carta a la iglesia de laodicea

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Carta a la Iglesia de Laodicea (I) Padre Alfonso Gálvez 4 junio, 2015 1 Comentario Facebook Twitter Google + Al ángel de la Iglesia de Laodicea escríbele: Esto dice el Amén, el testigo fiel y veraz, el principio de la creación de Dios: “Conozco tus obras, que no eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente! Y así, porque eres tibio, y no caliente ni frío, voy a vomitarte de mi boca. Porque dices: ,,Soy rico, me he enriquecido y de nada tengo necesidad ,, y no sabes que eres un desdichado y miserable, pobre, ciego y desnudo. Te aconsejo que me compres oro acrisolado por el fuego para que te enriquezcas, túnicas blancas para que te vistas y no aparezca la vergüenza de tu desnudez, y colirio con que ungirte los ojos para que veas. Yo, a cuantos amo los reprendo y castigo. Por tanto, ten celo y arrepiéntete. Mira, estoy a la puerta y llamo: si alguno escucha mi voz y abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él, y él conmigo. Al que venza le concederé sentarse conmigo en mi trono, igual que yo he vencido y me he sentado con mi Padre en su trono”. El que tenga oídos, oiga lo que el Espíritu dice a las Iglesias. (Ap 3: 14–22) 1. El Problema de la Tibieza. El contenido de la Carta al Ángel de la Iglesia de Laodicea, última de las Siete destinadas a las Iglesias del Asia Menor, parece una especie de epílogo, un tanto ardiente y hasta agresivo, como si el Espíritu quisiera resumir los contenidos de las Siete Cartas y poner énfasis en el conjunto de sus advertencias. De ahí sus palabras finales, que suenan como un serio aviso recordatorio y que sirve para todas ellas: El que tenga oídos, oiga lo que el Espíritu dice a las Iglesias. El estado de tibieza en el hombre es juzgado por el Espíritu con palabras de extrema gravedad: ¡Ojalá fueras frío o caliente! Mas porque eres tibio, y no frío o caliente, voy a vomitarte de mi boca. Por lo que el tema ha de ser considerado con la máxima seriedad (cosa muy diferente de

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Carta a la Iglesia de Laodicea (I)Padre Alfonso Glvez4 junio, 2015 1 Comentario Facebook Twitter Google +Al ngel de la Iglesia de Laodicea escrbele:Esto dice el Amn, el testigo fiel y veraz, el principio de la creacin de Dios:Conozco tus obras, que no eres fro ni caliente. Ojal fueras fro o caliente! Y as, porque eres tibio, y no caliente ni fro, voy a vomitarte de mi boca. Porque dices: ,,Soy rico, me he enriquecido y de nada tengo necesidad ,, y no sabes que eres un desdichado y miserable, pobre, ciego y desnudo. Te aconsejo que me compres oro acrisolado por el fuego para que te enriquezcas, tnicas blancas para que te vistas y no aparezca la vergenza de tu desnudez, y colirio con que ungirte los ojos para que veas. Yo, a cuantos amo los reprendo y castigo. Por tanto, ten celo y arrepintete. Mira, estoy a la puerta y llamo: si alguno escucha mi voz y abre la puerta, entrar en su casa y cenar con l, y l conmigo. Al que venza le conceder sentarse conmigo en mi trono, igual que yo he vencido y me he sentado con mi Padre en su trono.El que tenga odos, oiga lo que el Espritu dice a las Iglesias.(Ap 3: 1422)1. El Problema de la Tibieza.El contenido de la Carta al ngel de la Iglesia de Laodicea, ltima de las Siete destinadas a las Iglesias del Asia Menor, parece una especie de eplogo, un tanto ardiente y hasta agresivo, como si el Espritu quisiera resumir los contenidos de las Siete Cartas y poner nfasis en el conjunto de sus advertencias. De ah sus palabras finales, que suenan como un serio aviso recordatorio y que sirve para todas ellas:El que tenga odos, oiga lo que el Espritu dice a las Iglesias.El estado de tibieza en el hombre es juzgado por el Espritu con palabras de extrema gravedad:Ojal fueras fro o caliente! Mas porque eres tibio, y no fro o caliente, voy a vomitarte de mi boca. Por lo que el tema ha de ser considerado con la mxima seriedad (cosa muy diferente de lo que suele hacerse), dada su importancia como factor determinante en la salvacin del hombre.As pues, conviene examinar ante todo lo que se entiende por el conceptotibiezatal como se desprende de las palabras de la Escritura. Para lo cual podramos definirlo, como punto inicial de partida y simplificando enteramente la cuestin, comoamor imperfecto.Pero elAmor Perfectosolamente existe en Dios, que es el Ser infinito por excelencia. Aparte de eso, todoamor creado, en cuanto que es una participacin del Amor infinito, es por definicin imperfecto, de tal modo que podra decirse, utilizando tal vez un lenguaje no demasiado preciso pero inteligible, que esa es su situacinnormaltal como se da en las criaturas. Aunque no en todas en el mismo grado, por supuesto, puesto que a cada una de ellas le es otorgado el amor a travs de la gracia ysegn la medida de la donacin de Cristo.[1]De ah que el itinerario espiritual de cada alma discurra por diversos estadios del camino, los cuales van desde lo ms imperfecto hasta lo ms perfecto, hasta llegar a la cima de la unin con Dios. La situacin se especifica en el mundo de la Mstica mediante el procedimiento de acudir a las llamadasfases, que abarcan desde los primeros momentos de purificacin de la criatura humana que busca a su Creador, pasando por otros de iluminacin, hasta llegar por fin al punto final en el que tiene lugar la consumacin y perfeccin del amor. As queda descrito, por citar un resumen de lo ms sealado del tema en la Historia de la Espiritualidad, en elItinerario del alma hacia Dioso en elTratado de la Triple Vade San Buenaventura, en las diferentesMoradasdelCastillo Interiorde Santa Teresa, o en la difcilSubida al Monte Carmeloa travs de lasNoches del Sentido y del Esprituen los escritos de San Juan de la Cruz.Pero siendo Dios el Sumo Bien y el ltimo Fin del hombre, el amor con que ha de ser correspondido por parte de ste es prcticamenteilimitado. Y si bien puede decirse que no todos los hombres alcanzarn la suma perfeccin, es cierto, sin embargo, que todos estn obligados atenderhacia ella. El precepto del Seor en este punto es absoluto:Amars al Seor tu Dios con todo tu corazn, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente.[2]Por otra parte, como dice Santo Toms, nunca podra el hombre amar a Dios tanto como debera amarlo, ni creer o esperar en l tanto como debera hacerlo.[3]Una vez ms nos encontramos ante las inflexibles reglas del amor, de las cuales una es la de lareciprocidad. Si una persona otorga libremente su amor a otra, es indudable que espera ser correspondida de la misma manera. Pero Dios ha ofrecido su amor al hombre hasta el sumo grado en que ste era capaz de recibirlo:Tanto am Dios al mundo que le entreg a su Hijo Unignito.[4]Y en cuanto a Jesucristo, dice el Evangelio de San Juan que habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo,los am hasta el fin.[5]El hombre fue creado por Dios como su ltimo Fin con el destino de amar y de ser amado. Y siendo ste el principal objeto de su existencia y lo que constituye la misma esencia de su vida, todo las dems cosas que le rodean se convierten en objetivo secundario y subordinado al primero:Yo he venido para que tengan vida, y la tengan en abundancia,[6]deca Jesucristo. Y para el Apstol San Pablo, la vida del cristiano no podra consistir en otra cosa que en Cristo mismo (Col 3: 3-4). De donde la vida del hombre no tiene ms objeto, por lo tanto, que el de amar a Dios:La gloria de Dios es el hombre viviente, y la vida del hombre es la visin de Dios, deca San Ireneo.[7]De donde se desprende la necesidad del hombre de tender siempre hacia la perfeccin del amor. Lo que equivale a decir que est obligado a caminar siempre y sin descanso, como miembro que es de la Iglesia itinerante y peregrina. En el camino del amor mpetu irresistible que empuja hacia la persona amada no est contemplada la posibilidad de entregarse a momentos de descanso o de interrupcin, como cosa que sera incompatible y contradictoria con el necesario impulso propio del amor:Quien no recoge conmigo, desparrama.[8]Y siendo el Amor la Suprema realidad que da existencia y sentido a todas las cosas El Amor, que al Sol mueve y las dems estrellas, segn el bello verso con el que Dante cierra su inmortal Poema, y sobre todo y en primer lugar al hombre mismo como cabeza de la Creacin, estamos por fin en situacin de asegurar que la tibieza es la lacra de quienno se toma en serioel amor ni por lo tanto tampoco al mismo Dios. El hombre tibio vive en una situacin de indiferencia con respecto a Dios y a su Amor pero que, en ltimo trmino, viene a equivaler a un estado de autosuficiencia, equiparable a lo que sera una actitud deburlacon respecto a las realidades ltimas que habran de determinar su existencia.[9]Que en definitiva es el sistema de vida laaurea mediocritas, que deca Horacio adoptado por un incalculable nmero de cristianos y que fue admirablemente descrito por Ernesto Hello:El hombre verdaderamente mediocre siente un poco de admiracin por todas las cosas; aunque no siente entusiasmo por ninguna Encuentra insolente toda afirmacin, porque sta excluye la proposicin contradictoria. Y si eres un poco amigo y otro poco enemigo de todas las cosas, te admirar por sabio y reservado. El hombre mediocre proclama que todas las cosas tienen su lado bueno y su parte mala, y que no se debe ser absoluto en los juicios. Si resueltamente afirmas la verdad, el mediocre dir que tienes demasiada confianza en ti mismo. El hombre mediocre lamenta que existan dogmas en la religin cristiana; su deseo sera que se ensease solamente la moral; y si le dices que la moral radica slo en los dogmas, te responder que exageras Si un hombre naturalmente mediocre se hace cristiano de verdad, deja en absoluto de ser mediocre El que ama no es mediocre jams..[10](Continuar)Padre Alfonso Glvez[1]Ef 4:7.[2]Lc 10:27; De 6:5.[3]Summa. Theol.III, q. 64. a. 4.[4]Jn 3:16.[5]Jn 13:1.[6]Jn 10:10.[7]San Ireneo de Lyn,Adversus Haereses, IV, 20, 7.[8]Mt 12:30.[9]En el lenguaje corriente, lo contrario de laseriedadsera laburlao la broma. Pero adoptar una actitud negativa, bien sea de claro rechazo o bien de indiferencia como es el caso de la tibieza, ante los dones de Dios, supone una gravedad en grado equivalente a la magnificencia y magnitud de los regalos o presentes por l ofrecidos.[10]Ernesto Hello,LHomme, II, cap. VIII (citando por Garrigou Lagrange, enLas Tres Edades de la Vida Interior, Ediciones Descle de Brouwer, Buenos Aires, pag. 231).