charla. lo que el espíritu dice hoy a la vida monástica femenina
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LO QUE EL ESPÍRITU DICE HOY
A LA VIDA MONÁSTICA FEMENINA
INTRODUCCIÓN
En noviembre de 2004 se celebró en Roma un Congreso
Internacional sobre la vida Consagrada bajo este título: “Pasión por
Cristo , pasión por la Humanidad” . El subtítulo recogía bien este
propósito: “Lo que el Espíritu dice hoy a la vida consagrada”. Esta
reflexión quiere ser el eco y la concreción de aquel acontecimiento
eclesial. Deseamos prolongar la escucha al Espíritu, iniciada en
aquel Congreso, en un intento más de captar q ué es lo que el
Espíritu nos está diciendo hoy a la vida monástica femenina. Lo
haremos, en fidelidad, desde la misma inspiración de fondo:
dejarnos interpelar por el Espíritu desde la realidad del mundo
actual buscando fielmente nuestro lugar en la Iglesi a,
comprometiéndonos constantemente en una conversión profunda a
Cristo y disponiendo nuestros corazones para “nacer de nuevo” a
una vida monástica inspirada en la pasión por Cristo y en la pasión
por la humanidad.
Seguiré un itinerario sencillo y claro. En el primer punto
trataremos todos de disponer nuestros corazones a la escucha del
Espíritu. Después, ahondaremos en una cuestión central y decisiva:
la búsqueda apasionada de Dios hoy en la vida monástica femenina.
Abordaremos, a continuación, la pasión por la humanidad, algo que
brota como irradiación de nuestra pasión por el Dios vivo revelado
en Jesucristo. Concluiremos, en plan de sugerencia, señalando
2
brevemente algunos caminos de renovación, de renacimiento de la
vida monástica1.
1.- A LA ESCUCHA DEL ESPÍRITU
La vida monástica es un don del Espíritu a la Iglesia. Nace,
vive, crece y contribuye al reino de Dios por la acción del Espíritu.
Si falta el Espíritu, “dador de vida”, la vida monástica, como todos
los demás carismas, se apaga. La histori a de la vida monástica a lo
largo de los siglos es la historia de la acogida, más o menos fiel, al
Espíritu.
Efectivamente, cuando en la vida monástica cerramos el
corazón al Espíritu decae nuestro seguimiento personal y
comunitario, la vitalidad de nues tras celebraciones, la calidad de la
acogida a los demás y nuestra proyección hacia ellos.
Por eso, lo primero y más importante es no apagar el Espíritu:
abrir los oídos del corazón para escuchar lo que nos está diciendo;
dejarnos “lavar y santificar”2 por Él; “hacerle sitio” en nuestras
comunidades, sentir entre nosotras el aliento vivificador de Cristo
Resucitado y escuchar sus palabras: “Recibid el Espíritu Santo”3.
¿No estaremos necesitadas, antes que nada, de esa experiencia
fundante que fue la irrupción del Espíritu en los primeros
seguidores y seguidoras de Jesús?
1 No me es posible agradecer a todos los que me han iluminado con su reflexión. Me permito citar
solamente a Olegario González de Cardedal, “Soledad y solidaridad. Sentido de la vida monástica en el
cristianismo” en Raíz de la esperanza. Sígueme. Salamanca, 1995, 341-390; y a Patricia Henry, osb, “La
vida monástica y la misión de la mujer consagrada” Cuadernos Monásticos 114, 1995 (353-374 2 1 Corintios 6, 11
3 Juan 20, 22
3
¿Qué supondría hoy un “nuevo Pentecostés” vivido en el
interior de la vida monástica femenina?
El Espíritu nos habla desde el interior del corazón, pero
también desde la realidad del mundo actual; interpela a nuestras
comunidades desde dentro, pero también desde fuera. ¿Qué espera
Dios de la vida monástica femenina en los inicios del tercer
milenio? El Congreso de Roma nos invitaba a dejarnos interpelar
por el Espíritu desde la realidad actual de la Humanidad. Pensemos
en el creciente vacío espiritual del hombre moderno, la sed de
sentido, el anhelo de verdadera libertad, el dolor por tanta
injusticia, la lucha contra el hambre y la miseria en el mundo, la
necesidad de solidaridad con los últimos de la tierra, la dignidad de
la mujer, el cuidado ecológico de la creación, etc.
¿Cómo ha de ser la búsqueda plena y humilde de Dios vivida
por las comunidades monásticas femeninas en medio de este
mundo?, ¿cómo insertarnos en la realidad de nues tro tiempo desde
“una nueva imaginación de la caridad”?4, ¿cómo colaborar en la
gran tarea de buscar primero el reino de Dios y su justicia?, ¿cómo
ser nosotras don para toda la Iglesia?, ¿cómo contribuir a su misión
salvadora?
2.- BÚSQUEDA APASIONADA DE DIOS
Lo más apremiante hoy no es sobrevivir, tampoco preservar el
pasado por muy glorioso que haya sido. El Espíritu nos llama
también en estos tiempos a vivir de verdad con responsabilidad,
4 Juan Pablo II, Novo Millenio Ineunte, 50
4
hondura y confianza nuestro ser contemplativo, sin dejarnos coge r
por la nostalgia del pasado o la incertidumbre del futuro.
• Buscadoras del Dios vivo
Buscar a Dios y sólo a Dios. Esto es para nosotras lo esencial,
la clave que explica y justifica nuestra vida. San Benito, en su
Regla, lo señala como un criterio de vocación monástica “el
maestro de novicios tenga cuidado en observar si el novicio de
veras busca a Dios.. .” (RB, 58)5. “Buscar a Dios no indica una
búsqueda voluntarista o puramente filosófica sino una rendición sin
condiciones porque nos sabemos buscadas y amadas por Aquél que
lo puede todo. Buscar a Dios requiere una donación total y,
consecuentemente, un cambio total de orientación en la vida de la
mujer y del hombre, una conversión. Todo ha de ser vivido en
función de Dios. Nos liberamos de todo para Di os, ser de Dios, que
es, en definitiva, la expresión más auténtica de la libertad
humana”6.
Esta es la única razón de nuestra vida. Nunca ha habido otra.
Tampoco hoy. Esta búsqueda apasionada de Dios relativiza todo lo
demás.
Para nosotras, buscar a Dios es buscar la vida, dejarnos
seducir por su rostro vivo que lo ilumina todo. Escuchamos en
nosotras esta llamada:”buscad al Señor y vivirá vuestro corazón”7.
Es su presencia viva y misteriosa la que renueva constantemente
nuestra existencia poniendo en nuestro corazón un gozo
5 Regla de san Benito: “si de veras busca a Dios, si pone todo su celo en el servicio de Dios...” (58,7)
6 Cassiá M. Just. “Regla de san Benito con glosas para una lectura actual de la misma” Zamora, 1983,
251-252
7 Salmo 68, 33
5
inconfundible: “su trato no desazona ni su intimidad deprime, sino
que regocija y alegra” 8.
Nuestra búsqueda de Dios en el silencio y en la soledad del
monasterio aun siendo a veces pobre y débil, quiere ser signo de
nuestra pasión por Dios; también humilde recordatorio de que Él es
la última meta de la vocación humana. Por eso no queremos vivir
buscando nuestra propia satisfacción espiritual al margen de los
problemas, conflictos e interrogantes del hombre y la mujer de hoy.
Al contrario, queremos buscarlo precisamente en medio de una
sociedad que parece alejarse de Dios; decir con nuestra vida que
sigue siendo lo único necesario también hoy, cuando muchos no
parecen necesitar de Él en absoluto. Por tales razones, una pregunta
nos inquieta y estimula: ¿cómo puede llegar a ser hoy Dios Buena
Noticia en nuestra sociedad?, ¿cómo acercar a Dios a esas personas
que le dan hoy la espalda?
De ahí el siguiente interrogante: ¿no nos estará llamando el
Espíritu a buscar el rostro de Dios vivo de una manera nueva, con
nuevo ardor y nueva pasión? ¿No necesita hoy el mundo buscadoras
y testigos de un Dios Amor que ama a todos con ternura y
compasión infinita, sean creyentes, agnósticos o indiferentes, un
Dios Padre y Madre que quiere la felicidad para sus criaturas, y
busca una vida más digna para todos. Un Dios capaz de enamorar
también hoy a quien lo busca? Tal vez, éste es el primer testimonio
que podemos ofrecer a nuestro mundo que ha perdido la sed de Dios
y olvida fácilmente la dimensión tr ascendente del ser humano.
• Discípulas y seguidoras de Jesús
8 Sabiduría 8,16
6
Ciertamente, nuestra búsqueda de Dios está sostenida,
iluminada y alimentada por Jesús: “Él es el camino, la verdad y la
vida”9. Nadie va al Padre sino por medio de Él. Creemos escuchar
una llamada nueva del Espíritu que nos invita a decir a todos con fe
humilde y convencida: “Jesús es el Señor”10
. Queremos decirlo con
una obediencia nueva y más fiel a Cristo, guiadas por la luz y el
amor que el propio Espíritu del Señor enciende en nosotras, pue s “si
alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de Cristo” 11
.
En Jesús descubrimos el verdadero rostro de Dios y su
cercanía salvadora. Por eso, nuestra búsqueda de Dios se concreta
en vivir como discípulas y seguidoras de Jesús. Él ha de ser el
corazón de nuestra vida monástica, pues en Él descubrimos el
corazón de Dios latiendo en un corazón humano como el nuestro.
Nos gustaría que todo el mundo pudiera ver con transparencia que
nuestra vida solo tiene una explicación: “En Jesús hemos conocido
el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él”12
. Ese amor
revelado en Cristo es el que despierta nuestro amor hecho de
admiración y alabanza, de adoración y acción de gracias.
Jesús es la mejor noticia que puede escuchar de nosotras el
hombre y la mujer ac tual. Por eso queremos conocerlo cada vez
mejor, creer en Él con más ardor, amarlo con corazón indiviso, vivir
apasionadamente de Él y para Él, para poder así amarlo y
testimoniarlo de manera más clara al hombre y mujer de hoy. Desde
ese espíritu nos sentimos llamadas a vivir de manera renovada la
propuesta de san Benito: “no anteponer nada, absolutamente nada,
9 Juan 14,6
10 1Corintios 12,3
11 Romanos 8,9
12
1Juan 4,16
7
a Cristo, ya que nada antepuso Él a nuestro amor”13
. Nada tenemos
que anteponer tampoco hoy al amor de Cristo. Nada queremos
edificar en nuestros días que no tenga en Jesús su cimiento:
cambios, transiciones, búsqueda de nuevas formas y estructuras:
“Que nadie ponga otro fundamento que el que está puesto, Cristo
Jesús”14
.
Queremos mostrar con nuestra vida que nada merece más la
pena que Cristo; que lo preferimos a todo, que nuestra vida y
nuestro corazón le pertenecen por entero, que por nada lo podríamos
ya dejar: ¿“Quién nos separará del amor de Cristo?... Ninguna
criatura podrá separarnos del amor que Dios nos tiene y que se nos
ha manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro”15
.
Pero Cristo no es posesión exclusivamente nuestra: es el gran
regalo de Dios a toda la Humanidad. Por eso nuestra vida de
seguidoras y discípulas de Jesús no tiene como meta una
santificación de carácter individual y exclus ivo. Si nos esforzamos
por configurar nuestra vida monástica siguiendo sus huellas es
porque queremos contribuir, de manera humilde pero real, a que
Jesús siga vivo en medio de nosotros. Quisiéramos que nuestra vida,
a pesar de todos nuestros pecados, infidelidades y mediocridad,
pudiera evocar y actualizar:
- su acogida incondicional a todo ser humano y, de
manera preferente, al pequeño y desvalido;
- su compasión para toda desgracia y sufrimiento;
- su pasión por defender la dignidad de la persona por
encima de todo;
- su esperanza inquebrantable en Dios;
13
Regla de san Benito 72,11 14
1Corintios 3,11 15
Romanos 8,35-39
8
- su pasión por la verdad por encima de
convencionalismos engañosos;
- su libertad para hacer el bien;
- su voluntad por infundir confianza en Dios;
En el fondo de esa vida de Jesús se podía intuir a Dios. De ah í un
gran interrogante para nosotras, ¿podrá alguien presentir hoy en
nosotras, discípulas y seguidoras suyas, algo semejante?
• Desde nuestra experiencia de mujeres
Nos sentimos llamadas a vivir la búsqueda de Dios y el
seguimiento a Jesús desde nuestra condición de mujeres, sin
renunciar a nuestro ser femenino, desde nuestra manera de entender
y vivir la existencia, desde nuestra forma de sufrir y disfrutar, desde
nuestra capacidad de acoger y cuidar, de consolar y de dar vida.
Vemos con alegría el despertar de la conciencia de la mujer en
el mundo, y el esfuerzo y lucha crecientes por una vida más
igualitaria, digna y justa de la mujer y el varón. Abogamos por un
nuevo modelo de relaciones entre los géneros desde la
complementariedad y reciprocidad entre varón y mujer. Cristo con
su actitud y vida es nuestro modelo. Él puede ayudarnos hoy a
situarnos todos, monjes y monjas, en un nuevo y más evangélico
marco de relaciones. Nos sentimos llamadas por el Espíritu de Dios
que trabaja al mundo a encarnar nuest ra vida monástica en esta
voluntad socio-cultural, la cual, por cierto, responde a la voluntad
genuina del Creador. A lo largo de los siglos siempre se ha
enraizado el monacato en la cultura de su tiempo, no ciertamente
para identificarse con ella, sino para confrontarla desde Dios y para
9
sembrar la invitación a entrar en su Reino, desde la apertura a los
signos de los tiempos.
Queremos seguir a Jesús como María, su Madre, que
escuchaba atentamente, lo guardaba todo en su corazón y meditaba
en silencio el Misterio de su Hijo; como María de Magdala que se
sintió amada con cariño especial, sanada por su fuerza curadora y
llamada a ser su discípula fiel hasta el final; como la Samaritana
que, dialogando con Él junto al pozo, descubrió su sed de Dios;
como la mujer condenada por los varones a la que Él liberó e
infundió nueva vida; como Marta y María que lo acogieron en su
casa como Amigo y Maestro; como la mujer pecadora que besó,
acarició y ungió sus pies para mostrar su mucho amor al haber sido
perdonada de sus muchos pecados.
Queremos seguir y amar a Jesús con corazón y sensibilidad de
mujer, contribuyendo a poner en la Iglesia algo de lo que aquellas
mujeres pusieron entre los primeros seguidores. No queremos que se
olviden los rasgos que tanto nos atraen d e Jesús: su cariño inmenso
a los niños y pequeños; su sensibilidad hacia los más
desfavorecidos; su cercanía a los enfermos y dolientes; su acogida
amorosa a pecadores y prostitutas; su capacidad de llorar ante el
sufrimiento ajeno; su compasión hacia las gentes perdidas sin
pastor; su manera de consolar y exhortar a las mujeres; su amor
vulnerable que lo llevó hasta la cruz.
No vemos en Jesús al varón autoritario y dominador que se
impone por su fuerza y poder, sino al amigo y hermano que nos
atrae y enamora por su vida servicial, impregnada de amor a todos.
A Él queremos amar, seguir y testimoniar. Él nos ayuda a descubrir
un rostro más femenino de Dios. Para Jesús, Dios es como un padre
10
que acoge a su hijo pródigo, no con la autoridad de un patriarca
ofendido, sino con el afecto de una madre que, al verlo todavía
lejos, se le conmueven las entrañas y comienza a abrazarlo,
interrumpiendo su confesión para evitarle más humillaciones y
acogiéndolo como hijo querido. Dios es como un pastor que busca la
oveja perdida, pero es también como una humilde mujer que barre
con cuidado su casa para buscar su pequeña moneda y compartir su
alegría con las vecinas. Dios es compasivo y tiene entrañas de
misericordia. Para ser como Él hemos de imitar al samaritano que se
conmueve al ver en la cuneta al herido, se acerca a él, y actúa como
una madre que desinfecta y venda sus heridas, lo lleva a la posada y
cuida de él.
Durante muchos siglos han dominado entre los cristianos
imágenes masculinas de Dios que no se equilibran con otras más
femeninas, empobreciendo así nuestra experiencia de Dios y
condicionando fuertemente tanto la imagen que tenemos de Él como
las relaciones que podamos entablar con Él y entre nosotros. Dios es
presentado y vivido con frecuencia como Ser Supre mo, Omnipotente
y Todopoderoso, Rey, Juez y Señor soberano. Este lenguaje tiene el
riesgo de subrayar la idea absoluta de poder, dominio total,
autoridad ejercida de manera rígida. Sin negar lo que de verdadero y
auténtico hay en este lenguaje, nosotras qu eremos narrar nuestra
experiencia de Dios y pronunciar su Nombre Inefable con un
lenguaje más femenino. Así lo hicieron en el pasado otras monjas y
mujeres contemplativas: Hildegarda de Bingen, Matilde de
Magdeburgo, Juliana de Norwich, Teresa de Jesús, Ed ith Stein.. .16
16
Patricia Henry , “La vida monástica y la misión de la mujer consagrada” Cuadernos monásticos 114,
1995, pág. 363
11
En efecto, con nuestra vida y nuestra palabra queremos hablar
de Dios:
- como Madre que crea y recrea todo, gestando la
creación entera y dando vida, aliento y espíritu a la
historia humana;
- como amor entrañable que se da, que ama lo que h ace
y se vuelca cordialmente en las pequeñas cosas de
nuestra vida;
- como amor compasivo que perdona, acoge y abraza a
quienes tanto necesitamos de consuelo;
- como ternura inefable que cura, cuida y bendice la
vida;
- como amor humilde y vulnerable que sufre con
nosotros y por nosotros.
No se trata de dejarnos llevar por una voluntad feminista mal
entendida, sino de vivir y comunicar una experiencia de Dios que
recuerde a todos que su poder es el poder del amor; su
trascendencia, cercanía íntima a todos, su misterio, compasión hacia
el que sufre. Un Dios, en definitiva, que sea más fiel al que se nos
revela en Cristo y más cercano al corazón del hombre y a la mujer
de nuestros tiempos .
3.- PASIÓN POR LA HUMANIDAD
La pasión por el ser humano únicamente puede brotar de la
pasión por Dios. Por eso necesitamos una profunda experiencia de
Dios, Padre/Madre para llevarlo a nuestros hermanos y hermanas. Es
imposible contemplar a Dios sin vivir la fraternidad, sin pensar en
sus hijos e hijas, sin amar sus vidas, s in compartir sus sufrimientos.
12
Nuestra búsqueda de Dios no puede ser ruptura con el mundo.
Evagrio Póntico definió al monje como “aquél que está separado de
todos y unido a todos”17
. Puede parecer una paradoja pero no lo es:
nos alejamos de todos para, desde Dios, estar más cerca de todos;
peregrinamos por la vida “representando a todos”, cargando con la
vida de todos y, de manera especial, de los más necesitados y
humillados. Es Dios mismo quien nos coloca mirando a la
Humanidad. Es Cristo quien nos dice como a María Magdalena:
“Deja de abrazarme... y vete donde los hermanos”18
. Nuestra vida
monástica no termina en un Dios encerrado en sí mismo, sino en un
Padre que nos envía hacia sus hijos e hijas. “aquél que está
separado de todos y unido a todos”17
. Puede parecer una paradoja
pero no lo es: nos alejamos de todos para, desde Dios, estar más
cerca de todos; peregrinamos por la vida “representando a todos”,
cargando con la vida de todos y, de manera especial, de los más
necesitados y humillados. Es Dios mismo quien nos coloca mirando
a la Humanidad. Es Cristo quien nos dice como a María Magdalena:
“Deja de abrazarme... y vete donde los hermanos”18
. Nuestra vida
monástica no termina en un Dios encerrado en sí mismo, sino en un
Padre que nos envía hacia sus h ijos e hijas.
Arrastradas por su amor al mundo y a sus criaturas, vivimos
compartiendo el destino de la Humanidad, compadeciendo su dolor
y sus incertidumbres, dando gracias por sus alegrías, alabando a
Dios en su nombre.
Arrastradas por su amor al mundo y a sus criaturas, vivimos
compartiendo el destino de la Humanidad, compadeciendo su dolor
17
Evagrio, “Tratado de oración” 124:PG 79, 1193 18
Juan 20,17 17
Evagrio, “Tratado de oración” 124:PG 79, 1193 18
Juan 20,17
13
y sus incertidumbres, dando gracias por sus alegrías, alabando a
Dios en su nombre. Más que nunca hacemos nuestros los
sentimientos del Vaticano II: “Los gozos y las esperanzas, las
tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre
todo de los pobres y cuantos sufren, son a la vez los gozos y las
esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo”19
.
• Intercesoras ante Dios
En la vida de Jesús, vivir para Dios era, en concreto, vivir al
servicio de su reino de compasión y de justicia entre los hombres.
El reino de Dios fue el corazón de su existencia, la pasión de su
vida y la razón de su muerte. ¿Cómo vivimos nosotras desde la vida
monástica el servicio al reino de Dios? ¿Cuál es nuestro lugar en
esta tarea esencial, anterior a toda añadidura, de acoger y abrir
caminos al reino de Dios y su justicia? ¿Cuál es el carisma o “la
manifestación del Espíritu” que se nos ha dado a las mujeres y
monjas “para el bien común de todos?” 20
.
Dicho de manera más breve, nuestro servicio al reino de Dios
consiste esencialmente en recordar a todos ante Dios y en despertar
el recuerdo de Dios en todos. En torno a estos dos ejes gira nuestra
vida entera: intercesión permanente y testimonio fiel. Éste es
nuestro ideal: hacer presente ante Dios a todos los hombres y
mujeres que nacen, viven, trabajan, luchan, gozan y sufren mientras
se dirigen hacia el Padre; y a la vez, ser con nuestra vida sencilla y
pobre, un testimonio humilde de ese Dios que nos acompaña y nos
espera como Plenitud de todos nuestros anhelos. La misión es
apasionante, aunque hoy la vivamos por caminos humildes de
19
Gaudium et spes nº1 20
1Corintios 12,7
14
pequeñez y debilidad, sin poder mostrar mucha eficacia ni relieve
social. En medio de un mundo, seducido por el éxito, la eficiencia y
la rentabilidad inmediata, nosotras nos sentimos llamadas a vivir y
mostrar desde “la espiritualidad de lo pequeño”, la eficacia invisible
de la gracia que proviene de Dios.
Nuestra intercesión por la Humanidad nace, se inspira y se
mantiene viva desde el Amor. Teresa de Lisieux lo supo captar de
modo insuperable: “Comprendí que la Iglesia tenía un corazón y
que ese corazón estaba ardiendo de amor. Comprendí que el amor
abarcaba todas las vocaciones , que el Amor era todo”21
. Desde ese
amor nos sentimos “responsables” de la intercesión. Ese amor
convierte nuestra existencia en “pro -existencia”: existimos “para
otros”, de hecho, no sabríamos vivir sólo para nosotras. Nuestra
vida es súplica, intercesión, ofrenda unida a la de Cristo que “está
siempre vivo para interceder por nosotros”22
. Ésa sería, tal vez, una
buena definición de nuestra vida: ser “intercesión de Cristo”, hecha
visible hoy en medio de nuestro mundo.
Esta existencia intercesora no se r educe a la oración, sino que
ha de impregnar nuestra vida entera. Por eso tratamos de vivir la
realidad de cada día, sembrada muchas veces de sufrimiento, olvido,
incertidumbre, enfermedad, envejecimiento... en solidaridad con los
que sufren. Todo puede servirnos para ponernos en el lugar de los
que viven solos y olvidados, ayudar a asumir su dolor, compartir sus
anhelos y sufrir ante Dios sus necesidades.
Queremos ser mujeres orantes que en su oración ruegan a
Dios por sus hijos e hijas, poniendo a todos ante sus entrañas de
21
Texto de santa Teresa de Lisieux citado por Juan Pablo II en su encíclica “Novo Millenio Ineunte”42 22
Hebreos 7,25
15
Madre. Mujeres que, en el silencio, ahondan en el corazón de Dios
para descubrir en él a los más pobres y olvidados. Esta es nuestra
suprema responsabilidad y servicio: decir a Dios con nuestra vida :
“No olvides la obra de tus manos”23
.
Nuestra solidaridad intercesora quiere llegar hasta el último
lugar donde haya alguien que sufre, llora, lucha, canta, espera o
agoniza. ¿Qué sentido tendría nuestra vida si, distraídas por
nuestros pequeños problemas permitiéramos que, en algún pueblo ,
raza o religión, hubiera un ser humano por el que nadie reza a Dios?
Todos caben en nuestra oración pero el Espíritu al que la liturgia
llama “Padre de los pobres”24
nos invita a hacerles un sitio especial
en nuestra existencia intercesora a los más pobr es: a los
hambrientos de la tierra, las víctimas inocentes de los abusos e
injusticias más terribles, los humillados por todos, los niños y niñas
prostituidos sin piedad, los maltratados por los poderosos porque
estos son los privilegiados de Dios. En medi o de ellos nuestra
mirada se detiene, con ternura preferente, en las mujeres más
discriminadas, violentadas, maltratadas. Son los pobres a quienes
queremos hacer más sitio en nuestra oración, nuestro silencio,
nuestro afecto y nuestro recuerdo. ¿Quién podr ía ocupar, si no son
ellos, el lugar privilegiado en una comunidad centrada en Dios?
• Testigos ante el mundo
Junto a la misión de intercesión, nos sentimos llamadas a
servir al reino de Dios con el testimonio de una vida que ayude a
escuchar su invitación a entrar en su reino. Queremos ser un signo
humilde levantado en el corazón de la Iglesia y del mundo que,
23
Salmo 27,9 24
Secuencia del Domingo de Pentecostés
16
desde el silencio y la soledad de nuestros monasterios, invite a
escuchar a Dios. Pero tal testimonio sólo será auténtico si nace
como expresión, i rradiación y comunicación de una experiencia de
Dios realmente auténtica que debemos vivir en nuestras
comunidades.
Sabemos también que nuestro testimonio no puede nacer del
recelo, el miedo o la condena visceral del mundo actual, sino desde
un amor que se alimenta del amor de Dios “que ha sido derramado
en nuestros corazones por el Espíritu que nos ha sido dado”25
. Sólo
si amamos a los hombres y mujeres de hoy como los ama Dios, con
sus problemas y conflictos, con sus contradicciones y miserias, con
sus anhelos y pecados, con sus conquistas y fracasos, podremos
ofrecerles nuestro testimonio filial y amistoso de Él. Nuestro deseo
no es condenar ni culpabilizar, sino invitar, animar, atraer hacia
Dios y abrir caminos para el encuentro con Él.
Son palabras de Jesús: “Vosotros recibiréis una fuerza,
cuando el Espíritu venga sobre vosotros y, de ese modo, seréis mis
testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta los
confines de la tierra”26
. ¿Cómo escuchamos nosotras hoy esta
llamada a ser testigos? En la Iglesia hay pastores, hay teólogos, hay
creyentes comprometidos en renovar la sociedad, hay comunidades
parroquiales que sostienen y animan la fe de los creyentes, hay
grupos y comunidades que buscan caminos nuevos de vida cristiana
y evangelización. Todos contribuyen, desde su propia misión, a
hacer de la Iglesia testigo de Cristo en el mundo. Nosotras, por
nuestra parte, queremos contribuir mostrando la vida que Dios
puede suscitar en una comunidad de mujeres creyentes que, en
25
Romanos 5,5 26
Hechos 1,8
17
medio de dificultades, pecados y debilidades, buscan a Dios y se
esfuerzan por acogerlo con un corazón sincero.
En un mundo donde se llega a decir que Dios está ausente o
ha muerto, nosotras, con nuestra entrega radical a Él, queremos
sugerir que es posible creer en Dios, e scuchar su Palabra, vivir en
su presencia y saborear su amor.
En un mundo aparentemente satisfecho, pero donde no se
apaga la sed de misterio, nosotras queremos mostrar que es posible
saber algo de la “fuente” y entrever cómo se calma el anhelo de
felicidad plena que hay en el ser humano.
En un mundo donde contradictoriamente se acusa a Dios, sin
creer en Él, de tanto mal inexplicable y de tanta injusticia cruel,
queremos decir que es posible vivir junto a Dios frente a todo lo que
daña y destruye al ser humano, pues creemos y confiamos que Él
está en las víctimas sosteniendo su vida y dignidad, y está en los
que luchan contra el mal alentando su trabajo.
En una sociedad dominada por el bienestar y la idolatría del
dinero, nosotras nos atrevemos a mostra r que es posible vivir desde
una pobreza voluntaria y una austeridad sencilla, sin estar
pendientes de la posesión de las cosas y sin caer en el consumismo
alocado dictado por la publicidad o las modas. Esta pobreza nos
coloca un poco más cerca de los necesitados, nos pone de su lado,
nos hace más capaces de sintonizar con sus problemas y libera
nuestro corazón para centrarlo en los verdaderos valores de la
existencia.
18
En medio de una cultura individualista e insolidaria donde
cada individuo y cada pueblo sólo parece preocuparse de sus
intereses, queremos recordar que Dios nos llama a convivir en
comunión y comunidad. Nuestras comunidades en las que
convivimos en comunión hermanas de diferentes edades, cultura,
procedencia, formación, quieren ser un signo humilde de un mundo
más fraterno y solidario.
En la misma línea, nuestra acogida y hospitalidad a los que
llaman a nuestra puerta, quiere ser recordatorio sencillo pero claro
de que Dios está contra la exclusión, la discriminación, la xenofobia
y el rechazo a los extranjeros.
En una sociedad donde el progreso tecnológico, la actividad
económica o el ejercicio político, lejos de estar siempre al servicio
de la persona, se subordinan con frecuencia al desarrollo material,
el rendimiento, la competitividad o los intereses partidistas,
nosotras queremos recordar a un Dios que siempre es defensor de la
persona y de su dignidad.
En una sociedad donde crece la indiferencia al sufrimiento
ajeno, y donde se debilita la acogida cálida a cada persona, nosotras
queremos recordar que Dios es, antes que nada, Amor compasivo.
Gritar con Jesús, de manera suave pero insistente: “sed compasivos
como vuestro Padre del cielo”27
. Nada quisiéramos más que
introducir en esta sociedad un poco más de corazón. Que nuestras
comunidades fueran, allí donde pueda llegar su testimonio
silencioso, signo de que es posible tener misericordia, ofrecer
amistad, desarrollar la escucha al que sufre, tratar con más cariño y
afecto a las personas.
27
Lucas 6,36
19
• Sembradoras de esperanza
La pérdida de horizonte, la incertidumbre ante el futuro, el
vacío interior y el olvido de Dios están provocando una fuerte crisis
de esperanza. No se sabe muy bien qué podemos esperar ni en quién
podemos confiar. Entregadas a la búsqueda de Dios como lo “único
necesario”, nosotras sentimos la llamada a ser testigos y
sembradoras de esperanza.
Deseamos que nuestras comunidades sean en medio de la
Iglesia y del mundo “comunidades de esperanza”. ¿Qué búsqueda de
Dios sería la nuestra y qué contemplación de su Misterio de amor si
nadie pudiera ver en nosotras la alegría inconfundible, la paz y la
confianza de quienes viven “enraizadas y edificadas en Cristo”?28
.
Si nos encerramos en nuestros propios problemas y nos quedamos
sin fuerza para despertar en alguien la esperanza en Di os, estamos
defraudando algo esencial a nuestro carisma y misión.
Nuestra esperanza no es el optimismo que nace de unas
perspectivas más halagüeñas para el futuro; no es olvido y evasión
de los problemas. Es, antes que nada, una experiencia que brota de
Dios. Un fruto del Espíritu, un regalo de Dios que hemos de acoger,
cuidar y vivir sumergidas en su amor.
¿Cómo sembrar hoy esperanza y contribuir a despertarla y
cultivarla desde nuestra vida monástica? Antes que nada, deseamos
comunicar a Dios como el mejor Amigo, el único Salvador del ser
humano. Que quienes nos conozcan puedan captar en nosotras lo que
captaban de inmediato en Jesús: que Dios está siempre a favor de la
28
Colosenses 2,6
20
Humanidad y en contra de todo lo que deshumaniza y destruye; que
se hace presente en nuestra vida únicamente para salvar, liberar,
perdonar y recrear. Esto nos exige reavivar y purificar la imagen de
Dios que refleja nuestra vida, el lenguaje que empleamos al hablar
de Él, la fe y la confianza inquebrantable en su amor salvador.
Queremos también recordarnos y recordar a todos que Dios
sigue actuando. Él no está en crisis. Nada ni nadie puede bloquear
su acción salvadora:“Si Dios está con nosotros ¿quién podrá algo
contra nosotros?... Si entregó a su propio Hijo por todos nosotros,
¿cómo no nos dará con el graciosamente todo?29
. No queremos que
se olvide en la Iglesia que “donde abundó el pecado, sobreabunda
la gracia”30
. Queremos vivir muy atentas a los signos pequeños y
frágiles que nos invitan a la esperanza. ¿No estamos viviendo una
época germinal?, ¿no hay realidades que están siendo enterradas
para que nazca una vida nueva?, ¿no es cierto que, si el grano no
muere, no nace el trigo? Nosotras queremos hacer un poco más
creíble a ese Dios que, con paciencia y amor de madre, va gestando
un nuevo mundo. Ahora sufrimos, pero un día “se alegrará nuestro
corazón y nadie podrá quitar nuestra alegría”31
.
La esperanza que nace de Dios no tiene que ver con la
pasividad, la resignación o el olvido del sufrimiento del mundo. Al
contrario, despierta más el anhelo de trabajar y orar por ver
realizado cuanto antes el proyecto de Dios . Sufrimos al ver la
distancia enorme que existe entre lo que Dios quiere para la
Humanidad y la vida trágica de tantos hombres, mujeres y niños. No
queremos vivir la esperanza de espaldas a la realidad. Que nadie
interprete nuestro silencio monástico como un silencio cómplice que
29
Romanos 8,31-32 30
Romanos 5,20 31
Juan 16,22
21
se resigna a las injusticias del mundo. No queremos ni podemos ser
comunidades mudas ante el dolor de las víctimas inocentes, la
agresión a las mujeres maltratadas o el desamparo de los
inmigrantes. Queremos hablar con nuestra vida y, cuando la ocasión
lo requiera, también con nuestra palabra y nuestro posicionamiento.
Que nuestra manera de ser y de actuar, que nuestro modo de
enjuiciar los acontecimientos y reaccionar ante ellos, sean signo real
de que estamos ahí, codo con codo, apoyando con nuestra oración,
con todo nuestro ser y obrar, las grandes causas a favor de un
mundo más justo y liberado.
Esta esperanza cristiana han de conocerla antes qu e nadie los
pobres. De ellos es el reino de Dios. El Espíritu nos empuja a vivir
siguiendo a Jesús, como portadoras de la Buena Noticia a los
últimos: “El Espíritu del Señor está sobre mí porque me ha ungido.
Me ha enviado a anunciar a los pobres la Buena Noticia”32
.
Sabemos que un creyente, “ungido por el Espíritu del Señor”,
siempre será portador de la Buena Noticia a los pobres. Pensamos en
los “nuevos pobres” de nuestra sociedad que, en ocasiones, llegan
hasta nuestras hospederías y locutorios . Todos necesitan, como
nosotras necesitamos, conocer la esperanza. Nuestra escucha y
acogida a ese número insignificante de personas sólo es símbolo de
nuestra actitud ante los hombres y mujeres del mundo entero.
Un interrogante va despertándose cada vez con más fuerza en
nuestro corazón de mujeres contemplativas: ¿no hemos de ser
nosotras, en estos momentos, sembradoras de esperanza y portadoras
de la Buena Noticia de Dios para ese mundo de mujeres que
constituyen la mitad se la Humanidad?, ¿podemos mantenernos de
espaldas a los deseos del Papa Benedicto XVI desoyendo sus
32
Lucas 4,18
22
recientes palabras? “Yo creo que las mismas mujeres, con su
impulso y con su fuerza, con su –por así llamarla- preponderancia,
con su poder espiritual sabrán hacerse su espacio. Y nosotros
tendremos que ponernos a la escucha de Dios para que no nos
opongamos a Él sino que nos alegremos porque el elemento
femenino obtenga en la Iglesia el puesto operativo que le conviene,
comenzando desde la Madre de Dios y María Magdalena”33
.
Habremos de buscar, es un compromiso específico de la hora
presente, con imaginación creativa, los caminos que ha de seguir la
vida monástica femenina para colaborar en una convivencia más
justa, igualitaria y fraterna entre hombres y mujeres. Buscar nuestra
manera propia de contribuir a que cambie la mirada y la postura de
la Iglesia toda hacia la mujer de manera que las diferencias de
género no sean fuente de dominación o discriminación. Intuimos que
nuestra mejor aportación ha de ser cultivar en nosotras esa
“santidad de rostro femenino” que pedía y alababa Juan Pablo II:
“Considero particularmente significativo el derecho de esa santidad
de rostro femenino, en el marco de la tendencia providencial que se
ha afirmado en la Iglesia y la sociedad de nuestro tiempo,
reconociendo siempre de manera más clara la dignidad de la mujer
y sus dones” 34
.
Desde nuestra propia identidad de mujeres creyentes y
contemplativas, podremos y deberemos recrear y ensanchar nuestro
lenguaje sobre Dios, contribuir a ir liberando la fe cristiana de
prejuicios y categorías dualistas que olvidan que en Cristo “no hay
33
Entrevista a Bayerischer Rundfunk (ARD); 2DF; Deustsche Welle; Radio Vaticano (05.08.06); Vida
Nueva , nº 2531,18 34
Juan Pablo II. Carta apostólica en la proclamación de nuevas patronas de Europa (Brígida de Suecia,
Catalina de Siena y Teresa Benedicta de la Cruz (1 de octubre de 1994)
23
varón y mujer”35
resistirnos a creer que el evangelio legitime la
dominación, minusvaloración o exclusión de la mujer.
4.- NACER DE NUEVO
Siguiendo el lenguaje de Juan Pablo II en la Novo Millenio
Ineunte , el Congreso de Vida Consagrada celebrado en Roma,
hablaba de una llamada a “nacer de nuevo” , desarrollando “una
nueva imaginación de la caridad” y “unas actitudes nuevas”36
para
hoy. En esta misma línea, no quisiéramos concluir nuest ra escucha
al Espíritu sin sugerir humildemente algunos caminos sencillos,
concretos de conversión que nos parecen claros.
No nos llama hoy el Espíritu al pesimismo, a la desesperanza
o a la resignación pasiva; tampoco a la impaciencia, al nerviosismo
o al falso “providencialismo” de pensar que “vendrán tiempos
mejores” sin nuestra renovación. Nos invita, más bien, a vaciar la
vida monástica de falsos miedos para confiar radicalmente en Dios y
hacernos con honestidad las preguntas fundamentales: ¿cómo viv ir
en actitud de búsqueda responsable?, ¿cómo disponer nuestros
corazones a preparar caminos nuevos a la vocación monástica?,
¿cómo cultivar el discernimiento evangélico?, ¿cómo ser más fieles
a lo esencial de nuestro carisma, sin dejarnos esclavizar por
adherencias y añadidos socio-culturales que impiden vivir y
testimoniar con transparencia al Dios vivo encarnado en Jesús?, ¿no
tendríamos que revisar en profundidad ciertas costumbres,
estructuras y normas para ver si sirven al momento actual?, ¿cómo
podríamos crecer juntas en libertad de espíritu y audacia creadora?
35
Gálatas 3,28 36
Documento final; Lo que el Espíritu dice a la Vida Consagrada en “Pasión por Cristo, pasión por la
Humanidad”. Congreso Internacional de la Vida Consagrada. Publicaciones Claretianas. Madrid 2005,
351-364
24
• Centralidad de la “lectio divina"
La escucha de la Palabra de Dios a través de la “lectio divina”
ocupa un lugar central en nuestra vida. Acercarse a la Palabra de
Dios es, según expresión de l Concilio: “fuerza para la fe, alimento
del alma y fuente pura y perenne de vida espiritual”37
; leer
asiduamente la Biblia conduce al “sublime conocimiento de
Jesucristo”38
. Es la Palabra de Dios la que ha de sostener y
alimentar nuestra búsqueda apasionada de Dios, nuestro seguimiento
evangélico a Jesús y nuestra pasión por la Humanidad.
Nos sentimos llamadas a devolver a la “lectio divina” su
centralidad en nuestra vida monástica, sin oscurecerla ni sustituirla
por otras lecturas o devociones piadosas, sin descuidarla ni
reducirla ya que es uno de los pilares de nuestra vida de
contemplativas. Recuperar ese diálogo amoroso y transformador con
Dios que nos permite escuchar día a día su voz, discernir su
voluntad y trabajar nuestra conversión personal y co munitaria. Esto
nos está pidiendo:
- una estima nueva y más profunda de la Palabra de
Dios,
- una familiaridad connatural con el evangelio,
- una formación bíblica adecuada,
- una iniciación en la gran tradición de monjes y monjas
que vivían rumiando la Palabra de Dios y no conocían
otro lenguaje que el del evangelio,
37
Constitución Dei Verbum 21 38
Constitución Dei Verbum 25
25
- un esfuerzo por aprender a leer la Biblia con ojos de
mujer.
En una sociedad donde habitualmente se recibe todo tipo de
mensajes, información o publicidad televisiva, donde tantos se
comunican sin cesar por la telefonía móvil o viven conectados a
Internet, asegurar en el corazón de nuestras comunidades este
espacio sagrado para vivir comunicadas con Dios, a la escucha de su
mensaje ¿no es poner un signo contracultural significativo y
necesario en unos tiempos en que se olvida la voz de Dios?
• El cuidado del servicio divino
Nuestra búsqueda de Dios se vertebra en torno a la liturgia.
Éste es el servicio fundamental de los monjes y monjas
contemplativas a la evangelización. Nada es más importante para
nosotras que la alabanza de su Nombre inefable, el reconocimiento
de su obra salvadora, la acogida de su gracia y la disponibilidad a
transformar el corazón. La eucaristía comunitaria, eje de la
celebración de los misterios de Cristo a lo largo del a ño litúrgico, se
prolonga en el silencio de nuestro corazón y en el canto meditativo
de la comunidad. Todo lo que suponga desgastar las palabras y los
gestos litúrgicos para caer en la rutina o el legalismo es secar la
fuente de la que brota nuestra vida.
Esta celebración, signo eminente de la compasión de Dios
hacia todos sus hijos e hijas e invitación perenne a la comunión, no
puede ser una celebración nuestra cerrada, exclusiva y excluyente,
ni una liturgia ofrecida a otros como espectáculo sagrado. Nos
sentimos llamadas, dentro de nuestras posibilidades, a promover y
facilitar la participación de los fieles en la eucaristía (acogida en el
26
templo, materiales explicativos, moniciones adecuadas,
participación en los distintos servicios etc.. .). Idéntica pa rticipación
hemos de promover en la Liturgia de las Horas, ayudando a las
personas a descubrir la riqueza de los Salmos y su fuerza salvadora
en momentos de depresión y angustia, de gozo, en la enfermedad, en
la necesidad de perdón, en la acción de gracias o en la búsqueda de
Dios.
Nuestras limitaciones son muchas. El descenso numérico de
monjas en el coro, la enfermedad y las dolencias no nos permiten
quizás una liturgia brillante y bella como en otros tiempos. Pero
estas celebraciones, necesariamente humildes y pobres, pueden ser
ahora más que nunca expresión de nuestra verdad y nuestra
solidaridad con una Humanidad doliente y necesitada de salvación.
Lo que no ha de faltar es la alegría verdadera y el cariño mutuo
reflejado en nuestros rostros, la creatividad que nace del amor, la
mayor sensibilidad al mundo de la mujer, el cuidado del contenido y
del lenguaje en la oración de los fieles, el abrazo cálido de la paz,
la acogida de la bendición y el compromiso de hacer nuevas todas
las cosas.
• Acogida y hospitalidad
La acogida a quienes se acercan a nuestros monasterios es el
cauce más visible de nuestro amor abierto a toda la Humanidad. No
es alojar simplemente a unos visitantes en nuestras hospederías,
sino abrir nuestra comunidad a hermanas y hermanos p ara que
compartan con nosotras el pan material de nuestra mesa, el pan de la
Palabra de Dios y el pan de la Eucaristía. La acogida no es una
gestión que corresponde únicamente a la hermana hospedera, sino
un acto que vive toda la comunidad que es quien aco ge al que llega
27
“como al mismo Cristo en persona”39
. Todas las hermanas tenemos
algún quehacer en esta acogida: las que desde el lecho, ofrecen su
oración y enfermedad; las que preparan con amor la comida; las que
atienden y sirven directamente; las que dialogan con ellos y los
escuchan fraternalmente en el locutorio; las que los preparan y
ayudan a tomar parte viva en la celebración...
Nuestra acogida no se ha de regir por los criterios e intereses
de un hostal; nuestro locutorio no es la recepción de u n hotel;
nuestro refectorio no es el comedor de un restaurante. Nadie debería
confundirnos. Queremos recuperar el sentido profundo de la acogida
monástica con nuestra predilección por los más pobres y
necesitados, los más solos y perdidos, los más necesita dos de gestos
de bondad y de amistad. Queremos actualizar hoy la ejemplar
hospitalidad que ejercieron en el pasado muchas monjas acogiendo
con predilección a la gente más pobre y menesterosa. Pensamos,
sobre todo, en dos sectores de personas:
• La acogida a quienes se acercan a nuestros monasterios es
el cauce más visible de nuestro amor abierto a toda la
Humanidad
Formación renovada
Además de la conversión como actitud espiritual a la que nos
compromete el voto de “conversión de costumbres” , el Espíritu nos
llama hoy a una adaptación, a un cambio, más o menos intenso, de
estilo de vida comunitaria y, sobre todo, a pensar de nuevo y valorar
ciertos esquemas mentales y nociones monásticas; a estar
39
Regla de san Benito 53
28
disponibles para ajustar equilibradamente el pasado al pres ente,
para vivificar la tradición en el mundo actual y para aproximar lo
fundamental del monacato a nuevas situaciones, nuevos valores y
nuevos ámbitos socioculturales.
Este proceso de conversión nos exige: volver al ideal
originario, a las fuentes más genuinas interpretándolas para poder
distinguir lo esencial de lo secundario, discernir entre tradición y
tradiciones, y conocer y estimar equilibradamente las características
positivas, los signos, que se manifiestan en el contexto
antropológico y cultural de nuestra época teniendo muy en cuenta
las necesidades más urgentes de nuestro tiempo40
.
Esta renovación exige un cuidado especial de la formación. Lo
recordaba el Vaticano II: “La renovación de los institutos, depende
en gran medida de la formación de sus miembros que se han de
esforzar durante toda la vida en perfeccionar esta cultura
espiritual, doctrinal y técnica”41
.
Acogemos esta llamada a cuidar el tema de la formación. En
un mundo en continua evolución y progreso, las comunidades no
podemos conformarnos con unos conocimientos elementales
adquiridos en una etapa de nuestra vida, sino que se impone una
actualización, una formación sólida, tanto en la etapa de formación
inicial como a lo largo de toda la vida, formación permanente. Una
formación integral que abarque la maduración humana, la identidad
femenina, la fe cristiana, la espiritualidad monástica, la formación
bíblica.
40
Ramón-Pius Tragrán. “Vida monástica: una conversión continua” Cuadernos Monásticos 52. 2001,
págs 324-325. 41
Perfectae Caritatis 18
29
Es necesario introducir en nuestros monasterios un
conocimiento cualificado sobre la situación, sobre los valores y los
defectos de nuestro tiempo y escoger personas competentes para
tratar diversos aspectos de la actualidad eclesial y social. Si no
tenemos un conocimiento y una capacidad de acoger la nueva
realidad socio-religiosa actual, nuestra vida de oración permanecer á
fuera del contexto vital de la Iglesia y de los hombres, y se alejará
de los horizontes de un mundo, que es el nuestro . Si nuestros
monasterios no están informados y sensibilizados por conferencias
regulares y coherentes, por comentarios sobre temas espe cíficos
desarrollados por personas preparadas sobre cómo van hoy las
cosas, cuáles son las tendencias y el pensamiento dominante en
exégesis y teología, ¿cómo podrán comprender las monjas mayores
la mentalidad de las jóvenes que son las potenciales candida tas a la
vida monástica?42
.
Soñamos con un monacato femenino con todas las cualidades
de madurez, de sabiduría, de santidad. Más que un sueño se trata de
una necesidad para que nuestros monasterios puedan seguir viviendo
de una forma cualificada. Hemos de actuar con realismo.
Necesitamos, en concreto, encontrar el equilibrio necesario entre
trabajo y formación. El trabajo remunerado, base de nuestra
subsistencia, nos ocupa bastantes horas de nuestra jornada, más de
las deseadas. También el envejecimiento p rogresivo de nuestras
comunidades requiere el servicio y la dedicación de nuestras
hermanas más jóvenes en detrimento de su formación. Es, pues,
misión de las responsables de nuestras comunidades enseñar,
instruir y hacer madurar a cada monja; establecer unos criterios y
unos tiempos que aseguren una formación adecuada. Por otra parte,
42
Ramón-Pius Tragán. “Vamos a establecer una escuela del servicio divino” Cuadernos Monásticos 55.
2003, págs. 86-95
30
es responsabilidad de cada monja tomar conciencia de esta
necesidad de formación para dar razón y testimonio de nuestra fe y
de nuestra vocación monástica en medio del mundo.
La calidad de la vida consagrada, de la participación real y
corresponsable de la propia comunidad así como la posibilidad de
dar una respuesta válida a los desafíos del mundo contemporáneo
con creatividad y valentía, exige de todas y cada una de nosot ras un
proceso de constante crecimiento, de discernimiento y de apertura al
Espíritu.
*********
A MODO DE CONCLUSIÓN
La llamada del Espíritu es fuerte, nuestras fuerzas se debilitan
de año en año. Nuestras comunidades siguen envejeciendo. Echamos
en falta la savia nueva de monjas jóvenes. No es fácil la creatividad
y la renovación cuando se llevan muchos años viviendo de
costumbres y hábitos de vida envejecidos. ¿Estamos asistiendo al
final de nuestros monasterios? ¿Puede renacer de nuestras
comunidades un nuevo monacato?
Quiero terminar esta meditación escuchando con vosotros la
Palabra de Dios por medio del profeta Ezequiel: “Así dice el Señor
a estos huesos: He aquí que yo voy a hacer entrar el Espíritu en
vosotros y viviréis. Os cubriré de nervios, haré crecer sobre
vosotros la carne, os cubriré de piel, os daré un espíritu y viviréis;
y sabréis que yo soy el Señor”43
.
43
Ezequiel 37,5-6
31
Es difícil pensar que de unos “huesos secos” pueda nacer la
vida. Pero Dios puede “hacer entrar” su Espíritu en ellos y hacerlos
vivir. Tal vez es nuestra primera tarea, la única: dejar entrar en
nuestros monasterios el Espíritu de Dios. No será fácil. Requerirá
tiempo, paciencia y f idelidad. Deberemos liberarnos de miedos,
cobardías y egoísmos. Será un proceso lento. Una conversión c uyo
final tal vez no veremos, pero cuyo proceso expresan bien las
palabras del profeta:
“Os cubriré de nervios” : primero será necesario renovar las
líneas de fuerza esenciales que apunten hacia un nuevo monacato;
“haré crecer sobre vosotros la carne” : el nuevo espíritu
tendrá que tomar cuerpo encarnándose en nuevas formas de vida;
“os cubriré de piel” : tendremos que saber adaptarnos al
mundo de hoy, sin conformarnos con él, y a las necesidades de la
Humanidad actual.
Dios nos dará su Espíritu y viviremos. Seremos pocas o
muchas. Seremos jóvenes o mayores. Pero, entre nosotras habrá
vida. Sabremos que Dios es el Señor.