carta sobre los maricones, 1773

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datoss21 datoss21.blogspot.com CARTA SOBRE LOS MARICONES i mado Leandro: no puedo menos que admirar la prontitud con que exiges de mi noticias sobre las costumbres de los moradores de esta Capital, quando calculando los días empleados en mi viage desde mi partida, apenas me podrás considerar residente en esta veinte días; tiempo muy limitado para poder ejecutarlo. Tú que has residido aquí bastantes años, bien las conoces; y así creo, que tu petición no es sino una mera tentativa para indagar como práctico las lecciones. Sea del modo que fuera, procuraré complacerte. Entre los raros y agradables objetos que aquí se presentan a cada paso, me ha hecho la mayor impresión una especie de hombres, que parece les pesa la dignidad de su sexo; pues de un modo vergonzoso y ridículo procuran desmentir a la naturaleza. ソQué dirían nuestros conciudadanos, si viesen un ente de esta clase que intenta imitar en todo a las mugeres? El ayre del cuerpo, el garbo, los pasos, las acciones, hasta los menores movimientos, todo respira en ellos una afeminación ridícula y extravagante. Su empeño en contrahacer los accidentes mugeriles, es excesivo. No sé, si te movería más la indignación, o la risa el ver uno de estos. La lana que en lugar de cabello les concede la naturaleza, reducida hasta la mitad en menudísimas trensas, la reúnen en un lazo, de modo que en la extremidad forma una encrespada poma: algunos pequeños risos artificialmente dispuestos les cuelgan a los dos lados de la frente, sin faltarles los parches, o medias habas en las cienes. El descote, las manguitas altas que dejan todo el brazo descubierto, la chaquetilla, el fomento que abulta del modo posible la ropa por detrás; todas estas y mil otras menudencias les sirven, ya que en público no pueden renunciar del todo al vestido viril, para modificarlo de tal suerte que el menos perspicaz ve un hombre adornado con la ropa de ambos sexos. Así se presentan en tan extravagante trage: la mano en la cintura, embozados en la capa con ayre mugeril, la cabeza erguida, y a manera de molinete en continuo movimiento, ya reclinada sobre el un hombro, y ya sobre el otro; miden los pasos a compas; hacen mil ridículos conto[r]neos con el [p. 230] A

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CARTA SOBRE LOS MARICONESi

mado Leandro: no puedo menos que admirar la prontitud con que exiges demi noticias sobre las costumbres de los moradores de esta Capital, quandocalculando los días empleados en mi viage desde mi partida, apenas me

podrás considerar residente en esta veinte días; tiempo muy limitado para poderejecutarlo. Tú que has residido aquí bastantes años, bien las conoces; y así creo, quetu petición no es sino una mera tentativa para indagar como práctico las lecciones.Sea del modo que fuera, procuraré complacerte.

Entre los raros y agradables objetos que aquí se presentan a cada paso, meha hecho la mayor impresión una especie de hombres, que parece les pesa ladignidad de su sexo; pues de un modo vergonzoso y ridículo procuran desmentir ala naturaleza. ¿Qué dirían nuestros conciudadanos, si viesen un ente de esta claseque intenta imitar en todo a las mugeres? El ayre del cuerpo, el garbo, los pasos, lasacciones, hasta los menores movimientos, todo respira en ellos una afeminaciónridícula y extravagante. Su empeño en contrahacer los accidentes mugeriles, esexcesivo. No sé, si te movería más la indignación, o la risa el ver uno de estos. Lalana que en lugar de cabello les concede la naturaleza, reducida hasta la mitad enmenudísimas trensas, la reúnen en un lazo, de modo que en la extremidad formauna encrespada poma: algunos pequeños risos artificialmente dispuestos lescuelgan a los dos lados de la frente, sin faltarles los parches, o medias habas en lascienes. El descote, las manguitas altas que dejan todo el brazo descubierto, lachaquetilla, el fomento que abulta del modo posible la ropa por detrás; todas estasy mil otras menudencias les sirven, ya que en público no pueden renunciar del todoal vestido viril, para modificarlo de tal suerte que el menos perspicaz ve un hombreadornado con la ropa de ambos sexos. Así se presentan en tan extravagante trage:la mano en la cintura, embozados en la capa con ayre mugeril, la cabeza erguida, y amanera de molinete en continuo movimiento, ya reclinada sobre el un hombro, y yasobre el otro; miden los pasos a compas; hacen mil ridículos conto[r]neos con el[p. 230]

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cuerpo; dirigen acia todas partes su miradas con un desmayo afectado, y con talesademanes que pueden excitar la risa al más consumado melancólico; hablan comoun tiple y remilgándose; se nombran y se tratan como si fueran unas ninfas, siendoasí, que sus costumbres por ventura son más bien de sátiros; y… pero mi pluma noacostumbrada a semejantes retratos, por más que la esfuerce, sin duda dexaría elquadro imperfecto; la célebre aventura que he presenciado en estos días hará quela copia se aproxime al original.

Ocupada mi imaginación de semejantes visiones, no pude menos cuando vi ami huésped que manifestarle el asombro que me había causado tan raro fenómeno.Él ya hecho a mirar las gentes de esta especie, me respondió fríamente quedepusiese mi admiración, pues estos defectos no llegaban aún al exceso, y que siquería divertirme y formar una idea cabal del modo de pensar de estos hombressingulares, me llevaría esa noche a un sarao que se hacía por el cumpleaños de unode ellos. Acepté gustoso la promesa, y llegado el instante que esperaba partimos ala casa del festín. Esta presentaba una entrada destruida por el tiempo, pasado elpatio, llegamos a una sala que no tenía por techo sino el mismo cielo, ni más aliñoque las paredes carcomidas, luego se seguía la quadra, la que estaba regularmenteadornada e iluminada con algunas luces, y a un lado se dexaba ver un aparadorcubierto de muchas vasijas de plata; pero lo que arrebató toda mi atención fue unlargo estrado donde estaban sentadas muchas negras y mulatas adornadas de lasmás ricas galas. No me dexó de admirar este trastorno de las condiciones, pues veíacomo Señoras las que en nuestra patria son esclavas; pero más creció mi admiraciónquando unas tapadas que se hallaban próximas a nosotros, se decían mutuamente:ve allí a la Oydora, a la Condecita de… a la Marquecita de… a Doña Fulanita de… &,de suerte que iban nombrando quantos Títulos y Señoras principales había en laCiudad. Yo estaba fuera de mí, y no podía decir si era ilusión o verdad lo que pasaba.Mi huésped, que por un grande rato se había divertido con mi embelezo, por cierto,Amigo, me dixo que Vm. jamás ha visto cosa igual. ¿Quando pensó Vm. ver tantaCondesa, tanta Marquesa, tanta Señora con más barbas que el animal crecido enpuntas, lascivo esposo de cabras, se según la fina y primorosa expresión de un Proto-culto? Pensando que era burla lo que me decía, saco mi anteojo, lo aplico a lostostados rostros de esas señoritas, y al punto ¡que admiración! las veo cubiertas demás espesas barbas que la infeliz Con- [p. 231]

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desa Trifaldi; a este tiempo llegaron de fuera una madamitas de este jaez, ylevantándose del estrado a recibirlas, enseñaron unos pies tan grandes como seríanlos de Polifemo, pero bien hechos. ¡Qué es eso! le digo a mi huésped. Que ¿en estatierra hay tal clase de mugeres? El viendo mi sencillez e inadvertencia, apenas podíacontener la risa mordiéndose los labios, finalmente recobrando su ayre serio, medice: estos son del número de aquellos cuyas gracias y donayres me refirió V. estamañana; aquí no temen a nadie, y por eso están adornados con todos los vestidos ygalas del bello sexo, pero las tapadas que V. ve, como vienen de lexos, se contentancon traer la cabeza matizada de jazmines y una mantilla, no despojándose de tragede hombre en los restante. Apenas había acabado estas razones, quando llegó elAlcalde con sus ministros, los que con bastante diligencia tomaron todas las salidas,y formando una sarta de Condecitas, Marquecitas y Señoritas, hicieron un botín delrefresco que estaba preparado, y las conduxeron a la cárcel, en donde a susseñorías por aliviarles la cabeza, con gran prolixidad les quitaron su precioso pelo,aplicándoles el mismo tiempo el confortativo de una buena tostada.

Tal pena es digna de locura tan monstruosa. ¿Más podremos hallar razonesque disculpen esta falta? Platón pensó que al principio del mundo todos loshombres habían sido Andróginos, pero que habiéndose insolentado, Júpiter losdividió en las dos mitades, hombre y muger, por lo que era tan natural la propensióndel un sexo para otro. ¿No podrá también decirse que en muchos hombresquedaron algunas reliquias del otro sexo, que naturalmente se hacen manifiestas?Ambas consequencias tienen la misma solidez y fuerza que el sistema arbitrario dePlatón; lo cierto es que solo unas cabezas desentornilladas y llenas de viento podíandar a la manía de parecer lo que no son; manía tan antigua que en los tiempos deAugusto se encontraban en la culta Roma estos Andróginos contrahechos. Horacionos representa al joven Nearco con el cabello graciosamente esparcido en lasespaldas y perfumado de olores exquisitos; y a Ligurino soberbio de la hermosurade su rostro.

Bien veo, querido Leandro, que estos rasgos excitarán en ti la risa y laindignación al mismo tiempo, pero creo que mi pronta condescendencia a tusinsinuaciones dará más incremento a la fina correspondencia del afecto con que teama.

Androginópolis y Agosto 10 de 1773.Filaletes [p. 231]

i Fuente: Mercurio Peruano, tomo III, número 94. Lima, 1791.