catastro fes: segunda fase · 2019-06-20 · divulgadores, christopher zeeman. sin medias tintas,...
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CATASTRO FES:
SEGUNDA FASE
Ornar Calabrese
En el panorama teórico contemporáneo hay una teoría que ha conocido una fortuna crítica sin medias tintas. Es la llamada «teoría de las catástrofes», cuyos
conceptos fundamentales se remontan al matemático francés René Thom, y cuyo nombre (y la idea misma de que pudiera constituirse como una «teoría») pertenece más bien a uno de sus divulgadores, Christopher Zeeman. Sin medias tintas, decía. Así fue: por un lado, las catástrofes, hasta la segunda mitad de los 60, se han encontrado o bien con un extraordinario éxito (también y sobre todo_ fuera del ámbito matemático en cuyo interior se elaboraron) o bien un conjunto de violentas críticas. Podríamos resumir de esta manera la polémica y sus ámbitos:
a) el verdadero campo de la matemática; aquí,Thom ha conseguido el máximo favor por parte de los partidarios de las «modelísticas» (según su autor, las catástrofes de hecho son modelos), mientras que escaso interés por parte de la tradición matemática «pura»;
b) el campo de la física; aquí, se han tratado alas catástrofes con una gran desconfianza, aunque no con ironía o sarcasmo; y esto sobre todo porque no se venían a entender las catástrofes como explicaciones buenas de los fenómenos, sino todo lo más como descripciones elegantes de los mismos;
c) el campo de la biología; aquí, han tenido unenorme éxito, especialmente porque los modelos catastróficos aportaban precisamente excelentes instrumentos descriptivos de la génesis de las formas vivientes;
d) el campo de las ciencias humanas (de la lingüística a la sociología, de la economía a la psicología); aquí, se ha manifestado un caso de enorme fascinación también, por los aspectos filosóficos de la teoría, pero igualmente se han dado casos de la más clamorosa superficialidad en aplicaciones a fenómenos individuales; por otra parte, en el debate filosófico han surgido también los mayores contrastes.
He querido recordar brevemente el pasado reciente de la teoría de las catástrofes porque una serie de nuevos estudios en la materia quizá permitan hoy analizar sus desarrollos y su mismo crecimiento futuro. El motivo puede venir dado por la aparición en traducción italiana de los Modeles mathématiques de la morphogénese de Thom (Modelli matematici della mo,fogenesi, Torino, Einaudi, 1985). Se trata de un libro de 1980, que en Italia sale como el segundo volumen, tras Stabilita strutturale e mo,fogenesi, del
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autor. Hay que recordar, sin embargo, que el texto actual había tenido una redacción anterior, en 1966, y que por consiguiente puede ser considerado como el primer trabajo de explicitación de la teoría. Releyéndolo, sobre todo ahora, a mitad de los 80, parece corresponder a un momento de extraordinario optimismo por parte de su autor. Tras una primera mitad dedicada a la ilustración de los principios técnicos que rigen los modelos catastróficos, se pasaba a describir sus fundamentos filosóficos y el conjunto de sus posibles campos de aplicación. Veamos ahora el optimismo, tanto de carácter general como particular. El general se revelaba en la confianza por poder considerar a la teoría de las catástrofes como el modelo para una ciencia que se ocupara -en cuaíquier campo del saber- del aspectocualitativo de los fenómenos y no de su aspectocuantitativo. Además, se podía entrever enaquellas páginas una especie de convicción oculta: que los modelos catastróficos habían servidomuy bien para describir los fenómenos porquesu estructura era de algún modo inherente a losmismos fenómenos. En cuanto al optimismoparticular, basta con examinar la lista de loscampos de aplicación y, para cada cual, la listade las sugerencias de Thom, para darse cuentadel tipo de entusiasmo que los regía; se pasa dela física a la biología, para llegar después a la semántica, la lingüística, la sintaxis, la psicolingüística, la información, el arte, el juego.
El optimismo de Thom estaba en aquel momento bien fundado. Por lo menos, en el sentido de que provenía de la satisfacción de haber hallado y parcialmente experimentado una serie de instrumentos potentes desde el punto de vista heurístico, y útiles desde el punto de vista intuitivo, de los que servirse cuando menos para una nueva disposición del problema. Además, desde el punto de vista filosófico, la teoría parecía permitir relanzar estudios basados en la fenomenología y el estructuralismo, precisamente en un momento en el que muchas otras teorías filosóficas hacían su aparición y dominaban el· panorama intelectual contemporáneo (irracionalismos, nihilismos, teorías de la crisis, etc.). Un último transfondo lo constituía una especie de apuesta científica: contribuir a un salto cualitativo de las ciencias humanas, que lucían tal título de «ciencias» sin hasta entonces haber alcanzado tal dignidad. En este momento, entre otras cosas, conviene abrir un paréntesis. Algunos críticos de Thom han querido ver en este proyecto la pretensión de uniformar las ciencias humanas con las ciencias propiamente dichas. En verdad, no es exactamente así. Thom, más bien, declaraba su voluntad de descubrir si aquéllas podrían tener un terreno en común con éstas. Si ese terreno existía, ahora quedaba explicado. En caso contrario, se liberaba finalmente el terreno de las disciplinas humanísticas de las metáforas y ambigüedades de un formalismo mal entendido, de la apariencia de «exactitud», para hacerlas
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avanzar hacia estatutos propios, también por explicitar.
lQué ha sucedido con el originario ideal de Thom? Dos cosas contrarias, entre otras. Por un lado, ha ocurrido que la teoría de las catástrofes
. en las ciencias humanas ha conocido el mismo fin que todas las demás teorías científicas anteriormente absorbidas. En vez de producir nuevos estatutos científicos, ella misma ha sido utilizada como metáfora o como sistema de alusiones. Baste pensar en el cúmulo de «filosofemas» que le han caído encima, convirtiéndola por ejemplo en una especie de teoría de la conflictividad y del relativismo. De esto, por el momento, no nos ocuparemos. Por el lado contrario, en cambio, también el proyecto de Thom ha sido tomado en serio y orientado a la búsqueda experimental de las pruebas de su aplicabilidad a los fenómenos, también extremadamente complejos, de las ciencias humanas. En este sentido, el que en mayor grado ha creído que las ciencias humanas podrían encontrar un fundamento científico racional sobre base matemática ha sido otro francés, Jean Petitot. A principios de este año han salido dos volúmenes, pertenecientes a un mismo y gigantesco trabajo orientado a explorar la posibilidad de fundamentar en modelos catastrofistas las teorías del lenguaje. En el primer libro, Les catastrophes de la paro/e (Paris, Maloine, 1985), Petitot pretende demostrar que la teoría de las catástrofes es susceptible de aportar modelos adecuados para la comprensión o la explicación del fenómeno fonético fundamental, es decir, la percepción categorial. La percepción categorial es un fenómeno curioso y paradógico. Por un lado, consiste en un flujo acústico de naturaleza física que puede ser descritopor mediación de fórmulas como la llamada«análisis espectral» de la acústica; y se convierteperceptivamente en el soporte de un código fonológico de natura abstracta, que puede ser descrito mediante formalismos como la segmentación de los «rasgos distintivos». En resumidascuentas: es un fenómeno de sustancia que sevuelve también un fenómeno de forma. El autordemuestra que en fonética/fonología lo discontinuo logra salir de lo continuo (lo mismo que lacategorización sale de la percepción continua),en cuanto que los objetos fonéticos se presentande por sí como críticos, es decir, pertenecientes ados regiones diferentes de la realidad que se hallande vez en vez en competición (la región acústica yneurofisiológica, y la región lingüística).
El segundo volumen, Morphogénese du sens, persigue un proyecto aún más ambicioso (Paris, P. U. F., 1985). Esta vez no se trata sólo de ocuparse de una parte (y quizá la mejor estudiada) de las ciencias del lenguaje, sino de la total construcción de una de las teorías semióticas hoy usuales, la semiótica greimasiana, que, sin embargo y según su mismo fundador, no está sino en sus comienzos. Así que la tarea se vuelve ahora asombrosa: no ya encontrar un fundamen-
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to en una teoría del modo que fuere adulta, sino descubrir ese mismo fundamento. En esto, desde luego, no podemos dejar de ver una especie de «extremismo» teórico por parte de Petitot: en su necesidad de legitimar la voluntad de hallar «fundamentos» para la semiótica, el autor acaba por hacer suya la hipótesis de que los modelos catastróficos sean conformes «a las cosas mismas». En cuánto al aspecto propiamente teórico, Petitot llega a la parte relativa a la teoría greimasiana gradualmente. En un primer lugar, empieza con un encuadramiento general de los problemas que el estructuralismo dejó sobre el terreno de las ciencias humanas. Después, verifica algunas teorías estructuralistas en lingüística, por ejemplo ( de nuevo) la percepción categorial, las teorías actanciales, la valencia verbal según Tesniere, las gramáticas de los casos, la sintaxis estructural. Y por fin llegamos a los conceptos greimasianos fundamentales, como el del «recorrido generativo». El «recorrido generativo», según Greimas, es el modo de manifestarse, desde lo simple a lo complejo, del sentido. En superficie son los verdaderos y propios modos de la manifestación; a un nivel más profundo son las estructuras semio-narrativas; a un nivel aún más profundo, una sintaxis y una semántica fundamentales. El sentido pasa del profundo al superficial, como recorrido que va precisamente de lo simple a lo complejo, o, si se quiere, de lo más abstracto a lo siempre más concreto. Esto no significa sin embargo, que «recorrido» signifique una sucesión temporal: el sentido sólo está «constituído» conforme a la forma expresada por la teoría.
De los modos de funcionamiento del «recorrido generativo», los semióticos de la escuela greimasiana privilegian de vez en cuando determinadas zonas má,s que otras. Unos prefieren ocuparse de las manifestaciones, otros de las estructuras semio-narrativas. Petitot -precisamente por su búsqueda de los «fundamentos»- tiende obviamente a limitarse sobre todo a los niveles y estructuras más subyacentes. Cosa que es fácil de explicar: en efecto, mediante la teoría de las catástrofes es posible intentar la comprensión de la génesis de las «formas estructurales» del sentido, restituyendo dinamismo a una teoría (la greimasiana) que desde el punto de vista genuinamente estructuralista podría caer fácilmente en la estaticidad. Lo que posiblemente puede dejar más perplejo, sin embargo, es el conjunto de consecuencias filosóficas que Petitot extrae de su investigación. Se tiene realmente la impresión de que del ámbito local de la semiótica Petitot acaba por proyectarse hacia una generalización mucho más amplia: es decir, hacia la idea de que cualquier cosa que manifieste el sentido tenga un solo y único fundamento. Lo que acabaría siendo no ya un proyecto kantiano (explícitamente dicho por el autor) sino directamente prekantiano: el mundo termina siendo derivación de una idea.
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La lectura del libro de Petitot, más allá de esta última crítica sólo potencial, aunque ardua, es de una extraordinaria fascinación. Y por diversas razones. Primera: puede que asistamos por última vez a la presentación unitaria de los problemas que subyacen a todas las teorías lingüísticas de este siglo. Segunda: por vez primera es posible observar cuál sea el tipo de apuesta científica que subyace al desafío de las cienciasdel lenguaje. Tercera: por fin es posible darsecuenta de qué teorías lingüísticas hunden sus raíces en el pensamiento científico de este siglo, y cuáles por el contrario son puros formalismos sin sustancia. Cuarta: no puede por menos de dejarnos asombrados el enorme trabajo de matematización que los problemas del lenguaje pueden provocar.
Comiencen ahora, pues, las objeciones. Si dejamos aparte la obra de Petitot (y naturalmente la de Thom), hemos de reconocer que ningúnotro ha podido hasta ahora aplicar con buenas perspectivas los modelos catastróficos a las ciencias humanas. Es natural: los matemáticos tienen sus instrumentos, pero un conocimiento demasiado simplificado de los fenómenos; los «humanistas», un conocimiento más sutil de los fenómenos, pero ninguna competencia matemática. A todo esto ·se une el que, con la mayor frecuencia, la «ciencia» en las ciencias humanas sigue siendo una pura metáfora, una etiqueta distintiva, y poco más. Los esfuerzos de Thom y Petitot, independientemente del hecho de quese acepten más o menos sus propuestas sobre la«cientifización» de las disciplinas humanísticas, no pueden por menos de aparecer como saludables para el sector de las Geisteswissenschaften,tan ancladas por tradición dentro de la «charlatanería».
Hemos de preguntarnos, con todo, si la segunda fase de la teoría de las catástrofes ( es decir, aquella que hemos descrito de forma aproximada como fase de fundación de las ciencias humanas) debe quedar anclada en la pura dimensión técnica de los modelos matemáticos, o por el contrario, sólo pueda producir resultados a un nivel metafórico. Tengo la personal impresión de que, evitando en cualquier caso toda forma de dilettantismo, también las metáforas son útiles para el progreso de las ciencias humanas. Sobre todo, allí donde ciertas formas antiguas de historicismo impiden la percepción de �nuevas interpretaciones del saber.
\, Traducción: José Doval
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