chipana
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Chipana Vctor Carvajal
Ediciones Sol y Luna Libros
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1. El Vallecito Verde
Del texto: Vctor Carvajal, 2004 De las
ilustraciones: Catalina Guevara, 2004 De la
diagramacin: Loreto Espinoza, 2004 De la
edicin: Patricia Alvarez Daz Ediciones Sol y
Luna Libros Los Espinos 3064-A
Macul - Fono/Fax: 313 06 10 / 238 83 65
www.solylunalibros.cl E-mail:
[email protected] Santiago Chile
Cuidado de la Edicin: Paulo Carvajal A.
Segunda Edicin - abril de 2006 Inscripcin
N 139.128 ISBN 956-7713-15-4
Impreso en Andros Impreso en Chile
Todos los derechos reservados. Prohibida la reproduccin total o parcial de esta
obra, por cualquier medio, sin permiso escrito del editor.
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El Vallecito Verde est rodeado de cerros muy
altos y es una de las regiones ms cristalinas del
planeta. El cielo est al alcance de todos: las
estrellas se podran tocar con la punta de los
dedos. Es lo que hace el nio Chipana cuando,
de bruces junto a la ribera del ro, observa las
estrellas repetidas sobre las aguas y las sacude
con la mano. Esto puede hacerlo Chipana
solamente en el ro Claro, porque en el ro
Turbio no hay ninguna estrella que se refleje,
pues sus aguas son muy oscuras.
Hace mucho tiempo, los cerros se peleaban
entre ellos, lanzndose pedradas. Eran
verdaderos volcanes en erupcin que definan
quin sera el ms poderoso del ao. Se
arrojaban fuego, lava y lodo por los boquerones
de sus picos nevados; los proyectiles encendidos
iban a caer a las aguas de los ros. As quiso la
suerte que uno de estos ros recibiera ms
piedras que el otro, y sus aguas se enturbiaran
tanto que los asustados habitantes del vallecito lo
bautizaron como el ro Turbio.
El Vallecito Verde permite que los hombres
lleguen a viejos y que las mujeres vean crecer a
sus nietos. Los habitantes del valle son gente
sencilla. Son familias que se renen para las
grandes fiestas; hacen comentarios alegres en
torno a las comidas y tambin, de cuando en
cuando, alguna desgracia los entristece. Son
solidarios y bondadosos; tienen buen corazn
porque caminan muy despacio y llegan siempre
a donde van. Su vida transcurre sin sobresaltos,
sin miedos. Ninguno de ellos grita de rabia,
ninguno de ellos vocifera ofendido.
Despus del trabajo, los hombres se renen a
jugar al domin en casa de Chipana, o de
Salvatierra, o de Berna, o de Ayaviri. All se
comentan los principales hechos acaecidos en el
pueblo.
Los chicos juegan en las laderas, junto a los
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ros, en la nica calle del casero. La nica calle
o camino tiene dos puntas, como todos los
caminos solitarios; porque los que se encuentran
o se cruzan, sos tienen ms. Las dos puntas del
camino de Chipana son: la de ms abajo, que
une al pueblo con el resto del mundo, y la de
ms arriba, que sigue hacia lo alto de los cerros
y dicen que comunica con el cielo.
Los chicos del pueblo respetan mucho el
trabajo de sus padres; jams destruyen un
sembrado, porque saben que exige mucho
esfuerzo. Colaboran, adems, en las siembras y
las cosechas.
En el pueblo de Chipana, las labores agrcolas
no son sencillas. Las aprendieron de los incas,
pueblo muy antiguo que vino del Per y que
saba construir terrazas en las laderas de los
montes, porque los valles all estaban rodeados
de cerros y eran muy pequeos.
En las terrazas preparan la tierra de cultivo y,
con poca agua y mucha paciencia, logran que
crezcan las plantas. As, los montes parecen
escalinatas de verde; en cada peldao, largo y
ancho, hay un huerto, rodeado de piedras.
Los nios van a la nica escuela del valle,
donde ensea el nico maestro: el seor Rivera.
Es forastero, pues vino de Vicua. Vicua es
una ciudad bonita, que est ms cerca de la costa
y ms lejos de los cerros de la cordillera. En esa
ciudad han nacido muchos poetas, muchos
soadores, que son tan locos como don Mximo,
el astrnomo del pueblo.
Las mujeres del valle, cuando no estn cuidando
de sus hijos, estn siempre ocupadas con la lana
de las llamas: la ablandan y adelgazan con sus
manos hasta convertirla en hilo para tejer
gonitos de montaa, bufandas, calcetas y
mantas.
Las madres cargan a sus hijos pequeos, no
en los brazos como hacen todas las madres del
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mundo, sino en sus espaldas; los llevan
envueltos en amplios y coloridos mantos que se
amarran al cuerpo. Se protegen del aire helado
de las tardes y del sol ardiente de las maanas
con sombreros de fieltro, muy parecidos a los
que usan nuestros abuelos cuando pasean por las
ciudades o cuando alimentan palomas en las
plazas.
Las casas y la nica iglesia del casero estn
construidas con piedras y barro; tienen techos de
paja y ventanitas pequeas, porque sus
moradores no acostumbran a contemplar el
paisaje desde el interior de las casas.
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2. Las llamas de Chipana Pero lo que s contemplan y veneran en el interior de sus casas son las imgenes de
vrgenes y santos de barro, regiamente
pintados. La nica virgen de la capilla es
majestuosa: tiene cabellos humanos, y tal brillo
en los ojos que parecen vivos. Una vez al ao,
la virgen es sacada de la iglesia y llevada por la
nica calle del pueblo: le cantan y le bailan,
porque ella est de fiesta.
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EL pueblo de Chipana se dedica tambin al
cuidado del ganado. Las llamas son animales
domsticos y de carga. Las usan para llevar los
productos cosechados o tejidos, que se venden
en los mercados de pueblos ms grandes.
Tambin las usan para transportar las
mercaderas que han comprado.
Las llamas dan mucha lana y, adems, carne;
la carne de llama se come con deleite, porque es
muy seca, sabrosa y sana.
Chipana adora sus animales: los vigila, los
gua a travs de los pastos, los cuida y alimenta,
cada vez que se siente liberado de sus deberes
escolares.
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Chipana sale al valle con su ganado, seguido
de sus perros fieles, que ordenan y corretean a
las llamas, para llevarlas a las vegas, junto a
los ros Turbio y Claro. En esas vegas se juntan
los nios Berna, Ayaviri, Salvatierra y
Chipana, cada uno con su rebao. All se
juntan los rebaos, que se distinguen por las
lanitas de colores que las madres tejen para
marcar sus animales. As, el color de Chipana
es el verde, amarillo el de Berna, azul el de
Ayaviri y violeta el de Salvatierra. Los nios
dejan que sus animales coman y beban en paz;
los perros corretean, y los chicos hacen sus
juegos habituales. Otras veces se renen en
crculo y conversan; tocan sus flautas y cantan.
Es hermoso verlos compartir los pastos y las
aguas, porque el valle es de todos.
Los animales y el cultivo de las terrazas son
la nica riqueza que poseen los vecinos del
valle.
Por eso, cuando comenzaron a llegar los
forasteros que compran animales, cambi la
vida entre los vecinos del pueblo.
Comelio, que es el padre de Chipana, mir
con desconfianza a los forasteros que llegaban
de las ciudades grandes. El siempre se haba
resistido a deshacerse de sus animales. Al igual
que l, el padre de Berna, el de Ayaviri y el de
Salvatierra tampoco deseaban vender ni una
sola de sus llamas.
Los compradores ofrecieron mucho ms
dinero del que se consigue en el mercado. Se
reunieron Chipana, Berna, Ayaviri y
Salvatierra, se reunieron los jefes de familia
para deliberar y decidir. No saban qu
determinacin tomar, y los compradores no se
marchaban. Los forasteros queran regresar a la
ciudad con sus camionetas y jeeps cargados de
llamas.
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Entonces ocurri algo que Cornelio no
esperaba: Natividad, su esposa, Natividad,
madre de Chipana hijo, enferm de gravedad.
Corrieron las vecinas Berna, Ayaviri y
Salvatierra a ofrecer sus cuidados a Natividad
Chipana; slo sirvieron de alivio. Las hierbas
medicinales tampoco pudieron sanarla.
Entonces llamaron al padre Bernardino,
sacerdote solitario de la iglesia del pueblo; el
padre Bernardino les aconsej que llamaran a
un mdico.
Natividad necesitaba con urgencia unas
inyecciones para detener una infeccin que
avanzaba con rapidez; el padre Bernardino lo
not por la fiebre alta que presentaba la
enferma. Natividad pasaba el da y la noche sin
probar bocado, sin hablar con nadie.
El doctor lleg al Vallecito Verde y seal
los medicamentos despus de ver a la enferma;
haba que comprarlos en el pueblo ms cercano
que tuviera una farmacia. Comenzaban los
gastos; el mdico pas la cuenta y ofreci su
auto para llevar a Cornelio hasta el pueblo
grande. Comelio Chipana parti con el doctor
y regres ocho horas despus con los remedios
para su mujer. La familia Chipana se quedaba
sin ahorros; la enfermedad de Natividad los
consuma.
Los compradores esperaron, y Comelio tuvo
que ceder a las ofertas tentadoras de los
forasteros: vendi sus llamas ms hermosas y
sanas.
Inmediatamente se reunieron en consejo las
familias del valle. Si Comelio venda, tambin
podan hacerlo Berna, Ayaviri y Salvatierra.
Los compradores sonrieron y aumentaron las
ofertas, al mismo tiempo que se mostraron ms
exigentes al escoger los animales. Berna quiso
ganar lo mismo que Comelio Chipana; Ayaviri
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quiso ganar lo mismo que Berna; Salvatierra
quiso ganar lo mismo o ms que Berna,
Chipana y Ayaviri. As comenzaron las
familias del valle a perder sus llamas,
empezando por las ms bellas.
3. Don Mximo, el nico
astrnomo del valle
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Natividad mejor, y Chipana crey que todo lo
malo haba pasado. El nio Chipana poda salir
nuevamente al valle con sus animalitos; poda
admirar nuevamente las blancas nubes que
navegan muy bajas, poda acariciarlas y sentir el
calorcito del sol que nace de las cimas de la
cordillera.
Para el nio, el da que mejor su madre fue
un da de fiesta. La desagradable fiebre de
Natividad se haba marchado, camino abajo. Se
tranquiliz el corazn de la madre, se
tranquilizaron las aguas del arroyo, tomndose
azules como el cielo.
Chipana poda ir todos los das a la escuela y
pasar a curiosear a la casa de don Mximo,
-
tan extraa, tan diferente de las otras casas del
valle.
Por ejemplo, el techo de la casa de don
Mximo es muy alto; adems, no tiene forma de
techo, sino que es como una bola enorme, como
un volcn inflado. En la parte superior hay un
gran orificio, como la boca de una chimenea,
pero que no es chimenea, puesto que don
Mximo necesita el cielo muy limpio y no se va
a poner a echar humo para ensuciarlo. Bien. Por
ese orificio saca don Mximo su telescopio y lo
dirige a las estrellas. Y como don Mximo es
muy aficionado a ellas, las ha pintado en el cielo
raso de su casa; as, su casa tiene un cielo debajo
del techo, que no es raso sino inflado,
englobado, convexo. Y en ese cielo propio, don
Mximo ha pintado todas las estrellas que ha
visto con su telescopio. Y esas estrellas son lo
ms maravilloso que ha visto Chipana en toda
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su vida.
-
Don Mximo construy as su casa despus
de ver por casualidad, en una vieja revista, el
modo de construir un observatorio
astronmico en la casa de cualquier hijo de
vecino. La revista enseaba, adems, a
construir un telescopio. Don Mximo no ha
sido nunca astrnomo, pero siempre le han
gustado las estrellas. Y como tena bastante
tiempo para el ocio, se hizo con varios tubos
de metal y sac cristales del ro Turbio, quiero
decir, piedras volcnicas que las aguas del ro
se haban encargado de pulir durante muchos
aos. Sin ser un experto, don Mximo
consigui pulir an ms los cristales, hasta
darles el espesor adecuado. Puso los cristales
pulidos dentro del tubo, y todas las noches
contempla las estrellas a travs de l.
En su primer da de escuela, despus de la
enfermedad de Natividad, el nio Chipana se
acerc a la ventana de don Mximo y vio
cmo
el viejo terminaba su labor con las estrellas y
se dispona a dormir. Porque este aficionado al
universo, para observar bien los astros y
planetas, haba hecho de la noche su da, y del
da de todos, su propia noche.
Es maravilloso observar las estrellas le
deca siempre don Mximo al asombrado
Chipana.
De verdad que puede ver el cielo con
eso? pregunt el nio Chipana, con los ojos
llorosos de admiracin.
Y don Mximo deba hacerlo con mucha
atencin, porque cada tarde, al despertar,
copiaba fielmente en el techo raso de su casa
todo lo que haba visto en el cielo. Y como el
cielo es inmenso, la nica diversin del viejo
pareca no terminar nunca. Pero a don Mximo
no le preocupaba demasiado, porque cuando se
tiene verdadero entusiasmo por algo el tiempo
-
no importa y el cansancio o aburrimiento es
pequeo, por muy grande que sea la tarea.
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4. El seor Rivera Y hablando de tarea, Chipana se acord de la escuela y se apart de un brinco de la
ventana, para salir corriendo camino abajo: si
no se apresuraba, llegara tarde a la escuela.
Y a Chipana no le gustaba que el seor
Rivera le regaara.
-
El seor Rivera explic los nombres de los
nmeros y los apunt en la pizarra, acompaado
de un cntico ordenado y paciente:
El trescientos cincuenta, el
trescientos cincuenta y uno, el
trescientos cincuenta y dos.
Nios, id copindolos.
Los nmeros y las palabras del maestro de
escuela eran igualitos que las estrellas de don
Mximo: se iban juntando, dibujando, y reciban
apodos y nombres, para distinguirlos de otros.
Del mismo modo se juntaban y se dibujaban
en el valle las llamas de Chipana; aunque no
llevaran apodos ni nombres, se diferenciaban
-
perfectamente de las llamas de Berna, Ayaviri
o Salvatierra. El seor Rivera distingua a sus
alumnos, los llamaba por sus nombres; don
Mximo conoca muy bien sus estrellas, las
llamaba por sus nombres; Chipana reconoca sus
animalitos, aunque no tenan apodos ni nombres.
El seor Rivera se detuvo junto al puesto de
Chipana y observ el cuaderno del nio.
Por qu no sigues la cuenta hasta el final?
quiso saber el maestro.
Chipana se sinti sorprendido en sus
ensoaciones; no tuvo respuesta para su profesor.
Slo acert a volver su rostro hacia el maestro,
pidindole disculpas con la mirada.
Anotaste hasta el nmero trescientos
cincuenta y dos, mientras todos tus compaeros
han seguido adelante le llam la atencin.
Y continu: En lugar de eso, has dibujado un
precioso rebao de llamas en tu cuaderno.
Tienes alguna explicacin?
El nio se levant de su asiento, en seal de
respeto; cruz las manos sobre la mesa y se
dispuso a responder. Sus compaeros le miraban,
entre cuchicheos y sonrisas que ponan rojas las
mejillas amanzanadas de Chipana. El nio se
arm de valor y habl:
- Mi padre no tiene tantas llamas en su rebao,
seor.
El maestro lo mir en silencio; consideraba en
toda su magnitud la respuesta de Chipana: el nio
vea una relacin estrecha entre su mundo
cotidiano y lo que aprenda con el seor Rivera.
- Lo s, Chipana. Ninguno de los vecinos de
este valle tiene tantas llamas en su rebao. Pero
debemos conocer las cifras, aunque nos parezcan
inmensas.
- Yo quisiera que mi padre tuviera muchas
llamas, tantas como estrellas tiene don Mximo
en su cielo.
- Claro que s, Chipana. Algn da Cornelio
-
puede llegar a poseer todos los animales que
quiera. Pero volvamos a tu cuaderno. Completa
las cifras que te faltan. As tus conocimientos
sern ms completos y podrs ayudar mejor a tu
padre, porque sabrs exactamente la cantidad de
animales que tiene su rebao.
Sin esperar ms respuesta, el maestro continu
revisando los cuadernos del resto de sus alumnos;
corrigi varias faltas, hasta que son la campana
dando fin al da de clases.
Entre gritos, carreritas, empellones y risas
espontneas, los nios se dispersaron en las dos
direcciones del camino: eran como los alegres
granos amarillitos del maz, esparcidos por el
viento.
Chipana fue el nico que se qued frente a la
puerta de la escuela. Esper al seor Rivera hasta
que sali del edificio de barro pintado de cal.
El sol estaba en el centro mismo del cielo, y
sus rayos caan con fuerza sobre la tierra. El
maestro no se sorprendi al ver al nio que le
esperaba; todos sus alumnos lo hacan siempre
que estaban preocupados por algn problema.
Chipana y el maestro caminaron un largo
trecho sin hablar; sus cabezas ardan, casi
aturdidas las mentes.
Un cndor planeaba frente a un altar
majestuoso de la cordillera: la catedral de la
montaa donde el viento es el nico sacerdote que
puede elevar la voz.
No quiero que mi padre venda las llamas
rompi el silencio Chipana. Hay cosas que faltan en tu casa?
Muchas, me parece.
Azcar, harina, aceite de comer, utensilios,
herramientas enumer largamente el maestro
. Recuerdas la enfermedad de tu madre?
El recuerdo del sufrimiento de Natividad llen
de tristeza los ojos del nio. Chipana no
respondi. El seor Rivera s que saba preguntar;
-
ante los problemas difciles era mejor esperar que
el mismo maestro los resolviera.
Comprenders que en este mundo hay que
pagar por todo. Y los padres se esfuerzan por
conseguir lo necesario para su familia. Nadie se
deshace fcilmente de lo que ha criado con amor
y sacrificio.
Chipana, Berna, Ayaviri, Salvatierra y muchos
otros nios pertenecan al rebao de la escuela;
algn da terminaran sus estudios, y el maestro se
quedara solo y tendra que formar un nuevo
rebao. Eso haba que entenderlo.
El camino hasta la casa de los Chipana se hizo
muy corto. Al llegar, el nio y su maestro
descubrieron varios jeeps y camionetas
estacionados muy cerca de los corrales de
Comelio.
El nio se apart del seor Rivera, cruz los
cercos y se mezcl con el ganado.
Prometiste que no venderas, pap grit.
Pagan muy bien, hijo. Y si yo no vendo, lo
harn los otros vecinos. Ya se han llevado bastantes. Para qu
quieren ms?
Se las llevan al extranjero. Las venden
como mascotas, como animalitos de compaa.
Chipana no quiso seguir escuchando. Entr
en la casa y fue a buscar a su madre, con los
ojos llenos de lgrimas. Aquellos hombres
estruendosos, bien vestidos, de grandes
ademanes, dueos de cuanto abarcaba su
mirada, despertaban en el interior del nio un
profundo sentimiento de rebelda: no poda
permanecer manso como sus animales.
El seor Rivera comprendi que algo grave
estaba sucediendo en el valle.
-
Don Mximo, qu es el extranjero?
Por primera vez, el nio le mir fijamente a
los ojos. El viejo acababa de desayunar; eran
exactamente las siete de la tarde. Don Mximo
se pas la mano por los labios y cayeron al piso
algunas migas de pan; trep a la mesa y le
seal a Chipana un punto dibujado de amarillo
en el cielo raso, que era de un azul muy suave,
casi transparente.
Mira, Chipanita dijo el viejo.
Nosotros estamos aqu. Debajito de este grupo
ilc estrellas, llamado Cruz del Sur, est nuestro
territorio: Turi, Parinacota, Toconce, Colana,
volcn San Pedro, volcn San Pablo, Ojos de
-
San Pedro, el lago, y las vegas de Inacaliri, la
de Turi y el ro Salado. Extranjero es lo que
est ms all de nuestras fronteras.
El nio se qued atrapado, con la vista
perdida entre las innumerables estrellas del
cielo de don Mximo; trataba de imaginar
cmo podan llevar sus llamas tan lejos sin
cansarlas, sin agotarlas, sin matarlas de
esfuerzo y sufrimiento. En el extranjero se
sentiran extraas y solitarias, sin su pastor,
sin su dueo; seguramente enfermaran como
mam Natividad y nadie se preocupara de
atenderlas.
Cmo va el universo? haba llegado
el seor Rivera.
Maravilloso! respondi el viejo.
Pase, adelante seor Rivera. Est en su casa.
Chipana no quiso perder ms tiempo;
aprovechando la presencia del maestro,
intent averiguar en qu parte del extranjero
estaban sus llamas. El seor Rivera siempre
tena
respuesta para todo; pero en este caso, al
parecer, no la tena. Los rostros del maestro y
del viejo se tomaron serios, muy serios.
Oye, nos pones en un aprieto tron
don Mximo.
Tratemos de averiguarlo alent el
seor Rivera.
Cmo? En los zoolgicos del mundo?
Don Mximo trataba de encontrar la
solucin: pasearse por el mundo con su
telescopio para verlo detenidamente. Pero su
telescopio no le serva; poda pasearse a
travs de las estrellas, que estn a millones de
kilmetros de distancia, pero no poda
observar el zoolgico ms cercano.
Chipana se estremeci al pensar en los
intiles zoolgicos; el seor Rivera les haba
hablado de ellos en la escuela.
Pero all slo hay animales salvajes. Se
-
comeran todas mis llamas
No se comern a ninguna, Chipana se
apresur a responder don Mximo. No
tienen necesidad. Los alimentan muy bien y
no acostumbran a comerse unos a otros.
Necesito un peridico exclam
jubiloso el maestro.
Seor Rivera, usted sabe que a nuestro
valle no llega ningn peridico.
Usted debe de tener alguno, don
Mximo insisti el maestro.
En efecto, el viejo guardaba un peridico
del ao anterior; lo haba llevado un gringo
cuando el valle se llen de turistas que
acudan para observar ms de cerca el famoso
cometa Halley. Don Mximo lo sac del
nico estante que haba en la casa y que
serva para guardar todo.
Y qu espera usted encontrar ah?
Noticias le respondi tranquilamente
al viejo.
Es un diario muy viejo, seor Rivera.
A veces traen noticias que son anticipo
de un hecho que se producir ms tarde.
Ocurre con frecuencia en los asuntos
econmicos, financieros, diplomticos,
blicos, y aqu est lo que buscamos.
Don Mximo no llegaba a comprender, y
('hipana se limitaba a escuchar al maestro con
el mismo silencio y expectacin que se
produca
En la escuela cada vez que el seor Rivera
enseaba cosas entretenidas.
El maestro ley la noticia o anticipo de not
icia. Vena de Nueva York y explicaba cmo
en esa ciudad lejana y desconocida un grupo
Importante de comerciantes se preparaba para
comprar llamas y otros animales tpicos del
altiplano sudamericano. Estos animalitos no
-
Heran vendidos a los zoolgicos, sino a
personas que desearan tenerlos en los jardines
de sus us, como mascotas, tal como se
tiene un
-
perro, un gato, un ganso, un pato, una liebre o
una tortuga.
Ahora lo veo muy claro concluy el
seor Rivera. Estos animalitos son un buen
negocio. Pero si el negocio contina adelante,
sin ningn control de nuestra parte, ser una
prdida muy grande para el valle.
Las palabras del profesor sonaron muy
hondo en la conciencia del nio y le causaron
tanta impresin que se qued sin habla.
-
Ai atardecer del da siguiente, el seor Rivera
se present en casa de los Chipana. Comelio le
ofreci asiento con mucho respeto y
consideracin.
Seguro que no ha comido, seor se
apresur a atenderlo Natividad.
Y le ofreci un plato de sopa caliente. Se
notaba que Natividad y Cornelio se sentan muy
complacidos con la visita del maestro.
Chipana estaba sentado en una esquina de l.i
mesa, detrs de un humeante plato de sopa ile
granos y de un trozo de pan amarillo, horneado
por su propia madre.
Qu lo trae por aqu, maestro?
-
pregunt,
inquieto, Cornelio. Alguna queja del
muchacho? y sonri, porque estaba
seguro de que no era eso lo que pasaba.
Comelio no mir a su hijo; Chipana baj la
cabeza y hundi la mirada en la sopa.
Chipana es un buen alumno, Cornelio.
Usted puede estar orgulloso de su hijo. El
motivo de mi visita son las ventas de llamas
que se estn haciendo.
Comelio guard silencio. Se senta como
un alumno que ha cometido una falta y espera
una severa reprimenda del profesor. Dej de
mirar al seor Rivera y se concentr en juntar
con los dedos los trocitos de pan que haban
cado junto a su plato. Lo haca con mucha
calma, recordando las enseanzas aprendidas
desde nio: el pan es el cuerpo de Cristo y
hay que venerarlo. Adems, es nuestro
principal alimento. Por Cristo! Qu estaba
ocurriendo? Es que tena que hundirse el
mundo, porque
l haba vendido unas cuantas llamas? Desde
entonces, Natividad andaba preocupada;
Chipana, su hijo, le hablaba poco y no
sonrea como antes, y los vecinos se miraban
como enemigos. Es que los forasteros
-
haban llegado para enemistar a la gente del
valle? Y ahora tambin el maestro de la
escuela se senta con derecho para venir a
criticar!
No lo tome usted como una intromisin
en sus asuntos, Cornelio.
Los maestros deberan preocuparse ms
de sus alumnos se atrevi a decir
Comelio. Iistos asuntos son nuestros, slo
nuestros. Con lodo respeto, seor maestro.
Chipana dej la cuchara en el borde del
plato y se qued petrificado, esperando lo
peor. Natividad se acerc instintivamente a
su hijo
V le puso una mano sobre la negra cabeza.
- Lo que est ocurriendo con las llamas
nos atae a todos.
Yo no me quejo de cmo conduce usted
a los nios en la escuela.
Las llamas se venden sin control y sin
medir las consecuencias. Se est produciendo
una verdadera competencia entre las familias
del valle. Todos estn dispuestos a vender, y
a cualquier precio.
Necesitamos el dinero. Por poco que
sea.
El seor Rivera trat de explicarle a
Comelio la gravedad de la situacin. La venta
resultara perjudicial, porque se estaban
desprendiendo de los ejemplares ms
valiosos. Las llamas se reproducen una sola
vez al ao, y slo un ejemplar por
nacimiento.
La tarea del maestro era difcil, por no
decir imposible. Comelio se neg a reconocer
que los peligros que vea el seor Rivera
fueran reales. Le pareca que el maestro
exageraba. Cmo podan desaparecer las
-
llamas de los valles cordilleranos? Si
siempre haban estado
all! El seor Rivera desorbitaba el problema.
El ganado es nuestro rezong muy
serio Comelio. Las llamas seguirn
existiendo en este valle. Siempre han estado
aqu.
No estoy de acuerdo con usted,
Comelio. Esos comerciantes no pagan
verdaderamente lo que valen nuestras llamas;
ellos saben que el animalito es novedad en el
extranjero, y mientras sea novedad ser un
buen negocio. Antes de que se acabe la
novedad, ellos acabarn con las llamas del
valle.
Comelio enrojeci de furia contenida,
porque no saba cmo rebatir los argumentos
del seor Rivera. Se levant de la mesa,
indicando con toda claridad que la visita
deba concluir.
Natividad advirti que su marido estaba
seguro de que Chipanita haba ido a la
escuela con el cuento de las llamas, y pens
que, ms larde, Cornelio se las iba a hacer
pagar a su hijo.
-
Anda, hijo dijo en seguida la madre.
Anda a ver el ganado y como si tratara de
calmar a su marido, agreg: Si yo no me
hubiera puesto enferma... Es culpa ma,
Cornelio. Los nios, a veces, se preocupan
demasiado de los problemas de sus padres. No
es as, maestro?
Y fue peor, porque el marido pens que su
mujer trataba de involucrar an ms al seor
Rivera en los asuntos familiares.
El maestro no esper ninguna respuesta de
Cornelio; se levant y se dirigi a la puerta. All
se detuvo.
No quera causarles tantas molestias. Les
ruego que me disculpen. Solamente deseo que
reflexionen, y ha sido muy oportuno que
Chipana me hablara de estas cosas. Los
maestros estamos para preparar a vuestros hijos
para la vida, y la vida nos incumbe a todos, no
slo a los nios que asisten a la escuela.
-
7. La huida Natividad acompa al maestro hasta la puerta. Chipana no se vea por ningn lado.
Cuando se march el seor Rivera, Natividad
cerr la puerta para que la tenue luz del interior
de la casa no se escapara hacia el valle. Lo que
Natividad no podra impedir aquella noche
sera...
-
El valle se llen de sombras. El cielo se aclar
con millones de lucirnagas suspendidas. Una
estrella errante cruz el espacio, dejando una
estela de plata.
En los corrales de Chipana la tranquilidad era
casi completa. Pero el nio estaba muy alterado;
mezclado con el ganado, record las palabras
del seor Rivera y decidi salvar las llamas de la
codicia de los compradores.
Chipana llam a sus perros y con ayuda de
ellos reuni el ganado. Tom su lugar de pastor
y condujo a las llamas hacia las altas montaas.
Cruz el puentecito de madera y piedra. Ms
all del ro Claro, el sendero se hizo estrecho;
-
los animales avanzaron, uno tras el otro,
bordeando quebradas muy profundas. La luna,
que los acompaaba, extenda flecos de plata
delante del pastor y de su ganado. El viento
estaba en calma, y la helada que caa por las
noches se mantuvo suspendida en las puntitas
de las estrellas. Nada amenazaba a Chipana;
las cumbres eran suyas: slo tena que
alcanzarlas.
A medida que el nio avanzaba hacia las
solitarias cimas de la cordillera, el cielo
pareca aproximarse; los astros del universo se
elevaban para no golpear las cabezas de la
comitiva.
Chipana se vio atrapado por la poderosa
atraccin que la cordillera ejerca sobre l. La
linterna de la luna creca y creca
transformando las rocas peligrosas en senderos
abiertos por los que transitaba el ganado. All
arriba el paisaje de montaa era muy distinto
del que se vea desde abajo: la luna se
apoderaba de todo lo que tocaba; Chipana ya
no vea sus pies y crea estar pisando caminos
de ceniza muy brillante. El suelo era blando
como el algodn; en lugar de caminar, se
volaba.
El trayecto hacia las vegas altas de la
montaa result muy largo, pero las bestias no
parecan agotadas.
Cuando llegaron a las cumbres ms altas, el
universo refulga; el cielo estaba tan cerca que
con slo dar unos pasos se poda penetrar en la
cpula fosforescente del cosmos. El vasto
universo invitaba a entrar en el cielo, a llenarse
de luz y resplandor junto a las estrellas.
Chipana se sinti reconfortado: su ganado
estaba a salvo.
-
El pueblo de Chipana se alborot de
inmediato, porque los corrales de Cornelio
amanecieron vacos; hombres, mujeres y
nios se reunieron en el camino pedregoso,
abandonando los trabajos del da. Los nios
no fueron a la escuela, y el seor Rivera tuvo
que subir al poblado para ver qu estaba
ocurriendo.
Los hombres se congregaron frente a la casa
de Cornelio. Berna, Ayaviri y Salvatierra
dejaron de lado su inters individual de vender
ms y ms ganado y fueron a ofrecer a Cornelio
su amistad de siempre.
Si t no tienes animales que vender,
hermano, nosotros tampoco tenemos.
-
Los hombres se ofrecieron voluntariamente
para salir a recorrer todos los valles vecinos,
todas las cimas de todos los montes; estaban
dispuestos a llegar hasta la puerta misma del
cielo para encontrar las llamas de Cornelio.
Las mujeres Berna, Ayaviri y Salvatierra, las
madres, sus hijas, e incluso las hijas de las hijas
Berna, Ayaviri y Salvatierra se quedaron junto a
Natividad para calmar su llanto, que no cesaba.
Se lo han llevado los duendes dijo con
angustia la madre de Chipana.
Los duendes repitieron en voz baja las
mujeres, y apretaron an ms a sus hijos
pequeos entre sus brazos.
Desde tiempos muy remotos, los abuelos de
Chipana, Berna, Ayaviri y Salvatierra contaban
historias de duendes, que bajaban de lo alto de
la montaa envueltos en burbujas de luz. Eran
hombrecitos que se ocultaban en los rincones
oscuros del valle o de las casas. Esos duendes se
deshacan de gusto por los nios pequeos, a
quienes
perseguan en
sus juegos para
ganarse su
amistad y
apoderarse de
sus virtudes.
Cada vez que
conseguan
capturar un
nio, se lo
llevaban al
monte,
correteando,
jugueteando,
haciendo
diabluras; en el
monte le
robaban la
virtud y lo
abandonaban a
su suerte.
-
Cuando los padres de los nios extraviados
conseguan recuperarlos, los encontraban como
dormidos, con los ojos abiertos, pero
convertidos en unos tontuelos, incapaces de atar
un cabo, de sumar dos ms dos y decir cuatro.
Durante mucho tiempo, mientras Chipana fue
pequeo, Natividad estuvo preocupada por los
duendes y se vio obligada a protegerlo.
Entonces a Chipana le gustaba jugar en las
partes sombras de la casa o del valle. Hablaba
con seres que slo existan en su imaginacin
o con sus animales, que casi siempre eran sus
compaeros de juego.
Las mujeres Berna, Ayaviri, Salvatierra y
Natividad crean que a Chipana lo haban
raptado los duendes.
Pero para qu querran los duendes el rebao
de llamas?
Cay la tarde sobre el Vallecito Verde. Las
sombras cubrieron los cerros de violeta,
ocultaron los senderos e hicieron ms profundas
las quebradas y los precipicios. Los hombres
Berna, Ayaviri y Salvatierra, los padres,
hermanos y algunos hijos mayores de los Berna,
Ayaviri y Salvatierra, que se disponan a
colaborar con Cornelio, tuvieron que esperar la
salida de la luna.
Cornelio, por su parte, estaba seguro de que
Chipana se haba marchado a las vegas altas;
recordaba que en ms de una ocasin su hijo lo
haba acompaado a esos lugares conduciendo
el ganado.
Las sombras en el valle se tornaron
impenetrables. Los hombres Berna, Ayaviri y
-
La nostalgia Salvatierra, que acompaaban a Cornelio,
slo vean el tenue resplandor de sus
cigarros encendidos y, de vez en cuando, las
rfagas luminosas de las lucirnagas.
La luna, que descubri todo, no quiso
salir aquella noche; haba que dejar
tranquilo a Chipana en las alturas. El cielo
se puso ms negro que la ms profunda de
las quebradas.
Cornelio y sus acompaantes esperaron
mascando hierbas del monte y fumando en
silencio; tal vez llamaban a la luna con el
pensamiento.
Natividad sufra porque no quera que su
hijo pasara una noche ms en manos de los
duendes; Cornelio sufra pensando que
Chipana no soportara el fro intenso de las
-
nieves eternas.
-
Chipana se sent en el umbral de la puerta del
cielo; all observ todas las estrellas que hay en
el cosmos. Fue como si hubiese soado, como si
hubiese dormido con los ojos abiertos.
Ante los ojos del nio, el universo era el ms
amplio de los lagos, y en esas aguas
profundsimas se reflejaban todas las estrellas
existentes. La comparacin produjo en Chipana
un efecto no esperado: la nostalgia. Como por
encanto, el nio record las aguas del ro Claro
y las estrellas que all se reflejan. Record su
vallecito completo, las terrazas verdes y
frondosas, las aguas calmas del ro Turbio, los
corrales de Cornelio, la casa paterna, la madre
-
junto a la cocina y la mesa, la nica calle del
poblado, los vecinos Berna, Ayaviri y
Salvatierra, sus hijos, sus amigos, sus
compaeros de escuela, el seor Rivera, don
Mximo, el padre Bemardino. Chipana volvi
atrs la mirada, hacia los recuerdos, y vio a su
rebao pastando tranquilo; ms all, los perros
echados, en espera de una orden de su amo. El
nio contempl con sorpresa cmo haba
crecido la lana en los lomos de sus llamas; en
tan poco tiempo, el pelo de las bestias se haba
convertido en largas cabelleras de plata. Lo que
el nio estaba presenciando era algo increble:
como si hubiese transcurrido un siglo. sa era la
realidad, una fantstica realidad. El nio se
pregunt si no estara ocurriendo lo mismo con
l: el pelo bien largo, quiz; se lo toc con las
dos manos. Haba crecido. Tendra tambin su
cabello el color de la plata? Quiso comprobarlo
mirndose en las aguas del
interminable lago que era el cielo. No pudo
verse. No pudo comprobar nada. Se acerc,
entonces, a los ojos de sus animales; all se vio,
pero del color de los ojos de sus llamas o del
color de los ojos del perro.
Dime, amiga llama, es de plata mi cabello,
antes tan negro como tus ojos?
Pero la llama no contest.
Dime, amigo perro, es de plata mi cabello,
antes tan negro como tus ojos?
Y como los ojos del perro son muy claros, el
perro, al igual que la llama, no contest.
Unas estrellitas errantes cayeron sobre la
cabeza del nio y se enredaron en sus cabellos;
Chipana record los suaves dedos de su madre
acariciando su pelo.
Dime, madrecita, es de plata mi cabello,
antes tan negro como tus ojos?
Y los ojos de la madre habran respondido si
se hubieran encontrado all. Las estrellitas
errantes tienen los ojos tan claros como los del
-
perro y los de la llama, de modo que tampoco
respondieron.
La nostalgia se apoder casi de su corazn de
nio; Chipana quiso mirarse en los negros ojos
de su madre para ver all el negro cabello de su
cabeza. Chipana quiso sentir los dulces labios de
su madre en las mejillas acaloradas; quiso tener
los suaves dedos de su madre enredados en su
cabello. El universo invitaba a dar grandes
zancadas por los planetas, pero Chipana sinti
deseos de saltar sobre las piedras del ro Claro.
El nio llam a sus perros y les orden reunir
el ganado; los perros le obedecieron.
No fue tarea fcil para los perros reunir el
rebao. Con sus lomos cargados de pequeos
cometas y asteroides, las llamas se movan muy
despacio. Se poda decir que los animales se
movan con la misma lentitud de los astros en el
espacio. El nio comprob que cualquier plan
que se trazara en el cosmos demoraba mucho
ms de lo que se poda imaginar. Su voluntad de
nio lo impulsaba a correr, saltar, caer, quiz
rodar. La nostalgia, el deseo de encontrarse
nuevamente con su mundo y los suyos fue
creciendo. Para regresar al hogar necesitaba una
paciencia de anciano, pero Chipana, felizmente,
segua siendo un nio.
-
Mientras los hombres Berna, Avaviri y
Salvatierra, que acompaaban a Cornelio,
esperaban la salida de la luna para ir en busca de
Chipana y del rebao, las mujeres del valle, las
mujeres Berna, Ayaviri y Salvatierra
acompaaron a Natividad hasta la casa de don
Mximo. All se respiraba tranquilidad, y
Natividad necesitaba poner su corazn en un
lugar de paz. En casa de don Mximo estaba
lambien el seor Rivera, que no poda estar en
su casa porque la preocupacin por Chipana era
inmensa.
Natividad logr calmar su angustia porque
y el seor Rivera la convencieron
-
de que ningn duende poda haberse llevado a
Chipana.
Si el muchacho ha alcanzado las cimas
ms altas de la cordillera deca don
Mximo ha encontrado la puerta del cielo.
Y si ha encontrado la puerta del cielo,
podremos verlo con mi telescopio. As es que,
manos a la obra.
Natividad pens que si su hijo se encontraba
en algn punto de aquel vasto universo nada
malo poda ocurrirle. Porque don Mximo le
enseaba todas las maravillas del cosmos y del
cielo, en el cosmos y cielo que tena pintados
en el cielo raso de su casa, que, como dije, era
cielo de casa, pero no raso sino inflado.
El seor Rivera pensaba que sus
conocimientos del mundo eran una pequeez
comparados con aquella creacin tan
formidable. Se sinti insignificante ante el
espacio csmico de don Mximo.
Dijo usted algo, maestro? pregunt
don Mximo sin quitar el ojo del telescopio.
Qu podra decir yo, don Mximo?
Ms adelante, cuando regresara a la sencilla
aula de la escuela, cuando sus alumnos
ocuparan nuevamente sus bancos, quiz tendra
valor para hablarles del universo alucinante y
fantstico. Y tendra que hacerlo, sin duda,
porque los chicos no saban nada de Chipana y
esperaban una respuesta.
La noche cruzaba el cielo y cubra con su
manto el firmamento desde que desapareca el
ultimo rayo solar hasta que reapareca el
primero. Las estrellas iban cambiando de sitio.
A la luz de una vela colocada en el ala del
sombrero, el seor Rivera anotaba en un
cuaderno las maravillas que observaba. Los
astros, los planetas, los cometas y tantas otras
luces eternas, que ni es posible nombrarlas,
quedaban registradas en el cuaderno del seor
ri vera.
-
De pronto, don Mximo lanz un grito de
jbilo:
Ah estn!
Claritas, ntidas, figuras talladas en el ms
transparente de los cristales, eran un grupito de
estrellas que formaban una nube plateada con
el perfil de una llama gigantesca.
Esto s que es un verdadero
descubrimiento exclam don Mximo. Es
lo que estaba esperando desde hace tiempo;
por fin mis esfuerzos se han visto premiados.
No es ningn premio, don Mximo. Es la
justa recompensa por su paciencia, por su
perseverancia.
As es, seor Rivera. Creo que la llamar
la constelacin de la Llama. Y tendr que ser
reconocida por todos los astrnomos del
mundo y registrada en los libros de
cosmografa.
De astronoma, don Mximo corrigi el
maestro.
Est all mi hijo? pregunt con
inquietud la madre de Chipana.
Don Mximo se tom tiempo para enfocar
el telescopio con mayor precisin; pero no
encontr al muchachito. Natividad le rog que
buscara el paradero de Chipana. Le recalc que
los animales no importaban nada, que la vida
de su hijo vala ms que todos los rebaos del
universo, incluidos los rebaos de estrellas
llamados constelaciones.
El misterio de la historia de Chipana qued
sumido en la profundidad del cielo; el
muchacho segua perdido en el espacio.
Tampoco el seor Rivera tena respuesta.
Todos pensaron, incluso, que el descubrimiento
de don Mximo era slo lina invencin del
viejo.
Esto es muy extrao dijo al fin el viejo
sabio. El rebao de llamas est ah. Les juro
que no estoy viendo visiones; ustedes mismos
pueden comprobarlo si lo desean. Pero nde
-
puede haberse metido el pastor?
A Natividad le dola el corazn, y volvi a a
don Mximo que buscara a Chipana.
El telescopio escudri el espacio csmico; se
detuvo largamente en la constelacin de la
Llama y el resultado fue el mismo: el nio no
estaba all.
Quiero que mi hijo regrese.
La tranquilidad que el descubrimiento de
don Mximo haba infundido a todos se
desvaneci como por encanto. El viejo sabio no
baj de la cpula, no cerr su techo englobado
ni se meti en la cama para dormir. Natividad
no regres a su hogar, donde Comelio esperaba
la llegada del da para iniciar la bsqueda de
Chipana en las vegas altas de la cordillera.
Fue la noche ms larga de todas las noches
que se recordaban en el valle. El tiempo se
detuvo; la constelacin de la Llama se hizo
visible para todos; incluso los animales
parecan verla, pues levantaban sus cabezas
hacia el cielo como si el instinto les indicara
que all arriba vivan sus hermanos, esos que
una noche se fueron siguiendo a Chipana.
Fue entonces cuando el seor Rivera record la
leyenda de las constelaciones:
Los animales, huyendo de sus cazadores,
subieron al ms alto de los montes; as
descubrieron la ms alta de las alturas y
penetraron en el cielo. Y se quedaron all para
siempre, transformados en animales eternos,
luminosos y no expuestos a ningn peligro.
Durante el da el sol los protega de la
codicia de los cazadores; por la noche,
acompaados de la luna, los animales pastaban
en paz.
-
Chipana era un nio de luz. Desde muy pequeo
se haba aficionado a las maravillosas perlas que
brillaban en el cielo. Por eso, no se inquiet
demasiado cuando se le cubri de hielo el
pasamontaas y su rostro brill completamente
iluminado.
Sentado en la cumbre de la montaa, con el
Vallecito Verde a sus pies, el nio senta cada
ve/, ms nostalgia.
Sbitamente se levant y comenz a
descender cruzando nubes fosforescentes; detrs
de l iban los perros y el ganado. Bajaban
despacio por las crestas de las rocas, como si
temieran trizar los cristales que llevaban sobre
los lomos.
-
Chipana y sus animales parecan terrones de
azcar deslizndose por los senderos de la
montaa. En un abrir y cerrar de ojos estaran
muy cerca de las primeras casas del pueblo.
La primera en descubrirlos fue una de las
hermanas Salvatierra. Sobre la cima de una
pronunciada loma estaba el pastor de cristal con
su rebao de llamas. La muchacha vio con
sorpresa cmo descendan lentamente de la
colina aquellas lucecitas de plata. En un dos por
tres comunic el suceso a sus hermanos y
hermanas, y stos, a su vez, tambin en un dos
por tres, se encargaron de llevar la noticia a las
familias Berna, Ayaviri y Chipana. Los vecinos
se asombraron.
No era la primera vez que caan en el valle
luces del cielo, luces que rebotaban en las rocas,
se deslizaban por la superficie de las aguas, se
quedaban suspendidas sobre las quebradas y los
precipicios o se dedicaban a husmear en el
interior de las casas.
Muy pronto se descubri que Chipana bajaba
con el resplandor, que descenda a brincos,
saltos y carreritas. Entonces Natividad estuvo
segura de que su hijo regresaba, de que los
duendes lo haban capturado y lo devolvan al
valle. La madre se alegr y asust al mismo
tiempo: ella conoca muy bien las leyendas
aquellas y saba que su hijo ya no sera el
mismo. Corri a la cima de la colina para recibir
a Chipanita; detrs iban las vecinas Berna,
Ayaviri y Salvatierra.
La madre encontr al nio luminoso en los
cerros; estaba detenido ante un muro de nubes
azules que entraban suavemente por el ro
Turbio. El rostro reluciente de Chipana pareca
diluido en una gota de escarcha, transparente
i orno una luna con forma de hostia gigante,
l istaba rodeado de todos sus animales, perros y
llamas, ms sanos y bellos que antes; de sus
-
lomos colgaban cascadas de lana, reluciente,
pura porque provena de las mismas estrellas.
Casi nadie poda creerlo; sin embargo, era muy
cierto.
Natividad y Cornelio caminaron
trabajosamente y, tropezando y dndose golpes
en el cuerpo, llegaron hasta Chipana para
abrazarlo y rescatarlo de las manos luminosas
que lo haban atrapado una noche en la
oscuridad de los corrales. Mil veces bes la
madre al hijo; mil veces acarici el padre al hijo
con sus rudas manos. Natividad estaba loca de
contenta; Cornelio lloraba de alegra. Despus
de todo, el nio pareca tan normal como
cualquiera de los muchachos del pueblo. Pero no
deca ni una sola palabra. El silencio del nio y
el fro se hicieron penetrantes. Cornelio se quit
la manta y rode con ella el cuerpo de su hijo.
Luego, lo levant en brazos y carg con l
colina abajo. El ganado y los perros siguieron a
sus amos.
Natividad no se consolaba: Chipana no
hablaba. Baj llorosa, mientras las vecinas ya
empezaban a comentar que el duende le haba
robado la virtud al nio Chipana.
Los hombres guardaron silencio y ayudaron a
conducir el ganado hasta los corrales de
Cornelio.
Don Mximo y el seor Rivera se acercaron a
casa de Chipana. All estaba ya el padre
Bemardino, rezando junto al nio.
Deberamos llamar al mdico susurr el
maestro.
Entonces reaccion Chipana, reconociendo la
voz de su maestro. El entusiasmo de Chipana
fue mayor al or a don Mximo que deca:
Los astros de mi universo tambin parecen
inalterables, pero es un engao.
-
Chipana pestae dos veces y se qued
rxlasiado observando al viejo; algo deba de U
ner don Mximo cuando era capaz de suscitar
tanto inters en el nio: consigui despertarlo.
Quieres venir a ver mis estrellas,
Chipanita?
El nio se separ de sus padres y se colg de
la mano abierta de don Mximo. Se marcharon a
la imponente cpula que diriga todas las noches
su abierto techo hacia el abierto cielo.
Desconsolada an, la madre de Chipana quiso
retener al hijo; el seor Rivera y el padre
Bernardino se lo impidieron.
Djelo usted, Natividad. La compaa de
don Mximo le har bien.
Los vecinos Berna, Ayaviri y Salvatierra
rodearon amistosamente a Cornelio.
Qu pasa ahora con tus animales,
Cornelio?
No quieres que les quitemos el hielo de la
lana?
Hemos juntado a los descarriados en tus
corrales.
Muy seguro, Cornelio respondi as:
Qu me importa el ganado? Lo que quiero
es que mi hijo recupere la luz que le han robado.
Y se march tras Chipana, que en ese
momento entraba en casa de don Mximo.
12. Las sabias palabras de Chipana
Con el amanecer lleg la calma al valle, y
cuando el sol cubra los pastos con su
temperatura y el ganado cubra los pastos con
-
sus lanas y cuellos largos, aparecieron otra vez
los compradores de llamas. Estacionaron sus
vehculos en la calle principal y se dispusieron a
llamar a las puertas de los vecinos Berna,
Ayaviri, Salvatierra y Chipana para negociar.
Los vecinos del valle guardaron silencio, con la
actitud dura del hierro y del acero, con el
carcter fiero. Los comerciantes quisieron
comprar, y los vecinos del lugar no vendieron.
Si Cornelio no tiene ganas de vender,
ninguno de nosotros vende dijeron los
vecinos Berna, Ayaviri y Salvatierra.
Hasta que Cornelio recupere el nimo, hasta
que el hijo de Cornelio recobre el habla, hasta
que la vida en el valle se tome cotidiana. Nadie
quiso hablar de dinero. Los compradores
tuvieron que regresar a la ciudad con sus jeeps y
sus camionetas vacos, porque ningn vecino en
-
el valle les vendi ni uno solo de sus animalitos.
Si Chipana pierde el habla, todos sus
amigos la perderemos dijeron los nios
Berna, Ayaviri y Salvatierra, negndose a decir
una palabra.
De este modo, un gran silencio se apoder del
valle. Slo el viento ululaba por las quebradas;
slo el batir de alas del cndor hablaba en las
laderas; slo las piedras tartamudeaban al caer
del monte a las aguas del Turbio y del Claro.
Slo ellos. Pero tales
plticas no bastaban para las casas; menos
bastaban para la escuela; menos bastaban para la
iglesia. El seor Rivera no quiso ensear a nios
que no podan responder, ni decir, ni rer, ni
equivocar, ni acertar nada. Los padres Berna,
Ayaviri y Salvatierra tampoco queran hijos que
no pudieran gritar, ni chillar, ni maldecir, ni
bendecir, ni cuchichear, ni bromear en la mesa.
El sacerdote Bernardino para qu necesitaba
nios que no podan cantar, ni orar en alta voz,
ni pedir perdn en el confesionario?
Don Mximo se haba metido en la cama y
dorma casi como un recin nacido. No se haba
ocupado de cubrir el telescopio con un pao
negro. La luz del da se introdujo en el tubo
vaco de estrellas y se convirti en un chorro
clido y luminoso que cay sobre la silenciosa
cabeza del nio Chipana. Entonces, el nio de
luz escuch el rumor del silencio en el valle.
-
Y los pensamientos de Chipana cobraron
voz: Es posible que mi silencio tenga al
valle mudo como una piedra?
Chipana abandon la casa de don Mximo
y se dirigi a los corrales de su padre; iba a
reunirse con el ganado. Todos sus amigos lo
acompaaron hasta los corrales; tambin lo
siguieron los vecinos, los Berna, los Ayaviri,
los Salvatierra; tambin iban sus padres,
Cornelio y Natividad; tambin iban el seor
Rivera y el padre Bemardino. Y ocurri lo que
todo el valle esperaba: en el centro de sus
llamas, con el sol a plomo sobre los lomos
plateados, Chipana rompi el silencio, ech
fuera el habla, emiti algo parecido a un
murmullo de asombro:
Si lo deseamos, si nos ponemos de
acuerdo, si nos aconsejamos y dejamos
aconsejar por los que saben ms, es posible
que nunca ms perdamos nuestros animales.
A partir de entonces, los habitantes del valle
rompieron el silencio y discutieron, y se
aconsejaron y se dejaron aconsejar. Los nios
Berna, Ayaviri y Salvatierra corrieron junto a
Chipana y lo abrazaron y le hablaron y le
hicieron rer, y gritaron y chillaron tanto que
el cndor en lo alto tuvo que detener su vuelo,
y el viento guard silencio en lo alto y en lo
bajo.
Cornelio abraz a su hijo.
Nio, te has hecho hombre antes de
tiempo.
Pero Chipana segua siendo nio. Natividad
lo arrull en sus brazos de madre, y el chico
brinc como cualquier nio que brinca. Y
Chipana regres a la escuela, a los juegos con
sus amigos. Sin miedo. Cornelio se preocup
mucho de sus animalitos, y su mujer se dedic
a tejer kilos y kilos de lana con el pelaje que
los vecinos del valle sacaron de los lomos
plateados de las llamas que regresaron de las
estrellas.
-
Don Mximo sigue mirando al cielo; el
seor Rivera sigue estudiando sus notas y los
nuevos libros que recibe del Ministerio de
Educacin Pblica, pues espera encontrar en
ellos el descubrimiento de don Mximo, la
constelacin de la Llama. Por su parte, el padre
Bemardino sigue diciendo en su sermn
dominical que la fe es capaz de mover
-
montaas.
-
Indice
1. ............................................................................. -
El Vallecito Verde ........................................................ 5
2. - .......................................... Las llamas de Chipana
13
3. - ........... Don Mximo, el nico astrnomo del valle
21
4. - El seor Ri vera ..................................................... 29
5. - ................................................ Un viejo peridico
39
6. - ........................... El seor Rivera visita a Cornelio
47
7. - ............................................................... La huida
-
57
8. - .......................................... Un amanecer diferente
63
9. - .......................................................... La nostalgia
71
10. - ........................ El descubrimiento de Don Mximo
79
11. - .............................................................. El regreso
89
12. - .............................. Las sabias palabras de Chipana
99