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Catequesis sobre el Credo y el Concilio Vaticano II Miguel Ángel Ciaurriz oar Ediciones MSC Santo Domingo, R. D. POR QUÉ CREEMOS LO QUE CREEMOS

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Page 1: Ciaurriz, Miguel Angel - Por Que Creemos Lo Que Creemos

Catequesis sobre el Credo y el Concilio Vaticano II

Miguel Ángel Ciaurriz oar

Ediciones MSCSanto Domingo, R. D.

POR QUÉ CREEMOSLO QUE CREEMOS

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Diseño General MIGO DEL HOGAR

Calle Manuel María Valencia No. 4 a esq. Max Henríquez Ureña, Los Prados.

Apartado Postal 1104, Santo Domingo, República Dominicana.Teléfono: 809-548-7594 • Fax: 809-548-6252

Edición para la Rep. de Panamá

Título original

© 2013

POR QUÉ CREEMOSLO QUE CREEMOS

Miguel Ángel Ciaurriz oar

Catequesis sobre el Credo y el Concilio Vaticano II

Page 3: Ciaurriz, Miguel Angel - Por Que Creemos Lo Que Creemos

En conmemoración de los 500 años de la Primera Diócesis de Tierra Firme

y de los 400 años de presencia de los Agustinos Recoletos en Panamá

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Introducción 7

Por qué y para qué un año dedicado a la fe 11

Creer 17

Lo esencial de nuestra fe recogido en el credo 25

Creo en un solo Dios 33

Padre 43

Todopoderoso 53

Creador del cielo y de la tierra, de todo lo visible y lo invisible 61

Creo en un solo Señor Jesucristo 69 Hijo único de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos 77

Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero 87

Engendrado no creado, de la misma naturaleza que el Padre, por quien todo fue hecho 93

Que por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del cielo 101

Y por obra del Espíritu Santo s encarnó de María la Virgen 109

COnTEnidO

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Y se hizo hombre 117

Y por nuestra causa fue crucificado en tiempos de Poncio Pilato 127

Y resucitó al tercer día según las Escrituras 139

Y subió el cielo y está sentado a la derecha del Padre 153

Y de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos y su reino no tendrá fin 159

Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre y del Hijo 171

La Trinidad 183

Creo (en) la Iglesia 191

Una, santa, católica y apostólica 201

La comunión de los santos 211

Confieso que hay un solo bautismo para el perdón de los pecados 219

Espero la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro 231

El Concilio Vaticano II, primavera para la Iglesia 239

Mensaje a la humanidad 247

Los grandes temas del concilio 261

Los laicos en el concilio 273

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Para conmemorar los cincuenta años del inicio del Concilio Vaticano II, el papa Benedicto XVI convocó a toda la Iglesia a un “año de la fe” que inició el pasado 11 de octubre y culminará el 24 de noviembre del 2013, el día en que todos celebraremos la fiesta de Cristo Rey del Universo.

Señala el Pontífice en su Carta Apostólica “Porta Fidei” que “habrá que intensificar la reflexión sobre la fe para ayudar a todos los creyentes en Cristo a que su adhesión al Evangelio sea más consciente y vigorosa, sobre todo en un momento de profundo cambio como el que la humanidad está viviendo”.

Con este propósito me he sentado a escribir estos temas sobre el “credo” que cada domingo confesamos en nuestras celebraciones, tanto de la eucaristía como de la Palabra.

Al conmemorar los 500 años de la creación de la primera diócesis en tierra firme, Santa María La Antigua y los 400 de la llegada de los Agustinos Recoletos a Panamá, querermos hacer nuestra esta invitación del Papa a “intensificar la reflexión sobre la fe” y la ofrecemos a todo el pueblo de Panamá.

Por recoger el credo lo esencial de nuestra fe hemos pensado que la mejor manera de estar en condición de dar razón de lo que creemos, y de por qué creemos lo que creemos, es estudiarlo con detenimiento y profundizar en el sentido de lo que confesamos. De lo que se trata en definitiva es de poder comprender qué decimos cuando confesamos que Dios es Nuestro Padre, qué decimos cuando confesamos que es creador del cielo y de la tierra, etc, etc.

inTROdUCCiÓn

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Y, sobre todo, lo que con este curso se pretende es poder confesar el credo, conscientes de que, detrás de cada una de las declaraciones que proclamamos, está el gran misterio del amor de Dios. Si no es en clave de amor el credo que confesamos queda reducido a fórmula vacía y falsa y nos perdemos en las palabras.

En su Carta Apostólica Porta Fidei, Benedicto XVI insiste en que “el conocimiento de los contenidos de la fe es esencial para dar el propio asentimiento, es decir, para adherirse plenamente con la inteligencia y la voluntad a lo que propone la Iglesia”. Espero que este material contribuya a ese objetivo.

Los últimos temas de este libro se centrarán en el Concilio Vaticano II. Dice el Papa en Porta Fidei que siente “más que nunca el deber de indicar el Concilio como la gran gracia de la que la Iglesia se ha beneficiado en el siglo XX. Con el Concilio se nos ha ofrecido una brújula segura para orientarnos en el camino del siglo que comienza”.

De este concilio dicen muchos que es todavía un gran desconocido por los católicos y que son muchas las propuestas que hicieron los padres conciliares, hace ya medio siglo, pendientes aún de aplicación. Conocer, aunque solo sea someramente, las principales enseñanzas de este concilio ecuménico, al que muchos llamaron “la primavera de la Iglesia”, será sin duda una buena manera de agradecer a Dios los dones que en él nos ha dado.

Obviamente el Catecismo de la Iglesia Católica, que es quien con más autoridad explica y enseñanel credo, será nuestra principal referencia de consulta. “Para acceder a un conocimiento sistemático del contenido de la fe, dice el Papa en “Porta Fidei”, todos pueden encontrar en el Catecismo de la Iglesia Católica un subsidio precioso e indispensable”.

Escrito e impreso originalmente en la República Dominicana, donde ya ha tenido tres ediciones en apenas

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unos meses, -el lector encontrará algunos modismos dominicanos- los temas de “Por qué creemos lo que creemos” se recogen también en esta edición para Panamá con el propósito ya señalado de poner en las manos de los creyentes panameños un instrumento que sirva para vivir el “año de la fe”

Una sugerencia que me gustaría plantear para cuando finalice la reflexión de estos temas es invitar a todos y a todas a recoger con sus propias palabras la fórmula de su fe, su propio credo. Tengo la seguridad de que, después de hacer una seria reflexión sobre el credo que todos confesamos, estaremos en condiciones de redactar nuestro propio credo. Y estoy seguro también de que, si en las comunidades y grupos compartiéramos esos credos, daríamos un buen testimonio de nuestra fe madura, bien pensada y profundamente reflexionada.

Si para todo eso sirve este material me doy por satisfecho.

El autor

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MOTIVACIÓN INICIAL Iniciamos con éste una serie de encuentros en los que, a

lo largo de estos meses y hasta noviembre del próximo año, como los primeros cristianos que se reunían para crecer en la fe: “todos se reunían asiduamente para escuchar la enseñanza de los Apóstoles” (Hchs 2,42), profundizaremos y trataremos de consolidar el conocimiento de las principales verdades en las que se sustenta nuestra fe, la fe en la que fuimos bautizados y por la que nos consideramos cristianos.

Básicamente vamos a estudiar más a profundidad la fórmula con la que proclamamos nuestra fe en Dios, que es Padre, Hijo y Espíritu Santo y que confesamos solemnemente cada domingo en nuestras celebraciones de la Eucaristía y de la Palabra.

Nos guiará el Catecismo de la Iglesia Católica y, como no puede ser de otra manera, recurriremos constantemente a las Sagradas Escrituras porque en ellas se fundamentan las verdades de nuestra fe.

PRESENTACIÓN DEL TEMA Nuestro primer tema de estudio es introductorio. Este

curso nace para responder al llamado que el Papa Benedicto XVI hace a toda la Iglesia para conmemorar el cincuentenario del inicio del Concilio Vaticano II. Conoceremos con qué finalidad el Pontífice nos ha convocado a todos a este año de la fe.

EnCUEnTRO

¿Por qué y para qué un año dedicado a la fe?

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ORACIÓN Como hacemos siempre que los creyentes nos reunimos,

comenzaremos nuestro encuentro poniéndonos en la presencia de Dios, nuestro Padre, que es quien nos ha convocado para crecer en la fe.

Nuestra oración de hoy va a ser justamente el credo, el llamado credo niceno-constantinopolitano y del que hablaremos en el siguiente encuentro.

Creo en un solo Dios; Padre Todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra, de todo lo visible y lo invisible.

Creo en un solo Señor, Jesucristo, Hijo único de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos: Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado, de la misma naturaleza del Padre, por quien todo fue hecho; que por nosotros, los hombres, y por nuestra salvación, bajó del cielo, y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María, la Virgen, y se hizo hombre; y por nuestra causa fue crucificado en tiempos de Poncio Pilato; padeció y fue sepultado, y resucitó al tercer día, según las Escrituras, y subió al cielo, y está sentado a la derecha del Padre; y de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos, y su reino no tendrá fin.

Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre y del Hijo, que con el Padre y el Hijo, recibe una misma adoración y gloria, y que habló por los profetas.

Creo en la Iglesia, que es una santa, católica y apostólica. Confieso que hay un solo Bautismo para el perdón de los

pecados. Espero la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro.

Amén.

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¿QUÉ ES Y PARA QUÉ SIRVE UN AÑO DEDICADO A LA FE? Antes que el Papa Benedicto XVI, en l967 el entonces

Pontífice, Pablo VI, convocó también a toda la Iglesia a un año de la fe. Este primer Año de la fe fue convocado para resaltar el XIX centenario del martirio de los apóstoles Pedro y Pablo en Roma. Lo que el Papa Montini pretendía era que todo creyente “adquiriera una clara conciencia de su fe para reanimarla, purificarla, confirmarla y confesarla”.

Éste que ha comenzado el 11 de octubre, y que finalizará el 24 de noviembre del próximo año, día en que la Iglesia celebra la Fiesta Cristo Rey del Universo, es por tanto el segundo Año de la Fe en la historia reciente de la Iglesia. Y lo que en esta ocasión se pretende resaltar es el cincuenta aniversario del inicio del Concilio Vaticano II, hecho de particular importancia para la vida de la Iglesia. Dice el Papa en el documento en el que convoca oficialmente al “año de la fe”: “he decidido convocar un año de la fe. Comenzará el 11 de octubre de 2012 en el cincuenta aniversario de la apertura del Concilio Vaticano II y terminará en la solemnidad de Jesucristo Rey del universo el 24 de noviembre de 2013”.

Objetivos del Año de la fe Para convocar este “año de la fe” el Papa publicó un

documento, que lleva el nombre de Porta Fidei, expresión tomada del libro de los Hechos de los Apóstoles que nos narra la visita de Pablo a la comunidad de Antioquía: “al llegar, reunieron a la comunidad y les contaron lo que Dios había hecho por su medio y cómo había abierto a los paganos la Puerta de la Fe” (Hech. 14, 27-28).

En este documento encontramos los objetivos que, en definitiva se pretenden con este “año de la fe”.

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1. “Redescubrir los contenidos de la fe profesada, celebrada, vivida y rezada” Nuestra fe muchas veces descansa en simples tradiciones

religiosas con las que nacimos y nos criamos desde pequeños, sin tener muy claros sus significados. Se hace necesario, entonces, redescubrir, y puede que en muchos casos, descubrir, los contenidos esenciales de la fe que profesamos, de la fe que tratamos de vivir siendo buena gente y de la fe que celebramos en la familia y en la comunidad construyendo así un mundo mejor, y transformando nuestra sociedad. Esa fe que profesamos, celebramos y vivimos, la llevamos, a la oración. Es en la oración donde, como los discípulos después de escuchar la catequesis de Jesús sobre la corrección fraterna, podremos decirle al Señor: “Auméntanos la fe”. (Lc 17,5).

2. “Promover el estudio de las enseñanzas del Concilio Vaticano II” Con el Concilio, dice Benedicto XVI, “se nos ha ofrecido

una brújula segura para orientarnos en el camino del siglo que comienza”. El Concilio trajo una gran renovación a la Iglesia, pero, cincuenta años después, sus enseñanzas, siguen siendo desconocidas y muchas de ellas pendientes de aplicación. En algunos temas de este curso haremos referencia a la doctrina eclesial que surgió de ese Concilio y en los últimos temas trataremos de conocer, aunque sea someramente, la doctrina de este concilio.

3. “Intensificar la reflexión sobre la fe para ayudar a todos los creyentes en Cristo a que su adhesión al Evangelio sea más consciente y vigorosa, sobre todo en un momento de profundo cambio como el que la humanidad está viviendo” Cuando todo el mundo que conocemos se declaraba

cristiano y no había otras religiones con presencia significativa

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en nuestros ambientes, creer era, por decirlo de alguna manera, fácil. Hoy nos damos cuenta que necesitamos estar en condiciones de explicar nuestra fe, de dar razón de por qué creemos lo que creemos. A menudo echamos en falta un más profundo conocimiento de lo que es esencial a nuestra fe para, por ejemplo, poder hablar con los que pertenecen a las sectas u otros movimientos religiosos. Ojalá que al finalizar este curso estemos en mejores condiciones para poder dar razón de lo que creemos y de por qué somos en verdad seguidores de Jesús, creyentes en sus enseñanzas y miembros de una comunidad eclesial desde la que pretendemos construir una nueva sociedad.

4. “Invitar a una auténtica y renovada conversión al Señor, único Salvador Si nos tomamos en serio este “año de la fe” y

aprovechamos las oportunidades que se nos van a presentar de profundizar en el conocimiento de nuestra fe y de las enseñanzas fundamentales del evangelio que se nos anuncia, experimentaremos cada uno de nosotros y de nosotras en nuestras vidas una auténtica conversión personal que nos ayudará a ser mejores personas y a comprometernos más firmemente con la comunidad

5. “Comprometerse a favor de una nueva evangelización para redescubrir la alegría de creer y volver a encontrar el entusiasmo de comunicar la fe” Hemos oído muchas veces, sobre todo en los últimos

años, que todos somos, por nuestro bautismo, misioneros. En el decreto “Ad Gentes” del Concilio Vaticano II se nos recuerda que: “todos los fieles, como miembros de Cristo viviente, incorporados y asemejados a El por el bautismo, por la confirmación y por la Eucaristía, tienen el deber de

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cooperar a la expansión y dilatación de su Cuerpo para llevarlo cuanto antes a la plenitud” (AG 36)

Sin duda, uno de los frutos que se pretenden con este “año de la fe” es que todos nos comprometamos con la acción misionera de la Iglesia de manera que quienes aún no conocen a Cristo, ni su evangelio, puedan llegar a descubrir esta verdad.

6. “Comprender de manera más profunda no sólo los contenidos de la fe sino, juntamente también con eso, el acto con el que decidimos entregarnos totalmente y con plena libertad a Dios”. Este último objetivo es el que más recalca el Papa. Se trata

de que nuestra fe no se quede en el ámbito de las ideas, ni solo en palabras. Ser cristiano no es cuestión de palabras sino de vida. Nos lo advierte el apóstol Santiago cuando se pregunta: “¿de qué le sirve a uno, hermanos míos, decir que tiene fe, si no tiene obras? ¿Es que esa le podrá salvar? Esto pasa con la fe: si no tiene obras, por sí sola está muerta” (Santiago 2,14-18).

Si lo que afirmamos creer no lo ponemos en práctica, no lo hacemos vida, no somos creyentes nada. Podemos ser conocedores de Jesús de Nazaret y de su doctrina, pero lo que en verdad nos hace sus seguidores es reproducir en nuestra manera de vivir la manera de vivir de Jesús, lo que aceptamos como verdad porque nos lo ha enseñado él en su evangelio.

TAREA PARA LA SEMANA1. Haz memoria y describe la historia de tu fe.

Recuerda las personas que han sido determinantes en tu vida para ser seguidor o seguidora de Jesús

2. De los seis objetivos señalados para este año de la fe ¿cuáles crees tú que necesitas integrar más a tu vida?

3. ¿Qué esperas de este curso?

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PRESENTACION DEL TEMA Antes de abordar el contenido del “credo”, es bueno que

nos planteemos qué es eso de “creer”. Partiendo de lo que es nuestra experiencia humana de creer en las personas, nos plantearemos el significado de creer en Dios.

ORACIÓN Porque, Señor, yo te he visto y quiero volverte a ver,

quiero creer. Te vi, sí, cuando era niño y en agua me bauticé y, limpio

de culpa vieja, sin velos te pude ver. Quiero creer. Devuélveme aquellas puras transparencias de aire

fiel. Devuélveme aquellas niñas de aquello ojos de ayer. Quiero creer.

Limpia mis ojos cansados, deslumbrados del cimbel. Lastra de plomo mis párpados y oscurécemelos bien. Quiero creer.

Ya todo es sombra y olvido y abandono de mi ser. Ponme la venda en los ojos. Ponme tus manos también. Quiero creer.

Tú, que pusiste en las flores rocío y, debajo miel, filtra en mis secas pupilas dos gotas frescas de fe. Quiero creer.

Porque, Señor, yo te he visto y quiero volverte a ver, creo en Ti y quiero creer.

(Gerardo Diego, literato español 1896-1987)

EnCUEnTRO

Creer

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EL ACTO HUMANO DE CREER Conviene que antes de abordar el contenido del Credo,

palabra latina que significa CREO, que, como ya sabemos, es la fórmula en la que se recoge lo esencial de nuestra fe, hagamos una primera reflexión sobre el hecho de creer como experiencia humana.

Cuando hablamos de creer enseguida pensamos en Dios y en lo religioso. Sin embargo la fe es algo constitutivo de nuestra condición humana. Mucha gente dice que no cree en Dios, ni profesa ninguna religión, pero nadie puede decir que vive sin hacer cada día innumerables actos de fe. Sin fe no podemos vivir, nuestra convivencia sería un auténtico caos.

Cuando vamos al colmado o al supermercado y compramos un producto creemos en la persona que nos lo está vendiendo, creemos que no nos engaña a la hora de pesarlo, o en el precio etc, aunque luego la realidad nos dice muchas veces que sí nos engañaron. Nuestra respuesta entonces es perder la fe en esa persona o en ese colmado o centro comercial y decidimos no volver a comprar más en ese sitio.

Pensemos, por ejemplo en la vida familiar. Si un esposa no cree en su esposo y viceversa; si unos padres no creen a sus hijos etc, etc, la vida familiar se torna un infierno porque no podemos vivir en la duda y en la sospecha permanentemente.

Muchos analistas que toman el pulso al acontecer social, dicen que vivimos en la “sociedad de la sospecha”. “En este momento, escribía un columnista en un periódico, todo parece estar “bajo sospecha: las personas, las instituciones, los valores, los comportamientos, los distintos sectores y engranajes de la sociedad”.

Para estos expertos la “sociedad de la sospecha” tiene sus raíces, sin duda, en los grandes errores de las personas,

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principalmente de los dirigentes, en las grandes estafas y falsedades, en las promesas incumplidas, en la falta de palabra, en la escasez de virtudes esenciales, y sobre todo, en la quiebra moral y en la aguda desmoralización que nos azota. Por eso se han levantado muchas voces que dicen que hoy se hace necesario un “rearme ético” en nuestra sociedad.

En este tiempo de crisis hemos perdido la fe en el hombre. Y esta pérdida de la fe en nuestros semejantes hace difícil también, porque la afecta, la fe en Dios.

No es necesario insistir más en la idea de que sin fe en el ser humano la humanidad se deshumaniza. Sencillamente no es posible. Aún estando en la sociedad de la sospecha no podemos vivir sin fe en nosotros. Para ilustrar esto nos servirá de ejemplo el aterrizaje de un avión en la noche. Los pasajeros creen en la capacidad de los pilotos para conducir la nave hasta la terminal y los propios pilotos creen que las instrucciones dadas por la torre de control son las correctas. No ven la pista pero creen y confían en que lo que hay entre las dos filas de luces en el suelo es la pista y por eso lanzan ese enorme pájaro de acero, de decenas de toneladas de peso con decenas de vidas humanas en su interior, contra el suelo. Finalmente, todos llegan a sus destinos gracias a que unos creyeron en otros y les confiaron sus vidas.

El propio Catecismo de la Iglesia Católica nos dice sobre la fe como acto humano: “en las relaciones humanas no es contrario a nuestra propia dignidad creer lo que otras personas nos dicen sobre ellas mismas y sobre sus intenciones, y prestar confianza a sus promesas (como, por ejemplo, cuando un hombre y una mujer se casan), para entrar así en comunión mutua” (CIC 154).

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CREER EN DIOS Todo lo anteriormente dicho nos sirve para abordar el

tema de la fe en Dios. A la palabra creer le podemos dar muchos significados.

Creer puede ser el asentimiento mental de unos contenidos, verdades o doctrinas. Mucha gente que se considera creyente en este significado se puede ver bien reflejada.

Pero la fe es muchos más que eso y va muchísimo más lejos. Creer significa adherirse, supone confianza, comprometer la vida y verla de una manera diferente a como la veríamos si no la tuviéramos.

En definitiva, la palabra creer nos refiere a la vida, no es algo meramente teórico. Es más vida que doctrina. En la mentalidad hebrea la palabra fe significa también confianza; creer es confiar. Es creyente no tanto quien asiente a unos contenidos, sino quien experimenta a Dios como una presencia viva que le da confianza y sentido.

Tener esto claro es muy importante porque en los temas sucesivos vamos a profundizar en el estudio de lo que son las verdades fundamentales de nuestra fe, verdades ciertamente doctrinales y que tenemos que aceptar como verdades ciertas, pero que no podemos dejarlas reducidas al ámbito de la teoría.

Jesús, lo vemos en el evangelio, no se dedicó a exponer una doctrina, que en su tiempo estaba bien definida en los más de seiscientos ordenamientos de la Ley. Una ley que se inició como algo sencillo y simple en el monte Sinaí con apenas diez mandamientos para facilitar la vida y la convivencia pacífica del pueblo de Israel y su fidelidad a Dios. Pero una ley a la que con el tiempo le añadieron normas y más normas hasta, como denuncia Jesús, convertirla en una insoportable carga para los judíos. Criticando la vanidad e hipocresía de los escribas y fariseos, que eran los dirigentes

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religiosos del pueblo, denuncia el Maestro de Nazaret: “Atan pesadas cargas y las ponen sobre los hombros de los demás, mientras que ellos no quieren moverlas ni siquiera con el dedo” (Mt 23,4). Como veremos enseguida, el credo se fundamenta en la Palabra de Dios y esta Palabra nos refiere siempre a la vida. “He venido para que tengan vida y la tengan en abundancia” (Jn 10,10).

El credo que vamos a estudiar contiene ciertamente doctrina y verdades que los creyentes debemos aceptar y creer, pero, sobre todo, poner en práctica, llevar a la vida. Por ejemplo, decir “creo en Dios creador del cielo y de la tierra” es confesar nuestra fe en el amor por el que Dios ha creado todo. Que Dios es creador es una verdad que debemos creer y que Dios es un amor que crea es una llamada a vivir nuestra vida de cada día creando también nosotros algo nuevo desde el amor a los demás.

En la parábola del “buen samaritano” Jesús ilustra muy bien esto de lo que estamos hablando. La ocasión para esta parábola la da el requerimiento que un doctor de la ley hace a Jesús sobre lo que es necesario para heredar la vida eterna. El Maestro le remite a la ley, que como doctor conoce muy bien, que sintetiza la maraña de la normativa judía en dos mandatos nucleares, el amor a Dios y el amor al prójimo. “Has respondido exactamente; obra así y alcanzarás la vida”, le dijo Jesús. (Lc 10,28).

El doctor no quiere bajar al terreno de la vida y hace una segunda pregunta a Jesús, también teórica: “¿y quién es mi prójimo?” (Lc 10,30).

Creyentes eran el sacerdote y el levita que no atendieron al hombre apaleado de la parábola. Su actitud muestra que su fe estaba reducida a lo doctrinal, a lo teórico. Aunque, seguramente desconocedor de la ley y la doctrina judías, el samaritano hizo un profundo acto de fe en Dios al ser su

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instrumento para que el hombre dejado por muerto a la vera del camino recuperase la vida.

Sólo si la fe la hacemos vida tiene fuerza transformadora. Jesús nos habla de la fuerza que tiene la fe para cambiar la vida. Respondiendo a una pregunta de sus discípulos que no pudieron curar a un hombre endemoniado, les echa en cara su falta de fe y dice: “Les aseguro que si tuvieran fe del tamaño de un grano de mostaza, dirían a esta montaña: “Trasládate de aquí a allá”, y la montaña se trasladaría; y nada sería imposible para ustedes”. (Mt 17,20).

¿QUÉ ES LA FE? La fe pues, que contiene una serie de verdades doctrinales

que son fundamentales para la vida del cristiano, nos pide llevar las verdades y doctrinas a la vida real de cada día, a nuestra conducta.

En YOUCAT, un hermoso libro que adapta para los jóvenes el Catecismo de la Iglesia Católica, se señalan siete características para explicar qué es la fe:

- La fe es un puro don de Dios, que lo recibimos si lo pedimos ardientemente.

- La fe es la fuerza sobrenatural que nos es necesaria para obtener la salvación

- La fe exige la voluntad libre y el entendimiento lúcido del hombre cuando acepta la invitación divina.

- La fe es absolutamente cierta porque tiene la garantía de Jesús.

- La fe es incompleta mientras no sea efectiva en el amor.

- La fe aumenta si escuchamos con más atención la voz de Dios y mediante la oración estamos en un intercambio vivo con Él.

- La fe nos permite, ya ahora, gustar por adelantado la alegría del cielo.

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Quienes disponen del Catecismo de la Iglesia Católica (CIC, así se hará en adelante la referencia a este libro) pueden completar lo anterior leyendo los siguientes números: 153- 165, 179-180, 183-184.23

TAREA PARA LA SEMANA1. ¿Qué dificultades tienes para creer en la gente?2. En este tema hemos examinado los siguientes

textos del Evangelio: Mt 23,4; Jn 10,10; Lc 10,28; Lc 10,30; Mt 17,20. Toma tu biblia y reflexiónalos detenidamente y señala qué nos dice en ellos Jesús sobre la fe.

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PRESENTACIÓN DEL TEMA En nuestro segundo encuentro vamos a tomar un

primer contacto con el Credo, la fórmula con la que cada domingo y solemnidades de la Iglesia confesamos en la celebración de la eucaristía después de la homilía del sacerdote y antes de presentarle a Dios Padre nuestras necesidades y peticiones.

Veremos cómo surgieron las dos formulaciones del credo que en la actualidad rezamos y cómo se complementan.

ORACIÓN Ojalá que a lo largo de estos encuentros nos atrevamos

a elaborar, con nuestras propias palabras y desde nuestra experiencia de Dios y de Iglesia, nuestro propio credo. Hoy oramos con el texto de una canción que se hizo famosa hace varias décadas y en la que se proclama la fe en un Dios que está al lado del pueblo.

Creo señor firmemente que de tu pródiga mente todo este mundo nació; que de tu mano de artista de pintor primitivista la belleza floreció; las estrellas y la luna, las casitas las lagunas, los barquitos navegando, sobre el río rumbo al mar; los inmensos los cafetales, los blancos algodonales y los bosques mutilados por el hacha criminal.

Los inmensos los cafetales, los blancos algodonales y los bosques mutilados por el hacha criminal.

EnCUEnTRO

Lo esencial de nuestra fe está recogido en el credo

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Creo en vos, arquitecto, ingeniero, artesano, carpintero, albañil y armador. Creo en vos, constructor de pensamiento, de la música y el viento, de la paz y del amor.

Yo creo en vos Cristo obrero, luz de luz y verdadero, unigénito de Dios, que para salvar al mundo en el vientre humilde y puro de María se encarnó.

Creo que fuiste golpeado, con escarnio torturado, en la cruz martirizado, siendo Pilatos pretor, el romano imperialista, puñetero desalmado, que, lavándose las manos, quiso borrar el error.

Yo creo en vos compañero, Cristo humano, Cristo obrero, de la muerte vencedor. Con tu sacrificio inmenso engendraste al hombre nuevo para la liberación.

Vos estás resucitando en cada brazo que se alza para defender al pueblo del dominio explotador.

Porque estás vivo en el rancho, en la fábrica en la escuela, creo en tu lucha sin tregua creo en tu resurrección.

LO ESENCIAL DE NUESTRA FE El credo recoge, como ya sabemos, lo esencial de nuestra

fe cristiana. Si tuviéramos que explicar a alguien que no es cristiano, y muestra interés por nuestra fe, qué es ser católico, bastaría que le presentáramos con sencillez lo que queda recogido en este texto.

Al credo le pasó lo que a los evangelios, que antes de ponerse por escrito circuló por las comunidades cristianas de palabra. Con el tiempo, en el seno de aquella Iglesia de los primeros siglos empezaron a aparecer distintas explicaciones sobre las verdades cristianas, algunas de ellas equivocadas y que apartaban a la gente de la verdadera fe porque eran contrarias a algunas de las enseñanzas fundamentales de los apóstoles.

Que esto sucedería ya lo advertía el apóstol Pedro. En su segunda carta dice: “En el pueblo de Israel hubo también

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falsos profetas. De la misma manera, habrá entre ustedes falsos maestros que introducirán solapadamente desviaciones perniciosas, y renegarán del Señor que los redimió, atrayendo sobre sí mismos una inminente perdición”. (2Pedro 2,1).

A estos errores se les llamó herejías. Conviene que tengamos en cuenta que, de acuerdo a la enseñanza de la Iglesia, la herejía se da cuando un bautizado persiste en la negación de una verdad que es fundamental y que todo creyente queda obligado a creer.

Todo esto llevó pues a aquella Iglesia a poner por escrito el contenido esencial de la fe cristiana.

Un poco de historiaEl credo que rezamos cada domingo es el credo apostólico

ya que está basado en la enseñanza de los apóstoles a los primeros creyentes.

La primera formulación del credo se remonta al segundo siglo, alrededor del 140 después de Cristo. Había ya para entonces un texto conocido como “Antiguo Símbolo” o “Signo Romano”, que es considerado precursor del Credo Apostólico actual. Era una fórmula de fe muy simple y sencilla que decía: “Creo en Dios el Padre Todopoderoso y en Jesucristo su hijo, nuestro Señor, y en el Espíritu Santo, la santa iglesia y la resurrección del cuerpo”

Después vino el que se conoce como Credo Apostólico y más después el credo llamado “niceno-constantinopolitano”, que recoge en una las formulaciones de los concilios de Nicea y Constantinopla, en el siglo IV.

En el Catecismo de la Iglesia Católica se nos explica todo esto con claridad. Veamos:

“192 A lo largo de los siglos, en respuesta a las necesidades de diferentes épocas, han sido numerosas las profesiones o símbolos de la fe: los símbolos de las diferentes Iglesias

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apostólicas y antiguas, el Símbolo Quicumque, llamado de san Atanasio, las profesiones de fe de varios Concilios … o de algunos Papas, como la fides Damasi, o el “Credo del Pueblo de Dios” de Pablo VI (1968).

193 Ninguno de los símbolos de las diferentes etapas de la vida de la Iglesia puede ser considerado como superado e inútil. Nos ayudan a captar y profundizar hoy la fe de siempre a través de los diversos resúmenes que de ella se han hecho.

Entre todos los símbolos de la fe, dos ocupan un lugar muy particular en la vida de la Iglesia:

194 El Símbolo de los Apóstoles, llamado así porque es considerado con justicia como el resumen fiel de la fe de los Apóstoles. Es el antiguo símbolo bautismal de la Iglesia de Roma. Su gran autoridad le viene de este hecho: “Es el símbolo que guarda la Iglesia romana, la que fue sede de Pedro, el primero de los apóstoles, y a la cual él llevó la doctrina común” (San Ambrosio).

195 El Símbolo llamado de Nicea-Constantinopla debe su gran autoridad al hecho de que es fruto de los dos primeros Concilios ecuménicos (325 y 381). Sigue siendo todavía hoy el símbolo común a todas las grandes Iglesias de Oriente y Occidente.

DOS CREDOS PERO UNA SOLA FEComo ya se ha dicho, en la Iglesia podemos actualmente

proclamar nuestra fe indistintamente con cualquiera de estos dos credos, el Apostólico y el de Nicea-Constantinopla. A continuación aparecen en paralelo ambas formulaciones, la apostólica más breve y la segunda más explícita porque añade algunas enseñanzas no apuntadas en la primera.

El motivo de estos añadidos es que en los dos concilios, el de Nicea (325) y el de Constantinopla (381) se acordó la enseñanza oficial de la Iglesia para combatir la herejía

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conocida como “arrianismo”. Arrio, sacerdote cristiano de la iglesia de Alejandría, negaba la divinidad de Jesucristo al afirmar que la segunda persona de la Trinidad era criatura de Dios, es decir, que había sido creada. Con ello negaba también la Trinidad.

Para corregir esto se convocó el Concilio de Nicea, que se celebró en el año 325, al que asistieron trescientos obispos. Como la condena del arrianismo no extinguió esta herejía, el emperador Teodosio convocó un nuevo concilio que se celebró en Constantinopla con la finalidad de restablecer la paz y la unidad religiosa basándose en el credo de Nicea. Este concilio reafirma la doctrina de Nicea y añade que el Espíritu Santo es “Señor de vida”.

Este concilio de Constantinopla, del que nace el credo “Nicenoconstantinopolitano”, o credo de Nicea- Constantinopla, da forma ya de manera explícita al dogma de la Trinidad: Dios, una esencia divina en tres personas. Al afirmar que Dios es uno en esencia y tres en personas (Padre, Hijo y Espíritu Santo) confiesa que quien ha visto al hijo ha visto al Padre (Jn 14,9), y que el Espíritu Santo se manifiesta a través del Padre y del Hijo.

Veamos continuación en paralelo el contenido de estos dos credos:

CREdO APOSTÓLiCO

Creo en dios Padre Todopoderoso, creador del cielo y de la tierra.

Creo en Jesucristo, su único Hijo, nuestro Señor,

CREdO niCEA-COnSTAnTinOPLA

Creo en un sólo dios, Padre Todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra, de todo lo visible y lo invisible.

Creo en un solo Señor, Jesucristo, Hijo único de dios, nacido del Padre antes de todos los siglos: dios de dios,

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CREdO APOSTÓLiCO CREdO niCEA-COnSTAnTinOPLA

que fue concebido

por obra y gracia del Espíritu Santo; nació de Santa María Virgen;

padeció bajo el poder de Poncio Pilato; fue crucificado, muerto y sepultado; descendió a los infiernos; al tercer día resucitó de entre los muertos; y subió a los cielos; está sentado a la derecha del Padre, y desde allí ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos.

Creo en el Espíritu Santo,

la Santa iglesia católica, la Comunión de los Santos,

el perdón de los pecados,

la resurrección de la carne y la vida eterna. Amén

Luz de Luz, dios verdadero de dios verdadero; engendrado, no creado, de la misma naturaleza del Padre por quien todo fue hecho, que por nosotros, los hombres, y por nuestra salvación bajó del cielo, y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María, la Virgen, y se hizo hombre.

Y por nuestra causa fue crucificado en tiempos de Poncio Pilato; padeció y fue sepultado, y resucitó al tercer día, según las Escrituras, y subió al cielo, y está sentado a la derecha del Padre; y de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos, y su reino no tendrá fin.Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre y del Hijo, que con el Padre y el Hijo, recibe una misma adoración y gloria, y que habló por los profetas.Creo en la iglesia, que es Una, Santa, Católica y Apostólica. Confieso que hay un solo Bautismo para el perdón de los pecados.Espero la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro. Amén.

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YO CREO “No por casualidad, dice el Papa en “Porta Fidei”,

el documento con el que convoca el “Año de la Fe”, los cristianos en los primeros siglos estaban obligados a aprender de memoria el Credo. Esto les servía como oración cotidiana para no olvidar el compromiso asumido con el bautismo”. Hoy nosotros hemos perdido esa costumbre y el credo ha quedado como una parte de la celebración eucarística dominical.

Ojalá que este “Año de la Fe” nos ayude a redescubrir el valor de esta fórmula de nuestra fe. “El símbolo del sacrosanto misterio que recibisteis todos a la vez y que hoy habéis recitado uno a uno, dice San Agustín, no es otra cosa que las palabras en las que se apoya sólidamente la fe de la Iglesia, nuestra madre, sobre la base inconmovible que es Cristo el Señor… Recibisteis y recitasteis algo que debéis retener siempre en vuestra mente y corazón y repetir en vuestro lecho; algo sobre lo que tenéis que pensar cuando estáis en la calle y que no debéis olvidar ni cuando coméis, de forma que, incluso cuando dormís corporalmente, vigiléis con el corazón”

Tengamos en cuenta un último aspecto. La confesión de nuestra fe es personal; hay que hacerla por tanto en primera persona. Aún estando reunidos en comunidad de hermanos, en la eucaristía dominical o en la celebración de la Palabra, cuando rezamos el credo lo tenemos que hacer en primera persona, porque de su fe nadie, sino uno mismo, puede dar cuenta.

CREEMOS SEGÚN LAS ESCRITURAS Antes de adentrarnos en el estudio del Credo conviene que

tengamos claro que las frases y expresiones que conforman nuestra confesión de fe, aunque lógicamente están basadas

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en las Escrituras, no están tomadas literalmente de ellas pues ya se ha señalado que se trata de un compendio de los principios fundamentales de nuestra fe cristiana.

De todos modos, aunque no literalmente, todas y cada una de las afirmaciones que se dicen en el Credo tienen la Palabra de Dios como su origen y fuente, y como soporte pues, como veremos a lo largo de este curso, se apoyan en verdades del Antiguo Testamento, de los evangelios y de los escritos y cartas de los Apóstoles.

Es precisamente este fundamento bíblico de sus verdades por lo que el credo es aceptado tanto por la Iglesia Católica, como por la Iglesia ortodoxa y las religiones cristianas históricas.

TAREA PARA LA SEMANAHemos visto al estudiar este tema que Benedicto XVI, en

Porta Fidei, nos ha recordado que en los primeros tiempos de la Iglesia, los creyentes se aprendían de memoria el credo y lo rezaban diariamente para no olvidar el compromiso bautismal. En esta semana vas a dedicar un tiempo a memorizar bien uno de estos credos que estamos estudiando en este curso; tal vez el que en tu comunidad se emplee con menos frecuencia en las celebraciones.

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PRESENTACIÓN DEL TEMACon los tres temas primeros nos hemos acercado al

estudio del CREDO haciendo reflexiones previas que era importante tener en cuenta. En este cuarto tema vamos a reflexionar por qué creemos que hay un solo Dios y el significado de su nombre.

ORACIÓNCreemos en Dios sobre todas las cosas. Creemos en Jesús,

que es la luz de la vida. Creemos que Jesús murió y que su gesto de dar la vida por nosotros y su posterior victoria sobre la muerte nos marcan el camino que cambia y transforma al hombre y al mundo.

Cada vez que nuestra conducta se asocia a la suya, nos parecemos a él. Cada vez que hacemos sonreír al prójimo, contemplamos la resurrección. Cada vez que perdonamos, resucitamos.

Porque perdonar equivale a posibilitar el nacimiento de una nueva manera de vivir tanto en las personas como en la sociedad.

Creemos en el hombre, a pesar de que muchos nos decepcionan y de que nosotros mismos decepcionamos a los demás.

Con la fuerza y el dinamismo de la resurrección de Cristo, esperamos que un día todos venceremos el mal e incluso la misma muerte.

EnCUEnTRO

Creo en un solo dios

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Creemos en el hombre, como guardián de este mundo. Renovados por la fe en Cristo resucitado, esperamos que no destruya la naturaleza sino que la salve.

(Tomado de “los otros credos”, Dabar, México 2000)

DIOS ES UNO SOLOEl Credo o Símbolo de los Apóstoles comienza diciendo:

“creo en Dios, Padre todopoderoso, creador del cielo y de la tierra”. El de Nicea-Constantinopla dice: “creo en un solo Dios, Padre todopoderoso, creador del cielo y de la tierra”. Este segundo credo, pues, añade la característica de la unicidad de Dios. Recordemos que, como se explicó en el tema anterior, al Credo Apostólico se le añadieron algunos términos para salir al paso de herejías que negaban alguna verdad fundamental de la fe cristiana en aquellos primeros siglos.

¿PODRÍA HABER MAS DE UN DIOS?Para nosotros, cristianos de siempre, la idea de que hay

un solo Dios no nos cuesta trabajo aceptarla. Pero no es así para todo el mundo y tampoco ha sido así a lo largo de la historia.

Las religiones se dividen en tres grandes bloques o clases:a) Politeístas: Admiten una pluralidad de dioses.

Incapaz de dar el hombre explicación y unidad integradora a lo que acontece en la tierra –terremotos, inundaciones, sequías, fertilidad, esterilidad etc, etc- tiende a hacerse un dios para cada una de esas realidades que no puede ni entender ni gestionar. Politeístas son las antiguas religiones egipcia, griega, romana, celta o nórdica, la azteca, la inca etc.

b) Monoteístas: Admiten un solo Dios a quien consideran un Ser Supremo, Absoluto y personal que

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es el fundamento último de todo. Las tres grandes religiones monoteístas son el cristianismo, cuya fuente de revelación es la Biblia, el judaísmo, en esta religión el libro sagrado es la Torah, y el Islam, que se guía por el Corán.

c) Animistas: Creencia en la existencia de espíritus que animan todas las cosas. El animismo es típico de las sociedades primitivas. Los fenómenos no explicables se considera que están regidos por fuerzas oscuras. Típico de estas religiones es el recurso a la magia. En la actualidad en muchos lugares, principalmente del continente africano, donde todavía perviven las religiones animistas.

Para nosotros Dios no puede ser mas que uno sólo porque, entendida la fe como adhesión total a un Ser que da sentido a nuestras vidas, la existencia de otros dioses imposibilitaría esa adhesión a uno solo.

Pongamos el caso de los enamorados, de las parejas o de los matrimonios. La entrega total a una persona solo puede hacerse de forma unitaria e integradora. Si amar es darse totalmente, la donación total solo puede hacerse a una persona. Esto no quiere decir que el ser humano no está en capacidad de amar a más personas; cualquier otra donación y entrega quedará englobada en ese amor prioritario.

Si hubiere dos o más dioses, de acuerdo a las leyes de la lógica, es decir, partiendo de nuestra concepción de Dios como Ser Supremo, un dios limitaría a otro y ninguno de ellos sería entonces ser supremo, ninguno sería infinito, tampoco perfecto. En definitiva, ninguno de los dos sería realmente Dios.

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ESCUCHA ISRAELAsí lo entendió el Pueblo de Israel. En el libro del

Deuteronomio leemos: “Escucha, Israel: el Señor, nuestro Dios, es el único Señor. Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas. Graba en tu corazón estas palabras que yo te dicto hoy. Incúlcalas a tus hijos, y háblales de ellas cuando estés en tu casa y cuando vayas de viaje, al acostarte y al levantarte. Átalas a tu mano como un signo, y que estén como una marca sobre tu frente. Escríbelas en las puertas de tu casa y en sus postes” (Dt 6,4-9) Este texto muchos lo consideran el credo de Israel.

En otros muchos textos del Antiguo Testamento se recoge esta verdad de la unicidad de Dios en la que se fundamenta la fe del pueblo de Israel: “Miren bien que yo, sólo yo soy, y no hay otro dios junto a mí. Yo doy la muerte y la vida, yo hiero y doy la salud, y no hay nadie que libre de mi mano”. (Dt 32,39) En el Segundo Libro de Samuel: “Por eso tú eres grande Señor, no hay nadie como tú, ni hay Dios fuera de ti, por todo lo que hemos escuchado con nuestros propios oídos” (2 Samuel 7,22).

Aunque son muchos los textos en los que queda constancia de que la fe del pueblo de Israel se sustentó en la creencia en un Dios único, miremos rápidamente estos que se citan a continuación: 1 Reyes 8,60; Nehemías 9,6; Salmo 18,31; Salmo 86,10, Isaías 37,16-20; Isaías 44,6-8; Oseas 13,4; Zacarías 14,9

EL PUEBLO SE APARTÓ DE DIOS Y ADORÓ LOS ÍDOLOSEl pueblo de Israel, que había visto cómo Dios le escogió

como pueblo y lo liberó de la esclavitud de Egipto, no fue fiel a ese Dios y se apartó de él adorando otros dioses que él mismo hizo con sus manos.

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Veamos este pasaje del libro del Éxodo: “Cuando el pueblo vio que Moisés tardaba en bajar del monte, se reunió el pueblo en torno a Aarón y le dijeron: “Anda, haznos un dios que vaya delante de nosotros, ya que no sabemos qué ha sido de Moisés, el hombre que nos sacó de la tierra de Egipto.” Aarón les respondió: “Quitad los pendientes de oro de las orejas de vuestras mujeres, de vuestros hijos y vuestras hijas, y traédmelos.” Y todo el pueblo se quitó los pendientes de oro que llevaba en las orejas, y los entregó a Aarón. Los tomó él de sus manos, hizo un molde y fundió un becerro. Entonces ellos exclamaron: “Este es tu Dios, Israel, el que te ha sacado de la tierra de Egipto.” Viendo esto Aarón, erigió un altar ante el becerro y anunció: “Mañana habrá fiesta en honor de Yahveh.” Al día siguiente se levantaron de madrugada y ofrecieron holocaustos y presentaron sacrificios de comunión. Luego se sentó el pueblo a comer y beber, y después se levantaron para solazarse.

Entonces habló Yahveh a Moisés, y dijo: “¡Anda, baja! Porque tu pueblo, el que sacaste de la tierra de Egipto, ha pecado. Bien pronto se han apartado el camino que yo les había prescrito. Se han hecho un becerro fundido y se han postrado ante él; le han ofrecido sacrificios y han dicho: “Este es tu Dios, Israel, el que te ha sacado de la tierra de Egipto. Y dijo Yahveh a Moisés: “Ya veo que este pueblo es un pueblo de dura cerviz”. (Ex 32,1-9)

En varios momentos de su historia el pueblo de Israel estuvo tentado de idolatría y, para ayudarle a mantenerse fiel, Dios, por medio de los profetas, le recordaba su compromiso, la Alianza. En el libro de Jeremías se dice: “¡Escuchen, casa de Israel, la palabra que les dirige el Señor! Así habla el Señor: No imiten las costumbres de los paganos ni se atemoricen por los signos del cielo, porque son los paganos los que temen esas cosas. Sí, el Terror de los pueblos no vale nada: es una madera

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que se corta en el bosque, una obra cincelada por la mano del orfebre; se la embellece con plata y oro, se la asegura con clavos y martillos, para que no se tambalee. Ellos son como un espantapájaros, en un campo de pepinos; no pueden hablar, hay que transportarlos, porque no dan ni un paso. ¡No les tengan miedo, no hacen ningún mal, ni tampoco son capaces de hacer el bien! No hay nadie como tú, Señor: tú eres grande y es grande la fuerza de tu Nombre. ¿Quién no sentirá temor de ti, Rey de las naciones? Sí, eso es lo que te corresponde, porque entre todos los sabios de las naciones y en todos sus reinos, no hay nadie como tú. Todos ellos, por igual, son estúpidos y necios: vana es su enseñanza, no son más que madera, plata laminada traída de Tarsis y oro de Ufaz, obra de un orfebre, de las manos de un fundidor, con vestiduras de púrpura y carmesí: ¡obra de artesanos es todo eso! Pero el Señor es el Dios verdadero, él es un Dios viviente y un Rey eterno. Cuando él se irrita, la tierra tiembla y las naciones no pueden soportar su enojo. Esto es lo que ustedes dirán de ellos: “Los dioses que no hicieron ni el cielo ni la tierra, desaparecerán de la tierra y de debajo del cielo”. Con su poder él hizo la tierra, con su sabiduría afianzó el mundo, y con su inteligencia extendió el cielo. Cuando él truena, retumban las aguas en el cielo, hace subir las nubes desde el horizonte, desata la lluvia con los relámpagos, hace salir el viento de sus depósitos. El hombre queda aturdido, sin comprender, el fundidor se avergüenza de su ídolo, porque su estatua es una mentira, y en nada de eso hay aliento de vida; son pura vanidad, una obra ridícula, perecerán cuando haya que dar cuenta. Pero no es como ellos la Parte de Jacob, porque él ha modelado todas las cosas; Israel es la tribu de su herencia, su nombre es: “Señor de los ejércitos”. (Jr 10,1-16)

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LOS NUEVOS ÍDOLOSComo acabamos de ver, creer en el Dios único, Yavhé,

y a la vez adorar ídolos, fue una práctica bastante frecuente en el pueblo de Israel. Hoy ocurre algo parecido. La fe en el Dios único de muchos creyentes es una fe, como vimos en temas anteriores, teórica o que se queda en el ámbito de las ideas, de lo doctrinal. La fe práctica suele ir por otro camino, el camino que nos marcan las tendencias sociales. Los grandes centros comerciales se asemejan mucho a nuestras catedrales y basílicas; son auténticos templos en los que se adora al dios consumo y al que se rinde tributo gastando el dinero en las tiendas, que son como altares en los que se hacen sacrificios.

El seguimiento que se da a personajes famosos, deportistas, artistas, etc, convertidos en mitos y en ídolos, que suscitan tanta admiración y seguimiento que hasta la vida algunos darían por ellos, son versiones actuales de idolatría. No hace mucho la cantante norteamericana Lady Gaga dio un único concierto en la ciudad de Barcelona, en España. La televisión de aquel país reportó que un joven estuvo dieciséis días en la taquilla para conseguir la primera boleta del concierto, lo que le daría la oportunidad de ocupar una de las primeras localidades y saludar en persona a la artista. Como el anciano Simeón, del que nos habla el evangelio de Lucas, que tras ver al Señor presentado en el templo sentía que podía ya morirse en paz (Lc 2,29), este joven declaró que todos sus sueños y deseos en la vida se cumplían con ese fugaz encuentro con su ídolo.

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EL DIOS DEL NUEVO TESTAMENTOTerminemos este tema en el que hemos reflexionado

sobre la unicidad de Dios, haciendo una referencia al Nuevo Testamento.

Jesús, como judío que era, nos habla también de un Dios único, al que él llama Abbá, Padre. “Un escriba que los oyó discutir, al ver que les había respondido bien, se acercó y le preguntó: “¿Cuál es el primero de los mandamientos?” Jesús respondió: “El primero es: Escucha, Israel: el Señor nuestro Dios es el único Señor; y tú amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma, con todo tu espíritu y con todas tus fuerzas. El segundo es: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento más grande que estos”. (Mc 12, 29-31)

En Juan leemos: “y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado” (Jn 17,3)

Otros textos Nuevo Testamento que nos hablan de la unicidad de Dios son: Romanos, 3,3; 1 Corintios 8,4-6; Gálatas 3,20; Efesios 4,6; 1Ttimoteo 1,17 y 2,5; Santiago 2,19.

ÚNICO PERO NO ARROGANTEUna última anotación. Que Dios sea único, que no haya

otros dioses mas que él no significa que su unicidad sea expresión de soberbia u orgullo. Dios es único en su poder, un poder, como veremos en un próximo tema, utilizado a favor de nosotros.

Dios ha compartido con nosotros esa condición de ser únicos. También a nosotros Dios nos ha creado siendo únicos e irrepetibles.

Ni las las personas más parecidas e iguales lo son totalmente. Nadie de nosotros es uno mas entre millones de personas, somos piezas únicas, obras de arte únicas y como

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tales nuestro valor es impagable. De hecho el día que hubo que pagar por nosotros un precio se hizo con la sangre de su hijo.

TAREA PARA LA SEMANALa tarea de esta semana consiste en observar. En Israel

idolatría y fe en el Dios único se mezclaron en muchos momentos. Eso mismo ocurre hoy. Identifica señales de idolatría que se dan hoy en algunos cristianos.

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PRESENTACIÓN DEL TEMAEl primer calificativo que damos a Dios cuando

confesamos nuestra fe al pronunciar al credo es el de Padre. El Credo lo tenemos que reflexionar partiendo precisamente de que el Dios en el que creemos es Padre. De Dios, en cuanto Padre compasivo y misericordioso, vamos a hablar en este tema de hoy.

ORACIÓNPorque Dios es nuestro Padre y nosotros somos hermanos,

renunciamos a creernos superiores a los demás, esto es, a cualquier tipo de abuso, de discriminación, fariseísmo, hipocresía, cinismo, orgullo, egoísmo personal, desprecio.

Porque Dios es nuestro Padre y nosotros somos hermanos, renunciamos a inhibirnos ante las injusticias y necesidades de las personas e instituciones, por cobardía, pereza, comodidad, ventajas personales.

Porque Dios es nuestro Padre y nosotros somos hermanos, renunciamos a los criterios y comportamientos materialistas, que consideran el dinero como la aspiración suprema de la vida, al negocio como valor absoluto, al propio bien por encima del bien común.

Creemos que el Padre, al entregarnos a su Hijo, nos dio la mayor prueba de amor y, al resucitarlo, dio validez definitiva a su vida.

(Adaptado de “Los otros credos”, Dabar, México 2000)

EnCUEnTRO

Padre

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UN DIOS AL QUE TEMERLa experiencia religiosa de muchas personas se centra en

la fe en un Dios al que se teme.El dios de no pocas religiones es un ser considerado

hostil al hombre, un ser al que hay que aplacar y satisfacer con sacrificios y ofrendas, un ser que da miedo.

En no pocos cristianos hoy todavía prevalece esta idea de un dios juez, castigador y justiciero que pareciera que está con la mano levantada esperando que cometamos un error para castigarnos. A ello ha contribuido mucho una errada religiosidad en la que, más antes que ahora, se ha educado a las personas desde la infancia. Cuántas veces a un niño no se le ha dicho: “no hagas tal cosa que Dios te va a castigar”. Quienes desde niños ha tenido esa referencia de Dios es muy probable que predomine en ellos la idea de un dios castigador.

La prevalencia de este concepto de Dios en muchas personas ha llevado al enfermizo síndrome de los escrúpulos, verdadero tormento para mucha gente que no tiene una conciencia bien formada. Técnicamente podríamos definir los escrúpulos como “un desasosiego excesivo que experimentan algunas conciencias por temer, por razones de poco peso, haber ofendido a Dios”. De la misma manera que no es buena ni sana, porque va contra la propia naturaleza de la familia, la relación basada en el miedo de un hijo hacia su padre, tampoco es correcta la relación de un creyente con Dios basada únicamente en el miedo y temor al castigo. En cierto modo podríamos decir que creer en un dios castigador no es creer en el Dios verdadero. Esa sería una forma de idolatría.

En muchos momentos de su historia el pueblo de Israel entendió los sufrimientos que padecía como un castigo de Dios que vengaba su mal comportamiento. Lo recoge muy bien el profeta Oseas. Nos habla de la relación amorosa de Dios con su pueblo como la del esposo con una esposa que

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se ha prostituido, pero a quien sigue queriendo: “Escuchen la palabra del Señor, israelitas, porque el Señor tiene un pleito con los habitantes del país: ya no hay fidelidad, ni amor, ni conocimiento de Dios en el país. Sólo perjurio y engaño, asesinato y robo, adulterio y extorsión, y los crímenes sangrientos se suceden uno tras otro” (Oseas 4,1)

Culpa Dios de estos pecados a los sacerdotes y su ira se convierte en una gran amenaza para todos: “No, que nadie acuse ni haga reproches! ¡Mi pleito es contigo, sacerdote! Tú tropezarás en pleno día; también el profeta tropezará en la noche junto contigo, y yo haré perecer a tu madre. Mi pueblo perece por falta de conocimiento. Porque tú has rechazado el conocimiento, yo te rechazaré de mi sacerdocio; porque has olvidado la instrucción de tu Dios, también yo me olvidaré de tus hijos. Todos, sin excepción, pecaron contra mí, cambiaron su Gloria por la Ignominia. Se alimentan con el pecado de mi pueblo y están ávidos de su iniquidad. Pero al sacerdote le sucederá lo mismo que al pueblo: yo le pediré cuenta de su conducta y le retribuiré sus malas acciones. Comerán, pero no se saciarán, se prostituirán, pero no aumentarán, porque han abandonado al Señor, para entregarse a la prostitución”(Oseas 4,4-10)

Pero el propio Dios se ocupa de mostrarle a este pueblo su lado paternal, su lado compasivo: “¿Cómo voy a abandonarte, Efraím? ¿Cómo voy a entregarte, Israel? ¿Cómo voy a tratarte como a Admá o a dejarte igual que Seboím? Mi corazón se subleva contra mí y se enciende toda mi ternura: no daré libre curso al ardor de mi ira, no destruiré otra vez a Efraím. Porque yo soy Dios, no un hombre: soy el Santo en medio de ti, y no vendré con furor” (Oseas 11,8-9).

Quien aguanta su enojo y su rabia y reprime su ira actúa así porque, en definitiva, es Dios, no un hombre, es el santo, es decir, la bondad por excelencia.

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JESÚS NOS HA REVELADO A DIOS COMO PADRE“Todos los que son conducidos por el Espíritu de Dios

son hijos de Dios. Y ustedes no han recibido un espíritu de esclavos para volver a caer en el temor, sino el espíritu de hijos adoptivos, que nos hace llamar a Dios ¡Abbá!, es decir, ¡Padre!” (Romanos 8,14)

A los miembros de la comunidad cristiana de Roma, Pablo les dice que son hijos de un Dios Abbá, es decir, de un Dios que es Padre que ha sacudido de sus vidas el espíritu de esclavos.

De Dios como Abbá, como Padre, nos ha hablado Jesucristo. Podríamos decir que ésta ha sido su gran revelación, la gran novedad de su Evangelio. Dicen los expertos que esta palabra Abba es la única que el evangelio ha conservado intacta del arameo. Traducida significaría “padre querido” o “papi”, expresión que quiere resaltar el aspecto de ternura, de cariño y de relación íntima con Dios.

Cuando Jesús dice que Dios es Padre, no está trasladando a sus discípulos una idea o una verdad en la que cree. Es mucho más que eso, Jesús está compartiendo una experiencia personal. Jesús experimenta a Dios como Padre y se posiciona frente a Él como hijo.

En la mentalidad semita, ser hijo conllevaba la exigencia de parecerse al padre, actuando y viviendo como él. Porque Jesús tiene plena confianza en el Abbá “su alimento, es decir, lo que sostiene su vida, lo que da la fortaleza es hacer su voluntad y llevar a cabo su obra” (Jn 4,34)

La palabra Abbá, Padre, aplicada a Dios es una analogía, lo que quiere decir, que no logra reunir en su significado toda la grandeza de Dios, no puede contener todo su misterio. Es decir, Dios es mucho más que Abbá, mucho más que Padre, pero es Padre.

Si a Dios lo reducimos a Padre en el sentido humano estamos entonces, aún inconscientemente, dándole tratamiento

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de ídolo. Al señalar esto, lo que se quiere advertir, entre otras cosas, es que la paternidad de Dios no entra en la dinámica humana del binomio “paternalismo-infantilismo, autoritarismo-sometimiento.

Las estadísticas dicen que, nada más y nada menos, en ciento setenta ocasiones Jesús se refiere a Dios llamándolo Padre.

La experiencia de Dios que tiene Jesús es la de un Dios Padre: que cuida de las criaturas más frágiles, hace salir el sol sobre buenos y malos, que se da a conocer a los pequeños, defiende a los pobres, cura a los enfermos, busca a los perdidos. “Ustedes han oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo. Pero yo les digo: Amen a sus enemigos, rueguen por sus perseguidores; así serán hijos del Padre que está en el cielo, porque él hace salir su sol sobre malos y buenos y hace caer la lluvia sobre justos e injustos” (Mt 5,43-45), leemos en el evangelio de San Mateo. Porque Dios es como un Padre que ama a todos, a los buenos y a los malos, nosotros no podemos ampararnos en ninguna ley o tradición para odiar a los adversarios. Dios Padre denuncia toda forma de exclusión.

La idea de Dios Padre hoy no es fácil de aceptar para todos. En su Audiencia General del miércoles, 23 de mayo del 2012, el Papa Benedicto XVI habló de la dificultad que para algunos tiene comprender y acoger la idea de Dios Padre por las experiencias negativas vividas en la familia con respecto a la persona del padre de familia. Señaló el Pontífice: “Tal vez el hombre moderno no percibe la belleza, la grandeza y el profundo consuelo contenidos en la palabra “padre” con la que podemos dirigirnos a Dios en la oración, porque la figura paterna a menudo hoy no está suficientemente presente, y a menudo no es suficientemente positiva en la vida diaria. La ausencia del padre, el problema de un padre no presente en

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la vida del niño es un gran problema de nuestro tiempo, por lo que se hace difícil entender en profundidad qué significa que Dios sea Padre para nosotros”

DIOS NO ES VARÓNConsciente o inconscientemente, el término Padre nos

evoca el género masculino, un Dios varón. Así lo vemos representado en la iconografía, tanto trinitaria como la específica de la primera persona del Misterio. En el caso de Dios Padre abunda la imagen de un anciano, con larga barba blanca, de rostro bondadoso, como el de todos los ancianos.

Es bueno recordar que la referencia a Dios como Padre se hace por analogía. Cada vez se emplea más el término Padre-Madre para referirnos a Dios. Esta idea de Dios Padre-Madre, comenta Henry Nouwen en su libro “El regreso del hijo pródigo” queda bien recogida por Rembrandt, un pintor holandés del siglo XVII. Si miramos la pintura podremos observar que la mano derecha del padre que abraza al hijo que regresa es más estilizada y fina que la izquierda, que parece más ruda y vellosa. Dice Nouwen que la mano izquierda es de mujer y la derecha de varón. Si realmente el artista holandés quiso expresar en su pintura que Dios, representado en la parábola como el padre, es Padre y Madre a la vez, hay que admirarse de ello, sobre todo tratándose de un tiempo en el que apuntar tan alto en el pensamiento religioso era bien arriesgado.

Aunque es Jesús quien de manera más clara y determinante nos ha hablado de Dios como Padre, también en el Antiguo Testamento hay señales de ellos. Por ejemplo, en el libro del Deuteronomio leemos: “¿Así le pagas al Señor, pueblo necio e insensato? ¿Acaso él no es tu padre y tu creador, el que te hizo y te afianzó?” (Dt 32,6) Y en otro lugar: “¿No tenemos todos un solo Padre? ¿No nos ha creado un solo Dios? ¿Por qué

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nos traicionamos unos a otros, profanando así la alianza de nuestros padres?” (Malaquías 2,10)

Y también en este Primer Testamento encontramos referencia a Dios como madre. En el libro del profeta Isaías leemos: “Como un hombre es consolado por su madre, así yo los consolaré a ustedes, y ustedes serán consolados en Jerusalén” (Isaías 66,13)

UN DIOS CERCANODice San Agustín que “Dios es más íntimo que mi propia

intimidad”. Es imposible representar con más fuerza la cercanía de Dios en nosotros. Jesús tenía conciencia clara de que “el Padre y yo somos uno” (Jn 10,30) y que, por tanto, “el que me ha visto a mi ha visto al Padre” (Jn 14,9).

Jesús experimenta a Dios como alguien cercano, bueno y entrañable. Éste es el rasgo más característico de la oración de Jesús, que es el escenario donde podemos percibir claramente la relación paterno filial entre Jesús y el Padre.

La oración de Jesús era impactante. La gente acostumbraba a dirigirse a Dios en tono más solemne, acentuando la distancia y el temor reverencial. Tal vez por ello, los discípulos le piden a Jesús que les enseñe a orar de la manera que él se comunica con su Padre: “Un día, Jesús estaba orando en cierto lugar, y cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: “Señor, enséñanos a orar, así como Juan enseñó a sus discípulos”. Él les dijo entonces: “Cuando oren, digan: Padre, santificado sea tu Nombre, que venga tu Reino; danos cada día nuestro pan cotidiano; perdona nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a aquellos que nos ofenden; y no nos dejes caer en la tentación”. (Lucas 11,1-4)

La palabra Padre es la primera palabra de Jesús al dirigirse a Dios en esta oración. Con ella se entra en un clima de confianza e intimidad que debe llenar todas las peticiones

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que siguen. Jesús quiere que sus seguidores oren con la confianza de sentirse hijos e hijas muy amados del Padre Dios y hermanos solidarios de todos. Dios es el Padre de todos, sin discriminación ni exclusión alguna. No pertenece a un solo pueblo ni es propiedad de una religión. Todos lo pueden invocar como Padre.

El rasgo más característico de ese Dios Padre que Jesús experimenta en su vida es la bondad: Dios es un Padre Bueno. Para Jesús Dios es una presencia buena que bendice la vida. Dios es bueno con todos sus hijos e hijas, lo más importante para él son las personas, más que los sacrificios o el sábado. Dios sólo quiere el bien de las personas, y nada debe ser utilizado contra las personas, y menos aún la religión.

LA PARáBOLA DEL PADRE BUENOEn la parábola llamada del “hijo pródigo”, que mejor ha

de ser llamada del “Padre Bueno”, Jesús describe con maestría a ese Dios Padre Bueno. Es un padre cercano que respeta las decisiones de sus hijos y les permite seguir libremente su camino. A él siempre se puede volver sin temor. Sale al encuentro del hijo hambriento que retorna, lo abraza y besa como una madre y grita a todos su alegría; lo acoge tal como es; no le reprocha nada, no le impone castigo, no le plantea ninguna condición para aceptarlo de nuevo en casa, ni le exige un ritual de purificación. Sencillamente lo ama y sólo busca su felicidad; el hijo ha de conocer junto al Padre la fiesta buena de la vida (Lc 15,11-32).

Este Dios de Jesús no es el Dios vigilante de la ley, atento a las ofensas de sus hijos, que da a cada uno su merecido y no conoce el perdón si antes no se han cumplido escrupulosamente unas condiciones. Cuando Dios es captado como poder absoluto que gobierna y se impone por la fuerza

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de su ley, emerge una religión regida por el rigor, los méritos y los castigos.

Cuando Dios es experimentado como bondad y misericordia, nace una religión fundada en la confianza. Dios no aterra por su poder y su grandeza, sino que seduce por su bondad y cercanía. Se puede confiar en él.

Este Dios Bueno es el que Jesús anuncia y muestra. De mil maneras lo decía a los enfermos, desgraciados, indeseables y pecadores: Dios es para los que tienen necesidad de que sea bueno.

TAREA PARA LA SEMANA1. Hoy haremos un poco de memoria. Piensa en

tu forma de expresar tu religiosidad. Identifica momentos en tu vida en los que, como Jesús, has experimentado a Dios como Padre.

2. Examina también si en ti quedan señales de que tienes miedo a Dios.

3. Por qué decimos que, al ser Dios Padre, no podemos nosotros justificar ningún tipo de exclusión con nadie.

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PRESENTACIÓN DEL TEMAAl Dios con el que Jesús nos ha enseñado a

relacionarnos como Padre, le reconocemos también como TODOPODEROSO. En el tema de hoy vamos a tratar de responder a esta pregunta: ¿qué decimos cuando confesamos que Dios es TODOPODEROSO?

ORACIÓNCreemos, Padre, que tu palabra es acción creadora de

historia, que suscita un pueblo y una nueva humanidad. Creemos que esa Palabra tuya se ha hecho carne en Jesús de Nazaret; palabra de novedad absoluta y de absoluta liberación. Palabra de juicio sobre todo hombre y sobre el mundo, contra toda desigualdad e injusticia. Esta Palabra -Jesús de Nazaret- escruta radicalmente el mundo, interpelándonos para una vida nueva en medio de nuestras contradicciones. Ninguna otra palabra es más absoluta. Nadie mas es justo ante tu mandato absoluto de igualdad y de amor.

En adelante, toda la historia debe convertirse en fraternidad y servicio. Nadie puede ya vivir para si mismo, sino que tiene que dar la vida por los hermanos: morir socialmente por una relación de igualdad.

Reconocemos que solo la presencia de tu Espíritu puede vencer la dureza de nuestro corazón, liberarnos de nuestro individualismo, poner responsablemente nuestros pasos en el camino de los pobres.

EnCUEnTRO

Todopoderoso

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Inquiétanos, Señor. Ayúdanos a inquietar nuestra ciudad, nuestro barrio, nuestra fabrica, nuestra escuela, nuestra casa, y tu Iglesia.

(Tomado de “Los otros credos”, Dabar, México 2000)

UN DIOS OMNIPOTENTEDecir que Dios es todopoderoso es lo mismo que decir

que es omnipotente. Cuando el ángel Gabriel presenta a María la propuesta de Dios, ser la madre del Mesías que el pueblo esperaba por años, algo que parecía por demás imposible, como prueba de que habla en serio y que lo que parece imposible no lo es, le anuncia que su prima Isabel, ya en edad avanzada e imposibilitada de procrear, está de seis meses y va a tener un hijo. Gabriel termina su encuentro con María aclarándole que eso puede ser así “porque no hay nada imposible para Dios” (Lc 1,37)

Desde nuestra lógica humana Dios no puede ser otra cosa que Todopoderoso porque esa es la única razón por la que en Él ponemos nuestra confianza, en Él nos abandonamos seguros de que estando en sus manos, estamos en las mejores manos. Cuando caemos enfermos y tenemos que ir al médico nos aseguramos, si está en nuestras manos, de que el galeno sea de garantía, es decir, que tenga poder en su área y es por ello que le encomendamos la tarea de curarnos. Un niño confía ciegamente en su papá y, agarrado de su mano, sabe que no corre ningún peligro.

Jesús se siente vencedor del mundo porque el Padre ha compartido con él el poder para dar vida.

Porque Dios es Todopoderoso, Jesús encomienda al Padre su Espíritu, su vida, (Lc 23,45) Y esa misma confianza es la que el Maestro pide a sus discípulos: “Se acerca la hora, y ya ha llegado, en que ustedes se dispersarán cada uno por su lado, y me dejarán solo. Pero no, no estoy solo, porque el

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Padre está conmigo. Les digo esto para que encuentren la paz en mí. En el mundo tendrán que sufrir; pero tengan valor: yo he vencido al mundo”. (Jn 16, 32-33) El reproche de Jesús a Pedro parece excesivo. El discípulo con el anuncio de la Pasión veía en peligro todas las esperanzas puestas en su líder al que, para seguirlo, dejó atrás su vida de pescador: “Pedro, tomando la palabra, dijo: “Tú sabes que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido. ¿Qué nos tocará a nosotros?” (Mt 19,27)

EL PODER DE DIOS ES UN MISTERIOEn cierto modo, aún desde la fe, podemos decir que para

nosotros la omnipotencia de Dios es un misterio que no alcanzamos a comprender. Sabemos que Dios es el creador, que hacer todo de la nada supone que hay mucho poder en sus manos. Decimos que es Dios quien gobierna y dirige lo creado, pero a menudo nos preguntamos que, si Dios es así, si Dios, es quien gobierna y rige el mundo, ¿por qué hay tanto mal, tanta guerra, tanta destrucción y violencia, tanta muerte cuando Él es el Dios de la vida?

Cuando el 11 de septiembre del 2001 un acto terrorista destruyó las Torres Gemelas de Nueva York y destruyó buena parte del edificio del Pentágono, muchos se preguntaron dónde estaba Dios en aquellas horas, por qué permitió que ese abominable hecho ocurriera, por qué no desvió los aviones hacia un lugar dónde un menor número de personas quedara expuesta a la muerte.

Recuerdo que por aquel entonces, en un programa de televisión en que se abordó este tema, dije que Dios, ese 11 de septiembre estaba llorando amargamente la pérdida de sus hijos y que además sus lágrimas eran mayores que las nuestras porque estaba en una incomodísima posición al ser el Padre de los inocentes asesinados, pero también

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de los asesinos que mataban. Sólo alguien que haya pasado por la dramática experiencia de ver a un hijo matar a su hermano puede hacerse idea del dolor de Dios Padre ese día.

El profeta Isaías nos ayuda a acoger este misterio de Dios. Nos dice. “Porque los pensamientos de ustedes no son los míos, ni los caminos de ustedes son mis caminos” (Isaías 55,8). A Pedro le cuesta entender que el mesianismo de Jesús tenga que pasar por la cruz: “y comenzó a enseñarles que el Hijo del hombre debía sufrir mucho y ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas; que debía ser condenado a muerte y resucitar después de tres días; y les hablaba de esto con toda claridad. Pedro, llevándolo aparte, comenzó a reprenderlo. Pero Jesús, dándose vuelta y mirando a sus discípulos, lo reprendió, diciendo: “¡Retírate, ve detrás de mí, Satanás! Porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres”. (Mc 8,31-33).

No olvidemos que “la impotencia del Viernes Santo fue el requisito de la Resurrección” (Youcat, 40)

AMOR Y PODERLa experiencia humana de “poder”, por lo general, tiene

muy poco de divina. Estamos acostumbrados a entender y ver que el poder en nuestra sociedad deshumaniza porque es sinónimo de autoritarismo, abuso y desprecio, no pocas veces.

A los discípulos que se enojan con los hermanos cebedeos por que su madre pretendía que ocuparan los primeros puestos en su Reino, Jesús les dice que su poder no se usa con criterios humanos: “ustedes saben que los jefes de las naciones dominan sobre ellas y los poderosos les hacen sentir su autoridad. Entre ustedes no debe suceder así. Al contrario, el que quiera ser grande, que se haga servidor de ustedes; y el que

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quiera ser el primero que se haga su esclavo: como el Hijo del hombre, que no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por una multitud” (Mt 20,25-28).

En respuesta a Pilatos, que le pregunta si es rey, Jesús declara: “Mi realeza no es de este mundo. Si mi realeza fuera de este mundo, los que están a mi servicio habrían combatido para que yo no fuera entregado a los judíos. Pero mi realeza no es de aquí”.(Jn 18,36).

Cuando Jesús se reconoce como rey con un poder que no es como los poderes de este mundo, está diciendo que en él está la omnipotencia del Padre.

Este poder del Padre Jesús lo emplea para dar vida, para ayudar a los pobres, para curar a los enfermos, aunque no todos lo vieron así. Tras curar a un mudo a Jesús le acusan de echar demonios porque participa del poder del demonio. Jesús responde: “Si yo expulso los demonios con el poder de Belcebú, ¿con qué poder los expulsan los discípulos de ustedes? Por eso ellos los juzgarán. Pero si yo expulso los demonios con el dedo de Dios, es que ha llegado a ustedes el reino de Dios”. (Lc 11,19).

Son por tanto inseparables PODER y AMOR en Dios. Podríamos decir que es el amor el que explicita el poder omnipotente de Dios.

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JESUCRISTO ACTÚA CON EL PODER DEL PADREAntes de subir al cielo Jesús deja en sus discípulos el

poder con el que ha actuado por las aldeas de Galilea y en Jerusalén. “Yo he recibido todo poder en el cielo y en la tierra. Vayan, entonces, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Y yo estoy con ustedes hasta el fin del mundo” (Mt 18,28-30).

Con ese poder a favor de la vida Jesús les manda por el mundo a predicar la novedad del Reino, a bautizar y les promete su compañía para siempre.

Tras su bautismo a manos de Juan Jesús es conducido por el Espíritu al desierto. Necesita decidir qué va a hacer con su vida. Lo ocurrido en el Jordán lo ha turbado: “en ese momento se le abrieron los cielos, y vio al Espíritu de Dios descender como una paloma y dirigirse hacia él. Y se oyó una voz del cielo que decía: “Este es mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta toda mi predilección” (Mt 3,16-17)

En pleno discernimiento se cuela Satanás. Tras cuarenta días de ayuno severo, el demonio le hace una propuesta sugerente. No le dice que se olvide la misión que tiene que cumplir; le muestra el camino del poder humano para llevarla a cabo. Algunos comentaristas dicen que las tres propuestas del diablo a Jesús no son más que las típicas tres tentaciones que más acosan a los seres humanos: la tentación del poder, la del tener y la del ser.

Cuando Jesús le responde a Satanás: “Está escrito: El hombre no vive solamente de pan, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”. (Mt 4,4), o cuando le dice: “También está escrito: No tentarás al Señor, tu Dios” (Mt 4,7) y cuando por último le contesta: “Retírate, Satanás, porque está escrito: Adorarás al Señor, tu Dios, y a él solo rendirás culto” (Mt 4,10)

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está tomando la vía señalada por el Padre que no es otra que usar bien su poder no al estilo humano sino al estilo de Dios.

De que Jesús actuó con el poder de Dios a favor de la vida dan constancia los milagros que recogen los evangelios. Con el poder de Dios, movido por la compasión hacia los enfermos, los excluidos, Jesús cura y devuelve la vida.

El poder sólo es omnipotente cuando se convierte en amor. Cuando el poder se ejerce sin amor se convierte en explotación.

TAREA PARA LA SEMANA1. Mucho o poco, tú tienes un espacio de poder

en tu vida. Examina cómo lo ejerces. Mira si encuentras señales de que ese poder lo ejerces al estilo del mundo o al estilo del Padre

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PRESENTACIÓN DEL TEMASeguido de confesar nuestra fe en Dios como Padre

Todopoderoso, decimos en el credo que es “creador del cielo y de la tierra, de todo lo visible y lo invisible. Este va a ser el tema central de nuestro encuentro de hoy.

ORACIÓNCreo en Dios Padre, cuya palabra sostiene la vida de los

hombres y su trabajo creador. Porque él es la vida.Creo en su Hijo, metido entre nosotros que caminábamos

en tinieblas y nacido entre los más pobres para manifestar la gracia de Dios. Porque él es el Señor.

Creo en el Espíritu Santo, que nos ha hecho nacer a la vida de Dios y nos llena de fuerza y alborozo en nuestras luchas de cada día. Porque él es el Amor.

Creo en la Iglesia, puesta al servicio de los hombres para que todos reciban la plenitud de Dios. Porque es mensaje de la Buena Noticia.

Creo en la vida eterna comunicada por el pan y el vino a todos los testigos de Dios en el mundo. Porque esa es nuestra gloria.

(Thierry Maertens)

DIOS CREADORLa Sagrada Escritura, en la que se fundamenta nuestra

fe, comienza hablándonos de Dios como creador todo lo que tiene vida, es decir, como creador de la vida misma. Al decir

EnCUEnTRO

Creador del cielo y de la tierra, de todo lo visible y lo invisible

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que Dios es creador “del cielo y de la tierra, de todo visible y lo invisible”, lo que confesamos es que sólo Dios es el único creador.

Pero, nos podemos preguntar: ¿qué llevó a Dios a crear el mundo?

En el tema anterior vimos el significado de la omnipotencia de Dios. Desde aquí podemos responder a la pregunta anterior. En la primera carta de Juan se nos dice que Dios es amor (1Jn 4,8) Si Dios es omnipotente y es amor, no puede menos que expresar su amor todopoderoso saliendo de sí mismo y compartiendo su vida, su felicidad, su dicha, porque sólo compartiéndola son plenas.

En cierto modo podríamos, de acuerdo a nuestras categorías humanas, decir que a Dios no le quedó más remedio que crear el universo porque esa era la única forma de ser todopoderoso, es decir, de ser Dios.

Dios crea pues por amor y por amor cuida de su obra. En el libro de la Sabiduría se habla del amor de Dios hacia sus criaturas en los siguientes términos: “Tu inmenso poder está siempre a tu disposición, ¿y quién puede resistir a la fuerza de tu brazo? El mundo entero es delante de ti como un grano de polvo que apenas inclina la balanza, como una gota de rocío matinal que cae sobre la tierra. Tú te compadeces de todos, porque todo lo puedes, y apartas los ojos de los pecados de los hombres para que ellos se conviertan. Tú amas todo lo que existe y no aborreces nada de lo que has hecho, porque si hubieras odiado algo, no lo habrías creado. ¿Cómo podría subsistir una cosa si tú no quisieras? ¿Cómo se conservaría si no la hubieras llamado? Pero tú eres indulgente con todos, ya que todo es tuyo, Señor que amas la vida” (Sabiduría 11,21-26)

En la doble narración del relato de la creación que encontramos en el libro del Génesis la mano creadora de Dios se manifiesta como autoridad para gobernar y dirigir

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la obra creada. Con estas palabras nos lo dice el deutero (anónimo) Isaías: “Así habla el Señor, tu redentor, el que te formó desde el seno materno: Soy yo, el Señor, el que hago todas las cosas; yo solo despliego los cielos, yo extiendo la tierra, ¿y quién está conmigo? Yo hago fracasar los presagios de los charlatanes y hago delirar a los adivinos; hago retroceder a los sabios y cambio su ciencia en locura. Yo confirmo la palabra de mis servidores y cumplo el designio de mis mensajeros. Yo digo de Jerusalén:”¡Que sea habitada!”, y de las ciudades de Judá: “¡Que sean reconstruidas!”, y yo restauraré sus ruinas. Yo digo a las aguas profundas:”¡Séquense, haré que se sequen tus corrientes! Yo digo de Ciro: “¡Mi pastor!” Él cumplirá toda mi voluntad, diciendo de Jerusalén: “¡Que sea reconstruida!”, y del Templo: “¡Se pondrán tus cimientos!” (Isaías 44,24-28)

A IMAGEN Y SEMEJANZADe todo lo creado el ser humano es lo más grande, lo más

importante. Todo lo que existe tiene vida para que el hombre viva a plenitud. “Destinó todas las criaturas materiales al bien del género humano” nos enseña el CIC (353). Y el documento conciliar sobre “la Iglesia en el mundo de hoy”, Gaudium et Spes dice: creyentes y no creyentes opinan, casi unánimes, que todos los bienes de la tierra han de ordenarse hacia, el hombre, centro y vértice de todos ellos” (GS 12,1)

El hombre es la cumbre de la creación porque Dios lo creó a su imagen y semejanza: “Creó, pues, Dios al ser humano a imagen suya, a imagen de Dios le creó, varón y mujer los creó” (Gn 1,27)

Ciertamente, el ser humano se distingue de todas las demás criaturas de Dios. Sólo él es persona que puede decidir con voluntad, que puede amar en libertad, él es la única criatura dotada de espíritu. Las cosas creadas son “algo”, pero el hombre es “alguien”.

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El documento conciliar citado nos dice también que “la Sagrada Escritura nos enseña que el hombre fue creado a imagen de Dios, capaz de conocer y amar a su Creador, constituido por Él como señor sobre todas las criaturas para que las gobernase e hiciese uso de ellas, dando gloria a Dios” (GS 12,3)

De esta enseñanza conciliar podemos sacar tres conclusiones:

1ª Ser imagen y semejanza de Dios es lo que nos permite amar y conocer al Creador, cosa que no está al alcance de las criaturas no humanas.

2ª Dios nos ha hecho iguales a Él para encomendarnos la tarea de gestionar la obra de la creación.

3ª Esta tarea el hombre la debe llevar a cabo de manera que dé gloria a Dios en ella. Sólo administrando correctamente la creación el hombre alaba y glorifica a Dios. Si el hombre se sale de esta ruta traiciona la misión encomendada por Dios y desfigura su imagen y semejanza; es decir, se deshumaniza.

Ya sabemos que por el pecado del hombre se introdujo el desorden en la creación. La Gadium et Spes nos lo explica con estas sencillas palabras: “Creado por Dios en estado de justicia, el hombre, sin embargo, tentado por el demonio, ya en los comienzos de la historia, abusó de su libertad, alzándose contra Dios con el deseo de conseguir su propio fin fuera de Dios mismo. Conocieron a Dios, mas no le dieron gloria como a Dios; y así quedó oscurecido su loco corazón, prefiriendo servir a la criatura y no al Creador” (GS 13)

CORRESPONSABLES DE LA CREACIÓNAcabamos decir que Dios ha hecho al hombre a su

imagen y semejanza para ponerlo al frente de la obra creada para gestionarla. Veremos seguido de este punto que el

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mundo todavía no está terminado y que se recrea cada día porque el hombre mete su mano, es corresponsable de la creación también.

La Palabra nos dice que, en lo que a Dios respecta, todo fue bien hecho y que el pecado desarmonizó el mundo creando hostilidad entre el hombre y la mujer y entre el hombre y el cosmos; también entre el hombre y el propio Dios.

La profunda decepción de Dios por el pecado del hombre no lo llevó a desistir de su obra. Sigue confiando al hombre la tarea de administrar la creación recomponiendo lo descompuesto por el pecado. En cierto modo, podríamos decir que tras el pecado comienza la “recreación del mundo”.

Esto es importante tenerlo en cuenta para que no nos dejemos confundir. Algunos dicen que Dios podría haber hecho el mundo mejor de lo que está. No olvidemos que este mundo nuestro no lo ha hecho solo Dios, nos lo ha dejado a nosotros, a nuestra responsabilidad y libertad.

Si Dios creó, como ya hemos visto, todo por amor, el hombre, corresponsable de la creación, debe administrarla, debe recrear el mundo, movido también por el amor y no por el egoísmo, la codicia, el afán por las riquezas. Cuando el hombre, llevado de su egoísmo, actúa en la creación y la destruye, reedita el pecado de Adán y Eva. Las alarmas que hoy se dan sobre el futuro del planeta no son más que la certificación de que el hombre ha pecado y no ha gestionado la creación a la manera amorosa de Dios Padre.

Un poeta escribió que “Dios crea a los hombres como los mares crean los continentes, retirándose”. Él se retira, quedamos nosotros al frente de su obra.

LAS CIENCIAS NATURALES Y LA FE.El libro del Génesis, que es el primero que nos habla de la

creación y de Dios creador, fue escrito alrededor del 1400 antes

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de Cristo. Esto no debemos olvidarlo al tomar en nuestras manos la Biblia y leer los relatos de la creación. La Biblia no es un libro científico que pretende científicamente explicarnos el origen del mundo, del universo. Escrito en aquellos tiempos, la narración de la creación está obviamente condicionada por los conocimientos de la época y se explican de la manera que a aquellas generaciones les pareció más sensata.

Que hoy la ciencia niegue que la creación no se hizo en seis días como dice la Biblia, o que la creación de la mujer, por ejemplo, haya surgido del sueño de Adán y de una costilla de éste (Gn 2,21-22), no contradice la verdad fundamental de que Dios es el creador. Dios creador del mundo es una afirmación teológica, no científica.

Hay diversas teorías que pretenden explicar el surgimiento de la vida y del universo. Una de ellas es la teoría de la evolución, que sostiene que las especies se transforman a lo largo de sucesivas generaciones en el tiempo. Esta teoría de Darwin, un naturalista inglés del siglo XIX, es hoy comúnmente aceptada como correcta.

La teoría de la evolución no niega a Dios como creador. Un cristiano puede aceptar la teoría de la evolución como un modelo explicativo útil y probable de la creación. En los relatos de la creación del mundo que tenemos en el Génesis no se pretende explicar cómo nació el mundo, sino dejar meridianamente claro y fuera de toda discusión que Dios es el creador.

DEL CIELO Y DE LA TIERRA, DE TODO LO VISIBLE Y LO INVISIBLEVeamos un último aspecto en este tema. Comparando el

credo que denominamos Símbolo de los Apóstoles y el de Nicea-Constantinopla, nos damos cuenta que el primero dice que Dios es “el Creador del cielo y de la tierra”, y el segundo añade: “de todo lo visible y lo invisible”.

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Nos enseña el CIC que “En la Sagrada Escritura, la expresión “cielo y tierra” significa: todo lo que existe, la creación entera. Indica también el vínculo que, en el interior de la creación, a la vez une y distingue cielo y tierra: “La tierra”, es el mundo de los hombres (cf Sal 115, 16). “El cielo” o “los cielos” puede designar el firmamento (cf Sal 19, 2), pero también el “lugar” propio de Dios: “nuestro Padre que está en los cielos” (Mt 5, 16; cf Sal 115, 16), y por consiguiente también el “cielo”, que es la gloria escatológica. Finalmente, la palabra “cielo” indica el “lugar” de las criaturas espirituales —los ángeles— que rodean a Dios” (CIC 326).

Y, siendo el creador de todo, absolutamente de todo lo que tiene vida, en el binomio “visible e invisible” se engloba todo aquello que hoy aún desconocemos, todo aquello de cuya existencia no tenemos conocimiento. Si surgiere, por ejemplo un planeta nuevo, en el firmamento que hasta ahora estaba oculto a la localización del hombre, tendríamos que reconocer que también Dios es su creador.

TAREA PARA LA SEMANADios nos creó a su imagen y semejanza y ello nos permite

administrar a su estilo y manera la creación de la que nos hizo responsables. Sin embargo, hoy son muchas las advertencias que se nos hacen diciendo que la mano del hombre agrede y destruye la naturaleza. En lo que está en tu mano, ¿qué cosas concretas puedes tú hacer para mejorar el trato que das a la naturaleza en el pequeño pedacito de creación que tienes a tu cargo?

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PRESENTACIÓN DEL TEMAEn este encuentro de hoy iniciamos una serie de temas

que se centrarán en Jesucristo, la segunda persona de la Trinidad. Es la parte más extensa del credo y añade nuevos conceptos a lo que de Jesucristo dice el Credo Apostólico. Recordemos que este credo de Nicea-Constantinopla se explayó más en la persona de Cristo para corregir los errores de herejías como el arrianismo, que negaban la divinidad de Jesús y por tanto la Trinidad en sí misma.

ORACIÓNCreo en Dios nuestro Padre. Él nos creó libres y camina

junto a nosotros apoyándonos en nuestro deseo y en nuestra lucha por la liberación.

Creo en Cristo crucificado hoy nuevamente en el dolor y en la cruz de los pobres; dolor y cruz que nos llevan también a la resurrección.

Creo en el poder del Espíritu, capaz de suscitar la generosidad que llevó al martirio a muchos cristianos de América Latina.

Creo en la Iglesia que es convocada por Jesús y el Espíritu Santo; porque al reunirnos Jesús está con nosotros. A nuestro lado está María, signo de fidelidad al Señor.

Creo en la unidad porque, en medio de las diferencias y el pluralismo, Cristo nos convoca a la comunión y a la fraternidad.

EnCUEnTRO

Creo en un solo Señor Jesucristo

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Creo en la necesidad de amarnos, en la corrección fraterna, aceptando nuestros errores y debilidades, ayudando a descubrirlas a los hermanos y apoyándonos mutuamente en el esfuerzo por convertirnos.

(Adaptado del Credo de las CEBs de El Salvador))

EL PADRE Y YO SOMOS UNA SOLA COSACreer en Dios Padre supone también creer en el Hijo.

Dios es Padre porque tiene un hijo y en él nosotros somos también sus hijos.

El evangelista San Marcos, al narrarnos la escena del bautismo nos dice que Jesús, al salir del agua, vio que los cielos se abrían y que el Espíritu Santo descendía sobre él como una paloma; y una voz desde el cielo dijo: “Tú eres mi Hijo muy querido, en ti tengo puesta toda mi predilección”. (Mc 1,10-11)

También nos dice San Marcos que en el monte Tabor, a donde Jesús subió con Pedro Santiago y Juan, mientras el maestro era cubierto por una nube, se oyó una voz que decía: “Este es mi Hijo muy querido, escúchenlo” (Mc 9,7)

Jesús siempre tuvo una clara conciencia de que el Padre y él eran una misma cosa. Nos cuenta San Juan en su evangelio que Jesús, cuando se celebraba la fiesta de la Dedicación, en invierno, se paseaba por el templo y los judíos le preguntaron si era el Mesías. La respuesta de Jesús fue: “Las obras que hago en nombre de mi Padre dan testimonio de mí, pero ustedes no creen, porque no son de mis ovejas. (Jn 10, 25-26) Y concluye diciendo: “El Padre y yo somos una sola cosa”. (Jn 10,30).

LOS NOMBRES DE JESÚSSe llamaba Yeshúa. Según la etimología más popular,

el nombre quiere decir “Yahve salva”. Se lo había puesto su padre el día de su circuncisión, como era la costumbre.

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Era un nombre tan corriente en aquel tiempo que había que añadirle algo más para identificar bien a la persona. En su pueblo, la gente lo llamaba “Jesús, el hijo de José, el carpintero” (Mt 13,55). En otras partes le decían “Jesús el de Nazaret”, esa fue la inscripción que decidió poner Pilatos en la cruz para identificar al crucificado (Jn 19,19). Para la gente que se encontraba con él, Jesús era “galileo”. Todos sabían que era hijo de un “artesano”.

En el nombre JESÚS, traducido como Dios salva, vemos un doble significado: por un lado se señala la identidad de Jesús y por otro la misión. Un sábado, en la sinagoga de su pueblo, tras regresar del desierto, Jesús, tomando el libro del profeta Isaías, proclama solemnemente: “Él me envió a llevar la Buena Noticia a los pobres, a anunciar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, a dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor” (Lc 4,18-19).

A Jesús se le dan diversos nombres en el evangelio. Aparece, por ejemplo como Cordero de Dios (Jn 1,29), Buen Pastor (Jn 10,11), Camino, verdad y vida (Jn 14,6) Hijo Amado (Mt 12,18), Hijo de David (Mt 1,1), Hijo de Dios (Mt 2,25) y muchos otros.

Pero hay cuatro títulos que mejor definen o expresan la identidad teológica de Jesús, que vamos a tratar de abordar someramente. Hijo del hombre, Mesías, o Cristo, Señor eHijo de Dios.

Hijo del hombreJesús se refería a sí mismo como el de Hijo del hombre.

Nos cuenta el evangelista Mateo que en la región de Cesarea de Filipo Jesús preguntó a sus discípulos: “¿Qué dice la gente sobre el Hijo del hombre? ¿Quién dicen que es?” (Mt 16,13). Jesús hace una segunda pregunta a sus discípulos: quién es él

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para ellos. Pedro responde con toda una confesión de fe en la que se refiere a Jesús utilizando dos de los otros nombres. “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo” (Mt 16,16)

Así lo reconoce el propio Jesús cuando enfrenta el interrogatorio del Sanedrín. El Sumo Sacerdote le pregunta: “¿Eres el Mesías, el Hijo del Dios bendito? Jesús respondió: “Sí, yo lo soy: y ustedes verán al Hijo del hombre sentarse a la derecha del Todopoderoso y venir entre las nubes del cielo” (Mc 14, 61-62)

Mesías-CristoEl título que los primeros cristianos usaron con más

frecuencia para referirse a Jesús fue el de Mesías, o Cristo, o Jesús el Cristo, que significa “ungido”. El libro de los Hechos de los Apóstoles recoge un discurso de Pedro en el que dice: “ustedes ya saben qué ha ocurrido en toda Judea, comenzando por Galilea, después del bautismo que predicaba Juan: cómo Dios ungió a Jesús de Nazaret con el Espíritu Santo, llenándolo de poder. Él pasó haciendo el bien y curando a todos los que habían caído en poder del demonio, porque Dios estaba con él” (Hechos 10,37-38)

El propio Jesús tuvo conciencia de ser cristo, ungido. Terminada su estancia en el desierto, después de su bautismo, como buen judío, Jesús se reúne con sus vecinos en la sinagoga para el culto del sábado. Toma la palabra y dice: “el Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado por la unción. Él me envió a llevar la Buena Noticia a los pobres, a anunciar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, a dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor. Jesús cerró el Libro, lo devolvió al ayudante y se sentó. Todos en la sinagoga tenían los ojos fijos en él. Entonces comenzó a decirles: “Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír”. (Lc 4,18-21)

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SeñorDesencantado Jesús por el abandono de muchos de sus

seguidores que no encontraban aceptable su discurso sobre el pan de vida, teme quedarse, incluso, sin la compañía de sus discípulos más cercanos, los doce. “Jesús preguntó entonces a los Doce: “¿También ustedes quieren irse?” Simón Pedro le respondió: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de Vida eterna. Nosotros hemos creído y sabemos que eres el Santo de Dios”. (Jn 6,67-69) Pedro, que ya había confesado que Jesús era el Mesías, confiesa ahora que es el Señor.

Cuando el lavatorio de los pies la noche la noche de la Última Cena, Jesús dice a sus discípulos: “ustedes me llaman Maestro y Señor; y tienen razón, porque lo soy. Si yo, que soy el Señor y el Maestro, les he lavado los pies, ustedes también deben lavarse los pies unos a otros”. (Jn 13,13).

Llamar a Jesús Señor implicaba darle una categoría divina pues, los primeros cristianos, la mayoría de ellos judíos, sabían bien que en el Antiguo Testamento el término Señor estaba reservado a Dios, como ya hemos visto.

Desde el comienzo de la historia cristiana, la afirmación del señorío de Jesús sobre el mundo y sobre la historia: “Cuando el séptimo Ángel tocó la trompeta, resonaron en el cielo unas voces potentes que decían: “El dominio del mundo ha pasado a manos de nuestro Señor y de su Mesías, y él reinará por los siglos de los siglos”. (Ap 11, 15) supone también reconocer que el hombre no debe someter su libertad personal, de modo absoluto, a ningún poder terrenal sino sólo a Dios Padre y al Señor Jesucristo: César no es el «Señor» (Cf. Mc 12, 17).

El nombre de Señor significa la soberanía divina. Confesar o invocar a Jesús como Señor es creer en su divinidad. «Nadie puede decir: «¡Jesús es Señor!» sino por influjo del Espíritu Santo» (1 Co 12, 3). (Cat. Nº 455).

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El título de Jesús como “el Señor”, tenía un doble matiz. Por un lado se enaltece la divinidad de Jesús y, por otro lado, se hace una protesta formal frente a cualquier otro señorío que pretendiera implantarse de una forma absoluta, en clara referencia al César. Recordemos el pasaje en el que Jesús cuestiona el poder absoluto del emperador. (Mt 22,15-22)

Hijo de DiosAunque de este nombre de Jesús hablaremos más

extensamente en el próximo encuentro, hacemos breve referencia a él ahora.

En la carta a los Romanos, Pablo nos recuerda que nosotros somos hijos adoptivos de Dios. El verdadero y único hijo de Dios es Jesucristo. Veamos lo que nos dice Pablo: “Todos los que son conducidos por el Espíritu de Dios son hijos de Dios. Y ustedes no han recibido un espíritu de esclavos para volver a caer en el temor, sino el espíritu de hijos adoptivos, que nos hace llamar a Dios ¡Abbá!, es decir, ¡Padre! El mismo Espíritu se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios. Y si somos hijos, también somos herederos, herederos de Dios y coherederos de Cristo, porque sufrimos con él para ser glorificados con él” (Romanos 8,14-17)

Jesús, el de Nazaret, sí es hijo, no creado, del Padre, el Hijo único: “en aquel tiempo, Jesús dijo: “Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y haberlas revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así lo has querido. Todo me ha sido dado por mi Padre, y nadie conoce al Hijo sino el Padre, así como nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar”. (Mt 11,25-27).

Este título Hijo de Dios se le dio también al rey David: “Seré un padre para él, y él será para mí un hijo” (2Samuel 7,14), “Voy a proclamar el decreto del Señor: Él me ha dicho:

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“Tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy” (Salmo 2,7). Aunque el pueblo de Israel nunca divinizó su persona, sí veían en David a alguien sagrado que por su unción entraba de manera especial en el ámbito de Dios.

Nos dice a este respecto Mario Molina que “los cristianos fueron más allá. Jesús el Mesías no era sólo un agente o representante de Dios, era Dios mismo actuando en forma humana, o dicho quizás de manera más técnica y precisa, Jesús era la concreción en forma humana de la divinidad. La fórmula frase “Hijo de Dios” se empleó desde entonces para expresar la condición divina de Jesús” (Creo según las Sagradas Escrituras, EDICEP, México 1994, pag 41)

TAREA PARA LA SEMANA1. ¿En nuestro tiempo de ahora, qué significa o

representa para un crstiano confesar que Jesús es el Señor?

2. A la luz de lo que hemos visto en este tema, ¿cómo podemos entender y aplicar la expresión de Jesús “den al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios?

3. También a la luz de este tema podemos reflexionar el pasaje en el que Jesús dice que no podemos servir a Dios y al dinero (Lc 16,13). ¿Qué enseñanza nos deja este pasaje?

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PRESENTACIÓN DEL TEMASeguimos estudiando lo que de Jesús nos dice el Credo

que recoge las verdades fundamentales de nuestra fe. Hoy veremos a Jesús como el Hijo único de Dios, que existe desde siempre. Veremos también que nosotros somos hijos adoptivos de Dios.

ORACIÓNCreemos en Jesús, hombre libre y solidario, camino

y meta del ser humano y de la historia universal. Muerto violentamente en la cruz, por el poder civil y religioso, a causa de su compromiso con los últimos de la tierra y, a través de éstos, con todos los hombres y mujeres.

Profeta de la fe y de la justicia, se convirtió por su resurrección en líder de la humanidad, para gloria de Dios y salvación de todo el mundo.

Creemos en el Dios de Jesús, su Padre y nuestro Padre, fuente de todo bien y enemigo de todo mal, que ha creado un mundo en marcha y lo ha puesto en nuestras manos para que desarrollemos la creación en beneficio de todos.

(Adaptado del Credo de las CEBs de El Salvador)

HIJO ÚNICO DE DIOSDe Jesús de Nazaret, que en el tema anterior lo vimos

como “un solo Señor Jesucristo”, decimos hoy que es el Hijo único de Dios.

EnCUEnTRO

Hijo único de dios, nacido del Padre antes de todos los siglos

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Para comprender el sentido y significado de esto basta que nos dejemos guiar por el CIC. En el número 422 leemos: “Pero, al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que se hallaban bajo la ley, y para que recibiéramos la filiación adoptiva” (Ga 4, 4-5). He aquí “la Buena Nueva de Jesucristo, Hijo de Dios” (Mc 1, 1): Dios ha visitado a su pueblo (cf. Lc 1, 68), ha cumplido las promesas hechas a Abraham y a su descendencia (cf. Lc 1, 55); lo ha hecho más allá de toda expectativa: El ha enviado a su “Hijo amado” (Mc 1, 11). (CIC 422)

Hace dos encuentros decíamos que el hombre dañó la creación por el pecado, por su afán por ser también dios. Vimos que el Creador, a pesar de su decepción, no desistió de su obra y decidió recrearla con calma a lo largo de la historia. Esa tarea se la encomendó al hombre, causante del problema. Esto es lo que llamamos “Historia de Salvación.

Esta opción de Dios no la podemos entender sino desde su condición de Dios amor. Otro que no fuera Dios hubiera hecho desaparecer al hombre por su ingratitud y deslealtad. A la serpiente que indujo a Adán y Eva a pecar le anunció su derrota cuando, le dijo: “enemistad pondré entre ti y la mujer, y entre tu linaje y su linaje: él te pisará la cabeza mientras acechas tú su calcañar.” (Gn 3,15)

En esa Historia de Salvación el momento culminante, “la plenitud de los tiempos”, se da cuando Dios, siempre movido por el amor que le hace ser Dios, se hace nuestro hermano al tomar nuestra condición humana, “nacido de una mujer y sujeto a la Ley, para redimir a los que estaban sometidos a la Ley y hacernos hijos adoptivos” (Gálatas 4,4-5).

No hay mayor prueba de amor. Está Dios tan empeñado en la tarea de recrear el mundo de nuevo que decide hacerse nuestro compañero de viaje. Decide asumir las condiciones

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de vida en que quedó el hombre como consecuencia de haberle desobedecido.

Y no lo hace de manera mágica, como un ser extraterrestre que se aparece de pronto en la tierra. Toma nuestra condición de manera completa, comenzando por nacer. En la carta a los Hebreos se dice que Jesús fue “probado en todo igual que nosotros, excepto en el pecado”.(Hb 4,15)

San Pablo nos dice de Jesús que: “era de condición divina, no consideró esta igualdad con Dios como algo que debía guardar celosamente: al contrario, se anonadó a sí mismo, tomando la condición de servidor y haciéndose semejante a los hombres. Y presentándose con aspecto humano, se humilló hasta aceptar por obediencia la muerte y muerte de cruz” (Filipenses 2,6-8).

Ciertamente, Jesús dejó a un lado su grandeza como Dios y se hizo pequeño como nosotros pasando por todas las experiencias que pasamos los seres humanos, y lo seres humanos pobres.

Siguiendo con el CIC en el 423 leemos: “Nosotros creemos y confesamos que Jesús de Nazaret, nacido judío de una hija de Israel, en Belén en el tiempo del rey Herodes el Grande y del emperador César Augusto; de oficio carpintero, muerto crucificado en Jerusalén, bajo el procurador Poncio Pilatos, durante el reinado del emperador Tiberio, es el Hijo eterno de Dios hecho hombre, que ha “salido de Dios” (Jn 13, 3), “bajó del cielo” (Jn 3, 13; 6, 33), “ha venido en carne” (1 Jn 4, 2), porque “la Palabra se hizo carne, y puso su morada entre nosotros, y hemos visto su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad... Pues de su plenitud hemos recibido todos, y gracia por gracia” (Jn 1, 14. 16).

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HIJO DE DIOSLos judíos estaban familiarizados con el término “hijo

de Dios”. Así eran considerados los ángeles: “el día en que los hijos de Dios fueron a presentarse delante del Señor, también el Adversario estaba en medio de ellos” (Job 1,6). El propio pueblo elegido se consideraba hijo de Dios: “y dirás al Faraón: Así dice Yahveh: Israel es mi hijo, mi primogénito” (Exodo 4,22), “Cuando Israel era niño, yo lo amé, y de Egipto llamé a mi hijo” (Oseas 11,1) y así eran también considerados sus reyes: “Seré un padre para él, y él será para mí un hijo” (2 Samuel 7,14)

Se trata de una filiación que la tenemos que entender en términos de adopción que “establece entre Dios y su criatura unas relaciones de una intimidad particular” (CIC 441)

De todos modos, nos enseña el CIC que “cuando el Rey-Mesías prometido es llamado “hijo de Dios” (cf. 1 Cro 17, 13; Sal 2, 7), no implica necesariamente, según el sentido literal de esos textos, que sea más que humano”

Lo más probable es que, por ejemplo, cuando el centurión que custodiaba el sepulcro exclama: “¡Verdaderamente, este era Hijo de Dios!” (Mt 27,54) no esté dando al crucificado la categoría de divinidad. De hecho en la versión del evangelio de San Lucas se cambia el término “hijo de Dios” por el de “justo” (Lc 23,47)

Sometido al interrogatorio del Sanedrín, que era el consejo de sabios en Jerusalén, Jesús, aún sabiendo que al hacerlo firmaba su sentencia de muerte, confiesa abiertamente que es el Hijo de Dios: “¿Entonces eres el Hijo de Dios?” Jesús respondió: “Tienen razón, yo lo soy”. Ellos dijeron: “¿Acaso necesitamos otro testimonio? Nosotros mismos lo hemos oído de su propia boca” (Lc 22,70-71).

Antes de eso Jesús dijo de sí mismo que era el Hijo que conoce al Padre. Al dar gracias a Dios porque su mensaje

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es acogido por la gente sencilla y pequeña, dice Jesús: “todo me ha sido dado por mi Padre, y nadie conoce al Hijo sino el Padre, así como nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar” (Mt 11,27).

Apunta el CIC que Jesús, como prueba de que se consideraba Hijo de Dios, distinguió su filiación divina de la de sus discípulos no diciendo jamás “nuestro Padre”: “por lo tanto sean perfectos como su Padre celestial es perfecto” (Mt 5, 48). En la aparición de Jesús tras la resurrección dice a María Magdalena: “No me retengas, porque todavía no he subido al Padre. Ve a decir a mis hermanos: <<Subo a mi Padre, el Padre de ustedes; a mi Dios, el Dios de ustedes>>”. (Jn 20,17)

Jesús tenía clara conciencia de ser el Hijo único del Padre. Así nos lo dice el evangelista Juan: “Porque Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna” (Jn 3,16). Y reafirma lo dicho un poco más adelante al decir: “El que cree en él, no es condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios.” (Jn 3,18)

Y el mismo Juan, al comienzo de su evangelio da testimonio diciendo: “y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros. Y nosotros hemos visto su gloria, la gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad.” (Jn 1,14) y un poco más adelante: “Nadie ha visto jamás a Dios; el que lo ha revelado es el Hijo único, que es Dios y está en el seno del Padre” (Jn 1,18)

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SOMOS HIJOS ADOPTIVOS DEL PADREEn el texto de la carta de Pablo a los Gálatas que hemos

comentado antes, se nos dice que una de las finalidades de la encarnación de Dios es la de “hacernos hijos adoptivos” (Galatas 4,5) de Dios.

Cuando hablamos de adopción ya sabemos qué decimos con ello. Muchos dominicanos la vida que viven se la deben a una segunda madre, o a una familia, que les acogió y crió. En no pocas ocasiones he escuchado decir que muchos dominicanos no tienen padre, pero, afortunadamente tienen dos madres, la que les trajo al mundo y la que les ha criado. A la biológica muchos le dicen simplemente madre, a la de crianza la llaman mamá.

La grandeza de la adopción está en que, una madre o una familia, acogen en su seno a una persona que no pertenece a ella por la sangre pero le dan un trato de igualdad con respecto a los demás hijos y miembros de la familia. Desde nuestra experiencia humana podemos acercarnos a lo que significa ser hijos adoptivos de Dios Padre.

Amenazados de muerte, o de morir día a día, al no poder tener una vida digna, muchos niños y niñas de nuestras comunidades y sectores han sido rescatados y, por la adopción de quienes se hicieron cargo de ellos y han podido recibir una vida nueva.

Es lo que nos enseña también San Pablo. “Ustedes estaban muertos a causa de las faltas y pecados que cometían, cuando vivían conforme al criterio de este mundo, según el Príncipe que domina en el espacio, el mismo Espíritu que sigue actuando en aquellos que se rebelan. Todos nosotros también nos comportábamos así en otro tiempo, viviendo conforme a nuestros deseos carnales y satisfaciendo las apetencias de la carne y nuestras malas inclinaciones, de manera que por nuestra condición

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estábamos condenados a la ira, igual que los demás. Pero Dios, que es rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, precisamente cuando estábamos muertos a causa de nuestros pecados, nos hizo revivir con Cristo -¡ustedes han sido salvados gratuitamente!- y con Cristo Jesús nos resucitó y nos hizo reinar con él en el cielo. Así, Dios ha querido demostrar a los tiempos futuros la inmensa riqueza de su gracia por el amor que nos tiene en Cristo Jesús. Porque ustedes han sido salvados por su gracia, mediante la fe. Esto no proviene de ustedes, sino que es un don de Dios; y no es el resultado de las obras, para que nadie se gloríe. Nosotros somos creación suya: fuimos creados en Cristo Jesús, a fin de realizar aquellas buenas obras, que Dios preparó de antemano para que las practicáramos”

También Pablo en la carta a los Romanos abunda en esta idea de la adopción de Dios al recordarnos que no hemos recibido un espíritu de esclavos, sino el espíritu de “hijos adoptivos”: “todos los que son conducidos por el Espíritu de Dios son hijos de Dios. Y ustedes no han recibido un espíritu de esclavos para volver a caer en el temor, sino el espíritu de hijos adoptivos, que nos hace llamar a Dios ¡Abba!, es decir, ¡Padre! El mismo Espíritu se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios. Y si somos hijos, también somos herederos, herederos de Dios y coherederos de Cristo, porque sufrimos con él para ser glorificados con él.

Si somos hijos, somos también, nos ha dicho el apóstol de los gentiles, herederos de Dios y hermanos de Jesús, al ser coherederos de Cristo.

La herencia a la que se refiere el texto la podemos entender como “la vida eterna”, la salvación. Tras advertir a Pedro que pronto le negaría, Jesús dice a sus discípulos que lo que va a pasar tiene que pasar para que así se cumpla el deseo del Padre. “No se inquieten. Crean en Dios y crean también en mí.

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En la Casa de mi Padre hay muchas habitaciones; si no fuera así, se lo habría dicho a ustedes. Yo voy a prepararles un lugar. Y cuando haya ido y les haya preparado un lugar, volveré otra vez para llevarlos conmigo, a fin de que donde yo esté, estén también ustedes”. (Jn 14,1-3)

Recordemos, por último, que nuestra adopción como hijos de Dios en la Iglesia se formaliza en el sacramento del bautismo. Al nacer somos sus criaturas, ya que al ser concebidos por nuestros padres Dios infunde en nosotros un alma creada por El. Pero cuando recibimos la efusión del Espíritu Santo con el Bautismo, quedamos sellados por Dios y nos hacemos miembros de su Iglesia e hijos adoptivos suyos. Así nos lo enseña el CIC al explicarnos que por el bautismo somos una criatura nueva: “El Bautismo no solamente purifica de todos los pecados, hace también del neófito “una nueva creatura” (2 Co 5,17), un hijo adoptivo de Dios (cf Ga 4,5-7) que ha sido hecho “partícipe de la naturaleza divina” (2 P 1,4), miembro de Cristo (cf 1 Co 6,15; 12,27), coheredero con Él (Rm 8,17) y templo del Espíritu Santo (cf 1 Co 6,19).

ANTES DE TODOS LOS SIGLOSAl confesar nuestra fe, decimos que Jesucristo, el Hijo

único de Dios, ha nacido del Padre “antes de todos los siglos”. Con esta afirmación lo que estamos diciendo es que Jesús, la segunda persona de la Trinidad, en cuanto que es Dios existe desde siempre; es decir, no puede tener comienzo, ni principio, y en cuanto hombre, existe desde el momento de la Encarnación.

De la eternidad de Jesucristo da buena cuenta el evangelio de San Juan. Se nos dice en el prólogo: “Al principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. Al principio estaba junto a Dios. Todas las cosas fueron hechas por medio de la Palabra y sin ella no se hizo nada de

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todo lo que existe. En ella estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la recibieron” (Jn 1,1-5)

TAREA PARA LA SEMANA1. ¿Qué enseñanzas prácticas nos da Dios al dejar

a un lado su condición divina y hacerse uno de nosotros?

2. ¿Cómo explicarías a alguien lo que significa que somos “hijos adoptivos de Dios?

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PRESENTACIÓN DEL TEMASeguimos estudiando lo que el Credo nos dice de Jesús.

Hoy lo vamos a contemplar como el Dios verdadero que con su luz ilumina nuestras vidas.

ORACIÓNCreo que el mundo camina poco a poco hacia el Reino

proclamado por Jesús. Creo que habrá un día en que brille la justicia; que llegaremos al amor en plenitud entre los hombres. Creo en la meta señalada por Jesús. Creo que habrá un día en que brille la justicia, que llegaremos al amor en plenitud entre los hombres. Creo que el camino son las bienaventuranzas.

Creo en los cristianos que colaboran con su vida a que el Reino de esté más cerca. Creo que el Reino no se construye en solitario.

Creo que el Reino se construye viviendo y celebrando en comunidades pequeñas de amistad y con alegría entre los hermanos. Creo que la humanidad llegará a ser un día Reino de Dios en plenitud.

Creo en Jesús de Nazaret, a quien busco en su humanidad, sin negar que es Hijo de Dios. Creo que él guía mi vida, aunque nunca termine de alcanzarle por completo. Creo en Jesús que luchó y se entregó por los demás.

(Tomado de “los otros credos”)

EnCUEnTRO

dios de dios, luz de luz, dios verdadero de dios verdadero

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DIOS DE DIOS, LUZ DE LUZDel Señor Jesucristo, Hijo único de Dios, nacido del

Padre antes de todos los siglos, decimos en el credo que es “Dios de Dios y Luz de Luz”.

Para exhortarnos a vivir en la luz y no en las tinieblas, el apóstol Juan, en la primera de sus tres cartas, escribe: “La noticia que hemos oído de él y que nosotros les anunciamos, es esta: Dios es luz, y en él no hay tinieblas. Si decimos que estamos en comunión con él y caminamos en las tinieblas, mentimos y no procedemos conforme a la verdad. Pero si caminamos en la luz, como él mismo está en la luz, estamos en comunión unos con otros, y la sangre de su Hijo Jesús nos purifica de todo pecado. (1Juan 1,5-7)

Para caminar en la luz y evitar las tinieblas, lo que debemos hacer no es más que seguir la estela de Jesús. Él nos dice: “yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre, sino por mí. Si ustedes me conocen, conocerán también a mi Padre. Ya desde ahora lo conocen y lo han visto” (Jn 14,6-7).

“Yo soy la luz del mundo, leemos también en el evangelio de Juan. El que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la Vida”. (Jn 8,12). Ciertamente, si el Padre es Luz, ¿qué otra cosa que Luz puede ser el Hijo? Es por eso que Jesús al dar testimonio de sí mismo se presenta como la luz del mundo.

La Palabra, que era la luz verdadera, como hemos visto que nos ha dicho Juan en el comienzo de su evangelio, que ha venido a nosotros para iluminar a todo hombre, “Vino a los suyos, y los suyos no la recibieron. Pero a todos los que la recibieron, a los que creen en su Nombre, les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios” (Jn 1,11-12)

Jesús es, por tanto, Dios de Dios y Luz de Luz.

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DIOS VERDADERO DE DIOS VERDADEROComo ya sabemos, algunas de las formulaciones del

credo se añadieron para salir al paso de ciertas herejías. No todos tuvieron claro que Jesús era verdadero Dios. Una interpretación literal o parcializada de algunos textos del Nuevo Testamento hizo pensar a algunos que hay una clara distinción entre el Padre y el Hijo y que, en consecuencia, sólo el Padre es Dios, en tanto el Hijo es sólo Señor pero no Dios.

Uno de estos textos es el de la Primera carta a los Corintios, del apóstol San Pablo. Dice: “Es verdad que algunos son considerados dioses, sea en el cielo o en la tierra: de hecho, hay una cantidad de dioses y una cantidad de señores. Pero para nosotros, no hay más que un solo Dios, el Padre, de quien todo procede y a quien nosotros estamos destinados, y un solo Señor, Jesucristo, por quien todo existe y por quien nosotros existimos” (1 Cor. 8,5-6).

También Pablo, en la primera carta a Timoteo escribe: “Hay un solo Dios y un solo mediador entre Dios y los hombres: Jesucristo, hombre él también, que se entregó a sí mismo para rescatar a todos” (1 Timoteo 2,5-6)

La Iglesia siempre ha creído y enseña que Jesucristo, el nacido en Belén, es, además de Hijo único de Dios, Dios mismo. El mismo Pablo, del que se han pegado algunos que niegan la divinidad de Jesús, declara su condición divina, condición que no perdió por el hecho de anonadarse, es decir, por no hacer uso de ella al tomar nuestra carne y venir al mundo para compartir nuestra suerte. Dice Pablo: “él, que era de condición divina, no consideró esta igualdad con Dios como algo que debía guardar celosamente: al contrario, se anonadó a sí mismo, tomando la condición de servidor y haciéndose semejante a los hombres. Y presentándose con aspecto humano, se humilló hasta aceptar por obediencia

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la muerte y muerte de cruz. Por eso, Dios lo exaltó y le dio el Nombre que está sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús, se doble toda rodilla en el cielo, en la tierra y en los abismos, y toda lengua proclame para gloria de Dios Padre: Jesucristo es el Señor” (Filipenses 2,6-11)

Pablo habla con toda claridad de la condición divina de Jesús. Y de la misma manera que el Padre, por amor crea el mundo, de la misma manera el Hijo, que también es divino, no se guarda egoístamente para sí su condición divina, sino que la hace a un lado para asumir la fragilidad de la condición humana.

La doctrina de la Iglesia dice con claridad que Jesús se hizo verdaderamente hombre, sin dejar de ser verdaderamente Dios. Así leemos en CIC: “el acontecimiento único y totalmente singular de la Encarnación del Hijo de Dios no significa que Jesucristo sea en parte Dios y en parte hombre, ni que sea el resultado de una mezcla confusa entre lo divino y lo humano. Él se hizo verdaderamente hombre sin dejar de ser verdaderamente Dios. Jesucristo es verdadero Dios y verdadero hombre. La Iglesia debió defender y aclarar esta verdad de fe durante los primeros siglos frente a unas herejías que la falseaban” (464)

Algunos decían, por ejemplo Nestorio, nada más y nada menos que Patriarca de Constantinopla, siglo V, que en Jesús había dos personas, una divina y otra humana. Según esto entonces, María, no sería la Madre de Dios, sino sólo la madre de la persona humana de Jesús.

En el concilio de Calcedonia, año 451, debió tratarse este asunto y los obispos declararon que la divinidad y humanidad de Jesucristo están unidas entre sí en la única persona de Jesucristo <<sin confusión ni división>>

La determinación del concilio de Calcedonia dice: “«Siguiendo, pues, a los Santos Padres, enseñamos unánimemente que hay que confesar a un solo y mismo Hijo

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y Señor nuestro Jesucristo: perfecto en la divinidad, y perfecto en la humanidad; verdaderamente Dios y verdaderamente hombre compuesto de alma racional y cuerpo; consubstancial con el Padre según la divinidad, y consubstancial con nosotros según la humanidad, “en todo semejante a nosotros, excepto en el pecado” (Hb 4, 15); nacido del Padre antes de todos los siglos según la divinidad; y por nosotros y por nuestra salvación, nacido en los últimos tiempos de la Virgen María, la Madre de Dios, según la humanidad.”

MUÉSTRANOS AL PADREEl discípulo Felipe pidió en una ocasión a Jesús:

“Señor, muéstranos al Padre y nos basta”.(Jn 14,8) Jesús, profundamente decepcionado por la falta de fe de su discípulo respondió: “El que Me ha visto a Mí, ha visto al Padre” (Jn 14,9). También dijo: “Créanme que Yo estoy en el Padre y el Padre en Mí” (Jn 14:8-11).

También Juan nos aporta en su evangelio un texto en el que claramente se determina la igualdad entre el Padre y Jesús: “El Padre y yo somos una sola cosa” (Jn 10,30). Al afirmar esto Jesús fue muy lejos; sus palabras fueron consideradas blasfemia y los judíos quisieron apedrearlo por ello. Entendían los judíos que Jesús, siendo hombre, se hacía pasar por Dios: “No queremos apedrearte por ninguna obra buena, sino porque blasfemas, ya que, siendo hombre, te haces Dios” (Jn 10,33).

Pablo en la Segunda Carta a los Corintios nos dice también: “Porque es Dios el que estaba en Cristo, reconciliando al mundo consigo, no teniendo en cuenta los pecados de los hombres, y confiándonos la palabra de la reconciliación”. (2Corintios 5,19)

En definitiva, el Dios verdadero no podía engendrar a otro que al Dios Verdadero.

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DIOS VERDADERO DE DIOS VERDADEROEl Hijo nace del Padre antes de todos los siglos. La fe

confiesa así que el Hijo es anterior a todo lo creado, anterior al tiempo. En Dios todo es actualidad, no existe la sucesión de los días como en lo creado. Y añade el Credo para evitar una comprensión errada: «Engendrado, no creado». Dios Padre es principio sin principio, pero sin ser anterior al Hijo. El evangelista teólogo, como los padres de la Iglesia llaman a Juan, comienza así el evangelio: «En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios. Ella estaba en el principio con Dios» (Jn 1,1-2).

El Padre y el Hijo son uno, pero son personas diferentes. El hecho de que el Hijo fuera enviado al mundo, como enseñan los evangelios, revela el misterio trinitario de Dios como comunión de personas, unidas en el ser y el hacer.

TAREA PARA LA SEMANALa palabra “luz”, usada para expresar lo que Jesús es para

nosotros, es muy utilizada, pero, ¿a qué compromiso nos lleva decir que Jesús es la luz que ilumina nuestras vidas?

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PRESENTACIÓN DEL TEMAHasta ahora hemos visto en el credo que Jesús es “un solo

Señor, Jesucristo, Hijo único de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos: Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero”. Continúa diciendo el Credo que Jesús ha sido “engendrado, no creado” y que es de la misma naturaleza que el Padre” En nuestro encuentro de hoy vamos a profundizar en el sentido de estas palabras.

ORACIÓNCreemos en Jesús, hombre libre y solidario, camino

y meta del ser humano y de la historia universal. Muerto violentamente en la cruz, por el poder civil y religioso, a causa de su compromiso con los últimos de la tierra y, a través de éstos, con todos los hombres y mujeres.

Profeta de la fe y de la justicia, se convirtió por su resurrección en líder de la humanidad, para gloria de Dios y salvación de todo el mundo.

Creemos en el Dios de Jesús, su Padre y nuestro Padre, fuente de todo bien y enemigo de todo mal, que ha creado un mundo en marcha y lo ha puesto en nuestras manos para que desarrollemos la creación en beneficio de todos.

(Tomado de “los otros credos”)

EnCUEnTRO

Engendrado no creado, de la misma naturaleza que el padre,

por quien todo fue hecho

1 1

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ENGENDRADO NO CREADOTambién a la hora de estudiar este tema debemos tener

muy presente que el credo que hoy rezamos es el resultado de no pocos conflictos doctrinales en el seno de la Iglesia en los primeros siglos de su historia. Puede que a nosotros nos parezcan juegos de palabras sin mucho sentido, pero en aquellos tiempos estaba de por medio la fe y había, por decirlo de alguna manera, que hilar muy fino a la hora de explicar de manera más o menos entendible lo que aparece como poco racional. A la razón le cuesta mucho entender que, si Jesús es Hijo, sea engendrado pero no creado ya que en nuestra lógica todo lo que es engendrado tiene un principio.

Cuando la Iglesia nos enseña que el Hijo de Dios, Jesús de Nazaret, el Cristo, el ungido, el Hijo del Hombre, es engendrado, pero no creado, lo que nos dice es que como Hijo, como todo hijo, Jesús fue engendrado no como las criaturas que forman parte de la obra creadora de Dios, ya que Jesús, el Hijo de Dios, no fue creado pues, si lo hubiera sido, no sería Dios.

Al ser engendrado y no creado Jesús se asemeja a las criaturas pero no es criatura en sí. Recordemos nuevamente lo que nos dice el evangelista San Juan en el comienzo de su evangelio: “Al principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. Al principio estaba junto a Dios. Todas las cosas fueron hechas por medio de la Palabra y sin ella no se hizo nada de todo lo que existe”. (Jn 1,1-3)

Jesucristo, el Verbo, existe desde siempre y desde siempre estaba junto a Dios porque era Dios nos dice Juan. Por tanto, como Hijo debió ser engendrado, pero, dado que “todas las cosas fueron hechas por medio de la Palabra y sin ella no se hizo nada de todo lo que existe”, en vez de ser creado es creador.

En las Sagradas Escrituras encontramos referencias explícitas a esta verdad del credo. Veamos algunas: “Voy a proclamar el decreto del Señor: Él me ha dicho: “Tú eres mi

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hijo, yo te he engendrado hoy”. (Sal 2.7) “Tú eres príncipe desde tu nacimiento, con esplendor de santidad; yo mismo te engendré como rocío, desde el seno de la aurora” (Sal 110,3).

En la carta a los Hebreos leemos: “En efecto, ¿a qué ángel dijo alguna vez: Hijo mío eres tú; yo te he engendrado hoy; y también: Yo seré para él Padre, y él será para mi Hijo” (Hebreos 1,5) Y en la misma carta a los Hebreos: “De igual modo, tampoco Cristo se apropió la gloria del Sumo Sacerdocio, sino que la tuvo de quien le dijo: Hijo mío eres tú; yo te he engendrado hoy” (Hebreos 5,5)

La palabra “engendrado”, que aparece en Sal 2.7 en el sentido hebrero significa: «procrear, engendrar, generar». En esencia, el vocablo se refiere a la acción de «dar a luz» y a su resultado, «procrear, engendrar» hijos. Ya hemos dicho en otro lugar que el título de Hijo de Dios era aplicado también a los reyes de Israel. En Sal 2.7 el rey tipifica al futuro Mesías, el Hijo que Dios «engendró» en la virgen María.

Por lo tanto, la palabra “engendrar” conlleva un significado perfectamente fácil de entender: originar, procrear, causar, nacer. Lucas nos narra el encuentro del ángel Gabriel con María a la que propone el plan de Dios: “No temas, María, porque Dios te ha favorecido. Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús; él será grande y será llamado Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin”. María dijo al Ángel: “¿Cómo puede ser eso, si yo no tengo relaciones con ningún hombre? El Ángel le respondió: “El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el niño será Santo y será llamado Hijo de Dios”. (Lc 1,30-35)

El ángel dice a María que el que va a nacer será Hijo del Altísimo y que será el Espíritu quien descienda sobre ella y la cubrirá con su sombra para que quede embarazada.

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Como sobre este texto volveremos en el próximo capítulo, no se insiste más en él ahora. Se trae a colación simplemente para remarcar que, por nacer de María, Jesús no fue creado, sólo engendrado.

En conclusión, Jesucristo es Dios y por ello es engendrado y no creado porque lo que es engendrado es de la misma existencia que el padre, mientras que lo que es creado es de otra existencia y otra naturaleza que Su Creador”

DE LA MISMA NATURALEZA QUE EL PADREEsta expresión “de la misma naturaleza que el Padre insiste

en la idea de que el Padre y el Hijo son iguales, absolutamente iguales, de la misma naturaleza. Nuestra mentalidad nos lleva a pensar que el Padre es más que el Hijo porque es el que lo ha engendrado, lo ha enviado al mundo. A Jesús, lo hemos visto hasta ahora en varios pasajes del evangelio relacionándose con el Padre de manera filial, lo que, en nuestras categorías mentales, es sinónimo de inferioridad.

Recordemos lo que nos dice San Pablo en la carta a los Filipenses: “él, que era de condición divina, no consideró esta igualdad con Dios, como algo que debía guardar celosamente” (Filipense 2,6-7). En este texto se habla expresamente de “igualdad” entre Jesús y el Padre.

Y en la carta a los Hebreos se dice: “muchas veces y de muchos modos habló Dios en el pasado a nuestros Padres por medio de los Profetas; en estos últimos tiempos nos ha hablado por medio del Hijo a quien instituyó heredero de todo, por quien también hizo los mundos; el cual, siendo resplandor de su gloria e impronta de su sustancia, y el que sostiene todo con su palabra poderosa, después de llevar a cabo la purificación de los pecados, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas, con una superioridad sobre los ángeles tanto mayor cuanto más les supera en el nombre que ha heredado”. (Hebreos 1,1-4)

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Veamos qué nos dice este texto:a) Jesús es el Hijo, heredero de todo y también creador

del mundo.b) Jesús es resplandor de la gloria (de la grandeza)

del Padre.c) E impronta de su sustancia, es decir la huella, la

reproducción exacta y viviente de su sustancia, de aquello que a Dios le constituye como Dios.

d) Sostiene el mundo creado por él, porque es Dios.e) Purifica, limpia, perdona los pecados. Cuando

Jesús cura a un paralítico y le dice que sus pecados quedan perdonados, los escribas se escandalizan considerando una blasfemia que Jesús se atreva a perdonar los pecados: “Al ver la fe de esos hombres, Jesús dijo al paralítico: “Hijo, tus pecados te son perdonados”. Unos escribas que estaban sentados allí pensaban en su interior: “¿Qué está diciendo este hombre? ¡Está blasfemando! ¿Quién puede perdonar los pecados, sino sólo Dios?” (Mc 2,6-7)

f) El Hijo de Dios está sentado a la derecha del Padre porque es Dios, tiene su misma dignidad y porque es el Hijo.

g) Y esa dignidad del Hijo es superior, incomparable-mente superior a la de los seres más grandes de la creación, los ángeles.

Cuando de Jesús decimos que es el Hijo del Padre, lo que estamos diciendo es que ambos son de la misma esencia, de la misma naturaleza. Decimos que Cristo es la imagen visible del Padre. Ciertamente, Cristo es imagen en todo igual al Padre, en el ser y en el obrar: “Entonces Jesús tomó la palabra diciendo: les aseguro que el Hijo no puede hacer nada por sí mismo sino solamente lo que ve hacer al Padre; lo que hace el Padre, lo hace igualmente el Hijo sí como el Padre dispone de

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la Vida, del mismo modo ha concedido a su Hijo disponer de ella” (Jn 5,19.26).

Y todo esto es así porque en Jesús reside la plenitud de la divinidad: “porque Dios quiso que en él residiera toda la Plenitud. 1:20 Por él quiso reconciliar consigo todo lo que existe en la tierra y en el cielo, restableciendo la paz por la sangre de su cruz. (Colosenses 1,19-20)

Nos explica el Comentario al Nuevo Testamento que “Dios, que por su naturaleza es espiritual y trascendente, se nos hace visible en Cristo que a través de su humanidad nos refleja las perfecciones divinas de Padre” (pag 555)

En definitiva, Jesús tiene una igualdad plena con el Padre.

POR QUIEN TODO FUE HECHOLo que con esta expresión decimos es que Jesús, el Hijo,

recordemos que de la misma naturaleza que el Padre, es, por tanto, también creador.

Ya se ha hecho referencia en varias ocasiones al prólogo del evangelio de Juan en el que a Jesús se le llama el Verbo, la Palabra. Nos dice Juan: “Todas las cosas fueron hechas por medio de la Palabra y sin ella no se hizo nada de todo lo que existe”. (Jn 1,3)

En el “Comentario al Nuevo Testamento”, se dice que “en relación con el mundo, la Palabra es presentada como el medio por el cual Dios creó todas las cosas. La idea se expresa en una antítesis perfecta: todo fue hecho por ella y sin ella no se hizo nada. Se afirma la intervención de Dios en la creación” (Comentario al Nuevo Testamento, la Casa de la Biblia, pag 271)

Pablo, en la carta a los Colosenses, hablando de la preeminencia de Cristo dice: “Él es la Imagen del Dios invisible, el Primogénito de toda la creación, porque en él fueron creadas todas las cosas, tanto en el cielo como en la

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tierra, los seres visibles y los invisibles, Tronos, Dominaciones, Principados y Potestades: todo fue creado por medio de él y para él. Él existe antes que todas las cosas y todo subsiste en él. (Colosenses 1,15-17)

Este texto, al que ya se han hecho repetidas referencias en estos encuentros, nos dice varias verdades que nosotros debemos creer:

1ª Nos dice que Jesús es la imagen que podemos ver de un Dios de por sí invisible. La palabra “imagen” no la debemos entender en el sentido que nosotros damos a una imagen sino como referencia a la bondad de Dios. No se trata de una imagen al estilo de cómo aparece en el libro de la Sabiduría, en el Antiguo Testamento: “Ella es el resplandor de la luz eterna, un espejo sin mancha de la actividad de Dios y una imagen de su bondad.” (Sabiduría 7,26). Es más que eso, es el resplandor de su gloria, es decir, alguien que tiene su origen en la gloria de Dios, en aquello que a él le constituye como tal. Por eso es imagen de su ser: “el cual, siendo resplandor de su gloria e impronta de su sustancia, y el que sostiene todo con su palabra poderosa, después de llevar a cabo la purificación de los pecados, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas, con una superioridad sobre los ángeles tanto mayor cuanto más les supera en el nombre que ha heredado. (Hebreos 1,3-4)

2ª Es el primogénito de toda la creación porque, como hemos visto fue engendrado, no creado

3ª En él las cosas han sido creadas; es decir, es creador con el Padre y el Espíritu. No es sólo la primera persona de la Trinidad la que crea, porque si fuere solo ella, las otras dos tendrían que haber sido también creadas. Todo fue creado por él.

4ª Como creador y Señor de lo creado, es anterior a todo lo que existe y en él todo subsiste.

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TAREA PARA LA SEMANAHemos dicho en el tema de hoy que Jesús, al ser

engendrado pero no creado, es igual al Padre que lo engendra. Por lo que de él nos dicen los evangelios, ¿qué aspectos de Dios Padre ves reflejados en Jesús?

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PRESENTACIÓN DEL TEMAEn el encuentro de hoy, y en el siguiente, abordaremos lo

que conocemos como misterio de la Encarnación. Veremos también qué significado tiene la expresión “bajó del cielo”. Iremos paso a paso desmenuzando las enseñanzas que sobre este tema nos ofrece el CIC.

ORACIÓNCreo en Jesucristo, hijo de Dios, amigo y hermano nuestro.

Creo que él nos espera y nos busca. Creo en Jesucristo, el mejor regalo de Dios al mundo. Creo en su divinidad que nos perdona sin humillarnos.

Creo en Jesucristo, ser vivo que acoge en plenitud toda la fuerza y los impulsos de Dios y los lleva al encuentro con el Padre.

Creo en Jesucristo, lleno de vida y de verdad. Creo en Jesucristo, garantía de inmortalidad. Creo en su palabra que alimenta mi esperanza. Creo en Jesús presente hoy en medio de nosotros que estamos reunidos en su nombre para conocerlo mejor y amarlo más.

(Adaptado del Credo de las CEBs de El Salvador)

LOS MOTIVOS DE DIOS PARA ENCARNARSEEl Credo de los Apóstoles, al referirse a Jesús encarnado,

tras señalar que es el Hijo único de Dios y nuestro Señor, dice “que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo”

EnCUEnTRO

Que por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del cielo

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y “que nació de la María Virgen”. El de Nicea-Constantinopla es más explícito y dice: “Por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del cielo, y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María la Virgen y se hizo hombre”.

Lo primero que ahora nos preguntamos es sobre los motivos que llevaron a Dios a encarnarse. No parece una cuestión trivial, ni mucho menos. ¿Por qué Dios se complicó su plácida vida divina por venir a nosotros? Recordemos el texto que ya hemos comentado en otras ocasiones de la carta de Pablo a los Filipenses: “Él, que era de condición divina, no consideró esta igualdad con Dios como algo que debía guardar celosamente: al contrario, se anonadó a sí mismo, tomando la condición de servidor y haciéndose semejante a los hombres. Y presentándose con aspecto humano, se humilló hasta aceptar por obediencia la muerte y muerte de cruz” (Filipenses 2,6-8).

La respuesta obviamente está en el amor de Dios a nosotros sus hijos.

Tres motivos apunta el CIC debió tener Dios para encarnarse:

1º El motivo por el que el Verbo se encarnó no fue otro que el de “salvarnos reconciliándonos con Dios” (CIC 457). Jesús siempre hace la voluntad de Padre: “mi comida es hacer la voluntad de aquel que me envió y llevar a cabo su obra” (Jn 4,34). De estas palabras de Jesús podemos sacar tres conclusiones. Por un lado se nos está diciendo que la voluntad, el deseo del Padre, no es otro que ofrecer a sus hijos la salvación, la vida en plenitud. Por otro lado, al llevar Jesús a término la obra del Padre, está, con su venida al mundo, y posteriormente con su muerte y resurrección, recreando el mundo que Dios hizo bueno al principio y que el pecado del hombre dañó. Una tercera conclusión recoge las otras dos anteriores. Que la voluntad de Dios sea que nosotros alcancemos la vida en plenitud y que la misión de

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Jesús sea llevar a cabo su obra nos habla, una vez más, del inmenso amor de Dios por el mundo y muy particularmente por nosotros, sus hijos. Cuando abordamos el tema de Dios creador, dijimos que Dios, que es amor, en realidad no podía hacer otra cosa que crear por amor. El misterio de la Encarnación nos lo muestra claramente.

Otros textos nos dicen también que Jesús se encarnó para salvarnos. Por ejemplo: “El Padre envió a su Hijo para ser salvador del mundo” (1 Jn 4, 14). “Él se manifestó para quitar los pecados” (1 Jn 3, 5)

El CIC recoge un texto de San Gregorio de Nisa, un santo del siglo IV al que llamaban, por la profundidad de sus pensamientos el teólogo, en el que nos dice que para recomponer nuestra condición humana deteriorada y enferma Dios decidió encarnarse tomando nuestra humanidad en su Hijo: “Nuestra naturaleza enferma exigía ser sanada; desgarrada, ser restablecida; muerta, ser resucitada. Habíamos perdido la posesión del bien, era necesario que se nos devolviera. Encerrados en las tinieblas, hacía falta que nos llegara la luz; estando cautivos, esperábamos un salvador; prisioneros, un socorro; esclavos, un libertador. ¿No tenían importancia estos razonamientos? ¿No merecían conmover a Dios hasta el punto de hacerle bajar hasta nuestra naturaleza humana para visitarla, ya que la humanidad se encontraba en un estado tan miserable y tan desgraciado?» (CIC 457)

2º El Verbo se encarnó para que nosotros conociésemos así el amor de Dios: “En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de él” (1 Jn 4, 9). “Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna” (Jn 3, 16). (CIC 458)

3º El Verbo se encarnó para ser nuestro modelo de santidad: “Tomen sobre ustedes mi yugo, y aprendan de mí

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que sy manso y humilde de corazón” (Mt 11, 29). “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí” (Jn 14, 6).

Jesucristo es el modelo de las bienaventuranzas y la norma de la Ley nueva: “Ámense los unos a los otros como yo les he amado” (Jn 15, 12). (CIC 459)

4º El Verbo se encarnó para hacernos “partícipes de la naturaleza divina”: “se nos han concedido las más grandes y valiosas promesas, a fin de que ustedes lleguen a participar de la naturaleza divina (2 P 1, 4).

Así lo entendieron desde el principio los grandes pensadores y santos de los primeros siglos de la Iglesia. San Ireneo de Lyon, un santo nacido en Turquía en el siglo segundo y fallecido en Francia, a comienzos del siglo tercero escribió: “Porque tal es la razón por la que el Verbo se hizo hombre, y el Hijo de Dios, Hijo del hombre: para que el hombre al entrar en comunión con el Verbo y al recibir así la filiación divina, se convirtiera en hijo de Dios” Y San Atanasio, nacido a finales del siglo tercero, que luchó mucho por enfrentar las heréticas doctrinas de Arrio, dice en una de sus obras: “Porque el Hijo de Dios se hizo hombre para hacernos Dios”. Y Santo Tomás de Aquino, dominico, creador de la llamado escuela tomista, declarado doctor de la Iglesia escribió: “El Hijo Unigénito de Dios, queriendo hacernos partícipes de su divinidad, asumió nuestra naturaleza, para que, habiéndose hecho hombre, hiciera dioses a los hombres”.

EL MISTERIO DE LA ENCARNACIÓNGeneralmente decimos que algo es misterioso o tiene

misterio cuando no entendemos su significado, algo que nos resulta extraño, inexplicable e incomprensible. En el caso de los misterios de Dios, en realidad podemos decir que lo más extraño, lo inexplicable, tiene que ver con el amor que

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Dios nos tiene. Ciertamente misterio grande es que Dios, siendo Dios, se haga humano como nosotros; pero, lo más misterioso es que Dios nos ame tanto que decide hacer algo tan extraño e inexplicable como humanizarse. El misterio de todos los misterios sobre Dios es el de su amor.

Para serlo Dios no necesitaba humanizarse. Dios es autosuficiente y no necesita de nada; pero también es Padre que ama libre y gratuitamente su creación, y sobre todo, a los hombres, centro de su creación. Por eso podemos afirmar que verdaderamente se preocupa de nosotros, y por eso envía a su propio Hijo, su Palabra salvadora, a nuestro pobre mundo, perdido y extraviado. Así es como “bajó del cielo... y se hizo hombre”, nos dice Josep Vives, en su libro “creer el Credo” (Sal Terrae, 1986, pag 87)

Cuando el credo dice que Dios bajó del cielo no se refiere a un descenso físico, como salir de un lugar y asentarse en otro. Si esto fuera así no tendría sentido que digamos que Dios está en todas partes, es decir, que es omnipresente. Lo que se dice con esa expresión es que Dios, sin dejar de ser Dios, puede vivir también una vida plena y verdaderamente humana como la nuestra, que será la vida humana en su máxima plenitud y perfección, la vida humana modelo de todas las demás.

Tomando como punto de partida el texto del evangelista Juan: “Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros.” (Jn 1,14), el CIC nos enseña que “la Iglesia llama “Encarnación” al hecho de que el Hijo de Dios haya asumido una naturaleza humana para llevar a cabo por ella nuestra salvación. (CIC 461)

La carta a los Hebreos habla del mismo misterio: «Por eso, al entrar en este mundo, [Cristo] dice: No quisiste sacrificio y oblación; pero me has formado un cuerpo. Holocaustos y sacrificios por el pecado no te agradaron. Entonces dije: ¡He aquí que vengo [...] a hacer, oh Dios, tu voluntad!» (Hb 10, 5-7)

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Y nos dice también el CIC que “la fe en la verdadera encarnación del Hijo de Dios es el signo distintivo de la fe cristiana: “Podréis conocer en esto el Espíritu de Dios: todo espíritu que confiesa a Jesucristo, venido en carne, es de Dios” (1 Jn 4, 2). Esa es la alegre convicción de la Iglesia desde sus comienzos cuando canta “el gran misterio de la piedad”: “Él ha sido manifestado en la carne” (1 Tm 3, 16).(CIC) 462)

Cuando vimos que Dios es Padre Todopoderoso, ya se resaltó que la omnipotencia de Dios consiste en el amor. Dios es Todopoderoso para amar. Su obra nos habla de un gran poder en Dios, pero de un poder usado para dar vida, para dar plenitud, es decir, para amor. Josep Vives, nos dice a este respecto: “La Encarnación es la inversión total de nuestras esperanzas e ideas sobre Dios: es pasar de la imagen del Dios Todopoderoso a la realidad del Dios Todo-Amor y Todo-Solidaridad. Creer en la Encarnación es aceptar esta inversión de valores. Y, por tanto, aceptar que seguimos a Jesús si queremos como Él, ai hacemos del amor solidario con Dios y con los hombres el principio de nuestra fe y de nuestra vida concreta. Lo que Jesús viene a instaurar es el amor en la solidaridad. Él, como Hijo único y eterno del Padre, vive la suprema y total solidaridad con el Padre (Sal 39.)” (Creer el credo, pag 89).

BAJÓ DEL CIELOVamos a finalizar este encuentro diciendo algo sobre la

expresión “bajó del cielo”. No estamos hablando de lugares físicos. Cuando decimos cielo muchos piensan en un lugar en lo alto distante y lejano de nuestro lugar que es la tierra.

Un texto del libro del Éxodo nos puede ilustrar bien. Nos dice: “He bajado para librarle de la mano de los egipcios y para

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subirle de esta tierra a una tierra buena y espaciosa; a una tierra que mana leche y miel, al país de los cananeos, de los hititas, de los amorreos, de los perizitas, de los jivitas y de los jebuseos” (Exodo 3,8)

Bajar del cielo para librar al pueblo, porque Dios ha asumido el sufrimiento y el dolor de sus hijos, lo tenemos que entender como la decisión de Dios de intervenir para salvar a su pueblo. Si no es por amor, no se puede entender el “abajamiento” de Dios, máxime si es para socorrer a un pueblo que no merece tanta dedicación porque ha sido ingrato y se ha apartado de su camino.

A entender esta actitud nos ayudará nuestra propia experiencia de padres y madres. ¿A caso el hijo o la hija más ingratos, el que nos ha metido en mayores problemas y dificultades, el que ha sido causa de tanto dolor, no es el hijo más querido o al que hemos tenido que dedicar mayor solicitud?

“Si Dios baja del cielo, escribe Mario Molina en “Creo según las Escrituras”, es porque decide realizar una acción que cambia el sentido de esa historia: si la raíz del pecado es el desconocimiento de Dios, él se va a hacer presente, ya no sólo por la creación, o por la palabra profética, sino en la debilidad de la existencia humana para que quien lo vea a él vea también al Padre (Jn 14,9) y para que los sencillos y humildes lleguen al conocimiento de los secretos del Reino (Mt 11,25)” (Mario Molina, Creo según las Escrituras. EDICEP, 1994, pag 50)

Dios, por tanto, no se humaniza simplemente para recrear el mundo y humanizarnos a nosotros; se hace uno de nosotros para que lo podamos conocer.

Dice Enrique Martínez Lozano en “Qué decimos cuando decimos el Credo” que “cuando afirmamos que Jesús bajó del cielo, no solo no hablamos de lugares, sino tampoco de

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tiempos… estamos hablando de Jesús como el hombre que vivió tan admirablemente identificado con el Misterio (al que llamamos Abba, Padre, que estaba “ viniendo”-naciendo- permanentemente de él” (Enrique Martínez Lozano, Qué decimos cuando decimos el Credo, Desclee de Brouwer, Bilbao 2012)

TAREA PARA LA SEMANA1.- Comenta esta frase: Dios todopoderoso es Dios todo

amor, todo solidaridad2.- Resume el contenido central de este tema en tres ideas

que consideras principales.

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PRESENTACIÓN DEL TEMAEl Dios que se humanizó se hizo hombre por obra y

gracia del Espíritu Santo y se encarnó de una virgen llamada María. Del papel del Espíritu Santo y del de María en la “encarnación” trata el tema de este encuentro.

ORACIÓNCreo en el Evangelio como guía permanente, luz en la

oscuridad, código de comportamientos. Creo que no se puede evangelizar sin estar codo a codo con los oprimidos. Creo que en eso se “revela” la presencia viva de Jesús. Creo que ahí se manifiesta el Espíritu del Señor.

Creo en el evangelio que nos lleva a luchar por la justicia, por la paz y por la libertad de todos los hombres. Creo que hay que leer profundamente el evangelio.

Creo en Dios, impulso y energía vital de todo el universo.Creo que todos los seres buscan fusionarse con él para

encontrar el equilibrio. Creo que en esta fusión con Dios encuentra el hombre el significado profundo a su existencia.

Creo que Dios ha creado todo con libertad. Creo que ha hecho al hombre a su imagen y semejanza. Creo en Dios, liberación del hombre.

(Tomado de los otros credos)

EnCUEnTRO

Y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María la Virgen

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CONCEPCIÓN DE JESÚSCon una ligera variante, los dos credos dicen lo mismo

en este punto. El de Nicea afirma: “por obra del Espíritu Santo se encarnó de María, la Virgen, y se hizo hombre” y el de los Apóstoles afirma: “fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo, nació de Santa María Virgen”. La variante está en que uno usa el término encarnarse y el otro habla de concepción.

El término “encarnarse” que usa el credo de Nicea-Constantinopla se apoya en el texto del evangelio de Juan que dice que “la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros” (Jn 1,14). El Credo de los Apóstoles se basa más en la narración evangélica de Mateo y Lucas que hablan de concepción: “este fue el origen de Jesucristo: María, su madre, estaba comprometida con José y, cuando todavía no habían vivido juntos, concibió un hijo por obra del Espíritu Santo” (Mt 1,18), “y María dio a luz a su Hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el albergue” (Lc 2,7).

No tenemos que ver contradicción en estas diferencias. Lo que ambos nos dicen es que en el origen de la existencia humana del Hijo de Dios intervienen dos actores: el Espíritu Santo y María, una mujer cuyo rasgo distintivo es ser madre virgen.

Lucas y Mateo, al usar el término concepción “por obra y gracia del espíritu Santo”, señalan que dicha concepción no se debió a ninguna inseminación humana. Por ello, en María se da la paradoja de ser madre y virgen. El evangelista Lucas añade a modo de explicación. “por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios” (Lc 1,35)

De la misma manera que paradójico resulta que se pueda ser a la vez hombre y Dios, paradójico es también ser madre y virgen al mismo tiempo. Podríamos decir para entenderlo

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que porque María es Madre su hijo es humano como ella y, porque Jesús es Dios, su Madre es virgen. Llamar a María Madre Virgen es confesar a Jesús Hombre Dios.

EL ESPÍRITU SANTO EN LA ENCARNACIÓN DEL HIJO DE DIOSCarlos Diaz en “Decir el credo”, (Desclee de Brouwer,

Bilbao 2015) explica así el papel del Espíritu Santo y de María en la Encarnación: “Jesús no tuvo padre humano; porque así lo quiso el divino Padre con sus insondables designios, nace por obra y gracia del Espíritu Santo. Dios actúa no como cónyuge de una virgen, sino por «oído», por la fe con que María escucha la Palabra de Dios y responde incondicionalmente: «he aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra». Ésta y sólo ésta es la intervención humana en el suceso del nacimiento de Cristo en Belén, virginalmente, en el seno de una sencilla y humilde mujer del pueblo cuyo nombre era María” (pag 106)

Ya se ha dicho que el Espíritu Santo es uno de dos actores que intervienen en la Encarnación. Nos lo explica así el CIC:

El Espíritu Santo vendrá sobre ti: “La anunciación a María inaugura la plenitud de “los tiempos”(Gal 4, 4), es decir el cumplimiento de las promesas y de los preparativos. María es invitada a concebir a aquel en quien habitará “corporalmente la plenitud de la divinidad” (Col 2, 9). La respuesta divina a su “¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?” (Lc 1, 34) se dio mediante el poder del Espíritu: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti” (Lc 1, 35).” (CIC 484).

Enviado para fecundar a María: “La misión del Espíritu Santo está siempre unida y ordenada a la del Hijo (cf. Jn 16, 14-15). El Espíritu Santo fue enviado para santificar el seno de la Virgen María y fecundarla por obra divina, él que es “el Señor que da la vida”, haciendo que ella conciba al Hijo eterno del Padre en una humanidad tomada de la suya”. (CIC 485).

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El concebido en el seno de la Virgen es Cristo: “El Hijo único del Padre, al ser concebido como hombre en el seno de la Virgen María es “Cristo”, es decir, el ungido por el Espíritu Santo (cf. Mt 1, 20; Lc 1, 35), desde el principio de su existencia humana, aunque su manifestación no tuviera lugar sino progresivamente: a los pastores (cf. Lc 2,8-20), a los magos (cf. Mt 2, 1-12), a Juan Bautista (cf. Jn 1, 31-34), a los discípulos (cf. Jn 2, 11). Por tanto, toda la vida de Jesucristo manifestará “cómo Dios le ungió con el Espíritu Santo y con poder” (Hch 10, 38). (CIC 486).

En el texto de Lucas, el Espíritu Santo es presentado como el poder o la fuerza de Dios. Es el mismo Espíritu que ya estaba presente con su fuerza al principio de la creación: “La tierra era caos y confusión y oscuridad por encima del abismo, y un viento de Dios aleteaba por encima de las aguas” (Gn 1,2). Ese mismo poder, esa fuerza del Altísimo que cubre con su sombra a María se hace presente en el momento en que se inicia la nueva creación.

MARÍA, LA VIRGEN MADRE

Elegida para ser madre: “De la descendencia de Eva, Dios eligió a la Virgen María para ser la Madre de su Hijo. Ella, “llena de gracia”, es “el fruto excelente de la redención” (SC 103); desde el primer instante de su concepción, fue totalmente preservada de la mancha del pecado original y permaneció pura de todo pecado personal a lo largo de toda su vida”. (CIC 508)

Madre de Dios: “María es verdaderamente “Madre de Dios” porque es la madre del Hijo eterno de Dios hecho hombre, que es Dios mismo” (CIC 509).

Virgen: “María “fue Virgen al concebir a su Hijo, Virgen al parir, Virgen durante el embarazo, Virgen después del parto, Virgen siempre” (S. Agustín, serm. 186, 1): Ella, con

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todo su ser, es “la esclava del Señor” (Lc 1, 38) (CIC 510) Hay quienes consideran la virginidad de María como

un mito. Por el contrario, la persona de María es parte fundamental para la vida de Jesús, que nació de una mujer, pero que, como se ha explicado no tenía un padre humano - a San José lo considera la Iglesia padre adoptivo de Jesús- .

Hoy no pocos movimientos religiosos y sectas cuestionan la virginidad de María. En realidad, esto fue así siempre desde el principio de la cristiandad, pero la Iglesia desde siempre ha sostenido firmemente que se trata de una virginidad real, no simbólica. “Lo que la fe católica cree acerca de María se funda en lo que cree acerca de Cristo, pero lo que enseña sobre María ilumina a su vez la fe en Cristo” (CIC 487).

Una de las razones que se dan para cuestionar la virginidad de María es que tuvo otros hijos. El Catecismo sale al paso de este asunto diciendo: “se objeta a veces que la Escritura menciona unos hermanos y hermanas de Jesús (cf. Mc 3, 31-55; 6, 3; 1 Co 9, 5; Ga 1, 19). La Iglesia siempre ha entendido estos pasajes como no referidos a otros hijos de la Virgen María; en efecto, Santiago y José “hermanos de Jesús” (Mt 13, 55) son los hijos de una María discípula de Cristo (cf. Mt 27, 56) que se designa de manera significativa como “la otra María” (Mt 28, 1). Se trata de parientes próximos de Jesús, según una expresión conocida del Antiguo Testamento (cf. Gn 13, 8; 14, 16;29, 15; etc.). (CIC 500).

En la lengua materna de Jesús con una sola palabra se hacía referencia a hermano, hermana, primo y prima. Cuando el evangelio de Marcos dice: “Entonces llegaron su madre y sus hermanos y, quedándose afuera, lo mandaron llamar. La multitud estaba sentada alrededor de Jesús, y le dijeron: “Tu madre y tus hermanos te buscan ahí afuera”. Él les respondió: “¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?” (Mc 3,31-33), está hablando simplemente de parientes cercanos.

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Nueva Eva: “La Virgen María “colaboró por su fe y obediencia libres a la salvación de los hombres” (LG 56). Ella pronunció su “fiat” “loco totius humanae naturae” (“ocupando el lugar de toda la naturaleza humana”) (Santo Tomás, s.th. 3, 30, 1 ): Por su obediencia, Ella se convirtió en la nueva Eva, madre de los vivientes.

Muy temprano en la historia de la Iglesia se empezó a elaborar una teología sobre María que la veía como una nueva Eva. Se podrían traer aquí a colación infinidad de textos de los Santos Padre y del Magisterio de la Iglesia; quedémonos con estas palabras de San Ireneo: “de la misma manera que aquella -es decir, Eva- había sido seducida por el discurso de un ángel, hasta el punto de alejarse de Dios a su palabra, así ésta -es decir, María- recibió la buena nueva por el discurso de un ángel, para llevar en su seno a Dios, obedeciendo a su palabra; y como aquella había sido seducida para desobedecer a Dios, ésta se dejó convencer a obedecer a Dios; por ello, la Virgen María se convirtió en abogada de la virgen Eva. Y de la misma forma que el género humano había quedado sujeto a la muerte a causa de una virgen, fue librado de ella por una Virgen; así la desobediencia de una virgen fue contrarrestada por la obediencia de una Virgen”

Con el nacimiento de Cristo se inicia una nueva creación. Jesús es el primer fruto de esa nueva creación y María la nueva Eva, la mejor muestra del nuevo mundo libre de pecado que permanece en Dios.

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MARíA / nUEVA EVA

Era virgen pero casada con José

Recibe la buena noticia de la verdad

Un ángel le trae la Palabra

MARíA: OBEdECE

Causa de salvación para ella y la raza humana

Libera al hombre de la atadura

Su obediencia procede de su fe

Al obedecer, atrae a dios a su seno.

Por una Virgen la raza humana es salvada. Causa de vida

EVA

Era aún virgen, aunque tenía esposo.

Fue seducida para hacer el mal (mentira)

Un ángel la seduce (ángel caído, demonio)

EVA: dESOBEdECE

Causa de muerte para ella y la raza humana

Ató la libertad del hombre

Su desobediencia procede de su falta de fe.

Al desobedecer, huye de la presencia dios

Por una virgen la raza humana fue sentenciada a la muerte. Causa de muerte

TAREA PARA LA SEMANA1. Después de estudiar este tema estarás en

condición de explicar por qué decimos que María es a la vez Virgen y Madre.

2. También después de estudiar este tema comprenderás mejor qué quiere decir la Iglesia cuando enseña que María es “corredentora”

3. ¿Cómo explicaría a una persona que María es la nueva Eva?

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PRESENTACIÓN DEL TEMAAl nacer de María Jesús, el Hijo del Padre, se hizo

sencillamente hombre, como ya hemos dicho en más de una ocasión, “igual a nosotros en todo menos en el pecado”. En el tema de hoy vamos a tratar, claro que muy someramente, el personaje humano, el que compartió nuestra condición y pasó por todo lo que el ser humano pasa en la vida.

ORACIÓNCreemos en Jesús de Nazaret, que no predicó ni leyes

ni sistemas, ni siquiera a sí mismo, sino el reino amoroso de Dios.

Anunció la presencia de Dios como una gracia para todos los hombres pecadores. Predicó el amor hasta la entrega y la renuncia, hasta el mismo perdón del enemigo. Amó a los pobres diablos, herejes y cismáticos, adúlteras y mujeres de la vida, incluso a los chivatos y a los cómplices, corrompidos políticos, leprosos, enfermos, miserables, los niños y los pobres, al pueblo que llaman bajo y cotidiano.

Judíos y romanos lo mataron por rebeldía a la ley, rebelde al César, en medio de rebeldes exaltados Pero Dios estaba con él. Por su cruz ensangrentada ha irrumpido en el mundo el espíritu de amor, de paz y de justicia, de la verde y victoriosa libertad.

(Víctor Manuel Arbeloa)

EnCUEnTRO

Y se hizo hombre

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IGUAL A NOSOTROSSi nos fijamos bien, los dos credos que estamos

estudiando silencian por completo la vida de Jesús. Pasan de la encarnación a la crucifixión. Mario Molina explica así este silencio sobre el perfil humano de Jesús de Nazaret: “Cualquiera diría que Jesús nació para morir o que su vida no tuvo importancia. Aunque ciertamente el evento decisivo en la vida de Jesús fue su muerte y resurrección, los evangelios nos narran diversos episodios de la vida de Jesús antes de contar su pasión, muerte y resurrección. Es evidente que el credo no es un resumen de la fe, sino expresión de la fe. El Credo, cuyo núcleo primitivo es la confesión de la muerte y resurrección del Señor por nuestra salvación, creció por enumeración de los elementos controvertidos de la fe. Silenció por lo tanto, no las cosas de segunda importancia, sino las aceptadas por todos sin discusión” (Mario Molina op. cit. Pag 55)

No podemos, en consecuencia, en una reflexión sobre nuestra fe, obviar la vida de Jesús y la enseñanza que de aldea en aldea por Galilea dejaba a la gente infundiéndole una nueva esperanza.

En el libro de los Hechos de los Apóstoles se nos presenta a modo de flash un breve esquema de la vida de Jesús: “Ustedes ya saben qué ha ocurrido en toda Judea, comenzando por Galilea, después del bautismo que predicaba Juan: cómo Dios ungió a Jesús de Nazaret con el Espíritu Santo, llenándolo de poder. Él pasó haciendo el bien y curando a todos los que habían caído en poder del demonio, porque Dios estaba con él. Nosotros somos testigos de todo lo que hizo en el país de los judíos y en Jerusalén. Y ellos lo mataron, suspendiéndolo de un patíbulo. Pero Dios lo resucitó al tercer día y le concedió que se manifestara, no a todo el pueblo, sino a testigos elegidos de antemano por Dios: a nosotros, que comimos y bebimos con él, después de su resurrección”. (Hechos 10,37-41).

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El Concilio Vaticano II, en su Constitución Gaudium et Spes al hablar de que Jesús fue totalmente hombre dice: “Trabajó con manos de hombre, reflexionó con inteligencia de hombre, actuó con voluntad de hombre, y amó con humano corazón” (GS 22,2).

Nacimiento: Sabemos que Jesús nació en el reinado del emperador romano Augusto. Aunque no es posible precisar la fecha exacta de su nacimiento, los historiadores creen que debió ser entre los años 6 y 4 antes de nuestra era. O sea, que habría un error de cálculo de alrededor de cinco años.

Aunque nació en Belén, como nos lo dicen los evangelistas Lucas y Mateo, la verdadera patria de Jesús fue Nazaret, donde se crió.

Lengua materna: Nuestro lugar de nacimiento, nuestras primeras experiencias nos marcan en la vida. También nuestra lengua. La de Jesús fue el arameo tal como se hablaba en la región de Galilea. Es posible que fuera bilingüe y que dominara también el griego que era la lengua que se utilizaba en el templo y en las sinagogas donde se leían las Escrituras los sábados.

Vida en Nazaret: Su infancia, su juventud y los primeros años de su vida como adulto los vivió en Nazaret, que era un pueblo pequeño en las montañas de Galilea. Esto hizo que su mentalidad fuera rural, la propia de la gente de los campos, aunque más que trabajar la tierra seguramente, de acuerdo al oficio de su padre, sería artesano-carpintero.

Encuentro con el Bautista: Este encuentro marcó su vida. Jesús oyó hablar de él y se sintió atraído por el movimiento de conversión que inició en el desierto a orillas del Jordán. Esto hizo que rompiera en cierta forma con la familia y se fuera de Nazaret convertido en un seguidor de Juan, de quien recibió el bautismo. Esta fue una experiencia muy fuerte en

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su vida hasta el punto de que ya no volvió donde su familia en Nazaret, aunque tampoco permaneció largo tiempo con Juan, como nos lo cuentan los evangelios.

La misión de Jesús: Tras salir del desierto, Jesús va a su pueblo, a Nazaret, el lugar donde se había criado y allí dio cuenta a su gente de la misión que el Padre le había encomendado. La ocasión se la da el texto del profeta Isaías que le ponen a leer en la asamblea (Isaías 61,1-2), según nos cuenta el evangelista Lucas: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido… (Lc 4,18-19). Cuando Jesús dice: “Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír” (Lc 4,21) lo que está señalando es que el Evangelio, la Buena Noticia, alcanza a la totalidad del hombre y no sólo a su dimensión espiritual.

En el “Comentario al Nuevo Testamento”, de la Casa de la Biblia, al analizarse este texto de Lucas se dice: “esta escena es como el programa de lo que va a ser el ministerio de Jesús, y prefigura todo lo que va a ocurrir: se anuncia la salvación para todos los hombres, se insiste en que el ministerio de Jesús va dirigido preferentemente a los pobres y oprimidos; los incrédulos piden signos, el pueblo judío rechaza su predicación e intenta matarle (anuncio de su muerte), pero la libertad soberana de Jesús vence a sus enemigos (recuerdo de su resurrección) y la evangelización sigue su camino” (pag 201).

Ruptura con su familia: La relación con su familia fue difícil desde que tuvo la experiencia religiosa con Juan el Bautista. No apoyaron su actividad como profeta itinerante, incluso llegaron a pensar que estaba loco y que deshonraba a la familia. Con sus amigos y seguidores formó como una nueva familia y prácticamente rompió con la suya biológica trasladándose a Cafarnaún. De todos modos, algunos familiares llegaron a vincularse con él más tarde.

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Actividad itinerante: Hacia el año 27 Jesús inicia una actividad itinerante intensa pero breve que le lleva desde Galilea hasta Jerusalén, lugar donde sería ejecutado, probablemente el 7 de abril del año 30. Se movió en las cercanías del lago de Galilea visitando las aldeas de alrededor. Le acompañaba un grupo de discípulos y discípulas y su actividad se concentraba en dos tareas principalmente: curar enfermos y anunciar su mensaje sobre el reino de Dios. Su fama creció rápidamente y la gente ansiaba encontrarse con él. Él tenía la costumbre de retirarse a orar en la noche en lugares solitarios.

Profeta del Reino de Dios: Jesús habla con un lenguaje muy sugerente y se hace entender de la gente sencilla. No habla de sí mismo sino del Reino de Dios. Su mensaje no arranca de la tradición judía sino de su personal experiencia de Dios. El Dios que él descubre como Padre, “que hace salir el sol sobre buenos y malos…” lo comunica a través del lenguaje simbólico extraído de la vida. Dice que todos pueden entrar a formar parte de ese Reino y que para ello hay que ser compasivos y perdonar al enemigo.

Actividad curadora: Aunque no haya muchos datos históricos al respecto, no hay duda de que Jesús llevó a cabo curaciones a diversos tipos de enfermos que sus contemporáneos las consideraron milagrosas. Practicó también exorcismos y liberó a personas que en aquellos tiempos consideraban que estaban poseídas por espíritus malignos. Estas curaciones y exorcismos los presentó como señales de que el Reino de Dios ya había comenzado liberando de sus sufrimientos a los pobres y marginados. Nunca entró en el juego de hacer cosas espectaculares para satisfacer simplemente la curiosidad de los que lo querían poner a prueba o no creían en él.

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Un judío poco común: Su manera de actuar era extraña para lo que se acostumbraba en aquel tiempo. Muchos veían en él un provocador. Se saltaba las normas de aquella sociedad con frecuencia, como las de la pureza ritual, no practicaba el ayuno; a veces se saltaba la ley del sábado, se rodeaba de gente mal vista: recaudadores, prostitutas, mendigos etc. Trataba públicamente con mujeres, lo que estaba muy mal visto y las admitía entre sus discípulos (María de Magdala). Tuvo una actitud especialmente acogedora hacia los niños. No era así por llamar la atención sino para hacer ver de manera gráfica que el Reino de Dios estaba abierto a todos y que nadie quedaba excluido y para mostrar que ese mismo sería el proceder del Padre.

Rodeado de discípulos: Jesús no pretendía hacer una nueva religión. Simplemente invitaba a todos a entrar en el Reino de Dios. Pero, como quiera, se formó en torno a él un grupo pequeño de seguidores itinerantes en el que había también un cierto número de mujeres. Había otro grupo más amplio de gente que estaba con él, que compartían sus ideales pero seguía viviendo en sus casas. Estos le acogían cuando iba por las aldeas. Y tuvo un grupo más íntimo y cercano, el grupo de los Doce, que simbolizaban su deseo de lograr la restauración de Israel.

Reacciones ante Jesús: No solamente era seguido por esos simpatizantes y discípulos, grandes masas se movilizaban ante él. Esta popularidad entre las masas hizo que las autoridades lo consideraran un personaje peligroso. Tampoco sus convecinos lo acogieron bien. Despertó la oposición directa de los escribas y los dirigentes religiosos. Fue criticado por comer con pecadores e incluso de estar poseído por el demonio.

Ejecución: En la primavera del año 30 Jesús subió a Jerusalén, que estaba regida por un funcionario romano

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y gobernada por el sumo sacerdote Caifás. Jesús realizó un gesto hostil hacia el templo que provocó su detención. Las más altas autoridades religiosas se convencieron de la peligrosidad de Jesús y decidieron matarlo. Murió crucificado probablemente el 7 de abril del año 30 por orden de Poncio Pilato. Consciente de la inminencia de su muerte celebró una cena de despedida que tuvo una especial significación pues en ella instituyó el sacramento de la eucaristía. Al momento de ser detenido fue abandonado por sus discípulos.

Fe en Jesús resucitado: Es posible verificar históricamente que, entre los años 35 al 40 los cristianos de la primera generación confesaban con diversas fórmulas una convicción compartida por todos y que rápidamente fueron propagando por todo el Imperio: “Dios ha resucitado a Jesús de entre los muertos”.

MODELO DE HUMANIDADEl perfil humano de Jesús de Nazaret, su manera de

vivir es para nosotros el modelo de humanidad que debe ser recreado. “Durante toda su vida, Jesús se muestra como nuestro modelo” dice el CIC trayendo a colación un texto de la carta de Pablo a los Romanos: “Que el Dios de la constancia y del consuelo les conceda tener los mismos sentimientos unos hacia otros, a ejemplo de Cristo Jesús, para que con un solo corazón y una sola voz, glorifiquen a Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo” (Romanos 15,5-6).

El Concilio Vaticano II, en Gaudium et Spes habla extensamente sobre la perfección de la actividad humana de Jesús: “El Verbo de Dios, por quien fueron hechas todas las cosas, hecho El mismo carne y habitando en la tierra, entró como hombre perfecto en la historia del mundo, asumiéndola y recapitulándola en sí mismo. Él es quien nos

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revela que Dios es amor (1 Jn 4,8), a la vez que nos enseña que la ley fundamental de la perfección humana, es el mandamiento nuevo del amor. Así, pues, a los que creen en la caridad divina les da la certeza de que abrir a todos los hombres los caminos del amor y esforzarse por instaurar la fraternidad universal no son cosas inútiles. Al mismo tiempo advierte que esta caridad no hay que buscarla únicamente en los acontecimientos importantes, sino, ante todo, en la vida ordinaria. El, sufriendo la muerte por todos nosotros, pecadores, nos enseña con su ejemplo a llevar la cruz que la carne y el mundo echan sobre los hombros de los que buscan la paz y la justicia….” (GS 38).

Ciertamente, Jesús es modelo de ser humano porque es el perfecto bienaventuerado. En Jesús se dan todas las bienaventuranzas que nos presenta el evangelio de San Mateo. (Mt 5,1-12).

A continuación se presenta una extensa relación de características humanas de Jesús que, desde luego no agotan todo su perfil humano, pero nos ayuda a hacernos una idea de como era.

Jesús de Nazaret es modelo de ser humano porque es:1. Un hombre pobre a favor de los pobres 2. Un hombre coherente entre lo que decía y lo que

hacía 3. Un hombre exigente, pero comprensivo 4. Un hombre duro con aquellos que se aprovechan de

los demás 5. Un hombre preocupado por la persona: no sólo por el

cuerpo, ni sólo por el alma. Un hombre preocupado por el cuerpo y el alma.

6. Un hombre atento a las necesidades de los demás 7. Un hombre dispuesto siempre a resolver los

problemas de los demás

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8. Un hombre enfrentado a las autoridades corruptas y ambiciosas

9. Un hombre que vivía en comunidad 10. Un hombre de acción y al mismo tiempo de oración 11. Un hombre obediente a la voz de Dios 12. Un hombre atento y sensible a los sufrimientos de

la gente 13. Un hombre contra las leyes injustas 14. Un hombre amigo y cercano a los niños 15. Un hombre capaz de convivir con las mujeres con un

gran respeto a ellas. 16. Un hombre con una sola ley, la ley de amar y servir 17. Un hombre capaz de morir por la verdad y la justicia 18. Un hombre que sabe perdonar 19. Un hombre solidario con sus amigos 20. Un hombre capaz de llorar por unas amigas y por

su pueblo 21. Un hombre que amaba la libertad 22. Un hombre que estuvo encarcelado por defender a

los pobres 23. Un hombre valiente capaz de enfrentar y responder a

los jueces 24. Un hombre que sufrió torturas y no maldijo 25. Un hombre que fue acusado injustamente y defendió

la verdad 26. Un hombre apasionado por una vida digna, igualitaria,

fraterna entre los hombres 27. Un hombre que veía a Dios como un Padre

misericordioso 28. Un hombre austero y al mismo tiempo capaz de

participar con gusto en las fiestas y los banquetes.

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TAREA PARA LA SEMANAJesús es el espejo en el que todos debemos mirar para

parecernos a él y ser sus seguidores. Relee con detenimiento las características de Jesús que se han presentado en este tema y señala aquellas en las que tú consideras que debes poner un especial empeño para reproducir en tu vida.

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PRESENTACIÓN DEL TEMACon ligeras variantes, en los dos credos con los que

confesamos nuestra fe decimos que Jesús padeció, que fue crucificado en un momento histórico concreto, cuando Poncio Pilato era el representante de Roma, que fue sepultado y que resucitó a los tres días. De esto vamos a hablar en nuestro encuentro de hoy.

ORACIÓNCreemos en Jesucristo, Señor de la vida y de la muerte.

Muerto por nuestra justificación, vivo para animar nuestra esperanza.

Creemos en su muerte dolorosa y solitaria, preludio de su resurrección. Creemos también que su muerte es un hecho decisivo y personal

Sabemos que si la muerte no tiene sentido, toda la vida discurre en el vacío. Creemos que en la muerte se recoge el estremecimiento ante las preguntas de la existencia; la inseguridad, la experiencia de nuestra condición peregrina; la conciencia de la propia flaqueza.

Sabemos que la muerte está presente en nuestras vidas: en el dolor, en la soledad, la limitación, el miedo, la tristeza, el fracaso, el vacío.

Pero sabemos, también, que sólo en el acto en que encontramos a Dios podemos recuperarnos a nosotros mismos y ser realmente hombres.

EnCUEnTRO

Y por nuestra causa fue crucificado en tiempos de Poncio Pilato

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Y este acto es la muerte, opción definitiva, apertura a Dios, culminación de nuestra libertad, lugar de encuentro total con Cristo, donde está presente la realidad entera.

(Tomado de “los otros credos”)

PONCIO PILATOParece extraño que en un documento como el Credo, que

se ocupa de recoger lo esencial de nuestra fe, se haga referencia a un personaje concreto, y de conducta tan cuestionable como el procurador romano.

En cincuenta y cuatro ocasiones, y principalmente en diferentes momentos de la Pasión del Señor, aparece este personaje, símbolo del hombre injusto, en tanto el nombre de María, la madre de Jesús aparece sólo diecinueve veces. El propio Pablo en una exhortación a la perseverancia y fidelidad que hace a Timoteo pone como ejemplo el testimonio que Jesús dio ante Pilato. “Yo te ordeno delante de Dios, que da vida a todas las cosas, y delante de Cristo Jesús, que dio buen testimonio ante Poncio Pilato” (1Timoteo 6,13).

Explica Mario Molina que la aparición de este personaje no tiene otra finalidad que la de “anclar en el tiempo el testimonio –el martirio- de Jesús (Creo según las Escrituras, pag 66). No se trata de responsabilizar a este romano de la muerte de Jesús. Los dirigentes judíos de la época aparecen en los evangelios como los verdaderos responsables de la muerte de Jesús. Al primero y a estos se les excusa apuntando que, en realidad, su actuación fue la que permitió que se cumplieran los designios de Dios: “Ahora bien, hermanos, yo sé que ustedes obraron por ignorancia, lo mismo que sus jefes. Pero así, Dios cumplió lo que había anunciado por medio de todos los profetas: que su Mesías debía padecer” (Hechos 3,17-18).

El propio Jesús, ya agonizante, dice: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen” (Lc 23,34)

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No se trata, pues de buscar culpables en el tema de la muerte injusta de Jesús. La mención de Pilato en el Credo “nos impide volatilizar a Jesús en un mito o en una idea. Si María asegura la realidad humana de Jesús, la mención de Pilato localiza a Jesús en el tiempo y en el espacio” (Mario Molina, op. cit pag 66).

Poncio Pilato, por tanto, nos garantiza la historicidad de Jesús. La referencia a Pilato hace de la crucifixión el “hecho mejor atestiguado de todos los que se cuentan sobre Jesús, hasta el punto de que algunos estudiosos se han atrevido incluso a datarlo históricamente el 7 de abril del año 30, según los parámetros de nuestro actual calendario” ( Enrique Martínez Lozano, Qué decimos cuando decimos el Credo, op.cit. pag 84)

En la “Declaración sobre las relaciones de la Iglesia con las religiones no cristianas” el Concilio Vaticano II señala: “Lo que se perpetró en su pasión no puede ser imputado indistintamente a todos los judíos que vivían entonces ni a los judíos de hoy [...] No se ha de señalar a los judíos como reprobados por Dios y malditos como si tal cosa se dedujera de la Sagrada Escritura» (NA 4).

POR NUESTRA CAUSAPrácticamente, la única diferencia que hay en los dos

credos es que el de Nicea-Constantinopla añade que la crucifixión de Jesús fue “por nuestra causa”. Esta frase interpreta el sentido de todo lo que condujo a la muerte a Jesús.

Cuando hablamos del tema de la Encarnación también vimos que el Credo señala que la realización de ese misterio tuvo la misma finalidad: “por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del cielo”. Esta misma es la finalidad de su muerte en la cruz.

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Nosotros, los hombres, somos beneficiarios de la muerte de Cristo porque por ella se establece una nueva relación con Dios.

Varios textos nos presentan la salvación que Jesús nos consigue con su muerte y resurrección utilizando la palabra “rescate”: “Por lo tanto, ustedes no se pertenecen, sino que han sido comprados, ¡y a qué precio!” (1 Corintios 6,19-20), “¡Ustedes han sido redimidos y a qué precio! No se hagan esclavos de los hombres” (1 Corintios 7,23) y “Ustedes saben que fueron rescatados de la vana conducta heredada de sus padres, no con bienes corruptibles, como el oro y la plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, el Cordero sin mancha y sin defecto, predestinado antes de la creación del mundo y manifestado en los últimos tiempos para bien de ustedes. Por él, ustedes creen en Dios, que lo ha resucitado y lo ha glorificado, de manera que la fe y la esperanza de ustedes estén puestas en Dios” (1Pedro 18-21)

El CIC dedica un extenso apartado para explicarnos las enseñanzas que para todos nosotros lleva consigo el episodio de la muerte de Jesús. Aquí nos guiaremos del resumen que nos presenta al final del artículo 4. (CIC 619-623)

“Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras”(1 Co 15, 3). Es lo primero que transmite Pablo en el llamado “evangelio paulino”. Aquí confiesa Pablo que lo primero que él recibió lo transmite a los cristianos y cristianas de la comunidad de Corinto.

Por nuestros pecados: Nuestra salvación procede de la iniciativa del amor de Dios hacia nosotros porque “Él nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados” (1 Jn 4, 10). “En Cristo estaba Dios reconciliando al mundo consigo” (2 Co 5, 19).

Se ofreció libremente: Jesús se ofreció libremente por nuestra salvación. Este don lo significa y lo realiza por

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anticipado durante la última cena: “Este es mi cuerpo que va a ser entregado por vosotros” (Lc 22, 19).

Rescate: La redención de Cristo consiste en que Él “ha venido a dar su vida como rescate por muchos” (Mt 20, 28), es decir “a amar a los suyos [...] hasta el extremo” (Jn 13, 1) para que ellos fuesen “rescatados de la conducta necia heredada de sus padres” (1 P 1, 18).

Misión expiatoria: Por su obediencia amorosa a su Padre, “hasta la muerte [...] de cruz” (Flp 2, 8), Jesús cumplió la misión expiatoria (cf. Is 53, 10) del Siervo doliente que “justifica a muchos cargando con las culpas de ellos” (Is 53, 11; cf. Rm 5, 19).

Antes de finalizar este punto conviene que recordemos que nuestra salvación no es el resultado sólo de la muerte y resurrección de Jesús. Desde que el hombre pecó y Dios Padre no quiso condenarlo eternamente, la salvación del hombre, entendida como recreación del mundo, comienza nuestra Historia de Salvación, que culmina, eso sí con la muerte y resurrección de Jesús.

Refiriéndonos más estrictamente a Jesús, debemos decir que también su nacimiento y las predicaciones que hacía por las aldeas de Galilea, las curaciones con las que devolvía la vida a la gente enferma y los demás milagros, son también parte de la salvación que Dios Padre nos consiguió en su Hijo, por el Espíritu Santo.

FUE CRUCIFICADO, MUERTO Y SEPULTADOA Jesús la muerte no le pilló de sorpresa. Como ha dicho

alguien: “Jesús murió como murió porque vivió como vivió”. Su vida, sus enseñanzas, sus denuncias, sus posicionamientos a favor de los últimos lo condujeron al calvario.

En tres ocasiones Jesús advirtió y anunció a sus discípulos que moriría. Cuando Jesús toma el camino hacia Jerusalén

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sabe que está llegando su hora, la hora de pasar de este mundo al Padre.

La “hora de Jesús” es un tema en el que merece la pena adentrarse. En repetidas ocasiones san Juan presenta a Jesús hablando de su “hora” (Cf. Jn 2, 4; 7, 30; 8, 20), hasta el punto de que el término adquiere un sentido misterioso, que sólo en este momento parece que será develado en su significado más profundo. “¡Ha llegado la hora!” Es la hora del regreso de Jesucristo al Padre a través de la crucifixión, la resurrección y la ascensión. A partir de ahora, y en los capítulos siguientes del Evangelio de san Juan (Cf. Jn 13, 1; 17, 1), Jesucristo nos repetirá que ha llegado la “hora”.

El primer momento de esa hora es la cruz: “Cuando estaba por cumplirse el tiempo de su elevación al cielo, Jesús se encaminó decididamente hacia Jerusalén” (Lc 9,51). Jerusalén es la ciudad que mata a los profetas. Es el lamento de Jesús: “¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que te son enviados! ¡Cuántas veces quise reunir a tus hijos, como la gallina reúne bajo sus alas a los pollitos, y tú no quisiste”. (Lc 13,24)

Advertido que Herodes lo busca para matarlo, Jesús respondió: “Vayan a decir a ese zorro: hoy y mañana expulso a los demonios y realizo curaciones, y al tercer día habré terminado. Pero debo seguir mi camino hoy, mañana y pasado, porque no puede ser que un profeta muera fuera de Jerusalén” (Lc 13,32-33)

Jesús era pues plenamente consciente de que tenía que pasar por el cáliz de la cruz y que ya había llegado el momento de hacerlo. Subió voluntariamente a Jerusalén sabiendo perfectamente que allí moriría de muerte violenta a causa de la contradicción de los pecadores: “fíjense en Aquél que soportó tal contradicción de parte de los pecadores, para que no desfallezcan faltos de ánimo” (Hebreos 12,3).

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Se ha dicho un poco antes que “Jesús murió como murió porque vivió como vivió”. Ciertamente la vida de Jesús fue toda una provocación para el judaísmo tradicional de su pueblo y de su tiempo. Hacía cosas que eran realmente inaceptables: perdonaba pecados, lo que sólo podía hacer Dios, relativizaba el mandamiento del sábado; se hacía sospechoso de blasfemia cuando decía que el Padre y él eran una misa cosa, se le veía como un falso profeta. Para todos estos delitos la ley preveía la pena de muerte.

“Muchas de las obras y de las palabras de Jesús han sido, pues, un “signo de contradicción” (Lc 2, 34) para las autoridades religiosas de Jerusalén, aquéllas a las que el Evangelio de san Juan denomina con frecuencia “los judíos” (cf. Jn 1, 19; 2, 18; 5, 10; 7, 13; 9, 22; 18, 12; 19, 38; 20, 19), más incluso que a la generalidad del pueblo de Dios (cf. Jn 7, 48-49)” (CIC 575)

No es necesario abundar en la explicación de que a Jesús lo matan por motivos religiosos y políticos. La gente que quiere el orden mata a Jesús porque perturba el orden.

Con su muerte y sepultura Jesús completa plenamente su vivencia humana. Una vez más debemos recordar, como nos dice la carta a los Hebreros, que “no tenemos un Sumo Sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas, sino probado en todo igual que nosotros, excepto en el pecado (Hebreos 4,15). Igualarse a nosotros supuso para Jesús, además de nacer en nuestra condición y vivir pasando por lo que todo ser humano, principalmente aquellos a los que él manifestó el Reino de la vida, los pequeños, los pobres, los sencillos, pasa, morir y volver a la tierra en donde todos esperamos el momento de la resurrección.

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NADIE TIENE AMOR MáS GRANDETodos entendemos que dar la vida es un signo, tal vez

el mayor, del amor humano. La historia de nuestro pueblo está fundamentada en la entrega de su vida que hicieron los padres de la Patria. Nuestra experiencia como padres y madres es justamente dar la vida por nuestros hijos.

Jesús, con su pasión y muerte nos dice que nadie nos ha amado más al aceptar por nosotros cargar con nuestro pecado: “Este es mi mandamiento: Ámense los unos a los otros, como yo los he amado. No hay amor más grande que dar la vida por los amigos: “Ustedes son mis amigos si hacen lo que yo les mando. Ya no los llamo servidores, porque el servidor ignora lo que hace su señor; yo los llamo amigos, porque les he dado a conocer todo lo que oí de mi Padre” (Jn 15,12-15).

Un amor así tiene que ser correspondido, aunque sea gratuito. Por eso, el mismo Jesús, les dice también: “No son ustedes los que me eligieron a mí, sino yo el que los elegí a ustedes, y los destiné para que vayan y den fruto, y ese fruto sea duradero. Así todo lo que pidan al Padre en mi Nombre, él se lo concederá. Lo que yo les mando es que se amen los unos a los otros” (Jn 15,16,17).

No es el dolor que Jesús padeció en la cruz el que nos redime y salva; es el amor por el que acepta tanto sufrimiento y dolor el que cambió el destino fatal de nuestras vidas para darnos esperanza.

Sólo desde el amor podemos encontrar respuesta a muchas preguntas que se hace la gente y aún nosotros mismos. Preguntas como por ejemplo, ¿por qué permitió Dios que Jesús, siendo inocente muriera?, ¿quería Dios la muerte de su propio Hijo? ¿por qué Jesús tuvo que redimirnos precisamente muriendo en la cruz?

A estas y otras muchas preguntas solo podemos responder diciendo que la razón de todo no es otra que la del amor

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de Dios. Dijimos cuando abordamos el tema de nuestra fe en Dios creador, que la razón que motivó a Dios a crear el mundo no era otra que la de hacer partícipes a los demás seres de su amor. Si la muerte y resurrección de Jesús es la nueva creación del mundo, podemos también entender que todo lo que constituye el misterio de su muerte tiene sentido también desde el amor con que Dios nos ama.

SEGUIDORES DE UN CRUCIFICADODebemos tener siempre muy presente que nosotros

somos seguidores, discípulos, de un crucificado que dio su vida para que nuestra vida cambiara de sentido y de rumbo.

La cruz nos recuerda que la de Jesús fue la muerte de un inocente. Como creyentes en el crucificado y comprometidos con la vida no podemos hoy resignarnos a que sigan sucediendo tantos atropellos contra inocentes en nuestra sociedad. Hay que bajar de la cruz a los crucificados del mundo.

Para quienes creemos en Jesús crucificado, todos los crucificados son hermanos sagrados a quienes tenemos que acercarnos de manera compasiva y solidaria para que pueda su crucifixión acabar en resurrección. La cruz representa para nosotros una opción evangélica por las víctimas.

La cruz, que con la resurrección de Jesús forma un único acontecimiento, nos dice que la Vida no muere. Nos dice que nuestra muerte, cuando termina nuestra peregrinación en este mundo, no es ni una fatalidad, ni el final de nuestra vida. Nuestro Dios es el Dios de la vida y, además, es Padre y Madre y ningún padre y madre, que sean buenos, quitan la vida a sus hijos.

La gestión, si es que podemos hablar en estos términos, que Jesús hace de su muerte en la cruz, es para nosotros un modelo, una enseñanza sobre cómo entregar nuestra vida en

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la propia cruz. Cuando, como Jesús, el sufrimiento y el dolor en nuestra vida lo asumimos como una opción de amor fiel, entonces nuestra cruz es también redentora de nuestra vida. La cruz es fuente de vida.

Como seguidores de Jesús otra enseñanza que nos deja la cruz es que nos pone en condición de asemejarnos a Jesús en el anonadamiento de nuestro propio yo. La cruz es la máxima expresión del anonadamiento de Jesús y debe serlo también para nosotros. A los discípulos que discutían quién de ellos ocuparía los primeros lugares en el nuevo reino del que hablaba Jesús el Maestro les dice: “El que quiere ser el primero, debe hacerse el último de todos y el servidor de todos” (Mc 9,35).

Y DESCENDIO A LOS INFIERNOSEsta expresión aparece en el primer credo, el de los

Apóstoles, y no en el de Nicea Constantinopla. El descenso de Jesús a los infiernos lo tenemos que entender en el sentido de que murió realmente, que ha compartido, como se ha señalado unas líneas más arriba, totalmente la suerte de la humanidad. No se refiere a lo que nosotros entendemos por “infierno” como lugar de tormento y castigo. Decir que Jesús descendió a los infiernos es decir que estuvo en el lugar donde están los muertos.

El credo dice “descendió a los infiernos”, pero tal vez hubiera sido menos confuso decir que descendió al abismo, al Hades, que es el término que el Nuevo Testamento usa para referirse al lugar donde van los muertos al acabar su vida en la tierra. Así lo vemos en el libro de los Hechos de los Apóstoles: “Por eso previó y anunció la resurrección del Mesías, cuando dijo que no fue entregado al Abismo ni su cuerpo sufrió la corrupción” (Hechos 2, 31).

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En la carta a los Romanos encontramos otro texto muy iluminador sobre este punto. Nos dice Pablo: “En cambio, la justicia que proviene de la fe habla así: No digas en tu corazón: ¿Quién subirá al cielo?, esto es, para hacer descender a Cristo. O bien: ¿Quién descenderá al Abismo?, esto es, para hacer subir a Cristo de entre los muertos” (Romanos.10, 6-7)

En definitiva, Jesús, como todo ser humano, con su sepultura sella su vida. También él ha sido depositado en la tumba en la esperanza de la resurrección.

Esta es también la enseñanza que el CIC nos da sobre este punto: “Las frecuentes afirmaciones del Nuevo Testamento según las cuales Jesús “resucitó de entre los muertos” (Hch 3, 15; Rm 8, 11; 1 Co 15, 20) presuponen que, antes de la resurrección, permaneció en la morada de los muertos (cf. Hb 13, 20). Es el primer sentido que dio la predicación apostólica al descenso de Jesús a los infiernos; Jesús conoció la muerte como todos los hombres y se reunió con ellos en la morada de los muertos.” (CIC 632)

En resumen: “En la expresión “Jesús descendió a los infiernos”, el símbolo confiesa que Jesús murió realmente, y que, por su muerte en favor nuestro, ha vencido a la muerte y al diablo “Señor de la muerte” (Hb 2, 14). (CIC 636). Cristo muerto, en su alma unida a su persona divina, descendió a la morada de los muertos. Abrió las puertas del cielo a los justos que le habían precedido” (CIC 637).

TAREA PARA LA SEMANA1.- ¿Podrías hacer una selección de las enseñanzas

que nos deja a nosotros la experiencia de la cruz de Jesús?

2.- Comenta esta frase que aparece en el tema: “no nos redime el dolor de Jesús en la cruz sino el amor por el que soportó tanto sufrimiento”.

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PRESENTACIÓN DEL TEMADice San Pablo que “si Cristo no ha resucitado vana es

nuestra fe” (1Corintios 15,14). En la resurrección es donde se fundamenta toda nuestra fe. Sin ella, todo lo demás que creemos sería pura falsedad. De cómo podemos entender la resurrección de Jesús y de lo que ella supone para nuestra fe es de lo que vamos a hablar en este tema de hoy.

ORACIÓNYo creo en tu resurrección Porque puedo amar, puedo

reír puedo abrazar a mi mayor enemigo y mirarlo en ti.Yo creo en tu resurrección porque tengo paz en mi

corazón porque puedo entregarme a pesar de todo este dolor. Yo creo en tu resurrección porque soy feliz junto a ti

porque me amas tanto que hasta moriste por mi.Yo creo en tu resurrección porque puedo amar porque

tengo tanto, tanto, tanto para entregar.Yo creo que tú, Señor, vivirás en mi. Yo creo que tu Señor

vencerás en mi.Yo creo que tú, Señor, morarás en mi para siempre, para

siempre, Señor.Yo creo en tu resurrección porque ni el dolor ni mi propio

error, ninguna angustia podrá separarme de tu amor.Yo creo en tu resurrección porque todo lo puedo con tu

amor porque sé que cuidas de mi vida mejor que yo.Yo creo en tu resurrección porque puedo amar, porque

puedo entregarme a pesar de todo este dolor.

EnCUEnTRO

Resucitó al tercer día según las escrituras

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Yo creo en ti Señor. Yo creo en la fuerza de tu vida. Creo que donde sobreabundó el pecado sobreabundó más tu gracia.

Creo en la fuerza de tu pequeña semilla en nuestro corazón que da el ciento por uno.

Creo que vives en nosotros. Yo creo en ti Señor(Hermana Glenda)

AL TERCER DÍAEn su libro “Sobre la muerte” González de Cardedal se

pregunta: ¿qué es más admirable: la creación a partir de la nada o la resurrección a partir de la muerte? Estamos, sin duda, ante el acontecimiento central de nuestra fe. Si admirable es crear todo de la nada, y sólo Dios lo puede hacer por amor, hacer que la vida triunfe sobre la muerte es más admirablemente aún y está solo en sus manos.

A Jesús, como nos cuenta el evangelista Marcos, entre las acusaciones que le hacen en el sanedrín está de la haber dicho que destruiría el templo en tres días y que en ese mismo tiempo levantaría otro nuevo: “Nosotros lo hemos oído decir: “Yo destruiré este Templo hecho por la mano del hombre, y en tres días volveré a construir otro que no será hecho por la mano del hombre” (Mc 14,58).

Cuando, tras expulsar del templo a los vendedores, los judíos le preguntan por qué hace eso, Jesús, podríamos decir que en actitud retadora, les dice: “Destruyan este templo y en tres días lo volveré a levantar” (Jn 2,19)

En el primer anuncio de su muerte Jesús dice también que resucitaría el tercer día: Desde “aquel día, Jesús comenzó a anunciar a sus discípulos que debía ir a Jerusalén, y sufrir mucho de parte de los ancianos, de los sumos sacerdotes y de los escribas; que debía ser condenado a muerte y resucitar al tercer día” (Mt 16,21). En Mateo leemos: “Porque así como

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Jonás estuvo tres días y tres noches en el vientre del pez, así estará el Hijo del hombre en el seno de la tierra tres días y tres noches.” (Mt 12,40)

No es casual que Jesús hablara de tres días. En la tradición israelita con la expresión “al tercer día” se hacía referencia a la tensión entre el sufrimiento y la esperanza de salvación. El justo no sufría más de tres días. En la tradición bíblica la expresión “al tercer día” se usaba para referirse al último tiempo en que finalmente Dios vendría a salvar, a devolver a la vida a su pueblo. Así lo dice el profeta Oseas: “Vengan, volvamos al Señor: él nos ha desgarrado, pero nos sanará; ha golpeado, pero vendará nuestras heridas. Después de dos días nos hará revivir, al tercer día nos levantará, y viviremos en su presencia.” (Oseas 6,1-2)

EL PRIMER DÍA DE LA SEMANA:Pablo dice que, según la Escritura, Jesús resucitó al tercer

día: “fue sepultado y resucitó al tercer día, de acuerdo con la Escritura”. (1Corintios 15,4).

Así lo atestiguan los cuatro evangelios. Mateo dice: “pasado el sábado, al amanecer del primer día de la semana, María Magdalena y la otra María fueron a visitar el sepulcro”. Marcos, por su parte, señala: “Pasado el sábado, María Magdalena, María, la madre de Santiago, y Salomé compraron perfumes para ungir el cuerpo de Jesús. A la madrugada del primer día de la semana, cuando salía el sol, fueron al sepulcro” (Mc 16,1-2). Y Lucas: “El primer día de la semana, al amanecer, las mujeres fueron al sepulcro con los perfumes que habían preparado” (Lc 24,1) Lo mismo se dice en el evangelio de Juan: “El primer día de la semana, de madrugada, cuando todavía estaba oscuro, María Magdalena fue al sepulcro y vio que la piedra había sido sacada.” (Jn 20,1)

Los cuatro evangelios pues fijan el momento de la resurrección al tercer día de la muerte que es el día siguiente

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al sábado. Como sabemos, y celebramos, Jesús murió en las primeras horas de la tarde del viernes. El tercer día es, de acuerdo a los acontecimientos, el que sigue al sábado, el primer día de la semana y se constituye en el “Día del Señor”.

EL ACONTECIMIENTO DE LA RESURRECCIÓNPara no dispersar el contenido de este tema tan central

de nuestra fe, vamos a seguir paso a paso las enseñanzas del CIC.

La resurrección es un acontecimiento histórico y transcendente:Como lo atestigua el Nuevo Testamento fue un

acontecimiento histórico. “Ya san Pablo, hacia el año 56, puede escribir a los Corintios: “Porque os transmití, en primer lugar, lo que a mi vez recibí: que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras; que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según las Escrituras; que se apareció a Cefas y luego a los Doce” (1 Co 15, 3-4). El apóstol habla aquí de la tradición viva de la Resurrección que recibió después de su conversión a las puertas de Damasco (cf. Hch 9, 3-18). (CIC 639)

El sepulcro vacío:“¿Por qué buscar entre los muertos al que vive? No

está aquí, ha resucitado” (Lc 24, 5-6). En el marco de los acontecimientos de Pascua, el primer elemento que se encuentra es el sepulcro vacío. No es en sí una prueba directa. La ausencia del cuerpo de Cristo en el sepulcro podría explicarse de otro modo (cf. Jn 20,13; Mt 28, 11-15). A pesar de eso, el sepulcro vacío ha constituido para todos un signo esencial. Su descubrimiento por los discípulos fue el primer paso para el reconocimiento del hecho de la Resurrección.

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Es el caso, en primer lugar, de las santas mujeres (cf. Lc 24, 3. 22- 23), después de Pedro (cf. Lc 24, 12). “El discípulo que Jesús amaba” (Jn 20, 2) afirma que, al entrar en el sepulcro vacío y al descubrir “las vendas en el suelo”(Jn 20, 6) “vió y creyó” (Jn 20, 8). Eso supone que constató en el estado del sepulcro vacío (cf. Jn 20, 5-7) que la ausencia del cuerpo de Jesús no había podido ser obra humana y que Jesús no había vuelto simplemente a una vida terrenal como había sido el caso de Lázaro (cf. Jn 11, 44).(CIC 640)

Las apariciones del ResucitadoMaría Magdalena y las santas mujeres, que iban a

embalsamar el cuerpo de Jesús (cf. Mc 16,1; Lc 24, 1) enterrado a prisa en la tarde del Viernes Santo por la llegada del Sábado (cf. Jn 19, 31. 42) fueron las primeras en encontrar al Resucitado (cf. Mt 28, 9-10; Jn 20, 11-18). Así las mujeres fueron las primeras mensajeras de la Resurrección de Cristo para los propios Apóstoles (cf. Lc 24, 9-10). Jesús se apareció en seguida a ellos, primero a Pedro, después a los Doce (cf. 1 Co 15, 5). Pedro, llamado a confirmar en la fe a sus hermanos (cf. Lc 22, 31-32), ve por tanto al Resucitado antes que los demás y sobre su testimonio es sobre el que la comunidad exclama: “¡Es verdad! ¡El Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón!” (Lc 24, 34). (CIC 641)

Ante estos testimonios es imposible interpretar la Resurrección de Cristo fuera del orden físico, y no reconocerlo como un hecho histórico…(CIC 643)

Dificultad de los apóstoles para aceptar el hecho de la Resurrección:“Sabemos por los hechos que la fe de los discípulos fue

sometida a la prueba radical de la pasión y de la muerte en cruz de su Maestro, anunciada por Él de antemano (cf. Lc

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22, 31-32). La sacudida provocada por la pasión fue tan grande que los discípulos (por lo menos, algunos de ellos) no creyeron tan pronto en la noticia de la resurrección. Los evangelios, lejos de mostrarnos una comunidad arrobada por una exaltación mística, nos presentan a los discípulos abatidos (“la cara sombría”: Lc 24, 17) y asustados (cf. Jn 20, 19). Por eso no creyeron a las santas mujeres que regresaban del sepulcro y “sus palabras les parecían como desatinos” (Lc 24, 11; cf. Mc 16, 11. 13). Cuando Jesús se manifiesta a los once en la tarde de Pascua “les echó en cara su incredulidad y su dureza de cabeza por no haber creído a quienes le habían visto resucitado” (Mc 16, 14). (CIC 643)

“Tan imposible les parece la cosa que, incluso puestos ante la realidad de Jesús resucitado, los discípulos dudan todavía (cf. Lc 24, 38): creen ver un espíritu (cf. Lc 24, 39). “No acaban de creerlo a causa de la alegría y estaban asombrados” (Lc 24, 41). Tomás conocerá la misma prueba de la duda (cf. Jn 20, 24-27) y, en su última aparición en Galilea referida por Mateo, “algunos sin embargo dudaron” (Mt 28, 17). Por esto la hipótesis según la cual la resurrección habría sido un “producto” de la fe (o de la credulidad) de los apóstoles no tiene consistencia. Muy al contrario, su fe en la Resurrección nació —bajo la acción de la gracia divina— de la experiencia directa de la realidad de Jesús resucitado” (CIC 644)

Resucitó el crucificadoJesús resucitado establece con sus discípulos relaciones

directas mediante el tacto (cf. Lc 24, 39; Jn 20, 27) y el compartir la comida (cf. Lc 24, 30. 41-43; Jn 21, 9. 13-15). Les invita así a reconocer que él no es un espíritu (cf. Lc 24, 39), pero sobre todo a que comprueben que el cuerpo resucitado con el que se presenta ante ellos es el mismo que ha sido martirizado y crucificado, ya que sigue llevando las huellas de

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su pasión (cf Lc 24, 40; Jn 20, 20. 27). Este cuerpo auténtico y real posee sin embargo al mismo tiempo, las propiedades nuevas de un cuerpo glorioso: no está situado en el espacio ni en el tiempo, pero puede hacerse presente a su voluntad donde quiere y cuando quiere (cf. Mt 28, 9. 16-17; Lc 24, 15. 36; Jn 20, 14. 19. 26; 21, 4) porque su humanidad ya no puede ser retenida en la tierra y no pertenece ya más que al dominio divino del Padre (cf. Jn 20, 17). Por esta razón también Jesús resucitado es soberanamente libre de aparecer como quiere: bajo la apariencia de un jardinero (cf. Jn 20, 14-15) o “bajo otra figura” (Mc 16, 12) distinta de la que les era familiar a los discípulos, y eso para suscitar su fe (cf. Jn 20, 14. 16; 21, 4. 7). (CIC 645)

“La Resurrección de Cristo no fue un retorno a la vida terrena como en el caso de las resurrecciones que él había realizado antes de Pascua: la hija de Jairo, el joven de Naím, Lázaro. Estos hechos eran acontecimientos milagrosos, pero las personas afectadas por el milagro volvían a tener, por el poder de Jesús, una vida terrena “ordinaria”. En cierto momento, volverán a morir. La Resurrección de Cristo es esencialmente diferente. En su cuerpo resucitado, pasa del estado de muerte a otra vida más allá del tiempo y del espacio. En la Resurrección, el cuerpo de Jesús se llena del poder del Espíritu Santo; participa de la vida divina en el estado de su gloria, tanto que san Pablo puede decir de Cristo que es “el hombre celestial” (cf. 1 Co 15, 35-50). (CIC 646)

La Resurrección obra de la Santísima TrinidadLa resurrección es obra de la Trinidad. En ella, las tres

Personas divinas actúan juntas a la vez y manifiestan su propia originalidad. Se realiza por el poder del Padre que “ha resucitado” (Hch 2, 24) a Cristo, su Hijo, y de este modo ha introducido de manera perfecta su humanidad —con

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su cuerpo— en la Trinidad. Jesús se revela definitivamente “Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por su resurrección de entre los muertos” (Rm 1, 3-4). San Pablo insiste en la manifestación del poder de Dios (cf. Rm 6, 4; 2 Co 13, 4; Flp 3, 10; Ef 1, 19-22; Hb 7, 16) por la acción del Espíritu que ha vivificado la humanidad muerta de Jesús y la ha llamado al estado glorioso de Señor. (CIC 648)

IMPORTANCIA DE LA RESURRECCIÓN DEL SEÑORYa se ha citado antes el texto de la Primera carta de San

Pablo a los Corintios en el que dice que “si no resucitó Cristo, vana es nuestra predicación, vana también nuestra fe” (1 Co 15, 14). Y es vana nuestra fe porque, sin la resurrección, la misma enseñanza y las obras de Cristo tendrían ningún sentido.

Cumplimiento de las promesasEn la resurrección de Cristo se cumplen las promesas

hechas por el Padre en el Antiguo Testamento. El texto del encuentro del resucitado con los discípulos de Emaús nos lo dice: “¿No era necesario que el Mesías soportara esos sufrimientos para entrar en su gloria?” Y comenzando por Moisés y continuando con todos los Profetas, les interpretó en todas las Escrituras lo que se refería a él” (Lc 24,26-27) A eso se refiere también Pablo cuando habla de que “Cristo murió por nuestros pecados, conforme a la Escritura” (1Corintios 15,3) y que “fue sepultado y resucitó al tercer día, de acuerdo con la Escritura” (1 Corintios 15,4) también.

Y el mismo Pablo en uno de sus discursos dice: “la Promesa hecha a los padres Dios la ha cumplido en nosotros [...] al resucitar a Jesús, como está escrito en el salmo primero: “Hijo mío eres tú; yo te he engendrado hoy” (Hch 13, 32-33)

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La resurrección confirma la divinidad de Jesús“La verdad de la divinidad de Jesús es confirmada por su

Resurrección”, nos dice el CIC (653). Jesús, en el evangelio de Juan, se identifica como “yo

soy”, la misma identidad que Dios da de sí mismo cuando es preguntado por Moisés: “cuando me pregunten: “¿Cuál es su nombre?”, ¿qué les responderé?” Dijo Dios a Moisés: “Yo soy el que soy.” Y añadió: “Así dirás a los israelitas: “Yo soy” me ha enviado a vosotros” (Exodo 3,13-14) Lo que Jesús dice es: “Cuando hayan levantado al Hijo del hombre, entonces sabrán que Yo Soy” (Jn 8, 28).

La Resurrección del Crucificado demostró que verdaderamente, él era el “Yo Soy”, el Hijo de Dios y Dios mismo.

Del pecado a una nueva vidaYa sabemos que la palabra “Pascua” significa “paso y

refiere al que Jesús dio de la muerte a la vida. Es doctrina de la Iglesia que con la muerte de Jesús hemos sido liberados del pecado y con su resurrección hemos nacido a una nueva vida. A este respecto, Pablo en la carta a los Romanos nos dice que: “el cual –Jesús- fue entregado por nuestros pecados y resucitado para nuestra justificación” (Romanos 4,25) y “Por el bautismo fuimos sepultados con él en la muerte, para que así como Cristo resucitó por la gloria del Padre, también nosotros llevemos una Vida nueva” (Romanos 6,4)

La muerte y la resurrección de Jesús nos dan la adopción filial de Dios y nos hacen hermanos de Jesucristo. Como hermanos trata Jesús a sus discípulos cuando, una vez resucitado, encarga a las mujeres que “avisen a mis hermanos que vayan a Galilea, y allí me verán” (Mt 28,10).

Como nos enseña el CIC, somos hermanos de Jesús, “no por naturaleza, sino por don de la gracia, porque esta

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filiación adoptiva confiere una participación real en la vida del Hijo único, la que ha revelado plenamente en su Resurrección” (654)

Garantía de nuestra resurrección futuraLa resurrección de Cristo es para nosotros la garantía de

que también nosotros resucitaremos. Jesús al nacer hizo suya nuestra condición, al resucitar ha hecho nuestra la suya de hombre nuevo. Esta es la enseñanza de Pablo a los Corintios. Les dice: “Porque la muerte vino al mundo por medio de un hombre, y también por medio de un hombre viene la resurrección. 15:22 En efecto, así como todos mueren en Adán, así también todos revivirán en Cristo” (1Corintios 15,21-22)

Los primeros cristianos fundamentaron su fe en esta promesa de la futura resurrección. En esa dirección iban dirigidas las enseñanzas de los apóstoles, principalmente de Pablo. Veamos algunos textos: “Y esta es la voluntad del que me ha enviado; que no pierda nada de lo que él me ha dado, sino que lo resucite el último día. Porque esta es la voluntad de mi Padre: que todo el que vea al Hijo y crea en él, tenga vida eterna y que yo le resucite el último día.” (Jn 6,39-40. “Porque si creemos que Jesús murió y que resucitó, de la misma manera Dios llevará consigo a quienes murieron en Jesús” (1Tesalonicenses 4,14).

“Y Dios, que resucitó al Señor, nos resucitará también a nosotros mediante su poder”. (1Corintios 6,14)

La vida que Dios nos da al nacer es eterna y no nos la quita cuando termina nuestra peregrinación en este mundo. Cuando morimos, morimos solo a la vida que vivimos en este mundo, pero Dios no nos deja sin vida, porque la vida que nos da es eterna. Si cuando morimos Dios nos arrebatara la vida no sería, como ya se ha dicho en otro tema anterior, ni el Dios de la vida, ni tampoco Padre, porque ningún padre o madre buenos quitan la vida a sus hijos, por el contrario dan la vida por ellos.

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Uno de los prefacios de las misas de difuntos dice: “aunque la certeza de morir nos entristece, nos consuela la promesa de la futura inmortalidad. Porque, la vida de los que en ti creemos no termina, se transforma y al deshacerse nuestra morada terrenal adquirimos una mansión eterna en el cielo”

En resumen, puesto que no todo termina en la muerte, la alegría y la esperanza han entrado en el mundo. La muerte ha perdido el dominio que tenía sobre Jesús, ha perdido también el dominio que tenía sobre nosotros. En este sentido podemos interpretar el texto de Pablo a los Romanos: “Sabemos que Cristo, después de resucitar, no muere más, porque la muerte ya no tiene poder sobre él. Al morir, él murió al pecado, una vez por todas; y ahora que vive, vive para Dios. Así también ustedes, considérense muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús” (Romanos 6,10-119

EL DOMINGOHemos visto anteriormente que el tercer día”, por la

resurrección, se convirtió en el Día del Señor. Desde el principio, y dando cumplimiento al mandato de Jesús en la Cena de despedida que tuvo con sus discípulos la víspera de su muerte, “Luego tomó el pan, dio gracias, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: “Esto es mi Cuerpo, que se entrega por ustedes. Hagan esto en memoria mía” (Lc 22,19), la Iglesia se ha reunido el día primero de la semana –el nuevo sábado- para celebrar la fiesta de la Pascua, que es la eucaristía. Por esta razón el primero de los mandamientos de la Iglesia es participar el domingo en la eucaristía.

De un pequeño libro que escribí para esta misma colección, hace ya unos cuantos años reproduzco lo que, a modo de catequesis elaboré para que las comunidades de la parroquia celebraran la cuaresma y la Semana Santa sin la presencia del sacerdote: “El domingo es el DIA DEL SEÑOR,

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día dedicado desde el principio de la cristiandad a honrar a Dios, día en que dejamos el trabajo diario para tener tiempo para dedicarnos a las cosas de Dios, a darle gloria y alabanza, día dedicado a crecer en nuestra propia santidad.

“El domingo es el día del Señor porque es el día primero de la semana, cuando el Señor resucitó; es el día de la nueva y definitiva pascua. Es el día de nuestra salvación. Desde que Jesús resucitó el día primero de la semana, el sábado pertenece al pasado, a lo viejo. Es por eso que la Iglesia celebra el domingo con tanta solemnidad.

Aquí tienes algunas sugerencias para hacer de este día un día de santificación, un día verdaderamente dedicado al Señor:

1º Si en tu comunidad no se celebra la eucaristía, participa en la celebración de la Palabra. Es la fiesta central de este día porque en ella recordamos la muerte y resurrección del Señor, que es el misterio de nuestra salvación.

2º Saca un tiempo para la oración con tu familia; de ese modo Dios estará contigo y los tuyos.

3º Aprovecha parte de tu tiempo libre para visitar enfermos y hacerte solidario con ellos reconfortándolos en su quebranto.

4º Visita a tus familiares y amigos y conversa con ellos de cosas positivas. Puede ser una buena ocasión para anunciar el evangelio a tus hermanos.

5º Dedícate a alguna obra de apostolado en alguno de los ministerios de la comunidad.

6º Visita la tumba de tus seres queridos en el cementerio y ora por ellos dándole gracias a Dios por la vida eterna que les concede en el cielo.

7º Si sales de viaje, a la playa o de pasadía santifica esa diversión contemplando la naturaleza que es obra de Dios y bendice al Señor por su grandeza.

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8º Con la práctica de algún deporte puedes agradecer a Dios la vida de tu cuerpo sano y puedes mantenerte en forma para rendirle culto en el trabajo de cada día.

9º Si participas de alguna diversión haz que sea sana y disfrútala a plenitud dándole con ella gloria a Dios. Puede ser una buena ocasión para dar testimonio de tu fe ante los demás.

10º Hoy domingo, día de la comunidad, puedes proponerte hacer alguna obra de caridad especial con algún hermano más necesitado que tú. (Miguel Angel Ciaurriz, Celebrar la Pascua en Comunidad, Amigo del Hogar, 1995)

TAREA PARA LA SEMANA1. ¿Si tuvieras que preparar una catequesis para

explicar la importancia que la resurrección de Jesús tiene para nuestra fe, cómo lo harías?

2. ¿Qué crees que podrías hacer para santificar “el día del Señor?

3. De acuerdo a lo tratado en este tema, ¿por qué crees que la Iglesia, en uno de sus mandamientos nos pide participar en la celebración eucarística con toda la comunidad el domingo?

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PRESENTACIÓN DEL TEMALa Ascensión de Jesús a los cielos no podemos

contemplarla separada del misterio de la muerte y resurrección del Señor, forma parte del proyecto redentor de Dios. De la misma manera que, como hemos visto en el tema anterior, porque Jesús resucitó nosotros resucitaremos, también porque, una vez terminada su misión en la tierra, volvió al cielo para sentarse a la derecha del Padre, nuestro destino definitivo será también el cielo.

ORACIÓNCreemos en Jesús, hombre libre y solidario, camino

y meta del ser humano y de la historia universal. Muerto violentamente en la cruz, por el poder civil y religioso, a causa de su compromiso con los últimos de la tierra y, a través de éstos, con todos los hombres y mujeres.

Profeta de la fe y de la justicia, se convirtió por su resurrección en líder de la humanidad, para gloria de Dios y salvación de todo el mundo.

Creemos en el Dios de Jesús, su Padre y nuestro Padre, fuente de todo bien y enemigo de todo mal, que ha creado un mundo en marcha y lo ha puesto en nuestras manos para que desarrollemos la creación en beneficio de todos.

(Adaptado del Credo de las CEBs de El Salvador)

EnCUEnTRO

Y subió al cielo y está sentado a la derecha del Padre

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¿QUÉ HACEN MIRANDO AL CIELO?Como se ha señalado al presentar el tema, la Ascensión no la

podemos separar del episodio de la muerte y de la resurrección. En su obra “Credo” señala Hans Kung: “la Ascensión del Señor no debe comprenderse ni celebrarse como un segunda hecho salvífico posterior a la resurrección, sino como un aspecto, puesto especialmente de relieve, del solo y único hecho pascual” (Hans Kung, Credo, Ed. Trota, Madrid, 1995)

De hecho, si tomamos la narración de este acontecimiento según nos la narran Lucas y Marcos, la subida de Jesús a los cielos se produjo el mismo día de la resurrección.

El evangelio de Marcos es el que recoge de manera más breve el episodio de la Ascensión. Tras instruirles sobre la misión, subió a los cielos: “Después de decirles esto, el Señor Jesús fue llevado al cielo y está sentado a la derecha de Dios” (Mc.16,19)

Según el relato que nos hace Lucas en el libro de los Hechos de Apóstoles, transcurren cuarenta días entre la resurrección y la ascensión de Jesús a los cielos. En ese lapso de tiempo se enmarcan las apariciones de Jesús a sus discípulos: “Después de su Pasión, Jesús se manifestó a ellos dándoles numerosas pruebas de que vivía, y durante cuarenta días se les apareció y les habló del Reino de Dios.” (Hechos 1,3)

En la última aparición a sus discípulos Jesús sube al cielo: “Dicho esto, los Apóstoles lo vieron elevarse, y una nube lo ocultó de la vista de ellos. Como permanecían con la mirada puesta en el cielo mientras Jesús subía, se les aparecieron dos hombres vestidos de blanco, que les dijeron: “Hombres de Galilea, ¿por qué siguen mirando al cielo? Este Jesús que les ha sido quitado y fue elevado al cielo, vendrá de la misma manera que lo han visto partir” (Hechos 1,9-11).

Recordemos lo que ya se ha dicho en otro momento: cuando decimos que Jesús «subió a los cielos»; no se nos

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quiere decir que los cielos sean un espacio físico que estaría en algún lugar más alto que nuestra tierra, seguramente por encima del firmamento o de los espacios siderales.

En realidad Jesús subió porque primero bajó: “por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del cielo” confesamos en el credo.

En este sentido, la ascensión representa la consumación del proceso salvador que Dios tenía en mente y que pasaba por hacerse uno de nosotros y asumir nuestra condición.

Y si no podemos separar muerte y resurrección de la Ascensión a los cielos, tampoco podremos dejar fuera el acontecimiento de Pentecostés. Así lo entiende la Iglesia que completa la “cincuentena pascual” con la fiesta de Pentecostés, que veremos en un próximo encuentro.

Será el Espíritu Santo la manera como se cumpla promesa que Jesús hace a los apóstoles antes de subir al cielo: “Vayan, entonces, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Y yo estoy con ustedes hasta el fin del mundo”. (Mt 28,18-19)

Quien ahora ha de venir, dice Hans Kung, no es Jesús, que se va alejando en el cielo después de haber encargado una misión a los discípulos, sino el Espíritu Santo que fortalecerá a los discípulos para los tiempos de misión que se aproximan hasta que finalmente –al final de los tiempos- Jesús regrese de una manera tan clara y concreta como se marchó. Así pues con el relato de la Ascensión, Lucas quiere decirnos lo siguiente: la resurrección sólo la han comprendido quienes no se quedan mirando al cielo, sino que van al mundo y dan testimonio de Jesús” (Hans Kung, op. cit. 106)

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POR LA ASCENSIÓN SE ABRE EL CIELO PARA NOSOTROSJesús, uno como nosotros, “igual a nosotros en todo

menos en el pecado” (Hebreos 4,15) muere como nosotros, resucita para que nosotros tengamos vida eterna y sube al cielo para abrirnos ese camino de manera que también la gloria sea para nosotros.

En su enseñanza a los discípulos Jesús les dice que él es el camino que conduce al Padre. “No se inquieten. Crean en Dios y crean también en mí. En la Casa de mi Padre hay muchas habitaciones; si no fuera así, se lo habría dicho a ustedes. Yo voy a prepararles un lugar. Y cuando haya ido y les haya preparado un lugar, volveré otra vez para llevarlos conmigo, a fin de que donde yo esté, estén también ustedes” (Jn 14,1-3).

El deseo del Padre es que “yo no pierda nada de lo que él me dio, sino que lo resucite en el último día. Esta es la voluntad de mi Padre: que el que ve al Hijo y cree en él, tenga Vida eterna” (Jn 6,39-40).

Cristo subió a los cielos por tres fines principales: a) para tomar posesión del reino de su gloria; b) para enviar el Espíritu Santo a los Apóstoles y a su Iglesia; c) para ser en el cielo mediador e intercesor nuestro y prepararnos un lugar. Para cada quien hay un lugar reservado en el cielo, al que ascenderemos también nosotros porque Jesús abrió el camino que estaba cerrado.

Dios en su sabiduría, y porque nos ama como un padre bueno y compasivo, quiere que nuestra vida sea eterna y plena. La vida eterna y plena, no la podríamos vivir en otro lugar que no fuera “el cielo”, en la cercanía de Dios. No resulta atractiva la idea vivir la vida eterna en este “valle de lágrimas”, como llamamos a nuestro paso por la tierra, pues mientras peregrinamos por este mundo estamos sometidos al sufrimiento y al dolor y una vida vivida así, no es vida plena, es vida precaria. Sólo en el cielo nuestra vida es plena y eterna.

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Como a Jesús, cumplida nuestra misión en este mundo, nos espera, porque así de generoso y bondadoso es Dios con nosotros, una morada eterna en el cielo. Enseña San Agustín que la vida eterna sólo la podemos perder, porque ganarla es un don gratuito de Dios.

Y ESTá SENTADO A LA DERECHA DEL PADREEn una ocasión, mientras Jesús les anunciaba su muerte,

los discípulos discutían quién de ellos ocuparía el primer lugar en el reino del que hablaba. Jesús se interesa por el asunto, pero ellos temieron decirle, conscientes de que el punto no era acorde ni a la mentalidad, ni a las enseñanzas que el Maestro les impartía. Les dice Jesús: “Al contrario, el que quiera ser grande, que se haga servidor de ustedes; y el que quiera ser el primero que se haga su esclavo: como el Hijo del hombre, que no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por una multitud” (Mt 20,27-28).

Jesús está sentado a la derecha del Padre porque ese era el lugar que tenía antes de venir al mundo, y lo ocupa de nuevo ahora porque, en cuanto hombre se ganó, por decirlo de alguna manera, ese puesto pues nadie como él se colocó de último haciéndose servidor de todos.

La frase: “Está sentado a la derecha del Padre”, indica, por tanto, la gloria de Jesucristo en el cielo y será también la gloria de nosotros

En este mismo sentido, enseña el CIC: “Por derecha del Padre entendemos la gloria y el honor de la divinidad, donde el que existía como Hijo de Dios antes de todos los siglos como Dios y consubstancial al Padre, está sentado corporalmente después de que se encarnó y de que su carne fue glorificada” (CIC 663).

Entendida como signo de poderío, de grandeza, la expresión “está sentado a la derecha del Padre” significa

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que, siendo Dios como es, Jesús tiene el mismo poder que el Padre, que es Señor del mundo entero, Señor de la historia porque todo fue creado por Él y para Él.

Jesús está junto al Padre en el cielo. Desde allí vendrá un día “a juzgar a los vivos y a los muertos”, como veremos en el próximo encuentro. Pero eso no significa que se ha ausentado de nosotros.

En YOUCAT se dice a los jóvenes: - Él está sobre nosotros como el único ante quien

doblamos la rodilla en adoración- Está junto a nosotros como Cabeza de su Iglesia, en

la que empieza ya ahora el reino de Dios- Va por delante de nosotros como Señor de la

historia, en quien los poderes de las tinieblas serán definitivamente derrotados y los destinos del mundo se cumplirán según el plan de Dios

- Sale a nuestro encuentro en gloria, en un día que no conocemos, para renovar y llevar a consumación el mundo.

- Su cercanía se puede experimentar sobre todo:• en la Palabra de Dios, • en la recepción de los sacramentos, • en la atención a los pobres • y allí “donde dos o tres están reunidos en mi

nombre” (Mt 18,20)

TAREA PARA LA SEMANA1. Después de haber estudiado este tema, ¿qué

importancia consideras tiene el acontecimiento de la Ascensión del Señor en el conjunto de nuestra fe?

2. ¿En qué sentido podemos entender la expresión “mirando al cielo” como una invitación al compromiso de vida?

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PRESENTACIÓN DEL TEMAPasmados los discípulos de Jesús al verlo ascender al

cielo, el ángel les dice: “Este Jesús que les ha sido quitado y fue elevado al cielo, vendrá de la misma manera que lo han visto partir” (Hechos 1,11) De la venida gloriosa de Jesús al final de los tiempos y de cómo será ese final nos vamos a ocupar en el encuentro de hoy.

ORACIÓNCreo que la vida es buena, la que experimenté, la

que experimento, la del “a pesar de todo”, la que besa por sorpresa, la que guarda las espaldas, la que cita desde cosas tan sencillas y en las horas más calladas.

Creo en los hombres como son… en todos aquellos con los que marché y marcho por la vida confesando el amor como artículo de fe.

Creo en la acción, la acción que es pensamiento, saber, curiosidad, palabra y pluma, tareas, mando y la poesía.

Creo en las causas humanas, las de la justicia y la libertad para todos, compartiendo entonces el llanto, la rabia y la lucha con los hombres del pueblo.

Creo en el sentido de los fracasos, en el de las perplejidades, la impotencia y el mal, en el de la vulgaridad, el egoísmo, el cansancio, en el de la depresión, el absurdo y la náusea, en mis retiradas mil y en la muerte tan callando.

(J.M. Llanos)

EnCUEnTRO

Y de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos

y su reino no tendrá fin

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VOLVERá CON GLORIAQue volvería, y para juzgar al mundo, una vez regresado

a los cielos, es una promesa que Jesús hizo en repetidas ocasiones: “Porque el Hijo del hombre vendrá en la gloria de su Padre, rodeado de sus ángeles, y entonces pagará a cada uno de acuerdo con sus obras” (Mt 16,27), “Como el relámpago que sale del oriente y brilla hasta el occidente, así será la Venida del Hijo del hombre” (Mt 24,27), “les aseguro que de ahora en adelante verán al Hijo del hombre sentarse a la derecha del Todopoderoso y venir sobre las nubes del cielo” (Mt 26,64).

Estamos ante un aspecto fundamental de la misión de Cristo, donde se completa el ciclo de la tarea que el Padre le encargó al enviarlo a nosotros. La misión que Jesús recibe del Padre para salvarnos supone entonces: nacer, pasar por este mundo haciendo el bien (Hechos 10,38), morir, resucitar, subir a los cielos, quedarse con nosotros en el Espíritu Santo y, finalmente venir con gloria para juzgar a vivos y muertos.

En este sentido podemos decir que la vuelta de Jesús que confesamos en el credo debemos entenderla como la conclusión y coronación de la misión iniciada con la encarnación. Es el punto de la recreación definitiva y total. Tratando de explicar la manifestación gloriosa del Señor, el evangelista Mateo dice: “Habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas; y en la tierra, los pueblos serán presa de la angustia ante el rugido del mar y la violencia de las olas. Los hombres desfallecerán de miedo ante la expectativa de lo que sobrevendrá al mundo, porque los astros se conmoverán. Entonces se verá al Hijo del hombre venir sobre una nube, lleno de poder y de gloria. Cuando comience a suceder esto, tengan ánimo y levanten la cabeza, porque está por llegarles la liberación” (Mt 21,25-28). Las expresiones de tono apocalíptico utilizadas por el evangelista son un tanto aterradoras, pero

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quedémonos con el último párrafo: “tengan ánimo y levanten la cabeza porque está por llegarles la liberación”

Porque este momento de gloria es algo bueno la Iglesia reza y canta “Ven, Señor Jesús”. Cuando cada año iniciamos la celebración del año litúrgico con el adviento cantamos de muchas maneras: “Ven, ven, Señor no tardes, ven que te esperamos”. No nos referimos solo a la Navidad, el adviento nos prepara también para la Parusía, la manifestación gloriosa del Señor al fin de los tiempos.

Con la llegada del Jesús el Reino se ha iniciado, pero no está todavía completado. Cuando rezamos en el Padre Nuestro “venga tu Reino” nos estamos refiriendo también a esa última etapa o fase del Reino, la vuelta del Hijo.

A este momento de la venida de Cristo en el momento del juicio final se le denomina técnicamente con la palabra “parusía”, que es un término griego que quiere decir “presencia” personal. Con la venida de Cristo habrá “un cielo nuevo y una tierra nueva”: “Después vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra desaparecieron, y el mar ya no existe más. Vi la Ciudad santa, la nueva Jerusalén, que descendía del cielo y venía de Dios, embellecida como una novia preparada para recibir a su esposo. Y oí una voz potente que decía desde el trono: “Esta es la morada de Dios entre los hombres: él habitará con ellos, y ellos serán su pueblo; Dios mismo estará con ellos y será su Dios. Él secará todas sus lágrimas, y no habrá más muerte, ni pena, ni queja, ni dolor, porque todo lo de antes pasó”. Y el que estaba sentado en el trono dijo: “Yo hago nuevas todas las cosas”. Y agregó: “Escribe que estas palabras son verdaderas y dignas de crédito” (Apocalipsis 21,1-5)

Esta venida definitiva y gloriosa de Jesús al final de los tiempos no depende sólo de él. En realidad depende, y mucho, y tal vez hasta más que de él, de nosotros. Con el

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nuevo milenio fueron muchas las voces que se alzaron para anunciar la llegada del fin del mundo. En línea con todo lo dicho hasta ahora, podemos tener la certeza de que al mundo le quedan muchos siglos de historia porque es mucho lo que nos queda por hacer para completar la parte que a nosotros toca de la recreación del mundo redimido por Cristo..

Esperar la parusía es acelerarla, trabajar por un mundo y una humanidad donde la justicia, la libertad y la vida se van día a día convirtiendo en realidad. El presbiterio de la parroquia Nuestra Señora de la Paz, de San Cristóbal, quiere reproducir esta idea. En el centro aparece un Cristo victorioso que baja del cielo para recoger el mundo recompuesto y recreado, libre del pecado y de toda la maldad. María tiene en sus manos ese mundo nuevo y lo ofrece a su Hijo. Ese será el momento final, momento que, lejos de temerlo, deberíamos estar ansiosos de acelerar para que llegue cuanto antes.

PARA JUZGARA VIVOS Y MUERTOSEsta segunda venida del Hijo que todos aguardamos y

esperamos tiene como finalidad realizar el juicio de Dios al mundo y a la historia.

Pedro en su discurso en Cesarea dice que Jesús ha enviado a él y a sus compañeros “a predicar al pueblo, y a atestiguar que él fue constituido por Dios Juez de vivos y muertos” (Hechos 10,42). Ante Jesús pues, todo hombre debe responder, dar cuenta de su vida: “De esto, tendrán que rendir cuenta a aquel que juzgará a los vivos y a los muertos”. (1Pedro 4,5). Por su parte, Pablo en la carta a Timoteo señala: “Yo te conjuro delante de Dios y de Cristo Jesús, que ha de juzgar a los vivos y a los muertos, y en nombre de su Manifestación y de su Reino” (Timoteo 4,1). Fijémonos que en ambos textos se habla de que el juicio será a los vivos y a los muertos. Se trata de una forma de decir que el juicio es absolutamente universal, que

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abarca no solo a la generación de ese momento –ellos como esperaban que la venida de Jesús fuera inmediata, pensaban que estarían aún vivos cuando eso ocurriera- sino también a todas las generaciones pasadas. Obviamente no se habla de las futuras porque estaban convencidos de la inmediatez de esa segunda y definitiva venida de Cristo.

Llegados a este punto cabe preguntarse ¿cómo será ese juicio que Dios hará en Jesucristo cuando vuelva al final de los tiempos?

Dejemos que sea el evangelista Mateo quien nos lo diga: “Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria rodeado de todos los ángeles, se sentará en su trono glorioso. Todas las naciones serán reunidas en su presencia, y él separará a unos de otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos, y pondrá a aquellas a su derecha y a estos a la izquierda. Entonces el Rey dirá a los que tenga a su derecha: “Vengan, benditos de mi Padre, y reciban en herencia el Reino que les fue preparado desde el comienzo del mundo, porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; estaba de paso, y me alojaron; desnudo, y me vistieron; enfermo, y me visitaron; preso, y me vinieron a ver”. Los justos le responderán: “Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te dimos de comer; sediento, y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos de paso, y te alojamos; desnudo, y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o preso, y fuimos a verte?”

Y el Rey les responderá: “Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo”. Luego dirá a los de la izquierda: “Aléjense de mí, malditos; vayan al fuego eterno que fue preparado para el demonio y sus ángeles, porque tuve hambre, y ustedes no me dieron de comer; tuve sed, y no me dieron de beber; estaba de paso, y no me alojaron; desnudo, y no me vistieron; enfermo y preso, y no me visitaron”. Estos, a su vez, le preguntarán: “Señor,

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¿cuándo te vimos hambriento o sediento, de paso o desnudo, enfermo o preso, y no te hemos socorrido?” Y él les responderá: “Les aseguro que cada vez que no lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, tampoco lo hicieron conmigo”. Estos irán al castigo eterno, y los justos a la Vida eterna” (Mt 25,31-46)

No parece difícil la interpretación de este pasaje. El criterio de Dios, un Dios que es, no lo olvidemos, amor y que por amor crea y por amor nos envía a su Hijo, no es otro que el del amor. El juicio a las naciones se realizará en base al amor demostrado en vida con los necesitados, con los indigentes, con los empobrecidos de la tierra. Es decir, el que ha vivido amando, vivirá; el que no actuó así no será digno de la vida del Padre.

Es importante tener en cuenta, en este punto, que los criterios de Dios para decidir quienes se han acogido a su oferta de vida y quienes la han rechazado no son por tanto de orden estrictamente religioso, tienen que ver con la praxis de la solidaridad, del amor.

En este pasaje aparecen dos grupos de personas cuyo comportamiento ha sido bien diferente antes del retorno de Jesús. Tengamos en cuenta que a este pasaje le anteceden dos parábolas que nos hablan de la actitud de la vigilancia. Una de ellas es la de las diez vírgenes (Mt 25,1-13) que esperan la llegada del novio y la otra la de los talentos. (Mt 25,14-30). El mensaje parece claro: debemos estar vigilantes y atentos para que cuando llegue el momento del juicio, del retorno del Hijo de Dios para juzgar al mundo, estemos listos para dar cuenta de nuestras vidas.

Según el evangelista Mateo, “la venida de Jesús al final de los tiempos será ante todo un acto de discernimiento, en el que aparecerán las consecuencias del comportamiento que se ha tenido mientras se aguarda la venida del Señor”. (Comentario al Nuevo Testamento, Casa de la Biblia, 1995, pag 110)

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En el momento del regreso de Jesucristo para juzgar al mundo será cuando queden claramente separados y distinguidos el trigo y la cizaña: “dejen que crezcan juntos hasta la cosecha, y entonces diré a los cosechadores: Arranquen primero la cizaña y átenla en manojos para quemarla, y luego recojan el trigo en mi granero” (Mt 13,30), separados los peces buenos de los malos: “Cuando está llena, los pescadores la sacan a la orilla y, sentándose, recogen lo bueno en canastas y tiran lo que no sirve. Así sucederá al fin del mundo: vendrán los ángeles y separarán a los malos de entre los justos” (Mt 13,18-49), distinguidos el criado fiel y el infiel: “¿Cuál es, entonces, el servidor fiel y previsor, a quien el Señor ha puesto al frente de su personal, para distribuir el alimento en el momento oportuno? Feliz aquel servidor a quien su señor, al llegar, encuentre ocupado en este trabajo. Les aseguro que lo hará administrador de todos sus bienes. Pero si es un mal servidor, que piensa: “Mi señor tardará”, y se dedica a golpear a sus compañeros, a comer y a beber con los borrachos, su señor llegará el día y la hora menos pensada, y lo castigará. Entonces él correrá la misma suerte que los hipócritas. Allí habrá llanto y rechinar de dientes. (Mt 24,45-51)

Seremos juzgados por el amor, solemos cantar en nuestras celebraciones. Ciertamente así será. La medida que se utiliza en este juicio no es otra que la del amor. El que ama vivirá, el indiferente hacia los hermanos más pequeños, los que se encuentran en una situación de necesidad extrema, es decir, los hambrientos, enfermos, desnudos, encarcelados etc. se quedarán sin la vida. Esto es así porque así fue que Jesús vivió en el mundo, haciéndose cercano y solidario con estas gentes, preferidas del Padre. En cada uno de estos está Jesús: “a mí me lo hicieron”.

Hacemos nuestra la actitud de vigilancia que se nos pide para aguardar el momento de la venida del Señor cuando amamos.

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Como en los tiempos de la comunidad para la que se escribe el evangelio de Mateo, que había relajado la intensidad de su vivencia cristiana, también nosotros necesitamos hoy despertar de nuestro letargo y poner en el centro de nuestra fe y de nuestra vida como seguidores de Jesús, el amor a los demás porque, como nos dicen estos textos, nuestro destino se decide en la actitud que cada quien tenga ante los necesitados en este tiempo que antecede a la venida del Señor.

Siendo Jesucristo, Hijo de Dios, cuando venga como Señor del Universo y de la historia a juzgar al mundo, hará un juicio compasivo y misericordioso, al estilo del Padre. El juicio del Señor será justificación más que ajusticiamiento. Para nosotros esto es realmente consolador.

Resumiendo este capítulo el CIC nos enseña: “El día del Juicio, al fin del mundo, Cristo vendrá en la gloria para llevar a cabo el triunfo definitivo del bien sobre el mal que, como el trigo y la cizaña, habrán crecido juntos en el curso de la historia” (CIC 681).

“Cristo glorioso, al venir al final de los tiempos a juzgar a vivos y muertos, revelará la disposición secreta de los corazones y retribuirá a cada hombre según sus obras y según su aceptación o su rechazo de la gracia”. (CIC 682)

EL CIELO, EL PURGATORIO Y EL INFIERNOCerremos este tema preguntándonos a dónde van los

benditos del Padre y a dónde los que son apartados de él.Lo que la doctrina católica nos enseña al respecto es

lo siguiente:1º Cuando morimos se separan el cuerpo y el alma, el

cuerpo se descompone mientras el alma sale al encuentro con Dios y espera a reunirse en el Último Día con su cuerpo resucitado. San Pablo nos dice sobre esto: “Lo mismo pasa con la resurrección de los muertos: se siembran cuerpos

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corruptibles y resucitarán incorruptibles; se siembran cuerpos humillados y resucitarán gloriosos; se siembran cuerpos débiles y resucitarán llenos de fuerza; se siembran cuerpos puramente naturales y resucitarán cuerpos espirituales.” (1 Cor. 15,42-44)

2º Al cielo son conducidos los que han vivido amando. El cielo consiste en la contemplación del rostro del Padre: “Ahora vemos como en un espejo, confusamente; después veremos cara a cara. Ahora conozco todo imperfectamente; después conoceré como Dios me conoce a mí” (1Corintios 13,12)

3º El purgatorio a menudo lo imaginamos como un lugar, pero más bien es un estado. La doctrina de la Iglesia sobre este asunto es que quien muere en gracia de Dios, es decir, en paz con Dios y con los hombres, pero necesita aún purificación antes de poder contemplar cara a cara el rostro de Dios, se encuentra en ese estado que llamamos purgatorio. Generalmente lo entendemos como experiencia de sufrimiento al estilo de los sufrimientos humanos. Habría que decir, más bien, que el sufrimiento no sería otro que el de la ansiada espera por ver el rostro de Dios y entrar definitivamente en su gloria.

4º También la Iglesia nos enseña que podemos ayudar a los difuntos que se encuentran en el estado de purgatorio. Dado que todos formamos una sola y misma comunidad podemos ayudar a las “almas del purgatorio” porque nuestro amor también trasciende hasta el más allá. Por medio de nuestros ayunos, oraciones y buenas obras y, especialmente, por la celebración de la Eucaristía podemos pedir gracia para los difuntos.

5º El infierno es el espacio de separación eterna, la ausencia absoluta de amor. No olvidemos que este juicio corresponde a Jesucristo. Él decide quien muere consciente y voluntariamente y sin arrepentimiento, en pecado que lleva a la muerte. Quien así muere se autoexcluye de la vida, se

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excluye de contemplar el amor absoluto que es Dios. Y lo que dijimos del purgatorio cabe decir también del infierno, se trata de un estado más que de un lugar. Las llamas de fuego y el rechinar de dientes que son mencionados en varias ocasiones en el evangelio no podemos entenderlo literalmente. Para quien ha tenido la oportunidad de amar y decidió no hacerlo no hay mayor sufrimiento y dolor que verse privado eternamente del amor de Dios.

“Porque él quiere que todos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” (1 Timoteo 2,4), aún la persona más pecadora que más decididamente ha rechazado el amor de Dios puede volverse a él y obtener el perdón y ser reconciliado. Recordemos que Dios nos creó a su imagen y semejanza y, por ello nos hizo libres, por tanto, está en nuestras manos acogernos a su Amor eterno.

Si al momento de la muerte alguien se ratifica ante Dios en su opción por el mal, persiste en su pecado y rechaza el perdón de Dios, en base a su libertad, no se le puede obligar o forzarle a entrar en el cielo contra su voluntad y contemplar el rostro de un Dios en quien ni cree y a quien no acepta. Por la libertad con la que hemos sido creados es posible, aunque sea imaginariamente, aceptar que una persona se pierda. ¿Eso se habrá dado en realidad en algún caso? Imposible saberlo; lo que sí es cierto es que la Iglesia a muchísima gente ha declarado santa y ha ubicado en el cielo, pero de nadie ha dicho todavía que se encuentra en el infierno.

Y SU REINO NO TENDRá FINEsta frase que cierra la segunda parte del credo que

se refiere a Jesucristo, aparece sólo en el credo de Nicea-Constantinopla.

Cuando el ángel Gabriel traslada a María la propuesta de Dios para que sea la Madre del Salvador, le dice: “Concebirás

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y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús; él será grande y será llamado Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin” (Lc 1,32-33)

A Jesucristo, vencedor de la muerte, Señor del cielo y de la tierra, le acompaña por su victoria definitiva sobre el pecado, el título de Rey eterno de un reinado que ya no tendrá fin. Lo proclama el libro del Apocalipsis cuando dice: “Cuando el séptimo Ángel tocó la trompeta, resonaron en el cielo unas voces potentes que decían: “El dominio del mundo ha pasado a manos de nuestro Señor y de su Mesías, y él reinará por los siglos de los siglos”. Y los veinticuatro Ancianos que estaban sentados en sus tronos, delante de Dios, se postraron para adorarlo, diciendo: “Te damos gracias, Señor, Dios todopoderoso —el que es y el que era— porque has ejercido tu inmenso poder y has establecido tu Reino” (Apocalipsis 11,15-17).

Esto es lo confesamos en el credo cuando decimos que “su reino no tendrá fin”.

TAREA PARA LA SEMANA1. Con frecuencia surgen anuncios de la inminencia

del fin del mundo. A la luz de lo que hemos tratado en este encuentro de hoy, ¿cuál es la actitud correcta desde la fe ante estas creencias?

2. ¿Por qué decimos que la venida gloriosa de Cristo al final de los tiempos depende también de nosotros?

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PRESENTACIÓN DEL TEMAEn la tercera parte del Credo confesamos nuestra fe

en el Espíritu Santo, la tercera persona de la Trinidad. En credo de los Apóstoles simplemente se dice: “creo en el Espíritu Santo”, en tanto el de Nicea Constantinopla añade que ese Espíritu Santo es Señor y dador de vida, que procede del Padre y del Hijo y que con ambos recibe una misma adoración y gloria. Dice también que este Espíritu Santo habló por los profetas.

ORACIÓNVen, Espíritu Creador, visita las mentes de los tuyos; llena

de la gracia divina los corazones que tú has creado.Tú, llamado el Consolador, Don del Dios Altísimo;

Fuente viva, Fuego, Caridad y espiritual Unción.Tú, con tus siete dones, eres Fuerza de la diestra de Dios.

Tú, el prometido por el Padre. Tú pones en nuestros labios tu Palabra.

Enciende tu luz en nuestras mentes, infunde tu amor en nuestros corazones, y, a la debilidad de nuestra carne, vigorízala con redoblada fuerza.

Al enemigo ahuyéntalo lejos, danos la paz cuanto antes; yendo tú delante como guía, sortearemos los peligros.

Que por ti conozcamos al Padre, conozcamos igualmente al Hijo y en ti, Espíritu de ambos, creamos en todo tiempo.

EnCUEnTRO

Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede

del Padre y del hijo

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Gloria al Padre por siempre, gloria al Hijo, resucitado de entre los muertos, y al Paráclito por los siglos y siglos. Amén.

(Himno Veni Creator)

¿QUIEN ES EL ESPÍRITU SANTO?No es posible hacer aquí un tratado de lo que y quién

es el Espíritu Santo. Sabemos que es la tercera persona de la Trinidad, que, como decimos en el credo, es Señor y dador de vida, que procede del Padre y del Hijo y que recibe una misma adoración y gloria, es decir que es igual Dios que ellos y merece también nuestra adoración. El Espíritu Santo no es el tercero en una lista de tres como si los otros dos fueran más importantes.

Fue el Espíritu Santo quien llamó a la vida humana a Jesús en el seno de aquella sencilla mujer llamada María.

JESÚS Y EL ESPÍRITU SANTONo podemos entender la vida de Jesús sin la presencia en

ella del Espíritu Santo. Nos dice el CIC: “Desde el comienzo y hasta de la consumación de los tiempos, cuando Dios envía a su Hijo, envía siempre a su Espíritu: la misión de ambos es conjunta e inseparable” (CIC 743).

Como veremos en el siguiente tema cuando hablemos de la Trinidad, al Espíritu Santo lo podemos considerar el Dios amigo que está con nosotros en el camino de la vida. Así lo experimentó Jesús también. En mi libro “Con la fuerza del Espíritu”, escrito en 1998 para ambientar el tercer año de preparación para el nuevo milenio, en uno de los temas se hablaba justamente de la estrecha amistad entre el Espíritu Santo y Jesús de Nazaret.

Como sabemos, ya en el nacimiento de Jesús, en el misterio de la Encarnación, el Espíritu Santo intervino. En el credo cuando confesamos nuestra fe en Jesucristo decimos:

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y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María la Virgen y se hizo hombre: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que va a nacer se llamará Hijo de Dios”. (Lc 1,35). Ya comentamos este texto al hablar del misterio de la Encarnación.

Además de intervenir directamente en su concepción, el Espíritu Santo acompañó en todo momento a Jesús en su vida. Recordemos algunos de estos momentos. Está con él y de manera determinante cuando Jesús es bautizado por Juan: “y el Espíritu Santo descendió sobre él en forma corporal, como una paloma” (Lc 3,22)

Del libro citado “con la fuerza del Espíritu” reproduzco las siguientes líneas que nos hacen un rápido y breve recorrido por la vida de Jesús y cómo estuvo siempre acompañado del Espíritu:

“CON LA FUERZA DEL ESPÍRITU Jesús, después de recibir el bautismo de Juan, fue conducido al desierto y, con la fuerza de ese mismo Espíritu resistió la tentación.

CON LA FUERZA DEL ESPIRITU fue a Nazaret, donde se había criado, y un sábado, en la sinagoga, ante toda la comunidad, dio cuenta de su consagración y de su misión.

CON LA FUERZA DEL ESPIRITU fue de aldea en aldea recorriendo Galilea y anunciando la Buena Nueva de la salvación a todos los hombres y las mujeres, jóvenes y niños.

CON LA FUERZA DEL ESPIRITU Jesús devolvió la vista a los ciegos, hizo caminar a los cojos y oír a los sordos, devolvió a la vida a varios muertos, liberó a muchos del poder del demonio, limpió leprosos y mostró el poder de Dios en favor de los humildes y sencillos.

CON LA FUERZA DEL ESPIRITU se mantuvo fiel en su camino a Jerusalén, lugar que mata a los profetas.

CON LA FUERZA DEL ESPIRITU Dios lo resucitó y lo constituyó Señor del cielo y de la tierra.

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CON LA FUERZA DEL ESPIRITU los apóstoles botan el miedo y se hacen testigos de Jesús en el mundo predicando su evangelio.

CON LA FUERZA DEL ESPIRITU SANTO la Iglesia ha caminado durante dos mil años hasta hoy, superando pruebas y dificultades, siendo pecadora y santa a la vez.

CON LA FUERZA DEL ESPIRITU SANTO nos preparamos para un nuevo milenio confiados en que, con el poder de ese mismo Espíritu, los cristianos sabremos conducir a todos los hombres al encuentro con Dios” (M.A. Ciaurriz, Con la fuerza del Espíritu, Amigo del hogar, 1998)

CUMPLIMIENTO DE UNA PROMESAEl Espíritu Santo es el cumplimiento de una promesa.

Antes de dejarles, Jesús prometió a sus discípulos, el Paráclito: “Si ustedes me aman, cumplirán mis mandamientos. Y yo rogaré al Padre, y él les dará otro Paráclito para que esté siempre con ustedes: el Espíritu de la Verdad, a quien el mundo no puede recibir, porque no lo ve ni lo conoce. Ustedes, en cambio, lo conocen, porque él permanece con ustedes y estará en ustedes. No los dejaré huérfanos, volveré a ustedes” (Jn 14,15-18)

Esta promesa se cumplió, como ya sabemos, el día de Pentecostés, diez después de haber subido al cielo y cincuenta después de la resurrección.

Recordemos cómo acontecieron las cosas: “Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en el mismo lugar. De pronto, vino del cielo un ruido, semejante a una fuerte ráfaga de viento, que resonó en toda la casa donde se encontraban. Entonces vieron aparecer unas lenguas como de fuego, que descendieron por separado sobre cada uno de ellos. Todos quedaron llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en distintas lenguas, según el Espíritu les permitía expresarse. Había en Jerusalén judíos piadosos, venidos de todas las naciones del

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mundo. Al oírse este ruido, se congregó la multitud y se llenó de asombro, porque cada uno los oía hablar en su propia lengua. Con gran admiración y estupor decían: “¿Acaso estos hombres que hablan no son todos galileos? ¿Cómo es que cada uno de nosotros los oye en su propia lengua? Partos, medos y elamitas, los que habitamos en la Mesopotamia o en la misma Judea, en Capadocia, en el Ponto y en Asia Menor, en Frigia y Panfilia, en Egipto, en la Libia Cirenaica, los peregrinos de Roma, judíos y prosélitos, cretenses y árabes, todos los oímos proclamar en nuestras lenguas las maravillas de Dios” (Hechos 2,1-11).

Así se cumplió la promesa que Jesús hizo a sus discípulos. Fue un acontecimiento de singular importancia en la vida de estos. Vamos a remontarnos por un momento a aquellos días de la Pasión y muerte del Señor. Siguiendo los pasos a los discípulos, sabemos que cuando el Señor murió ellos se quedaron muy tristes y apenados, como quien se queda sin su líder (Mc 16,10). Y se metieron en miedo y se desencantaron al ver que todo aquello en lo que habían puesto ilusión y por lo que habían cambiado de vida ha sido un fracaso rotundo. Es el caso, por ejemplo de los discípulos de Emaús, que deciden volverse para su pueblo y reiniciar la vida anterior que llevaban antes de conocer y seguir a Jesús. (Lc 24,13-36).

Y, aún después de verlo resucitado, seguían con miedo y hasta se encerraban en las casas para que a ellos no les pasara lo mismo que le pasó a su Maestro. Así, por ejemplo, nos lo cuenta el evangelista Juan. Nos dice: “la tarde de ese mismo día, el día primero de la semana, los discípulos estaban a puertas cerradas por miedo a los judíos. Jesús se hizo presente allí, de pie en medio de ellos”. (Jn. 20,19).

El libro de los Hechos de los Apóstoles nos cuenta que Jesús, en las distintas ocasiones en que se apareció a sus discípulos los fue instruyendo para la misión que les iba a

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encomendar una vez que él regresara al Padre. En una de estas ocasiones, mientras comía con ellos “les recomendó que no se alejaran de Jerusalén y esperaran la promesa del Padre: La promesa, les dijo, que yo les he anunciado. Porque Juan bautizó con agua, pero ustedes serán bautizados en el Espíritu Santo, dentro de pocos días”.. (Hchs 1,4-5)

El cumplimiento de esta promesa sirvió para que, esos hombres metidos en miedo y encerrados en su casa, empezaran a dar testimonio de Jesús y a decir lo que hasta entonces no se atrevían a decir; que “a este Jesús, Dios lo resucitó, y todos nosotros somos testigos. Exaltado por el poder de Dios, él recibió del Padre el Espíritu Santo prometido, y lo ha comunicado como ustedes ven y oyen”. (Hechos 2,32-33)

Lo acontecido a los apóstoles nos muestra claramente qué fue lo que el Espíritu Santo hizo en ellos aquel día. Primero que nada les dio una fuerza de lo alto que les hizo botar el miedo y les dio coraje para proclamar que Jesús había resucitado y que era el único camino para ser felices y alcanzar la salvación.

Otro beneficio que produjo en los apóstoles el Espíritu Santo fue el de ayudarles a entender todo lo que Jesús les había enseñado en los tres años que estuvo con ellos y que ellos no alcanzaban a comprender. Por esa razón, además de por el miedo, todavía no habían comenzado a predicar en el nombre de Jesucristo

Antes de terminar, es bueno recordar que aquellos primeros cristianos que creyeron en Jesús por el testimonio de los apóstoles y porque habían sido testigos de su resurrección empezaron a vivir su fe en comunidad de hermanos, estos fueron los primeros pasos de la Iglesia fundada por Jesucristo. Desde entonces para acá, en ningún momento Dios la ha abandonado ya que el Espíritu Santo siempre la acompaña.

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De esta manera, también nosotros nos hacemos amigos de Dios por el Espíritu Santo y tenemos, como Jesús, la misma experiencia de amistad con él.

SIGNOS DEL ESPÍRITU SANTOAl Espíritu Santo se le representa de diferentes formas:Agua: El simbolismo del agua es significativo de la acción

del Espíritu Santo en el Bautismo, ya que el agua se convierte en el signo sacramental del nuevo nacimiento.

Unción: Simboliza la fuerza. La unción con el óleo es sinónimo del Espíritu Santo. En el sacramento de la Confirmación se unge al confirmado para prepararlo a ser testigo de Cristo.

Fuego: Simboliza la energía transformadora de los actos del Espíritu.

Nube y luz: Símbolos inseparables en las manifestaciones del Espíritu Santo. Así desciende sobre la Virgen María para “cubrirla con su sombra”. En el Monte Tabor, en la Transfiguración, el día de la Ascensión; aparece una sombra y una nube.

Sello: Es un símbolo cercano al de la unción. Indica el carácter indeleble de la unción del Espíritu en los sacramentos y hablan de la consagración del cristiano.

La Mano: Mediante la imposición de manos los Apóstoles y ahora los Obispos, trasmiten el “don del Espíritu”.

La Paloma: En el Bautismo de Jesús, el Espíritu Santo aparece en forma de paloma y se posa sobre Él.

Ruido: Con fuerte estruendo se adentró el Espíritu Santo en la sala donde estaban los discípulos el día de Pentecostés.

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EL ESPÍRITU SANTO EN LA IGLESIA Y EN NOSOTROSEl Espíritu Santo, desde que irrumpió en la casa donde

los apóstoles estaban reunidos, se quedó para siempre entre ellos asistiendo a aquella primera Iglesia formada por los primeros creyentes. Cuando se dice que el Espíritu Santo asiste a la Iglesia lo que estamos afirmando es que la guía, la conduce, le muestra el camino para que haga la voluntad del Padre y cumpla la misión que el Señor encomendó a sus discípulos antes de partir.

Todo esto lo hace a través de los dones que derrama cuando viene a nosotros en el día de nuestro bautismo y en la confirmación. Por estos sacramentos recibimos el Espíritu Santo y con ellos, también unos dones que nos sirven, como nos enseña el catecismo de la Iglesia, para ser dóciles “a los impulsos del Espíritu”, (1830) es decir, para hacer siempre lo bien hecho, la voluntad de Dios.

Y estos dones, sabemos que son siete: sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios. (1831).

San Pablo, en la primera carta que escribió a los hermanos de la comunidad de Corinto, dice que estos dones, que son diversos, nos los da Dios para ponerlos al servicio de todos, es decir, para el bien común, y no para provecho personal: “Hay diversidad de dones, pero un mismo espíritu; hay diversidad de servicios, pero un mismo Señor; y hay diversidad de funciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos. En cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común.” (1Cor 12, 4-6)

En este texto Pablo nos viene a decir que el Espíritu Santo derrama sobre nosotros diversos dones que nos permiten realizar en la comunidad diferentes tareas. Y nos dice también que esos dones no es correcto ni cristiano usarlos en favor personal, sino en favor de todos, en favor de la comunidad.

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Estos dones no se reparten de igual manera sobre todos los bautizados. En unos se destacan más unos que otros. Lo importante es tener la certeza de que todos hemos recibido algunos de estos dones ya desde el día de nuestro bautismo y que los tenemos que poner al servicio de la comunidad.

LOS DONES DEL ESPÍRITUSabiduría: En la comunidad encontramos gente que tiene

facilidad para comprender la maravilla insondable de Dios y nos impulsa a buscarle sobre todas las cosas y en medio de nuestro trabajo y de nuestras obligaciones.

Entendimiento: De otra gente decimos que tiene mucho sentido común; son así porque tienen el don del entendimiento.

Consejo: Hay otros que son muy hábiles para escuchar y exhortar y recomendar, han recibido el don de Consejo.

Ciencia: Hay gente que ha sido dotada de una inteligencia superior y tiene posibilidades de investigar, enseñar, y ayudarnos a resolver los problemas de los hombres; son los que han recibido el don de Ciencia. Lamentablemente, mucha de esta gente, en lugar de poner este don al servicio de la comunidad, lo ponen al servicio de intereses particulares que hacen dolorosa la vida de los hijos de Dios, por ejemplo, los que inventan armas y cosas de esas.

Temor de Dios: El temor de Dios es un don por el que sentimos en nosotros la presencia del Padre que nos anima y nos ayuda a seguir hacia adelante, a no dejarnos caídos en el suelo cuando fallamos o nos sentimos cansados. Conviene tener en cuenta que, aunque para nosotros la palabra temor expresa la idea del miedo, no es este el significado que debemos darle al don del temor de Dios. Más bien habría que entenderlo como respeto.

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Fortaleza: Otros han recibido el don de la fortaleza; son esos hermanos y hermanas a quienes la vida trata muy duramente y cargan una cruz muy pesada en verdad, pero tienen un ánimo y una entereza que les ayudan a soportar la prueba y a vivirla incluso con alegría. Estas hermanas y hermanos nos dan un buen testimonio de fe.

Piedad: Y en un mundo en el que muchos quieren sacar a Dios de en medio y echarlo fuera de la vida del hombre, es muy necesario el don de la piedad. Este don lo tienen todos aquellos que están atentos a la presencia de Dios en su vida, los hombres y mujeres piadosos abiertos a la acción del Espíritu Santo. Este don lo tienen, por ejemplo, los hombres y las mujeres que llevan una vida de oración intensa, los que ven la presencia de Dios en los acontecimientos más sencillos y hasta simples de la vida cotidiana. Ver a Dios con tanta simplicidad les hace ser inmensamente felices, a pesar de todas las dificultades y pruebas que se presentan.

FRUTOS DEL ESPíRITU SANTONos dice el CIC que “los frutos del Espíritu son

perfecciones que forma en nosotros el Espíritu Santo como primicias de la gloria eterna. La tradición de la Iglesia enumera doce: “caridad, gozo, paz, paciencia, longanimidad, bondad, benignidad, mansedumbre, fidelidad, modestia, continencia, castidad” (CIC 1832.

La mejor manera de saber si en nosotros está el Espíritu Santo realmente y también si ponemos sus dones a rendir frutos es mirar nuestra vida y ver si en ella encontramos estos doce frutos o algunos de ellos, por lo menos.

Caridad: En la persona caritativa, dispuesta en todo momento a ayudar a otro en su necesidad se da el fruto del Espíritu Santo que llamamos caridad.

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Gozo: Aquellos que, a pesar de tener muchísimas razones para la tristeza y melancolía logran mantenerse alegres y contentos presentan la alegría como un fruto del Espíritu Santo.

Paz: En aquellas personas pacíficas, que lo son, sobre todo, porque contribuyen a la paz de la comunidad, de la familia y, en general, a la paz del ambiente en el que viven, se da el fruto de la paz.

Paciencia: Son una bendición de Dios en la comunidad aquellas personas que no se exaltan, que nunca faltan al respeto, que son tolerantes, abiertas y acogedoras hacia los demás y hacia aquellos que piensan y son diferentes.

Longanimidad: Quienes presentan el fruto del ánimo grande y generoso. Este fruto aparece en aquellos hermanos y hermanas que en las adversidades no se dejan vencer, luchan y se esfuerzan por salir adelante, “no se mueren la víspera”.

Bondad: Cuando de alguien decimos que es buena gente es que en él se da el fruto de la bondad. Gracias a Dios hay mucha gente de esta en nuestras familias, en nuestras comunidades y son una auténtica bendición de Dios.

Benignidad: Con benignidad actúa la persona afable, delicada y que en todo momento tiene buenos modales y ternura.

Mansedumbre: Por mansedumbre entendemos aquella forma de ser de mucha gente que es dócil y obediente según el evangelio. No podemos confundir ser mansos con ser sumisos en el sentido que damos los dominicanos a ser “parigüayos”.

Fidelidad: Este fruto lo presentan las personas perseverantes y leales, cumplidoras y constantes en sus principios y en su fe y en sus relaciones con los demás. Esas personas que siguen siendo cristianas en todo momento y en lo profesional, en lo económico etc, siguen actuando de acuerdo al Evangelio y a su fe.

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Modestia: Los frutos de la modestia se notan en aquellas personas sencillas y humildes que no buscan la vanagloria en lo que hacen, ni sobresalir; son los siervos fieles y solícitos que simplemente hacen lo que tienen que hacer.

Continencia: Este fruto acompaña a quienes logran dominar sus pasiones actuando en todo momento con responsabilidad, sin dejarse llevar de las tentaciones.

Castidad: Este fruto se da en aquellas personas que han recibido un especial don de Dios para vivir su vida renunciando por el Reino de Dios a tener una familia y practicar el sexo, entregándose así de manera más radical al servicio de los hombres. Este es el estilo de vida de los religiosos y religiosas y de muchos laicos que hacen compromiso de vivir así.

TAREA PARA LA SEMANA1. Cuando decimos que el Espíritu Santo es nuestro

compañero de viaje, ¿qué es lo que estamos diciendo en realidad?

2. ¿Cuáles de los siete dones del Espíritu Santo crees que han sido derramados sobre ti?

3. ¿Cómo pones esos dones al servicio de la comunidad?

4. La mejor manera de saber si los dones del Espíritu Santo recibidos los ponemos al servicio de la comunidad es ver si en nosotros se dan algunos de los frutos que hemos visto en el tema de hoy que resultan de los dones del Espíritu. ¿Ves en ti algunos de esos frutos?

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PRESENTACIÓN DEL TEMALlegados a este punto, habiendo reflexionado lo que

decimos cuando confesamos que creemos en Dios que es Padre, en Jesucristo, que es el Hijo, y en el Espíritu Santo, antes de seguir con el resto del contenido del credo bueno es que hagamos un alto en el camino y reflexionamemossobre ese Dios Trino, que es un solo Dios, pero en tres personas distintas.

ORACIÓN¡Oh Trinidad eterna! Tú eres un mar sin fondo en el que,

cuanto más me hundo, más te encuentro; y cuanto más te encuentro, más te busco todavía. De ti jamás se puede decir: ¡basta! El alma que se sacia en tus profundidades, te desea sin cesar, porque siempre está hambrienta de ti, Trinidad eterna; siempre está deseosa de ver tu luz en tu luz.

Como el ciervo suspira por el agua viva de las fuentes, así mi alma ansía salir de la prisión tenebrosa del cuerpo, para verte de verdad...

¿Podrás darme algo más que darte a ti mismo? Tú eres el fuego que siempre arde, sin consumirse jamás. Tú eres el fuego que consume en sí todo amor propio del alma; tú eres la luz por encima de toda luz...Tú eres el vestido que cubre toda desnudez, el alimento que alegra con su dulzura a todos los que tienen hambre. ¡Pues tú eres dulce, sin nada de amargor!

¡Revísteme, Trinidad eterna, revísteme de ti misma para que pase esta vida mortal en la verdadera obediencia

EnCUEnTRO

La Trinidad

20

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y en la luz de la fe santísima, con la que tú has embriagado a mi alma!

DIOS TRINO Y UNOQue Dios es Uno y es Trino a la vez es algo que ya

sabemos desde niños. Para la Iglesia el misterio de la Santísima Trinidad es el misterio central de la fe y de la vida cristiana. Dios, que es amor, se nos ha revelado como Padre, Hijo y Espíritu Santo y por eso podemos decir que es uno y Trino.

En síntesis esta es la doctrina de la Iglesia sobre este misterio de la Trinidad.

1.- El padre y el Hijo son de la misma naturaleza: “La Encarnación del Hijo de Dios revela que Dios es el Padre eterno, y que el Hijo es “de la misma naturaleza que el Padre”, es decir, que es en Él y con Él el mismo y único Dios”. (CIC 262)

2.- El Espíritu Santo es con el Padre y el Hijo el mismo Dios único: “La misión del Espíritu Santo, enviado por el Padre en nombre del Hijo (cf. Jn 14,26) y por el Hijo “de junto al Padre” (Jn 15,26), revela que él es con ellos el mismo Dios único. “Con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria” (CIC 263)

3.- El espíritu Santo procede del Padre y el Hijo: Citando a San Agustín, el CIC nos enseña también que “el Espíritu Santo procede principalmente del Padre, y por concesión del Padre, sin intervalo de tiempo procede de los dos como de un principio común” (S. Agustín, De Trinitate, 15,26,47).

4.- Uno en la Trinidad y trino en la unidad: “La fe católica es ésta: que veneremos un Dios en la Trinidad y la Trinidad en la unidad, no confundiendo

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las Personas, ni separando las substancias; una es la persona del Padre, otra la del Hijo, otra la del Espíritu Santo; pero del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo una es la divinidad, igual la gloria, coeterna la majestad” (IC 266)

“Las Personas divinas, inseparables en su ser, son también inseparables en su obrar. Pero en la única operación divina cada una manifiesta lo que le es propio en la Trinidad, sobre todo en las misiones divinas de la Encarnación del Hijo y del don del Espíritu Santo” (CIC 267)

A lo largo de la historia se han hecho muchas referencias en los concilios al tema de Trinidad, unas veces para corregir errores y siempre para dejar asentada la doctrina sobre este misterio de nuestra fe. En el concilio de Toledo, año 625 quedó bien determinado que las personas divinas no se reparten la única divinidad, sino que cada una de ellas es enteramente Dios: “El Padre es lo mismo que es el Hijo, el Hijo lo mismo que es el Padre, el Padre y el Hijo lo mismo que el Espíritu Santo, es decir, un solo Dios por naturaleza”

Que Dios es trino lo reveló Jesucristo: “El Padre y yo somos una sola cosa”. (Jn 10,30 y él mismo ora al Padre y envía el Espíritu Santo, que es el amor del Padre y del Hijo. En las últimas instrucciones que Jesús da a sus discípulos al enviarles por el mundo a predicar les dice: “Vayan, entonces, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” (Mt 28,19)

En el nombre de esa Trinidad iniciamos siempre nuestros encuentros comunitarios; al saludar a la asamblea el presbítero que preside una celebración eucarística dice: “que la gracia de Nuestro Señor Jesucristo, el amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo sean con ustedes”.

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Cuando hacemos la señal de la cruz invocamos también al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Se trata pues del pilar fundamental de nuestra fe.

UN MISTERIO GRANDEEn el portal católico “encuentra.com” al hablar de la

Trinidad como misterio se nos advierte contra un error “el de pensar en Dios Padre como el que “apareció primero”, en Dios Hijo como el que vino después y en Dios Espíritu Santo como quien llegó al final. Los tres son igualmente eternos, ya que poseen la misma y única naturaleza divina; el Verbo de Dios y el Amor de Dios son tan sin tiempo como la Naturaleza de Dios. El misterio de la Santísima Trinidad es el misterio de tres Personas co-iguales, co-eternas y consustanciales, realmente distintas, que tienen la misma naturaleza divina y constituyen un único y solo Dios.

No obstante, a cada Persona divina se le atribuyen ciertas actividades u obras, que parecen más apropiadas a la particular relación de tal o cual Persona divina. Por ejemplo, a Dios Padre se le adscribe la obra de la creación, ya que pensamos en Él como “el principio”, el arranque, el motor de todas las cosas. Como Dios Hijo es la Sabiduría o Conocimiento del Padre, le apropiamos las obras de sabiduría; es Él quien vino a la Tierra para mostrarnos la verdad. Por último, como el Espíritu Santo es el Amor Sustancial, le atribuimos las obras de amor, particularmente la acción santificadora de las almas”.

Dios Padre es el Creador, Dios Hijo es el Redentor, Dios Espíritu Santo es el Santificador. Y, sin embargo, lo que Una Persona hace, lo hacen todas; donde Una está, están las tres.

El misterio de la Santísima Trinidad es el mayor misterio que existe. La fuente de la que procede nuestro conocimiento de él es la autoridad de Dios, porque sólo Él lo conoce y sólo

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Él podría revelarlo. Nos lo ha revelado y nuestras mentes se inclinan a Dios con gratitud. En ese misterio está la culminación de toda vida, su cima más alta y también sus raíces más profundas, el principio que es también la meta.

LA TRINIDAD COMO FAMILIA, COMUNIDADComenta el teólogo brasileño Leonardo Boff que en una

ocasión, en un encuentro internacional de comunidades de base, había un enorme letrero que decía: “la Trinidad es la mejor comunidad”

El documento de Puebla nos dijo: “Cristo nos revela que la vida divina es comunión trinitaria. Padre, Hijo y Espíritu viven en perfecta intercomunión de amor, el misterio supremo de la unidad. De allí procede todo amor y toda comunión, para grandeza y dignidad de la existencia humana” (Documento de Puebla, n. 212).

Porque Dios es comunidad nos ha creado como nos ha creado, llamados a vivir en sociedad, a formar comunidad. Dios no es un ser solitario que se baste a sí mismo. Si lo fuera no hubiera tenido necesidad de compartir su bondad y su amor creando el mundo.

El Dios trinitario es comunión plena entre el Padre, el Hijo y el Espíritu, en esa comunión se aman. Hecho a su imagen y semejanza, el hombre está también llamado a vivir en comunión, en comunidad.

El beato Juan Pablo II hablando a la Asamblea del CELAM, el 28 de enero de 1979, señaló. “Se ha dicho, en forma bella y profunda, que nuestro Dios, en su misterio más íntimo, no es una soledad, sino una familia, puesto que lleva en sí mismo paternidad, filiación y la esencia de la familia, que es el amor. Este amor, en la familia divina, es el Espíritu Santo”(Juan Pablo II en Puebla, e128 de enero de 1979, hablando a la Asamblea del CELAM).

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LA TRINIDAD ES DIOS AMORAunque parezca que es redundar en lo ya dicho quisiera

proponer una última reflexión sobre el tema de la Trinidad.En la primera carta de Juan leemos: “queridos, amémonos

unos a otros, ya que el amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios porque Dios es amor. En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que El nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados. Queridos, si Dios nos amó de esta manera, también nosotros debemos amarnos unos a otros”. (I Jn 4,7-11.)

Dios es amor y, en consecuencia, como Padre nos ama con el amor maternal y paternal propio de todo padre y de toda madre buenos. Este es un amor misericordioso, compasivo, siempre dispuesto al perdón. Jesús en la parábola del “padre bueno” así nos presenta a Dios (Lc 15,11-32).

El Dios en quien nosotros creemos, es un Dios Padre, que nos ama con amor de misericordia. Es Padre porque, para amarnos totalmente, engendró a su propio Hijo, Jesucristo, y nos hizo a nosotros, en él, hijos suyos también.

En Jesucristo Dios nos ha amado con amor fraternal al hacerse nuestro hermano tomando nuestra condición. Dios nos ha amado con el amor fraterno más absoluto, que es dar la vida por el hermano. La Cruz es el gran misterio del amor de Dios.

En el Espíritu Santo Dios nos ama como amigos. En el Espíritu Santo Dios se hace nuestro amigo, nuestro compañero de viaje. En él Dios ha decidido quedarse para siempre con nosotros. Eso es solidaridad y amor en pura esencia.

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No bastándole a Dios amarnos con amor misericordioso de Padre, nos ama también con amor fraterno de hermano y con amor solidario de amigo.

Las tres personas de la Trinidad se aman con un amor misericordioso cargado de bondad, un amor fraterno manifestado en la igualdad entre los tres, y un amor solidario expresado en la creación conjunta de los tres. Es por eso que decimos que Dios Trino es la mejor comunidad.

Y, llamados nosotros a amarnos con el amor de Dios, para ser como Él una familia, una comunidad, debemos poner nuestro empeño en que el amor entre nosotros sea un amor compasivo y misericordioso, un amor fraterno y un amor solidario.

Un amor compasivo es el que perdona, un amor fraterno es el que respeta y trata al hermano como igual y con un amor solidario ama el que siempre está dispuesto a servir a los demás.

Por el contrario, a nosotros nos pasa muy a menudo que no amamos “como Dios manda”, usando un dicho popular. Nuestro amor, es, a menudo, egoísta, interesado, poco generoso, mediocre etc. Si queremos amar al estilo de Dios tenemos que procurar que en nuestra forma de amar se den estos tres ingredientes que Dios pone en el amor a nosotros: la misericordia, la fraternidad y la amistad.

TAREA PARA LA SEMANA1. Apoyándote en el evangelio, ¿puedes decir que el

amor del Padre es un amor compasivo?2. ¿Y que el del Hijo es un amor fraterno?3. ¿Y que el del Espíritu Santo es un amor solidario

de amigo?4. ¿Amas a los tuyos y a los demás con el amor

de Dios?

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PRESENTACIÓN DEL TEMACon este tema nos introducimos en la cuarta y última

parte del credo. Hoy abordaremos el primero de dos temas dedicados a la Iglesia.

ORACIÓNGracias, Padre, por reunirnos de nuevo. Te bendecimos

por la Iglesia que tu Hijo fundó para que todos, en comunidad de hermanos, alcanzáramos la salvación.

Te damos gracias por nuestra Iglesia, santa y pecadora, una y diversa, y misionera

Te pedimos por todos aquellos que quieren vivir su fe de su cuenta, ajenos a la comunidad, huyéndole a los hermanos. Que la reflexión de este tema de hoy nos ayude a tomar mayor conciencia de lo importante que es vivir como hermanos, como comunidad, como Iglesia. Sabemos que Tú nos quieres salvar a todos como una familia, como un pueblo, porque todos somos tus hijos.

Queremos pedirte, Señor, por los pastores que has puesto al frente de la Iglesia; que sean de los que dan la vida por sus ovejas y que todos nosotros acojamos sus enseñanzas.

Te ofrecemos nuestro encuentro de hoy y te pedimos que nos envíes el Espíritu Santo para que nos ilumine. Te lo pedimos por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.

EnCUEnTRO

Creo (en) la iglesia

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¿CREER LA IGLESIA, O EN LA IGLESIA?Conviene que, de entrada, hagamos una advertencia. Al

referirse a la Iglesia el credo modifica el tono y la forma de expresión, aunque en la versión castellana prácticamente no se nota. Cuando decimos creo en la Iglesia no estamos expresando nuestra fe en ella al mismo nivel que nuestra fe en el Padre, en el Hijo o en el Espíritu Santo porque la Iglesia no es Dios, es obra y criatura de Dios.

En este sentido la Iglesia no es en sí objeto de fe; es más bien el lugar donde actúa el Espíritu Santo. La expresión “credo” la usamos sólo para el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Algunos han sugerido que tal vez hubiera sido mejor, en lugar de “creo en la Iglesia que es una, santa, católica y apostólica”, decir “y que la Iglesia es una, santa católica y apostólica”.

Creer que la Iglesia es “Santa” y “Católica”, y que es “Una” y “Apostólica” (como añade el Símbolo Niceno-Constantinopolitano) es inseparable de la fe en Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo. En el Símbolo de los Apóstoles, hacemos profesión de creer que existe una Iglesia Santa, y no de creer en la Iglesia para no confundir a Dios con sus obras. La Iglesia es una de las obras creadas por Dios, es el lugar donde actúa el Espíritu, de quien ha nacido.

LA IGLESIALa palabra “iglesia” viene del griego, ekklesia, que se

traduce por convocados, también se traduce por “asamblea”. La fe en Dios la vivimos en comunidad, no de nuestra cuenta e independientemente de los demás creyentes con quienes formamos una comunidad, una Iglesia.

“Cristo es la Cabeza y el Salvador de la Iglesia, que es su Cuerpo” (Efesios 5,23) dice Pablo en la carta a los Efesios. Como todo cuerpo compacto, con Cristo, que es la cabeza, formamos una unidad que es la Iglesia.

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Es muy importante no perder de vista este aspecto comunitario de la vivencia de nuestra fe cristiana. En estos tiempos de ahora hay una gran tendencia hacia la individualización de nuestra vida, también en el terreno de la vivencia religiosa. No son pocos los que dicen, por ejemplo, que creen en Dios, que rezan y son religiosos, pero que esa religiosidad la viven y expresan en el ámbito privado y particular sin sentirse interesados ni motivados, ni tampoco comprometidos, a formar parte de un grupo que participa de sus mismas creencias, de su misma fe.

La novedad de la fe para los primeros creyentes en Cristo fue precisamente la experiencia comunitaria: “Todos se reunían asiduamente para escuchar la enseñanza de los Apóstoles y participar en la vida común, en la fracción del pan y en las oraciones. Un santo temor se apoderó de todos ellos, porque los Apóstoles realizaban muchos prodigios y signos. Todos los creyentes se mantenían unidos y ponían lo suyo en común: vendían sus propiedades y sus bienes, y distribuían el dinero entre ellos, según las necesidades de cada uno. Íntimamente unidos, frecuentaban a diario el Templo, partían el pan en sus casas, y comían juntos con alegría y sencillez de corazón; ellos alababan a Dios y eran queridos por todo el pueblo. Y cada día, el Señor acrecentaba la comunidad con aquellos que debían salvarse” (Hechos 2,42-47).

Y aquí deberíamos también recordar que todos tenemos un mismo Padre común y que por tanto todos somos hermanos y estamos llamados a la fraternidad. Aislarnos y encerrarnos en nosotros mismos es una forma concreta y efectiva de prescindir de la fraternidad. El símil del cuerpo que usa el apóstol San Pablo para explicarnos cómo es la Iglesia es muy adecuado: “Porque de la manera que en un cuerpo tenemos muchos miembros, pero no todos

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los miembros tienen la misma función, así nosotros, siendo muchos, somos un cuerpo en Cristo, y todos miembros los unos de los otros.” (Romanos 12,4-5)

Y en la Primera Carta a los Corintios es aún más explícito: “Porque así como el cuerpo es uno, y tiene muchos miembros, pero todos los miembros del cuerpo, siendo muchos, son un solo cuerpo, así también Cristo. Porque por un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo, sean judíos o griegos, sean esclavos o libres; y a todos se nos dio a beber de un mismo Espíritu. Además, el cuerpo no es un solo miembro, sino muchos. Si dijere el pie: Porque no soy mano, no soy del cuerpo, ¿por eso no será del cuerpo? Y si dijere la oreja: Porque no soy ojo, no soy del cuerpo, ¿por eso no será del cuerpo? Si todo el cuerpo fuese ojo, ¿dónde estaría el oído? Si todo fuese oído, ¿dónde estaría el olfato? Mas ahora Dios ha colocado los miembros cada uno de ellos en el cuerpo, como él quiso. Porque si todos fueran un solo miembro, ¿dónde estaría el cuerpo? Pero ahora son muchos los miembros, pero el cuerpo es uno solo. Ni el ojo puede decir a la mano: No te necesito, ni tampoco la cabeza a los pies: No tengo necesidad de vosotros. Antes bien los miembros del cuerpo que parecen más débiles, son los más necesarios; y a aquellos del cuerpo que nos parecen menos dignos, a éstos vestimos más dignamente; y los que en nosotros son menos decorosos, se tratan con más decoro. Porque los que en nosotros son más decorosos, no tienen necesidad; pero Dios ordenó el cuerpo, dando más abundante honor al que le faltaba, para que no haya desavenencia en el cuerpo, sino que los miembros todos se preocupen los unos por los otros. De manera que si un miembro padece, todos los miembros se duelen con él, y si un miembro recibe honra, todos los miembros con él se gozan. Vosotros, pues, sois el cuerpo de Cristo, y miembros cada uno en particular.” (1Corintios 15,12-27).

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Esta es, además la razón de la existencia de la Iglesia. Dios la crea porque no quiere salvar a sus hijos de manera individual sino como pueblo. No alcanza la salvación quien la busca de su cuenta al margen de los demás. Por ello Dios nos hizo seres llamados a vivir en sociedad, en grupo.

Y cuando hablamos de Iglesia tenemos que pensar en este Cuerpo total que lo formamos Cristo como cabeza y nosotros como miembros. Ciertamente la Iglesia es una institución y funciona como tal, pero esa no es su esencia. Los diversos nombres con que nos referimos a la Iglesia quieren resaltar este aspecto de la totalidad de la Iglesia. Unas veces la llamamos “Pueblo de Dios”, otras esposa de Cristo, también la llamamos Madre, Familia de Dios. La llamada “iglesia oficial”, en referencia a la jerarquía eclesial, obviamente no abarca la totalidad de la Iglesia.

LA IGLESIA NACE DE PENTECOSTÉSComo criatura, la Iglesia es obra del Creador. Tras su

confesión Jesús dice a Pedro: “Y yo te digo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder de la Muerte no prevalecerá contra ella. Yo te daré las llaves del Reino de los Cielos. Todo lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo” (Mt 16,18-19)

La Iglesia nace del Espíritu Santo. “El Espíritu Santo que Cristo, Cabeza, derrama sobre sus miembros, construye, anima y santifica a la Iglesia. Ella es el sacramento de la comunión de la Santísima Trinidad con los hombres” (CIC 747). La Iglesia es, por tanto, según nos enseña el Catecismo, el lugar donde nos encontramos con Dios

Al hablar en el tema anterior de nuestra fe en el Espíritu Santo ya recordamos cómo ocurrió el acontecimiento de Pentecostés. Ese día, como vimos, los Apóstoles, y con ellos

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la primera comunidad de los discípulos de Cristo, reunidos en el Cenáculo en compañía de María, Madre del Señor, reciben el Espíritu Santo. Se cumple así por ellos la promesa que Cristo les confió al partir de este mundo para volver al Padre. Ese día se revela al mundo la Iglesia, que había brotado de la muerte del Redentor.

Es Lucas quien coloca el día de Pentecostés el acto fundacional de la Iglesia con la efusión del Espíritu sobre el colegio apostólico. Algunos estudios han advertido que no deja de ser significativo que sea sólo Lucas quien nos habla de un pentecostés cristiano. De hecho el cuarto evangelio el don del Espíritu ya ocurrió en el momento de la resurrección: “Después de beber el vinagre, dijo Jesús: “Todo se ha cumplido”. E inclinando la cabeza, entregó su espíritu” (Jn 19,30), o en todo caso en la primera aparición del resucitado: “Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió:”Reciban el Espíritu Santo” (Jn 20,22)

Sea como fuere, el día de Pentecostés nace propiamente la Iglesia porque la Iglesia sólo es Iglesia cuando cumple la misión que Cristo le encomendó: “Vayan por todo el mundo y proclamen la buena noticia a toda criatura” (Mc. 16,15). Este encargo de Jesús a sus discípulos lo empezó a cumplir la Iglesia el día de Pentecostés cuando Pedro, en nombre de los que acababan de recibir el don del Espíritu Santo, empezó a proclamar el evangelio ante la multitud congregada en Jerusalén para la fiesta que llaman “la quincuagésima”, de donde viene el término pentecostés.

Ese primer anuncio marca el nacimiento de la Iglesia. Es un anuncio abierto a todos. La diversa procedencia de la gente que escuchó las palabras de Pedro es un signo que refiere a la universalidad de la Iglesia. En aquellos “partos, medos y elamitas, los que habitamos en la Mesopotamia o en la misma Judea, en Capadocia, en el Ponto y en Asia Menor,

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en Frigia y Panfilia, en Egipto, en la Libia Cirenaica, los peregrinos de Roma, judíos y prosélitos, cretenses y árabes” (Hechos 2,9-11) estaban representados todos los pueblos de la tierra destinatarios de esa Buena Nueva, pendiente aún por llegar a muchos rincones de la tierra.

Ese día de Pentecostés Pedro hace el primer anuncio kerigmático de la Iglesia: “Hombres de Judea y todos los que habitan en Jerusalén, presten atención, porque voy a explicarles lo que ha sucedido. Estos hombres no están ebrios, como ustedes suponen, ya que no son más que las nueve de la mañana, sino que se está cumpliendo lo que dijo el profeta Joel: En los últimos días, dice el Señor, derramaré mi Espíritu sobre todos los hombres y profetizarán sus hijos y sus hijas; los jóvenes verán visiones y los ancianos tendrán sueños proféticos. Más aún, derramaré mi Espíritu sobre mis servidores y servidoras, y ellos profetizarán. Haré prodigios arriba, en el cielo, y signos abajo, en la tierra: verán sangre, fuego y columnas de humo. El sol se convertirá en tinieblas y la luna en sangre, antes que llegue el Día del Señor, día grande y glorioso. Y todo el que invoque el nombre del Señor se salvará. Israelitas, escuchen: A Jesús de Nazaret, el hombre que Dios acreditó ante ustedes realizando por su intermedio los milagros, prodigios y signos que todos conocen, a ese hombre que había sido entregado conforme al plan y a la previsión de Dios, ustedes lo hicieron morir, clavándolo en la cruz por medio de los infieles. Pero Dios lo resucitó, librándolo de las angustias de la muerte, porque no era posible que ella tuviera dominio sobre él” (Hechos 2,14-24)

A la pregunta de quién es entonces el fundador de la Iglesia, Cristo o el Espíritu Santo, podríamos responder diciendo que, creada por Cristo, nace por el Espíritu Santo el día de la Pentecostés. La Iglesia, surgida de la muerte redentora de Cristo, se manifiesta al mundo, por obra del

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Espíritu Santo. O, con palabras del YOUCAT: “el fundador de este pueblo es Dios Padre. Su líder es Jesucristo. Su fuente de energía es el Espíritu Santo” (Youcat 122)

LA MISIÓN DE LA IGLESIALa Iglesia existe para evangelizar y solo es Iglesia

si evangeliza.El Concilio Vaticano II nos enseña que “la universalidad

de la misión de la Iglesia, la cual se esfuerza en anunciar el Evangelio a todos los hombres, se basa en el mandato explícito de Cristo y las exigencias radicales de la catolicidad de la Iglesia” (Ad gentes 1)

El 8 de diciembre de 1975, a los 10 años de la conclusión del concilio Vaticano II, y como fruto de la III Asamblea General del Sínodo de los Obispos (1974), Pablo VI publicaba la exhortación apostólica postsinodal “Evangelii nuntiandi”, centrada en el tema de la evangelización. En el número 14 se dice: “Evangelizar constituye... la dicha y vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda. Ella existe para evangelizar es decir para predicar y enseñar, ser canal del don de la gracia, reconciliar a los pecadores con Dios, perpetuar el sacrificio de Cristo en la Santa Misa, memorial de su muerte y resurrección gloriosa” (Evangelii Nuntiandi 14)

Este texto nos dice con meridiana claridad que evangelizar es:

a) Por un lado, la vocación de la Iglesia. La evangelización es, en consecuencia, la respuesta a una llamada de Dios. Así siente también Pablo su misión: “Si anuncio el Evangelio, no lo hago para gloriarme: al contrario, es para mí una necesidad imperiosa. ¡Ay de mí si no predicara el Evangelio! Si yo realizara esta tarea por iniciativa propia, merecería ser recompensado, pero

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si lo hago por necesidad, quiere decir que se me ha confiado una misión” (1Corintios 9,16)

b) Evangelizar es también la satisfacción y la dicha de la Iglesia. El mismo Pablo, a continuación del texto anterior escribe: “¿Cuál es entonces mi recompensa? Predicar gratuitamente la Buena Noticia, renunciando al derecho que esa Buena Noticia me confiere” (1Corintios 9,18)

c) Su acción evangelizadora marca la identidad de la Iglesia. Esto significa que deja de ser Iglesia cuando no evangeliza y solo lo es cuando anuncia el evangelio.

d) La evangelización consiste en predicar, primer anuncio, y dar seguimiento, es decir, enseñar, consolidar lo anunciado para que del anuncio lleguemos a la fe.

e) Por su acción evangelizadora la Iglesia es instrumento, canal de la gracia de Dios para sus hijos.

f) Una de esas gracias es la de la reconciliación con Dios y con los hermanos ya que el que recibe el anuncio y lo acepta inicia una nueva vida.

g) La eucaristía es lugar especialísimo y privilegiado para la acción evangelizadora porque en ella no solo anunciamos la Buena Nueva también la celebramos.

TAREA PARA LA SEMANA

1. En lo que respecta a la vivencia de tu fe, ¿observas en ti algunas señales de preferencia por lo individual y cierta resistencia a la vivencia comunitaria?

2. Si la Iglesia existe para evangelizar, ¿qué compromiso con la acción misionera de la Iglesia consideras que puedes asumir?

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PRESENTACIÓN DEL TEMAEn este segundo tema seguimos reflexionando sobre lo

que en el credo decimos de la Iglesia. No olvidemos lo que se dijo al iniciar el anterior encuentro, que cuando confesamos nuestra fe en la Iglesia no estamos diciendo que creemos en ella como creemos en Dios Padre o en Jesucristo o en el Espíritu Santo. Los expertos han insistido en que al traducir al español el credo que estaba en latín, las referencias son, cuando menos, confusas pues pareciera que se equipara la Iglesia al mismo nivel de Dios. No podemos divinizar la Iglesia. Sólo en Dios creemos porque sólo él es creador, todo lo demás, incluida la Iglesia, es criatura.

ORACIÓNCreo que sin el Espíritu Santo, Dios queda lejos; Cristo

pertenece al pasado; el Evangelio es letra muerta; la Iglesia, una organización más.

Creo que sin el Espíritu Santo la autoridad es un dominio; La misión, una propaganda, el culto una evocación; el obrar cristiano, una moral de esclavos.

Pero creo que con el Espíritu Santo el cosmos se eleva y gime en la infancia del Reino: Cristo ha resucitado; el Evangelio es potencia de vida; la Iglesia, comunión trinitaria; la autoridad, servicio liberador; la misión, Pentecostés; el culto, memorial y anticipación; el obrar humano, realidad divina.

(Adaptado de UPSALA 68, Unión de las Iglesias)

EnCUEnTRO

Una, santa católica y apostólica

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CREER A LA IGLESIAEn estos tiempos en los que todo es cuestionado y

la misma institución eclesial está bajo el síndrome de la sospecha resulta un tanto pretencioso pedir que se tenga fe en la Iglesia. No son pocos los que dicen que por la Iglesia se han desencantado de la experiencia religiosa y han dejado de sentirse ligados a la institución eclesial. A ello han contribuido, no poco los escándalos divulgados por la prensa sobre el perverso comportamiento de algunos eclesiásticos.

Este tema lo tenemos que abordar, por tanto, con una mano puesta en el pecho y dispuestos a pedir perdón porque nuestro testimonio de vida muchas veces es incoherente con lo que afirmamos creer.

Como veremos más adelante, abundante en santos, pero también cargada de pecadores, a nuestra Iglesia tenemos que darle un voto de confianza porque es la Iglesia de Jesucristo, el espacio que creó para que todos en comunidad alcancemos la vida plena. Ciertamente, muchos cristianos deberán aplicar y aplicarse aquellas palabras de Jesús sobre los escribas y fariseos: “ustedes hagan y cumplan todo lo que ellos les digan, pero no se guíen por sus obras, porque no hacen lo que dicen” (Mt 23,3)

Ya dijimos en el encuentro anterior, y lo hemos recordado hoy al iniciar éste, que no es adecuado decir “creo en la Iglesia” en el sentido como decimos “creo en Dios”. Cuando confesamos nuestra fe en la Iglesia lo que decimos en realidad es que “creemos a la Iglesia”, creemos su enseñanza, creemos y aceptamos la explicación que nos hace de la Palabra de Dios etc. Podemos, y debemos, creer a la Iglesia, aunque ciertamente, el testimonio de no pocos eclesiásticos y cristianos sea escandaloso.

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LA IGLESIA ES UNADe nuevo nos encontramos con que el credo de Nicea-

Constantinopla es más explícito que el de los Apóstoles. Éste, tras decir “creo en el Espíritu Santo” añade seguido: “la Santa Iglesia Católica” y después nos habla ya de la comunión de los santos.

El Nicenoconstantinopolitano añade que esa Iglesia “es una, santa, católica y apostólica”. Son estas cuatro las notas que identifican y distinguen a la Iglesia.

El CIC nos enseña: “La Iglesia es una debido a su origen: “El modelo y principio supremo de este misterio es la unidad de un solo Dios Padre e Hijo en el Espíritu Santo, en la Trinidad de personas” (UR 2). La Iglesia es una debido a su Fundador: “Pues el mismo Hijo encarnado [...] por su cruz reconcilió a todos los hombres con Dios [...] restituyendo la unidad de todos en un solo pueblo y en un solo cuerpo” (GS 78, 3). La Iglesia es una debido a su “alma”: “El Espíritu Santo que habita en los creyentes y llena y gobierna a toda la Iglesia, realiza esa admirable comunión de fieles y une a todos en Cristo tan íntimamente que es el Principio de la unidad de la Iglesia” (UR 2). Por tanto, pertenece a la esencia misma de la Iglesia ser una” (CIC 813)

Pero esta unidad no anula la riqueza de la diversidad: “Desde el principio, esta Iglesia una se presenta, no obstante, con una gran diversidad que procede a la vez de la variedad de los dones de Dios y de la multiplicidad de las personas que los reciben. En la unidad del Pueblo de Dios se reúnen los diferentes pueblos y culturas. Entre los miembros de la Iglesia existe una diversidad de dones, cargos, condiciones y modos de vida; “dentro de la comunión eclesial, existen legítimamente las Iglesias particulares con sus propias tradiciones” (LG 13). La gran riqueza de esta diversidad no se opone a la unidad

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de la Iglesia. No obstante, el pecado y el peso de sus consecuencias amenazan sin cesar el don de la unidad. También el apóstol debe exhortar a “guardar la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz” (Ef 4, 3).(CIc 814)

Esta unidad queda anclada en: - la profesión de una misma fe recibida de los

Apóstoles, - la celebración común del culto divino, sobre todo de

los sacramentos;- la sucesión apostólica por el sacramento del orden,

que conserva la concordia fraterna de la familia de Dios

A imitación de la unidad de Dios, la de la Iglesia expresa su unidad por la Palabra de la que todos descubrimos la verdad, la eucaristía en la que todos alimentamos nuestra fe y en la caridad en la que vivimos lo que creemos y celebramos.

EL DOLOR DEL PADREQuien es padre o madre y ha tenido la desgracia de vivir

en el seno de su hogar la división, podrá entender el dolor de Dios Padre al contemplar la división entre sus hijos. Por el contrario, quien tiene la dicha de contar con una familia en plena armonía y comunión valora la unidad como el mayor de los bienes.

Este es también el sentimiento de la Iglesia: “De hecho, “en esta una y única Iglesia de Dios, aparecieron ya desde los primeros tiempos algunas escisiones que el apóstol reprueba severamente como condenables; y en siglos posteriores surgieron disensiones más amplias y comunidades no pequeñas se separaron de la comunión plena con la Iglesia católica y, a veces, no sin culpa de los hombres de ambas partes” (UR 3). Tales rupturas que lesionan la unidad del Cuerpo de Cristo (se distingue la herejía, la apostasía y el

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cisma [cf CIC can. 751]) no se producen sin el pecado de los hombres: <<Donde hay pecados, allí hay desunión, cismas, herejías, discusiones. Pero donde hay virtud, allí hay unión, de donde resultaba que todos los creyentes tenían un solo corazón y una sola alma” (CIC 817)

De este dolor que nuestro pecado de división parte el corazón del Padre es consciente la Iglesia. Vamos a leer detenidamente el proemio del decreto sobre el ecumenismo del Concilio Vaticano II: “Promover la restauración de la unidad entre todos los cristianos es uno de los fines principales que se ha propuesto el Sacrosanto Concilio Vaticano II, puesto que única es la Iglesia fundada por Cristo Señor, aun cuando son muchas las comuniones cristianas que se presentan a los hombres como la herencia de Jesucristo; todos se confiesan discípulos del Señor, pero sienten de modo distinto y siguen caminos diferentes, como si Cristo mismo estuviera dividido. División que abiertamente repugna a la voluntad de Cristo y es piedra de escándalo para el mundo y obstáculo para la causa de la difusión del Evangelio por todo el mundo.

Con todo, el Señor de los tiempos, que sabia y pacientemente prosigue su voluntad de gracia para con nosotros los pecadores, en nuestros días ha empezado a infundir con mayor abundancia en los cristianos separados entre sí la compunción de espíritu y el anhelo de unión. Esta gracia ha llegado a muchas almas dispersas por todo el mundo, e incluso entre nuestros hermanos separados ha surgido, por el impuso del Espíritu Santo, un movimiento dirigido a restaurar la unidad de todos los cristianos. En este movimiento de unidad, llamado ecuménico, participan los que invocan al Dios Trino y confiesan a Jesucristo como Señor y salvador, y esto lo hacen no solamente por separado, sino también reunidos en asambleas en las que conocieron

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el Evangelio y a las que cada grupo llama Iglesia suya y de Dios. Casi todos, sin embargo, aunque de modo diverso, suspiran por una Iglesia de Dios única y visible, que sea verdaderamente universal y enviada a todo el mundo, para que el mundo se convierta al Evangelio y se salve para gloria de Dios. Considerando, pues, este Sacrosanto Concilio con grato ánimo todos estos problemas, una vez expuesta la doctrina sobre la Iglesia, impulsado por el deseo de restablecer la unidad entre todos los discípulos de Cristo, quiere proponer a todos los católicos los medios, los caminos y las formas por las que puedan responder a este divina vocación y gracia” (UR 1)

LA IGLESIA ES SANTACuando Pablo pide a los maridos que amen a sus

esposas les pone el ejemplo del amor de Cristo a la Iglesia: “Maridos, amen a su esposa, como Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella, para santificarla. Él la purificó con el bautismo del agua y la palabra, porque quiso para sí una Iglesia resplandeciente, sin mancha ni arruga y sin ningún defecto, sino santa e inmaculada” (Efesios 5,25-27)

La Iglesia es santa porque participa de la santidad de Cristo que es su cabeza y que la ha fundado. Hoy y siempre la Iglesia ha vivido en esa tensión entre la llamada a la santidad y la realidad del pecado de sus hijos. La Iglesia de santa tiene la santidad de Jesús, la de María y la de tantos santos y santas y gente sencilla y buena de nuestras comunidades que viven con sencillez y profundidad su vida creyente haciendo día a día mejor el mundo.

Pero la Iglesia tiene mucho de pecadora. Y aquí no debemos mirar para otro lado que no sea nuestra propia vida. Es mi pecado el que impide que la Iglesia esté sin manchas y sin arrugas, como desea Pablo.

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Alguien ha escrito sobre la Iglesia: “Qué discutible eres, Iglesia, y sin embargo, cuánto te quiero. Cuánto me has hecho sufrir, y sin embargo cuánto te debo. Quisiera verte destruida y, sin embargo, tengo necesidad de tu presencia. Me has escandalizado mucho y. sin embargo, me has hecho entender la santidad… Cuántas veces he tenido ganas de cerrar en tu cara la puerta de mi alma y cuántas veces he pedido morir en tus brazos. No, no puedo librarme de ti porque soy tú aún no siendo completamente tú. ¿Y después dónde iría?, ¿a construir otra? Pero no podré construir otra sino con los mismos defectos, con los míos que llevo dentro. Y si la construyo será mi iglesia no la de Cristo. Soy bastante mayor para no creerme mejor que los demás”

LA IGLESIA ES CATÓLICALa catolicidad de la Iglesia nos la explica el CIC de la

siguiente manera: “La palabra “católica” significa “universal” en el sentido de “según la totalidad” o “según la integridad”. La Iglesia es católica en un doble sentido:

Es católica porque Cristo está presente en ella. “Allí donde está Cristo Jesús, está la Iglesia Católica” En ella subsiste la plenitud del Cuerpo de Cristo unido a su Cabeza (cf Ef 1, 22-23), lo que implica que ella recibe de Él “la plenitud de los medios de salvación” que Él ha querido: confesión de fe recta y completa, vida sacramental íntegra y ministerio ordenado en la sucesión apostólica. La Iglesia, en este sentido fundamental, era católica el día de Pentecostés (cf AG 4) y lo será siempre hasta el día de la Parusía. (CIC 830)

Es católica porque ha sido enviada por Cristo en misión a la totalidad del género humano (cf Mt 28, 19):

«Todos los hombres están invitados al Pueblo de Dios. Por eso este pueblo, uno y único, ha de extenderse por todo el mundo a través de todos los siglos, para que así

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se cumpla el designio de Dios, que en el principio creó una única naturaleza humana y decidió reunir a sus hijos dispersos [...] Este carácter de universalidad, que distingue al pueblo de Dios, es un don del mismo Señor. Gracias a este carácter, la Iglesia Católica tiende siempre y eficazmente a reunir a la humanidad entera con todos sus valores bajo Cristo como Cabeza, en la unidad de su Espíritu» (LG 13).

Desde la lógica que subyace en todo el credo que venimos reflexionando, la Iglesia en realidad no puede ser otra cosa que católica porque es creación de Dios y Dios es el Dios único de todos los hombres.

Es católica, pues, por su vocación a la universalidad, no porque esté obsesionada con que todos los que no están integrados a ella formen parte de su estructura, sino porque, abierta a todos, por la acción de Espíritu Santo, a nadie cierra las puertas. Su acción misionera está también abierta a todos.

Para que la Iglesia sea hoy realmente católica, es decir, con vocación universal, es muy importante que esté metida de lleno en el corazón del mundo para poder llevar al hombre de hoy un mensaje de esperanza. Este es un problema real que ha tenido la Iglesia y que lo tiene también hoy. No son pocos los que consideran que la Iglesia mira más al pasado que al futuro.

LA IGLESIA ES APOSTÓLICAEn el tema anterior quisimos dejar claro que la Iglesia

existe sólo y para anunciar el Evangelio de Jesús y atraer a todos hacia la salvación que el Padre ofrece. Esta cuarta nota que identifica a la Iglesia quiere resaltar que la comunidad de los discípulos de Jesús se sabe vinculada a él a través de la mediación de los apóstoles.

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Así nos explica la apostolicidad de la Iglesia el CIC: “La Iglesia es apostólica porque está fundada sobre los apóstoles, y esto en un triple sentido:

- fue y permanece edificada sobre “el fundamento de los Apóstoles” (Ef 2, 20; Hch 21, 14), testigos escogidos y enviados en misión por el mismo Cristo (cf. Mt 28, 16-20; Hch 1, 8; 1 Co 9, 1; 15, 7-8; Ga 1, l; etc.).

- guarda y transmite, con la ayuda del Espíritu Santo que habita en ella, la enseñanza (cf. Hch 2, 42), el buen depósito, las sanas palabras oídas a los Apóstoles (cf 2 Tm 1, 13-14).

- sigue siendo enseñada, santificada y dirigida por los Apóstoles hasta la vuelta de Cristo gracias a aquellos que les suceden en su ministerio pastoral: el colegio de los obispos, “al que asisten los presbíteros juntamente con el sucesor de Pedro y Sumo Pastor de la Iglesia” (AG 5)

Aunque, como vemos por estos textos, la apostolicidad de la Iglesia se fundamenta en los apóstoles, hoy en sus sucesores los obispos, no debemos olvidar que toda la Iglesia está llamada a ser apostólica, es decir, a todos los bautizados nos compete la tarea de ser apóstoles, testigos de nuestra fe en el mundo y propagadores de la Buena Nueva de la salvación, de la liberación para todos los hijos de Dios, porque el Padre quiere que: “todos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” (1Timoteo 2,4). Es muy conocido el pensamiento del papa Pablo VI que dijo que el hombre contemporáneo escucha más a gusto a los que dan testimonio que a los que enseñan.

Cuánto más comprometidos estén los laicos con la misión y la tarea pastoral, más radicalmente apostólica será la Iglesia.

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TAREA PARA LA SEMANA1. Este tema de hoy nos brinda una buena ocasión

para revisarnos cada uno como miembros de la Iglesia que somos. Examina tu vida e identifica qué cosas de tí forman parte de la santidad de la Iglesia y qué cosas manchan el rostro santo de ella

2. ¿Qué puedes hacer tú para que la Iglesia sea más apostólica?

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PRESENTACIÓN DEL TEMAEn este tema de “la comunión de los santos” reparamos

muy poco y no suele formar parte de nuestros programas de formación cristiana. Pero muy importante debe ser cuando aparece en el credo. La expresión “comunión de los santos” aparece sólo en el credo Apostólico y no en el de Nicea Constantinopla y aparece, además pegada de la referencia a “la Santa Iglesia Católica”.

Conviene tener en cuenta también en este tema, y en los que siguen, lo que se señalaba al hablar de la Iglesia. Al decir “la comunión de los santos” no confesamos nuestra fe en ella como si dicha comunión fuera Dios. De hecho “comunión de los santos” es inseparable de la creación de la Iglesia.

ORACIÓNCreemos en un Dios Padre / Madre, ecuménico,

Creador de todas las razas. Y en Jesucristo, su amor hecho cuerpo, que fue concebido por el Espíritu de la vida, nació del pueblo, padeció bajo el imperio de las verdades sin bondad, fue crucificado, muerto y sepultado en nuestras desavenencias religiosas, resucitó al tercer día y está presenta en la nostalgia, en la lucha y en la esperanza de los hombres y mujeres de buena voluntad. Creemos en el Espíritu de la unidad, en la religión de la solidaridad, en la resurrección de los cuerpos oprimidos, en la comunión universal de todos los pueblos, en el eterno reino de la paz y de la justicia, e en la vida eterna. Amén.

(Carlos Alberto Rodríguez Alves, Brasil)

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La comunión de los santos

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¿QUE ENTENDEMOS POR COMUNIÓN DE LOS SANTOS?El CIC dice: “Después de haber confesado “la Santa

Iglesia católica”, el Símbolo de los Apóstoles añade “la comunión de los santos”. Este artículo es, en cierto modo, una explicitación del anterior: “¿Qué es la Iglesia, sino la asamblea de todos los santos?” La comunión de los santos es precisamente la Iglesia. (946)

Por tanto, confesar que la Iglesia es una, es santa, es católica y es apostólica y que existe la comunión de los santos son actos de fe que van inseparablemente unidos. Diríamos que se exigen mutuamente porque, llamados a la santidad el bautismo nos hace partícipes de la comunión de los santos.

De manera muy sencilla y concreta YOUCAT dice que “de la comunión de los santos forman parte todas las personas que han puesto su esperanza en Cristo y le pertenecen por el bautismo, hayan muerto ya o vivan todavía. Puesto que somos un cuerpo en Cristo vivimos en una comunión que abarca el cielo y la tierra” (146)

Efectivamente, en la carta a los Gálatas escribe Pablo: “Porque todos ustedes, por la fe, son hijos de Dios en Cristo Jesús, ya que todos ustedes, que fueron bautizados en Cristo, han sido revestidos de Cristo. Por lo tanto, ya no hay judío ni pagano, esclavo ni hombre libre, varón ni mujer, porque todos ustedes no son más que uno en Cristo Jesús” (Gálatas 3,26-28)

A la Iglesia pertenecen los vivos y los muertos, los que aún peregrinamos por este mundo, y los que ya nos han precedido en el camino de la fe y de la vida.

Todos formamos parte de la misma Iglesia y es la comunión la que nos hace también santos. Y cuando hablamos de comunión, de lo que estamos hablando es de compartir bienes.

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Ya sabemos que la comunión de bienes fue una de las notas de identidad de la primitiva comunidad cristiana: “La multitud de los creyentes tenía un solo corazón y una sola alma. Nadie consideraba sus bienes como propios, sino que todo era común entre ellos. Los Apóstoles daban testimonio con mucho poder de la resurrección del Señor Jesús y gozaban de gran estima. Ninguno padecía necesidad, porque todos los que poseían tierras o casas las vendían y ponían el dinero a disposición de los Apóstoles, para que se distribuyera a cada uno según sus necesidades.” (Hechos 4,32-25) Llamados a vivir nuestra fe con obras y no dejarla en palabras, el ejercicio de comunión solidaria y fraterna entre los hijos de Dios es una manifestación incuestionable de la comunión de los santos. Así nos lo enseña la Iglesia: “Todo lo que posee el verdadero cristiano debe considerarlo como un bien en común con los demás y debe estar dispuesto y ser diligente para socorrer al necesitado y la miseria del prójimo. El cristiano es un administrador de los bienes del Señor (cf. Lc 16, 1, 3). (CIC 952)

COMUNIÓN DE LOS BIENES ESPIRITUALESPero la Iglesia, al hablar de comunión de bienes se

refiere más a los llamados “bienes espirituales”. Estos bienes espirituales en los que se sostiene la comunión de los santos son según los presenta el CIC:

1. La comunión en la fe: Nuestra fe es la fe de la Iglesia recibida de los apóstoles, un tesoro que se enriquece cuando se comparte

2. La comunión de los sacramentos: El fruto de los sacramentos nos pertenece a todos, especialmente el bautismo que es como la puerta por la que nos hacemos miembros de la Iglesia. La comunión de los santos es la comunión de los sacramentos. Se dice

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comunión, porque nos une a Dios, es vínculo sagrado entre nosotros por Cristo. Y de todos los sacramentos tiene un realce principal la Eucaristía, porque no es solo un vínculo en el sentido del bien, sino que es el Bien mismo, Cristo mismo que lleva esta unidad a su culminación, porque es en su Cuerpo que formamos un solo cuerpo.

3. La comunión de los carismas: Los carismas son gracias especiales que el Espíritu Santo reparte para hacer de la Iglesia un cuerpo, no todos tenemos las mismas gracias, estas están determinadas según la misión que Dios nos ha dado para la edificación de la Iglesia. Como son gracias especiales del Espíritu Santo, entonces son manifestaciones propias de Dios, y como son de Dios son para edificación de los demás. Son gracias especiales sencillas o extraordinarias, que el Espíritu Santo reparte para que se ejerzan en el orden de la caridad.

4. La comunión de la caridad: El menor de nuestros actos hecho con caridad repercute en beneficio de todos, en esta solidaridad entre todos los hombres, vivos o muertos, que se fundamenta en la comunión de los santos.

Por eso también todo pecado daña a esta comunión, así como hay comunión de los bienes, también hay comunión de los males.

LA COMUNIÓN CON LOS SERES QUE YA NO ESTáN EN ESTE MUNDOA esto se le llama “La comunión entre la Iglesia del

cielo y la de la tierra”. La comunión de la Iglesia peregrina con los hermanos

que han muerto en la paz de Cristo, no solo no se

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interrumpe, sino que se refuerza con la comunicación de los bienes espirituales.

Una muestra de esa comunión entre los seres del cielo y de la tierra es que ellos interceden por nosotros ante el Padre. Presentan por medio del único Mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, los méritos adquiridos en la tierra, y su solicitad fraterna ayuda mucho a nuestra debilidad”.

Cuando una comunidad celebra, por ejemplo su fiesta patronal, expresa la comunión de los santos dando gracias a Dios por la intercesión de ese santo o santo que ha sido designado como patrón y pidiendo a Dios que el modelo de santidad de ese intercesor o intercesora sea imitado por la comunidad.

Orar por los difuntos forma también parte de la comunión de los santos. A este respecto, en mi libro “Celebración de la Esperanza Cristina”, (Editorial Amigo del Hogar, 5ª ed. 2011) anoté: “Algunos piensan que, como la salvación hay que ganársela en la tierra, de nada sirve ya la oración por los difuntos, una vez que se produce la muerte. Los que así se han dejado confundir rechazan, en consecuencia, la doctrina y la práctica de la Iglesia sobre este asunto. Esto se observa, por ejemplo, en la negativa a ofrecer el sufragio de la eucaristía por la memoria del difunto, no se cree tampoco en la remisión del pecado por la oración, ni en el Purgatorio, que es como la Iglesia llama a la purificación final para obtener la santidad necesaria para entrar al cielo.” (o.c. pag 13)

En este mismo sentido el CIC nos recuerda: “que la Iglesia peregrina, perfectamente consciente de esta comunión de todo el Cuerpo místico de Jesucristo, desde los primeros tiempos del cristianismo honró con gran piedad el recuerdo de los difuntos y también ofreció por ellos oraciones ‘pues es una idea santa y provechosa orar

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por los difuntos para que se vean libres de sus pecados’ (2M 12,45)” (LG 50) Nuestra oración por ellos puede no solamente ayudarles, sino también hacer eficaz su intervención en favor de nosotros. (958)

Y la mejor oración por los muertos es el sacramento de la vida, la eucaristía. Ofrecer la eucaristía por los difuntos es la práctica devocional más recomendada por la Iglesia a la hora de honrar la memoria de nuestros difuntos

De hecho, en la plegaria eucarística reservamos unos momentos a la memoria de los difuntos: “acuérdate de nuestros hermanos que se durmieron en la esperanza de la resurrección y de todos los que han muerto en tu misericordia, admítelos a contemplar la luz de tu rostro”.

Un último apunte sobre este asunto. San Agustín en sus Confesiones, nos presenta el testimonio de su madre, Santa Mónica poco antes de morir. “Enterrad este cuerpo en cualquier parte, dice Mónica a San Agustín, no os preocupe más su cuidado; solamente os ruego que, dondequiera que os hallareis, os acordéis de mí ante el altar del Señor”.

IGLESIA PEREGRINAHay una tendencia en nosotros a poner nuestro

pensamiento en el cielo cuando hablamos de comunión de los santos. Aunque ya se ha hecho referencia a ese asunto al principio de este tema cuando se ha hablado de que compartir los bienes materiales forma parte también de la comunión de los santos, es bueno volver a insistir en este asunto.

Somos una Iglesia peregrina que camina, guiada y sostenida por el Espíritu Santo tratando de hacer, como Jesús, la voluntad del Padre para preparar cuanto antes el momento de la segunda y definitiva venida del Señor.

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Para nosotros “la comunión de los santos”, y con los santos, comienza aquí, viviendo en comunidad y en comunidad haciendo todo lo que los hermanos, que comparten una misma fe, y que han sido creados con un corazón para amar, tienen que hacer para ser felices y agradar a Dios: amarse, respetarse, ayudarse, perdonarse, sostenerse mutuamente, ser cirineos unos de otros.

Ya dijimos en uno de los temas que hoy hay una peligrosa y equivocada tendencia a vivir la fe de forma privada e individualista. Esta tendencia niega en la práctica la comunión de los santos. Nuestra Iglesia peregrina, nuestras comunidades parroquiales o sectoriales, tienen ciertamente muchas cosas negativas, pero también tienen muchas cosas buenas, las cosas buenas que nosotros aportamos y las cosas negativas que añadimos, pero el ideal de ser hermanos, de vivir en comunión y en armonía, ayudados siempre por la fuerza del Espíritu Santo, es el que irá, día a día, consolidando entre nosotros la comunión de los santos.

TAREA PARA LA SEMANA1. ¿En qué sentido podemos decir que la “comunión

de los santos requiere de nosotros un compromiso de solidaridad?

2. Recuerda el encuentro en el que se habló de los dones del Espíritu Santo. ¿qué bienes espirituales puedes compartir con los demás?

3. ¿Cómo explicarías a alguien que orar por los difuntos es importante entre los cristianos?

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PRESENTACIÓN DEL TEMANada dice sobre el bautismo el Credo Apostólico. El de

Nicea-Constantinopla hace referencia a él, pero cambia el término “creo” por el de “confieso”. ¿Quiere esto decir algo? Este es el tema que nos ocupará en este encuentro de hoy.

ORACIÓNCreemos en Jesucristo, Señor de la vida y de la muerte.

Muerto por nuestra justificación, vivo para animar nuestra esperanza.

Creemos en su muerte dolorosa y solitaria, preludio de su resurrección. Creemos también que nuestra muerte es un hecho decisivo y personal.

Sabemos que si la muerte no tiene sentido, toda la vida discurre en el vacío. Sabemos que la muerte está presente en nuestra vida, en el dolor, la soledad, la limitación; en el miedo, la tristeza, el fracaso.

Pero sabemos también que sólo en el acto en que encontramos a Dios, podemos recuperarnos a nosotros mismos y ser realmente hombres.

Y este acto es la muerte, opción definitiva, apertura a Dios, culminación de nuestra libertad, lugar de encuentro total con Cristo, donde está presente la realidad entera.

(Los otros credos)

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Confieso que hay un solo bautismo para el perdón de los pecados

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PARA SALIR AL PASOEn los primeros encuentros ya dijimos que la extensión

del credo de Nicea-Constantinopla con respecto al credo Apostólico se debe a que en aquellos años del siglo IV fue necesario apuntalar bien las fórmulas de la fe para salir al paso y corregir los errores de las herejías que cuestionaban o negaban algunas de las verdades fundamentales de la fe cristiana.

Esto es especialmente oportuno señalarlo en el caso de la referencia al bautismo que, como se ha dicho al presentar el encuentro, no es mencionado en el credo de los Apóstoles y que, curiosamente, es el único sacramento del que se hace referencia expresa.

En su obra “Creo según las Sagradas Escrituras”, Mario Molina escribe: “la frase es fruto de polémicas entre la Iglesia Católica y las sectas heréticas en la antigüedad. Estas sectas bautizaban a los católicos que se les adherían. ¿Debían los católicos bautizar a los herejes que se pasaban a la Iglesia católica si ya habían recibido el bautismo en la secta?

En las disputas del siglo III, Cipriano de Cartago sostenía que, como el bautismo es sacramento de incorporación a la Iglesia, el único bautismo válido es el que confiere la Iglesia verdadera; por lo tanto, las personas bautizadas en la secta, en realidad no lo estaban, y debían bautizarse al hacerse católicas. En cambio, el obispo de Roma, Esteban, se atenía a una práctica antigua según la cual se bautizaba en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, por lo que el bautismo realizado como adhesión al Evangelio y a la fe para el perdón de los pecados es válido aunque no se realice en la Iglesia Católica” (op.cit. 133). Esta fue la postura que prevaleció.

También San Agustín tuvo problemas de esta índole con los donatistas. Su doctrina era demasiado simple; sostenían

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que la Iglesia visible está compuesta solamente de justos y santos y que los sacramentos son inválidos si se administran por un ministro indigno. En consecuencia, rebautizaban a los católicos que se pasaban a sus filas. San Agustín, a su vez, exigía también el bautismo a los donatistas que se hacían católicos aduciendo que “hay un solo bautismo para el perdón de los pecados”.

Observemos que esto, salvadas las distancias, en cierta forma se está dando hoy en día en muchas sectas evangélicas y existe también el riesgo en el ámbito católico, principalmente en algunos grupos de corte pentecostal. Resulta un tanto equivoco que estos grupos celebren un bautismo simbólico, o podríamos decir devocional, que parece sustituir al ya recibido.

El criterio de la Iglesia Católica sobre este tema es reconocer como válido el bautismo que se realiza siempre y cuando la fórmula bautismal utilizada sea la que Jesús propone al final del evangelio y que esa fórmula se entienda según la comprensión de la Trinidad desarrollada en los primeros cuatro concilios ecuménicos.

Es decir, en términos generales, la Iglesia Católica reconoce el bautismo de las iglesias ortodoxas y el de las protestantes históricas.

UN SOLO BAUTISMOCuando confesamos que hay un solo bautismo lo que

estamos diciendo, primero que nada es que este sacramento se administra una sola vez. Por eso se dice que el bautismo imprime carácter, es decir, marca definitivamente a una persona y no puede repetirse. El alma queda marcada para siempre con el carácter de hijo de Dios, aunque posteriormente renegáramos de la Fe Cristiana o viviéramos en pecado mortal.

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San Agustín dice que el bautismo es el “sello del Señor con que el Espíritu Santo nos ha marcado para el día de la redención”

En la carta a los Efesios Pablo dice contundentemente que el bautismo es uno solo, como una sola es la fe y como uno solo es Dios: “Hay un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo” (Efesios 4,5)

También la carta a los Hebreos se refiere a la irrepetibilidad del bautismo asociándola a la irrepetibilidad del sacrificio de Cristo: “Porque es imposible que cuantos fueron una vez iluminados, gustaron el don celestial y fueron hechos partícipes del Espíritu Santo, saborearon las buenas nuevas de Dios y los prodigios del mundo futuro, y a pesar de todo cayeron, se renueven otra vez mediante la penitencia, pues crucifican por su parte de nuevo al Hijo de Dios y le exponen a pública infamia” (Hebreos 6,4-6) Aquí el término “cayeron” hay que entenderlo como apostatar. Para el autor de la carta a los Hebreos quien ha sido bautizado y se aparta del camino de Dios y de la Iglesia no puede volver a bautizarse para ser reconciliado.

Pero, si imposible es la segunda muerte de Cristo y, por ella, un segundo bautismo, no es imposible, ni mucho menos, la misericordia de Dios Padre. El perdón a los bautizados que han pecado no les puede venir por un nuevo bautismo sino por la vía del sacramento de la reconciliación.

Que hay un solo bautismo significa también que la eficacia del sacramento no depende del ministro que lo confiere sino de Dios, de Jesucristo. Es uno mismo el bautismo conferido por el Papa, por un obispo, por un sacerdote, por un diácono o, incluso por un laico en caso de emergencia. Esto así porque es un único el que perdona y da nueva vida a los que reciben el sacramento, Dios.

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PARA EL PERDÓN DE LOS PECADOSEn esa misma confesión del credo se nos dice que la

finalidad del bautismo es “para el perdón de los pecados”. Efectivamente, el Bautismo es el primero y principal

sacramento del perdón de los pecados porque nos une a Cristo muerto por nuestros pecados y resucitado para nuestra justificación (cf. Rm 4, 25), a fin de que “vivamos también una vida nueva” (Rm 6, 4). Nos enseña el CIC que el bautismo “es el fundamento de toda la vida cristiana, el pórtico de la vida en el Espíritu y la puerta de acceso a los otros Sacramentos” (1213)

Como en la mayoría de los casos el bautismo se realiza a temprana edad el perdón que como gracia da el sacramento corremos el riesgo de reducirlo a la purificación del pecado original, el que heredamos al nacer y con el que venimos al mundo por ser hijos de Adán. La doctrina de la Iglesia es que el bautismo borra todos los pecados, absolutamente todos; esto es especialmente oportuno tenerlo en cuenta en el caso del bautismo de adultos.

Ahora bien, la gracia del Bautismo no nos libra de las debilidades de la naturaleza, quedamos sometidos a la posibilidad del pecado pero no ya por culpa de Adán, sino porque hemos sido creados libres y eso significa poder hacer tanto el bien como el mal.

Para ser perdonados de nuestros pecados después del bautismo la Iglesia nos ofrece la vía del sacramento de la reconciliación.

EL BAUTISMO COMO SACRAMENTOEs el primero de los siete sacramentos porque es la

puerta de entrada a la comunidad eclesial. Nadie que no esté bautizado puede recibir el resto de los sacramento. La Iglesia bautiza porque ese fue el mandato del Señor:

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“Vayan, entonces, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Y yo estoy con ustedes hasta el fin del mundo” (Mt 28,19-20)

El bautismo es, en consecuencia, el signo de pertenencia al grupo de discípulos de Jesucristo.

Muchas religiones tienen ritos de purificación y usan el agua como signo ritual. Actualmente, en la India, por ejemplo, cientos de miles de hindúes se introducen en el Río Ganges en Benarés en ceremonias impresionantes, tanto por el número de los devotos y la intensidad de su devoción, como por el entorno mismo en que se verifican los ritos.

En Palestina, en tiempos de Jesucristo, apareció Juan, el pariente del Señor, bautizando en el río Jordán, instando a los judíos a arrepentirse de sus pecados: “Convertíos porque ha llegado el Reino de los Cielos... Yo os bautizo en agua para la conversión” (Mt. 3, 2;11).

El bautismo de Juan no perdonaba los pecados, era signo de conversión. Quienes escuchaban la predicación de Juan y aceptaban su mensaje se bautizaban con agua para expresar su deseo de iniciar en su vida un proceso de cambio.

De esto era consciente el propio Juan: “yo los bautizo con agua para que se conviertan; pero aquel que viene detrás de mí es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de quitarle las sandalias. Él los bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego”. (Mt. 3, 11)

Sabemos que Jesús fue bautizado por el propio Juan y sabemos que Juan marcó definitivamente la vida de Jesús. Sintiéndose atraído por la propuesta de Juan, tampoco a Jesús le gustaba el mundo como estaba, le sigue al desierto y, convencido de que se requerían cambios urgentes a todos

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los niveles porque Dios no podía ver con buenos ojos tanta injusticia y exclusión, se pone en la fila de los que se acogían al bautismo de Juan como señal de ese deseo y necesidad de cambio.

San Agustín dice que Jesús se bautizó, “no porque hubiera tenido Él necesidad de ser purificado, sino para purificar las aguas bautismales con el contacto de su carne divina y comunicarles la virtud de purificar a los que después fueren bautizados”.

Ese fue, según los Padres de la Iglesia, el momento en que el bautismo de conversión fue elevado al rango de Bautismo Sacramental, con toda la eficacia que le confiere el poder del Espíritu Santo.

El Bautismo forma parte de lo que la Iglesia llama Sacramentos de Iniciación. Siguiendo la analogía de la vida natural, que tiene un origen, un crecimiento y necesita un sustento, el cristiano nace a la vida de la Gracia por el Bautismo, crece por la Confirmación y se nutre y fortalece por la Eucaristía.

Nos regenera: “Por el Bautismo somos liberados del pecado y regenerados como hijos de Dios, llegamos a ser miembros de Cristo y hechos partícipes de su misión” (CIC 1213) En esta definición del bautismo que nos da el Catecismo la palabra clave es “regenerados”. Con ella se nos índica que por el bautismo adquirimos una vida nueva. Es lo que quería explicar Jesús a Nicodemo: “nadie puede ver el Reino de Dios si no nace de nuevo, de lo alto” (Jn. 3, 3). Así como nacemos a la vida natural por medio de los padres, nacemos a una nueva vida, a la vida de Dios, en el Bautismo.

Liberación del pecado: Y esa vida que Dios nos da como gracia en el bautismo nos libera del pecado. Gracia y pecado no pueden estar juntos. Si hay gracia es porque el

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pecado ha sido borrado; por el contrario, si hay pecado, la gracia ha sido anulada.

Nos hace Hijos de Dios: En el Bautismo, al ser infundidos de la Vida Divina, nacemos realmente de Dios, somos elevados por sobre la naturaleza humana y por eso también llamamos a la Gracia “Vida Sobrenatural”. Por eso San Juan emocionado nos dice: “¡Vean qué amor singular nos ha dado el Padre, que no solamente nos llamamos hijos de Dios, sino que lo somos!” (1 Jn. 3,1). Es conocido el texto de San Agustín en el que resalta la grandeza de su bautismo por encima de la dignidad del episcopado: “soy obispo para vosotros, soy cristiano con vosotros. La condición de obispo connota una obligación, la de cristiano un don; la primera comporta un peligro, la segunda una salvación” (Sermón 340,1).

Hermanos de Cristo: Al adoptarnos Dios como hijos suyos, también nos hace automáticamente hermanos de Jesucristo, nuestro Hermano Mayor, como gustan de llamar a Jesús los miembros del Movimiento de Cursillos de Cristiandad.

Templos del Espíritu Santo: Por el bautismo recuperamos nuestra imagen y semejanza de Dios, es decir, nuestra condición divina. La divinización del hombre es obra del Espíritu Santo. No hemos sido bautizados tan solo en agua, sino en agua y Espíritu Santo. Por eso nuestros cuerpos son sagrados. San Pablo tiene que increpar duramente a los Corintios que caían en toda clase de depravaciones. “¿No saben ustedes que son Templo de Dios y que el Espíritu Santo habita en ustedes? Al que destruya el Templo de Dios, Dios lo destruirá. El Templo de Dios es santo y ese templo son ustedes” (1 Cor. 3,16-17).

Miembros de la Iglesia: Por el Bautismo, somos agregados al Pueblo de Dios, a la Asamblea de los Santos,

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Cuerpo Místico de Cristo, con todos los derechos de un cristiano, como el acceso a los demás Sacramentos. Nuestra pertenencia a la comunidad eclesial es, sin duda, un derecho, pero también un compromiso ya que, como sabemos, por el bautismo quedamos consagrados como cristianos y por tanto llamados a ser testigos de la fe que profesamos y del evangelio que nos marca el camino. Por el bautismo nos hacemos discípulos misioneros del Señor, como se nos recalcó en la Conferencia de Aparecida.

EL BAUTISMO DE NIÑOSEntre nosotros está extendida la tradición de bautizar

a los niños cuando aún son pequeños. Algunos cuestionan esta práctica aduciendo que, si todo sacramento requiere la fe del que lo recibe, en el caso de los niños pequeños, al no darse esa condición pues su grado de conocimiento y conciencia no es el requerido para una fe personal, no tendría sentido el sacramento.

La historia nos enseña que así fue desde el principio. Nos dice el libro de los Hechos de los Apóstoles que una negociante en púrpura, de nombre Lidia, de la ciudad de Tiatira, se bautizó “junto con su familia” (Hechos 16,15) No dice explícitamente que hubiera niños en ese bautismo de toda la familia, pero se nos hace difícil imaginarnos una familia judía sin niños.

Orígenes, escribió en el año 244 que “el bautismo se le da a los infantes” (Homilías sobre Levítico, 8:3:11). El Concilio de Cartago condenó la opinión de que el bautismo no debe darse a infantes hasta el octavo día de su nacimiento. También San Agustín se refiere a este asunto al decir: “La costumbre de la Madre Iglesia de bautizar a los infantes ciertamente no debe ridiculizarse... ni se debe creer que su tradición es otra cosa sino apostólica”

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Salva la Iglesia la dificultad planteada con el tema de la fe necesaria para todo sacramento con la figura de los padres y padrinos y su papel en el bautismo. Porque un padre y una madre cristianos quieren lo mejor para sus hijos, y siendo la fe uno de esos tesoros y riquezas de la familia, lógico es que quieran cuanto antes hacer al recién nacido o nacida partícipe de esa gracia de tanto valor para ellos.

Y son ellos los que, ante la imposibilidad de hacerlo el propio bautizado, manifiestan ante la comunidad que acoge al que se va a bautizar su compromiso de renunciar al pecado y en su nombre hacen la confesión de fe y asumen el compromiso de educarlo en esa misma fe para que un día llegue a hacerla suya por propia iniciativa y decisión.

¿CÓMO SE SALVAN LOS NO BAUTIZADOS?Antes de finalizar este tema abordemos una cuestión

sobre la que mucha gente tiene dudas. En el último encuentro de Jesús con sus discípulos, antes de partir al cielo para sentarse a la derecha del Padre, al encomendarles la misión de ir por el mundo y predicar el evangelio, dice: “El que crea y se bautice, se salvará. El que no crea, se condenará” (Mc 16,15). Una interpretación literal de este texto nos podría hacer pensar que de la salvación quedan entonces excluidos los que no han sido bautizados.

Cuenta una leyenda que uno de los primeros misioneros que llegó a estas tierras se esforzaba por explicar a los nativos que debían bautizarse para ir al cielo porque en el cielo estaban los que habían recibido ese sacramento.

El cacique del grupo respondió al misionero que, si así eran las cosas, él prefería no bautizarse porque si iba al cielo estaría lejos de todos sus antepasados, familiares y amigos que se habían muerto sin el sacramento. Él prefería ir era

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para donde ellos porque era con ellos con quienes quería pasar la eternidad de la que hablaba el misionero.

Que “fuera de la Iglesia no hay salvación” hay que entenderlo bien. Ese aforismo incluye a aquellos que han vivido, aún sin conocer a Dios, cumpliendo con la Ley Natural que todos traemos impresa en nuestros corazones. No sería justo pensar que el cielo es solo para los cristianos bautizados porque entonces estaríamos negando que Dios es el Padre de todos. Negaríamos también que es Todopoderoso al no poder salvar a todos sus hijos creados.De hecho la Iglesia sostiene que quienes han vivio con un comportamiento honorable y justo y han sido, sencillamente, buena gente, son dignos de la salvación poruqe han recibido de hecho el llamado Bautismo de deseo.

De igual modo, si alguien no bautizado sufriera el martirio por causa de Cristo o simplemente fuera muerto por no actuar en contra de su conciencia, por ser fiel a sus creencias, aunque no sean las cristianas, alcanzaría también la salvación porque se le aplicaría el llamado Bautismo de Sangre.

TAREA PARA LA SEMANA1. Después de haber estudiado este tema de hoy,

podrías describir con tus propias palabras la grandeza e importancia del sacramento del bautismo para un cristiano?

2. ¿Qué dirías a unos padres que dudan si deben bautizar a su hijo pequeño o esperar a que crezca y hacerlo cuando tenga una fe personal?

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PRESENTACIÓN DEL TEMATermina el credo de Nicea-Constantinopla señalando la

esperanza que todo creyente debe tener en la resurrección de los muertos –el de los Apóstoles habla de la resurrección de la carne- y en que la vida que Dios nos da al nacer es eterna.

ORACIÓNCreo que contribuyo a la paz cuando me esfuerzo por

expresar lo mejor que hay en mí en mis relaciones con los demás.

Creo que contribuyo a la paz cuando pongo mi inteligencia y mis conocimientos al servicio del Bien.

Creo que contribuyo a la paz cuando experimento compasión por todos los que sufren.

Creo que contribuyo a la paz cuando considero que todos los hombres son mis hermanos, independientemente de su raza, cultura y religión.

Creo que contribuyo a la paz cuando me regocijo de la felicidad de otros y rezo por su bienestar.

Creo que contribuyo a la paz cuando escucho con tolerancia las opiniones que divergen de las mías y también las que se oponen.

Creo que contribuyo a la paz cuando utilizo el diálogo en lugar de la fuerza para arreglar los conflictos.

Creo que contribuyo a la paz cuando respeto la naturaleza y la preservo para las generaciones futuras.

EnCUEnTRO

Espero la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro

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Creo que contribuyo a la paz cuando no intento imponer a otros mi concepto de Dios.

Creo que contribuyo a la paz cuando hago de la paz el fundamento de mis ideales y de mi filosofía.

(Credo de la paz)

ESPERO LA RESURRECCIÓN DE LOS MUERTOSNuestra fe se fundamenta en la resurrección. Nos lo

dice Pablo con una contundencia que no deja lugar a dudas: “Si se anuncia que Cristo resucitó de entre los muertos, ¿cómo algunos de ustedes afirman que los muertos no resucitan? ¡Si no hay resurrección, Cristo no resucitó! Y si Cristo no resucitó, es vana nuestra predicación y vana también la fe de ustedes” (1Corintios 15,12-14)

Todo lo que hasta ahora hemos visto que forma el cuerpo de nuestra fe: que Dios es Padre creador, que Jesucristo es el Hijo de Dios, que nació, murió resucitó y subió a los cielos, que el Espíritu es Señor y dador de vida, que la Iglesia es una, es santa, es católica y apostólica y que hay un solo bautismo para el perdón de los pecados, se queda en nada si no hay resurrección. En la medida en que fuera incierta o dudosa la Resurrección, sería incierta o dudosa la fe cristiana. Así de simple.

Sobre este tema de la resurrección de los muertos y la vida eterna la doctrina de la Iglesia expuesta en el catecismo es muy clara:

En el número 989 dice: “Creemos firmemente, y así lo esperamos, que del mismo modo que Cristo ha resucitado verdaderamente de entre los muertos, y que vive para siempre, igualmente los justos después de su muerte vivirán para siempre con Cristo resucitado y que El los resucitará en el último día. Como la suya, nuestra resurrección será obra de la Santísima Trinidad: .- Juan 6:39-40 Y esta es

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la voluntad del que me ha enviado; que no pierda nada de lo que él me ha dado, sino que lo resucite el último día. Porque esta es la voluntad de mi Padre: que todo el que vea al Hijo y crea en él, tenga vida eterna y que yo le resucite el último día».

El término “carne” designa al hombre en su condición de debilidad y de mortalidad. La “resurrección de la carne” significa que, después de la muerte, no habrá solamente vida del alma inmortal, sino que también nuestros “cuerpos mortales” volverán a tener vida. Cuando la carne resucite, nuestros cuerpos tendrán vida. Nos lo dice el apóstol Pablo: “Y si el Espíritu de Aquel que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, Aquel que resucitó a Cristo de entre los muertos dará también la vida a vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que habita en vosotros.” (Romanos 8:11)

LA RESURRECCIÓN HA SIDO CUESTIONADAPuede que para nosotros la certeza en la resurrección

no sea un tema polémico; pero no siempre fue así y no lo es hoy tampoco. San Agustín, en el comentario al salmo 88 dice que “en ningún punto la fe cristiana encuentra más contradicción que en la resurrección de la carne”

Ciertamente se acepta con cierta facilidad que, después de la muerte, la vida de la persona humana continúa de una forma espiritual. Pero para no pocos se hace difícil de entender y, en cierto modo aceptar, que el cuerpo, la carne pueda volver a la vida eterna y reunirse con el alma para dar vida nueva a nuestra persona el día de la resurrección.

La doctrina de la Iglesia es que en la muerte se da una separación del alma y el cuerpo; el cuerpo del hombre es depositado en la tierra y se corrompe, mientras que su

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alma va al encuentro con Dios, en espera de reunirse con su cuerpo glorificado el día de la resurrección. Dios, en su omnipotencia, dará definitivamente a nuestros cuerpos la vida incorruptible uniéndolos a nuestras almas, por la virtud de la Resurrección de Jesús.

Y resucitarán, resucitaremos, todos los que hemos tenido vida y hemos pasado por el trance de la muerte. “Los que hayan hecho el bien resucitarán para la vida, y los que hayan hecho el mal, para la condenación” nos dice el apóstol Juan (Jn 5, 29).

RESUCITAR A LA VIDA O A LA CONDENACIÓNDeberíamos recordar aquí lo dicho cuando hablamos

de esa parte del credo en la que confesamos que Jesucristo volverá “para juzgar a vivos y muertos”, sobre los criterios que utilizará Dios para hacer el Juicio Final.

Decíamos en el encuentro 18: “Llegados a este punto cabe preguntarse ¿cómo será ese juicio que Dios hará en Jesucristo cuando vuelva al final de los tiempos?

Dejemos que sea el evangelista Mateo quien nos lo diga: “Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria rodeado de todos los ángeles, se sentará en su trono glorioso. Todas las naciones serán reunidas en su presencia, y él separará a unos de otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos, y pondrá a aquellas a su derecha y a estos a la izquierda. Entonces el Rey dirá a los que tenga a su derecha: “Vengan, benditos de mi Padre, y reciban en herencia el Reino que les fue preparado desde el comienzo del mundo, porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; estaba de paso, y me alojaron; desnudo, y me vistieron; enfermo, y me visitaron; preso, y me vinieron a ver”. Los justos le responderán: “Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te dimos de comer; sediento, y te dimos de

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beber? ¿Cuándo te vimos de paso, y te alojamos; desnudo, y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o preso, y fuimos a verte?”

25:40 Y el Rey les responderá: “Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo”. Luego dirá a los de la izquierda: “Aléjense de mí, malditos; vayan al fuego eterno que fue preparado para el demonio y sus ángeles, porque tuve hambre, y ustedes no me dieron de comer; tuve sed, y no me dieron de beber; estaba de paso, y no me alojaron; desnudo, y no me vistieron; enfermo y preso, y no me visitaron”. Estos, a su vez, le preguntarán: “Señor, ¿cuándo te vimos hambriento o sediento, de paso o desnudo, enfermo o preso, y no te hemos socorrido?” Y él les responderá: “Les aseguro que cada vez que no lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, tampoco lo hicieron conmigo”. Estos irán al castigo eterno, y los justos a la Vida eterna” (Mt 25,31-46).

El criterio que Dios, un Dios que es, no lo olvidemos, amor y que por amor crea y por amor nos envía a su Hijo, no es otro que el del amor. El juicio a las naciones se realizará en base al amor demostrado en vida con los necesitados, con los indigentes, con los empobrecidos de la tierra. Es decir, el que ha vivido amando, vivirá; el que no actuó así no será digno de la vida del Padre.

Es importante tener en cuenta, en este punto, que los criterios de Dios para decidir quienes se han acogido a su oferta de vida y quienes la han rechazado no son por tanto de orden estrictamente religioso tienen que ver con la praxis de la solidaridad, del amor, como ya se dijo en un tema anterior.

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Y, ¿CÓMO SERá LA RESURRECCIÓN?Esta pregunta tiene sentido. En un encuentro de

formación, hablando un poco de todas estas cosas, un catequista expresó que sentía una particular curiosidad por saber cómo podría ser eso de que un día, a la misma hora, todos los hombres y mujeres de la tierra de toda la historia, saldrán de sus sepulcros para reencontrarse con sus cuerpos. Se preguntaba si esa resurrección no sería un tanto caótica.

La respuesta está en el propio Cristo. Él resucitó con su propio cuerpo: “miren mis manos y mis pies; soy yo mismo. Pálpenme y vean que un espíritu no tiene carne y huesos como ven que yo tengo.» Y, diciendo esto, les mostró las manos y los pies” (Lucas 24:39-40)

Pero al resucitar el mismo cuerpo que fue crucificado, el Señor no retornó a una vida terrena. Ya el IV Concilio de Letrán determinó que Él “todos resucitarán con su propio cuerpo, que tienen ahora”, pero será un cuerpo “transfigurado en cuerpo de gloria, en “cuerpo espiritual”. Es lo que nos dice Pablo en la carta a los Filipenses: “Pero nosotros somos ciudadanos del cielo, de donde esperamos como Salvador al Señor Jesucristo, el cual transfigurará este miserable cuerpo nuestro en un cuerpo glorioso como el suyo, en virtud del poder que tiene de someter a sí todas las cosas” (Filipenses 3,20-21)

Y LA VIDA DEL MUNDO FUTURONuestra esperanza en la vida eterna se fundamenta, a su

vez, en la resurrección. No resucitamos, como Lázaro para volver a morir sino para vivir eternamente.

Si creemos que nuestro Dios es el Dios de la vida: “porque él no es un Dios de muertos, sino de vivientes” (Lc 20,38), y que además, y precisamente por ser Dios de la

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vida, es Padre, no tendría sentido que al crearnos y darnos la vida nos la diera temporalmente mientras dura nuestra peregrinación en este mundo.

Si cuando morimos Dios nos arrebatara la vida, se ha dicho en otro encuentro, ni sería el Dios de la vida, ni tampoco sería Padre. Quienes han pasado por la extraordinaria experiencia de la paternidad o maternidad saben que a un hijo no se le quita la vida, todo lo contrario, por un hijo o hija se da la vida. Así es también Dios con nosotros, no nos arrebata la vida cuando experimentamos mla muerte.

Y qué bueno que esa vida que Dios nos da para siempre la vivamos eternamente sentados a su derecha en cielo. No tendría mucho sentido vivir la eternidad en este mundo sometidos perpetuamente a la experiencia del sufrimiento y del dolor. Si así fuera, la resurrección sería una fatalidad, un castigo y una desgracia. Vivir eternamente en un valle de lágrimas no tiene realmente mucho atractivo.

Y qué bueno, también, que nuestra vida en este mundo, por muy longeva que sea, apenas es nada comparada la con felicidad eterna.

TAREA PARA LA SEMANA1. Cómo explicarías a alguien que no participa de

nuestras creencias y de nuestra fe, que la vida que Dios nos da, porque es un Padre bueno, es una vida eterna?

2. ¿Cómo explicarías que cuando resucitemos, es decir, cuando nuestra alma y nuestro cuerpo se reencuentren, tendremos un cuerpo glorioso, como el de Jesús tras su resurrección?

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PRESENTACIÓN DEL TEMATerminada la reflexión sobre el Credo vamos a dedicar

los últimos encuentros a conocer un poquito más de cerca el Concilio Vaticano II y lo que ha deparado a la Iglesia Católica en estas últimas cinco décadas. A esta aventura, iniciada por el hoy beato Juan XXIII, muchos la han llamado “la primavera de la Iglesia”, un nuevo tiempo que sacudió a la Iglesia y le hizo salir de un duro y largo invierno que la tenía encerrada y anquilosada.

En este primer tema vamos a conocer un poco los principales datos históricos del Concilio Vaticano II.

ORACIÓNCreo que contribuyo a la paz cuando me esfuerzo por

expresar lo mejor que hay en mí en mis relaciones con los demás.Creo que contribuyo a la paz cuando pongo mi

inteligencia y mis conocimientos al servicio del Bien.Creo que contribuyo a la paz cuando experimento

compasión por todos los que sufren.Creo que contribuyo a la paz cuando considero que

todos los hombres son mis hermanos, independientemente de su raza, cultura y religión.

Creo que contribuyo a la paz cuando me regocijo de la felicidad de otros y rezo por su bienestar.

Creo que contribuyo a la paz cuando escucho con tolerancia las opiniones que divergen de las mías y también las que se oponen.

EnCUEnTRO

El Concilio Vaticano, primavera para la iglesia

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Creo que contribuyo a la paz cuando utilizo el diálogo en lugar de la fuerza para arreglar los conflictos.

Creo que contribuyo a la paz cuando respeto la naturaleza y la preservo para las generaciones futuras.

Creo que contribuyo a la paz cuando no intento imponer a otros mi concepto de Dios.

Creo que contribuyo a la paz cuando hago de la paz el fundamento de mis ideales y de mi filosofía.

(Credo de la paz)

POR QUÉ ESTUDIAR EL CONCILIO VATICANO IIGeneralmente, el estudio de los documentos de un

concilio es material de consulta para los expertos, los teólogos, los sacerdotes y religiosos y religiosas, pero escasamente se sienten motivados a ellos los laicos.

En la Exhortación Apostólica “Porta Fidei”, con la que se convoca a toda la Iglesia al “Año de la Fe”, dice Benedicto XVI: “he pensado que iniciar el Año de la fe coincidiendo con el cincuentenario de la apertura del Concilio Vaticano II puede ser una ocasión propicia para comprender que los textos dejados en herencia por los Padres conciliares, según las palabras del beato Juan Pablo II, «no pierden su valor ni su esplendor. Es necesario leerlos de manera apropiada y que sean conocidos y asimilados como textos cualificados y normativos del Magisterio, dentro de la Tradición de la Iglesia. […] Siento más que nunca el deber de indicar el Concilio como la gran gracia de la que la Iglesia se ha beneficiado en el siglo XX. Con el Concilio se nos ha ofrecido una brújula segura para orientarnos en el camino del siglo que comienza»

Ésta pues es la razón por la que, al igual que hemos hecho con los temas referentes al credo, dedicaremos algunos encuentros a conocer un poco lo que fue, significó

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y las novedades que deparó este concilio ecuménico, el más ecuménico, como veremos luego, de los 21 concilios con carácter de universalidad celebrados por la Iglesia en sus dos mil años de historia

UN POCO DE HISTORIAEn la primera mitad del siglo XX se hablaba con

insistencia de la necesidad que tenía la Iglesia de un nuevo concilio. El anterior fue el Vaticano I convocado para iniciarse el 8 de diciembre de 1869. Los objetivos de ese concilio eran corregir los errores del “modernismo” y hacer una profunda revisión de las leyes de la Iglesia. Se enfrentó con fuerza la corriente racionalista que en ese momento se propagaba por el mundo y se reforzó la autoridad del Papa con la declaración de la “infalibilidad”.

Este concilio (1869-1870) no llegó a concluir sus trabajos. Se suspendió por el estallido de la guerra franco-prusiana que enfrentó a Francia y Alemania.

A medida que pasaban los años, la Iglesia parecía caminar en dirección opuesta al mundo y pronto surgió la idea de hacer un nuevo concilio. Pero en los primeros intentos se hablaba más de reformar el Vaticano I que de hacer uno realmente novedoso. El Papa Pío XII llegó incluso a crear comisiones preparatorias.

Con la llegada de Juan XXIII (1958-1963) a la sede de Pedro se produce un cambio sustancial. El 11 de octubre de 1962, como si de un nuevo Abraham se tratara, el Papa Roncali, hoy beato Juan XXIII, sorprendió al mundo, y a los mismos eclesiásticos, convocando un concilio ecuménico al que se le conoce como “la primavera de la Iglesia”.

Dejándose conducir por el Espíritu, este “papa bueno”, hombre carismático, sencillo y tenaz, con una clara visión del momento que vivía la Iglesia de aquella segunda mitad

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del siglo XX, tuvo la audacia y el coraje de convocar a los obispos del mundo para pedirles que “agiornaran” la Iglesia, es decir, que la adecuaran a los tiempos nuevos para no quedarse fuera de la historia. Ese era justamente el problema de la Iglesia, que caminaba de espaldas al mundo.

Los primeros sorprendidos fueron los más cercanos a él, los purpurados de la curia vaticana. Era lo que menos podían esperar que hiciera un anciano papa a los tres meses de haber iniciado su pontificado y a quien consideraban un pontífice de simple transición.

Cuentan que uno de los cardenales trató de disuadir a Juan XXIII de esta aventura conciliar diciéndole que era muy precipitado iniciar un concilio en 1963. El Papa dicen que respondió, con no poca ironía y gran sentido del humor: “pues iniciémoslo en 1962”.

Ciertamente, desde tiempo atrás se constataba la ruptura entre la cultura moderna y la fe cristiana. Era necesario el “aggiornamento”, la puesta al día de la Iglesia para que pudiera cumplir la misión encomendada. El mensaje de Jesucristo proclamado en la Iglesia debía entrar en las venas de la humanidad como una savia nueva. Y esto suponía discernir por dónde circulaba la sangre y la vida de la humanidad.

El 25 de enero de 1959 Juan XXIII hizo en Roma el anuncio oficial de la convocatoria de un concilio ecuménico. Éste fue el concilio ecuménico que ha contado con un mayor número de participantes, 2540, procedentes de todas las partes del mundo y de una gran diversidad de lenguas y razas. Fue por tanto el más grande en cuanto a cantidad (Calcedonia 200; Trento 950) y en cuanto a catolicidad pues es la primera vez que participan obispos en modo sustancial no europeos, sobre todo africanos y asiáticos y también latinoamericanos.

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OBJETIVO DEL CONCILIOEn su discurso inaugural el Papa señaló que la finalidad

de este concilio no era condenar, como pasó en el Vaticano I, sino adecuar el Magisterio y la Tradición de la Iglesia al hombre de ese tiempo teniendo en cuenta las estructuras sociales. Debían ser, por tanto, diferentes la actitud y los propósitos de este concilio a las del precedente.

Lo que, en particular, Juan XXIII pretendía con este concilio era promover el desarrollo de la fe católica, lograr una renovación moral de la vida cristiana de los fieles y adaptar la disciplina eclesiástica a las necesidades y métodos de nuestro tiempo.

Juan XXIII convocó e inició el concilio en octubre de 1962 y presidió su primera sesión. Un cáncer lo apartó del concilio y del pontificado pues moría el 3 de junio de 1963 tras apenas ocupar durante cinco años la sede de Pedro.

Le sucedió el papa Pablo VI, hasta entonces cardenal Montini. Él presidió las restantes tres sesiones y clausuró el concilio el 8 de diciembre de 1965 en una solemne eucaristía a la que asistieron todos los obispos participantes en la última sesión.

El Vaticano II fue concebido inicialmente como una asamblea de marcada orientación pastoral, con la finalidad de establecer un aggiornamento, una adecuación de la vida estructural y apostólica de la Iglesia a las necesidades del mundo contemporáneo.

VALORACIÓN DEL CONCILIODe este concilio podemos destacar varios avances y

novedades incluso en el aspecto doctrinal. Se ha dado una gran profundización doctrinal en temas como la colegialidad episcopal, la sacramentalidad del episcopado, la comunión de las Iglesias y el sentido participativo de la

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liturgia. El decreto sobre ecumenismo abrió nuevas vías de diálogo con los hermanos separados, y se declaró con firmeza el principio de libertad religiosa.

De este concilio nació también una nueva manera de entenderse la Iglesia a sí misma, se tomó conciencia del valor, de la necesidad y de la importancia de los laicos, el sacerdocio común del Pueblo de Dios. Se asumieron también como cristianos los derechos fundamentales que dan dignidad a la persona humana, declarados ya por la sociedad. Los obispos tomaron también conciencia de que debían ser más pastores, padres y maestros, que simplemente gestores de unas normas disciplinarias.

Estamos hablando de un acontecimiento histórico con sólo medio siglo de andadura. Esto quiere decir que cualquier valoración que se haga de él será relativa. Ya se ha señalado más arriba que para Benedicto XVI este concilio ha sido “la gran gracia de la que la Iglesia se ha beneficiado en el siglo XX” y es la “brújula segura para orientarnos en el camino del siglo que comienza”.

Con el Concilio Vaticano II la Iglesia ha pasado de identificarse de manera reductiva con la jerarquía, o ministerios ordenados, a una Iglesia Pueblo de Dios, donde todos sus miembros, cada uno con su vocación, son responsables. Se ha dado el paso de una eclesiología de poderes a una eclesiología de comunión. El Vaticano I trató de proteger y defender, el Vaticano II, en cambio, se empeñó en dialogar y renovar. Los tiempos eran para eso y no para lo primero.

DIEZ PALABRAS CLAVES PARA ENTENDER EL CONCILIOIntentemos acercarnos a este concilio familiarizándonos

con diez términos que recogen desde el ambiente hasta la mentalidad que prevaleció en él y el talante de su doctrina.

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1.- Aggiornamiento: La palabra expresa el esfuerzo de toda la Iglesia para mirar positivamente al mundo, abrirse a él y buscar estar al día en la lectura de los “signos de los tiempos” que se presentan en la realidad.

2.- Colegialidad: Es la renovación del “colegio” de los obispos presidido por el obispo de Roma, el Papa. Es evocación y actualización del Colegio Apostólico. La colegialidad se expresa por medio de algunos organismos a nivel mundial, como el Sínodo de los obispos, y a nivel nacional, como las Conferencias Episcopales.

3.- Diálogo: El Concilio ha promovido un diálogo hacia todas las direcciones siguiendo la propuesta de la encíclica programática de Pablo VI, Ecclesiam suam, del 6 de agosto de 1964. De aquí en adelante el diálogo será herramienta fundamental del anuncio y de la misión de la Iglesia en su anuncio de Jesucristo.

4.- Comunión: El proyecto de Dios es un proyecto de comunión. La Iglesia Católica se define como una comunión de Iglesias locales. A nivel más profundo, la Iglesia es Comunión con Dios y entre los hombres. La Iglesia es misterio y gracia de comunión.

5.- Libertad religiosa: Una de las más grandes innovaciones del Vaticano II es la afirmación de la libertad religiosa, que va asociada a la libertad de conciencia.

6.- Liturgia: Un deseo de los obispos presentes en el Concilio era llegar pronto a una reforma litúrgica cercana al pueblo que permitiera su participación. Redescubriendo las antiguas tradiciones litúrgicas, el pueblo vuelve a ser protagonista de las celebraciones y de la vida eclesial.

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7.- Ecumenismo: A partir del Concilio Vaticano II, la palabra ecumenismo adquiere legitimidad plena en la Iglesia católica. Las diferentes Iglesias o comunidades eclesiales cristianas, en comunión imperfecta pero real con la Iglesia católica, forman parte de la única Iglesia de Cristo. La finalidad del camino ecuménico es la búsqueda de un diálogo serio y exigente para favorecer el encuentro y la unidad de los cristianos.

8.- Palabra de Dios: El Vaticano II ha restaurado el lugar de la Palabra de Dios como fundamento de toda la vida cristiana. El Magisterio explicita y sirve la Palabra de Dios. Todo el Pueblo de Dios puede y debe acercarse a la Biblia para que ésta ilumine su vida.

9.- Pueblo de Dios: Esta definición de la Iglesia valoriza la condición cristiana de todos los integrantes de la Iglesia, laicos y ministros. Propone también una nueva inserción en la historia y en el mundo y una nueva configuración de relaciones en el interior de la Iglesia.

10.- Presencia: La Iglesia se percibe como presencia frente a Dios y frente a los hombres. En el mundo esta presencia es una presencia de servicio. La Iglesia centrada en el Evangelio se abre al mundo y se hace presente en él.

TAREA PARA LA SEMANA1. Como hemos visto, uno de los objetivos del Papa

para el Concilio Vaticano II fue “agiornar”, es decir, adecuar la Iglesia a los tiempos de hace cincuenta años. ¿En qué aspectos consideras que la Iglesia necesita hoy un nuevo “aggiornamento”, una nueva adaptación a los tiempos?

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PRESENTACIÓN DEL TEMAUna buena forma de conocer, a modo de resumen, la

enseñanza y la nueva actitud de la Iglesia ante el mundo es releer hoy cincuenta años después el mensaje que a toda la Humanidad dirigieron los padres conciliares al finalizar las sesiones del concilio. Este será el contenido de nuestro encuentro de hoy.

ORACIÓNDios Padre de Nuestro Señor Jesucristo, oye a tu Hijo

que nos quiere unidos por la oración de tu Hijo antes de padecer.

Concédenos la gracia de la unidad Jesús, Hijo de Dios, ten compasión de nosotros y danos el don de la Unidad en la Iglesia.

Señor Jesucristo, mira a tu Iglesia con amor y danos la Unidad.

Tú, Cristo Jesús, que eres el camino y la verdad, llévanos por el camino que nos congrega en la Unidad.

Espíritu Santo que habitas en nosotros, mueve nuestro corazón para trabajar por la Unidad.

María, madre del cuerpo de Cristo, acompaña nuestra oración por la Unidad.

Santos y Santas que tanto habéis amado a Cristo, rogad por nosotros para unirnos cada día más

Trinidad Santa, Unión inefable de Personas, ten misericordia de nosotros.

EnCUEnTRO

Mensaje a la humanidad

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Jesucristo Imagen de Dios Invisible, devuélvenos la Unidad de la Iglesia.

(Oración ecuménica)

MENSAJE A TODA LA HUMANIDADConscientes de que el mundo entero, no solo la Iglesia

Católica, miraba hacia Roma esperando los resultados de este concilio, los padres conciliares quisieron dirigir a toda la humanidad un mensaje y trasladarle las esperanzas en un nuevo tiempo de la historia en la que también la Iglesia quería participar acompañando a todos, pobres y marginados, obreros, jóvenes, mujeres, gobernantes, intelectuales, artistas.

Esto es lo que en esa ocasión dijeron los padres conciliares:

“Nos parece escuchar por todo el mundo un inmenso y confuso clamor, la pregunta de todos los que miran al Concilio y nos preguntan con ansiedad: “¿No tenéis una palabra que decirnos... a nosotros los gobernantes, a nosotros los intelectuales, los trabajadores, los artistas; a nosotras las mujeres, a nosotros los jóvenes, a nosotros los enfermos y los pobres?”.

Estas voces implorantes no quedarán sin respuesta. Para todas las categorías humanas ha trabajado el Concilio durante estos cuatro años. Para todas ellas ha elaborado esta constitución de la Iglesia en el mundo de hoy que Nos hemos promulgado ayer en medio de los entusiastas aplausos de la asamblea.

De nuestra larga meditación sobre Cristo y su Iglesia debe brotar en este instante una primera palabra anunciadora de paz y de salvación para las multitudes que esperan. El Concilio, antes de terminarse, debe llevar a cabo una función profética y traducir en breves mensajes y en un

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idioma más fácilmente accesible a todos la “buena nueva” que ha elaborado para el mundo y que algunos de sus más autorizados intérpretes van a dirigir de ahora en adelante, en vuestro nombre, a la humanidad entera.

A LOS GOBERNANTESEn este instante solemne, nosotros, los Padres del XXI

Concilio Ecuménico de la Iglesia católica, a punto ya de dispersarnos después de cuatro años de plegarias y trabajos, con plena conciencia de nuestra misión hacia la humanidad, nos dirigimos, con deferencia y confianza, a aquellos que tienen en sus manos los destinos de los hombres sobre esta tierra, a todos los depositarios del poder temporal.

Lo proclamamos en alto: honramos vuestra autoridad y vuestra soberanía, respetamos vuestras funciones, reconocemos vuestras leyes justas, estimamos los que las hacen y a los que las aplican. Pero tenemos una palabra sacrosanta y deciros: sólo Dios es grande. Sólo Dios es el principio y el fin. Sólo Dios es la fuente de vuestra autoridad y el fundamento de vuestras leyes.

A vosotros corresponde ser sobre la tierra los promotores del orden y de la paz entre los hombres. Pero no lo olvidéis: es Dios, el Dios vivo y verdadero, el que es Padre de los hombres, y es Cristo, su Hijo eterno, quien ha venido a decírnoslo y a enseñarnos que todos somos hermanos. El es el gran artesano del orden y la paz sobre la tierra, porque es El quien conduce la historia humana y el único que puede inclinar los corazones a renunciar a las malas pasiones que engendran la guerra y la desgracia.

Es El quien bendice el pan de la humanidad, el que santifica su trabajo y su sufrimiento, el que le da gozos que vosotros no le podéis dar, y la reconforta en sus dolores, que vosotros no podéis consolar.

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En vuestra ciudad terrestre y temporal construye su cuidado espiritual y eterna: su Iglesia. Y ¿qué pide ella de vosotros, esa Iglesia, después de casi dos mil años de vicisitudes de todas clases en sus relaciones con vosotros, las potencias de la tierra, qué os pide hoy? Os lo dice en uno de los textos de mayor importancia de su Concilio; no os pide más que la libertad. La libertad de creer y de predicar su fe. La libertad de amar a su Dios y servirlo. La libertad de vivir y de llevar a los hombres su mensaje de vida. No le temáis: es la imagen de su Maestro, cuya acción misteriosa no usurpa vuestras prerrogativas, pero que salva todo lo humano de su fatal caducidad, lo transfigura, lo llena de esperanza, de verdad, de belleza.

Dejad que Cristo ejerza esa acción purificante sobre la sociedad. No lo crucifiquéis de nuevo; esto sería sacrilegio, porque es Hijo de Dios; sería un suicidio, porque es Hijo del hombre. Y a nosotros, sus humildes ministros, dejadnos extender por todas partes sin trabas la buena nueva del Evangelio de la paz, que hemos editado en este Concilio. Vuestros pueblos serán los primeros beneficiados porque la Iglesia forma para vosotros ciudadanos leales, amigos de la paz social y del progreso.

En este día solemne en que clausura su XXI Concilio Ecuménico, la Iglesia os ofrece por nuestra voz su amistad, sus servicios, sus energías espirituales y morales. Os dirige a vosotros, todos, un mensaje de saludo y de bendición. Acogedlo como ella os lo ofrece, con un corazón alegre y sincero, y transmitirlo a todos vuestros pueblos.

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2. A LOS INTELECTUALES Y A LOS HOMBRE DE CIENCIAUn saludo especial para vosotros, los buscadores de

la verdad, a vosotros los hombres del pensamiento y de la ciencia, los exploradores del hombre, del universo y de la historia; a todos vosotros, los peregrinos en marcha hacia la luz, y a todos aquellos que se han parado en el camino, fatigados y decepcionados por una vana búsqueda.

¿Por qué un saludo especial para vosotros? Porque todos nosotros aquí, Obispos, Padres conciliares, nosotros estamos a la escucha de la verdad. Nuestros esfuerzo durante estos cuatro años, ¿qué ha sido sino una búsqueda más atenta y una profundización del mensaje de verdad confiado a la Iglesia y un esfuerzo de docilidad más perfecto al espíritu de verdad?

No podíamos, por tanto, dejar de encontraros. Vuestro camino es el nuestro. Vuestros senderos no son nunca extraños a los nuestros. Nosotros somos los amigos de vuestra vocación de investigadores, los aliados de vuestras fatigas, los admiradores de vuestras conquistas y, si es necesario, lo consoladores de vuestros descorazonamientos y fracasos.

También para vosotros tenemos un mensaje, y es éste: continuad, continuad buscando sin desesperar jamás de la verdad. Recordad la palabra de uno de vuestros grandes amigos, san Agustín: “Buscamos con el afán de encontrar y encontramos con el deseo de buscar aún más”. Felices los que poseyendo la verdad la buscan aún, con el fin de renovarla, profundizar en ella y ofrecerla a los demás. Felices los que no habiéndola encontrado caminan hacia ella con un corazón sincero; ellos buscan la luz de mañana con la luz de hoy, hasta la plenitud de la luz.

Pero no olvidéis: si pensar es una gran cosa, pensar, ante todo, es un deber; desdichado aquel que cierra

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voluntariamente los ojos a la luz. pensar es también una responsabilidad: ¡Ay de aquellos que obscurecen el espíritu por miles de artificios que lo deprimen, lo enorgullecen, lo engañan , lo deforman! ¿Cuál es el principio básico para los hombres de ciencia sino esforzarse en pensar rectamente?

Por esto, sin turbar vuestros pasos, sin ofuscar vuestras miradas, queremos la luz de nuestra lámpara misteriosa: la fe. El que nos la confió es el Maestro soberano del pensamiento, del cual nosotros somos los humildes discípulos; el único que dijo y puedo decir: “Yo soy la luz del mundo, yo soy el Camino y la Verdad y la Vida.”

Esta palabra os toca a vosotros. Nunca, quizá, gracias a Dios, ha parecido tan clara como hoy la posibilidad de un profundo acuerdo entre la verdadera ciencia y la verdadera fe, sirvientes una y otra de la única verdad. No impidáis este preciado encuentro. Tened confianza en la fe, esa gran amiga de la inteligencia. Alumbraos en su luz para descubrir la verdad, toda la verdad. Tal es el saludo, el ánimo, la esperanza que os expresan, antes de separarse, los Padres del mundo entero, reunidos en Roma en Concilio.

3. A LOS ARTISTASA vosotros todos, artistas, que estáis prendados de la

belleza y que trabajáis por ella; poetas y gentes de letras, pintores, escultores, arquitectos, músicos, hombres de teatro y cineastas... A todos vosotros, la Iglesia del Concilio dice, por medio de nuestra voz: Si sois los amigos del arte verdadero, vosotros sois nuestros amigos.

La Iglesia está aliada desde hace tiempo con vosotros. Vosotros habéis construido y decorado sus templos, celebrado sus dogmas, enriquecido su liturgia. Vosotros

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habéis ayudado a traducir su divino mensaje en la lengua de las formas y las figuras, convirtiendo en visible el mundo invisible.

Hoy, como ayer, la Iglesia os necesita y se vuelve hacia vosotros. Ella os dice, por medio de nuestra voz: No permitáis que se rompa una alianza fecunda entre todos. No rehuséis el poner vuestro talento al servicio de la verdad divina. No cerréis vuestro espíritu al soplo del Espíritu Santo.

Este mundo en que vivimos tiene necesidad de la belleza para no caer en la desesperanza. La belleza, como la verdad, pone alegría en el corazón de los hombres; es el fruto precioso que resiste la usura del tiempo, que une las generaciones y las hace comunicarse en la admiración. Y todo ello está en vuestras manos.

Que estas manos sean puras y desinteresadas. Recordad que sois los guardianes de la belleza en el mundo, que esto baste para libraros de placeres efímeros y sin verdadero valor, así como de la búsqueda de expresiones extrañas o desagradables.

Sed siempre y en todo lugar dignos de vuestro ideal y seréis dignos de la Iglesia, que por nuestra voz os dirige en este día su mensaje de amistad, de salvación, de gracia y de bendición.

4. A LAS MUJERESY ahora es a vosotras a las que nos dirigimos, mujeres

de todas las condiciones, hijas, esposas, madres y viudas; a vosotras también, vírgenes consagradas y mujeres solteras. Sois la mitad de la inmensa familia humana.

La Iglesia está orgullosa, vosotras lo sabéis de haber elevado y liberado a la mujer, de haber hecho resplandecer, en el curso de los siglos, en la diversidad de sus caracteres, su innata igualdad con el hombre.

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Pero llega la hora, ha llegado la hora en que la vocación de la mujer llega a su plenitud, la hora en que la mujer ha adquirido en el mundo una influencia un peso, un poder jamás alcanzado hasta ahora.

Por eso, en este momento en que la humanidad conoce una mutación tan profunda, las mujeres llenas del espíritu del Evangelio pueden ayudar tanto a la humanidad a no degenerar.

Vosotras, las mujeres, tenéis siempre como misión la guardia del hogar, el amor a las fuentes de la vida, el sentido de la cuna. Estáis presentes en el misterio de la vida que comienza. Consoláis en la partida de la muerte. Nuestra técnica lleva el riesgo de convertirse en inhumana. Reconciliad a los hombres con la vida. Y, sobre todo, velad, os lo suplicamos, por el porvenir de nuestra especie. Detened la mano del hombre que en un momento de locura intentara destruir la civilización humana.

Esposas, madres de familia, primeras educadores del género humano en el secreto de los hogares, transmitid a vuestros hijos y a vuestras hijas las tradiciones de vuestros padres, al mismo tiempo que los preparáis para el porvenir insondable. Acordaos siempre de que una madre pertenece, por sus hijos, a ese porvenir que ella no verá probablemente.

Y vosotras también, mujeres solteras, sabed que podéis cumplir toda vuestra vocación de devoción. La sociedad os llama por todas partes. Y las mismas familias no pueden vivir sin la ayuda de aquellas que no tienen familia.

Vosotras, sobre todo, vírgenes consagradas, en un mundo donde el egoísmo y la búsqueda de placeres quisieran hacer la ley, sed guardianas de la pureza, del desinterés, de la piedad.

Jesús, que dio al amor conyugal toda su plenitud, exaltó también el renunciamiento a ese amor humano cuando se hace por el amor infinito y por el servicio a todos.

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Mujeres que sufrís, en fin, que os mantenéis firmes bajo la cruz a imagen de María; vosotras, que tan a menudo, en el curso de la historia, habéis dado a los hombres la fuerza para luchar hasta el fin, para dar testimonio hasta el martirio, ayudadlos una vez más a guardar la audacia de las grandes empresas, al mismo tiempo que la paciencia y el sentido de los comienzos humildes.

Mujeres, vosotras que sabéis hacer la verdad dulce, tierna, accesible, dedicaos a hacer penetrar el espíritu de este Concilio en las instituciones, escuelas, hogares y en la vida de cada día.

Mujeres del universo todo, cristianas o no creyentes, a vosotras, que os está confiada la vida, en este momento tan grave de la historia, vosotras debéis salvar la paz del mundo.

5. A LOS TRABAJADORESA lo largo del Concilio, nosotros los Obispos

católicos de los cinco continentes, hemos reflexionado conjuntamente, entre muchos temas, respecto de las graves cuestiones que plantean a la conciencia de la humanidad las condiciones económicas y sociales del mundo contemporáneo, la coexistencia de las naciones, el problema de los armamentos, de la guerra y de la paz. Y somos plenamente conscientes de la repercusión que la solución dad a estos problemas puede tener sobre la vida concreta de los trabajadores y de las trabajadoras del mundo entero. Así, Nos deseamos, al término de nuestras deliberaciones, dirigirles a todos ellos un mensaje de confianza, de paz y de amistad.

Hijos muy queridos: estad seguros, desde luego, de que la Iglesia conoce vuestros sufrimientos, vuestras luchas, vuestras esperanzas; de que aprecia altamente las virtudes que ennoblecen vuestras almas: el valor, la dedicación, la

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conciencia profesional, el amor de la justicia; que reconoce plenamente los inmensos servicios que cada uno en su puesto, y en los puestos frecuentemente más oscuros y menos apreciados, hacéis al conjunto de la sociedad. La Iglesia se siente muy contenta por ello, y por nuestra voz os lo agradece.

En estos últimos años, la Iglesia, no ha dejado de tener presentes en su espíritu los problemas, de complejidad creciente sin cesar, del mundo y del trabajo. Y el eco que han encontrado en vuestras filas las recientes encíclicas pontificias ha demostrado cómo el alma del trabajador de nuestro tiempo marcha de acuerdo con la que sus más altos jefes espirituales.

El que enriqueció el patrimonio de la Iglesia con esos mensajes incomparables, el Papa Juan XXIII, supo encontrar el camino hacia vuestro corazón. Mostró claramente en su persona todo el amor de la Iglesia por los trabajadores, así como también por la justicia, la libertad, la caridad, sobre las que se funda la paz en el mundo.

De este amor de la Iglesia hacia vosotros, los trabajadores, queremos, también por nuestra parte, ser testigos cerca de vosotros y os decimos con toda la convicción de nuestras almas: la Iglesia es amiga vuestra. Tened confianza en ella. Tristes equívocos en el pasado mantuvieron durante largo tiempo la desconfianza y la incomprensión entre Iglesia y la clase obrera, y sufrieron la una y la otra. Hoy ha sonado la hora de la reconciliación, y la Iglesia del Concilio os invita a celebrarla sin reservas mentales.

La Iglesia busca siempre el modo de comprenderos mejor. pero vosotros debéis tratar de comprender lo que es la Iglesia para vosotros, los trabajadores, que sois los principales artífices de las prodigiosas transformaciones que el mundo conoce hoy, pues bien, sabéis que si no les

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anima un potente soplo espiritual harán la desgracia de la humanidad en lugar de hacer su felicidad. No es el odio lo que salva al mundo, no es sólo el pan de la tierra lo que puede saciar el hambre del hombre.

Así, pues, recibid el mensaje de la Iglesia. Recibid la fe que os ofrece para iluminar vuestro camino; es la fe del sucesor de Pedro y de los dos mil Obispos reunidos en Concilio, es la fe de todo el pueblo cristiano. Que ella os ilumine. Que ella os guíe. Que ella os haga conocer a Jesucristo, vuestro compañero de trabajo, el Señor, el Salvador de toda la humanidad.

6. A LOS POBRES, ENFERMOS Y A TODOS LOS QUE SUFRENPara todos vosotros, hermanos que sufrís, visitados

por el dolor en sus diferentes modos, el Concilio tiene un mensaje muy especial. Siente vuestros ojos fijos sobre él, brillantes por la fiebre o abatidos por la fatiga; miradas interrogantes que buscan en vano el porqué del sufrimiento humano y que se preguntan ansiosamente cuándo y de dónde vendrá el consuelo.

Hermanos muy queridos: nosotros sentimos profunda-mente en nuestros corazones de padres y pastores vuestros gemidos y lamentos. Y nuestra pena aumenta al pensar que no está en nuestro poder el concederos la salud corporal, ni tampoco la disminución de vuestros dolores físicos, que médicos, enfermeros y todos los que se consagran a los enfermos se esfuerzan en aliviar.

Pero tenemos una cosa más profunda y más preciosa que ofreceros, la única verdad capaz de responder al misterio del sufrimiento y de daros un alivio sin engaño: la fe y la unión al Varón de dolores, a Cristo, Hijo de Dios, crucificado por nuestros pecados y nuestra salvación.

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Cristo no suprimió el sufrimiento y, al mismo tiempo, ni quiso desvelarnos enteramente el misterio, El lo tomó sobre sí y eso es bastante para que nosotros comprendamos todo su valor.

¡Oh vosotros, que sentís más el peso de la cruz! Vosotros, que sois pobres y desamparados, los que lloráis, los perseguidos por la justicia; vosotros, los pacientes desconocidos, tened ánimo; vosotros sois los preferidos del reino de Dios, el reino de la esperanza, de la bondad y de la vida; vosotros sois los hermanos de Cristo paciente y con El, si queréis, salváis al mundo.

He aquí la ciencia cristiana del dolor, la única que da la paz. Sabed que vosotros no estáis solos, ni separados, ni abandonados, ni inútiles; vosotros sois los llamados de Cristo, su viviente y transparente imagen. En su nombre, el Concilio os saluda con amor, os da las gracias, os asegura la amistad y la asistencia de la Iglesia y os bendice.

7. A LOS JÓVENESFinalmente, es a vosotros, jóvenes del mundo entero, a

quienes el Concilio va a dirigir su último mensaje. Porque sois vosotros los que tenéis que recibir la antorcha de las manos de vuestros mayores y viviréis en el mundo en el momento de las mayores transformaciones de su historia. Sois vosotros los que, recogiendo lo mejor del ejemplo y de las enseñanzas de vuestros padres y maestros, vais a formar la sociedad de mañana; os salvaréis o pereceréis con ella.

La Iglesia, durante cuatro años, ha trabajado para rejuvenecer su rostro, para responder mejor a los designios de su Fundador, el gran viviente, Cristo, eternamente joven. Al final de esa impresionante “revisión de vida” se vuelve a vosotros; es para vosotros, los jóvenes, sobre todo para

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vosotros, que acaba de alumbrar en su Concilio una luz, una luz que alumbrará el porvenir, vuestro porvenir.

La Iglesia está preocupada porque esa sociedad que vais a constituir respete la dignidad, la libertad, el derecho de las personas, y esas personas son las vuestras.

Está preocupada, sobre todo, porque esa sociedad deje expandir sus tesoros antiguos y siempre nuevos, la fe, y que vuestras almas se puedan sumergir libremente en sus bienhechoras claridades. Tiene confianza en que encontraréis tal fuerza y tal gozo que no estaréis tentados, como algunos de vuestros mayores, a ceder a las filosofías del egoísmo o del placer, o a aquellas otras de la desesperanza y de la negación, y que frente al ateísmo, fenómeno de laxitud y de vejez, sabréis afirmar vuestra fe en la vida y en lo que da un sentido a la vida; la certidumbre de la existencia de un Dios justo y bueno.

En nombre de este Dios y de su Hijo Jesús, os exhortamos a ensanchar vuestros corazones a las dimensiones del mundo, a escuchar la llamada de vuestros hermanos y a poner ardorosamente a su servicio vuestras energías. Jóvenes, luchad contra todo egoísmo, negaos a dar libre curso a vuestros instintos de violencia y de odio, que engendran las guerras y su cortejo de males. Sed generosos, puros, respetuosos, sinceros y edificad con entusiasmo un mundo mejor que el de vuestros mayores.

La Iglesia os mira con confianza y amor. Rica en un largo pasado, siempre vivo en ella, y marchando hacia la perfección humana en el tiempo y hacia los objetivos últimos de la historia y de la vida, es la verdadera juventud del mundo. Posee lo que es la fuerza y el encanto de la juventud; la facultad de reunirse a lo que comienza, de darse sin recompensa, de renovarse y de partir de nuevo para nuevas conquistas. Miradla y veréis en ella el rostro de Cristo, el héroe verdadero, humilde y sabio,

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el Profeta de la verdad y del amor, el compañero y amigo de los jóvenes. Es en hombre de Cristo que os saludamos, que os exhortamos y os bendecimos.

TAREA PARA LA SEMANA Ubícate en uno de los grupos a los que se

dirigen los padres conciliares en el mensaje final del Concilio, relle con detenimiento esa parte y anota sus ideas principales.

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PRESENTACIÓN DEL TEMAHoy nos vamos a centrar en presentar una muy breve

síntesis del contenido de los principales documentos emanados del Concilio Vaticano II. Pero antes de entrar en este punto, dedicaremos unos momentos a conocer los distintos tipos de documentos que produjo el concilio y su diverso grado de importancia.

ORACIÓNSeñor, tú dijiste que cuantos trabajan por la paz serían

llamados hijos e hijas de Dios; concédenos entregarnos sin descanso a instaurar en el mundo la Oración por la Justicia y la paz.

Señor, tú dijiste que cuantos trabajan por la paz serían llamados hijos e hijas de Dios; concédenos entregarnos sin descanso a instaurar en el mundo la única justicia que puede garantizar a los hombres y mujeres la verdadera paz.

Señor, que con tu amor paternal gobiernas el mundo, te rogamos que todos los hombres a quienes diste un idéntico origen, constituyan una sola familia en la paz y vivan siempre unidos por el amor fraterno.

Señor, creador del mundo, bajo cuyo gobierno se desarrolla la marcha de la historia; atiende nuestras súplicas y concede la paz a nuestros tiempos difíciles.

Señor de la Paz, tú eres la misma justicia: por eso el hombre violento no te comprende ni el corazón cruel te

EnCUEnTRO

Los grandes temas del Concilio

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acepta; haz que los buenos perseveren en el bien y los que están enfrentados recuperen la paz con el olvido del odio... Amén

(Oración por la paz) LOS DOCUMENTOS CONCILIARESLos documentos elaborados por los padres conciliares

son de tres categorías. Los de mayor rango son las Constituciones que son unos documentos sistemáticos que exponen de manera orgánica la doctrina de la Iglesia sobre aspectos o materias fundamentales. El Concilio promulgó cuatro constituciones.

Luego están los decretos, que son documentos que tienen como finalidad motivar y ordenar el comportamiento de la Iglesia en determinadas áreas.

En un tercer nivel, si es que se puede hablar así, están las “declaraciones”. Se trata de afirmaciones en las que el Concilio, en nombre de toda la Iglesia católica, toma posición frente a determinados problemas de la vida actual y recomienda a los católicos la actitud que corresponde desde la fe.

LOS GRANDES TEMAS DEL CONCILIO

Reforma litúrgicaEl primer tema sobre el cual trabajó el Concilio fue

la Liturgia. Este fue el único texto preparatorio que había sido bien acogido por los padres conciliares. Los expertos que habían preparado el texto eran todos animadores reconocidos del movimiento litúrgico. La Curia romana no había podido frenar y modificar sus propuestas renovadoras que desde unas décadas ya se venían debatiendo en prestigiosos círculos de estudios litúrgicos.

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Gracias a este documento, la Iglesia en todo el mundo pasó rápidamente de la lengua latina a los idiomas nacionales; se subrayó la importancia de la Iglesia local y de la liturgia de la Palabra.

La Liturgia es la cumbre a la cual tiende la actividad de la Iglesia y al mismo tiempo la fuente de donde mana toda su fuerza. Pues los trabajos apostólicos se ordenan a que, una vez hechos hijos de Dios por la fe y el bautismo, todos se reúnan para alabar a Dios en medio de la Iglesia, participen en el sacrificio y coman la cena del Señor.

La Liturgia consta de una parte que es inmutable por ser la institución divina, y de otras partes sujetas a cambio. En ciertos lugares y circunstancias, urge una adaptación más profunda de la Liturgia

El documento conciliar sobre la liturgia, conocido como “Sacrosantum Concilium” fue el primero en ser aprobado con 2.147 obispos a favor y sólo 4 contrarios, el 4 de diciembre de 1963. Pocos meses después, con la cuaresma de 1964 la Reforma litúrgica entraba en vigor en todo el mundo.

Medios de Comunicación SocialEl tema de la Comunicación y de los Medios de

comunicación social fue otro de los temas considerados en las primeras etapas del Concilio. Tradicionalmente la Iglesia tenía serios desencuentros con los medios porque los consideraba propagadores de los principales males del mundo. Los padres conciliares, aún reconociendo las posibilidades ciertas de los medios de contribuir al mal, reconocen también las enormes posibilidades de contribuir al bien y a la acción evangelizadora de la Iglesia. Se proclama el derecho a la información, que deberá surgir de la verdad, de la justicia y del amor. También se subraya la importancia de la opinión pública y la formación

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crítica en el uso de los medios.La Madre Iglesia reconoce que los medios de

comunicación, rectamente utilizados, prestan ayuda valiosa al género humano, puesto que contribuyen eficazmente a distender y cultivar los espíritus y a propagar y afirmar el reino de Dios. Para el recto uso de estos medios es absolutamente necesario que todos los que se sirven de ellos conozcan y llevan a la práctica en este campo las normas del orden moral.

Sobre la IglesiaPero el tercer documento en ser aprobado es sin duda

el más importante de todos. Se trata de la Constitución conciliar sobre la Iglesia titulada en latín “Lumen Gentium (La luz de los pueblos). Pablo VI, cuando aún era el cardenal Montini, había lanzado al comienzo del Concilio la famosa interrogante: “¿Iglesia, qué dices de ti misma?”

Brillando con la luz de Cristo, la Iglesia es el signo (“sacramento”) de la unidad del género humano. La Iglesia, presentada en la Biblia con muchas imágenes, como rebaño, campo, viña, edificio, templo, ciudad santa, como germen que crece y como cosecha, se fundamenta en la palabra y en la obra de Cristo, de cuyo Reino representa el comienzo en la tierra.

La Iglesia, cuerpo místico y pueblo de Dios en camino, es al mismo tiempo comunidad visible y espiritual. El Concilio es Pueblo de Dios, que todos los seres humanos están llamados a integrar. Se habla también de la función de los obispos, sacerdotes y diáconos y presenta un capítulo entero dedicado a los laicos.

Después de explicar que todos en la Iglesia están llamados a la santidad, presenta el llamado específico de los religiosos. El documento termina con un importante capítulo dedicado a la Virgen María, Madre de la Iglesia.

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En 1964 se aprueba el Decreto sobre el ecumenismo, otro de los grandes temas que caracterizaron la asamblea conciliar. En 1965 se aprueban muchos otros decretos: sobre los obispos, los presbíteros, la vida religiosa, la formación sacerdotal, la educación cristiana; sobre las religiones no cristianas y la libertad religiosa; sobre el apostolado de los laicos y sobre la actividad misionera.

RevelaciónComo dijo el Cardenal Florit, arzobispo de Florencia, este

texto que comienza con las palabras “Dei Verbum” (Palabra de Dios), se inserta “en el corazón del misterio de la Iglesia y es el epicentro del problema del ecumenismo”. Dios ha hablado a los hombres. Cristo, el Verbo (la Palabra) de Dios, por quien todo fue creado, es la plenitud de la Revelación.

En la Constitución se muestra cómo en las Sagradas Escrituras se encuentra la Palabra de Dios puesta por escrito bajo la inspiración del Espíritu Santo, mientras que la Palabra de Dios, confiada por Cristo a los Apóstoles, es totalmente transmitida por la Tradición de los sucesores de los apóstoles. La jerarquía tiene el oficio de interpretar auténticamente la Palabra de Dios. La Constitución hace hincapié en el papel fundamental que debe tener la Sagrada Escritura en la vida de la Iglesia.

La Iglesia en el mundoEl último documento del Concilio en ser aprobado, y

por eso el fruto más maduro de la larga asamblea de los obispos, fue la Constitución “pastoral” sobre la Iglesia en el mundo actual. Es la primera vez que se usa el calificativo de “pastoral” para referirse a un documento conciliar.

Como es costumbre se conoce este documento con las primeras palabras en latín que lo encabezan: Gaudium et spes

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(Los gozos y las esperanzas). Ya el título muestra otra actitud de la Iglesia para enfrentar el diálogo con el mundo moderno: “Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón” .

En la primera parte de la GS se analiza la vocación del ser humano: la dignidad de la persona, la comunidad humana y su actividad en el mundo

En la segunda parte se analizan los problemas más urgentes: la dignidad del matrimonio y de la familia, el progreso cultural, la vida social y el desarrollo económico, la vida política, la cooperación internacional y la promoción de la paz.

No impulsa a la Iglesia ambición terrena alguna. Sólo desea una cosa: continuar, bajo la guía del Espíritu, la obra misma de Cristo.

Es necesario conocer y comprender el mundo en que vivimos. Se puede ya hablar de una verdadera metamorfosis social y cultural, que redunda también en la vida religiosa.

La negación de Dios o de la religión se presenta como exigencia del progreso científico y de un cierto humanismo nuevo. El mundo moderno presenta muchos desequilibrios. Los pueblos hambrientos interpelan a los pueblos opulentos. La mujer reclama la igualdad de derecho y de hecho con el hombre.

Es muy importante tener siempre presente que la criatura sin el Creador desaparece.

Hay que purificar por la cruz y la resurrección de Cristo y encauzar por caminos de perfección todas las actividades humanas, las cuales, a causa de la soberbia y el egoísmo, corren diario peligro.

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Dios nos enseña que nos prepara una nueva morada y una nueva tierra donde habita la justicia, y cuya bienaventuranza es capaz de saciar y rebasar todos los anhelos de paz que surgen en el corazón humano. Cree la Iglesia que, por medio de sus hijos y por medio de su entera comunidad, puede ofrecer gran ayuda para dar un sentido más humano al hombre a su historia.

El que sigue a Cristo, Hombre perfecto, se perfecciona cada vez más en su propia dignidad de hombre. La Iglesia proclama los derechos del hombre y reconoce, además, cuanto de bueno se halla en el actual dinamismo social. La Iglesia quiere ayudar y fomentar las instituciones en lo que de ella dependa y puede conciliarse con su misión propia.

Nada desea tanto como desarrollarse libremente, en servicio de todos, bajo cualquier régimen político que reconozca los derechos fundamentales de la persona y de la familia y los imperativos del bien común.

La Iglesia, al prestar ayuda al mundo y al recibir del mundo múltiple ayuda, sólo pretende una cosa: el advenimiento del reino de Dios y la salvación de toda la humanidad.

Ministerio pastoral de los obispos: (Christus Dominus)El Papa goza por institución divina de potestad suprema.

Los Obispos, puestos por el Espíritu Santo, ocupan el lugar de los Apóstoles como pastores de las almas.

Teniendo cada uno el cuidado de la Iglesia particular que presiden, y en algunas ocasiones pueden los Obispos reunidos proveer a las Iglesias de ciertas necesidades comunes.

El sagrado Concilio determina que todos los Obispos que sean miembros del Colegio Episcopal tienen derecho a asistir al Concilio Ecuménico”.

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Ministerio de los presbíterosLa función ministerial de los Obispos se ha confiado

a los presbíteros, en grado subordinado, con el fin de que, constituidos en el Orden del presbiterado, fueran cooperadores del Orden episcopal para el puntual cumplimiento de la misión apostólica que Cristo les confió, quedan marcados con un carácter especial que los configura con Cristo Sacerdote.

Tienen como obligación principal anunciar a todos el Evangelio de Cristo.

La celebración eucarística es el centro de la congregación de los fieles que preside el presbítero. Deben comportarse conforme a las exigencias de la doctrina y de la vida cristiana, enseñando y amonestando a los demás como a hijos amadísimos. Son educadores en la fe.

Los presbíteros tienen encomendados a sí de una manera especial a los pobres y a los más débiles, a quienes el Señor prefiere. Deben atender con toda solicitud a los enfermos y agonizantes, visitándolos y confortándolos en el Señor.

Sobre la formación sacerdotalEl deber de fomentar las vocaciones pertenece a toda la

comunidad de los fieles. El Santo Concilio recomienda, ante todo, los medios tradicionales de la cooperación común, como son la oración instante, la penitencia cristiana y una más profunda y progresiva formación de los fieles.

Todos los aspectos de la formación, el espiritual, el intelectual y el disciplinar, han de ordenarse conjuntamente a la acción pastoral. Todos los sacerdotes deben considerar el Seminario como el corazón de las diócesis y prestarle ayuda.

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En lo referente a la selección de los alumnos, hay que proceder siempre con firmeza de ánimo, aunque haya que lamentarse de la escasez de sacerdotes, los no idóneos deben ser orientados a tiempo a otras ocupaciones y ayudados para que, conocedores de su vocación cristiana, se dediquen al apostolado seglar.

Vida religiosaTodos los Institutos han de tener los Evangelios como

regla suprema. Sólo a las autoridades competentes, supuesta siempre la

aprobación de la Santa Sede y de los Ordinarios del lugar, corresponde fijar las normas de la renovación y adaptación, dictar las leyes y hacer las debidas y prudentes experiencias. En aquello que toca al interés común del Instituto, los Superiores deben consultar y oír a los súbditos.

Los miembros de cualquier Instituto, buscando sólo, y sobre todo, a Dios, deben unir la contemplación, por la que se unen a Él con la mente y con el corazón.

Es necesario que los religiosos sean pobres en la realidad y en el espíritu, teniendo sus tesoros en el cielo y ofrezcan a Dios, como sacrificio de sí mismos, la consagración completa de su propia voluntad.

Actividad misionera de la IglesiaLa iglesia se esfuerza en anunciar el Evangelio a todos

los hombres. La Iglesia peregrinante es misionera por su naturaleza, puesto que toma su origen de la misión del Hijo y del Espíritu Santo, según el designio de Dios Padre.

Dios llamó a los hombres para constituirlos en pueblo, para que sus hijos que estaban dispersos se congreguen en unidad.

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EcumenismoPromover la unidad entre todos los cristianos es uno

de los fines principales que se ha propuesto el Sacrosanto Concilio Vaticano II. Este movimiento de unidad es llamado ecuménico.

Por causa de las varias discrepancias existentes entre algunos cristianos y la Iglesia católica, ya en cuanto a la doctrina, y a veces también en cuanto a la disciplina, ya en lo relativo a la estructura de la Iglesia, se interponen a la plena comunión eclesiástica no pocos obstáculos, a veces muy graves, que el movimiento ecumenista trata de superar.

“Por movimiento ecuménico” se entiende el conjunto de actividades y de empresas que, conforme a las distintas necesidades de la Iglesia y a las circunstancias de los tiempos, se suscitan y se ordenan a favorecer la unidad de los cristianos.

Libertad religiosaEste Concilio Vaticano declara que la persona humana

tiene derecho a la libertad religiosa. Esta libertad consiste en que todos los hombres han de estar inmunes de coacción.

Este derecho de la persona humana a la libertad religiosa debe ser reconocido en el ordenamiento jurídico de la sociedad de forma que se convierta en un derecho civil.

Cada cual tiene la obligación y, por consiguiente, también el derecho de buscar la verdad en materia religiosa, a fin de que, utilizando los medios adecuados, llegue a formarse rectos y verdaderos juicios de conciencia.

Educación cristianaTodos los hombres, de cualquier raza, condición y edad,

en cuanto participantes de la dignidad de la persona, tienen el derecho inalienable de una educación.

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Hay que iniciarlos, conforme avanza su edad, en una positiva y prudente educación sexual.

El Sagrado Concilio ruega encarecidamente a todos los que gobiernan los pueblos o estén al frente de la educación, que procuren que la juventud nunca se vea privada de este sagrado derecho.

El Santo Concilio recuerda a los pastores de almas su gravísima obligación de proveer que todos los fieles disfruten de la educación cristiana y, sobre todo, los jóvenes, que son la esperanza de la Iglesia. La familia es, por tanto, la primera escuela de las virtudes sociales.

En la familia cristiana, enriquecida con la gracia del sacramento y los deberes del matrimonio, es necesario que los hijos aprendan desde sus primeros años a conocer la fe recibida en el bautismo. En ella sienten la primera experiencia de una sana sociedad humana y de la Iglesia.

Relaciones de la iglesia con las religiones no cristianas La Iglesia católica no rechaza nada de lo que en estas

religiones hay de santo y verdadero. Considera con sincero respeto los modos de obrar y de vivir, los preceptos y doctrinas que, por más que discrepen en mucho de lo que ella profesa y enseña, no pocas veces reflejan un destello de aquella Verdad que ilumina a todos los hombres.

La relación del hombre para con Dios Padre y con los demás hombres sus hermanos están de tal forma unidas que, como dice la Escritura: “el que no ama, no ha conocido a Dios”. Así se elimina el fundamento de toda teoría o práctica que introduce discriminación entre los hombres y entre los pueblos.

La Iglesia, por consiguiente, reprueba como ajena al Espíritu de Cristo cualquier discriminación o vejación realizada por motivos de raza o color, de condición o religión.

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TAREA PARA LA SEMANA1. ¿Cómo podemos entender de manera práctica y

concreta el llamada a la santidad que se nos hace a todos en la Constitución Lumen Gentium?

2. La Constitución Gaudium et Spes dice que hoy Es necesario conocer y comprender el mundo en que vivimos. Esto quiere decir que debemos desarrollar un sentido crítico de la realidad. ¿Por qué crees que esto es importante para un creyente?

3. ¿Qué quiere decir el Concilio cuando plantea que una Iglesia peregrina debe ser una Iglesia misionera?

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PRESENTACIÓN DEL TEMACerramos este temario sobre el credo y el concilio

reflexionando sobre el tema de los laicos en el Vaticano II. Uno de los frutos de este concilio ha sido, sin duda, el protagonismo que los laicos han tomado en la Iglesia a partir de la nueva eclesiología conciliar. Básicamente conoceremos la doctrina que sobre el tema se nos presenta en el decreto. Prueba de esta importancia de los laicos en el concilio es que se elaboró un documento exclusivamente para hablar de la misión y apostolado de los laicos. Me limitaré a presentar un resumen a partir de una selección de párrafos del decreto.

ORACIÓN¿Quién es este que viene, recién atardecido, cubierto por

su sangre como varón que pisa los racimos? Éste es Cristo, el Señor, que venció nuestra muerte con su resurrección.

¿Quién es este que vuelve, glorioso y malherido, y, a precio de su muerte, compra la paz y libra a los cautivos? Éste es Cristo, el Señor, que venció nuestra muerte con su resurrección.

Se durmió con los muertos, y reina entre los vivos; no le venció la fosa, porque el Señor sostuvo a su elegido. Este es Cristo, el Señor, que venció nuestra muerte con su resurrección.

EnCUEnTRO

Los laicos en el Concilio

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Anunciad a los pueblos qué habéis visto y oído; aclamad al que viene como la paz, bajo un clamor de olivos. Este es Cristo, el Señor, que venció nuestra muerte con su resurrección. Amén.

LOS LAICOSEn cierta manera se podría decir que el Concilio

Vaticano II dio oficialmente la mayoría de edad a los seglares. Pasaron de ser cristianos meramente pasivos en la Iglesia a tener un puesto y misión que los convierte en parte fundamental de ella.

De hecho son varios los documentos conciliares en los que aparecen los laicos. Uno de los decretos, el Apostolicam Actuositatem trata exclusivamente del apostolado de los seglares. Este decreto redunda en la doctrina que la Constitución Lumen Gentium, en su capítulo IV, desarrolla sobre los laicos. Y toda la Constitución Gaudium et Spes hay que leerla teniendo en cuenta que, por centrarse en el tema de la Iglesia en elmundo, parece especialmente dirigida a ellos.

El número 31 de la Lumen Gentium define con precisión qué entiende la Iglesia por laicos: “todos los fieles cristianos, a excepción de los miembros que han recibido un orden sagrado y los que están en estado religioso reconocido por la Iglesia, es decir, los fieles cristianos que, por estar incorporados a Cristo mediante el bautismo, constituidos en Pueblo de Dios y hechos partícipes a su manera de la función sacerdotal, profética y real de Jesucristo, ejercen, por su parte, la misión de todo el pueblo cristiano en la Iglesia y en el mundo”.

A los laicos corresponde iluminar y organizar todos los asuntos temporales a los que están estrechamente vinculados.

Los laicos deben estar unidos a los hermanos que tienen el ministerio sagrado.

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VOCACIÓN DE LOS LAICOS AL APOSTOLADOEl decreto Apostolicam Actuositatem recoge la doctrina

expuesta en las Constituciones Lumen Gentium y Gaudium et Spes y las desarrolla concretizando de manera más precisa la tarea pastoral encomendada a los laicos.

Los cristianos tienen un papel propio y enteramente necesario en la misión de la Iglesia. Su apostolado, que surge de su misma vocación cristiana nunca puede faltar en la Iglesia.

Siempre fue así desde el principio, como nos lo muestra este pasaje del libro de los Hechos de los Apóstoles: “Mientras tanto, los que se habían dispersado durante la persecución que se desató a causa de Esteban, llegaron hasta Fenicia, Chipre y Antioquía, y anunciaban la Palabra únicamente a los judíos. Sin embargo, había entre ellos algunos hombres originarios de Chipre y de Cirene que, al llegar a Antioquía, también anunciaron a los paganos la Buena Noticia del Señor Jesús.

La mano del Señor los acompañaba y muchos creyeron y se convirtieron” (Hechos 11,19-21; 18,26; Rom., 16,1-16; Fil., 4,3).

Participación de los laicos en la misión de la IglesiaLa Iglesia ha nacido con el fin de que, por la propagación

del Reino de Cristo en toda la tierra. Toda la actividad del Cuerpo Místico, dirigida a este fin, se llama apostolado, que ejerce la Iglesia por todos sus miembros y de diversas maneras; porque la vocación cristiana, por su misma naturaleza, es también vocación al apostolado.

Los laicos hechos partícipes del ministerio sacerdotal, profético y real de Cristo, cumplen su cometido en la misión de todo el pueblo de Dios en la Iglesia y en el mundo.

Ejercen el apostolado con su trabajo para la evangelización y santificación de los hombres, y para la

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función y el desempeño de los negocios temporales, llevado a cabo con espíritu evangélico de forma que su laboriosidad en este aspecto sea un claro testimonio de Cristo y sirva para la salvación de los hombres.

Fundamento del apostolado seglarLos laicos, insertos en el bautismo en el Cuerpo Místico

de Cristo, robustecidos por la Confirmación en la fortaleza del Espíritu Santo, son destinados al apostolado por el mismo Señor. Son consagrados como sacerdocio real y gente santa (Cf. 1 Pe., 2,4-10) para ofrecer hostias espirituales por medio de todas sus obras, y para dar testimonio de Cristo en todas las partes del mundo.

Por consiguiente, se impone a todos los fieles cristianos la noble obligación de trabajar para que el mensaje divino de la salvación sea conocido y aceptado por todos los hombres de cualquier lugar de la tierra.

Para ejercer este apostolado, el Espíritu Santo, que produce la santificación del pueblo de Dios por el ministerio y por los Sacramentos, concede también dones peculiares a los fieles (Cf. 1 Cor., 12,7) “distribuyéndolos a cada uno según quiere” (1 Cor., 12,11), para que “cada uno, según la gracia recibida, poniéndola al servicio de los otros”, sean también ellos “administradores de la multiforme gracia de Dios” (1 Pe., 4,10), para edificación de todo el cuerpo en la caridad (Cf. Ef., 4,16).

De la recepción de estos carismas, incluso de los más sencillos, procede a cada uno de los creyentes el derecho y la obligación de ejercitarlos para bien de los hombres y edificación de la Iglesia

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La espiritualidad seglar en orden al apostoladoSiendo Cristo, enviado por el Padre, fuente y origen

de todo el apostolado de la Iglesia, es evidente que la fecundidad del apostolado seglar depende de su unión vital con Cristo, porque dice el Señor: “El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto, porque sin mí nada podéis hacer” (Jn. 15,4-5).

Esta vida de unión íntima con Cristo en la Iglesia se nutre de la Sagrada Liturgia. El laico no debe separar la unión con Cristo de las actividades de su vida.

Impulsados por la caridad que procede de Dios hacen el bien a todos, pero especialmente a los hermanos en la fe (Cf. Gál., 6,10), despojándose “de toda maldad y de todo engaño, de hipocresías, envidias y maledicencias” (1 Pe., 2,1), atrayendo de esta forma los hombres a Cristo.

La caridad de Dios que “se ha derramado en nuestros corazones por virtud del Espíritu Santo, que nos ha sido dado” (Rom., 5,5) hace a los seglares capaces de expresar realmente en su vida el espíritu de las Bienaventuranzas.

La espiritualidad de los laicos debe tomar su nota característica del estado de matrimonio y de familia, de soltería o de viudez, de la condición de enfermedad, de la actividad profesional y social.

Además, los laicos que, siguiendo su vocación, se han inscrito en alguna de las asociaciones o institutos aprobados por la Iglesia, han de esforzarse al mismo tiempo en asimilar fielmente la característica peculiar de la vida espiritual que les es propia.

El modelo perfecto de esa vida espiritual y apostólica es la Santísima Virgen María, Reina de los Apóstoles.

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FINES QUE HAY QUE LOGRARLa misión de la Iglesia no es sólo anunciar el mensaje de

Cristo y su gracia a los hombres, sino también el impregnar y perfeccionar todo el orden temporal con el espíritu evangélico. Por consiguiente, los laicos, siguiendo esta misión, ejercitan su apostolado tanto en el mundo como en la Iglesia, lo mismo en el orden espiritual que en el temporal.

El laico, que es a un tiempo fiel y ciudadano, debe comportarse siempre en ambos órdenes con una conciencia cristiana.

El apostolado de la evangelización y santificación de los hombresA los laicos se les presentan innumerables ocasiones

para el ejercicio del apostolado de la evangelización y de la santificación. El mismo testimonio de la vida cristiana y las obras buenas, realizadas con espíritu sobrenatural, tienen eficacia para atraer a los hombres hacia la fe y hacia Dios, pues dice el Señor: “Así ha de lucir vuestra luz ante los hombres, para que viendo vuestras buenas obras glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos” (Mt., 5,16).

Pero este apostolado no consiste sólo en el testimonio de la vida. En estos tiempos en los que surgen

nuevos problemas, y se multiplican los errores gravísimos que pretenden destruir desde sus cimientos todo el orden moral y la misma sociedad humana, se pide a los laicos, que contribuyan a hacer prevalecer los principios cristianos, defendiéndolos y aplicándolos convenientemente a los problemas actuales.

Instauración cristiana del orden temporalEs preciso, con todo, que los laicos tomen como

obligación suya la restauración del orden temporal, y

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que, conducidos por la luz del Evangelio y por la mente de la Iglesia, y movidos por la caridad cristiana, obren directamente y en forma concreta en dicho orden; que cooperen unos ciudadanos con otros, con sus conocimientos especiales y su responsabilidad propia; y que busquen en todas partes y en todo la justicia del reino de Dios.

Entre las obras de este apostolado sobresale la acción social de los cristianos, que desea el Santo Concilio se extienda hoy a todo el ámbito temporal, incluso a la cultura.

La acción caritativa como distintivo del apostolado cristianoLa misericordia para con los necesitados y enfermos, y

las llamadas obras de caridad y de ayuda mutua para aliviar todas las necesidades humanas son consideradas por la Iglesia con un singular honor.

Donde haya hombres que carecen de comida y bebida, de vestidos, de hogar, de medicinas, de trabajo, de instrucción, de los medios necesarios para llevar una vida verdaderamente humana, que se ven afligidos por las calamidades o por la falta de salud, que sufren en el destierro o en la cárcel, allí debe buscarlos y encontrarlos la caridad cristiana, consolarlos con cuidado diligente y ayudarlos con la prestación de auxilios. Esta obligación se impone, ante todo, a los hombres y a los pueblos que viven en la prosperidad.

Aprecien, por consiguiente, en mucho los laicos y ayuden en la medida de sus posibilidades las obras de caridad y las organizaciones de asistencia social, sean privadas o públicas, o incluso internacionales, por las que se hace llegar a todos los hombres y pueblos necesitados un auxilio eficaz, cooperando en esto con todos los hombres de buena voluntad.

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VARIOS CAMPOS DE APOSTOLADOLos laicos ejercen un apostolado múltiple, tanto

en la Iglesia como en el mundo. En ambos órdenes se abren varios campos de actividad apostólica, de los que queremos recordar aquí los principales, que son: las comunidades de la Iglesia, la familia, la juventud, el ámbito social, el orden nacional e internacional. Como en nuestros tiempos participan las mujeres cada vez más activamente en toda la vida social, es de sumo interés su mayor participación también en los campos del apostolado de la Iglesia.

Los laicos tienen su papel activo en la vida y en la acción de la Iglesia, como partícipes que son del oficio de Cristo Sacerdote, profeta y rey. Su acción dentro de las comunidades de la Iglesia es tan necesaria que sin ella el mismo apostolado de los pastores muchas veces no puede conseguir plenamente su efecto.

Los laicos participan activamente en la vida litúrgica de su comunidad, en las obras apostólicas de la misma; evangelizan a los alejados, cooperan resueltamente en la comunicación de la palabra de Dios, sobre todo con la instrucción catequética y hacen más eficaz la administración de los bienes de la Iglesia.

Acostúmbrense los laicos a trabajar en la parroquia íntimamente unidos a sus sacerdotes; a presentar a la comunidad de la Iglesia los problemas propios y los del mundo, los asuntos que se refieren a la salvación de los hombres, para examinarlos y solucionarlos por medio de una discusión racional; y a ayudar según sus fuerzas a toda empresa apostólica y misionera de su familia eclesiástica.

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La familiaLos cónyuges son para sus hijos los primeros

predicadores de la fe y los primeros educadores; los forman con su palabra y con su ejemplo para la vida cristiana y apostólica.

Corresponde a los cónyuges trabajar para que las leyes civiles garanticen los derechos de la familia, principalmente vivienda, educación, condición de trabajo, seguridad social.

Esta misión la ha recibido de Dios la familia misma para que sea la célula primera y vital de la sociedad.

Entre las varias obras de apostolado familiar pueden recordarse las siguientes: adoptar como hijos a niños abandonados, recibir con gusto a los forasteros, prestar ayuda en el régimen de las escuelas, ayudar a los jóvenes con su consejo y medios económicos, ayudar a los novios a prepararse mejor para el matrimonio, prestar ayuda a la catequesis, sostener a los cónyuges y familias que están en peligro material o moral, proveer a los ancianos no sólo de los indispensable, sino procurarles los medios justos del progreso económico.

Los jóvenesDeben ser los primeros e inmediatos apóstoles, de los

jóvenes, ejerciendo el apostolado entre sí, teniendo en consideración el medio social en que viven.

El medio socialEl apostolado en el medio social, es decir, el esfuerzo por

llenar de espíritu cristiano el pensamiento y las costumbres, las leyes, y las estructuras de la comunidad en que uno vive, hasta tal punto es deber y carga de los laicos, que nunca lo pueden realizar convenientemente otros.

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En él cumplen el testimonio de la vida por el testimonio de la palabra. En el campo del trabajo, o de la profesión, o del estudio, o de la vivienda, o del descanso, o de la convivencia son muy aptos los laicos para ayudar a los hermanos.

Para cumplir esta misión los laicos deben tener coherencia de vida, honradez y caridad fraterna.

Orden nacional e internacionalEl campo del apostolado se abre extensamente en el

orden nacional e internacional, en que los laicos, sobre todo, son los dispensadores de la sabiduría cristiana. En el amor a la patria y en el fiel cumplimiento de los deberes civiles, siéntanse obligados los católicos a promover el verdadero bien común, y hagan pesar de esta forma su opinión para que el poder civil se ejerza justamente y las leyes respondan a los principios morales y al bien común.

Los católicos peritos en los asuntos públicos no rehúsen desempeñar cargos públicos, ya que por ellos, bien administrados, pueden procurar el bien común y preparar a un tiempo el camino al Evangelio.

Los laicos, además, deben conocer el nuevo campo internacional y los problemas y soluciones ya doctrinales, ya prácticas que en él se originan, sobre todo respecto a los pueblos en vías de desarrollo.

LAS VARIAS FORMAS DEL APOSTOLADOHay muchas formas de apostolado con que los laicos

edifican a la Iglesia y santifican al mundo, animándolo en Cristo.

La forma peculiar del apostolado individual es el testimonio de toda la vida seglar que fluye de la fe, de la esperanza y de la caridad. Con el apostolado de la palabra, enteramente necesario en algunas circunstancias, anuncian

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los laicos a Cristo, explican su doctrina, la difunden cada uno según su condición y saber y la profesan fielmente.

Importancia de las formas asociadasPero en las circunstancias presentes es en absoluto

necesario que en el ámbito de la cooperación de los seglares se robustezca la forma asociada y organizada del apostolado, puesto que solamente la estrecha unión de las fuerzas puede conseguir todos los fines del apostolado moderno y proteger eficazmente sus bienes.

Relaciones con la JerarquíaEs deber de la Jerarquía promover el apostolado de

los laicos, prestar los principios y subsidios espirituales, ordenar el ejercicio del apostolado al bien común de la Iglesia y vigilar para que se respeten la doctrina y el orden.

Medios para la mutua cooperación de los laicos y los sacerdotesEn las diócesis, en cuanto sea posible, deben existir

consejos que ayuden la obra apostólica de la Iglesia, ya en el campo de la evangelización y de la santificación, ya en el campo caritativo social, etcétera, cooperando convenientemente los clérigos y los religiosos con los laicos. Estos consejos podrán servir para la mutua coordinación de las varias asociaciones y empresas seglares. Estos consejos, si es posible, han de establecerse también en el ámbito parroquial o interparroquial, interdiocesano y en el orden nacional o internacional.

Formación para el apostoladoEl apostolado solamente puede conseguir plena eficacia

con una formación multiforme y completa. La exigen no sólo el continuo progreso espiritual y doctrinal del

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mismo seglar, sino también las varias circunstancias de cosas, de personas y de deberes a que tiene que acomodar su actividad. Además de la formación común a todos los cristianos, no pocas formas de apostolado, por la variedad de personas y de ambientes, requieren una formación específica y peculiar.

Principios de la formación de los laicos para el apostoladoLa formación para el apostolado supone una cierta

formación humana, íntegra, acomodada al ingenio y a las cualidades de cada uno. Porque el seglar, conociendo bien el mundo contemporáneo, debe ser un miembro acomodado a la sociedad de su tiempo y a la cultura de su condición.

La formación para el apostolado debe empezar desde la primera educación de los niños. Pero los adolescentes y los jóvenes han de iniciarse de una forma peculiar en el apostolado e imbuirse de este espíritu. Esta formación hay que ir completándola durante toda la vida, según lo exijan las nuevas empresas. Es claro, pues, que a quienes pertenece la educación cristiana están obligados también a dar la formación para el apostolado.

En la familia es obligación de los padres disponer a sus hijos desde la niñez para el conocimiento del amor de Dios hacia todos los hombres, enseñarles gradualmente, sobre todo con el ejemplo, la preocupación por las necesidades del prójimo, tanto de orden material como espiritual. Toda la familia y su vida común sea como una iniciación al apostolado.

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Adaptación de la formación a las varias formas de apostoladoCon relación al apostolado de evangelizar y santificar a

los hombres, los laicos han de formarse especialmente para entablar diálogo con los otros, creyentes o no creyentes, para manifestar directamente a todos el mensaje de Cristo. Pero como en estos tiempos se difunde ampliamente y en todas partes el materialismo de toda especie, incluso entre los católicos, los laicos no sólo deben aprender con más cuidado la doctrina católica, sobre todo en aquellos puntos en que se la ataca, sino que han de dar testimonio de la vida evangélica contra cualquiera de las formas del materialismo.

Aprendan los laicos, sobre todo, los principios y conclusiones de la doctrinal social, de forma que sean capaces de ayudar, por su parte, en el progreso de la doctrina y de aplicarla rectamente en cada caso particular.

TAREA PARA LA SEMANA1. De acuerdo a lo que se has leído en este último

tema, ¿cuál es el papel de ti como laico o como laica en la Iglesia?

2. Con este tema hemos terminado el curso sobre el Credo el Concilio Vaticano II. Tal vez te animes a escribir con tus palabras tu propio credo. Sería una buena forma de compartir tu fe con los hermanos y hermanas de la comunidad.

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