colosos de piedra y sal (josé miguel caradeuc gallardo)

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Page 1: Colosos de piedra y sal (José Miguel Caradeuc Gallardo)

COLOSOS DE PIEDRA Y SAL

POR JOSÉ MIGUEL CARADEUC GALLARDO

INTRODUCCIÓN

Reducir la historia se hace un crimen para quienes la escribieron con lágrimas y sangre. Cada paso, cada hecho, relevante o circunstancial son muchas veces la base que sustenta el triunfo de múltiples voluntades hacia un objetivo común. En tal sentido, es deber intrínseco para la historia reconocer y valorar ciertas almas que inmortalizaron con sus hazañas el porvenir de un país completo.

Hablo de guerreros poetas, herederos de una intuición desconocida pero admirada, hijos del más alto rigor que la vida les impuso ante un desafío que parecía imposible, son aquellos colosos de piedra y sal, mineros humildes y sensatos, resilientes y aguerridos, que vieron en sus vidas un propósito trascendental, el amor por quienes amaban, el amor por un una tierra que enraizaba sus antepasados, y el orgullo inefable de sentir en sus venas el tricolor nacional.

Mi investigación habla de estos hombres, héroes anónimos, desconocidos, nombres que se los llevo el silencio, pero que dejaron huellas profundas en las raíces de nuestra historia. Mi objetivo es que despierten de esas páginas sordas de muchos escritores, y sean valorados de forma individual, como una unidad de estudio y aprendizaje para futuros soldados, reconociendo el misticismo clave en el umbral de sus anhelos. Este es el respeto que se merecen estos y muchos otros hombres que pasan fugaces en las líneas de nuestra cultura, destaco en este contexto, al batallón Atacama, porque asumieron romper sus barreras mentales, sus límites e inseguridades, yendo más allá de sus capacidades naturales, actuando de frente al enemigo, siendo primera línea de contacto, siendo los únicos y dichosos de ver la muerte a los ojos…

RESUMEN

El objetivo principal de mi investigación erradica principalmente a esclarecer y vislumbrar la historia, reconociendo una unidad de sencillos hombres, trabajadores y mineros, forjadores del raudo batallón cívico Atacama. Mi estudio se basó en fuentes sólidas tales como libros (La guerra del pacifico Charles Varigny, Editorial Pacifico S.A., 1972.), testimonios de la guerra del pacífico (Oscar Pinochet De La Barra, Editorial Andrés Bello), documentos y memorias (www.chiletumemoria.cl/, www.laguerradelpacifico.cl/), entre otros. El método utilizado se basó en un análisis descriptivo de cada batalla de la guerra del pacífico, extrayendo solo las osadas acciones del batallón Atacama, cumpliendo el

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objetivo, en esencia que es sin duda reconocer una voluntad abnegada de héroes anónimos.

JUAN MARTINEZ Y EL BATALLÓN CIVICO ATACAMA COLOSOS DE PIEDRA Y SAL

Ciento treinta y tres años de historia han transcurrido desde el inicio de la mayor hazaña épica chilena, llamada “Guerra del Pacífico” en el año 1879. Durante todo este tiempo ha existido una eterna y ácida rivalidad fronteriza entre las naciones hermanas de Chile, Perú y Bolivia, la cual se encuentra plenamente vigente, de acuerdo a las próximas resoluciones que emita los tribunales internacionales de La haya.

La guerra del pacifico ha sido un elemento de distensión permanente entre las naciones involucradas, convirtiéndose en una contienda que Chile nunca tuvo entre sus objetivos, sino más bien se vio arrastrado a la luz indesmentible de hechos lesivos a su dignidad, y ante los cuales supo responder con mucho valor, abnegación y sobre todo eficacia.

No pretende ser motivo esencial de este ensayo ahondar en las razones que desencadenan esta lucha fratricida entre naciones hermanas, que por lo demás, se manifiesta en un antagonismo permanente en verdaderas vías de solidaridad y cooperación.

En este ensayo pretenderemos aproximarnos a la comprensión de lo que pasa por la mente de tantos personajes anónimos, aventureros, aguerridos y absolutamente mundanos, que inmolados en la virtud del sacrificio personal y el deber cívico se transformaron en verdaderos héroes del ejército chileno, inmortalizando su entrega al servicio de su más noble ideal: La patria.

Los héroes de nuestro estudio no son personajes inalcanzables a la usanza de la mitología griega – mitad dios, mitad mortal – aun cuando aportan, al igual que ellos, diferentes modelos de conducta y valores de perfección imperecederos. Tampoco son los héroes que describe el escocés Thomas Carlyle: “Los Grandes Hombres reciben los nombres de Héroe, Profeta, Poeta, según la época y lugar, de conformidad con las variedades observadas en ellos, de acuerdo con la esfera en que se manifestaren. Según este principio pudiéramos darles muchos más nombres. Indiquemos un hecho importante: que la diferente esfera constituye el origen de tal distinción; que el Héroe puede ser Poeta, Profeta, Rey, Sacerdote, lo que queráis, según el ambiente en que nazca. Declaro no tener noción de hombre verdaderamente grande que no pueda ser todo lo que puede ser un hombre.”1, héroes que se muestran como verdaderos forjadores de una civilización. Nuestros héroes, de sangre criolla, anónimos personajes del batallón Atacama, no tienen la conciencia de ser forjadores de una civilización, ni son los héroes de Carlyle, no tienen la notable estridencia de los anteriores, los del batallón Atacama son rudos y sencillos mineros curtidos por el caliche y el desgastante sol del desierto, son personajes esforzados, insignificantes y sublimes a la vez, cuya motivación es luchar por una patria que los vio 1 CARLYLE, Thomas. (1841).Los héroes. Londres: Sarpe, cap. 3.

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nacer, amparados en la protección devota de la santísima virgen del Carmen, su “patrona” y guía espiritual.

El destacado historiador, don Guillermo Feliú Cruz sostiene: “La guerra de pacífico contra Bolivia y el Perú (1879-1884), hizo estallar el patriotismo chileno en todas las clases sociales… Y añade – Especialmente, la eclosión prodújose en las populares en forma espontánea. Fue incontenible, delirante, explosiva, avasalladora y agresiva. La movilización de hombres para llevar los cuadros de las fuerzas militares y navales, fue muy superior a las necesidades de la defensa nacional.”2 En esa delirante vorágine por enrolarse en las filas de un ejército que va a “luchar por la patria”, surgen los héroes de nuestro estudio, los bravos mineros del Atacama, intrépidos mineros, hijos del imponente sol del desierto andino, soldados dispuestos a los más grandes sacrificios y aflicciones que le imponga la contienda y el destino.

Las acciones del batallón Atacama y su valeroso comandante están cargadas de un heroísmo sublime, con un derroche de coraje y decisión que lo convirtieron en un cuerpo militar respetado por sus pares y temido por sus enemigos. Ante esta realidad se da de manifiesto, de forma natural, preguntarnos el ¿por qué? y el ¿cómo? Hacen estos hombres normales y sencillos, en el ejército chileno, para transitar por la senda del heroísmo como virtud de una moral patriótica que les nace del alma, da para preguntarse ¿qué es lo que provoca en sus corazones tanto arrojo y osadía?, en qué minuto forjan su abnegado espíritu guerrero o en qué parte del camino se autoconstruyen a un plano superior o trascendente, de inmortalidad, a esa categoría de superhombre de la que hablaba Nietzsche y la respuesta no requiere de mayor intelectualidad, es simple, incluso parece obvia: pertenecen a una casta, un linaje, una raza de privilegiados para los cuales la vida no tiene otro sentido que el objetivo superior de servir a la patria, de entrega absoluta a esa convicción, acompañado de una íntima y profunda devoción mariana, que los hace superiores en el combate y la adversidad. Este contexto los hace distintos, les da una dimensión especial a su lucha, sus valores no son los caudillismos de turno sino valores imperecederos y nobles. Así se desprende de las palabras del abnegado capellán Ruperto Marchant Pereira a los soldados del batallón Esmeralda antes de la batalla de Tacna: “¿Qué he de decir? Sino que acabo de rogar a dios y a nuestra madre santísima que bendigan nuestras armas. Y fíjense ustedes que hoy es miércoles, día consagrado a nuestra señora del Carmen, y todos nuestros principales triunfos han sido siempre en día miércoles: rendición del Huáscar, Pisagua, Dolores”3.

Si nos remontamos en lo profundo de nuestra historia patria, la primera señal que encontramos del concepto de desapego a la vida terrenal en aras de un objetivo superior, es posible apreciarlo en la figura del conquistador don Pedro de Valdivia, hombre visionario y de probado valor, que se inmortalizó en numerosas batallas europeas que desarrolló una verdadera política fundacional en un territorio, el nuestro, que estaba precedido de muy mala fama e infortunios. Su lema familiar, ubicado en el pórtico de 2 FELIÙ CRUZ, Guillermo. (1976). Dos soldados en la guerra de pacífico. Buenos Aires: Francisco de

Aguirre, p. 3. 3 PINOCHET DE LA BARRA, Oscar. (1978). Testimonios de la guerra del Pacífico. Andrés Bello, p. 118.

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entrada de su casa, en Villa Castuera de La Serena, en la región de Extremadura, así lo señala: “La muerte menos temida da más vida”.

La fusión de personajes como Pedro de Valdivia y los bravos y corajudos representantes de la raza mapuche, hicieron del chileno una mezcla que produjo una estirpe guerrera temida por sus enemigos.

Al inicio de la Guerra del Pacífico el sector de la población chilena que más sufrió repercusiones individuales y colectivas, fueron precisamente los mineros y trabajadores chilenos que ocupaban los territorios desde Copiapó a Mejillones, y que llegaron a representar más del 85% de la fuerza laboral en la industria del salitre. Estos trabajadores chilenos, orgullosos de su patria, eran constantemente asediados, hostigados y vilipendiados por la inoficiosa administración boliviana, situación que llegó a producir en ellos una sed de justicia y un ánimo de venganza por los maltratos sufridos.

De este conjunto de mineros con alma de soldados, agobiados y cansados de constantes e injustos abusos, que en vez de derrotarlos los hicieron más fuertes en su carácter y voluntad, son la simiente perfecta que encontró el Comandante Juan Martínez Bustos cuando se hizo cargo de la organización y preparación del batallón cívico Atacama.

“Al confiscar Bolivia en Abril de 1879 la compañía de salitre, esta paralizó las faenas y quedaron sin ocupación dos mil chilenos de capitán a paje. En cada uno de ellos el deseo de vengar agravios y saldar cuentas alcanzó las proporciones de un deber sagrado.”4

Al comenzar la guerra, las filas de nuestro ejército, se fueron engrosando por los regimientos regulares o de línea y se le fueron incorporando numerosos batallones cívicos de raigambre popular como el Talca, el Coquimbo, el Navales, el Melipilla, el Zapadores, entre otros, cuyo propósito se caracterizaba por el fervor patriótico que producía participar en la proclamada contienda. Justamente uno de los batallones más sobresalientes en la línea de combate fue el Atacama comandado por valeroso líder Juan Martínez Bustos.

El carácter cívico de este batallón le permitió canalizar el desencanto general de la sufrida población minera del norte grande, además de dotarlos de una magistral comandancia y dirección con oficiales de carrera militar, que se habían distinguido positivamente en nuestro ejército, como es el caso de Anacleto Lagos, Rafael Torreblanca, Gabriel Álamos Quiroz, José María Soto, Juan Gonzalo Matta, y el propio Juan Martínez, entre otros miembros solemnes de nuestro ejército.

Juan Martínez Bustos, héroe de Pisagua, Dolores, Los Ángeles, Tacna y Miraflores, nació en Chillán en el año 1827. Hijo de don Vicente Martínez y doña Salvadora Bustos. A los 16 años de edad entró al ejército como soldado al batallón Yungay, posteriormente, a los 21 años ya era sargento, rápidamente se destacó por su capacidad militar adquiriendo mucho conocimiento y experiencia. Entre 1851 y 1859, fue partícipe de la Guerra Civil, apoyando

4 FELIÙ CRUZ, Guillermo. (1976). Dos soldados en la guerra de pacífico. Buenos Aires: Francisco de

Aguirre, p. 35.

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la facción de Manuel Montt, adquiriendo relevancia en la Toma de San Felipe y en la Batalla de Cerro Grande. Participó además, en las campañas de la Araucanía y en la guerra contra España en el año 1866. En el año 1869 fue nombrado Sargento Mayor del Batallón Cívico de Copiapó, y en 1873 Comandante del Batallón Cívico Navales. Finalmente, en 1877, fue nombrado Comandante General de Armas de Atacama, batallón que le otorgase la gloria y honor, a través del cual inmoló su vida con el cargo de Teniente Coronel cargo que le había sido adquirido al comenzar la guerra en 1879.

El batallón cívico Atacama estaba compuesto por un total de 1173 efectivos regulares de los cuales se componían por 50 jefes y oficiales y 1123 clases y suboficiales, conformando parte no estimativa de la totalidad del ejército chileno que llegó a contar con 23.623 efectivos aproximadamente. Sin embargo, rápidamente marcaron su sello, caracterizándose por ser diestros exponentes en el uso del corvo, arma corta y letal, temida por sus enemigos.

Durante el transcurso de la guerra, la “homérica” gesta de los marinos chilenos, en el combate naval de Iquique, el 21 de Mayo de 1879, produjo un antes y un después en el transcurso de la guerra. El fervor patriótico inundó los más recónditos lugares del país y nadie quería quedarse al margen de luchar por su patria. El batallón Atacama impregnado de este fervor colectivo, se aprestaba a desplegar su capacidad militar y temeridad ante el enemigo.

En la toma de Pisagua, el 2 de Noviembre de 1879, se llevó a cabo el primer desembarco anfibio que recuerde la historia americana, ¿y por qué no mundial?, los bravos del Atacama fueron los primeros en descender de los frágiles botes al llegar a la playa y fueron los primeros también, que junto con su capitán Rafael Segundo Torreblanca Dolarea y enterrando sus duros corvos en la solidez de las escarpadas rocas, lograron ascender a una cima casi inexpugnable para un soldado común, ya sea por lo escarpado y filoso del acantilado que coronaba la ascensión, como del constante sonar de la metralla enemiga, sorteando los cañones de apoyo que tronaba nuestra armada Chilena en la retaguardia. Su increíble audacia y valeroso empuje diezmó a las filas enemigas que al huir despavoridas permitieron el ondear majestuoso de nuestro pabellón nacional.

En la batalla de Dolores, 17 días después, el coraje y corazón de los hombres del Atacama fue igual de trascendente, solo opacado por el martirio devoto del valiente titán de Tarapacá, don Eleuterio Ramírez Molina, y de Telésforo Barahona Romero, sub teniente y porta estandarte, ambos del glorioso 2° de línea, quienes ofrendaron la vida en una dantesca epopeya.

La vida del genial comandante Ramírez y del valiente porta estandarte del 2° de línea, fue un golpe doloroso al alma nacional y especialmente para las tropas que combatían en la primera fila, las cuales juraron que tan preciada ofrenda no sería en vano.

A esta altura del desarrollo de la guerra, el Atacama se había convertido en una disciplinada formación “Espartana”, combatiendo ardorosamente, perforando las defensas enemigas y llevando el emblema tricolor a lo más alto del honor militar.

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Todas las acciones en las cuales participó el Atacama, estaban precedidas de una noble estirpe guerrera, bajo una promesa de una entrega sublime y dotados de una bravura invencible; virtudes que los hicieron un batallón temible que prestigió a la infantería Chilena, transformándose con su ejemplo y valor en las bases que sustentan la esencia de lo que hoy representan los comandos Chilenos, actuales fuerzas de elite de nuestro ejército.

Definamos un poco al protagonista de esta magna travesía de combates y victorias. Juan Martínez Bustos, era un chileno medio de aspiraciones comunes, perseverante y capaz, que vio en el ejército la mejor manera de desarrollar sus virtudes personales al máximo, comandando sus tropas con decidida y templada convicción, sencillamente, un amante de su oficio. Su inclaudicable valor, temeridad, y desapego a una vida sin sacrificio, además de la convicción de sus anhelos más profundos ante un propósito fundamental o superior, se hace patente en la batalla de Los Ángeles y en la batalla de Tacna, donde incluso la máxima crueldad de la guerra no estaría ausente en su vida, falleciendo en combate sus dos hijos Melitón y Walterio.

En la batalla de Los Ángeles, un elevadísimo promontorio que se interponía entre Moquegua y Tacna cerca del río Torata, al sur del Perú, el día 22 de Marzo de 1880, los bravos del Atacama, colosos de piedra y sal, escribieron una página brillante en la historia militar chilena, llenando de orgullo a nuestro ejército con su accionar.

La estrategia del General Manuel Baquedano, estratega simplón y rústico, pero notablemente eficaz, dotado de gran convicción y seguridad, incluía que las fuerzas del Atacama embistieran a los soldados de la alianza por el flanco más complejo, inverosímil e inexpugnable, casi inaccesible, ¿una táctica un poco homicida verdad? lo cual hacía rebozar de confianza a Peruanos y bolivianos, quienes pensaban animadamente que no existían soldados capaces de desafiar la bruta naturaleza y el alcance de fuego de sus cañones.

Los soldados del Atacama, sin importarles su propia vida, saltaron todas las escarpadas e infranqueables vallas y barreras que le dispuso el adversario, enterrando sus temibles corvos en el terreno pedregoso, cargando sus fusiles Comblain de fabricación belga y con un empuje estremecedor sobre sus cuerpos, casi sobrenatural por la adversidad del terreno, lograron finalmente alcanzar la cumbre, produciendo la incredulidad y dispersión inmediata de las filas enemigas, que abandonaban atónitos y anonadados sus puestos de combate, como no pareciendo entender la realidad que los abrumaba.

Parecía algo imposible que personas normales, incluso soldados de probado entrenamiento, fueran capaces de trepar victoriosos las abruptas colinas. La arremetida triunfal de los Atacameños, permitía nuevamente que nuestro emblema patrio ondeara en lo más alto de una cumbre peruana.

El 26 de Mayo de 1880, el Atacama arremetía en Tacna con la misma fiereza e ímpetu que había mostrado al principio de la guerra, anteponiéndose al cansancio y al desánimo,

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inclusive, después de haber sorteado a un enemigo prácticamente invisible y tan o más poderoso que aquellos pertenecientes a la alianza: el desierto.

Las adversas condiciones que le presentó la hostil naturaleza del terreno que va desde Moquegua a Tacna ( donde no habían caminos trazados) con un desierto de arenas movibles y traicioneras, sin la menor vegetación, atestados de fiebres intermitentes de tercianas de frío y calor, con noches escalofriantemente duras, una naturaleza infernal que desanima a cualquiera, pero que no alcanzó a minar el pundonor victorioso de los abnegados Atacameños, que alrededor de las dos de la tarde se apoderaban una vez más de las alturas peruanas, silenciando la metralla enemiga y sus temibles cañones Krupp.

Al día siguiente, el ejército chileno victorioso y lleno de gloria ocupaba Tacna; Quedaba bajo hegemonía chilena todo el sur del Perú, desde Moquegua a Tacna. Solo quedaba el territorio de Arica para posteriormente dirigir sobre Lima a los victoriosos batallones, a esa altura de la guerra, con una elevada moral combativa.

Durante el fragor de la batalla de Miraflores, una ráfaga de metralla enemiga ciega la vida del valeroso comandante Martínez, mientras conducía a sus tropas de hierro a una nueva victoria.

Mientras Juan Martínez fue comandante del Atacama, e incluso después de su muerte, la entrega mostrada en cada combate, su enorme disciplina táctica, su valor sin medida, transformaron fehacientemente a este cuerpo de infantería en soldados de elite de nuestro ejército y en uno de los principales protagonistas de esta contienda supranacional.

Es justamente en periodos de conflictos o guerras donde el alma nacional revive y se proyecta a límites insospechados, – señalaba el insigne historiador, don Mario Góngora – y eso es justamente lo que produjo la virtud guerrera del Atacama, que la historia no ha puesto en su real dimensión.

Si volvemos al concepto inicial de heroísmo que hemos planteado, podremos interpretar de mil maneras las razones que llevan a hombres comunes a transformarse en héroes, en modelos portadores de una virtud trascendente, a entender cómo se sobreponen a las circunstancias que el destino manifiesta en sus vidas, en el profundo e íntimo amor de sus ideales y al final de cuentas, todas nos conducirán a un denominador común para la particularidad de nuestro ejército: Un irrestricto amor por la patria que los vio nacer y una profunda devoción en la Santísima Virgen del Carmen. Este es el verdadero sentido que le da el chileno a la contienda, que por muy abstracto y subjetivo que pueda parecer, es la mejor combinación por la que se entregaron nuestros héroes.

No hay razón más valedera y más profunda que rendir la vida por la patria, patria de nuestros padres y de nuestros hijos, adornada por la indómita sangre araucana en nuestras venas, que se hizo eco en grandes y probados oficiales que enseñaban el arte de la disciplina y lealtad a sus dirigidos con increíbles muestras de valor y entrega que los

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hacían creíbles en la autoridad, amparados en la bendita protección de la santísima virgen del Carmen.

Los héroes de nuestra historia patria, son el fruto de una combinación de valores de vida que se mezclaron con la explosiva fusión de razas española y mapuche, con el sello distintivo de ser guiados por una fuerza superior y divina que los ayudó a transformar las adversidades en victorias, las desesperanzas en gloria y el presente en futuro.

Conclusiones

La investigación en definitiva es el paso más completo, audaz y persistente por la búsqueda de una verdad, o al menos de revelar antecedentes que se acerquen a esta. A través de este proceso, concluyo con éxito mi investigación, ya que sin duda, será material válido y coherente en nuestra formación profesional militar, encausando una serie de virtudes que nos tocan sutilmente en lo más profundo de nuestro oficio.

Esta formación disciplinada y feroz se adentra en una concepción mental superior y digna de aprendizaje, me refiero a la administración del caos, además de estrategias intuitivas que muchas veces determinaron en contextos de incertidumbre y desesperación, los caminos más oportunos y fortuitos para alcanzar ciertos triunfos. Esto nos adentra a que este estudio nos señala herramientas para enfrentar situaciones de suma rigurosidad.

Por último, dejo una interrogante para quienes leen este ensayo, el culto y la devoción a lo divino, ¿Es un principio real que trasciende en un buen combate?, ¿Por qué los más grandes guerreros se adhieren a creencias superiores para sortear triunfos y gloria? ¿Existe realmente una relación de amparo protección divino cuando se hace algo bajo un noble ideal? esto me resulta interesante y no deja de inquietarme, varios autores sostienen actitudes sobrenaturales en hombres simples, como si algo los empujase a reaccionar en experiencias complejas, enfatizo en esto, porque sin duda fue un precedente para los bravos de Atacama, y me pregunto ¿y tú soldado a que te aferras?

Somos libres de elegir nuestro destino, no nuestra existencia.

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BIBLIOGRAFÍA

La Guerra del Pacífico. Charles Varigny, Editorial Pacifico S.A., 1972.

Dos soldados en la Guerra del Pacifico. Abraham Quiroz, Hipolito Gutiérrez, Editorial Francisco de Aguirre.

Testimonios de la Guerra del Pacifico. Oscar Pinochet De La Barra, Editorial Andrés Bello.

Historias de la Guerra del Pacifico. Gonzalo Bulnes, Tomos II y III.

Partes oficiales de guerra.

www.bicentenariochile.cl/index.php?option=com...view...

www.laguerradelpacifico.cl/home.htm

www.chiletumemoria.cl/

www.laguerradelpacifico.cl/

www.batallonesdeatacama.cl/Foto_Reg_Atacama_Salida_de_Lurin.ht...

www.laguerradelpacifico.cl/.../Chile/Rafael%20Torreblanca.htm