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Cecilia María de la Santa Faz
“Nos dejó un llamado apremiante: que seamos escuela de humanidad”
Entrevista a la Madre María Magdalena de Jesús, superiora del monasterio de
San José y Santa Teresa
Primera parte: Cómo era Cecilia
¿Qué recuerdos tiene de la Hna. Cecilia María cuando ingresó al Carmelo de Sta.
Fe?...
La Hermana Cecilia María ingresó a nuestra Comunidad el 8 de diciembre de 1997 a los 24 años. Lo
que más recuerdo de ella en una visita que nos hizo con el papá, cuando faltaba poco para su ingreso,
era el trato tan afable y tierno que mostró con él. Ese mismo trato, cercano y fraterno, lo tuvo con
cada hermana, desde el comienzo. Su manera de ser era muy natural y humana y era capaz de salir de
sí misma, como cuando el día que entró, que se puso a decirle a uno de sus hermanos cuando se
despedían: “no dejes de hacerte la cama todos los días!” Era agradecida en todo momento, eso
llamaba la atención.
¿Podría decir por qué eligió el nombre de Cecilia Ma de la Sta. Faz?
Cuando entró, le dejaron su nombre de pila Cecilia María. La Priora de ese momento y de ese año
1997, en que se celebraba el Centenario de la muerte de Santa Teresita del Niño Jesús y de la Santa
Faz, y en el que justo entraron dos vocaciones, decidió que a una se le pusiera el apellido “del Niño
Jesús” y a ella el “de la Santa Faz”. El “apellido” que recibimos cuando entramos al Carmelo es muy
significativo, pues con el tiempo uno llega a descubrir que esconde de algún modo nuestra misión, el
Don que se nos ha confiado…. De hecho elegimos celebrar su día el 6 de agosto, algo en cierto modo
profético, pues ese día la Iglesia celebra la Transfiguración del Señor. Tres días antes de morir, ella
me pidió que le leyera en voz alta una frase de S. Pablo, que transcribió con gran dificultad:
“nosotros, con el rostro descubierto, reflejamos, como en un espejo, la gloria del Señor, y somos
transfigurados a su propia imagen con un esplendor cada vez más glorioso, por la acción del Señor,
que es Espíritu” (II Co 3, 18)
¿Con qué aspectos de la espiritualidad de la Orden considera que se identificó especialmente?
Diría que en lo que es esencial a nuestro carisma: la amistad. La amistad con Cristo y el “amor de
unas con otras” como nos pide Nuestra Santa Madre Teresa. En cuanto al modo de vivir esto, caló
muy hondo en su corazón un comentario que escuchó al versículo del Evangelio: “Ustedes son mis
amigos, si hacen lo que Yo les mando” (Jn 15,15) que decía que “el signo más grande de la amistad
es la obediencia.”
¿Cómo era con sus hermanas? ¿En qué virtudes se destacaba?
Era de naturaleza abierta y extrovertida. Con el tiempo, cuando tenía que hablar de sí
misma, adquirió la rara virtud de decir lo que pensaba y sentía con claridad y sencillez aún cuando
esto la desfavoreciera. Nos amaba entrañablemente y tenía un don especial para llegar al corazón del
otro. Este amor que nos tenía, siempre fue exigente y verdadero, nos decía las cosas, y a veces su
sinceridad rayaba en indiscreción. Se preocupaba por todas nuestras necesidades y estaba muy atenta
a los problemas de nuestras familias. Se acercaba a cada una tal como éramos.
Era impulsiva y vulnerable, y si se enojaba no podía quedarse mal con nadie y siempre pedía perdón.
Sus reacciones prontas y fuertes, a veces nos resultaban muy graciosas. Recuerdo una oportunidad,
que tuvimos que prestar ayuda de personal a otro Carmelo, si bien ella estaba de acuerdo, le costaba
tanto privarse de una hermana por 6 meses (sea cual fuera) que no podía evitar una primera reacción
de enojo y lágrimas de la que después se avergonzaba. Su amor hacia nosotras era muy humano y
también sobrenatural. Por eso, vivir su enfermedad y muerte lejos de nuestra comunidad, significó
para ella un verdadero despojo.
En los trabajos siempre necesitó de los demás para llevar a término sus proyectos y, en realidad,
necesitó de los demás hasta en su muerte… a pesar de que, con su temperamento vigoroso, podría
habérselas arreglado sola en más de una ocasión.
Su espontaneidad era proverbial. Por ejemplo, recuerdo un día que vino a visitarnos un sacerdote
joven con un grupo de chicos. Generalmente hacía falta cierto tiempo, para entrar en confianza, pero
ella lo logró enseguida diciéndole: “Padre, te falta el flequillo!”. Hacía tres años que no lo veíamos y
lucía una calvicie precoz. Todos los chicos comenzaron a reírse de buena gana, y ya se sintieron
como en su casa.
¿Cuándo surgió su interés por tocar el violín?
La música, el deseo de tocar un instrumento, le atrajo desde chica, y por eso le pidió a su padrino que
le regale un pianito. Pasados varios años en el Carmelo, le manifestó a su Priora de entonces (no era
yo) su deseo y necesidad de tocar un instrumento, ya que sentía una cierta ansiedad, que pensó
canalizar de este modo. Llegó a decir un día: “para mí tocar el violín, es como si hubiera salido a
correr media hora”. Primero había pensado en tocar arpa u órgano, pero lo cierto es que su hermano
Ignacio tenía un violín que no usaba y que se lo cedió generosamente.
Además la ilusionaba embellecer la liturgia con su sonido, y a su familia le escribía un mes antes de
su muerte: “Dios Bueno me ha permitido muchas veces alabarlo y cantarle sus alabanzas en el coro,
junto a mis hermanas. Eso no tiene precio.”
¿Cuándo y cómo se despertó su enfermedad? ¿Cómo recibió el diagnóstico? ¿Cómo lo
recibieron ustedes? Usted que conocía su alma… ¿Qué pensó ante la noticia?
El 11 de diciembre del 2015, al ir al dentista, le detectaron el tumor de lengua. Hasta entonces
siempre nos comentaba de las llagas de la boca que le molestaban…probando distintos remedios…
pero nada… Tenía, en esos días un problema en la muela, pero dudaba de ir al dentista porque
pensaba que no iba a poder abrir la boca, por las llagas. Fue una de nuestra dentistas amigas, la que
le insistió que fuera lo mismo, y en esa consulta le detectó el tumor. La derivó de inmediato al
especialista en cabeza y cuello, que la atendió ese mismo día y le pidió que se hiciera una
tomografía cuanto antes. Ella al salir del consultorio, leyó que en la orden del estudio decía: “diag.:
CA de lengua”. Como era enfermera, entendió perfectamente el significado de la abreviatura, y se le
saltaron algunas lágrimas mientras se lo comentaba a la Sra. que la había acompañado al dentista.
Esa fue su reacción inmediata, pero enseguida lo asumió con una paz y serenidad, que sólo Dios
puede dar.
Apenas regresó con la noticia, yo no podía creerlo. Me parecía imposible…. Le miraba el rostro
sonriente y rozagante y no podía creer que tenía cáncer. Pasados 3 días le hicieron la tomografía que
revelaba un tumor grande en la base de la lengua. Fue un golpe muy grande para todas nosotras,
costaba digerirlo, parecía una pesadilla…Sentí interiormente que esta enfermedad era muy agresiva y
que se la llevaría pronto,
porque estaba
preparada….
Segunda Parte: La “dulce obediencia” en la enfermedad
Conocido el diagnóstico e iniciado el tratamiento, ¿cómo la vio identificarse con la voluntad de
Dios?
Durante toda la enfermedad, como durante toda su vida, luchó por identificarse con lo que Dios le
pedía.
Escribió: “Me cuesta esa perseverancia, ese estar atenta al aquí y ahora para escuchar a Jesús en los
pasitos que ÉL QUIERA, vaya dando”.
Lo más difícil de la enfermedad fue cambiando de día en día: primero el intenso dolor que nunca se
podía controlar totalmente, subiendo constantemente las dosis de calmantes, sin llegar nunca a la
“meseta”.
Después de su primera biopsia, acá en Santa Fe, pudo entregarle a Jesús algo que le costaba mucho y
la intranquilizaba: tener que emprender su tratamiento en Bs. As. , por consejo del médico de aquí.
Ella desde el primer momento me había manifestado: “me costaría muchísimo tener que ir a Bs. As.
para atenderme”. Pero la Providencia manifestada a través de su familia nos salió al paso ofreciendo
la posibilidad de tratarse en el Hospital Austral, algo que nosotras no hubiéramos podido afrontar, y
que enseguida aceptamos por tratarse de un tratamiento que exigía gran precisión y complejidad.
Hasta el final manifestó su único deseo de poder volver a su Comunidad y morir allí, deseo que
nunca se cumplió. Pocos días antes de morir escribió: “hoy ofrecí hasta eso que es lo que más me
cuesta” (no poder volver a Santa Fe.
¿Cómo evolucionó la enfermedad?
Al empeorar día a día su deglución, produciéndole intensos dolores la alimentación licuada,
comprendió que ya no podía dilatar más la gastrostomía, que se realizó cinco meses antes de su
muerte.
Enseguida contrajo su primera neumonía por broncoaspiración y se le prohibió ingerir nada. Los
primeros días, dejarle la botella de agua mineral a la vista fue causa de gran tentación, nos pedía que
no se la dejáramos. Fue muy impresionante cómo se fue identificando en esto lo que Dios le pedía.
Su primera reacción fue de angustia y tristeza, pero todo su secreto fue que no se cerró ahí, sino que
con un corazón abierto le entregaba a Jesús esa angustia, ese dolor, sin forzar nada, sino aceptando
profundamente lo que estaba viviendo y sintiendo… y uno podía ver cómo Jesús tomaba todo eso y
lo iba transfigurando, comunicándole Su paz y Su consuelo, dándole nuevas fuerzas para afrontar
con más alegría aún, lo que le esperaba.
Por eso, supo aconsejar a quienes atravesaban estos estados: “Jesús cargó con tu angustia. Cuando te
vuelva la angustia, no tengas miedo, no hay que querer escapar. Hay que quedarse ahí; diciendo
“Jesús en Vos confío”, y el diablo también se aprovecha porque nos hace creer en esos momentos,
que nunca va a pasar. Pero él es espíritu, y no puede hacer gestos como besar una Cruz (este gesto
ella lo repitió en momentos de desasosiego antes de entrar en agonía), decir “Jesús en Vos confío”
(que fue su última palabra pronunciada antes de someterse a la traqueostomía, sabiendo que no iba a
poder hablar más).
También escribió: “Viste que en el Padrenuestro Jesús no nos enseña a decir líbranos de las
tentaciones sino “NO NOS DEJES CAER EN LA TENTACIÓN Y LÍBRANOS DEL MAL, O DEL
MALO” que es el diablo”.
Después de esta primera reacción alcanzó tal libertad interior que no sólo podíamos dejarle a la vista
el agua y la comida, sino que siempre nos preguntaba qué habíamos comido, quería que se lo
contáramos diariamente con todo detalle. Un día se despertó muy contenta comentando, “anoche
soñé que comía unos sandwichitos de jamón y queso y estaban riquísimos!”
¿Qué fue lo más difícil para ella?
Desde el principio de su enfermedad pensaba que lo que más le iba a costar es no poder hablar, ya
que era muy comunicativa, pero hacia el final un día le pregunté qué le costaba más, si el no poder
hablar o el no poder ni comer ni beber, y me contestó: “el no poder comer ni tomar agua”. Yo me
sorprendí ante esta respuesta, y ella me escribió: “lo que pasa es que comer y beber es una necesidad
vital”. Muchas veces dejó escrito: “tengo sed” como Jesús en la Cruz al que se fue identificando
poco a poco.
Durante el tratamiento de rayos escribió: “siento mi boca, mi lengua y el paladar todos lastimados,
me duele si hablo, o “intento hablar”, no tengo alivio para esto…así que, ¿qué voy a decir?, sino
FIAT!” Sin embargo su caridad la impulsaba a seguir comunicándose: “el técnico de rayos me
sorprendió el otro día cuando me dijo: “usted hermana cuando me habla así, me transmite mucha
paz” y en el momento sí, siento que es Jesús obrando en mí.”
A los médicos del Hospital Austral les impresionó que hubiera podido terminar el tratamiento de
pie. Citando a Doroteo de Gaza, ella escribía: “la perseverancia es la virtud del mártir”… “a veces se
me hace difícil el vivir el “sólo por hoy”. Sólo me faltan 5 sesiones de rayos… sólo sé que cada
noche, cuando pongo la cabeza en la almohada digo: “¡gracias a Dios, un día menos!” y al
levantarme (como las noches son difíciles por las flemas, etc) siempre pienso: “gracias a Dios, ¡una
noche menos!….Después lo que más cuesta es la perseverancia de recibir con agradecimiento las
limitaciones de hoy: no poder hablar, no poder compartir la mesa con las hermanas. La mesa y el
recreo…”
Terminado el tratamiento, volvió con gran alegría a Santa Fe, pensando en su recuperación. Pero a
los tres días le sobrevino su tercera neumonía a la que le siguieron varias más. Pero lo más fuerte fue
cuando el estudio de videodeglución le salió mal, escribía: “al no comer, se me vuelve la saliva más
espesa y ácida, la lengua más dura, etc.”… “estoy como Job, pero realmente me alivia la llegada de
la noche, así me olvido de mi boca, dejo de tener necesidad de a cada rato estar escupiendo las
salivas y las flemas en mi rollo de papel.”
Ante el recrudecimiento de su enfermedad, volvió a Bs. As. En el medio, se intentó una consulta de
medicina alternativa, que resultó muy dolorosa. Duró más de una hora, en la que manifestó una total
entrega al sufrimiento que se le ofrecía. Cuando terminó esa consulta, me comentó: “¿viste que
estamos en la semana de oración por la unión de los cristianos?”
Luego, se la sometió a una re- biopsia que encontró un tumor bien activo que había tomado toda la
lengua. Al salir de la misma le escribió a una de las enfermeras: “gracias por aliviarme un poco, me
apreté mucho los dientes del dolor que tenía, tengo toda la mandíbula contracturada y los oídos no
me los hice polvo de milagro, aparte de que me duelen las gileteadas que me dieron en la lengua, no
me puedo relajar….”
Recordando esos momentos después escribía: “Mi corazón está en paz, me he puesto a llorar cuando
no daba más de dolor y tenía este pensamiento “si esto empieza así, ¿cómo será después?…Cuando
me bajó el dolor, recién pude ponerme a rezar, me salía la oración de Charles de Foucould: “Padre,
me pongo en tus manos”. “Jesús me bendice de manera especial con esta enfermedad, y no me va a
pedir cosas superiores a mis fuerzas”.
Se le abrían dos caminos: una cirugía mayor muy invasiva o cuidados paliativos. Al médico de
paliativos le escribía: “pienso que cualquiera de los dos caminos que elija el dolor va a ser bravo.
Pero teniendo ya la experiencia tan agresiva de los rayos, y bueno, la cirugía o cualquier otra
agresión, me cuestan más… Seguiré igual escuchando con toda atención todo, pero creo que
interiormente aunque parezca apresurado, mi decisión está tomada. Pienso que Jesús no quiere
tampoco sufrimientos extras como sería una cirugía mayor.”
Comentando esta consulta me escribía: “yo todavía, Madre mía, me siento llena de vida, y esa, en lo
que puedo, la quiero dar…..quiero gastar lo que me queda de vida, todas mis fuerzas y pequeños
proyectos, en mi convento de Santa Fe”. Esto fue un mes antes de su muerte.
A causa de una nueva neumonía, se decide la traqueostomía y al respecto escribía a su familia: “se
me acerca la traqueostomía, y bueno qué puedo hacer sino agradecer todo el tiempo que Dios Bueno
me ha permitido usar mi lengua, a veces la usé mal, metí muchas patas, otras simplemente he dicho
pavadas, pero es divertido a veces decir un poco de pavadas también.” Y en otra oportunidad
escribía: “ya estaré como Zacarías, pero sin vuelta de hoja, un nuevo paso. Trato de vivir eso, paso a
paso, sin saber del todo cómo será el siguiente, sólo sé que ésta es mi preparación para el Cielo”. Al
despertarse de la cirugía de traqueostomía evitaba el más mínimo movimiento con la cabeza, porque
si no, tosía y se ahogaba. Trajo un montón de consecuencias: “se me seca mucho la boca porque no
puedo respirar por nariz y eso me hace doler todo lo que tengo lastimado, no tengo saliva…”
Toda intervención o subida de fiebre le hacía disparar el dolor. Pero lo más agresivo, porque le
producía ahogo, eran las aspiraciones, y la cánula que se tapaba constantemente por las flemas,
produciéndole sensación de asfixia: “Me estuve aguantando toda la noche con tal que no me aspiren,
el otro día me resultó muy traumático tantas veces y tan fuerte. Ahora no doy más, las secreciones
me agobian, la sensación de falta de aire me mata, y me repercute en el dolor de la boca”. En este
contexto vino a visitarla un sacerdote amigo que le regaló una estampa de Sta. Teresita en su lecho,
ya próxima a morir. Ella agradeciéndole al Padre, le escribió: me identifico con esta frase de la
estampa: “yo he encontrado el secreto de sufrir en paz: yo deseo todo lo que Jesús quiere”.
A los pocos días, se detectó líquido en el pulmón, se le propuso otra intervención quirúrgica. El día
anterior a la propuesta escribía: “a la tarde cansadísima, con muchas flemas, que fueron en aumento,
dolor eléctrico como pinchazos en la pera, dolor de oído, y dolor de la traqueo, con muchas
secreciones, dolor 5 (tenía un umbral muy alto de dolor), con la dosis del rescate me sentí un poco
mareada, con náuseas, dolor de panza… lo que ya me imagino es que me pongan un tubo tipo
drenaje, que son muy dolorosos, entre las pleuras”. Y sucedió como lo suponía, le colocaron 2 tubos
y desde entonces brotaron litros de sangre y agua de su costado hasta que murió.
Mientras discernía si hacerse esta intervención o no, escribía: “lo que me cuesta es que todo retrasa
mi ida a Santa Fe… yo no sé cuánto tiempo más de vida me quiere dar Dios para estar con mis
hermanas, etc., esos yo no los quisiera acortar… pero bueno, me puedo equivocar en cualquiera de
las dos decisiones, no?… Y después agregó: “Yo no sé por qué me siento con fuerzas para afrontar
esto de la cirugía” Y le pedía al sacerdote: “Padre, le pido que le pida a Jesús, para que tenga luz para
discernir qué es lo que debo hacer, si me conviene, si Dios quiere, esta nueva cirugía en los
pulmones”. Su criterio de discernimiento, como siempre lo fue y lo escribía en este momento en que
todos estábamos muy consternados, era: “lo que más nos tiene que importar es lo que Jesús quiere…,
cómo lo quiere… y en esto Dios lo que más quiere sacar de mí y de vos y de todos, cuando nos toca
vivir en nuestro cuerpo la fe, es vivir ese llamado a la alegría que no nos será quitada, por la cual
tiene sentido nuestra vida…la única manera de caminar este tramo es caminarlo así, y no sacarle el
hombro”.
Fruto de su discernimiento fue: “ofrecerme a mí con todas mis capacidades a todo lo que Él vaya
pidiendo, con esa PROFUNDA ALEGRÍA DE SABERSE AMADO”. Yo le pregunté: entonces, el
motivo que te mueve a elegir est cirugía es el Evangelio? “Sí”, me respondió, “fue hoy al leer el
oficio de lecturas, la carta a los Filipenses, cuando dice: tengan entre ustedes los mismos
sentimientos de Cristo Jesús…que obedeció y obedeció hasta la muerte de Cruz”.
Todo esto lo vivió no sólo con alegría, sino también con buen humor. A una enfermera le decía: “yo
soy tu Pedrita, ¿no?” Porque así se llamaba su hijo menor, muy consentido por ella. Lo que
caracterizaba su trato afable, por muy mal que se sintiera, era que siempre estaba preocupada por los
demás. Por ejemplo, esperaba el cambio de guardia para pedir los rescates, aunque los necesitara.
¿Cuál fue su reacción cuando le transmitieron que había metástasis en el pulmón?
Comprendió que ya no quedaba nada por hacer, y al retirarse el médico, quedó sumida en un
profundo silencio, con los ojos cerrados. En ese momento entró uno de los kinesiólogos que despertó
en ella toda su maternidad, porque creció sin su mamá. Al verlo, le sonrió profundamente y tomando
su cuaderno le escribió: “siempre me pongo contenta cuando te veo!”. Y seis días antes de su muerte,
se levantó de la cama esforzándose mucho, para prepararle, envolviéndola, una bandeja con
bizcochos.
Toda su enfermedad la vivió siempre pensando en los demás y cuando tres días, antes de morir, el
médico de paliativos le preguntó si hablaba con Jesús el tema de su muerte, ella escribió: “Tendría
que ser más tema entre los dos, todavía no lo es… Y todo lo que la acompañará: el sufrimiento mío y
de mi familia, de los más cercanos. Que se acerca pero no se acerca… Estamos dispuestas, estoy
dispuesta, será todo como Él quiera.” Esa misma noche, a medianoche, abrazándola le susurré al
oído: “hija mía queridísima, Jesús está a la puerta, ya viene a buscarte… Vos sos la novia radiante de
belleza, “adornada con joyas de oro de Ofir” y Él ya quiere desposarse con vos para siempre. Te ama
demasiado, ya no puede esperar más! Vos sos su esposa que ya está preparada…” Y se durmió en
mis brazos…A la mañana siguiente apareció una empleada que al verla exclamó: “Qué cara tan
radiante que tenés hoy!” Yo le pregunté: “pero no la tenía así todos estos días?” “No! El viernes
cuando vine no estaba así. Hoy está radiante!” Poco a poco fue perdiendo el equilibrio, los médicos
no podían creer que todavía pudiera levantarse, hasta que finalmente el último día ya no se levantó
más. Sonrió hasta donde pudo ese día y cuando ya la asfixia fue más intensa se le aumentaron los
calmantes hasta que se fue entrecortando su respiración y dando un último suspiro, expiró.¡ Todo
estaba consumado!
Ofreció sus dolores por la unidad de la Iglesia… ¿Siempre tuvo esa intención tan fuerte en su
corazón?
Siempre sintió el deseo de permanecer en contacto con los monasterios de Const. del 90 (siendo
nosotras de Const. del 91) y manifestaba, ya entonces, su deseo de trabajar por la unidad. Sin
embargo, este deseo de unidad se acrecentó notablemente últimamente. Dos cosas influyeron: por un
lado, el Pontificado del Papa Francisco y la división entre los mismos católicos; y por otro lado, el
encuentro que tuvimos en nuestro Monasterio con hermanas Carmelitas de otras Comunidades de
nuestras mismas Constituciones. Fue un encuentro que derribó muros, los muros de tantos prejuicios
acumulados, por la historia de herida y división dentro de Nuestra Orden. Pero sobretodo esta
intención por la unidad, se hizo muy fuerte en su corazón con la enfermedad que le sobrevino. A
partir de entonces, la poca lengua que le quedaba, la gastó y desgastó, entre otras cosas sobre todo,
sembrando palabras y consejos que sólo buscaban fomentar la unidad dentro de la Iglesia y de la
Orden “para que el mundo crea”. Decía: “hay que sacarle jugo a la lengua”, buscando el bien de los
demás. Pero se daba cuenta que las palabras no eran suficientes, por eso ofreció sus dolores y su vida
entera por esta intención.
El Papa Francisco le envió un mensaje, ¿recuerda cómo recibió ese saludo? ¿Qué significó para
ella en ese momento?
Lo recibió en un momento de intensísimo dolor en el que “no podía ni pensar, ni rezar” como
escribió después. Acababa de salir del quirófano por la re-biopsia del tumor de lengua, y en ese
preciso instante su hermana Lucía, que providencialmente estaba con ella, le acercó al oído el audio
del Papa. Lo escuchó todo con una sonrisa, pero no debe haber entendido todo porque se escuchaba
más o menos… pero el Papa le estaba hablando y consolando, y eso sí lo captó. Sonrió durante todo
el audio… sonrió una última vez y después volvió su rostro de dolor intenso… días después escribió:
“me resultó muy fuerte y conmovedor el mensaje del Papa” y varias veces me pedía que se lo
volviera a hacer escuchar. Una vez le pregunté: “de todo lo que te dijo el Papa ¿qué fue lo que más te
llegó?” Y ella me respondió: la parte donde me decía: “te quiero mucho”.
Tercera Parte: Su vida interior y su legado
¿Cómo describiría el alma de Cecilia María?
La describiría con las palabras de Nuestro Padre San Juan de la Cruz: “el alma enamorada es alma
blanda, mansa, humilde y paciente”. Esta obra acabada de Jesús en ella fue la culminación de un
largo camino de purificación y transformación en el que experimentó los fuertes tironeos del
“hombre viejo” (del que habla San Pablo) con su orgullo, egoísmo e impaciencia; aceptando con
profunda verdad y con dolor esta fragilidad suya, aprendiendo poco a poco a acogerla hasta con
ternura, dejando que Cristo actuara en ella. Lo expresó al escribir: “conocí a Cristo en mi fragilidad”.
En vísperas de su gastrostomía y de iniciar el tratamiento de rayos y quimio nos dejó escrito en una
carta para la Comunidad: “Con respecto a lo que sigue (el tratamiento), como les digo siempre, el
Señor me regala tanta paz, que me impresiona, no sé por qué me hace tantos regalos así porque sí,
porque mis defectos y rebeldías continúan estando en el mismo lugar. No puedo negar que ha habido
un proceso de “amansamiento”, como a los potros más salvajes, pero bueno las semillas de mis
mañas, sé que están escondidas en mi corazón, y cada tanto, a veces más, a veces menos, Él me las
saca a la luz, para que no me olvide, como decía Mariam (Sta. María de Jesús Crucificado) , que soy
un polvito de Jesús, un Polvito del Rey, que al polvo volverá, algún día cuando Él quiera, y nadie
sabe el día ni la hora, así que no podemos hacer especulaciones de ninguna manera. Sólo tenemos
que tener en lo más profundo de nuestro corazón: FIAT VOLUNTAS TUA”
Destacaba por su sencillez y alegría, ¿cuál fue el recorrido interior que la llevó vivir de modo
tan llamativo estas virtudes?
La sencillez y alegría fueron virtudes que fue adquiriendo en el camino, en el camino de “la dulce
obediencia”, como a ella le gustaba llamarlo. Un camino que le costó lágrimas, porque naturalmente
era amiga de hacer su propia voluntad. Pero desde el momento en que, ya pasados varios años de su
vida religiosa, se decidió “con determinada determinación” a emprender este camino, empezó a dar
pasos que la fueron revistiendo cada vez más de esa sencillez y alegría que alcanzó su plenitud en la
enfermedad.
“Este caminito” consistió para ella, por un lado, en ser muy clara y transparente. Así lo aconsejaba:
“Yo pienso que eso de aceptarse e ir queriéndose a uno mismo es ir sereno aceptando más bien la
Obra de Amor que Dios hace en vos, que la va haciendo, y algo ya ves. Y podés palpar, podés
hablar, podés decir de vos mismo, podés animarte a hablar con los demás y acostumbrándote a poner
las palabras exactas de lo que VIVISTE, de lo que vas viviendo, eso te ayuda mucho a vos y también
ayuda mucho a los que te escuchan…
A mí me llevó muchos años, al principio cuando iba a hablar con las Madres, me ponía a llorar y no
sabía decir con palabras lo que tenía en mi interior. Pienso que esto, hay que cuidarlo mucho y no
hay que dejar que las cosas se amontonen y acostumbrarse a encontrar siempre en el día un momento
para decir lo que nos pasa, las rabietas, pero no para acusar al otro, sino para sincerarse, eso para mí
es pedir perdón”.
Por otro lado, cultivando un oído atento y dócil a todo lo que recibía como “Palabra de Dios” a través
de las mediaciones que Dios le ponía en el camino, como lo aconsejaba a unas jóvenes adolescentes:
“acostumbrate siempre, siempre a no dejarte guiar por tus caprichos, a obedecer a tu mamá, a veces,
uno siente adentro como una pequeña lucecita que te dice “hacé eso, esto es lo mejor, lo que tenés
que hacer” pero es tan chiquitita, que parece que da igual llevarle el apunte o no. Si uno la obedece,
aunque sean cosas que parezcan una pavada, qué paz se siente dentro… Es lindísimo, porque
empezás a conocer al que te habla en tu conciencia, en el secreto de tu corazón. Y ahí, así, vas
conociendo y amando a Jesús, a su Obra de Amor que sos vos misma. Él te enseña a amarte, y poco a
poco te va sacando del camino ese que te llevan los caprichos… A veces sólo nos damos cuenta si
elegimos bien o mal, por sus frutos, por los efectos que hace en nosotros, la paz que nos deja o por lo
contrario. A mí me costó mucho aprender a obedecer al Espíritu Santo, todavía muchas veces me
equivoco, pero cuando “nos obedecemos a nosotros mismos” que es lo mismo que obedecer al
Espíritu Santo y no hacemos casos de nuestros caprichos, vamos aprendiendo lo que es la paz, la
Felicidad, el gozo y la alegría de un corazón que sabe entregarse a los demás. Cuando somos
orgullosos, levantamos los hombros y decimos y pensamos, “yo sé lo que tengo que hacer, no
necesito que nadie me lo diga”, eso huele mal, no tiene el sello y la dulzura del Buen Espíritu, nos
hace duros y fríos. La obediencia nos vuelve tiernos, humildes y blandos. Y es tan concreta y real,
que en la medida en que escuchamos a los demás y nos dejamos aconsejar y obedecemos esos
buenos consejos, estamos obedeciendo al Dios invisible, a Jesús escondido en nuestro corazón.”
¿Cómo se manifestó esa “dulce obediencia” a lo largo de la enfermedad?
Fue creciendo de tal modo en ella, que hacia el fin de su enfermedad impresionaba la serenidad,
lucidez y entereza con que tomaba decisiones de vida o muerte. Primero escuchaba las posibilidades
y complicaciones que veían los médicos, pidiendo que no se reservaran nada y sabiendo de antemano
que había entre ellos opiniones encontradas. Después de escucharlos, ya no necesitaba otros
consejos, en su corazón se presentaba diáfana la respuesta: “lo que Jesús me pide es…” Y nada la
volvía a turbar.
Esto nos impresionó muchísimo a todos los que la acompañábamos (médicos, familia y nosotras) y
es lo que nos daba paz y fuerza para afrontar los duros pasos que seguían.
En el secreto de su corazón ella anhelaba como dejó escrito: “lo que permanece siempre es que yo
quiero ser para Él, además de su Esposa, su corderito obediente, me he enamorado de la obediencia.
Dios me conceda la gracia de encarnar esto en mi vida. Me gustó la frase que escuché por ahí:
“Voluntad di Dío, Paradiso mío”
¿Cuáles eran sus devociones preferidas?
Sus grandes amores eran Jesús -gozaba de un modo particular contemplarlo en los pesebres de
Navidad- y María. Las santas que la ayudaron a crecer en estos amores fueron, en primer lugar
Nuestra Santa Madre Teresa. Lo describe ella misma en su testimonio vocacional: “un profesor nos
hizo conocer y amar a Sta. Teresa de Jesús, la de Ávila. Me quedé fascinada por su intimidad con
Cristo, porque en el libro de su Vida, aunque yo no supiese rezar, me hacía rezar con ella. Me hacía
mirar a Cristo. Me enseñaba a hacer oración, que dicho con sus palabras “es tratar de amistad,
estando muchas veces a solas con quien sabemos nos ama”. Y también una frase muy suya que a mí
me encantaba, que para estar con el buen Jesús, no hace falta quebrarse la cabeza, que Él no es amigo
de que nos rompamos la cabeza, sólo goza con nuestro cariño y compañía.”
Y en el mes de mayo del 2015, con motivo de su canonización conoció más profundamente a Santa
María de Jesús Crucificado. Así lo contaba ella, poco antes de morir: “fue la santa que más me ha
acompañado y con la que he sintonizado en esto de la obediencia y amor a Jesús. Ella tuvo los
estigmas, entre otras cosas.”
¿Qué lecturas, autores espirituales o santos, modelaron su vida interior?
Antes de conocer a Santa María de Jesús Crucificado, el autor que más la marcó y modeló fue San
Doroteo en sus Conferencias y vida de Dositeo que caló muy hondo en ella alrededor del año 2012.
Ese libro en una edición del P. Fernando Rivas OSB, lo leyó y releyó hasta gastarlo….
Es que allí encontraba la espiritualidad del monacato primitivo, la misma que bebió y vivió Nuestra
Santa Madre Teresa de Jesús, al emprender su obra como fundadora del Carmelo Descalzo. De estas
“raíces” entresacó los dos pilares sobre los que construiría su propia casa: la acusación de sí mismo y
la obediencia.
¿Cuál es el legado de Cecilia María para el Carmelo?
Que el camino para encarnar nuestro carisma, que es el de la amistad con Cristo y el del “amor de
unas con otras”, es el de la “dulce obediencia” como le gustaba llamarlo y el de la humildad de un
corazón que es capaz de dejarse amar sin resistencias.
Y al Carmelo nos dejó un llamado apremiante: que seamos escuela de humanidad, en la que nuestro
corazón con todo lo humano que tiene pueda ser reconocido y acogido, para que podamos asumirlo
y vivirlo con Cristo y desde Cristo, y llegar a ser verdaderamente contemplativas.
¿Cuál diría que es el mensaje de su vida?
Lo que el Papa Francisco nos repite con tanta insistencia y que ella rubricó con su vida: “¡ábranse a
la alegría del Evangelio!”, “¡no le tengan miedo a la ternura!” En una de sus cartas se revelaba a sí
misma: “lo único que da sentido y verdadera ternura a todos nuestros gestos, a la más mínima mirada
y caricia, es la donación de nosotros mismos”.