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Clinicando con el cuerpo: aberturas en la Casa dos Cata-Ventos 1 Ângela Lângaro Becker Inspirada en el trabajo de Françoise Dolto de la Casa Verde, en París, con un espacio de acogida para niños y niñas pequeños, a través del juego libre, la Casa dos Cata-Ventos nació en 2011 dentro de una de las tantas comunidades violentas de nuestro país: la Vila São Pedro o Vila do Cachorro Sentado. Este barrio se sitúa entre dos grandes arterias de la capital, cuya vecindad más cercana es, de un lado, el Hospital Psiquiátrico São Pedro, el manicomio más tradicional de la ciudad; y de otro, un shopping lleno de locales de ropa de marca y un hipermercado. La propuesta de un espacio para jugar y conversar, apuntando a la ampliación de lo Simbólico en este mundo infantil extremadamente invadido por lo Real, fue trayendo, de a poco, la necesidad de crear nuevos dispositivos clínicos. Junto con los pequeños, vinieron los mayores, hermanos adolescentes que rápidamente son colocados en la función de adultos, teniendo que dar cuenta de la casa, de los hermanos y de la violencia de las relaciones en el mundo del barrio. Más allá de eso, los niños y niñas que frecuentaban la Casa fueron creciendo y volviéndose púberes, pasando a tener demandas diferentes de los pequeños. Para esos púberes y adolescentes, la desorientación típica de un momento de pasaje, en que las referencias que sostienen la condición infantil se rompen y en su lugar surge un enorme vacío de sentido, es vivida de un modo aún más radical en estas comunidades, al margen del lazo de ciudadanía. Rápidamente el púber es lanzado al mundo adulto, ya que “está grande para cuidarse solo” y debe responsabilizarse por los hermanos menores, cuidar de la casa y además ir al colegio. Para muchas familias, la presencia de los hijos en la escuela es importante porque trae la posibilidad de una asignación familiar, otorgada por el gobierno, muchas veces único medio para sostener la casa. La idea de aprender a leer y escribir muchas veces parece no tener sentido, ya que muchos padres apenas saben escribir su nombre y trabajan en el reciclado de basura, en limpieza doméstica o incluso en el tráfico de drogas. Estudiar para tener una profesión parece ser un sueño imposible que ciertamente no resuelve los problemas del sustento inmediato, ya que “no trae comida a la casa”. La pubertad es descripta por Freud como un pasaje entre el apego a la imagen infantil de un cuerpo no sexuado y el surgimiento de un cuerpo sexuado, que lleva al niño a renunciar a la fantasía de dominar el goce parental. Es común para los niños y niñas del barrio ser expuestos a la imagen de un cuerpo sexuado. Esta vivencia atropella el mundo infantil con fantasías sexuales y no permite el tiempo de comprender que la adolescencia intenta elaborar. Esta renuncia al goce parental por parte del adolescente, puede ser descripta como el segundo tiempo de separación. Pero justamente lo que se ve en estos púberes y adolescentes es ¿cómo lograr separarse si el lazo simbólico con los padres de la infancia es extremadamente precario y lo que garantiza alguna filiación es el enlace entre los cuerpos, en el mismo barrio, en la misma casa…y más aún, en la misma cama? Clinicar con el cuerpo es una expresión que puede representar las singularidades de una clínica donde el lugar de la palabra no está suficientemente 1 Cata-ventos: veletas

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Page 1: Casa dos Cata-Ventos · Clinicando con el cuerpo: aberturas en la Casa dos Cata-Ventos1 Ângela Lângaro Becker Inspirada en el trabajo de Françoise Dolto de la Casa Verde, en París,

Clinicando con el cuerpo: aberturas en la Casa dos Cata-Ventos1

Ângela Lângaro Becker

Inspirada en el trabajo de Françoise Dolto de la Casa Verde, en París, con un

espacio de acogida para niños y niñas pequeños, a través del juego libre, la Casa

dos Cata-Ventos nació en 2011 dentro de una de las tantas comunidades violentas

de nuestro país: la Vila São Pedro o Vila do Cachorro Sentado. Este barrio se sitúa

entre dos grandes arterias de la capital, cuya vecindad más cercana es, de un lado,

el Hospital Psiquiátrico São Pedro, el manicomio más tradicional de la ciudad; y de

otro, un shopping lleno de locales de ropa de marca y un hipermercado. La

propuesta de un espacio para jugar y conversar, apuntando a la ampliación de lo

Simbólico en este mundo infantil extremadamente invadido por lo Real, fue trayendo,

de a poco, la necesidad de crear nuevos dispositivos clínicos. Junto con los

pequeños, vinieron los mayores, hermanos adolescentes que rápidamente son

colocados en la función de adultos, teniendo que dar cuenta de la casa, de los

hermanos y de la violencia de las relaciones en el mundo del barrio. Más allá de eso,

los niños y niñas que frecuentaban la Casa fueron creciendo y volviéndose púberes,

pasando a tener demandas diferentes de los pequeños. Para esos

púberes y adolescentes, la desorientación típica de un momento de pasaje, en que

las referencias que sostienen la condición infantil se rompen y en su lugar surge un

enorme vacío de sentido, es vivida de un modo aún más radical en estas

comunidades, al margen del lazo de ciudadanía. Rápidamente el púber es lanzado

al mundo adulto, ya que “está grande para cuidarse solo” y debe responsabilizarse

por los hermanos menores, cuidar de la casa y además ir al colegio. Para muchas

familias, la presencia de los hijos en la escuela es importante porque trae la

posibilidad de una asignación familiar, otorgada por el gobierno, muchas veces único

medio para sostener la casa. La idea de aprender a leer y escribir muchas veces

parece no tener sentido, ya que muchos padres apenas saben escribir su nombre y

trabajan en el reciclado de basura, en limpieza doméstica o incluso en el tráfico de

drogas. Estudiar para tener una profesión parece ser un sueño imposible que

ciertamente no resuelve los problemas del sustento inmediato, ya que “no trae

comida a la casa”. La pubertad es descripta por Freud como un pasaje entre el

apego a la imagen infantil de un cuerpo no sexuado y el surgimiento de un cuerpo

sexuado, que lleva al niño a renunciar a la fantasía de dominar el goce parental. Es

común para los niños y niñas del barrio ser expuestos a la imagen de un cuerpo

sexuado. Esta vivencia atropella el mundo infantil con fantasías sexuales y no

permite el tiempo de comprender que la adolescencia intenta elaborar. Esta renuncia

al goce parental por parte del adolescente, puede ser descripta como el segundo

tiempo de separación. Pero justamente lo que se ve en estos púberes y

adolescentes es ¿cómo lograr separarse si el lazo simbólico con los padres de la

infancia es extremadamente precario y lo que garantiza alguna filiación es el enlace

entre los cuerpos, en el mismo barrio, en la misma casa…y más aún, en la misma

cama? Clinicar con el cuerpo es una expresión que puede representar las

singularidades de una clínica donde el lugar de la palabra no está suficientemente

1 Cata-ventos: veletas

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constituído. Si el psicoanálisis es una “talking cure”, una apuesta en la palabra,

¿cómo hacer para que se pueda ampliar el registro Simbólico, donde la presencia

del cuerpo y del acto es insistente y directa? Hacer clínica donde lo Real traspasa el

desafío de crear espacios ENTRE. Espacios de pasaje, para posibilitar al cuerpo una

nueva subjetivación, una inclusión en la relación del deseo al Otro Social. Espacios

ENTRE corresponde al jugar, a lo transicional, a la posibilidad de construcciones

ficcionales. En la intención de ayudar a los niños a construir lo ficcional, expandir

el imaginario de juego, creamos el dispositivo de “Narración de Historias”. A través

de éste, se despertó la curiosidad sobre los libros, tanto que los propios niños

bautizaron el día de “Livração” (“Libro-acción”). Pero a los adolescentes resultó

difícil alcanzarlos, ya que no estaban acostumbrados a que alguien se ocupara de

ellos, a no ser cuando eran niños. Esta posición subjetiva como los “sin lugar”, es

vivida así literalmente por ellos, ya que los niños quieren todo el espacio para sí e

insisten en la invasión de la Casa, aún en el día reservado para los adolescentes.

Nuestro recibimiento es algo nuevo a ser vivido por muchos de ellos y no

comprendido por las madres que los quieren en casa cuidando a los hermanos

menores. Percibimos que para construir pasajes, antes de otra cosa, era

necesario hacer cortes en las continuidades, demarcar lugares diferentes. Surgió la

idea de crear un ritual de pasaje para que se pudiera diferenciar dónde estaba lo

infantil y dónde estaba el “casi” adulto. Se crearon “diplomas” para aquellos que

cumplieran 12 años y que a partir de allí pudieran frecuentar el “Grupo de

adolescentes”. La intención del diploma era darles una buena noticia, una especie

de promoción. ¿Pero qué lugar era este que estábamos anunciando y por qué no

poder frecuentar los dos lugares? La pregunta viene de la dificultad con la pérdida,

con la separación. Lo excesivo viene de la extrema alienación. La demanda que se

desencadena cuando se ofrece una disponibilidad, es de una exigencia absoluta, a

punto de que nada pueda ser dejado a un lado. Este es el ejercicio que caracteriza

nuestra clínica cada día en esta comunidad. Cualquier propuesta que anuncia una

separación, coloca en escena una pérdida, vivencia que cualquier mirada de afuera

concordaría en que “ellos ya tienen demasiada pérdida”. Pero es justamente en este

punto que la escucha analítica se diferencia de modo radical de cualquier intención

educativa o asistencial. La pérdida esencial de la que sufren los excluídos es

subjetiva; aunque esté en el cuerpo, es un cuerpo expuesto a desaparecer, como

diría Didi–Huberman. ¿Cómo “esperar ver un ser humano?”2 Humanizar es “hacer

justicia a la palabra”, “poder hablar a partir de lo imposible”, poder percibir una señal

de humanidad, aún en una situación de desaparición. Clinicar con el cuerpo es

trabajar de cerca con lo pulsional, lo que incluye la VOZ y la MIRADA en un proceso

de reconocer allí un sujeto. Es conllevar el peligro de su desaparición. La dificultad

de esta clínica es que en la transferencia es preciso resistir. El dolor escuchado es

tan real que coloca a quien escucha delante de una falta que no puede dejar de ser

sentida. Eso pone a prueba el lugar del clínico en su trabajo en preservar el enigma,

el espacio ENTRE, el tiempo necesario para que surja lo ficcional. Nada fácil es no

poder contar con el setting de un consultorio, escenario que preserva la diferencia de

2 Didi-Huberman, Georges. Peuples exposés, peuples figurants.L’oeil de l’histoire, 4 Les Editions de Minuit,2 0 1

2

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lugares entre analista y analizante. Para clinicar con el cuerpo, se vuelven

necesarios muchos espacios de habla y de escritura para elaborar y sostener la

función clínica de resistir al goce de sucumbir a la desaparición, en la invitación a

una alienación que vacía al deseo. En seguida necesitamos luchar contra el

desánimo, lo que viene más de la tendencia a caer en la complicidad del dolor y

perder la percepción de los vestigios de vida, de que de no tener una remuneración

justa del trabajo. Identificación a la sumisión y a la pasividad que caracterizan estos

pedazos de ciudad en que la pulsión de muerte es la verdadera dictadora. Esperar

ver y reconocer un ser humano es estar muy atento a lo que hace vivir la cultura de

aquella comunidad, lo que los sostiene en el deseo de vivir. Por eso mismo es

preciso ir despojado de valores salvadores, ya que desconocemos su lengua y el

fantasma fundamental que hace lazo entre ellos y que circula en su discurso social.

Es una cuestión de apostar en lo invisible, en el deseo que aún no se mostró, en la

ficción que, aunque extraña a nuestra lengua, hace florecer algo en el barrio, a

través de sus niños y adolescentes. Ojos y oídos clínicos de los “cataventeiros”,

se preparan para lo invisible y lo indecible, desde la entrada al barrio, durante la

caminata por las callejuelas, en la travesía de la curva donde el guarda avisa que

estamos pasando, hasta la llegada a las rejas de la Casa, donde los niños ya están

colgados. Vemos los jóvenes con los cabellos coloridos bebiendo, fumando, yendo

de un lado a otro, especialmente los sábados, día de disfrutar de la música, baile,

fiesta funk. El barrio parece vivir lo intenso de cada extremo: de la violencia entre los

cuerpos en la batalla entre las bandas del tráfico, al encuentro erotizado de la

música funk. Los bailes funks son lugares en los que los adolescentes comienzan a

frecuentar desde muy temprano. La frecuencia de personas de afuera es muy

pequeña, casi todos se conocen, lo que no impide la violencia, pues la bebida y las

drogas llevan nuevamente a las intensidades: al acoso, a las peleas. Chicas que

cargan a sus madres borrachas para la casa, testimonian la violencia entre los

parientes y fácilmente son víctimas de acoso sexual de figuras masculinas, aún de la

familia. El funk es fascinación general: los niños saben las letras, las cantan alto,

junto con las madres, con las tías, imitan los gestos sexualizados de los bailes.

Bailan todos juntos en la fiesta. En lo cotidiano se hacen bullying unos a otros,

llamándose por sobrenombres degradantes hasta irse a los golpes y puntapiés.

Legendre3 nos dice que a toda danza le cabe hacer vibrar el lazo simbólico de

la cultura de donde ella proviene. Le corresponde a ella hacer vencer a la inhibición,

subvertir, hacer abertura en relación al sujeto de donde ella surge. La danza hace

tomar cuerpo a lo que en cada lengua es imprevisible e indecible. He aquí lo que

hace vivir al sujeto de esta comunidad: la ficción de un cuerpo danzante, el

escenario de un encuentro. Desde la composición del modelo de ropa, a la elección

de la música, a la letra cantada en voz alta, a la coreografía bailada en conjunto.

De esta manera, la estrategia clínica para los adolescentes fue apostar a las

artes escénicas, y todo lo que a partir de allí se puede crear. Entonces, clinicar con

el cuerpo, nos hace apostar en incluir en el equipo “cataventeiro”, a estudiantes de

Arte Dramática. “Grupo de Adolescentes” es lo que dice el banner colgado en el

3 LEGENDRE, Pierre. “La Passion d’être um autre: étude pour la danse”. Éditions du Seuil, Paris, 1978.

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frente de la Casa, en el único turno en que está abierta solamente a los

adolescentes. Lo más difícil es impedir que los niños registren el lugar de los

mayores, ya que insisten en saltar las rejas e invadirles el espacio. Ese cuerpo a

cuerpo en un ejercicio de que la palabra haga su efecto y el significante adolescente

pueda ganar algún espacio y algún respeto por la comunidad del barrio, nos toma

constantemente en el trabajo clínico. El esperado “taller de artes escénicas” se

transforma en actividades de creación, que aparecen de forma fragmentada en

intereses individuales: por el maquillaje o por el dibujo, por la música o también por

la ayuda con la lectura y escritura. La dificultad en proponer algo común es que en el

encuentro con el semejante, la amenaza del espejo aparece de forma violenta.

Exponerse a otro detona críticas destructivas, sobrenombres maliciosos, donde las

peleas entre las familias salen a la superficie. La gran tarea clínica es constituir y

sostener ese lugar de tercero, que posibilita el interés en la tarea y el difícil

intercambio entre ellos. Sin alteridad, no es posible la separación tan necesaria a

ese pasaje adolescente. Como nos dijo una chica de 13 años: “No veo la hora de ir a

trabajar y dejar a la familia que se quede sin nada”. Es necesario ser mirado y

hablado por otro para poder atravesar el fantasma de la infancia. Es necesario salir

de casa, pero en este contexto, salir de la casa es salir del barrio. Es hacer la

travesía de la avenida que separa el barrio del resto de la ciudad. La primera

experiencia fue llevarlos al teatro. Varios se interesaron, pero en pequeños grupos,

de hermanos o pocos amigos. Para ir y venir, combinaciones difíciles. Como niños,

el querer no alcanza con las consecuencias de los compromisos: levantarse, salir de

la cama, estar en el lugar pautado…muchas dificultades!. La clínica apuesta a hacer

valer la palabra, sostener las combinaciones, soportar las pérdidas. El pasaje

fue inventado, “a pesar de todo”. Ventanas por donde una parte de humanidad se

hace percibir, interrumpiendo el proceso destructivo y creando resistencia como

potencia de sobrevida. Aberturas para conocer el arte de construir nuevos

escenarios de vida, ensayar nuevos personajes, darse a ver y a oir a un Otro, poder

producir un velo y resignificar el Real que en la infancia dejó marcas en el cuerpo. Es

eso lo que entendemos como apostar en una “parte de humanidad”, en cada uno de

esos nuevos adultos. Ese es nuestro clinicar con el cuerpo que, como invención

poética quiere romper y hacer pasaje en la trama de la desesperanza.

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Exercer la clinique avec le corps : ouvertures à la Casa dos Cata-Ventos

Angela Lângaro Becker

S’inspirant du travail de Françoise Dolto à la Maison Verte de Paris, la Casa dos

Cata-Ventos [Maison des Moulins à Vent] est un espace libre de jeu qui accueille les

jeunes enfants. Elle est née en 2011 au sein de l’une des communautés les plus

violentes de notre pays, la Vila São Pedro ou Vila do Cachorro Sentado. Ce petit

bidonville est situé entre deux grandes rues de Porto Alegre (Brésil), avec pour

principaux voisins l’hôpital psychiatrique São Pedro, le plus traditionnel de la ville et,

de l’autre côté, un centre commercial rempli de boutiques de vêtements de marques

et d’un hypermarché. La proposition d’un espace pour jouer et parler afin d’élargir le

Symbolique dans ce monde infantile extrêmement envahi par le Réel a

progressivement mis à jour la nécessité de créer de nouveaux dispositifs cliniques.

Les jeunes enfants sont venus accompagnés des frères et sœurs adolescents qui

sont rapidement placés dans la fonction d’adultes : ils doivent s’occuper de la

maison, de la fratrie et de la violence des relations dans l’univers du bidonville. En

outre, les petits usagers du début ont grandi et sont devenus des enfants pubères,

avec des demandes différentes. Pour les jeunes pubères et les adolescents de ces

communautés en marge du lien de citoyenneté, la désorientation typique d’un

moment de passage – quand les références qui soutiennent la condition infantile se

brisent et cèdent la place à un énorme vide de sens – est vécue encore plus

radicalement. Le jeune pubère est rapidement jeté dans le monde adulte parce que

son entourage le juge « assez grand pour se débrouiller tout seul » ; il doit s’occuper

de ses frères et sœurs plus petits, de la maison et en plus aller à l’école. Pour

beaucoup de familles, la présence des enfants à l’école est seulement importante

parce qu’elle donne droit à la possibilité d’une aide financière [ladite

« bourse famille »] du gouvernement ; et très souvent, il s’agit du seul revenu fixe de

la famille. Apprendre à lire et à écrire est fréquemment dénué de sens puisque

beaucoup de parents savent à peine écrire et travaillent dans le recyclage de

déchets, le trafic de drogues ou en tant qu’employées de maison. Étudier pour

obtenir un travail semble être un rêve impossible qui ne résout pas les problèmes

immédiats de prise en charge de la famille et « ne remplit pas le frigo ». Pour Freud,

la puberté est un passage entre l’attachement à l’image infantile d’un corps non

sexué et l’apparition d’un corps sexué, qui amène l’enfant à renoncer au fantasme de

domination de la jouissance parentale. Les enfants du bidonville sont souvent

exposés précocement à l’image d’un corps sexué. Un tel vécu ébranle le monde

infantile avec des fantasmes sexuels et ne donne pas le temps de comprendre ce

que l’adolescence tente d’élaborer. Ce renoncement à la jouissance parentale de la

part de l’adolescent peut être décrit comme le deuxième temps de séparation. Mais

chez ces jeunes pubères et adolescents, comment se séparer si le lien symbolique

avec les parents de l’enfance est extrêmement précaire et si ce qui garantit une

filiation est la liaison entre les corps, dans le même bidonville, dans la même maison,

… voire dans le même lit ? Exercer la clinique avec le corps est une expression

qui peut représenter les singularités d’une clinique où le lieu de la parole n’est pas

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suffisamment constitué. Si la psychanalyse est une cure qui mise sur la parole,

comment faire pour augmenter le registre du Symbolique là où la présence du corps

et de l’acte est insistante et directe ? Exercer la clinique où déborde le RÉEL

suppose de créer des espaces ENTRE. Des espaces de passage, pour permettre au

corps une nouvelle subjectivation, une inclusion dans le rapport de désir à l’Autre

Social. Les espaces ENTRE correspondent au jeu, au transitionnel, à la possibilité

de constructions fictionnelles. C’est précisément pour aider les enfants à construire

le fictionnel et à élargir l’imaginaire ludique que nous avons créé le dispositif dont le

but est de « Raconter des histoires ». La démarche a suscité une curiosité pour les

livres, et les enfants ont rebaptisé le moment de « livration ». Par contre, il a été

difficile d’atteindre les adolescents, peu habitués à ce que quelqu’un s’occupe d’eux

– si ce n’est pendant la petite enfance. Cette position subjective de « sans lieu » est

littéralement vécue par eux parce que les enfants revendiquent tout le temps

l’espace et envahissent même le local le jour réservé aux adolescents. Notre accueil

est quelque chose de nouveau pour beaucoup d’entre eux et source

d’incompréhension de la part des mères, qui les veulent à la maison pour s’occuper

des frères et sœurs plus petits. Pour construire des passages, il a fallu avant tout

opérer des coupures dans les continuités, délimiter des lieux différents. L’idée est

née d’établir un rite de passage pour pouvoir différencier l’infantile et le « presque »

adulte : dans ce sens, des « diplômes » ont été créés pour ceux qui complétaient 12

ans et qui pouvaient désormais fréquenter le « Groupe des adolescents ». L’objectif

du diplôme était de leur donner une bonne nouvelle, une sorte de promotion. Mais

quel lieu étions-nous en train d’annoncer, et pourquoi ne pas pouvoir fréquenter les

deux lieux ? La question vient de la difficulté de la perte, de la séparation. L’excessif

vient de l’aliénation extrême. La demande qui se met en place quand une

disponibilité est offerte est celle d’une exigence absolue, au point que rien ne peut

être mis de côté. C’est cet exercice qui caractérise notre clinique au quotidien dans

cette communauté. Toute proposition qui annonce une séparation met en scène une

perte, un vécu qui ferait dire à n’importe quel regard extérieur qu’« ils ont déjà bien

assez de pertes ». Mais c’est justement sur ce point que l’écoute analytique se

différencie radicalement de toute intention éducative ou d’assistance. La perte

essentielle dont souffrent les exclus est subjective. Même si elle est dans le corps,

c’est un corps exposé à disparaître, pour reprendre Didi-Huberman. Comment

« espérer voir un être humain » ?4 Humaniser, c’est « rendre justice à la parole »,

« pouvoir parler à partir de l’impossible », pouvoir entrevoir un signe d’humanité,

même dans une situation de sa disparition. Exercer la clinique avec le corps, c’est

travailler de près avec le pulsionnel, avec l’inclusion de la VOIX et du REGARD dans

un processus de reconnaissance d’un sujet. C’est prendre en compte le danger de

sa disparition. La difficulté de cette clinique réside dans la résistance face au

transfert. La douleur entendue est tellement réelle qu’elle place celui qui écoute

devant un manque qui ne peut pas ne pas être ressenti. Le lieu du clinicien est mis à

l’épreuve dans son travail de préservation de l’énigme, d’espace ENTRE, de temps

nécessaire pour que surgisse le fictionnel. Il est difficile de ne pas pouvoir compter

4 Didi-Huberman, Georges. Peuples exposés, peuples figurants. L’œil de l’histoire 4. Les Éditions de Minuit,

2012.

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sur le setting d’un cabinet de consultation, sur un scénario qui préserve la différence

de lieux entre analyste et analysant. Pour exercer la clinique avec le corps, il faut

beaucoup d’espaces de parole et d’écriture en vue d’élaborer et de soutenir la

fonction clinique et résister à la jouissance de succomber à la disparition, à

l’invitation d’une aliénation qui vide le désir. Nous avons sans cesse besoin de lutter

contre le découragement, qui provient davantage de la tendance à être complice de

la douleur et à perdre la perception des vestiges de vie que du manque d’une

rémunération adaptée au travail réalisé. Il y a identification à la soumission et à la

passivité qui caractérisent ces morceaux de ville où la pulsion de mort est la véritable

dictatrice. Espérer voir et reconnaître un être humain, c’est être très attentif à ce qui

fait vivre la culture de cette communauté, à ce qui les soutient dans le désir de vivre.

Il est important de s’y rendre sans valeurs salvatrices parce que nous

méconnaissons leur langue et le fantasme fondamental qui fait lien entre eux et qui

circule dans leur discours social. Il faut donc miser sur l’invisible, sur le désir qui ne

s’est pas encore montré, sur la fiction qui, même si elle est étrangère à notre langue,

fait fleurir quelque chose dans le bidonville à travers ses enfants et ses adolescents.

Les regards et les écoutes cliniques des « meuniers à vent » se préparent à

l’invisible et à l’indicible dès l’entrée du bidonville, dans les ruelles qui serpentent les

lieux, à l’angle où se trouve le guetteur qui prévient les dealers de notre passage,

jusqu’à la Maison où des enfants sont déjà pendus aux grilles. Des jeunes aux

cheveux teints boivent, fument et vont d’un côté à l’autre, surtout le samedi – jour de

la musique, de la danse et des fêtes au son du funk. Le quartier semble vivre

l’intense de chaque extrémité : la violence entre les corps dans la lutte entre les

gangs du trafic de drogues et la rencontre érotisée de la musique funk. Les soirées

funks sont des lieux que les adolescents commencent à fréquenter très tôt. Presque

tous se connaissent, il n’y a quasiment pas de personnes de l’extérieur du bidonville.

Mais cela n’empêche pas la violence dans la mesure où la violence et la drogue

mènent à nouveau aux intensités : au harcèlement, aux bagarres. Des jeunes filles

aident leur mère ivre à rentrer à la maison, témoignent la violence entre parents et

sont facilement victimes du harcèlement sexuel des figures masculines. Le funk est

une fascination générale : les enfants savent les paroles par cœur, chantent à tue-

tête avec les mères, les tantes, imitent les gestes sexualisés des danses. Tout le

monde danse ensemble pendant la soirée funk. Alors qu’au quotidien ils pratiquent le

bullying les uns envers les autres, les quolibets, les coups de poing et de pied sont

légion. D’après Legendre5, toute danse est chargée de faire vibrer le lien

symbolique de sa culture d’origine, de vaincre l’inhibition, subvertir, faire ouverture

par rapport au contexte d’où elle vient. La danse fait prendre corps ce qui, dans

chaque langue, est imprévisible et indicible. C’est cela qui fait vivre le sujet de désir

de cette communauté : la fiction d’un corps dansant, le scénario d’une rencontre. De

la composition de la tenue vestimentaire au choix de la musique, aux paroles

chantées à voix haute, à la chorégraphie dansée avec les autres. Cela étant, la

stratégie clinique avec les adolescents a été de miser sur les arts scéniques et sur

tout ce qui pouvait être créé à partir de là. Exercer la clinique avec le corps nous a

conduit à inclure dans l’équipe de la Maison des étudiants d’art dramatique. À

5 Legendre, Pierre. La passion d’être un autre : étude pour la danse. Paris, Éditions du Seuil, 1978.

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l’horaire réservé uniquement aux adolescents, une pancarte est placée devant la

Maison avec l’inscription « Groupe des adolescents ». Le plus difficile est

d’empêcher que l’espace des plus grands soit envahi par les plus jeunes, qui

n’hésitent pas à sauter au-dessus des grilles pour essayer de rentrer. Ce corps à

corps dans un exercice où la parole agit, et où le signifiant adolescent peut gagner

un espace et le respect de la communauté du bidonville, apparaît souvent dans le

travail clinique. L’« atelier des arts scéniques », attendu par les jeunes, se transforme

en activités de création qui apparaissent de manière fragmentée dans les intérêts

individuels : par le maquillage ou le dessin, par la musique ou même par l’aide pour

la lecture et l’écriture. La difficulté à proposer quelque chose de commun est due au

fait que dans la rencontre avec le semblable, le menace du miroir apparaît de façon

violente. S’exposer en face de l’autre entraîne des critiques destructrices, des

surnoms malveillants, la mise en avant de disputes entre familles. La grande tâche

clinique est de constituer et d’étayer ce lieu tiers qui permet l’intérêt pour l’activité et

le difficile échange entre eux. Sans altérité, la séparation si nécessaire à ce passage

adolescent n’est pas possible. Comme nous le dit une jeune fille de 13 ans :

« Vivement que j’aille travailler et que je laisse ma famille derrière moi ». Il faut être

regardé et parlé par un Autre pour pouvoir traverser le fantasme de l’enfance. Il faut

quitter la maison, mais dans ce contexte quitter la maison équivaut à quitter le

bidonville. Il faut traverser l’avenue qui sépare le bidonville du reste de la ville. La

première expérience a été de les emmener au théâtre. Plusieurs se sont montrés

intéressés, mais par petits groupes de frères et sœurs ou d’amis. Aller et venir, des

combinaisons difficiles. En tant qu’enfants, le vouloir ne tient pas compte des

conséquences des engagements : se réveiller, se lever, être au lieu du rendez-

vous… beaucoup de difficultés ! La clinique mise sur le faire valoir de la parole, sur le

soutien des combinaisons, le support des pertes. « Malgré tout », le passage a

été inventé. Des fenêtres où la parcelle d’humanité est perceptible, avec l’interruption

du processus destructif et la création d’une résistance comme puissance de survie.

Des ouvertures pour connaître l’art de construire de nouveaux scénarios de vie,

s’essayer à de nouveaux personnages, se donner à voir et à entendre par un Autre,

pouvoir produire des voiles et resignifier le Réel qui, dans l’enfance, a laissé des

marques sur le corps. C’est cela que nous entendons par miser sur une « parcelle

d’humanité » dans chacun de ces nouveaux adultes. C’est notre exercice de la

clinique avec le corps qui, en tant qu’invention poétique, veut rompre et faire

passage dans la maille de la désespérance.

Page 9: Casa dos Cata-Ventos · Clinicando con el cuerpo: aberturas en la Casa dos Cata-Ventos1 Ângela Lângaro Becker Inspirada en el trabajo de Françoise Dolto de la Casa Verde, en París,

Clinicando com o Corpo: aberturas na Casa dos Cata-Ventos

Ângela Lângaro Becker

Inspirada no trabalho de Françoise Dolto na Maison Verte, em Paris, como um

espaço de acolhida para crianças pequenas, através do livre brincar a Casa dos

Cata-Ventos nasceu em 2011 dentro de uma das muitas comunidades violentas de

nosso país, a Vila São Pedro ou Vila do Cachorro Sentado. Esta vila está situada

entre duas grandes ruas da capital, cuja vizinhança mais imediata é, de um lado, o

Hospital Psiquiátrico São Pedro, o manicômio mais tradicional da cidade e, de outro,

um shopping cheio de lojas de roupas de marcas e um hipermercado. A proposta

de um espaço para brincar e conversar visando a ampliação do Simbólico neste

mundo infantil extremante invadido pelo Real,foi trazendo, aos poucos, a

necessidade de criar novos dispositivos clínicos. Junto com os pequenos vieram os

maiores, irmãos adolescentes que rapidamente são colocados na função de adultos,

tendo que dar conta da casa, dos irmãos e da violência das relações no mundo da

vila. Além disso, as crianças frequentadoras da Casa foram crescendo e se tornando

púberes, passando a ter demandas diferentes das crianças pequenas. Para esses

púberes e adolescentes, a desorientação típica de um momento de passagem, em

que as referências sustentadoras da condição infantil se rompem e em seu lugar

surge um enorme vazio de sentido, é vivida de modo ainda mais radical nestas

comunidades, à margem do laço de cidadania. Rapidamente o púbere é jogado ao

mundo adulto, já que “está grande para se cuidar sozinho” e deve responsabilizar-se

pelos irmãos menores, cuidar da casa e ainda ir ao colégio. Para muitas famílias, a

presença dos filhos na escola é importante somente porque traz a possibilidade de

uma bolsa família, fornecida pelo governo, muitas vezes único meio para sustentar a

casa. A idéia de aprender a ler e escrever parece muitas vezes não ter sentido, já

que muitos pais mal sabem escrever o seu nome e trabalham na reciclagem de lixo,

na faxina ou mesmo no tráfico de drogas. Estudar para ter uma profissão parece ser

um sonho impossível que certamente não resolve os problemas do sustento

imediato, já que “não traz comida para casa.” A puberdade é descrita por

Freud como uma passagem entre o apego à imagem infantil de um corpo não

sexuado e o surgimento de um corpo sexuado, o que leva a criança a renunciar à

fantasia de dominar o gozo parental. É comum às crianças da Vila serem expostas

precocemente à imagem de um corpo sexuado. Esta vivência atropela o mundo

infantil com fantasias sexuais e não permite o tempo de compreender que a

adolescência tenta elaborar. Esta renúncia ao gozo parental por parte do

adolescente, pode ser descrita como o segundo tempo de separação. Mas

justamente o que se vê nesses púberes e adolescentes é o como se separar se o

laço simbólico com os pais da infância é extremamente precário e o que garante

alguma filiação é a ligação entre os corpos, na mesma Vila, na mesma casa... ou

ainda, na mesma cama? Clinicar com o corpo é uma expressão que pode

representar as singularidades de uma clínica onde o lugar da palavra não está

suficientemente constituído. Se a psicanálise é uma “talking cure”, uma aposta na

palavra, como fazer para que se possa ampliar o registro do simbólico, onde a

presença do corpo e do ato é insistente e direta? Fazer clínica onde o REAL

transborda é o desafio de criar espaços ENTRE. Espaços de passagem, para

possibilitar ao corpo uma nova subjetivação, uma inclusão na relação de desejo ao

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Outro Social. Espaços ENTRE corresponde ao brincar, ao transicional, à

possibilidade de construções ficcionais. Na intenção de ajudar as crianças a

construir o ficcional, expandir o imaginário brincante, criamos o dispositivo da

“Contação de Histórias”. Através dele, despertou-se a curiosidade sobre os livros,

sendo que as próprias crianças batizaram o dia da “Livração”. Mas aos

adolescentes, ficou difícil atingi-los já que não estavam acostumados a que alguém

se ocupasse com eles, a não ser enquanto crianças. Esta posição subjetiva como os

“sem lugar”, é vivida literalmente por eles, já que as crianças querem todo o tempo e

o espaço para si e insistem na invasão da casa, mesmo no dia reservado aos

adolescentes. Nosso acolhimento é algo novo a ser vivido por muitos deles e não

compreendido pelas mães que os querem em casa cuidando dos irmãos menores.

Percebemos que para construir passagens, antes de mais nada, era preciso

fazer cortes nas continuidades, demarcar lugares diferentes. Surgiu a idéia de criar

um ritual de passagem para que se pudesse diferenciar onde estava o infantil e onde

estava o “quase” adulto. Criou-se “diplomas” para aqueles que fizessem 12 anos e

que a partir dali poderiam frequentar o “Grupo dos adolescentes”. A intenção do

diploma era dar-lhes uma boa notícia, uma espécie de promoção. Mas que lugar era

este que estávamos anunciando e porque não poder frequentar os dois lugares? A

pergunta vem da dificuldade com a perda, com a separação. O excessivo vem da

extrema alienação. A demanda que se desencadeia quando se oferece uma

disponibilidade, é de uma exigência absoluta, a ponto de nada poder ser posto de

lado. Este é o exercício que caracteriza nossa clínica a cada dia nesta comunidade.

Qualquer proposta que anuncia uma separação, coloca em cena uma perda,

vivência que qualquer olhar de fora concordaria que “perda eles já têm demasiado”.

Mas é justamente neste ponto que a escuta analítica se diferencia de modo radical

de qualquer intenção educativa ou assistencial. A perda essencial de que sofrem os

excluídos é subjetiva, embora esteja no corpo, é um corpo exposto a desaparecer,

como diria Didi–Huberman. Como “esperar ver um ser humano?”6 Humanizar é

“fazer justiça à palavra”, “poder falar a partir do impossível”, poder enxergar um sinal

de humanidade, mesmo numa situação de seu desaparecimento. Clinicar

com o corpo é trabalhar de perto com o pulsional, o que inclui VOZ e OLHAR num

processo de reconhecer ali um sujeito. É levar em conta o perigo do seu

desaparecimento. A dificuldade desta clínica é de que na transferência é preciso

resistir. A dor escutada é tão real que coloca quem escuta diante de uma falta que

não pode deixar de ser sentida. Isso põe à prova o lugar do clínico no seu trabalho

em preservar o enigma, o espaço ENTRE, o tempo necessário para que surja o

ficcional. Nada fácil não poder contar com o setting de um consultório, cenário que

preserva a diferença de lugares entre analista e analisante. Para clinicar com o

corpo, tornam-se necessários muitos espaços de fala e escrita para elaborar e

sustentar a função clínica e resistir ao gozo de sucumbir ao desaparecimento, no

convite a uma alienação que esvazia o desejo. Seguidamente precisamos lutar

contra o desânimo, o que vem mais da tendência a cair na cumplicidade da dor e

perder a percepção dos vestígios de vida, do que de não ter uma remuneração justa

do trabalho. Identificação à submissão e à passividade que caracterizam esses

pedaços de cidade em que a pulsão de morte é a verdadeira ditadora. Esperar ver e

reconhecer um ser humano é estar muito atento ao que faz viver a cultura daquela 6 Didi-Huberman, Georges. Peuples exposés, peuples figurants.L’oeil de l’histoire4, Les Editions de Minuit,2 0 1 2

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comunidade, o que os sustenta no desejo de viver. Por isso mesmo é preciso ir

despojado de valores salvadores, já que desconhecemos sua língua e o fantasma

fundamental que faz laço entre eles e que circula no seu discurso social. É uma

questão de apostar no invisível, no desejo que ainda não se mostrou, na ficção que,

embora estranha à nossa língua, faz algo florescer na Vila, através das suas

crianças e adolescentes. Olhos e ouvidos clínicos dos cataventeiros, preparam-se

para o invisível e o indizível, desde a entrada na Vila, durante a caminhada pelas

vielas, na travessia da curva onde o olheiro avisa que estamos passando, até a

chegada nas grades da Casa, onde as crianças já estão penduradas. Vemos os

jovens com cabelos coloridos, bebendo, fumando, transitando de um lado para o

outro, especialmente no sábado, dia de desfrutar música, dança, festa funk. A Vila

parece viver o intenso de cada extremidade: da violência entre os corpos na batalha

entre as gangs do tráfico, ao encontro erotizado da música funk. Os bailes funks são

lugares em que os adolescentes iniciam a frequentar desde muito cedo. A

frequência de pessoas de fora é muito pequena, quase todos se conhecem, o que

não impede a violência, pois a bebida e as drogas levam novamente às

intensidades: ao assédio, às brigas. Meninas carregam suas mães bêbadas para

casa, testemunham a violência entre os parentes e facilmente são vítimas do

assédio sexual das figuras masculinas. O funk é fascínio geral: As crianças sabem

as letras de cor, cantam alto, junto com as mães, com as tias, imitam os gestos

sexualizados das danças. Dançam todos juntos na festa. No cotidiano fazem bullying

uns com os outros, se chamando de apelidos degradantes e partem para socos e

pontapés. Legendre7 nos diz que a toda dança cabe fazer vibrar o laço simbólico

da cultura de onde ela vem. Cabe a ela fazer vencer a inibição, subverter, fazer

abertura em relação ao contexto de onde ela surge. A dança faz tomar corpo o que

em cada língua é imprevisível e indizível. Eis aí o que faz viver o sujeito de desejo

desta comunidade: a ficção de um corpo dançante, o cenário de um encontro. Desde

a composição do figurino, à escolha da música, à letra cantada em voz alta, à

coreografia dançada em conjunto. Sendo assim, a estratégia clínica para os

adolescentes foi apostar nas artes cênicas e tudo que a partir dali se pode criar.

Então, clinicar com o corpo, nos fez apostar em incluir na equipe cataventeira,

estudantes de Arte Dramática. “Grupo de Adolescentes” é o que diz o banner

pendurado na frente da Casa, no único turno em que ela é aberta somente aos

adolescentes. O mais difícil é impedir que as crianças tomem conta do lugar dos

maiores, já que elas insistem em pular as grades e invadirem o espaço. Esse corpo

a corpo num exercício de que a palavra faça seu efeito e o significante adolescente

possa ganhar algum espaço e algum respeito pela comunidade da Vila, nos toma

constantemente no trabalho clínico. A esperada “oficina de artes cênicas”

transforma-se em atividades de criação, que aparecem de forma fragmentada em

interesses individuais: pela maquiagem ou pelo desenho, pela música ou mesmo

pela ajuda com a leitura e escrita. A dificuldade em propor algo comum é que no

encontro com o semelhante, a ameaça do espelho aparece de forma violenta.

Expor-se ao outro detona críticas destruidoras, apelidos maldosos, onde as brigas

entre as famílias vêm à tona. A grande tarefa clínica é constituir e sustentar esse

lugar terceiro, que possibilita o interesse na tarefa e a difícil troca entre eles. Sem

alteridade, não é possível a separação tão necessária a essa passagem

7 LEGENDRE, Pierre. “La Passion d’être um autre: étude pour la danse”. Éditions du Seuil, Paris, 1978.

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adolescente. Como nos diz uma menina com 13 anos: ”Não vejo a hora de ir

trabalhar e deixar a família a ver navios”. É preciso ser olhado e falado por um Outro

pra poder atravessar o fantasma da infância. É preciso sair de casa, mas neste

contexto, sair de casa é sair da Vila. É fazer a travessia da avenida que separa a

Vila do resto da cidade. A primeira experiência foi levá-los ao teatro. Vários se

interessaram, mas em pequenos grupos, de irmãos ou poucos amigos. Para ir e vir,

combinações difíceis. Como crianças, o querer não conta com as consequências

dos compromissos: acordar, sair da cama, estar no local combinado...muitas

dificuldades! A clínica aposta o fazer valer a palavra, sustentar as combinações,

suportar as perdas. A passagem foi inventada, “apesar de tudo”. Janelas por

onde a parcela de humanidade se faz perceber, interrompendo o processo destrutivo

e criando resistência como potência de sobrevida. Aberturas para conhecer a arte de

construir novos cenários de vida, ensaiar novos personagens, dar-se a ver e a ouvir

a um Outro, poder produzir velamentos e ressignificar o Real que na infância deixou

marcas no corpo. É isso que entendemos como apostar numa “parcela de

humanidade”, em cada um desses novos adultos. Esse é nosso clinicar com o corpo

que, como invenção poética quer romper e fazer passagem na malha da

desesperança.