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CIRIACO MORÓN ARROYO VER, OÍR: SANCHO SENTIDO Discurso textual El carácter de un personaje literario lo construye el autor y lo per- cibe el lector a base de cuatro indicadores: su modo de actuar en el texto (lo que hace), su lengua (lo que dice y el modo de decirlo), lo que otros personajes y el autor dicen sobre él, y el léxico que el autor elige para su caracterización. De manera ideal los cuatro signos debieran complementarse, pero puede haber discrepancia entre ellos, o al menos puede percibirla el lector con razón o sin ella. Unamuno, por ejemplo, encuentra inconsecuente el que Cervantes llame a Sancho «hombre de bien» y luego le atribuya «poca sal en la mollera»: «Gra- tuita afirmación de Cervantes, desmentida luego por el relato de sus donaires y agudezas. En rigor no cabe hombría de bien, verdadera hombría de bien, no habiendo sal en la mollera, visto que en realidad ningún majadero es bueno» 1 . Cervantes parece estar de acuerdo con Unamuno: Sancho, en la medida en que es bueno, se eleva y refina desde el punto de vista mental y humano; y al mismo tiempo, la esca- sez de la sal que sazonaba su cerebro explica sus agudezas y donaires, la cortedad de su horizonte y sus malicias y bellaquerías. Los donaires y agudezas eran para Cervantes manifestación de un nivel mental infe- rior al plano del entendimiento, la potencia superior del hombre 2 . Cervantes caracteriza a los personajes del Quijote desde la doc- trina de las potencias del alma, como se entendía en la filosofía escolá- stica, vigente en su tiempo. Esa doctrina se había popularizado en libros como Norte de los estados de Fr. Francisco de Osuna y Luz del alma cristiana de Fr. Felipe de Meneses, los dos leídos por Cervantes. Miguel de Unamuno, Vida de D. Quijote y Sancho, cap. VII. Ed. Alberto Navarro, Madrid, Cátedra, 1988, p. 194. 2 Para el trasfondo científico del dicho popular sobre la sal en la mollera ver Huarte de San Juan: «Conviene, pues, luego en naciendo el hijo de padres holgados, lavarlo con agua salada caliente; la cual en opinión de todos los médicos, deseca y enjuga las carnes, y pone firmes los nervios, y hace al niño robusto y varonil, y por gastarle la humidad super- flua del celebro le hace ingenioso y le libra de muchas enfermedades capitales» (Examen de ingenios para las ciencias [1575], cap. 15, parte IV. Ed. E. Torre, Madrid, Editora Nacio- nal, 1977, p. 366. ACTAS II - ASOC. CERVANTISTAS. Ciríaco MORÓN ARROYO. Ver, oír: Sancho sentido

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CIRIACO M O R Ó N A R R O Y O

VER, OÍR: SANCHO SENTIDO

Discurso textual

El carácter de un personaje literario lo construye el autor y lo per­cibe el lector a base de cuatro indicadores: su modo de actuar en el texto (lo que hace), su lengua (lo que dice y el modo de decirlo), lo que otros personajes y el autor dicen sobre él, y el léxico que el autor elige para su caracterización. De manera ideal los cuatro signos debieran complementarse, pero puede haber discrepancia entre ellos, o al menos puede percibirla el lector con razón o sin ella. Unamuno, por ejemplo, encuentra inconsecuente el que Cervantes llame a Sancho «hombre de bien» y luego le atribuya «poca sal en la mollera»: «Gra­tuita afirmación de Cervantes, desmentida luego por el relato de sus donaires y agudezas. En rigor no cabe hombría de bien, verdadera hombría de bien, no habiendo sal en la mollera, visto que en realidad ningún majadero es bueno» 1 . Cervantes parece estar de acuerdo con Unamuno: Sancho, en la medida en que es bueno, se eleva y refina desde el punto de vista mental y humano; y al mismo tiempo, la esca­sez de la sal que sazonaba su cerebro explica sus agudezas y donaires, la cortedad de su horizonte y sus malicias y bellaquerías. Los donaires y agudezas eran para Cervantes manifestación de un nivel mental infe­rior al plano del entendimiento, la potencia superior del hombre 2.

Cervantes caracteriza a los personajes del Quijote desde la doc­trina de las potencias del alma, como se entendía en la filosofía escolá­stica, vigente en su tiempo. Esa doctrina se había popularizado en libros como Norte de los estados de Fr. Francisco de Osuna y Luz del alma cristiana de Fr. Felipe de Meneses, los dos leídos por Cervantes.

Miguel de Unamuno, Vida de D. Quijote y Sancho, cap. VI I . Ed. Alberto Navarro, Madrid, Cátedra, 1988, p. 194.

2 Para el trasfondo científico del dicho popular sobre la sal en la mollera ver Huarte de San Juan: «Conviene, pues, luego en naciendo el hijo de padres holgados, lavarlo con agua salada caliente; la cual en opinión de todos los médicos, deseca y enjuga las carnes, y pone firmes los nervios, y hace al niño robusto y varonil, y por gastarle la humidad super-flua del celebro le hace ingenioso y le libra de muchas enfermedades capitales» (Examen de ingenios para las ciencias [1575], cap. 15, parte IV. Ed. E. Torre, Madrid, Editora Nacio­nal, 1977, p. 366.

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La doctrina de las potencias constituía la ciencia antropológica de la época y se refleja en la novela y el teatro contemporáneos, pero en Cervantes con especial precisión. En ese marco de ideas y de léxico, Sancho encarna el nivel mental de los sentidos y ese nivel mental funda su tipo de discurso, su capacidad de imaginación, el horizonte de sus intereses, las decisiones en el gobierno de la ínsula, y la cima de su sabiduría cuando reconoce: «yo no nací para ser gobernador» 3 .

La bibliografía sobre Sancho es muy amplia y ha sido comentada y discutida en el bien trabajado libro de Eduardo Urbina, El sin par Sancho Panza: parodia y creación4. Pero los estudios de fuentes o de relaciones con el discurso cultural anterior o contemporáneo solo explican el general sentido paródico, puramente negativo, del escu­dero, y alguna acción o reacción concreta en el libro. Toda tangencia o coincidencia parcial del texto con tipos folclóricos, carnavalescos o de espectáculos populares se debe medir y valorar desde el perfil o esquema del personaje que se documenta en el texto. El discurso cultu­ral, siempre vago por ser un marco demasiado amplio, común a muchos textos, debe fundarse en el discurso textual que presenta al personaje único. Yo me propongo una lectura que defina desde dentro del texto el esquema que conforma a Sancho y que explica su modo constante de actuar y de hablar. En el caso de Sancho, una vez desple­gadas las coordenadas de su carácter desde el texto, se esfuma la supuesta contradicción entre su discreción y necedad, puede enten­derse el sentido de su propalada «quijotización» y se revela el funda­mento de la relación amo-criado en el texto del Quijote5.

3 Quijote, p. segunda, cap. LHI. Ed. L. A. Muril io (Madrid, Castalia, 1978), II, 444. Todas las citas del Quijote remiten a esta edición. Los números romanos indican la parte y tomo, y los arábigos el capítulo y la página en el tomo. En el mismo capítulo: «Quédense en esta caballeriza las alas de la hormiga, que me levantaron en el aire para que me comie­sen vencejos y otros pájaros, y volvámonos a andar por el suelo con pie llano, que si no le adornaren zapatos picados de cordobán, no le faltarán alpargatas toscas de cuerda. Cada oveja con su pareja, y nadie tienda más la pierna de cuanto fuere larga la sábana» (ib., p. 445). La imagen de la hormiga que vuela está en la Celestina: «Como hormiga que dexa de yr/ holgando por tierra con la provisión,/ jactóse con alas de su perdición;/ lleváronla en alto, no sabe dónde y r » (Versos acrósticos iniciales).

4 Barcelona, Anthropos, 1991. 5 El presente estudio desarrolla de manera analítica la descripción de Sancho pro­

puesta en Nuevas meditaciones del Quijote (Madrid, Credos, 1976), pp. 215-230. Estudié el esquema sociológico del texto en «Amo y criado en el Quijote», publicado en J. M. López de Abiada y A. L. Bernasocchi, eds., De los romances-villancico a la poesía de Claudio Rodrí­guez. Homenaje a Gustav Siebenmann (Madrid: José Esteban, 1984), pp. 355-375. Mi tesis es que Sancho es criado en el sentido genético de haber nacido con una herencia villana que condicionaba «indirectamente», como decían los escolásticos, su cuerpo, su capacidad mental [sentidos frente a entendimiento] y su fuerza física [calidad de plebeyo] sin «va lor » [calidad de nobles]. La inferioridad de nacimiento se reforzaba por los alimentos groseros y por el medio social del villano, que termina no sabiendo «leer ni escribir». El profesor Marc Vitse me atribuye «unos extraños presupuestos críticos» y como ejemplo cita una frase mía: «Esta constante del criado que en ningún momento pretende escalar el mundo

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Sentido, imaginación, entendimiento

Las aventuras principales de la primera parte, desde la segunda salida en que don Quijote va acompañado de Sancho, son los molinos de viento (cap. VIII), la batalla con el vizcaíno (VIII-IX), encuentro con los pastores (XI), yangüeses (XV), Maritornes, el arriero y el cuadri­llero en la venta (XVI), los ganados convertidos en ejércitos (XVIII) , los encamisados (XIX), los batanes (XX), el yelmo de Mambrino (XXI) y la liberación de los galeotes (XXII ) . A partir del capítulo XXI I I el camino del caballero andante se cruza con el de Cardenio, Luscinda, Don Fernando y Dorotea. Al entrelazar la historia de don Quijote con las de los nuevos personajes, el libro deja de ser narración lineal de aventuras casuales y se convierte en el desarrollo esférico de un argu­mento. El argumento de la primera parte del Quijote comienza propia­mente en el capítulo XXI I I , anunciando el entuerto de Don Fernando que ha invadido los reinos de Cardenio y Dorotea. Don Quijote ende­reza el entuerto, como sabemos los lectores, no con los tajos de la espada, sino creando esperanza con sus ilusionadas promesas y siendo ocasión (él pretende ser causa) de las felices casualidades que llevan a la resolución de los conflictos.

Hasta el capítulo XX I I inclusive, todas las aventuras tienen la estructura siguiente: (a) Don Quijote percibe un objeto sensible; (b) a ese objeto lo nombra, no desde la experiencia de los sentidos, sino desde categorías que lleva en su mente (imaginación), aprendidas en las novelas caballerescas; los molinos se le hacen gigantes, la venta castillo, y los rebaños de ovejas ejércitos de paganos y cruzados, (c) Como resultado de la confusión, Don Quijote reacciona sin juicio, es decir, sin sentido de la realidad concreta, y es derrotado, (d) En este momento, los libros de caballerías le brindan el resorte para seguir

del señor me hace forzoso afirmar: si hay un libro al cual son inaplicables las categorías de la crítica marxista, es el Quijote» (Criticón, 33 [1986], 169). Mi tesis no es ningún «extraño presupuesto» sino documentada conclusión. Si cabe una lectura marxista del Quijote, debe acreditarse en la relación amo-criado, que constituye el centro del libro. Ahora bien, para Marx las relaciones de amo y criado no proceden de herencia sino de situaciones económicas que han cambiado en la historia y deben transformarse por la revo­lución. En el Quijote, en cambio, Cervantes refleja la doctrina de la jerarquía social vigente en la escolástica y en Huarte de San Juan, y pinta un criado que acepta su inferioridad natural como causa de la económica, sintiéndose incapaz de igualarse con el señor. Por supuesto, la idea de superioridad e inferioridad genética vigente en el siglo XV I puede explicarse desde la doctrina de Marx, como justificación ideológica de la discriminación real existente; pero eso es un problema de historia, que solo tiene una relación indirecta y mediada con el texto del Quijote. La visión marxista de la sociedad española en torno a 1600 explicaría por qué la estética de Marx, como la expresa en el comentario al Sickin-gen de Lasalle, no le cuadra al libro de Cervantes. Es hora de cribar el hispanismo que se ha llamado marxista, apreciar las pocas aportaciones serias (Werner Krauss), y olvidar las alegorizaciones simplistas de los textos literarios y las horrorosas simplificaciones de la historia que se han expectorado con el nombre de marxismo.

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en su ilusión: los encantadores a los que puede culpar de la desven­tura. El hidalgo ha perdido el juicio, que es la capacidad de aplicar principios abstractos a la circunstancia, lo universal a lo singular de la realidad, y se ha quedado con el ingenio suelto, con la ilusión. Las aventuras y derrotas de la primera parte son el ocaso de las ilusiones.

Si Don Quijote es el ingenio sin juicio, la ilusión que crea objetos ideales a base de percepciones sensibles, Sancho es el mero sentido sin entendimiento. El entendimiento es la potencia que percibe lo con­creto como inserto en una estructura más universal. Sancho, por ser hombre, «animal racional», ejercita el entendimiento en un sentido puramente formal, vacío de contenido: cuando menciona los rebaños de ovejas y carneros, concretiza el término universal «rebaño», que puede ser de otros animales, por ejemplo de toros, como en el capítulo LVIII de la segunda parte. Pero los fenómenos de conocimiento, ade­más de la estructura formal, tienen una realización existencial. La dife­rencia puede verse con un término como «posmodernidad». Formal­mente lo entiende cualquiera: posmodernidad es un período de la historia que sigue el moderno; pero, dado el carácter complejo de lo que consideramos moderno y, dado el sentido específico que la palabra posmodernidad tiene en diferentes círculos, es muy difícil saber lo que significa esa palabra de manera concreta y auténtica. Ahora bien, cuando no entendemos un concepto, nos encontramos ante él al nivel del sentido, no del entendimiento. En ese plano sitúa Cervantes a San­cho con su poca sal en la mollera. El percibe los molinos y los atajos de ganado, pero no los pone en ninguna estructura significativa univer­sal. Como no sabe leer ni escribir, no tiene un contexto o mundo más allá del sensible.

Ver

La primera prueba clara de esta tesis la aporta el estudio de la contraposición ver/saber en el diálogo entre el caballero y el escudero. Esa oposición sirve como eje estructural en varias aventuras. La pri­mera, los molinos de viento en el capítulo VIII . Don Quijote: «Ves allí ... donde se descubren treinta o pocos más desaforados gigantes.

¿Qué gigantes, dijo Sancho Panza? ... Mire vuestra merced que aquellos ... son molinos de viento.

Bien parece, respondió Don Quijote, que no estás cursado en esto de las aventuras» (1.8.128-29).

Segundo ejemplo: «¿No oyes el relinchar de los caballos, el tocar de los clarines, el

ruido de los atambores? No oigo otra cosa, respondió Sancho, sino muchos balidos de ove­

jas y carneros.

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Y así era la verdad, porque ya llegaban cerca los dos rebaños. El miedo que tienes, dijo Don Quijote, te hace Sancho, que no veas

ni oyas a derechas; porque uno de los efectos del miedo es turbar los sentidos y hacer que las cosas no parezcan lo que son» (1.18.222-23).

En la segunda parte, capítulo XVI , se repite la oposición ver/saber en parecidos términos:

«Las señas que me dio de mi casa, mujer y hijos no me las podría dar otro que él mismo; y la cara, quitadas las narices, era la misma de Tomé Cecial, como yo se la he visto muchas veces en mi pueblo y pared en medio de mi misma casa; y el tono de la habla era todo uno.

Estemos a razón, Sancho, replió don Quijote. Ven acá: en qué con­sideración puede caber que el bachiller Sansón Carrasco viniese... a pelear conmigo?» ( I I .16.148).

El ejemplo más claro de contraste entre el sentido y el saber está en el capítulo 21 de la primera parte: «Si no me engaño, hacia nosotros viene uno que trae en su cabeza puesto el yelmo de Mambrino, sobre que yo hice el juramento que sabes» 6.

«Mire vuestra merced bien lo que dice...» «No ves aquel caballero que hacia nosotros viene, sobre un caballo rucio rodado, que trae pues­to en la cabeza un yelmo de oro? — Lo que yo veo y columbro, respon­dió Sancho, no es sino un hombre sobre un asno, pardo como el mío, que trae sobre la cabeza una cosa que relumbra» (1.21.253). Don Qui­jote, como si hubiera leído a Kant (1724-1804), reacciona desde las for­mas que lleva inscritas en la mente, en su caso el ingenio sin jucio: el jinete no es un simple hombre, sino un caballero sobre un caballo rucio rodado, que se cubre con el yelmo de Mambrino. Sancho reac­ciona desde su mundo del puro sentido. Reconoce el burro pardo, «como el suyo», pero no identifica el objeto de la cabeza con ningún nombre o esencia, sino que emplea el término más universal del voca­bulario; el que empleamos cuando lo ignoramos todo sobre una reali­dad: «una cosa» que reluce, sensación pero sin identificarla con el oro ni menos con Mambrino. Los sentidos no engañan nunca, decían los escolásticos, porque son puramente pasivos y no se pronuncian sobre lo que perciben. El que engaña y se engaña es el entendimiento que, enfrentado con un objeto, emite un juicio, es decir, le atribuye un nom­bre que puede ser erróneo. Sancho se queda en la pura pasividad: «una cosa que reluce»; Don Quijote, desde sus categorías, identifica la cosa con el yelmo de Mambrino; y Cervantes, el entendimiento, señala co­rrectamente lo que es: la bacía de barbero (1.21.253). Es frecuente oír que en el Quijote no se presentan realidades sino puntos de vista. El texto contradice ese tópico. El autor puede contraponer las opiniones

6 El juramento lo había hecho en el capítulo 10 (p. 150). Analicé el paso del cap. X X I en un trabajo anterior: «El Prólogo del Quijote de 1605», en Mastrangelo, G., Almanza, G. y Baldoncini, S., eds., Studi in memoria di Giovanni Allegra (Pisa, Gruppo Editoriale Internazionale, 1992), pp. 135-36.

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de amo y criado, pero en la mayoría de los casos, él define y se define. Entre los rebaños y los ejércitos el autor interviene declarando «la ver­dad» y en el capítulo 21 advierte al lector que el barbero cubría su cabeza con la bacía de afeitar. El baciyelmo (1.44.540) lo crea Sancho, no Cervantes. En el capítulo X X I Cervantes explica el error de don Quijote por la superposición de las imágenes de los libros de caballe­rías sobre los objetos de su percepción: «que todas las cosas que veía con mucha facilidad las acomodaba a sus desvariadas caballerías y malandantes pensamientos» (1.21.254).

Oir

La segunda parte del Quijote difiere de la primera en muchos aspectos; pero quizá el central sea que se pasa de la ilusión a la aluci­nación. En la segunda parte Don Quijote no inserta sus percepciones en categorías preconcebidas; ahora ve las cosas como son: la iglesia del Toboso es iglesia y no palacio de Dulcinea, las ventas son ventas, y castillo el castillo de los duques. Aunque no cree que el caballero del bosque sea Sansón Carrasco, sus ojos perciben el semblante del paisano y amigo. Lo nuevo es que ahora don Quijote no superpone imá­genes a la realidad percibida, sino que su mundo imaginado, su «enten­dimiento», sustituye por completo al mundo del sentido, que percibe con fidelidad. El engaño ahora es una total tergiversación o sustitu­ción. En la primera parte la novela dramatizaba la frontera entre la realidad y el deseo; ahora dramatiza la frontera entre la realidad y la sombra del sueño. En la primera parte estaba siempre el autor diciendo la verdad; ahora, lector y personajes se encuentran en la misma frontera de burladores burlados, y el mismo autor será el gran burlado cuando le salga al paso el Quijote de Avellaneda.

En la segunda parte Sancho razona y habla con una sutileza que en algunos casos le eleva sobre el nivel mental de la parte primera. Pero la segunda solo presenta aspectos nuevos del nivel del sentido y de esa manera corrobora las coordenadas del carácter de Sancho. Refiriéndose a los lectores de la parte primera, dice Sansón Carrasco: «Hay tal que precia más oíros hablar a vos que al más pintado de toda ella» (II.3.62). «Vengan más quijotadas; embista Don Quijote y hable Sancho Panza» (II.4.68). Cervantes se ha percatado de que en el len­guaje de Sancho había ido mucho más allá del sayagés o de la simple parodia humorística de los errores morfológicos del pueblo. La lengua de Sancho era el reflejo de un nivel mental, el tipo de discurso de la lengua hecha, del tópico. Como reflejo de un nivel de discurso, el habla de Sancho resultaba un extraordinario ejemplo de realismo 7. Este

7 Para el aspecto semiotico de la lengua de Sancho y la originalidad de Cervantes, imitada luego por Sterne, Fielding, Galdós, Cela, Delibes, Manuel Puig y muchos más, ver Nuevas meditaciones del Quijote, ed. cit., pp. 223-230.

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venero es el que desarrolla en la segunda parte. En la primera dice Sancho dos veces: «En mí el hablar es primer movimiento» (cap. XX y XXX) . El primer movimiento es un impulso sensible no controlado por la razón ni la voluntad. Las hileras de refranes que no vienen a ton ni se son, es decir, que son puro tono y sonido sin idea, expresan ese hablar impulsivo. En la segunda parte Cervantes necesita liberar a Sancho del esquema de la primera y entonces lo explica con toda conciencia. El capítulo V se titula: «Llegando a escribir el traductor desta historia este quinto capítulo, dice que le tiene por apócrifo, por­que en él habla Sancho Panza con otro estilo del que se podía prometer de su corto ingenio, y dice cosas tan sutiles, que no tiene por posible que él las supiese» (II.5.73). Al elevarse sobre el nivel del sentido a un cierto grado de saber, Sancho no sería consistente como carácter, y Cervantes explica el cambio atribuyendo al criado la capacidad de asi­milación que viene por el oído.

En el capítulo IV Sancho cita nada menos que una sentencia de Aristóteles: «En los estremos de cobarde y de temerario está el medio de la valentía» (II.4.70)8. El criado analfabeto, naturalmente, no ha leído al Filósofo, pero menciona su fuente: « Y más que yo he oído decir, y creo que a mi señor mismo, si mal no me acuerdo...» (II.4.70). En la conversación con Teresa Panza no refleja un nivel mental mayor que su mujer, pero repite algunas sentencias oídas a otros, y eso le permite expresar ciertos principios universales que superan el empi­rismo sensible: «siempre he oído decir a mis mayores» (II.5.75). El autor nos advierte: «por este modo de hablar, y por lo que más abajo dice Sancho, dijo el traductor desta historia que tenía por apócrifo este capítulo» (ibid., 76). El motivo se repite poco después: « Y yo agora no hablo de mío; que todo lo que pienso decir son sentencias del padre predicador que la cuaresma pasada predicó en este pueblo» (II.5.78)9.

En el capítulo XI I don Quijote define la vida humana como el gran teatro del mundo, y Sancho responde: «Brava comparación, aunque no tan nueva, que yo no la haya oído muchas y diversas veces, como aquella del juego de ajedrez» (11.12.121). Don Quijote le alaba: «Cada día, Sancho, te vas haciendo menos simple y más discreto». El criado atribuye la mejora de su entendimiento al trato con su amo, y el autor comenta: «Todas o las más de las veces que Sancho quería hablar de oposición y a lo cortesano, acababa su razón con despeñarse del monte

Etica Nie, III, 1116a. La misma idea de Aristóteles se repite en 11.119; 17.160,167; 28.257; 40.342; 42.358; 51.428.

En el capítulo IX de la segunda parte (ed. Murillo, p. 101) hay un extraordinario juego entre caballero y escudero con ver y oír, pero cae fuera de nuestro contexto. En el contexto de ver y oír debe leerse el artículo de Robert Ricard, «Les vestiges de la prédica­tion contemporaine dans le Quijote» [1962], reproducido en // Congreso Internacional de la Asociación de Cervantistas (Napoli: Istituto Universitario Orientale, 1994), pp. 29-41. Trad. española en R. Ricard, Estudios de literatura religiosa española (Madrid, Gredos, 1964), pp. 264-278.

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de su simplicidad al profundo de su ignorancia» (11.12.122). Este comentario demuestra el grado de conciencia con el cual pinta Cervan­tes el nivel mental de Sancho.

Es imposible citar todos los pasos en que se documenta la función caracterizadora del verbo o í r l 0 . Los testimonios aducidos y las refe­rencias dadas en nota permitirán al lector verificar la tesis propuesta. Ya he mencionado que Sancho aduce un aforismo de Aristóteles oído a don Quijote. En el capítulo XX de la segunda parte cita la populari­zada sentencia de Horacio: «la muerte pisa con igual pie las torres de los reyes como las humildes chozas de los pobres» (11.20.194). Esta frase la ha escuchado «de nuestro cura». Al final del mismo capítulo repite la sentencia del Evangelio, Mateo 12.36: «de toda palabra ociosa se os pedirá cuenta en la otra vida». La frase del Evangelio se había conver­tido en proverbio popular y, por tanto, no necesita citar autoridad nin­guna. Solo cita otra fuente de «cultura» sin atribuirla a una fuente con­creta: «si es que las trovas de los romances antiguos no mienten» (11.33.299). « Yo me acuerdo haber oído cantar un romance antiguo que dice: 'de los osos seas comido / como Favila el nombrado'» (11.34.306). Y en el capítulo LX, cuando don Quijote le quiere azotar, repite versos de otro romance. El romancero era patrimonio, sabiduría del pueblo.

La fantasía del sentido

Ese mundo del sentido tiene una manifestación también creadora, cuyo ejemplo más visible es la creación de Dulcinea. Dulcinea es el extraordinario personaje que no habla ni actúa, y sin embargo resulta central en la estructura del Quijote; es la proyección de los tres prota­gonistas del texto: Don Quijote, Sancho y el autor. Prescidiendo de lo que significa Dulcinea como ficción de Cervantes — un experimento que incluye el análisis de lo imaginado por los otros dos protagonistas (entendimiento) —, el capítulo 31 documenta el producto de la fantasía caballeresca de Don Quijote, y el horizonte de labrador simple de San­cho. Voy a citar solo el primer fragmento para presentar el contraste en las palabras del texto:

Don Quijote: «Llegaste, y qué hacía aquella reina de la hermosura? A buen seguro que la hallaste ensartando perlas o bordando alguna empresa con oro de cañutillo para este su cautivo caballero».

1 En la primera parte Sancho «ha oído predicar» que se debe amar a Dios con el amor perfecto que don Quijote propone para Dulcinea (1.31.388). El sentido predominante en la parte primera, sin embargo, es la vista y el oído en la segunda. Sin pretender ser exhaustivo he catalogado las siguientes instancias, además de las ya citadas: 20.193,194; 31.275; 32.296; 33.299,302,303; 34.306; 37.326,328; 39.336; 45.379; 51.427; 58.475; 65.538; 66.541; 68.553; 72.580; 73.582. El primer número indica el capítulo y el segundo la página en la ed. de Murillo. Dos números separados por coma se refieren a páginas diferentes del mismo capítulo.

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Sancho: «No la hallé, sino ahechando dos fanegas de trigo en un corral de su casa» (p. 382). El diálogo continúa con una serie de moti­vos en que se despliegan los dos niveles de imaginación, el del señor y el del criado:

D. Quijote

Granos de perlas. Trigo candeal o trechel

¿Besó la carta? ¿Ceremonia digna de ella?

¿Qué coloquios pasó contigo?

Tan alta señora como Dulcinea

¿No sentiste un olor sabeo?

¿Qué hizo cuando leyó la carta?

¿Qué joya te dio al despedirte?

Sancho

No era sino rubión

Poned, amigo, esa carta sobre aquel costal

No me preguntó nada

Tan alta es que me lleva a mí más de un coto

Sentí un olorcil lo algo hombruno

No sabe lee ni escribir

Un pedazo de pan y queso ovejuno.

Como se ve, dos mundos creados por la imaginación, uno desde categorías literarias, el otro desde el sentido. Don Quijote exalta la dignidad de Dulcinea llamándola alta señora; para Sancho «alto» es solo una medida física, sensible. El contraste se repite en el capítulo 8 de la segunda parte:

Don Quijote: «Cualquier rayo que del sol de su belleza llegue a mis ojos alum­brará mi entendimiento y fortalecerá mi corazón, de modo que quede único y sin igual en la discreción y la valentía.

Sancho: Pues en verdad, señor, que cuando yo vi ese 5 0 / de la señora Dulcinea del Toboso, que no estaba tan claro que pudiera echar de sí rayos algunos, y debió de ser que como su merced estaba ahechando aquel trigo que dije, el mucho polvo que sacaba se le puso como nube ante el rostro y se le escureció» (II, 8, 93).

Sancho responde a la imagen del sol en su sentido material. El polvo del trigo crea una nube que oscurece las caras. Don Quijote, en cambio, habla desde una semiótica literalmente agustiniana. La belleza de Dulcinea es como la luz de Dios que ilumina la mente mortal. Los rayos de la luz divina alumbran el entendimiento y dan fortaleza al corazón (entendimiento y fortaleza son dos de los siete dones del Espí­ritu Santo), y por la acción de aquella luz se fortalecerán las dos poten­cias del caballero, «de modo que quede único en la discreción [entendi­miento] y la valentía [corazón, voluntad]».

El deseo del sentido

En el ejemplo citado la oposición entre fantasía, sentido y entendi­miento se presenta con suma precisión, pero limitada al plano del conocimiento. Ahora bien, Sancho es sentido no solo en el plano del conocimiento sino en todo su mundo de referencias, cuya nota central

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es el materialismo popular. El horizonte de Sancho está siempre defi­nido por el deseo de riqueza. La primera asociación cuando se ve con Don Quijote en campaña es preguntarle por la ínsula (1.7.127). Cuando ve al monje benedictino en el suelo, vencido por el caballero, no tiene escrúpulos en despojarle (1.8.134). Entre los capítulos IX y XV Sancho habla y actúa poco, pero si habla es para recordar la promesa de la ínsula (1.10.147, 151), pedir la receta y patente del bálsamo de Fiera­brás (ibid., 149) o comer (1.11.157) y dormir (12.167). En el capítulo XXI I I , cuando encuentran la maleta con los cien escudos, Cervantes le pinta obseso con la limpieza del envoltorio.

El interés es el móvil que convierte su mundo de percepción en un mundo de ilusión y fantasía. La princesa Micomicona, la cabeza del gigante en la venta (cap. XXXV ) y el baciyelmo son tres momentos en los que el interés hecho deseo y sueño le convierten en Quijote, pero de horizonte limitado por lo que llamó Lukacs «materialismo de la vida cotidiana». De hecho, en el capítulo XI I I de la segunda parte, San­cho le confiesa al escudero del Caballero del Bosque:

«Ruego a Dios me saque de pecado mortal, que lo mesmo será si me saca deste peligroso oficio de escudero, en el cual he incurrido segunda vez, cebado y enga­ñado de una bolsa con cien ducados que me hallé un día en el corazón de Sierra Morena, y el diablo me pone ante los ojos aquí, allí, acá no sino acullá, un talego lleno de doblones, que me parece que a cada paso le toco con la mano, y me abrazo con él, y lo llevo a mi casa, y echo censos, y fundo rentas, y vivo como un príncipe. Y el rato que en esto pienso se me hacen fáciles y llevaderos cuantos trabajos padezco con este mentecato de mi amo, de quien sé que tiene más de loco que de caballero» (11.13.130).

Ser escudero es como un pecado mortal; por eso, al confesar que ha aceptado nuevamente el papel de escudero, dice haber «incurrido» en él, verbo que pertenece al léxico de la teología. La razón de esa per­tinacia en el pecado escuderil es el señuelo de los doblones, con los que Sancho recrea el cuento de la lechera: echar censos, fundar rentas y vivir como un príncipe. En el capítulo VII había exigido salario deter­minado, pero Don Quijote se lo niega porque contraviene a las leyes de la caballería, y Sancho decide seguirle a merced. Ante la disyuntiva de acompañar o no acompañar a Don Quijote, surge la nota distintiva de Sancho frente a los criados tradicionales en la literatura, la bondad y fidelidad (II.7.90).

El carácter de Sancho se perfila mejor comparado con el de Tomé Cecial, que en el capítulo XV es presentado como «compadre y vecino de Sancho Panza, hombre alegre y de lucios cascos» (p. 146). Si eran compadres, no es fácil que Cecial tuviera una formación escolar mucho más avanzada que la de Sancho. Sin embargo, Cecial comienza citando «la maldición de Dios a nuestros primeros padres» (11.13.128) y después algún otro paso de la Biblia, si bien todos se habían popula­rizado en forma de refranes. Pero su manera de razonar demuestra que Cervantes no le concibió de manera consistente como expresión

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del nivel mental de los sentidos. La conversación entre los dos escude­ros permite ver la sencillez y la bodad como notas del esquema carac-terizador de Sancho.

Por supuesto, cuando se propone hacer a su hija condesa, otra vez Sancho se embarca en la ilusión de la lechera, como Don Quijote se embarcaba en la ilusión de ser recibido como caballero andante. En el palacio de los duques los dos realizan brevemente su sueño, aunque luego sufran el desengaño. Y tampoco falta el humor de Cervantes, que ahora pone a Sancho de «reprochador de voquibles» de Teresa, como Don Quijote y Sansón lo eran para él. El deseo de riqueza y poder hacen al criado iluso en algunos momentos, como a don Quijote la ilu­sión de la caballería. Sancho imita a don Quijote, pero dentro de su mundo limitado a valores sensibles, interés, supervivencia. Se parece al señor, pero no se iguala con él. El texto hace estallar la simétrica ocurrencia de la «quijotización» de Sancho y «sanchificación» de don Quijote.

La sabiduría del sentido

La objeción más obvia contra este criterio de caracterización del criado, que explica su simpleza, necedad y agudezas, es la discreción que muestra como gobernador de la ínsula. Pero los casos que resuelve en su audiencia son nuevos rasgos del perfil descrito. Al llegar a la ínsula, se le presentan tres pleitos: el del labrador contra el sastre, los viejos de la caña, y la mujer y el pastor (Cap. XLV). El primero lo resuelve con el sentido común: «a guisa de buen varón» (p. 378); el ter­cero es una conseja moral y sólo el segundo exigía una cierta agudeza. El mismo Sancho declara que había oído contar un caso semejante (11.45.379). En ese momento, Sancho habla de modo disparatado y el autor apostilla: «Los que gobiernan, aunque sean unos tontos...» (ibid.). Los cuatro casos siguientes: el labrador del hijo contrahecho, que pide dinero; el baratero y el jugador, el muchacho ingenioso y la muchacha curiosa, no son propiamente pleitos que originen dilemas; piden sim­plemente consejo de sentido común (cap. XLVII ) . En el capítulo 51 se plantea una aporía insoluble desde el punto de vista lógico, y Sancho la resuelve por el camino de la ética, anteponiendo la clemencia al rigor. Inmediatamente ánade: «Yo en este caso no he hablado de mío, sino que se me vino a la memoria un precepto, entre otros muchos, que me dio mi amo don Quijote» (11.51.427).

Todos los casos que se le presentan a Sancho son cuentos popula­res y se fundan en ejemplos, o sea, en conocimientos singulares y en inferencias de singular a singular en las que no entra el entendimiento, que se mueve en el plano universal. El ejemplo era el medio de enseñar al pueblo porque se suponía que no se elevaba sobre el plano del sen­tido.

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En el capítulo L i l i el gobernador tiene que hacer frente a una inva­sión. Es villano, le falta valor y no sabe moverse en la armadura. Al salir de ella, «desmayóse del temor, del sobresalto y del trabajo» (11.53.443). El desmayo es un éxtasis, una muerte al mundo del palacio, del que sale un hombre nuevo, el verdadero sabio que vuelve a la tierra: «Dejadme que vaya a buscar la vida pasada, para que me resu­cite de esta muerte presente. Yo no nací para ser gobernador» (ibid. 444). En este momento llega Sancho al culmen de sabiduría que podía alcanzar el labrador introducido en el capítulo VII de la primera parte, hombre de bien, pero «con poca sal en la mollera».

Conclusión

Cervantes construye el perfil de Sancho Panza desde la teoría de la personalidad vigente en la predicación, la ascética y, en última instancia, en la filosofía escolástica de su tiempo. Se han señalado «fuentes» folclóricas y enanos o escuderos de libros de caballerías, pero las figuras folclóricas, el bobo de los cuentos y las imágenes de carnaval pueden explicar el tipo físico y algunos rasgos superficiales; la filosofía, en cambio, despliega y hace transparentes los signos bási­cos del discurso y los motivos de los principales actos de Sancho. Los estudiosos de fuentes terminan reconociendo que Sancho no se parece a ninguno de sus pretendidos modelos. Es decir, las semejanzas litera­rias no inspiran nada, son un simple criterio de comparación para poner de relieve las diferencias. En cambio, los axiomas antropológi­cos de la filosofía y teología constituyen el esquema y perfil en el que se tejen sus palabras y acciones.

Se suele repetir que Don Quijote encarna el idealismo y Sancho el realismo. En la medida en que la mente humana piensa sobre la base de percepciones correctas, Sancho, que tiene sanos los sentidos, con­cuerda con el autor cuando Don Quijote confunde los objetos. Pero esas coincidencias no significan que Sancho vea la realidad. La reali­dad de Sancho es corta como la de Don Quijote es larga. El medio entre los extremos, el que ve propiamente la realidad, es Cervantes, el entendimiento. Por eso yo no puedo sino admirar y propagar la lúcida crítica de Ortega y Gasset: lo importante no son Don Quijote y Sancho, sino la victoria intelectual que es el libro. Don Quijote y San­cho, como dijo Ortega, son dos individuos de la especie Cervantes.

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