cartas contra la guerra

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1 CARTAS CONTRA LA GUERRA TIZIANO TERZANI A Novalis, mi nieto, para que elija la paz

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    CARTAS CONTRA LA GUERRA

    TIZIANO TERZANI

    A Novalis, mi nieto, para que elija la paz

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    Traduccin del prefacio a la edicin inglesa

    Florencia (Italia) principios de Diciembre 2002

    Estimados amigos,

    Este ao que est a punto de terminar ha sido muy dramtico para todos nosotros. Nunca hasta la fecha ninguno de nosotros haba sido tan inequvocamente confrontado con la cuestin de la guerra y la paz.

    De vuelta de un largo viaje en Paquistn y Afganistn, empec el ao publicando, primero en italiano y luego en otras idiomas europeos, un libro dedicado a Novalis, mi nieto americano de 3 aos de edad. El libro Cartas contra la guerra tena como objetivo plantear algunas cuestiones sobre como afrontar la situacin creada por los acontecimientos del 11 Septiembre y sugerir que la violencia puede que no sea la mejor solucin para este y para futuros conflictos de la humanidad.

    Este libro ha tenido un inmediato xito en Italia ( estuvo 18 meses entre los 10 libros ms vendidos). Tuvo buenas acogida , criticas y ventas en Francia, Alemania y Espaa.

    De alguna manera la Europa continental con su casi gentica , memoria de guerra y destruccin, pareca extremadamente sensible a la llamada neo-pacifista de las Cartas.

    Dondequiera que yo fuera para hablar de mis experiencias como antiguo corresponsal de guerra convertido en Kamikaze por la paz (Este fue el ttulo de un documental de una hora de la televisin Suiza) reuna multitudes para escuchar y comentar.

    Desgraciadamente sta no fue en absoluto la reaccin del mundo Anglosajn. En particular en el reino Unido y Estados Unidos, cuyos gobiernos y prensa se posicionaron de una forma muy belicosa y a favor de la guerra. Todos los intentos de publicar las Cartas en ingls han fracasado. Todos los editores ingleses y americanos que haban publicado mis libros anteriores respondieron con un No, gracias. No desist. Hice yo mismo la traduccin del libro y lo ofrec de nuevo a todo tipo de editores en Londres y Nueva York.

    En vano. Ni siquiera ofrecindolo gratis lo han aceptado.

    Finalmente, un editor de Nueva Delhi (India Research Press) se atrevi a aceptar la oferta y su edicin India es la UNICA versin impresa en ingls de Cartas contra la Guerra

    Ahora, para que el mximo posible de gente pueda tener acceso al libro, decid junto con Massimo De Martino que en su tiempo libre, generosamente se ocupa del Club de fans T.T. creado hace tres aos, colgar el libro en internet. Pueden descargarlo gratis y les agradecera que lo hiciesen circular entre sus amigos

    y...adversarios.

    Es el momento de pensar, discutir, argumentar y finalmente tomar consciencia y salvarnos a nosotros mismos. Nadie ms lo puede hacer por nosotros.

    Muchas gracias

    Tiziano Terzani

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    NDICE

    10 de setiembre de 2001: el da fallido Carta desde Orsigna Una buena ocasin Carta desde Florencia El sultn y san Francisco Carta desde Peshawar En el bazar de los narradores de historias Carta desde Quetta Un talibn con ordenador Carta desde Kabul El vendedor de patatas y la jaula de los lobos Carta desde Delhi Hei Ram Carta desde el Himalaya Qu hacer? "

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    10 DE SEPTIEMBRE DE 2011: EL DIA FALLIDO

    Hay das en la vida en que no sucede nada, das que pasan sin nada que recordar, sin dejar rastro, como si no fueran vividos. Pensndolo bien, la mayor parte de los das son as, y solo cuando el nmero de los que nos quedan se hace claramente ms limitado nos preguntamos cmo ha sido posible que dejramos pasar, distradamente, tantsimos. Pero estamos hechos as: slo despus se aprecia el antes y slo cuando algo est en el pasado nos damos mejor cuenta de cmo sera tenerlo en el presente. Pero ya no est. El 10 de setiembre de 2001, para m, y estoy seguro de que no slo para m, fue un da de este tipo: un da del que no recuerdo absolutamente nada. S que estaba en Orsigna, el verano haba terminado, mi familia se haba dispersado de nuevo en todas direcciones y yo probablemente preparaba ropas y papeles para regresar a India a pasar el invierno. Pensaba partir despus de mi cumpleaos, pero no contaba los das y aquello de setiembre pas sin que me percatara, como si ni siquiera hubiese estado en el calendario. Lstima. Porque para m, para todos nosotros incluso para quienes an hoy se niegan a creerlo, aquel da fue particularsimo, uno de aquellos que habramos debido, conscientemente, saborear en cada momento. Fue el ltimo da de nuestra vida anterior: antes del 11 de setiembre, antes del atentado a las Torres Gemelas, de la nueva barbarie, de la limitacin de nuestras libertades, antes de la gran intolerancia, de la guerra tecnolgica, de las masacres de prisioneros y de civiles inocentes, antes de la gran hipocresa, del conformismo, de la indiferencia o, peor an, de la rabia mezquina y del orgullo descaminado; el ltimo da antes de que nuestra fantasa en vuelo hacia ms amor, ms fraternidad, ms espritu y ms alegra fuera desviada hacia ms odio, ms discriminacin, ms materia y ms dolor. Lo s: aparentemente poco o nada ha cambiado en nuestra vida. El despertador suena a la misma hora, hacemos el mismo trabajo, en el compartimento del tren suenan siempre los mviles y los peridicos siguen saliendo todos los das con sus dosis de medias mentiras y medias verdades. Pero es una ilusin, la ilusin de aquel momento de silencio que hay entre el hecho de ver una gran explosin a lo lejos y luego or la detonacin. La explosin se ha producido: enorme, espantosa. La detonacin nos alcanzar, nos ensordecer; podra acabar con nosotros. Mejor prepararse a tiempo, reflexionar antes de que debamos correr, incluso slo de manera figurada, para tratar de salvar a los nios o para coger el ltimo objeto que guardar en el bolso. El mundo ha cambiado; debemos cambiar nosotros. Ante todo dejando de fingir que todo es como antes, que podemos seguir viviendo cobardemente una vida normal. Con lo que est sucediendo en el mundo nuestra vida no puede, no debe, ser normal. Deberamos avergonzarnos de esta normalidad. Esta impresin de que todo haba cambiado me golpe de inmediato. Un amigo me haba telefoneado diciendo sencillamente: Enciende el televisor, enseguida. Cuando vi el segundo avin estallando en directo, pens: Pearl Harbar. sta es una nueva guerra. Me qued pendiente un poco de la BBC, un poco de la CNN durante horas, luego sal a dar un paseo por el bosque. Recuerdo con cunto estupor me percat de que la naturaleza era indiferente a lo que suceda: las castaas comenzaban a madurar, las primeras brumas suban del valle. En el aire oa el habitual y lejano murmullo del torrente y el campanilleo de las cabras de Brunalba. La naturaleza se desinteresaba

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    completamente de nuestros dramas humanos, como si de veras no contsemos nada e incluso pudiramos desaparecer sin dejar un gran vaco. Quiz porque he pasado toda mi vida adulta en Asia y de verdad ahora estoy convencido de que todo es uno y de que, como resume tan bien el smbolo taosta del yin y el yan, la luz tiene en s la semilla de las tinieblas y en el centro de las tinieblas hay un punto de luz, se me ocurre que aquel horror al que acababa de asistir era ... una buena ocasin. Todo el mundo haba visto. Todo el mundo habra entendido. El hombre habra tomado conciencia, se habra despertado para reconsiderarlo todo: las relaciones entre estados, las relaciones entre religiones, las relaciones con la naturaleza, las relacio-nes entre seres humanos. Era una buena ocasin para hacer un examen de conciencia, aceptar nuestras responsabilidades como ciudadanos occidentales y acaso dar finalmente un salto cualitativo en nuestra concepcin de la vida. Ante lo que acababa de ver en la televisin y lo que ahora caba esperar no se poda seguir viviendo normalmente, como de vuelta a casa vi que hacan las cabras que pacan en la hierba. Creo que nunca en mi vida estuve tanto tiempo delante del televisor como en los das que siguieron. De la maana a la noche. Casi no dorma. En la cabeza siempre tena aquella frase: una buena ocasin. Por oficio, ante una verdad oficial siempre he tratado de ver si no habra una alternativa; en los conflictos siempre he tratado de entender no slo las razones de una parte, sino tambin las de la otra. En 1973, junto a jean-Claude Pomonti de Le Monde y al fotgrafo Abbas, fui uno de los primeros en cruzar las lneas del frente en Vietnam del Sur para ir a hablar con el enemigo, los vietcong. Del mismo modo, para tratar de entender a los terroristas que haban intentado hacer saltar por los aires una de las Torres Gemelas en Nueva York, en 1996, haba conseguido entrar, dos veces seguidas, en la universidad de la yihad para hablar con los seguidores de Osama bin Laden. Pens que sera til volver a contar brevemente aquella historia y las impresiones de aquellas visitas para imaginar el mundo desde el punto de vista de los terroristas. Pero escribir me pesaba. El 14 de setiembre era mi sexagsimo tercer cumpleaos y en aquella fecha venca formalmente mi buena relacin de trabajo con Der Spiegel, iniciada exactamente treinta aos antes, pero ya desde 1997 puesta, a solicitud ma, en una forma concertada de letargo. Con In Asia [En Asia], el libro que recoga todas las grandes y pequeas historias de las que haba sido testigo, haba dicho todo lo que tena que decir sobre el periodismo. Desde entonces prcticamente me haba retirado del mundo. Paso gran parte del tiempo en el Himalaya y disfruto enormemente de no tener plazos, salvo los de la naturaleza: la oscuridad es la hora de irse a la cama, la primera luz, la hora de levantarse. Donde vivo, en un sitio aislado a dos horas de coche del primer centro habitado, a ms de una hora a pie a travs de una floresta de rododendros gigantes, no hay luz ni telfono y as no tengo distracciones salvo las agradabilsimas de los animales, los pjaros, el viento y las montaas. He perdido la costumbre de leer los peridicos e, incluso cuando vengo a Europa, prescindo de buena gana de ellos: las historias se repiten y me parece haberlas ledo hace aos, cuando estaban mejor escritas. El invierno es para m la estacin ms hermosa en el Himalaya. El cielo es limpidsimo y las montaas parecen muy cercanas. Haba hecho planes para partir, pero como dicen los indios sealando al cielo: Quieres hacer rer a Baghawan (Dios)? Bien, cuntale tus planes. As, pas mi cumpleaos escribiendo, no un artculo con su nmero fijo de lneas, con un arranque atractivo para hacerlo legible, sino una carta como le habra escrito de

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    corrido a un amigo. Me gusta escribir cartas. Siempre he pensado que si hubiera nacido rico y hace trescientos aos, all donde he nacido pobre, en Florencia, slo habra querido viajar por el mundo para escribir cartas. El periodismo de algn modo me ha permitido hacer algo parecido, pero con la limitacin del espacio, la prisa de los plazos, las obligaciones del lenguaje. Ahora al fin puedo escribir sencillamente cartas. La de Orsigna se la mand por correo electrnico a Ferruccio de Bortoli, director del Corriere delta Sera, con un mensaje que deca, poco ms o menos: Mira t. Segn los acuerdos. Durante aos haba tenido un contrato de colaboracin con el Corriere; pero cuando lleg el momento de renovarlo haba decidido no hacer nada, por la misma razn que nunca he querido anticipos sobre los libros an no escritos. No quiero sentirme obligado a nada, no quiero tener complejos de culpa, sentidos del deber. As, con De Bortoli nos conformamos con un personalsimo gentlemen agreement: yo sera libre de: escribir cuando, cuanto y como quisiera, y l libre de publicar o no, cambiando a lo sumo las comas. As fue. La carta sali el 16 de setiembre. El ttulo no era el que haba sugerido, Una buena ocasin, pero no poda, como nunca he tenido que hacer despus, lamentarme. Comenzaba en la portada y la continuacin ocupaba una pgina entera. El meollo de todo lo que quera decir estaba all: las razones de los terroristas, el drama del mundo musulmn en su confrontacin con la modernidad, el papel del islam como ideologa antiglobalizacin, la necesidad por parte de Occidente evitar una guerra de religiones, y una posible va de escape: la no violencia. La piedra estaba tirada. Acab de preparar ropas y papeles y me fui a Florencia, listo para partir. No estaba seguro de ir al Himalaya. Volver a mi esplndido retiro me pareca un lujo que no poda permitirme. Bush acababa de decir: We shall smoke Osama Bin Laden out of his cave. Yo deba aceptar que Osama me haba sacado de mi madriguera. Estaba tentado de regresar al mundo, de bajar a la llanura, como dicen en el Himalaya cuando van a hacer las compras. En julio haba salido la edicin estadounidense de Un indovino mi disse [Un adivino me dijo) y el editor me haba invitado a hacer esa horrible cosa que los estadounidenses llaman flogging, fustigar el libro, empujarlo, lo cual traducido en palabras sencillas significa convertirse en un paquete postal en manos de unos habilsimos y eficientsimos relaciones pblicas que te secuestran y te llevan por ah de la maana a la noche en automvil, en avin, en helicptero, de costa a costa, de una ciudad a otra a veces dos en un da-, ponindote primero delante del entrevistador de un peridico que slo ha ledo la cubierta del libro, despus delante de los micrfonos de una emisora de radio para taxistas o de otra para insomnes, luego delante de las cmaras de un importante show de televisin o de aqullas de un ms modesto programa de madrugada para amas de casa donde se habla del destino entre una receta de ensalada de pollo y un nuevo tipo de esqu acutico. Lo hice durante dos semanas. Y Dios mo si mereca la pena! Volv de aquel viaje en estado de shock, con una impresin espantosa. Haba visto un Estados Unidos arrogante, obtuso, totalmente concentrado en s mismo, ufano de su poder, de su riqueza, sin ninguna comprensin o curiosidad por el resto del mundo. Me haba impactado el difuso sentimiento de superioridad, la conviccin de ser nicos y fuertes, de creerse la civilizacin definitiva. Todo ello sin ninguna autoirona. Una noche, despus de un encuentro sobre el libro en el Smithsonian Institute, un viejo periodista al que conozco desde hace aos me llev a dar un paseo por varios monumentos en el corazn de Washington: el particularmente conmovedor a los cados

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    en Vietnam, el teatral y sugestivo a los muertos en Corea y al sitio donde se elevar el monumento a los cados en la segunda guerra mundial. La primera reflexin que hice era que me pareca extrao que un pas joven, fundado en la aspiracin de la felicidad, hubiera elegido poner en el centro de su capital todos aquellos monumentos a la muerte. Mi amigo me dijo que nunca haba pensado en ello. Cuando estuvimos delante del mastodntico y blanqusimo Lincoln, sentado en un gran silln blanco en una gigantesca copia totalmente blanca de un templo griego, se me ocurri decir, sabiendo que tambin l haba estado en Pyongyang: Me recuerda a Kim Sung. Se ofendi como si le hubiera tocado a la Virgen. Nosotros amamos a este hombre, dijo. Me abstuve de hacerle notar que un norcoreano habra dicho exactamente lo mismo, pero sta era la impresin que me haba dado Estados Unidos. El paralelo no estaba slo en lo mastodntico de los monumentos; estaba en el hecho de que los estadounidenses me parecan ellos mismos vctimas de algn lavado de cerebro: todos dicen las mismas cosas, todos piensan del mismo modo. La diferencia es que, al contrario de los norcoreanos, ellos creen que lo hacen libremente y no se dan cuenta de que su conformismo es fruto de todo lo que ven, beben, oyen y comen. Estados Unidos me haba dado miedo y haba pensado en regresar all, acaso para hacer un viaje de algunos meses a travs de todo el pas, un viaje como el que hice con mi mujer, ngela, cuando era estudiante en la Columbia University, un viaje que antes hacan los periodistas europeos, ahora, en cambio, en Nueva York, pendientes de los ordenadores, donde ven y leen aquello que Estados Unidos quiere que vean y lean para que nos lo puedan volver a contar. Ya tena en el bolsillo el billete para Delhi cuando mi amigo de siempre me llam: La has ledo?. A quin? A la Fallaci te ha respondido en el Corriere de esta maana. Eran las tres de la tarde del 29 de setiembre y tuve que recorrer media Florencia para procurarme un ejemplar. El peridico se haba vendido como rosquillas. Le las cuatro grandes pginas y sent una gran tristeza. Una vez ms me haba equivocado. Otra buena ocasin! El 11 de setiembre haba sido la ocasin de despertar y azuzar al perro que hay en cada uno de nosotros. El punto central de la respuesta de Oriana era no slo negar las razones del enemigo, sino negarle su humanidad, el secreto de la inhumanidad de todas las guerras. Me impact. Luego me dio una gran pena. Cada uno tiene derecho a afrontar la vejez y la muerte a su manera; me disgustaba ver que ella hubiera elegido la va del rencor, de la ojeriza, del resentimiento: la va de las pasiones menos nobles y de su violencia. Sinceramente, lo lamentaba por ella porque la violencia estoy cada vez ms convencido de ello brutaliza no slo a sus vctimas, sino tambin a quien la comete. Me puse a escribir. La carta esta vez iba dirigida a ella. Sali en el Corriere el 8 de octubre, el da en que los peridicos estaban dominados por las fotos de Bush y de Osama bin Laden. Estados Unidos haba comenzado a bombardear Afganistn. Consegu encontrar un ejemplar del peridico en el aeropuerto de Florencia. Amaneca, parta hacia Pars, desde all volara a Delhi y luego a Pakistn. Haba decidido bajar a la llanura. Pagaba de mi bolsillo, para poder ser libre, eventualmente, de no escribir. Me senta ligero representndome slo a m mismo y respondiendo jubilado a la pregunta sobre la profesin en las fichas de inmigracin. Estas cartas son las escritas en el curso de ese largo viaje. Las fechas indican cundo y dnde fueron escritas. Slo la mitad de lo que sigue sali en el Corriere, pero me interesa mucho precisar que cada palabra de cada carta que mand a De Bortoli fue publicada con gran correccin. Le estoy agradecido por ello, y estoy seguro de que tambin lo estn muchos lectores. Aunque a veces, en especial despus de que un misil

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    estadounidense golpeara en Kabulla sede de la televisin independiente Al Yazira, tem que alguno, con similares intenciones, pudiera haber cado tambin sobre Via Solferino, en Miln. Obviamente De Bortoli y yo no tenemos las mismas ideas. l, por ejemplo, concluy el editorial del 12 de setiembre con una frase famosa, que luego muchos le han quitado de la boca: Todos somos estadounidenses. Bien, yo no. En el fondo me siento florentino, un poco italiano y cada vez ms europeo. Pero estadounidense no, aunque debo mucho a Estados Unidos, incluida la vida de mi hijo y la de mi nieto -los dos han nacido all- y en parte tambin la ma. Pero sta es otra historia. En el fondo me resulta difcil definirme. He llegado a mi edad sin haber querido pertenecer nunca a nada, ni a una iglesia, ni a una religin, no he tenido el carnet de ningn partido, nunca me he inscrito en ninguna asociacin, ni en la de los cazadores ni en aquella para la proteccin de los animales. Naturalmente no porque no est de parte de los pjaros y contra esos hombretones con fusil que disparan escondidos desde una cabaa, sino porque cualquier organizacin me queda estrecha. Necesito sentirme libre. Y esta libertad es fatigosa porque cada vez, delante de una situacin, cuando es preciso decidir. qu pensar, qu hacer, slo se puede recurrir a la propia cabeza, al propio corazn y no a la fcil tctica, lista para usar, de un partido o a las palabras de un texto sagrado. Por instinto estoy siempre alejado del poder y nunca he cortejado a quien lo tena; los poderosos siempre me han dejado fro. Si alguna vez he entrado en algn centro de mando, llevaba una libreta para tomar apuntes Y estaba siempre dispuesto a descubrir algn fallo. No lo digo para jactarme, sino para tranquilizar a quien, al leer las pginas que siguen, pueda pensar que formo parte de alguna pandilla, de algn complot, que tengo un proyecto o que pongo en prctica el plan de fulano o de mengano. Con estas cartas no trato de convencer a nadie. Slo quiero hacer or una voz, decir otra parte de la verdad, abrir un debate para que todos tomemos conciencia, para que no se siga pretendiendo que no ha sucedido nada, fingiendo que no se sabe que ahora, en este momento, en Afganistn miles de personas viven en el terror de ser bombardeadas por los B-52, que en este momento algn prisionero, llevado encapuchado y encadenado a veinte horas de avin de su pas, es interrogado en el ltimo trozo de tierra colonial de Estados Unidos, en Guantnamo, en la isla de Cuba, mientras los estrategas de nuestra coalicin contra el terrorismo estn preparando otros ataques en quin sabe qu otros pases del mundo. Entonces yo digo: detengmonos, reflexionemos, tomemos conciencia. Hagamos algo y, como dice Jovanotti en su potica cancin contra la violencia, llegada hasta aqu arriba, en las montaas: Salvmonos. Nadie ms puede hacerlo por nosotros. En el Himalaya indio, enero de 2002

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    CARTA DESDE ORSIGNA

    UNA BUENA OCASIN

    Orsigna, 14 de setiembre de 2001 El mundo ya no es el que conocamos, nuestras vidas han cambiado definitivamente. Quizs esta sea la ocasin Rara pensar de manera distinta de como hemos hecho hasta ahora, la ocasin para reinventarnos el futuro y no desandar el camino que nos ha llevado al hoy y que maana podra llevarnos a la nada. Nunca como ahora la supervivencia de la humanidad ha estado en juego. En una guerra y nosotros estamos entrando en ella no hay nada ms peligroso que subestimar al adversario, ignorar su lgica y, para negarle toda posible razn, definirlo como un desatinado. Pues bien, la yihad islmica, esa red clandestina e internacional encabezada por el jeque Osama bin Laden y que, con toda probabilidad, ha estado detrs del alucinante ataque-desafo a Estados Unidos, es todo lo contrario de un fenmeno de desatino y, si queremos encontrar una va de escape del tnel de desconsuelo en el que nos sentimos arrojados, debemos entender con quin tenemos que vrnoslas y por qu. Ningn periodista occidental ha conseguido pasar mucho tiempo con Bin Laden y observarlo de cerca, pero algunos han podido aproximarse y escuchar a su gente. En 1995 pude pasar dos medios das en uno de los campos de adiestramiento financiados por l en la frontera entre Pakistn y Afganistn. Sal de all afligido y asustado. Durante todo el tiempo que pas entre los muls, duros y sonrientes, y tantos jvenes de miradas fras y despreciativas, me sent un apestado, el portador de alguna dolencia de la que nunca me cre afectado. A sus ojos mi enfermedad era sencillamente el hecho de ser occidental, representante de una civilizacin decadente, materialista, explotadora e insensible a los valores universales del islam. Haba experimentado en mi propia piel la confirmacin de que, con la cada del muro de Berln y el fin del comunismo, la nica ideologa an decidida a oponerse al nuevo orden que, con Estados Unidos a la cabeza, prometa paz y prosperidad al mundo globalizado era aquella versin fundamentalista y militante del islam. Lo haba intuido por primera vez viajando a las repblicas musulmanas del Asia central ex sovitica;3 10 haba odo con la misma precisin en mis encuentros con los guerrilleros antiindios en Cachemira y entrevistando a uno de sus jefes espirituales que me salud dndome de regalo mi primer ejemplar del Corn: para que aprendiera algo. Viendo una y otra vez, consternado como todos, las imgenes de los aviones que se estrellaban provocando una carnicera en el centro de Nueva York, como tambin, en los das previos, leyendo las noticias de los hombres-bomba palestinos que se hacan saltar por los aires cosechando vctimas por las calles de Israel, me volvan a la mente aquellos jvenes de distintas nacionalidades, pero de una nica y firme fe, que haba visto en aquel campo de adiestramiento: era gente de otro planeta, de otro tiempo, gente que cree, como nosotros sabamos hacer en el pasado, pero ya no sabemos, gente que considera santo el sacrificio de la propia vida por una causa justa. Esos jvenes eran de una pasta que a nosotros nos cuesta imaginar: adoctrinados, habituados a una vida muy espartana, marcada por una estricta rutina de ejercicios, estudio y plegarias, una vida de disciplina, sin mujeres antes de la boda, sin alcohol ni drogas.

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    Para Bin Laden y su gente las armas no son un oficio, sino una misin que tiene races en la fe adquirida en el embotamiento de las escuelas cornicas, pero sobre todo en el profundo sentimiento de derrota y de impotencia, en la humillacin de una civilizacin -la musulmana- antes grande y temida, que ahora se ve cada vez ms marginada y ofendida por el excesivo poder y la arrogancia de Occidente. Es un problema que varias civilizaciones han debido afrontar en el curso de los dos ltimos siglos. Esa humillacin la experimentaron los chinos ante las barbas rojas de los britnicos que les impusieron el comercio del opio, la experimentaron los japoneses (,lnte las naves negras del almirante estadounidense Perry que quera abrir Japn al comercio. La primera reaccin fue de extravo. Cmo poda su civilizacin, muy superior a la de los extranjeros-invasores, ser acorralada y vuelta tan impotente? Los chinos buscaron una solucin, ante todo, en un regreso a la tradicin (la revuelta de los boxers); y, fracasada aqulla, tomando la va de la modernizacin, primero al estilo sovitico y ahora al estilo occidental. Los japoneses, a fines del siglo XIX, dieron este salto de una sola vez, ponindose a imitar obsesivamente todo lo que era occidental, copiando los uniformes de los ejrcitos europeos, la arquitectura de nuestras estaciones y aprendiendo a bailar el vals. El problema de cmo sobrevivir a la confrontacin con Occidente, manteniendo la propia identidad, se ha planteado obviamente en el curso del siglo pasado tambin entre los musulmanes, y tambin para ellos las respuestas han oscilado entre el refugio en lo tradicional, como en el caso de Yemen o de los wahhabes en Arabia Saud, y varias formas de occidentalizacin: la ms osada y radical ha sido la llevada a cabo en Turqua por Kemal Atatrk, quien en los aos veinte, reescribiendo la constitucin, quitando el velo a las mujeres, sustituyendo la ley islmica por una copia del cdigo civil suizo y una del penal italiano, puso a su pas en el camino que hoy est llevando al pas a convertirse, aunque con algn sobresalto, en parte de la Unin Europea. Para los fundamentalistas esta occidentalizacin del mundo islmico es un anatema y, nunca como ahora, este proceso amenaza su identidad. Segn ellos, con el fin de la Guerra Fra Occidente ha descubierto sus cartas y, cada vez ms claro, aparece el proyecto para ellos diablico de incorporar a toda la humanidad en un sistema global que, gracias a la tecnologa, da a Occidente el acceso y el control de todos los recursos mundiales, incluidos aquellos que el Creador -no por casualidad, segn los fundamentalistas- ha puesto en las tierras donde ha nacido y se ha extendido el islam: desde el petrleo de Oriente Medio a la madera de los bosques indonesios. Slo en los ltimos diez aos este fenmeno de la globalizacin, o mejor de la americanizacin, se ha revelado en toda su amplitud. y es exactamente en 1991 cuando Bin Laden, hasta entonces un protg de los estadounidenses (su primer trabajo en Afganistn fue construir para la CIA los grandes bnkers subterrneos para el almacenamiento de las armas destinadas a los mujaidines), se volvi contra Washington. El estacionamiento de tropas estadounidenses en su pas, Arabia Saud, durante y despus de la guerra del Golfo, le pareci una insoportable afrenta y una violacin de la santidad de los lugares sagrados del islam. La posicin de Osama bin Laden qued clara en 1996 cuando lanz su primera declaracin de guerra contra Estados Unidos: Los muros de opresin y humillacin no pueden ser abatidos ms que con granizadas de balas. Nadie lo tom demasiado en serio. Aun ms explcito fue el manifiesto de su organizacin, Al Qaeda, hecho pblico en 1998 despus de una reunin de los distintos grupos asociados a Bin Laden: Desde hace siete aos Estados Unidos ocupa las tierras del islam en la pennsula arbiga, saqueando nuestras riquezas, imponiendo su voluntad a nuestros gobernantes, aterrorizando a nuestros vecinos y usando sus bases militares en la pennsula para combatir a los pueblos musulmanes. El

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    llamamiento dirigido a todos los musulmanes fue el de enfrentarse, combatir y matar a los estadounidenses. El objetivo declarado de Bin Laden es la liberacin de Oriente Medio; el soado en nombre del heroico pasado es, quiz, mucho ms vasto. Los primeros ataques de la yihad son asestados ,contra embajadas estadounidenses en frica y provocan decenas y decenas de muertos. Washington responde bombardeando las bases de Bin Laden en Afganistn y un laboratorio mdico en Sudn, provocando centenares, otros dicen miles, de vctimas civiles (el nmero exacto nunca fue verificado porque Estados Unidos bloque una investigacin de la ONU. sobre el incidente). La contrarrplica de Bin Laden se produjo ahora en Nueva York y Washington. Al no poder llegar a los pilotos de los B-52 que sueltan sus bombas desde alturas inalcanzables, ni a los marineros que lanzan sus misiles desde las naves en alta mar, la solucin es el terrorismo: atacar a masas de civiles indefensos. Las acciones de ,estos hombres son atroces, pero no son gratuitas: son actos de guerra, una guerra que desde hace tiempo no es caballeresca, una guerra en la que el bombardeo de poblaciones inermes ha sido un fenmeno comn a todos los beligerantes del ltimo conflicto mundial, desde el de las V2 alemanas sobre Londres al bombardeo atmico de Hiroshima y Nagasaki con su balance de ms de doscientos mil muertos; todos civiles. Desde hace tiempo se combaten con nuevos medios y nuevos mtodos guerras no declaradas, lejos de los ojos del mundo que hoy se ilusiona de que lo ve y lo comprende todo slo porque asiste en directo al derrumbe de las Torres Gemelas. Desde 1983 Estados Unidos ha bombardeado en Oriente Medio pases como Lbano, Libia, Irn e Irak. Desde 1991 el embargo impuesto por Estados Unidos al Irak de Saddam Hussein despus de la guerra del Golfo ha ocasionado, segn estimaciones estadounidenses, cerca de medio milln de muertos, muchos de ellos nios, a causa de la desnutricin. Cincuenta mil muertos anuales son un goteo que, desde luego, genera en Irak y en quien se identifica con Irak una rabia similar a aquella que la hecatombe de Nueva York ha generado en Estados Unidos y, en consecuencia, tambin en Europa. Es importante entender que entre estas dos rabias existe un vnculo. Esto no significa confundir a las vctimas con los verdugos, slo significa darse cuenta de que, si queremos entender el mundo en el que estamos, debemos verlo en su conjunto y no slo desde nuestro punto de vista. No se puede entender lo que nos est sucediendo oyendo nicamente las declaraciones de los polticos, obligados a repetir frmulas retricas, condicionados a reaccionar a la vieja manera en una situacin completamente nueva e incapaces de recurrir a la fantasa para sugerir por ejemplo que, en vez de hacer la guerra, ste es el momento de hacer finalmente la paz, empezando por la paz entre israeles y palestinos. Sin embargo, habr guerra. A estas horas una extraa coalicin se est poniendo en movimiento a travs de los automatismos de tratados como la Alianza Atlntica, nacidos para un fin y ahora usados para otro, y a travs de la adhesin de pases como China, Rusia y quiz tambin India, cada uno empujado por sus propios intereses, estrictamente nacionalistas. Para China la guerra mundial contra el terrorismo es una buena ocasin para tratar de resolver sus viejos problemas con las poblaciones islmicas en sus territorios fronterizos.- Para la Rusia de Putin es una ocasin para resolver ante todo el problema de Chechenia y silenciar todas las acusaciones por las espantosas violaciones de los derechos humanos cometidas por las tropas de Mosc. Lo mismo ocurre con India y su aejo conflicto por el control de Cachemira. El problema es que ser extremadamente difcil hacer aparecer esta guerra slo como

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    una campaa contra el terrorismo y no como una guerra contra el islam. Extraamente la coalicin que hoy se est formando se parece mucho a la que hace siglos el islam se encontr combatiendo en dos frentes: a Occidente los cruzados, a Oriente las tribus nmadas del Asia central y los mongoles. En aquella ocasin los musulmanes resistieron y acabaron convirtiendo al islam a buena parte de sus adversarios. sta es una apuesta que Bin Laden y los suyos pueden haber hecho ahora. Quiz cuenten con una represalia del mundo occidental para cuajar una masiva resistencia islmica y hacer de aquella que hoyes una minora, aunque decidida, un fenmeno ms extenso. El islam se presta perfectamente, por su sencillez y su innato carcter de militancia, a ser la ideologa de los condenados de la tierra, de esas masas de pobres que hoy abarrotan, desesperadas y discriminadas, el Tercer Mundo occidentalizado. Ms que suprimir a los terroristas y a quienes los han apoyado (quiz nos sorprendera saber cuntos personajes, algunos incluso insospechables, estn implicados) sera ms sabio suprimir las razones que impulsan a tanta gente, sobre todo entre los jvenes, a las filas de la yihad y hacen que el deber de matarse y matar les parezca una misin. Si de verdad creemos en la santidad de la vida debemos aceptar la santidad de todas las vidas. estamos, en cambio, dispuestos a aceptar los centenares, los miles de muertos iincluidos los civiles desarmados que sern vctimas de nuestra represalia? Bastar a nuestras conciencias que esos muertos nos sean presentados, en la jerga de los relaciones pblicas de los militares estadounidenses, como daos colaterales ? El tipo de futuro que nos espera depende de 10 que hagamos, de cmo reaccionemos ante esta horrible provocacin, de cmo veamos nuestra historia de ahora en la escala de la historia de la humanidad. El problema es que mientras creamos que tenemos el monopolio del bien, mientras hablemos de la nuestra como de la civilizacin, ignorando a las dems, no estaremos en el buen camino. El islam es una grande e inquietante religin con una tradicin de atrocidades y de crmenes (como tantas fes, por otra parte), pero es absurdo pensar que cualquier vaquero, incluso armado con todas las pistolas del mundo, puede borrar esta fe de la faz de la tierra. Sera mejor ayudar a los musulmanes mismos a aislar, en vez de hacer ms virulentos, a los sectores fundamentalistas y a redescubrir el aspecto ms espiritual de su fe. El islam est ahora por todas partes. En el mismo Estados Unidos hay tantos musulmanes como judos (seis millones, la mayor parte, no por casualidad, afroamericanos, atrados por el hecho de que el islam ha estado desde el principio por encima del concepto de raza). En el territorio estadounidense hay mil cuatrocientas mezquitas, una incluso en la base naval de Norfolk. Ahora no debemos dejarnos arrastrar por visiones parciales de la realidad, no debemos convertirnos en rehenes de la retrica a la que hoy recurre quien carece de ideas para llenar el silencio de desconcierto. El peligro es que a causa de estas trgicas y horribles desviaciones, nosotros mismos, como seres humanos, acabamos por ser desviados de nuestra misin en la tierra. Los estadounidenses lo han descrito en su constitucin como la bsqueda de la felicidad. Bien: busquemos todos juntos esta felicidad, acaso despus de haberla redefinido en trminos no slo materiales y despus de habernos convencido de que nosotros, los occidentales, no podemos buscar nuestra felicidad a costa de la felicidad de los dems y que, como la libertad, tambin la felicidad es indivisible. La hecatombe de Nueva York nos ha dado la ocasin de reconsiderarlo todo y nos ha puesto frente a nuevas elecciones. La ms inmediata es sumar o restar al fundamentalismo islmico sus razones de ser, de transformar los bailes de los palestinos

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    no en exultaciones macabras de alegra por una tragedia ajena, sino de alivio por su recuperada dignidad. De otro modo cada bomba o misil que caiga sobre las poblaciones del mundo no-nuestro slo acabar por sembrar otros dientes de dragn y dar vida a nuevos jvenes dispuestos a aullar Allah-u-Akbar (Al es grande), pilotando otro avin cargado de inocentes contra un rascacielos o, maana, dejando una bomba bacteriolgica o una atmica de bolsillo en alguno de nuestros supermercados. Slo si conseguimos ver el universo como un todo en el que cada parte refleja la totalidad y en el que la gran belleza est en su diversidad, comenzaremos a entender quines somos y dnde estamos. De otro modo slo seremos como la rana del proverbio chino que, desde el fondo de un charco, mira hacia arriba y cree que aquello que ve es todo el cielo. Hace dos mil quinientos aos un indio, luego llamado iluminado, explicaba una cosa obvia: que el odio slo genera odio y que el odio slo se combate con el amor. Pocos lo han escuchado. Quiz haya llegado el momento.

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    CARTA DESDE FLORENCIA

    EL SULTN y SAN FRANCISCO

    Florencia, 4 de octubre de 2001 ORIANA: Desde la ventana de una casa prxima a aquella en que naciste, miro las puntas austeras y elegantes de los cipreses contra el cielo y pienso en ti mirando, desde tus ventanas en Nueva York, el panorama de los rascacielos del que ahora faltan las Torres Gemelas. Me viene a la memoria una tarde de hace muchos, muchsimos aos, cuando dimos un largo paseo por las callejas de estas colinas nuestras plateadas por los olivos. Yo me asomaba, pequeo, a la profesin en la cual t ya eras grande y propusiste que nos intercambiramos unas cartas desde dos mundos distintos: yo desde la China del inmediato postmaosmo adonde iba a vivir, t desde Estados Unidos. Por mi culpa no lo hicimos. Pero es en nombre de tu generosa oferta de entonces, y desde luego no para implicarte ahora en una correspondencia que los dos queremos evitar, que me permito escribirte. Nunca como ahora, de verdad, aun viviendo en el mismo planeta, he tenido la impresin de estar en un mundo absolutamente distinto del tuyo. Te escribo tambin y pblicamente por esto para no hacer sentir demasiado solos a aquellos lectores que quiz, como yo, nos hemos quedado desconcertados por tus invectivas, casi tanto como por el derrumbe de las dos Torres. All moran miles de personas, y con ellas nuestro sentimiento de seguridad; en tus palabras parece morir lo mejor de la mente humana, la razn; lo mejor del corazn, la compasin. Tu desahogo me ha impactado, herido y hecho pensar en Karl Kraus. Que quien tenga algo que decir d un paso adelante y calle, escribi, desesperado por el hecho de que, ante el indecible horror de la primera guerra mundial, a la gente no se le hubiera paralizado la lengua. Al contrario, se le haba soltado, creando en torno un absurdo y desorientador parloteo. Callar para Kraus significaba volver a tomar aliento, buscar las palabras justas, reflexionar antes de expresarse. l us ese consciente silencio para escribir Gli ultimi giorni dell'umanita [Los ltimos das de la humanidad], una obra que an es de una inquietante actualidad. Pensar lo que piensas y escribirlo es tu derecho. Pero el problema es que, gracias a tu notoriedad, tu brillante leccin de intolerancia llega ahora incluso a las escuelas, influye sobre muchos jvenes; yeso me inquieta. ste es un momento de extraordinaria importancia. El indecible horror apenas ha comenzado, pero an es posible detenerlo haciendo de este momento una gran ocasin para recapacitar. Es un momento tambin de enorme responsabilidad porque algunas inflamadas palabras, pronunciadas por lenguas desatadas, slo sirven para despertar nuestros ms bajos instintos, para azuzar a la bestia del odio que duerme en cada uno de nosotros y para provocar esa ceguera de las pasiones que hace pensable cada fechora y permite, tanto a nosotros como a nuestros enemigos, el suicidio y el asesinato. Conquistar las pasiones me parece mucho ms difcil que conquistar el mundo con la fuerza de las armas. An tengo un difcil camino ante m, escriba en 1925 Gandhi, aquel soador. Y aada: Mientras el hombre no se ponga por su propia voluntad en el ltimo puesto entre las dems criaturas de la tierra, no habr para l ninguna salvacin. Y t, Oriana, ponindote en el primer puesto de esta cruzada contra todos aquellos

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    que no son como t o que te resultan antipticos, crees de verdad que nos ofrec~s la salvacin? La salvacin no est en tu rabia acalorada, ni en la calculada campaa militar llamada, para hacerla ms aceptable, Libertad duradera. t piensas de verdad que la violencia es la mejor manera de derrotar a la violencia? Desde que el mundo es mundo an no ha habido una guerra que pusiera fin a todas las guerras. Tampoco sta lo har. Lo que est sucediendo es nuevo. El mundo est cambiando a nuestro alrededor. Cambiemos entonces nuestro modo de pensar, nuestro modo de estar en el mundo. Es una gran ocasin. No la perdamos: volvamos a ponerlo todo en discusin, imaginmonos un futuro distinto del que nos hacamos la ilusin de tener antes del 11 de setiembre y sobre todo no nos rindamos a la inevitabilidad de nada, an menos a la inevitabilidad de la guerra como instrumento de justicia o sencillamente de venganza. Las guerras son todas terribles. El moderno refinamiento de las tcnicas de destruccin y de muerte las hace cada vez peores. Pensmoslo bien: si estamos dispuestos a combatir la guerra actual con todas las armas a nuestra disposicin, incluidas las atmicas, como propone el secretario de Defensa estadounidense, entonces debemos esperar que tambin nuestros enemigos, los que sean, estn aun ms determinados que antes a hacer lo mismo, a actuar sin reglas, sin respetar ningn principio. Si a la violencia de su ataque a las Torres Gemelas respondemos con una violencia an ms terrible primero en Afganistn, luego en Irak, ms tarde quin sabe dnde, a la nuestra seguir necesariamente una suya aun ms horrible y luego otra nuestra, y as sucesivamente. Por qu no detenerse antes? Hemos perdido la medida de quines somos, el sentimiento de cun frgil e interrelacionado es el mundo en que vivimos, y nos ilusionamos con poder usar una dosis, acaso inteligente, de violencia para poner fin a la terrible violencia ajena. Cambiemos de ilusin y, para comenzar, pidamos a quienes, entre nosotros, disponen de armas nucleares, armas qumicas y armas bacteriolgicas Estados Unidos a la cabeza que se comprometan solemnemente con toda la humanidad a no usarlas nunca en primer lugar, en vez de recordarnos amenazadoramente su disponibilidad. Sera un primer paso en una nueva direccin. Que no slo dara una ventaja moral a quien lo hiciera de por s un arma importante para el futuro, sino que tambin podra desactivar el horror indecible ahora avivado por la reaccin en cadena de la venganza. En estos das he reledo un bellsimo libro, aparecido en Alemania hace dos aos (es una lstima que an no haya sido traducido al italiano), de mi viejo amigo. El libro se titula Die Kunst, nicht regiert zu werden: ethische Politik von Sokrates bis Mozart [El arte de no ser gobernados: la tica poltica de Scrates a Mozart]. El autor es Ekkehart Krippendorff, que ha enseado durante aos en Bolonia antes de regresar a la universidad de Berln. La fascinante tesis de Krippendorff sostiene que la poltica, en su expresin ms noble, nace de la superacin de la venganza y que la cultura occidental tiene sus races ms profundas en algunos mitos, como el de Can y el de las Erinnias, destinados desde siempre a recordar al hombre la necesidad de romper el crculo vicioso de la venganza para dar origen a la civilizacin. Can mata a su hermano, pero Dios impide que los hombres venguen a Abel y, despus de haber marcado a Can una marca que es tambin una proteccin lo condena al exilio donde ste funda la primera ciudad. La venganza no es de los hombres, corresponde a Dios. Segn una leyenda afgana, esa ciudad es Kabul. (N. del A.) Segn Krippendorff, el teatro de Esquilo a Shakespeare ha tenido una funcin determinante en la formacin del pensamiento occidental porque al poner en escena a todos los protagonistas de un conflicto, cada uno con sus puntos de vista, sus

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    consideraciones y sus posibles alternativas de accin, ha servido para hacer reflexionar sobre el sentido de las pasiones y la inutilidad de la violencia, que nunca alcanza su fin. Por desgracia, hoy, en el escenario del mundo, nosotros, los occidentales, somos los nicos protagonistas y los nicos espectadores, y as, a travs de nuestras televisiones y de nuestros peridicos, no escuchamos ms que nuestras razones, no sentimos ms que nuestro dolor. El mundo de los dems nunca es representado. A ti, Oriana, los kamikazes no te interesan. A m, en cambio, mucho. He pasado varios das en Sri Lanka con algunos jvenes de los Tigres Tamiles, abocados al suicidio. Me interesan los jvenes palestinos de Hams que se hacen saltar por los aires en las pizzeras israeles. Tambin t habras tenido un poco de piedad si en Japn, en la isla de Kyushu, hubieras visitado Chiran, el centro donde fueron adiestrados los primeros kamikazes, y hubieras ledo sus palabras, a veces poticas y tristsimas, escritas en secreto antes de marcharse, reacios, a morir por la bandera y por el emperador. Los kamikazes me interesan porque querra entender qu los predispone a ese acto contra natura que es el suicidio y qu podra detenerlos. Los que afortunadamente hemos tenido hijos hoy nos preocupa muchsimo verlos arder en la llamarada de este nuevo y extendido tipo de violencia del que la hecatombe de las Torres Gemelas podra ser slo un episodio. No se trata de justificar, de perdonar, sino de entender. Entender, porque estoy convencido de que el problema del terrorismo no se resolver matando a los terroristas, sino eliminando las razones que los vuelven tales. Nada de la historia humana es fcil de explicar y entre un hecho y otro rara vez existe una correlacin directa y precisa. Cada acontecimiento, incluso de nuestra vida, es el resultado de miles de causas que producen, junto a ese acontecimiento, otros miles de efectos, que a su vez son las causas de otros miles de efectos. El ataque a las Torres Gemelas es uno de estos acontecimientos: el resultado de muchos y complejos hechos precedentes. Desde luego, no es el acto de una guerra de religin de los extremistas musulmanes por la conquista de nuestras almas, una cruzada al revs, como la llamas t, Oriana. Tampoco es un ataque a la libertad y a la democracia accidenta!, como querra la sencillsima frmula usada ahora por los polticos. Un viejo acadmico de la Berkeley University, un hombre desde luego no sospechoso de antiamericanismo o de simpatas izquierdistas, da una interpretacin completamente distinta de esta historia: Los asesinos suicidas del 11 de setiembre no han atacado a Estados Unidos, han atacado a la poltica exterior estadounidense, escribe Chalmers Johnson en el nmero de The Nation aparecido en octubre. Para l, autor de varios libros el ltimo, Blowback [Contragolpe], aparecido el ao pasado, tiene algo de proftico, se tratara justamente de un ensimo contragolpe al hecho de que, a pesar del fin de la Guerra Fra y del desmantelamiento de la Unin Sovitica, Estados Unidos ha mantenido intacta su red imperial de cerca de ochocientas instalaciones militares en el mundo. Con un anlisis que en tiempos de la Guerra Fra habra parecido el producto de la desinformacin de la KGB, Chalmers Johnson enumera todos los embrollos, complots, golpes de estado, persecuciones, asesinatos e intervenciones a favor de regmenes dictatoriales o corruptos en los cuales Estados Unidos se ha implicado en Amrica Latina, en frica, en Asia y en Oriente Medio desde el fin de la segunda guerra mundial hasta hoy. El contragolpe del ataque a las Torres Gemelas y al Pentgono tendra que ver 'con toda una serie de hechos de este tipo: hechos que van del golpe de estado inspirado por la CIA contra Musaddaq en 1953, seguido por la instalacin del Sha en Irn, a la guerra

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    del Golfo, con la consiguiente permanencia de las tropas estadounidenses en la pennsula arbiga, en particular en Arabia Saud, donde estn los lugares sagrados del islam. Segn Johnson sera esta poltica estadounidense la que habra convencido a mucha buena gente eh todo el mundo islmico de que Estados Unidos es un implacable enemigo. As se explicara el virulento antiamericanismo difundido en el mundo musulmn y que tanto sorprende hoya Estados Unidos y a sus aliados. Sea exacto o no el anlisis de Chalmers Johnson, es evidente que en el fondo de todos los problemas actuales de los estadounidenses y nuestros en Oriente Medio est, aparte de la cuestin palestino-israel, la obsesiva preocupacin occidental por mantener en las manos de regmenes amigos, cualesquiera que stos sean, las reservas petrolferas de la regin. Eso es una trampa. Ahora tenemos la ocasin de salir de ella. Por qu no revisamos nuestra dependencia econmica del petrleo? Por qu no estudiamos, de verdad, como habramos podido hacer hace veinte aos, todas las posibles fuentes alternativas de energa? As evitaramos vernos implicados en el Golfo con regmenes no menos represivos y odiosos que los talibanes; evitaramos los cada vez ms desastrosos contragolpes que nos asestarn los opositores a esos regmenes, y en cualquier caso podramos contribuir a mantener un mejor equilibrio ecolgico sobre el planeta. Quiz as salvaramos tambin Alaska que hace precisamente un par de meses fue abierta a los barreneros, casualmente, por el presidente Bush, cuyas races polticas -todos lo saben- estn entre los petroleros. A propsito del petrleo, Oriana, estoy seguro de que t tambin habrs notado cmo, con todo lo que se est escribiendo y diciendo sobre Afganistn en estos das, son poqusimos quienes destacan que el gran inters por este pas est ligado al hecho de que es el paso obligado de cualquier conduccin que quiera llevar los inmensos recursos de metano y petrleo del Asia central (es decir, de aquellas repblicas ex soviticas, ahora todas, repentinamente, aliadas con Estados Unidos) hacia Pakistn, India y desde all a los pases del sudeste asitico. Todo ello sin tener que pasar por Irn. En estos das nadie ha recordado que, an en 1997, dos delegaciones de los horribles talibanes fueron recibidas en Washington (tambin por el Departamento de Estado) para negociar este asunto y que una gran empresa petrolfera estadounidense, la Unocal, con el asesoramiento nada menos que de Henry Kissinger, se comprometi con Turkmenistn a construir ese oleoducto a travs de Afganistn. Es, pues, posible que, detrs de los discursos sobre la necesidad de proteger la libertad y la democracia, el inminente ataque contra Afganistn esconda tambin otras consideraciones menos altisonantes, pero no menos determinantes. Por eso en el mismo Estados Unidos algunos intelectuales comienzan a preocuparse porque la combinacin entre los intereses de la industria petrolfera y los de la industria blica combinacin ahora prominentemente representada en la asociacin en el poder en Washington acabe por determinar en un nico sentido las futuras opciones polticas estadounidenses en el mundo y por limitar en el interior del pas, en razn de la emergencia antiterrorismo, los mrgenes de esas extraordinarias libertades que hacen tan particular a Estados Unidos. El hecho de que un periodista de televisin estadounidense haya sido reprendido desde el plpito de la Casa Blanca por haberse preguntado si el adjetivo cobardes, usado por Bush, era apropiado para los terroristas-suicidas, as como la censura de algunos programas y el alejamiento de algunos peridicos de colaboradores juzgados~ poco ortodoxos, obviamente ha aumentado estas preocupaciones. El hecho de haber dividido el mundo a la manera -me parece- talibana, entre los que estn con nosotros y los que estn contra nosotros, crea obviamente los

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    presupuestos para ese clima de caza de brujas que Estados Unidos ya sufri en los aos cincuenta con el macartismo, cuando muchos intelectuales, funcionarios del estado y acadmicos, injustamente acusados de ser comunistas o simpatizantes de ellos, fueron perseguidos, procesados y en muchsimos casos despedidos de sus trabajos. Tu ataque, Oriana -incluso a escupitajos-, a los charlatanes ya los intelectuales de la duda va en ese sentido. Dudar es una funcin esencial del pensamiento; la duda es el fondo de nuestra cultura. Querer quitar la duda de nuestras mentes es como querer quitar el aire de nuestros pulmones. No pretendo en absoluto tener respuestas claras y precisas a los problemas del mundo (por eso no soy poltico),pero pienso que es til que me dejen dudar de las respuestas ajenas y plantear preguntas honestas. En tiempos de guerra no debe ser un crimen hablar de paz. Por desgracia, tambin aqu entre nosotros, en especial en el mundo oficial de la poltica y del establishment meditico, ha habido una desesperante carrera hacia la ortodoxia. Es como si Estados Unidos nos diera miedo. Por eso se oye decir en televisin a un postcomunista a la pesca de algn cargo en su partido que el soldado Ryan es un importante smbolo de ese Estados Unidos que nos ha salvado dos veces. Pero no estaba tambin l en las marchas contra la guerra estadounidense en Vietnam? Para los polticos me doy cuenta es un momento muy difcil. Los comprendo y comprendo aun ms la angustia de alguien como nuestro presidente del Gobierno que, habiendo cogido la va del poder como un atajo para resolver un pequeo conflicto de intereses terrenales, ahora se encuentra empeado en un conflicto de intereses divinos, una guerra de civilizaciones en nombre de Dios y de Al. No. No envidio a los polticos. Nosotros somos afortunados, Oriana. Tenemos poco que decidir y, al no encontrarnos en medio de los flujos del ro, tenemos el privilegio de poder permanecer en la orilla mirando la corriente. Pero esto tambin nos impone grandes responsabilidades como la, nada fcil, de ir detrs de la verdad y de dedicarnos sobre todo a crear campos de comprensin, en vez de campos de batalla, como ha escrito Edward Said, profesor de origen palestino ahora en la Columbia University, en un ensayo sobre el papel de los intelectuales aparecido una semana antes de los atentados en Estados Unidos. Nuestro oficio consiste tambin en simplificar lo complicado. Pero no se puede exagerar, Oriana, presentando a Arafat como la quintaesencia de la doblez y del terrorismo y sealando a las comunidades de inmigrantes musulmanes residentes entre nosotros como incubadoras de terroristas. Tus argumentaciones ahora sern usadas en las escuelas contra las sensibleras, como las del libro Cuore [Corazn], pero t crees que los italianos del maana, educados en este intolerante simplismo, sern mejores? No convendra, en cambio, que en clase de religin, aprendieran tambin qu es el islam? Que en clase de literatura leyeran tambin a Rumi o al por ti despreciado Ornar Khayyam? No sera mejor que hubiera personas que estudiaran rabe, adems de los tantos que estudian ingls y hasta japons? Sabes que en el ministerio de Exteriores de nuestro pas, asomado al Mediterrneo y al mundo musulmn, slo hay dos funcionarios que hablan rabe? Uno de los cuales est, como ocurre entre nosotros, de cnsul en Adelaida, Australia. Me resuena en la cabeza una frase de Toynbee: Las obras de artistas y literatos tienen una vida ms larga que las gestas de soldados, estadistas y mercaderes. Los poetas y los filsofos van ms lejos que los historiadores. Pero los santos y los profetas valen ms que todos los dems juntos. Dnde estn hoy los santos y los profetas? De verdad, hara falta al menos uno! Se necesitara un san Francisco. Tambin los suyos eran tiempos de cruzadas, pero se interesaba por los dems, por aquellos contra los cuales combatan los cruzados. Hizo de todo con tal de encontrarse con ellos. Lo intent una primera vez, pero la nave en que

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    viajaba naufrag y l se salv a duras penas. Lo intent6 una segunda vez, pero enferm antes de llegar y volvi atrs. Finalmente, en el curso de la quinta cruzada, durante el asedio de Damietta, en Egipto, amargado por el comportamiento de los cruzados (

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    contra Osama bin Laden? Nosotros tenemos todas las pruebas en contra de Warren Anderson, presidente de la Union Carbide. Esperamos que lo extraditis, escribe en estos das desde India a los estadounidenses, obviamente a modo de provocacin, Arundhati Roy, la escritora de El dios de las pequeas cosas; alguien como t, Oriana, famosa y cuestionada, amada y odiada. Como t, siempre dispuesta a comenzar una pelea, Roy ha aprovechado la discusin mundial sobre Osama bin Laden para pedir que sea llevado ante un tribunal indio el presidente estadounidense de la Union Carbide, responsable de la explosin que en 1984, en la fbrica qumica de Bhopal, en India, provoc diecisis mil muertos. Tambin l es un terrorista? Desde el punto de vista de esos muertos quiz s. El terrorista que ahora nos sealan como el enemigo a batir es el multimillonario saud que, desde una madriguera en las montaas de Afganistn, ordena el ataque a las Torres Gemelas; es el ingeniero-piloto, islmico fantico, que en nombre de Al se mata a s mismo y a millares de inocentes; es el muchacho palestino que con un bolso embutido de dinamita se hace explotar en medio de la multitud. Pero debemos aceptar que para los dems el terrorista pueda ser el hombre de negocios que llega a un pas pobre del Tercer Mundo, no con una bomba en el bolso, sino con los planos para la construccin de una fbrica qumica que, a causa de los riesgos de explosin y contaminacin, nunca se habra construido en un pas rico del Primer Mundo. Y la central nuclear que hace enfermar de cncer a la gente que vive en sus alrededores? Y la presa que desplaza a decenas de miles de familias? O sencillamente la construccin de tantas pequeas industrias que cementifican arrozales seculares, transformando a miles de campesinos en obreros para producir zapatillas de deporte o transistores, hasta el da en que es ms rentable llevar esos trabajos a otra parte y las fbricas cierran, los obreros se quedan sin trabajo y al no haber campos para hacer crecer el arroz la gente se muere de hambre? Esto no es relativismo. Slo quiero decir que el terrorismo, como modo de usar la violencia, puede expresarse de diferentes formas, a veces incluso econmicas, y que ser difcil llegar a una definicin comn del enemigo al que aniquilar. Los gobiernos occidentales hoy estn unidos al lado de Estados Unidos; pretenden saber exactamente quines son los terroristas y cmo deben ser combatidos. Mucho menos convencidos parecen, en cambio, los ciudadanos de los distintos pases. Por el momento no ha habido en Europa manifestaciones masivas por la paz; pero el sentimiento de malestar est difundido, as como est difundida la confusin sobre lo que es deseable en vez de la guerra. Dadnos algo mejor que el capitalismo, deca el cartel de un manifestante en Alemania. An no ha NACIDO un mundo justo,s estaba escrito en la pancarta de algunos jvenes que marchaban hace unos das en Bolonia. S. Un mundo ms justo es quiz el que todos nosotros, ahora ms que nunca, podramos pretender. Un mundo en d que quien tiene mucho se preocupe por quien no tiene nada; un mundo regido por principios de legalidad e inspirado en un poco ms de moralidad. La vastsima y heterognea alianza que Washington est poniendo en pie, invirtiendo viejas alineaciones y acercndose a pases y personajes que haban sido puestos en la picota, slo porque ahora vuelve a convenir, es slo el ensimo ejemplo de ese cinismo poltico que hoy alimenta al terrorismo en ciertas reas del mundo y desalienta a mucha buena gente en nuestros pases. Estados Unidos, para tener la mayor cobertura posible y dar una apariencia de legalidad internacional a la guerra contra el terrorismo, ha implicado a las Naciones Unidas. Sin embargo, Estados Unidos sigue siendo el pas ms reticente a pagar sus cuotas al Palacio de Cristal, es el pas que an no ha ratificado ni el tratado de constitucin del Tribunal Internacional de Justicia ni el tratado de prohibicin de las

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    minas antipersonales, y an menos el protocolo de Kioto sobre los cambios climticos. El inters nacional estadounidense tiene las de ganar sobre cualquier principio. Por eso ahora Washington redescubre la utilidad de Pakistn, primero mantenido a distancia por su rgimen militar y castigado con sanciones econmicas a causa de sus experimentos nucleares; por eso la CIA ser pronto autorizada de nuevo a contratar a mafiosos y gangsters a los que confiar el trabajo sucio de liquidar, aqu 5. Un mondo giusto non e mai NATO, juego de palabras con las siglas inglesas de la North Atlantic Treaty Organization: NATO, Organizacin del Tratado del Atlntico Norte: OTAN. (N. del T.) y all en el mundo, a las personas que la propia CrA ponga en su lista negra. Sin embargo, algn da la poltica deber reunirse con la tica si queremos vivir en un mundo mejor: mejor en Asia yen frica, en Tombuct y en Florencia. A propsito, Oriana. Tambin a m cada vez que, como ahora, paso por ella, esta ciudad me hace dao y me entristece. Todo ha cambiado, todo se ha vulgarizado. Pero la culpa no es del islam o de los inmigrantes que se han instalado aqu. No son ellos los que han hecho de Florencia una ciudad de tenderos, prostituida por el turismo! Ha sucedido en todas partes. Florencia era hermosa cuando era ms pequea y ms pobre. Ahora es un oprobio, pero no porque los musulmanes se citen en la plaza del Duomo, porque los filipinos se renan los jueves en la plaza Santa Maria Novella y los albaneses, cada da, en torno a la estacin. Es as porque tambin Florencia se ha globalizado, porque no ha resistido el asalto de esa fuerza que, hasta ayer, pareca irresistible: la fuerza del mercado. En el curso de dos aos, de una hermosa calle del centro, Via Tornabuoni, a la que desde muchacho me gustaba ir de paseo, han desaparecido una librera histrica, un viejo bar, una tradicionalsima farmacia y una casa de msica. Para dejar sitio a qu? A muchos comercios de moda. Creme, tampoco yo me hallo a gusto aqu. Por eso estoy, tambin yo, retirado, en un refugio en el Himalaya indio delante de las montaas ms divinas del mundo. Paso horas, solo, mirndolas, all majestuosas e inmviles, smbolo de la mayor estabilidad y, sin embargo, tambin ellas, con el transcurso de las horas, continuamente distintas y cambiantes, como todo en el universo. La naturaleza es una gran maestra, Oriana, y cada tanto es preciso volver a ella para aprender. Vuelve tambin t. Encerrada en la lata de un apartamento dentro de la lata de un rascacielos, con otros rascacielos llenos de gente enlatada delante, acabars sintindote sola de veras; sentirs tu existencia como un accidente y no como parte de un todo muchsimo ms grande que todas las torres que tienes delante y de aquellas que ya no estn. Mira una brizna de hierba al viento y sintete como ella. Se te pasar tambin la rabia. Te saludo, Oriana, y te deseo de todo corazn que encuentres la paz. Porque si ella no est dentro de nosotros no estar nunca en ninguna parte.

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    CARTA DESDE PESHAWAR

    EN EL BAZAR DE LOS NARRADORES DE HISTORIAS

    Peshawar, 27 de octubre de 2001 He venido a esta ciudad fronteriza para estar ms cerca de la guerra, para tratar de verla con mis propios ojos, de resignarme a ella; pero, como si hubiera saltado dentro de la sopa para saber si est salada o no, ahora tengo la impresin de que me ahogo. Siento que me hundo en el mar de la locura humana que, con esta guerra, parece no tener lmites. Pasan los das, pero no me quito la angustia de encima: la angustia de prever qu suceder y de no poderlo evitar; la angustia de ser un representante de la ms moderna, rica y sofisticada civilizacin del mundo ahora empeada en bombardear el pas ms primitivo y pobre de la tierra; la angustia de pertenecer a la raza ms gorda y saciada ahora empeada en sumar nuevo dolor y miseria al ya sobrecargado fardo de desesperacin de la gente ms esculida y hambrienta del planeta. Hay algo de inmoral, de sacrlego, pero tambin de estpido me parece en todo esto. A tres semanas del inicio de los bombardeos angloestadounidenses de Afganistn la situacin mundial es mucho ms tensa y explosiva que antes. Las relaciones entre israeles y palestinos estn en llamas, aqullas entre Pakistn e India estn en el punto de ruptura; todo el mundo islmico se agita y cada rgimen moderado de ese mundo, de Egipto a Uzbekistn, pasando por Pakistn, sufre la creciente presin de los grupos fundamentalistas. A pesar de todos los misiles, las bombas y las operaciones secretsimas de los comandos, que el Pentgono nos ha mostrado en trocitos, como para hacernos creer que la guerra es slo un vdeojuego, los talibanes an estn firmemente asentados en el poder, la simpata hacia ellos aumenta en el interior de Afganistn, mientras disminuye en cada rincn del mundo el sentimiento de nuestra seguridad. Eres musulmn? me pregunta un joven cuando me detengo en el bazar para comer una hogaza de pan sin levadura. ' No. Y entonces qu haces aqu? Pronto os mataremos a todos. En torno todos ren. Tambin yo sonro. Lo llaman Kissa Qani, el bazar de los narradores de historias. Hace slo veinte aos era una de las ltimas y romnticas encrucijadas de Asia, llena de las, ms diversas mercancas y gentes. Ahora es una especie de cmara de gas con el aire irrespirable por las emanaciones y las multitudes cada vez ms andrajosas a causa de los numerossimos refugiados y mendigos. Entre las viejas historias que se contaban estaba la de Avitabile, un soldado de ventura napolitano llegado aqu a mediados del siglo XIX con un amigo de Mdena y con. vertido en gobernador de esta ciudad. Para mantenerla en un puo, todas las maanas, a la hora del desayuno, haca colgar a un par de ladrones del minarete ms alto de la mezquita y desde entonces a los nios de Peshawar se les dice: Si no eres bueno, te entregar a Avitabile. Hoy las historias que se cuentan en el bazar son todas sobre la guerra estadounidense. Algunas, como aquella segn la cual el ataque a Nueva York y Washington fue obra de los servicios secretos de Tel Aviv por eso ningn israel habra ido a trabajar a las torres Gemelas el 11 de setiembre , y aquella segn la cual el ntrax por correo es una

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    operacin de la CIA para preparar psicolgicamente a los estadounidenses para bombardear a Saddam Hussein, son ya viejas, pero siguen circulando y sobre todo siguen siendo credas. La ltima es que los estadounidenses se habran dado cuenta de que con las bombas no conseguirn doblegar a Afganistn y ahora han decidido lanzar sacos llenos de dlares sobre la gente. Cada misil cuesta dos millones de dlares. Ya han tirado ms de cien. Piensa: si nos hubieran dado todo ese dinero, los talibanes ya no estaran en el poder, dice un viejo refugiado afgano, ex comandante de un grupo de mujaidines antisoviticos, que ha venido sentarse a mi lado. La idea de que los estadounidenses estn llenos de dinero y dispuestos a ser generosos con quienes sean proclives a ponerse de su parte est muy difundida. Das atrs algunos centenares de jefes religiosos y tribales de la comunidad afgana en el exilio se reunieron en un gran anfiteatro en el centro de Peshawar para discutir sobre el futuro de Afganistn despus de los talibanes. Durante horas y ms horas unos guapos y barbudsimos seores -excelentes para los primeros planos de las televisiones occidentales- se sucedieron en el micrfono para hablar de paz y unidad, pero en sus discursos no haba ninguna pasin, no haba ninguna conviccin. Estn aqu slo para registrar su nombre y tratar de recoger fondos estadounidenses, deca un viejo amigo, un intelectual paquistan, de origen pastn como esa gente. Cada uno mira al otro preguntndose: " Y t, cunto has recibido ya?". Los estadounidenses se olvidan de un viejo proverbio nuestro: un afgano se alquila, pero no se compra. Para los estadounidenses la reunin de Peshawar era el primer paso importante hacia aquella que, sobre el papel, les pareca la solucin poltica ideal del problema afgano: hacer regresar al rey Zahir Sha, instalar en Kabul un gobierno en el que todos estuvieran representados -quiz tambin algunos jefes talibanes moderados- y mandar al ejrcito del nuevo rgimen a la caza de los hombres de Al Qaeda, ahorrando as el trabajo y los riesgos a los soldados de la coalicin. Pero las soluciones sobre el papel no .,siempre funcionan sobre el terreno, en especial cuando ese terreno es Afganistn. La idea de que el viejo rey, en el exilio en Roma desde hace treinta aos, an pueda jugar un papel en el futuro del pas es una ilusin de quien cree que se puede rehacer el mundo de manera terica, es una pretensin de esos diplomticos que no salen de sus habitaciones con aire acondicionado. Basta caminar entre la gente para darse cuenta de que el viejo soberano no disfruta de ese prestigio que las cancilleras occidentales -en especial la italiana- le atribuyen y que el hecho de no haberse dejado nunca ver, el hecho de no haber visitado nunca un campo de refugiados, es tomado como una muestra de indiferencia hacia el sufrimiento de su pueblo. Habra bastado con que en tiempos de la invasin sovitica se hubiera dejado fotografiar con un fusil en la mano y hubiera disparado un tiro al aire. Hoy lo respetaran, dice mi amigo, ... y adems, nunca 'ha ido en peregrinacin a La Meca, lo cual, en los tiempos que corren, le habra dado un poco de relieve incluso desde el punto de vista religioso. Aparte del rey, el otro hombre con el que contaban los estadounidenses para su juego era Abdul Haq, uno de los ms prestigiosos comandantes de la resistencia antisovitica, que se mantuvo apartado de la guerra civil que vino a continuacin. No est aqu. Se ha ido a Afganistn, se deca durante la conferencia de Peshawar, aludiendo a una misin decisiva para el futuro. La idea obvia era que Abdul Haq, con su prestigio y su gran ascendiente sobre muchos viejos mujaidines aliados con los talibanes, habra distanciado del rgimen del mul Ornar a algunos comandantes regionales y habra podido marchar sobre Kabul a la cabeza de grupos de pastunes cuando la capital hubiera sido tomada por la Alianza del Norte, a la que los pastunes y los paquistanes no quieren en absoluto ver en el poder. La misin de Abdul Haq no dur demasiado. Los talibanes lo siguieron en cuanto

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    entr en Afganistn, despus de algunos das lo capturaron y en el curso de pocas horas lo ajusticiaron por traicin junto a dos de sus partidarios. Los estadounidenses con todo su equipamiento electrnico y sus superhelicpteros no consiguieron salvarlo. El presupuesto de esta maniobra estadounidense para una solucin poltica era, de todos modos, que el rgimen de los talibanes se desmoronase, que bajo la presin de las bombas comenzaran las defecciones y en el pas se creara un vaco de poder. Pero todo esto no ha sucedido. Al contrario. Todo indica que los talibanes an estn' en el poder. Capturan a periodistas occidentales que se aventuran ms all de la frontera y hacen saber, para desalentar otros intentos, que no tienen sitio ni comida para detener a otros. Las distintas investigaciones estn en curso. Todos sern juzgados segn la sharia, ti ley cornica, dicen como hara cualquier estado soberano. Los talibanes promulgan decretos, emiten comunicados para desmentir noticias falsas y siguen desafiando el excesivo poder estadounidense sin ceder terreno y prometiendo la muerte a los afganos que se alineen con el enemigo. No slo esto. El hecho de que los talibanes sean atacados por unos extranjeros hace que incluso quien tena poca o ninguna simpata por su rgimen ahora se ponga de su parte. Cuando un meln ve a otro meln, toma su color, dicen los pastunes. Frente a los extranjeros, vistos otra vez como invasores, los afganos adoptan siempre el mismo color. Para los estadounidenses, sometidos a la enorme presin internacional ocasionada por la estupidez de sus bombas inteligentes, que siguen cayendo sobre gente inerme y sobre los almacenes de la Cruz Roja, la guerra area se ha revelado, en las primeras tres semanas, un completo fracaso; la guerra poltica, un bochorno. Haban comenzando la campaa afgana diciendo que queran a Osama bin Lade, vivo o muerto, y pronto se han conformado con querer capturar o matar al mul Ornar, jefe de los talibanes, esperando que esto hara vacilar el rgimen, pero hasta ahora lo nico que han conseguido, adems de centenares de vctimas civiles, es aterrorizar a la poblacin de las ciudades reducidas a escombros. Las Naciones Unidas calculan que las bombas han hecho huir de Kandahar, Kabul y Jalalabad al 75% de los habitantes. Esto quiere decir que al menos un milln y medio de personas ~hora estn sin techo, vagan por las montaas del pas y se suman a los seis millones que, siempre segn las Naciones Unidas, ya estaban en riesgo por falta de comida y proteccin antes del 11 de setiembre. Esos son los inocentes de los que debemos ocuparnos, dice un funcionario internacional. Esos que no tienen nada que ver con el terrorismo, esos que no leen los peridicos, que no miran la CNN. Muchos de ellos ni siquiera saben qu ha sucedido en las Torres Gemelas. Lo que todos saben, en cambio, es que las bombas, las bombas que da y noche destruyen, matan y sacuden la tierra como en un constante terremoto, las bombas soltadas por los aviones plateados que hacen piruetas en el cielo de lapislzuli de Afganistn, son bombas inglesas y estadounidenses, y esto hace cuajar el odio de los pastunes, de los afganos y, ms en general, de los musulmanes contra los extranjeros. Cada da la hostilidad es ms obvia en la cara de la gente. Haba ido al bazar porque quera ver cuntos participaran en la manifestacin protalibanes que se convoca habitualmente en la vieja Peshawar despus de la plegaria del medioda, pero mi amigo pastn me haba advertido que el nmero de manifestantes no quiere decir nada. Los duros no marchan, se enrolan. Ve a las aldeas, me haba dicho. Lo hice, y durante un da y una noche, en compaa de dos estudiantes universitarios que en aquella regin parecan conocer a todos y a todo, ech un vistazo sobre un

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    mundo cuya distancia del nuestro no es mesurable en kilmetros, sino en siglos; un mundo que debemos entender a fondo si queremos evitar la catstrofe que tenemos delante. La regin en la que estuve est a dos horas de coche de Peshawar, a mitad de camino de la frontera afganopaquistan. Para las poblaciones de aqu, la frontera incluso la establecida de manera terica hace ms de cien aos por un funcionario britnico no existe. En una y otra parte de esa divisin poltica no natural entre idnticas montaas vive una gente idntica, los pastunes, que en Afganistn son mayora y en Pakistn minora. Los pastunes, antes que afganos o paquistanes, se sienten pastunes y el sueo de un Pastunstn, un Estado que aglutine a todos los pastunes, nunca ha declinado del todo. Los pastunes son los guerreros ms temidos de Afganistn; los ingleses nunca consiguieron derrotarlos. Un pastn ama a su fusil ms que a su hijo, decan. Los talibanes son pastunes y casi exclusivamente pastunes son las zonas en las que ahora caen las bombas estadounidenses. Mi padre siempre ha sido un liberal y un modera o, pero despus de los bombardeos habla como un talibn y sostiene que no hay alternativa a la yihad, deca uno de mis estudiantes mientras dejbamos Peshawar. La carretera corra entre plantaciones de caa de azcar. En los muros blancos que dividen los campos destacaban grandes eslganes pintados recientemente: La yihad es el deber de la nacin, un amigo de los estadounidenses es un traidor, la yihad durar hasta el da del juicio. El ms extrao era: El Profeta ha ordenado la yihad contra India y Estados Unidos. Aqu nadie se pregunta si en tiempos del Profeta, hace mil cuatrocientos aos, India y Estados Unidos ya existan. Pero es justamente esta cegadora mezcla de ignorancia y de fe la que hace explosiva y la que crea, a travs de la ms simplista y fundamentalista versin del islam, esa devocin por la guerra y la muerte contra la que hemos decidido, quiz demasiado imprudentemente, venir a enfrentarnos. Cuando uno de los nuestros salta por los aires a causa de una mina o es descuartizado por una bomba, cogemos los trozos que quedan, los jirones de carne, los huesos rotos, lo ponemos todo en la tela de un turbante y enterramos ese hatillo, all, en la tierra. Nosotros sabemos morir, pero los estadounidenses? Los ingleses? Saben morir as? Desde el fondo de la habitacin otro hombre barbudo, recordando de dnde le he dicho que vena al presentarme, abre un peridico en urdu y lee en voz alta una breve noticia en la que se dice que tambin Italia se ha ofrecido a mandar naves y soldados, y mi interlocutor personaliza su desafo: ... y vosotros, los italianos, qu? Estis dispuestos a morir as? Por qu vens aqu a matar a nuestra gente, a destruir nuestras mezquitas? Qu dirais si furamos a destruir vuestras iglesias, si fusemos a arrasar vuestro Vaticano?. Estamos en una especie de rudimentarsimo ambulatorio en una aldea a una decena de kilmetros de la frontera afgana. En las estanteras polvorientas hay polvorientas medicinas; en la pared, una bandera verde y negra con un sol en el centro, en el que est escrito yihad. En torno al doctor que me habla se han reunido una decena de jvenes: algunos son veteranos de guerra, otros estn a punto de ir a ella. Uno acaba de volver del frente y habla de los bombardeos. Dice que los estadounidenses son cobardes porque disparan desde el cielo, huyen y no se atreven a combatir cara a cara. Dice que Pakistn impide que los refugiados entren en el pas y que muchos civiles, heridos en los bombardeos de Jalalabad, mueren ahora del otro lado de la frontera por falta de la ms mnima atencin mdica. La atmsfera es tensa. Aqu, aun ms que en el bazar, absolutamente todos estn convencidos de que lo que est en curso es una grave conjura-cruzada de Occidente para destruir el islam, que Afganistn es slo el primer objetivo y que la nica manera

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    de resistir es que todo el mundo islmico responda al llamamiento a la guerra santa. Que vengan los estadounidenses, as podremos procurarnos buenos zapatos, quitndoselos a los cadveres, dice uno de los jvenes. A vosotros la guerra os cuesta muchsimo. A nosotros nada. Nunca derrotaris al islam. Trato de explicar que la guerra en curso es contra el terrorismo, no contra el islam, trato de decirles que el objetivo de la coalicin internacional dirigida por los estadounidenses no son los afganos, sino Osama bin Laden y los talibanes que lo protegen. No convenzo a nadie. Yo no s quin es Osama, dice el doctor. Nunca lo he visto, pero si Osama ha nacido a causa de las injusticias cometidas en Palestina y en Irak, sabed que las injusticias cometidas ahora en Afganistn harn nacer muchos, muchos otros Osama. Estoy convencido de ello y la prueba est delante de mis ojos: el ambulatorio es un centro de reclutamiento para la yihad, el doctor es el jefe de un grupo de veinte jvenes que maana partir hacia Afganistn. Cada uno llevar consigo un arma, comida y dinero. En todas las aldeas hay grupos as. El doctor habla de varios miles de mujaidines que desde esta regin, formalmente en Pakistn, estn a punto de ir a combatir junto a los talibanes. El adiestramiento? Todos, dice el doctor, se han entrenado durante dos meses para aprender el uso de las armas y las tcnicas de guerrilla. Pero lo que cuenta es la instruccin religiosa recibida en las numerosas y pequeas escuelas cornicas, las madrazas, esparcidas por la campia. Me han llevado a visitar una. Desesperante. Sentados en el suelo, delante de unas mesitas de madera, una cincuentena de nios haba tambin algunas nias de tres a diez aos, todos demacrados, esculidos y exhaustos, canturreaban sin cesar los versculos del Corn. En su lengua? No, en rabe, que ninguno conoce. Pero saben que si consiguen aprender todo el Corn de memoria, ellos y toda su familia irn al paraso durante siete generaciones!, me ha explicado el joven barbudo que haca de instructor. Treinta y cinco aos, casado y con cinco hijos, enfermo del corazn, hermano del jefe de la mezquita local, deca que a pesar de sus condiciones de salud tambin l ira a combatir. Slo esperaba a que los estadounidenses bajaran de sus aviones y se dejaran ver en el suelo. Si no dejan de bombardear constituiremos pequeas escuadras de hombres que irn a poner bombas y a plantar la bandera del islam en Estados Unidos. Si son cogidos por el FBI se suicidarn, deca con una sonrisa de poseso. Aparte de la memorizacin del Corn, las madrazas ensean poco y nada, pero para las familias pobres de aquella regin, miserabilsima, es la nica educacin posible. El resultado son los jvenes que ahora van a la yihad. En todos los lugares donde nos detuvimos durante aquellas horas no o ms que discursos cargados de fanatismo, de supersticin, de certezas fundadas en la ignorancia. Sin embargo, oyendo hablar a esa gente, me preguntaba hasta qu punto tambin nosotros, aunque cultos y atiborrados de conocimientos, estamos llenos de pretendido saber, hasta qu punto tambin nosotros acabamos creyendo las mentiras que nos cuentan. A siete semanas de los ataques en Estados Unidos an no se han dado a conocer las pruebas que nos haban prometido sobre la culpabilidad de Osama bin Laden y, de rebote, de los talibanes. Sin embargo, ahora esa culpabilidad se da por descontada. Tambin nosotros nos dejamos ilusionar por las palabras. y hemos credo de verdad que la primera operacin de las fuerzas especiales estadounidenses en Afganistn estaba orientada a encontrar el centro de mando de los talibanes, sin pensar que, como dice mi amigo, ese centro no existe o es, como mximo, una cabaa de fango con una alfombra para las plegarias y alguna paloma mensajera, ahora que los talibanes ya no pueden usar sus transistores, fcilmente interceptables por los estadounidenses.

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    Y no es el fanatismo de estos fundamentalistas similar a nuestra arrogante creencia de que tenemos una solucin para todo? No es su fe ciega en Al equivalente a nuestra fe en la ciencia, en la tcnica y en la habilidad de poner a la naturaleza a nuestro servicio? Con estas certezas hoy vamos a combatir en Afganistn con los medios ms sofisticados, los aviones ms invisibles, los misiles ms clarividentes y las bombas ms matahombres para desquitarnos de un acto de guerra cometido por alguien armado slo con un cortapapeles y una firme determinacin de morir. Cmo no darse cuenta de que para combatir el terrorismo hemos venido a matar inocentes y con eso a azuzar aun ms a un perro que estaba echado? ,Cmo no ver que hemos dado un paso en la direccin equivocada, que hemos entrado en una cinaga de arenas movedizas y que, con cualquier otro paso, slo conseguiremos apartarnos cada vez ms de la va de escape? Despus, la conversacin con los fanticos de la yihad continu resonando en mi interior durante el resto de la noche, que pas insomne para mantenerme alejado de los mosquitos. Desde luego, no es envidiable una sociedad que produce muchachos tan obtusos y dispuestos a morir. Pero lo es acaso la nuestra? Lo' es la estadounidense que junto a los heroicos bomberos de Manhattan produce tambin gente como el tira bombas de Oklahoma City, los que atentan contra las clnicas abortistas y quiz tambin aquellos que la sospecha crece ponen ntrax en sobres enviados a medio mundo? Aquella sobre la que haba echado apenas un vistazo era una sociedad cargada de odio. Pero lo es menos la nuestra que ahora, por venganza o acaso para apoderarse de las reservas naturales del Asia central, bombardea un pas al que veinte aos de guerra han reducido a una inmensa ruina? Es posible que para proteger nuestro modo de vida se deban generar millones de refugiados, se deba causar la muerte de mujeres y nios? Por favor, algn experto en definiciones quiere explicarme qu diferencia hay entre la inocencia de un nio muerto en el World Trade Center y la de uno muerto bajo nuestras bombas en Kabul? La verdad es que los de Nueva York son nuestros nios, los de Kabul, en cambio, como los otros cien mil nios afganos que, segn la Unicef, morirn este invierno si no llegan de inmediato los suministros, son sus nios. Y sus nios no nos interesan. No se puede ver todas las noches, a la hora de la cena, a un pequeo mocoso afgano que espera recibir un pan. Se ha visto muchas veces: ha dejado de ser un buen espectculo. Tambin a esta guerra nos hemos acostumbrado; ya no es noticia y los peridicos reclaman a sus corresponsales, las televisiones reducen sus equipos, cortan las conexiones va satlite de los tejados de los hoteles de cinco estrellas de Islamabad. El circo se va a otra parte, busca otras historias, ya se le ha prestado incluso demasiada atencin. Sin embargo, Afganistn nos perseguir porque es el papel de tornasol de nuestra inmoralidad, de nuestras pretensiones de civilizacin, de nuestra incapacidad de entender que la violencia slo genera violencia y que slo una fuerza de paz y no la fuerza de las armas puede resolver el problema que tenemos delante. Las guerras comienzan en la mente de los hombres y es en la mente de los hombres donde es preciso construir la defensa de la paz, dice el prembulo de la constitucin de la UNESCO. Por qu no tratar de buscar en nuestras mentes una solucin que no sea la brutal y banal de otras bombas y de otros muertos? Hemos desarrollado un gran conocimiento, pero no precisamente el de nuestra mente, y aun menos el de nuestra conciencia, me deca mientras intentaba mantener apartados a los mosquitos. Afortunadamente la noche es breve. A las cinco la voz metlica de un altavoz comienza a salmodiar desde lo alto de un minarete vecino; otras responden a lo lejos.

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    Partimos. En el vestbulo del hotel a donde voy a desayunar est encendido el televisor. La primera noticia, al alba, ya no es la guerra en Afganistn, sino el anuncio hecho por Washington del mayor contrato de suministros blicos en la historia del mundo. El Pentgono ha decidido confiar a la Lockheed Martin la construccin de la nueva generacin de sofisticadsimos aviones de caza: tres mil piezas por un valor de dos-cientos mil millones de dlares. Los aviones entrarn en funcionamiento en 2012. Para bombardear a quin?, me pregunto. Pienso en los chiquillos de la madraza que en 2012 tendrn justo veinte aos y me viene a la mente una frase del poseso doctor: Si los estadounidenses quieren combatirnos durante cuatro aos, estamos listos, si quieren hacerlo durante cuarenta aos, estamos listos. Durante cuatrocientos, estamos listos. Y nosotros? ste es de verdad el momento de entender que la historia se repite y que cada vez el precio es ms alto,

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    CARTA DESDE QUETTA

    UN TALIBN CON ORDENADOR

    Quetta, 14 de noviembre de 2001 Escribo estas lneas desde una modesta fonda asomada al gran bazar de la ciudad donde una medieval multitud de hombres barbudos y con turbante, envueltos en la moderna neblina azulada de las emanaciones de autobuses y ciclomotores, se mezcla con chuchos, caballos, tartanas y carretas. La frontera afgana est a un centenar de kilmetros y esta ciudad, agazapada en una cuenca de angulosas y yermas montanas gris-rosadas, es una de las playas sobre las que se abaten las olas de la guerra cercana, dejando atrs los habituales restos humanos del naufragio: refugiados, hurfanos, heridos y mendigos. Es imposible dar dos pasos sin ser abordados por manos descarnadas y suplicantes, por miradas vacas de mujeres detrs del burka. He conseguido encontrar un cuarto porque el turista estadounidense que lo ocupaba parti una maana hacia Afganistn y ya no regres. La primera versin de su desaparicin fue que los talibanes lo haban arrestado y colgado como agente de la CIA. Otra que fue muerto en un tiroteo. Los talibanes sencillamente han dicho que el cadver estaba en el hospital de Kandahar y quien quisiera poda ir a recogerlo. Nadie lo ha hecho y el dueo de la fonda ha vuelto a alquilar la habitacin. Segn l, el estadounidense se haca llamar mayor, hablaba un par de lenguas locales y enseaba a todos unos bonitos rollos de dlares. Quin sabe quin era en realidad y cmo fueron las cosas. Incluso de una pequea historia como sta ahora es imposible establecer los hechos. S, los hechos. Toda la vida he corrido detrs de ellos convencido de que all en los hechos verificados y seguros encontrara alguna verdad. Ahora, a los sesenta y tres aos, ante esta guerra apenas comenzada y con el i