa? ¿Diosa? ¿Vampiro? Sí, era todasaquellas cosas y a la vez ninguna. (...) ¡Estaba allí para siempre, y no habíaexistido jamás! Bajo todas aquellas máscaras, sólo había otra mujer, todas lasmujeres, cualquier mujer, como un maniquí de una casa de modas, aguardandoque el poeta la vista, le insufle vida. Comprendiendo todo esto por primera vez,empezaba a ver con espanto el enorme poder reflexivo de la mujer, la fecundapasividad con que recibe, como la luna, la luz prestada del sol. ¿Qué otra cosapodía sentir ante un descubrimiento tan vital, sino gratitud? ¿Qué importabanlas mentiras, los engaños, la extravagancia, comparados con aquella verdad?”(Íbid., pp. 58-59.)

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Previo al reconocimiento de Darley acerca la visión de quieneshan aportado un lado del prisma sobre lo acontecido en Alejandría,Balthazar afirma: “Intercalar las realidades (...) es la única manerade ser fiel al Tiempo, pues en cada momento del Tiempo las po-sibilidades son infinitas en su multiplicidad. La vida es un acto deelección. La perpetua reserva del juicio y la perpetua elección.”47 Doscondiciones (juicio-elección) que encarnan un antagonismo vital. Eneste sentido, toda voluntad de cambio en términos de elección –todavoluntad de creación de sí– comparte, en gran medida, aquello quesucede en la creación literaria al modo de ver de Kafka:

De entrada, el principio de cualquier narración corta re-sulta ridículo. Parece impracticable que ese nuevo orga-nismo, aún incompleto, tan delicado en todas sus partes,pueda sobrevivir dentro de la organización ya acabadadel mundo, al cual, como toda organización acabada,tiende a encerrarse en sí misma. De todos modos, unoolvida en este caso que la narración corta, si tiene ra-zón de ser, lleva en sí misma su organización acabada,aunque no se haya desarrollado todavía en su totalidad;de ahí que sea injustificada, en este aspecto, la desespe-ración ante el inicio de una narración corta; no de otromodo tendrían que desesperarse los padres ante un re-cién nacido, puesto que no era esa la criatura indefensa yespecialmente ridícula lo que ellos habían querido traeral mundo. Con todo, uno nunca sabe si la desesperaciónque se siente es justificada o injustificada. Si bien es-ta reflexión puede darnos cierto estímulo; la falta de talexperiencia me ha causado ya bastantes perjuicios.48

47 Balthazar, p. 224.48 Franz Kafka. Diarios 1910-1923. Trad. Feliu Formosa. Barcelona: Lumen,

1975, p. 101.

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Precipitar –en este caso, impertinentemente– un camino a travésde la escritura, a sabiendas de todo el espectro de posibilidades quepueden ser evocadas, pero que no logran una síntesis satisfactoria–de allí su carácter angustiante, desbordante–, es un acto que espreciso reconocer como fundamentalmente injustificable, y no máslegítimo que cualquier otro. Es una experiencia del vacío que sólohallará una esperanza de sentido –de algún sentido– más que siendo.El comienzo de toda narración alrededor de lo que se es, de cómose llegó a serlo, de lo que deberíase ser, siempre es apremiante, conindependencia de los mecanismos para su consecución; implicaciónpermeada significativamente por un ejercicio de inscribir una formaen ello –una estética en ello–. El intento por saber, por hurgar enla existencia, implica un esfuerzo; no hacerlo puede ser la conde-na a una réplica estéril, a un ímpetu por los impulsos meramentereactivos de los que Nietzsche hablaba recién en su definición dever.49 No saber es, pues, mera supervivencia. Y así es el vaivén en-tre lo apremiante de la existencia que se nos va de las manos, y laintención de mantenerse en pie para seguir presentes en ella, tenien-do en cuenta que los caminos para ello no están dados. Sostenerse,pues, en la ebriedad, pues cuando el hombre cae, “no lo hace, comosuele decirse, porque haya «perdido el equilibrio» sino, más bien alcontrario, porque ha perdido el desequilibrio”50, y de este modo, enel desequilibrio, configura nuevas relaciones con el mundo en unaalquimia individual.

Y retomando nuestras consideraciones acerca de la impertinencia,

49 Aquí el saber no es pues la “inteligencia” citada recién, sino un saberproducto de la atención. Pursewarden ya hablaría de esto con Clea en unacarta: “Sin embargo, en este último libro debo insistir en que hay esperanzapara el hombre, en que su vida tiene un objeto, dentro de los límites de unasimple ley; y me parece ver que la humanidad va adueñándose gradualmentede la información necesaria por medio de la simple atención, no de la razón,que le permitirá un día vivir de acuerdo con esa idea —el verdadero sentidode la ‘alegría ilimitada’—. ¿Qué otra cosa podría ser la alegría? De esta nuevacriatura que los artistas perseguimos, no se dirá que “vive” sino que, como eltiempo mismo, simplemente ‘transcurre’.” (Balthazar, p. 237.)

50 José Luis Pardo. La intimidad. Op. cit., pp. 40-41.

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la entrada de la muerte –de lo que muere, de lo que se sustrae decualquier forma temporal de desequilibrio o equilibrio inestable– nosvincula con todo lo que comprometa nuestra (in)estabilidad. Sabersevivo; saberse próximo a la muerte, o bien saber lo provisional quesiempre llevamos a cuestas, es la experiencia, dígase, de la intimidad:

Mis gustos y sinsabores me dan la vida (...) porque mehacen sentir que la pierdo, que se me escapa sin que yopueda hacer nada para retenerla; esos gritos sólo puedenser míos, son las inclinaciones inconfesables que (...) merevelan el misterio de mi mortalidad, la verdad acerca demi propia vida, la verdad acerca de mi propia muerte.51

Esta situación límite es no sólo la que ha vivido Pursewarden,sino también David Mountolive y Nessim Hosnani producto de susuicidio. Líneas atrás nuestro personaje hacía una crítica mordaz aJustine por imponerse como problema a sus cercanos; pero vemosque a través de su suicidio no sólo Pursewarden se instala comoproblema para los suyos –su vida, su arte, su muerte–, sino queinstala un problema en el orden de lo fáctico en su labor como agentedel Foreign Office. Previo al suicidio, el escritor deja una carta enel despacho de Mountolive –ahora Embajador y mando principaldel cuerpo diplomático en Egipto–; una singular despedida, conla desfachatez característica que se conjuga con una referencia alacto que vendrá, así como lo que Mountolive tendrá que afrontar entérminos de una decisión acerca de su también amigo Nessim. Mepermito citar la carta en extenso:

Mi querido David:

He roto media docena de páginas en que intentabaexplicarte esto detalladamente. Vi que sólo estaba ha-ciendo literatura. Hay bastante por ahí. Mi decisión se

51 Íbid., p. 45.

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relaciona con la vida. ¡Paradoja! Lo siento muchísimo,viejo.

Por pura casualidad tropecé con algo que me dijo quelas teorías de Maskelyne sobre Nessim eran verdaderasy las mías equivocadas. No te digo la fuente de mi infor-mación y no te la diré. Por ahora me doy cuenta de queNessim está introduciendo armas en Palestina, y desdehace algún tiempo. Es él, evidentemente, la fuente secre-ta, profundamente implicada en las operaciones descri-tas en el Documento Siete, según recordarás. (Carpetasecreta del Mandato, 341, Servicio de Espionaje.)

Ocurre que soy incapaz de afrontar las consecuenciasmorales más simples que plantea este descubrimiento.Sé lo que hay que hacer al respecto. El hombre aparececomo mi amigo. Por lo tanto... un quietus. (Esto resol-verá otros problemas más hondos, también.) ¡Ach! Quémundo aburrido hemos creado alrededor de nosotros. Elbarro del complot y el contracomplot. Acabo de recono-cer que no es mi mundo en modo alguno. (Ya te oigojurar mientras lees.)

Me siento en cierto modo como un carnero al sus-traerme así a mis responsabilidades, y sin embargo, enverdad sé que no son mías, nunca lo han sido. Pero sontuyas. Y bien amargas que las vas a encontrar. Pero...Tú perteneces a la carrera, y tú tienes que obrar dondeyo no me siento con fuerzas para hacerlo.

Sé que fallo en el sentido del deber, pues indirecta-mente le he hecho saber a Nessim que su juego está ala vista y la informacion pasada. Naturalmente, de es-te modo vago tú también tendrías derecho a suprimirladel todo, olvidándola. Yo no te envidio tus tentaciones.Que son mías, sin embargo, sin que se pueda razonarpor qué. Estoy cansado, querido sujeto; muerto de asco,

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según dicen los que viven.Y así...Cariños a mi hermana y dile que pensé en ella.Con afecto, tuyo

L.P. 52

Las reacciones no se hacen esperar. Sobre Mountolive se desplo-man unas primeras consideraciones:

Mountolive estaba consternado. Sintió que palidecíaal leer. Después se sentó largo tiempo contemplando laexpresión de la mascarilla: el característico aire de im-pertinencia solitaria que siempre tenía el perfil de Pur-sewarden en reposo; y todavía luchando obstinadamentecon la absurda sensación de vergüenza diplomática quejugaba en su mente, vibrando como las llamaradas deun prolongado relámpago lejano.

—Una locura —exclamó en alta voz, exasperado, mien-tras golpeaba la mesa con la palmade lamano—. Com-pleta locura.Nadie semata por razones oficiales.53

Y Nessim, apremiante por el hecho de no ser descubierto, es vis-to por Balthazar en una inusitada agitación que en su momento nologra comprender, y que había consistido en borrando el aviso quehabía en el espejo. Este asunto compromete a Mountolive como aNessim en términos de vida o muerte. ¿Cómo entender esta situa-ción, la cual podemos cotejar con otros eventos coyunturales? Unaexperiencia “cotidiana” puede servir para nuestros propósitos.

Horacio Quiroga en El hombre muerto narra la historia de uncampesino que tropieza en la maniobra de pasar una cerca; lo ante-rior, conjugado con la pérdida de control de su machete, desencadena

52 Mountolive, pp. 199-200.53 Íbid., p. 200.

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su muerte. El narrador, luego de la caída, es la voz del campesinoante la inminencia y el extrañamiento sobre su propia muerte, en lacual valga decir, aunque pueda sonar un poco extraño, es especta-dor : “Estaba como hubiera deseado estar, las rodillas dobladas y lamano izquierda sobre el pecho. Sólo que tras el antebrazo, e inme-diatamente por debajo del cinto, surgían de su camisa el puño y lamitad de la hoja del machete, pero el resto no se veía.”54

Las divagaciones en las que incurre el narrador giran torno a laindiferencia del mundo ante la muerte del que ahora se halla tendido,así como el hecho de que la muerte sea efectivamente, por muchoque se recurra al pasado para justificar lo absurdo de su aquí ysu ahora, desangrándose. Cualquier conocimiento, cualquier pericia–y aquí diríamos: cualquier uso de la razón– no parecen recursosa los cuales acudir para rendir cuenta de lo que allí ocurre, en lapretensión implícita de que su comprensión podrá ser atenuantepara lo que efectivamente sucede:

¡Pero no es posible que haya resbalado...! El mangode su machete (pronto deberá cambiarlo por otro; tieneya poco vuelo) estaba perfectamente oprimido entre sumano izquierda y el alambre de púa. Tras diez años debosque, él sabe muy bien cómo se maneja un machetede monte. Está solamente muy fatigado del trabajo deesa mañana, y descansa un rato como de costumbre.55

En este caso se nos muestra, simple, abrumadora, la evidencia deun hombre que se extraña ante la proximidad de su muerte, la cuales indiferente a lo existente a lo que el hombre pueda acudir. Mien-tras el hombre tendido muere de veras, nuestros sinsabores son laprueba de esta posibilidad, de esa conciencia de que la vida se va sinpoder retenerla –la muerte, pues, como caso particular y extremo

54 Horacio Quiroga. “El hombre muerto”, en: Cuentos. Buenos Aires: Losa-da, 2002, Vol. 1, p. 687.

55 Íbid., pp. 689-690.

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de lo irreversible, de lo que no puede deshacerse–. Y los argumen-tos de la razón para justificar aquello siempre serán insatisfactorios,pues carecen de la facultad de retener la vida, de devolver el tiempopara encausar lo que se presenta como impertinencia, y así devol-verlo al terreno de lo que responde a nuestras propias finalidades.El lenguaje corporal producto de la impertinencia no puede ser másque inmanencia. Y la representación y el cálculo, entendidas comoinstancias de justificación, no hace más que falsearla, que falsearese ir por que es obstruido por una circunstancia particular. La im-pertinencia es entonces un espacio para medir las propias fuerzas,entendiendo esto no sólo como la fuerza de la que se carece, sinotambién como la fuerza de la que quizás no se tenía conocimiento,pero siempre se halla en juego.56

¿Qué es lo que viven entonces Mountolive, Nessim, Justine? Vivenuna experiencia en la que el cuerpo coloniza a la razón, al lenguaje,y a cualquier otra instancia que previamente se instauraba comoa priori. Aquí la apremiante necesidad de la acción, de alguna ac-ción tanto en Mountolive como en Nessim y Justine implica el hacerfrente a ese gran problema humano que son las llamadas “mediastintas”... Esto podemos ilustrarlo en El cuarteto a través de un epi-sodio. Capodistria es un personaje bastante singular, ya que no sóloestaba aliado con Nessim en términos políticos, sino que tambiénhabría violado a Justine hace muchos años. Este temor persigue ala mujer constantemente, y cuando conversa con Pursewarden de es-te asunto él le responde de un modo que cuesta imaginar, y que en el

56 “Pero no fue solamente para Mountolive para quien se alteró bruscamentetoda la posición en el tablero de ajedrez por el solitario acto de cobardía dePursewarden... y el inesperado descubrimiento que había dado motivo, impulsoprincipal a su muerte. Nessim también, que tan largamente se ilusionó con losmismos sueños de una perfecta acción precisa, libre y despreocupada como losmovimientos de una voluntad dirigida, se encontraba ahora, como su amigo,presa de las fuerzas gravitacionales que son inherentes al resorte-tiempo denuestros actos, que los extiende como una mancha en un cielo raso blanco. Enrealidad, los amos empezaban a descubrir que ellos eran, al fin y al cabo, losservidores de las mismas fuerzas que habían puesto en juego y que la naturalezaes intrínsecamente ingobernable.” (Mountolive, p. 230.)

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siguiente episodio Justine comparte con Darley, en ese singular diá-logo que han tenido para esclarecer algunos de sus asuntos. Aquí espreciso reconocer el efecto que semejante impertinencia tiene sobreJustine:

“Es evidente”, dijo, “que te gustó, como le habría gustadoa cualquier chica; probablemente tú misma le provocas-te. Has perdido todo este tiempo tratando de ponerte deacuerdo con una concepción imaginaria del daño que teinfligieron. Procura liberarte de esa culpa inventada dedecirte que aquello fue agradable e insignificante. ¡Todaneurosis está cortada a medida!” Lo curioso es que aque-llas pocas palabras y su risa sofocada e irónica hayanpodido hacer lo que nadie pudo hacer por mí. De pronto,sentí que todo cambiaba, se aligeraba, se ponía en movi-miento. Me sentía débil, casi enferma. Estaba perpleja.Más tarde, poco a poco, se fue abriendo un claro. Era unasensación como la de escapar a una mano paralizada.57

¿Qué tal esta postura por parte de Pursewarden? Lo citado ante-riormente nos remite de nuevo a Nietzsche: coraje, dureza, limpiezaconsigo mismo... Sólo hay una palabra que pueda reunir estos tresrequerimientos para todo avance, no sólo en el conocimiento, sinoen la vida misma, en la fuerza de existir... Esa palabra es sinceridad.¿Qué tan sincero se es consigo mismo? La impertinencia es un lugar–y aquí tal vez se diga: es el lugar– para pensar ello. De aquí, pues,que se diga:

La impertinencia es un lugar para reconocer la distanciaentre la aprehensión del mundo, del otro y de sí mismoa través de la razón y el lenguaje, respecto de la expe-riencia fisiológica, la cual se instaura como fundamental.Es un lugar para pensar, gracias a la colonización de lo

57 Clea, p. 62.

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fisiológico sobre la razón y el lenguaje –entendidos comoartificios ubicados a distancia de lo que se muesta comoinmanencia–, lo sincero que se es consigo mismo.

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En el proceder de Pursewarden es preciso detenernos en un de-talle adicional. Si bien el escritor se disculpa con Mountolive porhaber comunicado a Nessim la denuncia de sus actividades, ¿cómoentender dicha acción por fuera de toda conformidad hacia él porparte de sus amigos? La singularidad del acto reside en la serie deposibilidades que han sido omitidas por parte del escritor, de modoque no fuera necesario comprometerse ni comprometer a Mountoliverespecto de Nessim (y viceversa):

El escritor que tanto gustaba de decir: “La gente com-prenderá un día que solamente el artista es quien haceque ocurran de veras las cosas y por eso la sociedad de-befundarse sobre él.” (...) ¡Muriendo los había utilizado alos dos como... una oportunidad pública de demostrar laverdad de su propio aforismo! Pursewarden hubiera po-dido encontrar sin duda muchas otras salidas sin necesi-dad de separarlos con el acto de su muerte, de oponerloscomunicándoles un conocimiento que no podía beneficiara ninguno de los dos. Ahora todo pendía de un cabello:los términos más frágiles de una nueva probabilidad.58

¿Qué hace antagonistas a Mountolive y a Nessim? Esta preguntaparece una obviedad si nos remitimos a lo fáctico que está puestoen juego: una disputa entre el deber y el afecto por parte de am-bos, que podría desencadenar numerosos peligros a nivel político yde la propia vida de los bandos que estarían en conflicto. Y a esto

58 Mountolive, p. 232.

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hay que añadir un detalle particular: ¡ambos saben que el otro estáenterado! Apoteosis de lo connotativo que en ambas partes desenca-dena la angustia de lo que no es posible negociar, verificar de modoconcluyente:

[Nessim] Se sintió como debiera sentirse un caballerocercado en el silencio de su fortaleza cuando oye súbita-mente el sonido de palas y picos, el ruido de los pies dehierro y adivina que los zapadores enemigos están ganan-do pulgada por pulgada, debajo de las murallas. ¿Qué sesentiría Mountolive obligado a hacer ahora, suponiendoque se lo hubieran dicho? (Es extraño cómo la mismafrase los seducía a los dos, como si hubieran salido dela órbita de la libre voluntad humana.) Los dos estabanobligados ahora, atados como siervos al movimiento dela acción, que no expresaba las predisposiciones persona-les de ninguno de ellos. Se habían embarcado en el libreejercicio de la voluntad sólo para encontrarse engrilla-dos, emparedados por el proceso histórico. Y una simplevuelta del caleidoscopio había producido esto. ¡Purse-warden!59

Deber y afecto...

En este intento de explicación la conjunción “y” parece instau-rarse de un modo concluyente en nuestros personajes –incluso enel narrador–, creando la disputa como copulación, pero separandoel deber y el afecto como territorios mutuamente excluyentes. Dis-yunción exclusiva, en la cual la opción por una y sólo una de laspresentes dará legitimidad a la disputa. Disyunción que es la paráli-sis que implica el hallarse en presencia de lo trágico, si nos remitimosa la definición dada por Hegel: “un hecho trágico, un acontecimientotrágico, una forma trágica de existir, sólo ocurre cuando se encuen-tran dos potencias igualmente válidas y no logran una síntesis.”60

59 Íbid.60 Estanislao Zuleta.Arte y filosofía.Medellín: Hombre Nuevo, 2010, p. 15.

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Pursewarden como artista es consciente de ello, ya que su terreno dejuego como artista son los valores, la valoración –no un valor u otroen particular–. No está de más recordar lo que para Pursewardenes “eficaz” en el arte, a la hora de criticar una obra: “Es eficaz enel arte lo que fuerza la emoción del público sin alimentar su sentidode los valores.”61 Es en esa suspensión de la valoración donde el serhumano adquiere conciencia del peso de la vida, de su gravedad,de cómo fluye y se nos escapa sin poder retenerla, y es el juicio –responder al deber, responder al afecto– el intento por retener esavida que nos vive, que nos compromete, nada más y nada menosporque es una forma de cercar el mundo, de generar coordenadas,ficciones necesarias. Pursewarden pone en tela de juicio, para Nes-sim y Mountolive, lo imperante de la necesidad de juzgar, y dejalas cartas sobre la mesa, no para pensar en términos de vencedoresy vencidos, sino para pensar qué en verdad representa vencer entérminos individuales, si entendemos por ello un crecimiento, unasuperación de un estadio previo.

Muy bien. ¿Y si simplemente quemaba la carta, des-haciéndose de toda carga moral? Podría hacerlo fácil-mente, en su propia estufa, con ayuda de un fósforo.Podría seguir comportándose como si nunca le hubieranhecho tal revelación... ¡excepto por el hecho de que losabía Nessim! No, estaba atrapado.

(...). Presumiblemente ellos [Justine, Nessim] tambiénluchaban con un sentido del deber y la responsabilidad...¿para con quién? Para con ellos mismos, quizá, cuchicheótristemente, meneando la cabeza. Nunca podría volver amirarse de frente con Nessim.

De repente se le hizo la luz. Hasta entonces sus rela-ciones personales habían estado libres de todo toque deprejuicio debido al tacto de Nessim... y a la existenciade Pursewarden. El escritor, al servir de eslabón oficial,

61 Balthazar, p. 13.

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los había liberado en sus vidas personales. Nunca losdos hombres se habían visto obligados a tratar nada niremotamente vinculado con asuntos oficiales. Ahora nopodían volver a encontrarse en este feliz terreno. En talsentido, Pursewarden le había quitado también su liber-tad.62

Si Pursewarden opta tanto por el deber como por el afecto, lo quepodríamos decir es que está optando por una instancia otra donde, obien no cabe hablar de deber o de afecto, o bien estas dos instanciasno son antagonistas. Porque el antagonismo reside en nosotros ; ennuestros a prioris que configuran nuestros escenarios de lo trágico,y que a través del juicio se van cristalizando, para bien o para malsegún el caso, en un espectro de potencia para estar en el mundosin perjuicio psicológico, reconociendo la variedad en la que estáinscrito, así como la variedad en la que podríamos instalarnos en élcon decisión y rigor.

Pursewarden viola la lógica de elegir entre el bueno o el malo–incluso, de asignar los caracteres “bueno”, “malo”–; bivalencia en laque se cierne en última medida toda moral. Y retomando lo anterioracerca de nuestra posibilidad de caer, perder el desequilibrio puedeentenderse no sólo en términos de nuestra debilidad esencial –noser en el fondo más que nadie–, sino como la pérdida de capacidadde concebir nuevos estados como estados de equilibrio, así como elreconocimiento de su carácter provisional. Y Pursewarden disparaesta necesidad apremiante en Mountolive y Nessim. Necesidad deindagar sobre la propia capacidad; necesidad de pensar nuevos esta-dos de equilibrio; de pensar el horizonte del propio juicio. En suma:la medida de las propias fuerzas.

Cuando la elección es por ambos es porque el criterio no es moral,sino de otro orden, que en este caso es el de la resolución. Purse-warden terminaría haciendo en vida un esfuerzo de gran proporción

62 Mountolive, p. 203.

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respecto a lo que pretendía con su arte, si nos acojemos al fragmentode la carta enviada a Clea:

Somos tan tontos, tan débiles de espíritu cuando se tratade vivir; en cambio somos unos gigantes cuando se tratade pronunciarse sobre el universo. Sufflaminandus erat.Como a usted, se me plantean dos problemas interrela-cionados: mi arte y mi vida. En mi vida soy bastanteindeciso y miserable, pero en mi arte soy libre de ser loque más deseo parecer: alguien capaz de introducir deci-sión y armonía en las vidas moribundas que lo rodean.63

Pursewarden no le ha quitado su libertad a Mountolive, ni aNessim, ni a Justine... sino que ha puesto de manifiesto sus funda-mentos, las ilusiones de las cuales se construye. Ser sincero consigomismo no es ir al fondo de lo que se es –pues no se es más quenadie–, sino reconocer que lo que se es no es un terreno firme; quelos puntos que pueden establecerse como puntos de equilibrio siem-pre inestable dependen de nuestra capacidad de visión, de lo cualla moral es uno de sus muchos obstáculos. De allí que toda verdadde sí, toda sinceridad, se dé en un terreno desprovisto de todo jui-cio, lugar para pensar nuevas derivas que vayan a favor de lo quese desea. Por fuera de todo juicio se abre todo lo posible, y lo posi-ble encarna la posibildad de extrañarse de lo que se es, que en susepisodios se muestra como otro:

La intimidad, la referencia a sí mismo, no constituye sue-lo firme, rígido, estable y recto sobre el que sostenerse(...). Tener intimidad es, al contrario, carecer de apoyosfirmes, tener flaquezas («puntos flacos»), debilidades, es-tar apoyado en falso, siempre a punto de precipitarse alvacío, tener un doble fondo (y, por tanto, no tener fondoalguno), un doblez: (...) la verdad íntima de mi vida es

63 Balthazar, p. 237.

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su falsedad (su doblez), es decir, la falsedad de mi iden-tidad (yo me tengo a mí mismo, pero no soy yo mismo,no soy idéntico a mí mismo) o mi falta de naturaleza.64

De aquí que se diga, respecto a la impertinencia:

La impertinencia es un lugar para medir las propias fuer-zas y capacidades –su carencia, pero también su potenciainsospechada–, así como para conocer las propias inclina-ciones. Lugar donde se recuerda que la razón y el lenguajeson herramientas, pero que desde lo afectivo que com-promete la propia estabilidad, lo que se halla en juegoes un todo. Un todo que también representa un sí mis-mo inquietante, y que en dicha inquietud pueden hallarsenuevas derivas de lo que se quiere y que no había sidovislumbrado previamente.

Ya no cabe hablar de cuerpo y alma como dicotomía. Es en estaexperiencia –en la cual no hay modo y/o necesidad de pasar cadainstante de la vida por el rasero de la razón o el lenguaje– donde sevive todo aquello cuya magnitud no pasa inadvertida, y es en lo cualgravita lo que nos hace ser lo que somos. Es la forma de sinceridadmás primordial en términos de reconocer lo que nos vuelca hacia lavida o la muerte. Es amor; es odio:

Como ya dijera Spinoza, se trata de un problema deamor y de odio, no de juicio; «mi alma y mi cuerpo for-man un todo... Lo que mi alma ama, lo amo yo también,lo que mi alma odia, lo odio yo... Todas las sutiles simpa-tías del alma innombrable, del odio más amargo al amormás apasionado».65

64 José Luis Pardo. La intimidad. Op. cit., pp. 45-46.65 Gilles Deleuze. “Para acabar de una vez con el juicio”, en: Crítica y clínica.

Op. cit., p. 188.

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Hemos visto cómo en personajes como Darley, como Justine, elejercicio de una impertinencia en sí mismos los ha situado más alláde la incomodidad, a fin de encontrar nuevas derivas para aquelloque ha socavado lo que en ellos es significativo. ¿Qué comparten es-tas derivas? En que ambos han reconocido la lucha que en verdad espreciso para ellos entablar. En este sentido, retomemos las palabrasde Deleuze:

Todos los gestos son defensas o incluso ataques, regates,fintas, anticipaciones de un golpe que no siempre se vellegar, o de un enemigo que no siempre se consigue iden-tificar: de ahí la importancia de las posturas del cuerpo.Pero esas luchas exteriores, esas luchas-contra, encuen-tran su justificación en las luchas-entre que determinanla composición de las fuerzas en el luchador. Hay quedistinguir la lucha contra el Otro y la lucha entre Sí. Lalucha-contra trata de destruir o de repeler una fuerza(...), pero la lucha-entre trata por el contrario de apo-derarse de una fuerza para apropiársela. La lucha-entrees el proceso mediante el cual una fuerza se enriquece,apoderándose de otras fuerzas y sumándose en un nuevoconjunto, en un devenir.66

Lo anterior es lo que páginas atrás se había esbozado: la detenciónproducto de la impertinencia. Llevar a cuestas aquello que detienee incorporarlo a la vida como reconocimiento e interiorización es lalucha-entre. Y la lucha-entre tiene como condición el hecho de noestar expresada en términos de encorsetar las posiblidades del serhumano, lugar donde el juicio hace de las suyas. La angustia queimplica la entrada de un posible –el dejar entrar un posible– se debea la tensión de un nuevo reordenamiento del mundo a partir de una

66 Íbid., p. 184.

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nueva visión que siempre alberga un reducto de lo no agradable, delo desconocido en lo cual se juega el pellejo. Pero una vez superadoeste estadio, el espectro de lo circundante adquiere una mayor po-tencia en términos de una posibilidad de realización. Situarse porfuera del juicio es reconocer, como se ha dicho, la variedad en laque el mundo se legitima como mundo. Y esta legitimación se fun-da, precisamente, en el hecho de que todo devenir comporta paracada quien, de un modo preliminar a toda consideración moral, unaestética en los acontecimientos que constantemente viene a su en-cuentro. La conciencia del malentendido es también la concienciade que lo otro sobre lo cual se vuelca nuestra atención –sea en elregistro de la dicha o del dolor– es ya de entrada un mundo; mundoque se intentará cercar, pero es una empresa condenada al fracaso.El suicidio es un caso por excelencia de lo anterior; de allí la críticade Clea hacia Darley respecto a lo que en Justine ha dicho sobrePursewarden:

Más tarde: Releyendo tu carta me pregunto por qué terefieres así a la muerte de Pursewarden. Me desconcierta,porque en cierto modo es una vulgaridad. Quiero decirque ni tú ni yo estamos capacitados para emitir un juicioen esta materia. Todo lo que podemos decir es que el artede Pursewarden salta la barrera. En cuanto a lo demás,creo que le concierne sólo a él. Debemos no sólo respetarsu intimidad en esas cuestiones, sino también ayudarloa defenderla de los indiferentes. Después de todo, sonsus secretos, porque lo que en realidad veíamos de él erasolamente el disfraz humano que el artista usaba67

Entre tanto de lo que en vida nos compromete, es ese otro hu-mano es lo que más consume la energía vital. Lo que es precisorecordar es que esa consideración es de ida y vuelta, es decir, es algoque a todos nos compromete. No reconocer ello es ya situarse de

67 Balthazar, p. 239.

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entrada en el terreno de lo moral, lugar por excelencia de la norma-lización infructuosa de lo viviente.68 Conciencia del malentendido,de la idiotez que representamos en este teatro del estremecimiento.Perpetua reserva del juicio y perpetua elección, como nos ha dichoBalthazar. Esto es preciso recordarlo respecto a lo que el otro puedellegar a representar en términos de impertinencia.

Si el juicio es la intención de hacer tabla rasa de lo existente, laúnica forma en la que se reconoce la singularidad de la propia vidaes por fuera de él: “Nadie se desarrolla por juicio, sino por una luchaque no implica ningún juicio.”69 No juzgar –o bien detener el juicioen la medida de lo posible–, es un esfuerzo, una lucha que implicaasumir la propia animalidad y dejar que ella dialogue de un modomás amigable con la razón, que en no pocas ocasiones se cree amoen su propia casa.

El juicio impide la llegada de cualquier nuevo modo deexistencia. Pues éste se crea por sus propias fuerzas, esdecir por las fuerzas que sabe captar, y vale por sí mismo,en tanto en cuanto hace que exista la nueva combinación.Tal vez sea éste el secreto: hacer que exista, no juzgar.Si resulta tan repugnante juzgar, no es porque todo seaequivalente, sino por el contrario porque todo lo que valesólo puede hacerse y distinguirse desafiando el juicio. (...)No tenemos por qué juzgar los demás existentes, sino

68 “Consideremos todavía, por último, qué ingenuidad es decir: «¡el hombredebería ser de este y de aquel modo!» La realidad nos muestra una riquezafascinante de tipos, la exuberancia propia de un pródigo juego y mudanza deformas: ¿y cualquier pobre mozo de esquina de moralista dice a esto: «¡no!, elhombre debería ser de otro modo»?... Él sabe incluso cómo debería ser él, esementecato y mojigato, se pinta a sí mismo en la pared y dice ¡ecce homo! [¡heaquí el hombre!]... Pero incluso cuando el moralista se dirige nada más que alindividuo y le dice: «¡tú deberías ser de este y de aquel modo!», no deja deponerse en ridículo. El individuo es, de arriba abajo, un fragmento de fatum[hado], una ley más, una necesidad más para todo lo que viene y será. Decirle«modifícate» significa demandar que se modifiquen todas las cosas, incluso laspasadas...” (Friedrich Nietzsche. Crepúsculo de los ídolos. Op. cit., p. 64.)

69 Gilles Deleuze. “Para acabar de una vez con el juicio”, Op. cit., p. 187.

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sentir si nos convienen o no nos convienen, es decir, sinos aportan fuerzas o bien nos remiten a las miserias dela guerra, a las pobrezas del sueño, a los rigores de laorganización.70

Es así como se es fiel al devenir del mundo; como se adquiere –nunca de modo concluyente– la conciencia de lo trágico inherente ala existencia, pero no por ello es un impedimento para dar una notaafirmativa, a pesar del espectro de los múltiples maltentendidos queconstantemente entran en juego. Y si bien toda palabra no podráser al respecto concluyente, no es porque nada haya para decir, sinoporque la impertinencia como experiencia de animalidad muestra lapropia singularidad, inequiparable con cualquier otra:

(...) lo que falsea mi verdad íntima es, al contrario, todolo que me obliga a aparentar identidad firme y estable,conducta recta y rígida, comportamiento inflexible, loque falsea mi intimidad es toda impresión de solidez yde fijeza (...). Eso –presentarme como idéntico a mí mis-mo, sin debilidades, sin fisuras ni flaquezas, sin temoresni temblores– falsea la verdad de mi vida (de mi muer-te, de mi mortalidad) porque falsea su falsedad, falsificasu fragilidad con la apariencia de firmeza. Nada es máscontrario a la identidad que la intimidad, porque la in-timidad es lo que nos impide ser idénticos. (...) [De aquíque] tener intimidad es no poder identificarse con nadani con nadie, y no poder ser identificado por nada ni pornadie71

A fin de ir más allá de la incomodidad, en este estado de nuestrodiálogo, también implica ir más allá de lo incómodo...

70 Íbid., p. 188.71 José Luis Pardo. La intimidad. Op. cit., p. 47.

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La impertinencia como experiencia de soledad muestra,a través de la introducción de una singularidad, la singu-laridad misma de la propia vida, inequiparable a cualquierotra. También indica que –recuerda que–, en su cuali-dad de experiencia fundamentalmente incomunicable, laresponsabilidad de vivir es un asunto ineludiblemente in-dividual.

Comenzar con una verdad de perogrullo para terminar con otra...se dirá. Pero hemos visto que el camino entre una verdad de pero-grullo y otra puede arrojar cierta luz en el camino... De aquí que enel singular episodio que se muestra a continuación, el lector –lectorde sí mismo– las más de las veces no recuerda que es lo único conlo que cuenta en el mundo –sin que esto sea traducido como unindividualismo a ultranza, o una postura melodramática:

Justine protestó: —La mala bestia se burla de todo elmundo, incluso en sus libros. —Pensaba en la famosa pá-gina del primer volumen donde un asterisco remite mis-teriosamente a una página en blanco. Muchos lo tomanpor un error de imprenta. Pero el mismo Pursewardenme aseguró que era deliberado. —Remito al lector a unapágina en blanco para que se las arregle con sus propiosrecursos, que son en última instancia los únicos con quecuenta.72

Y ante el reconocimiento de todas las ficciones de las que se com-pone el mundo, cobra un gran valor la expresión que Pursewardenlanza a Darley al final de su diatriba, y con el cual finalizamos esteacercamiento a la impertinencia:

Hermano Asno, lo que llamamos acto vital es, en reali-dad, un acto imaginario. El mundo –que visualizamos

72 Balthazar, p. 142.

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siempre como Mundo “exterior”– sólo cede a la autoex-ploración. Ante esta paradoja cruel, pero necesaria, elpoeta descubre que le empiezan a crecer cola y agallas,nada mejor para nadar contra las corrientes de la igno-rancia.73

73 Clea, p. 159.

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Palabras de más...(Para no concluir...)

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Pursewarden me dijo una vez, hablando de la tarea de escri-bir, que el sufrimiento que acompaña la creación se debía, enlos artistas, tan sólo al miedo a la locura: “Fuerce un pocola mano y dígase que le importa un rábano volverse loco, yaverá que la cosa viene más rápido, que la barrera se rompe.”

Lawrence DurrellBalthazar

José Luis Pardo comienza su libro La regla del juego afirmandoque un libro “nunca comienza por la primera línea ni acaba con laúltima. (...). Un libro comienza siempre antes de haber empezadoo después de haber terminado, siempre va adelantado o retrasadorespecto de sí mismo.”74 Esta expresión (sin duda sugerente), unidaa la naturaleza de nuestro “objeto de estudio”, nos haría pensar queeste es un trabajo que no tiene inicio ni fin. Pues el inicio sería talvez aquel momento que sólo podemos imaginar : luego de haber sido“uno” con el mundo exterior, de repente nos hallamos instalados enun “Yo” con el que, bien o mal, nos sostenemos en la ebriedad (¿pri-mera impertinencia?). Y el final sería aquel momento que no nosconcierne, y del cual cada tanto nos hacemos una idea... (la muerte,última impertinencia). Y entre la primera y la última es innumera-ble todo lo que puede pasar por impertinencia, objeto inacabado einacablable. Por lo anterior, conviene mejor dedicar este espacio alas resonancias y antagonismos que han permitido (y obstaculizado)la escritura este trabajo –que a estas alturas se le antoja a uno unpoco atrevido, sin que esto se entienda como un alarde de...–, y queaquí resumiré en dos puntos.

74 José Luis Pardo. La regla del juego. Sobre la dificultad de aprender filo-sofía. Barcelona: Galaxia Gutemberg, 2004, p. 13.

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El primer punto es que la lectura, que se procura atenta y jui-ciosa, es todo el tiempo bombardeada por la posiblidad no sólo deotras lecturas –y la impertinencia tiene suelos fértiles por doquier–,sino de asuntos cotidianos que, al reconocer como vinculados a laimpertinencia, terminan en una suerte de posesión en quien escribe,y en ocasiones han devenido diatriba, moralismo, frivolidad infruc-tuosa, o “simplemente” escritura que se va “por las ramas”... Estoúltimo, propio de toda escritura, es curiosamente una consecuenciade la dificultad que implica escribir –del compromiso (personal) queimplica escribir, incluso por fuera de la llamada “angustia de lasinfluencias”–. Y todo el tiempo es el mismo vaivén entre “Fuerce unpoco la mano” –que deviene las más de las veces en procrastinaciónde la escritura–, y dejar de escribir, para luego encarar el asunto yescribir “lo que hay que escribir”... Y estas comillas no son en vano,pues quienes reconocemos en el estilo un asunto avasallante en elque se juega nuestra vitalidad, la remisión a un deber siempre será,como diría Pursewarden, ese incómodo ir de la lengua a una muelahueca...

Y segundo, es preciso reconocer las posibilidades de un textopara tratar a partir de él un conjunto de asuntos –incluso, definirdichos asuntos–. Posibilidad que define el alcance de una investiga-ción –o, si se prefiere, de una búsqueda–, y que tiene como obstáculosmúltpiles motivos, entre los cuales se pueden destacar la voluntadde agotar el objeto de estudio –ese rendir cuenta “del mundo y susalrededores”–, o bien una voluntad de sistema, lo cual puede enten-derse como un caso particular de lo anterior. Ambas formas sóloproducen parálisis en la acción, si se tiene en cuenta la importanciade la economía del lenguaje, lo cual es bastante deseable en un textoacadémico. Lo anterior puede entenderse desde la literatura si evo-camos a Rulfo y a Nabokov. Ambos son excelentes con la palabra.Pero, en este caso, conviene mejor seguir a Rulfo.

Condiciones de la lectura y la escritura que son en ocasionesantagonistas, pero invitan a pensar las relaciones que se tiene conla palabra, así como con el estremecimiento que implica intentar

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jugársela por una serie de textos y argumentos que estén menos adisposición de un saber –o “del” saber– que de una atmósfera quepueda ser afectivamente significativa, sin que se pierda el rigor.

Y para finalizar, una última reflexión.

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En El malestar en la cultura, Sigmund Freud termina una etapade su análisis de porqué lo seres humanos no coincidimos, evocandouna canción del arpista delWilhelm Meister de Goethe, lo cual vienea ser una resolución de lo desplegado hasta ahora por el autor, yque ha de reconocer como mucho más contundente que su propiodesarrollo teórico:

«Nos ponéis en medio de la vida,dejáis que la pobre criatura se llene de culpas:luego a su cargo le dejáis la pena;pues toda culpa se paga sobre la Tierra».1

Condición de lo trágico –del aquí y el ahora de toda impertinenciaque compromete nuestro vivir– que Freud reconoce en las palabrasde Goethe, y que celebra en el párrafo siguiente, con el cual cierrael capítulo:

Y uno bien puede suspirar por el saber que es dado aciertos hombres: espigan sin trabajo, del torbellino desus propios sentimientos, las intelecciones más hondashacia las cuales los demás, nosotros todos, hemos debidoabrirnos paso en medio de una incertidumbre torturantey a través de unos desconcertados tanteos.2

1 Sigmund Freud. “El malestar en la cultura”, Op. cit., Tomo XXI, p. 128.2 Íbid., p. 129.

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Tanteos que quien escribe estas líneas también reconoce en estetrabajo, y que han encontrado resonancia al modo de Freud, aunqueno de la mano de un pensador de la talla de Goethe. Y ya que lafuente es un poco más “prosaica”, valga decir que no deja de ser in-quietante y conmovedor (para el autor, claro está) el hecho de cómoa medio camino el propio lenguaje se encargó de pavimentar un po-co la dificultad que implicó el reunir un conjunto de asuntos bajo loque aquí se ha llamado “impertinencia”. Y entiéndase dicho lenguajecomo el de todos los días, como el de la calle: catalizador de nues-tros afectos y pasiones más entrañables, que encarnan un desplieguede la palabra rico en detalles; lenguaje con el que se construyen lasconversaciones más animosas, en las cuales abunda la impertinencia–pero también la dicha de una comunión con el otro–, y donde elsabor de la palabra se hace presente de un modo siempre renovado.Y es de este modo como la Aduana de nuestro fuero interno de-ja entrar productos insospechados, estimulantes, pues se reconoce,mucho más inconscientemente de lo que se debería, las palabras queDarley recuerda en Clea (“La vida es mucho más complicada de loque pensamos, y a la vez mucho más sencilla de lo que nos atrevemosa imaginar”3).

Con Goethe no podría decir que comparto lo dicho anteriormen-te... pero sí con el fútbol, donde unos ríen y otros lloran, y comoescenario de la especulación es tal vez un lugar privilegiado parapensar el malentendido en que vivimos... tal como ocurre con la im-pertinencia, donde las fuerzas, en su ir y venir, equilibran el mundomás de lo que podría esperarse... El fútbol como el lugar de lo queno está asegurado... Juan Villoro reconoce esta condición:

Las canchas tienen un sótano poblado de supersticiones,complejos, fobias, dramas, esperanzas. (...) La atraccióndel fútbol [... y de la vida] depende de su renovada capa-cidad de hacerse incomprensible. Hay algo que no cap-tamos pero existe, como el crecimiento del pasto o la

3 Clea, p. 68.

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circulación de la sangre. De pronto, Zidane encuentraun hueco y enfila hacia la nada: lo invisible es la certezaque nos consta.4

Se diría que en este panorama del “esférico” la literatura, la fi-losofía, y otras tantas disciplinas no pudieran acercarse más quetangencialmente, “de visita” –salvo unos pocos ejemplos, claro es-tá–, como costales aparte que recuerdan esas ínfulas de familia. Sinembargo, en lo que al autor de este trabajo respecta, nada más fal-so. Falsedad que radica en que estas disciplinas se constituyen, almargen de sus asuntos desplegados, como aliadas de la palabra: co-mo potencia de la palabra, y de la vida que en ella se sumerge. Ycon ellas, el espectro de significación de lo cotidiano adquiere unefecto que podemos asociar a lo que T. S. Eliot atribuía al poemabien logrado: “crea[r] una posibilidad de conocer un nuevo afecto,un cierto «estado del alma» (...); insistiendo justamente en el carác-ter nuevo de lo que evoca, más que en una aptitud ocasional parasugerir y reactivar una emoción antigua.”5 El lenguaje renueva lascosas; reordena el mundo en pos de una alquimia individual, si setienen los ánimos para ello.

Y sin más rodeos, definamos la impertinencia en clave futbolera:brevedad y potencia afectiva que puede capturar mucho más que unconjunto de consideraciones más formales. A saber:

Impertinencia

Es aquello que nos muestra que, en el mundo,no se juega –lo que se dice jugar–... de local.

4 Juan Villoro. El balón y la cabeza, en: El malpensante, 49, 2003, p. 93.5 Clément Rosset. El objeto singular. Op. cit., p. 74.

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