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COMPETENCIA PARA APRENDER A APRENDER: ¿De qué hablamos? ¿Se puede enseñar? ¿Se puede evaluar? José Mª. Pérez Jiménez.

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COMPETENCIA PARA APRENDER A APRENDER: ¿De qué habla mos? ¿Se puede enseñar? ¿Se puede evaluar?

José Mª. Pérez Jiménez.

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COMPETENCIA PARA APRENDER A APRENDER: ¿De qué habla mos?

¿Se puede enseñar? ¿Se puede evaluar?

José Mª. Pérez Jiménez. Servicio de Inspección de Sevilla.

Nunca enseño a mis alumnos; solo intento

proporcionarles las condiciones para que puedan aprender. Albert Einstein

Resumen. Esta comunicación versará sobre la competencia de aprender a

aprender que implica el desarrollo de habilidades para iniciarse en el

aprendizaje, o bien ser capaz de continuar aprendiendo de manera significativa

y con autonomía, por parte del individuo o de los grupos humanos, de acuerdo

con los objetivos que estos persigan o bien con las necesidades de aprender.

Una vez realizado un acercamiento conceptual a la misma, hablaremos sobre

el carácter transversal de la competencia de aprender a aprender, en cuanto

que subyace al resto de competencias básicas, por tanto juega un papel

fundamental para el desarrollo de las mismas. Nos preguntaremos sobre las

claves para aprender a aprender y trataremos de los elementos, tanto de

carácter cognitivo, como emocional y social que debemos tener en cuenta.

Intentaremos abordar los mecanismos para la posible enseñanza de esta

competencia, enmarcando algunos principios metodológicos que pueden

ayudar al desarrollo de la misma. Y, por último, abordaremos los referentes que

deben servirnos para la recogida de información, con el objetivo de verificar si

se está propiciando la adquisición de las habilidades necesarias para aprender

de forma autónoma.

Palabras clave: competencia, aprender, conocimiento, afectos, cooperación.

Introducción.

¿Cuáles son las claves para que la gente aprenda por sí misma? Cuando

comencé a preparar esta comunicación, me encontraba leyendo una entrevista

con el escritor Jim Morrison, autor de la novela “Leyendas de pasión”. En esta

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entrevista con motivo de la publicación del libro “regreso a la tierra”, el autor

decía que a los dieciocho años había dejado la escuela, era la oveja negra de

la familia. Se marchó a N. York porque quería ser poeta. Sus lecturas

adolescentes de Rimbaud habían despertado su vocación y su “apetito voraz

por la vida”. Esta confesión, me llevó a pensar sobre los mecanismos del

aprendizaje autónomo, la que hoy se denomina competencia para “aprender a

aprender”, en los Reales Decretos que regulan las enseñanzas mínimas o bien

“competencia y actitudes para seguir aprendiendo de forma autónoma a lo

largo de la vida”, según se titula en los Decretos que regulan las enseñanzas

de las educación básica, en la comunidad autónoma andaluza.

Indudablemente, todo tiene que partir de un deseo, deseamos aprender por un

motivo. Jim Morrison leía vorazmente poesía porque quería expresarse a

través de la misma. De su interior, surgía una necesidad profunda. Por tanto, la

premisa inicial está en el deseo de aprender, y aprender aquello que se quiere

o se necesita aprender. Es necesario que exista una necesidad o bien un

deseo que surge de la necesidad. Pero ¿se pueden crear las condiciones para

generar en otros ese deseo o necesidad de aprendizaje y las condiciones para

que el individuo aprenda por sí mismo, es decir que pueda cumplir con su

deseo?

En un momento histórico en el que el mundo se encuentra en constante

cambio, muestra de ello el hecho, por ejemplo, de que exista una estimación,

según la cual, cada diez años se produce una renovación importante del

conocimiento científico, o que pulsando las teclas de nuestro ordenador, de

manera inmediata, tengamos acceso a un volumen de información

descomunal; llegamos a la conclusión de que el conocimiento es múltiple y

variable y el acceso fácil. Pero es necesario saber qué hacer ante tanta

información y la complejidad que supone las modificaciones en la misma. Para

esto, una competencia de tipo transversal, como aprender por uno mismo o

aprender a aprender juega un papel fundamental.

Este nuevo universo exige nuevas capacidades. Sin embargo, nuestros niños y

jóvenes se encuentran, en muchas ocasiones, en las mismas escuelas que

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generaciones anteriores. La primera función de la educación en un mundo

cambiante debería ser proporcionar a la gente joven la competencia y la

confianza en sí mismo para tratar adecuadamente con esta incertidumbre; en

otras palabras, para ser buenos aprendices. Manuel Castell aporta un elemento

revolucionario para nuestra época, la confirmación de que el desarrollo y el

cambio social deseables en el siglo XXI tienen una raíz creativa, que no se

desarrollará sin la capacidad de aprender de forma autónoma.

“La búsqueda del saber no se puede realizar sin seis cosas que os indicaré a

través de palabras claras: agudeza ingeniosa, deseo ferviente, paciencia,

sostenimiento suficiente, la dirección de un profesor y un periodo de tiempo

bastante largo”.

Estas palabras podrían servir de ilustración al tema que estamos desarrollando.

Es más, podrían atribuirse a cualquier especialista actual versado en la

materia. Sin embargo, pertenecen a un tratado dirigido a estudiantes y

profesores para mejorar sus respectivas tareas, escrito en 1203, en una zona

de oriente medio. De las mismas se deduce un interés por mejorar el

aprendizaje en épocas pasadas. Pero siendo una preocupación tradicional, no

por ello deja de tener un interés renovado en la época actual, por los motivos

antes aludidos.

En el terreno de la Psicología, los modelos que más han influido recientemente

en las concepciones del aprendizaje son los constructivistas y socioculturales.

Incidiendo desde los mismos, en la visión del aprendizaje como construcción

de conocimientos por parte de individuo, el primero; y en la influencia de la

interacción social para la construcción de dichos conocimientos, el segundo.

Una visión que sitúa a la persona en el centro del aprendizaje, con

posibilidades de construir conocimiento en interacción social.

Por otra parte, el concepto de aprender a aprender ha ido evolucionando

sucesivamente y de manera progresiva, pudiéndose hablar de una sucesión

histórica de cuatro bloques: técnicas de estudio, aprender a razonar,

estrategias de aprendizaje y aprendizaje metacognitivo que sería la visión más

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evolucionada. Diversos autores (Nisbert y Schuckmisth, 1987), han demostrado

en sus estudios, desde hace décadas, que el aprendizaje descontextualizado

de técnicas concretas para aprender no permite el desarrollo del aprendizaje

autónomo. Más bien, tendríamos que dirigirnos hacia la enseñanza de

estrategias generales como el conocimiento de los propios procesos para

aprender, la planificación.

¿De qué hablamos?

Las definiciones de aprender a aprender son múltiples. Adey, autor clásico del

ámbito de las ciencias de la naturaleza, define aprender a aprender como un

metaaprendizaje, un tipo especial de aprendizaje, un aprendizaje sobre el

aprendizaje, en el que intervienen elementos cognitivos, afectivos y de tipo

social. Un autor finlandés (Hautamaki, 2002), define aprender a aprender como:

“la habilidad y la disposición para adaptarse a nuevas tareas, mediante la

actividad del compromiso para pensar y una perspectiva de esperanza a través

del mantenimiento de la autorregulación cognitiva y afectiva y de la actividad de

aprender”. Este autor añade al anterior las capacidades de autorregulación.

La LOE recoge las propuestas de la Unión Europea y propone entre las ocho

competencias básicas la de aprender a aprender, que en cierto sentido

subyace a todas las demás, por lo que se la denomina transversal. La

Comisión Europea define esta competencia como “la capacidad para proseguir

y persistir en el aprendizaje, organizar el propio aprendizaje, lo que conlleva

realizar un control eficaz del tiempo y la información, individual y grupalmente.

Esta competencia incluye la conciencia de las necesidades y procesos del

propio aprendizaje, la identificación de las oportunidades disponibles, la

habilidad para superar los obstáculos con el fin de aprender con éxito. Incluye

obtener, procesar y asimilar nuevos conocimientos y habilidades así como la

búsqueda y utilización de una guía. Aprender a aprender significa que los

estudiantes se comprometan a construir su conocimiento a partir de sus

aprendizajes y experiencias vitales anteriores con el fin reutilizar y aplicar el

conocimiento y las habilidades en una variedad de contextos: en casa, en el

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trabajo, en la educación y la instrucción. En la competencia de la persona son

cruciales la motivación y la confianza.”

De forma más resumida, según Juan López, Subdirector General del Ministerio

de Educación, “Aprender a aprender supone iniciarse en el aprendizaje y ser

capaz de continuarlo de manera autónoma, poder desenvolverse en las

incertidumbres aplicando la lógica del conocimiento racional, admitir la

diversidad de respuestas posibles ante un mismo problema y encontrar

motivación para buscarlas desde distintos enfoques metodológicos.”

Incluye la posibilidad de obtener información para transformarla en

conocimiento propio. Su adquisición implica dos dimensiones fundamentales: la

toma de conciencia de las propias capacidades intelectuales y sus

posibilidades de desarrollo y la motivación para aprender desde la

autoconfianza en el éxito del propio aprendizaje.

Incluye además la habilidad para organizar eficazmente el tiempo y la

perseverancia en el aprendizaje como elemento de enriquecimiento personal y

social.

¿Qué dimensiones abarca esta competencia?

Para entender la competencia de aprender a aprender, apreciamos la

presencia de tres tipos de ingredientes: elementos cognitivos, afectivos y

sociales. Entre los cognitivos encontramos aspectos que son comunes a

cualquier proceso intelectual, como son la atención, selección de información,

recuerdo, habilidades de razonamiento…. En un orden más particular,

destacan los procesos de autorregulación, en la capacidad de reflexión del

estudiante.

Aprender a aprender implica saber cómo aprendemos y cómo aprender o

metaaprendizaje, entendida por Flavell como “la supervisión activa y ulterior

orquestación de los procesos implicados en el aprendizaje en relación con los

objetos o datos en los que se apoya.”

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Respecto al conocimiento de la persona , el estudiante debe, primero, asimilar

que aprender en el aula requiere una actitud mental activa, un esfuerzo y que ese

esfuerzo puede controlarse por parte del que aprende. Debemos además

ayudarle a tomar conciencia de sus creencias sobre el aprendizaje y el

conocimiento, y sobre la disciplina específica.

En segundo lugar, debe desarrollar la capacidad de representar el estado de su

propia mente en el momento del aprendizaje: juzgar lo que sabe, lo que ignora,

lo que comprende o lo que no entiende en una situación concreta de aprendizaje.

Un buen estudiante puede decir a menudo que no entiende, sencillamente

porque mantiene un constante control sobre su entendimiento. El mal

estudiante que, por así decirlo, no se vigila a sí mismo en sus intentos de

entender, la mayor parte de las veces no sabe si entiende o no (Holt, 1964,

citado en Nisbet y Shucksmith, 1986).

En relación con las tareas que se propone aprender, debe, primero,

preguntarse por el significado y objetivos de las tareas de aprendizaje y, en

segundo lugar, valorar la dificultad, la novedad de la tarea de acuerdo con sus

recursos y decidir así la organización del material, del tiempo y el esfuerzo que

debe dedicar.

Para aprender a aprender como deseamos, también debe conocer cuál es el

repertorio de estrategias que posee y cómo estas estrategias se deben adaptar a

sus propios rasgos como aprendiz, a las tareas, al trabajo en solitario o en

equipo, etc.

Los aspectos de control y regulación incluirían fundamentalmente la

planificación (tomar conciencia de la necesidad de organizar previamente las

actividades y tomar decisiones sobre cómo enfocar la tarea), la decisión sobre

las estrategias específicas de análisis, comprensión o memorización que

pondrán en marcha y la evaluación personal de si su aprendizaje está

resultando eficaz para, o bien, proseguir en este camino o bien cambiar la

manera de enfocarlo.

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Habría que añadir a todo lo dicho anteriormente una cuestión en absoluto

superflua: aprender a aprender presenta facetas intelectuales e individuales

pero no menos aspectos motivacionales, afectivos, y sociales . De hecho, lo

que los teóricos y docentes privilegian en el análisis del aprendizaje –los

componentes intelectuales-, los estudiantes lo sitúan en un segundo plano

después de lo afectivo y grupal.

Respecto a la motivación , un aprendizaje autónomo, reflexivo exige un

esfuerzo y una persistencia que ninguna persona dedica a una tarea para la

que no está motivado. Si los estudiantes no obtienen una recompensa de algún

tipo, es poco probable que lleven a cabo de forma óptima este proceso.

Buscarán caminos más cortos para salir de apuros.

Resulta determinante que el aprendizaje ayude a desarrollar un sentimiento de

autoeficacia, de control de la situación (Bandura, 1997). Cuando hablamos de

metaaprendizaje, hablamos de que el estudiante dirija autónomamente este

proceso, se apodere de él. Esto sólo puede surgir si se considera capaz de

realizar cambios mediante la propia capacidad y esfuerzo. Cuanto más se sientan

autoeficaces los estudiantes, cuanto más confíen en que pueden influir en el

futuro, más altas serán las metas que se propondrán y mayor su compromiso con

ellas.

El aprendizaje debe estar igualmente al servicio del logro de algunas metas

sociales relevantes para los estudiantes en el contexto escolar o, por lo

menos, no caminar en dirección contraria. Atender a las metas de los propios

estudiantes en el contexto del aprendizaje escolar, significará ayudarles a

conseguir desde el aula la satisfacción de una necesidad tan básica como

controlar la propia vida y, de este modo, mantener un sentido de valor e identidad.

Por tanto, desde el punto de vista psicoafectivo , la reflexión no sólo debe

versar sobre los componentes intelectuales sino sobre las emociones, los

sentimientos que se generan durante el aprendizaje específico y en el ámbito

escolar general. La supervisión se refiere no solo a la observación de las

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consecuencias externas, sino también de las propias respuestas internas

relacionadas con los sentimientos (Claxton, 1990). Qué imagen, autoconcepto

tiene cada estudiante de sí mismo como tal: ¿se siente buen estudiante?, ¿se

siente bueno en matemáticas?, ¿le gustan las matemáticas?, ¿no le da miedo

fracasar en ellas?, ¿le parecen fáciles?, ¿más o menos que a otros

compañeros? Cómo vive sus relaciones con los otros compañeros, las

reacciones de los docentes, el apoyo de su familia, los estereotipos sobre el

valor del conocimiento. Qué papel desempeñan las actividades escolares en su

autoestima.

Por otro lado, este trabajo de pensar sobre lo intelectual y lo emocional sólo

puede darse cuando, para docentes y estudiantes, el entorno es de bajo

riesgo , cuando la ansiedad se limita porque estamos en el camino de

aprender, no de ser evaluados por nuestros logros. En este sentido la obsesión

por la calificación no ayuda al desarrollo de esta competencia.

Desde el punto de vista social, sabemos que aprender es una tarea colectiva .

Los modelos socioculturales (Vygotski, 1978; Bruner, 1997; Wertsch, 1995)

nos hablan del desarrollo y la educación como un proceso de aprendizaje

activo a través de la guía y el apoyo de los adultos. La figura del docente

reflexivo (Schon, 1987) está en el corazón de este proceso. El docente, que

proporciona el andamiaje , sí debe ser consciente de los pasos implicados en el

proceso de enseñanza y aprendizaje.

Respecto a los objetivos y medios relacionados con aprender a aprender,

debemos prestar atención no sólo al estudiante o docente aislado. El aula puede

ser una comunidad si se trabaja para ello. En el proceso de aprender, tan

importante debe ser sentirse confiado y seguro, autónomo, como una persona

capaz de pedir ayuda y proporcionar apoyo, partícipe de un grupo que le da una

identidad. Esta relación entre metaconocimiento y aprendizaje cooperativo ha

sido ya explorada por diversos autores (King, 1998; Goos & Galbraith, 1996;

Palinsarc & Brown, 1984; Rogoff, 1990).

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En resumen, creemos que optar por una forma de aprender a aprender significa

una apuesta por una concepción específica de la enseñanza y el aprendizaje y,

en último término, una elección de valores. Aprender a aprender es aprender a

pensar, a preguntarse el porqué de las cosas y sus consecuencias, a tomar las

riendas de los procesos, aprender que el conocimiento es una empresa

colectiva. Y, en último término, determinará la fuerza del ser humano en el

sistema. Porque el dinamismo de los centros educativos va a depender de las

personas. El aprender a pensar puede llevar al “pienso luego produzco”,

necesario para sentirse útiles.

¿Se puede enseñar?

El objetivo primordial de todo profesional de la enseñanza debe consistir en el

desarrollo de la capacidad de aprender de forma autónoma. El profesor

acompaña al alumno durante un tiempo escaso y finito. ¿Y cuándo el profesor

no esté, que hará el alumno? La respuesta la podemos encontrar en la

afirmación que realiza Fernando Savater en su libro “el valor de educar” (1997):

“la capacidad de aprender está hecha de muchas preguntas y de algunas

respuestas; de búsquedas personales y no de hallazgos institucionalmente

decretados, de crítica y puesta en cuestión en lugar de obediencia satisfecha

con lo comúnmente establecido (…) De modo que, como ya tantas veces se ha

dicho, lo importante es enseñar a aprender.” Por tanto, lo importante, será crear

las condiciones para que se desarrolle la autonomía para el aprendizaje.

Para el desarrollo de esta competencia, en los alumnos, debemos tener en

cuenta una serie de requisitos que podrían plasmarse en principios

metodológicos, especialmente relevantes para este fin. Con carácter general,

estos principios no se aplicarán de manera aislada, sino en el marco del

desarrollo cotidiano del currículo. Entre otras cosas, porque el propio currículo

está diseñado para favorecer esta competencia.

Hay que lograr que en las conversaciones del aula, exista un espacio

reservado para tratar qué hacemos, pensamos y sentimos al aprender.

Llevando la atención del docente y del alumno hacia la diana: el proceso de

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aprendizaje. Pero estas conversaciones, como siempre, vinculadas al trabajo

de las áreas y no descontextualizadas. Por ejemplo, al resolver un problema

debemos hablar sobre los pasos que hay que dar; sobre qué pensamos a

medida que lo resolvemos y sobre cómo nos hemos sentido antes, durante y

después de la ejecución.

Pero quizás, de forma previa, debamos explorar las concepciones que

estudiantes y docentes tienen sobre el aprendizaje . En concreto, las

creencias sobre la inteligencia pueden influir específicamente en el proceso de

aprender a aprender a través de tres ideas concretas: qué piensan los

estudiantes que significa ser inteligente, sus creencias sobre el carácter estable

o modificable de la inteligencia y sus teorías sobre el origen de las diferencias

individuales. Con demasiada frecuencia encontramos que los propios docentes

tienen una representación demasiado simplista de lo que significa ser

inteligente y aprender. Una concepción en la que el aprendizaje se entiende

como una copia de la realidad y el papel del aprendiz depende de rasgos que

no son fácilmente modificables.

La influencia de estas concepciones sobre la práctica docente es muy

importante y los estudiantes a su vez van construyendo su forma de entender

el aprendizaje a partir de las prácticas educativas en las que se ven insertos.

Por lo tanto, ayudar al profesorado a que enseñe a aprender a aprender,

implica ante todo ayudarle a tomar conciencia de lo que piensa y a modificar

sus concepciones si es que estas son excesivamente simples. Y

posteriormente, hablar explícitamente en clase con los alumnos sobre lo que es

aprender y discutir lo que ellos y ellas piensan.

Un segundo principio metodológico implica enseñar al alumnado a regular

sus propios procesos de aprendizaje . Es decir a planificar, supervisar y

evaluar su comportamiento cuando se enfrentan a cualquier tarea escolar.

Antes de comenzar con la planificación, nuestros estudiantes deben

preguntarse por los objetivos de esa tarea.

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Aunque parezca trivial, preguntarse dónde se quiere llegar, no siempre es un

hábito consolidado en los estudiantes y, sin embargo, es condición

indispensable para avanzar de forma reflexiva en los siguientes pasos del

proceso. De otra forma, cómo planificamos o cómo sabemos si nuestros

resultados son los correctos. Los docentes deben hacer explícitas las metas

sabiendo que, a pesar de esta declaración, no siempre se comprenden bien.

Por otro lado, no sólo debe dejarse claro dónde hay que llegar sino también los

criterios de calidad, lo que tendremos en cuenta para juzgar si la tarea está o

no bien resuelta. Conocer las metas, nos permite revisar los procesos, a

medida que se desarrollan y, por otra parte, evaluar los resultados finales.

El uso de las Tecnologías de la Información y Comunicación, colabora de

manera decisiva a los procesos de fijación, de planificación, control y

supervisión por su carácter: formalista; interactivo; dinámico; multimedia,

hipermedia y que facilita la conectividad (Martín y Moreno).

Enseñar a aprender de forma autónoma se apoya en tercer lugar en ayudar a

los alumnos a que realicen atribuciones adecuadas d e sus éxitos o

fracasos , para prestar atención a la dimensión emocional a la que se hizo

referencia en un apartado anterior. Hay que ayudar a que los estudiantes

atribuyan los resultados de su proceso de aprendizaje a causas que están bajo

su control y que son modificables. Si alguien piensa que no tiene capacidad o

que “se le da mal” una materia, difícilmente se va a poner a la tarea de

aprender ni va a mantener el esfuerzo que ello implica. Sin embargo, si acepta

que el resultado se debe al tiempo que ha estudiado o a la manera en la que lo

ha hecho, el problema tiene solución; exige trabajo y disciplina, pero puede

resolverse. Estos estilos atribucionales se construyen, uno no nace con ellos y

los docentes tienen mucha influencia en el desarrollo de los mismos.

Los componentes emocionales del aprendizaje están ligados con tres

elementos claves: la autoeficacia, la autoestima y la motivación. Los tres están

íntimamente relacionados. Verse con poder para hacer algo, con capacidad de

elección, refuerza nuestro interés por la tarea y nuestra propia imagen como

agentes autónomos del aprendizaje.

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El sentimiento de autoeficacia implica tener la capacidad de elegir entre

diferentes opciones. Por otra parte, para que el alumno se sienta competente,

debe ser capaz de realizar la tarea, por lo que ajustar la misma a las

posibilidades de ejecución será un elemento fundamental. Sin olvidar que la

tarea debe ser un reto para el alumno. Es decir, ajustar no significa, rebajar o

tender al mínimo, puesto que el esfuerzo es necesario para la mejora y, por

tanto, para aprender a aprender.

Son muchos los estudios que ponen de manifiesto la gran capacidad del

lenguaje para hacer explícitas ideas y conocimientos que tenemos pero que no

sabemos que tenemos o que se “aclaran” al expresarlas (Olson, 1998,

Vygostki, 1977, 1979). El cuarto recurso metodológico al que queríamos hacer

referencia es la necesidad de hacer uso del lenguaje para hacer explícitos

los procesos que inicialmente están implícitos. Es muy habitual la experiencia

de querer comunicar una idea y acabar diciendo “no sé cómo decirlo”. Esta

dificultad es interpretada por estos autores como una manifestación del costoso

proceso de hacer explícito lo que está implícito. El lenguaje cumple una función

de andamiaje del pensamiento. Al verbalizar lo que vamos pensando, se

ordenan las ideas porque se toma conciencia de ellas.

En primer lugar se hará uso del lenguaje oral . Pero el papel del lenguaje oral

se ve potenciado cuando se utiliza la escritura. La denominada escritura

epistémica (Martín y Moreno, 2007). El texto escrito tiene una serie de

características que favorecen su función de apoyo al razonamiento y en este

caso al aprendizaje. La primera de ellas se refiere a la mayor exigencia de

precisión y rigor en los términos que se utilizan, lo que obliga a definir mejor lo

que quiere comunicarse exactamente. Por otra parte, la distancia tanto

temporal como espacial del autor y el lector exige que el primero haga

explícitos en el texto todas las claves que pueden ayudar al lector a interpretar

la información de acuerdo con la intención de quien lo ha escrito. Esto implica

entre otras cosas especificar lo más posible la relación entre las ideas que se

expresan. Como es bien sabido un aprendizaje es más significativo, cuanto

más ricas son las relaciones entre los distintos conocimientos. Por tanto,

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reflexionar sobre las conexiones entre distintos aspectos del contenido sobre el

que se esté escribiendo debería permitir profundizar en el aprendizaje.

Por otra parte, cuando uno escribe tiene que representarse las características

de la “audiencia”. Lo que esa persona ya sabe y no hace falta por tanto

explicarle, lo que puede resultarle más importante, lo que le gusta, lo que le

interesa, en último término, los principales rasgos de la mente del lector.

Escribir implica desde esta perspectiva, importantes capacidades mentalistas,

propias de los procesos metacognitivos.

Finalmente, el texto escrito se elabora con un tiempo más pausado que el

lenguaje oral, lo que permite, si bien no asegura, mayor planificación y sobre

todo la posibilidad de revisar lo escrito durante el proceso y al finalizarlo. La

mayor serenidad de la escritura es también especialmente propicia para la

regulación emocional. No es sencillo tomar conciencia de los sentimientos, por

otra parte hacerlo no asegura controlarlos, pero ayuda en gran medida, como

hemos venido comentando.

La prioridad debería centrarse por tanto en que los equipos docentes acordaran

realizar en todas las materias y a lo largo de todos los cursos resúmenes,

mapas conceptuales, síntesis, comentarios de texto, reflexiones sobre el

aprendizaje. En síntesis, tareas de lectura y escritura reflexiva (Camps, 1990;

Cassany, 1997; Monereo y Castelló 1997; Sánchez, 1998; Solé, 1992).

El trabajo colaborativo , entendido como los esfuerzos conjuntos de los

compañeros para trabajar hacia la comprensión o solución mutua de un

problema (Garton, 2004), constituye asimismo uno de los pilares de aprender a

aprender. Trabajar con otros ayuda a tomar conciencia de los propios procesos

cognitivos y emocionales. Al trabajar con los otros, debemos ponernos de

acuerdo en los objetivos y, por tanto, pensar sobre ellos; debemos acordar

cómo avanzar, pensar sobre las estrategias y pasos; debemos detectar errores

propios y ajenos, y dar explicaciones de por qué lo consideramos un error;

debemos llegar a una solución compartida, y explicar por qué ésa es la

solución correcta. En resumen, el aprendizaje en colaboración no puede darse

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sin leer nuestra mente, leer la de los demás y buscar las vías de comunicación

entre ambas. Nos conduce a explicarnos frente a nosotros mismos y los

demás, a controlar y a inhibir nuestras respuestas y a ser flexibles para

adaptarnos a la situación y al grupo.

Finalmente, para ayudar a los alumnos y alumnas a aprender a aprender es

preciso que los docentes evalúen de acuerdo a los principios de la

evaluación formadora (Coll, Martín y Onrubia, 2001, Nunziati, 1990, Sanmarti,

2007, Jorba y Sanmarti, 2005). Se trata de evaluar de tal manera que el

proceso, además de servir al profesor para regular la enseñanza, le permita al

alumno autorregular su aprendizaje.

Para ello, el estudiante debe ser capaz de identificar cuándo aprende y cuándo

no y sobre todo qué de lo que hace es lo que le ayuda a aprender. La

autoevaluación y la coevaluación son procedimientos útiles para poner en

marcha la evaluación formadora.

Aprender a evaluarse a uno mismo no es tarea fácil y necesita ejercitarse para

llegar a formar parte del repertorio de capacidades consolidadas del alumno.

Por ello es importante que sea una práctica que se utilice desde los primeros

años de la escolaridad aunque, lógicamente, vaya modificándose y

profundizándose a lo largo de las etapas.

Aprender a aprender supone no tanto cambiar unas actividades por otras o

dejar de preocuparse por el aprendizaje del contenido, sino hacerlo desde la

perspectiva de una reflexión del propio estudiante sobre cuál es la meta, cómo

llega a la respuesta, por qué esa y no otra respuesta, etc. Como afirmábamos,

el objetivo es que los propios estudiantes controlen y vayan mejorando su

proceso de aprendizaje.

Experiencias realizadas en centros educativos de Gran Bretaña, demuestran

que pueden darse diversas aproximaciones. Unos centros optan por proyectos

centrados en el aprendizaje colaborativo; otros en mejorar la calidad de las

preguntas que se les realizan a los estudiantes; otros ponen el acento en la

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evaluación formadora; o en conocer las concepciones sobre el aprendizaje de

los estudiantes, algunos utilizan la cooperación con padres y madres para

aprender a planificar en infantil, otros, por fin, se preocupan por la reflexión y

formación de los docentes. En definitiva, se trata de realizar una reflexión sobre

la finalidad perseguida: aprender de forma autónoma por parte de los alumnos

y establecer, en el proyecto educativo del centro, la forma de conseguirla,

mediante el desarrollo del currículo, integrándola con el resto de competencias.

Por último, aprender de forma autónoma, implica que en los contextos del

aprendizaje hay que crear tiempos de silencio . El silencio es necesario para

la reflexión imprescindible para esta competencia. Por supuesto, los silencios

se graduarán en virtud de la edad y de la tarea.

En definitiva, desarrollar esta competencia, supone que el profesorado se tome

en serio a los niños y adolescentes. En el sentido de que debemos tener un

profundo respeto intelectual por los mismos. Creer en su capacidad para

aprender por sí mismos, hasta el punto de que nos sorprenderemos por lo que

son capaces de pensar y hacer.

¿Cómo se evalúa?

Se deduce de los principios metodológicos expuestos que podemos evaluar si

en un aula se está propiciando el aprendizaje autónomo del alumnado. De la

observación en la visita al centro y al aula, se pueden extraer conclusiones

para el asesoramiento posterior. Qué puede observar un inspector que visita un

aula para dilucidar si allí se está propiciando el aprendizaje autónomo y la

capacidad de aprender a aprender. De manera muy esquemática, ya que se

deducen de las dimensiones y principios, antes esbozados, podríamos

plantearlo con un decálogo que se deduciría de la respuesta que vamos a

formular. Diez preguntas que de ser contestadas de forma afirmativa, nos

indicarían que se está en un proceso adecuado. Estas podrían ser:

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a) ¿Se propicia, mediante preguntas, que los alumnos reflexionen sobre cómo

aprenden, entendiendo el aprendizaje como un proceso dinámico y

complejo y qué mecanismos están utilizando para ese menester?

b) ¿Los éxitos y fracasos son atribuidos, por quien los tiene, a causas internas

y controlables?

c) ¿Se establece un clima de respeto y seguridad en relación con los

procesos de aprendizaje del alumnado?; ¿Se tienen en cuenta los deseos

de los mismos?

d) ¿Se valoran los logros en virtud de los esfuerzos y de las posibilidades de

cada uno?

e) ¿Se explicitan los objetivos a conseguir y se ayuda a planificar a los

alumnos, según las metas propuestas y a supervisar el proceso?

f) ¿Se propicia el trabajo cooperativo para el desarrollo de los procesos de

aprendizaje?

g) ¿El profesor muestra entusiasmo por su tarea?

h) ¿Se proponen tareas que supongan hacer explícitos los procesos de

aprendizaje, mediante verbalizaciones y procesos de escritura?

i) ¿La evaluación se concibe como recogida de información para seguir

mejorando?

j) ¿Se propicia la autoevaluación y la evaluación compartida o coevaluación?

Por supuesto, para realizar esta evaluación hay que tener en cuenta que los

requisitos que plantean las diferentes preguntas, deben darse en el marco del

desarrollo curricular y no como procesos aislados o paralelos. Es decir en el

trabajo de la Lengua, las Matemáticas, de la Educación Física o Artística, debe

observarse si se dan los requisitos para que el alumnado desarrolle la

competencia para el aprendizaje autónomo, haciendo posible la “construcción

de la autonomía” de la que habla el filósofo francés Alain Touraine. Autonomía

que le permita el acceso futuro al conocimiento y lo convierta en una persona

capaz, en último término de producirlo, de crear, aportando desarrollo al

conjunto de la sociedad.

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