chipana

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  • Chipana Vctor Carvajal

    Ediciones Sol y Luna Libros

  • 1. El Vallecito Verde

    Del texto: Vctor Carvajal, 2004 De las

    ilustraciones: Catalina Guevara, 2004 De la

    diagramacin: Loreto Espinoza, 2004 De la

    edicin: Patricia Alvarez Daz Ediciones Sol y

    Luna Libros Los Espinos 3064-A

    Macul - Fono/Fax: 313 06 10 / 238 83 65

    www.solylunalibros.cl E-mail:

    [email protected] Santiago Chile

    Cuidado de la Edicin: Paulo Carvajal A.

    Segunda Edicin - abril de 2006 Inscripcin

    N 139.128 ISBN 956-7713-15-4

    Impreso en Andros Impreso en Chile

    Todos los derechos reservados. Prohibida la reproduccin total o parcial de esta

    obra, por cualquier medio, sin permiso escrito del editor.

  • El Vallecito Verde est rodeado de cerros muy

    altos y es una de las regiones ms cristalinas del

    planeta. El cielo est al alcance de todos: las

    estrellas se podran tocar con la punta de los

    dedos. Es lo que hace el nio Chipana cuando,

    de bruces junto a la ribera del ro, observa las

    estrellas repetidas sobre las aguas y las sacude

    con la mano. Esto puede hacerlo Chipana

    solamente en el ro Claro, porque en el ro

    Turbio no hay ninguna estrella que se refleje,

    pues sus aguas son muy oscuras.

    Hace mucho tiempo, los cerros se peleaban

    entre ellos, lanzndose pedradas. Eran

    verdaderos volcanes en erupcin que definan

    quin sera el ms poderoso del ao. Se

    arrojaban fuego, lava y lodo por los boquerones

    de sus picos nevados; los proyectiles encendidos

    iban a caer a las aguas de los ros. As quiso la

    suerte que uno de estos ros recibiera ms

    piedras que el otro, y sus aguas se enturbiaran

    tanto que los asustados habitantes del vallecito lo

    bautizaron como el ro Turbio.

    El Vallecito Verde permite que los hombres

    lleguen a viejos y que las mujeres vean crecer a

    sus nietos. Los habitantes del valle son gente

    sencilla. Son familias que se renen para las

    grandes fiestas; hacen comentarios alegres en

    torno a las comidas y tambin, de cuando en

    cuando, alguna desgracia los entristece. Son

    solidarios y bondadosos; tienen buen corazn

    porque caminan muy despacio y llegan siempre

    a donde van. Su vida transcurre sin sobresaltos,

    sin miedos. Ninguno de ellos grita de rabia,

    ninguno de ellos vocifera ofendido.

    Despus del trabajo, los hombres se renen a

    jugar al domin en casa de Chipana, o de

    Salvatierra, o de Berna, o de Ayaviri. All se

    comentan los principales hechos acaecidos en el

    pueblo.

    Los chicos juegan en las laderas, junto a los

  • ros, en la nica calle del casero. La nica calle

    o camino tiene dos puntas, como todos los

    caminos solitarios; porque los que se encuentran

    o se cruzan, sos tienen ms. Las dos puntas del

    camino de Chipana son: la de ms abajo, que

    une al pueblo con el resto del mundo, y la de

    ms arriba, que sigue hacia lo alto de los cerros

    y dicen que comunica con el cielo.

    Los chicos del pueblo respetan mucho el

    trabajo de sus padres; jams destruyen un

    sembrado, porque saben que exige mucho

    esfuerzo. Colaboran, adems, en las siembras y

    las cosechas.

    En el pueblo de Chipana, las labores agrcolas

    no son sencillas. Las aprendieron de los incas,

    pueblo muy antiguo que vino del Per y que

    saba construir terrazas en las laderas de los

    montes, porque los valles all estaban rodeados

    de cerros y eran muy pequeos.

    En las terrazas preparan la tierra de cultivo y,

    con poca agua y mucha paciencia, logran que

    crezcan las plantas. As, los montes parecen

    escalinatas de verde; en cada peldao, largo y

    ancho, hay un huerto, rodeado de piedras.

    Los nios van a la nica escuela del valle,

    donde ensea el nico maestro: el seor Rivera.

    Es forastero, pues vino de Vicua. Vicua es

    una ciudad bonita, que est ms cerca de la costa

    y ms lejos de los cerros de la cordillera. En esa

    ciudad han nacido muchos poetas, muchos

    soadores, que son tan locos como don Mximo,

    el astrnomo del pueblo.

    Las mujeres del valle, cuando no estn cuidando

    de sus hijos, estn siempre ocupadas con la lana

    de las llamas: la ablandan y adelgazan con sus

    manos hasta convertirla en hilo para tejer

    gonitos de montaa, bufandas, calcetas y

    mantas.

    Las madres cargan a sus hijos pequeos, no

    en los brazos como hacen todas las madres del

  • mundo, sino en sus espaldas; los llevan

    envueltos en amplios y coloridos mantos que se

    amarran al cuerpo. Se protegen del aire helado

    de las tardes y del sol ardiente de las maanas

    con sombreros de fieltro, muy parecidos a los

    que usan nuestros abuelos cuando pasean por las

    ciudades o cuando alimentan palomas en las

    plazas.

    Las casas y la nica iglesia del casero estn

    construidas con piedras y barro; tienen techos de

    paja y ventanitas pequeas, porque sus

    moradores no acostumbran a contemplar el

    paisaje desde el interior de las casas.

  • 2. Las llamas de Chipana Pero lo que s contemplan y veneran en el interior de sus casas son las imgenes de

    vrgenes y santos de barro, regiamente

    pintados. La nica virgen de la capilla es

    majestuosa: tiene cabellos humanos, y tal brillo

    en los ojos que parecen vivos. Una vez al ao,

    la virgen es sacada de la iglesia y llevada por la

    nica calle del pueblo: le cantan y le bailan,

    porque ella est de fiesta.

  • EL pueblo de Chipana se dedica tambin al

    cuidado del ganado. Las llamas son animales

    domsticos y de carga. Las usan para llevar los

    productos cosechados o tejidos, que se venden

    en los mercados de pueblos ms grandes.

    Tambin las usan para transportar las

    mercaderas que han comprado.

    Las llamas dan mucha lana y, adems, carne;

    la carne de llama se come con deleite, porque es

    muy seca, sabrosa y sana.

    Chipana adora sus animales: los vigila, los

    gua a travs de los pastos, los cuida y alimenta,

    cada vez que se siente liberado de sus deberes

    escolares.

  • Chipana sale al valle con su ganado, seguido

    de sus perros fieles, que ordenan y corretean a

    las llamas, para llevarlas a las vegas, junto a

    los ros Turbio y Claro. En esas vegas se juntan

    los nios Berna, Ayaviri, Salvatierra y

    Chipana, cada uno con su rebao. All se

    juntan los rebaos, que se distinguen por las

    lanitas de colores que las madres tejen para

    marcar sus animales. As, el color de Chipana

    es el verde, amarillo el de Berna, azul el de

    Ayaviri y violeta el de Salvatierra. Los nios

    dejan que sus animales coman y beban en paz;

    los perros corretean, y los chicos hacen sus

    juegos habituales. Otras veces se renen en

    crculo y conversan; tocan sus flautas y cantan.

    Es hermoso verlos compartir los pastos y las

    aguas, porque el valle es de todos.

    Los animales y el cultivo de las terrazas son

    la nica riqueza que poseen los vecinos del

    valle.

    Por eso, cuando comenzaron a llegar los

    forasteros que compran animales, cambi la

    vida entre los vecinos del pueblo.

    Comelio, que es el padre de Chipana, mir

    con desconfianza a los forasteros que llegaban

    de las ciudades grandes. El siempre se haba

    resistido a deshacerse de sus animales. Al igual

    que l, el padre de Berna, el de Ayaviri y el de

    Salvatierra tampoco deseaban vender ni una

    sola de sus llamas.

    Los compradores ofrecieron mucho ms

    dinero del que se consigue en el mercado. Se

    reunieron Chipana, Berna, Ayaviri y

    Salvatierra, se reunieron los jefes de familia

    para deliberar y decidir. No saban qu

    determinacin tomar, y los compradores no se

    marchaban. Los forasteros queran regresar a la

    ciudad con sus camionetas y jeeps cargados de

    llamas.

  • Entonces ocurri algo que Cornelio no

    esperaba: Natividad, su esposa, Natividad,

    madre de Chipana hijo, enferm de gravedad.

    Corrieron las vecinas Berna, Ayaviri y

    Salvatierra a ofrecer sus cuidados a Natividad

    Chipana; slo sirvieron de alivio. Las hierbas

    medicinales tampoco pudieron sanarla.

    Entonces llamaron al padre Bernardino,

    sacerdote solitario de la iglesia del pueblo; el

    padre Bernardino les aconsej que llamaran a

    un mdico.

    Natividad necesitaba con urgencia unas

    inyecciones para detener una infeccin que

    avanzaba con rapidez; el padre Bernardino lo

    not por la fiebre alta que presentaba la

    enferma. Natividad pasaba el da y la noche sin

    probar bocado, sin hablar con nadie.

    El doctor lleg al Vallecito Verde y seal

    los medicamentos despus de ver a la enferma;

    haba que comprarlos en el pueblo ms cercano

    que tuviera una farmacia. Comenzaban los

    gastos; el mdico pas la cuenta y ofreci su

    auto para llevar a Cornelio hasta el pueblo

    grande. Comelio Chipana parti con el doctor

    y regres ocho horas despus con los remedios

    para su mujer. La familia Chipana se quedaba

    sin ahorros; la enfermedad de Natividad los

    consuma.

    Los compradores esperaron, y Comelio tuvo

    que ceder a las ofertas tentadoras de los

    forasteros: vendi sus llamas ms hermosas y

    sanas.

    Inmediatamente se reunieron en consejo las

    familias del valle. Si Comelio venda, tambin

    podan hacerlo Berna, Ayaviri y Salvatierra.

    Los compradores sonrieron y aumentaron las

    ofertas, al mismo tiempo que se mostraron ms

    exigentes al escoger los animales. Berna quiso

    ganar lo mismo que Comelio Chipana; Ayaviri

  • quiso ganar lo mismo que Berna; Salvatierra

    quiso ganar lo mismo o ms que Berna,

    Chipana y Ayaviri. As comenzaron las

    familias del valle a perder sus llamas,

    empezando por las ms bellas.

    3. Don Mximo, el nico

    astrnomo del valle

  • Natividad mejor, y Chipana crey que todo lo

    malo haba pasado. El nio Chipana poda salir

    nuevamente al valle con sus animalitos; poda

    admirar nuevamente las blancas nubes que

    navegan muy bajas, poda acariciarlas y sentir el

    calorcito del sol que nace de las cimas de la

    cordillera.

    Para el nio, el da que mejor su madre fue

    un da de fiesta. La desagradable fiebre de

    Natividad se haba marchado, camino abajo. Se

    tranquiliz el corazn de la madre, se

    tranquilizaron las aguas del arroyo, tomndose

    azules como el cielo.

    Chipana poda ir todos los das a la escuela y

    pasar a curiosear a la casa de don Mximo,

  • tan extraa, tan diferente de las otras casas del

    valle.

    Por ejemplo, el techo de la casa de don

    Mximo es muy alto; adems, no tiene forma de

    techo, sino que es como una bola enorme, como

    un volcn inflado. En la parte superior hay un

    gran orificio, como la boca de una chimenea,

    pero que no es chimenea, puesto que don

    Mximo necesita el cielo muy limpio y no se va

    a poner a echar humo para ensuciarlo. Bien. Por

    ese orificio saca don Mximo su telescopio y lo

    dirige a las estrellas. Y como don Mximo es

    muy aficionado a ellas, las ha pintado en el cielo

    raso de su casa; as, su casa tiene un cielo debajo

    del techo, que no es raso sino inflado,

    englobado, convexo. Y en ese cielo propio, don

    Mximo ha pintado todas las estrellas que ha

    visto con su telescopio. Y esas estrellas son lo

    ms maravilloso que ha visto Chipana en toda

  • su vida.

  • Don Mximo construy as su casa despus

    de ver por casualidad, en una vieja revista, el

    modo de construir un observatorio

    astronmico en la casa de cualquier hijo de

    vecino. La revista enseaba, adems, a

    construir un telescopio. Don Mximo no ha

    sido nunca astrnomo, pero siempre le han

    gustado las estrellas. Y como tena bastante

    tiempo para el ocio, se hizo con varios tubos

    de metal y sac cristales del ro Turbio, quiero

    decir, piedras volcnicas que las aguas del ro

    se haban encargado de pulir durante muchos

    aos. Sin ser un experto, don Mximo

    consigui pulir an ms los cristales, hasta

    darles el espesor adecuado. Puso los cristales

    pulidos dentro del tubo, y todas las noches

    contempla las estrellas a travs de l.

    En su primer da de escuela, despus de la

    enfermedad de Natividad, el nio Chipana se

    acerc a la ventana de don Mximo y vio

    cmo

    el viejo terminaba su labor con las estrellas y

    se dispona a dormir. Porque este aficionado al

    universo, para observar bien los astros y

    planetas, haba hecho de la noche su da, y del

    da de todos, su propia noche.

    Es maravilloso observar las estrellas le

    deca siempre don Mximo al asombrado

    Chipana.

    De verdad que puede ver el cielo con

    eso? pregunt el nio Chipana, con los ojos

    llorosos de admiracin.

    Y don Mximo deba hacerlo con mucha

    atencin, porque cada tarde, al despertar,

    copiaba fielmente en el techo raso de su casa

    todo lo que haba visto en el cielo. Y como el

    cielo es inmenso, la nica diversin del viejo

    pareca no terminar nunca. Pero a don Mximo

    no le preocupaba demasiado, porque cuando se

    tiene verdadero entusiasmo por algo el tiempo

  • no importa y el cansancio o aburrimiento es

    pequeo, por muy grande que sea la tarea.

  • 4. El seor Rivera Y hablando de tarea, Chipana se acord de la escuela y se apart de un brinco de la

    ventana, para salir corriendo camino abajo: si

    no se apresuraba, llegara tarde a la escuela.

    Y a Chipana no le gustaba que el seor

    Rivera le regaara.

  • El seor Rivera explic los nombres de los

    nmeros y los apunt en la pizarra, acompaado

    de un cntico ordenado y paciente:

    El trescientos cincuenta, el

    trescientos cincuenta y uno, el

    trescientos cincuenta y dos.

    Nios, id copindolos.

    Los nmeros y las palabras del maestro de

    escuela eran igualitos que las estrellas de don

    Mximo: se iban juntando, dibujando, y reciban

    apodos y nombres, para distinguirlos de otros.

    Del mismo modo se juntaban y se dibujaban

    en el valle las llamas de Chipana; aunque no

    llevaran apodos ni nombres, se diferenciaban

  • perfectamente de las llamas de Berna, Ayaviri

    o Salvatierra. El seor Rivera distingua a sus

    alumnos, los llamaba por sus nombres; don

    Mximo conoca muy bien sus estrellas, las

    llamaba por sus nombres; Chipana reconoca sus

    animalitos, aunque no tenan apodos ni nombres.

    El seor Rivera se detuvo junto al puesto de

    Chipana y observ el cuaderno del nio.

    Por qu no sigues la cuenta hasta el final?

    quiso saber el maestro.

    Chipana se sinti sorprendido en sus

    ensoaciones; no tuvo respuesta para su profesor.

    Slo acert a volver su rostro hacia el maestro,

    pidindole disculpas con la mirada.

    Anotaste hasta el nmero trescientos

    cincuenta y dos, mientras todos tus compaeros

    han seguido adelante le llam la atencin.

    Y continu: En lugar de eso, has dibujado un

    precioso rebao de llamas en tu cuaderno.

    Tienes alguna explicacin?

    El nio se levant de su asiento, en seal de

    respeto; cruz las manos sobre la mesa y se

    dispuso a responder. Sus compaeros le miraban,

    entre cuchicheos y sonrisas que ponan rojas las

    mejillas amanzanadas de Chipana. El nio se

    arm de valor y habl:

    - Mi padre no tiene tantas llamas en su rebao,

    seor.

    El maestro lo mir en silencio; consideraba en

    toda su magnitud la respuesta de Chipana: el nio

    vea una relacin estrecha entre su mundo

    cotidiano y lo que aprenda con el seor Rivera.

    - Lo s, Chipana. Ninguno de los vecinos de

    este valle tiene tantas llamas en su rebao. Pero

    debemos conocer las cifras, aunque nos parezcan

    inmensas.

    - Yo quisiera que mi padre tuviera muchas

    llamas, tantas como estrellas tiene don Mximo

    en su cielo.

    - Claro que s, Chipana. Algn da Cornelio

  • puede llegar a poseer todos los animales que

    quiera. Pero volvamos a tu cuaderno. Completa

    las cifras que te faltan. As tus conocimientos

    sern ms completos y podrs ayudar mejor a tu

    padre, porque sabrs exactamente la cantidad de

    animales que tiene su rebao.

    Sin esperar ms respuesta, el maestro continu

    revisando los cuadernos del resto de sus alumnos;

    corrigi varias faltas, hasta que son la campana

    dando fin al da de clases.

    Entre gritos, carreritas, empellones y risas

    espontneas, los nios se dispersaron en las dos

    direcciones del camino: eran como los alegres

    granos amarillitos del maz, esparcidos por el

    viento.

    Chipana fue el nico que se qued frente a la

    puerta de la escuela. Esper al seor Rivera hasta

    que sali del edificio de barro pintado de cal.

    El sol estaba en el centro mismo del cielo, y

    sus rayos caan con fuerza sobre la tierra. El

    maestro no se sorprendi al ver al nio que le

    esperaba; todos sus alumnos lo hacan siempre

    que estaban preocupados por algn problema.

    Chipana y el maestro caminaron un largo

    trecho sin hablar; sus cabezas ardan, casi

    aturdidas las mentes.

    Un cndor planeaba frente a un altar

    majestuoso de la cordillera: la catedral de la

    montaa donde el viento es el nico sacerdote que

    puede elevar la voz.

    No quiero que mi padre venda las llamas

    rompi el silencio Chipana. Hay cosas que faltan en tu casa?

    Muchas, me parece.

    Azcar, harina, aceite de comer, utensilios,

    herramientas enumer largamente el maestro

    . Recuerdas la enfermedad de tu madre?

    El recuerdo del sufrimiento de Natividad llen

    de tristeza los ojos del nio. Chipana no

    respondi. El seor Rivera s que saba preguntar;

  • ante los problemas difciles era mejor esperar que

    el mismo maestro los resolviera.

    Comprenders que en este mundo hay que

    pagar por todo. Y los padres se esfuerzan por

    conseguir lo necesario para su familia. Nadie se

    deshace fcilmente de lo que ha criado con amor

    y sacrificio.

    Chipana, Berna, Ayaviri, Salvatierra y muchos

    otros nios pertenecan al rebao de la escuela;

    algn da terminaran sus estudios, y el maestro se

    quedara solo y tendra que formar un nuevo

    rebao. Eso haba que entenderlo.

    El camino hasta la casa de los Chipana se hizo

    muy corto. Al llegar, el nio y su maestro

    descubrieron varios jeeps y camionetas

    estacionados muy cerca de los corrales de

    Comelio.

    El nio se apart del seor Rivera, cruz los

    cercos y se mezcl con el ganado.

    Prometiste que no venderas, pap grit.

    Pagan muy bien, hijo. Y si yo no vendo, lo

    harn los otros vecinos. Ya se han llevado bastantes. Para qu

    quieren ms?

    Se las llevan al extranjero. Las venden

    como mascotas, como animalitos de compaa.

    Chipana no quiso seguir escuchando. Entr

    en la casa y fue a buscar a su madre, con los

    ojos llenos de lgrimas. Aquellos hombres

    estruendosos, bien vestidos, de grandes

    ademanes, dueos de cuanto abarcaba su

    mirada, despertaban en el interior del nio un

    profundo sentimiento de rebelda: no poda

    permanecer manso como sus animales.

    El seor Rivera comprendi que algo grave

    estaba sucediendo en el valle.

  • Don Mximo, qu es el extranjero?

    Por primera vez, el nio le mir fijamente a

    los ojos. El viejo acababa de desayunar; eran

    exactamente las siete de la tarde. Don Mximo

    se pas la mano por los labios y cayeron al piso

    algunas migas de pan; trep a la mesa y le

    seal a Chipana un punto dibujado de amarillo

    en el cielo raso, que era de un azul muy suave,

    casi transparente.

    Mira, Chipanita dijo el viejo.

    Nosotros estamos aqu. Debajito de este grupo

    ilc estrellas, llamado Cruz del Sur, est nuestro

    territorio: Turi, Parinacota, Toconce, Colana,

    volcn San Pedro, volcn San Pablo, Ojos de

  • San Pedro, el lago, y las vegas de Inacaliri, la

    de Turi y el ro Salado. Extranjero es lo que

    est ms all de nuestras fronteras.

    El nio se qued atrapado, con la vista

    perdida entre las innumerables estrellas del

    cielo de don Mximo; trataba de imaginar

    cmo podan llevar sus llamas tan lejos sin

    cansarlas, sin agotarlas, sin matarlas de

    esfuerzo y sufrimiento. En el extranjero se

    sentiran extraas y solitarias, sin su pastor,

    sin su dueo; seguramente enfermaran como

    mam Natividad y nadie se preocupara de

    atenderlas.

    Cmo va el universo? haba llegado

    el seor Rivera.

    Maravilloso! respondi el viejo.

    Pase, adelante seor Rivera. Est en su casa.

    Chipana no quiso perder ms tiempo;

    aprovechando la presencia del maestro,

    intent averiguar en qu parte del extranjero

    estaban sus llamas. El seor Rivera siempre

    tena

    respuesta para todo; pero en este caso, al

    parecer, no la tena. Los rostros del maestro y

    del viejo se tomaron serios, muy serios.

    Oye, nos pones en un aprieto tron

    don Mximo.

    Tratemos de averiguarlo alent el

    seor Rivera.

    Cmo? En los zoolgicos del mundo?

    Don Mximo trataba de encontrar la

    solucin: pasearse por el mundo con su

    telescopio para verlo detenidamente. Pero su

    telescopio no le serva; poda pasearse a

    travs de las estrellas, que estn a millones de

    kilmetros de distancia, pero no poda

    observar el zoolgico ms cercano.

    Chipana se estremeci al pensar en los

    intiles zoolgicos; el seor Rivera les haba

    hablado de ellos en la escuela.

    Pero all slo hay animales salvajes. Se

  • comeran todas mis llamas

    No se comern a ninguna, Chipana se

    apresur a responder don Mximo. No

    tienen necesidad. Los alimentan muy bien y

    no acostumbran a comerse unos a otros.

    Necesito un peridico exclam

    jubiloso el maestro.

    Seor Rivera, usted sabe que a nuestro

    valle no llega ningn peridico.

    Usted debe de tener alguno, don

    Mximo insisti el maestro.

    En efecto, el viejo guardaba un peridico

    del ao anterior; lo haba llevado un gringo

    cuando el valle se llen de turistas que

    acudan para observar ms de cerca el famoso

    cometa Halley. Don Mximo lo sac del

    nico estante que haba en la casa y que

    serva para guardar todo.

    Y qu espera usted encontrar ah?

    Noticias le respondi tranquilamente

    al viejo.

    Es un diario muy viejo, seor Rivera.

    A veces traen noticias que son anticipo

    de un hecho que se producir ms tarde.

    Ocurre con frecuencia en los asuntos

    econmicos, financieros, diplomticos,

    blicos, y aqu est lo que buscamos.

    Don Mximo no llegaba a comprender, y

    ('hipana se limitaba a escuchar al maestro con

    el mismo silencio y expectacin que se

    produca

    En la escuela cada vez que el seor Rivera

    enseaba cosas entretenidas.

    El maestro ley la noticia o anticipo de not

    icia. Vena de Nueva York y explicaba cmo

    en esa ciudad lejana y desconocida un grupo

    Importante de comerciantes se preparaba para

    comprar llamas y otros animales tpicos del

    altiplano sudamericano. Estos animalitos no

  • Heran vendidos a los zoolgicos, sino a

    personas que desearan tenerlos en los jardines

    de sus us, como mascotas, tal como se

    tiene un

  • perro, un gato, un ganso, un pato, una liebre o

    una tortuga.

    Ahora lo veo muy claro concluy el

    seor Rivera. Estos animalitos son un buen

    negocio. Pero si el negocio contina adelante,

    sin ningn control de nuestra parte, ser una

    prdida muy grande para el valle.

    Las palabras del profesor sonaron muy

    hondo en la conciencia del nio y le causaron

    tanta impresin que se qued sin habla.

  • Ai atardecer del da siguiente, el seor Rivera

    se present en casa de los Chipana. Comelio le

    ofreci asiento con mucho respeto y

    consideracin.

    Seguro que no ha comido, seor se

    apresur a atenderlo Natividad.

    Y le ofreci un plato de sopa caliente. Se

    notaba que Natividad y Cornelio se sentan muy

    complacidos con la visita del maestro.

    Chipana estaba sentado en una esquina de l.i

    mesa, detrs de un humeante plato de sopa ile

    granos y de un trozo de pan amarillo, horneado

    por su propia madre.

    Qu lo trae por aqu, maestro?

  • pregunt,

    inquieto, Cornelio. Alguna queja del

    muchacho? y sonri, porque estaba

    seguro de que no era eso lo que pasaba.

    Comelio no mir a su hijo; Chipana baj la

    cabeza y hundi la mirada en la sopa.

    Chipana es un buen alumno, Cornelio.

    Usted puede estar orgulloso de su hijo. El

    motivo de mi visita son las ventas de llamas

    que se estn haciendo.

    Comelio guard silencio. Se senta como

    un alumno que ha cometido una falta y espera

    una severa reprimenda del profesor. Dej de

    mirar al seor Rivera y se concentr en juntar

    con los dedos los trocitos de pan que haban

    cado junto a su plato. Lo haca con mucha

    calma, recordando las enseanzas aprendidas

    desde nio: el pan es el cuerpo de Cristo y

    hay que venerarlo. Adems, es nuestro

    principal alimento. Por Cristo! Qu estaba

    ocurriendo? Es que tena que hundirse el

    mundo, porque

    l haba vendido unas cuantas llamas? Desde

    entonces, Natividad andaba preocupada;

    Chipana, su hijo, le hablaba poco y no

    sonrea como antes, y los vecinos se miraban

    como enemigos. Es que los forasteros

  • haban llegado para enemistar a la gente del

    valle? Y ahora tambin el maestro de la

    escuela se senta con derecho para venir a

    criticar!

    No lo tome usted como una intromisin

    en sus asuntos, Cornelio.

    Los maestros deberan preocuparse ms

    de sus alumnos se atrevi a decir

    Comelio. Iistos asuntos son nuestros, slo

    nuestros. Con lodo respeto, seor maestro.

    Chipana dej la cuchara en el borde del

    plato y se qued petrificado, esperando lo

    peor. Natividad se acerc instintivamente a

    su hijo

    V le puso una mano sobre la negra cabeza.

    - Lo que est ocurriendo con las llamas

    nos atae a todos.

    Yo no me quejo de cmo conduce usted

    a los nios en la escuela.

    Las llamas se venden sin control y sin

    medir las consecuencias. Se est produciendo

    una verdadera competencia entre las familias

    del valle. Todos estn dispuestos a vender, y

    a cualquier precio.

    Necesitamos el dinero. Por poco que

    sea.

    El seor Rivera trat de explicarle a

    Comelio la gravedad de la situacin. La venta

    resultara perjudicial, porque se estaban

    desprendiendo de los ejemplares ms

    valiosos. Las llamas se reproducen una sola

    vez al ao, y slo un ejemplar por

    nacimiento.

    La tarea del maestro era difcil, por no

    decir imposible. Comelio se neg a reconocer

    que los peligros que vea el seor Rivera

    fueran reales. Le pareca que el maestro

    exageraba. Cmo podan desaparecer las

  • llamas de los valles cordilleranos? Si

    siempre haban estado

    all! El seor Rivera desorbitaba el problema.

    El ganado es nuestro rezong muy

    serio Comelio. Las llamas seguirn

    existiendo en este valle. Siempre han estado

    aqu.

    No estoy de acuerdo con usted,

    Comelio. Esos comerciantes no pagan

    verdaderamente lo que valen nuestras llamas;

    ellos saben que el animalito es novedad en el

    extranjero, y mientras sea novedad ser un

    buen negocio. Antes de que se acabe la

    novedad, ellos acabarn con las llamas del

    valle.

    Comelio enrojeci de furia contenida,

    porque no saba cmo rebatir los argumentos

    del seor Rivera. Se levant de la mesa,

    indicando con toda claridad que la visita

    deba concluir.

    Natividad advirti que su marido estaba

    seguro de que Chipanita haba ido a la

    escuela con el cuento de las llamas, y pens

    que, ms larde, Cornelio se las iba a hacer

    pagar a su hijo.

  • Anda, hijo dijo en seguida la madre.

    Anda a ver el ganado y como si tratara de

    calmar a su marido, agreg: Si yo no me

    hubiera puesto enferma... Es culpa ma,

    Cornelio. Los nios, a veces, se preocupan

    demasiado de los problemas de sus padres. No

    es as, maestro?

    Y fue peor, porque el marido pens que su

    mujer trataba de involucrar an ms al seor

    Rivera en los asuntos familiares.

    El maestro no esper ninguna respuesta de

    Cornelio; se levant y se dirigi a la puerta. All

    se detuvo.

    No quera causarles tantas molestias. Les

    ruego que me disculpen. Solamente deseo que

    reflexionen, y ha sido muy oportuno que

    Chipana me hablara de estas cosas. Los

    maestros estamos para preparar a vuestros hijos

    para la vida, y la vida nos incumbe a todos, no

    slo a los nios que asisten a la escuela.

  • 7. La huida Natividad acompa al maestro hasta la puerta. Chipana no se vea por ningn lado.

    Cuando se march el seor Rivera, Natividad

    cerr la puerta para que la tenue luz del interior

    de la casa no se escapara hacia el valle. Lo que

    Natividad no podra impedir aquella noche

    sera...

  • El valle se llen de sombras. El cielo se aclar

    con millones de lucirnagas suspendidas. Una

    estrella errante cruz el espacio, dejando una

    estela de plata.

    En los corrales de Chipana la tranquilidad era

    casi completa. Pero el nio estaba muy alterado;

    mezclado con el ganado, record las palabras

    del seor Rivera y decidi salvar las llamas de la

    codicia de los compradores.

    Chipana llam a sus perros y con ayuda de

    ellos reuni el ganado. Tom su lugar de pastor

    y condujo a las llamas hacia las altas montaas.

    Cruz el puentecito de madera y piedra. Ms

    all del ro Claro, el sendero se hizo estrecho;

  • los animales avanzaron, uno tras el otro,

    bordeando quebradas muy profundas. La luna,

    que los acompaaba, extenda flecos de plata

    delante del pastor y de su ganado. El viento

    estaba en calma, y la helada que caa por las

    noches se mantuvo suspendida en las puntitas

    de las estrellas. Nada amenazaba a Chipana;

    las cumbres eran suyas: slo tena que

    alcanzarlas.

    A medida que el nio avanzaba hacia las

    solitarias cimas de la cordillera, el cielo

    pareca aproximarse; los astros del universo se

    elevaban para no golpear las cabezas de la

    comitiva.

    Chipana se vio atrapado por la poderosa

    atraccin que la cordillera ejerca sobre l. La

    linterna de la luna creca y creca

    transformando las rocas peligrosas en senderos

    abiertos por los que transitaba el ganado. All

    arriba el paisaje de montaa era muy distinto

    del que se vea desde abajo: la luna se

    apoderaba de todo lo que tocaba; Chipana ya

    no vea sus pies y crea estar pisando caminos

    de ceniza muy brillante. El suelo era blando

    como el algodn; en lugar de caminar, se

    volaba.

    El trayecto hacia las vegas altas de la

    montaa result muy largo, pero las bestias no

    parecan agotadas.

    Cuando llegaron a las cumbres ms altas, el

    universo refulga; el cielo estaba tan cerca que

    con slo dar unos pasos se poda penetrar en la

    cpula fosforescente del cosmos. El vasto

    universo invitaba a entrar en el cielo, a llenarse

    de luz y resplandor junto a las estrellas.

    Chipana se sinti reconfortado: su ganado

    estaba a salvo.

  • El pueblo de Chipana se alborot de

    inmediato, porque los corrales de Cornelio

    amanecieron vacos; hombres, mujeres y

    nios se reunieron en el camino pedregoso,

    abandonando los trabajos del da. Los nios

    no fueron a la escuela, y el seor Rivera tuvo

    que subir al poblado para ver qu estaba

    ocurriendo.

    Los hombres se congregaron frente a la casa

    de Cornelio. Berna, Ayaviri y Salvatierra

    dejaron de lado su inters individual de vender

    ms y ms ganado y fueron a ofrecer a Cornelio

    su amistad de siempre.

    Si t no tienes animales que vender,

    hermano, nosotros tampoco tenemos.

  • Los hombres se ofrecieron voluntariamente

    para salir a recorrer todos los valles vecinos,

    todas las cimas de todos los montes; estaban

    dispuestos a llegar hasta la puerta misma del

    cielo para encontrar las llamas de Cornelio.

    Las mujeres Berna, Ayaviri y Salvatierra, las

    madres, sus hijas, e incluso las hijas de las hijas

    Berna, Ayaviri y Salvatierra se quedaron junto a

    Natividad para calmar su llanto, que no cesaba.

    Se lo han llevado los duendes dijo con

    angustia la madre de Chipana.

    Los duendes repitieron en voz baja las

    mujeres, y apretaron an ms a sus hijos

    pequeos entre sus brazos.

    Desde tiempos muy remotos, los abuelos de

    Chipana, Berna, Ayaviri y Salvatierra contaban

    historias de duendes, que bajaban de lo alto de

    la montaa envueltos en burbujas de luz. Eran

    hombrecitos que se ocultaban en los rincones

    oscuros del valle o de las casas. Esos duendes se

    deshacan de gusto por los nios pequeos, a

    quienes

    perseguan en

    sus juegos para

    ganarse su

    amistad y

    apoderarse de

    sus virtudes.

    Cada vez que

    conseguan

    capturar un

    nio, se lo

    llevaban al

    monte,

    correteando,

    jugueteando,

    haciendo

    diabluras; en el

    monte le

    robaban la

    virtud y lo

    abandonaban a

    su suerte.

  • Cuando los padres de los nios extraviados

    conseguan recuperarlos, los encontraban como

    dormidos, con los ojos abiertos, pero

    convertidos en unos tontuelos, incapaces de atar

    un cabo, de sumar dos ms dos y decir cuatro.

    Durante mucho tiempo, mientras Chipana fue

    pequeo, Natividad estuvo preocupada por los

    duendes y se vio obligada a protegerlo.

    Entonces a Chipana le gustaba jugar en las

    partes sombras de la casa o del valle. Hablaba

    con seres que slo existan en su imaginacin

    o con sus animales, que casi siempre eran sus

    compaeros de juego.

    Las mujeres Berna, Ayaviri, Salvatierra y

    Natividad crean que a Chipana lo haban

    raptado los duendes.

    Pero para qu querran los duendes el rebao

    de llamas?

    Cay la tarde sobre el Vallecito Verde. Las

    sombras cubrieron los cerros de violeta,

    ocultaron los senderos e hicieron ms profundas

    las quebradas y los precipicios. Los hombres

    Berna, Ayaviri y Salvatierra, los padres,

    hermanos y algunos hijos mayores de los Berna,

    Ayaviri y Salvatierra, que se disponan a

    colaborar con Cornelio, tuvieron que esperar la

    salida de la luna.

    Cornelio, por su parte, estaba seguro de que

    Chipana se haba marchado a las vegas altas;

    recordaba que en ms de una ocasin su hijo lo

    haba acompaado a esos lugares conduciendo

    el ganado.

    Las sombras en el valle se tornaron

    impenetrables. Los hombres Berna, Ayaviri y

  • La nostalgia Salvatierra, que acompaaban a Cornelio,

    slo vean el tenue resplandor de sus

    cigarros encendidos y, de vez en cuando, las

    rfagas luminosas de las lucirnagas.

    La luna, que descubri todo, no quiso

    salir aquella noche; haba que dejar

    tranquilo a Chipana en las alturas. El cielo

    se puso ms negro que la ms profunda de

    las quebradas.

    Cornelio y sus acompaantes esperaron

    mascando hierbas del monte y fumando en

    silencio; tal vez llamaban a la luna con el

    pensamiento.

    Natividad sufra porque no quera que su

    hijo pasara una noche ms en manos de los

    duendes; Cornelio sufra pensando que

    Chipana no soportara el fro intenso de las

  • nieves eternas.

  • Chipana se sent en el umbral de la puerta del

    cielo; all observ todas las estrellas que hay en

    el cosmos. Fue como si hubiese soado, como si

    hubiese dormido con los ojos abiertos.

    Ante los ojos del nio, el universo era el ms

    amplio de los lagos, y en esas aguas

    profundsimas se reflejaban todas las estrellas

    existentes. La comparacin produjo en Chipana

    un efecto no esperado: la nostalgia. Como por

    encanto, el nio record las aguas del ro Claro

    y las estrellas que all se reflejan. Record su

    vallecito completo, las terrazas verdes y

    frondosas, las aguas calmas del ro Turbio, los

    corrales de Cornelio, la casa paterna, la madre

  • junto a la cocina y la mesa, la nica calle del

    poblado, los vecinos Berna, Ayaviri y

    Salvatierra, sus hijos, sus amigos, sus

    compaeros de escuela, el seor Rivera, don

    Mximo, el padre Bemardino. Chipana volvi

    atrs la mirada, hacia los recuerdos, y vio a su

    rebao pastando tranquilo; ms all, los perros

    echados, en espera de una orden de su amo. El

    nio contempl con sorpresa cmo haba

    crecido la lana en los lomos de sus llamas; en

    tan poco tiempo, el pelo de las bestias se haba

    convertido en largas cabelleras de plata. Lo que

    el nio estaba presenciando era algo increble:

    como si hubiese transcurrido un siglo. sa era la

    realidad, una fantstica realidad. El nio se

    pregunt si no estara ocurriendo lo mismo con

    l: el pelo bien largo, quiz; se lo toc con las

    dos manos. Haba crecido. Tendra tambin su

    cabello el color de la plata? Quiso comprobarlo

    mirndose en las aguas del

    interminable lago que era el cielo. No pudo

    verse. No pudo comprobar nada. Se acerc,

    entonces, a los ojos de sus animales; all se vio,

    pero del color de los ojos de sus llamas o del

    color de los ojos del perro.

    Dime, amiga llama, es de plata mi cabello,

    antes tan negro como tus ojos?

    Pero la llama no contest.

    Dime, amigo perro, es de plata mi cabello,

    antes tan negro como tus ojos?

    Y como los ojos del perro son muy claros, el

    perro, al igual que la llama, no contest.

    Unas estrellitas errantes cayeron sobre la

    cabeza del nio y se enredaron en sus cabellos;

    Chipana record los suaves dedos de su madre

    acariciando su pelo.

    Dime, madrecita, es de plata mi cabello,

    antes tan negro como tus ojos?

    Y los ojos de la madre habran respondido si

    se hubieran encontrado all. Las estrellitas

    errantes tienen los ojos tan claros como los del

  • perro y los de la llama, de modo que tampoco

    respondieron.

    La nostalgia se apoder casi de su corazn de

    nio; Chipana quiso mirarse en los negros ojos

    de su madre para ver all el negro cabello de su

    cabeza. Chipana quiso sentir los dulces labios de

    su madre en las mejillas acaloradas; quiso tener

    los suaves dedos de su madre enredados en su

    cabello. El universo invitaba a dar grandes

    zancadas por los planetas, pero Chipana sinti

    deseos de saltar sobre las piedras del ro Claro.

    El nio llam a sus perros y les orden reunir

    el ganado; los perros le obedecieron.

    No fue tarea fcil para los perros reunir el

    rebao. Con sus lomos cargados de pequeos

    cometas y asteroides, las llamas se movan muy

    despacio. Se poda decir que los animales se

    movan con la misma lentitud de los astros en el

    espacio. El nio comprob que cualquier plan

    que se trazara en el cosmos demoraba mucho

    ms de lo que se poda imaginar. Su voluntad de

    nio lo impulsaba a correr, saltar, caer, quiz

    rodar. La nostalgia, el deseo de encontrarse

    nuevamente con su mundo y los suyos fue

    creciendo. Para regresar al hogar necesitaba una

    paciencia de anciano, pero Chipana, felizmente,

    segua siendo un nio.

  • Mientras los hombres Berna, Avaviri y

    Salvatierra, que acompaaban a Cornelio,

    esperaban la salida de la luna para ir en busca de

    Chipana y del rebao, las mujeres del valle, las

    mujeres Berna, Ayaviri y Salvatierra

    acompaaron a Natividad hasta la casa de don

    Mximo. All se respiraba tranquilidad, y

    Natividad necesitaba poner su corazn en un

    lugar de paz. En casa de don Mximo estaba

    lambien el seor Rivera, que no poda estar en

    su casa porque la preocupacin por Chipana era

    inmensa.

    Natividad logr calmar su angustia porque

    y el seor Rivera la convencieron

  • de que ningn duende poda haberse llevado a

    Chipana.

    Si el muchacho ha alcanzado las cimas

    ms altas de la cordillera deca don

    Mximo ha encontrado la puerta del cielo.

    Y si ha encontrado la puerta del cielo,

    podremos verlo con mi telescopio. As es que,

    manos a la obra.

    Natividad pens que si su hijo se encontraba

    en algn punto de aquel vasto universo nada

    malo poda ocurrirle. Porque don Mximo le

    enseaba todas las maravillas del cosmos y del

    cielo, en el cosmos y cielo que tena pintados

    en el cielo raso de su casa, que, como dije, era

    cielo de casa, pero no raso sino inflado.

    El seor Rivera pensaba que sus

    conocimientos del mundo eran una pequeez

    comparados con aquella creacin tan

    formidable. Se sinti insignificante ante el

    espacio csmico de don Mximo.

    Dijo usted algo, maestro? pregunt

    don Mximo sin quitar el ojo del telescopio.

    Qu podra decir yo, don Mximo?

    Ms adelante, cuando regresara a la sencilla

    aula de la escuela, cuando sus alumnos

    ocuparan nuevamente sus bancos, quiz tendra

    valor para hablarles del universo alucinante y

    fantstico. Y tendra que hacerlo, sin duda,

    porque los chicos no saban nada de Chipana y

    esperaban una respuesta.

    La noche cruzaba el cielo y cubra con su

    manto el firmamento desde que desapareca el

    ultimo rayo solar hasta que reapareca el

    primero. Las estrellas iban cambiando de sitio.

    A la luz de una vela colocada en el ala del

    sombrero, el seor Rivera anotaba en un

    cuaderno las maravillas que observaba. Los

    astros, los planetas, los cometas y tantas otras

    luces eternas, que ni es posible nombrarlas,

    quedaban registradas en el cuaderno del seor

    ri vera.

  • De pronto, don Mximo lanz un grito de

    jbilo:

    Ah estn!

    Claritas, ntidas, figuras talladas en el ms

    transparente de los cristales, eran un grupito de

    estrellas que formaban una nube plateada con

    el perfil de una llama gigantesca.

    Esto s que es un verdadero

    descubrimiento exclam don Mximo. Es

    lo que estaba esperando desde hace tiempo;

    por fin mis esfuerzos se han visto premiados.

    No es ningn premio, don Mximo. Es la

    justa recompensa por su paciencia, por su

    perseverancia.

    As es, seor Rivera. Creo que la llamar

    la constelacin de la Llama. Y tendr que ser

    reconocida por todos los astrnomos del

    mundo y registrada en los libros de

    cosmografa.

    De astronoma, don Mximo corrigi el

    maestro.

    Est all mi hijo? pregunt con

    inquietud la madre de Chipana.

    Don Mximo se tom tiempo para enfocar

    el telescopio con mayor precisin; pero no

    encontr al muchachito. Natividad le rog que

    buscara el paradero de Chipana. Le recalc que

    los animales no importaban nada, que la vida

    de su hijo vala ms que todos los rebaos del

    universo, incluidos los rebaos de estrellas

    llamados constelaciones.

    El misterio de la historia de Chipana qued

    sumido en la profundidad del cielo; el

    muchacho segua perdido en el espacio.

    Tampoco el seor Rivera tena respuesta.

    Todos pensaron, incluso, que el descubrimiento

    de don Mximo era slo lina invencin del

    viejo.

    Esto es muy extrao dijo al fin el viejo

    sabio. El rebao de llamas est ah. Les juro

    que no estoy viendo visiones; ustedes mismos

    pueden comprobarlo si lo desean. Pero nde

  • puede haberse metido el pastor?

    A Natividad le dola el corazn, y volvi a a

    don Mximo que buscara a Chipana.

    El telescopio escudri el espacio csmico; se

    detuvo largamente en la constelacin de la

    Llama y el resultado fue el mismo: el nio no

    estaba all.

    Quiero que mi hijo regrese.

    La tranquilidad que el descubrimiento de

    don Mximo haba infundido a todos se

    desvaneci como por encanto. El viejo sabio no

    baj de la cpula, no cerr su techo englobado

    ni se meti en la cama para dormir. Natividad

    no regres a su hogar, donde Comelio esperaba

    la llegada del da para iniciar la bsqueda de

    Chipana en las vegas altas de la cordillera.

    Fue la noche ms larga de todas las noches

    que se recordaban en el valle. El tiempo se

    detuvo; la constelacin de la Llama se hizo

    visible para todos; incluso los animales

    parecan verla, pues levantaban sus cabezas

    hacia el cielo como si el instinto les indicara

    que all arriba vivan sus hermanos, esos que

    una noche se fueron siguiendo a Chipana.

    Fue entonces cuando el seor Rivera record la

    leyenda de las constelaciones:

    Los animales, huyendo de sus cazadores,

    subieron al ms alto de los montes; as

    descubrieron la ms alta de las alturas y

    penetraron en el cielo. Y se quedaron all para

    siempre, transformados en animales eternos,

    luminosos y no expuestos a ningn peligro.

    Durante el da el sol los protega de la

    codicia de los cazadores; por la noche,

    acompaados de la luna, los animales pastaban

    en paz.

  • Chipana era un nio de luz. Desde muy pequeo

    se haba aficionado a las maravillosas perlas que

    brillaban en el cielo. Por eso, no se inquiet

    demasiado cuando se le cubri de hielo el

    pasamontaas y su rostro brill completamente

    iluminado.

    Sentado en la cumbre de la montaa, con el

    Vallecito Verde a sus pies, el nio senta cada

    ve/, ms nostalgia.

    Sbitamente se levant y comenz a

    descender cruzando nubes fosforescentes; detrs

    de l iban los perros y el ganado. Bajaban

    despacio por las crestas de las rocas, como si

    temieran trizar los cristales que llevaban sobre

    los lomos.

  • Chipana y sus animales parecan terrones de

    azcar deslizndose por los senderos de la

    montaa. En un abrir y cerrar de ojos estaran

    muy cerca de las primeras casas del pueblo.

    La primera en descubrirlos fue una de las

    hermanas Salvatierra. Sobre la cima de una

    pronunciada loma estaba el pastor de cristal con

    su rebao de llamas. La muchacha vio con

    sorpresa cmo descendan lentamente de la

    colina aquellas lucecitas de plata. En un dos por

    tres comunic el suceso a sus hermanos y

    hermanas, y stos, a su vez, tambin en un dos

    por tres, se encargaron de llevar la noticia a las

    familias Berna, Ayaviri y Chipana. Los vecinos

    se asombraron.

    No era la primera vez que caan en el valle

    luces del cielo, luces que rebotaban en las rocas,

    se deslizaban por la superficie de las aguas, se

    quedaban suspendidas sobre las quebradas y los

    precipicios o se dedicaban a husmear en el

    interior de las casas.

    Muy pronto se descubri que Chipana bajaba

    con el resplandor, que descenda a brincos,

    saltos y carreritas. Entonces Natividad estuvo

    segura de que su hijo regresaba, de que los

    duendes lo haban capturado y lo devolvan al

    valle. La madre se alegr y asust al mismo

    tiempo: ella conoca muy bien las leyendas

    aquellas y saba que su hijo ya no sera el

    mismo. Corri a la cima de la colina para recibir

    a Chipanita; detrs iban las vecinas Berna,

    Ayaviri y Salvatierra.

    La madre encontr al nio luminoso en los

    cerros; estaba detenido ante un muro de nubes

    azules que entraban suavemente por el ro

    Turbio. El rostro reluciente de Chipana pareca

    diluido en una gota de escarcha, transparente

    i orno una luna con forma de hostia gigante,

    l istaba rodeado de todos sus animales, perros y

    llamas, ms sanos y bellos que antes; de sus

  • lomos colgaban cascadas de lana, reluciente,

    pura porque provena de las mismas estrellas.

    Casi nadie poda creerlo; sin embargo, era muy

    cierto.

    Natividad y Cornelio caminaron

    trabajosamente y, tropezando y dndose golpes

    en el cuerpo, llegaron hasta Chipana para

    abrazarlo y rescatarlo de las manos luminosas

    que lo haban atrapado una noche en la

    oscuridad de los corrales. Mil veces bes la

    madre al hijo; mil veces acarici el padre al hijo

    con sus rudas manos. Natividad estaba loca de

    contenta; Cornelio lloraba de alegra. Despus

    de todo, el nio pareca tan normal como

    cualquiera de los muchachos del pueblo. Pero no

    deca ni una sola palabra. El silencio del nio y

    el fro se hicieron penetrantes. Cornelio se quit

    la manta y rode con ella el cuerpo de su hijo.

    Luego, lo levant en brazos y carg con l

    colina abajo. El ganado y los perros siguieron a

    sus amos.

    Natividad no se consolaba: Chipana no

    hablaba. Baj llorosa, mientras las vecinas ya

    empezaban a comentar que el duende le haba

    robado la virtud al nio Chipana.

    Los hombres guardaron silencio y ayudaron a

    conducir el ganado hasta los corrales de

    Cornelio.

    Don Mximo y el seor Rivera se acercaron a

    casa de Chipana. All estaba ya el padre

    Bemardino, rezando junto al nio.

    Deberamos llamar al mdico susurr el

    maestro.

    Entonces reaccion Chipana, reconociendo la

    voz de su maestro. El entusiasmo de Chipana

    fue mayor al or a don Mximo que deca:

    Los astros de mi universo tambin parecen

    inalterables, pero es un engao.

  • Chipana pestae dos veces y se qued

    rxlasiado observando al viejo; algo deba de U

    ner don Mximo cuando era capaz de suscitar

    tanto inters en el nio: consigui despertarlo.

    Quieres venir a ver mis estrellas,

    Chipanita?

    El nio se separ de sus padres y se colg de

    la mano abierta de don Mximo. Se marcharon a

    la imponente cpula que diriga todas las noches

    su abierto techo hacia el abierto cielo.

    Desconsolada an, la madre de Chipana quiso

    retener al hijo; el seor Rivera y el padre

    Bernardino se lo impidieron.

    Djelo usted, Natividad. La compaa de

    don Mximo le har bien.

    Los vecinos Berna, Ayaviri y Salvatierra

    rodearon amistosamente a Cornelio.

    Qu pasa ahora con tus animales,

    Cornelio?

    No quieres que les quitemos el hielo de la

    lana?

    Hemos juntado a los descarriados en tus

    corrales.

    Muy seguro, Cornelio respondi as:

    Qu me importa el ganado? Lo que quiero

    es que mi hijo recupere la luz que le han robado.

    Y se march tras Chipana, que en ese

    momento entraba en casa de don Mximo.

    12. Las sabias palabras de Chipana

    Con el amanecer lleg la calma al valle, y

    cuando el sol cubra los pastos con su

    temperatura y el ganado cubra los pastos con

  • sus lanas y cuellos largos, aparecieron otra vez

    los compradores de llamas. Estacionaron sus

    vehculos en la calle principal y se dispusieron a

    llamar a las puertas de los vecinos Berna,

    Ayaviri, Salvatierra y Chipana para negociar.

    Los vecinos del valle guardaron silencio, con la

    actitud dura del hierro y del acero, con el

    carcter fiero. Los comerciantes quisieron

    comprar, y los vecinos del lugar no vendieron.

    Si Cornelio no tiene ganas de vender,

    ninguno de nosotros vende dijeron los

    vecinos Berna, Ayaviri y Salvatierra.

    Hasta que Cornelio recupere el nimo, hasta

    que el hijo de Cornelio recobre el habla, hasta

    que la vida en el valle se tome cotidiana. Nadie

    quiso hablar de dinero. Los compradores

    tuvieron que regresar a la ciudad con sus jeeps y

    sus camionetas vacos, porque ningn vecino en

  • el valle les vendi ni uno solo de sus animalitos.

    Si Chipana pierde el habla, todos sus

    amigos la perderemos dijeron los nios

    Berna, Ayaviri y Salvatierra, negndose a decir

    una palabra.

    De este modo, un gran silencio se apoder del

    valle. Slo el viento ululaba por las quebradas;

    slo el batir de alas del cndor hablaba en las

    laderas; slo las piedras tartamudeaban al caer

    del monte a las aguas del Turbio y del Claro.

    Slo ellos. Pero tales

    plticas no bastaban para las casas; menos

    bastaban para la escuela; menos bastaban para la

    iglesia. El seor Rivera no quiso ensear a nios

    que no podan responder, ni decir, ni rer, ni

    equivocar, ni acertar nada. Los padres Berna,

    Ayaviri y Salvatierra tampoco queran hijos que

    no pudieran gritar, ni chillar, ni maldecir, ni

    bendecir, ni cuchichear, ni bromear en la mesa.

    El sacerdote Bernardino para qu necesitaba

    nios que no podan cantar, ni orar en alta voz,

    ni pedir perdn en el confesionario?

    Don Mximo se haba metido en la cama y

    dorma casi como un recin nacido. No se haba

    ocupado de cubrir el telescopio con un pao

    negro. La luz del da se introdujo en el tubo

    vaco de estrellas y se convirti en un chorro

    clido y luminoso que cay sobre la silenciosa

    cabeza del nio Chipana. Entonces, el nio de

    luz escuch el rumor del silencio en el valle.

  • Y los pensamientos de Chipana cobraron

    voz: Es posible que mi silencio tenga al

    valle mudo como una piedra?

    Chipana abandon la casa de don Mximo

    y se dirigi a los corrales de su padre; iba a

    reunirse con el ganado. Todos sus amigos lo

    acompaaron hasta los corrales; tambin lo

    siguieron los vecinos, los Berna, los Ayaviri,

    los Salvatierra; tambin iban sus padres,

    Cornelio y Natividad; tambin iban el seor

    Rivera y el padre Bemardino. Y ocurri lo que

    todo el valle esperaba: en el centro de sus

    llamas, con el sol a plomo sobre los lomos

    plateados, Chipana rompi el silencio, ech

    fuera el habla, emiti algo parecido a un

    murmullo de asombro:

    Si lo deseamos, si nos ponemos de

    acuerdo, si nos aconsejamos y dejamos

    aconsejar por los que saben ms, es posible

    que nunca ms perdamos nuestros animales.

    A partir de entonces, los habitantes del valle

    rompieron el silencio y discutieron, y se

    aconsejaron y se dejaron aconsejar. Los nios

    Berna, Ayaviri y Salvatierra corrieron junto a

    Chipana y lo abrazaron y le hablaron y le

    hicieron rer, y gritaron y chillaron tanto que

    el cndor en lo alto tuvo que detener su vuelo,

    y el viento guard silencio en lo alto y en lo

    bajo.

    Cornelio abraz a su hijo.

    Nio, te has hecho hombre antes de

    tiempo.

    Pero Chipana segua siendo nio. Natividad

    lo arrull en sus brazos de madre, y el chico

    brinc como cualquier nio que brinca. Y

    Chipana regres a la escuela, a los juegos con

    sus amigos. Sin miedo. Cornelio se preocup

    mucho de sus animalitos, y su mujer se dedic

    a tejer kilos y kilos de lana con el pelaje que

    los vecinos del valle sacaron de los lomos

    plateados de las llamas que regresaron de las

    estrellas.

  • Don Mximo sigue mirando al cielo; el

    seor Rivera sigue estudiando sus notas y los

    nuevos libros que recibe del Ministerio de

    Educacin Pblica, pues espera encontrar en

    ellos el descubrimiento de don Mximo, la

    constelacin de la Llama. Por su parte, el padre

    Bemardino sigue diciendo en su sermn

    dominical que la fe es capaz de mover

  • montaas.

  • Indice

    1. ............................................................................. -

    El Vallecito Verde ........................................................ 5

    2. - .......................................... Las llamas de Chipana

    13

    3. - ........... Don Mximo, el nico astrnomo del valle

    21

    4. - El seor Ri vera ..................................................... 29

    5. - ................................................ Un viejo peridico

    39

    6. - ........................... El seor Rivera visita a Cornelio

    47

    7. - ............................................................... La huida

  • 57

    8. - .......................................... Un amanecer diferente

    63

    9. - .......................................................... La nostalgia

    71

    10. - ........................ El descubrimiento de Don Mximo

    79

    11. - .............................................................. El regreso

    89

    12. - .............................. Las sabias palabras de Chipana

    99