circus, una historia de autómatas. avance

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This is a preview of the first novel to be published in Spain as a fundamental part of a transmedia steampunk fantasy universe. Discover the eeire and stunning world of the Inventor’s mechanical wonders and the fight of the automatons to recover their souls. A ravishing steampunk adventure for children and adults who still having sense of wonder...

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Circus, una historia de autómatas

Carmen Pombero

Editado por:

ShotWords Transmedia, S.L.

www.shotwords.com

[email protected]

Impreso en España

ISBN: 9788416179336

Diseño e ilustraciones:

© 2014 Javier Almazán

Texto:

© 2014 Carmen Pombero

Maquetación y producción: Lantia Publishing, S.L.

© 2014 ShotWords Transmedia, S.L.

Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización por escrito de los titulares del

copyright, bajo las sanciones establecidas por las leyes, la reproducción parcial o total

de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el

tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de esta edición mediante alquiler

o préstamos públicos.

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A la memoria de Domingo Robles Zafra.

Su dura infancia, su perseverancia y su ilusión inspiraron esta historia.

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He ofendido a Dios y a la humanidad, porque mi trabajo

no tuvo la calidad que debiera haber tenido.

Leonardo da Vinci (1452, Anchiano, Toscana-1519 Turena, Francia).

Pintor, anatomista, arquitecto, ingeniero, escultor, inventor, poeta,

urbanista, músico, científico, botánico, filósofo y escritor.

Todas las verdades son fáciles de entender, una vez descubiertas.

La cuestión es descubrirlas.”

Galileo Galilei (1564, Pisa-1642, Florencia). Astrónomo, matemático,

filósofo, físico e inventor.

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SINOPSIS

Tomás vive en una España empobrecida por las guerras carlistas y que empieza a vivir con

cautela los prodigios tecnológicos del siglo XX. Un día, cansado de la dura vida que le impone

el padre Jeremías y los otros niños del internado, decide escapar y salir al encuentro de su padre.

Éste le rechaza y Tomás deambula por la ciudad hasta que se topa con una extravagante feria.

De todas las curiosas barracas, llama su atención una que muestra el prodigio de los autómatas:

animales, aves, niños… Todos ellos mecánicos, capaces de hacer cosas increíbles como hablar,

moverse y hasta predecir el futuro.

Cuando Tomás es invitado a entrar en la barraca por su enigmático Inventor, da comienzo una

extraña e increíble aventura en la que nada es lo que parece. Un bosque de metal oxidado en el

que una joven autómata vive encerrada; una ciudad sumergida que no es más que un reflejo

acuático e inquietante; un faro custodiado por feroces máquinas perro o un dragón de metal que

vigila una misteriosa caldera.

Tomás descubre la amistad y el amor de mano de los autómatas, pero si no es capaz de salir de

allí antes del amanecer, acabará convertido en una criatura mecánico sin corazón ni alma, pues

el Inventor es en realidad un ser diabólico al que tarde o temprano se habrá de enfrentar.

Con esta novela arranca un misterioso y apasionante universo de fantasía steampunk. Sigue las

aventuras de los autómatas de Circus en www.universocircus.com

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PARTE I:

EL MUNDO REAL

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EL PADRE JEREMÍAS

En la clase de al lado los niños de primero estaban cantando el Alabado sea el Santísimo

mientras el resto del internado estaba en completo silencio. Sus voces sincronizadas a la

perfección se colaban por debajo de la puerta del aula:

Alabado sea el Santísimo

Sacramento del altar

y la Virgen concebida

sin pecado original.

Celebremos con fe viva

este pan angelical

y la Virgen concebida

sin pecado original.

Es el Dios que da la vida,

y nació en un portal,

de la Virgen concebida

sin pecado original.

Es el manjar regalado

de este suelo terrenal

es Jesús Sacramentado

Dios eterno e inmortal.

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Tomás estaba de pie, esforzándose por no oír la letra del alabado sea y así no perder la

concentración. Estaba sudando y no precisamente de calor, pues estaba próxima la Navidad y

como siempre en el internado hacía un frío intolerable. No. Tomás sudaba de miedo. Una vez

más, el padre Jeremías había decidido ponerle en evidencia delante de todos sus compañeros,

esos que ya de por sí le daban la espalda por ser un niño introvertido y taciturno. En esta

ocasión se trataba de un problema de aritmética, la parte de las matemáticas que peor se le daba

cuando debía resolver uno de sus enigmas delante de todos. Las tripas empezaban a sonarle. El

desayuno había sido raquítico y quedaba horas atrás alejado en el tiempo. Tomás se masajeaba

la barriga con sus escuálidos dedos con todo el disimulo del que era capaz con tal de que sus

tripas no le hicieran pasar aún más vergüenza. El padre Jeremías, con su presencia

aparentemente cándida, repitió la pregunta para mayor suplicio.

-A un aficionado a los rompecabezas le preguntaron qué edad tenía y éste, en vez de

contestar directamente a la pregunta, propuso el siguiente problema: Tomad tres veces los años

que tendré dentro de tres, restadle tres veces los años que tenía hace tres años y resultará

exactamente los años que tengo ahora. ¿Y bien, don Tomás Rufo? -le espetó el cura con

severidad.

Sus compañeros sonrieron. Lo solían hacer cuando el cura pronunciaba su apellido.

Tomás volvió a tragar saliva. Tantos tres le bailaban en la cabeza. Ese número no le gustaba. En

casa hubo un tiempo más feliz en el que también ellos fueron tres...

-No tenemos todo el día.

El padre Jeremías clavaba en él sus ojos con la misma determinación que los clavos que

sujetaban la enorme pizarra a la pared. Sabía llegar a la respuesta, eso era lo peor. Pero no como

una solución aritmética sino como una ecuación de álgebra. El padre Jeremías desistió y las

risitas de sus compañeros empezaron a acompañar como un susurro el chirrido de la tiza sobre

la pizarra en la que el cura escribía:

3.21-3.15.63-45=18

Al tiempo que la cabeza de Tomás despejaba a toda velocidad la incógnita para llegar a

la misma conclusión:

3(x+3)-3(x-3)=x

La x era igual a 18.

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-Dentro de tres años, el preguntado tendrá veintiún años, hace tres tenía quince. Ahora

tiene dieciocho, la edad en la que usted saldrá de aquí por mucho que sueñe con abandonarnos

antes.

Y entonces sí, sus compañeros estallaron en una ruidosa carcajada.

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JUGUETES DE HOJALATA

El almuerzo no contribuyó a que el día mejorase para Tomás. Al castigo por no haber

sabido la respuesta al problema de aritmética -memorizar 3.21-3.15.63-45=18 a fuerza de

escribirlo en la pizarra- se le unió un triste pedazo de pan, un trozo de queso, alubias en un

estofado sequerón y agua, que por cierto volvía a saber a sal, lo mismo que el pan una vez más

estaba duro y el queso aceitoso y con moho. Tomás estaba convencido de que su padre daba por

él una cantidad de dinero que los curas del internado no estaban invirtiendo como debieran. Su

padre... Sólo con pensar en su nombre ya le entraban ganas de llorar... ¿Por qué le había dejado

en aquel terrible lugar? Apenas le conocía, eso era cierto. De su madre tenía un vago recuerdo.

Un tierno pero vago recuerdo. Su voz acompasada, sus caricias mullidas, su mirada de cielo,

abierta y tan azul... Y su muerte un día en el que todo le pareció gris: el jardín, la casa, la

gente… Su padre. Recordaba perfectamente su tristeza, sus lágrimas y su insistente: Y ahora,

¿qué haré con él? Él era él, Tomás, un niño entonces de cinco años cuya crianza se le hacía aún

más insondable que esos mares del sur que recorría durante un año entero en su buque mercante.

Alguien le debió proponer lo del internado ese mismo día nublado y frío en el que la vida de

Tomás dio un giro dramático. Las suaves y cálidas sábanas de su cama fueron sustituidas por

unas de un cerúleo desgastado y de tersura perdida a base de agujeros remendados, hechos por

los muelles de un camastro con propensión a ir por libres. Ya no había junto a su cama una

lámpara que dibujaba en la pared siluetas de pájaros fantásticos que giraban y agitaban sus alas.

En el internado, a las diez se apagaban las luces y las estancias se sumían en una oscuridad

densa como el petróleo que sólo las noches de luna llena los finos haces de plata lograban

traspasar. El salón de muebles de madera claro, la cocina que siempre olía a pan recién hecho, el

baño caliente, los pasillos alegres; ahora esos espacios eran lúgubres estancias de altas y lejanas

ventanas donde todo sonaba hueco y el color se había marchitado. Los juguetes que poblaron un

día su habitación habían desaparecido, a excepción de los de cuerda, sus preciados tesoros de

hojalata que había podido escamotear en el traslado al internado. Algunos tenían piezas rotas: al

maquinista le faltaba un brazo; a la trapecista se le había caído la chapa de medio rostro; y el

niño que comía helados se había quedado cojo. Pero otros estaban ilesos o, a lo sumo,

descoloridos. Tres payasos se agarraban por la cintura y patinaban sobre unos patines de botas

rojas; un barco navegaba hacia atrás y hacia adelante por unas olas embravecidas que habían

perdido su brillo azul... Un mono travieso con un sombrero imposible se mecía sobre un

columpio que daba la vuelta completa.

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Había auténticas preciosidades de hojalata como un hermoso carrusel donde niños y niñas de su

edad reían; un vendedor de globos con gorra y largos bigotes que conducía una curiosa

bicicleta; dos sirenas de ojos saltones que sobre una roca movían su cola al darles cuerda... Y la

joya de la corona: una casita hecha de espejos de la que entraba y salía una niña vestida toda de

encajes. Había sido el último regalo que le hizo su padre a su madre antes de morir. Traerse esos

juguetes consigo le recordaban a un tiempo feliz que se había marchado para no volver. En el

internado nadie le daba un beso, una caricia, un abrazo y así había crecido estos años, en la

ausencia total de cariño. Los juguetes de hojalata eran su alegría y su tristeza.

-Aquí está usted.

El padre Jeremías irrumpió con una enérgica apertura de puerta que desató una corriente

de aire en el dormitorio que Tomás compartía con trece niños más.

-Espero que esté empleando estas horas de soledad en las matemáticas.

Tomás ya había dado una patada con disimulo a su caja de juguetes y ésta asomaba

como un delincuente por debajo del catre de Joaquín, el niño que ocupaba la cama de al lado.

-Iba a ponerme ahora -alcanzó a decir Tomás con un hilito de voz.

El cura le miró con una expresión profunda.

-¿Qué haremos con usted, señor Rufo? Siempre en su mundo solitario. No tiene amigos,

no estudia. Sé de sobra que tampoco reza... Es usted un alma perdida, hijo. Desamparada y

perdida.

Tomás no sabía cómo tomarse aquello. ¿El cura le sermoneaba o se compadecía de él?

-Tome. Tiene carta de su padre.

El cura alargó el brazo para entregarle un sobre blanco, sin remitente ni matasellos. A

Tomás le dio un vuelco el corazón y abrió la misiva sin esperar a que el padre Jeremías se

marchara, cosa que por otro lado no parecía que fuera a hacer. Con apremio leyó:

Amado hijo,

me encuentro en la ciudad por breve periodo de tiempo, pues lamentablemente he de

partir de nuevo y este año no pasaré contigo las navidades. El padre Jeremías ha tenido a bien

acogerte durante tan señaladas Fiestas para que no te sientas solo. Te he traído un pequeño

regalo para que te acuerdes de mí.

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Un abrazo, te quiere,

Tu padre.

Su padre, siempre tan escueto y correcto, incapaz de

hacer que ese amado hijo resultase convincente. Su cara debía

ser un poema porque el cura permanecía en pie sin apartar la

viste de él.

-Por suerte, y continuando con nuestra charla de antes,

nos esperan unas largas vacaciones juntos para encontrar esa

alma perdida y enderezar sus matemáticas.

Y el cura se marchó dejando la habitación sumida en un silencio de color cobalto.