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Carta a un cónyuge con dudas Carta a un cónyuge con dudasLlucià Pou Sabaté, sacerdote 1

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Cuando un matrimonio está para deshacerse, hay unos problemas, con frecuencia graves. Aquí se pretende tratarlos en forma de carta, para reflexionar y poder decidir... con calma y pa-ciencia, que es la ciencia de la paz, y que todo lo alcanza...

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Carta a un cónyuge con dudas

Carta a un cónyuge con

dudas…

Llucià Pou Sabaté, sacerdote

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Me decías que la cosa estaba un poco aburrida, faltaba pasión. No lo entendí todavía, lo siento, los únicos conceptos que tengo al respecto son los primeros artículos que siguen. Voy a seguir la forma de un borrador de libro: es algo difícil de explicar porque es algo personal, en las películas Dreyer-I. Bergman-W.Allen (no católicos, las pelis que os dejé, pero hay una de un católico: Rossellini, al menos de cultura católica, este si intenta cerrar la pregunta, los demás dejan el tema abierto por incapaces de responder) intentan explicarlo. Por ejemplo –cito a críticos- Dreyer nos presenta a Gertrud (interpretada por Nina Pens Rode) la esposa de un político, con una carrera de cantante abandonada a sus espaldas. Una mujer, por tanto, sensible y con inclinaciones artísticas. Frustrada por la frialdad de su matrimonio y azuzada por los impulsos pasionales de su amante, un conocido pianista, Gertrud se enfrenta resignada a su separación. En ese momento aparece un poeta, antiguo novio de Gertrud, que le trae recuerdos del pasado y le propone retomar su antigua relación. Entre esos tres hombres de su vida oscila Gertrud, pero acaba con el convencimiento de que ninguno puede amarla como ella está dispuesta a hacerlo, de un modo absoluto y sin concesiones, ya que los tres anteponen al amor otras necesidades. El film acontece en un ambiente burgués, donde predominan las relaciones frías y el rigor institucional. No hay espacio para la calidez de los sentimientos, o así nos lo presenta Dreyer, mediante una puesta en escena que impone un severo distanciamiento entre los personajes, y entre éstos y el espectador. La emotiva Gertrud destaca de forma casi obscena en este ambiente. Sus ansias de amor y verdad (para ella ambas cosas son equivalentes) representan un grito rebelde de mujer en un mundo regido por la frialdad de lo masculino. (Claramente, el estereotipo cambia, pues en todo hombre hay elementos femeninos y en toda mujer masculinos, son intercambiables los protagonistas de las películas, como los personajes que más abajo cito…). Ahora va el posible título:

“¿ALGÚN PROBLEMA QUE RESOLVER EN NUESTRO MATRIMONIO?” O “MATRIMONIO EN TIEMPO DE CRISIS” O

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“¿DE VERDAD EL MATRIMONIO ES PARA SIEMPRE?” “¿NOS SEPARAMOS? ¿Y LOS NIÑOS? ¿SALDRÁ BIEN?”: para que una cosa funcione, una empresa o actividad, tiene que poder hacerse, querer hacerse, y saber hacerse. Vamos a ver qué pasa con el matrimonio. Damos por supuesto qué es, y suponemos que estamos en crisis… Estas páginas tienen 1) una introducción-trama, donde se ve si hay algo que se ha de resolver, y 3 partes, que una vez considerado que algo se ha de resolver se pasa a ver 2) si se puede resolver 3) si se quiere resolver 4) si se sabe resolver

Lo primero que hay que decir es que el tema es importante, pues una huida hacia delante sin penar puede ser fuente de depresiones, desgracias y hasta suicidios mañana, y es una pena porque excepto la muerte todo tiene arreglo… nuestra libertad se dispara con la química de la euforia del cambio pero luego vemos que no basta un cambio “de familia”, que la persona necesita un reconocimiento social, del entorno familiar, el cariño de los hijos, la trayectoria personal… y que las emociones fuertes son importantes, pero la química del cerebro cambia a los pocos meses… en fin, vamos a explorar este tema… abiertos a la verdad, sin miedo, a partir de unas pocas notas que tengo escritas (CAMBIA LO QUE QUIERAS Y AÑADE Y SOBRE TODO SUPRIME TEXTO… POR FAVOR, QUE ES LO QUE MÁS CUESTA Y AGRADEZCO). Tengo que añadir algo de sexualidad, y 3 ideas: alianza que no se rompe / dejar volver / el amor necesita un duelo, valor positivo de la crisis…

1) INTRODUCCIÓN: Introducción: La familia puede ser, ha de ser, una comunidad de vida y amor. Tiene su génesis en esta relación que llamamos matrimonio. ¿Es cierta esa entrega única, total y exclusiva de "te quiero a ti, sólo a ti y para siempre"? ¿Por qué la familia? Para no liarnos con tópicos, llamaremos aquí familia a esa unión estable entre hombre y mujer donde hay seguridad de que uno puede sentirse "en casa", y cuando vuelve del

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trabajo sabe que le espera alguien, y que puede tener hijos con la seguridad de que habrá este clima donde puedan sentirse amados con lo normal que han tenido los hijos a lo largo de la historia, donde ha funcionado la cosa. (Es decir no entendemos aquí por "familia" esos experimentos que son complejos de demostrar que puedan equipararse con familia). La familia no es una institución «inventada» para los débiles y desvalidos (niños, enfermos, ancianos…); sino que, al contrario, cuanto más perfección alcanza un ser humano, cuanto más maduro es el padre o la madre, más precisa de su familia, justamente para crecer como persona, dándose y siendo aceptado: amando… con la guardia baja, sin necesidad de «demostrar» nada para ser querido. Las películas de Bergman o Woody Allen, Kieslowski, etc.; las novelas de la misma premio Nobel de 2007 Doris Lessing, etc., nos lo confirman: los inteligentes y los ignorantes, los sabios y los incultos, los ricos y pobres... todos necesitan familia, las hipótesis contrarias van quedando desmentidas.

Se decía que sobre el gigante de la tradición el hombre puede ver mucho más lejos. Esto se lleva a la práctica en tecnologías como medicina, ingeniería nuclear, pero por desgracia se piensa que no es necesario en el tema de educación y familia, y los ignorantes que legislan son instrumentos de los demonios que quieren primitivizar al hombre, que sea otra vez un mono con armas sofisticadas, lo cual es penoso pues se hará más daño que antes, que tonteaba con piedras y lanzas. Hay que tener en cuenta esta rica tradición que llamamos cultura, en el modo de legislar, en la política, en el trabajo… Solo si se tiene en cuenta la grandeza impresionante del ser humano podrán establecerse las condiciones para que se desarrolle adecuadamente… y sea feliz.

Amor, flor delicada. En la película “Secretos de un matrimonio” de I. Bergman, aparece una mujer –típica ama de casa- quiere divorciarse, pues su matrimonio es sin amor; después de muchos años en los que “todo ha ido bien”, quiere separarse y se lo cuenta a la abogado: “mi marido es una

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buena persona, no le reprocho nada, ha sido un padre excelente y nunca nos hemos peleado. Tenemos un piso excelente y una casa que nos dejó su madre al morir, a los dos nos gusta mucho la música… es ideal… pero no hay amor… nunca lo ha habido… prefiero la soledad a seguir viviendo así, no puedo soportarlo… le dije hace 15 años que no quería seguir viviendo con él, fue muy comprensivo y se limitó a pedirme que esperase a que los niños fuesen mayores… me ha preguntado mil veces qué es lo que va mal en nuestro matrimonio, para que yo quiera pedir el divorcio, y yo le he dicho siempre que no nos engañemos, que cuando no hay amor es imposible seguir viviendo juntos. Me preguntó en qué creo que consiste ese amor, y yo le he contestado mil veces que es imposible describir algo que no existe…” La pobre dice que tampoco ha querido nunca a sus hijos, que procuraba cumplir: “soy alguien que tiene todo lo que se puede desear, que piensa en una cosa vaga y remota que llama amor. Claro que en la vida hay también otras cosas: amistad, lealtad, bienestar, seguridad, pero...” Ella cree tener aún “posibilidades de encontrar el amor… ahora todo está encerrado, embotellado… lo malo es que la vida que he vivido me ha ido ahogando cada vez más, pero aún estoy a tiempo, tengo que hacer algo: primero el divorcio… pues los dos nos obstaculizamos de un modo letal… es espantoso”. Y la cosa más fuerte es lo que dice a continuación: “Me está pasando una cosa muy extraña. Mis sentidos, quiero decir el tacto, la vista, el oído… me están

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empezando a fallar. Sé que esto de delante es una mesa, puedo verla… puedo tocarla, pero la sensación es débil y vaga, rebajada. Lo mismo lo demás: la música, los aromas, las caras de la gente, las voces, todo se está volviendo pobre, gris y desvaído, como mi vida”. Es dura una vida vacía. Esa mujer ya entrada en años ve que su vida ha sido irse apagando, no sabe lo que es el amor: y por eso pierde hasta la sensibilidad. Lo contrario ocurre cuando uno ama: todo se ve luminoso, se está despierto a la vida, se vive de modo auténtico, no hay obstáculos ni dificultades que no se superen, ya que ”fuerte como la muerte es el amor” (Cantar de los cantares).

Cuentan de un esposo que fue a visitar a un sabio consejero y le dijo que ya no quería a su esposa y que pensaba separarse. El sabio lo escuchó, lo miró a los ojos y solamente le dijo una palabra: -“Ámala”. Luego se calló.- “Pero es que ya no siento nada por ella”, contestó el marido. –“Ámala”, repitió el sabio. El esposo aburrido estaba ya desconcertado, cuando después de un oportuno silencio, agregó el sabio: "Amar es una decisión, voluntad de amar, compromiso… no un sentimiento; amar es dedicación y entrega. Amar es un verbo y el fruto de esa acción es el amor. El amor es un ejercicio de jardinería: arranca lo que hace daño, prepara el terreno, siembra, sé paciente, riega y cuida. Debes de estar preparado porque habrá plagas, sequías o excesos de lluvia, mas no por eso abandones tu jardín. Ama a tu pareja, es decir, acéptala, valórala, respétala, dale afecto y ternura, admírala y compréndela". Eso es todo... ámala.

Este relato de autor desconocido nos habla de que el Maestro de la vida es el amor. No el sentimiento sino la voluntad de querer, de darse, pues el amor es don de sí. El amor –esa voluntad y constancia, esa fidelidad como respuesta- es lo que convierte nuestra vida en algo vivo, que no acabe como una planta mustia, por falta de regarlo. El amor es algo misterioso pero vale la pena cultivarlo pues es la esencia de la vida, y a veces miramos hacia fuera, queremos cambiar las situaciones pensando que teniendo lo que deseamos seremos felices, y sería conformismo no aceptar nunca cambios, pero tampoco podemos engañarnos en poner

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la solución de todo en un ir cambiando. A veces tenemos miedo a enfrentarnos al amor, y lo perdemos pues el amor auténtico es la ausencia total de miedo. Cuando rompemos una relación, cuando nos refugiamos en cosas que no están en nuestro camino, escapando de la realidad, ¿de que tenemos miedo? Precisamente de amar. La felicidad no está en tener lo que querríamos, sino en querer lo que tenemos, no proyectarnos hacia una situación idílica en la que todo está a nuestros gustos, pues nuestros gustos se agostarían y nos aburriríamos como a veces nos pasa con lo de cada día, cuando falta el amor. Hay un resello amoroso, divino, en todo; y cuando no lo veo voy quizás borracho de sensaciones que me impiden ver el trazado de la carretera, dominado por el miedo buscando una salida fácil que luego resulta tortuosa e infeliz. En una sociedad de cambios fáciles, es necesario entonces la sobriedad en esas formas de escape, no tener miedo al amor auténtico, cultivar con paciencia esa flor preciosa del amor.

¿Amar para siempre? En el amor hay un componente romántico, desatado, furioso y ciego, fuera de la realidad, más bien se trata de un sentimiento y por tanto subjetivo, algo que hay que educar para que no tenga carácter posesivo y neurótico. Cuando esta fase no madura en un amor más profundo, conduce a una actitud melancólica, de tristeza íntima por el ensueño irrealizable, aquel amor imposible (el que se canta en la época del Romanticismo). Hay también un amor sin compromiso, pasional, que se plantea en términos de todo o nada (el que describe Larra, o Clarín en “La Regenta”), que rompe las convenciones sociales en nombre de la libertad de amar (si no acaba trágicamente, le sucede el desengaño, la desilución, la ironía o el cinismo).

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“¿Qué es el amor auténtico? ¿Se da sólo una vez en la vida?” Son preguntas que puede plantearse quien lo idealiza y piensa que en su vida pasa todo lo contrario, que una convivencia basada en el amor es casi imposible pues la rotura parece ya irreparable. “Se ha roto... se nos acabó el amor”, dicen: y es cierto, aquel viejo amor perdido quizá no es recuperable..., pero sí puede nacer otro. No será ya el amor adolescente e idealizado, pero será sin embargo más pleno y maduro, hecho a base de cosas reforzantes, positivas, que quizá no parten de la emoción, pero expresan algo más profundo. En nuestra cultura no cabe la idea de “esclavizarse” a un “para siempre”, de modo obligatorio. De hecho, a las primeras de cambio se separan las parejas. Y no es que sean personas malas: pero realmente, muchas personas hoy día no se sienten maduras, están incapacitadas para asumir una relación matrimonial a nivel personal; de hecho van al matrimonio pensando que es otra cosa.

En la dinámica de encuentro amoroso hay componentes químicos, y en este sentido se puede pasar “la química”, pero amar es una decisión personal que compromete totalmente, más allá de los sentimientos. En un cuento de Pearl S. Buck (“Hasta mañana”) le pregunta una mujer blanca con dudas matrimoniales a una china casada con un marido que era “una peste”: -“¿pero tú le amas?” Y ella: “-¿Amarlo?... lo que sí he sabido siempre es cuál era mi deber, y sin dudarlo, lo he cumplido. Cuando lo hago, soy feliz. Si no, me siento como enferma, y mi corazón no me deja descansar. Si mi esposo no ha sido conmigo un hombre ideal, al menos yo sí he sido para él lo mejor que me ha sido posible”. Esto hay quienes no lo

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entienden. Que no lo pueden entender. La imagen de libertad que hay en el ambiente no incluye “lo correcto”, “el deber”, en el sentido profundo de “justicia”. Y exaltamos tanto los sentimientos que todo debería someterse a ellos, hasta la misma justicia. Es un tema complejo porque no podemos juzgar las intenciones de los demás, pero es un hecho que la cultura actual adolece de una falta de cohesión, los componentes “químicos” y fisiológicos pesan mucho, a veces en perjuicio de los espirituales de justicia, confianza y lealtad, porque nadie lo ha "enseñado" de verdad (es decir, con la vida). Las facultades del alma quedan adormecidas, y lo de querer para siempre está fuera de su horizonte de referencias y de comprensión.

Pero nos podríamos preguntar: ¿se puede dar amor, si no se siente? Ante esto, podemos responder que cualquier persona es “amable” -digna de ser amada-, amar siempre merece la pena, y el esfuerzo en reconstruir la familia es algo con mucho sentido. Cierto que la vida es un camino con muchas etapas, con riesgos y peligros, hay nervios que hacen perder los estribos, dificultades externas (como la falta de dinero), o internas (cansancio de los compañeros del viaje, o aparecen como más atractivas otras personas que se encuentran en el camino)…

Sin embargo, hay testimonios de esta verdad profunda, como me contaba un amigo: “Una persona no debería casarse sólo porque siente amor, sino también porque quiere amar para siempre. Esto es una verdad como un templo y algo que para mí siempre ha sido fundamental en mi relación de pareja”. Simultáneamente a lo dicho más arriba, lo que de verdad llena es comprometerse, todos necesitamos un lugar donde volver “a casa”, especialmente los hijos. Y necesitamos hacer lo correcto, lo justo, y justicia no lo hemos de entender como un deber por deber, sino que “lo justo” es dar al otro lo que se le debe, amor.

Amar es siempre lo mejor. Una convivencia basada en el amor es sumamente difícil, cuando la rotura parece ya irreparable; aquel viejo amor perdido quizá no es

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recuperable..., pero sí puede nacer otro, si bien no el amor adolescente e idealizado, será sin embargo más pleno y maduro, hecho de una serie de conductas reforzantes, positivas, concretas, que no parten de la emoción, sino de algo más profundo, que no es tanto una obligación –que hoy no se valora- sino un acto de justicia en el sentido pleno de la palabra. Una persona no se casa porque ama, sino porque quiere amar. Aunque haya componentes químicos en esa dinámica de encuentro amoroso, y en este sentido se puede pasar “la química”, amar es una decisión personal. En un cuento de Pearl S. Buck (“Hasta mañana”) le pregunta una mujer blanca con dudas matrimoniales a una china casada con un marido que era “una peste”: -“¿pero tú le amas?” Y ella: “-¿Amarlo?... lo que sí he sabido siempre es cuál era mi deber, y sin dudarlo, lo he cumplido. Cuando lo hago, soy feliz. Si no, me siento como enferma, y mi corazón no me deja descansar. Si mi esposo no ha sido conmigo un hombre ideal, al menos yo sí he sido para él lo mejor que me ha sido posible”.

Justicia no es deber por deber, sino pensar que el otro es “amable”, es decir digno de ser amado, que merece la pena y que el esfuerzo que ambos ponen en reconstruir la familia es algo por lo que merece la pena la vida, que da sentido al día. La vida es un camino con muchas etapas, con riesgos y peligros, nervios que hacen perder los estribos… dificultades externas (como la falta de dinero), o internas (cansancio de los compañeros del viaje, o aparecen como más atractivas otras personas con las que se encuentra uno en el camino)… aguantar la decisión de permanecer con la persona elegida, tener paciencia ante una crisis familiar que parece insoportable y de la que se quiere huir enseguida, de cualquier forma... cuesta, y el amor duele. Pero ¿y el compromiso adquirido? En estos momentos, es bueno recordar que la familia no es que siempre dé la felicidad, pero es donde las cosas ocurren de verdad, sobre todo las importantes, como son los hijos y su felicidad. Y ahí está el sentido de la palabra amor. Lo otro… ¡es tan variable! Es como el caledoscopio, muchos colores que se multiplican, pero con poca consistencia pues se hace con espejuelos. Una deficiente educación en el amor causa

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estragos: resentimientos y descorazonamiento: por muchos éxitos la vida está llena si hay amor, pero hay dolor, y a veces viene la tentación de no amar.

La fidelidad es dinámica, y sabe también de problemas y de cómo superarlos, es una pena ver que se anuncian como expertos en relaciones conyugales –o consejeros de sus colegas y amigos en estas cuestiones- gente que ha fracasado en su matrimonio. Si uno quiere vivir sin dolor –como anestesiado, buscando una plácida existencia-, que no ame, pero sin amor no hay vida, sólo tristeza. Y habrá que volver a empezar, sembrar, construir, aprender a amar pues eso es algo que dura siempre.

Mirar al otro es conocerle de nuevo, con el deseo de reconstruir ese amor, aquello que se perdió quizá pero que dentro del corazón quedó algo, para siempre, y a eso se llama familia, que es algo más que sentimientos, y es de justicia es amarse aunque suponga mucho esfuerzo… sólo ante Jesús se entiende eso de que el matrimonio es participar de la cruz donde Jesús da la vida por su esposa la Iglesia, allí se entiende lo que es amor esponsal… Los sufí tienen una historia: "Llamé a la puerta. / Y me preguntaron: quién es. / Contesté: soy yo. / La puerta no se abrió. / Llamé a la puerta. / Y me preguntaron: quién es. / Contesté: soy yo. / Y la puerta no se abrió. / Llamé a la puerta. / Y me preguntaron: quién es. / Y contesté: soy tú. / Y la puerta se abrió". Con el matrimonio los dos se hacen una sola carne. ¿Cómo es posible, si tienen dos individualidades distintas? Sólo estando uno en el otro puede ser posible, y estar en el otro es “ser el otro”, ser uno para el otro, estar

enamorado para siempre, con o sin sentimiento, aunque se padezca a veces, pero el amor es darse,

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entregarse, dar algo que ya no pertenece a uno, decir sí cada día, siempre.

(hay que ahondar en un tema difícil hoy, que es el del cambio, la rapidez en que todo cambia… plantea el cambio en la familia…)

La familia, ¿algo superado? En una sociedad individualista, la plaga de la soledad va extendiéndose. Se ve más gente sola: mayores, niños, y la peor soledad, la acompañada, la existencia con alguien que no se soporta, pues como dijo Goethe: "la familia es tabla de salvación o sima de perdición". El ambiente en el que nos encontramos, sus formas culturales, provocan en nosotros esas preguntas: “¿La familia es tan esencial para la persona?”, y ante tanto fracaso familiar: “¿Cómo conseguir que no sea el matrimonio algo insoportable a la larga?”

Es verdad que hay dolor en muchos hogares, pero también es cierto que “los dolores abren una puerta a la profunda verdad sobre nosotros mismos” (P. Viladrich), y decía Chesterton que en el matrimonio puede haber tragedia, pero si el matrimonio se sostiene, la tragedia tiene sentido, no es absurda, no es para nada vana o baladí, sino que da muchos frutos. La vida en familia no es una cosa perfecta como si los esposos fueran dos relojes suizos, unas “máquinas perfectas”, sino que como en los ciclos vitales hay primaveras pero también otoños e inviernos… y la aceptación de las

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imperfecciones del otro es un paso hacia un amor maduro, se llega a aquel: “somos un desastre pero estamos juntos, en nuestra casa, y esto nos hace felices, podemos escribir una historia juntos”. Es como una pasión que lleva a no rendirse ante las dificultades, priorizar la protección de la familia. Y ésta es la mejor terapia para que los cónyuges y los hijos sean felices, no se encuentren solos. La separación es para casos dramáticos, pero es siempre el último recurso, ante el daño físico o moral grave, cuando la convivencia ya es imposible. Sin embargo, excepto esos casos, aunque mantener la familia suponga sacrificios para los esposos, es cuestión de amar a los demás, y sobre todo a los hijos: anteponerlos a lo que llamamos la "realización personal" egolátrica, saber que la solidez de la familia es para los hijos -y los esposos- la mejor prevención del síndrome de soledad.

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Puede sonar a hipócrita, poco natural, esta búsqueda de reparar algo que se ha roto al parecer para siempre, o el intentar superar el engaño causado por el otro cónyuge, o

aquella situación llamada “sin salida” a la que se ha llegado. Es más, se siente “injusta” una situación de convivencia falsa… pero dentro del teatro del mundo hay que hacer un poco de teatro, sabiendo que si separamos justicia de amor, queda la gran desgracia: injusticia con desamor, pues como decía Albert Camus, "sólo es tristeza -soledad- no ser amado y no amar. Lo que ocurre es que hoy nuestro mundo agoniza a consecuencia de esta desgracia: la larga reivindicación de la justicia ha desterrado el amor que, sin embargo, fue el que le dio nacimiento".

Y la prueba de que la “autenticidad” de tirarlo todo por la borda no funciona es ésta: estamos en un mundo lleno de hipocresía, donde los gobiernos están mandados por intereses económicos (que son la causa de las guerras de Oriente, etc.), donde las verdaderas motivaciones de muchas actuaciones no se dicen, donde no hay comunicación real sino marketing y ver

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cómo agradar. Y la misma fatuidad nos parece encontrarla en tantas estructuras y discursos con nombres de filantropía teórica… mientras vemos que el mundo está lleno de violencia, formas ocultas de agresividad. ¿Y cuál es la causa de esa patología, de esas formas de violencia y resentimiento? Apuntaré tres, sin excluir que haya otras: 1) el individualismo que rompe la dignidad de la persona, su relación con Dios y los demás, 2) una forma de egoísmo venenoso que relativiza todo, no cree en la verdad, se hunde en una existencia “cosificada”, es decir abierta sólo a llenarse de sensaciones vanas en una sociedad tecnológica; 3) una educación afectiva insuficiente, falta el hogar, es una sociedad sin amor. Una ley básica para esta educación del corazón es que la base de toda sociedad es que la persona tenga lo que llamamos “familia”. Y si falla, aparece frecuentemente la soledad existencial.

Si de ahí ha salido la idea de que vale la pena intentar resucitar un amor algo dañado, pasamos a la segunda parte, o primera cuestion…

2: A) LA PRIMERA CONDICIÓN PARA HACER ALGO ES PODER HACERLO. PARA PODER RESUCITAR UN MATRIMONIO, ¿QUÉ HACER?, por ejemplo sobre el impacto de divorcio, etc. archivo adjunto "infidelidad en el matrimonio" Infidelidad en el matrimonio. “Qué duro es olvidar una infidelidad”, he oído decir a distintas personas, llorando porque hacía uno, dos, más años que le pedía a Dios que le hiciera olvidar esta terrible experiencia de sentir “la traición”. Sensación de tristeza, desconcierto

porque sucedió con la persona menos esperada, y desde entonces ya nada es igual: “ya no siento lo mismo que antes”. Hay melancolía, pues “la herida” tarda en cerrar, y el dolor

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puede hacerse insoportable hasta poder decir: “a veces  mi cabeza va a estallar”... entonces, se piensa en la separación para huir de esa situación.

Todo esto lo trata la película “Infiel” (Trolösa) tiene por directora Liv Ullmann, y por guionista Ingmar Bergman, los que en otro tiempo fueron director y musa, además de compañera sentimental. Ahora es ella quien dirige un drama por el que los dos han pasado, ella directora y él ahora guionista. No se juega ahí con ser “modernos” y decir que hay que ser “auténticos” en una relación y “encontrarse a sí mismo”: se va al fondo de la cuestión, hasta llegar a las víctimas del crimen: la revolución sexual es ya historia. En el cine comercial, como dice “Bloggermania.com” en la crítica de este film, se ve “una visión trivial de la infidelidad, que poco tiene que ver con la vida real”. Ahí se notan los cineastas de categoría, al abordar con expresión artística el adulterio y sus consecuencias sin ningún barniz acaramelado.

“Infiel” comienza con el relato de un escritor (Erlend Josephson, que representa a Bergman) solitario, en su casa junto al mar, que recuerda una mujer (Lena Endre). Ella aparece y responde a sus preguntas, que se van convirtiendo en el relato de su vida... un matrimonio que se resquebraja, por culpa del amigo íntimo del marido. La infidelidad será la causa de la infelicidad de todos, especialmente de la hija... (recordemos que Liv y Ingmar tuvieron una hija). Según la propia Ullmann es un "drama psicológico durísimo y muy oscuro... su historia es mi historia, y también la de Bergman... es la historia de todos nosotros, de todos ustedes, porque creo que la película habla de asuntos universales".

Efectivamente, la realidad del adulterio y sus terribles consecuencias son una plaga hoy día, y se plantean cosas

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tremendas como el resentimiento: "Creo en el perdón, porque toda mi vida he pensado que si no somos capaces de perdonar al otro, por ejemplo a la pareja infiel, la vida no avanza, todo se estanca, será imposible ser feliz de nuevo", sigue diciendo Ullmann.

Se plantean problemas interesantes. Uno de ellos es la irresponsabilidad, que destroza unas vidas por dejarse llevar por la sensualidad, por buscar una “historia más excitante” que la vida ordinaria. La irresponsabilidad viene muchas veces por una excesiva seguridad, y no cuidar las ocasiones previsibles, como dice Cervantes: "que es de vidrio la mujer pero no debes probar si se puede o no quebrar que todo podría ser", y lo mismo se puede decir del hombre pues en esto también hay bastante igualdad.

Ante un bien tan sagrado como es el matrimonio, la infidelidad aparece con falsas razones: “no causa ningún mal si hay ignorancia, si el engaño no se llega a saber”... Parece que no pasa nada, pero entonces ya “ha pasado mucho”. A eso se llama banalidad, que es una de las caras del mal. Poco a poco, imperceptiblemente se va desmoronando todo, el egoísmo va minando el amor hasta convertirlo en odio y venganza, una pasión que ciega y lleva a la crueldad, destroza todo, como dice el comienzo del film: “No hay ningún fracaso, ni la enfermedad, ni la ruina profesional o económica, que tenga un eco tan cruel y profundo en el subconsciente, como un divorcio. Penetra hasta el núcleo de la angustia, resucitándola. La herida provocada es más profunda que toda una vida” (Botho Strauss). Podría matizarse esta afirmación, pero nos lleva a tomar conciencia de que la ruptura nunca puede ser considerada como un bien en sí misma, ni como la primera opción ante los problemas conyugales. En aquellos casos en que, tras mucho sopesar y recibir consejo autorizado, se vea como el mal menor, siempre será algo que cause mucho sufrimiento.

Ullmann ve que en un mundo de engaño y falta de verdad, “la deslealtad es un modo de vida que cada vez

adoptan más personas. Los principios morales simplemente desaparecen.

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Hombres y mujeres deciden jugar a un juego de adultos: amémonos al límite, seamos felices juntos, olvidémonos de juzgar qué es bueno y qué es malo. Pero súbitamente todo se desmorona. Viene la tragedia. Todos son infieles entre sí... la víctima resulta ser la niña, la personita que ha sido utilizada en el juego de los adultos, sentada en medio de un carrusel emocional, sin entender cuál es su verdadero papel en la historia”. Esta lucidez choca con los comentarios engañosos que oímos: “no voy a dejar de ser feliz por culpa de los niños...” Sigue Liv con su análisis: "En este nuevo milenio que estrenamos, la deslealtad es un modo de vida que cada vez adoptan más personas”... al final, la muerte. Esta es la parte más negativa de Bergman y de sus películas: en el film aparece un “determinismo”, aporta un análisis psicológico de gran calidad, los problemas del hombre, pero no la dirección en la que se encuentran las soluciones, por eso tiene un punto de amargado en su lucidez cerrada a la trascendencia.

En realidad, la vida no es así: no somos “inamovibles”, siempre hay la posibilidad de recomenzar, hay voluntad de poder querer: esto es la libertad. La felicidad pasa por aceptar las personas como son, eso es querer. ¿Y qué pasa cuando el cónyuge es infiel? Hay motivos para separarse de él, si se quiere: pero es la última solución. Hay derecho a la ruptura, pero quien tiene fe –y todos podemos pedirla- ve en la desgracia una Cruz, un camino de encuentro con Jesús, de ser feliz. Muchas separaciones son precipitadas, se dice "me he liberado" -tanto ellas como ellos-, y luego es peor porque la liberación no viene de huir de las dificultades, la auténtica libertad viene de asumir compromisos y en definitiva de la fidelidad. La felicidad está en darse en un compromiso de amor. Quizá sea el momento de descubrir qué es el verdadero amor, que exige de cada cónyuge que asuma y responda realmente a su vocación. Quizá sea el momento de profundizar en las raíces de la herida que la vida conyugal ha sufrido, para pedir a Dios que sane y alimente cada vez más el vínculo indisoluble que Él unió sacramentalmente.

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La paz florece de las lágrimas. La espiral de violencia no conduce a nada bueno, y es una pena ver cómo los matrimonios se pelean y entre los cónyuges van conduciendo la herida hacia algo cada vez más profundo, y los traumas de los hijos hacia algo cada vez más irreversibles… si ponemos buena voluntad en la vida, después de la noche viene el día, y de las oscuridades la luz, y de la incomprensión la paz, aunque hay que querer abrir los ojos a la verdad. Y aplicar el eco de la vida. Hace poco leí la historia de un niño y su padre, que estaban caminando en las montañas. De repente, el hijo se cae, se lastima y grita: “-¡aaahh!” Para su sorpresa oye una voz repitiendo en algún lugar de la montaña: “-¡aaahh!”. Con curiosidad el niño grita: “- ¿Quién está ahí?” Recibe como respuesta: “- ¿Quién está ahí?” Ya enfadado, el niño grita: “- Cobarde”. Y recibe de respuesta: “- Cobarde”. El niño mira a su padre y le pregunta: “- ¿Que sucede?” El padre, sonríe y le dice: “- Hijo mío, presta atención”. Entonces el padre grita a la montaña: “- Te admiro”. Y la voz responde: “- Te admiro”. De nuevo, el hombre grita: “- Eres un campeón”. Y la voz le responde: “- Eres un campeón”. El niño estaba asombrado, pero no entendía. Luego, el padre le explica: “- La gente lo llama eco, pero en realidad es la vida. Te devuelve todo lo que dices o haces”.

Por eso, dicen que nuestra vida es reflejo de nuestro actuar. “Pon amor donde no hay amor y sacarás amor”, decía san Juan de la Cruz. Si quiero más amor en el mundo, he de sembrarlo a mi alrededor. Si deseo la felicidad, la he de dar pues la felicidad no la adquiero con los goces sino sacrificándome por los demás, dándome por amor; por eso es algo que viene “de rebote”: cuando la busco en sí misma no la encuentro, pero cuando busco la de los demás (haciendo el bien) la encuentro como el eco, “de rebote”, recojo lo que siembro, viviendo aquello de que “hay más alegría en dar que en recibir”. Estaré alegre cuando busco la alegría de los que me rodean. Si quiero una sonrisa en mi alma, he de sonreír a quienes tengo a mi lado, cada día. La vida me devolverá lo que he dado, como el eco.

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Esto se aplica a todo en la vida: a la belleza, la verdad y la bondad. Por mucho que vayamos por el mundo buscando la belleza, no la encontraremos nunca si no la llevamos con nosotros. Sólo cuando llevamos la belleza, la vemos también en todo y en todos. Y entonces descubrimos el esplendor de la verdad. Ser auténticos, coherentes, porque sabemos lo que vale la pena. Sólo cuando llevamos la verdad, la vemos en los demás.

Entonces vemos que la verdad se construye haciendo el bien. A través del amor sembramos de bien el mundo; entonces vemos el bien en los demás, y sólo entonces nos hacemos buenos; si, al hacer el bien nos hacemos buenos; y también al mejorar nos hacemos capaces de conocer mejor lo que está bien, es como si el paladar hacia las cosas buenas mejorara con la virtud, tuviéramos más discernimiento. Sólo entonces estamos contentos de vivir.

A veces nos ponemos gafas de sol para evitar la luz en verano; y al entrar en un túnel nos parece todo oscuro, como si las luces no alumbraran; entonces nos damos cuenta de que lo vemos todo negro porque llevamos puestas las gafas negras. Si algún día lo vemos todo negro (los demás nos molestan, están insoportables, etc.), es que tenemos la mirada turbia, la niebla está dentro de nosotros a menudo y por eso proyectamos aquella visión hacia fuera. La vida es como el eco; no exijas a la vida lo que tú no estés dispuesto a dar, es el jugo de la historia que hemos recogido al principio.

En ocasiones nos encontramos desencantados, pues no han tenido con nosotros las atenciones que esperábamos, y esa falta de cariño nos hace sentirnos solos, desconsolados, desconcertados y a veces con la sensación de quien sin saber nadar se encuentra con que no hace pie, y viene el desconcierto. Es hora de encontrar el sentido de la cruz, y de hacer un acto de generosidad, de actuar de tal modo que procuremos que a nuestro alrededor nadie pruebe esto tan amargo que hemos padecido en esa ocasión; con la experiencia de aquella experiencia procuraremos que dar a los demás eso que no hemos encontrado... Una técnica de éxito muy sencilla, pero muy poderosa, es sonreír aunque cueste. No

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hay cosa tan pequeña que dé resultados tan grandes, para cambiar el mundo: mira a las personas con amabilidad, con una sonrisa sincera.

La felicidad no está en cambiar. Dice una historia: “Durante años fui un neurótico (aquí cada uno puede poner sus defectos: impuntual, desordenado, caótico…). Era un ser angustiado, deprimido y egoísta. Y todo el mundo insistía en decirme que cambiara. No dejaban de recordarme lo neurótico que yo era. Y yo me ofendía, aunque estaba de acuerdo con ellos, y deseaba cambiar, pero no acababa de conseguirlo por mucho que lo intentara. Lo peor era que en mi familia tampoco dejaban de recordarme lo neurótico que yo estaba. Y también insistían  en la necesidad de que yo cambiara.  También con ellos estaba de acuerdo, y no podía sentirme ofendido. De manera que me sentía impotente y como atrapado. Pero un día me dijo un amigo: «No cambies. Sigue siendo tal como eres. En realidad no importa que cambies o dejes de cambiar. Yo te quiero tal como eres y no puedo dejar de quererte». Aquellas palabras sonaron en mis oídos como música: «No cambies. No cambies. No cambies... Te quiero...». Entonces me tranquilicé. Y me sentí vivo. Y, ¡oh, maravilla!, cambié. Ahora sé que en realidad no podía cambiar hasta encontrar a alguien que me quisiera, prescindiendo de que cambiara o dejara de cambiar”.

En la Biblia leemos cuando el pueblo de Israel va por el desierto y llegan las “serpientes venenosas”, símbolos de espanto: animal sinuoso y deslizante, difícil de atrapar, que ataca siempre por sorpresa y cuya mordedura es venenosa, potencia maléfica, casi mágica. En este mundo, podemos ser felices y tocar el paraíso con los dedos cuando nos elevamos de puntillas y alargamos las manos con la esperanza, y para ello hay que esquivar el hechizo de esas serpientes del amor desordenado a las cosas que hace envidiar y odiar las personas, cuando el amor es sólo para las personas. Y, como consecuencia, la falta de amor a uno mismo, querer ser de otra manera, ansiar salir de cómo somos. El paraíso tiene en el centro el árbol de la vida, al que no podemos llegar por la técnica y el poder: la sabiduría de la vida auténtica se consigue

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de otro modo, por el amor, como cuenta también otra historia sobre “el secreto para ser feliz”.

Hace muchísimos años, vivió en la India un sabio de quien se decía guardaba en un cofre encantado un gran secreto que lo hacía el hombre más feliz del mundo. Muchos reyes, envidiosos, le ofrecían poder y dinero, y hasta intentaron robarlo para obtener el cofre, pero todo era en vano. Mientras más lo intentaban, más infelices eran, pues la envidia no los dejaba vivir. Así pasaban los años. Un día llegó ante el sabio un niño y le dijo: “Señor, al igual que tú, también quiero ser inmensamente feliz. ¿Por qué no me enseñas que debo hacer para conseguirlo?” El sabio, al ver la sencillez y la pureza del niño, le dijo: “A ti te enseñaré el secreto para ser feliz. Ven conmigo y presta mucha atención: En realidad son dos cofres en donde guardo el secreto para ser feliz y estos son mi mente y mi corazón y, el gran secreto no es otro que una serie de pasos que debes seguir a lo largo de la vida: El primero es saber ver a Dios en todas las cosas, amarlo y darle gracias por todo lo que tienes y lo que te pasa. El segundo, es que debes quererte a ti mismo, y todos los días al levantarte y al acostarte debes afirmar: Yo soy importante, yo valgo, soy capaz, soy inteligente, soy cariñoso, espero mucho de mí, no hay obstáculo que no pueda vencer. El tercer paso es que debes poner en práctica todo lo que dices que eres, es decir, si piensas que eres inteligente, actúa inteligentemente; si piensas que eres capaz, haz lo que te propones; si piensas que eres cariñoso, expresa tu cariño; si piensas que no hay obstáculos que no puedas vencer, entonces proponte metas en tu vida y lucha por ellas hasta lograrlas: se llama motivación.  El cuarto, es que no debes envidiar a nadie por lo que tiene o por lo que es, ellos alcanzaron su meta, logra tú las tuyas. El quinto, es que no debes albergar en tu corazón rencor hacia nadie; ese sentimiento no te dejará ser feliz; deja que las leyes de Dios hagan justicia, y tú... Perdona y olvida. El sexto es que no debes tomar las cosas que no te pertenecen, recuerda que de acuerdo a las leyes de la naturaleza, mañana te quitarán algo de más valor. El séptimo, es que no debes maltratar a nadie; todos los seres del mundo tenemos derecho

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a que se nos respete y se nos quiera. Y por ultimo, levántate siempre con una sonrisa en los labios, observa a tu alrededor y descubre en todas las cosas el lado bueno y bonito; piensa en lo afortunado que eres al tener todo lo que tienes; ayuda a los demás, sin pensar que vas a recibir nada a cambio; mira a las personas y descubre en ellas sus cualidades.

3. B. VAMOS A VER LA SEGUNDA PARTE: QUERER HACER ESTE PROYECTO… Uno quiere CAMBIAR, ¿CUÁNDO HAY QUE HACERLO, SEGÚN LO ANTERIOR? Yo pienso que en este campo, para un hombre y una mujer, en perspectivas distintas, está el mirar a los hijos si los hay la principal motivación. Como sacerdote, pienso que desde el concilio de Elvira se prohibió al clérigo tener hijos para dedicarse a su familia que es la Iglesia, porque le hijo es constitutivo, para la tradición histórica, más que la misma mujer… ata mucho. La mujer también se ha adaptado por el bien de los hijos, no hay más que ver la paciencia de las reinas borbones en España ante la frivolidad –poca voluntad, etc.- de los maridos. Recuerdo de pequeño que le pregunté a mi madre por unos vecinos que teníamos en Tortellá, ellos venían en verano y vivían en Barcelona… el hombre, que venía con dos mujeres: “¿y la otra quién es?” y me dijo: “es la amiga del señor”, y me sorprendió ver la aceptación de la esposa, la conformidad en callar y aceptar aquella situación por el bien de todos… es un estilo que han seguido muchas, de forma menos explícita, “la que sabe y calla”, o “la que no quiere saber”, aunque no faltan muchas que por saber se ha roto todo… La Iglesia propone perdonar si hay arrepentimiento, pero ¿y si no hay voluntad? Recuerdo que al estudiar los documentos del gobernatorato de Portobelo del siglo XVIII (Virreinato de Nueva Granada) uno de los problemas eran los clérigos amancebados, y por parte de la Corona –con el Consejo de Indias- se dejaba caer en el olvido la cuestión: “ya se sabe que en aquellas tierras y con aquellos calores…” esta tolerancia sigue hoy en Perú, cuando el pueblo distingue claramente entre Padre –sacerdote correcto- y cura –amancebado-. Con esta analogía, se puede ver la vieja problemática de la prostitución y del adulterio, contraria a la

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santidad del matrimonio, que hay que corregir. Y la cosa más difícil de ayudar del enamoramiento –que trataré en otro documento- de personas que no corresponden en justicia, que tiene problemas de enganchamiento que deforman el modo de pensar, para ello es necesario paciencia… pues curiosamente cambia todo en poco tiempo no pocas veces… basta ver las películas o las de Jude (ver youtube, con la protagonista de Titanic), o las novelas de la rosa escarlata, ana karenina, etc.

El tema es complejo… pues la pasión que más absolutiza y hace a la gente imprudente –sin capacidad para pensar con la razón- es el enamoramiento… Las reglas del amor. Gabriela Carrillo oyó en una reunión de amigos que “así como todo en esta vida se pasa, el amor también”, y comentaba: “el solo hecho de pensar que el fuego del amor, como muchos lo conocemos, se pasa… da escalofríos”. El proceso del amor tiene una enorme necesidad de estar juntos, los dos se sienten en las nubes, todo es perfecto. Ahora ya son novios, son todo lo que soñaron el uno para el otro, no hay otra persona mejor. Carmen Posadas contaba de una mujer desconsolada: “lo estoy pasando muy mal... al menos ha sido honesto conmigo; ya sabes, en el amor todo vale, también me podría haber pasado a mi”; el marido había pedido el divorcio para casarse con otra de la que se había enamorado. Hoy no hay tanta condena social, y las leyes son permisivas, además “el enamoramiento es una fuerza muy grande, qué duda cabe, uno se queda un poco lelo, ensimismado y por tanto anula su perspectiva sobre las cosas, pero eso no es excusa para anular también el respeto por la persona que tenemos al lado. No, no todo vale. No vale, por ejemplo, robarle el marido a tu hermana, ni abandonar a tus hijos ‘por amor’… porque ‘¡oh, cielos!, me he enamorado… no ignoro que la pasión es un sentimiento difícil de controlar, pero todas estas situaciones que he apuntado no ocurrirían, no ‘crecerían’, digamos, si uno no tuviera el egoísmo de pensar que todo se justificar por amor. Porque la frase de marras no es más que eso, una justificación muy cómoda y aceptada por la sociedad para el egoísmo propio” El “los siento, me enamoré, el amor es ciego, si ella/él me dice ven lo

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dejo todo, adiós, ‘ciao’, que te vaya bonito…’ suena muy romántico y muy de bolero, pero la vida no es un bolero… habría que poner en práctica a menudo aquello que decía Kant de que se debe actuar de modo que desees que la regla según la cual actúas pueda convertirse en ley para todos. O, en otras palabras, no hagas a los demás lo que no te gustaría que te hicieran”.

En esencia todas las emociones son impulsos para actuar, planes instantáneos para enfrentarnos a la vida. La raíz de la palabra emoción es motere, el verbo latino “mover” además del prefijo “e” que implica “alejarse” lo que sugiere que en toda emoción hay implícita una tendencia a actuar. Cada emoción nos hace reaccionar de diferente manera biológicamente. Por eso cada vez que vemos a la persona que queremos o deseamos se desatan reacciones que no controlamos.

Leo: En el caso de la felicidad hay un aumento de la actividad del centro nervioso que inhibe sentimientos negativos y favorece la energía disponible. Fisiológicamente se produce una tranquilidad que ofrece un descanso general además de buena disposición y entusiasmo. Con el amor, los sentimientos de ternura y satisfacción sexual dan lugar a un despertar parasimpático, lo opuesto a lucha o huir, generando un estado de calma y satisfacción facilitando la cooperación. Con esto podemos ver que el amor tiene un impacto en nuestro cuerpo, físicamente suceden cosas en las que no tenemos control. Como estas reacciones son biológicas entonces por ende son variables no permanentes, así comprobamos lo que se dice, que el amor se acaba. Claro pero el amor físico, imaginémonos que viviéramos en ese éxtasis todo el tiempo, no sería natural. Pero qué pasa con el amor a la persona, ese que no se puede describir con palabras.

Aparte (sigo yo) el cuerpo no aguantaría dormir poco y funcionar con la adrenalina tan alta… pero “mola” la sensación de felicidad, y las pupilas tan dilatadas, y ver los colores tan claros, y todo tan hermoso, ¡el mundo es bello!

Termina el enamoramiento, comienza el amor. (sigo leyendo) Como se ha de suponer en nuestro ejemplo,

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Diego y Andrea llevan ya meses de noviazgo y lo que antes a Andrea le parecía gracioso de Diego ahora es insoportable y Diego cada vez quiere estar más tiempo con sus amigos porque Andrea siempre lo está “presionando” o corrigiendo. Un día se ven y dicen, “¿qué pasa con nosotros?”, “estoy aburriéndome”, “ya no tengo necesidad de llamarle”. Cada uno siente que ya no está esa chispa que había antes. Sin embargo no se acabó el amor, de hecho apenas comienza. Lo que sucede es que terminó el enamoramiento. Todo enamoramiento es transitorio, es una fase para pasar al amor real o verdadero, esto puede suceder durante el noviazgo o incluso después en el matrimonio. No se extingue sino que se transforma, sin embargo si cuando éste termina, la pareja no logra empatar ninguna de las expectativas de ambos debido a la diferencia tan marcada de lo que es real con lo imaginario, la relación llegaría a su fin. Esto es lo que sucede desgraciadamente en muchos matrimonios que sufren de divorcios porque “cuando éramos novios ella o él no era así.”

El duelo es parte natural en las relaciones. (sigo leyendo) Lo primero que sucede en la pareja cuando termina el enamoramiento es una crisis y desilusión que permite la evolución y la manifestación de todo un potencial de maduración para cada uno de los integrantes y la pareja en su conjunto. Todas las parejas que no renuncien a la confrontación con la realidad, que mantengan un contacto con ella y una comunicación sincera, pasarán por este proceso

tarde o temprano. Esto llega cuando se presenta la exigencia de realizar una relación concreta y de fundar un proyecto de vida en común. La fase que sigue ofrece a la pareja una nueva forma de llevar la relación más dinámicamente. Este empujón a la realidad obliga a la pareja prestar más atención a otros objetos, no sólo a sí mismos. Se trata de un proceso de crisis que permite el volver a tomar un afecto al mundo externo partiendo de la supuesta inadecuación de la

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otra persona que parece no responder a todas las expectativas o deseos que se tienen.

Lo que sigue ahora es hacer un funeral de lo idealizado, en este caso el novio o novia, y simultáneamente enterrar esta imagen completamente. En este momento se rompe con toda la realidad psíquica vivida con la persona. Este sacrificio de lo imaginario es tan doloroso en cuanto a cuántas proyecciones se hayan hecho de la persona. Para poder reconocer ahora las imperfecciones y comenzar el duelo se requiere de mucha energía. Se trata de descubrir sentimientos que ahora son ambivalentes y muchas veces presentados como odio, sin embargo con la suficiente recompensa grata al final como para no rechazarlo.

Reconocer a la pareja como persona total significa reconocerlo como individuo que tiene una vida propia y relaciones con otras personas, pudiendo experimentar con esto una cierta depresión y angustia. Esta fase es crítica para la maduración de la relación, no es nada cómoda y lleva a la tentación de emprender la fuga a través de diversas estrategias.

Cuando se elabora el duelo de manera favorable el proceso avanza gradualmente permitiendo a la pareja reencontrar su propia capacidad de juicio y crítica para aproximar entonces en una nueva etapa a la persona con la realidad. Todo esto mejora considerablemente la comunicación de la pareja y el funcionamiento de la relación.

El sentido real del amor. Así culmina entonces la etapa de duelo y comienza el amor verdadero. Es el amor que acepta a la persona tal y como es, con todos sus defectos y con todas sus virtudes. Que está para perfeccionar a la otra persona y sacar de ella lo mejor de sí misma.

Esta idea de sacrificio tiene otros aspectos… es parte importante de la vida, de construir, edificar…

El padre se refleja a la larga en los hijos, en verse en su imagen… (ese punto también quiero desarrollarlo más)… sobre la pérdida de libertad a favor de los hijos aquí va un artículo:

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Calor de hogar. La persona necesita vivir en familia, tener un hogar, un nido al que volver cuando sale a la calle, donde haya calor y protección… Cuenta una historia de una pareja de cigüeñas que hizo un nido en lo alto de un campanario, les gustaba ir lejos a cazar ratones y culebras, sapos y pasear y volar sin parar. Tuvieron polluelos, y organizaron las cosas con trapos y hojas para que estuvieran a gusto, pero cuando volvían los notaban fríos, faltaba calor. Al final, tuvieron que optar por hacer un sacrificio: se arrancaron algunas plumas de las alas, y con eso hicieron un lugar acogedor en el que los polluelos estaban a gusto. Ya no podían ir tan lejos en sus vuelos, se sentían menos libres y condicionados porque con menos plumas no aguantaban tanto tiempo fuera. Pero sentían gratificación al volver y encontrarse en el nido sus polluelos contentos, habían creado calor de hogar. Así la familia condiciona muchas libertades que antes podían permitirse, pero el amor que nace es lo mejor, dar la vida, aunque haya una limitación de las actividades nada es mejor que esta esclavitud del amor, es la máxima realización personal. Calor de hogar, hecho a costa de tiempo y de renuncias, de recortar otras cosas que eran más urgentes, pero menos importantes. Lo primero es ese amor, que si no se encuentra donde se debería encontrar se busca, inevitablemente, en otro sitio. Y ahí empiezan los problemas: si un hijo no encuentra en su casa, lo que debería encontrar, lo buscarás en otro sitio, será gregario de un grupo en el que encontrará su identidad para salir del aislamiento. El calor de hogar, como todo calor, necesita algo que lo alimente, y ese algo es personal, regalar tiempo y afecto, y no comodidades. El calor de hogar se consigue cuando los padres se dan cuenta de que más que en dar cosas es darse a sí mismo, y que participen los hijos con encargos y responsabilidades aunque sólo sea bajando la basura por las noches (decía José Manuel Tarrio).

Calor de hogar, que hay que mantener con arte, para estar “a gusto”. Con todas las letras. “A gusto” se escribe con la A de alegría, G de generosidad, U de utilidad, S de satisfacción, T de tolerancia y O de orden. Así se mide la “temperatura” y el calor no se nos escapa por las rendijas de

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gritos y discusiones. En primer lugar, de este clima de entrega a los demás, surge el gozo, la alegría que salpica a los demás, que se expresa en la mirada, puerta del mundo interior. Es un jardín donde crece la planta de la generosidad, cuando el marido llega cansado no se refugia en el telediario sino que va a recibir las novedades de la mujer y cada uno de los hijos. Donde todos colaboran y se sienten útiles, y por esto satisfechos. Y hay tolerancia, porque se sabe que hay cosas importantes y otras que no lo son, y se saben distinguir unas de otras, y ceder en aquello que es opinable e intrascendente y allí nadie pretende tener siempre la última palabra en cualquier asunto. Y orden, también material aunque sin que sea una manía para ocultar el desorden interior. Esta es la vocación de nido, que no es hotel donde descansar, pero tampoco cárcel donde desarrollar un sentimiento posesivo y chantajes emotivos: es el lugar donde se está lo justo para nacer, para crecer, y para aprender a volar: para perderle miedo a la altura, y lanzarse finalmente al cielo. De ahí que la madre tenga vocación de nido. La mujer anida a los hijos, al marido, y a todos a cuantos ella prohíja con su amor, que no es ablandarlos con mimos y comodidades. El nido es esa rara forma de ternura que cría fortaleza, de suavidad que produce reciedumbre, de protección que incita al valor: ¡al valor de volar! Y saber que siempre se puede volver…

Hace falta un punto de locura, de imaginación, y de eso va el primer artículo, poco ortodoxo… El arte de amar. Hoy que tanto se habla tanto “de encontrarse a un mismo” y de autoestima, quizás se olvida que uno se “encuentra” cuando se da, al amar, al sentirnos amados; y que esto es un arte que es muy necesario aprender: “No existe la realización personal si no somos capaces de sentirnos amados y de sentir que amamos alguien de forma intensa, comprometida y desinteresada” (Jorge Bucay). Pero es un arte especial, una perfección que más que “hacer” cosas consiste en dejarse llevar por la fuerza interior –que es un don, regalo de Dios, gracia, y al mismo tiempo tarea para cultivar-, que nos da libertad para hacer el bien cada vez con más facilidad. No es

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que no se noten los impulsos del egoísmo, sino que éste no esclaviza, porque tiene tanto la luz para discernir lo bueno de lo malo, como la fuerza para hacer el bien.

Se cuenta que en el mundo de los sentimientos, “un día, mientras jugaban al escondite, la Locura buscaba el Amor, que se había ocultado entre un montón de hojas, y la Traición le acercó un tridente de pinchas afiladas y la instó porque pinchara el follaje para descubrirlo. La Locura lo hizo, sin mesurar el mal que provocaría su acción. Dice la leyenda que, a partir de aquel momento, el Amor quedó ciego, y que la Locura, llena de culpa, decidió guiar sus pasos...” El amor tiene muchas formas (los amigos, entre padres y hijos...) pero aquí se habla de enamorarse, ese estado que impide ver los defectos del otro y su realidad, sustituyéndola por el que se lleva en el corazón, que se proyecta en el otro, como decía Remei Margarit: “alguien se enamora y pierde el contacto con la vida real y cotidiana, los colores son más brillantes, el aire es más puro… se disparan las euforias y uno se siente capaz de muchas cosas antes impensables. De pronto se abre un caudal de energía disponible que uno no sabía que tenía y la endorfina interna reina en su cuerpo por un tiempo”, es un descubrimiento de nuevas posibilidades, “como si la vida se hubiera desatascado de pronto y encontrara una nueva puerta que condujera al exterior… de pronto y por la magia de un encuentro, se abren perspectivas”... La vida se centra en ver la sonrisa del otro, y junto a esta dependencia hay una sensación de libertad que se creía perdida y que en el fondo del alma se añoraba, y se instala en el alma un estado de euforia que lleva a dar pasos antes temidos y que ahora se afrontan, se ha descubierto una fuerza interior. “La nueva perspectiva descubierta cambia la comprensión de un mismo y de los otros, así como de la vida entera”. Es la imagen del amor ciego, como decía Benedicto XVI: “que no nace del pensamiento o la voluntad, sino que en cierto sentido se impone al ser humano”.

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La historia es completada diciendo que “tras tanto andar juntos, el Amor y la Locura acabaron convirtiéndose en pareja y disfrutaron inmensamente. Pocas cosas son eternas, y llegó un momento en qué el Amor, cansado de tanto delirio, descontrol e incertidumbre, dejó su amada y decidió casarse con la Razón. El Amor acertó con la decisión porque, guiado por la Razón, desaparecieron los peligros, y las inseguridades se desvanecieron” (Vivi García). Ese algo dramático e irresistible que narran las tragedias griegas no es amor, pues éste es

necesario que también sea inteligente. Pero dice nuestra historia que al pasar del tiempo el Amor se aburría como una ostra; consultó a su amiga Fantasía que le aconsejó no dejar la Razón pero mantener la amistad con la Locura, que le da a la vida un punto de aventura, de libertad. Para que no quede esclavizado, hace falta que el amor no esté atado sólo a la razón, que también tenga libertad. Hoy se habla mucho de “hacer cambios” en la vida, pero la euforia dura poco… no solo hay que mirar hacia fuera, sino sobre todo hacia dentro. Para descubrir la capacidad de Amor Inteligente y Libre al mismo

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tiempo, y así encontrar la armonía: razón con poesía, de hecho la inteligencia es amorosa y libre. De ahí la constancia por cultivar lo mejor de la vida, pero también la imaginación para no caer en el aburrimiento, la creatividad para despertar cada día con cosas nuevas.

La tentación de no amar. “Fue un amor tan profundo que en un segundo me acaparó. No sabía que existiera un sentimiento así... lo vi y todo mi mundo anterior se derrumbó... Supe entonces que él formaba parte de mi destino”. Así habla Corinne, en una entrevista. Y cuando le preguntan: “- ¿Cuándo pasó el amor?” Responde: “me fui porque me estaba volviendo loca, nuestros mundos no eran conciliables…”

Ante tantos casos de rupturas, ante la moda actual de la “monogamia sucesiva”, la gente se pregunta: ¿el verdadero amor reclama exclusividad? Se entiende que los que se aman no necesiten de “alguien” de afuera para dar plenitud a su corazón, y a esto se llama fidelidad, que protege el amor, e implica un esforzarse “para siempre”. No dejar dormir el corazón, demostrarse el cariño que es regar el jardín del amor cada día, también en el campo del pensamiento y en el deseo.

En esa lucha, puede haber dificultades, pero en el fondo de la conciencia surge el imperativo de aguantar la decisión de permanecer con la persona elegida, tener paciencia ante una crisis familiar que parece insoportable y de la que se quiere huir enseguida, de cualquier forma... Esto cuesta, entonces el amor duele y se desea “escapar” de aquello. Pero al mismo tiempo viene al pensamiento: ¿y el compromiso adquirido? En estos momentos, es bueno recordar que la familia no es que siempre dé la felicidad, pero es donde las cosas ocurren de verdad, sobre todo las importantes, como son los hijos y su felicidad. Y ahí está el sentido de la palabra amor. Lo otro… ¡es tan variable! Es como el caledoscopio, muchos colores que se multiplican, pero con poca consistencia pues se hace con espejuelos, trocitos hechos de un corazón roto por el resentimiento. Hay sentimientos epidérmicos, con promesas de amor eterno bajo la luna, idealistas... pero “si la luna hablara, cuántas verdades nos diría a cerca de tantas mentiras”.

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Contaba Mn. Agustí Sala de un joven que amaba mucho a su novia y llegó a decirle: “te quiero tanto que te llevaría el sol a tu casa”. No hay que decir que ella estaba feliz, oyendo lo que decía, pero el joven no había acabado, pues continuó: “-¡si llueve, no me esperes!”

Pero aún en el descorazonamiento, se añora la unidad perdida, se ansía recomponer aquello, pues la vida no está hecha de éxitos sino de amor. Cuando llega el dolor, no es fácil superar la tentación de no amar, separarse del problema concreto y mirar más allá de la obsesión del momento, pues se absolutizan algunos aspectos (defectos del otro, faltas de consideración…) y cuesta tomar distancia, tener visión de conjunto: pero la fidelidad es dinámica, y sabe también de problemas y de cómo superarlos. Y habrá que volver a empezar, sembrar, construir, aprender a amar pues eso es algo que dura siempre.

El amor crea una realidad: dos se hacen uno, y esto exige un compromiso. Y un nido, para ir creciendo. Lo demás, implica miedo al compromiso y por tanto no entregar la libertad. Cuando viene el huracán, los problemas, hay que volver a mirar al otro por primera vez, que es conocerle de nuevo, con el deseo de volver a empezar, reconstruir con aquella luz que queda en el recuerdo –revolver en el corazón- y volver a entrar ahí, como dice una historia sufi: "Llamé a la puerta. / Y me preguntaron: ¿quién es?. / Contesté: soy yo. / La puerta no se abrió. / (Y así otras veces) / Llamé a la puerta. / Y me preguntaron: “¿quién es? / Y contesté: “yo soy tú”. / Y la puerta se abrió". Sólo cuando estás dentro del otro, cuando eres el otro, hay “una sola carne”: ya no son dos, pues estando uno es “el otro”, para el otro... “Sólo quien está dispuesto a perderse en el amado, a hacerse uno con lo que se ama, está listo para iniciar el combate del amor” (Rogelio Villegas).

Tener sentimientos positivos. Cuenta una historia oriental que un discípulo y el maestro pasean por el bosque. Entonces, el discípulo le dice al maestro:

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-He pasado gran parte del día pensando en cosas que no debía pensar, deseando cosas que no debía desear, haciendo planes que no debía hacer...

El maestro le señala al discípulo una planta y le pregunta si sabe qué era.

-Belladona –dijo el discípulo-. Puede ser mortal para quien coma sus hojas.

-Pero no puede matar a quien simplemente las contemple –apostilla el maestro. – Así todas las emociones y sensaciones y sentimientos son incapaces de causar ningún mal si no nos dejamos seducir por ellos.

Los sentimientos negativos no deben vencernos, sino advertirnos de que tenemos aún mucho trabajo para expurgar las malas hierbas de nuestro interior, cultivar las buenas obras.

Muchas cosas que nos hacen sufrir se deben a una visión negativa del mundo, una enfermiza visión deformada de la realidad, que nos hace pensar que somos malos, o que los demás son malos, o que el mundo es malo. Se trata del viejo “dualismo” de dar al mal una categoría que no tiene, como si fuera un semi-dios que nos persigue.

Es verdad que en el mundo hay maldad, pero ésta no es más que la ausencia de bien, el mal en sí no tiene consistencia, es el negativo de la bondad, su ausencia. Así la soberbia, avaricia, lujuria, gula, ira, envidia y pereza no son más que expresiones del egoísmo, de la ausencia del amor.

El mal genera sentimientos negativos, y el amor positivos. El mal produce un desorden interior, y el bien una armonía que da paz y felicidad. La cultura grecorromana ponía el ideal del sabio en la ausencia de sentimientos (apatheia). Esta “apatía” no es más que una caricatura del ideal de la persona, pues los sentimientos son parte importante de nuestro ser: no son malas las pasiones como no es malo el cuerpo, sino que todo ha de ser encauzado en un dinamismo del amor. Nuestro ideal no es un “nirvana” de ausencia de sentir, sino un amoroso sentir, que también pasa por el dolor.

El ideal budista está basado, sí, en la benevolencia y misericordia universal, pero rechaza todo apasionamiento.

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Precisamente por eso no es verdaderamente humano: la serenidad auténtica viene de ese amor apasionado, que no es un sentimiento, sino la forma más alta de afectividad del corazón. Es ese corazón que es núcleo íntimo del hombre, donde éste toma sus decisiones. La categoría de una persona, su realización personal, su plenitud, depende de tener buen corazón, que se manifiesta en la solidaridad, la fraternidad, etc. En cambio, las frustraciones, resentimientos y todo tipo de amarguras son causados por la ausencia de este amor de corazón, orientado hacia Dios y los demás.

Las pasiones incontroladas desencadenan pulsiones instintivas y dependencias (alcohol, sexo, drogas). Hay que educar toda pasión para que –integrándola en la interioridad– nos ayuden a tener un corazón bueno, a base de acciones buenas que se convierten en virtudes. Así, las tendencias hacia el bien, la verdad y la belleza van dominando todo lo que hacemos, va creciendo en nosotros un anhelo de sublimidad, de cosas grandes, y el deseo básico de amar y ser amado se va purificando de adherencias egoístas que hacen daño. La nostalgia de no tenerlo aún todo se va transformando en plenitud de tenerlo todo en la esperanza. La pena causada por la limitación de la realidad (limitaciones físicas o psicológicas, mal de la naturaleza y maldad humana) se vuelve entrega, servicio, y la certeza de que todo mal no sería permitido por Dios si no fuera porque de ello puede sacar –por caminos a nosotros desconocidos todavía– un bien más alto: surge de ahí una confianza muy grande en la vida, que ponemos no en nuestras fuerzas o en el destino, sino en algo mucho más alto, que es el amor de Dios y la confianza en que nos salvará.

Sobre todo esto de los sentimientos, he leido algo de Schelling, te puedo mandar notas, sobre el espíritu de contradicción. Hemos seguido esquemas de racionalidad y intelectualismo como si esta fuera la única realidad, cuando el hombre se deja llevar mucho por la intuición, la forma de conocimiento más alta es la intuición amorosa, y muchas veces decimos una cosa y hacemos otra, con este espíritu de contradicción, no nos sujetamos a las normas, pues o bien “el

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corazón tiene sus razones que la razón desconoce” (Pascal) o bien el conocimiento, como está siempre también condicionado por las emociones, no es frío y cerebral, y el que no hace lo que piensa acaba pensando lo que hace. Sobre esto tengo algo escrito, porque genera teorías y resentimientos, el racionalismo o el afán de demostrar las formas de conducta que uno quiere adoptar, en lugar de ir por el perdón y el perdón de sí mismo que es el más difícil, y aceptar la vulnerabilidad como forma de la condición humana… (la película “los miserables” es genial en este sentido). Total, que el puritanismo, moral victoriana y todas las formas de angelismo y voluntarismo y fideísmo por un lado, y por otro racionalismo kantiano, son derivaciones de una visión maniquea, que viene de antiguo, de un dualismo (quizá oriental) de alma-cuerpo que no es platónico, al contrario, es abandonar a Platón y su visión abierta… para mí se petrificó con la visión estoica que es muy egoista… hay que volver al hecho de que yo me realizo cuando me doy, pero también necesito que me den amor. (En fin, esto tengo que desarrollarlo más con lo de amor-locura, razón-pasión, lógica-contradicción, etc.)

Cómo recomponer la afectividad. Me decía una joven que había tenido un desengaño amoroso, y por culpa de esa relación sentimental rota ella también se sentía rota, como “un trozo de carne”, un trapo, y llevaba semanas melancólica, sin salir de casa, además no paraba de pensar en el antiguo novio. ¿Que hacer, con ese “mal de amor”?

La recomposición de la afectividad rota tiene componentes espirituales, fisiológicos y psicológicos, etc. Hay unas claves para estimular la felicidad y la esperanza, como la meditación-reflexión y la confianza en Dios; fomentar las endorfinas que son tan buenas y que se recargan cuando realizamos algunas actividades que nos agradan, con ellas nuestra actitud y estado de ánimo mejoran. Algunas de estas cosas son:

-la risa, pues se ha comprobado la influencia que tiene la risa sobre la química del cerebro y del sistema inmunitario

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(dicen que el solo hecho de reproducir el gesto de la sonrisa ya hace segregar endorfinas, por un mecanismo similar al que nos hace segregar saliva con sólo oler o pensar en una buena comida).

-disfrutar de la naturaleza, cuyo contacto nos llena de energía y buen humor (ir a la playa, al campo, y empaparse de sensaciones).

-admirar la belleza de las cosas, mirar siempre el lado bueno, positivo de todas las cosas porque ello influye en el mejoramiento de nuestro estado de ánimo y de salud.

-darle sentido a la vida: la rutina destruye lentamente nuestras reservas de endorfinas, por tanto, hay que evitar la monotonía con curiosidad, intereses, haciendo lo que más llena.

-re-cordar situaciones buenas: “re-cordar” es volver a llevar al corazón, volver a vivir momentos del pasado, con lo que al re-vivirlos gozamos en ellos, y además crea un efecto químico similar a los momentos del pasado que revivimos, fomentando esas endorfinas. Sin embargo, no hay que olvidar que lo mejor siempre está por llegar; no hay que ensimismarse en el pasado que sería cerrar la puerta a lo bueno que está por venir.

-como siempre, la amabilidad es la mejor terapia: al darnos a los demás nos metemos en sus problemas, y olvidamos los nuestros. Así, las palabras afectuosas, las sonrisas, el buen humor, una actitud receptiva y comprensiva hacia los demás originan una emisión constante de estas “hormonas” de la felicidad.

-la buena respiración, con actividad física si puede ser al aire libre ayuda también a esta química del cerebro y, en consecuencia el estado de ánimo: es bueno aumentar el ritmo y la frecuencia de alguna actividad física, un mínimo de tres veces a la semana (caminar, bicicleta o nadar). Esto en cuanto a la “gimnasia de la alegría”, que Santo Tomás de Aquino decía que ayudan mucho el suspirar, reírse, pasear, tomar baños de agua caliente... y por supuesto rezar, pues los medios sobrenaturales son siempre los más importantes, el abandono en Dios nos hace ver en aquellas cosas que Dios permite un

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camino para la felicidad, que aparecerá, como el caso de la chica que comentamos al comienzo, en un nuevo encuentro, mucho mejor que aquel que le sirvió de experiencia para profundizar, a través del dolor, en el sentido auténtico del amor.

El error de precipitarse. Genghis Khan, rey mongol, cuando descansaba de sus guerras, salió a cabalgar por los bosques con halcones para cazar, y al ser un día caluroso, tenía sed cuando vio agua goteando de una roca. Tomó un tazón de barro para llenarlo y ya se disponía  a beber cuando oyó un silbido y sintió que le arrebataban el tazón de las manos. El agua se derramó. Era su halcón preferido, que ahora estaba arriba, en la roca de donde bajaba agua. Intentó volver a llenar el tazón y se repitió la escena. El rey desenvainó la espada mientras ponía el tazón en el hilillo de agua: “Amigo halcón, esta es la última vez”. Cuando el halcón bajó y le arrebató el tazón de la mano, con una rápida estocada hirió al ave, que cayó sangrando a sus pies. “¡Ahora tienes lo que te mereces!”, dijo. Y al ver que su tazón al caer se había roto, decidió trepar por la roca de donde goteaba el agua, para beber directamente allí. Había un charco con mucho agua, pero ¿qué había en el charco? Una enorme serpiente muerta, de la especie más venenosa. El rey se detuvo. Olvidó la sed. Pensó sólo en el pobre halcón: “¡me salvó la vida! ¿Y cómo le pagué? ¡Era mi mejor amigo y lo he herido!”. Bajó la cuesta, tomó suavemente al pájaro y lo llevó a palacio para cuidarlo, diciéndose: “Hoy he aprendido una lección, y es que nunca se debe actuar impulsado por la furia”.

Al final de la escapada (1959) es un film de Jean-Luc Godard, una de las obras más emblemáticas de la Nouvelle Vague y del propio Godard; J. M. Caparrós señala: “cuenta la historia de un marginado de la sociedad moderna, amante del cine negro ame ricano, que encarna la constante principal de este autor: la liberación como meta, en una existencia sin orden, reglas ni sentido aparente. El protagonista es un joven parisino a la deriva, Michel (Jean-Paul Belmondo), que sería trai cionado por su amante, Patricia (Jean Seberg), para

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demostrarse a sí misma que no le amaba”, llama a la policía quizá también por cumplir las leyes, por hacer lo que creía justo, o por dejarse influir por las palabras del policía... Soberbia la escena cuando ella, ya tarde, ve que en realidad sí que lo amaba.  

En medio de un "egocéntrico conformismo" que lleva a los protagonistas a la deriva, como muchos desmotivados de hoy, y de ahí su actualidad, se bebe –es la provoca ción del film- un atroz pesimismo, náusea ante la vida y las relaciones humanas, la traición, la insensatez de cualquier alternativa, la inutilidad de todo esfuerzo, un repudio del mundo en forma de náusea y de sesperación, comenta Román Gubern. Como le dice Michel a Patricia en el film, entre la pena y la nada, elige la nada. Entonces como ahora, se ve la “soledad de unos seres temerosos de comuni carse sus verda deros sen timientos, logrando reproducir cierto ritmo jadeante y an gustioso, propio de nuestro tiempo, con una fidelidad que la elevó a la categoría de testimo nio” (José Luis Guarner).

Pienso que en la era moderna la percepción de la realidad ha sido elevada a la categoría de verdad, y es falso: la verdad no puede ser abarcada por una percepción única, tiene muchos matices y nunca se “pillan” por entero, está abierta a sucesivas aproximaciones y nuestro conocimiento se tiñe de emociones, influido por lo último que nos pasa y vemos según el color de cada momento. Pero esto no significa que no haya verdad, sino que no la alcanzamos nunca por entero. De ahí el pecado de impaciencia, de dejarse llevar por una percepción momentánea y romper una amistad, discutir hasta la violencia, empecinamientos diversos que se deben a una percepción parcial que queda fosilizada como una foto y que se quiere hacer pasar por la realidad del otro. Los fundamentalismos van por ahí, y también se aplica a las enemistades con las personas. Como ocurre en el caso contrario: como la conciencia tiene “fallos”, uno se somete a otra persona o a reglas religiosas o sociales –formas de puritanismo, sustitución de la conciencia personal por una colectiva. Cuando hay armonía en  el acto de abrirse al amor incondicionado de Dios y buscar también un “norte” en el amor a los demás, es cuando

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se puede vivir en paz, fruto de la lucha en ese amor que busca la verdad y esa verdad que es fruto del amor.

La paciencia, ciencia de la paz. Hay momentos en la vida en que parece que a uno se le acaba la paciencia, ya no es capaz de seguir aguantando, y explota. Y con la gota que colma el vaso se acaban las fuerzas para seguir con un matrimonio, o cualquier otro compromiso, o los padres que pierden ya la confianza en sus hijos, y se proclaman expresiones como “esto es irreparable”, “se ha roto algo para siempre”, “ya nada será como antes”. Y viene la soledad, sensación de abandono, incertidumbre, desaliento: ante situaciones del mundo de la política, de la sociedad, del mundo laboral…, uno puede sentir derrumbarse algo por lo que ha luchado mucho tiempo, y se rompe todo en añicos en un momento. Es la fragilidad humana, la impaciencia que quiere seguir los criterios del mundo -muy distintos a las bienaventuranzas que promulga Jesús-: la eficiencia y el placer pasajero aún a costa de la mentira, el anhelo desmedido de éxito... Confiar en Dios en todas las circunstancias, incluso en la adversidad, cuesta, pero vale la pena... La paciencia es un árbol de raíz muy amarga pero de frutos muy dulces (Fénelon). Así, la paciencia es el fruto maduro de la fortaleza, la paz-ciencia, ciencia de la paz. Como para los militares donde los demás vean dificultades sabremos intuir oportunidades, incluso crecernos ante ellas.

Ante los defectos de una persona, no hay que perder la calma diciendo “¡ya está bien, no puedo más!” pues ¿qué vamos a hacer con esta persona, matarla? No, hay que quererla tal como es, superando aquel defecto como un escollo y sabiendo que cada persona tiene cualidades ocultas, que sólo con el tiempo aparecen. Cuentan de una osa que dio a luz un pequeño cachorro horriblemente feo. “¡Ganas me vienen de estrangularlo!”, dijo la osa a la corneja: -“¡Guárdate de hacerlo!” -contestó ésta. “Yo he visto a otras osas pasar por lo mismo: ve y lame dulcemente a tu hijo y le verás hermoso y te honrará”. Así lo hizo la osa y se esmeró cuidándolo; y el

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cachorro, poco a poco, fue volviéndose hermoso, por eso le agradeció el consejo a la corneja: “-Si no hubieses moderado mi impaciencia hubiera rechazado al hijo que ahora constituye el placer de mi vida”. A veces parece que alguien no da para más, “no está el horno para bollos”, y la paciencia da sensibilidad para ver más allá del presente, y afrontar las contrariedades conservando la calma y el equilibrio interior, logrando comprender mejor la naturaleza de las circunstancias, es la “ciencia de la paz”, que genera armonía a su alrededor.

Me contaron en el Alcázar de Segovia que a una aya se le cayó el infante real que cuidaba, un niño pequeño, por el balcón, a muchos metros por encima de los jardines. Ella, desesperada, se tiró por el precipicio y se mató. El infante había quedado colgado de unos salientes, y lo rescataron. La aya se había “precipitado” en los dos sentidos de la palabra (impaciente y tirarse al precipicio). En el cerebro el pensamiento no es nunca objetivo sino ligado a las emociones, siempre influenciado por sentimientos y pasiones. A veces nos fijamos en algo sin visión de conjunto, absolutizamos un aspecto. Se me ocurre un ejemplo: cuando nos vienen con una historia algún profesional de la mentira, y nos creemos aquello al sentir la empatía con los problemas que nos cuentan, pero en cuanto han acabado y quizá hemos dado dinero a ese “necesitado”, y se va, aparece la distancia ante el problema, de modo menos emotivo, más cerebral, y nos parece que hay algo que no cuadra… tenemos la sensación de haber sido engañados. Esperar, tener distancia ante los problemas, ayuda a pensar mejor.

"El mundo es redimido por la paciencia de Dios y destruido por la impaciencia de los hombres", decía Benedicto XVI en la homilía del comienzo de Pontificado: ante un pueblo rebelde, "los discípulos, hubieran deseado inmediatamente mandar caer fuego del cielo para consumirlos. Jesús los detiene y reprende. La impaciencia de los hombres no suele comprender la paciencia de Dios”.

libertad y destino, sobre la huida hacia delante, y mejor hacerlo antes virtual para analizar las consecuencias: Libertad

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y destino. Irvin D. Yalom en “El día que Nietzsche lloró” habla de una crisis de Breuer, médico que se reconoce vacío en su vida, siente que se le va la vida y quiere sentirse por fin él mismo, en "libertad". Decide cortar con todo lo que constituía su vida familiar y profesional de relativo éxito: se despide de su mujer Mathilde, a quien se le desgarra el corazón y le dice que si pasa aquella puerta y los deja a ella y a sus hijos, que si no respeta el matrimonio nunca más volverá a aceptarle: “¿Qué es una elección, si te niegas a respetarla?”, y él ofrece sólo como defensa: “yo tendría que haber sido ‘yo’ antes de que hubiera un ‘nosotros’. Hice una elección antes de estar formado para poder tomar decisiones y elegir”. Ella insiste: “esto es un engaño, una trampa que te tiendes a ti mismo, una manera de librarte de toda responsabilidad por tus propias elecciones. En nuestra boda, cuando dijimos sí… dijimos no a otras opciones… ¿no comprendes que no puedes contraer un compromiso conmigo y luego, de pronto, decir: ‘no, me retracto; después de todo, no estoy seguro’? eso es inmoral. Perverso… Quieres tener la posibilidad de elegir y, al mismo tiempo, mantener todas las elecciones posibles. Me pediste te entregara mi libertad, la poca que tenía, por lo menos mi libertad para elegir marido, pero tú quieres tener tu libertad a tu disposición”. Ella le dice que sin respeto a la palabra dada todo es mentira, ya que al año siguiente puede renegar de las decisiones que tome ahora, por el mismo motivo. Él está ciego y se va, le dice que después de tantos años llevando una existencia vacía, quiere beber un sorbo de vida: “cogeré una pequeña fracción de mi vida para mí… sólo tengo una vida… ¡esta es mi oportunidad de construir un nuevo ser sobre las cenizas de mi vieja vida!” Después de la despedida traumática, deja Viena y sus amigos quienes quedan apenados por su decisión, deja su trabajo y pacientes… Lo primero que hace es volver a visitar a una antigua secretaria con la que estaba muy unido, Eva, pero ante su sorpresa se había ya casado. Luego visita a Bertha, que también había dicho que él sería su único hombre; va a la clínica y la ve hablando con el médico que le relevó en el tratamiento, y asiste como espectador a la dependencia afectiva que ella tiene con su médico, con la

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misma familiaridad e intimidad que Breuer pensaba que sólo tenía con él. Desengañado de las personas que había mitificado, viaja ahora rumbo a Italia, hundido… pensando en Eva… “había confiado por completo en ella. Siempre había tenido la certeza de que Eva estaría a su lado cuando él la necesitara”… suenan huecas las teorías de Nietzsche: “para fortalecerse, primero debe hundirse en la nada absoluta y aprender a enfrentarse a su soledad total… aprenda a ser malvado”. Ve que la libertad absoluta es de por sí una utopía, puesto que siempre nos encontraremos encadenados a algo, sean los demás, seamos nosotros mismos, nuestras metas, nuestros sentimientos. Pasea por el norte de Italia y tampoco esto le llena, ve mucha gente joven y alegre y él se siente como un viejo, cuando en realidad sólo está en la década de los 40. Todo esto le hace comprender, finalmente, que no es esa clase de vida la que desea. “Debemos vivir como si fuéramos libres. Aunque no podemos escapar al destino, debemos darnos de cabeza contra él: debemos poner en juego nuestra voluntad. Amar nuestro destino”… pero ya es demasiado tarde...

Desesperado, Breuer despierta envuelto en sudor frío: había sufrido una experiencia hipnótica: antes de dejar todo en la vida real quiso hipnotizarse, para analizar las consecuencias. Va a ver a su mujer, Mathilde, y le dice: “he estado ausente mucho tiempo. Y que ahora he vuelto… he decidido casarme contigo…” Ella le dice que le ve raro, tan jovial, que además ya se casaron hacía muchos años, pero él insiste: “decido hacerlo hoy, Mathilde. Y todos los días.” La aprecia ahora porque ha tenido la experiencia de lo que sería perderla. Antes se sentía atado, pero con la separación virtual se ha asustado, ahora ama su destino… El pensamiento no es nunca objetivo, está influido por las emociones, la memoria también queda transformada por los sentimientos mitificando unas cosas y volviendo otras tétricas, por eso hay que aguantar las tormentas sin precipitarse, pues luego vuelve el sol, tener paciencia porque a veces no se piensa ni se ven las cosas bien, como el palo dentro del agua se ve torcido y es mejor hallar el camino para experimentar una decisión irreversible sin hacerla

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irreversible, ya que al sacar el palo del agua se ve recto y se acepta la vida que se eligió, como nuestro personaje: “sí, he elegido mi vida. Y he elegido bien’… durante estos dos últimos años me ha dado mucho miedo envejecer… me defendía, pero a ciegas. Atacaba a mi mujer, en lugar de atacar al verdadero enemigo y, por último, desesperado, busqué refugio en brazos de alguien que no podía ayudarme… el secreto para vivir bien consiste, en primer lugar, en desear lo que es necesario y, después, en amar lo que se desea…” pero “qué diferencia, qué diferencia maravillosa, poder elegirlo".

-Perdonar y olvidar: Con frecuencia oímos decir: “Perdono, pero no olvido”. Quien esto dice, en realidad no perdona, porque guarda rencor. De ahí que se diga que no se perdona de verdad cuando, en el fondo, no se está dispuesto a olvidar. Perdonar, ¿es olvidar? ¿Producen ambos el mismo efecto? Se trata de una cuestión de gran importancia, pues el perdón es esencial para una vida feliz y equilibrada: “El que es incapaz de perdonar es incapaz de amar” (Martin Luther King). Me parece que hay que distinguir “olvidar”, cuando quiere decir “resentimiento”, y “olvidar” como “desaparecer de la memoria”. Me referiré al primer sentido: hay que olvidar; “no escatimes el perdón: es imposible caminar con tantas heriditas abiertas… perdona todas las viejas heridas y cicatriza con resinas de amor” (Zenaida Bacardí de Argamasilla). Es no querer mal, no hay otro camino. “Perdón es una palabra que no es nada, pero que lleva dentro semillas de milagros” (Alejandro Casona), semillas sembradas en nuestros corazones por el mismo Jesús, que se alimentan incluso de las ofensas, sí: cada ofensa recibida es una oportunidad de mejorar nuestra capacidad de perdonar, porque, en lugar de generar resentimientos, es abono para esa cosa divina llamada perdón. El paraíso está detrás de la puerta, se dice, pero muchos han perdido la llave, una llave que se llama misericordia… Todos estamos necesitados de amor, de atención, así como de poder dar nuestro amor a los demás. Por eso siempre hay que pedir perdón: por las ocasiones perdidas, por la plenitud no vivida de cada relación, por las palabras no pronunciadas. Cuenta una

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leyenda árabe que dos amigos viajaban por el desierto. En un determinado punto del viaje discutieron, y uno le dio una bofetada al otro. Éste, profundamente ofendido, sin decir nada, escribió en la arena: –Hoy, mi mejor amigo me ha pegado una bofetada en la cara. Siguieron adelante y divisaron un oasis. Torturados por la sed, ambos echaron a correr y el primero que llegó se tiró al agua de bruces sin pensarlo y, de pronto, comenzó a ahogarse. El otro amigo se tiró al agua enseguida para salvarlo. Al recuperarse, tomó un cuchillo y escribió en una piedra: –Hoy, mi mejor amigo me ha salvado la vida. Intrigado, el amigo le preguntó: – ¿Por qué después de haberte hecho daño, escribiste en la arena y ahora escribes en una piedra? Sonriendo, el otro le respondió: – Cuando un gran amigo nos ofende, debemos escribir en la arena, porque el viento del olvido se lo lleva; en cambio, cuando nos pase algo grandioso, debemos grabarlo en la piedra de la memoria del corazón, donde ningún viento en todo el mundo podrá borrarlo. El error de muchos es pensar que el perdón debe surgir de sus corazones, que es algo que debemos sentir, que debe “nacernos”, en cierto modo. Pero “el perdón es una decisión, no un sentimiento, porque cuando perdonamos no sentimos más la ofensa, no sentimos más rencor. Perdona, que perdonando tendrás en paz tu alma y la tendrá el que te ofendió" (Madre Teresa de Calcuta). El perdón es lo mejor, no sólo individualmente sino también para cada una de nuestras sociedades y para el mundo en general: “La espiral de la violencia sólo la frena el milagro del perdón” (Juan Pablo II). En cierto modo, todos somos co-responsables de las acciones y omisiones de cada uno, y es la gotita de cada día la que crea la revolución del amor: “Lo mejor que puedes dar a tu enemigo es el perdón; a un oponente, tolerancia; a un hijo, un buen ejemplo; a tu padre, deferencia; a tu madre, una conducta de la cual se enorgullezca; a ti mismo, respeto; a todos los hombres, caridad” (John Balfour). Cuando alguien es perdonado se convierte en una persona distinta, aunque tarde en reaccionar: “Nada envalentona tanto al pecador como el perdón” (William Shakespeare). El motivo es que se siente querido, y valorado en mucho, porque las personas siempre

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están por encima de sus errores (Jutta Burggraf). Y al crecer la conciencia de su valía se porta en consecuencia, se porta mejor. Por otra parte, crece también el que perdona, pues “nada nos asemeja tanto a Dios como estar siempre dispuestos a perdonar” (San Juan Crisóstomo).

Perdonar y no olvidar. ¿Hay que olvidar las ofensas que nos hacen, o no? Sí, en el sentido de no guardar rencor, primero porque es perjudicial para uno mismo, y segundo porque el perdón es transformar la ofensa en compasión. Sin embargo, no podemos olvidar haciendo desaparecer de la memoria aquello. Además, no olvidar es creativo... y la memoria constituye nuestra identidad… y cada recuerdo es un escalón más hacia la madurez. Perdonar es superar la ofensa y poder recordar sin rencor. El perdón no requiere olvido. Además, no se puede controlar la memoria con la inteligencia, es una facultad espiritual distinta que obra independientemente de nuestra voluntad y de la inteligencia. La prueba es que, de hecho, a veces uno quisiera recordar algo y no puede; y otras veces desearía olvidar ciertas cosas y no lo logra. Se trata, como hemos dicho, de recordar un suceso sin faltar al amor: al recordar lo que nos dolió, recordemos al mismo tiempo cómo Jesús reacciona ante las ofensas, y oremos con él como en la cruz.

Además, hay que procurar establecer puentes mientras hay vida –que no la tendremos siempre: lo trágico es que, en el trance final antes de la muerte, haya enemistades pendientes. Es mejor que aquí y ahora hagamos las paces, pues no sabemos si luego habrá una ocasión de perdonar… En cualquier caso, hay que amar ahora que hay tiempo, la muerte nos podría quitar esa oportunidad. Recordar la ofensa puede convertirse en crecimiento interior para el ofendido: es humildad que cura la soberbia, caridad que elimina toda envidia... y se deja de sentir dolor. Si perdono vivo feliz y, si recuerdo, el recuerdo no me duele, no me afecta porque pude perdonar y los recuerdos vienen a mi memoria sin dolor, sin perturbación, sin sufrir el desgaste interior propio de quien guarda un doloroso rencor. “Perdonar no sólo tiene como

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beneficio el crecimiento interior, sino que también trae consigo una gran paz en quien lo practica. Perdonar es un ejercicio de las virtudes, porque para perdonar se necesita de caridad, humildad, paciencia, prudencia, fortaleza, amor… Perdonar es la manifestación de un corazón puro como consecuencia de una vida virtuosa. El perdón es una decisión, no un sentimiento, porque cuando perdonamos no sentimos más la ofensa, no sentimos más rencor. Perdona, que perdonando tendrás en paz tu alma y la tendrá el que te ofendió” (Madre Teresa de Calcuta). Cuando perdonamos, reconocemos el valor intrínseco de la otra persona (elperdoncatolico.com). Al perdonar te liberas a ti mismo y, si después de perdonar a una persona quieres seguir tratándola, pues adelante! Si, por el contrario, prefieres que sea un trato más alejado, ¡pues también! La gracia está en no estar amargado, ni desear el mal a esa persona. Se trata de amarla… (Dr. Bernie Siegel).

Olvidar es un método erróneo de conseguir paz de espíritu. Cuando se hace bien, es como la amnesia. Lo que ocurre es que, lo que olvidamos, no necesariamente desaparece. Si entierras algo en el patio trasero, lo único que consigues es que no se vea. Las cosas que olvidamos quedan enterradas bajo el consciente, pero viven bajo la superficie y se manifiestan en nuestros sentimientos y actividades. Aparecen en los sueños y en los dibujos que hacemos y siguen formando parte de nuestras vidas.

El perdón conlleva dar amor. Es una manera de decir: «Voy a prescindir de tus malas acciones, no voy a amargarme y voy a seguir queriéndote de todos modos». Me dijo un amigo, cuando le pedí perdón por una cosa de hacía mucho tiempo, por una injusticia en la que veía que yo también fallé: “¿te das cuenta de que acabas de cambiar la historia?” Me hizo pensar, es como un volver a escribir aquello de una forma mejor. Recuerda que el perdón no sólo tiene que darse en la relación con los demás sino también en la relación con uno mismo. Además, “a perdonar sólo se aprende en la vida cuando a nuestra vez hemos necesitado que nos perdonen mucho” (Jacinto Benavente). Menos mal que “Dios me perdonará, es su oficio” (Heinrich Heine).

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Después de amar te amaré… Es el título de un libro (Javier Vidal-Quadras) ¿Qué significa? Ante un mundo de falta de amor, el Autor, abogado, casado y con siete hijos, muestra un poco lo que lleva dentro, descubre algunos “secretos y voces” suyos, animado con este pensamiento: “allá donde tú te descubras, se descubrirán tus lectores. No tengas miedo” (p. 18). Quiere desenmascarar los fantasmas que difuminan el amor: “estabas enamorado, sí, pero... ¿de ella... o de la emoción?, ¿de la persona o del sentimiento? ¿No es verdad que, a veces, te sentías enamorado de estar

enamorado?” (p. 19). Es una falta de madurez estancarse en la etapa de pensar que lo importante es “sentirme” enamorado: es un egoísmo que llevaría a que si ésta persona no me llena ya, “habrá que reemplazarla” (p. 19). A través de 27 capítulos cortos hay una línea argumental: meterse en la piel del lector para despertar en medio de tantos engaños que adormecen al único amor por el que merece la pena vivir. ¿Cuál es ese amor auténtico?: amar para siempre, y pase lo que pase: “casarse para siempre (¿hay otra forma de casarse? es un exceso de libertad. Por eso hay gente que no se atreve... porque no es libre hasta el extremo de poseerse a sí mismo y a su futuro de modo absoluto, y le da miedo comprometerse a algo que no abarca su libertad” (p. 23).

La entrega es la otra cara de la libertad: “¿Casarse sólo por amor? Uno no se casa sólo porque ama, sino porque quiere amar” (p. 23), es decir, uno no puede fundar un matrimonio con el pensamiento de que el amor es algo que se puede acabar, sino “con la firme voluntad... puede decidir amar siempre y pase lo que pase: muchos lo han hecho a lo largo de la historia. La razón de casarse no es amar, sino querer amar. Amar es una premisa necesaria (o muy conveniente), pero no suficiente. No me caso porque amo, sino para amar... por eso, amar es importante, pero más lo es

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querer amar. Quien no ha pensado en eso, más vale que no se case, porque, aunque lo piense, no está contrayendo matrimonio... y casarse para no casarse es un contrasentido. Así pues: no me caso porque amo, sino porque amaré” (p. 24).

Esta entrega no puede tener límites, para que sea real: “Ella es para siempre. Y él también. Y ellos, cuando nazcan, también serán para siempre. Así son las personas: para siempre. No caducan. Un día morirán, es cierto..., aunque yo creo que seguirán viviendo, y una mejor vida... las personas son... para toda la vida” (p. 25). Y el amor no depende de las circunstancias, ni siquiera de la correspondencia: “no amo para que me ames: amo porque mi naturaleza es amar, y para que tú también puedas amar, para que mi amor te complete como persona, te desborde y puedas darlo a otros...” (p. 27).

Algunas circunstancias pueden ser muy duras, amar puede llegar a ser difícil, pero eso no es motivo de decir: “la amaré mientras ella...” porque entonces “ya no la amamos a ella, nos amamos a nosotros. Ya no buscamos su felicidad, que es nuestro compromiso en el amor, buscamos la nuestra” (p. 27). Empeñarse en la propia felicidad es billete seguro a la frustración, “vejez” del alma, aburrimiento... la vida es para amar, y como de rebote nos encontramos felices. Entonces, la cabeza y el corazón se llenan de amor pues uno se llena de aquello a lo que tiende. Y no habrá escapes, grietas: “el agrietado va regalando trozos de intimidad al primero que se acerca... y se va vaciando... y se puede caer en la tentación de ir a llenarse otra vez a esas fuentes nuevas y no a las de siempre” (p. 58). Otro efecto del egoismo es el victimismo: “su vida es... una suma de dolores” (p. 61), todo es motivo de queja que siembra amargura, y provoca rechazo a su alrededor. En cambio, cuando hay amor, hay buen humor, una chispa que inventa siempre formas de contagiarse a los demás.

El amor tiene también sus jerarquías, saber priorizar: “lo más importante, lo absolutamente imprescindible que tienen que hacer los padres para educar a sus hijos es quererse fiel, leal y progresivamente más entre ellos dos” (p. 75), receta con Melendo. Los conflictos no se resuelven echando la culpa al

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otro: “empezó él/ella”. Sirve la receta de S. Juan de la Cruz: “donde no hay amor, pon amor y sacarás amor”, y la de S. Agustín: “procurad adquirir las virtudes que creéis que faltan en los demás y no veréis sus defectos, porque no los tendréis vosotros” (p. 79). Cuando después de cada tropiezo hay una reconciliación, “uno parece renacer de sus propias cenizas y la relación se refuerza tras el perdón recíproco” (p. 82). En cambio, “cuando estoy convencido de que mi mujer llega tarde para fastidiarme” (p. 96) y tantas valoraciones falsas “cuando todo lo pongo en relación conmigo, la paranoia está a la vuelta de la esquina” (p. 96); es el “ego, ego, ego, ego... / y va balando el borrego”, el “yo” que desquicia, y amar hace feliz, como dice Kierkegaard: “la puerta de la felicidad se abre hacia fuera, hacia los otros” (p. 97).

¿Qué hacer cuando el abundante trabajo fuera de casa llena nuestra agenda? Poner en ella lo más importante, la familia. El binomio de “más trabajo, más dinero” si no se regula no acaba nunca, esclaviza, y ya sabemos sus “efectos colaterales” nefastos... pues “sin libertad no se puede amar” (p. 110). “El que resta tiempo a su cónyuge (a su familia) por razón del dinero es un mercenario. Y si se lo roba por el prestigio, es un pelele. Y si lo hace por temor, un cobarde” (p. 111). Por eso, los hijos no son “estorbo”, y añade el autor: “unos amontonan cosas; nosotros preferimos formar personas. Cuestión de gustos... (aunque) no es cuestión de gustos, sino de amor...” (p. 119)

¿Y cuando densos nubarrones ciegan toda luz, y se ve el matrimonio como un túnel sin salida, cuando amar “duele”?: “Sabes que el único camino es el perdón: el perdón o el vacío. Ascender o despeñarse. La ascensión será dura, muy dura; presientes un terreno áspero, luchando siempre contra tus tendencias, pero la disyuntiva es el abismo” (p. 123); además, entonces no se es objetivo: se distorsiona todo cuando uno está amargado, y hay que pensar en mis errores, que tampoco son pocos... y de ese abismo nace otra vez el perdón: “¡Es posible el perdón! ¡Siempre es posible el perdón!” (p. 124).

En fin, “si uno cuenta con Dios, el compromiso matrimonial es más fácil... se convierte con Él en vocación, es

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decir, llamada y encuentro, camino de santidad” (p. 127) y este amor no tiene fin: “no hasta la muerte..., después de la muerte y hasta siempre... ¡Parece tan poco una vida para amar”!” (p. 132).

Vamos a ver la antropología de lo dicho aquí, como de respaso de pinceladas de lo que sabemos del AMOR Y MATRIMONIO ¿La familia es importante? En la película "la curva de la felicidad" se habla de esa "lista de cosas importantes": sentimientos, amor, amistad, los hijos… en el clima de la familia hay ese generar la vida, se da una humanización de las personas... aparecen vínculos que nos definen, que quedan para siempre: paternidad, maternidad, filiación y fraternidad… no son los únicos, pero sí los que nos definen, luego la libertad de nuestro día a día determina otros también importantes como los amigos, el trabajo… pero estos se pueden cambiar, son libres: aquellos no, una vez están hechos, quedan para siempre.

La familia puede ser, ha de ser, una comunidad de vida y amor. Tiene su génesis en esta relación que llamamos matrimonio. ¿Es cierta esa entrega única, total y exclusiva de "te quiero a ti, sólo a ti y para siempre"? ¿Por qué la familia? Para no liarnos con tópicos, llamaremos aquí familia a esa unión estable entre hombre y mujer donde hay seguridad de que uno puede sentirse "en casa", y cuando vuelve del trabajo sabe que le espera alguien, y que puede tener hijos con la seguridad de que habrá este clima donde puedan sentirse amados con lo normal que han tenido los hijos a lo largo de la historia, donde ha funcionado la cosa. (Es decir no entendemos aquí por "familia" esos experimentos que son complejos de demostrar que puedan equipararse con familia). Para cuestiones más generales sobre el concepto de familia basta ver las obras por ejemplo de Tomás Melendo que están muy bien, o del Instituto de la Familia de las Universidades de Navarra o Internacional de Cataluña.

Vamos a intentar responder a dos cuestiones sencillas, quizá las más básicas: a) ¿el matrimonio es sólo para cuando

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hay amor, o un compromiso para siempre? Y b) ¿de qué tipo de amor hablamos?

a) "No es bueno que el hombre esté solo…" hay una tendencia a vivir el hombre y la mujer en complementariedad, pero el desorden y la falta de armonía producidas por el egoísmo dificultan el equilibrio, y de hecho vemos la debilidad de esa relación esponsal… hay rupturas, dudas, incluso miedo al compromiso. Hay agresividad y posesión, engaños y amenazas, violencia y cansancio, aburrimiento y soledad acompañada… intolerancia y radicalismos, machistas y utra-feministas por citar sólo los extremos, tolerancia y sumisión, pero también hay sacrificio y renuncias altruistas hasta grados extremos, felicidad y paz, y en la familia aprendemos las primeras nociones sobre lo que es la vida y la verdad, el amor y la libertad, el bien y qué es sentirse amados, y "por consiguiente, qué quiere decir en concreto ser persona" (Juan Pablo II, Centessimos annus, 39).

La fenomenología nos enseña lo que la filosofía de siempre: que la libertad implica un proyecto que se construye sobre un compromiso. Es decir que el matrimonio no se hace por amor sino por el compromiso de amarse, lo que constituye el matrimonio no es el sentimiento. El amor origina el matrimonio, pero llega un momento que lo que engendra el amor es un compromiso, una situación nueva a la que llamamos familia: una verdad que lleva a vivir-para-ellos, para los miembros de la familia. Este compromiso, sobre el que se origina esta familia, es de amarse para siempre.

No es un amor romántico. No valen aquí ideologías de género. También el relativismo es con sus verdades a medias y renuncia a la verdad otro escollo cultural del mundo de hoy. Las dificultades no faltan, como la idea de libertad para no escoger que hay, o de escoger sin tener palabra, es decir con vuelta atrás...

b) ¿Amar para siempre? Ya lo hemos tocado. Nos conviene ir al fondo de la cuestión: "¿por qué tengo que comprometerme para siempre, si mañana veré más oportunidades, podré decidir mejor, según las circunstancias que cambian?, ¿por qué atarme hoy, si mañana podré decidir

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mejor?" Esta pregunta está hecha sobre la base de un individualismo, de un relativismo cultural que mina cualquier compromiso, pero esto no significa que no tengamos que responder a la pregunta.

De una parte, la libertad lleva al compromiso, y la estabilidad y seguridad que ha de tener la familia, lleva a este tipo de compromiso: exclusividad, y para siempre. Siguiendo el ejemplo de antes, igual que no hay ex-padre y ex-hijo no hay ex-esposo o ex-esposa. Son relaciones que marcan, definen una vida, la determinan. Y para esto está la libertad, para poder decidir, lo otro no es libertad auténtica sino superficialidad. Crea una cosa nueva, la familia, irrevocable. Lo que se da no se quita, ya no son dos sino una sola carne, aquello no tiene vuelta atrás, y es necesaria la estabilidad pues si no hay un amor para siempre es que no es amor, no habría la seguridad de poder sentirse en casa, sin estar continuamente evaluándose si vale la pena o no seguir, sin pensar "quizá si no hago esto bien, o se acaba el amor, o le fallo en algo, me deje", pues la vida no se puede construir con una inseguridad permanente, ni se pueden tener hijos y educarlos con una armonía vital cuando falta la consistencia de la familia, o al menos es todo más complicado.

Además, la naturaleza de la persona lo reclama. El amor ya no es un sentimiento (estar enamorado) sino un proyecto vinculante que se rompe con la muerte (en el cielo, sigue lo bueno que hay en la tierra, es decir el amor). Pero que esto esté al alcance de la razón no quiere decir que lo vean todos, se trata de mostrar mejor que nos realizamos al darnos, al darnos del todo. El problema es negar la validez del matrimonio o ponerlo en duda cada vez que haya crisis. Por esto hay un vínculo que ata, una justicia que se expresa en cierta participación del otro, que ya es de uno y viceversa, como se dice en la conversación al referirse al esposo ("mi hombre") o la esposa ("mi mujer"). El egoísmo parece que es lo mejor pero mata, hoy está de moda dignificarlo: "hazlo no por amor a nadie, sino porque te amas". La filosofía dominante nos dice que para poder amar a los demás, para ser feliz, hemos de amarnos primero a nosotros mismos por encima de todo. Es

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una verdad a medias, y por tanto la gran mentira. Con ello se absolutiza un aspecto que no es el fundamental. La historia de un samurai que va al cielo nos puede ayudar a entender todo esto.

Cuando el samurai llega a la eternidad al morir, el ángel le lleva hacia el cielo pero él pide visitar el infierno para ver cómo es. Así, llegan a una sala inmensa con una mesa muy bien ataviada con todo tipo de comidas, y alrededor de la mesa una multitud de gente. En la mesa, había manjares deliciosos, con todo tipo de verduras y hortalizas, carnes y pescados, pasteles y helados… pero tenían unos palillos de dos metros para comer, y no podían ni tomar la comida del plato y mucho menos llevársela a la boca… estaban así amargados, se peleaban unos contra otros de un modo salvaje, atormentados también por el hambre. Ante aquella triste visión, el samurai pidió ir al cielo. Al llegar, vio que había una rica y abundante comida en una mesa similar a la otra, pero aquí la gente estaba feliz, alrededor de la mesa, riendo y en agradable conversación, se respiraba aire de gozo y daba paz estar en aquel ambiente feliz. El samurai observó que también aquí tenían unos palillos de dos metros de largo, pero cada uno procuraba tomar alimentos del plato de la persona que tenían delante, y ponérselo en la boca, sirviéndose unos a otros iban bien alimentados, y disfrutaban de todo y de todos.

Con el tiempo he observado la profundidad de la historia, pues no tenemos un "aparato" para ser felices por nosotros mismos (nuestros "palillos" son demasiado largos) y tantas formas equivocadas de búsqueda de la felicidad nos dejan insatisfechos (placer, dominio, etc.), podemos decir que el bienestar físico o de los bienes de riqueza no es la capa más profunda de felicidad, sino que por encima de ello está lo afectivo-espiritual, que es donde hemos de buscar la felicidad profunda: allí la inteligencia y el amor con su libertad nos muestra que tenemos unos medios para realizarnos, que es hacer felices a los demás, con la capacidad de hacer el bien. Mediante los actos buenos, nos hacemos buenos, y como "de

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rebote" somos felices, dando amor lo recibimos, según aquello de que "hay más alegría en dar que en recibir" que san Juan de la Cruz explica así: "pon amor donde no hay amor y sacarás amor" (para ilustrar esto sirve el apartado de más arriba "¿Amar para siempre?", y quizá otro que tengo en la red "María, la mujer genuina").

¿Cómo instalar el programa "Amor"? Es un comentario que tomo de la Internet (Rate This).

CLIENTE: ¿Estoy llamando al departamento de Atención a Clientes?

SOPORTE TÉCNICO: Así es. Buenos días. ¿En qué puedo ayudarle?

CLIENTE: Estuve revisando mi equipo y encontré un sistema que se llama AMOR; pero no funciona. ¿Me puedes ayudar con eso?

SOPORTE TÉCNICO: Seguro que si pero yo no puedo instalárselo; tendrá; que instalarlo usted mismo, yo lo dirijo por teléfono, ¿le parece?

CLIENTE: Sí, puedo intentarlo. No sé mucho de estas cosas, pero creo que estoy listo para instalarlo ahora. ¿Por dónde empiezo?

SOPORTE TÉCNICO:El primer paso es abrir tu CORAZÓN. ¿Ya lo localizaste?

CLIENTE: Si ya. Pero hay varios programas ejecutándose en este momento. ¿No hay problema para instalar mientras siguen ejecutándose?

SOPORTE TÉCNICO: ¿Cuáles son esos programas?

CLIENTE: Déjame ver… Tengo… DOLORPASADO.EXE, BAJAESTIMA.EXE y

RESENTIMIENTO.COM ejecutándose en este momento.SOPORTE TÉCNICO: No hay problema. AMOR borrará;

automáticamenteDOLORPASADO.EXE de tu sistema operativo actual. Puede que se quede grabado en tu memoria permanente, pero ya no

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afectará otros programas. AMOR eventualmente reemplazará BAJAESTIMA.EXE con un módulo propietario del sistema llamado ALTAESTIMA.EXE. Sin embargo, tienes que apagar completamente el programa RESENTIMIENTO.COM.

CLIENTE: No se cómo apagarlos. ¿Me puedes decir cómo?

SOPORTE TÉCNICO: Con gusto. Ve al menú INICIO e invoca PERDON.EXE. Ejecútalo tantas veces como sea necesario hasta que CORAJE.EXE y RESENTIMIENTO.COM hayan sido borrados completamente.

CLIENTE:…..ok… listo. AMOR ha empezado a instalarse automáticamente. ¿Es esto normal?

SOPORTE TÉCNICO: Si. En breve recibirás un mensaje que dice que AMOR estará activo mientras CORAZÓN esté vigente.

CLIENTE: Oh, oh… Ya me apareció un mensaje de error. ¿Qué hago?

SOPORTE TÉCNICO: ¿Qué dice el mensaje de error?

CLIENTE: Dice “ERROR 412 – PROGRAMA NO ACTIVO EN COMPONENTES INTERNOS”. ¿Qué significa eso?

SOPORTE TÉCNICO: Es una de esas cosas técnicas complicadas de la programación, pero en términos no técnicos significa que tienes que”AMAR” tu propio equipo antes de poder “AMAR” a otros. ¿Puedes localizar el directorio llamado “AUTOACEPTACIÓN”?

CLIENTE: Si, aquí lo tengo.SOPORTE TÉCNICO: Debes eliminar AUTOCRITICA.EXE de

todos los directorios, y después borrar todos los archivos temporales y la papelera de reciclaje, para asegurar que se borre completamente y nunca se active.

CLIENTE: Entendido ¡Hey! Mi CORAZÓN se está llenando con unos archivos muy bonitos. SONRISA.MPG se está desplegando en mi monitor e indica que PAZ.EXE y FELICIDAD.COM se estan replicando.

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SOPORTE TÉCNICO: Eso indica que AMOR está instalado y ejecutándose. Ya lo puedes manejar de aquí. Una cosa más antes de irme… AMOR es un software sin costo. Asegúrate de dárselo, junto con sus diferentes módulos, a todos los que conozcas y te encuentres.

NUNCA TE LAMENTES POR DAR AMOR. SI NO TE CORRESPONDEN, NO TE PREOCUPES, NO CONOCEN O NO SE ANIMAN A AMAR. ES DECIR, NO SABEN AMAR…".

Decía Rilke, sobre la fidelidad matrimonial: "ésta es la paradoja del amor entre el hombre y la mujer: dos infinitos se encuentran en dos límites. Dos infinitamente necesitados de ser amados se encuentran con dos frágiles y limitadas capacidades de amar. Y sólo en el horizonte de un Amor más grande no se devoran en la pretensión, ni se resignan, sino que caminan juntos hacia una Plenitud de la cual el otro es digno". Pasemos al siguiente punto.

4. C. VAMOS A LA ÚLTIMA PARTE: SABER HACERLO… a veces hay como una incapacidad casi física de escuchar al otro… cuesta el diálogo, interiorizar lo que dice el otro…

Si el amor por tanto es lo que da origen al compromiso, de hecho el matrimonio está fundado en el compromiso de amor, el pacto del que nace la familia. Lógicamente, tiene un aspecto social: en la película Jude se ve cómo fracasa el frenesí del amor de una pareja y son desgraciados ellos y los hijos. En Ana Karénina, La Rosa Escarlata, etc. aparecen las mismas ideas: necesitamos vivir en familia, y la sociedad está compuesta por familias, pero hay un reconocimiento social… sin duda se exageró hasta el paroxismo y dar asco, como queda reflejado en La edad de la inocencia. Ahora veremos sobre todo que el amor es un fuego que hay que alimentar, o también como un jardín que hay que cultivar, y para ello prevenir plagas, y arrancar las malas hierbas.

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La primera idea: cultivar el amor esponsal. Lo primero en la familia es el amor de los esposos; pero veíamos que era inseparable del amor a los hijos, DE HECHO las crisis se superan por ellos, mirando los hijos viene la razón más fuerte para seguir adelante con el matrimonio: sacrificarse por ellos. Pero si bien el corazón va por ahí, la idea de que uno ya no se pertenece al casarse, "lo que se da no se quita", es también fuerte. Es una obligación de justicia: no es el casarse estar uno frente al otro, sino también y sobre todo estar uno al lado del otro mirando juntos un proyecto común.

El hombre necesita sentir que tiene un hogar, sentirse seguro, sentirse querido sin condiciones ni miedos a que "quizá no haya nadie en el nido a partir de hoy"... también los hijos se hacen personas con pleno equilibrio, de manera más natural, cuando viven ese ambiente.

La unidad e indisolubilidad, propiedades esenciales, van de la mano de ese amor que hay que alimentar con pequeños detalles cada día.

Los pequeños detalles que alimentan el amor. Contaban de un niño que fue de visita a casa de sus tíos, y se divertía ver a su prima –ya mayor- esperar la llegada de su novio; estaba contenta, y se preparaba: se peinaba, perfumaba y pintaba los labios, se ponía guapa y corría de un lado a otro de la casa, arreglaba todo para que su "amor" no pudiera echar en falta ningún detalle en el entorno. Entonces llegaba el novio oliendo a mucha loción y al mirarse... parecía que flotaban en el aire, parecían dos tortoritos, embobados mientras se hablan y ella le ofrece tomar algo sabroso que le preparó durante la tarde. Además, el siempre elogia todo lo que ella prepara para cenar. Luego hablan de “tonterías” horas, sin soltarse sus manos, hasta que tienen que despedirse con disgusto porque les ha sabido a poco todo este tiempo de estar juntos.

El niño al volver a casa pregunta a su madre quién es su novio, y ella dice muy sonriente que su novio es “papá”. - "No, mamá, en serio..." pero ella insiste; y el niño piensa: “¿Cómo va a ser mi papá su novio?; él nunca llega con un ramo de flores, ni chocolates; sí que le trae un regalo en su santo o

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cumpleaños, pero no me imagino el novio de mi prima regalándole una máquina de café o dinero para que se compre algo. Además mamá no pone cara de Blanca Nieves cuando papá llega del trabajo, ni él sonríe como príncipe azul cuando la mira. Mamá no corre a arreglarse el peinado, ni a pintarse los labios cuando suena el timbre de la puerta y apenas se da la vuelta al verlo para decir "hola" porque está ocupada en sus cosas. El saludo de papá, en vez de "hola mi vida" es "Hola ¡que día!"; y ella en lugar de "¿qué te apetece cenar?" le dice "-¿Qué, ¿quieres cenar?". Yo espero a ver si le dice: “-Que guapa estás hoy", pero no, le pregunta "¿has visto el mando de la tele?". Los novios se dicen cosas románticas como "¡cuánto te amo!", pero en vez de esto oigo "¿fuiste al banco?" Mi prima y su novio no dejan de mirarse, pero aquí cuando pasa mamá, papá se estira para seguir mirando la tele sin perder detalle. Sí que a veces papá le da un abrazo sorpresa a mamá, pero ella se va corriendo enseguida porque tiene muchas cosas que hacer. Veo que se dan la mano cuando en Misa dicen "daos fraternalmente la paz". M. Valverde acababa estas reflexiones con el pensamiento que tenía el niño: “Pienso que dicen que son novios para que no me entere de que cortaron cuando se casaron. La verdad es que mi mamá no tiene novio y mi papá no tiene novia. Qué aburrido... ¡Sólo son esposos!”

Ser novio es tener un amor siempre nuevo, como decía san Josemaría Escrivá, un amor nuevo cada día alimentado con detalles continuados. Hay quien dice “se me ha acabado el amor”... el amor no se acaba, es el motivo de la vida, la esencia del existir, pero hay que alimentar esa planta cada día, si no se seca. Cultivar el amor cada día, con una fidelidad vivida en donación permanente, superar toda dificultad a veces mirando al cielo que nos da su gracia para seguir aguantando, a veces mirando a los hijos para saborear la alegría de que vale la pena continuar, de que el amor como el vino mejora con los años... Así nunca se escapará el amor ni se irá con otra amistad a quien se dice “tú si que me entiendes...” No habrá soledad ni buscar la “solución” al “problema” porque no se le verá a él o a ella como “problema” (aunque en el momento de crisis la memoria piense “en realidad nunca le he querido, era

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todo falso...”); no se mirarán otras alternativas pues después de la tormenta se verá que esas otras posibilidades son ilusorias, fuente de inquietudes, frágiles en comparación con la realidad de una familia real, unos hijos y un hogar donde a pesar de todo hay amor. En el mundo habrá siempre equivocaciones, fracasos, engaños, etc. (como las causas de nulidad, en las que se declara que en realidad no existió nunca la esencia del matrimonio), pero pienso que hoy hay en el ambiente el error de que ante cualquier problema la solución es echar a perder el matrimonio, deshacerlo.

En una película, “El violinista en el tejado”, se plantea el tema: ¿el amor es algo objetivo o es sólo un sentimiento? Los protagonistas forman un matrimonio bien avenido, con seis hijas que sucesivamente van enamorándose y contrayendo matrimonio. En una de las escenas, el padre, al observar el apasionado enamoramiento de una de las hijas (y pensando que el no siente eso hacia su esposa), se dirige a su mujer Golde, algo confundido y mantienen el siguiente diálogo: “¿Me amas?” –“¿Te amo?” (contesta ella en tono de sorpresa) “-Si, ¿me amas?” –“Durante veinticinco años he lavado tu ropa, guisado tus comidas, limpiado tu casa, te he dado hijos, he ordeñado la vaca. Después de veinticinco años ¿por qué me hablas del amor? Soy tu mujer”, responde ella intrigada. “-Todo eso ya lo se, pero ¿me amas?”, insiste él. –“-Durante veinticinco años he vivido contigo, luchando contigo, pasando hambre contigo. Durante veinticinco años mi cama ha sido la tuya. Si eso no es el amor, entonces ¿qué es?” dice ella al borde del desconcierto, ya rayando la duda de no saber quién es ni dónde está. –“Entonces ¿me amas?” – “Supongo que sí”, concluye ella. Y él: “-Y yo supongo que también te amo. Esto no cambia nada, pero incluso así, después de veinticinco años, es bonito saberlo”. En otros muchas películas es ella la que suele preguntar, para escuchar lo mismo del marido y al final decir: “entonces, ¿por qué no me lo dices más a menudo... lo necesito”. El amor está hecho de esas cosas pequeñas...

No es de extrañar que haya crisis, como en el cultivo hay plagas y problemas, y para esto puede servirnos esta historia de Cuando el Odio quiso matar el Amor. Escuché una vez

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este relato: Cuentan que en la historia del mundo hubo un día terrible en el que el Odio, que es el rey de los malos sentimientos, los defectos y las malas virtudes, convocó a una reunión urgente con todos los sentimientos más oscuros del mundo y los deseos más perversos del corazón humano. Estos llegaron a la reunión con curiosidad de saber cuál era el propósito. Cuando estuvieron todos habló el Odio y dijo: "Os he reunido aquí a todos porque deseo con todas mis fuerzas matar a alguien". Los asistentes no se extrañaron mucho pues era el Odio que estaba hablando y él siempre quiere matar a alguien, sin embargo, todos se preguntaban entre sí quién sería tan difícil de matar para que el Odio los necesitara a todos. "Quiero que matéis al Amor", dijo. Muchos sonrieron malévolamente pues más de uno quería destruirlo.

El primer voluntario fue el Mal Carácter, quien dijo: "Yo iré, y les aseguro que en un año el Amor habrá muerto; provocaré tal discordia y rabia que no lo soportará".

Al cabo de un año se reunieron otra vez y al escuchar el informe del Mal Carácter –que efectivamente provocaba riñas y discusiones- quedaron decepcionados. "Lo siento, lo intenté todo pero cada vez que yo sembraba una discordia, el Amor la superaba y salía adelante".

Fue entonces cuando, muy diligente, se ofreció la Ambición que haciendo alarde de su poder dijo: "En vista de que el Mal Carácter fracasó, iré yo. Desviaré la atención del Amor hacia el deseo por la riqueza y por el poder. Eso nunca lo ignorará". Y empezó la Ambición el ataque hacia su víctima quien efectivamente cayó herida y la adoró en sus ídolos, que son una tentaciónconstante, y una causa frecuente del alejamiento del amor verdadero. Muchos ídolos se levantan muy bien construidos y refinados que se presentan bajo capa de “progreso” o que proporcionan más material bienestar, más placer, más comodidad...: su Dios es el vientre, y su gloria la propia vergüenza, pues ponen en corazón en las cosas terrenas (dice San Pablo en Filipenses), y es aplicable a la idolatría moderna, a la que se ven tentados tantos, olvidando el tesoro auténtico, la riqueza del amor. Pero, después de luchar por salir adelante,

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el Amor renunció a todo deseo desbordado de poder y triunfó de nuevo.

Furioso el Odio por el fracaso de la Ambición envió a los Celos, quienes burlones y perversos inventaban toda clase de artimañas y situaciones para despistar el amor y lastimarlo con dudas y sospechas infundadas hasta desear hacer aquello que el otro tenía celos. Pero el Amor confundido lloró y pensó que no quería morir, y con valentía y fortaleza se impuso sobre ellos, y los venció.

Año tras año, el Odio siguió en su lucha enviando a sus más hirientes compañeros, envió a la Frialdad, al Egoísmo, la Indiferencia, la Pobreza, la Enfermedad y a muchos otros que fracasaron siempre, porque cuando el Amor se sentía desfallecer tomaba de nuevo fuerza y todo lo superaba. Cuando venían las Desgracias parecía sucumbir, pues los golpes imprevistos no permiten muchas veces que uno aproveche de ellos, a causa del abatimiento y turbación que levantan en el alma (Claudio de Colombiere); mas con un poquito de paciencia, se ve como Dios dispone a recibir gracias muy grandes precisamente por aquel medio. Sin tales percances tal vez no habría sido el amor del todo malo, pero tampoco del todo bueno.

El Odio, convencido de que el Amor era invencible, les dijo a los demás: "No podemos hacer nada más... El Amor ha soportado todo, llevamos muchos años insistiendo y no lo logramos”.

De pronto, de un rincón del salón se levantó alguien poco reconocido, que vestía todo de negro y con un sombrero gigante que caía sobre su rostro y no lo dejaba ver, su aspecto era fúnebre como el de la muerte. "Yo mataré el Amor”, dijo con seguridad. Todos se preguntaron quién era ese que pretendía hacer solo, lo que ninguno había podido. El Odio dijo: "Ve y hazlo".

Tan sólo había pasado algún tiempo cuando el Odio volvió a llamar a todos los malos sentimientos para comunicarles después que, de mucho esperar, por fin el Amor había muerto. Todos estaban felices, pero sorprendidos. Entonces el sentimiento del sombrero negro habló: "Ahí os

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entrego el Amor totalmente muerto y destrozado", y sin decir más ya se iba. "Espera", dijo el Odio, "en tan poco tiempo lo eliminaste por completo, lo desesperaste y no hizoel menor esfuerzo para vivir. ¿Quién eres?" El sentimiento levantó por primera vez su horrible rostro y dijo: "soy La Rutina."

La rutina es ausencia de amor, monotonía, y “la monotonía es falta de energía” (dice la cantante Laura Pausini), significa que está ya muerto el amor. El amor es un fuego al que hay que echar cada día cosas nuevas: "Los pequeños actos de cortesía endulzan la vida, los grandes la ennoblecen" (Karina Valenzuela). En la batalla del amor frente al odio, hay que cuidar las cosas pequeñas que son –en frase de la Escritura- las que si faltan dejan paso a las pequeñas raposas que destrozan el campo de ese amor. La dejadez, el abandono de los detalles, produce el desmoronarse de todo el amor: “Será que la rutina ha sido más fuerte” (canta el grupo “Ella baila sola”). En los pequeños detalles es donde se libra la batalla del odio contra el amor: el amor alienta, el odio abate; algunos de los campos en los que se libra esta batalla son: el amor sonríe, el odio gruñe; el amor atrae, el odio rechaza; el amor confía, el odio sospecha; el amor enternece, el odio enardece; el amor canta, el odio espanta; el amor tranquiliza, el odio altera; el amor guarda silencio, el odio vocifera; el amor edifica, el odio destruye; el amor siembra, el odio arranca; el amor espera, el odio desespera; el amor consuela, el odio exaspera; el amor suaviza, el odio irrita; el amor aclara, el odio confunde; el amor perdona, el odio intriga; el amor vivifica, el odio mata; el amor es dulce; el odio es amargo; el amor es pacífico; el odio es explosivo; el amor es veraz, el odio es mentiroso; el amor es luminoso, el odio es tenebroso; el amor es humilde, el odio es altanero; el amor es sumiso, el odio es jactancioso; el amor es manso, el odio es belicoso; el amor es espiritual, el odio es carnal. El amor es sublime, el odio es triste (Mauricio Fornos).

Nos conviene tener en cuenta el ambiente de hoy, ayudar a la gente en lo que más necesita, cultivar el amor, y

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aconsejar para el matrimonio con la preparación adecuada, concretamente -y siguiendo a T. Melendo- se puede decir que conviene que el amor, para que sea bueno el compromiso, ha de tener cuatro elementos en la pareja:

a) que haya química, que se gusten, etc. b) que haya gustos comunes, puedan hablar de temas,

lecturas, aficiones, etc.c) que haya respeto al "yo" del otro, sin dependencias

excesivas ni posesiones que anulan al otro y le "chupan" personalidad

d) que haya amistad en el sentido de querer por encima de todo el bien del otro.

Es también muy importante saber que los clásicos "fines" del matrimonio es un modo muy bueno de proteger las propiedades o bienes esenciales. Son la ayuda mutua y la procreación, es decir proteger el bien común que se crea con el compromiso, en la nueva situación de familia.

Para proteger ese bien, lo mejor es no cuestionar las cosas cuando hay problemas, ése es el verdadero problema. Aunque hay límites a la situación injusta, y de ahí la posible separación. También hay casos de nulidad, que se puede declarar pero ´todo esto sólo si la situacíón es insostenible, cuando se llega al peor de los casos en que la convivencia sea imposible (por peligro de daño grave moral o físico). El respeto ha de cultivarse para que no sean las riñas más que cosas pequeñas, y no se vaya a buscar fuera de casa lo que ha de permanecer dentro.

Pero es difícil dialogar cuando hay como una dificultad casi física para escuchar… El caballero de la armadura oxidada. “Vivía un caballero que pensaba que era muy bueno, generoso y amoroso... luchaba contra todos sus enemigos, que eran malos, mezquinos y odiosos. Mataba dragones y rescataba damiselas en apuros... tenía la mala costumbre de rescatar damiselas incluso cuando ellas no deseaban ser rescatadas... Y ante la mera mención de una cruzada, el caballero se ponía la armadura entusiasmado, montaba su

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caballo y cabalgaba en cualquier dirección”. La cita es de Robert Fisher, “El caballero de la armadura oxidada” (Barcelona 1997). Lo malo del caballero en cuestión es que enamorado de su armadura acabó por no quitársela nunca. Es una metáfora de quien se va cerrando en su mundo, por no enfrentarse a la realidad. Vive metido en su coraza, sin ver las preocupaciones de los demás, incluso cuando está “el caballero enlatado” con la familia o los amigos no para de dar “la lata”: suele recitar monólogos sobre sus hazañas. Julieta es la mujer del caballero de la novela, era su mujer, y un día ella le dijo que no la quería, que estaba amargada; él le dijo que sí que la amaba y que por eso la había rescatado, pero ella contestó: “no me amas, lo que tú amabas era la idea de rescatarme. No me amabas realmente entonces ni me amas realmente ahora”. Él, por supuesto, no entendía nada, pues él “sabía” lo que ella necesitaba, y con esto debía bastarle a ella. No basta con que queramos ayudar a los demás, hacerles servicios. Pasa que hay quien piensa que en el fondo no necesita de los demás, y esta “misión” que siente de ayudar a los otros quizá es un modo de sentirse útil, pero no hay ahí realmente amor a los demás, sino egoísmo. El caballero estaba atrapado en su visera metálica que le impidió ver a los demás; y por la cortedad de su visión iba pisando con su armadura de hierro los pies de los demás; no sentía el dolor de los demás.

La vida es como probar una fruta amarga al comienzo pero después apetecible, la vida es buena cuando se acepta, cuando no se huye bajo armaduras ni corazas. A veces nos pasamos la vida huyendo ante las dificultades, pensamos que todo es una conquista y en realidad es un don; pero para descubrir la vida como un don hay que sentirse aceptado.

El “caballero” encerrado en la armadura que somos todos, estaba en realidad usando a los demás, los necesitaba para mostrarse bueno y rescatarlos, pero como no se amaba no podía amar a los demás. Es necesario verse en el espejo de la verdad, y descubrirse amable, y hecho para el amor, para ver ese potencial hermoso, inocente y perfecto que hay dentro de cada uno. Estamos acostumbrados en un mundo algo hipócrita a esconder los sentimientos y no decir lo que nos

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pasa... pasamos la vida intentando agradar a la gente, y montamos cruzadas y matamos dragones por fuera cuando los que hemos de batallar son los de dentro. En lugar de intentar demostrar que somos buenos y generosos “rescatando damiselas”, el caballero descubre que la ambición mata cuando nos hace pretender ser mejores que los demás, no hemos de demostrar nada sino ser felices siendo simplemente como somos. Un caballero ambicioso quiere como casa el mejor castillo, y cambiar de caballo cada dos años y progresar... y así no vive. En realidad la felicidad está en ganar en riqueza interior: ser más generoso, compasivo, inteligente y altruista, eso es ser rico y ambicioso de verdad. La ambición mala es tener más y la buena es tener un corazón puro. Decía san Josemaría Escrivá que “más que en ‘dar’, la caridad está en ‘comprender’”, conocer al otro en sus afanes y sentimientos, ponerse en sus circunstancias, ver las cosas con serenidad... querer y dejarse querer. No se requiere competir con nadie, no hay que hacer daño a nadie; simplemente darse a los demás, como el manzano, que cuantas más manzanas coge la gente más crece el árbol y más hermoso se vuelve: así el hombre desarrolla su potencial para beneficio de todos, así progresan los que tienen ambiciones del corazón.

Es importante que haya diálogo, Aprender a conversar. Conversar es un arte. Voy a parafrasear a san Alberto Hurtado que decía: lo más difícil está, no en hablar, sino en callar. El que se interesa en sí, quiere oír su voz. En la conversación, se busca frecuentemente un desahogo, aun bajo el pretexto de una consulta. Un político, en un momento dificilísimo de su gobierno, rogó a un amigo se tomara la molestia de hacer un viaje, pues deseaba consultarlo. En la entrevista sólo habló el político durante varias horas: le expuso su problema, los pros y contras de su actitud, las resistencias que encontraba. El amigo escuchaba y al fin, el político sin haberle pedido su opinión ni una sola vez, le agradece su visita que le ha sido tan inmensamente provechosa. ¿Lo consultó? No. Más que consejos lo que necesitaba era un desahogo.

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Una señora va a ver al médico, le expone su enfermedad, le dice lo que necesita, el remedio que va a tomar. El médico escucha y por toda respuesta le dice: "Muy bien, colega". ¿Para qué lo necesitaba a él? ¡Para que la oyera! Cuántas veces vamos al director espiritual, o al consejero, no tanto para oír como para hablar. El que sabe escuchar tiene un gran camino asegurado y a la larga es el que domina. A veces, uno se maravilla de encontrar amistades en las cuales la influencia real pertenece a aquel que aparentemente tiene menos brillo, pero sí más paciencia para escuchar.

Desde pequeños deben aprender los niños a no interrumpir, a escuchar con respeto no sólo exterior, sino interior, procurando comprender y asimilar. Interrumpir equivale a decir: su opinión no me interesa, ya ha hablado usted demasiado, escúcheme a mí que tengo algo más interesante que decir. Interrumpir denota una intoxicación por egoísmo. El que habla sólo de sí, piensa sólo en sí. Y el que piensa sólo en sí es horriblemente mal educado por más instruido que sea.

No se trata de convencer “al contrario”, sino de intercambiar con modestia las opiniones. Naturalmente, con tacto, con delicadeza se puede decir: “Quizás me equivoque, pero: ¿No piensas que podríamos enfocar este problema desde este punto de vista?”... Lo ideal es decirlo de tal forma que le parezca a él que se le ha ocurrido aquello que le íbamos a sugerir, así lo hará mucho más propio que si lo intentamos inculcar desde fuera. Ayudar a pensar (la mayéutica de Sócrates). A quien no lo pide no le gusta ser enseñado, y la amistad se resiente con la agresividad en discusiones.

Pero es importante ser sinceros siempre; jamás aceptar lo que no puede ser aceptado: expresarlo con modestia, con respeto a otros puntos de vista; aun en las verdades de la fe cabe el ser respetuosos y humildes al exponerlas. ¡Cómo aleja a los que no creen, el ver tratado su pensamiento como algo horroroso, lleno de mentiras, de absurdos! Porque la caridad y la humildad forman parte de la verdad, y sin aquellas ésta desaparece. El consejo de Evangelio es iluminador: “hacer la verdad en el amor”.

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HAY QUE INSISTIR EN ESTO: ES MUUUY IMPORTANTE LA COMUNICACIÓN… Y también en el diálogo es importante el silencio: “Hacer” silencio. Iba andando un niño con su padre, y éste le pregunta: -“Además del cantar de los pájaros, escuchas alguna cosa más?” El niño respondió: -“Estoy escuchando el ruido de una carreta”. –“Eso es -dijo el padre- Es una carreta vacía”. Preguntó el niño: -“¿Cómo sabes que es una carreta vacía, sí aún no la vemos?” Respondió el padre: -“Es muy fácil saber cuándo una carreta está vacía, porque hace ruido. Cuanto más vacía la carreta, mayor es el ruido que hace”. Cuando veamos a una persona hablando demasiado, interrumpiendo la conversación de los demás de modo inoportuno o violento, presumiendo de lo que tiene, sintiéndose prepotente y superior a los otros, recordemos aquello de... "cuanto más vacía la carreta…”

Tagore en sus escuelas de la India dejaba a los niños desperdigados en el campo, en libertad, un cuarto de hora al día para la contemplación en silencio. "El silencio no es sólo ausencia de ruido, sino también una necesidad positiva del espíritu, una real conquista de sí... El silencio al ser un medio de perfección, implica para su logro mucho sacrificio y heroicidad. Hacer silencio, es saber callar, saber escuchar. Podríamos decir, el escuchar-callar es por naturaleza, pero el saber hacerlo implica perfección”. Es necesaria una educación en el silencio, que pasa por esa unidad de razón e inteligencia, conocer discursivo e intuitivo, de palabra unida al reposo callado, donde los argumentos van de la mano a la contemplación. Esto es especialmente importante hoy, pues como decía uno sin el silencio, no se puede admirar y sin admiración no se puede contemplar y sin contemplación no hay saber, muere la ciencia porque cesa el pensamiento.

Esa pedagogía del silencio, da el encuentro consigo mismo, pues “nadie puede saber quién es si no se lo dice el silencio” (Romano Guardini). Lo esencial, invisible a los ojos, es también inaccesible a nuestro oído. Es necesario sopesarse en ese espejo de la verdad que es el silencio, para ser uno mismo y luego poder dar de lo que se es, si uno se tiene a sí mismo

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puede darse en comunión y dejar poso, pues –como dice un proverbio budista- “cuando ‘el que tiene la luz’ permanece en silencio y piensa lo justo, su pensamiento se escucha a mil millas de distancia”. Hay algo misterioso en el que sabe “callar” y profundizar en su ser, entonces “es” verdaderamente: ese silencio es creativo, y lleva luego a una acción eficaz.

“Nadie habla con mayor autoridad que quien está habituado a callar” (Kempis). Nos rompemos cuando no sabemos guardar ese silencio interior, cuando nos desparramamos en un activismo destructor echamos a perder nuestra mejor obra, nuestro testimonio, cuando no lo dejamos dormir en el silencio: “la fuerza de la palabra está en proporción directa con el silencio en que ha sido engendrada… estamos amasados con gotas del silencio divino, el silencio de la comunión intratrinitaria y estas gotas del silencio eterno dan a nuestro barro una textura muy especial” (A. López Baeza). Ese encontrarse en el silencio callado puede convivir con el ruido exterior y con comunicar la palabra, pues no se destruye entonces la esencia, sigue conservándose el fuego, silencio creador que habla, callado lugar donde el alma revive cómo el Verbo se hace palabra… Palabra que habla siempre en el eterno silencio, y en el silencio tiene que ser escuchada por el alma. Benedicto XVI decía estos días en la fiesta del Corpus: "En la vida de hoy, a menudo ruidosa y dispersiva, es más que nunca importante recobrar la capacidad de silencio interior y de recogimiento: la adoración eucarística permite hacerlo no sólo en torno al 'yo', sino más bien en compañía de ese 'Tú' lleno de amor, que es Jesucristo, 'el Dios cercano a nosotros'". Ese silencio es diálogo entonces, nos abre al cosmos y nos une al destino de todo lo creado. Silencio de adoración, en el que se ve que todo es gracia. Hablar es un fluir del interior, en una unión coherente -como la de Jesús- de verdad y amor: ya no se vive de éxito, de imagen social… cuando el silencio  me ha dicho que Dios me ama, ninguna palabra contraria me puede quitar la paz.

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No sé si es útil traer aquí la idea de que para poder estar uno por el otro, no ningunearlo, es bueno no estar disipados, estar centrados: La vida es como el tiro con arco. El blanco era difícil.  Un águila oscura con solo una pluma blanca en la punta del ala volaba alto, muy alto en curvas caprichosas, y desde el suelo con una sola flecha había que arrancarle la plumita blanca sin herir al ave. 

Llegó el primer arquero al centro reglamentario, y el Maestro le preguntó: “-¿qué ves?" Contestó: "-Veo el público, y mi familia y amigos...; veo el prado y las plantas y los árboles que me rodean; veo las nubes en el cielo, y el águila que entre ellas vuela”. “-Ves demasiado”, dijo el Maestro, y lo despidió.

Llegó el segundo. "-¿Qué ves?” “-Veo sólo el punto blanco de la pluma que he de alcanzar con mi flecha". "-Ves demasiado poco”, dijo el Maestro, y lo despidió.

Llegó el tercero. "-¿Qué ves?” “-Más que ver, siento. Siento a mi alrededor el público que con sus voces y sus gestos señalan el vuelo del águila; siento en mi piel la fuerza y la dirección del viento que me indica sin yo distraerme, hacia dónde va a empujar mi flecha; siento el arco y la flecha como prolongación de mi brazo y mano, y la pluma blanca en el cielo que se deja acariciar desde aquí por mi mirada”. "-Tú estás preparado", dijo el Maestro, "puedes tirar". 

Hubo un momento de susurros y miradas, de brisas y caricias, del sonido vibrante del arco seguro y la trayectoria certera de la flecha veloz. Un momento en que el todo se unió con el todo, y árboles y nubes y rostros y miradas se unieron en la punta de la flecha y en el copo blanco de la pluma que descendió satisfecha de satisfacer a todos. Cuando todo es uno, todo vive”. 

Me gustó la historia, firmada por la hermana Teresita Santamaría, pues pensé que más que hacer cosas hay que vivirlas, sentir ese momento mágico que está escondido en cada cosa. A veces estamos replegados sobre nosotros mismos, no somos capaces de ese sentir la vida. El egoísmo nos impide darnos cuenta de lo que hay a nuestro alrededor, nos anula, priva de ser uno mismo quien actúa. Tendemos a dejarnos llevar por la rutina, el aburrimiento, y en esta

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situación caben las dos posibilidades: caer en la rutina que esclaviza –ver poco- o como el primer arquero ver demasiado, divagar, es fácil que la imaginación se desate y busque un refugio en la fantasía que, alejando de la realidad, acaba adormeciendo la voluntad. Es la ‘mística ojalatera’, hecha de ensueños vanos y de falsos idealismos: ¡ojalá no me hubiera casado, ojalá no tuviera esa profesión, ojalá tuviera más salud, o menos años, o más tiempo!” En esos casos, uno tiende a escapar de aquella situación a la que no quiere enfrentarse. Como la protagonista de la novela “Donde el corazón te lleve” de S. Tamaro, que dice a la abuela que se va a América, pues “así al menos no pierdo el tiempo y aprendo idiomas”. Pero le contesta la abuela que la vida no es una carrera sino un tiro con arco, lo importante en la vida no es hacer muchas cosas y no perder nunca el tiempo sino estar centrado, y el que no está centrado está descentrado, inquieto hasta que encuentra su centro. 

Hay que evitar esos dos peligros: ver tan poco que uno acaba esclavo del deber, trabajo, afán de dinero... y está aburrido; y como consecuencia la cabeza va hacia otra parte, escapa entre ensueños que alejan de la realidad. Hemos de vivir la vida, estar centrados en lo que toca en cada instante, y “sentir” el momento presente como la única cosa existente, sin pensar en lo que pasó ni en lo que vendrá. Dios está como escondido en cada quehacer, y ese "algo divino" que está en todas las cosas está siempre ahí, esperando que sepamos encontrarlo, vivir cada instante con “vibración de eternidad”, como recordaba estos días Mons. Javier Echevarría con unos versos del poeta Joan Maragall, que comprendía muy bien ese “algo divino” encerrado en cada instante:  “Esfuérzate en tu quehacer / como si de cada detalle que pienses, / de cada palabra que digas, / de cada pieza que pongas, / de cada golpe de martillo que des, / dependiese la salvación de la humanidad / porque en efecto depende, créelo”.

Hemos de procurar no absolutizar un aspecto, ni disiparnos…

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Ahora un tema difícil… se nos va la vida. A VECES TENEMOS MIEDO DE PERDER LA VIDA… Las edades de la vida. Muchos jóvenes suspiran por llegar a tener la edad de tal o cual actor/actriz o modelo, o se lamentan de haber pasado de esas edades. En Grecia tenían una palabra para indicar ese paso del tiempo, el “cronómetro”, Cronos era aquel dios que se comía sus hijos... el paso del tiempo inexorable que se nos come, como la cantante Luz que habla de “el veneno sobre mí piel” que supongo se refiere a las arrugas que va dejando en el rostro. Pero esas marcas que deja el tiempo por fuera no es el único sentido del tiempo, junto a estos momentos “rutinarios” del día a día, del caer de la arena de un lado a otro del reloj, hay también momentos “mágicos”, un sentido del tiempo interior, expresado en otra palabra que usaban también los griegos: el Kairós, tiempo oportuno. Indica que la vida no se mide por años, semanas o días, sino por aquellos momentos que te hacen perder el aliento, que te hacen ver que vives con intensidad. Recuerdo lo que contaba Jorge Bucay, de un buscador que llegó hasta un pueblo, y allá vio unas lápidas y fue leyendo: -“fulano de tal”: "siete años, tres meses y un día”.... y a todas igual, y dice: “¡aquí ha habido una epidemia!”, cuando vino el guarda del cementerio y lo encontró desconsolado; le preguntó al guarda: "Qué ha pasado, ¡explícamelo!" -"No es lo que te piensas –le responde-, aquí la gente vive muy feliz. Y tenemos una costumbre: cuanto nuestros chicos tienen edad de discernir les damos una libreta para que en ella vayan apuntando cuánto duran todos los momentos que de verdad son felices: te has enamorado... ¿cuánto de tiempo ha sido?; has hecho esto..., ¿de verdad que has sido tú mismo?... ¿cuánto tiempo ha durado?... van apuntando estos momentos; y al final de la vida, cuando muere una persona, tomamos su libreta, hacemos una raya y sumamos, porque esta es la vida auténticamente vivida". Se trata de aprender a disfrutar estos “momentos mágicos” especiales de la vida.

El sentido de la vida y del tiempo es algo misterioso... Romano Guardini hablaba sobre las edades de la vida: decía que la persona se iba enriqueciendo, lógicamente, no tanto en

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fuerzas físicas (pues a partir de ciertas edades hay que acostumbrarse a tener alguna molestia, dicen que si un día uno se levanta sin ningún tipo de molestia, es que ya no está uno en este mundo sino que se ha ido al otro), pero si con la experiencia y con los recuerdos de la vida, que es parte importante de la felicidad, como decía Miquel Martí i Pol: “para ser feliz, primero debe creer que puede serlo. Después, debe vivir de una forma consecuente con esta convicción… mis momentos felices han sido aquellos en que no me he planteado de una manera seria vivir felizmente. Me he dado cuenta después de haberlos vivido. Es una felicidad en el recuerdo”. Sí, la memoria constituye nuestra identidad, ahí sigue vivo todo, llevamos siempre dentro el niño que fuimos, la ingenuidad y la sorpresa de la admiración. También la juventud está siempre con nosotros, pero no la “física”, que es un error de la cultura actual estar demasiado preocupados por la edad la juventud es una etapa que no pasa, es un estado del espíritu que se puede perfeccionar día a día y no dejar de tener aquellas características propias, que son: voluntad de victoria, calidad de la imaginación, intensidad emotiva, capacidad de admiración, gusto por el riesgo -controlado- y por la aventura, primacía del amor sobre la comodidad, no tener miedo de la dificultad por controlar cosas de la vida... La persona se va perfeccionando con esas “edades de la vida” que se van integrando en nuestra existencia, se va creciendo interiormente.

La felicidad, ¿un imposible? Cuentan de un pescador que vivía feliz en un pueblecito costero, y un día al volver temprano de su jornada marinera le dijo un amigo empresario que si volvía más tarde y trabajaba más horas que las necesarias para vivir al día podría, con el beneficio de las ganancias, poder comprar otro barco y ganar más, y así ir montando una factoría para que un día, después de trabajar mucho muchos años, dedicarse a poder vivir pacíficamente en un pueblecito costero, pescar cuando quisiera y poder estar con la familia y los hijos y salir al bar y pasear con los amigos al anochecer, y charlar y disfrutar de una noche estrellada...

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–“¿Para qué tanto esfuerzo y tantos años malviviendo, si es lo que hago ya aquí?” La contesta del pescador no dejaba opción de réplica.

El otro día hablábamos un grupo de amigos sobre las expectativas de felicidad que tenemos en la vida, y de las posibilidades que ofrece la educación para enseñar a aprender a ser felices. Quizá la primera cosa que tendríamos que saber enseñar es que no nacemos felices o desgraciados, sino que aprendemos a ser una cosa u otra, dependiendo de nuestras elecciones personales y no de las circunstancias externas.

Decía uno de los contertulios que estamos todos enganchados como en la película “Matrix” a una esclavitud. Hemos de estar todo el santo día produciendo: subir, tener éxito, un nivel de vida adecuado, para alimentar la vaca sagrada del Estado del bienestar, que nos dice que nos matemos trabajando (como una Multinacional, nos paga viajes y un buen coche y una buena casa para después chuparnos todo lo que puede y devolvernos la cáscara de nosotros mismos cuando ya no les hacemos falta); y entonces seremos felices... mientras, quizá hemos perdido la salud a causa del estrés o se ha separado la familia por falta de dedicación. Y alimentados con estos proyectos temporales que se toman como metas absolutas -perdido del horizonte la trascendencia y el amor para siempre, que da sentido a la vida-, nos dejamos deslumbrar por eslóganes publicitarios: aspiramos comprar un coche que –como anuncia la modelo de turno- si lo tienes “flipas” de gozo, y así entre productos y “momentos Nescafé”, “sonrisa Profident”, y “cuerpos Danone” vamos poniendo en ellos el objetivo de nuestros amores... Y uno se deja llevar por las cosas que ofrece el mercado de consumo, pues si no se produce se ha de consumir, y así seguimos enganchados al sistema, con un frenesí por consumir productos o entretenimientos que nos ofrece el marketing de las empresas y seguimos alimentando la vaca sagrada. Si viene una depresión como consecuencia de la frustración continua de no encontrar lo que buscamos, de sentirnos engañados por la publicidad, podemos siempre aliviarnos con las vías de escape que se nos ofrecen (sexo, alcohol y drogas) o las pastillas

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descritas por A. Huxley en “Un mundo feliz” (allá se llamaban “soma”, nosotros tenemos el Prozac o cualquier otro generador de serotonina).

Muchas penalidades, por no decir todas, nos vienen por buscar de manera equivocada la alegría, y mucha gente necesita recuperar “el gusto de la felicidad”. Es verdad que no será nunca completa en esta vida, aunque hay razones más que suficientes de alegría para estar contentos, y la clave es saberla descubrir en cada momento y en cada circunstancia. No hay recetas. Pero sirven algunas cosas, como por ejemplo valorar las fuerzas positivas de nuestra alma, lo bueno que hay en todo: con agradecimiento por las cosas que tenemos, como levantarnos cada día gozando de ver tantas maravillas, poder aprender de tanta gente que nos rodea... Como también somos felices cuando no nos cerramos en nuestros errores sino que los asumimos, para transformar el fracaso en victoria aprendiendo, convirtiéndolo en experiencia. El secreto es no cerrarnos sino abrirnos a los demás sin desconfianzas, comprendiendo a cada uno tal como es y buscando no lo que separa sino lo que une. En definitiva, hay que tener un ideal, alguien a quien amar y que centre nuestra existencia y hacia donde dirigir nuestras mejores energías, y dar cada día un paso.

Decía san J. Escrivá que quizá no hay nada más trágico en la vida de los hombres que los engaños sufridos por la corrupción o falsificación de la esperanza; y que lo que importa para ser feliz no es una vida cómoda sino tener un corazón enamorado. El amor es preocuparse por buscar el bien del amado y esto es lo que hace feliz: lo que cuenta no es tanto lo que hacemos, sino el amor con el que lo hacemos. La vida se convierte así en una canción que tiene una letra y una música. La letra puede volverse cansina y monótona si no fuera por la música que es el amor que ponemos en todo, y así de algo que sería rutina se hace una canción entusiasmante, nuestra vida entera es una canción de amor.

Me doy cuenta que no hablo aquí de sexo… es importante, como dice la viñeta adjunta… es parte de este

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diálogo que dura todo el día, pero que tiene impliciones, tabúes, y faltas de relación… habría que ampliar el tema, o tocarlo…

SOBRE LA REALIZACIÓN PERSONAL Y LA FELICIDAD se nos habla mucho, tampoco sé si es útil aquí poner esta reflexión general que hice hace años: ¿Qué factores determinan la felicidad del ser humano? El cerebro humano incluye por defecto la capacidad de sentir felicidad, que eso es imprescindible para la adaptación y la supervivencia: “En cada momento los mecanismos que regulan el estado de ánimo van recogiendo si disponemos o no de lo necesario para vivir” (Xaro Sánchez), y en esta inter-actuación psico-emotivo-somática en “la corteza cerebral es lo que imprime nuestro grado de bienestar subjetivo”, con algunos “picos” de infelicidad o gozo y en general un “grado moderado”, de rutina diaria. Junto a esto, se dispone “de una gran capacidad de adaptación a las contrariedades vitales” (resiliencia). La felicidad no está en las cosas, sino en nuestra actitud ante ellas (aceptarlas, para reconducirlas), “procesos íntimos o endógenos”, el hombre sólo puede experimentar la auténtica felicidad en la propia interioridad (Boecio). Como el burro detrás de la zanahoria, nos lanzamos a metas que siempre plantean un más allá, como el mito de Aquiles siguiendo la tortuga (que cuando llega donde estaba, ésta se ha ido más adelante y es el cuento de nunca acabar). No hay vida peor

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que una vida sin esperanza, o una esperanza sin fundamento. Hoy día se ve que las cosas externas como bienes materiales, dinero, cierto estatus no son determinantes, la ambición concreta que nos hemos propuesto alcanzar no causa la felicidad, pero también se confunde la consecuencia con la causa, cuando se dice que lo crucial es tener ganas de luchar por alguna cosa, cuando en realidad, es cuando uno está feliz, cuando emprende proyectos con ganas, y no al revés. Pienso que hay como tres “mónadas” que determinan el equilibrio-armonía que llamamos felicidad, que va mucho más allá de la estabilidad emocional, y otros aspectos de la misma: 1) salud corporal-física; 2) mi entorno, la historia y 3) salud interior-psíquica-espiritual. Cada uno de ellos tiene a su vez 3 puntos, y nos detendremos en el último apartado, porque al componer lo más esencialmente humano, constituye el secreto de cómo ser feliz siempre: 1) salud “física”, determinada, además de cosas más específicas extraordinarias, por ciertas rutinas cotidianas: a) dormir, b) armonía con las funciones instintivas físicas (supervivencia personal y de la especie): comer, integrar la sexualidad dentro del proyecto personal, c) ejercicio físico aeróbico-vascular. 2) salud “ambiental”, como decía Ortega y Gasset, yo soy yo y mis circunstancias: ésas son también mi historia: a) familia donde nacemos, que nos viene dada, b) ambiente en el que vivimos y escogemos-amigos, clase social, etc.; c) ambiente social, la historia de nuestro tiempo (estamos condicionados por factores higiénicos y otros de tipo médicos, cultura, deporte, ideas dominantes, tecnologías, globalización…). En todos estos aspectos, mirando subidos al gigante de la tradición, vemos más y más lejos… 3) salud “interior”: esta armonía interior comprende: a) la personalidad genética: introvertida o extrovertida, primaria o secundaria, racional o sanguínea, flemática o apasionada…; b) una psicología sana en el modo de afrontar la vida: visión positiva, adaptabilidad a los cambios, prever algún remanente para llegar a final de mes… que llamamos también carácter, educado a través de las virtudes, al hacer cosas buenas nos hacemos buenos, nos vamos configurando en primer lugar con lo que hacemos, luego con lo que decimos, y en tercer lugar

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con lo que pensamos; y c) una espiritualidad llena de trascendencia, las potencias espirituales (inteligencia, amor y libertad) que es lo más importante y puede suplir la ausencia de los otros aspectos. Este sentido espiritual de la persona tiene 3 aspectos: conocer la verdad (la búsqueda de la verdadera sabiduría, es, según Boecio, la verdadera medicina del alma); amar y sentirse amado (lo esencial de la persona); y tener esperanza incluso más allá de la muerte, es decir motivos para luchar en los proyectos, que es el máximo ejercicio de la libertad: el compromiso (para un cristiano, quedan ahí reflejadas la fe, la caridad y la esperanza). Con ello tenemos la armonía de las tres funciones espirituales –trascendentales- de la persona, que son inteligencia, amor y libertad. Interactúan en una realización personal en la comunión, pues la persona no se realiza sola sino como don a los demás, y es importante saber relacionarse, la empatía y formas de carácter sociable: buscando la felicidad de los demás encontramos la propia.

El secreto de la felicidad, según Juan Pablo II: “todos buscan la plena felicidad personal en el contexto de una verdadera comunión de amor… es ésta la aspiración común de todos, ésta la esperanza que, después de los fracasos, resurge siempre en el corazón humano, de las cenizas de toda desilusión. Nuestro corazón busca la felicidad y quiere experimentarla en un contexto de amor verdadero. Pues bien, el cristiano sabe que la satisfacción auténtica de esta aspiración sólo se puede encontrar en Dios, a cuya imagen el hombre fue creado”.

Oración para vivir mejor. En la vida hay cosas que se ven (placer, dinero, gloria), y otras que no (amor, amistad, religión), a veces parece que no tienen valor las cosas que no se ven, que no sirven para nada, porque no son útiles a un nivel práctico, pero luego vemos que la cosa es al revés: que cuando faltan estas cosas que no “sirven” para nada, la vida no sirve para nada: falla la autoestima, uno se queda sin familia o la que tiene queda destrozada, o se sufre una soledad

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quedándose sin amistades... En esa búsqueda de la sabiduría, del valor de las cosas que no se ven, Jesús es camino al conocimiento, verdad interior que ilumina, vida plena: al mirarme en él me veo a mí mismo, y en la verdad de Dios conozco la mía. Ese camino de la humanidad de Jesús me hace ver mi humanidad, no el yo superficial (lo visible, aparente) sino un conocimiento amoroso, a nivel profundo de corazón, que afecta al sentido de la vida. A esos encuentros de mirar y sentirse mirado por Jesús le llamamos oración: ella ilumina la conciencia del yo. Así, veo todo con la luz de la fe, con los ojos divinos: aquella enfermedad o un traslado, etc. como algo que Dios me da para unirme a Él. No caigo en los espejismos del falso yo (que se afirma en los afanes de poder, riqueza, prestigio...) sino en el amor que me hace libre, disponible para el servicio desinteresado, como dice el místico Juan de la Cruz: "ya no guardo ganado, ni tengo ya otro oficio, que ya sólo en amar es mi ejercicio". Esta sabiduría me hace entender que sólo si amo, soy "yo". Sólo cuando amo, vivo. Y no puedo estar envidioso de otros o amargado, pues no puedo dejar de amarme a mí mismo, si Él me ama siempre: haga yo lo que haga, y así voy sabiendo que soy yo cuando respondo a su amor con mi amor, recordaba A. López Baeza: no se hace oración, se "vive" la oración, si no, no conecto, como si no hubiera receptividad. El que ora mirando a Jesús sabe que lo único que tiene que hacer es dejarse amar... no se desprecia a sí mismo, aunque se vea afectado por sus muchos pecados... limitaciones personales... su amor es siempre lo más fuerte que hay en mí... me hace no temer ni siquiera mis propias contradicciones. La oración es un proceso, en el que yo nunca sé las claves últimas. Sólo se ilumina el paso presente, sé a dónde voy, y ella me da la paz que ensancha mi corazón, fruto de ese fiarse, pero no sé por adelantado lo que va a pasar, no sé del futuro y sus mieles y hieles que me aguardan, noches y desiertos... pero oigo como Jesús me dice: “no temas, basta que te sientas llamado a entrar por el camino”, basta estar guiado por ese deseo de Dios, y ahí en el interior, el espíritu de Jesús trabaja para que aprendamos a vivir de su Amor. En su corazón me enseña que ninguna cosa ni persona me ha de

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dejar subyugar... En Cristo, desde su corazón, amaré a los demás. Si la oración está movida por el amor, la vida también estará movida de amor, y no habrá aburrimiento, ningún gesto será inútil ni vacío, sino expresión de ese amor. Tampoco habrá pesimismo ni visión negativa, esa continua obsesión por ver fallos o inventarse preocupaciones, pues si Dios me quiere con mis defectos, estos ya no me impiden que me encuentre a gusto conmigo mismo. La oración es el núcleo de mi existencia, el misterio de mi vida amasada, ya en el tiempo, con la vida divina: "tras de un amoroso lance... volé tan alto tan alto, que le di a la caza alcance". Eso da una libertad que se traduce en la entrega, en una “esclavitud” de amor. El deseo de Dios es el motor de la oración, hambre que ha puesto Él en el alma, que ya no se llena atiborrándose de cosas de la tierra, que saben a vinos aguados de amores versátiles; el alma se abre a mucho más y proclama: “Señor, no soporto ese vacío, lléname este abismo abierto en mi corazón, ese vértigo que me da asomarme a la eternidad”. Y rezar es así abrir los ojos a la vida, a la belleza de toda la maravilla de lo creado, "extrañarse, asombrarse es comenzar a comprender" (Ortega y Gasset), alzarnos de puntitas para con los brazos abiertos tocar el cielo, y contemplar a Dios en lo que nos rodea.

Llamados a la paz. Vivimos en un mundo de exigencias y prisas, entre miedos y estrés, con falta de interioridad y tiempo para disfrutar ese momento presente, y contemplar con paz el don del “aquí y ahora”. A veces nos quedamos como apenados por una ocasión perdida, tenemos la tentación de mirar atrás con la pena de no haberlo sabido hacer mejor. Acabo de leer Llamados a la vida, de Jacques Philippe, donde habla de que el mayor don que tenemos es precisamente la vida. La llamada a vivir es justamente la primera que recibimos de Dios, si bien esta llamada es continua. Podríamos decir que nuestra vida no tiene un único plan que, perdido, hace que nada valga la pena, sino que siempre hay un "plan B": la vida no es un tren que se puede perder, siempre pasa un tren a los 5 minutos, aunque a veces siga un plan de viaje distinto, pero sirve igualmente. Es una

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pena ver cómo alguno se siente engañado, con un sentimiento de impotencia, como si hubiera tenido que dar cierta “talla” para una competición,  y ya no hubiera nada que hacer. Pues la idea es equivocada por partida doble: ni la santidad depende de marcar  un record con nuestros esfuerzos, ni la falta de éxito nos convierte en derrotados, lo que nos llevaría al desánimo y a la tristeza, que son fuente de todos los vicios: "sin llamada, el hombre quedaría encerrado en su pecado... Por orgullo, el hombre se niega a  recibir la vida y la felicidad de manos del Padre en medio de una dependencia confiada y amorosa. Pretende ser su propia fuente de vida y, a veces, su propia satisfacción. Como consecuencia surgen numerosas sospechas, temores e inquietudes, así como una exacerbación de la concupiscencia. Al no esperar ya de Dios la felicidad a la que aspira, y queriendo obtenerla por sí mismo, el hombre pecador tiende a apropiarse ávidamente de todo un conjunto de bienes que considera capaces de colmarle: la riqueza, el placer, el reconocimiento, etc."

Lo dijo bien claro Jesús: “¡No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores!” Esta frase manifiesta la infinita misericordia de Dios, que llama al hombre no en virtud de sus méritos, sino por pura bondad, y que no desea que se quede prisionero de su pasado; siempre quiere proponerle un futuro, cualesquiera que sean sus equivocaciones. Pero “este texto tiene también por objeto hacer comprender que el medio más eficaz para salir del pecado y de la miseria, no es el de culpabilizarnos o afligirnos: es el de abrirnos a las llamadas que Dios no deja de dirigirnos hoy, cualquiera que sea nuestra situación... Sin esas llamadas, el hombre permanecería encerrado en los límites de su psiquismo, de sus imaginaciones, de sus impulsos y de sus fantasmas... entre la representación psíquica que hacemos de la realidad, y lo que esta realidad es en su verdad y en su belleza profunda, puede haber una importante distorsión. No es lo real lo que nos aprisiona, son nuestras representaciones. Así mismo, la interpretación y el peso de nuestras emociones no siempre están en proporción con la realidad de las cosas. Unas realidades de importancia capital pueden dejarnos

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emocionalmente indiferentes, mientras que cosas de escasa importancia tienen en ocasiones una desmesurada resonancia afectiva en nosotros”, y así la imagen que tenemos de la felicidad, “la representación psíquica de lo que creemos capaz de hacernos felices, no suele tener más que una lejana relación con la felicidad efectiva, y realmente no puede colmarnos.” Las cosas que pensamos ahora “tienen una parte de verdad, y eso hay que tomarlo en cuenta, pero son limitadas y a veces engañosas. Han de convertirse permanentemente para abrirse a la riqueza de lo real que Dios nos propone, que es más vasto y más fecundo que cualquier elaboración psíquica”. Tendemos a sugestionarnos por la última cosa que nos ha influenciado pero que no es la más importante, necesitamos un tiempo para situarla en el contexto de lo real, y “esta apertura a la auténtica realidad no se produce sin dolores ni renuncias, sin luchas ni agonías. Es trabajo que se ha de reemprender siempre, jamás acaba aquí abajo, y permite acceder a una vida cada vez más rica y abundante". Es trabajo, además, que nos abre a una perspectiva esperanzada: lo mejor siempre está por llegar.

El círculo del odio y el círculo del amor. Cuentan que un importante señor gritó al director de su empresa, porque estaba enfadado en ese momento.

El director llegó a su casa y gritó a su esposa, acusándola de que estaba gastando demasiado, porque había un abundante almuerzo en la mesa.

Su esposa gritó a la empleada porque rompió un plato. La empleada dio una patada al perro porque la hizo

tropezar. El perro salió corriendo y mordió a una señora que

pasaba por la acera, porque le cerraba el paso. Esa señora fue al hospital para ponerse la vacuna y que le curaran la herida, y gritó al joven médico, porque le dolió la vacuna al ser aplicada.

El joven médico llegó a su casa y gritó a su madre, porque la comida no era de su agrado.

Su madre, tolerante y un manantial de amor y perdón, acarició sus cabellos diciéndole: - "Hijo querido, prometo que

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mañana haré tu comida favorita. Tú trabajas mucho, estás cansado y precisas una buena noche de sueño. Voy a cambiar las sábanas de tu cama por otras bien limpias y perfumadas, para que puedas descansar en paz. Mañana te sentirás mejor". Bendijo a su hijo y abandonó la habitación, dejándolo solo con sus pensamientos...

En ese momento, se interrumpió el círculo del odio, porque chocó con la tolerancia, la dulzura, el perdón y el amor. Si tú eres de los que ingresaron en un círculo del odio, acuérdate que puedes romperlo con tolerancia, dulzura, perdón y amor. No caigamos en el círculo del odio pensando que es imposible encontrar amor: la manera más rápida de recibir amor es darlo, hay más alegría en dar que en recibir.

El amor lo perdemos cuando lo queremos para nosotros, es como el fuego que cuando lo extendemos nos acaricia con su calor; el amor tiene alas y no hay que encadenarlo. El amor es el don más preciado que Dios nos ha regalado, y que nos da la oportunidad de regalar. Además, cuanto más se da más nos queda porque se agranda nuestro corazón al amar, ahí está el secreto del amor.

De nada tiene necesidad este mundo como del amor. Leía hace poco algo que nos viene muy bien para permanecer en el círculo del amor, y no caer en el del odio: el amor alienta, el odio abate; el amor sonríe, el odio gruñe; el amor atrae, el odio rechaza; el amor confía, el odio sospecha; el amor enternece, el odio enardece; el amor canta, el odio espanta; el amor tranquiliza, el odio altera; el amor guarda silencio, el odio vocifera; el amor edifica, el odio destruye; el amor siembra, el odio arranca; el amor espera, el odio desespera; el amor consuela, el odio exaspera; el amor suaviza, el odio irrita; el amor aclara, el odio confunde; el amor perdona, el odio intriga; el amor vivifica, el odio mata; el amor es dulce; el odio es amargo; el amor es pacífico; el odio es explosivo; el amor es veraz, el odio es mentiroso; el amor es luminoso, el odio es tenebroso; el amor es humilde, el odio es altanero; el amor es sumiso, el odio es jactancioso; el amor es manso, el odio es belicoso; el amor es espiritual, el odio es carnal. El amor es sublime, el odio es triste. El amor todo lo puede... No hay

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dificultad por muy grande que sea, que el amor no lo supere. No hay enfermedad por muy grave que sea, que el amor no la sane. No hay puerta por muy cerrada que esté, que el amor no la abra. No hay distancias por extremas que sean, que el amor no las acorte tendiendo puentes sobre ellas. No hay muro por muy alto que sea, que el amor no lo derrumbe. No hay pecado por muy grave que sea, que el amor no lo redima. No importa cuan serio sea un problema, cuan desesperada una situación, cuan grande un error, el amor tiene poder para superar todo esto. Quien es capaz de experimentar realmente el amor, puede ser la persona más feliz y más poderosa del mundo. Amar... Siempre... En cada acto, en cada pensamiento, en cada día que amanece, en cada noche que llega, hacer de la vida siempre una canción de amor... San Josemaría Escrivá, un hombre que sabía amar, decía con sencillez que no tenía que aprender a perdonar, porque el Señor le había enseñado a querer. El mensaje que Dios proclamó con su vida es esto, hacerlo todo por amor.

Perdón por subir el tono con lo divino, pero es que si no lo humano se queda pobre. Una chica en la película Mujeres enamoradas, después de un acto sexual por primera vez, dice llorando: “¿sólo era eso?” Hay mucha gente que va al matrimonio y dice lo mismo… un cura respondía: “el matrimonio es una gran cruz… y eso si aciertas…” claro, si no aciertas es insoportable. Dice en una viñeta de humor Susana Moreu en su libro, donde se ve una mujer decirle a otra en un café que la mira con perplejidad: “tienes dos opciones en la vida: permanecer soltera y sentirte desgraciada o casarte y desear estar muerta…” NO PODEMOS QUEDARNOS EN LAS CUATRO PAREDES DE ESTA VIDA… pues todo amor tiene cara y cruz… mucha mujer que se divorcia se queda con los hijos, no quiere “probar más”… ¿quizá porque el amor perfecto está abierto a algo más alto, y no existe aquí abajo, sólo podemos idealizarlo? Es lo que dicen los sufís árabes y de ahí pasó a la literatura medieval europea: aléjate, amor, porque quiero quererte en mi amor… venían el amor más alto como algo inmanente, como una idea, la idea de estar enamorado, la idea

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de amar, no en el otro sino en uno… Amor y esperanza. Cuál es la necesidad más radical del ser humano? El deseo más básico y elemental para ser feliz? Sentirse amado, para siempre. Es decir, vivir una vida en plenitud enfocada hacia la vida eterna, e ir con las personas que se aman. Hay momentos importantes en la vida que descubrimos eso, vemos que sí, que “eso es 'vida' de verdad, la felicidad, que es lo que queremos para siempre”. De eso trata Benedicto XVI en las dos Encíclicas, la que escribió sobre el amor y ahora sobre la esperanza.

El corazón de Dios se vuelca en nosotros como hijos suyos, más allá de la realidad concreta de nuestras obras buenas o malas. El otra día un niño, enfadado con su padre, le decía: “¡ya no te quiero!” y el padre le contestaba: “pues yo sí, te seguiré queriendo siempre”. Así hace Dios... Cuantas angustias se han causado, por no explicar bien como es Dios, mostrandolo como "justiciero"... toda justicia divina hay que entenderla desde esta misericordia.

Dicen de un niño que era un desastre, la maestra en lugar de reñirlo se le acercó, él esperaba ya una bofetada, pero ella le dio un beso, y le ayudó. Al cabo de los años, el chico, ya bien situado a la vida, le escribió a la maestra que no había tenido experiencia de los padres, vivía con unos tios, y “el beso de aquel día fue el primero que recuerda de su vida”, que a partir de aquel momento cambió. Eso el que hace el amor, nos lleva a la salvación, en una sociedad inmersa dentro del remolino de mejorar el bienestar temporal: nos ayuda a verlo todo -el hombre y la creación entera- desde la felicidad última, no solo lo que somos sino sobre todo lo que estamos llamados a ser. Ante la pregunta: ¿Por qué nada del mundo constituye por nosotros un fin que nos satisfaga?, la esperanza nos lleva siempre más allá de las actuales conquistas, es una sed de infinitud que no puede ser satisfecha dentro del horizonte de este mundo, y el corazón del hombre se acoge a un deseo que nos dirige más allá, hacia el final de los tiempo. “Solo cuando el futuro es cierto como realidad positiva se hace llevadero también el presente... la puerta oscura del tiempo, del futuro, se ha abierto de par en par. Quien tiene esperanza vive de otro

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manera; se le ha dado una vida nueva”, nos dice el Papa; como descubrió la africana Bakhita en su conversión: “yo soy definitivamente amada, pase lo que pase; este gran Amor me espera. Por eso mi vida es bella... ya no se sentia esclava, sino hija libre de Dios”.

Y eso cambia la sociedad desde dentro, “los cristianos reconocen que la sociedad actual no es su ideal; ellos pertenecen a una sociedad nueva, hacia la que son en camino y que es anticipada en su peregrinación”. Como en los tiempo de los romanos, hoy “el mito ha perdido su credibilidad” y se va hacia una “religión política”, esclerotizada y reducida a ceremonial: “el racionalismo filosófico había relegado a los dioses al ámbito del irreal”, cuando el esoterismo toma cuerpo la órbita que da Jesús nos libera de las leyes de la materia y de la evolución, para vivir a la órbita del Amor, ya no somos esclavos del universo: somos libres. Jesús es el filósofo en el sentido pleno de la palabra: “el que enseña el arte esencial: el arte de ser hombre de manera recta, el arte de vivir y morir... que sabe indicar verdaderamente el camino de la vida... Él vence la muerte; el Evangelio lleva a la verdad que los filósofos ambulantes buscaban en vano...” Jesús “nos dice quien es en verdad el hombre y qué hacer para ser verdaderamente hombre. Él nos indica el camino y este camino es la verdad. Él mismo es las dos cosas, y por eso también la vida que todos anhelamos. Él indica también el camino más allá de la muerte... ‘el Señor es mi pastor, nada me falta...' incluso en el camino de la última soledad, en el que nadie me puede acompañar, va conmigo guiandome para atravesarlo: Él mismo ha recorrido este camino...”

Se relativiza entonces toda posesión, ya que se comienza ahora a poseer en le esperanza la vida prometida. Es lo que piden los padres en el bautizo de su hijo: la fe, donde está la clave de la vida eterna. La Virgen María es la estrella de Adviento, que nos guía por este camino seguro, nuestra esperanza de la posesión de la Vida plena.

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