clase 2 - cuentos

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CUENTO 1: Es que somos muy pobres – Juan Ruflo Aquí todo va de mal en peor. La semana pasada se murió mi tía Jacinta, y el sábado, cuando ya la habíamos enterrado y comenzaba a bajársenos la tristeza, comenzó a llover como nunca. A mi papá eso le dio coraje, porque toda la cosecha de cebada estaba asoleándose en el solar. Y el aguacero llegó de repente, en grandes olas de agua, sin darnos tiempo ni siquiera a esconder aunque fuera un manojo; lo único que pudimos hacer, todos los de mi casa, fue estarnos arrimados debajo del tejabán, viendo cómo el agua fría que caía del cielo quemaba aquella cebada amarilla tan recién cortada. Y apenas ayer, cuando mi hermana Tacha acababa de cumplir doce años, supimos que la vaca que mi papá le regaló para el día de su santo se la había llevado el río El río comenzó a crecer hace tres noches, a eso de la madrugada. Yo estaba muy dormido y, sin embargo, el estruendo que traía el río al arrastrarse me hizo despertar en seguida y pegar el brinco de la cama con mi cobija en la mano, como si hubiera creído que se estaba derrumbando el techo de mi casa. Pero después me volví a dormir, porque reconocí el sonido del río y porque ese sonido se fue haciendo igual hasta traerme otra vez el sueño. Cuando me levanté, la mañana estaba llena de nublazones y parecía que había seguido lloviendo sin parar. Se notaba en que el ruido del río era más fuerte y se oía más cerca. Se olía, como se huele una quemazón, el olor a podrido del agua revuelta. A la hora en que me fui a asomar, el río ya había perdido sus orillas. Iba subiendo poco a poco por la calle real, y estaba metiéndose a toda prisa en la casa de esa mujer que le dicen la Tambora. El chapaleo del agua se oía al entrar por el corral y al salir en grandes chorros por la puerta. La Tambora iba y venía caminando por lo que era ya un pedazo de río, echando a la calle sus gallinas para que se fueran a esconder a algún lugar donde no les llegara la corriente. Y por el otro lado, por donde está el recodo, el río se debía de haber llevado, quién sabe desde cuándo, el tamarindo que estaba en el solar de mi tía Jacinta, porque ahora ya no se ve ningún tamarindo. Era el único que había en el pueblo, y por eso nomás la gente se da cuenta de que la creciente esta que vemos es la más grande de todas las que ha bajado el río en muchos años. Mi hermana y yo volvimos a ir por la tarde a mirar aquel amontonadero de agua que cada vez se hace más espesa y oscura y que pasa ya muy por encima de donde debe estar el puente. Allí nos estuvimos horas y horas sin cansarnos viendo la cosa aquella. Después nos subimos por la barranca, porque queríamos oír bien lo que decía la gente, pues abajo, junto al río, hay un gran ruidazal y sólo se ven las bocas de muchos que se abren y se cierran y como que quieren decir algo; pero no se oye nada. Por eso nos subimos por la barranca, donde también hay gente mirando el río y contando los perjuicios que ha hecho. Allí fue donde supimos que el río se había llevado a la Serpentina, la vaca esa que era de mi hermana Tacha porque mi papá se la regaló para el día de su cumpleaños y que tenía una oreja blanca y otra colorada y muy bonitos ojos. No acabo de saber por qué se le ocurriría a la Serpentina pasar el río este, cuando sabía que no era el mismo río que ella conocía de a diario. La Serpentina nunca fue tan atarantada. Lo más seguro es que ha de haber venido dormida para dejarse matar así nomás por nomás. A mí muchas veces me tocó despertarla cuando le abría la puerta del corral porque si no, de su cuenta, allí se hubiera

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Cuentos varios para clase de lectura

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  • CUENTO 1: Es que somos muy pobres Juan Ruflo Aqu todo va de mal en peor. La semana pasada se muri mi ta Jacinta, y el sbado, cuando ya la habamos enterrado y comenzaba a bajrsenos la tristeza, comenz a llover como nunca. A mi pap eso le dio coraje, porque toda la cosecha de cebada estaba asolendose en el solar. Y el aguacero lleg de repente, en grandes olas de agua, sin darnos tiempo ni siquiera a esconder aunque fuera un manojo; lo nico que pudimos hacer, todos los de mi casa, fue estarnos arrimados debajo del tejabn, viendo cmo el agua fra que caa del cielo quemaba aquella cebada amarilla tan recin cortada.

    Y apenas ayer, cuando mi hermana Tacha acababa de cumplir doce aos, supimos que la vaca que mi pap le regal para el da de su santo se la haba llevado el ro

    El ro comenz a crecer hace tres noches, a eso de la madrugada. Yo estaba muy dormido y, sin embargo, el estruendo que traa el ro al arrastrarse me hizo despertar en seguida y pegar el brinco de la cama con mi cobija en la mano, como si hubiera credo que se estaba derrumbando el techo de mi casa. Pero despus me volv a dormir, porque reconoc el sonido del ro y porque ese sonido se fue haciendo igual hasta traerme otra vez el sueo.

    Cuando me levant, la maana estaba llena de nublazones y pareca que haba seguido lloviendo sin parar. Se notaba en que el ruido del ro era ms fuerte y se oa ms cerca. Se ola, como se huele una quemazn, el olor a podrido del agua revuelta.

    A la hora en que me fui a asomar, el ro ya haba perdido sus orillas. Iba subiendo poco a poco por la calle real, y estaba metindose a toda prisa en la casa de esa mujer que le dicen la Tambora. El chapaleo del agua se oa al entrar por el corral y al salir en grandes chorros por la puerta. La Tambora iba y vena caminando por lo que era ya un pedazo de ro, echando a la calle sus gallinas para que se fueran a esconder a algn lugar donde no les llegara la corriente.

    Y por el otro lado, por donde est el recodo, el ro se deba de haber llevado, quin sabe desde cundo, el tamarindo que estaba en el solar de mi ta Jacinta, porque ahora ya no se ve ningn tamarindo. Era el nico que haba en el pueblo, y por eso noms la gente se da cuenta de que la creciente esta que vemos es la ms grande de todas las que ha bajado el ro en muchos aos.

    Mi hermana y yo volvimos a ir por la tarde a mirar aquel amontonadero de agua que cada vez se hace ms espesa y oscura y que pasa ya muy por encima de donde debe estar el puente. All nos estuvimos horas y horas sin cansarnos viendo la cosa aquella. Despus nos subimos por la barranca, porque queramos or bien lo que deca la gente, pues abajo, junto al ro, hay un gran ruidazal y slo se ven las bocas de muchos que se abren y se cierran y como que quieren decir algo; pero no se oye nada. Por eso nos subimos por la barranca, donde tambin hay gente mirando el ro y contando los perjuicios que ha hecho. All fue donde supimos que el ro se haba llevado a la Serpentina, la vaca esa que era de mi hermana Tacha porque mi pap se la regal para el da de su cumpleaos y que tena una oreja blanca y otra colorada y muy bonitos ojos.

    No acabo de saber por qu se le ocurrira a la Serpentina pasar el ro este, cuando saba que no era el mismo ro que ella conoca de a diario. La Serpentina nunca fue tan atarantada. Lo ms seguro es que ha de haber venido dormida para dejarse matar as noms por noms. A m muchas veces me toc despertarla cuando le abra la puerta del corral porque si no, de su cuenta, all se hubiera

  • estado el da entero con los ojos cerrados, bien quieta y suspirando, como se oye suspirar a las vacas cuando duermen.

    Y aqu ha de haber sucedido eso de que se durmi. Tal vez se le ocurri despertar al sentir que el agua pesada le golpeaba las costillas. Tal vez entonces se asust y trat de regresar; pero al volverse se encontr entreverada y acalambrada entre aquella agua negra y dura como tierra corrediza. Tal vez bram pidiendo que le ayudaran. Bram como slo Dios sabe cmo.

    Yo le pregunt a un seor que vio cuando la arrastraba el ro si no haba visto tambin al becerrito que andaba con ella. Pero el hombre dijo que no saba si lo haba visto. Slo dijo que la vaca manchada pas patas arriba muy cerquita de donde l estaba y que all dio una voltereta y luego no volvi a ver ni los cuernos ni las patas ni ninguna seal de vaca. Por el ro rodaban muchos troncos de rboles con todo y races y l estaba muy ocupado en sacar lea, de modo que no poda fijarse si eran animales o troncos los que arrastraba.

    Noms por eso, no sabemos si el becerro est vivo, o si se fue detrs de su madre ro abajo. Si as fue, que Dios los ampare a los dos.

    La apuracin que tienen en mi casa es lo que pueda suceder el da de maana, ahora que mi hermana Tacha se qued sin nada. Porque mi pap con muchos trabajos haba conseguido a la Serpentina, desde que era una vaquilla, para drsela a mi hermana, con el fin de que ella tuviera un capitalito y no se fuera a ir de piruja como lo hicieron mis otras dos hermanas, las ms grandes.

    Segn mi pap, ellas se haban echado a perder porque ramos muy pobres en mi casa y ellas eran muy retobadas. Desde chiquillas ya eran rezongonas. Y tan luego que crecieron les dio por andar con hombres de lo peor, que les ensearon cosas malas. Ellas aprendieron pronto y entendan muy bien los chiflidos, cuando las llamaban a altas horas de la noche. Despus salan hasta de da. Iban cada rato por agua al ro y a veces, cuando uno menos se lo esperaba, all estaban en el corral, revolcndose en el suelo, todas encueradas y cada una con un hombre trepado encima.

    Entonces mi pap las corri a las dos. Primero les aguant todo lo que pudo; pero ms tarde ya no pudo aguantarlas ms y les dio carrera para la calle. Ellas se fueron para Ayutla o no s para dnde; pero andan de pirujas.

    Por eso le entra la mortificacin a mi pap, ahora por la Tacha, que no quiere vaya a resultar como sus otras dos hermanas, al sentir que se qued muy pobre viendo la falta de su vaca, viendo que ya no va a tener con qu entretenerse mientras le da por crecer y pueda casarse con un hombre bueno, que la pueda querer para siempre. Y eso ahora va a estar difcil. Con la vaca era distinto, pues no hubiera faltado quin se hiciera el nimo de casarse con ella, slo por llevarse tambin aquella vaca tan bonita.

    La nica esperanza que nos queda es que el becerro est todava vivo. Ojal no se le haya ocurrido pasar el ro detrs de su madre. Porque si as fue, mi hermana Tacha est tantito as de retirado de hacerse piruja. Y mam no quiere.

    Mi mam no sabe por qu Dios la ha castigado tanto al darle unas hijas de ese modo, cuando en su familia, desde su abuela para ac, nunca ha habido gente mala. Todos fueron criados en el temor de Dios y eran muy obedientes y no le cometan irreverencias a nadie. Todos fueron por el estilo.

  • Quin sabe de dnde les vendra a ese par de hijas suyas aquel mal ejemplo. Ella no se acuerda. Le da vueltas a todos sus recuerdos y no ve claro dnde estuvo su mal o el pecado de nacerle una hija tras otra con la misma mala costumbre. No se acuerda. Y cada vez que piensa en ellas, llora y dice: "Que Dios las ampare a las dos."

    Pero mi pap alega que aquello ya no tiene remedio. La peligrosa es la que queda aqu, la Tacha, que va como palo de ocote crece y crece y que ya tiene unos comienzos de senos que prometen ser como los de sus hermanas: puntiagudos y altos y medio alborotados para llamar la atencin.

    -S -dice-, le llenar los ojos a cualquiera dondequiera que la vean. Y acabar mal; como que estoy viendo que acabar mal.

    sa es la mortificacin de mi pap.

    Y Tacha llora al sentir que su vaca no volver porque se la ha matado el ro. Est aqu a mi lado, con su vestido color de rosa, mirando el ro desde la barranca y sin dejar de llorar. Por su cara corren chorretes de agua sucia como si el ro se hubiera metido dentro de ella.

    Yo la abrazo tratando de consolarla, pero ella no entiende. Llora con ms ganas. De su boca sale un ruido semejante al que se arrastra por las orillas del ro, que la hace temblar y sacudirse todita, y, mientras, la creciente sigue subiendo. El sabor a podrido que viene de all salpica la cara mojada de Tacha y los dos pechitos de ella se mueven de arriba abajo, sin parar, como si de repente comenzaran a hincharse para empezar a trabajar por su perdicin.

    CUENTO 2: LOS ASESINOS - Ernest Hemingway La puerta del restaurante de Henry se abri y entraron dos hombres que se sentaron al mostrador.

    -Qu van a pedir? -les pregunt George.

    -No s -dijo uno de ellos-. T qu tienes ganas de comer, Al?

  • -Qu s yo -respondi Al-, no s.

    Afuera estaba oscureciendo. Las luces de la calle entraban por la ventana. Los dos hombres lean el men. Desde el otro extremo del mostrador, Nick Adams, quien haba estado conversando con George cuando ellos entraron, los observaba.

    -Yo voy a pedir costillitas de cerdo con salsa de manzanas y pur de papas -dijo el primero.

    -Todava no est listo.

    -Entonces para qu carajo lo pones en la carta?

    -Esa es la cena -le explic George-. Puede pedirse a partir de las seis.

    George mir el reloj en la pared de atrs del mostrador.

    -Son las cinco.

    -El reloj marca las cinco y veinte -dijo el segundo hombre.

    -Adelanta veinte minutos.

    -Bah, a la mierda con el reloj -exclam el primero-. Qu tienes para comer?

    -Puedo ofrecerles cualquier variedad de sndwiches -dijo George-, jamn con huevos, tocineta con huevos, hgado y tocineta, o un bist.

    -A m dame suprema de pollo con arvejas y salsa blanca y pur de papas.

    -Esa es la cena.

    -Ser posible que todo lo que pidamos sea la cena?

    -Puedo ofrecerles jamn con huevos, tocineta con huevos, hgado...

    -Jamn con huevos -dijo el que se llamaba Al. Vesta un sombrero hongo y un sobretodo negro abrochado. Su cara era blanca y pequea, sus labios angostos. Llevaba una bufanda de seda y guantes.

    -Dame tocineta con huevos -dijo el otro. Era ms o menos de la misma talla que Al. Aunque de cara no se parecan, vestan como gemelos. Ambos llevaban sobretodos demasiado ajustados para ellos. Estaban sentados, inclinados hacia adelante, con los codos sobre el mostrador.

    -Hay algo para tomar? -pregunt Al.

    -Gaseosa de jengibre, cerveza sin alcohol y otras bebidas gaseosas -enumer George.

  • -Dije si tienes algo para tomar.

    -Slo lo que nombr.

    -Es un pueblo caluroso este, no? -dijo el otro- Cmo se llama?

    -Summit.

    -Alguna vez lo oste nombrar? -pregunt Al a su amigo.

    -No -le contest ste.

    -Qu hacen ac a la noche? -pregunt Al.

    -Cenan -dijo su amigo-. Vienen ac y cenan de lo lindo.

    -As es -dijo George.

    -As que crees que as es? -Al le pregunt a George.

    -Seguro.

    -As que eres un chico vivo, no?

    -Seguro -respondi George.

    -Pues no lo eres -dijo el otro hombrecito-. No es cierto, Al?

    -Se qued mudo -dijo Al. Gir hacia Nick y le pregunt-: Cmo te llamas?

    -Adams.

    -Otro chico vivo -dijo Al-. No es vivo, Max?

    -El pueblo est lleno de chicos vivos -respondi Max.

    George puso las dos bandejas, una de jamn con huevos y la otra de tocineta con huevos, sobre el mostrador. Tambin trajo dos platos de papas fritas y cerr la portezuela de la cocina.

    -Cul es el suyo? -le pregunt a Al.

    -No te acuerdas?

    -Jamn con huevos.

    -Todo un chico vivo -dijo Max. Se acerc y tom el jamn con huevos. Ambos coman con los guantes puestos. George los observaba.

  • -Qu miras? -dijo Max mirando a George.

    -Nada.

    -Cmo que nada. Me estabas mirando a m.

    -En una de esas lo haca en broma, Max -intervino Al.

    George se ri.

    -T no te ras -lo cort Max-. No tienes nada de qu rerte, entiendes?

    -Est bien -dijo George.

    -As que piensas que est bien -Max mir a Al-. Piensa que est bien. Esa s que est buena.

    -Ah, piensa -dijo Al. Siguieron comiendo.

    -Cmo se llama el chico vivo se que est en la punta del mostrador? -le pregunt Al a Max.

    -Ey, chico vivo -llam Max a Nick-, anda con tu amigo del otro lado del mostrador.

    -Por? -pregunt Nick.

    -Porque s.

    -Mejor pasa del otro lado, chico vivo -dijo Al. Nick pas para el otro lado del mostrador.

    -Qu se proponen? -pregunt George.

    -Nada que te importe -respondi Al-. Quin est en la cocina?

    -El negro.

    -El negro? Cmo el negro?

    -El negro que cocina.

    -Dile que venga.

    -Qu se proponen?

    -Dile que venga.

    -Dnde se creen que estn?

    -Sabemos muy bien dnde estamos -dijo el que se llamaba Max-. Parecemos tontos acaso?

  • -Por lo que dices, parecera que s -le dijo Al-. Qu tienes que ponerte a discutir con este chico? -y luego a George-: Escucha, dile al negro que venga ac.

    -Qu le van a hacer?

    -Nada. Piensa un poco, chico vivo. Qu le haramos a un negro?

    George abri la portezuela de la cocina y llam:

    -Sam, ven un minutito.

    El negro abri la puerta de la cocina y sali.

    -Qu pasa? -pregunt. Los dos hombres lo miraron desde el mostrador.

    -Muy bien, negro -dijo Al-. Qudate ah.

    El negro Sam, con el delantal puesto, mir a los hombres sentados al mostrador:

    -S, seor -dijo. Al baj de su taburete.

    -Voy a la cocina con el negro y el chico vivo -dijo-. Vuelve a la cocina, negro. T tambin, chico vivo.

    El hombrecito entr a la cocina despus de Nick y Sam, el cocinero. La puerta se cerr detrs de ellos. El que se llamaba Max se sent al mostrador frente a George. No lo miraba a George sino al espejo que haba tras el mostrador. Antes de ser un restaurante, el lugar haba sido una taberna.

    -Bueno, chico vivo -dijo Max con la vista en el espejo-. Por qu no dices algo?

    -De qu se trata todo esto?

    -Ey, Al -grit Max-. Ac este chico vivo quiere saber de qu se trata todo esto.

    -Por qu no le cuentas? -se oy la voz de Al desde la cocina.

    -De qu crees que se trata?

    -No s.

    -Qu piensas?

    Mientras hablaba, Max miraba todo el tiempo al espejo.

    -No lo dira.

    -Ey, Al, ac el chico vivo dice que no dira lo que piensa.

  • -Est bien, puedo orte -dijo Al desde la cocina, que con una botella de ketchup mantena abierta la ventanilla por la que se pasaban los platos-. Escchame, chico vivo -le dijo a George desde la cocina-, aljate de la barra. T, Max, crrete un poquito a la izquierda -pareca un fotgrafo dando indicaciones para una toma grupal.

    -Dime, chico vivo -dijo Max-. Qu piensas que va a pasar?

    George no respondi.

    -Yo te voy a contar -sigui Max-. Vamos a matar a un sueco. Conoces a un sueco grandote que se llama Ole Andreson?

    -S.

    -Viene a comer todas las noches, no?

    -A veces.

    -A las seis en punto, no?

    -Si viene.

    -Ya sabemos, chico vivo -dijo Max-. Hablemos de otra cosa. Vas al cine?

    -De vez en cuando.

    -Tendras que ir ms seguido. Para alguien tan vivo como t, est bueno ir al cine.

    -Por qu van a matar a Ole Andreson? Qu les hizo?

    -Nunca tuvo la oportunidad de hacernos algo. Jams nos vio.

    -Y nos va a ver una sola vez -dijo Al desde la cocina.

    -Entonces por qu lo van a matar? -pregunt George.

    -Lo hacemos para un amigo. Es un favor, chico vivo.

    -Cllate -dijo Al desde la cocina-. Hablas demasiado.

    -Bueno, tengo que divertir al chico vivo, no, chico vivo?

    -Hablas demasiado -dijo Al-. El negro y mi chico vivo se divierten solos. Los tengo atados como una pareja de amigas en el convento.

    -Tengo que suponer que estuviste en un convento?

  • -Uno nunca sabe.

    -En un convento judo. Ah estuviste t.

    George mir el reloj.

    -Si viene alguien, dile que el cocinero sali. Si despus de eso se queda, le dices que cocinas t. Entiendes, chico vivo?

    -S -dijo George-. Qu nos harn despus?

    -Depende -respondi Max-. Esa es una de las cosas que uno nunca sabe en el momento.

    George mir el reloj. Eran las seis y cuarto. La puerta de la calle se abri y entr un conductor de tranvas.

    -Hola, George -salud-. Me sirves la cena?

    -Sam sali -dijo George-. Volver en alrededor de una hora y media.

    -Mejor voy a la otra cuadra -dijo el chofer. George mir el reloj. Eran las seis y veinte.

    -Estuviste bien, chico vivo -le dijo Max-. Eres un verdadero caballero.

    -Saba que le volara la cabeza -dijo Al desde la cocina.

    -No -dijo Max-, no es eso. Lo que pasa es que es simptico. Me gusta el chico vivo.

    A las siete menos cinco George habl:

    -Ya no viene.

    Otras dos personas haban entrado al restaurante. En una oportunidad George fue a la cocina y prepar un sndwich de jamn con huevos "para llevar", como haba pedido el cliente. En la cocina vio a Al, con su sombrero hongo hacia atrs, sentado en un taburete junto a la portezuela con el can de un arma recortada apoyado en un saliente. Nick y el cocinero estaban amarrados espalda con espalda con sendas toallas en las bocas. George prepar el pedido, lo envolvi en papel manteca, lo puso en una bolsa y lo entreg. El cliente pag y sali.

    -El chico vivo puede hacer de todo -dijo Max-. Cocina y hace de todo. Haras de alguna chica una linda esposa, chico vivo.

    -S? -dijo George- Su amigo, Ole Andreson, no va a venir.

    -Le vamos a dar otros diez minutos -repuso Max.

    Max mir el espejo y el reloj. Las agujas marcaban las siete en punto, y luego siete y cinco.

  • -Vamos, Al -dijo Max-. Mejor nos vamos de ac. Ya no viene.

    -Mejor esperamos otros cinco minutos -dijo Al desde la cocina.

    En ese lapso entr un hombre, y George le explic que el cocinero estaba enfermo.

    -Por qu carajo no consigues otro cocinero? -lo increp el hombre- Acaso no es un restaurante esto? -luego se march.

    -Vamos, Al -insisti Max.

    -Qu hacemos con los dos chicos vivos y el negro?

    -No va a haber problemas con ellos.

    -Ests seguro?

    -S, ya no tenemos nada que hacer ac.

    -No me gusta nada -dijo Al-. Es imprudente, t hablas demasiado.

    -Uh, qu te pasa -replic Max-. Tenemos que entretenernos de alguna manera, no?

    -Igual hablas demasiado -insisti Al. ste sali de la cocina, la recortada le formaba un ligero bulto en la cintura, bajo el sobretodo demasiado ajustado que se arregl con las manos enguantadas.

    -Adis, chico vivo -le dijo a George-. La verdad es que tuviste suerte.

    -Cierto -agreg Max-, deberas apostar en las carreras, chico vivo.

    Los dos hombres se retiraron. George, a travs de la ventana, los vio pasar bajo el farol de la esquina y cruzar la calle. Con sus sobretodos ajustados y esos sombreros hongos parecan dos artistas de variedades. George volvi a la cocina y desat a Nick y al cocinero.

    -No quiero que esto vuelva a pasarme -dijo Sam-. No quiero que vuelva a pasarme.

    Nick se incorpor. Nunca antes haba tenido una toalla en la boca.

    -Qu carajo...? -dijo pretendiendo seguridad.

    -Queran matar a Ole Andreson -les cont George-. Lo iban a matar de un tiro ni bien entrara a comer.

    -A Ole Andreson?

    -S, a l.

  • El cocinero se palp los ngulos de la boca con los pulgares.

    -Ya se fueron? -pregunt.

    -S -respondi George-, ya se fueron.

    -No me gusta -dijo el cocinero-. No me gusta para nada.

    -Escucha -George se dirigi a Nick-. Tendras que ir a ver a Ole Andreson.

    -Est bien.

    -Mejor que no tengas nada que ver con esto -le sugiri Sam, el cocinero-. No te conviene meterte.

    -Si no quieres no vayas -dijo George.

    -No vas a ganar nada involucrndote en esto -sigui el cocinero-. Mantente al margen.

    -Voy a ir a verlo -dijo Nick-. Dnde vive?

    El cocinero se alej.

    -Los jvenes siempre saben qu es lo que quieren hacer -dijo.

    -Vive en la pensin Hirsch -George le inform a Nick.

    -Voy para all.

    Afuera, las luces de la calle brillaban por entre las ramas de un rbol desnudo de follaje. Nick camin por el costado de la calzada y a la altura del siguiente poste de luz tom por una calle lateral. La pensin Hirsch se hallaba a tres casas. Nick subi los escalones y toc el timbre. Una mujer apareci en la entrada.

    -Est Ole Andreson?

    -Quieres verlo?

    -S, si est.

    Nick sigui a la mujer hasta un descanso de la escalera y luego al final de un pasillo. Ella llam a la puerta.

    -Quin es?

    -Alguien que viene a verlo, seor Andreson -respondi la mujer.

    -Soy Nick Adams.

  • -Pasa.

    Nick abri la puerta e ingres al cuarto. Ole Andreson yaca en la cama con la ropa puesta. Haba sido boxeador peso pesado y la cama le quedaba chica. Estaba acostado con la cabeza sobre dos almohadas. No mir a Nick.

    -Qu pasa? -pregunt.

    -Estaba en el negocio de Henry -comenz Nick-, cuando dos tipos entraron y nos ataron a m y al cocinero, y dijeron que iban a matarlo.

    Son tonto decirlo. Ole Andreson no dijo nada.

    -Nos metieron en la cocina -continu Nick-. Iban a dispararle apenas entrara a cenar.

    Ole Andreson mir a la pared y sigui sin decir palabra.

    -George crey que lo mejor era que yo viniera y le contase.

    -No hay nada que yo pueda hacer -Ole Andreson dijo finalmente.

    -Le voy a decir cmo eran.

    -No quiero saber cmo eran -dijo Ole Andreson. Volvi a mirar hacia la pared: -Gracias por venir a avisarme.

    -No es nada.

    Nick mir al grandote que yaca en la cama.

    -No quiere que vaya a la polica?

    -No -dijo Ole Andreson-. No sera buena idea.

    -No hay nada que yo pueda hacer?

    -No. No hay nada que hacer.

    -Tal vez no lo dijeron en serio.

    -No. Lo decan en serio.

    Ole Andreson volte hacia la pared.

    -Lo que pasa -dijo hablndole a la pared- es que no me decido a salir. Me qued todo el da ac.

    -No podra escapar de la ciudad?

  • -No -dijo Ole Andreson-. Estoy harto de escapar.

    Segua mirando a la pared.

    -Ya no hay nada que hacer.

    -No tiene ninguna manera de solucionarlo?

    -No. Me equivoqu -segua hablando montonamente-. No hay nada que hacer. Dentro de un rato me voy a decidir a salir.

    -Mejor vuelvo adonde George -dijo Nick.

    -Chau -dijo Ole Andreson sin mirar hacia Nick-. Gracias por venir.

    Nick se retir. Mientras cerraba la puerta vio a Ole Andreson totalmente vestido, tirado en la cama y mirando a la pared.

    -Estuvo todo el da en su cuarto -le dijo la encargada cuando l baj las escaleras-. No debe sentirse bien. Yo le dije: "Seor Andreson, debera salir a caminar en un da otoal tan lindo como este", pero no tena ganas.

    -No quiere salir.

    -Qu pena que se sienta mal -dijo la mujer-. Es un hombre buensimo. Fue boxeador, sabas?

    -S, ya saba.

    -Uno no se dara cuenta salvo por su cara -dijo la mujer. Estaban junto a la puerta principal-. Es tan amable.

    -Bueno, buenas noches, seora Hirsch -salud Nick.

    -Yo no soy la seora Hirsch -dijo la mujer-. Ella es la duea. Yo me encargo del lugar. Yo soy la seora Bell.

    -Bueno, buenas noches, seora Bell -dijo Nick.

    -Buenas noches -dijo la mujer.

    Nick camin por la vereda a oscuras hasta la luz de la esquina, y luego por la calle hasta el restaurante. George estaba adentro, detrs del mostrador.

    -Viste a Ole?

    -S -respondi Nick-. Est en su cuarto y no va a salir.

  • El cocinero, al or la voz de Nick, abri la puerta desde la cocina.

    -No pienso escuchar nada -dijo y volvi a cerrar la puerta de la cocina.

    -Le contaste lo que pas? -pregunt George.

    -S. Le cont pero l ya sabe de qu se trata.

    -Qu va a hacer?

    -Nada.

    -Lo van a matar.

    -Supongo que s.

    -Debe haberse metido en algn lo en Chicago.

    -Supongo -dijo Nick.

    -Es terrible.

    -Horrible -dijo Nick.

    Se quedaron callados. George se agach a buscar un repasador y limpi el mostrador.

    -Me pregunto qu habr hecho -dijo Nick.

    -Habr traicionado a alguien. Por eso los matan.

    -Me voy a ir de este pueblo -dijo Nick.

    -S -dijo George-. Es lo mejor que puedes hacer.

    -No soporto pensar que l espera en su cuarto y sabe lo que le pasar. Es realmente horrible.

    -Bueno -dijo George-. Mejor deja de pensar en eso.

    FIN

  • CUENTO 3: LA ESPERA - JORGE LUIS BORGES El coche lo dej en el cuatro mil cuatro de esa calle del Noroeste. No haban dado las nueve de la maana; el hombre not con aprobacin los manchados pltanos, el cuadrado de tierra al pie de cada uno, las decentes casas de balconcito, la farmacia contigua, los desvados rombos de la pinturera y ferretera. Un largo y ciego paredn de hospital cerraba la acera de enfrente; el sol reverberaba, ms lejos, en unos invernculos. El hombre pens que esas cosas (ahora arbitrarias y casuales y en cualquier orden, como las que se ven en los sueos) seran con el tiempo, si Dios quisiera, invariables, necesarias y familiares. En la vidriera de la farmacia se lea en letras de loza: Breslauer, los judos estaban desplazando a los italianos, que haban desplazado a los criollos. Mejor as; el hombre prefera no alternar con gente de su sangre. El cochero le ayud a bajar el bal; una mujer de aire distrado o cansado abri por fin la puerta. Desde el pescante el cochero le devolvi una de las monedas, un vintn oriental que estaba en su bolsillo desde esa noche en el hotel de Melo. El hombre le entreg cuarenta centavos, y en el acto sinti: "Tengo la obligacin de obrar de manera que todos se olviden de m. He cometido dos errores: he dado una moneda de otro pas y he dejado ver que me importa esa equivocacin". Precedido por la mujer, atraves el zagun y el primer patio. La pieza que le haban reservado daba, felizmente, al segundo. La cama era de hierro, que el artfice haba deformado en curvas fantsticas, figurando ramas y pmpanos; haba, asimismo, un alto ropero de pino, una mesa de luz, un estante con libros a ras del suelo, dos sillas desparejas y un lavatorio con su palangana, su jarra, su jabonera y un botelln de vidrio turbio. Un mapa de la provincia de Buenos Aires y un crucifijo adornaban las paredes; el papel era carmes, con grandes pavos reales repetidos, de cola desplegada. La nica puerta daba al patio. Fue necesario variar la colocacin de las sillas para dar cabida al bal. Todo lo aprob el inquilino; cuando la mujer le pregunt cmo se llamaba, dijo Villari, no como un desafo secreto, no para mitigar una humillacin que, en verdad, no senta, sino porque ese nombre lo trabajaba, porque le fue imposible pensar en otro. No lo sedujo, ciertamente, el error literario de imaginar que asumir el nombre del enemigo poda ser una astucia. El seor Villari, al principio, no dejaba la casa; cumplidas unas cuantas semanas, dio en salir, un

  • rato, al oscurecer. Alguna noche entr en el cinematgrafo que haba a las tres cuadras. No pas nunca de la ltima fila; siempre se levantaba un poco antes del fin de la funcin. Vio trgicas historias del hampa; stas, sin duda, incluan errores, stas, sin duda, incluan imgenes que tambin lo eran de su vida anterior; Villari no las advirti porque la idea de una coincidencia entre el arte y la realidad era ajena a l. Dcilmente trataba de que le gustaran las cosas; quera adelantarse a la intencin con que se las mostraban. A diferencia de quienes han ledo novelas, no se vea nunca a s mismo como un personaje del arte. No le lleg jams una carta, ni siquiera una circular, pero lea con borrosa esperanza una de las secciones del diario. De tarde, arrimaba a la puerta una de las sillas y mateaba con seriedad, puestos los ojos en la enredadera del muro de la inmediata casa de altos. Aos de soledad le haban enseado que los das, en la memoria, tienden a ser iguales, pero que no hay un da, ni siquiera de crcel o de hospital, que no traiga sorpresas, que no sea al trasluz una red de mnimas sorpresas. En otras reclusiones haba cedido a la tentacin de contar los das y las horas, pero esta reclusin era distinta, porque no tena trmino -salvo que el diario, una maana, trajera la noticia de la muerte de Alejandro Villari. Tambin era posible que Villari ya hubiera muerto y entonces esta vida era un sueo. Esa posibilidad lo inquietaba, porque no acab de entender si se pareca al alivio o a la desdicha; se dijo que era absurda y la rechaz. En das lejanos, menos lejanos por el curso del tiempo que por dos o tres hechos irrevocables, haba deseado muchas cosas, con amor sin escrpulo; esa voluntad poderosa, que haba movido el odio de los hombres y el amor de alguna mujer; ya no quera cosas particulares: slo quera perdurar, no concluir. El sabor de la yerba, el sabor del tabaco negro, el creciente filo de sombra que iba ganando el patio, eran suficientes estmulos. Haba en la casa un perro lobo, ya viejo. Villari se amist con l. Le hablaba en espaol, en italiano y en las pocas palabras que le quedaban del rstico dialecto de su niez. Villari trataba de vivir en el mero presente, sin recuerdos ni previsiones; los primeros le importaban menos que las ltimas. Oscuramente crey intuir que el pasado es la sustancia de que el tiempo est hecho; por ello es que ste se vuelve pasado en seguida. Su fatiga, algn da, se pareci a la felicidad; en momentos as, no era mucho ms complejo que el perro. Una noche lo dej asombrado y temblando una ntima descarga de dolor en el fondo de la boca. Ese horrible milagro recurri a los pocos minutos y otra vez hacia el alba. Villari, al da siguiente, mand buscar un coche que lo dej en un consultorio dental del barrio del Once. Ah le arrancaron la muela. En ese trance no estuvo ms cobarde ni ms tranquilo que otras personas. Otra noche, al volver del cinematgrafo, sinti que lo empujaban. Con ira, con indignacin, con secreto alivio, se encar con el insolente. Le escupi una injuria soez; el otro, atnito, balbuce una disculpa. Era un hombre alto, joven, de pelo oscuro, y lo acompaaba una mujer de tipo alemn; Villari, esa noche, se repiti que no los conoca. Sin embargo, cuatro o cinco das pasaron antes que saliera a la calle. Entre los libros del estante haba una Divina Comedia, con el viejo comentario de Andreoli. Menos urgido por la curiosidad que por un sentimiento de deber, Villari acometi la lectura de esa obra capital; antes de comer, 1ea un canto, y luego, en orden riguroso, las notas. No juzg inverosmiles o excesivas las penas infernales y no pens que Dante lo hubiera condenado al ltimo crculo donde los dientes de Ugolino roen sin fin la nuca de Ruggieri.

  • Los pavos reales del papel carmes parecan destinados a alimentar pesadillas tenaces, pero el seor Villari no so nunca con una glorieta monstruosa hecha de inextricable: pjaros vivos. En los amaneceres soaba un sueo de fondo igual y de circunstancias variables. Dos hombres y Villar entraban con revlveres en la pieza y lo agredan al salir del cinematgrafo o eran, los tres a un tiempo, el desconocido que lo haba empujado, o lo esperaban tristemente en el patio y parecan no conocerlo. A1 fin del sueo, l sacaba el revlver del cajn de la inmediata mesa de luz (y es verdad que en ese cajn guardaba un revlver) y lo descargaba contra lo hombres. El estruendo del arma lo despertaba, pero siempre era un sueo y en otro sueo tena que volver a matarlos. Una turbia maana del mes de julio, la presencia de gente desconocida (no el ruido de la puerta cuando la abrieron) lo despert. Altos en la penumbra del cuarto, curiosamente simplificados por la penumbra (siempre en los sueos de temor haban sido ms claros), vigilantes, inmviles y pacientes, bajos los ojos como si el peso de las armas los encorvara Alejandro Villari y un desconocido lo haban alcanzado, por fin. Con una sea les pidi que esperaran y se dio vuelta contra la pared, como si retomara el sueo. Lo hizo para despertar la misericordia de quienes lo mataron, o porque es menos duro sobrellevar un acontecimiento espantoso que imaginarlo aguardarlo sin fin, o -y esto es quiz lo ms verosmil- para que los asesinos fueran un sueo, como ya lo haban sido tantas veces, en el mismo lugar, a la misma hora? En esa magia estaba cuando lo borr la descarga.