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Celebración y existencia cristiana JESÚS CASTELLANO CERVERA Una exégesis esmerada del texto de Rom. 12, 1-2, que cons- tituye el tema de este número de la Revista, nos lleva a una conclusión clara: el verdadero culto del cristiano es su existen- cia cotidiana en el mundo. Y con esta afirmación surge la pre- gunta y la sospecha: ¿Qué sentido puede tene'r la celebración litúrgica de los cristianos, si el verdadero culto es la vida concreta? Aceptar este interrogante es enfrentarse con uno de los pro- blemas más fuertes de la liturgia de hoy, y admitir la crisis pro- funda de sentido que las celebraciones cultuaies pueden tener para muchos cristianos que, con claridad o en nebulosa, se han propuesto Mguna vez esta pregunta. Se trata de una crisis aguda que no se refiere a la liturgia en sus formas sino a la liturgia en sí misma. No se trata de discutir los problemas que hasta ahora han preocupado a los liturgos de profesión y a los pastores y fie- les de la Iglesia; es decir, de discutir las formas nuevas o anti- guas, la creatividad o la apertura al mundo de hoy de ia liturgia cristiana, sino de un problema más fundamental todavía: ¿En régimen cristiano hace fMta una liturgia o es suficiente el culto existencial de la vida ordinaria? La pregunta, por extraña que suene a algún lector, está ahí, sobre el tapete, y no ha sido propuesta desde una visión atea y materialista de la vida, sino desde la misma Sagrada Escritura, desde el concepto mismo de culto cristiano. Un exponente de la teología radical escribió hace años: "No veo cómo pueden ser tomados en serio por la teología radical la 4

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Celebración y existencia cristiana

JESÚS CASTELLANO CERVERA

Una exégesis esmerada del texto de Rom. 12, 1-2, que cons­tituye el tema de este número de la Revista, nos lleva a una conclusión clara: el verdadero culto del cristiano es su existen­cia cotidiana en el mundo. Y con esta afirmación surge la pre­gunta y la sospecha: ¿Qué sentido puede tene'r la celebración litúrgica de los cristianos, si el verdadero culto es la vida concreta?

Aceptar este interrogante es enfrentarse con uno de los pro­blemas más fuertes de la liturgia de hoy, y admitir la crisis pro­funda de sentido que las celebraciones cultuaies pueden tener para muchos cristianos que, con claridad o en nebulosa, se han propuesto Mguna vez esta pregunta. Se trata de una crisis aguda que no se refiere a la liturgia en sus formas sino a la liturgia en sí misma. No se trata de discutir los problemas que hasta ahora han preocupado a los liturgos de profesión y a los pastores y fie­les de la Iglesia; es decir, de discutir las formas nuevas o anti­guas, la creatividad o la apertura al mundo de hoy de ia liturgia cristiana, sino de un problema más fundamental todavía: ¿En régimen cristiano hace fMta una liturgia o es suficiente el culto existencial de la vida ordinaria?

La pregunta, por extraña que suene a algún lector, está ahí, sobre el tapete, y no ha sido propuesta desde una visión atea y materialista de la vida, sino desde la misma Sagrada Escritura, desde el concepto mismo de culto cristiano.

Un exponente de la teología radical escribió hace años: "No veo cómo pueden ser tomados en serio por la teología radical la

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predicación, la liturgia, la oración, el ministerio y, en general, los sacramentos" 1, Y un autor católico opina así: "Cristo no instituyó un culto ni mostró interés alguno por ceremonias ni rituales; nunca se dice en los evangelios que asistiera a las ora­ciones públicas del templo. Aunque posiblemente 10 hizo, el dato no quedó archivado, mostrando que los evangelistas no le atri­buían ninguna importancia" 2. Por último, se nos ha recordado el talante "desacraliza dar" de las primeras generaciones cristia­nas. En su tiempo los discípulos de Jesús fueron acusados de ateísmo: "vuestros ojos no soportan ni templos, ni altares, ni estatuas sagradas", decía Celso a los cristianos 3. El apologeta cristiano Minucia Félix confirmaba ufano: "No tenemos ni tem­plos ni aHares" 4,

Todas estas afirmaciones programáticas parecen confirmar la teoría paulina del culto espiritual hecho de servicio, de cari­dad, de ofrecimiento de la propia vida a Dios, sin más ceremo­nias.

Hay que confesar honradamente que junto a esta documen­tación existen testimonios daros de la existencia de un cuIta cris­tiano desde los primeros días de la Iglesia, con formas sencillas y familiares, casi seculares, diríamos hoy. Sin embargo, toda esta rica documentación no se libra de la sospecha de una cierta in­coherencia con las otras afirmaciones, o de una infidelidad a la inspiración primitiva de la doctrina de Jesús de Nazaret sobre el culto en espíritu y en verdad, por una involución nostálgica hacia los ritos judíos del A.T., o por una contaminación de los cultos paganos de Grecia y de Roma.

El problema es grave y exige respuestas que tocan la esen­cia misma de la liturgia, su fundamento teológico. No es nuevo, porque la visión cultual de la vida cristiana ha penetrado ya como elemento fecundante dentro de la teología litúrgica más reciente. Sin embargo, las respuestas globales dadas hasta ahora al proble­ma no me parecen suficientes y requieren un planteamiento total de la teología litúrgica que recupere una de las líneas más fe­cundas de la reflexión actual: la cristología, tanto en 10 que se

1 Cfr. Th. J. ALTIZER, W. HAMILTON, Teologia radical y la muerte de Dios. Bar· celona·México, 1967, p. 22.

2 J. MATEOS, Cristianos en fiesta. Madrid, Ed. Cristiandad, 1972, p. 237. 30RIGENES, Contra Celsum, VII, 62: PO 11, 1507. 4 Octavius, 32,1: PL. 3, 353.

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refiere a la existencia humana de Jesús como a su actual existen­cia gloriosa. En esta síntesis puede estar la clave de solución de] problema 5,

En este artículo queremos ofrecer unas reflexiones que ayu­den a esclarecer los planteamientos drásticos que hoy se hacen entre culto litúrgico y vida cristiana. Señalamos brevemente en una primera parte lo que se considera adquirido ya por la teolo­gía litúrgica actual y pasamos a tratar en una segunda parte el problema de fondo: la relación sustancial entre el culto cristiano y la vida.

I. DE LA TEOLOGíA BíBLiCA DEL CUL'fO A LA

TEOLOGÍA LITÚRGICA

N uevos datos para una síntesis

La teología litúrgica postconciliar ha podido enriquecerse con la aportación de la teología bíblica del culto. Textos como el de Rom. 12, 1, habían sido ya objeto de minuciosos análisis por parte de O. Case1 6; sin embargo, el enriquecimiento tendría que venir de losexegetas protestantes, desde H. Schlier, antes de su conversión, hasta Kassemann 7. La síntesis en campo católico la daba Sto Lyonnet con un artículo programático, inspirado en los anteriores y punto de arranque de estudios posteriores, acerca de la naturaleza del culto en .el Nuevo Testamento. Todo un material que iba entrando en la teología litúrgica y que inspiraba a su vez a quienes en aquellos tiempos trataban e1 tema "liturgia y secularización" 8.

s La teología litúrgica de los últimos decenios se ha ido elaborando a partir de la integración de los temas teológicos más actuales. Quizá una de las últimas integraciones que debe hacer es la de la Cristología. Nos parecen a este respecto iluminadoras las páginas de O. GONZÁLEZ DE CARDEDAL. Cristología y liturgia. Re· flexión en torno a los ensayos cristológicos contemporáneos: «Phase» 18 (1978) pp. 213·258.

6 Die «loghiké thysia» der antiken Mystik in chritlich·liturgischer Umdeutung: «Jarrb. für Liturgiewiss.», 4 (1924), pp. 37·47.

7 H. SCHLIER, Van Wessen der apostolischen Ermahnung nach Romerbrief 12,1·2, in Die Zeit der Kirche. Friburgo, 1956, pp. 1956. E. KASEMANN, Gottendienst im Alltag der Welt. Zu Romer, 12», in Exegetische Versuche und Besinnungen n. Gothingen, 1965, pp. 198·204,

B sto LYONNET, La naturaleza del culto cristiano en el Nuevo Testamento, en La liturgia después del Vaticano Il, Madrid, Taurus, 1969, pp. 439·477. Han reco· gido estos análisis entre otros: L. MALDONADO, Secularización de la liturgia, Madrid, Marova, 1969, pp. 19·30; J. MATEOS, Cristianos en fiesta, pp. 79·104; E. SCHILLE' BEECKX, El culto secular y la liturgia eclesial, en Dios, futuro del hombre, Sala·

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La teología litúrgica, que en los últimos decenios había trata­do de afianzar su consistencia desde la asimilación del "misterio del culto y su presencia" de cuño caseliano, podía asimilar nue­vas perspectivas bíblicas acerca de la teología del culto en el N.T.; la aportación fundamental se podría resumir brevemente en una apretada síntesis:

El texto de Rom. 12, 1 nos abre una perspectiva amplia y unitaria acerca del lenguaje cultual del N.T., desde los Evange­lios a los Hechos, de las Cartas paulinas a la teología de la Carta a los Hebreos y al estilo sapiencial de la Carta de Santiago. Len­guaje y teología a la vez subrayan la ruptura con el A.T. a través de la novedad de Jesús, de su vida y de su muerte. En el N.T. se usan los conceptos fundamentales del culto: liturgia, latría, sacer­docio, templo, oblación, sacrificio. Pero ya la misma terminología y su uso revelan la tensión dialéctica de los primeros cristianos hacia el culto judío y el culto pagano. Mientras referidos a una liturgia pagana o judía tienen el obvio sentido "litúrgico-ritual" con que todavía suenan a nuestros oídos, su sentido cambia com­pletamente cuando se refieren a Cristo y a los cristianos. En éstos no indican una acción ritual-litúrgica, sino la vida misma en todas sus facetas de fe y de amor, de obediencia a la voluntad de Dios, y hasta la misma muerte, vistas e interpretadas en sentido Htúrgico. La tesis fuerte de todo este lenguaje es ésta: El culto nuevo de la comunidad cristiana no tiene que ver nada con los ritos judíos o paganos; no se confunde, ni siquiera por la termino­logía, con las famas y el sentido de la liturgia del AT. o de los templos paganos; para el cristiano su culto, su adoración, su litur­gia es la vida misma en conformidad con las enseñanzas de Jesús y a impulsos de su Espíritu, en la caridad fraterna, en el servicio; a estos actos se aplica la terminología cultual. El fundamento de toda esta visión está precisamente en la vida, muerte y resu­rrección de Jesús de Nazaret -descrita con categorías cultua­Jes-, por las cuales es el Mediador y el fundamento del culto nuevo que pone el acento no en ritos, sino en la vida misma 9.

Junto a este filón bíblico que acentúa el sentido cultual de toda la vida cristiana hay que colocar toda esa serie de afirma­ciones que se refieren a ciertos momentos o actos peculiares con

manca, Ed. Slgueme, 1970, PP. 99·124 ... Recientemente, a partir de un estudio literal: A. CARIDEO, Culto ed esistenza cristiana nel Nuovo Testamento: «Rivista liturgica», 64 (1977), pp. 300·320.

9 Cfr. Sto LYONNET, a. c., pp. 456·469,

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los que la comunidad cristiana "celebra" el misterio de Cristo, su recuerdo-memorial, su comunión con el Señor Resucitado y la participación de su Espíritu, tales como la fracción del pan, el bautismo, las asambleas de oración... Son estos actos los gér­menes de la nueva liturgia cristiana, cuya novedad absoluta se afirma a nivel de lenguaje, incluso forjando una terminología nueva 10.

Dos filones de teología bíblica correlativos e inseparables constituyen la aportación de estos estudios a la teología litúrgica. Dos filones de los que hay que admitir la coexistencia o el para­lelismo aun cuando no se llegue a percibir con claridad la rela ción de síntesis; dos series de datos objetivos que no deben ser camuflados por reductivismo o interpretaciones parciales, como podrían ser los de la teología radical que no admite interés algu­no por las formas de culto, o Ja de una teología litúrgica que re­chazara el sentido cultual de la existencia cristiana 11. Estos dos filones son en síntesis: a) la afirmación de que el nuevo culto espiritual de los discípU'los de Jesús es la vida misma; b) laexis­tencia de momentos cuituales en los que estos discípulos de Jesús celebran el misterio de su Maestro y Señor, con el Bautis­mo, la fracción del pan, la proclamación de la palabra, las ora­ciones.

Todo esto sin perjuicio de las ulteriores evoluciones que el len­guaje cultual tendrá en los escritos posteriores al N.T., donde la carga dialéctica disminuye y el recurso al A.T. aumenta. Y sin prejuzgar la evolución ritual que sufrirán las celebraciones primi­tivas, por un fenómeno típico de adaptación y aculturación pos­teriores.

10 Ibidem, p. 468. 11 Escribe L. MALnONADO: «Deseo recordar que el Nuevo Testamento da una visión

más amplia y rica que la que pueden hacer sospechar ciertas citas o pasajes con­siderados aisladamente. Efectivamente, si en pos de una fuerte corriente protes· tante, sólo tenemos en cuenta el famoso texto de Rom 12,1-2, podemos pensar que la Iglesia primitiva había llegado a prescindir del culto y la liturgia... Nada más lejos de la realidad». Cfr. Iniciaciones a la teologla de los sacramentos, Madrid, Marova, 1977, pp. 40-41. La anotación de Maldonado supone una cuasi «retracción» o la inclusión de aportaciones nuevas respecto a escritos suyos an­teriores. Estas dos aportaciones son el reconocimiento obvio de la existencia de las celebraciones cristianas y su carácter festivo, Impregnado de religiosidad y en­tusiasmo.

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Asimilación de valores y problemas pendientes

A nivel de teología, pastoral y espiritualidad litúrgicas la asi­milación de estas dos grandes aportaciones de la teología bíblica han tenido un influjo saludable en varios sectores.

- Ante todo el esfuerzo por lograr una verdadera teología litúrgica más enraizada en la reflexión bíblica, sin apriorismos escolásticos o históricos, tanto en lo que se refiere al concepto de culto como a sus formas y contenidos 12.

- La tesis central de la vida cristiana entera como cuIta ha entrado por ]a puerta ancha del Magisterio de la Iglesia e im­pregna muchos documentos conciliares y postconciliares, espe­cialmente a partir de la categoría fundamental de "sacerdocio de los fieles", tal como lo expresa la Lumen Gentium 13. Con esta afirmación se han puesto las bases para una superación, al menos especulativa, de mllchos de los dualismos existentes: liturgia y vida, oración litúrgica y oración personal, culto a Dios y com­promiso con los hombres, liturgia y piedad popular. .. 14. Supera­ción de dicotomías, no por confusión de conceptos y de realida­des, sino por la integración de estos diversos aspectos en la uni­dad de ~a existencia cristiana y del único cuIta de Cristo y de los cristianos.

- Un reflejo de la fecundidad de la reflexión bíblica acerca del culto y de sus implicaciones vitales lo tenemos en la amplia conciencia que hoy existe -a nivel de teoría y de praxis- de

12 Me parece ejemplar a este respecto el esfuerzo, todavía fragmentarlo, hecho por S. Marsili en la elaboración de una teología litúrgica que parte de estas bases bíblicas. Cfr. Anámnesis. La liturgia memomento nella storia della salvezza, Torino, Marietti, 1974, pp. 33·136.

13 Cfr. L. G. nn. 9·11, con su aplicación a los laicos en L. G. 34. A propósito del tema del sacerdocio de los fieles, encomendado a la comisión teológica del Cancilla y substraído a la comisión litúrgica, cfr. las anotaciones de J. P. JOSSUA,

en La liturgia después del Vaticano JI, pp. 134·139. La Constitución «Laudis Can· ticum» contiene esta solemne afirmación: «Toda la vida de los fieles es como una leitourghia ... ))

" Baja esta óptica he tenido ocasión de tratar algunos problemas de teología y espiritualidad litúrgica; cfr. por ejemplo, Liturgia, en Dizionario Enciclopedica di Spiritualita (DES), Rama, 1975, pp. 1086·1104; Sacerdozia dei fedeli, Ibidem, pp. 1631·1634; Lavaro e liturgia, in AA. VV., Lavara evita spirituale, Roma, Te· resianum, 1977, pp. 99·119; Liturgia e pieta popolare oggi, in AA. VV., La religioslta papolare. Valora spirituale permanente, Roma, Teresianum, 1978, pp. 121·148. Hay que recordar que Revista de Espiritualidad escribió ha{)e ya algunos afias: «La esencia de la oración personal tiene que ser estudiada partiendo del sano «pan· liturgismO)) admitido por el Vaticano ll!!. Cfr. Revista de Espiritualidad, 30 (1971), p. 449.

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llevar la liturgia a la vida, la celebración al compromiso, con re­percusiones de orden personal, comunitario, social y político 15.

En este punto convergen -no sin exageraciones deforman tes­las líneas más actuales de la reflexión y de la praxis actual en liturgia, en la doble vertiente de llevar la liturgia a la vida -compromiso- y de llevar la vida a la liturgia -creatividad, adaptación cultural, etc. 16.

- Finalmente, la búsqueda de formas más sencillas, domés­ticas, primitivas de la celebración litúrgica cristiana, sin arqueo­logismos ni radicalizaciones 17.

Creo, sin embargo, que todavía está por hacer una teología litúrgica que recoja y ordene todos los fragmentos y aportacio­nes recientes en una síntesis armoniosa.

Un problema fundamental es precisamente el que trata de abordar nuestro estudio: la relación que debe existir entre la vida cristiana, entendida y valorada como culto existencial, y las celebraciones del misterio de Cristo en la Eucaristía, en los sacramentos, en la palabra y en la oración de la Iglesia. No basta afirmar la necesidad del compromiso que nace de la liturgia. Se trata de probar la necesidad intrínseca de esta liturgia para la vida cristiana, desde una teología coherente y no desde unas convicciones más o menos piadosas. No es suficiente la afirma­ción de una coexistencia de datos, hay que demostrar sus impli­caciones necesarias.

La clave, a nuestro parecer, está en el fundamento mismo del hecho de que la vida cristiana sea culto espiritual y que las cele­braciones litúrgicas de ,la comunidad cristiana tengan un sentido objetivo. Un fundamento común, sin el cual las afirmaciones de la teología bíblica están en el air,e. Una realidad que funda­menta y ensambla a la vez el tema del culto espiritual y el de

15 Un Interesante boletín bibliográfico sobre el tema, ya tratado por muchas revistas, en D. SARTORE, Celebrazione e impegno. Rassegna bibliogratica, in AA. VV., Celebrare il miste ro di Cristo, Bologna, Ed. Dehoniane, 1978, pp. 163·190.

16 En la amplia bibliografía sobre el tema señalmos como simple orientación: Creativité et liturgie: «La Maison Dieun, n. Ill, 1972; L. VEGAS, La creativita liturgica. Aspetti storici, dottrinali, pastorali: «Rivista liturgical>, 64, (19'1\7), pp. 451·499; Encuentro de culturas y expresión religiosa: «Conciliuml>, n. 122, fe· brero 1977.

17 Es loable el deseo de simplificación, sobriedad y sencillez litúrgicas, inspi· rados en los esquemas de la liturgia cristiana antigua. Pero no que hay que idea· lizar excesivamente aquellos esquemas, ni rechazar a priori cuanto el Espíritu ha ido sembrando en la Iglesia para una celebración más rica y profunda del misterio cristiano.

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liturgia cristiana. Nos estamos refiriendo al misterio de Cristo, a su vida y a su muerte, a su glorificación, existencia cultual per­fecta y primigenia, y fundamento de la existencia cristiana; a la vez origen, centro, finalidad y objeto del memorial cristiano a través de la Eucaristía, la oración o la palabra.

En el fondo, como hemos apuntado, se trata de una necesa­ria r,ecuperación cristológica por parte de la liturgia, pero en la síntesis, todavía penosamente buscada por los autores actuales, de la acentuación de la existencia humana de Jesús -fundamen­to del culto espiritual de la vida -y de su presencia gloriosa­fundamento del culto litúrgico. El es el punto de sutura 'que une indisolublemente los dos grandes temas de teología bíblica antes apuntados y condiciona su exacta interpretación y vivencia.

En definitiva, al reto que constituye la pregunta que enca­beza nuestro artículo -¿qué sentido puede tener la celebración litúrgica de los cristianos, si el verdadero culto es la vida concre­ta?-, se puede oponer otra pregunta: ¿Es posible una existencia cristiana cultual sin una celebración litúrgica que actualice la presencia del misterio de Cristo, su comunión vital con los fieles y el don inefable de Espíritu? La solución hay que buscarla en la necesaria afirmación de la novedad cultual que constituye la vida de Jesús y su muerte salvadora; este es el fundamento del culto nuevo de los cristianos a imitación de su Maestro y Señor. Pero entre la existencia cultual de Jesús y la vida cultual de los cristianos tiene que existir un nexo absolutamente necesario: la liturgia cristiana. En ella los diversos elementos -palabra, sa­cramento, Eucaristía, oración- constituyen la celebración del misterio de Jesús, la presencia del Señor en medio de sus discí­pulos y la comunión en su Espíritu; todo esto forma ya parte de la existencia cultual cristiana y de los nuevos sacrificios espiri­tuales, y a la vez es el fundamento imprescindible de una vida cultual, como la existencia terrena de Jesús, en comunión con El, Señor glorioso, y bajo la guía de su espíritu.

Vale la pena ofrecer una exposición cabal de los elementos que constituyen esta respuesta.

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n. DE LA EXISTENCIA CULTUAL DE JESÚS A LA EXISTENCIA

CULTUAL DE LOS CRISTIANOS. LA NECESARIA MEDIACIÓN

DEL CULTO DE LA IGLESIA

El punto de arranque: una cristología "litúrgica"

El fundamento del cuIto nuevo hay que buscarlo en Jesús de Nazaret, en su vida y su muerte, acentuando su dimensión reli­giosa, la relación con el Padre en favor de los hombres. En el fondo se trata de captar el sentido "litúrgico", "cultual" de toda la cristología: vida, muerte, palabras y acciones de Jesús. El es el culto nuevo.

Con la intención de acentuar el sentido cultual-secular de la vida y muerte de Jesús ha escrito E. Schillebeeckx:

"}esús no dio su vida en una celebración litúrgica; fue fiel a Dios y a los hombres en un conflicto aparentemente secular, teñido de religiosidad, dando así la propia vida por los suyos en una conver­gencia de circunstancias temporales. El Calvario no es una liturgia religiosa, sino un pedazo de la vida de Jesús, vivida por El como culto. Aquí está nuestra redención. No hemos sido redimidos por un servicio especial de culto litúrgico, sino por un acto de la vida humana de Jesús situada históricamente y temporalmente" 18.

Este texto, con las debidas precisiones, resulta elocuente y puede estimular nuestra reflexión. El culto nuevo no es una ceremonia ritual, sino la existencia temporal vivida de cara a Dios y a los hombres. En obediencia al Padre y por amor a sus hermanos Jesús da su vida en un conflicto que tiene todas las apariencias de una tragedia temporal. La "religiosidad" del Cal­vario no está absolutamente clara ,en el cuadro aparentemente secular de Jesús de N azaret condenado a muerte por la autoridad romana en medio de dos ladrones. Y, sin embargo, constituye la entraña misma de toda esa tragedia, asumida por Jesús como culmen de su vida de entrega a Dios, su Padre, y a los hombres, sus hermanos; en la realización coherente de su misión de Siervo de J ahvé. ,Por eso constituye la realización ideal del culto autén­tico propuesto por Jos profetas del A.T., hecho de obediencia y de misericordia. Y Jesús mismo vive y asume su propia pasión

lB Cfr. E. SCHILLEBEECKX, a. e., p. 107.

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como una "liturgia", como la liturgia definitiva, umca. De aquí que la comunidad cristiana interprete el momento culminante de Jesús con categorías de sacrificio y sacerdocio, de pascua y de expiación, con el tono solemne con que lo hace Juan en la narra­ción de la pasión o con la espléndida visión litúrgica con que el autor de la Carta a los Hebreos recapitula en Jesús el significado de todo ,lo ritual-sacrificial del A.T. Una "ritualización" de la existencia de Jesús, especialmente de su pasión-muerte-glorifi­cación, anticipada por El mismo en los ges'Íos senei.1Ios pero car­gados de misterio y de significado que constituyen la última cena y la institución de la Eucaristía. Precisamente allí se "funda" la necesaria mediación para que los cristianos celebren, actuali~

zándola, su pasión salvadora, memorial de la pascua nueva y definitiva hasta que El vuelva.

Desde este momento culminante y recapitulador hay que vol­ver la vista atrás y recuperar el sentido "litúrgico" de toda la existencia humana de Jesús vivida como relación oblativa a Dios, desde la conciencia de filiación y desde su condición de Mesías que vive y actúa en servicio de los hombres.

La Carta a los Hebreos indica el comienzo de la misión sacerdotal de Cristo y de su existencia cultual, realización per­fecta del culto auténtico, en su "entrada en el mundo" (Heb. 10, 4). Podemos afirmar que desde el momento de la Encarnación se desplaza el centro del templo de Jerusalén allá donde Jesús, la nueva tienda y el nuevo -templo, vive y actúa. La mirada com­placida del Padre se desplaza también allá donde el Hijo con su oración, su palabra y su vida le ofrece, por fin, el verdadero culto de alabanza, la respuesta perfecta a su voluntad y a sus designios. Jesús, en ruptura evidente con la liturgia veterotesta­mentaría, es el culto nuevo que predicaban y predecían los pro­fetas.

E. Schillebeeckx es el que mejor ha esbozado el valor de esta cristología litúrgica que supone a la vez en la experiencia de Jesús la revelación del amor salvífico del Padre y su comunica­ción -la dimensión descendente- y la respuesta religiosa de Jesús al Padre en toda su existencia hasta alcanzar en El toda la

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creación el culmen de la religiosidad verdadera: la dimensión ascendente 19,

Toda la vida de Cristo, sus hechos y palabras, sus trabajos en N azaret y sus andanzas por Galilea, sus gestos de amistad y sus milagros, sus triunfos y sus soledades, constituyen la reali­dad del culto nuevo. Su vida es "agradable" al Padre y constituye el objeto de su "complacencia". En esta actitud filia1, forjada en una comunión intensa, con largos ratos de oración solitaria y una ininterrumpida relación de amor y obediencia, estriba ~a nove­dad del cuIta que Jesús tributa: "En Cristo ... Dios nos ha reve­lado la forma concreta de la religión, la figura de un hombre verdaderamente religioso. La relación vivida y visible, personal, de Jesús con el Padre, nos revela 10 que significan la majestad y la misericordia del Padre. En la -religiosidad de Jesús y por medio de ella se ha revelado Dios ... Es, igualmente, el adorador supremo del Padre, la realización suprema y perfecta de toda religión" 20.

Todo culmina en la pasión, muerte y resurrección -como recapitulación que resume toda su existencia- donde las catego­rías fundamentales del culto antiguo -Exodo y Alianza- co­bran nuevo sentido para la realización del culto nuevo en la Pas­cua de Jesús yen el don del Espíritu 21.

Es evidente, desde esta perspectiva, que lo que funda una posible "liturgia" cristiana no es un rito, sino una existencia, no es un mito, sino una persona. Y lo que es esencial en ella es la memoria de esa vida y de esa persona, la comunión con ella, la imitación de sus mismas actitudes.

y nada impide que para dar énfasis al misterio de 1a vida de Jesús como realización culminante de la relación con Dios, su Padre, se recurra a un revestimiento exterior de categorías litúr­gicas como son las de sacerdocio, sacrificio, templo, cordero pas­cual, ritual de expiación, pero con la afirmación neta, como hace la Carta a los Hebreos, de la caducidad de lo antiguo y de la recapitulación en Cristo de toda la economía litúrgica del A.T. y a su vez, como han notado los exégetas,se revista la existen­cia de los cristianos de categorías cultuales, por la misma razón

19 ID., Cristo, Sacrament0 del encuentro con Dios, San Sebastián, Dinar, 1965, p. 26.

20 Ibidem, p. 27. 21 Ibidem, pp. 31-35.

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y en idéntica continuidad de Jo que se ha heoho con la vida y la pasión de Cristo.

La continuidad: dimensión cultual de la vida cristiana

La comunidad apostólica puede afirmar sin temor que la exis­tencia nueva de los cristianos constituye el culto de la Nueva Alianza. Esta tesis tiene su carga polémica. Se acentúa el dis­tanciamiento definitivo de los cultos judíos contemporáneos por su ineficacia caduca; se preserva al cristianismo de la posible contaminación con las fórmulas cultua1es de los paganos. Pero en manera positiva se afirma la novedad del culto que no es rito o ceremonia, sino vida, según la palabra y el Espíritu de Jesús.

Los cristianos se sienten en todo esto muy cercanos a los oráculos proféticos que hablan del culto agradable a Dios y se identifican totalmente con las enseñanzas y la vida de su maestro. Revisten el sentido de su propia existencia con terminología so­lemne y cuHua1: sacerdocio, sacrificio, latría, templo, liturgia, oblación; subrayan así la seriedad y la religiosidad absoluta que cubre toda su existencia. Pero ésta es en su entraña más pura, como la vida de Jesús, servicio y amor a los hermanos como cumplimiento de la voluntad de Dios. El revestimiento quiere in­dicar la continuidad y el valor de la existencia semejante a la de Cristo y en comunión con El, la asimilación de las actitudes más puras de relación con Dios en el A.T. Sin embargo, la termino­logía no nos debe inducir a engaño: "El culto, el sacrificio y la liturgia del cristiano son, pues, la fe y el amor fraterno, la entre­ga a Dios y la dedicación al prójimo. En otros términos, su vida concreta y entera, proyectada sobre dos coordenadas: fe y cari­dad. .. El culto a Dios en el nuevo Testamento no ocupa un sector de la existencia, sino toda ella; no se ejercita con ritos especiales sino con el mismo vivir; no requiere actividades pecu­liares, sino la inventiva y la dedicación propias del interés mutuo" 22.

Se trata, como ya hemos apuntado anteriormente, de una re­cuperación teológica de primer orden que juzga todo proceso involutivo de un retorno a las categorías del A.T., verifica la ca­pacidad que tienen los cristianos de vivir en comunión con la vida

22 J. MATEOS, Cristianos en fiesta, p. 87.

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de Jesús y rompe con todos los dualismos que quisieran encerrar en sectores opuestos o separados los momentos esenciaJes de la vida cristiana. Con la solemnidad y la amplitud con que lo ha hecho el Vaticano II se puede afirmar, en base a esta teología del culto espiritual:

''Todos sus trabajos, sus oraciones e iniciativas apostólicas, la vida conyugal y familiar, las tareas cotidianas, el mismo descanso del alma y del cuerpo, si son realizadas en el Espíritu, y especialmente las molestias de la vida, cuando son llevadas con paciencia, se convierten en sacrificios espirituales agradables a Dios por Jesu­cristo (1 'Ped 2,5) ... " 23.

Sería, al menos, un error de miopía exegética y teológica ex~ cluir de la amplitud cultual de la vida cristiana Jos actos especí­ficos con los que la comunidad primitiva "celebraba" el misterio de Cristo en la fracción del pan y en las oraciones. La actitud reductiva de la teología radical, que por recuperar el sentido cultual de toda Ja vida cristiana rechaza el valor de las celebra­ciones litúrgicas, es en el fondo tan absurda como la que quisie­ra encerrar lo litúrgico cristiano en Jos límites de lo ritual-cultual.

En el fondo, lo menos que puede afirmarse a este respecto es que las celebraciones cristianas, pletóricas de referencia a Cris­to y cargadas de densidad existencial -fe, amor, perdón mutuo, compromiso de comunión y de servicio- pertenecen a esa tota­lidad de la vida cristiana, considerada por Pablo y los escritos apostólicos como plenamente cultual 24.

Pero esta afirmación no es suficiente. Habríamos dado un paso adelante en teología litúrgica al subrayar no sólo la coexistencia de una vida cultual en el mundo y una serie de celebraciones rituales, reconocidas ambas por los escritos del N.T., sino tam­bién la inclusión de éstas últimas dentro del llamado culto espi­ritual de los cristianos 25. Queda todavía por dar el paso defini­tivo que recapitula y sintetiza una auténtica teología litúrgica.

23 L.G., n. 34. 24 Tras un primer momento reductivo en el que el estudio de la terminología

cultual se aplicaba exclusivamente a lo existencial, se vuelve a posiciones más equilibradas en las que se incluye entre los sacrificios espirituales la ofrenda euca­rística, incluso a nivel de pura exégesis literal. Cfr. MARSILI, o. c. (nota 12), p. 131, nota 3. Lo mismo opina Sto LYONNET, a. C. (nota 8), p. 465. Ambos citan a E. LoHMEYER, E. G. SELWIN, J. COLSON.

25 Escribe J. COLSON a propósito de los textos sacerdotales de la La Carta de Pedro: «Cuando la 1.- Pedo recuerda a los cristianos que son un sacerdocio santo para ofrecer sacrificios espirituales, "thysia" significa ciertamente vivir según un ideal sacerdotal... , formando un grupo religiosamente seleccionado por su justicia,

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La absoluta mediación: la liturgia de la comunidad cristiana

Entre la existencia cultual de Cristo y la vida cultual de los cristianos hay que poner como mediación absoluta la liturgia­ritual de la comunidad cristiana. Aquí se encuentra el punto de convergencia, se realiza la comunión de Cristo con sus discípu­los, se posibilita la continuidad en ellos del culto nuevo iniciado por Jesús en toda su existencia.

Querer hacer de la vida de los cristianos un culto nuevo a Dios sin una referencia fundamental a Cristo, sin comunión vital con su palabra, su persona, su Espíritu, sería un error tan garra­fal como pretender agradar a Dios con los sacrificios del A.T. La Carta a los Hebreos no sólo subraya que la vida de Jesús es el culto nuevo, sino también el culto único, la mediación universal y necesaria. Por eso, si el cristiano puede hacer de su vida un culto espiritual, recalcando la novedad absoluta respecto al ritual antiguo, es en la medida en que realiza su existencia como Cristo y en comunión con El. Ahora bien, no hay posibilidad de una comunión vital con Cristo fuera de la ritualización de su memo­rial en la comunidad cristiana, es decir, sin la participación al misterio de Cristo en la liturgia de la Iglesia 26.

Esta afirmación puede parecer a algunos obvia, a otros sim­plista. Y, sin embargo, toca el problema fundamental de una teo­logía litúrgica que responda a las exigencias actuales de conectar sin dualismo ni exclusiones mutuas la relación entre el culto y la vida. Y en su planteamiento nos descubre la necesaria recupera­ción de lo que González de Cardedal ha llamado la "conexión

pureza, obediencia a la voluntad de Dios... Este sentido espiritual está fuera de duda. Pero ¿se tiene por ello derecho a decir que esto excluye, con igual certeza, cualquier rito de valor más o menos sacrificial? ¿No se puede entrever, como en filigrana, la Eucaristla en la 1.- de Pedro? Al menos es una pregunta que no podemos menos de proponer». Cfr. J. COLSON, Ministere de Jesus-Christ ou le sacerdoce de l'Evangile, Paris, 1966, pp. 175-176.

26 A. VANHOYE, el gran especialista de la Carta a los Hebreos, en quien se ins­piran muchos autores que tratan de este tema (St. Lyonnet, J. Mateos) ha notado cómo en el sacerdocio de Cristo hay que distinguir la doble dimensión de cuito existencial y de mediación. Esta aplicación ilustra la doble dimensión del sacer­docio real o común y del sacerdocio ministerial; cfr. Sacerdoce commun et sacer­doce ministeriel; «Nouvelle Révue Théologique», 97/3 (1975), 193-207. El sacerdocio y el sacrificio que el cristiano ejercita con su vida está supeditado a la partici­pación en la liturgia donde Cristo, por medio del sacerdocio ministerial, ejercita su mediación absolutamente necesaria en la transmisión de la gracia y en la ofrenda cultual. Esta es la perspectiva de la teología litúrgica del Vaticano lI, S.C. 5-7.

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originaria entre cristología y liturgia" 27. No se trata sólo de la re­cuperación "litúrgica" de la cristología en el sentido apuntado anteriormente, sino de la conexión absoluta que existe en la co­munidad cristiana entre la fe en Cristo y la confesión de su nom­bre, la memoria de su palabra y la participación en su misterio, la identificación de los discípulos con Jesús, no sólo por la profe­sión de su misma doctrina y sus mismas actitudes vitales, sino por la identificación con su persona y con su Espíritu, en el ám­bito de unas celebraciones cultuales donde Jesús es invocado como Señor, el cristiano entra en comunión con El por el bau­tismo, participa de El en la Eucadstía 28,

La necesaria conexión 'entre cristología y liturgia explica por una parte la imposibilidad de ser disdpulo y seguidor de Jesús sin ser un confesor de su condición de Señor y un "iniciado", par­tícipe de su misterio, movido por su Espíritu; por otra, la lógica afirmación que la comunidad de los discípulos de Jesús de Na­zaret es comunidad de fe, de amor, de esperanza y de testimonio en la medida que es comunidad de experi,encia: "la iglesia es todo esto en la medida justa en que todas estas realidades son inte­gradas por la celebración de una iglesia, que se realiza ante su Señor en cuanto comunidad celebrante" 29, Y en todo ello existe un problema latente: no hay cristología sin liturgia, ni Jiturgia sin cristología: "No hubo una celebración de los cristiaos que no l1emitiera al Jesús de la historia confesado como Señor. No hubo reconocimiento de Cristo que no desembocase en la invocación" 30.

Todas estas alusiones plantean un problema fundamental que toca el sentido mismo de la liturgia cristiana: la continuidad entre Jesús de Nazard y el Señor Resucitado; la posibilidad no sólo de recordar las palabras y hechos de Jesús, sino de celebrar su me­moria con la convicción de que él está presente en la comunidad de sus discípulos y a ellos se comunica con el don de su Espíritu, En el fondo el problema de la teología litúrgica queda remitido a un problema fundamental de cristología.

González de Cardedal ha observado que la ruptura original entre cristología y liturgia ha llevado a dicotomías tan evidentes como son las de profetismo-cuIto, fe-sacramento, clistianismo

27 GONZÁLEZ DE CARDEDAL, O. c. (nota 5), p. 214. 28 Ibidem, pp. 216-217. 29 Ibidem, pp. 218-219). 30 Ibidem, p. 220.

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como fe-cristianismo como religión, religión mística-religión pro­fética, sagrado-profano ... 31. Y todo viene del profundo hiato de una cristología que alejada de la liturgia no es capaz. de confesar la identidad absoluta de Jesús de N azaret y del Señor Resucita­do y la posibilidad de encontrar a Aquel en Este, estando en su presencia y gozando de su comunión, en la identidad del mismo Espíritu que El trasmite a sus fieles, a través de los signos por El instituidos para celebrar su memorial.

Una separación o una desequilibrada acentuación de estos dos aspectos de la cristología han podido ser y son todavía per­niciosos para el concepto integral de liturgia cristiana. Antes qui­zá el peligro de recluir lo litúrgico en la celebración ritual; hoy también la absurda pretensión de un seguimiento ético de Jesús de Nazaret sin la confesión de su gloria y de su divinidad, sin la comunión con su vida, fuera de la celebración litúrgica de su mis­t,erio. En la síntesis, como es obvio, está la solución de una auténtica teología litúrgica: creer en Jesús de Nazaret como Sal­vador confesando su nombre y recibiendo su perdón y su Espí­ritu en la liturgia de la comunidad cristiana; proclamar que Jesús es Señor con una vida cultual corno la suya, en plena fidelidad a sus palabras y actitudes.

En este planteamiento integral es evidente la absoluta media­ción entre Cristo y los cristianos, su existencia terrena y la vida de fe y amor de sus seguidores, que se realiza a través de la Iglesia, comunidad cultual que en la liturgia "celebra" el miste­rio de Cristo y en la vida ordinaria prolonga su misión y su exis­tencia. La integración de los tres datos fundamentales es sustan­cial -vida de Cristo, vida de los cristianos, liturgia eclesial- y confiere una nota de novedad y originalidad al culto cristiano y a la existencia de los discípulos de Jesús.

Necesidad y novedad del culto cristiano

El culto cristiano parte de la novedad misma que es Jesús. No es la pretensión pagana de ofrecer sacrificios rituales a Dios para que sea propicio. Es la acogida de una revelación y de una salvación que en Jesucristo han tenido su expresión cabal. Como en la historia de la salvación, la liturgia cristiana acentúa la ini­ciativa de Dios, la gratuidad de su salvación. Acción de Dios que

"Ibidem, pp. 230·236.

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pide la re-acción del hombre, revelación que pide una respuesta. A diferencia de los judíos, los cristianos saben que la respuesta cultual a Dios no puede ser simplemente la de escuchar su pala­bra sino la de cumplirla con coherencia. La dimensión descen­dente de la liturgia cristiana -la santificación- y la ascendente -la respuesta cultual- están resumidas en la novedad de Cristo y en su absoluta y única mediación. El es la plenitud de la reve­lación y de la gracia, El es el culto, la respuesta definitiva al Padre. Vivir de su palabra y de su Espíritu, responder al amor del Padre con El y como El, es la síntesis de la nueva religiosidad cristiana.

La liturgia de la comunidad cristiana tiene esta novedad ab­soluta. Es memoria, en el ámbito de la fe, de las palabras y hechos de Jesús, especialmente de su muerte-resurrección. Es invocación de su nombre o de su intercesión ante el Padre, pues se le confiesa como Señor y se le considera presente, según su promesa, en medio de los que se reúnen en su nombre (cfr. Mt 18, 20) 32. Es celebración de todo lo que Jesús fue y es actualmente, a partir del punto que une su existencia terrena con su vida glo­riosa, el Inisterio pascual; la unicidad de su mediación hace que los cristianos no tengan otra cosa que celebrar sino a Cristo. Es comunión intensa con El, presente en la comunidad con el don de su Espíritu, a través de todos aquellos signos, por El dejados ,en memorial, que expresan la identificación en su vida y en su destino de pasión y de gloria: palabras, unción e impo­sición de manos, bautismo, fracción del pan y bendición del cáliz, son las expresiones más elocuentes de esta participación y comu­nión con su persona, su vida y su destino. Sin estas mediaciones simbólicas que tasIniten el perdón, la gracia, la vida, el discípulo de Jesús no está en contacto vital con su maestro, no posee su Espíritu, y es imposible que viva como El vivió. El culto cristia­no es también compromiso de continuidad en una vida semejan­te a la de Jesús de Nazaret. Es la lógica consecuencia de la co­munión con su palabra y con su Espíritu. Al celebrar el misterio

32 Sigue teniendo vigencia cuanto escribíamos hace algunos años: La presencia de Cristo en la asamblea litúrgica, en Revista de Espiritualidad, 30, (1971), pp. 222-235: «Sin esta presencia (de Cristo) vivida y creída, la liturgia, aun con los ritos más sugestivos sacros o profanos, con los textos más bellos de la eucologia antigua y moderna, será sólo una simple fenomenología religiosa, un juego de gestos y voces impotentes que no lograrán hacer descender el cielo sobre la tierra ni in­sertar la existencia humana en el misterio pascual de Cristo ... !> (lb., pp. 224-225).

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de Jesús los cristianos celebran su vida misma, uniéndola en la oblación que da sentido cultual a toda su existencia.

Hoy como ayer, ~o esencial de la liturgia cristiana que no admite tergiversaciones ni instrumentalizaciones, es la referencia esencial a Jesús, Verbo Encarnado que ha muerto y ha sido glo­rificado. Toda desviación de esta línea esencial por abuso de ri­tualismo caduco o por instrumentalización política o social, del signo que sea, es un atentado contra la liturgia cristiana. Toda celebración litúrgica tiene que plegarse y supeditarse a este abso­luto primado de Jesucristo, de su palabra y de su misterio. Las formas culturales y cultuales con que puedan revestirse estas cele­braciones son accidentales de por sÍ, aunque sean requeridas por otros conceptos, como son los de la comunión eclesial y jerár­quica. Lo importante es que estén al servicio de lo esencial litúr­gico que es la presencia de Cristo y la atención a su misterio para realizar una plena comunión con él 33.

Por la misma razón yo afirmaría que de alguna manera existe liturgia cristiana allí donde los discípulos de Jesús se unen para escuchar su palabra e invocar su nombre, en comunión de fe y de vida con los otros fieles y los responsables de la Iglesia 34.

Toda liturgia cristiana es así la ritualización de la vida de Jesús y de su muerte gloriosa, fundamento del culto nuevo, con la que los cristianos celebran su memoria y se unen a ella. La li­turgia de la Palabra ritualiza y actualiza la predicación y la vida de Jesús. La liturgia de la oración, su plegaria personal y pública. La liturgia sacramental, sus gestos salvadores y constitutivos de su comunidad-iglesia. La liturgia Eucarística, ritualiza y actuali­za su misterio pascual, desde los gestos y elementos de la última cena. El oentro, pues, de la liturgia cristiana en todas susexpre-

33 Con este criterio esencial tendría que ser juzgado el valor de una celebra· ción litúrgica. Prefiero personalmente una celebración solemne de un rito oriental, que me introduce en el misterio de Cristo con una intensidad contemplativa única, a una celebración politizada, por muy sencilla que quiera parecer en sus formas; a la vez prefiero una celebración sencilla y doméstica de la Eucaristía, donde la fe de los participantes y la unión de los corazones garantiza una intensa comu­nión con Cristo, a una complicada ceremonia coreográJica que distrae del centro del misterio.

" Por lo general, hoy todavía se considera «liturgia)) en sentido estricto lo que equivale a culto «público)) de la Iglesia, prácticamente aquellas celebraciones que se realizan «según los libros litúrgicos aprobados por la Iglesia)). Creo, sin em­bargo, que el concepto es más amplio, y puede ser considerada celebración litúr­gica toda reunión comunitaria que pueda equivaler a una «liturgia de la palabra)) o a una «liturgia de la oracióm>.

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siones y dimensiones es la persona de Cristo, su vida "cultual" de cara al Padre y en favor de sus hermanos.

El cristiano no puede tener otra pretensión que la de ofreoer al Padre el único culto agradable que es el de Cristo. Por eso toda celebración litúrgica tiene una dimensión fontal y culminan­te; "culmen et fans" es la liturgia cristiana, según el Vaticano n35

La existencia cultual de los cristianos empieza y culmina, pues, en la celebración del misterio de Cristo que es la liturgia cristia­na. Sin ella sería vana pretensión humana de un culto que no fuera el de Cristo, de una "vida en el Espíritu" fuera de las fuen­tes donde Cristo comunica su Espíritu a los fieles.

De aquí la necesidad de una constante "renovación", "reite­ración" de las celebraciones litúrgicas, según los ú{mos y exi­gencias de la comunidad cristiana, para renovar la comunión con Cristo y con su Espíritu 36.

La participación y comunión con el Señor en la liturgia de la Iglesia lleva consigo la lógica consecuencia de una existencia vivida a impulsos del Espíritu, semejante en todo a la de Jesús de Nazaret y por 10 tanto plenamente cultual y agradable al Padre.

Originalidad de la existencia cultual cristiana

La afirmación global de que toda la existencia cristiana es cultual necesita sus pequeños matices a la luz de cuanto hemos expuesto. No todo 10 que vive el cristiano es culto agradable a Dios. La condición indispensable es que lo viva según el Espí­ritu 3? Ya H. Schlier matizaba la exégesis de Rom 12, 1-2 subra­yando la necesidad del culto según el Espíritu, la conversión de la mente como alejami.ento de la mentalidad mundana, y sobre

35 Cfr. S.C., n. 10. 36 La «repetición» de loo actos litúrgicos supone un deseo constantemente reno­

vado de entrar en comunión con Cristo a través de los signos de su presencia y de su acción salvadora. Las exigencias serán diversas. Nos pueden guiar algunos criterios; el criterio antropológico: hay actos vitales de la existencia constante­mente reiterados, por una necesidad intrínseca: comer, beber, repooar, entrar en comunión con los demás, amar. Algo semejante pasa con nuestra adhesión a Cristo; el criterio espiritual: más que una imposición de un ritmo de vida es una exigencia de madurez espiritual y de respuesta generosa a un Dios que nos ofrece constantemente su amor y quiere entrar en comunión con nosotros. En realidad, no hay una simple «repetición». En la novedad de cada instante, de cada día, en la madurez progresiva del cristiano, el encuentro con Cristo es nuevo y dinámico en cada una de las expresiones sacramentales.

37 Lo subraya también el texto de L.a. 34 antes citado: «si son realizadas en el Espíritu».

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todo la realización del culto espiritual en el amor y el serVICIO de la comunidad cristiana, como sugiere el contexto global de la exhortación paulina 38.

Desde las afirmaciones hechas acerca de la cristología "litúr­gica", resulta fácil integrar en la vida cristiana lo que es auténti­camente cultual en comunión con Cristo y en su seguimiento. En Jesús, ciertamente, todo es cultual y agradable al Padre, por­que es en todo expresión de su voluntad y de su amor. En el cristiano será cultual la existencia que limpiamente se propone el cumplimiento de la voluntad del Padre, según las palabras y el Espíritu de Jesús.

Hay una auténtica dimensión cultual, que a semejanza del obrar de Jesús podríamos llamar descendente, continuidad de la santificación e irradiación de ella, allí donde el cristiano por su palabra y por su vida testimonia la presencia en el mundo de Jesús de Nazaret y de su Espíritu y hace llegar al hermano la benevolencia salvífica de Dios en un acto de caridad y de servi­cio. Es el entronque lógico entre liturgia y caridad fraterna tan subrayado desde la antigüedad cristiana y que tiene su modelo en la palabra y la vida de Jesús 39.

Existe también una lógica continuidad cultual en la vida cris­tiana, ,esta vez en su dimensión ascendente, allá donde el cristia­no responde con una vida escondida, pero bien visible a los ojos de Dios, a su propia vocación, especialmente a través de los mo­mentos en que eX!presa su relación filial en la oración.

Todo 10 que no sea homologable con la palabra o los senti­mientos de Jesús no puede ser considerado cultual en la vida de un cristiano. Volveríamos a las tergiversaciones del culto an­tiguo.

Dentro de la existencia cultual cristiana ocupa un puesto pri­vilegiado lo que el cristiano vive en comunión con la pasión gloriosa de su Señor; el martirio, por ejemplo. Pero también las fatigas apostólicas, la fidelidad en el dolor y en la cruz, la cari­dad hasta dar la vida por los hermanos, la inmolación silenciosa

38 Cfr. H. SCHLIER. a. e. (nota 7). 39 LYONNET subraya la necesaria lUlión entre liturgia y caridad fraterna a par­

tir de los sumarios de Hechos acerca de la comlUlldad cristiana de Jerusalén, del Evangelio de Juan, de los textos conciliares; cfr. a. e., pp. 440-455; cita también los conocidos textos de Juan Crisóstomo sobre la relación entre la Eu­caristía y el hermano, ambos «sacramentos» de la presencia de Cristo (pp. 476-477). Acerca de la relación entre liturgia y caridad social en la antlgUedad cris­tiana cfr. A. HAMMAN, Vita liturgica evita sociale, Milano, Jaca Book, 1969.

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por el bien de la Iglesia. Si es cultual todo lo que el cristiano vive a imitación de la palabra y la vida de su Maestro, 10 será en modo eminente cuanto supone una configuración a su pasión y a su muerte, en abertura total a la voluntad del Padre y en favor de los hermanos. Por eso será más eminentemente cultual la vida de aquellos que por la obra interior del Espíritu Santo estén más configurados a Cristo en la madurez de la experiencia cristiana.

En dimensión comunitaria, la existencia cultual supone el servicio y el amor dentro de la fraternidad cristiana, en la uni­dad del mismo Espíritu, según la certera frase de Agustín, en contexto del cuIto espiritual: "Este es el sacrificio de los cristia­nos: muchos somos un solo cuerpo en Cristo", Precisamente aquí es donde coinclde el sentido del culto espiritual cristiano con su sacramento litúrgico que es la Eucaristía: "Este misterio, prosi­gue Agustín, la Iglesia también lo celebra asiduamente en el sa­crificio del altar, conocido de los fieles, donde se le muestra que en la oblación que hace se ofrece a sí misma" 40. De esta forma la liturgia cristiana es la celebración del misterio de Cristo y de la existencia cultual de los cristianos.

'0 Cfr. La Ciudad de Dios, libro 10, cap. 6. Cfr. Obras de San Agustln, vol. XVI, Madrid, BAC, 1958, pp. 641-643. Todo este capítulo es una hennosa síntesis del verdadero culto cristiano, vivido en las obras de misericordia, ofrecido en la Eucaristía.