comentario de texto narrativo
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Guía comleta de cómo elaborar un comentario de texto narrativoTRANSCRIPT
EL COMENTARIO DE TEXTO NARRATIVOEL COMENTARIO DE TEXTO NARRATIVO
1º FASE: Lectura del texto y comprensión global del texto
2º FASE: Localización y situación del texto
1. Autor: Biografía, trayectoria, estilo y obras publicadas
2. Movimiento literario: En el que se inscribe el autor y la obra. Recordar que un autor, generalmente, atraviesa diversas etapas literarias.
3. Momento histórico: En que está escrita la obra. Reconocer y analizar las circunstancias que vivió el autor y cómo estas se relacionan con el texto.
4. Relación del texto con otros parecidos: Sea por el tema, las ideas, el estilo, la época o cualquier variable. Se debe mencionar el título de otras obras o a otros autores que podrían relacionarse con el fragmento o texto leído.
3º FASE: Análisis de la estructura externa e interna del texto
A. Análisis del contenido
1. Tema: Son las grandes preocupaciones que evidencia el autor en el texto. Estos son muy amplios y no solo están relacionados al ámbito literario. También pueden ser de orden social, político, económico, moral, filosófico, antropológico, etc.
2. Ideas: Son los subtemas que se desprenden del texto. Las ideas son específicas.
3. Sentimientos: Emociones o sentimientos que logra comunicar el autor en el poema.
4. Apartados: Son las partes en las que se estructura el tema. Son los grandes momentos expresados en el texto. Al identificar los apartados, se debe mencionar cuál es el tema de cada uno de ellos en un enunciado breve sin verbo. Se debe mencionar la extensión, es decir, en qué línea empieza el apartado y en cuál acaba. Lo cual supone que previamente se ha debido enumerar las líneas del texto seleccionado.
B. Análisis de la forma (En esta parte se debe incluir referencias o citas textuales a manera de ejemplos)
1. El narrador: Tipo de narrador Punto de vista
2. Estructura y técnica narrativa:
Estructura cerrada: Responde al esquema clásico de la narración (presentación, nudo, desenlace)
Estructura abierta: No sigue el esquema anterior y directamente el texto nos introduce en la vida de los personajes.
Otras estructuras
3. El tiempo y espacio literario
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Manejo del tiempo: lineal, prospectivo, retrospectivo Consignación del tiempo: precisa e imprecisa Repeticiones: singulativo, iterativo, repetitivo Escenas narrativas Espacios abiertos y cerrados Espacio físico y psicológico
4. Los personajes
5. Leit motiv
6. La descripción
7. El diálogo en la narración Diálogo directo e indirecto Soliloquios, monólogos, etc.
8. Recursos lingüísticos y literarios: El autor de un texto narrativo también emplea figuras literarias para expresar de manera bella su obra. Todos estos recursos también nos revelan el estilo del autor.
Plano fónico: Referido a los sonidos que más usa el autor con una intención retórica (aliteración, anáfora y onomatopeya).
Plano semántico: Análisis de las palabras, sinónimos, antónimos, etc. Nivel del lenguaje y tipo de registro empleado por el autor: culto, formal, coloquial, informal, etc. El tono que imprime en el texto a través de las funciones del lenguaje que emplea (comparación, metáfora, metonimia, antítesis, personificación, hipérbole, juego de palabras, calambur, dilogía, ironía, lítotes).
Plano morfosintáctico: Análisis de la estructura del texto en oraciones (simples, compuestas). Categorías gramaticales son las más usadas por el autor: sustantivos, adjetivos, verbos, etc. (hipérbaton, anáfora, paralelismo, epanadiplosis, anadiplosis)
4º FASE: Conclusión (Coherente e integradora)
1. Relaciones entre fondo y forma, que ya se han desarrollado.2. Estilo del autor, según lo analizado, qué es lo que más emplea que lo distingue
de otros escritores.3. Relación entre el tema y las ideas expuestas en el texto.4. Importancia o trascendencia del autor.5. apreciación personal madura, persuasiva y convincente.
ELEMENTOS DE LA NARRACIÓNELEMENTOS DE LA NARRACIÓN
El narradorEl narrador
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Es la persona que se inventa el autor para que cuente la historia y, en este sentido, no debe
confundirse nunca con el autor mismo. Desempeña un papel fundamental en el relato: conduce
la historia, describe los ambientes y hace intervenir a los personajes. Además, ocurre con
frecuencia que no solo se limita a contar los hechos, sino que también los interpreta y los evalúa.
El narrador puede, incluso, dirigirse al lector o hace comentarios sobre la propia narración.
Tipos de narrador
1. En primera persona. Se trata de un narrador que participa de los acontecimientos. Esta
característica suele provocar un efecto de realidad muy fuerte en el lector. Puede
presentarse de dos modos:
Como protagonista de los hechos. En este caso suele ser el personaje principal, pues
realiza las acciones que relata.
Pero a la hora de despedirnos le pregunté: “Dime, ¿conoces a alguien parecido a mí, o que
tenga algo en común conmigo, y que se llame Julio?”. Reflexionó un momento y respondió: “No,
que yo recuerde. Pero, de veras, ¿no eres Julio?”
Edgardo Rivera Martínez, “A lo mejor soy Julio”, Cuentos completos
Como testigo de los hechos. En este caso, el narrador relata lo que observa que les
sucede a otro u otros personajes.
Quizá Sixto vino ya muerto y nosotros hemos vivido con un aparecido. Su cara, de puro hueso y
pellejo, la ponía a quemar al sol, en la puerta de su casa o la paseaba por la plaza cuando había
un buen tiempo.
Julio Ramón Ribeyro, “El chaco”, La palabra del mudo
2. En tercera persona. Se trata de un narrador que no participa de los acontecimientos. Puede
presentarse de dos modos:
Como narrador omnisciente absoluto. En este caso conoce todos los pensamientos y
las acciones de los personajes. Además, puede moverse libremente en el tiempo y en el
espacio.
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También pensó que, después de todo, la abuela era desarmable como un robot que se convierte
en cadáver. Se metió los dientes al bolsillo y abrió el cajón de la mesa blanca.
Santiago Roncagliolo, “Pudor”
Como narrador omnisciente limitado. En este caso tiene un conocimiento incompleto
de las acciones y los pensamientos de los personajes. También tiene ciertas limitaciones
sobre el tiempo y el espacio.
A quienes lo entiendan así quiero contarles el destino de Benjamín Otárola, de quien acaso no
perdura un recuerda en el barrio de Balvanera y que murió en su ley, de un balazo, en los
confines de Río Grande do Sul. Ignoro los detalles de su aventura; cuando me sean revelados,
he de rectificar y ampliar estas páginas.
Jorge Luis Borges, “El muerto”, El Aleph
Los personajesLos personajes
Los personajes son los seres que intervienen en la historia que se narra. Ellos son quienes
realizan los actos o padecen los sucesos que forman la historia. No solo son seres humanos,
reales o imaginarios, pueden ser personajes de un relato; también los animales e incluso los
objetos pueden alcanzar esa categoría. Cuando esto ocurre, es frecuente que animales y objetos
aparezcan personificados, es decir, dotados de rasgos humanos.
Tipos de personajes
1. Según su importancia en la historia. Pueden clasificarse en dos grupos:
Principales. Desempeñan un papel fundamental en el relato. Destacan el protagonista,
que lleva a cabo la acción central, y el antagonista, que se opone a él y le dificulta el
logro de sus objetivos.
Secundarios. Su papel es accesorio en el desarrollo de la acción principal.
2. Según su caracterización. Pueden clasificarse en dos grupos de acuerdo con los rasgos
físicos y psicológicos que contribuyen a explicar su comportamiento:
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Estereotipados. Son aquellos cuyos rasgos psicológicos corresponden con unos moldes
que se repiten de obra en obra: el bueno, el malvado, la joven hermosa, entre otros. Son
muy frecuentes en los cuentos infantiles.
Individualizados. Son personajes complejos, incluso contradictorios, cuyo carácter puede
evolucionar a lo largo del relato. Son típicos de obras extensas.
Las accionesLas acciones
Las acciones son los hechos en los que participan los personajes. Al conjunto de acciones de
una historia se lo conoce con el nombre de “trama”. La trama suele estructurarse en tres
momentos:
El acontecimiento inicial. Es el hecho que da inicio a la historia.
La respuesta o nudo. Constituye la parte central de la trama. Generalmente se inicia con
la reacción de algún personaje ante el acontecimiento inicial y continúa con el conjunto
de acciones que llevan a cabo los personajes.
La resolución o desenlace. Es la resolución del conflicto. El desenlace puede consistir en
la solución del problema planteado por el acontecimiento inicial o, por el contrario, en el
fracaso de la actuación de los personajes.
El espacio y el tiempoEl espacio y el tiempo
El espacio y el tiempo son lo que se conoce como “marco de la historia”. El espacio corresponde
a los lugares en los que se desarrollan los acontecimientos, que pueden ser lugares reales o
imaginarios. El tiempo no solo es la época en lo que sucede la historia (en el pasado, presente o
futuro), sino también el orden en que están narrados los hechos.
El orden en el relatoEl orden en el relato
Los hechos que constituyen la trama de un relato pueden aparecer contados de dos formas: en
sincronía, es decir, de una manera lineal, o en anacronía, es decir, alterando el orden en el que
ocurrieron.
TÉCNICA DEFINICIÓN EFECTO EJEMPLO
Los hechos están
contados en el mismo
El lector vive los
hechos junto con los
Don Santos reflexionó, mirando el
cielo donde se condensaba la
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Relato lineal
(cronológico)
orden en que sucedieron. personajes. garúa. Sin decir nada soltó la
vara, cogió los cubos y se fue
rengueando hasta el chiquero. (J.
R. Ribeyro)
Retrospección
(analepsis,
flashback)
El narrador regresa al
pasado, sobre hechos
anteriores.
El lector puede
comprender mejor
una situación o
conocer más a un
personaje.
Acabo de firmar mi carta de
renuncia. (…) Me es difícil aceptar
que haya trabajado aquí más de
siete años. Y más difícil
representarme el día en que
asumí este cargo. Y sin embargo,
¡lo tengo tan presente! Bajo un
exterior sereno, ardía en mí la
más viva impaciencia. (E. Rivera
Martínez)
Anticipación
(prolepsis,
flashforward)
El narrador anuncia
hechos que aún no han
ocurrido.
Crea mayores
expectativas.
El día en que lo iban a matar,
Santiago Nasar se levantó a las
5.30 de la mañana para esperar el
buque en que llegaba el obispo.
(G. García Márquez)
Las palabras de los personajesLas palabras de los personajes
Existen diferentes tipos de discurso desarrollados por los personajes:
Discurso directo. Reproduce textualmente las palabras de los personajes y se construye
con verbo: Ella se quedó junto a la puerta y preguntó: “¿Hay alguien allí?”
Discurso directo libre. Igual que el anterior, pero sin verbo: Ella se quedó junto a la
puerta: “¿Hay alguien allí?”
Discurso indirecto. Funde las palabras de los personajes con las del narrador y se
construye con verbo, más las conjunciones si o que: Ella se quedó junto a la puerta y
preguntó si había alguien allí.
Discurso indirecto libre. Igual que el anterior, pero sin verbo ni conjunciones: Ella se
quedó junto a la puerta. ¿Había alguien ahí?
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Discurso narrativizado. Resume las palabras de los personajes: Ella reflexionaba junto a
la puerta.
Leit motivLeit motiv
Según el DRAE es “Tema musical dominante y recurrente en una composición. ||2. Motivo
central o asunto que se repite, especialmente en una obra literaria o cinematográfica”. Aunque
esta definición es satisfactoria, quizás la más clara es: Idea central o que se repite
insistentemente en una obra, en una conversación o en el transcurso de un hecho. El tema
de la decadencia de España es un leitmotiv en la obra de Quevedo. Incluso puede afirmarse que
en la obra narrativa de Rómulo Gallegos un leitmotiv común a casi todas sus novelas es el tema
de la civilización en lucha con la barbarie, que fue un asunto muy tratado en la época en que
dominaba la doctrina positivista.
La descripciónLa descripción
Describir es representar la realidad mediante palabras. Muchas veces se ha definido como
pintura verbal. Si la historia en la narración se desarrolla como un proceso temporal, el contenido
de la descripción detiene el transcurso del tiempo para observarlos detalles de un objeto, una
persona o un entorno como si de una pintura se tratara.
La descripción es un modo de organización del contenido de un texto que está constituido por
tres actividades: NOMBRAR la realidad (definir la realidad) SITUARLA en el espacio y el tiempo
y CALIFICARLA (calificar es una forma de tomar partido, por eso toda calificación implica
subjetividad). La intención del autor y la finalidad que el autor desea alcanzar con el texto
señalan las diferencias entre los dos tipos de descripción.
Frecuencia narrativaFrecuencia narrativa
Existen tres tipos básicos de frecuencia narrativa: el relato singulativo, el relato repetitivo y el
relato iterativo. En el relato singulativo ocurre un hecho en la historia o diégesis y se explica
una sola vez en el relato o discurso narrativo (“el lunes me afeité”). La fórmula sería 1H / 1R, esto
es, a un elemento de la historia corresponde un elemento del relato. En el relato repetitivo
ocurre un hecho en la historia o diégesis pero se lo explica varias veces en el relato o discurso
narrativo (“el lunes me afeité, el lunes me afeité…”). La fórmula sería 1H / nR, esto es, un
elemento de la historia es repetido “n” veces en el relato. En el relato iterativo un hecho ocurre
varias veces en la historia pero sólo se lo narra una vez en el relato o discurso narrativo (“me
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afeité todos los días de la semana”). Este tipo de resúmenes temporales también se conoce
como formulación siléptica.
Diferencia entre monólogo y soliloquioDiferencia entre monólogo y soliloquio
Si buscamos en un diccionario de sinónimos, uno de los sinónimos que aparece para la palabra
"monólogo" suele ser "soliloquio" y viceversa, cosa que nos da a entender que son exactamente
lo mismo, pero según el diccionario de significados que mires, puedes llegar a encontrar sutiles,
pero claras diferencias entre las dos palabras. Según el DRAE, el monólogo es “una reflexión
que hace una persona en voz alta para sí misma o ante otras personas que no intervienen”.
También hay un segundo significado: “obra dramática completa en la que habla un solo
personaje”. Y según el mismo diccionario, soliloquio es “una reflexión que hace una persona en
voz alta y sin interlocutor”.
Deduciendo de lo anterior, un monólogo puede ser el discurso o reflexión de un personaje sólo
en el escenario o ante otros personajes de la obra y el soliloquio es cuando el personaje
habla consigo mismo y a solas.
Estructura narrativaEstructura narrativa
Una narración es el relato de unos hechos reales o imaginarios que les suceden a unos
personajes. Así pues, cuando contamos algo que nos ha sucedido o hemos imaginado tenemos
que hacerlo según una estructura o «esqueleto» sobre el que se va montando todo lo que
sucede en el relato. Las buenas narraciones suelen presentar los hechos de modo que se capte
y mantenga la atención de los destinatarios. En su forma más típica, las narraciones se
estructuran de una manera bastante sencilla.
El marco narrativo es la primera parte del relato. En él se sitúan espacial y temporalmente los
hechos, se presenta a los personajes que van a protagonizar la historia y se expone la situación
inicial, que generalmente es una situación de equilibrio.
El acontecimiento inicial es el hecho que rompe el equilibrio original y desencadena el conflicto
que dará lugar a la acción.
Las acciones son las distintas actuaciones que los personajes llevan a cabo para resolver el
conflicto planteado.
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La solución supone el paso a una situación final, es decir, a una nueva situación a la que se
llega como consecuencia de las acciones de los personajes.
Una buena narración ha de ser dinámica y mantener el interés del lector. Por eso es preciso
realizar varias tareas: seleccionar los hechos que se narran -no hay que contarlo todo-;
caracterizar adecuadamente a los personajes que intervienen, prestando mucha atención a los
diálogos; ambientar los hechos en el tiempo y el espacio de manera que resulten verosímiles; y
presentar las acciones de forma ordenada y progresiva.
La siesta del martesLa siesta del martesLos funerales de la Mamá Grande (1962)Los funerales de la Mamá Grande (1962)
El tren salió del trepidante corredor de rocas bermejas, penetró en las plantaciones de banano,
simétricas e interminables, y el aire se hizo húmedo y no se volvió a sentir la brisa del mar. Una
humareda sofocante entró por la ventanilla del vagón. En el estrecho camino paralelo a la vía
férrea había carretas de bueyes cargadas de racimos verdes. Al otro lado del camino, en
intempestivos espacios sin sembrar, había oficinas con ventiladores eléctricos, campamentos de
ladrillos rojos y residencias con sillas y mesitas blancas en las terrazas entre palmeras y rosales
polvorientos. Eran las once de la mañana y aún no había empezado el calor.
-Es mejor que subas el vidrio -dijo la mujer-. El pelo se te va a llenar de carbón.
La niña trató de hacerlo pero la persiana estaba bloqueada por óxido.
Eran los únicos pasajeros en el escueto vagón de tercera clase. Como el humo de la locomotora
siguió entrando por la ventanilla, la niña abandonó el puesto y puso en su lugar los únicos
objetos que llevaban; una bolsa de material plástico con cosas de comer y un ramo de flores
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envuelto en papel de periódicos. Se sentó en el asiento opuesto, alejada de la ventanilla, de
frente a su madre. Ambas guardaban un luto riguroso y pobre.
La niña tenía doce años y era la primera vez que viajaba. La mujer parecía demasiado vieja para
ser su madre, a causa de las venas azules en los párpados y del cuerpo pequeño, blando y sin
formas, en un traje cortado como una sotana. Viajaba con la columna vertebral firmemente
apoyada contra el espaldar del asiento, sosteniendo en el regazo con ambas manos una cartera
de charol desconchado. Tenía la serenidad escrupulosa de la gente acostumbrada a la pobreza.
A las doce había empezado el calor. El tren se detuvo diez minutos en una estación sin pueblo
para abastecerse de agua. Afuera, en el misterioso silencio de las plantaciones, la sombra tenía
un aspecto limpio. Pero el aire estancado dentro del vagón olía a cuero sin curtir. El tren no
volvió a acelerar. Se detuvo en dos pueblos iguales, con casas de madera pintadas de colores
vivos. La mujer inclinó la cabeza y se hundió en el sopor. La niña se quitó los zapatos. Después
fue a los servicios sanitarios a poner en agua el ramo de flores muertas.
Cuando volvió al asiento la madre la esperaba para comer. Le dio un pedazo de queso, medio
bollo de maíz y una galleta dulce, y sacó para ella de la bolsa de material plástico una ración
igual. Mientras comían, el tren atravesó muy despacio un puente de hierro y pasó de largo por un
pueblo igual a los anteriores, sólo que en éste había una multitud en la plaza. Una banda de
músicos tocaba una pieza alegre bajo el sol aplastante. Al otro lado del pueblo, en una llanura
cuarteada por la aridez, terminaban las plantaciones.
La mujer dejó de comer.
-Ponte los zapatos- dijo.
La niña miró hacia el exterior. No vio nada más que la llanura desierta por donde el tren
empezaba a correr de nuevo, pero metió en la bolsa el último pedazo de galleta y se puso
rápidamente los zapatos. La mujer le dio la peineta.
-Péinate- dijo.
El tren empezó a pitar mientras la niña se peinaba. La mujer se secó el sudor del cuello y se
limpió la grasa de la cara con los dedos. Cuando la niña acabó de peinarse el tren pasó frente a
las primeras casas de un pueblo más grande pero más triste que los anteriores.
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-Si tienes ganas de hacer algo, hazlo ahora -dijo la mujer-. Después, aunque te estés muriendo
de sed no tomes agua en ninguna parte. Sobre todo, no vayas a llorar.
La niña aprobó con la cabeza. Por la ventanilla entraba un viento ardiente y seco, mezclado con
el pito de la locomotora y el estrépito de los viejos vagones. La mujer enrolló la bolsa con el resto
de los alimentos y la metió en la cartera. Por un instante, la imagen total del pueblo, en el
luminoso martes de agosto, resplandeció en la ventanilla. La niña envolvió las flores en los
periódicos empapados, se apartó un poco más de la ventanilla y miró fijamente a su madre. Ella
le devolvió una expresión apacible. El tren acabó de pitar y disminuyó la marcha. Un momento
después se detuvo.
No había nadie en la estación. Del otro lado de la calle, en la acera sombreada por los
almendros, sólo estaba abierto el salón de billar. El pueblo flotaba en el calor. La mujer y la niña
descendieron del tren, atravesaron la estación abandonada cuyas baldosas empezaban a
cuartearse por la presión de la hierba, y cruzaron la calle hasta la acera de sombra.
Eran casi las dos. A esa hora, agobiado por el sopor, el pueblo hacía la siesta. Los almacenes,
las oficinas públicas, la escuela municipal, se cerraban desde las once y no volvían a abrirse
hasta un poco antes de las cuatro, cuando pasaba el tren de regreso. Sólo permanecían abiertos
el hotel frente a la estación, su cantina y su salón de billar, y la oficina del telégrafo a un lado de
la plaza. Las casas, en su mayoría construidas sobre el modelo de la compañía bananera, tenían
las puertas cerradas por dentro y las persianas bajas. En algunas hacía tanto calor que sus
habitantes almorzaban en el patio. Otros recostaban un asiento a la sombra de los almendros y
hacían la siesta sentados en plena calle.
Buscando siempre la protección de los almendros la mujer y la niña penetraron en el pueblo sin
perturbar la siesta. Fueron directamente a la casa cural. La mujer raspó con la uña la red
metálica de la puerta, esperó un instante y volvió a llamar. En el interior zumbaba un ventilador
eléctrico. No se oyeron los pasos. Se oyó apenas el leve crujido de una puerta y en seguida una
voz cautelosa muy cerca de la red metálica: « ¿Quién es?» La mujer trató de ver a través de la
red metálica.
-Necesito al padre -dijo.
-Ahora está durmiendo.
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-Es urgente -insistió la mujer.
Su voz tenía una tenacidad reposada.
La puerta se entreabrió sin ruido y apareció una mujer madura y regordeta, de cutis muy pálido y
cabellos color hierro. Los ojos parecían demasiado pequeños detrás de los gruesos cristales de
los lentes.
-Sigan -dijo, y acabó de abrir la puerta.
Entraron en una sala impregnada de un viejo olor de flores. La mujer de la casa las condujo
hasta un escaño de madera y les hizo señas de que se sentaran. La niña lo hizo, pero su madre
permaneció de pie, absorta, con la cartera apretada en las dos manos. No se percibía ningún
ruido detrás del ventilador eléctrico.
La mujer de la casa apareció en la puerta del fondo.
-Dice que vuelvan después de las tres -dijo en voz muy baja-. Se acostó hace cinco minutos.
-El tren se va a las tres y media -dijo la mujer.
Fue una réplica breve y segura, pero la voz seguía siendo apacible, con muchos matices. La
mujer de la casa sonrió por primera vez.
-Bueno -dijo.
Cuando la puerta del fondo volvió a cerrarse la mujer se sentó junto a su hija. La angosta sala de
espera era pobre, ordenada y limpia. Al otro lado de una baranda de madera que dividía la
habitación, había una mesa de trabajo, sencilla, con un tapete de hule, y encima de la mesa una
máquina de escribir primitiva junto a un vaso con flores. Detrás estaban los archivos
parroquiales. Se notaba que era un despacho arreglado por una mujer soltera.
La puerta del fondo se abrió y esta vez apareció el sacerdote limpiando los lentes con un
pañuelo. Sólo cuando se los puso pareció evidente que era hermano de la mujer que había
abierto la puerta.
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-¿Qué se le ofrece? -preguntó.
-Las llaves del cementerio -dijo la mujer.
La niña estaba sentada con las flores en el regazo y los pies cruzados bajo el escaño. El
sacerdote la miró, después miró a la mujer y después, a través de la red metálica de la ventana,
el cielo brillante y sin nubes.
-Con este calor -dijo-. Han podido esperar a que bajara el sol.
La mujer movió la cabeza en silencio. El sacerdote pasó del otro lado de la baranda, extrajo del
armario un cuaderno forrado de hule, un plumero de palo y un tintero, y se sentó a la mesa. El
pelo que le faltaba en la cabeza le sobraba en las manos.
¿Qué tumba van a visitar? -preguntó.
-La de Carlos Centeno -dijo la mujer.
-¿Quién?
-Carlos Centeno -repitió la mujer.
El padre siguió sin entender.
-Es el ladrón que mataron aquí la semana pasada -dijo la mujer en el mismo tono-. Yo soy su
madre.
El sacerdote la escrutó. Ella lo miró fijamente, con un dominio reposado, y el padre se ruborizó.
Bajó la cabeza para escribir. A medida que llenaba la hoja pedía a la mujer los datos de su
identidad, y ella respondía sin vacilación, con detalles precisos, como si estuviera leyendo. El
padre empezó a sudar. La niña se desabotonó la trabilla del zapato izquierdo, se descalzó el
talón y lo apoyó en el contrafuerte. Hizo lo mismo con el derecho.
Todo había empezado el lunes de la semana anterior, a las tres de la madrugada y a pocas
cuadras de allí. La señora Rebeca, una viuda solitaria que vivía en una casa llena de
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cachivaches, sintió a través del rumor de la llovizna que alguien trataba de forzar desde afuera la
puerta de la calle. Se levantó, buscó a tientas en el ropero un revólver arcaico que nadie había
disparado desde los tiempos del coronel Aureliano Buendía, y fue a la sala sin encender las
luces. Orientándose no tanto por el ruido de la cerradura como por un terror desarrollado en ella
por 28 años de soledad, localizó en la imaginación no sólo el sitio donde estaba la puerta sino la
altura exacta de la cerradura. Agarró el arma con las dos manos, cerró los ojos y apretó el gatillo.
Era la primera vez en su vida que disparaba un revólver. Inmediatamente después de la
detonación no sintió nada más que el murmullo de la llovizna en el techo de cinc. Después
percibió un golpecito metálico en el andén de cemento y una voz muy baja, apacible, pero
terriblemente fatigada: «Ay, mi madre.» El hombre que amaneció muerto frente a la casa, con la
nariz despedazada, vestía una franela a rayas de colores, un pantalón ordinario con una soga en
lugar de cinturón, y estaba descalzo. Nadie lo conocía en el pueblo.
-De manera que se llamaba Carlos Centeno -murmuró el padre cuando acabó de escribir.
-Centeno Ayala -dijo la mujer-. Era el único varón.
El sacerdote volvió al armario. Colgadas de un clavo en el interior de la puerta había dos llaves
grandes y oxidadas, como la niña imaginaba y como imaginaba la madre cuando era niña y
como debió imaginar el propio sacerdote alguna vez que eran las llaves de san Pedro. Las
descolgó, las puso en el cuaderno abierto sobre la baranda y mostró con el índice un lugar en la
página escrita, mirando a la mujer.
-Firme aquí.
La mujer garabateó su nombre, sosteniendo la cartera bajo la axila. La niña recogió las flores, se
dirigió a la baranda arrastrando los zapatos y observó atentamente a su madre.
El párroco suspiró.
-¿Nunca trató de hacerlo entrar por el buen camino?
La mujer contestó cuando acabó de firmar.
-Era un hombre muy bueno.
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El sacerdote miró alternativamente a la mujer y a la niña y comprobó con una especie de piadoso
estupor que no estaban a punto de llorar. La mujer continuó inalterable:
-Yo le decía que nunca robara nada que le hiciera falta a alguien para comer, y él me hacía caso.
En cambio, antes, cuando boxeaba, pasaba hasta tres días en la cama postrado por los golpes.
-Se tuvo que sacar todos los dientes -intervino la niña.
-Así es -confirmó la mujer-. Cada bocado que me comía en ese tiempo me sabía a los porrazos
que le daban a mi hijo los sábados a la noche.
-La voluntad de Dios es inescrutable -dijo el padre.
Pero lo dijo sin mucha convicción, en parte porque la experiencia lo había vuelto un poco
escéptico, y en parte por el calor. Les recomendó que se protegieran la cabeza para evitar la
insolación. Les indicó bostezando y ya casi completamente dormido, cómo debían hacer para
encontrar la tumba de Carlos Centeno. Al regreso no tenían que tocar. Debían meter la llave por
debajo de la puerta, y poner allí mismo, si tenían, una limosna para la Iglesia. La mujer escuchó
las explicaciones con mucha atención, pero dio las gracias sin sonreír.
Desde antes de abrir la puerta de la calle el padre se dio cuenta de que había alguien mirando
hacia dentro, las narices aplastadas contra la red metálica. Era un grupo de niños. Cuando la
puerta se abrió por completo los niños se dispersaron. A esa hora, de ordinario, no había nadie
en la calle. Ahora no sólo estaban los niños. Había grupos bajo los almendros. El padre examinó
la calle distorsionada por la reverberación, y entonces comprendió. Suavemente volvió a cerrar la
puerta.
-Esperen un minuto -dijo, sin mirar a la mujer.
Su hermana apareció en la puerta del fondo, con una chaqueta negra sobre la camisa de dormir
y el cabello suelto en los hombros. Miró al padre en silencio.
-¿Qué fue? -preguntó él.
-La gente se ha dado cuenta -murmuró su hermana.
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-Es mejor que salgan por la puerta del patio -dijo el padre.
-Es lo mismo -dijo su hermana-. Todo el mundo está en las ventanas.
La mujer parecía no haber comprendido hasta entonces. Trató de ver la calle a través de la red
metálica. Luego le quitó el ramo de flores a la niña y empezó a moverse hacia la puerta. La niña
la siguió.
-Esperen a que baje el sol -dijo el padre.
-Se van a derretir -dijo su hermana, inmóvil en el fondo de la sala-. Espérense y les presto una
sombrilla.
-Gracias -replicó la mujer-. Así vamos bien.
Tomó a la niña de la mano y salió a la calle.
Gabriel García Márquez
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