ceramica de rota bajomedieval cristiana

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DE LA PREHISTORIAA LA RÁBITA Y LA VILLA

Arqueología de Rotay la Bahía de Cádiz

Editor científicoJosé María Gutiérrez López

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PROLOGO

PRESENTACIÓN

1.- MISCELÁNEA ARQUEOLÓGICA Y PALEONTOLÓGICA DE ROTA Y LA BAHÍA DE CÁDIZ ........Francisco Giles Pacheco y Francisco J. Giles Guzmán

2.- INTERVENCIÓN ARQUEOLÓGICA EN EL CERRO DE LAS VASCONCILLAS (ROTA, CÁ-DIZ). PRIMEROS RESULTADOS DE LA INVESTIGACIÓN ...................................................................Helena Paredes Courtot, Sebastián Corzo Pérez y Miguel Vila Oblitas.

3.- LAS FORMACIONES SOCIALES TRIBALES Y CLASISTAS INICIALES EN LA BAHÍA DE CÁDIZ. MEDIO NATURAL Y RECURSOS.................................................................................................José Ramos Muñoz, Manuela Pérez Rodríguez, Salvador Domínguez-Bella, Milagrosa Soriguer Escofet, Cris-tina Zabala Jiménez, José Antonio Hernando Casal, Blanca Ruiz Zapata, María José Gil y Domingo Jiménez Guirado

4.- LA PESCA Y LAS CONSERVAS EN LA BAHÍA DE CÁDIZ EN ÉPOCA FENICIO-PÚNICA .........Ángel Muñoz Vicente y Gregorio de Frutos Reyes

5.- UNA VILLA ROMANA EN LA BASE NAVAL ..........................................................................................Murray C. McClellan, María Cristina Reinoso del Río, José María Gutiérrez López y Michael MacKinnon

6.- LA PRESENCIA ROMANA EN EL TERRITORIO DE ROTA ............................................................Francisco Riesco García

7.- MONEDA, HALLAZGOS Y CIRCULACIÓN MONETARIA EN LA BAHÍA DE CÁDIZ DURANTE LA ANTIGÜEDAD. ESTADO DE LA CUESTIÓN, PROBLEMAS Y PERSPECTIVAS ...........................Alicia Arévalo González

8.- ARQUEOLOGÍA DE LA ANTIGÜEDAD TARDÍA EN TIERRAS GADITANAS. REFLEXIONES Y PERSPECTIVAS DE INVESTIGACIÓN ....................................................................................................... Darío Bernal Casasola

9.- ALGO SOBRE LOS RIBATES DE OCCIDENTE Y EL SENTIDO DE LA FORTALEZA DE ROTA .................................................................................................................................................................Virgilio Martínez Enamorado

10.- INTERVENCIÓN ARQUEOLÓGICA EN CALLE IGNACIO MERELLO Nos 4-6 ......................... Esperanza Mata Almonte

11.- UNA PERSPECTIVA ARQUEOLÓGICA DE LA ROTA BAJOMEDIEVAL CRISTIANA. LA EX-CAVACIÓN DE PLAZA ESPAÑA, 8 ..............................................................................................................José María Gutiérrez López y María Cristina Reinoso del Río

12.- ARQUEOLOGIA EXTRAMUROS DE LA VILLA. LA EXCAVACIÓN EN TORRE DE LA MERCED ........................................................................................................................................................... María Cristina Reinoso del Río y José María Gutiérrez López

13.- NAUFRAGIOS EN AGUAS DE LA VILLA DE ROTA. ANÁLISIS DE LAS FUENTES DOCU-MENTALES ......................................................................................................................................................Lourdes Márquez Carmona.

BIBLIOGRAFÍA GENERAL ...........................................................................................................................

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SUMARIO

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UNA PERSPECTIVA ARQUEOLÓGICA DE LA ROTA BAJOMEDIEVAL CRISTIANA.

LA EXCAVACIÓN DE PLAZA ESPAÑA, 8.José María Gutiérrez Ló[email protected]

María Cristina Reinoso del Rí[email protected]

1. INTRODUCCIÓN

La intervención arqueológica preventiva reali-zada en el número 8 de la Plaza de España de la villa de Rota viene a poner de manifi esto como cualquier pequeña porción de nuestros cascos antiguos -por modesta que pueda parecer-, guarda una informa-ción arqueológica relevante, que se perdería de for-ma irremediable sin aplicar las medidas correctoras que están reconocidas por la legislación patrimonial vigente1.

1 Con fecha de 26 de junio de 2003, se presentó el proyecto de intervención arqueológica de urgencia en el nº 8 de la Plaza de España, Rota, Cádiz, fi rmado por José María Gutiérrez López y María Cristina Reinoso del Río. El proyecto fue aprobado por la Dirección General de Bienes Culturales que otorgó la direc-ción de la intervención arqueológica de urgencia a María Cris-tina Reinoso del Río con fecha de 22 de noviembre de 2003; y la intervención arqueológica comenzó el día 24 de noviembre.

Por su situación, la investigación arqueológica del solar sito en esta plaza roteña planteaba diversos focos de atención en el ámbito de la evolución histó-rica de la Villa, ya que en su parte posterior se loca-lizaban los restos del antiguo recinto fortifi cado ur-bano. Estos lienzos son conocidos en otras zonas del casco antiguo, al igual que sus puertas, aunque hasta fecha muy reciente nunca habían sido objeto de in-tervención arqueológica (Gutiérrez López y Mata Al-monte, 2001: 116-127). El interés de la ubicación del solar se acentuaba al encontrarse a escasos metros de una de las principales puertas de acceso al recin-to amurallado, denominada Puerta de Sanlúcar o de la Villa, fosilizada en el actual pasaje bajo las depen-dencias municipales desde Plaza Andalucía a Plaza España (Fig.1). Ésta última, además de la unión de las plazas Bartolomé Pérez y Padre Eugenio, anexas a la Parroquia, y la Plaza del Barroso, confi guran las

1.- Plano de la Villa de Rota con re-construcción del recinto murado, baterías y principales edificios, En trama oscura la situación de la inter-vención arqueológica en Plaza Espa-ña, 8 (Modificado de Pérez Humanes, 1995: 146).

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principales áreas abiertas intramuros del casco his-tórico de Rota.

El solar objeto de la intervención arqueológi-ca se sitúa por tanto al Norte del recinto murado, casi inmediato a la antigua puerta. Se trata de un edifi cio entre medianeras, con dos plantas edifi cadas median-te estructura de muros de carga en piedra y ladrillo, con frentes de fachada enjalbegados, patio central y cubiertas inclinadas de teja árabe. Tras las labores de derribo y desescombro, el citado edifi cio se encon-traba como un solar fl anqueado al Este por un edifi cio de dependencias administrativas del Ayuntamiento, y al lado Oeste por una vivienda, ocupando una super-fi cie de 151,298 m2. Conserva la fachada antigua, que se había apuntalado con un andamiaje metálico con el fi n de preservarla para la nueva edifi cación. El proyec-to presentado por el Ilustrísimo Ayuntamiento de Rota preveía la rehabilitación de fachada y nueva construc-ción de un edifi cio de tres plantas (Fig. 2).

En la parte posterior del solar se conservaba en alzado parte de un lienzo de muralla, situándonos por tanto al interior de la cerca medieval. La realiza-ción de un nuevo edifi cio en este solar suponía la se-gura localización de restos de cultura material, tanto de época medieval como moderna, así como la prác-tica destrucción de los mismos si no se acometía una intervención sistemática, ya que también el proyecto preveía la colocación de un ascensor lo que conlleva-ba una perforación importante del terreno.

Las características y situación del espacio a ex-cavar suponían una oportunidad única para estudiar parte de este monumento, del que apenas se tienen datos acerca de su cronología y fi liación. Circunstancia afortunada fue que el planteamiento de la excavación sufrió una ligera variación con relación al proyecto pri-migenio, al comprobar que la planta del solar no coin-cidía exactamente con los planos proporcionados. En la muralla se abría un pequeño vano efectuado a modo de puerta en el macizado del paramento que conecta-ba con un pequeño patio interior, a partir del cual se podía apreciar un tramo signifi cativo de la cara externa del muro. La existencia de este pequeño patio trasero del solar, puso en disposición de poder investigar el paramento externo de la muralla y por lo tanto, realizar una lectura transversal de la cimentación y de los nive-les intramuros y extramuros adosados a la estructura.

El planteamiento de la excavación consistió en la apertura de tres cuadrículas, así como el control ar-queológico de dos pozos de cimentación por necesi-dades de la infraestructura de la nueva construcción. Dichas catas se situaron en los lados oeste y este, en áreas no intervenidas sistemáticamente. Los resulta-dos de ambas fueron similares y vinieron a completar la información sobre el proceso histórico desde el si-glo XVI hasta la construcción de edifi cio preexistente. Con respecto a las cuadrículas, la número 1 se dispuso anexa al muro/muralla, con unas dimensiones iniciales de 5 m de largo por 3 de ancho, ampliándose las mis-mas posteriormente en función de las necesidades.

2.- Edificio de Plaza España 8 rehabilitado para dependen-cias municipales, año 2007.

3.- Planta de la excavación con indicación de cuadrículas y estructuras detectadas. La trama clara indica el trazado de la muralla y la oscura las fosas y pozos de cronología bajo-medieval cristiana.

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José María Gutiérrez LópezMaría Cristina Reinoso del Río

La Cuadrícula nº 2 se localiza en el menciona-do patio interior, extramuros y al pie de la construc-ción, con unas dimensiones más reducidas debido al espacio disponible, 1 por 2 m. La Cuadrícula nº 3 se situó en el centro del solar, en un cuadro de 4 por 4 m que también sufrió una serie de ampliaciones por la localización de diversas estructuras (Fig. 3).

Como labor complementaria se realizó la lim-pieza y picado de los dos paños visibles de la muralla, que habían recibido múltiples capas de enjalbegado y refacciones, para comprobar su estado de conser-vación y hacer una lectura inicial de las alteraciones y añadidos posteriores a su construcción.

2. SÍNTESIS GENERAL DEL PROCESO HISTÓRI-CO DE ROTA EN PLAZA ESPAÑA.

Sirva este breve apartado como resumen expli-cativo de toda la secuencia ocupacional registrada du-rante los trabajos de excavación, reservando el cuer-po principal de esta aportación para destacar la fase que estimamos más sobresaliente en el contexto de la historiografía arqueológica regional. Ésta es la que po-demos relacionar con los siglos bajomedievales de fi -liación ya cristiana, con un conjunto de cultura material de carácter mudéjar, homogéneo y abundante, con una cronología del siglo XIV, bien aquilatada por las

importaciones levantinas, que puede servir de marco de referencia para la futura bibliografía especializada.

A pesar de la aparición de indicios más anti-guos en contextos postdeposicionales, en este caso un único borde de ánfora romana del tipo ovoide gadi-tana (García Vargas, 1998: 74-75), cómo viene siendo común en los trabajos arqueológicos en Rota, la ocu-pación de este lugar se inicia con testimonios corres-pondientes a momentos medievales andalusíes. Bien es cierto que de carácter muy modesto como el res-to de los vestigios aparecidos. Se trata de una única estructura de tipo negativo excavada en el sustrato geológico, aunque de consideración importante, pues viene de nuevo a testifi car la recurrente aparición de materiales de adscripción islámica en puntos diversos y distantes del casco histórico: Batería Duque de Ná-jera (Gutiérrez López y Mata Almonte, 2001: 116-127), Calle Ignacio Merello (Mata Almonte y Giles Pacheco, 2005: 211-223), Torre de la Merced (Reinoso del Río, 2005: 111-128), y ahora aquí.

La estructura a la que nos referimos puede des-cribirse como un pozo de planta circular, el numerado como 4, que se sitúa en la esquina suroeste de la Cua-drícula 1, con unas dimensiones de 2’90 m de diáme-tro y 2’24 de profundidad. Aunque afectado en parte por otras estructuras más modernas, la fosa abierta en

4.- Cuenco con borde ondulado de loza azul sobre blanco y técnica italianizante, decorado con un tema vegetal estilizado. Sevilla, segunda mitad del siglo XVI a mediados del XVII.

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las arcillas rojas fue reforzada por un anillo de piedras de pequeño y mediano tamaño con un desarrollo en-tre cinco y seis hiladas y un relleno de arenas limpias con capas de tonalidad negruzca producto de la com-bustión. Las características de la estructura y los sedi-mentos contenidos en ella abogan por considerar la amortización de un pozo de captación hidráulica con su posterior cegado y empleo como receptáculo de desechos, donde los rasgos de carbonizado hablarían de una profi laxis de los vertidos.

Los materiales contenidos en este pozo son fun-damentalmente cerámicos y óseos de fauna, aunque merece destacarse la presencia de restos humanos en una estructura que parece amortizada como contene-dor de desechos. La cerámica no es muy abundante ni especialmente signifi cativa pero están representadas clases que son comunes en los contextos almohades de la región, como marmitas con cubierta transparen-te, alcadafes con baño de almagra, ataifores melados con decoración de manganeso, jarritas de paredes fi -nas de cuerpo moldurado, jarras bizcochadas con de-coración pintada, candiles de piquera y con pie.

Tras la ocupación bajomedieval que centra es-tas páginas, no se conservan restos constructivos que se puedan datar entre los siglos XVI y XVIII. No obs-tante, formando parte del relleno de algunas cimenta-ciones de la casa derruida, así como en una de las ca-tas de cimentación, aparecen pequeñas bolsadas con materiales cerámicos que se pueden datar claramen-te en esos años. La cerámica identifi cada corresponde a varios tipos, destacando la presencia de cerámicas bizcochadas, con vedrío transparente de plomo con destino a labores de cocina, y fundamentalmente lo-zas. Éstas últimas se convierten en la mejor referencia cronológica para esta etapa. Los tipos más abundan-tes son los platos y escudillas de loza blanca lisa. De manera testimonial existen ejemplos de escudillas con decoración interna y externa azul-manganeso sobre blanco y un espécimen de albarelo de loza azul lisa o tipo Caparra Blue. Más abundantes son las produccio-nes de lozas azules sobre blanco con motivos líneales que cubren cuencos, escudillas y lebrillos, éstos últi-mos con el típico motivo de cadenetas entrelazadas entre bandas de líneas. Con respecto a otras lozas, ya con los sistemas técnicos alfareros de tipo italianizante, se registran cuencos y platos de ala con pie indicado y otros más pequeños de borde ondulado. Éstos portan decoración en azul sobre blanco con temáticas fi to-morfas muy estilizadas de infl uencia oriental (Fig.4).

Como se verá más adelante, la inexistencia de estructuras conservadas de este momento y el regis-tro únicamente de formas excavadas en el sustrato y de cronología bajo-medieval, podría deberse a la ex-planación realizada durante las labores de cimenta-ción para la construcción del edifi cio. Una constancia de este hecho podría venir indicada por la aparición de arcillas rojizas extraídas de su posición geológica.

Entre fi nales del siglo XVIII y todo el XIX, se da-tan los principales restos constructivos que se conser-

vaban en el solar, en concreto la estructura original de la casa y un pozo. Los datos aportados por la exca-vación, indican la existencia de una estructura inicial compuesta por los Muros 1, 2, 3 y 4, a los que se aso-cian una serie de unidades estratigráfi cas, así como sus cimentaciones y vanos de acceso. El muro 5 fue interpretado como la división transversal de una estan-cia. El edifi cio derribado parece el resultado fi nal de una construcción más pequeña, formada por una gran zona abierta que formaría el acceso desde la calle y ponía en circulación las dos naves laterales; y una se-gunda planta de la que desconocemos datos pues fue demolida con anterioridad al inicio de los trabajos. La cronología inicial de esta fase y de la vivienda original viene marcada por la presencia de lozas policromas decoradas a muñequilla y las pertenecientes a la se-rie de “pétalo rayado” (Pleguezuelo, 1996: 133-137, fi g. 144 y 156) que indican una datación del siglo XVIII y más concretamente del segundo tercio de la centuria. Según se pudo comprobar de la lectura de los restos conservados, la primera crujía (una nave transversal) y la fachada, son posteriores al resto de la casa descrita, ya que las alturas de planta son mayores que las de la estructura original a la que se adosó. La fosa circular referenciada con nuestro número 2 constituye el pozo negro de la vivienda. Su colmatación defi nitiva se pro-duce al fi nal del siglo XIX, según la cronología de los materiales arqueológicos registrados. La mayor parte son cerámicas, lozas y porcelanas, materiales de cons-trucción, vidrio y huesos. Entre las primeras cabe des-tacar las cerámicas de cocina con cubierta transpa-rente en el interior (en su mayoría cazuelas); cerámica bizcochada común, con lebrillos, macetas, y cántaros; cerámicas vidriadas de uso corriente, de la denomina-da Loza de Triana, lebrillos y bacines, utilizados tanto en la cocina como en la higiene personal; botellas de gres a la sal dedicadas a contener licores alcohólicos; y vajilla de mesa, en su mayoría porcelanas industria-les, tanto lisa como decorada con estampación, sobre formas como platos, fuentes, tazas y soperas.

A principios del siglo XX se pueden fechar una serie de remodelaciones efectuadas en el edifi cio, en los sistemas de desagüe (canalizaciones de ladrillo y piedra de Tarifa) y vertido (fosa con materiales cons-tructivos como solerías, revestimientos, etc.). Se trata de modifi caciones realizadas en la estructura original del edifi cio, destinada en origen a cárcel y juzgados de la Villa, en función de los diferentes usos a los que la misma se vio sometida, hasta fi nalmente convertirse en vivienda. Esto provocó una serie de obras de ade-cuación a funciones residenciales, con cambios de so-lerías, alicatados, etc., que poco de interés aportan a la reconstrucción histórica.

3. EL REGISTRO BAJOMEDIEVAL EN PLAZA DE

ESPAÑA

Como en otras fases del yacimiento, no se han conservado testimonios edilicios de esta época, úni-camente estructuras de tipo negativo excavadas en el terreno geológico, cuyos rellenos sedimentarios se

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atribuyen a esta fase. La inexistencia de otro tipo de contextos verticales positivos de cimentaciones coetá-neas podría quedar explicada por las labores de ex-planamiento posteriores para la construcción del edi-fi cio existente, como se ha argumentado en este espa-cio para los inicios de la ocupación y toda la Edad Mo-derna. No obstante, podría defenderse también que durante la baja Edad Media el lugar se trataría más bien de un espacio no edifi cado próximo a la muralla, actuando como área de intervallum, que solamente fue ocupada cuando ya la estructura defensiva ha perdido sus funciones defi nitivamente.

Las fosas y pozos que contienen materiales de esta época se reparten por todo el espacio interveni-do del solar. Se han incluido en esta etapa las estructu-ras que se describen a continuación. La fosa 3 se loca-liza en la esquina sureste del Cuadro 1, con una planta cuadrangular de aproximadamente 0’90 m de diáme-tro que se estrecha progresivamente hacia el fondo a 1’40 m de profundidad. El relleno es uniforme de tie-rra marrón suelta.

La fosa 5, en la esquina noreste del Cuadro 1, es de grandes dimensiones y perfi l troncocónico in-vertido, con un diámetro superior de 1’80 m e inferior de un metro, y una profundidad de 2,07 m (Fig. 5). En su relleno se distinguen diversas unidades estratigrá-fi cas compuestas por sedimentos de diferentes carac-terísticas: una capa superior de cenizas y pequeños carbones y otra inferior de arena eólica, subdividida en dos tramos; el superior con esas mismas arenas de tonalidad negruzca producto de su carbonización y el inferior de arenas limpias y muy sueltas. La contem-poraneidad del registro de los diferentes subniveles viene avalada por la presencia de una misma pieza cerámica con fragmentos de diferentes coloraciones en función de su posición dentro del relleno. El ma-terial recuperado es muy abundante y variado. Res-pecto a los restos óseos, de esta estructura proviene la mayoría de los datos de tipo paleozoológico que pue-den ser inferidos en la excavación. Destaca como sin-gularidad, la proporción muy elevada de ictiofauna y malacología, en su mayor parte procedente del subni-vel que fue sometido a combustión.

La fosa 6 está localizada en el Cuadro 3. Pre-senta unas dimensiones de 2,20 m de diámetro, 1’86 de profundidad y forma cilíndrica, sin diferencias de perfi l ya que apenas se estrecha desde la boca hacia un fondo plano. El relleno es uniforme, formado por una capa de arenas de tonalidades grises

La fosa 7 se sitúa en el lado oeste de la Cuadrí-cula 3. No es completamente circular, sino con tenden-cia ovalada y unas medidas aproximadas de unos 2,60 m de diámetro y una profundidad entre 1’80 y 2 m, ya que su base presenta un desnivel acusado (Fig.6). En cuanto a su relleno, como en anteriores casos se de-sarrolla una capa de arena de playa en la que se lo-calizan la mayor parte de hallazgos. Aparece también quemada como anteriormente se ha descrito y por debajo de ella se muestran piedras de gran tamaño

5.- Fosa nº 5 con perfil de tendencia cilíndrica tras finalizar su excavación.

6.- Relleno de la fosa nº 7 con piedras y abundantes restos de combustión. A la derecha parte de la cimentación del edificio demolido, cortando el depósito.

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entre una matriz de arenas compactas de color rojizo. De manera diferencial aquí se presenta un mayor por-centaje de cerámicas y menor conservación de restos óseos.

La última estructura de este momento, se sitúa en la esquina suroeste de la Cuadrícula 3 y se descri-be como pozo 8. Sus dimensiones alcanzan los dos metros de diámetro y una profundidad de 2,14 m. Su estructura fue difícil de determinar por la afección de construcciones ya que se comprobó que mostraba una rosca interior de piedra de conservación irregu-lar. En uno de sus lados presenta el mayor desarro-llo, con un segmento de círculo corto pero con once o doce hiladas de altura, mientras que en otros sectores no llega a sobrepasar las cinco (Fig. 7). El relleno vuel-ve a estar compuesto por una capa de arenas y otra con coloración negruzca producto de la combustión. En esta última se localiza la mayor parte de los mate-riales arqueológicos.

Las cerámicas son los objetos muebles más nu-merosos recuperados en los cinco contextos arqueo-lógicos excavados a los que se atribuye cronología bajomedieval cristiana. Antes de iniciar un análisis de los mismos, es conveniente volver a destacar la im-portancia del conjunto obtenido. Se trata de una mues-tra muy importante y valiosa de un registro de la Baja Edad Media fechado en el siglo XIV que no es muy co-mún en la provincia de Cádiz. No por su segura exis-tencia en el ámbito de las ciudades próximas a Rota sino por la falta de publicaciones específi cas o traba-jos arqueológicos que hayan incidido especialmente sobre niveles o edifi caciones de esta época.

A pesar de su escasez, se han citado hallazgos de esta época en Algeciras (Torremocha Silva, 2000: 448-455) y la Bahía de Cádiz; en Puerto de Santa Ma-ría –C/ Santo Domingo 12, Alquiladores 4, y Plaza de España- (Ruiz Gil, 1998: 48-75), y en las excavaciones del Teatro Romano de Cádiz –Campaña 1992 /1994, Sectores IX, XI, XII- (Ruiz Gil, 1998: 172-183); así como en los recientes trabajos desarrollados en el Castillo de La Puente en San Fernando (Sáez Espligares et al., 2004: 111-120; Sáez Espligares et al., 2006: 184-193; Torremocha et al, 2005: 247-271). De Jerez de la Fron-tera únicamente se ha publicado un contexto mudéjar en el nivel C de la excavación bajo el Palacio de Villa-vicencio (Vallejo Triano, 1988: 18-20) y un conjunto de lozas doradas con gran parte de materiales de esta época (Menéndez y Reyes, 1987: 939-961), ambas re-ferencias relativas a trabajos arqueológicos en el anti-guo Alcázar de la ciudad.

Cabe resaltar que los contextos excavados en Rota se interpretan como áreas de desecho y verti-dos sépticos, y en un caso como una estructura origi-nalmente empleada para el abastecimiento hidráuli-co, aportando un registro con formas muy completas, en su mayor parte con perfi les reconstruibles. La sin-cronía de los objetos recuperados en los rellenos de estas estructuras viene contrastada por una serie de rasgos que se han podido observar en diferentes pie-

zas. Diversos ejemplares íntegros muestran coloracio-nes diferenciales entre sus fragmentos componentes. Esto permite aseverar con relativa efi cacia que nos encontramos ante objetos que fueron desechados en un periodo de tiempo relativamente corto y sus conte-nedores pueden tener la consideración de depósitos cerrados.

Los conjuntos cerámicos procedentes de cada uno de estos depósitos se muestran muy coherentes y homogéneos en la distribución de las diferentes ca-tegorías funcionales de los recipientes. Cerámicas de cocina, vajillas de mesa, utensilios de uso complemen-tario e industrial y los productos de lujo con funciones de servicio de mesa, están representados en propor-ciones similares en todos los contextos identifi cados.

Con respecto a la distribución de las fosas y el pozo sobre la planimetría del solar parece vislumbrar-se una disposición diagonal de las mismas siguiendo un eje noroeste-sureste. En uno de estos extremos se concentran el pozo 8 y las fosas 7 y 6, con la peque-ña fosa 3 adyacente a esta última. La fosa 5 aparece en el extremo contrario, al noroeste, algo apartada de ese primer conjunto (Fig. 8). El arrasamiento para la construcción del edifi cio de Plaza España 8 que des-manteló otros posibles vestigios, impide la posibilidad de vincular estas estructuras para vertidos y captación con diversos ámbitos espaciales, bien habitacionales o públicos. De cualquier forma y a pesar de la caren-cia de datos al respecto, si se puede afi rmar que los recipientes cerámicos, los restos óseos y malacológi-cos de fauna responden y son los típicos que podrían esperarse de unos contextos domésticos.

En esta primera presentación de los produc-tos cerámicos bajomedievales de Plaza de España se atenderá principalmente a su clasifi cación en grupos tecnológicos según sus tratamientos de cocción, tipos de cubierta, decoración, etc., en combinación con cri-terios funcionales y de talleres de origen. A grandes rasgos se han diferenciado cinco grupos y la descrip-ción sistemática es la que sigue: cerámicas comunes de cocción oxidante y bizcochadas; utensilios cerá-micos vidriados de cocina con cubierta transparen-te; vajillas de mesa con cubierta melada; mayólicas arcaicas con cubierta vítrea estannífera lisa, con de-coración en verde sobre blanco; y lozas levantinas de las variedades verde manganeso, azul sobre blanco, y dorado con azul.

LAS CERÁMICAS COMUNES BIZCOCHADAS

El primer grupo está compuesto por los arte-factos que se incluyen en el apartado de cerámicas comunes, realizadas en pastas ocres claras, general-mente de amarillentas a rosadas y en menor medida rojizas, que han sido sometidas a cocciones oxidantes o hasta conseguir pastas de tipo bizcocho. En gene-ral presentan tratamientos alisados más o menos de-purados y ligeras aguadas actuando como engalbas. En algún caso contado se han registrado decoracio-nes incisas.

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8.- Distribución en planta de las estructuras con con-textos de época bajo-medieval cristiana; a la dere-cha el lienzo de muralla.

7.- Imagen del pozo nº 8, donde se observa una par-te conservada de la obra de mampostería que recu-bría sus paredes.

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9.- Fuentes y jarritas de cerámica común bizcochada.

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José María Gutiérrez LópezMaría Cristina Reinoso del Río

Formalmente es un grupo muy diversifi cado, donde se incluyen platos-fuente, jarritas, juguetes, ja-rras, cantimploras, morteros, lebrillos, bacines, can-gilones de noria y jarras de transporte. Estas morfo-logías implican igualmente una multiplicidad de fun-ciones: servicio de mesa, preparación de alimentos u otras sustancias, contenedores de líquidos, recipientes para la higiene personal, actividades lúdicas, contene-dores para almacenamiento y transporte, u otros usos complementarios.

En esta primera clase de cerámicas se incluyen recipientes para el servicio de mesa, donde fi gura de manera abundante y en cada uno de los contextos de esta época, una forma que se defi ne como plato hon-do o mejor fuente. Se trata de un objeto alto con pie anular bastante desarrollado, cuerpo de paredes cur-vas muy abiertas con una carena alta apenas marcada. Ésta da paso a unas paredes más o menos verticales, insinuando un perfi l suavemente cóncavo y un borde de tendencia exvasada, con labio apuntado mediante una arista exterior más o menos indicada (Fig. 9, nº 1-3). Los ejemplos detectados presentan una gran ho-mogeneidad en cuanto a pastas y tratamiento ya que se confeccionan a partir de unas arcillas con desgra-santes calizos poco apreciables que ofrecen una to-nalidad rosácea anaranjada tras la cocción, cubriendo sus superfi cies mediante una aguada amarillenta. Es un tipo que hunde sus raíces en la tradición alfarera andalusí. A escala formal es claramente asimilable al ataifor, aunque en esta ocasión sin vidriado, tratamien-to éste que suele ser común en sus prototipos, que tienen una larga perduración cronológica, al menos desde el siglo XI-XII, hasta hacerse muy corrientes en época almohade en diversos yacimientos de la pro-vincia (Cavilla Sánchez-Molero, 2005: 165-167). En el centro alfarero de Triana, está presente en su versión bizcochada individualizándose por los autores como su forma IX (Vera y López, 2005: 76), con una crono-logía del siglo XII y principios del XIII. Seguramente en época cristiana, su función debió quedar reducida únicamente a la presentación de los alimentos en la mesa y no al consumo colectivo.

También como parte integrante de la vajilla de mesa se encuentran las jarritas para el consumo de lí-quidos. En el caso de Plaza España, aunque no se con-serva ningún ejemplar íntegro, se trata de formas con cuerpo globular ligeramente achatado, mostrando en la zona central una banda de acanaladuras realizadas en el torno de alfarero. Su cuello cilíndrico es corto de paredes bajas y abombadas, con borde invasado que termina en un labio semicircular que puede estar in-dicado por el exterior. Las asas de sección ligeramen-te elíptica, parten del mismo labio para apoyarse en el diámetro máximo del cuerpo. Existe también una versión miniaturizada, sin asas, que debe relacionarse con aspectos lúdicos y encuadrarse en el grupo de los juguetes (Fig. 9, nº 4-6). De nuevo es una forma clara-mente heredera de las manufacturas de jarritos y ja-rritas andalusíes. Precedentes no absolutamente simi-lares al tipo de Rota pueden rastrearse en las produc-

ciones almohades sevillanas de la primera mitad del s. XIII (Vera y López, 2005: 147), en este caso con cuatro asas y un borde diferente, que perduran sin cambios aparentes hasta el s. XIV (Lafuente Ibáñez, 1997: 128, fi g. 51, nº 7 y 8).

De las fosas y pozo 5, 6 y 8, proceden diversos fragmentos correspondientes a jarras o cántaros de mediana capacidad, con funciones de contención de líquidos, como evidencian claramente sus caracterís-ticas técnicas: barros claros de cocción oxidante con superfi cies alisadas que a veces se cubren con una aguada de engalba de color similar a la pasta. A partir de diversos fragmentos del pozo 6 se puede recons-truir parcialmente el tercio superior de la forma. Por lo conservado debió tratarse de un recipiente cerrado con hombros sensiblemente globulares y alto cuello troncocónico, generalmente recto o algo exvasado. El borde es semicircular simple y tiene una única asa de codo con sección elíptica, que partiendo de la mitad del cuello se apoya en el hombro del vaso. La carac-terística morfológica que da unidad a la forma es la existencia, a partir del labio, de un marcado acanala-do realizado en el torno que cubre el tercio superior del largo cuello. El tipo es heredero de la tradición an-dalusí en la manufactura de jarras y jarros destinados al almacenamiento, transporte y presentación de líqui-dos. Procedentes de Sevilla se han dado a conocer ja-rras similares (Huarte et al, 2002: 181), y aunque no se especifi ca claramente su relación estratigráfi ca, los contextos bajomedievales en el Cuartel del Carmen han sido fechados en la segunda mitad del XIV, la tran-sición entre el XIV y XV, y todo el siglo XV (Huarte et al, 2002: 186).

Para fi nalizar con los modelos de recipientes destinados con preferencia al almacenamiento y trans-porte restringido de líquidos, se halló un ejemplo frag-mentario de cantimplora doméstica que procedente del Pozo 5, conserva todo el cuerpo completo a excep-ción de ambas asas y cuello. Se trata de una versión de pequeño tamaño siguiendo los modelos que se han propuesto (Amores y Chisvert, 1993: 282). La cantim-plora muestra un perfi l aristado y disimétrico, de ten-dencia cónica más acusada en un lado que en otro. Di-cha característica venía a favorecer la comodidad de su transporte, bien adherido al costado del portador o bien a lomos de una caballería. El modelo roteño no se ajusta a los precedentes andalusíes de época almoha-de (Cavilla Sánchez-Molero, 2005: 148-150), más cer-canos a los prototipos clásicos, ni tampoco a los cris-tianos de los siglos XV y XVI que muestran un aspecto más esférico o por el contrario achatado en algunos pocos casos, siendo muy frecuentes los remates late-rales de ombligo y pezón, aquí inexistentes (Amores y Chisvert, 1993: 282-283, fi gs. 39-51; Pleguezuelo et al, 1999: 269-271, fi gs. 10-16). Este hecho permite pro-poner la hipótesis de que el ejemplar de Rota corres-ponde a un estadio transicional del desarrollo evolutivo de la forma, dando como resultado los modelos ya es-tablecidos en los últimos tiempos medievales e inicios de la Edad Moderna.

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En el relleno de la fosa 5 se identifi có un gran fragmento correspondiente a un ejemplar de bacín. Se trata de una forma heredada que integró el reper-torio vascular andalusí al menos a partir del siglo XIII, y donde tenía una función eminentemente ritual rela-cionada con las abluciones; para época cristiana se presupone un destino únicamente higiénico para la evacuación de deyecciones. Es un recipiente de base plana, con cuerpo troncocónico invertido, no excesi-vamente alto, con borde moldurado y exvasado de sección rectangular. El exterior del cuerpo está de-corado con varias bandas de líneas incisas. En Triana, elementos similares se incluyen en el tipo III de Vera y López (2005: 89), en contextos mudéjares con una cro-nología de la segunda mitad del s. XIII.

Otra forma documentada en Plaza España es la que se denomina en la tradición árabe como alcada-fe, o bien recibiendo la apelación cristiana de lebri-llo o barreño. Recipiente de enorme versatilidad en el ámbito doméstico, relacionado con la limpieza de alimentos, amasado del pan, lavado de ropa y vajilla, higiene personal y de enseres; sin poder descartar-se otras funciones como el horneado de ciertos pla-tos -al mostrar en ocasiones señales de exposición al fuego-, e incluso fuera del ámbito meramente case-ro, en la elaboración de morteros para la construcción (Cavilla Sánchez-Molero, 2005: 98). Ésta es la razón de su inclusión dentro de la clasifi cación de objetos de

uso múltiple. En Rota es un recipiente de base plana de muy poco espesor, pareces rectas divergentes y borde engrosado al exterior de sección semicircular. El borde muestra al exterior una impronta de cuerda, como vestigio del uso de cordones para evitar la de-formación de la pieza durante el proceso de secado y cocción. Es destacable la presencia de incisiones rea-lizadas tras la cocción, con un motivo seriado triangu-lar (Fig. 10, nº 1). Los lebrillos son objetos de un gran equilibrio morfológico, donde el único contraste suele darse en la delineación del borde. Por dicho motivo son indicadores cronológicos poco precisos, aunque pueda asegurarse su perduración desde época anda-lusí a la mudéjar sin variaciones sustanciales.

En la fosa 5 se han recuperado los dos únicos ejemplares de cangilones documentados en la exca-vación de Plaza España. Estos complementos cerá-micos imprescindibles en las norias, habría que refe-rirlos a artilugios propios de ambientes urbanos para servicio doméstico dado su contexto de aparición. En este sentido hay que recordar la existencia de una estructura hidráulica, el pozo 8, amortizada con materiales de esta cronología. De ambas piezas con idéntica morfología, se ha conservado únicamente su mitad inferior pudiéndose identifi car el recipien-te sólo a partir de la escotadura o estrangulamiento central. Éste era uno de los puntos donde se alojaban

10.- Lebrillo, canjilón de noria y jarra comercial.

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las cuerdas que los unían fi rmemente a la rueda de la noria que elevaba los cangilones. El perfi l conser-vado es de forma globular alargada y el fondo re-matado en botón; todo el cuerpo se encuentra con acanaladuras efectuadas al giro en el torno alfarero (Fig. 10, nº 2). Una señal distintiva para su enmarque cronológico es el entalle marcado a modo de faja por donde se amarraban a las ruedas. Para la reconstruc-ción completa de ejemplares con estas característi-cas habría que recurrir a los registrados entre las ce-rámicas conservadas en el Museo Arqueológico de Sevilla procedentes de la Iglesia de San Miguel, fe-chados entre los ss. XIV y XV (Pleguezuelo, 1993: 44, fi g. 4, nº 17), aunque otros autores aportan una data-ción de mediados del s. XIV (Amores, 2004: 252), y en el Claustro de Monjes y la Capilla de Santa Catali-na de la Cartuja de Sevilla, éstos últimos con una da-tación de la segunda mitad del XV (Amores y Chis-vert, 1993: 277 y 303, fi g. 12).

Finalizando el apartado dedicado a las cerá-micas comunes, se incluyen recipientes con la función principal de contenedores para transporte. Se trata de varios ejemplares pertenecientes a las denominadas por la historiografía anglosajona como “olive oil jar”, utilizadas como los prototipos para que John M. Gog-gin (1960: 8-11) confi gurara el estilo temprano de los vasos hispanos empleados en el comercio atlántico de productos alimenticios. La característica fundamental de este objeto es su cuerpo totalmente esférico, boca abocinada con borde de engrosamiento cuadrangular exvasado y dos asas, que partiendo muy cercanas a la base del cuello suben acercándose al borde y tras un pronunciado quiebro bajan hasta la mitad del cuer-po (Fig. 10, nº 3). La originalidad de la forma implica que los artesanos debieron modelar en el torno dos semiesferas simétricas, que posteriormente cerrarán, para más tarde abrir un orifi cio para insertar el cuello y después unir las asas (Goggin, 1960: 8, fi g. 1). Estos vasos de transporte plantean una serie de cuestiones interpretativas, que van desde su nomenclatura espe-cífi ca hasta su cronología, y con relación a esto últi-mo, la posibilidad de que puedan confi gurarse como el primer modelo de vaso comercial desde los tiem-pos bajomedievales a la modernidad. Con este moti-vo suelen recibir el apelativo de cantimploras (Amores y Chisvert, 1993: 282) o jarras con la especifi cación de comerciales (Pleguezuelo y Sánchez, 1993: 1092). Los ejemplares superan los 30 cm de diámetro, identi-fi cándose con la “jarra de arroba”, que con una capa-cidad de unos doce litros es citada en las fuentes do-cumentales. En cuanto a otros registros arqueológicos formalmente similares, se traen a colación en el Cas-tillo de San Fernando, fragmentos de boca del mismo tipo de vasos, con cuellos cortos y estrechos, igual-mente moldurados, con borde exvasado (Torremocha et al, 2004-2005: 264, fi g. 10, c-f). Su presencia aquí en Rota vuelve a aportar un indicio cronológico impor-tante para proponer la datación inicial de este tipo de recipientes que fueron empleados para el transporte de mercancías.

LAS CERÁMICAS VIDRIADAS

Tecnológicamente, la serie está formada por cerámicas cocidas a temperaturas cercanas a los 1000o C, que se bañan en un vedrío de diferentes óxi-dos aplicado antes de una segunda cocción. Teniendo al plomo como base mineral en la confección de es-tas aplicaciones, resultaran diversos tipos de cubier-tas vidriadas en función de su empleo por separado o en conjunción con otros minerales. El uso exclusivo del plomo produce cubiertas transparentes, que de-jan traslucir la tonalidad de la arcilla una vez cocida; la adición de otros producirá cubiertas más opacas, bien de tonalidad marrón dorada, si se emplea el óxido de hierro (los denominados vidriados melados), o tonos verdes, si es el caso del óxido de cobre.

Como norma general, los vidriados plumbífe-ros transparentes están relacionados con recipientes que tendrían un destino culinario, como vasos que van a reposar directamente sobre el fuego. En cambio, los vedríos opacos melados, junto a otras características técnicas, parecen tener su destino fundamental en la cubierta de vajillas de mesa y presentación de ali-mentos. Parece pues existir una clara adecuación en-tre la funcionalidad y los procedimientos tecnológicos puestos en juego por los alfareros. No obstante, como veremos esta regla tiene algunas excepciones en el conjunto cerámico mudéjar de Plaza España. Nos re-ferimos a la existencia de casos donde la cubierta de plomo transparente muestra matices de tono, ollas en la mayoría de los casos detectados, mostrando ten-dencia verdosa. Dado que no se ha detectado la exis-tencia de juagueteados o engalbas sobre las super-fi cies bizcochadas, esto parece implicar la presencia de residuos en los óxidos de plomo, de este caso in-terferencias cupríferas, cuestión por otro lado lógica en un modo de producción arraigado en lo artesanal.

En primer lugar, se hará mención a la serie for-mada por las cerámicas de cocina con cubierta trans-parente. Estas vasijas se confeccionan con arcillas ro-jizas compactas y desgrasantes fi nos de cuarzo y are-nosos de tipo sílice, esporádicamente con alguna par-tícula de tamaño medio, para conformar pastas refrac-tarias adecuadas a su función de contenedores sobre el fuego. Las formas presentes son la olla y la cazuela, que aparecen en todos y cada uno de los contextos detectados en la excavación que tienen esta cronolo-gía. Son utensilios imprescindibles en la preparación de alimentos que proceden de contextos domésticos desechados en esas estructuras verticales negativas de tipo fosa o pozo.

La olla es la forma de cocina más abundante entre los ajuares cerámicos mudéjares de la Plaza de España. Sus perfi les y tratamientos recuerdan de for-ma muy próxima su tradición en las marmitas andalu-síes antecedentes y sus coetáneas nazaríes/mariníes (y en concreto, al tipo III de la sistematización de la cerámica almohade gaditana de Cavilla Sánchez-Mo-lero, 2005: 136-140). Los cuerpos son globulares con acanaladuras en la parte central e inferior y dos asas

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11.- Tipología de las ollas con cubierta plumbífera transparente.

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de sección oval, situadas entre el hombro y la zona más ancha del cuerpo. Los cuellos son cilíndricos de paredes destacadas, resolviéndose los bordes y tam-bién los cuellos de formas diversas, lo que permite es-tablecer una serie de variaciones de la forma general. Los vedríos son de plomo transparente, y plomo con adiciones cupríferas y férreas que proporcionan cierta tonalidad verdosa o melada a algunos ejemplares. En general, las cubiertas vitrifi cadas cubren totalmente el interior de la pieza y el tercio superior de la superfi cie externa, extendiéndose por el resto del cuerpo como chorreones y manchas de vidriado.

Varios subtipos de ollas se han establecido den-tro de la muestra ofrecida por los contextos mudéjares. La variante más representada en los ajuares de cocina de esta época es la olla de perfi l globular con cuello cilíndrico muy corto, caracterizado por una pestaña o moldura exterior triangular, el borde indiferenciado y el labio apuntado. Otra peculiaridad es la existencia en el inicio del cuerpo de incisiones o la combinación de incisiones con un baquetón, señalando el princi-pio del cuello donde se encuentra la distintiva pestaña exterior. Algunos ejemplares de este subtipo marcan un resalte interior en la transición entre el cuerpo y el cuello que actuaría como tope para las tapaderas que cerrarían el recipiente (Fig. 11, nº 1). Esta forma

está particularmente presente en los contextos mari-níes de la primera mitad del XIV en Fez y otros ya-cimientos marroquíes como Qsar-es-Seghir, Thargha, Tigissas y Jnan Nnish, durante todo el siglo (Fili, 2000: 263, fi gs. 8 y 28), también de Belyounech (Grenier de Cardenal, 1980: 238, fi g. 8c), de Ceuta entre mediados del siglo XIV y principios del XV (Hita y Villada, 2000: 303 y 322), y en Gibraltar, donde se registra en nive-les que se fechan a partir del segundo tercio del siglo XIV en Calle Real, Puerta de la Barcina y Baños mari-níes (Gutiérrez et al, 1998: fi g. 6). Modelos similares se encuentran también en las marmitas tardonazaríes de El Castillejo de los Guájares ya en el siglo XV (García Porras, 1995: 249, fi g. 1).

Si de los paralelos anteriormente mencionados se acredita su sintonía con contextos musulmanes, no es menos cierto que se halla también representada entre los ajuares domésticos de las ocupaciones cris-tianas. De esta manera, dicho subtipo se encuentra do-cumentado como forma XV entre los repertorios for-males de ollas en las producciones de la Sevilla cris-tiana, tanto en Triana, con una datación desde media-dos del siglo XIII hasta fi nales del XIV (Vera y López, 2005: 216), como en el Cuartel del Carmen (Huarte et al, 2002: 180-181 y 187), con una propuesta cronológi-ca de transición entre los siglos XIV y XV. Se han data-

12.- Segunda variante registrada en Plaza España de olla con cubierta transparente.

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do de forma amplia en los siglos XIV y XV en el Real Monasterio de San Clemente (Lafuente Ibáñez, 1997: 122, fi g. 50, nº 3-6). Con dataciones similares al caso hispalense, también se evidencian en la intervención arqueológica de la calle Cristóbal Colón 10 de Niebla, Huelva (Campos et al, 2006: 115, fi g. 110). Del ámbito más próximo de la Bahía de Cádiz, se han individuali-zado ollas de esta variante en el Castillo de La Puente de San Fernando, en contextos fechados a partir de mediados del siglo XIV (Torremocha et al, 2005: 258, fi g. 6 a y b).

Para la segunda variante de los depósitos ar-queológicos de la Plaza de España se dispone de un ejemplar prácticamente completo que permite su descripción formal íntegra. Son ollas de pasta rojiza con el fondo ligeramente convexo para facilitar la di-fusión del calor. En esta ocasión también el cuerpo es globular y recorrido casi al completo por huellas del torneado. Sin embargo, es más alto con una tendencia estilizada, y en la unión con el cuello vuelve a portar series de estrías. Muestra igualmente dos asas de sec-ción oval, situadas entre el hombro y la parte central del cuerpo. El cuello es alto y cilíndrico de tendencia convexa o bien exvasada recta, mostrando un escalo-namiento mediante una hendidura o ligera acanaladu-ra cercana al borde. Éste es engrosado con labio recto y plano (Fig. 11, nº 3 y Fig. 12). Las cubiertas son plúm-beas transparentes o con matiz verdoso por la presen-cia de cobre. La variante de estas ollas se presenta

en dos formatos, uno reducido de ollita que debe ser considerado un recipiente funcional y no una miniatu-ra de tipo lúdico (Fig. 11, nº 2). Las referencias forma-les para estas variantes de olla y ollita no son abun-dantes y apuntan a contextos coetáneos a la proposi-ción cronológica que se hace para Plaza de España en Rota. Como ejemplos en relación se puede citar que a mediados del siglo XIII aparecen en Córdoba, aún sin vidriar en su mayoría (Moreno y González, 2003: 457-460, fi gs. 3 y 4). En diversos puntos de Sevilla, ollas morfológicamente similares se datan desde fi nes del siglo XIII, hasta fi nales del XIV (Huarte y Somé, 2001: 915 y 917, fi g. 3, nos 4-6). Y fi nalmente, en la Ceuta bajo dominio portugués aparecen durante el siglo XV for-mas de ollas asimilables con cuello destacado aunque con distinta posición de asas (Hita y Villada, 2003: 377, fi g. 100).

Por último, el tercer subtipo de Rota en época mudéjar, corresponde a una forma que también se ha conservado virtualmente completa. Los individuos aparecidos tienen una cubierta transparente de plomo que cubre todo el interior y sólo en parte del cuello, además de algunos goterones por el cuerpo en el ex-terior, como muestra del procedimiento de aplicación de la cubierta vitrifi cante. La base del recipiente es convexa, el cuerpo también es globular aunque más bajo y achatado en este caso pero igualmente con acanaladuras de torno en gran parte del mismo. El cuello es algo más corto que en la segunda variante, ahora de tendencia entrante y el labio algo engrosa-do, biselado al exterior (Fig. 11, nº 4). Los preceden-tes de esta forma hay que buscarlos en la producción alfarera de Triana en la Sevilla almohade, donde apa-recen perfi les similares desde el siglo XII, aunque sin cubierta vítrea, conformando los tipos XIII y XIV de la sistematización que se ha propuesto para esos talleres (Vera y López, 2005: 214-215).

Las cazuelas vidriadas son las otras formas del repertorio de cocina presentes en estos contextos ar-queológicos. Muestran como características universa-les formas abiertas de amplio diámetro, perfi l tronco-cónico con bases convexas y un borde bífi do más o menos desarrollado para disponer una tapadera de cierre durante su empleo en la cocción de alimentos. Todas las cazuelas tienen cubiertas vítreas meladas en el interior del recipiente que solamente cubren el borde por el exterior y suelen rebosar a goterones. La forma en sí es muy homogénea y sólo se podrían pro-poner ligeras subvariantes del tipo general (Fig. 13). La primera variante muestra paredes rectas divergen-tes o cilíndricas con marcadas carenas que delimitan el cuerpo del fondo convexo. El borde es también bí-fi do pero la lengüeta interna está mucho menos de-sarrollada. Singulariza esta variedad la existencia de acanaladuras o series de ellas en la pared externa. La otra versión tiene paredes divergentes pero de perfi l convexo y el borde bífi do es más equilibrado.

No parece existir una relación evolutiva directa entre estas cazuelas mudéjares de la Baja Andalucía y sus más directos precedentes almohades, teniendo

13.- Cazuelas vidriadas bajo-medievales de Plaza España.

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que buscar las similitudes morfológicas más directas en las producciones mariníes de ambos lados del Es-trecho. Encontramos cazuelas de este tipo en Algeci-ras (Torremocha et al, 1999: 167, fi g. 31. 2b y 2000: 338, fi g. 5b), Fez (Fili, 2000: 263, fi g. 8) y en Ceuta du-rante el siglo XV (Hita y Villada, 2003: 376, fi g. 68).

Pero es sin embargo, en los contextos cristianos donde la tipología de estas cazuelas, en las dos varian-tes que aparecen en Rota, comienza a quedar registra-da más pautadamente. Los primeros indicios de una producción local se encuentran entre las cerámicas de Triana, donde confi guran el tipo XII de cazuelas de la sistematización de la cerámica bajomedieval sevilla-na (Vera y López, 2005: 139). Dichas piezas aparecen en fases correspondientes a la segunda mitad del si-glo XIII y el XIV. Son formas en las que el borde bífi do no está marcado siendo incipiente la pestaña interna. También en la capital sevillana, estas cazuelas se en-cuentran entre el menaje de cocina de los contextos mudéjares del Cuartel del Carmen (Huarte et al, 2002: 180, fi g. 1.3) y Monasterio de San Clemente (Lafuente Ibáñez, 1997: 121-122, fi g. 50, nº 1-2). Igualmente esta primera versión de las cazuelas roteñas con borde bí-fi do incipiente se encuentra en un ámbito geográfi co cercano. Es el caso del nivel C de atribución bajome-dieval que termina amortizando la alberca del antiguo Alcázar andalusí de Jerez de la Frontera (Vallejo Triano, 1988: 20, fi g. 13, 1 y 4). Dicho nivel podría datarse en la segunda mitad del siglo XIV por coexistencia con un fragmento de jarro de loza dorada, una producción gótico-mudéjar valenciana que concuerda con las ma-nufacturas del tipo Pula (Blake, 1986: 369, lám. 6, nº 6 y 10). Idéntica forma es señalada en la puntual reocupa-ción cristiana que tuvieron las estructuras nazaríes del Castillejo de los Guájares en Granada (García Porras, 1995: fi g. 2). Aunque de una datación más reciente que la planteada aquí, ya de fi nales del siglo XV y princi-pios del XVI, es importante por poner de manifi esto la sustitución de los tipos nazaríes por los cristianos.

La confi rmación de estas cazuelas como un tipo plenamente cristiano queda bien establecida por su dilatado registro en diversos contextos bajomedie-vales. Cazuelas con características semejantes a los ejemplos roteños y borde bífi do para encajar tapade-ra, aparecen ya desde la segunda mitad del siglo XIII en Córdoba (Moreno y González, 2003: 462, fi g. 5, 3-4). Un conjunto de ollas y cazuelas que se puede em-parentar claramente con los ejemplares de Plaza Es-paña son las del Castillo de la Puente en San Fernando con una cronología de mediados del siglo XIV (Torre-mocha et al, 2005: 258, fi g. 6, d-e). Del mismo modo se recogen estas cazuelas en diversos contextos bajo-medievales de Sevilla sin especifi car cronología con-creta entre los siglos XIV y XV (Lafuente Ibáñez, 1997: 121-122, fi g. 50, nº 1-2; Huarte y Somé, 2001: 915, fi g. 3, 1-2). Por último, existe constancia de estos tipos de cazuela entre el repertorio producido en un horno al-farero (Tipo 2) de fi nales del siglo XV en la Marbe-lla cristiana tras su conquista (Caballero Cobos, 2009: 2941 y 2943, fi g. 7).

Las cerámicas vidriadas mediante óxidos con base de hierro, que producen cubiertas opacas de to-nalidad melada más o menos intensa, integran una bue-na parte del servicio de mesa bajomedieval de Rota para la presentación y consumo de los alimentos. La serie de cerámicas meladas se compone fundamen-talmente de recipientes abiertos: escudillas, cuencos, platos o fuentes. Son menos frecuentes en el registro de esta excavación los recipientes cerrados, destina-dos prioritariamente a líquidos. En la serie melada se aprecia muy claramente como aún existiendo un im-portante débito, a escala tecnológica y también formal, con las producciones alfareras andalusíes y norteafri-canas, se percibe una progresiva introducción de los gustos y costumbres cristianas en la mesa. Esto se re-fl eja, entre otras constantes, en la disminución del diá-metro de los recipientes, más apropiado ahora para el consumo individual, o en la aparición de nuevas formas como platos muy abiertos y planos. Por este motivo es necesario hacer la precisión de que frente al empleo de la terminología reconocida por la historiografía me-dieval andalusí para las diferentes formas, la descrip-ción que sigue empleará con preferencia las denomi-naciones más al uso para la vajilla de la población bajo gobierno del reino castellano. De esta manera, frente a una nomenclatura de ataifor o safa se empleará prefe-rentemente la de plato, y la de cuenco o escudilla me-jor que jofaina, como utilizan algunos autores.

Se abre este grupo con la presencia de una escudilla y un cuenco, ambos con perfi l hemiesféri-co y borde simple apuntado. El vidriado melado cu-bre completamente todo el interior de las piezas, sien-do parcial al exterior, ya que ocupa sólo zonas muy próximas al borde con una distribución muy irregular, muestra del goteo de los óxidos de cubierta (Fig. 14, nº 1-2). En el caso de la primera pieza destacable del conjunto, es un ejemplar incompleto de pequeño diá-metro que podría clasifi carse como tipo VIII ó IX de la sistematización de la serie melada en la cerámica mu-déjar sevillana, que aportaron Rueda y López (1997: 555, lám. 4). Una forma similar a pesar de su mayor diámetro, aparece entre los ajuares bajomedievales de Córdoba en la segunda mitad del siglo XIII (More-no y González, 2003: 454-455, fi g. 2, nos 2-4).

El segundo es un cuenco de diámetro destaca-do, con perfi l del cuerpo semiesférico, con una lige-ra infl exión de la pared que sin desarrollar una arista destacada, conforma un borde recto con labio simple redondeado. En este caso se trata de un ejemplar de-corado al interior con trazos de manganeso bajo cu-bierta melada; los motivos consisten en una serie de cuatro semicírculos simétricamente dispuestos pen-diendo del borde. Se incluye en el tipo I de los cuen-cos de la serie melada y manganeso mudéjar de Se-villa (Rueda y López, 1997: 556, lám. 5), aunque el vi-driado total sea únicamente por el interior, al contrario de los ejemplos hispalenses.

También otra forma que se ha podido recons-truir por completo es una fuente o plato hondo de pa-

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red carenada, cubierto en ambas superfi cies de ve-drío melado. Se trata de un recipiente con pie anular grueso y bajo; el solero se marca en el tondo exterior de la pieza por una incisión realizada en el torno. El cuerpo tiene paredes rectas divergentes con una ca-rena alta muy marcada; en el último de los casos con una pronunciada pestaña que crea un escalón muy neto entre el cuerpo y la pared cercana al borde. Las paredes superiores son cóncavas y el borde exvasa-do, engrosándose por el exterior progresivamente, formando una sección triangular en la mayor parte de los casos. Los labios son planos o redondeados, mos-trando por lo general una hendidura que los marca ex-teriormente (Fig. 14, nº 3-5).

En realidad este tipo corresponde a la evolu-ción formal de uno de los modelos de ataifor andalusí, difundido a partir de la segunda mitad de siglo XI. Son muy corrientes en los yacimientos almorávides y al-mohades, alcanzando su auge en el siglo XIII, aunque se mantienen en el norte de África en las produccio-nes mariníes y pervive hasta el fi nal del periodo na-zarí (Cavilla Sánchez Molero, 2005: 159-164, tipo Ia). Con características semejantes de forma y decoración parece que se fabricó en los talleres alfareros de Tria-na desde mediados del siglo XIII, a partir de la ocu-

pación cristiana de la ciudad (Vera y López, 2005: 77-79), y al menos durante todo el siglo siguiente, como en la intervención de Calle Pureza, 2 (García y Taylor, 2009: 3440, fi g. 14). Esta misma forma se encuentra en repertorios mudéjares de otros puntos de la ciu-dad de Sevilla durante los siglos XIV y XV. Es el caso de la Casa-Palacio de Miguel de Mañara y el Palacio de Altamira, con tratamiento decorativo diferente (Ló-pez y Rueda, 1994: 862, fi g. 1B; Huarte y Somé, 2001: 914: fi g. 1, nos 4 y 5); también en el Convento del Car-men (Huarte et al, 2002: 182, fi g. 3, nº 5); y en algún otro punto, como modelos de menor tamaño, clasifi ca-dos tipológicamente como escudillas (Rueda y López, 1997: 555, lám. 4, escudilla tipo VII). También aparece en los niveles cristianos bajomedievales en el barrio del Pópulo, la antigua madīna de Cádiz (Blanco y Ca-villa, 2009: 206, fi g. 9).

Como se ha indicado anteriormente, este pla-to carenado tiene una fuerte deuda con la inmediata tradición andalusí. En un ejemplo como Jerez, ciudad vinculada entre otras razones a Rota por su cercanía geográfi ca y vías de comunicación, se encuentran es-trechas similitudes formales con ataifores que siempre portan cubiertas meladas, fechados entre fi nales del siglo XII y la primera mitad del XIII (Fernández Gabal-dón, 1987: 457, fi g. 4, nº 4. Tipo II, 4 de la autora).

Pero no solamente puede argumentarse la exis-tencia de precedentes, sino que la misma forma con-tinua presente de manera sincrónica tanto en la vajilla cristiana como en los repertorios de los talleres alfare-ros del mundo islámico peninsular y norteafricano. De esta manera podemos encontrar estos platos carena-dos en diversos lugares del territorio nazarí, como en el Castillejo de los Guajares, Granada (Cressier et al, 1991: 221-222, fi g. I.5), con una cronología a partir del segundo tercio del siglo XIV; o bien en Málaga, donde al pie de la Alcazaba se recogen ejemplares similares con cubiertas diversas (Acién Almansa, 1987: fi g. 2, nº 33, fi g. 3, nº 57, fi g. 4, nº 72 ). Para terminar en la Pe-nínsula, también la forma se encuentra presente en la Algeciras bajo dominio mariní desde las últimas déca-das del siglo XIII a mediados de la centuria siguiente (Torremocha et al, 1999: 168, fi g. 32, a,b y d).

En el norte del Magreb, los principales yaci-mientos donde se ha detectado la presencia mariní cuentan entre sus repertorios con la forma que se trata, como es el caso de Ceuta (Fernández Sotelo, 1988b: 28-31, fi g. 17 y 22), Belyounech (Grenier de Carde-nal, 1980: 234, fi g. 1c) y Qsar es-Seghir. En este último lugar, sus excavadores (Myers y Blackman, 1986: 56-57, fi g. 3) distinguen dos periodos a partir del regis-tro arqueológico recuperado en el hamman. Los platos cónicos que son similares formalmente a los roteños pertenecen al periodo denominado mariní tardío que es fechado entre 1350 y 1458, año éste en que la ciu-dad fue ocupada por los portugueses.

Por último, para cerrar el capítulo de las ce-rámicas de mesa con cubierta de vedrío melado, se describe una nueva forma de plato que debe atribuir-

14.- Escudilla, cuenco, fuentes y plato de cerámica vidriada con cubierta melada

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15.- Escudillas, escudilla carenada y fuente o plato tallador de loza arcaica de la serie blanca mudéjar.

se a la infl uencia cristiana en la producción alfarera. En este ejemplo se trata de un recipiente muy abierto, conservado completo, que porta una cubierta de vi-driado color melado verdoso por el interior y algu-nos correones por la cara exterior. El plato tiene un pie anular grueso poco marcado por el exterior y muy alto por el interior, paredes gruesas y se caracteriza por tener un ala ancha bastante inclinada. Entre ésta y las paredes hay un resalte interior más o menos ver-tical y marcado que origina un ángulo poco acusado por el exterior. El labio simple redondeado se destaca por una incisión interna (Fig. 14, nº 6).

Como se ha dicho, este tipo carece de tradición en el mundo islámico, su aparición y difusión comien-zan en la segunda mitad del siglo XIII en las primeras lozas levantinas (Pascual y Martí, 1986: 25). Como en Plaza España, con cubierta únicamente por su exte-rior, es muy directa la sintonía formal con el plato tipo III de la serie melada establecida en la tipología de la cerámica mudéjar en Sevilla (Rueda y López, 1997: 555, fi g. 4, III).

LAS LOZAS

Reciben esta denominación cerámicas con un proceso técnico más elaborado que los grupos descritos con anterioridad, para la confección de las cubiertas mediante vitrifi cación. El objetivo más inmediato de los artesanos era ocultar la modesta arcilla mediante la aplicación de óxidos opacifi can-tes, esencialmente con base en el estaño y el plomo. Una muestra de la complejidad de los procesos téc-nicos que se ponían en curso queda de manifi esto al tener en cuenta que por norma general esta produc-ción requería de dos cocciones en el horno. Aunque con matices por parte de algunos autores (Amigues, 1995a: 137), existen testimonios de época moderna precisando que los alfareros introducían las piezas en el horno una primera vez para el bizcochado y una segunda para la cocción del barniz estannífero. El conocimiento del proceso tecnológico implicado en la confección de la loza se generalizó en el Me-dio Oriente o Egipto alrededor del siglo IX. La intro-ducción de dicha técnica en Occidente tuvo lugar con las producciones palaciegas desarrolladas por los Omeyas cordobeses en Madīnat al-Zahrā a par-tir de la segunda mitad del siglo X, pero la técnica no se extenderá por el resto de Europa hasta cuatro siglos después (Roselló Bordoy, 1987: 126-127). Un hito intermedio en el empleo de cubiertas opacas hasta la implantación más extendida de los vedríos estanníferos a fi nales del s. XIII y todo el XIV, podría encontrarse en los ataifores y jofainas almohades de cubierta blanca detectadas en Jerez de la Frontera para el s. XII y mediados del XIII (Fernández Gabal-dón, 1986: 344-347).

Dentro del conjunto de lozas recuperadas en la excavación de Plaza España se han diferenciado tres grandes grupos en función de los talleres o áreas re-gionales de procedencia.

Lozas arcaicas o protomayólicas mudéjares sevillanas

El conocimiento de las primeras lozas produ-cidas en la Baja Andalucía y más concretamente en Sevilla, tras su incorporación a los territorios castella-no-leoneses es aún muy defi citario, pues sólo recien-temente ha contribuido a su investigación un contado número de investigadores (López y Rueda, 1994; Ple-guezuelo y Lafuente, 1995; Huarte y Somé, 2001; Ple-guezuelo, 2005).

La denominación empleada de loza arcaica tiene que ver con el procedimiento técnico emplea-do para estas primeras cubiertas vitrifi cadas. En este caso, una vez bizcochadas las piezas se recubren con una engalba blanca estañada. Una vez seco este primer tratamiento, se recubre con una fi na capa de óxido de plomo que tras la segunda cochura torna-se transparente. Esto la diferencia de las lozas propia-mente dichas con cubiertas mucho más vitrifi cadas (Pleguezuelo, 2005: 354).

Aún cuando la producción sevillana de azulejos para revestimiento arquitectónico gozó de cierto pre-dicamento en la época, no ocurrió así con la cerámica de mesa, y en concreto con la de mayor lujo, donde la dependencia de los grandes centros alfareros del rei-no nazarí y de los levantinos fue muy importante, tanto en el abastecimiento de los propios productos como en la infl uencia estilística que dichos talleres ejercie-ron en la ciudad del Guadalquivir (Pleguezuelo y La-fuente, 1995: 226).

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16.- Escudillas de loza arcaica de la serie blanca y verde mudéjar.

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Hasta el momento, se han distinguido en Rota dos de las series que se han caracterizado en las lo-zas mudéjares bajoandaluzas, la conocida como serie blanca, y la serie verde sobre blanco. El primer gru-po es una de las cerámicas sevillanas con más dilata-do desarrollo en el tiempo, siendo en este momento cuando se reconocen los precursores de uno de los productos que tendrán una difusión masiva durante la Edad Moderna. La serie blanca mudéjar se distingue por aparecer generalmente vidriada por una sola cara, la interna, desbordándose muy levemente al exterior, quedando el reverso sin cubierta. Las pastas son siem-pre compactas y bien decantadas, claras, de tonalidad ocre o anaranjada. Son todas formas abiertas, corres-pondiendo a tipos de escudilla y fuente.

Las primeras piezas individualizadas son escu-dillas de pequeño diámetro, con un fondo de pie anu-lar grueso, el anverso ligeramente cóncavo y el rever-so mucho más pronunciado, dando lugar a una base de sección fi na, con el centro del reverso picudo. El desarrollo de las paredes se ve interrumpido por una carena que destaca un borde ligeramente exvasado con un labio apuntado, indicado por el interior (Fig.15, nº 1-2). El tipo se corresponde con la escudilla I-A in-dividualizada por Rueda y López (1997: 555, lám. 1) en su sistematización de cerámica de mesa mudéjar sevillana. También en Sevilla se localiza en el Monas-terio de San Clemente donde se propone una crono-logía de fi nes del siglo XIII y primera mitad del XIV (Lafuente Ibáñez, 1997: 126, fi g. 54, nº 8). La siguiente pieza también se puede relacionar con la anterior cla-sifi cación, se trata de un modelo de escudilla I-C (Rue-da y López: 1997: 555, lám. 1) que se diferencia de la anterior por su mayor diámetro y un borde algo más exvasado, con labio redondeado (Fig. 15, nº 3).

La siguiente pieza no encuentra paralelos en la clasifi cación mudéjar de Sevilla arriba menciona-da, aunque se ha recuperado en el Monasterio de San Clemente una pieza similar (Lafuente Ibáñez, 1997: fi g. 54, nº 6). En el ámbito formal su diferencia estriba únicamente en el giro de la carena que es más acu-sado, destacando un borde que sube casi en vertical, terminando en un labio plano. Por el exterior, en la pa-red muestra una profunda incisión (Fig. 15, nº 4). Se puede defi nir como una escudilla carenada profunda, que encuentra su proximidad formal más directa en el propio conjunto de vajilla de mesa de Plaza España, en las fuentes o platos hondos de la serie de vedrío melado, evolución del ataifor andalusí y magrebí de perfi l quebrado.

Para fi nalizar con la serie blanca mudéjar, se ha individualizado una forma correspondiente a una fuente o plato tallador (Fig. 15, nº 5). Se trata de un re-cipiente muy abierto de gran diámetro, con pie anu-lar grueso, paredes rectas divergentes y borde mol-durado que se engrosa con una sección triangular, y el labio se marca por el interior con un ápice. Se asimila a la forma de fuente mudéjar I-A de Sevilla (Rueda y López, 1997: 555, lám. 1). Este modelo y

la función para la que estaban destinados, son prés-tamos de los utensilios en madera y de la vajilla ce-rámica gótico mudéjar valenciana, correspondiendo al tipo A-1 bajomedieval valenciano (Pascual y Martí, 1986: 19-23). La denominación de talladores o trin-cheros para estos platos hace referencia a su función para presentar alimentos como carne o pescado en la mesa, sirviendo de soporte para trocearlos en por-ciones, cuestión que viene refrendada por multitud de ejemplos en la iconografía y la documentación conservada en los registros notariales de la Corona de Aragón desde el siglo XIV.

La vajilla de mesa más peculiar y de mayor dis-tinción entre la producción cerámica mudéjar sevilla-na es la loza arcaica blanca y verde. El repertorio for-mal se circunscribe en exclusiva a recipientes abiertos con destino al consumo de alimentos, y en este ejem-plo de Rota muy limitado a un único tipo de escudilla, a la fuente o plato tallador, y al cuenco carenado pro-fundo. Esta serie se defi ne por las cubiertas blancas en el anverso y decoraciones en verde, con el rever-so sin vidriar, sobre pastas ocres o algo anaranjadas. Existe una variedad menos frecuente donde el verde se complementa con manganeso sobre el blanco, do-tando a las piezas de una decoración morada/marrón que no aparece en Rota y sí en localidades cercanas como San Fernando (Torremocha et al, 2005: 253-256, lám. 4 y fi g. 4) o Gibraltar (Giles et al, 2001: 77), lo que podría ser un indicio cronológico. Las alteracio-nes que se observan en las superfi cies de estas cerá-micas, producidas por las circunstancias del depósito donde fueron enterradas, permiten advertir como se trata de una loza aún imperfecta, una protomayólica, ya que perdida la cubierta plúmbea transparente que-da al descubierto una engalba blanca algo estañada sobre la que se diseña la decoración verde.

La forma más frecuente del conjunto es una es-cudilla, de la que aunque no se conserva ningún ejem-plar completo, manifi estan claramente una carena baja y paredes rectas divergentes con labios redondeados. Existen dos módulos de tamaño, uno de diámetro re-ducido entorno a los 14 cm y otro algo mayor, de 22 cm, aproximadamente (Fig. 16). El modelo de la escu-dilla roteña no corresponde a ninguno de los propues-tos en la sistematización de Mercedes Rueda y Pina López (1995: lám. 3, escudilla III, IV y V) que portan carenas más altas y delineaciones diferentes en sus paredes. Es conveniente destacar que con relativa fre-cuencia aparecen por el exterior de estas escudillas incisiones realizadas después de la cocción, motivos cruciformes y chevrons, que podrían estar indicando marcas de propiedad del usuario (Fig. 16, nº 4-5).

El segundo tipo más abundante es una fuente muy abierta, que llega a superar los 25 cm de diáme-tro, con pie grueso de anillo, paredes rectas divergen-tes y el labio no diferenciado del desarrollo de la pa-red (Fig. 17, nº 1-2). La diferente terminación del labio de estas fuentes permite su inclusión entre los tipos I-A y I-B de la tipología de cerámica mudéjar de Se-

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17.- Fuentes de la serie blanca y verde mudéjar.

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villa (Rueda y López, 1995: 557, lám. 3). Así, la fuente I-A muestra un labio engrosado de perfi l redondeado, con ápice en su extremo superior, y la fuente I-B el la-bio engrosado con tendencia triangular, y moldurado al exterior. Se han registrado en el hispalense Monas-terio de San Clemente donde se datan en el siglo XIV (Lafuente Ibáñez, 1997: 126, fi g. 55, nº 7-8).

Por último, la serie blanca y verde se cierra con una forma que se viene repitiendo tanto en las cerá-micas con vedrío melado, como en las lozas blancas lisas, un tipo de fuente o cuenco profundo con care-na alta, tipo propio de las producciones musulmanas conocido como ataifor cónico de pared quebrada. El tipo era ya conocido entre las producciones mudéja-res blancas y verdes aunque de forma fragmentaria, siendo defi nido como plato carenado (López y Rue-da, 1994: 862, fi g. 1B). En Plaza de España la forma se puede defi nir al completo dada su integridad; muestra un pie anular grueso, paredes divergentes algo cón-cavas, carena marcada, borde cóncavo y labio simple redondeado (Fig. 17, nº 3). Se ha citado con anteriori-dad, la similitud morfológica con producciones mari-níes y nazaríes. En este sentido, aunque con cubiertas decorativas diferentes, la relación es muy estrecha con los ataifores tipo 1, forma A, de la nave nazarí del Cabo

de Gata, en Níjar, Almería, cuyo hundimiento es data-do por los autores en la segunda mitad del siglo XIV (Blánquez et al, 1998: 146-165 y 311-326).

La loza arcaica blanca y verde constituye la va-riedad más lujosa de la cerámica bajo-medieval sevi-llana, caracterizada por un muestrario decorativo en verde, rico y variado. La mayor parte del repertorio ha sido ya defi nido con anterioridad (López y Rueda, 1994: 862-863, fi gs. 3 a 5), por lo que se incidirá princi-palmente sobre los ejemplos inéditos, los motivos más abundantes y característicos del conjunto analizado, así como su posición en el esquema general del vaso.

Los motivos fundamentales que organizan la decoración de esta muestra son:

Líneas y bandas concéntricas. Se defi nen por la existencia de una banda gruesa y otra más fi na bajo el borde del recipiente. Se trata de un motivo comple-mentario que desde el borde, la carena o la pared de la pieza, enmarca las decoraciones principales, por lo que aparecen en todo tipo de vasos.

Estrellas. Defi nido en alguna de sus variedades con el término de “atomium” (Huarte y Somé, 2001: 914), aunque la casuística de los motivos estrellados es más amplia (López y Rueda, 1994: 862, fi g. 3). Esta

18.- Loza de la serie blanca y verde mudéjar con motivos estrellados de seis y cuatro puntas, combinados con medios círculos y puntos.

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serie de elementos no es sino la emulación que los alfareros mudéjares hacían de los mismos reperto-rios que empleaban sus homólogos nazaríes. Se trata fundamentalmente de combinaciones de cuatro pun-tas curvas, estrellas de seis puntas por intersección de dos triángulos equiláteros entrelazados con un círculo agallonado, o conteniendo doble octógono con cru-ceta central (Ruiz García, 2006: 79, fi g. 4d, f, k). Son motivos principales que ocupan el fondo interno de los recipientes, tanto escudillas como platos. Dos son las versiones más extendidas en este lote (Fig. 18). Por una parte, la estrella de seis puntas diseñada con dos triángulos equiláteros, y entre los brazos, medios cír-culos con puntos que conforman una misma línea ce-rrando la decoración (López y Rueda, 1994: 862, fi g. 3.8). Y por otro lado, un motivo menos abigarrado con una estrella de cuatro puntas, formada por dos elip-ses estilizadas, donde se trazan medios círculos entre los brazos con un punto en el centro (López y Rueda, 1994: 862, fi g. 3.2).

Atauriques. Estos motivos se concentran en ce-nefas próximas al borde. El ataurique puede mostrar-se de manera esquemática, convirtiéndose a veces en simples volutas que se van repitiendo concatena-damente, o bien guardando un aspecto más vegetal y

fi gurativo, mostrando tallos de hojas lanceoladas entre puntos, lo que es menos frecuente en el conjunto.

Reticulados. Bajo el borde del recipiente se de-sarrollan triángulos reticulados supuestamente seria-dos, aunque la fragmentación de los ejemplos dispo-nibles impide asegurar este esquema. También se co-noce otro asunto de forma triangular concebido como un paño de elementos circulares con apariencia de panal de abejas (Lafuente Ibáñez, 1997: 128, fi g. 55, nº 6). Los motivos se asocian siempre a los bordes de las escudillas y al contrario de lo que ocurre con el resto de estas formas, aquí se sustituye la banda gruesa y fi na bajo el borde por series de puntos en la misma posición.

Radiales. Diversos motivos que parten de un mismo centro, situado generalmente en el fondo del recipiente. La variedad reconocible es amplia, bandas con rayado interno, hojas, piñas o bien palmas, y la es-tilización del “hom” o árbol de la vida. Una composi-ción que ha podido ser reconstruida, es la compues-ta por una serie de palmetas de perfi l, o bien hojas en forma de pica, que nacen desde un motivo central fl oral en forma de círculo lobulado o agallonado. Los pétalos están orientados en idéntica dirección, alter-

19.- Fuente de la serie blanca y verde mudéjar decorada con un esquema alterno de palmetas u hojas en forma de pica, que se originan en un motivo central.

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nándose rítmicamente. Se completa la decoración con series de tres puntos que ocupan los espacios entre pétalos (Fig. 19). Composiciones idénticas están do-cumentadas en los siglos XIV y XV, tanto entre las pro-ducciones nazaríes de loza azul y dorada (Flores Es-cobosa, 1991: 413, fi g. 3b), como en las gótico-mudé-jares valencianas, poniendo el ejemplo del testar del Molino, en Paterna (Barrachina et al, 1984: 424, fi gs. 7 y 8).

Alafi as. En estas decoraciones se pueden esta-blecer dos variantes, una que aún conserva el carác-ter de la caligrafía árabe formando parte de cenefas decorativas, y otra versión más seudo-epigráfi ca que actúa en las composiciones como relleno de los temas principales.

Zoomorfos. Varios ejemplos que por su frag-mentación impiden defi nir con seguridad el tipo de animal, aunque parecen las extremidades de un cua-drúpedo en carrera (Fig. 20). Formaría parte del bes-tiario típico de las decoraciones bajomedievales, que como las fi guraciones de ciervo o cabra son corrien-tes en las producciones gótico-mudéjares valencia-nas (Mesquida García, 1992: 77-78, fi g. 9c; Amigues, 1995b: 142-148).

Vistas en su conjunto, tanto por la diversifi ca-ción formal como por sus esquemas decorativos fun-damentales, las cerámicas blancas y verdes mudéja-res se caracterizan por mostrar un servicio de mesa compuesto primordialmente por un recipiente peque-ño, la escudilla de carena baja y un recipiente amplio abierto, bien el plato tallador o trinchero, o el cuenco carenado profundo. También una parte importante de esta vajilla de mesa se decora con el recurrente moti-vo central de estrella, tanto en versión escudilla como plato. Como se ha propuesto en las producciones va-lencianas de la misma época (López Elum, 2006: 25-26), tal vez la unión de ambas piezas, escudilla y plato, integraran una “obra compartida” que constituirían el juego de mesa típico para los comensales bajomedie-vales de clase acomodada en el reino de Sevilla.

Parece fuera de toda duda que el origen de es-tas lozas arcaicas fue la capital hispalense, aún cuando por ahora todavía está inédito un testimonio incontes-table, como sería la aparición de centros productores con hornos, asociados a los fallos durante el proceso de cocción de estos barros. A lo largo de los últimos años se ha señalado puntualmente la aparición de al-gunas estructuras fornáceas bajomedievales, testares

20.- Ejemplos de lozas arcaicas de la serie blanca y verde mudéjar con decoración zoomorfa, tal vez cuadrúpedos en carrera.

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y otros indicios de actividad alfarera en la localidad, esencialmente en el arrabal de Triana. De la mayor parte de las mismas se ha suministrado una informa-ción muy parca, que se reduce a dar mera nota de su existencia con somera descripción. Así se conoce un centro alfarero con dos hornos en calle San Jacinto nº 28, al menos uno en calle Castilla nº 10 (Vera y López, 2005: 38-39), y otros tres algo más recientes en calle Pureza nº 2 (García y Taylor, 2009: 3436-3437).

No obstante, la abundancia con la que se repar-ten por toda la ciudad estas producciones en asocia-ción con niveles de ocupación bajomedievales, es ver-daderamente signifi cativa. Sin ánimo de exhaustividad y en función de la documentación publicada, se cita su existencia en un pozo negro anterior a la fundación de la Cartuja de Santa María de las Cuevas (López y Rueda, 1994: 863), Casa-Palacio de Miguel de Mañara, calle Lirio, calle Baños y el antiguo Convento de San Agustín (López y Rueda, 1994: 861); monasterio de San Clemente (Lafuente Ibáñez, 1997: 126, fi g. 55); en el arrabal de la Cestería (Jiménez et al, 1999: fi g. 12, nº 163), en el antiguo Cuartel de El Carmen (Huarte et al, 2002: 182-183), así como en otros puntos del barrio de San Vicente (Bachiller y Carrasco, 2001: 804) y desde luego también en el arrabal de Triana (García y Taylor, 2009: 3440, fi g. 14).

Una cuestión de gran interés sería poder preci-sar la cronología de una vajilla que parece identifi car el equipamiento de fabricación local más prestigioso de las mesas cristianas bajo-medievales. El estableci-miento de una datación ajustada transformaría a estas producciones en un instrumento práctico, herramienta de valor datante para los contextos de la época en el reino de Sevilla. En esta problemática, no parece fácil fi jar el comienzo de esta producción pues los datos son casi inexistentes. Las excavaciones realizadas en el solar ocupado por el antiguo Castillo de Triana, pa-recen documentar la presencia de cerámicas con de-coración verde sobre una cubierta blanca, únicamen-te dos formas que se encuadran en la fase IV de los excavadores (Vera y López, 2005: 286), con una pro-puesta cronológica entre 1248-1259. En principio, si dichos ejemplos corresponden con seguridad al mis-mo tipo tratado aquí, esa datación parece excesiva-mente alta, lo que confi guraría a estas manufacturas como un elemento propio de los momentos inmedia-tamente posteriores a la conquista castellano-leonesa de la capital almohade, hipótesis que no cuenta con ningún otro elemento contrastable.

Si parece existir un consenso tácito en atribuir esta producción de forma generalizada al desarro-llo de todo el siglo XIV, en función de su coexisten-cia con importaciones del levante español (López y Rueda, 1994: 863; Rueda y López, 1997: 556; Huarte y Somé, 2001: 914). Las bases que sustentan esta pro-posición provienen de excavaciones arqueológicas de apoyo a la restauración de edifi cios signifi cativos de la trama urbana de Sevilla, donde se encuentran buenas secuencias estratigráfi cas estudiadas. Así, es-

tas lozas arcaicas blancas y verdes se detectan en un pozo previo a la construcción de la Cartuja de Santa María de las Cuevas en 1420, acompañadas de mo-nedas de Alfonso XI (1311-1350), contexto que tiene un innegable valor para la cuestión, a pesar de no ha-ber podido ser estudiado con detenimiento (López y Rueda, 1994: 863-864). Con una menor precisión, ya que no se concretan específi camente las unidades es-tratigráfi cas donde se recuperaron las lozas blancas y verdes, se ofrece el ejemplo de los niveles bajome-dievales del Cuartel del Carmen, los más antiguos da-tables en la segunda mitad del XIV y en el periodo de transición con el siglo siguiente (Huarte et al, 2002: 186). En cualquier caso, como ya ha sido apuntado con anterioridad por algunos especialistas (Plegue-zuelo y Lafuente, 1995: 226), todo parece sugerir que estas producciones no perduraron más allá de 1400, confi gurándose como la vajilla de mesa cristiana más característica del siglo XIV, siendo sustituidas a partir de ese momento por otros tipos.

También conviene resaltar, como la loza blanca y verde será una de las primeras producciones que co-nocerá una distribución a escala regional amplia, pre-cursora de la importante expansión que la industria al-farera sevillana experimentará tiempo después como centro abastecedor principal de la Baja Andalucía y el comercio ultramarino. Como muestra que deberá ampliarse según avance la investigación, ejemplos de estas vajillas se han publicado en diferentes trabajos de excavación efectuados en la ciudad de Niebla, en la Tierra Llana de Huelva (López Domínguez, 2001: 556; Campos et al, 2006: 108, 183, y 279-280) y fun-damentalmente en el entorno de la Bahía de Cádiz. Es en esta comarca donde más casos pueden argumen-tarse, ya que se registran en el Puerto de Santa María (Mata Almonte, 1998: 26-27, lám. VI.1), San Fernando (Torremocha et al, 2005: 256, fi gs. 4 y 5) y parece ade-lantarse también su existencia en las excavaciones de Ronda del Caracol, en Jerez de la Frontera, además del antiguo Castillo de Trebujena (datos inéditos debidos a comunicaciones orales que agradecemos a los res-pectivos directores de excavación, D. Francisco Giles Pacheco y D. Diego Bejarano Gueimundez).

Lozas nazaríes

En las estructuras subterráneas 6 y 8 se han individualizado sendas muestras que por sus caracte-rísticas formales deben atribuirse a ejemplos de pro-ductos cerámicos confeccionados en alfares del reino nazarí de Granada. Se trata en ambos casos de piezas abiertas de pequeño tamaño.

El procedente de la fosa 6 se corresponde con un ataifor de paredes curvas con una infl exión cerca-na al borde que se señala únicamente al exterior y el labio recto apuntado. La decoración se realiza en azul cobalto y dorado, que se ha conservado diferencial-mente, pues el dorado se mantiene únicamente en el exterior. El motivo interior es imposible reconstruir por la fragmentación de la pieza pero parece respon-

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der a un motivo estrellado en el fondo del recipiente. Por el exterior en dorado se encuentra una banda an-cha de líneas oblicuas entre paralelas. La forma co-rresponde al tipo Ib de la sistematización de la loza nazarí del navío de Cabo de Gata (Sáez Lara, 1994: 1049, fi g. 1. 32). Esta forma con decoración exterior si-milar aparece en Ceuta (Fernández Sotelo 1988a: 101, fi gs. 13-15) y también la forma entre el repertorio de las lozas azul y doradas nazaríes de la Alhambra (Flo-res Escobosa, 1991: 413, lám. 2a).

El ataifor del pozo 8 se incluye entre los tipos cóncavos con ala ancha rebordeada y ápice o pes-taña vertical del repertorio nazarí, con una datación del primer tercio del siglo XIV (Cressier et al, 1991: 237, fi g. 12.2), la forma IIIb del navío de Cabo de Gata (Sáez Lara, 1994: 1049-1050), que aparece también entre las colecciones de la loza dorada gótico-mudé-jar valenciana, como forma III del grupo de los platos (Lerma et al, 1986: 190, fi g. 4). Sería una forma deco-rada únicamente en dorado del que no se ha conser-vado ninguna traza por las condiciones del depósito donde estuvo enterrado.

Lozas gótico mudéjares valencianas

Con esta denominación se conocen una serie de producciones diferenciadas por las técnicas y óxi-dos minerales empleados en sus cubiertas, proceden-tes de diversos talleres radicados en el levante espa-ñol. Estas manufacturas gozaron de gran notoriedad durante los siglos bajomedievales, por constituir unas de las vajillas cerámicas de mayor lujo, lo que moti-vó su amplia difusión por todo el mundo occidental y mediterráneo. Entre estas producciones pueden dis-tinguirse las lozas verde y manganeso (también verde y marrón, o verde y morado) y la loza dorada o loza de refl ejo metálico, bien en combinación ornamental con el azul, lo que es más frecuente, o bien cada uno de los colores por separado. Aunque los centros más afamados fueron Paterna y Manises, se produjeron en la misma ciudad de Valencia, en Mislata y Quart de Po-blet (Lerma y Soler, 1996: 23), sin que puedan descar-tarse otros lugares del reino valenciano como Cárcer y Alacuás (Villanueva Morte, 2006: 260).

En todos los contextos bajomedievales des-cubiertos en la excavación de Plaza España, se han recuperado lozas gótico mudéjares valencianas co-rrespondientes a producciones realizadas en verde y manganeso, azul, y loza dorada o de refl ejo metálico combinada con decoración azul, y su representación numérica en el conjunto de los contextos excavados se describe en orden creciente, de menor a mayor presencia. A pesar de su importancia como materia-les que facilitan un enmarque cronológico para otras cerámicas menos estudiadas, como las bajoandaluzas descritas, el análisis de estos materiales se ha visto di-fi cultado por características tanto intrínsecas como ex-trínsecas a los propios objetos. De una parte, su con-sideración como objetos importados y de lujo moti-vó que en su momento fueran piezas muy apreciadas, que sólo fueron desechadas tras un prolongado uso.

Por esta razón se han recuperado en la excavación fragmentos muy pequeños que en su mayoría difi cul-tan la reconstrucción formal completa de las vajillas, así como sus patrones decorativos. En segundo lugar, las condiciones ambientales en las que estos objetos han permanecido enterrados han afectado negativa-mente a la conservación de los óxidos y minerales que constituían el dorado, por lo cual estas decoracio-nes se han conservado de manera defi ciente.

Las lozas verde y manganeso recuperadas son únicamente dos ejemplares muy fragmentarios. Esta producción que se ha venido conociendo como “ce-rámica de Paterna”, no se diferencia técnicamente del resto de las lozas, las piezas reciben una doble coc-ción, la primera de bizcocho a una temperatura supe-rior a los 900 ° C, y la segunda de vedrío. Tras la pri-mera cochura se aplica el barniz de estaño, general-mente por inmersión. Cuando el barniz queda como una fi na película en forma de polvo sobre la superfi -cie, se dibuja la decoración bicolor mediante óxidos de cobre para el verde, y de manganeso para el ne-gro, pudiendo éste ofrecer una gama de matices que va desde el color marrón hasta un tono violáceo (So-ler Ferrer, 2005: 141). El ejemplar roteño más íntegro responde a un plato hondo con ala corta poco incli-nada del que únicamente se conserva éste elemento. El fragmento se incluye en la forma A-2-2 de la siste-matización establecida para estas producciones (Pas-cual y Martí, 1986: 26). Con respecto a su decoración se aprecia únicamente la orla o cenefa de enmarque en el ala. Se trata de un anillo negro con motivos es-quemáticos alternos, un anillo simple en manganeso sobre el que se alternan diferentes motivos, aquí un grupo de pequeños trazos paralelos.

El segundo es un fragmento de la pared de un recipiente abierto, posiblemente una escudilla, que por sus dimensiones impide la clasifi cación tipológi-ca y decorativa. El motivo conservado podría ser lo que algunos autores denominan como micro-elemen-tos de acompañamiento (Pascual y Martí, 1986: 88-98), en este caso un motivo de piñas. Tampoco habría que descartarlo como una pequeña porción de un macro-elemento decorativo más complejo, de tipo zoomorfo, en concreto una representación de peces con lóbulos verdes a manera de escamas (Pascual y Martí, 1986: 120-122; Mesquida García, 1992: 79-80).

Con tan escasos elementos es arriesgada la datación de estas piezas y su inclusión en alguna de las series que se han establecido para el desarrollo evolutivo de estas producciones. Si fuera correcta la apreciación de que el fragmento de galbo contuviera un esquema decorativo de tipo zoomorfo, dicho ejem-plo se podría integrar dentro de la serie denominada Clásica. El fragmento primero de borde de plato de ala muestra una decoración donde el negro todavía enmarca al verde y el tipo de cenefa es común en la Serie Evolucionada de Paterna (Pascual y Martí, 1986: 136). Como propuesta de trabajo y siguiendo las cro-nologías de referencia para las series Clásica y Evolu-

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21.- Cuencos gótico-mudéjares valencianos de loza azul, y de loza dorada y azul.

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cionada, habría que decantarse por una datación am-plia de la primera mitad del siglo XIV (Coll Conesa, 2009: 71) o algo posterior (Pascual y Martí, 1986: 138), o bien desde fi nales del siglo XIII hasta mediados del XIV (Lerma et al, 1986: 190).

La loza decorada únicamente en azul cobalto es algo más abundante en Rota que la clase anterior. El único grupo tipológico representado en Rota es el de la escudilla, El mejor ejemplo es una escudilla con perfi l semicircular de labio simple apuntado que se decora únicamente por el interior. Muestra una orla denominada “de peces” bajo el borde (Martínez Ca-viró, 1983: 133, dib. 9). El diseño central que ocupa el fondo, es un motivo de tipo vegetal formado por ho-jas con nervaduras y palmetas en disposición radial (Fig. 21, nº 4). La pieza por su decoración pertenece a un modelo típico de la serie de Loza Azul “Clásica”, que se viene datando de forma ya tradicional desde la segunda mitad del siglo XIV hasta el XV (Lerma et al, 1986: 194; Soler Ferrer, 2005: 163-165). Con esta loza, los alfares bajomedievales valencianos crearon un producto utilitario que se difundió masivamente. Los productos de esta serie aparecen de manera muy abundante como objetos de importación en Sevilla (López y Rueda, 1997: 321-322) y las ciudades de la Bahía de Cádiz, así como también en Algeciras, en una relación que sería prolijo enumerar.

Sin genero de dudas, la clase más importante de loza gótico mudéjar valenciana y además la más signifi cada en el conjunto de Rota, es la dorada o de refl ejo metálico. El dorado y su combinación orna-mental con el azul cobalto son una invención de los ce-ramistas islámicos iraquíes e iraníes del siglo IX, como manufacturas ligadas al mundo áulico de la corte aba-sí. Las primeras producciones peninsulares parecen originadas durante los siglos XI-XII-XIII, en talleres al-mohades de Murcia, Mallorca, y seguramente de otras importantes ciudades para las que ahora se comien-za a disponer de datos (Heidenreich, 2007: 410, n. 4). Pero fue la loza dorada de manufactura nazarí la que tuvo mayor difusión inicial, siendo exportada a Persia, norte de África y especialmente Egipto, Italia e Ingla-terra. Se suponen centros de producción de cerámica dorada en las principales ciudades del reino nazarí, Granada, Almería y Málaga, pero serán las realizacio-nes de esta última las que establecerán una denomi-nación de origen “obra de Māliqa”, que como tal se aplicó equívocamente para cerámicas mudéjares va-lencianas (Sánchez-Pacheco, 1996: 17-20).

Algunas razones de la alta consideración de esta cerámica estriban en la complejidad técnica de su fabricación, propia de un artesanado especializado en el dominio del proceso de cocción y de la manipu-lación de unos ingredientes económicamente costo-sos. A través de los datos aportados por los cronistas, de las muestras recogidas en los centros de produc-ción y de estudios experimentales, se puede recons-truir su elaboración, descrita con detalle por diversos autores (Martínez Caviró, 1983: 43-44; Coll y Pérez,

1994: 881-883; Amigues, 1995a: 132-135; Lerma y So-ler, 1996: 23-24; Coll Conesa, 2002: 70). El refl ejo me-tálico era obtenido mediante una mezcla de óxidos de cobre, plata, almagra y cinabrio, que se calcinaba en un crisol y en frío se molturaba. Este polvo se diluía en vinagre, que actuaba como mordiente, y así quedaba preparado para su aplicación a pincel. Previamente, en una primera cocción se había cocido el bizcocho y la decoración azul o de cobalto a unos 950 ° C, tras ello se daba un primer baño de esmalte estannífero y se sometía a una segunda cocción en atmósfera oxi-dante. Posteriormente, se decoraba con el pigmento del refl ejo metálico y se sometía a una tercera cocción. Este último y defi nitivo paso por el horno, se efectua-ba en ambiente reductor sin sobrepasar los 550 ° C y con abundante humo generado por la clase de leña empleada, lo que producía la estabilización de los me-tales aleados. De ese modo se conseguía el preciado brillo dorado, solamente visible tras frotar las superfi -cies ennegrecidas.

La indudable huella musulmana de estas pro-ducciones valencianas no se puede achacar a una continuidad de los alfares andalusíes tras la conquista aragonesa, sino más bien a una transferencia de cono-cimientos tecnológicos entre ambas culturas. La pro-ducción cerámica del Reino de Valencia, en manos de alfareros mudéjares, se concentró en determinadas poblaciones dependientes de señores feudales. Algu-nos de estos talleres, especialmente Paterna y Mani-ses, pero también otros lugares próximos al grao de Valencia, así como la propia capital posteriormente, se especializaron en la fabricación de lozas decoradas de calidad. Eran productos de un claro valor añadido, que se integraban en la estrategia productiva y mer-cantil de la nueva nobleza feudal, como una forma más de aumentar sus rentas (Coll Conesa, 2000: 1-3; 2009: 55-57). La base histórica del protagonismo de los al-fareros mudéjares podría encontrarse en el ejemplo de Manises, bajo la égida de Pere Boïl desde 1304. Este personaje desempeñó cargos importantes como representante de la Corona, especialmente en las re-laciones exteriores con el reino granadino, lo que po-dría explicar la presencia en su señorío de alfareros mudéjares, de ascendencia nazarí y murciana, como pone de manifi esto el registro documental fechado entre 1325 y 1333 (López Elum, 2005, 15). En poco tiempo esta industria tuvo un importante éxito comer-cial de manos de comerciantes de la Corona de Ara-gón pero también extranjeros, confi gurándose como la vajilla de lujo en lugares muy alejados de su centro de origen.

En la fabricación de la loza dorada valenciana se ha determinado una evolución perceptible en el ámbito formal y de los temas decorativos. El reperto-rio ornamental es típicamente mudéjar, mezclándose infl uencias musulmanas u orientales junto a reminis-cencias góticas u occidentales. En los estilos tempra-nos hay un predominio de los primeros infl ujos que irán cediendo progresivamente a los segundos, aun-que siempre se mantuvo un gusto morisco. El estado

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actual de los conocimientos sobre estas producciones ha permitido a los investigadores discriminar gran-des grupos, series o estilos ceramológicos (Lerma et al, 1986: 183-203), de los que están presentes en los contextos mudéjares de Plaza de España en Rota, fun-damentalmente los más antiguos, que son denomina-dos como estilo “malagueño” y estilo, tipo o grupo de “Pula”. Pero también existe un ejemplar que se encua-draría mejor en las primeras producciones de la serie “Clásica” más reciente.

El estilo más temprano, impropiamente llamado “malagueño”, se caracteriza por una temática de rai-gambre islámica tanto geométrica como vegetal, don-de también están presentes temas zoomorfos orienta-les, acompañados de puntos y espirales como micro-elementos de relleno, en composiciones centradas y circulares. La decoración de los reversos en las formas abiertas es uno de los atributos más típicos, al solven-tarse con franjas de múltiples trazos parabólicos. La ti-pología formal es la propia de su función como vajilla de mesa, constituida por escudillas, platos de peque-ño diámetro y formas cerradas como jarritos con pico vertedor. Se han distinguido dos etapas evolutivas en

este grupo, cuya distinción resulta complicada (Gar-cía Porras, 2003: 283), más aún en el caso de regis-tros arqueológicos tan fragmentarios como el roteño. Un primer estilo “malagueño primitivo” decorado con un dorado amarillento verdoso y un azul celeste claro, adquiriendo mayor fuerza cromática en el considera-do estilo “malagueño evolucionado” (Lerma y Soler, 1996: 24), aunque esta diferenciación no sea compar-tida por todos los investigadores (Coll Conesa, 2009: 75).

En Rota se atribuyen al Estilo Malagueño varios fragmentos que formalmente corresponden en exclu-siva a pequeños cuencos o escudillas de borde en-trante y pie anular. En todos los casos, la decoración emplea un dorado de color verdoso, aceitunado, com-binado con trazos en azul celeste. El ejemplo mejor conservado es un borde que tiene por el exterior la típica banda de trazos sinuosos encabalgados; bajo el borde en la cara interna, muestra una sucesión de motivos curvos de carácter arquitectónico, arquillos con un elemento inserto irreconocible. Otro individuo que se incluye aunque con dudas en este grupo, co-rresponde a un fondo decorado en el interior por un

22.- Detalle de la composición decorativa de tipo radial integrada por árbol de la vida y paños de atauriques en un cuenco de loza gótico-mudéjar valenciana del Grupo Pula.

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motivo geométrico estrellado en azul. El resto de la decoración se traza con lustre metálico, unos motivos vegetales, tallos -seguramente de fl ores de loto- y mi-croelementos consistentes en espirales y puntos (Fig. 21, nº 2). Respecto a la cronología de estas produccio-nes, hay que basarse en las importaciones que apare-cen en diversos puntos de Italia y Cerdeña, y en ha-llazgos arqueológicos del área valenciana. De unos y otros puede establecerse que estas cerámicas no tras-pasaron mucho más allá de la primera mitad del siglo XIV (Lerma et al, 1986: 196; García Porras, 2003: 294; Coll Conesa, 2007: 75).

El grupo Pula fue identifi cado a partir del ha-llazgo a fi nales del siglo XIX, en la localidad homónima de la provincia de Cagliari en Cerdeña, de un conjunto de lozas procedentes de un contexto cerrado de con-trovertida explicación (Blake, 1986: 366). Además este fondo desde su hallazgo estuvo rodeado de polémica entre los investigadores, tanto respecto al taller hispá-nico de origen, mudéjar valenciano o nazarí malague-ño, como a su cronología. Aunque piezas clasifi cadas dentro del grupo Pula conviven con producciones na-zaríes, las técnicas de laboratorio han confi rmado que en su mayor parte fueron manufacturadas en los alfa-res valencianos (Hughes, 1995: 361). La estética deco-rativa del grupo es de clara ascendencia coránica, lo que explica el inicial desconcierto sobre su proceden-cia. El grupo establecido sobre el fondo original de Pula se caracteriza por lozas decoradas fundamental-mente en azul y dorado, generalmente con esquemas de composición radial. Dentro del propio grupo se podrían defi nir al menos tres familias decorativas que se han comenzado a sistematizar recientemente (Gar-cía Porras, 2003: 287-291). Existen unas características comunes que permiten incluir estos productos en el grupo Pula, fundamentalmente la predominancia de la compartimentación radial o cruciforme, con motivos estrellados en el fondo, la desaparición de los micro-elementos espirales de relleno que sólo se encuentran cuando aparecen delimitados perimetralmente, y su sustitución por grupos de puntos. También aparecen metopas o bandas, estas últimas las conocidas como decoraciones “a radios numerosos”, y la aparición de elementos en negativo de mayor tamaño que en los grupos anteriores (Coll Conesa, 2009: 75). Otro ele-mento que facilita la identifi cación de este grupo va-lenciano son las características bandas horizontales de “chevrons” entre líneas paralelas en las caras ex-ternas de los vasos. El catálogo formal del grupo Pula está compuesto principalmente por platos de ala, es-cudillas y formas cerradas como tarros y jarros.

El conjunto aislado en Rota que pertenece al grupo Pula, aparece en todas y cada una de las estruc-turas bajomedievales, y está conformado por casi toda la variabilidad formal, constatándose primordialmen-te escudillas pero en esta ocasión también pequeños platos de ala y varios recipientes cerrados del tipo de jarro con pico vertedor. Existen elementos para inser-tar este conjunto en las tres familias de composiciones decorativas que se han establecido para el grupo Pula.

La primera de ellas estructura la composición decora-tiva del vaso en distintos sectores a partir de líneas ra-diales en azul (García Porras, 2003: 288-289). En Rota esta forma de componer la ornamentación viene re-presentada por pequeños fragmentos de bases de es-cudillas con pie anular, bordes y galbos de pequeños platos de ala. Especialmente signifi cativa por la cali-dad de su confección es la decoración del fondo de una escudilla donde la compartimentación radial que imponen las líneas en azul está ocupada por árboles de la vida u “hom”, rodeados por paños geométricos de atauriques también dorados que parten del centro (Fig. 22).

El segundo modelo decorativo estaría com-puesto por las piezas que organizan su decoración basándose en una sucesión de radios de cierto grosor en azul, cruzados por varias líneas concéntricas del mismo color formando una retícula. Este motivo reticu-lado se condensa con la adición de radios y líneas do-radas entrecruzadas, formando una malla tupida en la que se combinan los dos colores (García Porras, 2003: 289-290). Esta retícula azul mallada en dorado ocupa el interior de las paredes de un cuenco de perfi l se-miesférico de forma muy similar a modelos del fondo Pula original (Blake, 1986: 381, catálogo nº 18), sien-do un motivo muy extendido en esta producción. Esta composición decorativa también se emplea cubrien-do formas cerradas, existiendo importaciones en el área de Pisa (Berti y Tongiorgi, 1985: 42, fi g. 2.5, lám. III, 4-6) y lógicamente entre los propios fondos de ori-gen local (García Porras, 2009: 40, láms. 25 a 29 y 52). En el caso de Rota, ocupa todo el desarrollo del cuello de un jarro con pico vertedero procedente de la es-tructura número 8. No obstante, esta pieza se comple-ta con alguna singularidad ya que se realiza el reticu-lado con dos grosores diferenciados, todo en dorado y en las intersecciones se superpone una roseta tetra-pétala (Fig. 23, nº 1). El mismo motivo se identifi ca de-corando una placa cerámica de revestimiento, en una muestra de los denominados “socarrats” que se fecha entre fi nales del siglo XIV y principios del XV (Coll Conesa, 2002: 42).

Generalmente, como ocurre en otra pieza de Rota, en las escudillas el motivo reticulado se concen-tra en la parte más externa de la decoración, bajo el labio en el interior del cuenco. De esta manera se deja el protagonismo de la zona central a un espacio dora-do ocupado por un motivo vegetal y geométrico que ha sido confeccionado dejando en reserva el fondo estannífero; se trata de la combinación de una fl or de seis pétalos encuadrada en una estrella de seis pun-tas (Fig. 21, nº 3). Este motivo central con diversas va-riantes es muy frecuente y estuvo bastante extendido. Aparece en diversas piezas del grupo epónimo sardo (Blake, 1986: nos de catalogo 16, 19, 22 y 25), en Pisa (Berti y Tongiorgi, 1985: 41, fi g. 2, 1, lám. III.7), en indi-viduos locales depositados en el Museo Nacional de Cerámica (Coll Conesa, 2009: 75, fi g. 140), e incluso en importaciones que han sido descubiertas en Fus-tat, Egipto (Hughes, 1995: 361, fi g. 30.2).

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El tercer esquema decorativo de las cerámicas de tipo Pula también es de carácter radial pero a di-ferencia del primero, toma como diseño principal una repetición de motivos que se distribuyen por el campo decorativo en cartelas dispuestas radialmente (García Porras, 2003: 290 y 2009: 41-42). En Rota la fragmen-tación de la muestra impide asegurar fehacientemen-te el motivo empleado, aunque de los escasos rasgos percibidos parece que se inscriben en círculos, o son motivos circulares concéntricos trazados a compás, de los que existen otros buenos ejemplos (Coll Conesa, 2002: 79; Coll y Pérez, 1994: lám II.3).

Sin existir datos concluyentes para incluirla en alguna de las familias decorativas citadas de Pula, otra pieza de interés es una forma cerrada con asa, segura-mente también un jarro con pico vertedor que conserva parcialmente el cuerpo del recipiente. Éste es de forma globular con el diámetro máximo cercano a la base y un pie anular bajo poco destacado. La decoración se con-serva muy parcialmente, ya que no se puede reconocer el motivo principal, seguramente fi gurativo en dorado y azul, sino únicamente los microelementos que organi-zan la composición. Entre estos elementos secundarios destaca uno vegetal de tipo ramiforme en cobalto que dividiría verticalmente los campos ornamentados; por otra parte, el relleno general del espacio se realiza con series de círculos concéntricos en dorado. La adscrip-ción al grupo Pula de este ejemplar se realiza a partir de otros motivos también secundarios pintados en do-rado (Fig. 23, nº 2). Uno es la característica cenefa se-riada de “chevrons” entre líneas paralelas que enmarca por el pie el cuerpo del recipiente. El otro es una rueda radiada que se sitúa por el exterior de la base, denomi-nada por otros autores como girándula, siguiendo una costumbre decorativa que aparece en la loza dorada nazarí (Flores Escobosa, 1991: lám. 5a y 8e) y está muy bien representada en el fondo de Pula (catherine wheel, en Blake, 1986: 369, lám. 6, nº 6 y 10).

Por las circunstancias de su descubrimiento a fi nales del siglo XIX, el fondo de Pula carecía de datos intrínsecos para que las relaciones del propio depó-sito pudieran aportar un marco cronológico preciso a los productos que lo componían. Con este motivo la in-vestigación ha debido recurrir a otras fuentes arqueo-lógicas, una relación no muy extensa de excavaciones arqueológicas con buenos registros estratigráfi cos y fundamentalmente al estudio de los “bacini” (Berti y Tongiorgi, 1986: 427). En Italia se denominan así a pie-zas de cerámica decorada, en una parte substancial platos y escudillas de procedencia hispana importa-das durante la Baja Edad Media, que fueron utiliza-das en el ornato mural de las fachadas y campanarios de iglesias románicas y góticas, con especial énfasis en la zona centro-septentrional de la Península italia-na (García Porras, 2000: 131-132 y 136; García Porras, 2009: 33-34).

Ambas perspectivas arqueológicas proponen que no existió una ruptura absoluta entre las produc-ciones anteriores de loza valenciana, las del grupo

23.- Jarros de loza gótico-mudéjar del Grupo Pula.

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Pula y las que sucedieron a éste, por lo que parece existieron periodos de convivencia productiva y de solapamiento cronológico. Los datos disponibles per-miten afi rmar que por regla general, aunque con ma-tices, el grupo Pula se mantuvo en uso durante toda la segunda mitad del siglo XIV. La primera datación dis-ponible para marcar los inicios de la producción del grupo vino de su aparición en los contextos estrati-gráfi cos de excavaciones en Rougiers, Var, Provenza (Lerma et al, 1986: 196), datados entre los años 1332 y 1348. Posteriormente fueron sumándose nuevos indi-cios que confi rmaban su fabricación en la primera mi-tad del siglo, como las excavaciones del Vall Vell y de la antigua Bab-al-Hanax en la capital valenciana; tam-bién en la capital provenzal existen niveles arqueoló-gicos con estas cerámicas, fechados durante el primer tercio del siglo XIV; o bien se extrapolan estas fechas del estudio de algunos ejemplos de bacini de Santa María Novella en Pisa, datados hacia 1330, aproxima-damente (García Porras, 2009: 33-38).

Sin embargo, los años fi nales del grupo Pula se establecen principalmente del análisis de los bacini insertos como decoración en edifi cios italianos. Así de esta forma, tanto en la Basílica de Santa María la Mayor como en el Hospital de San Giovanni, ambos en Roma, las dataciones abarcan las tres últimas décadas del siglo XIV, en consonancia también con las fechas ex-traídas de la Iglesia de San Antonio Abad en Palermo (García Porras, 2003: 295 y 2009: 37-38). Como se ha indicado anteriormente, las fechas terminales de este Grupo vienen a coincidir con la eclosión de nuevas producciones. Y de nuevo son bacini los que vuelven a informar del momento de este proceso, como ocurre en el Convento de Santa Ana de Pisa construido entre el último cuarto del XIV y el primero del siglo XV, o en el convento de Santa María dei Servi de Luca, edifi ca-do en 1390 (García Porras, 2009: 37).

Para fi nalizar, un único ejemplo aunque signifi -cativo para el enmarque cronológico de todo el con-texto arqueológico es el borde de una escudilla proce-dente de la fosa 5. El mismo se insertaría con claridad entre las decoraciones de las primeras series clásicas de la loza gótico-mudéjar. Se trata como se ha dicho de una escudilla confeccionada en una pasta anaranjada de perfi l muy abierto y poco profunda con labio apun-tado. Está decorada con el característico azul denso y el dorado de tono cobrizo de estas producciones. Por el exterior la decoración dorada se aplicó sobre una decoración estannífera parcial y defectuosa en la que se puede apreciar una banda de líneas oblicuas entre paralelas. La decoración interior se organiza en fajas concéntricas marcadas en azul; la pared del cuenco está ocupada por un motivo triangular muy esquemáti-co contrapeado y en el fondo del recipiente probable-mente tuvo un tema esteliforme del que únicamente se aprecian varias hojas semicirculares en azul, rellenas con espirales doradas (Fig.21, nº 1).

Cerámicas de este tipo vienen considerándo-se como un grupo de transición, que precede a la es-

tricta serie clásica o madura valenciana, caracterizado por conservar en sus decoraciones un evidente infl ujo islámico pero donde cada vez tendrá mayor repercu-sión la tradición decorativa del arte cristiano. Serían las cerámicas que en esencia pueden denominarse ya fi elmente como gótico-mudéjares. Sus características y la estimación como grupo de transición ha llevado a denominarlas recientemente como de estilo islami-zante (Soler, 2005: 157), loza dorada valenciana clá-sica de inspiración musulmana (Coll Conesa, 2009: 83) o simplemente “primeras clásicas” (García Porras, 2009: 42). El mayor problema de este grupo es el re-lativo a su cronología. Las mejores dataciones proce-den también de ejemplos de bacini a cuya cronología se ha hecho mención anteriormente con relación a la coexistencia del anterior grupo Pula y estas prime-ras producciones clásicas, tomando como referencia el Convento de Santa Ana de Pisa y el Monasterio de Santa María dei Servi en Luca. Pero sin embargo, en la discusión temporal son igualmente valiosas las refe-rencias cronológicas de algunas excavaciones, como las llevadas a cabo en el Pretorio de Prato de la ciudad toscana de Luca, o las practicadas en el centro urba-no de Aviñón. En general para la cronología de pro-ducción de las primeras clásicas, todos los datos bien contextualizados coinciden en una datación que pare-ce iniciarse en las últimas décadas del siglo XIV y po-dría pervivir hasta la segunda década o primer cuarto del siglo siguiente (García Porras, 2009: 46-47).

Unos apuntes sobre el registro osteológico

Los restos óseos recuperados en estos contex-tos apuntan unos datos preliminares sobre los recur-sos alimenticios y la dieta de esta población duran-te la baja Edad Media. Se trata de una típica cabaña ganadera de tipo mediterráneo, con manifi estas hue-llas de despiece y carnicería, sobre herbívoros como bóvidos y ovicaprinos principalmente. Llama la aten-ción una escasa representación de suidos y hasta el momento no se ha diferenciado ningún indicio de ani-males silvestres aportados por actividad cinegética, con la salvedad de un número puntual de huesos de conejo. Igualmente, están presentes en los contextos arqueológicos los animales domésticos, con ejemplo de un felino con sus huesos en conexión anatómica. A primera vista son especies que parecen alejadas del consumo. Como es lógico por la posición geográfi ca de Rota y por los datos archivísticos conocidos que apuntan una fuerte proporción poblacional dedicada a los menesteres pesqueros, en el registro arqueológico es muy destacada la presencia de fauna marina. Viene defi nida a partir de indicios de espinas y abundantes escamas de pescado, conchas de moluscos, capara-zones y extremidades de crustáceos. Hasta la realiza-ción de un análisis sistemático de las especies repre-sentadas, se han identifi cado túnidos, raya, cardium sp, bígaros, erizo y cangrejo. En el caso de la malacofauna su proporción en muy importante, ya que por ejemplo en la Fosa 5 se han conservado y cuantifi cado alre-dedor de diez kilogramos de bígaros. Quedan estos

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breves apuntes como preliminar sobre el interés cien-tífi co de un futuro análisis de estos restos, que pueden ilustrar fehacientemente las bases subsistenciales de una parte de la población de la Rota bajomedieval.

4. UNA APORTACIÓN ARQUEOLÓGICA AL CO-NOCIMIENTO DEL RECINTO FORTIFICADO DE LA VILLA

La villa de Rota se defi ne por un recinto urbano cuyo trazado, situación de los principales lienzos y po-sición de las antiguas puertas son razonablemente co-nocidas. No ocurre igual en cuanto a su fi liación cons-tructiva que siempre se ha declarado como medieval de manera amplia. Tampoco sería cuestión baladí su cronología y una descripción pormenorizada de la fá-brica, todos datos necesarios hoy en día pero inexis-tentes, para plantear la posibilidad de una secuencia constructiva en su conformación.

La problemática sobre la muralla urbana está en estrecha relación con el propio origen de la villa de Rota y desde luego una de las incógnitas principa-les se centra en la cronología que asignemos a la for-tifi cación. Hasta la fecha no conocemos ninguna pro-posición razonada y sufi cientemente explícita (Antón y Orozco, 1976: 123-124; Pérez Humanes, 1995: 143; Martínez Ramos, 1999: 12). Únicamente podría tras-ladarse la fi liación dada a las fortifi caciones urbanas de otros lugares de la geografía próxima, que también estuvieron inmersas en idénticas coyunturas históri-cas, como Sanlúcar de Barrameda o el Puerto de Santa María. El caso de esta última ciudad vecina es tal vez el que cuente con la historiografía más extensa sobre dicha temática (Abellán Pérez, 2006: 11-27, donde se recoge toda la bibliografía al respecto). Las posturas de los investigadores oscilan entre la consideración de la villa alfonsí de Puerto de Santa María herede-ra de la Al-Qanatir musulmana, como un asentamiento abierto sin murallas o como una villa cerrada; dentro de este último grupo el desacuerdo estriba en la da-tación propuesta para los restos arqueológicos descu-biertos (Giles et al, 1995: 20-22).

Quizá sea mayoritario el grupo de los autores que abogan por que la construcción de los recintos amurallados sería una consecuencia más de los ata-ques benimerines del último cuarto del siglo XIII. Las crónicas medievales recogen en 1277 un primer asal-to norteafricano a Rota, Sanlúcar, Puerto de Santa Ma-ría y Galiana, ésta última una alquería en tierra por-tuense (Manzano Rodríguez, 1992: 46-47). Desde esa fecha, el peligro benimerín fue una constante perió-dica en la zona gaditano-xericense, lo que justifi caría entre otras medidas, la erección de defensas pasivas, posiblemente una iniciativa de carácter real en el caso de Santa María del Puerto. En 1285 volvemos a tener noticias sobre expediciones mariníes de exploración y algazuas sobre el Puerto y Rota en busca de abaste-cimientos, y ese mismo año un ataque directo a Rota (Manzano Rodríguez, 1992: 84-89). Esta amenaza va diluyéndose hacia fi nales del siglo XIII, y en el XIV el

área de confrontación se traslada hacia el Campo de Gibraltar.

Las contingencias defensivas que Rota pade-ció a fi nales del siglo XIII harían viable la construcción o reparación de un recinto amurallado, pero en nin-gún caso es un argumento para descartar o afi rmar que, en todo o en parte, la muralla tuviera una crono-logía más antigua. Tal vez la única fuente que permita pensar en la existencia en Rota de alguna edifi cación relevante como indicio de un asentamiento preexis-tente sea el testimonio remitido por Pedro Barrantes Maldonado (1541, edición de 1857, cap. 26, 117) en referencia a que el 4 de abril de 1295 por merced de Sancho IV, don Alonso Pérez de Guzmán “…hizo en esta tierra que le dio el Rey tres castillos en ciertos sitios donde parecía haber habido población, el uno se lla-maba Rota,…”. También sabemos que algo antes, el 8 de septiembre de 1285 con motivo del ataque mariní sobre la población de ese mismo año, Sancho IV ha-bía hecho merced al concejo roteño de la almadraba de su término para reparar los daños causados por el asalto y pagar una red de velas, escuchas y atalayas que disminuyeran la inquietud ante otros posibles ata-ques (Franco Silva, 1983: 46). Se trata de un dato que no aporta argumentos a favor o en contra de la fi liación de la muralla roteña, únicamente pone de manifi esto la promoción regia de acciones defensivas.

Pero ¿donde está la razón para que siga en dis-cusión el origen de los vestigios arqueológicos de la fortifi cación del Puerto de Santa María, y no se halla generado en el caso de Rota un debate semejante? Hasta la fecha se ignora todo lo concerniente a la cer-ca defensiva roteña, un ejemplo de arquitectura me-dieval que todavía en la actualidad puede seguirse sin difi cultad entre el caserío y del que se continúan con-servando importantes tramos en alzado. La pregunta tiene desde luego una respuesta patente que está en el escaso interés que esta construcción ha promovido, eclipsada por el más distinguido Castillo de Luna. A principios del siglo XX ya se da a conocer una des-cripción pormenorizada que permitía reconstruir todo el trazado de la muralla (Gestoso y Pérez, 1911 2ª ed. 1995: 65-67) sin que hasta mucho después se ge-nerase un interés relativo ni siquiera local, por espe-cular sobre sus orígenes. No es hasta casi fi nales del siglo XX cuando se puede reseñar una aportación me-ritoria realizada desde una disciplina como la Historia de la Arquitectura (Pérez Humanes, 1995). A través del análisis evolutivo de los monumentos y espacios más destacados de la localidad, el autor razona sobre los factores que explican la conformación del urbanismo roteño. Especialmente relevante es el apartado dedi-cado a la muralla, a las puertas que se abrían en la cerca y a las baterías artilleras de época moderna. Recopila aquí una interesante información gráfi ca que muestra el proceso de transformación del tejido urba-no, especialmente profundo en las puertas de acceso al espacio intramuros como consecuencia de los nue-vos usos de la vida contemporánea. Se propone tam-bién una reconstrucción planimétrica de la disposi-

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ción de las puertas originales (Pérez Humanes, 1995: 143-168), tal vez el punto más discutible sin pruebas arqueológicas, pero que no menoscaba la validez in-discutible de este trabajo que desafortunadamente no ha tenido la difusión que merecía.

Al desconocimiento generalizado que de las murallas de la Villa se tiene, contribuye también la baja consideración que éstas han gozado en los planea-mientos urbanísticos. No es hasta muy recientemente, cuando la situación parece cambiar con la inscripción del centro urbano de Rota con la categoría de Conjun-to Histórico (BOJA núm. 154, de 12/08/2003: 18243). Hasta entonces, fruto de la falta de conciencia y de una correcta tutela patrimonial, diversos tramos de la for-tifi cación medieval que habían subsistido por siglos, cayeron bajo la piqueta de la especulación y de cierta perspectiva de renovación malentendida de los cas-cos urbanos (Fig. 24).

No obstante, de manera previa a la implanta-ción de cualquier fi gura de protección del área his-tórica de la ciudad, se habían realizado intervencio-nes arqueológicas anexas a los espacios murados sin tener entre sus objetivos prioritarios el conocimiento de dicha estructura defensiva. Como en otros muchos aspectos, la excavación arqueológica en la antigua Ba-tería Duque de Nájera fue pionera en la investigación sobre la muralla medieval roteña. Se registraron dos torres en este tramo de muralla que recorre el solar de Duque de Nájera y constituye el ángulo sur del re-cinto. Emplazada frente a la costa, la primera era bien visible y ya conocida, una torre maciza poco saliente incluida en el lienzo suroeste. Sin embargo, no se sos-pechaba la existencia de la segunda; era una torre de fl anqueo orientada hacia el muelle y anexa a la Puerta o Arco con esta denominación. Dicha torre se encon-traba camufl ada por las construcciones y como carác-ter diferenciador poseía una cámara o ámbito interno. La excavación arqueológica permitió conocer la po-tente cimentación de más de dos metros de profundi-dad, que estaba formada por sillares de biocalcarenita y con restos de enlucido que llagueaban el despiece de sillares. La situación y características monumenta-les de la construcción de esta nueva torre, la ponen en relación con los restos del aparato defensivo de la an-tigua Puerta del Mar o Arco del Muelle, conformando parte de un sistema de entrada en recodo simple, en sentido distinto a como se había reconstruido (Pérez Humanes, 1995: 156-159).

Con motivo de las obras para construcción de nueva planta en el solar de la Batería Duque de Nájera se llegó a perforar la antigua muralla roteña. Esto puso al descubierto como el lienzo se constru-yó levantando dos paramentos de mampostería de calcarenita y argamasa de cal. Presentaban los mam-puestos bien ordenados y careados, es decir, con las caras más regulares formando las superfi cies visi-bles (Gutiérrez y Mata, 2001: 124). Por el contrario, el espacio interno entre ambos lienzos fue macizado de forma más caótica, siguiendo una práctica bien

conocida en la arquitectura defensiva desde la An-tigüedad. A fi nales del siglo XIX, se adosaron por el interior del muro medieval todas las estructuras de hormigón que se emplearon para la construcción de la batería artillera de Duque de Nájera, confi guran-do en su conjunto una plataforma de gran espesor (Fig. 25).

Vistos los antecedentes, uno de los objetivos fundamentales de la planifi cación arqueológica en Plaza España 8 fue un análisis estratigráfi co que per-mitiera validar hipótesis respecto al sistema construc-tivo, cronología y fi liación de la cerca medieval de Rota, ya que en el solar se conservaba un signifi cativo tramo de paramento. La situación de esta alineación de muralla estaba bien fi jada por su proximidad a la Puerta de la Villa o Puerta de Sanlúcar y la localización del solar se mostraba idónea para realizar una lectu-ra transversal de la estructura muraria y sus depósitos

24.- Tramo de muralla demolido el año 1996 en Calle Tri-pería junto al Arco de Regla. En la medianera del edificio colindante se conserva el alzado seccionado.

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asociados, al menos en el sector intramuros. El a priori desconocido patio interior al fondo del solar, donde se planteó la Cuadrícula 2, abría todas las posibilidades para un estudio de este tipo, incluyendo una porción del espacio extramuros de la liza.

El solar de Plaza España 8 brindaba al descu-bierto un tramo de dieciséis metros de longitud de las defensas roteñas, con una altura conservada de ocho metros. El coronamiento del lienzo se encontraba ni-velado a una misma cota, aunque no se está en dispo-sición de asegurar que éste fuera el alzado original de la muralla. Es muy posible que se hubiera conservado en su integridad por la reutilización de la misma como medianera entre solares y su empleo como parte del terrado en el edifi cio demolido. El paramento interno de la muralla estaba construido con una mampostería irregular enripiada, utilizando la roca biocalcarenítica local, con unos formatos muy heterométricos. La ex-cavación de la Cuadrícula 1 intramuros, puso de ma-nifi esto la escasa cimentación de la muralla. Ésta se reduce a un estrecho y delgado zócalo o pie de amigo que sobresale unos escasos decímetros de la masa de la construcción. Todo el edifi cio se apoyó directamen-te sobre las arcillas rojas compactas que forman los característicos paleosuelos rojos de edad plio-cuater-naria propios de la Bahía de Cádiz (Fig. 26).

El solar y el patio interior se veían unidos por un pasadizo practicado en la muralla que comunica-

ba los dos ámbitos espaciales de la antigua vivienda, perforando toda la estructura antigua transversalmen-te, a lo largo del metro y medio de espesor que pre-senta en todo el desarrollo lineal que podía observar-se. Bajo espesas capas de cal, esta abertura ofrecía una lectura transversal del interior de la muralla. Hasta cierta altura, los paramentos que conformaban ambas caras de la muralla se encontraban sin trabazón al ma-cizado interior y separado de él. El macizado interno estaba realizado con lajas y mampuestos también de biocalcarenita, trabados con una compacta argamasa de cal y barro de tonalidad anaranjada. Como se con-fi rmó con posterioridad en la excavación de la Cua-drícula 2 en el exterior de la muralla, tanto la detenida observación del paramento intramuros como la sec-ción que el pasadizo mostraba, hizo dudar de la origi-nalidad de parte de la obra. Se abría la posibilidad de que al menos hasta una altura de dos o tres metros, los muros externos de la muralla no fuesen sino un añadi-do posterior. Éste actuaría a modo de medianeras re-gularizadas de las habitaciones de la casa demolida, enmascaraban la obra original, reparando y uniformi-zando los deterioros sufridos a lo largo de la vida de la muralla.

Se procedió a la apertura de la Cuadrícula 2, en el espacio ya mencionado al exterior de la muralla, que había actuado como pequeño patio trasero de la antigua vivienda. La cata, muy limitada en sus dimen-

25.- Batería Duque de Nájera, año 1996. Apertura de un acceso para vehículos pesados que seccionó la muralla medieval que se muestra con una matriz rojiza. Se puede observar el adosamiento interior de la construcción de la batería artillera más reciente.

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siones por el espacio disponible, se dispuso con su lado mayor al pie y anejo al exterior de la muralla, en un sector del paramento que mostraba, como en intra-muros, una clara refacción realizada con mampuestos muy heterogéneos calzados con otras pequeñas pie-dras y fragmentos de cerámica. Según se profundiza-ba en su excavación se observó como la sucesión es-tratigráfi ca de pavimentos y unidades sedimentarias pasaban de adosarse inicialmente a la reconstrucción del paramento y posteriormente disponerse bajo el mismo. Esto evidenciaba claramente que los mam-puestos originales del tercio inferior habían desapare-cido y lo que se había observado era una reparación de la muralla medieval atribuible ya a la Edad Moder-na. Este hecho animó a desmontar una parte de los mampuestos y realizar una cata de comprobación en el espacio interno entre la refacción y el relleno hasta el macizado de la muralla.

El proceso de excavación detectó la fosa rea-lizada para expoliar la base de la muralla y reutilizar-la como cantera de materiales de construcción. Una vez retirados los sedimentos que la rellenaban y que

constituyeron la unidad estratigráfi ca 204, únicamente se conservaba la zanja de cimentación de la muralla excavada en la arcilla rojiza, donde se debía haber lo-calizado la mampostería original de la fortifi cación. La investigación permitió documentar el fundamento de la estructura defensiva y cómo para disponer la base de la muralla se había modifi cado el sustrato geológi-co, encajando a mayor profundidad el paramento ex-terno que el interno (Fig. 27).

La Unidad Estratigráfi ca 204 era un relleno de tierra grisácea poco compacta en la que se encontra-ban gran cantidad de piedras, así como materiales ce-rámicos, tanto constructivos como vajilla de mesa, y restos óseos, principalmente de animales de peque-ño tamaño (lagomorfos, roedores, aves...), además de restos de ictiofauna, y que tenía el interés añadido de poder precisar la cronología del expolio de la mura-lla. El conjunto cerámico lo integraba cerámica bizco-chada, fundamentalmente cántaros con una única asa de cuello moldurado y ejemplos de cangilones de no-ria. Las ollas constituyen la parte más signifi cativa de los utensilios de cocina. El tipo más característico po-

26.- Detalle de la base interna de la muralla con un pequeño zócalo sobre las arcillas rojas plio-cuaternarias.

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see cubierta transparente o melada por el interior y el tercio superior externo, el cuerpo globular, un cuello recto entrante y el borde simple redondeado con sa-liente interno para recibir tapadera.

La vajilla de mesa que se distingue en este ni-vel, está integrada por platos y escudillas con cubier-ta vítrea de tonalidad melada. Por una parte, se docu-mentan escudillas con carena marcada y base rehun-dida que corresponden al tipo X de la Serie melada bajomedieval de Sevilla (Rueda y López, 1997: 555, lám. 4) y que son propias del siglo XV. Por otro lado, de ésta se han detectado platos o fuentes de paredes rectas divergentes con un escalón interno que marca un ala y se decoran con motivos lineales en mangane-so (Rueda y López, 1997: 556); es una forma que per-vive desde el siglo XV hasta las primeras décadas del siglo siguiente. Las cerámicas esmaltadas que apare-cen en esta unidad estratigráfi ca son principalmente lozas de la serie blanca, en diversas variantes que se incluyen todas en la fase temprana de esta producción (Pleguezuelo et al, 1997: 133 y 136-137). La forma más extendida es la escudilla blanca con carena marcada y

base rehundida, y algunos ejemplares con apéndices verticales que van vidriados en verde sobre el cuerpo blanco de la pieza.

Además de algún otro fragmento poco diagnos-ticable de loza dorada, se recogió un fragmento de un gran plato con ala marcada y escasa profundidad. Era un tallador plano o pieza del servicio de mesa para presentación de alimentos, confeccionado en loza do-rada y azul de taller gótico mudéjar valenciano, que es un elemento con valor datante y permite ofrecer una cronología aproximada para todo el conjunto (Fig. 28). La decoración del anverso es de tipo vegetal confec-cionado con ramifi caciones de ataurique y puntos en los tallos que se realizan en azul cobalto con toques li-neales en dorado (Fig. 29). Todo el fondo se cubre con un motivo de espirales en dorado. El carácter fragmen-tario de la pieza y el hecho de que el esmalte haya sal-tado en el ala del plato, difi cultan una mejor caracte-rización de la ornamentación. El reverso se adorna en dorado con bandas y líneas que limitan una franja de trazos paralelos oblicuos. Esta pieza se encuadra entre las producciones de loza dorada valenciana de la fase clásica (Lerma y Soler, 1996: 25-26) y por sus moti-vos ornamentales entre las de inspiración musulmana (Coll Conesa, 2009: 83). Este modelo se sitúa entre los ejemplos más antiguos, ya que el perfi l de las hojas de ataurique es liso y no termina en volutas; además no llevan esgrafi ado como en las versiones más tardías. Las espirales doradas que como microelementos re-llenan el marco decorativo y el motivo que ocupa el reverso, son coincidentes con una datación de fi nales del siglo XIV y las primeras décadas del XV (Martínez Caviró, 1983: 140 y 180; Coll Conesa, 2009: 84).

La aportación de la excavación arqueológica en Plaza España 8 no ha podido contestar de forma defi nitiva a las incógnitas que suscita el origen de la fortifi cación urbana de la Villa. Como se ha visto, la muralla se apoyó directamente sobre las arcillas rojas del sustrato geológico, para lo que sus constructores modifi caron el relieve de las mismas, adaptándolo con el fi n de adosar la base de la construcción. Al no exis-tir depósitos arqueológicos asociados directamente a ese momento, no se cuenta con elementos de datación para este programa edilicio. Por el momento queda en suspenso la cuestión de la atribución edifi catoria de la muralla medieval de Rota hasta que futuras excavacio-nes u obras de consolidación y puesta en valor, como la que se ha realizado en el tramo conservado entre la calle Méndez Álvaro y Puerta de Jerez, puedan contri-buir a la resolución del problema. Lo que sí parece de-mostrado por las inferencias extraídas de los datos de la excavación, es que la muralla comenzó a ser cante-ra de materiales de construcción durante el siglo XV. Este hecho pone de manifi esto que la baja considera-ción, hacia la construcción defensiva está implicando su caída en desuso, al menos parcialmente en el frente hacia tierra; y que la población y sus responsables no necesitan de su amparo ni se sienten inseguros ante peligros externos. Unas amenazas externas que como se sabe por los registros documentales, se harán pre-

27.- Excavación de la cuadrícula 2 en la base externa de la muralla. Se aprecia la fosa de cimentación de la fortificación ocupada por un relleno que corresponde al expolio de los materiales constitutivos de la muralla que debió tener lugar durante el siglo XV.

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28.- Gran plato tallador de loza dorada y azul gótico mudéjar valenciana, fase clásica de inspiración musulmana, finales del siglo XIV y primeras décadas del XV.

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sentes en la Edad Moderna. A lo largo del siglo XVI de la mano de incursiones piráticas de bajeles musulma-nes y a partir de fi nales de ese siglo por los embates de otras potencias europeas. Contra estas contingen-cias inicialmente se artillarán las antiguas defensas del lado marítimo y posteriormente se interpondrán unas renovadas defensas costeras a partir de diferentes ba-terías que jalonaran el frente litoral de la villa y el resto de toda esta costa (Pérez Humanes, 1995: 169-171).

5. APUNTES SOBRE LA ROTA BAJOMEDIEVAL

La excavación arqueológica en Plaza de Espa-ña nº 8 de Rota, ha recuperado un registro muy amplio de época bajomedieval cristiana que tiene su origen en estructuras subterráneas de fosas y un pozo, que fueron empleados en última instancia como contene-dores de restos de comida y vajilla ya desechada. Aún cuando no se han puesto al descubierto las evidencias de espacios habitacionales, la cultura material asocia-da muestra de forma indirecta un claro contexto do-méstico, producto de la eliminación de los residuos generados por las actividades más cotidianas. Así, en la composición de los ajuares se hallan cerámicas destinadas al fuego en la cocina, algunos contenedo-res para un almacenamiento restringido de despensa, y fundamentalmente, el bloque más importante lo in-tegran las vajillas para el consumo de los alimentos y bebidas.

Entre las cerámicas fi guran producciones de centros diversos. Las más abundantes, especialmen-te en el caso de los servicios de mesa, son de claro origen sevillano y muy posiblemente de los talleres alfareros del arrabal de Triana (García y Taylor, 2009: 3440). Entre otras series, se fabricaron aquí las lozas arcaicas decoradas en blanco y verde, que como par-te de una corriente generalizada en Europa occiden-tal, suponen la introducción en esta geografía de las mayólicas en su versión andaluza, muy infl uenciada por la loza levantina y malagueña del momento. No obstante, es probable que una parte del conjunto fue-ra fabricado en alfares de la comarca más próxima, esencialmente la cerámica común y algunas formas de cocina. Es particularmente destacable, la fuerte impronta mudéjar que se imprime en todas estas pro-ducciones, que tiene su demostración en la continui-dad de las tradiciones técnicas y formales, guardando gran sintonía con las producciones nazaríes y mari-níes coetáneas.

Además de algunas cerámicas de producción nazarita que aparecen en Plaza España, merecen es-pecial atención las importaciones de loza gótico-mu-déjar valenciana. Éstas últimas son importantes por varias razones; principalmente, por las inferencias in-terpretativas que por su propia consideración de ob-jetos foráneos -mercancía de un comercio a distan-cia-, son refl ejo del estatus económico de quienes las empleaban en su servicio de mesa. Igualmente, son indicativas de que Rota participaba, en alguna me-dida que será preciso contestar, de los circuitos co-

merciales de los que formaban parte estos productos. No menos valiosa es también su cualidad de objetos con una cronología mejor defi nida que sus coetáneas bajo-andaluzas. Este hecho las convierte en elemen-tos indispensables para establecer un tiempo históri-co, la contextualización en una escala temporal de los registros arqueológicos descubiertos.

Entre las producciones de lozas gótico-mudé-jares valencianas representadas en Plaza de España, existen series que permiten circunscribir mejor los lí-mites del periodo tratado. La cronología más antigua la proporcionan dos series diferentes que tienen una representación reducida en el conjunto. Por una parte, los ejemplares de loza decorada en verde y manga-neso de las series Clásica y/o Evolucionada que ten-drían una datación amplia de la primera mitad del si-glo XIV (Coll Conesa, 2009: 71) o según otros auto-res algo posterior (Pascual y Martí, 1986: 138). De otra parte, entre la loza dorada, existen en Rota algunos especímenes del denominado estilo malagueño. Es-tas producciones no traspasaron apenas más allá de la primera mitad del XIV (Lerma et al, 1986: 196; García Porras, 2003: 294; Coll Conesa, 2007: 75).

Un ajuste general de la cronología de estos contextos de Plaza España podría ofrecerlo la loza Azul “Clásica”, que se viene datando de forma ya tra-dicional desde la segunda mitad del siglo XIV hasta el XV (Lerma et al, 1986: 194; Soler Ferrer, 2005: 163-165). Sin embargo, las lozas doradas combinando el azul del grupo Pula, también aquí vigentes en propor-ciones signifi cativas, pueden concretar algo más. Esta producción estuvo en uso durante toda la segunda mitad del siglo XIV. Las dataciones más antiguas para la aparición del Grupo vienen aportadas por excava-ciones en la Provenza fechadas entre los años 1332 y 1348 (Lerma et al, 1986: 196). El marco fi nal de las pro-ducciones del Grupo es ofrecido por los edifi cios itá-licos que emplean estas piezas como recurso a la de-coración arquitectónica. De esta forma, existen ejem-plos en Roma y Palermo con dataciones que abarcan las tres últimas décadas del siglo XIV (García Porras, 2003: 295 y 2009: 37-38), o de Pisa y Luca, del último cuarto del XIV y 1390, respectivamente (García Po-rras, 2009: 37).

Las fechas terminales del Grupo Pula vienen a coincidir con la eclosión de nuevas producciones como serían las primeras series clásicas de la loza gótico-mudéjar, de la que existe un único ejemplar en Plaza de España. En general, los datos de excavacio-nes bien contextualizadas en Italia y Francia vienen a coincidir en una cronología que parece iniciarse en las últimas décadas del siglo XIV y podría pervivir hasta la segunda década o primer cuarto del siglo siguiente (García Porras, 2009: 46-47).

Contando con el propio análisis intrínseco de los materiales arqueológicos, el contexto bajomedie-val cristiano de Plaza España se puede fechar a lo largo de toda la segunda mitad del siglo XIV y prefe-rentemente en las décadas fi nales del mismo. La pro-

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puesta cronológica se establece por la concordancia entre producciones gótico-mudéjares levantinas que fi nalizan su periodo de vigencia en la mitad del siglo, y otras que son representativas del último cuarto, o bien inician su etapa productiva a fi nales de la centu-ria. Esta datación tampoco estaría en desacuerdo con las fechas estimadas para las producciones bajoanda-luzas (Pleguezuelo y Lafuente, 1995: 226).

Establecido el marco de referencia para los restos arqueológicos detectados en Plaza de Espa-ña, cabe ahora interrogarse en líneas generales, sobre cuál era la coyuntura histórica por la que discurría la vertiente suratlántica de Castilla; el papel que jugó la Villa en el tejido económico de la Bahía de Cádiz du-rante el bajo Medievo; así como, la propia caracteriza-ción socioeconómica de Rota en aquellos momentos.

A lo largo de la segunda mitad del siglo XIII, los monarcas castellanos avanzaban su proceso de con-quista del sur con la intención de controlar el Estrecho de Gibraltar y alejar los peligros de una nueva invasión norteafricana, que se habían hecho muy presentes en la comarca gaditano-xericense con las correrías de las tropas mariníes del último cuarto del siglo. Es la cade-na de hechos que los historiadores han reunido bajo

el nombre de “Batalla del Estrecho”, verdadero even-to de carácter internacional para la época, donde se estaba solventando el dominio político del área para su control económico (González Jiménez, 2006: 27). Tras la batalla del Salado en 1340, el asedio y toma de Algeciras entre 1342 y 1344 (Torremocha Silva, 1994: 309-312), Alfonso XI intentará apoderarse de Gibral-tar, la última plaza de esta demarcación en manos mu-sulmanas, muriendo súbitamente ante la ciudad en la peste de 1350. Se trató del último y defi nitivo episodio de esta confl agración del Estrecho. El confl icto conclu-yó positivamente para Castilla, permitiendo afi anzar la ruta marítima que unía el Mediterráneo y el Atlántico, con el consiguiente aumento de las relaciones eco-nómicas y el contacto con los marinos mediterráneos que desarrollaban estas navegaciones, genoveses, fl o-rentinos y mercaderes de la Corona de Aragón, princi-palmente (Torremocha Silva, 2000: 442-447).

Había transcurrido prácticamente un siglo des-de que el rey Alfonso X hubiera primado la repobla-ción de la isla de Cádiz y su entorno para la creación de una amplia base a partir de la cual desplegar su expansión “allende” el atlántico africano. Pero es aho-ra en el siglo XIV cuando quedan sentadas todas las condiciones propicias para la futura expansión transo-

29.- Detalle de la decoración interna de tipo vegetal del plato anterior, con ramificaciones de ataurique liso en azul cobalto, con toques en dorado y espirales doradas de relleno.

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ceánica. Ya durante la segunda mitad del siglo XIV, la Bahía de Cádiz actúa como enclave primordial en la red de circuitos comerciales europeos, junto con Se-villa que como capital de la nueva Andalucía se erige en rectora de todo el entramado. El eje Cádiz-Sevilla por su situación geográfi ca en aquellos momentos, se constituirá en el nudo de las líneas del tráfi co mercan-til que conectan el Mediterráneo, África, y el norte de Europa, con centros pujantes como Southampton, Lon-dres, o Brujas. Y este complejo bético tiene elementos complementarios: Sanlúcar de Barrameda, como an-tepuerto hispalense, Jerez, el Puerto de Santa María, y tal vez en un rol más secundario Rota, tradicional pro-veedor de la capital gaditana.

Dicho polo económico funciona bajo el esque-ma del comercio de comisión, un tráfi co y unas re-laciones mercantiles que se basan en la recepción y reexpedición hacia otros puertos de diversos bienes. Mercaderes de todas las naciones recalan en la Bahía para adquirir productos andaluces como atún, aceite y otros productos agropecuarios de su retrotierra, grana de Berbería, orchilla canaria, esclavos y oro africanos, como mercancías principales. Esta función redistribui-dora es la que convertiría al complejo liderado por Cádiz y Sevilla en plazas fi nancieras de primer orden en la Europa bajomedieval (Serrera Contreras, 1984: 47-73, con la bibliografía fundamental).

La reconstrucción de los diversos aspectos que confi guraban la realidad de Rota durante el siglo XIV se encuentra anclada por las limitaciones impuestas por la falta de documentación medieval señalada por autores que han profundizado acerca del tema (Franco Silva, 1983: 9-10); una carencia que es un hecho gene-ralizado para este siglo en casi todo el contexto regio-nal. Al ser Rota un pueblo de señorío se ha justifi cado recurrir al registro documental de la hacienda señorial de siglos posteriores para un ensayo sobre economía de la Villa. La localidad bajomedieval estaba bajo do-minio señorial de los Ponce de León ya a principios del siglo XIV, y la última parte del siglo debió constituir un periodo de expansión, favorecido por las generosas franquicias concedidas a estas poblaciones costeras. Se desconocen los efectos que pudieran haber tenido sobre Rota los episodios de guerra abierta con Portu-gal (Martínez Ramos, 2006) que afectaron a la desem-bocadura del Guadalquivir y al puerto gaditano, con el Castillo de la Puente, en 1369 y 1397 (Torremocha et al, 2005: 253). En el plano arqueológico se podría argumentar esa expansión de la Villa, ya que concurre la circunstancia de distintos hallazgos de esta época en puntos distanciados del antiguo casco urbano. Hay testimonios coetáneos detectados en las excavaciones de Duque de Nájera junto al Muelle (Gutiérrez y Mata, 2001: 124), y como muestra de la expansión de la ciu-dad fuera de su recinto murado, también aparecen en la excavación arqueológica en Torre de la Merced, lo que marcaría el nacimiento de este arrabal a partir de la segunda mitad del siglo XIV o bien a inicios del XV (Reinoso del Río, 2005: 207).

Existen algunos datos que permiten establecer de manera aproximada el número de habitantes que ha-bría tenido Rota durante el siglo XIV. Aunque se habían proporcionado unas apreciaciones tal vez exageradas para principios del XV (Martínez Ramos, 1990: 89-91), a partir de la estimación comparativa con otras localida-des del entorno con censos más fi dedignos, se ha pro-puesto una población que oscilaría entre los 200 y 300 vecinos (Franco Silva, 1983: 36-37). Un número que hay que entender como vecinos pecheros, sometidos a tri-butación y cargas fi scales, a los que habría que aplicar un coefi ciente corrector que contemplara aproximada-mente al resto del espectro demográfi co. Establecien-do un coefi ciente a la baja se podría calcular que la po-blación de Rota rondaría el millar de almas.

Una gama de conocimientos mucho más preci-sa está disponible para la reconstrucción de la econo-mía y en general de los modos de vida de los habitan-tes de Rota durante esta época, que igualmente vie-nen a explicitar algunos aspectos registrados en los contextos arqueológicos. La agricultura y las activida-des marítimas eran las dedicaciones que concentra-ban a la mayor parte de la población como se puede rastrear en los apuntes de renta del régimen señorial. Junto a estos registros, otras fuentes documentales in-sisten también en la riqueza cerealística del término, disfrutando de una producción excedentaria, que le permitía abastecer a otras localidades cercanas en épocas de carestía o proveer de bizcocho para la ma-nutención de gente de mar. También distintas fuentes coinciden en destacar la dedicación al cultivo de la vid en los campos roteños, actividad fomentada por los Ponce de León como una forma más de acumular ren-ta, dado su carácter de agricultura igualmente para la exportación, tanto en formato de vino como pasas de uva (Franco Silva, 1983: 38-39; Martínez Ramos, 1990: 105). Completaban las dedicaciones del terrazgo el cultivo de huerta y otros industriales como el lino, el cáñamo y el esparto.

A la riqueza agrícola se unía en Rota su situa-ción costera que le permitía disfrutar de la obtención de sal y de la explotación pesquera. La explotación de la sal quedaba en manos de los Ponce de León, exis-tiendo en la localidad una “casa de la sal”. El conce-jo de Rota disponía por merced real desde 1285 de la explotación de la almadraba calada en su término (Franco Silva, 1983: 46; Martínez Ramos, 1990: 114), privilegio del que disfrutó por corto tiempo ya que su tenencia la detentaran de igual manera los señores ju-risdiccionales de la villa. Informaciones posteriores a la época tratada, hablan de la “casa del Toldo”, tingla-do o chanca que reunía para la temporada un impor-tante volumen de mano de obra, centralizando todas las actividades relacionadas en Rota con la pesque-ría del atún hasta su procesamiento y envasado, tanto para consumo local como para exportación, reportan-do pingües benefi cios a la hacienda ducal.

Igualmente existen noticias de que los vecinos de Rota aparejaban barcos, tanto por iniciativa pro-

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pia como en unión con armadores de otras localida-des vecinas, juntando fl otas que faenaban en el gol-fo de Cádiz y el litoral norteafricano. Además de un comercio terrestre de pequeño radio de acción, que satisfacía las necesidades más básicas entre las loca-lidades vecinas, el carácter marítimo de la localidad favorecía otras actividades mercantiles de mayor en-vergadura. Sin lugar a dudas en la cúspide del tráfi co comercial se encontraban los mismos Ponce de León que intervenían en los negocios con su propia fl ota de embarcaciones. Se tiene constancia posterior de veci-nos de Rota que participan a una escala más modesta en este comercio marítimo, la mayor parte de las ve-ces actuando como meros transportistas de mercade-res de mayor empaque. Como era usual en la época, estos armadores roteños compaginaban el transporte con las actividades corsarias y de asalto a otras naves, dedicándose en algunos casos también a la trata de esclavos (Martínez Ramos, 1990: 128-129); existen re-gistros documentales más tardíos sobre esclavos de procedencia canaria y berberisca (Gallego Dueñas, 1995: 424-425). Respecto a colonias radicadas en Rota de mercaderes de otras nacionalidades, se carece de cualquier tipo de información para la segunda mitad del siglo XIV, aunque posteriormente se citan genove-ses, fl amencos (Franco Silva, 1983: 50) y portugueses (Gallego Dueñas, 1995: 424).

Según las fuentes documentales, la presencia de mercaderes de la Corona de Aragón en la Andalu-cía atlántica no comenzó a ser signifi cativa hasta el úl-timo cuarto del siglo XIV. Hasta esa fecha el comercio catalano-aragonés y levantino se había volcado princi-palmente hacia la vertiente mediterránea. Factores po-líticos como la guerra entre Castilla y Aragón u otros de índole propiamente comercial, como la renovación de las mercancías intercambiadas, la ampliación de las ru-tas marítimas o la abundante presencia de mercaderes italianos, son los argumentos esgrimidos para explicar el inicio de la convergencia de intereses entre Valen-cia y la Bahía de Cádiz (Hinojosa Montalvo, 2006: 776). A partir de ese momento, el papel de escala que los puertos gaditanos desempeñaban en la prolongación de las rutas comerciales hacia Inglaterra, Flandes, o África, hará que sean empleados por los comerciantes levantinos para ampliar el radio de acción de sus nego-cios. De esta forma, Cádiz y su red de puertos exporta-ban pescado –fresco o salado-, cuero, grano, y a la vez se constituían en un depósito para la redistribución de otros productos, como los esclavos africanos o las telas fl amencas de calidad. Por su parte, Valencia pone en circulación fundamentalmente paños de calidad me-diana y baja, y en menor medida, otros productos cuya exportación estaba vedada por la regulación mercantil de la Corona, como elementos de mobiliario y madera

en bruto, pez, velas de sebo y armas (Hinojosa Montal-vo, 2006: 787-788). Para el siglo XIV no existe ninguna referencia a la exportación hacia el Bajo Guadalquivir de las afamadas cerámicas valencianas cuya presen-cia en Rota está tangiblemente demostrada, especial-mente en el caso de Plaza España. Aunque la vajilla de mesa a lo largo de la historia del comercio marítimo antiguo y medieval fue siempre una mercancía subsi-diaria que complementaba la carga de los buques, de-bería existir alguna razón para explicar la ausencia de estos productos en la documentación mercantil valen-ciana. Un motivo podría ser la propia defi ciencia de los registros de los artículos importados y exportados, en los que por norma general se suele citar el cargamen-to principal junto a la denominación genérica de “…y mercaderías” (Hinojosa Montalvo, 2006: 785), bajo cuya anotación se podrían estar ocultando entre otras la loza. También muy recientemente, se ha apuntado el hecho de que la comercialización de estas cerámicas se hiciera como producto subsidiario del comercio de lana y tejidos. Así se tiene constancia de sastres valen-cianos y mercaderes narbonenses comprando loza y cerámica común en Manises y Paterna para su pos-terior venta y comercialización, lo que parece resaltar que inicialmente la producción se canalizaba a través de personas relacionadas con el sector textil (Villanue-va Morte, 2006: 257).

En resumen y como contestación al interrogan-te sobre el papel desempeñado por Rota en el entra-mado comercial del Atlántico andaluz durante la Baja Edad Media se pueden proponer unas ideas gene-rales. La posición geográfi ca intermedia que tiene la Villa entre la Bahía gaditana y la desembocadura del Guadalquivir, hace que ésta se situase como un punto complementario entre Sanlúcar de Barrameda, ante-puerto del río de Sevilla, y el polo principal de la isla de Cádiz. A través de su muelle saldrían los productos agropecuarios de la rica retrotierra roteña, así como su producción de salazones de atún con destino a Cá-diz, que según la reglamentación del Almojarifazgo de Sevilla, veía reconocido el derecho de ser puerto de embarque para los productos de los lugares señoria-les de la costa atlántica andaluza. En estos momentos Rota cumple el papel de abastecedora de recursos agrícolas y materias primas al gran nudo comercial atlántico, cubriendo parte de las necesidades de su mercado interno a través de la redistribución de toda clase de mercancías que se efectuaba desde Cádiz. Por tanto, Rota se desarrolla ya desde mediados del siglo XIV con un papel secundario pero activo frente a los grandes centros complementarios de Sanlúcar, Puerto de Santa María y Jerez, poniendo en juego un volumen y variedad de productos que sólo futuros es-tudios vendrán a precisar.

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Este libro se terminó de imprimirel día 18 de Mayo de 2010

“Día Internacional de los Museos”en los talleres de Línea Offset, S.L.

en Chiclana de la Fra. (Cádiz)